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Nueve estudios

sobre el espacio
Representación y formas
de apropiación

Odile Hoffmann
Fernando l. Salmerón Castro
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Nueve estudios sobre el espacio


Representación y formas de apropiación
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Índice

Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 9
Siglas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 11
Introducción. Entre representación y apropiación,
las formas de ver y hablar del espacio
Odile Hojfmann y Fernando /. Salmerón Castro . . . . . . . . . . .. 13
Primera parte. El espacio representado . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 31
Espacio centralizado/focalizado o espacio reticulado:
¿un problema de escala?
Claude Bataillon. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 33
Notas 43
Tal como se ve desde el mirador: una visión del espacio
Alfred Siemens . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 45
Visión del espacio y representación cartográfica
Luc lAmbrezy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 59
Notas 75
El concepto de cuencas hidrográficas y la planificación
del desarrollo regional
Roberto Melville . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 77
Notas 89
Las regiones ambiguas de Veracruz: un ejercicio
Jean-Yves MarchaL y Rafael Palma Grayeb, . . . . . . . . . . . . . .. 91
Segunda parte. Territorio e identidad " 111
La apropiación del espacio entre nahuas y popolucas
de la Sierra de Santa Marta, Veracruz
Emilia Velázquez H. 113
Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 128
Territorio e identidad chinanteca en Uxpanapa, Veracruz
José Velasco Toro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 133
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 151
En busca de sociedades regionales. Inserción social
y construcción de la pertenencia territorial
Marielle Pepin Lehalleur . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 155
Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 172
La ciudad: sentidos y representaciones
Michel Agier , . . . . . . . . . . . . . .. 177
Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 188
Agradecimientos

Este volumen es fruto de un esfuerzo colectivo; además de la partici-


pación de los autores con sus artículos ---consecuencia de una intensa
discusión que comenzó en el encuentro "Organización Social y Repre-
sentación del Espacio. Seminario Internacional de Investigación CIE-
SAS-ORSTOM"- , varias personas colaboraron muy de cerca en la
revisión de los textos y en la elaboración del manuscrito final. Quere-
mos agradecer en particular a Jaime Preciado y a Nelson Minello, así
como a los dos lectores anónimos nombrados por el Comité Editorial
del CIESAS, quienes realizaron una cuidadosa lectura del texto original
completo e hicieron valiosas sugerencias.
No podemos dejar de mencionar la participación de Luc Cambrezy,
geógrafo de ORSTOM, que no pudo acompañarnos hasta el final de la ela-
boración del libro debido a que emprendió nuevas investigaciones en paí-
ses lejanos, pero que fue miembro esencial del comité editorial.
Por último, quisiéramos agradecer la colaboración de las instituciones
patrocinadoras y editoras del libro, así como a los dictaminadores finales
cuyos comentarios y sugerencias permitieron "pulir" el manuscrito y dar-
le su forma defmitiva.
f

, i !1 .
Introducción. Entre representación y
apropiación, las formas de ver
y hablar del espacio

Odile Hoffmann
Fernando l. Salmerón Castro

Los textos incluidos en este volumen se originaron en el encuentro "Or-


ganización Social y Representación del Espacio. Seminario Internacional
de Investigación CIESAS-ORSTOM", que se llevó a cabo en las instalaciones
del CIESAs-Golfo de la ciudad de Xalapa, Veracruz, entre el 26 y el 28 de
septiembre de 1994. En este seminario intervinieron una veintena de espe-
cialistas provenientes de diversos países, disciplinas e instituciones. Los
participantes centraron sus reflexiones en el análisis del espacio -su con-
formación, representación, percepción y apropiación- como pilar funda-
mental de los procesos sociales, culturales, económicos y políticos.
En un principio, los organizadores del Seminario tuvimos la intención
de publicar una memoria que contuviera todos los textos de los participan-
tes; sin embargo, había en el conjunto escritos que, a pesar de su gran ca-
lidad y relevancia, presentaban una gran heterogeneidad, lo que hacía
imposible preparar un volumen conciso y coherente como el que aquí se
ofrece. En lugar de difundir Memorias o Actas del Seminario, la comi-
sión editorial optó por reunir aquellos trabajos que, una vez revisados,
permitieran avanzar en la discusión de los problemas ligados a las relacio-
nes entre organización social y representación del espacio. El presente li-
bro es fruto de dicho esfuerzo.
En las páginas siguientes quisiéramos poner en contexto el volumen,
reseñando las condiciones en las que surgió la idea del Seminario y las
consideraciones disciplinarias que estuvieron detrás. En un segundo tiem-
po, buscaremos resumir los puntos sobresalientes de las discusiones que
dieron pie a las líneas temáticas sobre las que se organizó esta colección
de ensayos.
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ción debe incluirse el trabajo de Luis Aboites (1995), quien enlaza la geo-
grafía, la antropología y la historia.
En la antropología mexicana, el sustento espacial ha sido una preocu-
pación permanente. Tanto las regiones de refugio, como los sistemas hi-
dráulicos, la producción campesina, los asentamientos urbanos, obreros e
industriales y los sistemas regionales de dominación política, tienen un
soporte espacial característico y una elaboración cultural propia.
Históricamente, el punto de encuentro entre ambas disciplinas fue, sin
lugar a duda, la reflexión acerca de los procesos regionales. Manuel Ga-
mio, en su célebre estudio sobre el valle de Teotihuacan, al comienzo de
los años veinte, defendía la necesidad de su trabajo haciendo ver que "po-
blación y territorio son entidades íntimamente ligadas y dependientes una
de otra", por lo que "precisa conocer integralmente a ambas" (1922: IX).
Debido a convicciones de esta índole, la preocupación por el espacio en la
formación de los primeros antropólogos de la Escuela Nacional de Antro-
pología fue fundamental. En esos primeros años, personalidades como
Pedro Armillas, preclaro topógrafo, artillero y caminante insaciable, con-
dujeron a una vertiente de la antropología mexicana por el camino de la
lectura cuidadosa del paisaje (v. Durand, 1990 y Rojas (ed.), 1991). En
esta misma línea, la defmición de los criterios básicos para la compren-
sión del México prehispánico llevaron a Paul Kirchhoff a poner el acento
en los límites geográficos, al lado de los componentes étnicos y cultura-
les, para la definición de Mesoamérica (Kirchhoff, 1943).
El papel del entorno y los recursos ambientales se encuentran así en el
centro de la discusión antropológica desde esos años. De este modo, la re-
gión de refugio tiene, para Aguirre Beltrán, a la "ecología enemiga"
como un componente esencial del "proceso dominical". La definición fi-
siográfica de la región de refugio es tan importante como sus componen-
tes de estructura social. Además, en ellas el espacio desempeña un doble
papel: como condición de aislamiento de la sociedad mayor y como terri-
torialidad defensiva que se incorpora a la propia cosmovisión de los pue-
blos indios (v. Aguirre Beltrán, 1967 y 1986). Aunque algunos especialistas
han criticado el énfasis puesto a las determinantes geográficas en la organi-
zación del proceso dominical (Hunt, 1969), no puede dejar de reconocer-
se la influencia tanto teórica como política del esquema de Aguirre
Beltrán para la organización espacial del país.
En otra vertiente teórica, Ángel Palerm puso más atención al control y
usufructo de recursos productivos fundamentales, como el agua y la tierra, en
la conformación del espacio y la sociedad de Mesoamérica (v. Palerrn,
1973). Tales preocupaciones no sólo resultaron fundamentales para la dis-

16
cusión, en la antropología mexicana, de temas como el modo asiático de
producción basado en las grandes obras hidráulicas, los estudios sobre
tecnología y sobre economía campesina, sino que impulsaron investiga-
ciones sobre complejas relaciones entre territorio, tecnología y organiza-
ción social del poder (v. Schaedel, 1987 y Fábregas, 1987).
Inquietudes de este estilo están presentes en una buena parte de los es-
tudios sobre Morelos de los años setenta. Cabe destacar entre ellos los de
Guillermo de la Peña (1980) y Arturo Warman (1976) por el cuidado con
que atienden al territorio como parte de la realidad que analizan. El traba-
jo de Warman sobre las estrategias de vida campesina y la forma en la
que éstas atienden rigurosamente al comportamiento de la tierra, el agua,
el clima y la luz, es hoy un clásico. Algq similar puede decirse de los es-
tudios realizados sobre los Altos y el sur de Jalisco, en vetas similares,
impulsadas desde el CISINAH-CIESAS y la UAM Iztapalapa. En el terreno
que aquí nos ocupa, una aportación sustantiva de estos estudios fue el
mostrar el papel de la interacción entre territorio y formación regional,
alcanzando en algunas zonas características de territorialidad casi étnicas
(v. Fábregas, 1986). El peso de esta cercana relación entre la definición
de un espacio regional y la estructura de las relaciones sociales es algo
que Guillermo de la Peña ha subrayado como elemento-base de los estu-
dios regionales en la antropología (De la Peña, 1981 y 1986).
Como puede apreciarse, los estudios regionales no pueden prescindir
de una descripción cuidadosa del paisaje y el entorno geográficos, ni de la
reconstrucción de tales elementos en las versiones culturalmente mediadas
de sus habitantes. Las regiones son sistemas contingentes cuya organiza-
ción y límites se renegocian constantemente, pero tienen siempre un refe-
rente espacial descriptible y susceptible de representación (v. Velázquez,
1994). Sin embargo, para lograr una buena comprensión e interpretación
de éste, es necesario dominar el empleo de algunas herramientas esencia-
les, las cuales deberían ser comunes entre antropólogos, historiadores y
otros científicos sociales. Hasta la fecha muchas de estas herramientas son
consideradas específicas de la geografía humana, en la medida en que pri-
vilegia el análisis del espacio-paisaje como integrante e integrador de los
hechos sociales; es decir, a la vez sustento, participante y resultado de la
construcción de las sociedades. Es claro que el manejo de dichos instru-
mentos tiene un respaldo teórico y metodológico. Sin embargo, hasta aho-
ra éste suele desconocerse por aquellos investigadores sin entrenamiento
en geografía, ya que rara vez aparece explícitamente en los trabajos espe-
cializados. Por lo tanto, y con el afán de complementar la discusión teórica,
el seminario pretendía constituirse en plataforma para que los participantes

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adquirieran experiencia en el empleo de herramientas conceptuales y me-
todológicas, útiles para el conocimiento y la representación del espacio y
sus mediaciones culturales .

...y sin embargo aún por consolidar. Términos y


aportes del debate

La discusión del encuentro giró alrededor de tres temáticas centrales:


el espacio en el enfoque histórico regional; la conceptualización y la(s)
definición(es) de espacio y región; y las nociones de territorio y espa-
cio, o el espacio como ámbito de negociación cotidiana. En cada temá-
tica se intentó revisar el estado de la discusión y esbozar los caminos
abiertos para el futuro. Esta revisión es urgente no sólo para nuestro
trabajo común, sino también para hacer frente a las nuevas preguntas y
los nuevos contextos en que éstas surgen hacia el fin de milenio. To-
dos concordamos en que el espacio participa no sólo como contenedor
o soporte material de los procesos sociales, sino también como un ele-
mento activo que influye en la estructuración misma de la sociedad.
Nuestras investigaciones contribuyen a precisar los factores que afec-
tan la distribución espacial de las actividades humanas, así como los
que inciden sobre la apropiación y transformación del espacio. No obstan-
te, queda por entender la manera en que van a influir los cambios opera-
dos por la compresión del tiempo y el espacio que parecen caracterizar al
fin del milenio (Harvey, 1989 y Chapman, 1979), resultado en gran parte
del uso y difusión de nuevas tecnologías de comunicación.
Como suele suceder, las reflexiones vertidas durante el seminario no
se apegaron estrictamente a la mecánica que los organizadores habíamos
imaginado al inicio. De la gran riqueza de los intercambios, sobresalieron
dos grandes vertientes de la discusión, que hemos retomado para elaborar
el plan de este libro.
Por un lado, se puso énfasis en las características que el espacio asume
desde el punto de vista del observador. Ahí se discutieron cuestiones rela-
tivas a la "calificación" del espacio visto desde fuera -incluyendo su
representación cartográfica-o Se pusieron de relieve los problemas liga-
dos a la disponibilidad de datos pertinentes, las escalas y niveles de obser-

18
vación, el establecimiento de continuidades y discontinuidades en el espacio,
así como el reconocimiento y la evaluación de los límites territoriales.
De entrada, la visión misma que asume el observador implica ciertos
sesgos que no pueden ignorarse en la interpretación, so pena de caer en
una supuesta objetividad, engañosa y poco útil para la comprensión de los
procesos espaciales y sociales. El espacio "real" y "verdadero" no existe
fuera de ciertos marcos conceptuales, independientemente de que se ha-
gan o no explícitos. Lo que se pone a discusión no es sólo la perspectiva
del observador, sino la construcción misma del espacio en una relación
dialéctica entre la visión panóptica, desde arriba, dominante, y la visión
interna, desde abajo, dominada. Esto puede apreciarse con claridad en el
artículo de Alfred Siemens, quien desarrolla estas ideas, clásicas en geo-
grafía, a partir de un bagaje teórico renovado y estimulante, de corte ne-
tamente sociológico y antropológico.
La representación cartográfica de los procesos enfrenta las mismas dis-
yuntivas y ambivalencias. El cuestionamiento de las perspectivas adopta-
das por el investigador y, en particular, de los límites territoriales y
espaciales que él establece en el transcurso de la investigación, se vuelven
sujetos clave de la misma. Los presupuestos del observador requieren ha-
cerse explícitos para evitar una objetivación del espacio -y de sus límites
y configuraciones- que borra su complejidad y sus interconexiones con
otros ámbitos de la sociedad. El ensayo de Luc Cambrezy demuestra
cómo lo que suele concebirse como mera técnica cartográfica -el uso de
"corernas", por ejemplo- implica, de hecho, un conjunto de presupues-
tos acerca de la organización de la sociedad. Ciertos tipos de repre-
sentación cartográfica del espacio corresponden a determinadas opciones
políticas, no exentas de repercusiones prácticas. Tenemos múltiples ejem-
plos de esto en la elaboración, justificación e instrumentación de políticas
nacionales o regionales de desarrollo.
En este último sentido, el ensayo de Roberto Melville reconstruye en
el tiempo, desde el siglo XVII, la forma en que nace y se difunde un con-
cepto que fue netamente geográfico en sus inicios y que tiene importantes
aplicaciones de desarrollo regional hasta nuestros días. Las cuencas hidro-
gráficas aparecen, desde esta perspectiva, como entidades espaciales con
fmes operativos de acción política. Aquí el espacio se define por sus ca-
racterísticas morfológicas, las cuales guían y determinan un cierto tipo de
acciones y un cierto tipo de organización social para el trabajo (pensamos
en los distritos de riego, por ejemplo).
La delimitación de unidades territoriales con fmes administrativos tam-
bién conlleva modificaciones de comportamiento en el uso y en los mo-

19
dos de apropiación del espacio. Así lo conciben Jean-Yves Marchal y Ra-
fael Palma, quienes reconocen en el municipio mexicano la unidad espa-
cial que es, a la vez, entidad y eslabón fundamental de la estructuración,
no sólo político-administrativa, sino también social y cultural del país. El
análisis de los datos censales con base en la repartición municipal, permi-
te ver ciertas tendencias en la organización espacial y regional, que son
socialmente significativas. Las fronteras estatales, por ejemplo, entre Ve-
racruz y Tamaulipas, se corresponden con variaciones sustanciales con los
modos de explotación -sea agrícola, industrial, en el trazo o diseño de
vías de comunicación o en modelos de poblamiento- de un medio "natu-
ral" por lo demás bastante diversificado.
En el mismo orden de ideas, Claude Bataillon, al explorar la relevancia de
los problemas de escala, subraya de qué manera una alternancia de perspecti-
vas --de niveles de observación- permite atender a la diversidad, validez y
legitimación de las unidades territoriales. Muestra cómo el papel de los di-
versos agentes en la organización del espacio tiene que ver con planes globa-
les cuya lógica depende del tipo de funciones que buscan instrumentarse. Así,
por ejemplo, en México la lógica administrativadio origen a arreglos territo-
riales específicos, que no coinciden estrictamente con los de la burocracia
eclesiástica, o con los tejidos empresariales, o con las redes de intercambio
comercial. Sobre este esquema se superponen los sistemas de comunicaciones
que introducen sus propias limitaciones y posibilidades.
Por otra parte, la escala de observación afecta la evaluación que hace-
mos de fenómenos tan diversos y fundamentales para las sociedades,
como pueden ser el aislamiento, la distancia, el tiempo o la eficacia de las
vías de comunicación y la tecnología de transporte. El desarrollo de in-
fraestructura (red de carreteras, electrificación, escuelas), por ejemplo,
puede estimarse muy elevado a nivel nacional, como lo señala Bataillon.
Sin embargo, en el nivel local de esa misma realidad se sigue luchando
con problemas de acceso y abastecimiento que no corresponden con la
percepción de la escala mayor.
Esto nos lleva al segundo gran tema de la discusión: el espacio desde
la perspectiva de los sujetos sociales. El problema de la apropiación del
espacio por diversos actores sociales y sus circunstancias se manifestó, a
su vez, en dos vertientes, ciertamente entremezcladas. Por una parte, se
insistió en el uso, control y explotación de un espacio determinado por lí-
mites y, a veces, incluso, fines preestablecidos por agentes externos a la
localidad o región. Por otra parte, se insistió en los mecanismos de apro-
piación, creación e innovación territorial y en los significados políticos,
sociales y culturales que pueden tener tales mecanismos.

20
El espacio calificado desde fuera es el que aparece en la región estu-
diada por Emilia Velázquez, donde la reforma agraria redefine los límites
y el valor del territorio, desde fuera y con intereses extralocales. Sin em-
bargo, en este caso las sociedades locales desarrollan toda una serie de es-
trategias y prácticas que acaban por desviar los lineamientos iniciales y
lograr una mejor correspondencia con las necesidades sociales y cultura-
les de los pobladores. En la elaboración de tales estrategias se van deli-
neando "nuevos" grupos sociales adentro de la misma sociedad local
-indígena en el caso de la Sierra de Santa Marta, en Veracruz-. La conso-
lidación de estos grupos con intereses encontrados, lleva a la afirmación de
nuevos valores o, por lo menos, nuevas formas de acción política que desem-
bocan en procesos renovadosde conformaciónde identidades.
En la misma línea de argumentación, el texto de José Velasco muestra
cómo los intereses nacionales de generación de energía, mediante la cons-
trucción de una presa hidroeléctrica, llevan al reacomodo de un número
significativo de pobladores originales, lo que transforma radicalmente su
cultura y sus formas de vida. Los actores locales responden y se adaptan
en términos de innovaciones culturales o tecnológicas, pero, a fin de
cuentas, se enfrentan a cambios que no dependen de ellos y que se rigen
por una lógica que les resulta ajena. Si bien el autor pone de relieve los
mecanismos de creación de una nueva territorialidad, en un medio silvíco-
la (la selva del Uxpanapa, en el sur de Veracruz) desconocido por estos
campesinos indígenas originarios de la sierra oaxaqueña, también subraya
las limitaciones de la misma, y la sujeción persistente de estas sociedades
locales nacientes al poder central y a sus intereses.
Precisamente el tema de la acción política local, en su relación con lo
que en el artículo se llama la pertenencia territorial, está en el centro del
texto de Marielle Pepin Lehalleur. La autora busca desmenuzar la forma
en que se construyen varias legitimidades y normas de acción colectiva, y
analiza a qué espacios y territorios corresponden cada una de ellas. Es así
como vemos entrar en conflicto lealtades nacidas en los ámbitos familiar
y corporativo, por ejemplo, a la vez que se reafirma la entidad comunita-
ria --el pueblo, el ejido- como el nivel territorial de mayor pertinencia
para hacer explícitos los intereses particulares y colectivos, es decir, para
el ejercicio de "la política".
En la misma tónica, el último ensayo parte de un análisis detallado de
los mecanismos de apropiación -material o simbólica- y transforma-
ción del espacio, para llegar a una descripción de los ámbitos de vida y de
la organización de la vida cotidiana alrededor de lugares o espacios signi-
ficativos. Este enfoque nos remite a la esfera de la construcción de identi-

21
dades y de acción política, entendida ésta como la expresión conflictiva de
las voces de los habitantes. La peculiaridad de los comportamientos espa-
ciales es culturalmente significativa, llegando a fungir como signo de
"distinción" (Bourdieu, 1979) frente a los demás actores que comparten
el mismo espacio. Aunque con un trasfondo teórico distinto, Michel
Agier también interpreta la diferenciación espacial en Santiago de Bahía,
en Brasil, como la construcción de "regiones" dentro de la ciudad. Mues-
tra después cómo éstas funcionan como marcas de identificación mutua
entre las diversas poblaciones que conforman la ciudad.

Epílogo

En general, geógrafos y antropólogos coinciden en concebir al espacio


como un ámbito de negociación cotidiana entre los actores, como un ele-
mento que se redefine y conceptualiza de diversas formas, en estrecha
vinculación con las relaciones sociales, los flujos económicos y las carac-
terísticas físicas del territorio, pero tambíen con las representaciones cul-
turales de cada pueblo. "El espacio no es nada sin sus creadores, que son
a la vez sus usuarios. Los 'productores del espacio' no son sino los 'acto-
res sociales', que son tanto productores como consumidores; al mismo
tiempo autores, actores y espectadores" (Brunet, 1990). Los artículos que
se incluyen en esta colección documentan y exploran la relevancia de la
constitución de espacios sociales cuya relación con el espacio físico no es
directa ni mecánica. Además, los autores ponen énfasis en que este proce-
so puede trascender las propias limitaciones del territorio inicialmente
asociado con algún actor social -individual o colectivo- o con alguna
característica física.
Con estos señalamientos queremos destacar que existe un relativo con-
senso alrededor de algunas nociones, algunas ya bien establecidas y otras
emergentes. Como han señalado especialistas en estos temas, el espacio se
construye socialmente, es un producto social (Lefevbre, 1974); se trans-
forma y reinterpreta cotidianamente por las poblaciones que lo explotan,
lo viven, lo atraviesan (Buttimer, 1989; Frémont, 1976 y Bailly, 1991);
su manejo es un instrumento de control y dominación política (Claval, 1978;
Reynaud, 1981 y Lacoste 1976) que puede, en un momento dado, revertir-

22
se y constituirse como una herramienta de lucha y desarrollo alternativo
(v. Gagnon, 1994). Con base en los textos que aquí presentamos, quisié-
ramos invitar a que la discusión fuera más lejos. Como podrá verse, se
postula que el espacio no sólo es socialmente construido, sino que partici-
pa en la construcción social. El espacio es consustancial a la sociedad y a
la política (Levy, 1994); espacio y sociedad no existen separadamente.
Por otra parte, se reconoce en el espacio una dimensión cultural que no
aparecía con tanta fuerza en foros anteriores, o que había desaparecido bajo
los viejos ropajes del folklore y las culturas locales. Hoy vuelve con mayor
intensidad, enriquecida y bajo nuevas luces teóricas. La calificación del es-
pacio local, por ejemplo, lejos de traducir únicamente la persistencia de
tradiciones y de un cierto "apego al terruño" (que por supuesto existe,
v. L. González, 1968), es una experiencia cultural, colectiva y compleja,
donde resalta como proceso fundamental el otorgamiento de nombres y po-
siciones relativas a los lugares. Las formas en las que la apropiación territo-
rial se lleva a cabo tienen, incluso, relevancia para el establecimiento de
límites y posibilidades para la acción (v. Augé, 1994).
Estas evoluciones se traducen en la terminología misma. "Territorio"
se volvió una palabra común en el diálogo entre geógrafos, historiadores,
antropólogos y otros científicos sociales. La definición del concepto, por
supuesto no es única, aunque se comparte generalmente la noción de un
espacio apropiado mítica, social, política o materialmente por un grupo
social que se "distingue" de sus vecinos por prácticas espaciales propias
(v. Bonnemaison, 1986). Hablar de territorio implica elucidar los meca-
nismos de territorialidad, que a su vez se asocian a procesos de reconoci-
miento, invención o reinterpretación de identidades, sean endógenos o
atribuidos. En nuestra época, fértil en recomposiciones de procesos forja-
dores de identidades, es de primera importancia analizar esta problemáti-
ca (v. Saez, 1995). Resulta esencial comprender la naturaleza de los
espacios políticoeconómicos diferenciados (regiones, naciones, ciudades)
como sitios de producción cultural, para poder estudiar las construcciones
de los actores específicos que en interacción producen las culturas nacio-
nales, regionales o urbanas que se constituyen en el cemento de las identi-
dades, tal como ha subrayado Claudio Lomnitz (1995).
El tema en el que no existe consenso, sino que abre caminos inexplora-
dos, es el de la representación del espacio. No nos referimos aquí tanto a
la perspectiva de los propios actores-habitantes-usuarios del espacio, sino
a la de las disciplinas científicas. Es claro, como hemos señalado, que no
existe la posibilidad de aprehender el espacio a priori. La representación
del espacio requiere, para ser útil, del empleo cuidadoso de la crítica de

23
los supuestos abscónditos del investigador. Es urgente aprender a explici-
tar nuestras propias normas y visiones del mundo, para poder relativizar y
"posicionar" nuestras interpretaciones en marcos teóricos y conceptuales
globales, los cuales comprenden dimensiones ideológicas y éticas con re-
percusiones políticas. Esta discusión está presente desde Lacoste, pero
obras recientes vuelven a llamar la atención, con enfoques renovados, so-
bre este aspecto (Cambrezy y De Maxímy, 1995). La manipulación de
instrumentos de representación del espacio (como los mapas) es funda-
mental para el manejo de los espacios que son consustanciales de la vida
social y de la creación cultural. Con esto volvemos al ensayo con el que
se inicia el libro y a su preocupación por la concepción, la representación
y la manipulación del espacio desde diversas perspectivas. Confiamos en
que esta colección de ensayos cumplirá el propósito de animar la reflexión
y contribuir a la discusión de los temas aquí enunciados.

24
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29
Primera parte
El espacio representado
Espacio centralizado/focalizado o espacio
reticulado: ¿un problema de escala?

Claude Bataillon 1

A nivel teórico, la organización espacial puede concebirse como un juego de


escalas entre unidades "iguales" de un cierto nivel (municipios, por ejemplo)
que dependen de un centro polarizador (la capital provincial o estatal en el
caso de México). Al nivel superior, todas las provincias (la capital provincial
o estatal en el caso de México) son "iguales" y dependen de la capital nacio-
nal; al nivel inferior, cada cabecera municipal funge, a su vez, como un cen-
tro polarizador para aldeas o localidades menores.é Una organización de este
tipo se puede conceptualizar con algunas nociones clave que califican al espa-
cio, nociones como territorio, red, nudo y malla.
Para administrar un territorio es necesario dividirlo: ésta es la función
de la reticulación (maillage en francés, de maille, nudo o malla de una
red o de un tejido de punto). Cada nudo (o malla) obedece a ciertos prin-
cipios fundamentales que defmimos a continuación.

Centralismo: la malla tiene necesariamente un centro de mando, una cabecera,

Valor equiparado: cada punto depende al mismo grado de un centro x.

Jerarquía: cada malla pertenece a otra malla de nivel superior de la cual de-
pende.

Ajuste: las mallas se ajustan dentro de una red exacta, sin permitir sustitu-
ciones ni huecos.

Totalidad: un espacio está cubierto por un conjunto limitado de mallas.

Finalidad: cada malla desempeña un papel: administración general o servi-


cio especializado.
Lo sustituible: el poder puede cambiar al centro, sin provocar cambios en
la malla.

Equivalencia: todas las mallas de un mismo nivel tienen teóricamente el


mismo valor, un senador de Quintana Roo "equivale" a un senador de
Nuevo León. En la ONtJ, Jamaica "equivale" a Rusia. Resulta sin em-
bargo obvio que se establece rápidamente una jerarquía implícita entre
mallas y puestos de mando: la influencia del obispo de Chilapa no es la
misma que la del obispo de Zamora, pero esta jerarquía paralela no
constituye un sistema (traducido y adaptado por Roger Brunet, de Géo-
graphie Universelle Reclus 1, I a parte "Le déchiffrement du monde",
pp. 167-168, París, Belin, 1990).

Enfocaremos este ensayo en dos niveles de malla, el estatal y el munici-


pal, y después presentaremos dos tipos de medios de comunicación que
estructuran el espacio: los sistemas "pesados" que favorecen la polariza-
ción y los "ligeros" que favorecen una cierta "igualdad" entre mallas
del sistema.

Formación de los estados mexicanos y polos urbanos

Al igual que en los municipios que estudiaremos más adelante, podemos


observar una enorme disparidad de (amaño entre los estados. Así como
cada municipio trata de imponer su autoridad en el mayor número de po-
blaciones posible, es generalmente la autoridad de una ciudad (autoridad
religiosa, comercial, judicial), organizada desde hace mucho tiempo, la
que explica la configuración de un estado. El esquema más clásico es
el de una ciudad administrativa colonial, obispado o arzobispado, que
se transforma además en capital estatal durante la Independencia o más
tarde, y establece su mando sobre un territorio que recibe el mismo nombre.
Tales son los casos de México, Guanajuato, Puebla, Oaxaca, Chihuahua,
Querétaro, Zacatecas, Aguascalientes, Colima, Durango, San Luis Potosí,
Tlaxcala y Campeche. Otros estados son igualmente "hijos" de su cabece-
ra, aun cuando no llevan el mismo nombre. Guadalajara, sede de una au-
diencia y de un consulado comercial que compite con México, da
nacimiento a Nueva Galicia, que se transforma posteriormente en Jalisco.

34
Mérida da origen a Yucatán, Villahermosa a Tabasco, Monterrey a Nue-
vo León y Cuernavaca a Morelos. Por su parte, Culiacán, sede temprana
de una casa de moneda, no encuentra en Sinaloa ninguna ciudad que com-
pita con ella.
Ciertos estados tienen una relación más compleja con su cabecera:
Tzintzuntzan y posteriormente Pátzcuaro, son sucesivamente sede episco-
pal de Michoacán, antes que Valladolid, cuyo nombre cambia al de More-
lia en 1828. Arizpe y El Fuerte son por poco tiempo cabeceras de Sonora
antes que Herrnosillo; San Cristóbal, que se conserva como sede episco-
pal de Chiapas, en 1892 cede a Tuxtla Gutiérrez su función de cabecera
estatal. Finalmente encontramos un reducido número de ciudades que, a
pesar de ser más importantes, no son cabecera de su estado: Tampico en
el estado de Tamaulipas (por ser puerto y a pesar de ser obispado desde
tiempo atrás, frente a Ciudad Victoria, más céntrica y convertida en obis-
pado en 1965). Este es igualmente el caso de Torreón, en el estado de
Coahuila, que creció recientemente más que Saltillo, su cabecera. Muy
pocas cabeceras políticas no son sede de obispado; éste es el caso de dos
ciudades mineras, Pachuca en el estado de Hidalgo (cuyo obispado tiene
sede en Tulancingo) y Guanajuato (cuyo obispado se encuentra en León).
Pocos estados nacen fuera del esquema clásico de una sociedad ur-
bana dominante que asienta su poder territorial. Tal es el caso de Ve-
racruz, estado organizado para controlar el contrabando marítimo y
preservar el monopolio de la aduana del puerto de Veracruz, fuente de
recaudación fiscal básica para el Gobierno Federal. El territorio vera-
cruzano es, en sus inicios, un lugar dividido en dos, debido a que el
estado de Puebla llegaba a la costa del Golfo. Por razones militares y
sanitarias se elige como cabecera a Jalapa, sede de una feria comercial
desde el siglo XVI, debido a su relación con el comercio marítimo y a
su ambiente salubre de altura, en comparación con el puerto, poco sa-
lubre y amenazado por la piratería.
Los territorios federales que estuvieron durante mucho tiempo poco
poblados, entran con cierto retraso a la jerarquía estatal y su cabecera
tiene un papel rector débil: Mexicali no es más que un pueblo agrícola
cuando se convierte en cabecera de Baja California Norte (1951), al
igual que el caso de Chetumal en Quintana Roo, o de La Paz, en Baja
California Sur, que en los años setenta se convierten en cabeceras gra-
cias al éxito turístico.
Dos feudos de caciques rurales llegan a convertirse en estados a pesar
de no haber ninguna ciudad que organice la vida relacional: cuando Gue-
rrero, tierra de Juan Álvarez, se convierte en estado en 1949, su cabecera

35
no es ni Acapulco, puerto en decadencia, ni Taxco, ciudad minera tam-
bién en decadencia, ni Iguala, pueblo agrícola excéntrico, sino Chilpan-
cingo, villa de arrieros que se desarrolla únicamente debido a que es sede
administrativa, en tanto que la plaza comercial ligada a Puebla sigue sien-
do Tlapa, y el obispado, Chilapa. Podemos igualmente citar al estado de
Nayarit, fundado por Manuel Lozada, cacique rebelde de una zona indí-
gena. Territorio federal en 1884, convertido en estado en 1917, Nayarit,
con cabecera en Tepic, ejerce poco control en la zona situada en la parte
trasera de la sierra (la Iglesia católica tiene en Nayar una prelatura).
Resulta interesante comparar la red de las sedes de arzobispados y
obispados con la de los estados. Los arzobispados corresponden a las ca-
beceras de los estados "fundamentales", de creación antigua, que tienen
todavía influencia comercial sobre territorios que les pertenecieron antes
de la creación de otros estados más recientes (Puebla, en Guerrero orien-
tal y en La Huasteca, Mérida en la península de Yucatán). "Normalmen-
te" las cabeceras estatales tienen obispado, y las excepciones (Guerrero,
Hidalgo, Baja California Sur y Quintana Roo) corresponden a estados que
no nacieron a partir de una ciudad de mando. Además descubrimos que la
Iglesia católica tuvo cuidado de hacerse presente en más lugares que el
poder político, tanto en el centro del país como en zonas indígenas, como
en los casos de Chihuahua y Nayarit. .
Este panorama de las relaciones que se establecen entre el mapa de los
estados y la función de mando territorial de las ciudades, obedece por lo
tanto a un esquema general. La triple función como sede eclesiástica, jurí-
dica y comercial genera una capital estatal en la mayoría de los casos del
México de población antiguamente densa. Las zonas poco pobladas, como
costas o sierras de difícil acceso, fueron administradas de diferente mane-
ra y con menor firmeza.
El mapa administrativo de los estados y territorios federales mexicanos
no ha cambiado desde fines del siglo XIX; el esbozo de un dibujo más de-
tallado elaborado por Manuel Orozco y Berra, en la época de Maximilia-
no, no ha dejado huella. Otros intentos posteriores tampoco tuvieron
éxito: la Sierra Gorda en San Luis Potosí hubiera podido ser otro Nayarit
y la parte occidental de Michoacán ubicada en tomo a Zamora, sede obis-
pal que compite con Morelia, otro Guanajuato. Esta estabilidad no guarda
ninguna relación con los cambios hechos hasta esta fecha al mapa de Bra-
sil, por ejemplo.
La función administrativa de las capitales estatales atrajo otras activida-
des. Casi todas las universidades o centros de investigación se localizan en
ellas: las relaciones, buenas o malas, entre gobernador y medios universi-
tarios dejan huella en cada capital estatal, y la localización de universida-
des tecnológicas nuevas en otras ciudades de provincia plantea un proble-
ma en las relaciones federación/estado. Cada estado se empeña, de igual
manera, en atraer, casi siempre a su capital, empresas privadas, industria-
les o de servicios. Esta política sólo tiene éxito cuando se dispone de mer-
cados que rebasan las fronteras de un estado, por grande que éste sea. Es
el caso de ciudades (Querétaro, Toluca, Cuernavaca) ubicadas cerca de la
capital federal en tiempos de sustitución de importaciones, o más reciente-
mente de los ejes norteños del comercio internacional de apertura neolibe-
ral (Aguascalientes). En cambio, poco sabemos acerca de la manera en
que los empresarios eligen la localización de su inversión: ¿aprovechan
acaso redes de comunicación así como sistemas de comercio al mayoreo
ya establecidos a partir de una capital estatal? O por el contrario ¿escogen
las grandes infraestructuras de nivel internacional, como puertos construidos
a raíz de una política de desarrollo de puertos industriales (Lázaro Cárdenas,
Salina Cruz), iniciada durante el auge petrolero?
Por último, recordemos que la teoría relacionada con polarización y
plazas centrales que acabamos de ejemplificar con las ciudades-cabeceras
estatales mexicanas, supone que haya, desde el punto de vista demográfi-
co y económico, mallas de territorios que dependan de estos centros "su-
periores". Cuando estos centros concentran la gran mayoría de población
y actividades (como en Sonora, y Baja California), el "mando" sobre ma-
llas de nivel inferior ya no se explica; estas mallas ya no son más que su-
burbios (a veces fisicamente alejados) de los centros "superiores", que
compiten entre sí sólo en lo que a sus relaciones "hacia arriba" se refiere.
Nuestro análisis, a partir de las capitales estatales mexicanas, puede
transponerse a América Central: por su tamaño e importancia demográfi-
ca, cada estado nacional centroamericano puede ser comparado con los
estados de la federación mexicana, y en la gran mayoría de los casos exis-
te convergencia entre las funciones político-administrativas, eclesiásticas
y económicas de las cabeceras. Los casos que suscitan dudas ,en la locali-
zación de la cabecera política (Managua y León en Nicaragua, Tegucigal-
pa y Comayagua en Honduras) corresponden a dificultades en la
organización administrativa.

37
I .

La malla municipal

La red municipal mexicana está compuesta por 2 400 municipios y delegacio-


nes aproximadamente, de extensiones extremadamente desiguales. Hay 11
municipios en Baja California (Sur y Norte) que en total tienen más de
140 000 km2 Y albergan menos de dos millones de habitantes (O sea un pro-
medio de 12000 km2 Y 180000 habitantes por municipio), y 571 en Oaxaca
con 100 000 km2 Y más de tres millones de habitantes (es decir, un promedio
de 175 km2 Y 5 000 habitantes). La historia del municipio en cada estado, o
en regiones de menor tamaño plantea de manera distinta el problema de la
autonomía local, rural o urbana, de las comunidades que son también de di-
versos tamaños. Recordemos que el municipio, núcleo básico de la administra-
ción mexicana, dista mucho de tener una delimitación precisa (excepto las
zonas conurbadas), Ningún mapa detallado del INEGI tiene límites municipa-
les: no hay mojoneras que valgan, por lo menos legalmente. Por lo tanto, se
anexa a cada censo una lista de poblaciones llamada "Integración territorial",
donde cada municipio es definidopor las poblaciones que en él se encuentran.
En el mapa podemos observar municipios muy extensos en las zonas cos-
teras, en el Petén, en el norte desértico -en especial en Baja California Nor-
te y Baja California Sur-. Únicamente en Chihuahua y Sonora notamos
concentraciones de municipios de menor tamaño. Por otra parte, la localiza-
ción de los municipios más chicos corresponde evidentemente a zonas de po-
blación rural densa; sin embargo, notamos concentraciones de municipios en
la sierra de Puebla, en Oaxaca, fuera de la zona de tierra caliente, en los Al-
tos de Chiapas, en el núcleo central de Yucatán, así como en las cuencas
agrícolas de Puebla, Morelos, Alto Lerma y en la cuenca de México: es
probable que estas zonas correspondan a los territorios que las comunidades
indígenas lograron preservar durante el siglo XIX.
Los contrastes que aparecen entre la sierra de Puebla y la Sierra Gor-
da, o entre Oaxaca y Guerrero oriental (zonas igualmente indígenas), pue-
den derivar de políticas distintas según los estados. Tales diferencias en la
malla municipal nos hablan de las relaciones entre ciudad o villa mestiza
y comunidades indígenas. La historia del poblamiento del territorio por
comunidades mestizas a partir de fines del siglo XVIII, es también la histo-
ria de la creación de municipios, especialmente en occidente: el municipio
surge a menudo del nacimiento de una ranchería, con o sin la aprobación
del dueño de la tierra, en un territorio más o menos despoblado y de esca-

38
so valor. Posteriormente suceden el agrupamiento en pueblo, la edifica-
ción de un templo y la fundación de una parroquia; la construcción de la
escuela, el mercado y finalmente la autonomía municipal. Es posible que
la reforma agraria, que dotó de bosques, pastos y espacio por urbanizar a
muchas comunidades, haya satisfecho, en el siglo xx, demandas que ante-
riormente hubieran requerido de una instancia municipal; por lo tanto son
muy pocos los municipios que se crean durante este siglo.
Los municipios concentran actividades administrativas, con funcionarios y
técnicos que son agentes de modernización y urbanización. Dicha administra-
ción presenta dos aspectos contradictorios: los consejales electos representan
a los grupos sociales que dominan a nivel local; conocen lugares y gente, son
herederos de un poder que detentan familias poderosas en ocasiones desde
varias generaciones. Estos caciques tienen grados de legitimidad variable en
la cabecera y están generalmente afiliados a algún partido político nacional,
generalmente al PRl, por lo menos hasta hace poco. Por el contrario, los
técnicos y funcionarios públicos que dependen del poder estatal o federal
cuentan con una legitimidad nacional antes que local. Son capaces de lle-
var a cabo una planificación, obtener presupuesto, dentro de una perspec-
tiva cada vez más urbana, para un desarrollo integral de la escolarización,
la salud y el desarrollo agrícola.
Las cabeceras a nivel municipal son, a la vez, centros de mando pola-
rizador para unidades menores que conocemos poco: capillas de barrio
que dependen de la parroquia, partidos políticos, rancherías o pueblos que
dependen de la cabecera municipal, tiendas respecto al tianguis o al mer-
cado establecido, aunque en este último caso la jerarquía no esté bien de-
finida, el tendero se abastece poco en el tianguis ya que prefiere hacerlo
en comercios de mayoreo más importantes.

Redes de comunicaciones: los sistemas "pesados"

Hablaremos a continuación de los medios de comunicación que favorecen


la creación de un territorio organizado. Se trata de sistemas costosos que
no pueden construirse en partes y que por tanto exigen una decisión políti-
ca: para una autopista, para un tren (sobre todo un tren moderno de alta
velocidad), se debe elegir un itinerario, desechando otras opciones; de

39
igual manera, con base en el itinerario elegido debe construirse un núme-
ro determinado de estaciones (o salidas en el caso de una autopista), de-
jando sin servicio a otras localidades.
Gracias al ferrocarril, la mayor parte del territorio mexicano, al igual
que la Pampa argentina o el estado brasileño de Sao Paulo, ha cobrado
homogeneidad. Sin embargo, debemos señalar dos peculiaridades en el
caso de México: una de ellas es que, con excepción de la primera línea
(Veracruz-México), la red no se conecta con las zonas costeras; y la se-
gunda, que la construcción de líneas tuvo como finalidad, por una parte,
fomentar la población de territorios desocupados, desde la frontera con
Estados Unidos y, por otra, dar servicio a zonas ya pobladas, desde la ca-
pital de la República o, a escala menor, desde Mérida. De esta manera se
forman cuatro sistemas: el del centro, prolongado hasta Chiapas y Guate-
mala que se conecta en un solo punto (Aguascalientes) con el del norte
central y oriental; el del noroeste (que se interrumpe en Nayarit), y por
último el yucateco, totalmente aislado por falta de conexión en Campe-
che-Tabasco. Las redes no cubren la península de Baja California, ni
tampoco las Sierras Madres del Sur y Occidental.
Después de la Revolución, el ferrocarril pasa de moda. Se construyen
pocas conexiones nuevas y la red corre la misma suerte que la de Estados
Unidos: no se moderniza, no recibe mantenimiento y se descuida, lo que
da por resultado un servicio lento e irregular. Cabe preguntarse si la única
solución para mantener ciertos ejes de transporte de mercancías pesadas y
determinados trayectos para pasajeros, entre ciudades ubicadas a distan-
cias medias o en zonas turísticas por ejemplo, consiste en llevar a cabo
una modernización con privatización. Sea como sea, la función del ferro-
carril como red organizativa del territorio mexicano carece actualmente
de importancia.
Muy pronto la implementación de una red de carreteras desplazó a la polí-
tica ferroviaria mexicana. Así como la siderurgia sirvió de base para la in-
dustria ferroviaria, la red de carreteras depende en gran medida de las
actividades derivadas de la explotación petrolera; aun cuando inicialmente el
petróleo crudo estaba destinado principalmente a la exportación, el consumo
interno aumenta, debido a que ya antes de la Revolución, México importaba
coches provenientes de Estados Unidos. Por tanto se requiere de una red de
gasolineras así como de la construcción de carreteras modernas y pavimenta-
das. La red de carreteras en México, a principios de los años noventa, es de
aproximadamente 80 000 km, es decir, la mitad de la de Brasil (cuyo territo-
rio es cuatro veces más grande), en la que circulan 3.3 millones de camiones
y autobuses (tres veces más que en Brasil). México tiene la tercera parte de

40
su red carretera pavimentada (el resto son caminos revestidos y brechas),
en tanto que en Brasil únicamente la décima parte de la red ha sido pavi-
mentada. Pocos países, del nivel económico de México, tienen un dina-
mismo urbano tan vinculado con la carretera.
El ferrocarril no cubría muchas rutas, dejando espacios ocupados toda-
vía por un sistema de arriería conectado con las estaciones del tren, mien-
tras que la carretera permite un transporte continuo, sin interrupción de
carga. La brecha o el camino revestido cuestan poco y se construyen rápi-
do; prolongan la carretera pavimentada hasta los lugares de población más
dispersa. El camino sin pavimentar es transitable en todo tipo de terreno
en época de sequía y sólo en zonas llanas durante las lluvias. Actualmente
casi no queda rincón del país al que no llegue por lo menos el camión de
carga; no obstante, este tipo de transporte puede ser lento y por tanto cos-
toso en zonas de sierra, de tal manera que la red carretera pertenece a la
vez al sistema "pesado", que aquí describimos, y al sistema "ligero" que
veremos más adelante.
Las autopistas forman parte integral del sistema carretero (no hay in-
terrupción de carga cuando se toma otro tipo de carretera); responden a
las necesidades del transporte masivo. Durante los años 1960 y 1970 la
red de autopistas se desarrolla principalmente alrededor de la capital fe-
deral, mientras que a partir de los años ochenta predominan nuevos ejes
que dan servicio a Guadalajara y Monterrey, que conectan al país con
Estados Unidos.

Redes de comunicaciones: los sistemas "ligeros"

Acabamos de mencionar que el sistema carretero es a la vez "pesado"


(autopistas y carreteras principales) y "ligero" (caminos revestidos y bre-
chas que cubren sin interrupción todo el territorio). De igual manera, la
red de escuelas primarias cubre prácticamente todo el territorio nacional,
ya que llega a cualquier población que cuente con un mínimo de alumnos.
No resulta extraño que el maestro sea el funcionario público, ajeno al me-
dio local. Por lo tanto, debido a la falta de servicios en la aldea donde se
encuentra la escuela, el maestro se ve obligado a vivir en una población
cercana, siendo bajo su rendimiento. De cualquier manera, el porcentaje

41
de niños sin escolarización (aproximadamente 15% en 1990) permite dar-
se cuenta de que se está cerca de alcanzar la cobertura total del territorio.
Por otra parte, cabe señalar que la electrificación del territorio mexicano .
(o mejor dicho de sus poblaciones), está prácticamente por terminar (sólo el
10% de los hogares carecen de este servicio, principalmente en zonas de po-
blación muy dispersa, como en Hidalgo y Veracruz o de un mayor índice de
pobreza como en Chiapas, Oaxaca y Guerrero). Son pocos los hogares con
electricidad que no tienen televisión, y las emisoras de radio (muy dispersas)
llegan a todos los habitantes del país debido a que desde los años sesenta
existen receptores que no requieren de electricidad.
El desarrollo de la red telefónica es igualmente acelerado y da servicio
a todo el territorio (en las zonas que no están conectadas a la red general
se recurre a la transmisión por radio). La difusión del teléfono celular
permite comunicarse incluso con individuos que no cuentan con servicio
telefónico convencional. Los costos de conexión regulan el número de ho-
gares que cuentan con servicio telefónico (poco más de 25%). Debido a la
baja calidad del servicio postal, el uso del fax, conectado al sistema tele-
fónico, ha tenido un desarrollo excepcionalmente rápido en México. Se ha
desarrollado igualmente de manera acelerada el uso de la "moneda elec-
trónica" mediante tarjetas de crédito, debido a la falta de flexibilidad del
servicio de giro postal y a la falta de confianza en el sistema de cheques
bancarios personales.
El costo de las infraestructuras de todos estos sistemas, derivados de
las redes eléctrica y telefónica, es bajo; sin embargo, dichos sistemas se
difunden en todo el territorio sin aportar ventajas importantes a las locali-
dades "centrales". Por lo tanto permiten una organización territorial de
tipo reticulado con alto grado de "igualdad" entre las localidades.
Aun cuando la identificación de los sistemas polarizados y de los siste-
mas que forman mallas resulta evidente en el caso de la República mexi-
cana, con datos fácilmente asequibles, queda mucho por investigar con
relación a los actores sociales que intervienen en los dos niveles de la ma-
lla (a nivel superior: gobernador, obispo, rector universitario, funciona-
rios públicos estatales; a nivel inferior: sacerdotes, comisionados ejidales,
alcaldes, directores de escuelas). La investigación relacionada con los ac-
tores de flujos organizativos resulta aún más difícil en la medida que no
existen, en muchos casos, niveles organizativos claramente separados,
sino una continuidad entre la parte "pesada" y la parte "ligera" de las re-
des, tanto para los usuarios como para los actores.

42
Notas

I Revisión del texto de Annie Carrillo, oxsrov-México

2 El ensayo incluye reflexiones sobre el tema red/polarización y datos que se refieren


principalmente a México. Los datos fueron extraídos de diversas publicaciones del autor, ta-
les como "Las regiones geográficas en México" (9a. ed., 1988) y el volumen "Arnérique
latine" de Géographie Universelle Reclus (1992), Belin, París. Los elementos nuevos fue-
ron tomados de un libro en proceso de elaboración sobre los espacios mexicanos contempo-
ráneos.

43
Tal como se ve desde el mirador:
una visión del espacio*

Alfred Siemens

Esta es una reflexión sobre una perspectiva, un cierto punto de vista de las
tierras bajas tropicales; más específicamente, aunque no explícitamente, de
las tierras bajas tropicales del centro de Veracruz. En el contexto del simpo-
sio es una "visión del espacio" particular. La reflexión implicará excursiones
históricas, literarias e incluso filosóficas. Es una reflexión personal, aunque
se liga con algunas líneas prominentes del pensamiento. Generalizará de ma-
nera atroz en algunos lugares, pero detrás hay una cantidad considerable de
tiempo de campo donde se experimentaron situaciones análogas. Por último,
se trata sólo de un esbozo, que puede o no plasmarse al [mal en un óleo.

Uno

Los estímulos convergen de tres direcciones: en primer lugar, de las pro-


pias tierras bajas tropicales. He estado observando la historia de su ocupa-
ción y de su uso desde tiempos prehistóricos hasta el presente. Esto ha
implicado un examen llano de la diacronía del cambio, pero se ha puesto
de manifiesto una y otra vez que es imposible aceptar los materiales tal
como se encuentran. Las preguntas acerca de la representación aparecen
repetidamente. Los materiales son de varias épocas y se extienden sobre
una variedad de paradigmas. Las distintas voces parecen disparadas, pero
pueden verse también en conflicto, y ahí es donde yace el interés.

* Traducción de Fernando I. Salmerón Castro revisada por el autor.


El espectáculo inicial, y esta no es una palabra demasiado fuerte, estu-
vo en el paisaje mismo, visto desde el aire. Había restos de agricultura
prehispánica en humedales cubiertos por la parafernalia de la ganadería.
¿Qué había intervenido? Desde luego, un determinado curso de los acon-
tecimientos, pero ¿también una serie de evaluaciones diferentes del mis-
mo lugar? Las respuestas se buscaron a partir de los restos materiales, de
los documentos y de los habitantes que recordaban lo sucedido. Se hizo
evidente que los humedales, o por lo menos sus márgenes, habían sido
tierra de gran aprecio en una época, para luego ser abandonados y se ha-
bían vuelto a apreciar y ocupar bajo condiciones de referencia muy dife-
rentes después del contacto. Con la modernización surgió una dicotomía
de perspectivas. Por un lado hubo una antigua evaluación crítica que \legó
a las Américas desde la Europa circunmediterránea: los humedales deben
desecarse para intensificar la producción agrícola. Por otro lado, hubo
otra vieja perspectiva sobre los humedales, proveniente de las tierras ba-
jas ribereñas en el extremo de la Península Ibérica: una apreciación de la
suculenta pastura de la estación seca disponible en las tierras inundables.
En nuestra propia época hemos mejorado la comprensión de los humeda-
les tropicales per se y de su uso; nos hemos vuelto sensibles a la ecología
y también hemos sido capaces de lograr una visión de largo plazo de las
diferentes evaluaciones.
Las tierras bajas tropicales y sus habitantes han sido evaluados
desde "adentro" y desde "afuera"; más lo último que lo primero.
Esto ha coincidido a menudo con una construcción altitudinal. En la
evaluación de los recursos y las perspectivas de las tierras bajas tro-
picales, y también de las capacidades de sus habitantes, han existido
a menudo puntos de vista "arribeño" y abajeño", con apropiadas
depreciaciones que se lanzan desde la cima y de regreso. Las pers-
pectivas arribeña y fuereña a menudo han coincidido; ejemplos de
ambas y de su relación pueden encontrarse en las distintas épocas
históricas, pero un ejemplo notable puede ser suficiente en este
asunto: la perspectiva de Humboldt sobre las tierras bajas veracru-
zanas, que puede demostrarse, estaba influenciada por sus contactos
en las oficinas virreinales de la Ciudad de México. Este autor expo-
ne específicamente la opinión de que las tierras bajas requieren la
introducción de ideas y personas modernizantes para lograr desarro-
llar su potencial. Este punto de vista fue aceptado como dictado de
oráculo. Hay en todo esto un claro ordenamiento del poder y, como
se ha vuelto cada vez más evidente, una fatídica percepción equivo-
cada de las tierras bajas tropicales y sus habitantes.

46
La perspectiva fuereño-arribeña puede apreciarse en varios tipos de
cartografía que nunca es neutral. Los mapas coloniales tempranos que
acompañan a las mercedes y a los litigios de tierra son expresiones de
agresión. El mapa del México central de Humboldt, clara y precisa-
mente dibujado, representa la esencia de la autoridad. Nadie se atrevió
a dibujar otro mapa de esa región y a esa escala durante mucho tiem-
po. El mapa topográfico moderno -materia prima geográfica por ex-
celencia- está basado en perspectivas desde arriba, en fotografía
aérea, lo último en visión arribeña. La exactitud y la posibilidad de
medición confieren gran autoridad.
No he tenido aún la oportunidad de explorar sistemáticamente la pers-
pectiva abajeña, como contrapunto a la arribeña; no obstante, hay muchos
indicios interesantes. Una yuxtaposición de dos enunciadossobre el personaje
popular veracruzano, el jarocho, muestran algunas posibilidades.
Sartorius, liberal y romántico Alemán, llegó a México en 1824 y pronto
asentó su residencia permanente cerca de Huatusco, en Veracruz. Finalmente
escribió su interesante libro sobre México a mitad del siglo. Llegó con una
carta de recomendación de Humboldt y compartió con él su perspectiva de
las tierras bajas. Escribe como arribeño y como fuereño:

El jarocho, como suele llamarse al nativo de la costa, se sentiría humillado


si tuviera que cargar en su espalda un pesado cántaro de agua, aun cuando
el río se encuentra sólo a unos pasos de su cabaña; lo que él hace es unir
con una cuerda dos grandes cántaros; los cuelga sobre el lomo del pollino,
se monta en éste y se dirige a la corriente. Al llegar al río, se mete al agua
con el animal, para que los cántaros se llenen por sí mismos; así no se mo-
lesta en desmontar.

Cuando se necesita fuego en la casa, el hombre monta en el pollino y sale a


buscar algún tronco de árbol seco derribado por el viento, para llevárselo
arrastrado por el burro. Con una correa amarra un extremo del madero a la
cola del animal. Por supuesto, el amo viaja montado en el jumento. Al lle-
gar a la cabaña, introduce el tronco directamente hacia la hoguera, en vez
de partirlo; así, cuando el extremo del madero se ha consumido, el hombre
va introduciendo el resto a medida que vaya siendo necesario. El tronco
tardará varios días en consumirse del todo. A esto yo lo llamaría el savoir
faire tropical (Sartorius, 1990: 57).

Son evidentes la condescendencia y un toque de envidia. ¿Es de esta


gente que ha de esperarse el desarrollo de las tierras bajas? Lo que

47
se requiere es la colonización europea y la introducción de nuevas razas de
plantas y animales, algunas máquinas modernas y técnicas eficientes.
Años después, José Luis Melgarejo Vivanco, historiador y antropólogo
veracruzano, se expresa elocuentemente a favor del jarocho:

La pereza, casi abulia del jarocho, simbolizada en el hombre durmiendo


larga siesta en su hamaca, bajo los cocotales y a la fecunda margen de su
río. Es una litografía injusta para con el pescador que se pasó la noche tiri-
tando de frío, en el agua, piqueteado por el mosquitero y obligado a dormir
de día para pescar en la madrugada. No es menos falsa esa ilustración del
calendario comercial obsequiado a la clientela, en donde hay un agro adéni-
co, repleto de frutos, pero en donde no figuran, el norte y el huracán que
todo lo destruyen, la sequía donde queda chirriando el escupitajo sobre la
piedra, o la inundación hasta el tapanco; la maleza estrangulando a las
plantas de cultivo, el encono del insecto, la víbora sorda, el temperamento
irritado por una geografía que si es pródiga en bienes materiales y en pintu-
reros paisajes, amenaza, día y noche, a la propia vida del hombre, con las
enfermedades endémicas, con la lejanía y abandono que lo han obligado a
crearse su propio mundo, a defenderse por sí, aun cuando nazca predis-
puesto a la entrega sin linderos, para ser burlado, traicionado, y en su ge-
nerosa indignación, en lugar de la puñalada y el centralazo, recurre a su
gramática parda y canaliza su autodefensa por el atajo del sardónico agredir
o en la estrepitosa carcajada del chiste, descargando su ira en el zapateo de
la garita y escupiendo sangre mientras entona la manida canción (Melgare-
jo, 1979: 74-75).

Dos

Un segundo conjunto de estímulos provienen de algunos pasajes del traba-


jo del filósofo Michel Foucault. Alguien ha dicho de Humboldt que fue
"pasto obligatorio" para observadores subsecuentes de las Américas, es-
pecialmente para los naturalistas. De manera similar, Foucault, y otros
teóricos sociales se han vuelto "pasto obligatorio" para el científico so-
cial, especialmente sus reflexiones sobre el poder, el poder y la estructura
social, el poder y la arquitectura, el poder y el paisaje o, por cierto, el
poder y la representación del paisaje. Foucault ha sido descrito como:

48
Un hombre excepcional... que valientemente se re-piensa y se re-inventa a
sí mismo... [haciendo] intentos apasionados para buscar, entender, crear y
conectar ideas complejas acerca de un mundo que imaginó lleno de seres
humanos potencialmente creativos, que resisten constantemente el confina-
miento y el silenciamienlo (De Courtivron, 1993: 30).

Nos referimos aquí a su evocación del concepto del panopticon. Lo


toma, a su vez, del filósofo, economista y jurista teórico inglés, Je-
remy Bentham (1748-1831), quien se preocupó profundamente por re-
solver problemas sociales de manera científica (1843-1962). En 1787,
Bentham propuso un diseño de edificios públicos como hospitales, asi-
los, escuelas, casas de trabajo y, particularmente, prisiones, emplean-
do la idea del panopticon (v. figura 1). El significado mismo de la
palabra se ha tomado como "todo lo alcanzable por la mirada" (AGN,
1990: 50). Un vigilante en una torre central, o mirador, podría obser-
var el interior de cada celda de esa estructura, cada una de ellas con
una ventana en el extremo opuesto, de manera que los sujetos estarían
iluminados por detrás, nada menos. Bentham consideraba que esto pro-
porcionaría "una nueva forma de obtener poder de la mente sobre la
mente" (1843-1962: 39). Combinaría "la aparente omnipresencia del
inspector. .. con la facilidad extrema de su presencia real" (1843-1962:
45). Como Foucault lo ha expresado, en una estructura de ese tipo, el
poder sería "visible pero no verificable" (1979: 201). Esas estructuras
tenían una intención positiva; constituían una forma de lograr discipli-
na, educación, curación, reforma o producción bajo vigilancia. Gene-
ralizaban u homogeneizaban el poder y perfeccionaban su ejercicio.
Garantizaban el control no sólo de los sujetos, sino también de los cus-
todios, maestros, supervisores o médicos.
Sucede que este concepto está muy bien ilustrado en un importante edifi-
cio público mexicano, primero notorio y luego famoso: el Palacio de Lecum-
berri, en la Ciudad de México. Esta construcción no es realmente un palacio,
sino una prisión, convertida subsecuentemente para albergar el Archivo Ge-
neral de la Nación (AGN, 1990: figura 2). Bentham propuso el panopticon
hacia el final del siglo XVIII; el "palacio" se construyó un siglo después.
Entre tanto, habían ocurrido algunos avances en las disciplinas carcelarias.
La idea era aún la de reformar durante el encarcelamiento, pero había esta-
dios en este proceso, que se facilitaban por medio de la arquitectura. Con
buen comportamiento se progresaba. Los dos módulos redondos más pe-
queños representaban la idea de Bentham de manera más cercana. Era el
primer estadio: cada prisionero estaba solo, cada celda estaba abierta a

49
Figura 1

Concepto del panóptico de Jeremy Bentham.


Desde el centro se observan todas las celdas
la torre central de supervisión. Las celdas que se ubicaban en la gran es-
tructura principal en forma de estrella, ya ofrecían alguna privacía. La su-
pervisión desde la torre central alcanzaba sólo hasta las galerías entre las
celdas, parecería que para controlar a los guardias, más que a los prisio-
neros. Evidentemente existían aún varias etapas subsecuentes en la rehabi-
litación.
Pararse hoy en el centro de la fina rotonda abierta del Archivo General
de la Nación y dirigir la mirada hacia los rayos de esa gran rueda, es sen-
tir algo de la efectividad de la supervisión dentro de dicha estructura. El
efecto se aproxima en un sinnúmero de edificios contemporáneos bien
resguardados, pero se hace desde algún cuarto de control escondido, con
un muro de monitores de televisión; se trata del teleopticon.

Tres

Los expedientes arquitectónicos para facilitar la vigilancia son comunes,


por supuesto, en la arquitectura colonial latinoamericana. Las estructuras
reciben con frecuencia el nombre de mirador. Sería interesante seguir las
variaciones a este respecto del siglo XVI al siglo XIX en el control centrali-
zado representado por los cascos de las haciendas durante ese tiempo, por
ejemplo. Hay algunas variaciones interesantes que sugiere tan solo el cen-
tro de Veracruz. Cambrezy y Lascuráin ilustran algunos de los edificios
centrales con torres y galerías de la época colonial tardía y el periodo sub-
secuente en la región, así como las estructuras de supervisión al interior
de los espacios de trabajo (1990).
La facilitación arquitectónica del ejercicio del poder y el significado
del panopticon cristalizaron en mi mente al recordar una visita a una ha-
cienda chilena productora de vino en 1965. Fuimos invitados primero a la
bodega para probar el fruto de la cosecha, luego nos hicieron dar un reco-
rrido por la mansión y nos llevaron al mirador, una torre cuadrada con
ventanas y balcones alrededor desde los cuales nos mostraron la extensión
de la propiedad y los diferentes viñedos. El horizonte nevado de Los An-
des podía verse hacia el Este y las montañas más bajas de la costa hacia el
Oeste: un espléndido punto desde el que podía admirarse pero también vi-
gilarse. Con base en evidencias diversas logramos finalmente concluir que

51
Figura 2

Aplicación del panóptico en el Palacio de Lecumberri,


antigua prisión de la Ciudad de México
se trataba defmitivamente de una gran propiedad privada anterior a la re-
forma, con un régimen autoritario, de hecho, opresivo; un latifundio a la
usanza colonial.
Todo esto le da a la palabra mirador un matiz excesivamente ominoso.
Varios diccionarios y el sentido común le añaden otros significados (por
ejemplo Real Academia Española, 1984). Puede ser una terraza sobre el te-
cho o una galería elevada sobre una mansión colonial para la recreación de
los ricos o los enclaustrados, un nivel de observación en una torre de iglesia,
un balcón cerrado con vidrio o una mirilla calada desde la que uno puede ob-
servar la calle sin ser visto de cerca. Era esta también una forma de mirar a
la calle como entretenimiento, un antecedente de la televisión como distrac-
ción. Puede también ser un punto de desepnso sobre una autopista, un punto
desde el que se "domina" el paisaje. Un sinnúmero de topónimos ("El Mira-
dor", "Buenavista") reconocen orgullosamente esos puntos de superioridad.
Aunque puede ser benigna, la observación desde arriba, ya sea desde un bal-
cón, una torre, un globo aerostático, un.avión o un satélite, siempre ha sido, de
una u otra forma, una observaciónprivilegiada.

Otras interrelaciones y una evaluación

Quedan por hacerse explícitos algunos lazos --con Foucault, quizás, "co-
nectar ideas complejas", hilar una madeja, tal como él y sus seguidores
hacen tan bien-o El panopticon y el mirador son ambas expresiones y
metáforas históricas reales. Pueden emplearse para articular o ejercitar al-
gunas deducciones de un involucramiento considerable en el estudio de la
ocupación y el uso de las tierras bajas tropicales.
Estas tierras bajas se han visto desde una perspectiva de dominación en
la historia. Se vieron como teatros de conquista y explotación, se vaciaron
demográficamente, y en alguna medida ambientalmente, para la imposi-
ción de las redes coloniales de tenencia de la tierra, asentamiento y trans-
porte, así como de sus sistemas de producción. (Todo esto se ha vuelto
conocimiento generalizado con la gran ola colombiana que alcanzó su má-
xima expresión en 1992. Afortunadamente no tendremos que soportar
otra en los próximos 97 años). Las tierras bajas tropicales se volvieron
fuente de materia prima y bienes de lujo, luego objetivos de colonización

53
y desarrollo económico, de modernización e intensificación agrícola, por
medio del desarrollo de las cuencas .de los ríos y mucho más -predomi-
nantemente en términos de conceptos e imperativos extraños.
La perspectiva desde fuera o desde arriba fue adoptada por los ob-
servadores, y a menudo por los observados, como normativa. Se asu-
mió de manera acrítica al paso de muchos observadores, como puede
apreciarse claramente en los relatos de los viajeros que llegaron a Mé-
xico en el siglo XIX (Siemens, 1990). Ortega y Medina los ha ridiculi-
zado magnificentemente como una "pintoresca pipirijaina trashumante
y extranjera", como una "abigarrada y gárrula caravana aventurera"
(1955: 32). Sin embargo, sus observaciones fueron difundidas y acep-
tadas ampliamente en Europa y Norteamérica. Melgarejo constituye
una sólida excepción a una imagen fácil ampliamente difundida, al to-
mar una perspectiva desde abajo, que habla de aquellos que son obser-
vados, que son objeto de la mirada.
De manera más seria, o quizá sólo de forma más prosaica, existen
propuestas razonadas para el desarrollo de las tierras bajas tropicales
que ganaron la aceptación general y se convirtieron en políticas. Re-
cuerdo haber visto copias del libro de Pierre Gourou, The Tropical
World: Its Social and Economic Conditions and Its Future Status
(1966), en los libreros de los planificadores mexicanos del desarrollo.
La idea central de este libro es que se requieren insumos externos para
desarrollar el potencial de las tierras bajas. Esto aproxima el intento
del panopticon: la adopción de la idea en un área-objetivo indica que
ha logrado su efecto, la progresión de las etapas de Lecumberri sigue
su curso.
Todo esto tiene un corolario muy académico. La mayor parte de
nosotros probablemente nos encontramos en uno u otro de los mira-
dores más benignos, observando el paisaje o el desfile a nuestros
pies, con lejanía y desprendimiento. Se trata, no obstane, de una
perspectiva privilegiada, quizás hedonista e incluso machista. Puede
resultar demandante y costoso asumir una perspectiva alternativa.
Esta perspectiva desde fuera o desde arriba ha tenido consecuencias
desafortunadas. Pienso inmediatamente en los desechos de los proyec-
tos de desarrollo fallidos, que fracasaron en gran medida porque la
clientela no fue consultada suficientemente, la perspectiva desde abajo
no fue considerada. También existen los modelos conceptuales simplis-
tas del ambiente de las tierras bajas, su historia cultural, sus sistemas
"tradicionales de producción" -el último de ellos, por lo menos, re-
sultante de una etnografía inadecuada.

54
Hay un ejemplo excelente del reverso del panopticon en el trabajo de
la antropóloga Marilyn Gates (1979). La autora se volvió sumamente crí-
tica de las políticas de desarrollo y sus resultados en el sureste mexicano
y diseñó formas para dejar que los campesinos hablaran, para encontrar
pistas en lo que decían. Lo- que emergió fue a menudo sesgado e icono-
clasta. Podemos anticipar más antologías y análisis de ese estilo.

55
Bibliografía

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56
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1990 Between the Summit and the Sea: Central Veracruz in the Nine-
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couver.

57
Visión del espacio y representación
cartográfica

1
Luc Cambrezy

Todo intento de entender un fenómeno implica que se plantee, de entrada,


como un "problema" en sí; una vez aislado, es conveniente describirlo, ana-
lizarlo y medirlo con la mayor precisión posible. Esta observación es válida
en todos los campos, tanto para los estudiosos de ciencias biológicas como
para sus colegas de las ciencias humanas. En su esfuerzo por contribuir a una
mejor comprensión del mundo que nos rodea, la geografia, como las demás
disciplinas, participa en el ordenamiento de la realidad mediante la clasifica-
ción de los objetos (naturales o sociales) que pretende explicar. De esta ma-
nera, el geógrafo divide al mundo en objetos temáticos y espaciales: ciudades
y pueblos, montañas y colinas, población rural y población urbana, países de-
sarrollados y países del Tercer Mundo, terruños y municipios, suelos fértiles
y suelos pobres. Todos conocemos estas tipologías.
La preocupación por llevar a cabo una clasificación se ve acompañada
por un esfuerzo particular de los geógrafos para difundir el conocimiento
alcanzado, ante todo sistematizar la comparabilidad de las observaciones.
Debemos interpretar, en este sentido, los significativos avances de la téc-
nica cartográfica, misma que, como bien sabemos, representa para la geo-
grafía un lenguaje y una herramienta de excelencia.
En consecuencia, la transcripción cartográfica de la realidad observa-
da, como cualquier otra forma de representación, contribuye a dar una vi-
sión transformada del objeto mismo y, por lo tanto, a orientar, modificar
o alterar su percepción inicial. El objetivo de este trabajo consiste en estu-
diar la estrecha y ambigua relación existente entre el objeto, su percep-
ción y su representación cartográfica, enfocando la reflexión en algunos
ejemplos concretos así como en ciertos temas polémicos dentro de la dis-
ciplina. Con base en estos ejemplos se analizará el problema del mapa,
considerado como una formalización geométrica del objeto.
De la red al territorio

El gran interés que los geógrafos conceden, desde hace algunos años, al
estudio de flujos y redes es comparable con el rechazo que prevalecía
con relación a los diversos fenómenos que remiten a estas formas especí-
ficas de organización del espacio. La comunicación, el transporte y los
movimientos migratorios, entre otros temas, son considerados actual-
mente dentro de esta perspectiva. El entusiasmo reciente por ciertos tér-
minos, conceptos y formas de control, de uso y de tenencia del territorio
nos obliga a llevar a cabo un examen retrospectivo de la producción del
conocimiento debido a que dichas formas de organización en redes no
constituyen un fenómeno nuevo y representan, por el contrario, la forma
elemental de toda vida social.
Sin embargo, más allá de la forma, cabría preguntarse si este giro -que ex-
plica el gran número de equipos de investigación que hoy en día enfocan sus
análisis al estudio de las redes- no remite a una evolución fundamental de la
problemática de la geografia. Se considerará la hipótesis de que dicha evolu-
ción, reciente pero notable, remite a la ambigüedad del concepto de región,
como lo subraya un número reciente de la revista Espaces Temps. De una
manera más general, se demostrará que el origen de los debates en tomo al
concepto de región está estrechamente relacionado con los métodos de repre-
sentación cartográfica y, en particular, con la representación geométrica de
los fenómenos geográficos que pretendemos explicar.
Otra manera de abordar el problema consiste en preguntarse si este
nuevo interés por las organizaciones reticulares es simplemente resultado
de un efecto de moda o si, por el contrario, estamos frente a un cambio de
mentalidad que refleja una percepción más clara de la complejidad de un
mundo de movimientos y flujos contradictorios.
En efecto, el creciente desarrollo de los medios de comunicación y de
las interrelaciones en el planeta inducen, de manera excepcional, al ciuda-
dano "medianamente" informado a tomar conciencia de la complejidad de
los problemas de organización económica y social que las sociedades con-
temporáneas deben enfrentar. Los innumerables debates surgidos en Eu-
ropa con relación a los acuerdos de Maastricht o del GATI, así como las
discusiones referentes al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, re-
flejan las inquietudes de búsqueda de nuevos comportamientos que tomen
en cuenta el crecimiento de las interrelaciones y de las redes.

60
¿El aparente dominio de las organizaciones reticulares significaría aca-
so el fin, o incluso la muerte, de formas territoriales más o menos encajo-
nadas definidas por superficies, extensiones, y por lo tanto por límites?
¿La región, como concepto clave de la geografía, no sería entonces tan
sólo una categoría espacial obsoleta, cuya utilidad se limitaría a cumplir
con los requerimientos organizacionales del poder político?
Esta es aparentemente la opinión de ciertos autores que proponen una
especie de cronología en las formas espaciales de organización. Al apoyar
su reflexión en una metáfora, que evoca los desplazamientos de la abeja y
de la araña en el espacio, tres autores (Antheaume, Delaunay y Portais,
1987) llevan al lector a pensar que el desarrollo actual de las redes podría
provocar la desaparición de las formas territorializadas de organización
del espacio. En su opinión "el antiguo espacio modular, mosaico de co-
munidades apegadas a su autonomía territorial, se ve (actualmente) susti-
tuido por un espacio reticular en el que predominan las redes altamente
'desestructurantes' en lo que a organización tradicional del espacio se re-
fiere" .
En realidad, aun cuando admitimos con facilidad que determinado lu-
gar pueda ser atravesado por organizaciones espaciales que están fuera del
alcance y control de sus habitantes (¡éste es justamente el problema!), no
nos convence la idea de una especie de jerarquización temporal, según la
cual las redes habrían sustituido a las organizaciones territoriales. Ya que,
de hecho, toda sociedad humana "produce" organizaciones espaciales que
remiten tanto a redes como a territorios ("zonas" de superficie determina-
da). Además, si partimos de una cierta cronología en las formas de orga-
nización del espacio, es probable que la red, como forma básica de
intercambio interno de una sociedad, sea anterior al territorio, concebido
exclusivamente como una forma de apropiación del espacio. En apoyo a
lo anterior, mencionaremos el caso de las sociedades primitivas basadas
en una economía de caza y recolección y el de las sociedades nómadas
pastorales, para las que la noción de territorio limitado carecía de impor-
tancia, ya que para éstas los lugares y las rutas que los comunicaban eran
primordiales.
En aquel trabajo, así como en un gran número de publicaciones rela-
cionadas con el concepto de región, encontramos la idea de que el progre-
so económico, industrial y tecnológico ha dado como resultado una
realidad geográfica cada día más compleja y menos comprensible en tér-
minos de zonas cerradas, con límites y fronteras. De esto se desprende la
idea de que el principal reto para la geografía de fines de este siglo con-
siste en el estudio de las organizaciones reticulares.

61
Tomando en cuenta ciertos acontecimientos recientes (pienso en parti-
cular en el desarrollo de conflictos étnicos y en sus consecuencias territo-
riales), resulta evidente que los autores que sustentaban el proyecto de
"geografia regional" son responsables de haber exagerado la cohesión
que existía en estas regiones, en las que supuestamente imperaba una gran
armonía entre ciudades y zonas rurales en función de su fuerte identidad
cultural. Es indiscutible que esta geografía, siguiendo un razonamiento
cumulativo y negando la posibilidad de espacios "borrosos" o "vacíos"
(Cambrezy, 1987), generaba necesariamente la idea histórica de que los
países constituían "objetos geográficos" reales e incuestionables, debido a
que eran resultado de un conjunto de regiones, a su vez incuestionables.
Sin embargo, no podemos limitarnos a esta descripción demasiado es-
quemática y general de dicha geografía, ya que corremos el riesgo de
omitir lo esencial. Todas las polémicas en tomo al concepto de región
obedecen, en el fondo, a una misma inquietud: la representación cartográ-
fica. El problema de la representación cartográfica, como esquematiza-
ción de la realidad, se encuentra aparentemente en el centro de la mayoría
de los debates entre geógrafos, aun cuando lo oculten o lo ignoren. Por lo
tanto, debido a que no se ha abordado a fondo el problema de la percep-
ción de la realidad y de sus posibles representaciones, cabe prever que el
reciente interés por las redes y las organizaciones reticulares pospondrá
todavía más el debate en tomo a los problemas de fondo.

Del punto a la línea: el ejemplo de una red de


transporte

El análisis de las redes de transporte en México proporciona algunas ob-


servaciones que permiten esclarecer el gran problema que representa pa-
sar de la descripción de un fenómeno a su representación. Como es
sabido, en México el transporte ferroviario ha sido sustituido práctica-
mente en su totalidad por el transporte en autobús, debido a su mayor fle-
xibilidad y a la importancia de la red carretera. De entre el gran número
de compañías de transporte de pasajeros, es posible distinguir varias cla-
ses de servicio: desde los autobuses de lujo o de primera clase hasta los
de tercera clase u "ordinarios", que realizan paradas continuas.
En el caso de las compañías que ofrecen un servicio de lujo, las ofici-
nas centrales y la terminal principal se encuentran en la Ciudad de Méxi-
co. La dimensión regional, e incluso nacional, de la red de transporte
constituye la característica más importante de estas compañías. Debido a

62
lo anterior, es posible desplazarse de una ciudad de cierta importancia a otra
sin mayor dificultad y dentro de un tiempo garantizado. Este tipo de servicio
es utilizado por una población de clase media o alta que, por diversas razo-
nes, prefiere este medio de transporte en vez de utilizar su propio vehículo.
Dichas ciudades cuentan con estaciones que permiten a los pasajeros viajar a
la Ciudad de México o directamente a cualquier otra ciudad incluida en la
red. Después de haber comprado su boleto, el viajero espera en una sala mo-
derna el momento de abordar el autobús. Durante el trayecto puede disfrutar
de música agradable o televisión, cómodamente instalado en asientos reclina-
bies. El chofer del autobús se encuentra aislado en su cabina y las cortinas
de las ventanillas se encuentran cerradas, lo que permite al pasajero olvi-
darse de su entorno y de la realidad exterior y disfrutar de la manera más
conveniente (por lo general durmiendo) el viaje sin interrupciones y con-
centrarse en el principal objetivo, tanto del pasajero como de la compañía
transportista: llegar al destino elegido lo más pronto posible y en las mejo-
res condiciones de seguridad y comodidad. De esta manera cientos de au-
tobuses surcan a diario las carreteras del país.
El viaje en un autobús de tercera clase es muy diferente y, salvo cir-
cunstancias particulares, los usuarios de ese servicio pertenencen a la cla-
se baja, rural y urbana, que tiene fuertes nexos con el campo. Estos
autobuses son frecuentemente llamados ordinarios. Las oficinas centrales
de estas pequeñas compañías de transporte se ubican en ciudades grandes
o medianas, pero las rutas cubren únicamente el área de influencia de la
localidad. Por lo tanto, se trata de responder a las necesidades de la po-
blación local y de asegurar la comunicación y las relaciones entre la ciu-
dad y el campo. A diferencia de los autobuses de primera clase, éstos
efectúan paradas continuas durante el trayecto, con el fin de permitir tanto
la bajada del pasaje que ha llegado a su destino como la subida del pasaje
que desea abordar el autobús en cualquier punto del recorrido. Debido a
esto, no es posible conocer de antemano la hora de llegada.
Todos los indicadores (puntos de partida, puntos de llegada, rutas y una
cierta velocidad de desplazamiento) que permiten clasificar a estos dos servi-
cios de transporte dentro de la categoría de redes están presentes. No obstan-
te, aun cuando todo objeto geográfico modifica el espacio que lo rodea,
resulta evidente que el funcionamiento radicalmente opuesto de estas dos ca-
tegorías de transporte no tiene el mismo impacto en el espacio atravesado. Al
igual que para los viajes en avión, para las líneas de autobuses de lujo, la ruta
elegida carece de importancia debido a que, en este caso, sólo son relevantes el
punto de partida y el punto de llegada. Por el contrario, las rutas de las líneas
de autobuses de tercera clase son primordiales para los usuarios, debido a

63
que tienen la posibilidad de abordar el autobús en todo momento y en cual-
quier punto del recorrido y a que este servicio establece una relación física
entre el campo y su entorno regional.
Esto equivale a decir que cuando, en ambos casos, se trata efecti-
vamente de redes, en el primer caso la relación objeto-localización
es de tipo "punto a punto", en tanto que en el segundo caso la rela-
ción es de tipo "punto-línea-punto". Las dos redes remiten a objetos
geográficos diferentes debido a que sus formas de localización, sus
"huellas espaciales" son diferentes. Resulta evidente que la repre-
sentación cartográfica de estos dos sistemas de transporte debe refle-
jar esta distinción. La cartografía exacta de las líneas de transporte
de lujo carece de legitimidad y debe limitarse a una representación
puntual de las ciudades que conforman el esqueleto de la red ya que
el trayecto carece de importancia. Pero pensemos en los mapas
que distribuyen las grandes compañías de aviación, en los que vemos
una especie de fuegos artificiales formados por flechas que se origi-
nan en la capital y que se esparcen alrededor del planeta. No obstan-
te, cualquier pasajero que haya efectuado en repetidas ocasiones una
misma ruta aérea sabe que el trayecto, debido a razones técnicas y
meteorológicas, es siempre diferente. En este caso, las funciones del
mapa son múltiples (esparcimiento, breve descripción del viaje) y no
todas tienen como finalidad la de dar un mensaje claro, aun cuando
resulta evidente que la utilización de flechas para representar la red
aérea tiene también como objetivo introducir la idea de que no existe
lugar en el mundo que no esté al alcance de la compañía aérea.
Por el contrario, la especificidad del sistema de transporte de autobu-
ses de tercera clase requiere de una representación cartográfica precisa de
cada ruta y brecha recorridas. Debido a que constituye el verdadero siste-
ma nervioso de una región y de las relaciones que se establecen entre la
ciudad y el campo, resulta imprescindible poder evaluar el impacto de di-
cha red de transporte en el territorio en el que se inscribe. Se adivina por
lo tanto que esta red tiene un impacto de mayor amplitud más allá de la
orilla del camino. Este espacio es también el espacio de toda una pobla-
ción inserta en un conjunto de circuitos emanados del desarrollo de una
economía de mercado. Por 10 tanto, la representación cartográfica se en-
frenta a una dificultad práctica debido a que la red, constituida por puntos
y líneas, ya no es sólo red, sino también espacio, mas un espacio inserto
en la retícula de la red sin posibilidades de estar circunscrito a ella.

64
De la línea a la red

El conocimiento aún superficial de ciertos fenómenos nos lleva a suponer la


existencia de organizaciones, flujos y relaciones, mismos que nos remiten a
la noción de "red". En campos tan variados como la droga, las migraciones, la
circulación del dinero o de la información, la solidaridad de las diásporas
(griega, judía, china, palestina) resulta fácil percibir -sin necesidad de com-
probarlo- que todos estos temas se plantean de esta manera debido a que su-
ponen un nivel elevado de organización, misma que permite un manejo
adecuado de los flujos (de personas o de bienes). Hablar de flujos, y por con-
siguiente de movimiento en el espacio, equivale a hablar de objetos eminente-
mente geográficos. El problema reside en la representación cartográfica de
dichos objetos. ¿Cómo llevarla a cabo?
Tomemos el ejemplo de una red hidrográfica en una región homogénea
(selva o desierto). Al sobrevolar dicha región el ojo humano ve el detalle
de cada río, de cada curva (líneas), pero también tiene la capacidad de ver
el conjunto. Debido a que una de las características principales del cere-
bro humano consiste en que, al captar una cierta densidad de líneas, el ojo
no es capaz de distinguir los elementos lineales del espacio que los sepa-
ran. La red se convierte en un todo, un conjunto orientado pero abierto y
sin límites. Por medio del ojo, el cerebro realiza una operación de agrega-
ción y de cambio de escala, sin necesidad de clasificar la información.
Este es el problema esencial que plantea la red, ya que nadie se atreve-
ría a decir que un segmento de línea puede definir una superficie. En el
mejor de los casos, una línea permite separar y distinguir dos espacios,
uno a la derecha y otro a la izquierda o, si se prefiere, uno arriba y otro
abajo. Por el contrario, una red, a pesar de estar formada por segmentos
de línea, es de naturaleza totalmente diferente, ya que permite identificar
y describir dos tipos de espacio: uno de ellos incluido en la red, el otro en
su derredor.
Es sabido que la representación geométrica de la realidad permite única-
mente tres categorías de formas: el punto, la línea y el polígono (sea cual sea
su forma). Esto explica nuestra incapacidad de representar visualmente obje-
tos y espacios que captamos de manera borrosa debido a que lo que defme al
polígono son sus límites. Nos encontramos de esta manera frente a la limita-
ción más ímportante de la representación cartográfica.

65
De la red al territorio

Al cuestionarse sobre la pertinencia de la noción de región para el


análisis antropológico, Raynaut señalaba que "Es poco probable que
esta noción de territorio, o de extensión espacial comprendida den-
tro de fronteras lineales, resulte adecuada para todos los sistemas
sociales". Tomando como ejemplo las "Ciudades-Estado" hausa de
Nigeria, podemos decir que la organización social y política se carac-
teriza inicialmente como "una profusión de redes de dependencia que
unen a las ciudades dominantes (Kano, Katsina) con sus localidades
vasallas. La representación espacial del edificio político, de la cúspide
a la base de esta jerarquía, se expresaría de manera más adecuada me-
diante una estructura arborescente que por medio de una extensión te-
rritorial homogénea" (1984: 132-133).
Redes, árboles jerárquicos, conceptos que cualquier geógrafo o cartó-
grafo puede representar fácilmente mediante una gráfica o un mapa. Una
posible representación cartográfica del sistema político hausa consistiría
en unir las ciudades principales con las ciudades secundarias, jerarquizán-
dolas. El trazado de las rutas que unen a dichas ciudades entre sí tendría
como resultado una representación reticular del espacio hausa. El hecho
de pasar de una representación puntual (las ciudades) a una representación
lineal (la red de poderes) es válido debido a que, como lo señala atinada-
mente Raynaut: "Si, dentro de este marco, el control del espacio resulta
necesario, se debe esencialmente a que persigue el propósito, dentro de
una perspectiva estratégica, de asegurar la libre circulación de los bienes
y de los hombres a lo largo de los itinerarios de comunicación".
Dicho en otros términos, el debate no se sitúa a nivel de la representación,
sino al nivel de la percepción que se tiene de dicha representación. Se reco-
noce con gran facilidad la existencia de sistemas sociales cuya visión del es-
pacio difiere de aquélla que provocó que las sociedades contemporáneas se
encerraran dentro de los límites de territorios con fronteras celosamente vigi-
ladas y protegidas. No obstante, cabe preguntarse si un sistema político de
esta naturaleza hubiera podido desarrollarse y prosperar sin un control estre-
cho de cada ciudad -dominante o vasalla- sobre las tierras circunvecinas
que aseguraban su abastecimiento. Por lo tanto resulta más conveniente ima-
ginar una forma de control territorial "delegado", que en todo caso no re-
quería de fronteras claramente establecidas, pero que tampoco se negaba a
considerar las nociones de espacio y de territorio como categorías insepa-
rables de toda organización social elaborada. Si bien es cierto que la red
constituye la representación cartográfica más puntual del sistema político

66
hausa, también es cierto que dicho sistema político no hubiera podido sobre-
vivir por mucho tiempo sin rebasar los límitesde ciudadesy caminos.

La región: una cierta visión del mundo

La región, como concepto primordial dentro de la jerarquía de las organi-


zaciones del espacio, tiene la doble característica de ser un objeto geográ-
fico evidente, y a la vez extraordinariamente vago e incierto en cuanto a
su escala, extensión y límites. Aun cuando no mencionaré las múltiples
controversias que alimentaron la reflexión de las escuelas de geografía du-
rante varias décadas, me referiré a dos números publicados por la revista
Espaces Temps (1979-1993), en los cuales es posible seguir la evolución
de la reflexión de los principales líderes de la geografía francesa.
En una primera aproximación, la región forma parte de esos espacios
intermedios entre el nivel local de un terruño, municipio o ciudad y el ni-
vel superior del país o nación. Sin embargo, el análisis de los hechos re-
fleja una realidad diferente, ya que un gran número de regiones
económicas e incluso culturales existen y funcionan únicamente debido a
su ubicación fronteriza. Por lo tanto, es frecuente que el límite del territo-
rio político constituya la región. Al respecto cabe mencionar, como un
ejemplo idóneo, la región fronteriza entre México y Estados Unidos de
Norteamérica.
En los países en que existe una antigua tradición urbana, cada región
integra a una o varias ciudades importantes y a toda una red más o menos
densa de pequeños centros de población. Además, hace ya algún tiempo
que los geógrafos no se preocupan por la homogeneidad interna de la re-
gión; por el contrario, a menos que se trate de regiones calificadas, y des-
de cierto punto uniformes (regiones agrícolas, selváticas, montañosas), la
característica principal de la Región (con mayúscula) consiste en asociar y
conjuntar una gran diversidad de espacios -de microrregiones si se pre-
fiere- que, por sus características de complementariedad a nivel agrícola
e industrial, se interrelacionan y participan en la dinámica general de di-
cho espacio. Finalmente, cada región se ve atravesada por un gran núme-
ro de flujos. Existen dos tipos de flujos: los centrífugos, orientados hacia
otras regiones, y los centrípetos, al interior de la región misma.

67
Sin embargo, como para cualquier fenómeno que se pretende describir,
el concepto que elaboramos de la región depende totalmente de la repre-
sentación que se le da o que se desea darle. De esta manera, desde el mo-
mento en que se intenta dar una representación cartográfica de la región
sobre una hoja de papel, es preciso hacer frente a las limitaciones de la
geometría. Esto nos remite a una cierta "visión del espacio" que integra
determinadas representaciones con todas sus implicaciones culturales e in-
cluso ideológicas.

El mapa y el ordenamiento del espacio (¿o del mundo?)

Como se ha dicho en múltiples ocasiones, no existe cartografía sin ma-


nipulación razonada de la información. Todos sabemos que la única
representación exacta de la realidad sería, en todo caso, una reproduc-
ción idéntica de sus formas y sus dimensiones. Por lo tanto, el único
mapa correcto sería a escala 1: 1, aun cuando éste se vería limitado por
las dos dimensiones de la hoja de papel. El dibujo en dos dimensiones
constituye la primera limitante de la representación cartográfica, debi-
do a que provoca una pérdida de información y una esquematización
de la realidad. Determinados objetos se representan, otros no, depen-
diendo de la pertinencia del objeto con respecto al objetivo que se per-
sigue. Los mapas a esacala 1:50 000 pueden proporcionar información
sobre la existencia de una iglesia, una escuela o una estación de ferro-
carril, y no informar al viajero si puede encontrar una farmacia o una
agencia de viajes. Es sabido que la cartografía es el arte de elegir y se-
leccionar y este hecho es incuestionable.
No obstante, cabe preguntarse si esta manipulación de la información
se mantiene siempre dentro de los límites permitidos de una selección ra-
zonada. Al respecto, deseo abordar un problema a menudo olvidado e in-
cluso ignorado: el "acto cartográfico" en sí mismo, como la operación
que consiste en representar la realidad mediante líneas, puntos y zonas.
En primer lugar, es preciso evocar de manera breve las dimensiones de
lo real y las dimensiones del mapa. El mapa es de hecho una "transferen-
cia plana" de lo real, que implica una reducción a las dos dimensiones de
la hoja de papel. La representación plana del espacio es, con mucho, la
esquematización menos deficiente, ya que permite, mediante el cambio de
escala y la elección de una proyección cartográfica adecuada, representar
con relativa precisión las distancias y las superficies así como limitar las
partes ocultas. En consecuencia, a pesar de la precisión de las medidas y

68
de su transferencia al papel, el mapa sigue siendo la representación de una
realidad mucho más compleja de dimensiones múltiples. Esta observación
resulta evidente cuando se trata de la esquematización del paisaje visible
que se nos presenta en tres dimensiones; no resulta fortuito que antigua-
mente se buscara representar los campos de batalla mediante el empleo de
la "perspectiva caballera" y que esto se haga hoy mediante la construc-
ción de modelos numéricos de terreno calculados y visualizados en com-
putadora. ¿Qué se busca en ambos casos, sino lograr una aproximación
más cercana de 10 real?2
La operación que consiste en reducir 10 real a dos dimensiones, pasa
eventualmente desapercibida cuando se trata de una representación carto-
gráfica de fenómenos que no son captados directamente por el ojo huma-
no, a pesar de que se expresan en un espacio determinado: costo de las
viviendas, migraciones, tasas de crecimiento demográfico, analfabetismo,
región. En la medida en que se admite que cualquier tema puede recibir
una interpretación en términos de repartición en el espacio después de ha-
ber sido cabalmente cartografiado, existe el riesgo, para el geógrafo, de
dejarse llevar hacia una reificación (o "cosificación") del espacio. Es pre-
ciso recordar que aun si un hecho social es siempre localizable, no puede
ni debe interpretarse únicamente mediante la inscripción de dicho fenóme-
no en el espacio. Asimismo es necesario dejar claro que no existen fenó-
menos sociales (ni naturales, por cierto) que puedan ser reducidos sólo a
las dimensiones de la hoja de papel. En otras palabras, y como se afirma
o se sobreentiende con frecuencia: "si un mapa vale (en ocasiones) más
que un discurso", éste no puede sustituir cualquier discurso.
Finalmente, el problema de la esquematización no sólo consiste en la re-
ducción de un fenómeno dado a dos dimensiones. También existe la cuestión
del dibujo propiamente dicho, ya que toda representación cartográfica exige
una esquematización geométrica. ¿Cuáles son las formas de que se dispone
para la realización de un mapa? Únicamente tres: el punto, la línea y el polí-
gono. Cabe entonces preguntamos si tendremos que conformamos con repre-
sentar con un punto, una línea o una zona cualquier problema que se nos
plantee, sin considerar su inscripciónreal en el espacio.
No faltará quien diga que no ve en qué consiste el problema; debido a
que el mundo está hecho de determinada manera, puede por 10 tanto ex-
presarse realmente mediante puntos, líneas o zonas; un río visto desde un
avión ¿no es acaso un angosto listón sinuoso? ¿Acaso no se distinguen los
contornos de aquel macizo montañoso? Aquel punto verde ¿no es acaso un
árbol? Sin embargo, ¿siempre nos preguntamos si el mundo está efectiva-
mente hecho de determinada manera o si se trata únicamente de su apa-

69
riencia? El problema fundamental consiste precisamente en nuestra visión
del espacio, en la representación que se le da y en el mensaje que dicha
visión transmite. Este es precisamente el punto en el que los geógrafos di-
sienten. Aun cuando todos comparten, con mayor o menor pasión, el mis-
mo gusto por la representación cartográfica, el aparente rigor que impera
en la elaboración de un mapa encubre una visión del espacio que no cuen-
ta con la aprobación unánime y que los contrapone en muchas ocasiones.
En nuestra opinión, este es el interés principal del debate lanzado por
Y. Lacoste (1993). Demuestra cómo Brunet, detrás de los corernas.J a lo
largo de sus reflexiones sobre "el espacio y sus leyes", nos l1eva a com-
partir su propia visión de las cosas. Como si el hecho de que exista un
"orden en el mundo" fuera adquirido, incuestionable, que la repre-
sentación en coremas no haría más que confirmar. En este "combate entre
jefes",4 no pretendo tomar una postura con relación al "mensaje" que
Brunet quiere que compartamos, sino demostrar simplemente la manera
en que el geógrafo puede caer en la trampa de la cartografía (y, por ex-
tensión, del dibujo), cuando el1a misma se encuentra atrapada por la geo-
metría.
En un número reciente de la revista Espaces Temps (1993), Brunet, al
ser interrogado acerca de la congruencia del concepto de región, declaró:

no debemos dividir el espacio, por la sencilla razón de que el espacio se di-


vide por sí solo. Quiero decir con esto que el resultado del trabajo de las
sociedades humanas culmina con la creación, parcialmente voluntaria y
parcialmente aleatoria, de un cierto número de conjuntos a escalas diferen-
tes [...] existe un cierto número de subconjuntos encajonados que se for-
man a diferentes niveles en el espacio l...]; no debemos por lo tanto dividir
dichos espacios sino más bien buscar la división existente. Estas estructuras
existen, a pesar nuestro, y nosotros debemos buscarlas. Lo que resulta en
realidad difícil es encontrar los límites, pero el problema de los límites no
me ha preocupado nunca demasidado, prefiero los núcleos.

Estas palabras son esenciales. Ponen de relieve las contradicciones en las


que nos debatimos todos, en mayor o en menor grado, pero que Brunet
pretende ignorar al afirmar que existe un "orden espacial" con sus "le-
yes" y sus "reglas"; un orden implícito en las líneas anteriores. Para co-
menzar, señalaremos que resulta en cierto modo comprometedor afirmar
que el espacio "se divide por sí solo", que es necesario "buscar esta divi-
sión" y después declarar no estar muy preocupado por el problema de los
límites. ¿Quién proporcionará la receta de cómo buscar divisiones sin pre-

70
cisar en dónde dar el tijeretazo? Ya que desde el momento en que se elige
representar superficies, la gama de posibilidades no es ilimitada y ya no
consiste más que en un problema de apreciación y de convicción.
A pesar del carácter contradictorio de sus comentarios sobre los límites
-aunque quizá se trate solamente de un recorte erróneo efectuado a las
declaraciones de Brunet por los redactores de la revista- el conjunto de
los conceptos vertidos a este respecto por Brunet no deja duda acerca
de su visión muy ordenada del espacio. De hecho, al referirse constante-
mente a estos espacios encajonados en forma jerárquica, Brunet parece
ante todo pensar en la división administrativa de los países. Es así como,
sin decirlo concretamente, deja entender que el espacio está ordenado de-
bido a que las sociedades humanas lo han dividido mediante fronteras, lí-
mites regionales o municipales. Aun cuando reconoce que "los límites de
los sistemas espaciales son a menudo 'imprecisos', con franjas, incluso
fronteras, que tienen por cierto un papel propio", se retracta de inme-
diato al declarar que es preciso "esforzarse primero en definir los nú-
cleos sistémicos".
De hecho ---todos sus trabajos lo confirman ampliamente-, la visión
del espacio de Brunet está simultáneamente relacionada con su visión del
mundo y con el contenido de las informaciones que elige para llevar a
cabo el análisis. Al otorgar un lugar preponderante a "una visión econo-
micista de la sociedad" (Lacoste), al afirmar que el "dominio del territo-
rio [... ] exige su división [misma que] encuentra su expresión cabal en el
catastro", la geografía de Brunet conduce, de manera casi mecánica, a
una visión ordenada del mundo. Los censos y las diversas fuentes estadís-
ticas utilizadas reflejan las divisiones administrativas que sirvieron de
base para la recolección de datos; se está dentro o fuera, se pertenece úni-
camente a un municipio determinado, a una jurisdicción determinada, a
una región determinada, a un país determinado; esto es bien sabido.
Se excluye por tanto lo impreciso, debido a su carácter marginal y pe-
riférico. El espacio ordenado que se nos presenta se asemeja a las no me-
nos famosas "muñecas rusas", en las que todo está encajonado de manera
jerárquica; pero, y en esto coincido con Lacoste, el mundo no está hecho
únicamente de esta manera: o más bien diría que esta visión del mundo
concuerda con la visión de las administraciones de Estado y de sus diri-
gentes, "los de arriba"; que no es necesariamente la visión de los que
ocupan las escalas más bajas de la población, cuya visión del espacio pue-
de estar en total contradicción con estas divisiones espaciales 3 las que no
conceden mayor interés. Una experiencia reciente nos permite citar un
ejemplo. En México, con motivo del último censo de población efectuado

71
en 1990, el Instituto Nacional de Estadística se vio obligado a no in-
cluir, en la encuesta aplicada a los habitantes, el nombre del municipio en
que nacieron. Esta decisión se basó en el siguiente razonamiento: aun
cuando las personas saben muy bien qué población o qué región los vio
nacer, desconocen a menudo a qué división administrativa correspondía
dicha localidad. Esto entorpece evidentemente el estudio de las migracio-
nes de población, en primer lugar, pero cabe también preguntarse si la di-
visión del territorio concebida por terceros, ya sea en la Ciudad de
México o Aguascalientes, tiene algo que ver con la realidad de los en-
cuestados. ¿A qué mundo pertenece esta población cuyas referencias es-
paciales y sociales corresponden a otros territorios?
Muchos geógrafos han tenido la suerte de trabajar en regiones menos
"ordenadas" que Europa. Muchos de ellos han descubierto con curiosidad
y agrado que una visión tan jerarquizada del espacio no forma, por lo
pronto al menos, parte del patrimonio de la humanidad; que la división
del territorio no garantizaba forzosamente su cabal dominio; y que con
frecuencia esta división tendía a satisfacer los propósitos de los acaudala-
dos y poderosos ---en la ciudad, cerca de los poderes-o Finalmente, la
realidad social y económica que intentamos analizar e interpretar no es
únicamente aquélla que logramos detectar gracias al procesamiento de es-
tadísticas elaboradas en el marco de circunscripciones político-administra-
tivas, sin imprecisiones, ni vacíos, ni superposiciones.
Este largo circunloquio sobre las tesis de Brunet ilustra el carácter im-
plícito de toda esquematización cartográfica de lo real; el mapa está lleno
de omisiones y de supuestos. Se tiende a olvidar este aspecto; pero, ya
sea que se utilice el mapa, que respeta las "formas naturales", o el core-
ma, que reduce por el contrario dichas formas a formas geométricas sim-
plificadas, el problema sigue siendo el mismo. Antes de retomarlo,
diremos simplemente que los coremas fortalecen la hipótesis de un orden
espacial debido a que utilizan, para la esquematización, sólo formas geo-
métricas regulares y simétricas (círculo, cuadrado, rectángulo; pero ¿por
qué no el triángulo? pregunta Lacoste) en detrimento de todo tipo de polí-
gonos. Por razones que valdría la pena indagar mejor, la representación
del orden parece implicar la simetría de las formas.
De hecho, el problema reside en las discontinuidades derivadas de toda
representación geográfica. Es precisamente la razón por la que A. Bailly
escribió que el único mapa bueno era, sin lugar a dudas y de acuerdo con
L. Carroll, el mapa en blanco perfecta y totalmente vacío. Dicho de otra
manera, el problema que no es posible soslayar es el que se refiere a los lími-
tes y fronteras. Ahora bien, el hecho de que un polígono sea regular, o no,

72
carece de importancia -su trazo implica en ambos casos una idea de
"dentro" y de "fuera" e introduce una discontinuidad dentro de un espacio
fundamentalmente continuo-o Y dicha continuidad, para efectos de análi-
sis del ordenamiento de lo real, debe ser artificialmente interrumpida.
Por lo tanto, toda cartografía consiste de cierta manera en establecer el
orden, pero el problema reside en saber de qué tipo de orden se trata y a
quién favorece este último. En la medida en que todo trazado de límites
. tiende a ratificar y a consagrar una cierta división del espacio, el proble-
ma que se plantea es de naturaleza casi deontológica. Mediante la legiti-
mación de las discontinuidades creadas, transformamos los límites en
objetos incuestionables y actuamos como si dichos límites existieran real-
mente, incluso cuando los hayamos inventado o que hayamos utilizado
aquellos que fueron trazados por terceros, sólo por conveniencia y debido
a las exigencias de la representación cartográfica. [Pero cuidado! debe-
mos estar conscientes de que el orden que se dibuja no es probablemente
más que un orden de "combate"; y no es caer en un pacifismo en desuso
el afirmar que toda cartografía, debido a que implica una noción de perte-
nencia o de exclusión, sirve igualmente a los propósitos de ciertos acto-
res, para quienes una presentación jerárquica y ordenada del espacio
resulta atractiva.
Esta observación me parece más que suficiente para convertir el pro-
blema de las fronteras en un problema fundamental, imposible de sosla-
yar, debido a que representa la mejor manera de esclarecer lo que sucede
en esos centros y en esos "núcleos" que sólo cuentan con la aprobación
de Brunet. Debido a que los límites no existen por sí solos, y a que son
siempre producto de una construcción, resulta legítimo y esencial anali-
zarlos. Dado que las fronteras entre los países existen realmente, y que
los límites de los bienes raíces estipulados por el catastro no son única-
mente producto de la imaginación, es imposible perder de vista que estos
límites sólo adquieren sentido en función de una sociedad, incluso sólo de
un sector de la sociedad, que los creó y los colocó posteriormente
de acuerdo con su propio punto de vista y con sus reglas -por consi-
guiente, de acuerdo con sus intereses-o Nos vemos por lo tanto obliga-
dos a formulamos la ineludible pregunta: ¿cuál es este punto de vista, de
dónde viene, y quién lo expresa?
Resulta dificil estudiar los límites y las fronteras, independientemente
de su naturaleza (ya sean políticos, naturales, estadísticos e incluso cientí-
ficos), sin verse apresado por los mismos. Si consideramos sólo el campo
de los límites cartográficos, éste representa uno de los intereses más im-
portantes de los sistemas de información geográfica. El mapa cambia en-

73
tonces de naturaleza. Debido a que toda división del espacio resulta dudo-
sa y manipuladora, el mapa debe despertar desconfianza para recuperar la
única función que una geografía libre pero rigurosa ha podido concederle
y que nunca debería haber perdido: herramienta de reflexión sobre las
formas de organización y apropiación del espacio y no herramienta para
imponer un nuevo orden mundial.

¿ Cuál es, en este contexto, la función de la región?

La región se asemeja a un objeto geográfico complejo compuesto por ob-


jetos geográficos, a su vez "simples" (parcelas, fábricas, equipos, zonas
agrícolas) o complejos (redes, ciudades). La complejidad misma del obje-
to hace difícil la descripción de su localización. La región, tal como pre-
tendemos concebirla aquí, debería estar dentro de la categoría de los
objetos zonificables; pero la dificultad que representa la identificación de
fronteras precisas e incuestionables demuestra perfectamente las dudas
persistentes acerca de nuestra propia esquematización, aun cuando éstas
son pasadas por alto con frecuencia. En esto radica el problema de la ma-
yoría de los objetos geográficos complejos que tendemos a equiparar con
"zonas" a falta de una mejor alternativa. Toda zonificación introduce la
idea de continuidad interna y discontinuidad externa. Brunet intenta eludir
esta dificultad cuando declara, por una parte, que el "entorno es intrínse-
co" -dicho de otra manera, que la región se define igualmente por lo
que se encuentra a su alrededor- y que, por otra parte, prefiere "intere-
sarse en los centros y no en las periferias"; lo que evita tener que plan-
tearse el problema.
La dificultad que representa la localización de un objeto geográfico, es
decir de un fenómeno observado en un espacio determinado, estará en
función de la complejidad del fenómeno mismo. Esto explica lo dificil
que resulta comprender el concepto de región si nos empeñamos en consi-
derar a esta última únicamente como una forma espacial zonificable de
rango intermediario entre el "lugar" --el "sitio"- y una totalidad, la na-
ción o el país, mismos que son igualmente controvertidos en cuanto obje-
tos geográficos. Por tanto la región, como todo sistema complejo, debe
ser considerada con base en la multiplicidad de sus formas de localización
y no como una entidad espacial continua y contigua a otras entidades del
mismo tipo.

74
Notas

I Traducción de Annie Carrillo, üRSTüM, México.

2 Este es igualmente el objetivo de los ingenieros cuando estudian, en túneles, los fenó-
menos de turbulencia o, en cuenca, los efectos del oleaje y de las corrientes en las costas,
las desembocaduras de ríos o las construcciones portuarias. En un campo totalmente dife-
rente, equivale al objetivo imposible que persiguen los militares cuando, durante ejercicios
"con balas verdaderas", buscan colocarse en condiciones idénticas a las de un conflicto
eventual.

3 Traducción personal del francés "choreme", el cual es "una estilización del dibujo
cartográfico, de por sí ya simplificado y codificado, con el objetivo de anclar en la memoria
de los lectores algunas ideas principales" acerca de la organización espacial (De Maximy,
1995) (N. del E.).

4 Y. Lacoste y R. Brunet son ambos geógrafos de gran audiencia y trayectoria en la co-


munidad científica francesa, y más allá la comunidad internacional de los geógrafos.

75
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76
El concepto de cuencas hidrográficas y
la planificación del desarrollo regional

Roberto Melville

Introducción

En la nueva "Ley de Aguas Nacionales" mexicana, aprobada en 1992, se


introdujo el concepto de los consejos de cuenca como una instancia o ins-
trumento de coordinación y negociación entre las instancias federales, es-
tatales, municipales y representantes de los ciudadanos de áreas
territoriales articuladas por la presencia de una corriente fluvial (art. 13).
Es un instrumento para la administración del agua y para la planificación
de inversiones destinadas a incrementar y conservar la infraestructura hi-
dráulica. También constituye un mecanismo de resolución de conflictos
entre usuarios e intereses de las aguas de un río.
Este instrumento jurídico se ha puesto en marcha sólo en la cuenca del
río Lerma, donde los representantes de cinco estados (México, Michoa-
cán, Querétaro, Guanajuato y Jalisco) han emprendido acciones coordina-
das en los campos de reforestación, control de contaminación de aguas,
abasto de agua potable y riego. Últimamente se formó otro consejo de
cuenca en el Bajo Río Bravo. La organización del aprovechamiento del
agua en unidades regionales denominadas cuencas hidrológicas no es nue-
va; tiene una dilatada historia. Este enfoque de aprovechamiento integral
del agua ha sido utilizado en otros países, así como en México entre 1946
y 1976.
El concepto de cuencas hidrográficas

Las cuencas son superficies cóncavas u oquedades, como las de los ojos. Las
cuencas hidrográficas en geografía física son depresiones territoriales por las
que por lo regular fluye un río, que drena las aguas del área desde las partes
más altas hacia una salida al mar.
La cuenca fluvial es el resultado de una intersección entre dos elemen-
tos de la naturaleza, uno relativamente estable y diverso, como es la mor-
fología de la corteza terrestre, y otro dinámico y cíclico, como es el
movimiento de los elementos de la atmósfera. Entre estos dos planos ocu-
rre parte del ciclo del agua; el cual es el movimiento rotativo del agua,
caracterizado básicamente por procesos de evaporación, traslación eólica
de la humedad, precipitación pluvial y drenaje superficial. El proceso de
la filtración del agua al subsuelo y sus alumbramientos también debe con-
siderarse dentro del ciclo del agua.
El concepto de cuencas hidrográficas fue desarrollado por los geógra-
fos para describir, identificar y clasificar porciones de la superficie terres-
tre en la que ocurre una parte del ciclo del agua.
Una parte de la humedad que acarrean los vientos por la atmósfera
tropieza con las cumbres y montañas más elevadas, cuyas bajas tempe-
raturas provocan las precipitaciones de esa humedad en forma de nieve
o lluvia. Diferidamente al derretirse la nieve, o en forma inmediata en
el caso de la lluvia, el agua fluye por las laderas de los montes hacia
abajo por barrancas y planicies formando arroyos o ríos menores que
aportan sus aguas a ríos de mayor tamaño que finalmente desembocan
en un lago o en el mar. En ese tránsito descendente una parte del agua
se filtra al subsuelo a través de texturas porosas o de rupturas de la su-
perficie, y otra parte, expuesta a la radiación solar durante su camino,
se evapora nuevamente hacia la atmósfera. El concepto de cuenca u
hoya permite identificar en la morfología de la tierra aquellas extensio-
nes territoriales contiguas, grandes y pequeñas, con pendientes, por las
cuales el agua drena desde las cúspides más altas, concentrándose en el
cauce de arroyos y ríos, hacia un mar o un lago; identificamos a dichas
cuencas con el nombre del río o cauce de mayor importancia que drena
ese territorio. Hay algunas cuencas u hoyas excepcionales que no tienen
salidas superficiales a los océanos, conocidas como cuencas cerradas o
endorréicas, en las cuales las filtraciones subterráneas y la evaporación

78
suplen las funciones del drenaje de los ríos; un ejemplo de cuenca cerrada
es el valle de México.
Las filtraciones y depósitos de agua al subsuelo muchas veces entrela-
zan a varias cuencas hidrográficas superficiales. Este es el caso de varias
cuencas del sur de Texas, donde el agua se filtra en fracturas de las cuen-
cas de los río Nueces y Sabinal y luego, por medio de conductos subterrá-
neos, brota en manantiales situados en, y alimentando a los ríos San
Antonio y Guadalupe. También existen algunos ríos que drenan extensas
regiones, pero se confunden en las áreas bajas, que cíclicamente se inun-
dan o bien dan a la desembocadura común de un delta inundado. Este es
el caso de los ríos Grijalva y Usumacinta o el de los ríos Tigris y Éufra-
tes. Algunas divisiones de las partes más altas entre dos cuencas tampoco
son discretas y diferenciables; tal es el caso de la región limítrofe entre
los grandes lagos y la cuenca del río Mississippi. También hay un factor
dinámico. Los ríos tienden a ir aumentando sus respectivas áreas de dre-
naje e incorporar nuevos tributarios. Por tanto, no debemos formarnos
una idea de las cuencas fluviales como unidades geográficas discretas y
estables, cuyas áreas pueden delinearse clara y definitivamente en los ma-
pas y los estatutos jurídicos.
Las ideas acerca de la circulación del agua en la naturaleza y en
particular del drenaje en un territorio parecen simples y obvias; por
ello, nos sorprenderá saber que son relativamente nuevas en nuestra
cultura occidental. Son resultado de observaciones empíricas y refle-
xiones científicas, con referencia crítica al pensamiento bíblico de la
época, semejantes a la conceptualización heliocéntrica del sistema so-
lar propuesta por Copérnico en 1543. El concepto "ciclo del agua" tie-
ne múltiples raíces en los filósofos griegos de la Antigüedad Clásica,
pero en el pensamiento moderno es atribuida a pensadores del siglo
XVII, tales como John Ray (1627-1705).1

Origen del concepto de cuenca hidrográfica

En las entradas correspondientes de las enciclopedias anglosajonas (tales


como "watershed", "river basin", "catchment area") no se señala el ori-
gen histórico de esta idea. En cambio, en las enciclopedias francesas con

79
referencia a "bassin (Hydrographic)" se indica que esta idea fue formula-
da a mediados del siglo XVIII por Philippe Buache.
Tuve conocimiento de los orígenes del concepto de cuenca hidrográ-
fica por un camino más tortuoso que el de las enciclopedias. Perrníta-
seme describir como llegué a esta referencia bibliográfica. En 1990
trabajé con la doctora Carmen Viqueira en la elaboración de un pro-
grama de investigaciones con carácter regional que la Universidad Ibe-
roamericana auspiciaría. Con esta meta exploramos las raíces del
concepto de región en diferentes disciplinas: "región natural" (Vidal
de la Blanche) en geografía humana; "área cultural" (Clark Wissler)
en antropología; los aspectos descriptivo, abstracto y programático de
la región en economía (1. R. Boudeville).
Vidal de la Blanche se propuso seleccionar aquellas divisiones fun-
damentales del territorio francés en las que el geógrafo debería con-
centrar su atención. Antes de seleccionar el concepto-folk francés de
"pays", como las regiones geográficas naturales más adecuadas para
describir las actividades humanas interrelacionadas que ocurren en un
territorio, desechó otras divisiones artificiales, tales como las divisio-
nes históricas o administrativas. Luego se ocupó de las divisiones del
territorio francés en cuencas fluviales que aún subsistían en la enseñan-
za, "pues no se renuncia en un día a costumbres inveteradas que libros
y mapas llamados geográficos ha acreditado a conciencia't.? De ellas
dijo que son sencillas sólo en apariencia, pues al destruir las relaciones
naturales que existen entre las comarcas que forman un "pays ", uno
estaba condenado a no entender nada. El concepto de cuencas fluviales
era, en tiempos de Vidal de la Blanche, un concepto viejo y desechado
por la crítica científica de los geógrafos de su época.
Como suelen ocurrir algunos descubrimientos fue casualmente
como encontré la referencia a Buache. En un estudi; de William Skin-
ner sobre la organización de las ciudades y mercados en China, éste
señala que estas instituciones están jerárquicamente ordenadas y en-
marcadas en los contornos de las cuencas fluviales. En una nota a pie
de página señalaba los fundamentos conceptuales de esta organización
y citaba a Buache.3
Traté de obtener una copia del Essai de Géographie Physique (1752)
de Buache, pero mis intermediarios que fueron a París -Fran~ois Larti-
gue y Carmen Icazuriaga- no consiguieron autorización para sacar una
fotocopia en la Biblioteca Nacional. Gracias a la generosa intervención de
Jean-Yves Marchal conseguí copia de una reedición de este trabajo publi-
cada en 1888.4

80
Philíppe Buache (1700-1776) estudió diseño y obtuvo el premio de ar-
quitectura de la Academia en 1721. En 1729 se casó con la hija de Gui-
llermo Delísle, quien le abrió paso para trabajar en el Archivo de planos y
cartas. Ese mismo año fue nombrado primer geógrafo del rey; en 1752
publicó el Essai, y en 1755 se encargó de la educación en geografía -"la
guía de los reyes"- de los hijos de Luis xv.>
El ensayo es un género de geografía teórica donde intenta hacer un es-
tudio del orbe o globo terráqueo a partir de la estructura de los continen-
tes. Buache propone la existencia de una estructura o armazón (charpente)
de grandes cadenas montañosas que ciñen al globo de Oriente a Poniente
y, entre los polos, de Norte a Sur. Otras montañas de tamaño mediano
denominadas "de respaldo" se desprenden de las primeras hacia el mar y
separan los cauces de ríos. Esta estructura no podía ser corroborada con
las observaciones disponibles a mediados del siglo XVIII sobre la continui-
dad de grandes picos y cumbres. Buache la deduce a partir del conoci-
miento empírico de la distribución: primero, de los ríos caudalosos
(jleuves) "que tienen su origen en las grandes cadenas de montaña, reco-
rren un gran territorio y reciben un gran número de afluentes, y conser-
van su nombre desde su origen hasta el mar donde desembocan";
segundo, de los ríos medianos que se originan en las montañas de respal-
do y pierden su nombre al aportar sus aguas a los grandes ríos. "Se pue-
den representar con la forma de ramas de un gran árbol cuya raíz está
sembrada en el mar; y también con una sola mirada se puede ver todo el
terreno que abarca para dar salida a las aguas en un río caudaloso, desde
las cadenas montañosas altas y medianas"; tercero, hay algunos ríos pe-
queños o ríos de la costa, que forman un grupo particular, cuyas fuentes
no se encuentran ni en las grandes montañas ni en las cadenas de respal-
do, "y que con todo llevan sus aguas hacia el mar". Así es como se inau-
gura la teoría de las cuencas fluviales.
También postula una estructura semejante para los fondos de los ma-
res, formados por cadenas montañosas submarinas, cuyos indicios visibles
eran las islas, peñones y atalayas, entre las cuales existen cuencas subma-
rinas.
El éxito de este libro fue enorme, pero los geógrafos del siglo XIX con-
sideraron que su efecto sobre la geografía como ciencia fue funesto, ya
que los diseñadores de mapas utilizaron dicha teoría para sustituir el re-
gistro de datos empíricos, y para la crítica científica por la elegancia de
las artes gráficas. Tengo entendido que el éxito de la teoría de las cuencas
fluviales no tuvo como única consecuencia esa "funesta" utilización de un
enfoque artístico para la elaboración de mapas. Esta concepción también

81
fue aplicada después de la Revolución Francesa para definir las nuevas
demarcaciones administrativas más pequeñas, cuyo centro estaba situado
a tal distancia que un aldeano campesino pudiese transitarla en un día; y
fue puesto en práctica sobre todo en los territorios feudales más extensos
y distantes de la capital de Francia.v Pero mis conocimientos de historia y
geografía de las unidades administrativas provienen de conversaciones ca-
suales con amigos y no puedo extenderme más en este tema. Sin embar-
go, me gustaría recibir sugerencias bibliográficas y orientaciones sobre la
materia. También quiero conjeturar que estos conceptos se aplicaron a los
esquemas administrativos en las colonias francesas. Asimismo es probable
que el concepto de cuencas fluviales haya sido utilizado anteriormente
como un esquema descriptivo integral para referirse a las características
de ríos particulares en diferentes partes del planeta. Buache utiliza este
concepto para formular una hipótesis teórica. Y hemos enunciado las crí-
ticas que esta aplicación provocó entre los geógrafos franceses.

Usos modernos del concepto de cuencas fluviales

A principios del siglo xx, el concepto descriptivo de las cuencas fluviales


adquirió una nueva popularidad y ha sido adoptado como propio, tanto
por los especialistas en hidráulica, como por los políticos, sin recordar si-
quiera al geógrafo quien lo hiciera tan popular en el siglo XVIII. Quizás
esta nueva popularidad del concepto de cuencas hidrográficas está relacio-
nada con las oportunidades tecnológicas que se abrieron a principios del
siglo xx para un aprovechamiento integral y múltiple de los recursos hi-
dráulicos de una región. William Willcocks -gran rehabilitador de los
antiguos sistemas hidráulicos de Mesopotamia y Egipto- profetizó en
1903 que con la ayuda del concreto, la energía del vapor y la electricidad,
las grandes dragas y la dinamita, en un par de décadas se podrían cons-
truir obras hidráulicas más extensas que aquellas que varias dinastías de la
antigüedad habían logrado producir mediante el reclutamiento de trabajo
forzado y de cautivos de guerra."
En el pasado, sin los recursos tecnológicos de la era industrial, los pue-
blos aprovechaban sólo una parte del potencial de los ríos, y generalmente
se emprendían complejas obras con propósitos limitados. Así en las civili-

82
zaciones fluviales, que emergieron en zonas áridas, se construyeron obras
para proteger a las tierras de las inundaciones y canalizar las aguas de las
crecientes para irrigar campos. En las regiones húmedas, el agua no era ne-
cesaria para la agricultura, pero los ríos caudalosos fueron aprovechados
como vías de comunicación para extender el comercio y ampliar la influencia
política de ciudades y estados. Las caídas de agua también fueron canalizadas
como fuentes de energía para mover molinos de trigo y trapiches de azúcar.
Probablemente el desarrollo de la generación y trasmisión de energía
eléctrica al final del siglo XIX hizo pensar que el agua podía ser utilizada
para varios propósítos.f El valor de la energía cubriría los costos de los
trabajos de ingeniería necesarios para aprovechar integralmente los recur-
sos hidráulicos de una región. En 1908 el presidente Theodoro Roosevelt
indicó, al recibir el informe de la Comisión de Canales Interíores.? "cada
sistema fluvial desde su nacimiento en el bosque hasta su desembocadura
en la costa es una unidad y debe ser tratado como tal". Esta idea se puso
por primera vez en práctica en la cuenca del río Miami, bajo la supervi-
sión de A. E. Morgan. Algo semejante ocurrió en Francia, donde la ley
(del 16 de Octubre de 1919) recomendó que se tratara a las cuencas flu-
viales como unidades de planificación. !O Esta opinión era compartida por
los ingenieros alemanes e italianos para hacer eficaz la planificación
de los recursos hidráulicos.
Después de la gran inundación del río Mississippi en 1927, el congreso
norteamericano ordenó al Cuerpo de Ingenieros -institución encargada de
obras hidráulicas en Estados Unidos- que realizara estudios integrales acer-
ca de la navegación, control de inundaciones, irrigación y energía para las
cuencas fluviales en su totalidad. A partir de esta instrucción se produjeron
informes por cuencas conocidos como los "reportes 308".11 Entre ellos des-
tacaba el informe y programa elaborado para la cuenca del río Tennessee.

El modelo TVA de planeación regional integral

El Cuerpo de Ingenieros decidió concentrarse en la cuenca del Tennessee


porque se prestaba a un manejo integral. Había datos hidrológicos sufi-
cientes sobre el área. Además el Congreso enfrentaba un difícil dilema
político sobre qué hacer con la presa Wilson, construida durante la prime-

83
ra guerra para fabricar fertilizantes nitrogenados, destinados a las planta-
ciones algodoneras. El Cuerpo de Ingenieros elaboró el primer plan; el
cual estuvo disponible cuando se autorizó la creación de Tennessee Valley
Authority (TVA).12 El decreto del congreso otorgó facultades amplias a la
nueva agencia gubernamental regional para emprender un plan de des a-
rrollo regional integral, pero concediéndole prerrogativas de la flexibili-
dad como en una empresa privada. Una característica novedosa de este
plan fue que se vinculaba el conjunto de obras hidráulicas a la promoción
del bienestar social y económico de los habitantes de la región.U Para en-
cabezar la junta directiva de la nueva institución se seleccionó al ingeniero
A. E. Margan, quien había encabezado el proyecto de manejo integral de
la cuenca del río Miami.
El proyecto del valle del Tennessee consistía en un conjunto de grandes
represas construidas en las altas montañas para proteger de las inundaciones a
las tierras bajas y para generar energía eléctrica. En el curso principal del río
se construyó un canal navegable de unos mil kilómetros aproximadamente
entre Knoxville y la desembocadura del río en Kentucky; el canal estaba dís-
puesto con represas con esclusas para salvar el gradiente y con generadores
de energía. El conjunto de obras fue díseñado para operar un sistema integral
y fue construido a lo largo de una década. Simultáneamente a las obras em-
prendidas en el río, se iniciaron múltiples programas orientados a la refores-
tación de tierras de pendiente, al mejoramiento de rendimientos de cosechas a
través de la distribución de fertilizantes y consejos prácticos a los agriculto-
res, difundidos por el servicio de extensión agrícola. También se promovió la
formación de cooperativas para impulsar la electrificación rural y la venta de
insumas y maquinaria agrícola.
El área de influencia del TV A -que corresponde al territorio de la
cuenca hidrográfica del río Tennessee- comprendía fracciones de siete
estados y más de 200 municipios o condados. El poder federal delegaba a
la agencia TVA sus facultades para emprender las obras de control del río,
pero ésta debía negociar con las instancias estatales y locales acerca del
contenido de los programas. La prensa, el Departamento de Estado y los
dirigentes del proyecto se encargaron de difundir ampliamente los méritos
del proyecto: la efectividad de sus resultados y el enfoque participativo de
la planificación. David Lilienthal, miembro de la junta directiva de la
agencia, escribió un libro titulado ITA: Democracy on the March (1943)
que fue traducido a varios idiomas. Un programa similar fue puesto en
marcha en la cuenca del Ródano en Francia por las mismas fechas, pero
la guerra mundial se interpuso y retrasó la ejecución del conjunto de
obras en aquella región. 14

84
Difusión mundial del modelo TVA

Desde su creación en 1933 comenzaron a surgir, en diversos puntos del pla-


neta, proyectos diseñados a semejanza del norteamericano: cuenca del río
San Francisco (Brasil), cuenca del río Yatzhe (China), cuenca del río Papa-
loapan (México), entre otros. El aspecto de la cultura norteamericana que
más interesaba en la India era el proyecto TVA. Después de la segunda gue-
rra, el proyecto TVA representaba el equivalente del Plan Marshall norteame-
ricano para las regiones subdesarrolladas. No todos los países que
pretendieron imitar este esquema de desarrollo de recursos hidráulicos, dis-
ponían del capital para realizar el conjunto de las obras de control y aprove-
chamiento de los ríos en las cuencas fluviales respectivas. Pocos países
contaban con las condiciones necesarias o con la voluntad política para ins-
taurar los mecanismos de participación y planificación democrática que ha-
bían subrayado sus propagandistas norteamericanos. Pero sobre todo, los
análisis sociológicos no pusieron de manifiesto que el éxito del programa de
mejoramiento agrícola norteamericano implicaba la transferencia de los la-
bradores excedentes a polos de ocupación industrial. Sin estas posibilidades
de reubicación en el sector urbano-industrial y de absorción de la fuerza
laboral arraigada hasta entonces en la economía de plantación y el minifun-
dio rural, el éxito del TVA se hubiese visto ensombrecido por la persistencia de
la pobreza rural. Por estas razones los resultados de las réplicas del proyecto
TVA en diversas partes del mundo tuvieron resultados desiguales.

El programa de cuencas hidrológicas en México

Durante su campaña electoral a la presidencia de México, Miguel Alemán


pudo comprobar que las promesas de construir una presa para riego y los
ofrecimientos de agua potable despertaban un gran entusiasmo e interés
entre los ciudadanos reunidos en sus mítines políticos. El ingeniero Adol-
fo Orive Alba, entonces director de la Comisión Nacional de Irrigación,
le proporcionó información clave sobre las necesidades hidráulicas de las
diferentes localidades visitadas. 15

85
En 1944, una de las peores inundaciones anegó casi medio millón de
hectáreas de las tierras bajas de la cuenca del río Papaloapan. El estudio
ordenado por la Comisión Nacional de Irrigación sugería que se abordara
el problema de la región de una manera integral, construyéndose cinco
presas en los principales ríos tributarios y bordos a lo largo del cauce
principal del río. Las condiciones sanitarias, la construcción de vías de
comunicación y el fomento de la economía regional fueron consideradas
como partes del plan de obras a realizarse en dicha región.
Estas dos circunstancias influyeron decisivamente en el reordenamiento
de la administración de los recursos hidráulicos del país. Hasta entonces,
las responsabilidades del manejo del agua estaban dispersas en diferentes
departamentos del gobierno: la irrigación en la Comisión Nacional de
Irrigación, el control de inundaciones en la Secretaría de Comunicaciones
y Obras Públicas, el agua potable en la Secretaría de Salubridad y la pro-
ducción de energía eléctrica en la Comisión Federal de Electricidad. Cada
entidad establecía una celosa vigilancia sobre las corrientes de agua en las
que tenía obras, equipo y proyecto, aprovechándose las aguas para un
solo propósito. En diciembre de 1946 el equipo de asesores de Orive Alba
logró convencer al nuevo presidente, Miguel Alemán, para que corrigiera
esta dispersión administrativa y creara una secretaría de Recursos Hidráu-
licos. Esta fue una acción pionera en muchos aspectos. Se trata de la pri-
mera vez que en un gobierno del hemisferio occidental la administración
del agua ocupa un lugar preeminente a nivel de gabinete. Esta decisión no
se adoptó sin objeciones; la Comisión Federal de Electricidad conservó,
por razones que nunca se han aclarado, el control sobre la produc-
ción de energía. Sabemos también que la concentración de poder re-
gional en la sede de la Comisión del Papaloapan provocó intensos
celos y rivalidad con el gobernador del estado de Veracruz, Adolfo
Ruiz Cortínez. 16
Paralelamente al proceso de centralización administrativa se crearon
comisiones ejecutivas en diversas cuencas fluviales: el Papaloapan (1947),
el Tepalcatepec (mayo de 1947), el Fuerte (junio de 1951) y el Grijalva
(junio de 1951). La comisión del Lerma-Chapala-Santiago (noviembre de
1950) tenía un enfoque distinto, orientado al estudio de los problemas téc-
nicos de la distribución del agua en una de las zonas más pobladas de la
meseta central. Sin embargo, en 1966 se formuló un atractivo proyecto de
desarrollo regional que contó con apoyo del BID, y fue divulgado en toda
América Latina.l? De este mismo tipo fue creada la Comisión.Hidrológica
de la Cuenca del Valle de México para aconsejar a las autoridades sobre la
manera de abordar los problemas de abasto de agua potable y drenaje del

86
valle de México, en la que estaba asentada la Ciudad de México. 18 Cada
una de estas entidades regionales abarcaban e integraban áreas territoria-
les correspondientes a varios estados y centenares de municipios.
El balance de las obras y logros de las comisiones hidrológicas está
dispersa en una extensa bibliografía que debe ser revisada cuidadosamente
para poder extraer las lecciones que se derivan de tales experiencias .19 Al
inicio del sexenio de López Portillo volvió a dispersarse la gestión del
agua y se desaparecieron las comisiones hidrológicas. La Secretaría de
Recursos Hidráulicos se fusionó con la secretaría de Agricultura y Gana-
dería formándose la SARH. Para la administración de los recursos hidráu-
licos en la provincia se adoptó un esquema de gerencias estatales. Los
distritos de riego dieron la pauta para la formación de distritos de tempo-
ral y después en unidades de desarrollo rural. Al inicio del gobierno de
Salinas de Gortari, la élite de ingenieros hidráulicos que había elaborado
el Plan Nacional Hidráulico en 1975, recuperó su influencia y persuadió
al nuevo gobernante sobre las virtudes de una gestión unificada del apro-
vechamiento del agua: reformó la ley de aguas, comenzó a trasferir la
gestión de los distritos de riego a los usuarios y propuso la formación de
consejos de cuenca. Con estos breves apuntes quiero sugerir que existe un
patrón sociocultural en la historia moderna de México, en el cual pueden
identificarse marcadas tendencias a la centralización de la administración
de los recursos hidráulicos acompañadas por los esquemas de manejo a
nivel de cuencas. La descentralización de la gestión del agua en la cúpula
del poder político --dispersando las actividades hidráulicas en las secreta-
rías de estado- van acompañadas de una restauración de la influencia de
las entidades estatales.

Conclusión

Las divisiones geográficas en términos de las cuencas hidráulicas descan-


san en la lógica y unidad del sistema fluvial. Generalmente tales unidades,
necesarias para planear las obras de aprovechamiento de los recursos hi-
dráulicos, no coinciden con las entidades políticas. En Francia, después
de la revolución, se crearon nuevas demarcaciones administrativas que se
aproximaban a los límites de las cuencas; pero el modelo TV A de crear

87
agencias regionales para la planeación de los recursos hidráulicos del río
Tennessee y sus tributarios, requería de la transferencia del poder federal
y de un complejo proceso de coordinación y negociación entre las autori-
dades constituidas de las entidades políticas.
En México, la eficiencia en la gestión de los recursos hidráulicos a ni-
vel de cuencas hidrográficas, la capacidad de movilizar recursos económi-
cos y de decidir sobre aspectos clave de la economía regional, generaron
en el pasado centros de poder político rivales a la estructura de poder del
gobierno central con sus vínculos formales e informales con las autorida-
des estatales. El esquema de cuencas hidrográficas trasciende e intersecta
las fronteras políticoadministrativas. Por esta razón, los consejos de cuen-
ca puestos nuevamente en marcha en este sexenio han sido creados con la
aprobación y participación de los gobernadores y las estructuras institu-
cionales de los estados involucrados. No se les ha otorgado funciones eje-
cutivas, sino de coordinación y negociación. La estrecha relación que aquí
se sugiere entre las formas de administración del agua y las estructuras de
poder en México, al igual que en otras regiones, es una estimulante pers-
pectiva para reconsiderar algunas ideas formuladas en torno a los concep-
tos de "sociedades asiáticas" y "la sociedad hidráulica" de Marx y
Wittfogel. No se trata de revivir todo el esquema evolucionista y la crítica
al poder total de la Unión Soviética, sino de explorar las dimensiones po-
líticas de los esquemas de administración del agua.

88
Notas

1 Véase Yi-Fu Tuan, The Hydrologic Cycle and the Wisdom ofGod. A Theme ofGeote-
leology, University of Toronto Press, 1968, Toronto.

2 "Des divisions fondamentales du sol francais", Builetin Litteraire 11 (1888-1889).

3 Skinner, The City in Imperial China, 1978, p. 718, n11; también Minshull, Regional
Geography, Chicago, 1967, pp. 21-22.

4 Drapeyron, Les Deux Buache et l'education geographique de trois rois de France, Ins-
titute Geographique de Paris, 1888, París.

5 Prevost y D' Amat, Dictionair« de Biographie Francaise, 1956 (CNRS).

6 Comunicación personal de Claude BatailIon.

7 Willcocks, The Restoration ofthe Ancient Irrigation Works on the Tigris, 1903, p. 17.

8 Tec1aff, The River Basin in History and Law, 1967, p. 114.

9 Innland Waterways Commission, Preliminary Report, 1908, p. IV.

10 El ingeniero mexicano Pablo Bistrain atribuía el origen de los planes integrales de


cuencas fluviales al político francés Edoard Herriot, senador (1912-1919) y diputado (1919-
1940) por la región del Ródano (comunicación personal, abril de 1994).

11 White, "A Perspective of River Basin Development", en: Law and Contemporary
Problems, 220, 1957, pp. 157-187; House of Representatives Document, núm. 308, 69th
Cong., 1st Sess. (1927).

12 White, id., p. 170. House of Representatives Document, núm. 328, 71st Cong., 2nd
Sess. (1930).

13 Melville, 1WA y el desarrollo de cuencas fluviales (UIA, tesis de doctorado, 1990).

14 Cfr. Bethemont, Le théme de l'eau dans la vellée du Rhóne, ed. del autor, 1972.

15 Entrevistas al ingeniero Adolfo Orive Alba, julio de 1981 y junio de 1993.

16 Greenberg, Bureaueracy and Development: A Mexican Case Study, Lexington,


1970, p. 20.

17 Barkin y King, Desarrollo económico regional (enfoque de cuencas hidrológicas de


México), Siglo XXI, pp. 95-120, México; "Mexican Plan to Aid 8 Million in Rural Areas
Goes into Action", en: The New York Times, mayo 6, 1966.

18 SRH, Comisión Hidrológica de la Cuenca del Valle de México, La Comisión Hidroló-


gica de la Cuenca del Valle de México (1951-1970), 39 pp., México, 1970.

89
19 Una selecta lista de referencias bibliográficas se presenta a continuación:

Papaloapan: Poternan, The Papaloapan Project, 1964.

Tepalcatepec: Barkin y King, Desarrollo económico regional, 1970.

El Fuerte: Gill, La conquista del valle del Fuerte, 1957.

Grijalva: Arrieta, La integración social de la Chontalpa, 1994.

Lerrna-Chapala-Santiago: No existe aún un trabajo integral.

90
Las regiones ambiguas de Veracruz:
un ejercicio

Jean- Yves Marchal


Rafael Palma Grayeb

Región: "lo mismo sirve para un roto que para un descosido", dice el
viejo refrán popular que hace referencia a las cosas que se acomodan de
múltiples modos en circunstancias distintas. Región: "Entonces palabra
vacía, que contiene aquello que pongamos en ella ... probablemente la pa-
labra más obscura y más controvertida de la geografía", escribe Roger
Brunet sobre ella. Región: "femenino. Porción de territorio determinada
por caracteres étnicos o circunstancias particulares de clima, producción,
etc. Zool. Cualquiera de las partes en que se considera dividido exterior-
mente el cuerpo de los animales", nos dice un diccionario de la lengua es-
pañola.
Tenemos entre nuestras manos un término de viejo cuño que, actual
por su recurrente uso en muchos ámbitos, se niega a perder sus connota-
ciones originales. Término vivo que nos resulta vago, obscuro, entonces
temido por especialistas que prefieren darle la vuelta o saltarlo, incluso
ignorarlo. Pero también un concepto espacial abarcador, luminoso como
cuadro impresionista donde las fronteras precisas no existen, vocablo aho-
ra vernáculo que cumple con la nominación de lugares dentro de la amplia
gama de escalas de percepciones sociales. ¿Cómo manejar lo que lejos de
ser letra muerta brota en nuestra cotidianidad en diversos sentidos? ¿Aca-
so su valor no crecería si la precisamos con más rigor? ¿ü por el contra-
rio, si la encapsulamos en defmiciones, acaso tendría una muerte
innecesaria?
Todo esto cobra sentido cuando nos situamos en una "región" particu-
lar. Veracruz, por ejemplo, es una entidad de la República Mexicana en-
marcada por una larga serranía y el Golfo de México. Aquí los párvulos
aprenden que dicha entidad tiene varias regiones: la Huasteca, el Totonaca-
pan, las Grandes Montañas, el Sotavento, los Tuxtlas. En ocasiones, te-
rritorios contenidos en los ya citados merecen ser llamados igualmente regio-
nes: Chicontepec, Zongolica, Uxpanapa, la Mixtequilla. Según diversos
autores, esta alargada entidad puede tener, sin conflicto aparente, tres, cinco,
diez o veinte regiones establecidas por enfoques distintos: étnico, biogeográ-
fico, económico, histórico, productivo, o todos a la vez, como pretenden ser
concebidas las cinco primeras aquí mencionadas, aunque curiosamente la vi-
gencia de algunas de ellas sea hoy cuestionable.
Esa variabilidad de modos de entender un mismo espacio obedece, en
buena medida, a dos hechos: por un lado no existen consensos para defmir
sus límites, a veces ni siquiera precisar "el adentro" o "el afuera"; por otro,
la formal gestión territorial ocurre sin tomarles en cuenta. Ante una voluntad
de entendimiento ---de comprensión regional-, se antepone una administra-
ción que subdivide su quehacer sin considerar su correlato espacial, por tanto
el delimitar regiones termina generalmente en mero ejercicio académico. Hay
aquí una cuestión delicada que es mejor explicitar.

El estado del Estado

Veracruz, al igual que el resto de los estados mexicanos, está subdividido


en municipios: las unidades de gobierno más pequeñas en que se descom-
pone el país según la Constitución de la República de 1917, así como en
las respectivas Constituciones de cada estado federado. Estas unidades
forman un primer mosaico sobre el territorio veracruzano, compuesto por
210 municipios, el cual convive con los otros dos niveles de gobierno (es-
tatal y federal), que a su vez construyen sendos mosaicos sobre el mismo
espacio, pero en este caso obedeciendo a necesidades específicas de las
distintas dependencias de gobierno, según el nivel al que pertenezcan. El
resultado es una mezcla difícil de descifrar. La geografía veracruzana del
poder público acepta, además de los mencionados municipios, jurisdiccio-
nes sanitarias, inspecciones escolares, subdelegaciones estatales, comisio-
nes en cuencas hidráulicas, intendencias eléctricas, distritos electorales,
de riego, de desarrollo rural, petroleros, zonas marginales. Si a ello agre-
gamos los otros espacios, privados o no, tales como obispados, zonas de
las asociaciones ganaderas, áreas de influencia de ingenios cañeros o aso-

92
ciaciones no gubernamentales, bancarias u otras, resulta realmente difícil
hallar una porción de Veracruz que no esté partida y repartida en distintos
subespacios de administración de poder.
La fuerza de las cosas hace que todo el engranaje funcione sin dema-
siada fricción. Por fortuna, para sus habitantes sólo una docena de ciuda-
des son centros de la mayoría de esas instancias que, finalmente, son
visitadas con cierta cotidianidad por motivos de índole personal: reparar
el vehículo, saludar familiares y aprovechar para renovar el permiso de
conducir, por ejemplo. Ningún centro queda demasiado lejos, aunque vi-
vir en lugares atrapados, en traslapes de las retículas administrativas, pue-
de implicar moverse en distintas direcciones. Un ganadero del Papaloapan
puede depender de los permisos de sanidad animal expedidos en el puerto
de Veracruz, de las asambleas de la asociación en Cosamalopan, del cré-
dito bancario obtenido en Tuxtepec (poco más allá de las fronteras del es-
tado), de la compra del ganado en Acayucan y vivir en el municipio de
Chacaltianguis. Normal y complicado. Válido cuando se nace y entiende
desde siempre el sutil tejido de alianzas y fuerzas locales o foráneas,
cuando se juega con libertad de elección entre los diversos territorios de
control. Difícil cuando las negociaciones se difuminan en trámites ante di-
versas agencias de distintos niveles de gobierno; pero más cuando el te-
rruño pierde su consistencia histórica y las identidades su significado, su
valor. Es como no saber ser en su propia tierra.
La historia de las divisiones territoriales interiores no se ha escrito
completa todavía, y aun hoy parece lejos de poderse concluir. Los viejos
afanes de los poderes centrales por consolidar y garantizar la consistencia
soberana del país, ahora se traducen en divisiones sectoriales del espacio
que, por tanto, resultan aespaciales; a tal punto que no existe cartografía
exacta o definitiva de los límites municipales en Veracruz. ¿Acaso esto es
el estigma asignado al poder local más pequeño, sujeto o dormido, tam-
bién negado? ¿Acaso enfrente de todo esto sólo reste la región, definida
apenas como el espíritu de los lugares? La reversión de todo comienza,
lentamente avanza. Ya se modificó la Constitución para fortalecer el fun-
damento legal del municipio mexicano, ya se discuten sus funciones pre-
cisas, sus derechos fiscales y presupuestarios. Y los conjuntos de terruños
revitalizados pueden componer de nuevo las regiones como espacios más
humanos, más propios.

93
En detrimento de una organización de la apariencia,
la necesidad de la jerarquización

La confusión sobre el significado y validez de la nocion de región


como tal no es únicamente veracruzana. La Organización de las Nacio-
nes Unidas llama regiones a continentes o conjuntos de gran extensión,
más políticos que geográficos: América Latina completa es una región.
y dentro de ésta última el Caribe puede ser calificada como una cuen-
ca; el Golfo de México en su totalidad, de la Florida a Yucatán, como
una región. En su turno, el estado de Veracruz también es presentado
como una región o una cuenca, según el autor. Estamos ante una con-
fusión total de los términos.
Región implica etimológicamente la raíz regio, como rey, atañe al ver-
bo regir. En lo más vago, como hemos visto, región designa cualquier
parte; su escala no esta definida. En lo más preciso, la región es natural:
una cuenca hidrológica, una unidad física. En lo menos impreciso está la
región funcional, a veces llamada polarizada, a veces homogénea. "Re-
gión no es cualquier porción del espacio. Es un espacio organizado por un
sistema que se inscribe dentro de un conjunto espacial más vasto", nos
dice Dollfuss (1973: 101). Este mismo autor nos explica lo que se entien-
de por espacio:

El espacio geográfico es un espacio localizable, concreto ... Si cada punto


del espacio puede ser localizado, interesa entonces su situación puesta en
relación en el conjunto dentro del cual se inscribe, y las relaciones que
mantiene con los diferentes medios de los que forma parte ... El espacio
geográfico ... se forma y evoluciona a partir de conjuntos de relaciones,
pero estas relaciones se establecen dentro de un cuadro concreto: la super-
ficie de la Tierra (Dollfuss, 1973: 5).

De esta manera, tampoco la noción de espacio resulta vaga, ciertamente


amplia pero no imprecisa; y es amplitud que debemos dimensionar en tér-
minos de talla o extensión geográfica del fenómeno a estudiar.
En este sentido, nuestro enfoque se dirige a la jerarquización y compa-
ración de los espacios, hacia ver de qué manera los espacios encajan en
algunas sucesiones en el conjunto de tal ejercicio; nombrar a los espacios
según una terminología apropiada. Cada tipo de espacio encontrado puede
relacionarse con otro, encadenarse el más grande al más pequeño y vice-

94
versa. En otras palabras, se trata de pensar el espacio como una sucesión
de conjuntos puestos unos dentro de otros. La técnica reside en tratar de
deshacer un todo en subconjuntos, como en un juego de rompecabezas.

Una propuesta de jerarquización

A continuación presentamos un intento para hacer clara la estructura de


los espacios "encajados" Consiste en nueve niveles de ensambles estruc-
turales geográficos, una manera de cortar el espacio terrestre en conjuntos
homogéneos, del más grande al más chico, según su escala, fisonomía y
estructura, encerrando éstas un cierto tipo de sistemas, es decir, la fun-
ción que los espacios presentan. Otras subdivisiones podrían ser acogidas,
como el área, entre región y país, o a la inversa: agrupaciones que se ha-
gan entre niveles privilegiados. Para cada nivel debemos seleccionar un
método de investigación específico que depende de la disciplina científica
que se acerque a dicho nivel. La geografía es una de ellas y, obviamente,
no tiene ningún monopolio. Lo que importa es que ella proponga una cla-
rificación de las escalas espaciales.

~n"''''dón Ejemplos,
correspondencias
Orden de
tamaño
Escalas de
estudio
Zona Zona intertropical 10 millones de km2 1110000 000
Dominio Nivel 500 000 km2 o más 1/5000000
subcontinental
Amazonia.
Trópico húmedo
mexicano.
"Mediterráneo
americano" .
Provincia Área que contiene
un grupo de
Menos de 500 000
km2
1-"1 000000 I

regiones: el Golfo,
~ I
el Istmo. II

continúa

95
2
Región Comarca. 5 000 a 50 000 km 11500 000
Llanuras de 11250000
Sotavento. El
Bajío, Los Tuxtlas,
La Laguna.
País Cuenca Hasta varias 1150000
2
hidrológica. centenas de km 1120000
Microrregión.
La Huasteca.
2
Terruño Paisaje agrario. Menos de lOO km 1/10000
Espacios urbanos.
2
Barrio Sector urbano. Menos de 50 km 115 000
Un pueblo y su
espacio inmediato.
Geofaces Conjunto de 1 hectárea-I km2 111 000
parcelas o varias
manzanas.
Manzana El más pequeño Menos de 1 hectárea 11500
Parcela conjunto que se 11100
Geotopo puede determinar
en el paisaje.

Región sí, ¿pero qué más?

Por lo general, cuando los científicos se apropian de la palabra región para


dar un contexto espacial a su análisis, agregan un adjetivo para precisar su in-
terés especial. Normalmente dicho adjetivo debería utilizarse para ayudar a
caracterizar el espacio en cuestión, es decir, señalar aquellos elementos que
defmen la estructura del sistema. Pero es común que se use el calificativo al
revés: se defme el enfoque del estudio, no la región. En este último caso el
concepto se empobrece a favor de cierto énfasis; también aparecen los su-
puestos sinónimos (zona, área, unidad) al faltar los niveles más pertinentes.
En fin, se rompe el sentido del cambio de escala.
Pero ¿qué podemos decir sobre esos adjetivos que agregamos a la pala-
bra región? Básicamente aparecen tres. La región natural, donde la orga-
nización del espacio, entonces del sistema, descansa esencialmente sobre

96
elementos físicos, bióticos o abióticos. En seguida, la región histórica,
que nace de un largo pasado vivido por una sociedad que ocupa una por-
ción del espacio. Es un territorio que no tiene posibilidades de convertirse
en Estado, en nación, y que fue absorbida por una unidad política de ma-
yor dimensión. Una región histórica puede tener límites mantenidos a lo
largo de la historia, a lo largo de los tiempos, aun si los viejos motivos de
su existencia han desaparecido. A veces su contenido pudo haber perdido
toda utilidad para la gestión contemporánea del territorio.
Finalmente aparece la región llamada funcional, moderna. Es el es-
pacio que ocupa una estructura actual, particular por el reparto de sus
localidades, de las densidades de población, del diseño de los caminos;
una estructura original del equipamiento, infraestructuras y produccio-
nes que da a esa porción del espacio su individualidad con relación a
los espacios vecinos. En ellas, de más en más, la organización depende
de las relaciones que se establecen a partir de las ciudades o de un en-
tramado de localidades: las redes de caminos y ciudades. Esas mismas
redes que crean solidaridad a partir de centros urbanos en un proceso
de polarización. En ellas hay unidades motrices (bancos, industrias,
administración, puntos de inversión de capital) que ejercen su influen-
cia sobre el entorno mediato e inmediato. Podemos hablar de una re-
gión funcional, como aquella que se basa en los centros urbanos para
definir sus relaciones con el espacio.
Muchos otros calificativos podrían acompañar al término región.
Los cruces de variables, factores, características de cualquier natu-
raleza son obvias, para quien estudia el espacio, a partir del mo-
mento que esas variables desempeñan un papel en la repartición
espacial. Hay características que no influyen directamente en el mo-
saico de situaciones, fenómenos o procesos que no entran en el re-
conocimiento, definición o delimitación de espacios particulares.
Por ejemplo, y por definición, los rasgos físicos son permanentes,
mientras los hechos históricos son temporales, algunos efímeros.
Entonces interviene también una jerarquización, una opción: ¿qué
es determinante, importante, o bien secundario, sin interés? Cierta-
mente la región bien entendida no necesita adjetivos: hablamos de
un todo estructurado por el medio ambiente y la historia, de un sis-
tema que funciona dejando huella en amplios paisajes.

97
De sistemas, homogeneidad y densidad

Podemos tener una región natural, económica, histórica; una gran región,
una pequeña, una subregión. Todo es posible. Pero no deben olvidarse
tres cosas que, unidas entre sí, le dan coherencia al conjunto: la función
sistémica, el sentido de homogeneidad y la fuerza de las densidades.
Respecto a sistemas es claro que los numerosos y variados procesos
que se desarrollan en la superficie de la Tierra no estan aislados unos de
otros, sino que se interrelacionan y algunos se convierten en decisivos, es
decir, más poderosos que otros. Todos ellos ejercen influencias mutuas,
por tanto son interdependientes (v. Bassols Batalla, 1977: 19). Entender y
distinguir los procesos endógenos y exógenos que le dan sentido al con-
junto regional, sus retroalimentaciones, su razón de ser y estar, es lo que
marca nuestras cotas, tanto en el tiempo como en el espacio.
Por su parte, la idea de homogeneidad es consecuencia de la repetición
de un cierto número de formas, de un juego de combinaciones, que se re-
producen semejantes -lo que no significa idénticas- sobre una cierta
porción del espacio terrestre (v. Dollfus, 1973: 8). Puede ocurrir, es ob-
vio, tanto en las grandes zonas climáticas como la más pequeña porción
del espacio. Un área homogénea es aquella que corresponde a la extensión
de un paisaje. Es una misma formación vegetal, un tipo de topografía que
se repite, un tipo de ordenamiento rural o industrial. En términos más ge-
nerales, son las formas de ocupación del espacio que corresponden a una
densidad de población, por ejemplo un grupo humano que se distingue de
sus vecinos por técnicas agrícolas particulares.
Como se nota, la homogeneidad corresponde a una estructura particu-
lar de organización espacial. Y esta estructura es la parte visible de un
sistema, imagen de una cohesión interna. Entonces la homogeneidad no es
solamente un diseño de formas aparentes, sino que ella nace de un sistema
de relaciones que determina las combinaciones que se repiten, análogas,
sobre una cierta fracción del espacio terrestre, como escribe Dollfus
(1973: 19).
Además, leer la densidad de población en un mapa constituye el primer
paso hacia el conocimiento de sus lugares y su sociedad, debido a que la
carga de población refleja la manera en que dichas sociedades usan, mar-
can con su sello el espacio, su espacio transformado en territorio. El cálculo
es sencillo: se trata de obtener el cociente del número de habitantes por

98
unidad de superficie, generalmente por kilómetro cuadrado. Considerar y
obtener las variables necesarias ya no es tan simple: ¿sobre qué base espa-
cial calcular las densidades?, ¿qué porciones del espacio son más perti-
nentes para elaborar esa información?; ¿es posible o no ubicar con
precisión los asentamientos y restituir, gracias a la cartografía, la realidad
de la ocupación del territorio?, en fin, ¿qué contar y qué medir?
"El número de habitantes por km 2 es un eje esencial de la geografía
humana", nos dice Pierre Gourou (1979: 139), y continúa: "Al igual que
el estudio de los paisajes humanos, que le está estrechamente ligado, el de
la densidad de población lleva consigo todos los engranajes de la explica-
ción geográfica: ¿Por qué tantos hombres en determinada superficie?
¿Cuáles son las técnicas de producción y de encuadramiento (político,
económico) que justifican esta densidad?". La densidad media de vastas
extensiones permite hacer amplias comparaciones y deslindar regiones.
Pero, para captar las realidades locales, se requiere tener en cuenta las
densidades humanas de superficies pequeñas, porque los fenómenos que
se producen en espacios densos son diferentes de los que aparecen en es-
pacios de estructura ligera, fluida (Brunet, 1990: 88). Finalmente, el estu-
dio de la densidad de población acrecienta su interés si toma en
consideración el peso económico de las poblaciones interconectado con
los paisajes humanos construidos: "Todo el engranaje de la explicación
geográfica puede ponerse en marcha para explicar a la par la densidad de
población y su peso económico" (Gourou, 1979: 140). Estructura y siste-
ma, procesos y homogeneidades leídos por las densidades y su evolución,
son todos elementos clave para abordar cualquier nivel espacial jerarqui-
zado en el cuadro anterior. Entonces la región no debe evadirlos.
Pero hagamos un alto. No se trata aquí de abrumar al lector con una
apretada síntesis del pensamiento geográfico contemporáneo, más sabiendo
que las síntesis pueden contener mucho y fmalmente no decirnos nada. El
punto focal de estos párrafos no es otro que la inducción a explorar el es-
pectro de posibilidades que subyacen al concepto de región, y comparar, a
partir de Veracruz, los usos y abusos, concientes e inconcientes, reales o
imaginarios que se mueven con dicho término. Se trata fmalmente de pro-
poner otras vías para acceder al conocimiento de dicha entidad mexicana.

99
La región entre dominios mal ampliados y subespacios:
el caso de Veracruz

Tal parece que el orden del tamaño define las masas: extensiones, pesos
demográficos, poder económico. Partamos del Golfo de México, espacio
que parece la porción más amplia desde la perspectiva veracruzana, tal
vez la porción de espacio más abstracta, para llegar al fraccionamento del
estado de Veracruz, y después a 1:¡ parte norte de dicha entidad.

El Golfo y el Mediterráneo americano

El Golfo es un elemento dentro de otros espacios más vastos, según la es-


cala en que nos ubiquemos. Es algo que agregar, primero, en el conjunto
del Sinus mexicanus, reconocido y llamado como tal después del siglo
XVII según viejas cartografías. Y este Seno, junto al Mar Caribe, encaja
en otro espacio más amplio: el "Mediterráneo americano" (v. figura 1).
En este último nivel de observación se entiende que el Seno y el Mar Ca-
ribe son dos entes. Dicho en otras palabras, tenemos por un lado a las entida-
des del sur de Estados Unidos y del Golfo mexicano; por otro a las Antillas,
más los estados del Caribe y los países de la América Central. Es un grupo
geopolítico de una treintena de Estados independientes o territorios autóno-
mos (incluyendo los estados mexicanos y estadounidenses) que le bordean o
viven en su centro, un lugar real de encuentros.
Humboldt fue el primero en hablar de una "Mediterránea americana".
Después Elisée Reclus consagró el primer capítulo del tomo 17 de su Nueva
Geografía Universal (1891) a una presentación del Mediterráneo americano o
"América mediterránea" y de su evolución geopolítica. Este espacio incluyó,
en ese fin del siglo XIX: Indias occidentales, México, istmos americanos y
Antillas, sin entrar más en sus diferencias internas, producto de la historia.
Pero sobre todo, es desde finales de los años cincuenta, con la revolu-
ción cubana, y desde 1983, con el proyecto de Ronald Reagan llamado
"Caribbean Basin Initiative" (préstamos financieros a los Estados del con-
junto y facilidades para exportar), que el complejo "Mediterráneo ameri-

100
Figura 1

El mediterráneo americano: seno mexicano y mar Caribe

"Estodos del GOlfo"


esroaoomaense

-,
\
\
I
"Estados del Golfo"

centros de deciSiones
anfigl.los o ocruotes
cano" existe como tal, puesto con relación a una coyuntura geoestratégica
de primer orden para los Estados Unidos: la amenaza de la revolución cu-
bana, la independencia de las posesiones británicas y la crisis política de
América Central.
En oposición a esta visión de estrategia pura, se presentan dos concep-
ciones locales: aquella que agrupa los Estados insulares anglófonos e in-
siste, a la vez, sobre la naturaleza afroantillana y la necesidad de una
"integración regional"; otra, de inspiración más amplia, que da fuerte
acento a la oposición entre los Estados del Tercer Mundo y los Estados
desarrollados (Lacoste, 1982 y Panabiere, 1991).
El conjunto es un archipiélago de islas y tierra firme, con un mosaico
de poblaciones, varios espacios de pobreza, variedad de paisajes y múlti-
ples situaciones políticas y económicas al interior de sus fronteras. ¿Es
esto un conjunto donde surge un "orden regional"?; y ¿cómo entender re-
gión, cuando los norteamericanos llaman a su propio territorio, de Florida
a Texas, "regiones del sur"? Un "viejo sur" que por cierto conoció desa-
rrollos importantes en los años 1960-1980: el crecimiento más elevado de
Estados Unidos y la migración más fuerte a partir de los Estados del Cari-
be y América Latina. Así hasta que Miami se convirtió, desplazando a
Panamá (antes durante los siglos XVI-XVIII lo fueron Cartagena y La Ha-
bana) como capital fmanciera del Mediterráneo americano. Dicho término
actualmente se utiliza poco, pero encierra un enorme "espacio-movimien-
to": una gran red de intercambios orientada al "Norte" y con una dinámi-
ca que se puede comparar con lo que pasa en el Mediterráneo del Viejo
Mundo.
Así el Golfo de México, que no es estrictamente mexicano, tampoco
escapa a los flujos de migrantes y mercancías, a ese espacio-movimiento
que nos devela Panabiere (1991). Descrito por Monasterio (1995) a raíz
de la Conferencia de Gobernadores del Golfo celebrada apenas el pasado
mes de mayo, "El Golfo no es sólo una riviera, es un todo coherente, una
cuenca cerrada con personalidad propia ... un circuito radial de casi 5 000
km que empieza, del lado continental, en el Cabo del Este, en los "Ever-
glades" de la Florida y culmina en el Cabo Catoche, en el extremo no-
roeste del procurrente yucateco. Cierra el círculo, al oriente, el lagarto
verde de Cuba". Descripción que enmarca el más reciente intento por fa-
vorecer "la integración de la cuenca en un ámbito de creciente conciencia
subregional".

102
La fachada oriental de México

Es cierto que México juega un papel dentro de este conjunto y del ante-
rior, con su fachada marítima y sus puertos. Fachada costera que a su vez
forma un complejo de entidades, que van desde el Río Grande, o frontera
norte, hasta Yucatán. Aquí se suceden originalidades físicas y humanas
que coinciden, más o menos, con la división entre los estados federales de
la República Mexicana. La falta de homogeneidad hace que poco tenga
que ver Tamaulipas con Tabasco, o Veracruz con Yucatán. Así como ha-
blamos antes de un archipiélago terrestre respecto a los Estados de Amé-
rica Central, podemos proponer lo mismo con referencia a los estados
costeros orientales de la federación mexicana. Son sucesiones de variedad
de paisajes, mosaicos de población, densidades demográficas, estructuras
económicas y sociales, así como de distintos niveles de desarrollo. La fa-
chada oriental de México no es una unidad regional. Por lo menos, es un
"dominio" compuesto de varias características.

El rompecabezas de las huastecas

Ahora bien, si pasamos los límites del estado de Veracruz, ¿qué vemos,
sino otra división entre varias entidades? Volvemos a la discusión plantea-
da al inicio de este texto sólo para recordar la falta de límites y consensos
existentes. Tomemos dos ejemplos sobre el norte de Veracruz, el conocido
como la Huasteca.
En el primero, Claude Bataillon (1969) se sitúa a gran escala, es decir que
considera México en su conjunto federal. Él considera globalmente "la ver-
tiente huasteca y veracruzana, Íntimamente soldada al México central, del
que recibe poblamiento, iniciativas o encuentra al mismo tiempo un amplio
mercado". Según nuestro autor, comparativamente a la frontera norte de la
federación mexicana, que para él tiene cierta unidad, los trópicos húmedos
son "un mundo dividido, disperso en pequeñas unidades a pesar de la origi-
nalidad común del medio natural... (que es precisamente) el ambiente tropi-
cal húmedo [... ] Esta región seduce por sus contrastes: tradición indígena

103
Figura 2

Vertiente huasteca y veracruzana

Miles de habitantes

c:::r::II2J
O 50
LÚTIlte
100 300
septentrional
de 10$potreros de engorde
Límite meridional de los indios de guerra
en el siglo XVI
50 100 150km

Círculosproporcionalescon la
( ) población de 1asciudadesen 1960
vv
Parte negra: crecimiento 1940-1960 ""vv Verduras
(el crecuniento nacionalllega a 90%) T Tabaco
==:.
=
........
Carretera revestida o de terracería.
Carretera pavimentada
Ferrocarril
Q Piña
A Henequén
::: Trigo
~
...
~
Presa
Explotación petrolera
Pliegue. (simétricos)
*
Unn Forrajes (alfalfA)
Ingenio de azúcar
o. Agrios
...... Farallón el' Café
di Volcán ) Plátanos
'_~...
" Zona. de riego FI/ndr. Claude Bataillon, 1976: 132
... Arroz
ill Algodón
y pozos petroleros, ciudades coloniales y carreteras de penetración... donde
se oponen fuertamente sectores bien poblados y otros casi vacíos". Sobre
todo, se oponen sectores con distintas producciones agropecuarias, que difie-
ren al grado de un municipio a sus vecinos en un medio muy variado. Pese a
todo, la figura de la vertiente Huasteca y veracruzana que nos propone inclu-
ye el sur tamaulipeco hasta Ciudad Victoria, lo que significa que Bataillon no
toma en cuenta los límites estatales para la Huasteca que agrega en su diagra-
ma (v. figura 2), centrándose en el proceso que une porciones de Veracruz
con otras de Tamaulipas, Hidalgo y San Luis Potosí, y todas jugando en un
espacio ecónomico dentro del cual la ciudad de Tampico (Tarnaulipas) es
considerada como el polo determinante. La fuerza que resalta del esquema es
que el norte de Veracruz, a pesar de su falta de homogeneidad, no es más
que un apéndice de Tampico, un espacio bajo control de dicha ciudad.
En el segundo ejemplo, Bassols-Batalla (1977) y sus colegas buscan los
pequeños detalles, cruzan variables de todo tipo y valor, se empapan de la
Huasteca o Huastecas, haciendo divisiones espaciales de muchas categorías.
A tal punto, que es difícil reconocer entre los múltiples cortes espaciales
aquellas que finalmente prevalecen. Para el grupo de investigación fue un
ejercicio sin otro objetivo que subdividir y calificar los subespacios huaste-
coso Para ellos, la Huasteca está delimitada ---como ya lo habían concebido
los antropólogos- al sur por el río Cazones (entre Papantla y Tuxpan) y al
norte por el río Soto La Marina (más septentrional que Ciudad Victoria), lo
que significa ampliamente que el norte de Veracruz no se puede entender,
por donde lo veamos, sin sus relaciones con Tamaulipas y las extremidades
orientales de otros estados como San Luis Potosí, Hidalgo y, a veces, Queré-
taro. Esto constituye un primer punto que tiene bastante fuerza: el norte Ve-
racruz, como tal, no se puede analizar dentro de sus propios límites estatales,
si intentamos abarcarlo en su totalidad. Todo el deslinde de espacios homogé-
neos ahí realizado desemboca en una sobreposición que, al extremo, otorga
una complejidad casi infmita entre la sierra y la costa, entre el norte y el sur,
tanto del piemonte como de la planicie costera, de tal forma que entramos en
un fmo entramado donde cada pieza tiene su originalidad.
Estos dos ejemplos nos llevan por sucesivos cambios de escala. Dicho de
otra manera, entramos poco a poco en un juego que tiene que ver con un
mosaico detallado de originalidades espaciales al nivel local. En el norte de
Veracruz es dificilponer en relaciónlas variadas escalas estructurales socioeconó-
micas. Existen por lo menos tres regiones superpuestas en un "país" históri-
co: la Huasteca, cuyos límites rebasan la entidad veracruzana. Y esas tres
regiones se descomponen en varias unidades: áreas, subáreas, geofacies/geo-
sistemas, así tratando de seguir la clasificación que antes presentamos.

105
¿De qué otra manera pudiera presentarse el norte de Veracruz? Una
respuesta tiene que ver con los objetivos que cada grupo social o grupo de
presión persigue, grupos que tienen el poder de decisión durante algún
tiempo en ciertos lugares como, por ejemplo, las asociaciones de produc-
tores (v. figura 3). He aquí otra posibilidad.

Concluyendo: cada quien ve su región según sus preguntas


y punto de observación

El estado de Veracruz puede aparecer como un conjunto homogéneo desde el


punto de vista político, si consideramos que sus habitantes obedecen a las
mismas leyes, las cuales repercuten históricamente en el paisaje estatal. Por
ejemplo, en lugares de Puebla vecinos a Veracruz, se nota de inmediato en el
paisaje que existen leyes diferentes respecto al manejo forestal.
Una asociación coherente de lugares es una unidad espacial. No impor-
ta la extensión del espacio geográfico ni lo que fundamente su unidad,
sino sólo el momento que ofrece una diferencia global, la representación
de otro espacio, de la otredad respecto a los lugares vecinos. Entonces es
que estamos realmente ante un espacio geográfico. Y en ese momento lo
importante es presentar un conjunto de lugares percibido como tal, sin
otra determinación. Un conjunto que se encaja en unidades de rangos su-
periores y que se descompone en unidades más elementales.
Finalmente, todo parece girar en tomo a las preguntas y enfoques que pre-
tendamos dar a nuestros análisis, al nivel de detalle que tengan nuestras infor-
maciones y también al origen espacial que les sustente (informaciones
puntuales, lineales, reticuladas); a la magnitud del espacio geográfico que re-
querimos para centrar el fenómeno, proceso, sistema o estructura que nos
ocupa. Cobijamos con parte de esto y caminar en el análisis nos llevará, ne-
cesariamente, a entender la coherencia entre un todo y sus partes, entre ese
todo y lo demás que le rodea, a señalar las especificidades en función de un
juego de escalas cuya pertinencia sólo los lectores de un espacio, unos datos,
un momento, tienen que acotar. La región, si lo es, probablemente nacerá o
llegará a encontrar su adjetivo compañero. Pero no siempre es así, algunos
de los ejemplos antes señalados lo ilustran; y parece que espacios como
La Huasteca tendrán, de nuevo, que esperar.

106
Figura 3

Algunas visiones esquemáticas del norte de Vera cruz

EL NORTE HISTÓRICO:
., ptll~ ti. ID~ rlD~

R.Grond#

IIII!IIJ LtI Huasleca

EL NOIfTE IIEIfACIfUZANO
DE LO$ flANADEIfO$

• centro baocarto,
rastro
LAS INFLUENCIA'
UR.ANA.

DIVISIONES
NATURALES

V .... ooruz

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110
Segunda parte
Territorio e identidad
La apropiación del espacio entre
nahuas y popolucas de la Sierra
de Santa Marta, Veracruz

Emilia Velázquez H.

El espacio con sus ríos, tierras, volcanes, barrancos, flora y fauna, existe
independientemente de que esté o no ocupado por grupos humanos. Cuan-
do una porción del espacio es habitado por uno o más grupos sociales,
ocurre una "apropiación social" del espacio. Esto, que los geógrafos de-
nominan el "espacio vivido" o el "espacio socialmente construido", es la
expresión de la interacción entre la naturaleza y la cultura. En efecto, es
mediante la cultura que hombres y mujeres se apropian material y simbó-
licamente de porciones de espacio. Al ocurrir esto se fijan límites, fronte-
ras que diferencian un espacio de otro, contribuyendo a la creación de
identidades. Es lo que los geógrafos llaman el territorio, es decir, aque-
llos espacios identificados individual y colectivamente como propios fren-
te a los espacios de "los otros" (Hoffmann, 1992).
Como todo hecho social, el territorio de un grupo humano no es estáti-
co, sino que está sujeto a cambios; los cuales se originan a partir de con-
flictos y contradicciones que todo grupo social vive en su interior y en sus
relaciones con otros grupos. De esta manera, las transformaciones que
ocurren en el tiempo y en el "espacio vivido", expresan la correlación de
fuerzas de diferentes actores sociales. Es así que puede decirse que la
configuración territorial es un hecho político, fruto del ejercicio e impug-
nación del poder. También desde esta perspectiva, al interior de un espa-
cio dado, de un territorio, existen, al lado de formas de apropiación
hegemónicas, espacios vividos desde la subalternidad.
En este trabajo hablaré de cómo se ha transformado el territorio nahua-
popoluca a lo largo del presente siglo, cuáles han sido las causas de tales
cambios y quiénes han sido los principales actores. El análisis gira en tor-
no a dos aspectos: el acceso formal al espacio, aquel que proviene de le-
yes y decretos formulados por los grupos gobernantes (conquistadores es-
pañoles, políticos liberales del siglo XIX, políticos postrevolucionarios del
siglo xx) y que se expresa en modalidades de tenencia de la tierra. El otro
aspecto es el acceso informal al espacio, y tiene que ver con el manejo
que de éste se hace. El manejo del espacio se crea y recrea a partir de las
necesidades locales, del conocimiento que del medio tienen sus usufruc-
tuarios directos y se basa en normas propias que proceden de valores cul-
turales.
Hablaré de la apropiación que de su espacio han hecho nahuas y po-
polucas de la Sierra de Santa Marta, la cual se ubica al sur del estado
de Veracruz. A la Sierra la conforman dos macizos montañosos que
irrumpen en la llanura costera, donde la vegetación primaria ha sido
de selvas y bosques tropicales. Actualmente está habitada por indíge-
nas nahuas en los municipios de Pajapan y Mecayapan, por popolucas
en el municipio de Soteapan, y por mestizos que llegaron a colonizar
algunas partes de la Sierra a mediados de siglo. Según la tradición oral
de Mecayapan, los nahuas de este lugar y los de Pajapan llegaron a es-
tablecerse a la Sierra en épocas diferentes; y, aunque hablan un mismo
idioma, se registran diferencias dialectales entre ellos (García de
León, 1976). Los nahuas de Mecayapan tienen vecindad directa tanto
con los popolucas de Soteapan como con los nahuas de Pajapan, pero
sus relaciones más estrechas han sido con los popolucas. Las formas
de apropiación del espacio que quiero mostrar son precisamente las
que realizan nahuas de Mecayapan y popolucas de Soteapan, quienes
durante algún tiempo construyeron lo que podríamos llamar un territo-
rio interétnico. En el primer apartado me refiero también a los nahuas
de Pajapan sólo para mostrar en qué momento la historia territorial de
ellos adquiere una vía aparte. No hablo de los mestizos porque no han
influido en los procesos que me interesa enseñar.

Los tiempos remotos

La región sur del actual estado de Veracruz, donde se ubica la Sierra de


Santa Marta, ha sido un espacio habitado desde tiempos remotos. De
acuerdo a los hallazgos arqueológicos, en la cuenca baja del río Coatza-

114
coalcos hay registros de presencia humana desde el año 1500 a. C. (Ortiz,
1993). Hacia el año 1200 de la misma era está desarrollándose ya en esta
zona una cultura sofisticada, la de los antiguos olmecas (García de León,
1976 y Soustelle, 1984).1
Hay evidencias de que alrededor de 300 años después (900 a. C.) son
destruidos varios de sus más importantes monumentos, al mismo tiempo
que se abandona el lugar, lo que hace suponer la existencia de una rebe-
lión contra el grupo dominante. El sitio es ocupado y abandonado varias
veces en los siguientes siglos por grupos que hablan lenguas mixe-zoques
(García de León, 1976 y Soustelle, 1984). Báez-Jorge (1973), basándose
en estudios de glotocronología, ubica la lIegada de los zoque-popolucas
hacia el año 500 de la era cristiana. Más tarde, a partir del 800 d. C. arri-
ban diferentes migraciones de nahuas del altiplano (Teotihuacan y Tula)
(García de León, 1976).
Cuando ocurre la conquista española, lo que ahora es el sur de Vera-
cruz está dividido en cinco señoríos: Cotaxtla, Tlacotalpan, Acuezpalte-
pec, Tuztla y Coatzacualco. El señorío de Coatzacualco, cuyos dominios
se extienden por la porción más al sur del actual estado veracruzano (don-
de se ubica la Sierra de Santa Marta) y partes de Tabasco, Chiapas y Oa-
xaca, es el único de dichos señoríos que no está sometido al imperio
mexica (Rarnírez Lavoignet, 1971 y Cruz, 1990a). Cada señorío tenía sus
propios límites territoriales que lo diferenciaba de los señoríos vecinos.
Cruz (1990) habla de otros posibles límites al interior del señorío de
Coatzacualco: el de las aldeas gobernadas cada una de ellas por un señor
principal, aunque el señorío en su totalidad estaba bajo la autoridad del
señor de Coatzacualco.
Esta organización del espacio, tal como sucede en el resto de la Nueva
España, cambia a lo largo del siglo XVI, al imponer los españoles otras
formas de apropiación y acceso a la tierra (García, 1987 y Menegus,
1991). Así, la ahora llamada Provincia de Coatzacoalcos es dividida en
diez corregimientos y varias encomiendas. Los pueblos que para entonces
existen en la Sierra de Santa Marta son Mecayapan, Soteapan, Tatahuica-
pan, Huazuntlan y Minzapan (Cruz, 199Oa).
Como consecuencia de tal reordenamiento del espacio, a principios del
siglo XVII las tierras aledañas a San Francisco Minzapan ya son propiedad
de una hacienda (San Miguel Temoloapan) dedicada a la ganadería. A
partir de entonces hay constantes conflictos entre españoles y minzapeños
por la apropiación de la tierra. Según los documentos de archivo consult-
ados por Buckles y Chevalier (1992), parece que la mencionada ha-
cienda extiende sus límites a costa del territorio de los nahuas de

1I5
Figura 1

Sierra de Santa Marta

+
GOLFO DE MÉXICO

o.
PIEDRA LABRADA
o.
MIRADOR PILAPA

VOLeA""
5 MANT/ÍtI PAJAPAN

~
~~OOOOO)

.L
• TATAHUK:APAN

• HUAZuNTLAN

SIMBOLOGíA

FIG.I Ese. 1: 2!10,OOO


• Poblados en el 51gl0 XVI
1::. Sitios arQueológicos Olmecos e , o 'o
KILÓMETROS
=
Minzapan, bajo el alegato de que ellos no ocupan todas las tierras. A me-
diados del siglo XVIII los indígenas de Minzapan tienen que comprar sus
antiguas tierras a los propietarios de la hacienda Temoloapan; las cuales,
junto con otras que ya poseían legalmente de acuerdo a los títulos primor-
diales sellados por el rey Carlos III, forman el territorio de la comunidad
de Pajapan (Bucldes y Chevalier, 1992). Es este el origen de una forma de
tenencia de la tierra que, rodeada de un sinfín de conflictos y violencia,
perdura hasta la actualidad: la comunidad agraria de Pajapan.2 Hasta aquí
dejamos la historia de Pajapan, asiento de uno de los dos grupos nahuas
de la Sierra y cuyo devenir en tomo al control de su territorio difiere de
la de los nahuas de Mecayapan.
Respecto al pueblo popoluca de Soteapan'(Xoteapa), éste aparece en el Li-
bro de las Tasaciones de los Pueblos de la Nueva España del siglo XVI (AGN,
1952), tributando junto con Quinamulapa al mismo encomendero.3 Sin em-
bargo, en este libro no se registran Mecayapan, Tatahuicapan ni Huazuntlan,
ni como tributarios de algún encomendero ni de la Corona española, lo que
puede indicar que estos pueblos tributaran a nombre de Soteapan.
Los registros históricos referentes a Soteapan, recabados por Ramírez
Lavoignet (1971), hablan de mercedes de tierras concedidas entre 1579 y
1614 a varios españoles, con una extensión de 37 166 hectáreas, con lo
que se forma la Hacienda de Cuatotolapan, que más tarde se llama Corral
Nuevo (Ramírez Lavoignet, 1971).4 Para recuperar parte de sus tierras,
los popolucas de Soteapan compran diferentes mercedes a particulares en
1584, 1593, 1614 Y 1691. Así, igual que los nahuas de Pajapan, los popo-
lucas de Soteapan adquieren títulos de propiedad con los que en la segun-
da mitad del siglo XIX impugnan los intentos de despojo de sus tierras.
No sucede lo mismo con los nahuas de Mecayapan, quienes no dispo-
nen de ningún documento que acredite la propiedad legal de las tierras
que ocupan.
Entonces tenemos, por un lado, dos grupos (nahuas de Minzapan y po-
polucas de Soteapan) que viven una situación semejante a la de otros pue-
blos de indios de la Nueva España, los cuales por pleitos legales y compra
de tierras se vuelven propietarios legales de sus antiguas tierras, con lo
que en la mayoría de las veces no se acaban sus disputas con las hacien-
das vecinas. Es el origen de las llamadas tierras comunales de indios.
Algo diferente ocurre con los nahuas de Mecayapan.> que no parecen pe-
lear a nombre propio por el espacio que habitan. En el siguiente apartado
veremos cuáles fueron las posibles causas de esta actitud.

117
La defensa de un territorio interétnico

De acuerdo a la tradición oral de Mecayapan, los habitantes de este


pueblo arribaron a la zona procedentes de Huimanguillo, en el actual
estado de Tabasco. Es decir, procedían de Los Ahualulcos, uno de los
señoríos prehispánicos que se extendía sobre parte de lo que ahora es
el sur de Veracruz (Moloacán, Ixhuatlán), y hacia el noroeste del ac-
tual estado de Tabasco (Huimanguillo, Cárdenas) (García de León,
1976). Respecto a lo que por años han contado los viejos del pueblo,
cuando estos nahuas llegan a la Sierra, encuentran que el lugar que es-
cogen para asentarse es "propiedad" de los popolucas de Soteapan,
quienes les dan permiso de establecerse a cambio de que les paguen un
tributo.é Los nahuas de Mecayapan aceptan esta condición y pagan su
contribución, hasta que el gobierno crea los municipios de Mecayapan
y Soteapan.?
Sin embargo, parece ser que, aunque por disposición externa Meca-
yapan y Soteapan quedan separados administrativamente, para nahuas
y popolucas su territorio sigue siendo uno. De tal forma que desde
1886, año en que la Secretaría de Fomento ordena deslindar y repartir
las tierras del Istmo de Tehuantepec, en el que se incluye la Sierra de
Santa Marta, los nahuas de Mecayapan y los popolucas de Soteapan
inician una complicada y difícil lucha conjunta por conservar sus tie-
rras.e hasta que en 1902 las pierden a manos de la familia Romero Ru-
bio.? la cual en 1905 vende los terrenos a la Compañía Mexicana de
Petróleos El Águila, propiedad del empresario inglés Pearson (Ramí-
rez Lavoignet, 1971 y Azaola, 1982).
Pero lo que importa para el tema que aquí se trata es que Soteapan
y Mecayapan defienden juntos las tierras que ocupan, por lo que en
1894 nombran a un representante de ambos pueblos para que realice
los trámites legales correspondientes para la división de sus terrenos
comunales, los cuales han previsto repartir entre los vecinos de los dos
pueblos. En el acta que se levanta se aclara que los terrenos comunales
pertenecen, por títulos primordiales, al pueblo de San Pedro Soteapan,
pero que se desea compartirlos con el pueblo de Mecayapan. Juntos
también, aunque con una participación tal vez más destacada de Sotea-
pan, nahuas y popolucas se levantan en armas en 1906, lidereados por
Hilario C. Salas, respondiendo al llamado del Partido Liberal Mexicano.

118
Para Ramírez Lavoignet (1971) es claro que la rebelión indígena tiene
como causas el enojo que provoca la corrupción e injusticias que padecen
durante los siete años (1895-1902) en que tratan de acatar las nuevas leyes
de reparto de tierras comunales. El ingeniero que contratan para llevar a
cabo la división de dichas tierras los tima, igual que hacen las autoridades
de los cantones de Acayucan y Minatitlán, las cuales alargan intermina-
blemente la solución de los problemas de linderos que surgen con la ha-
cienda Chacalapa. Además, los indígenas son constantemente llevados a
la colonia militar de Tonalá, acusados de no pagar adecuadamente por los
trabajos de deslinde y división de terrenos. Finalmente, al perder sus tie-
rras, el único camino posible para defender su identidad de indios y cam-
pesinos, dada por la posesión de un espacio en el que viven (en el
término amplio de reproducirse, amar, soñar), trabajan y adoran a sus
dioses, es el de las armas. Se intenta la guerra y con ello se encara la
muerte, como último recurso para la defensa de un territorio, ese espa-
cio a la vez colectivo e íntimo (Hoffmann, 1992), sin el cual ¿qué sen-
tido puede tener la vida?

Permanencia de reglas propias:


el uso mancomunado de las tierras

Como he mencionado antes, el acceso formal a una determinada porción


del espacio es, junto con el manejo que del mismo se hace, lo que define
la existencia de un territorio. Es por ello que nahuas y popolucas tratan de
mantener la propiedad legal de sus tierras, aceptando las reglas del juego
que el gobierno establece. Pero la pérdida legal de estas tierras no signifi-
ca, en el caso que aquí nos ocupa, la destrucción de su territorio. Lo inac-
cesible de la zona, 10 habitada por indígenas capaces de levantarse en
armas; la existencia de tierras de buena calidad y más fácil acceso en las
planicies, que es donde se extendieron las haciendas.U así como la baja
densidad de población en todo el sur del estado.l? son las condiciones que
posibilitan que nahuas y popolucas sigan usando su espacio de manera se-
mejante a como lo hacían antes.U Según lo que la gente de Soteapan y
Mecayapan recuerda, una vez que disminuye la represión que se desata a
raíz del levantamiento de 1906, ninguno de los nuevos propietarios acu-

119
den a tomar posesión fisica de las ancestrales tierras de indios. Ocurre todo
lo contrario en otras partes de Veracruz, donde la compañía inglesa El Águi-
la despoja, tanto legal como fisicamente, a sus antiguos propietarios .14
Esta modalidad de uso del espacio significa que distintos pueblos,
sean nahuas o popolucas, pueden rozar un pedazo de monte para sem-
brar milpa en cualquier lado de un mismo territorio. Es decir, no hay
límites reconocidos socialmente como propios de un solo pueblo. Así,
los campesinos van de un lugar a otro, buscando un buen sitio para ha-
cer milpa o frijolar, sin importar la lejanía del terreno de cultivo,
pues, según dice don Nicho, originario de San Fernando, "al popoluca
le gusta caminar".
Esta movilidad de campesinos popolucas y nahuas por un mismo
territorio (v. figura 2) les permite hacer uso de distintas unidades
ambientales, costumbre que se mantiene hasta principios de los se-
senta en que ocurre el reparto ejidal. Esta norma se utiliza cuando
se empieza a expandir el cultivo de café, por lo que los popolucas
de San Pedro Soteapan van a sembrar sus cafetales hacia San Fer-
nando y Ocotal Chico.t>
Los campesinos, principalmente los popolucas, caminan no sola-
mente para sembrar, sino también para conseguir alimentos que de vez
en cuando les gusta probar. Así que algunos de ellos recorren aproxi-
madamente 10 kilómetros, desde San Fernando, en la ladera sur del
volcán Santa Marta, hasta la costa (Tecuanapa, Mexcalapa y Zapoa-
pan) a buscar cangrejos. Otra posibilidad es la de caminar hacia el oc-
cidente, hasta encontrar el río Coxcoapan (aproximadamente 10 horas
de camino) para buscar lo que para los popolucas es un exquisito man-
jar: el cangrejo azul. O van hasta el río Huazinapa, en los límites de
los municipios de Catemaco y Mecayapan, a pescar "bobos" que salan
y ahuman para conservarlos durante varios días.16 Así que para los
campesinos popolucas su territorio, es decir su espacio conocido, valo-
rado y apropiado, no termina en las áreas de cultivo, sino mucho más
lejos: abarca la selva y aun las costas.

120
Figura 2

Uso mancomunado de tierras: territorio interétnico

+
DE MÉXICO

VOL j¡.:~:~. =..

;.{~g.>.

-EL. PALMAR \
~
~=:frJ'j¡':: I ~,.'
\
• .-- I
\ I
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"""':"'"Jl""IlfIllPI
""""-'-":.--~/'

SIMBOLOGíA
Ese. 1: 250,000
Rutos de COla. recotección y pesco
Jíreo de recolección. cazo '1 pesco del
territorio Popoluco-f'thla 1Meco)'Op:Jnl.
~etJ ogó::oIodel t8rrib'io KILÓMETFlO~
PopoUco-~ohJo (Mecoyopanl
T..ri1orio de los NDlUJsde Poj~
Una vez más, el reordenamiento impuesto del espacio

Hemos señalado en los apartados anteriores cómo desde la Colonia las tie-
rras de nahuas y popolucas están en constante litigio. Las tierras se pier-
den, se recuperan por compra, se vuelven a perder (en los casos de
Soteapan y Mecayapan) según leyes externas. Durante este tiempo, el
ejercicio del poder y la impugnación al mismo, gira de manera importante
en tomo al control de la tierra. Las normas de los grupos dominantes se
imponen, pero desde la subalternidad se mantienen reglas propias que re-
gulan el uso del espacio. Es decir, para los grupos campesinos los territo-
rios se construyen a partir de la apropiación legal de la tierra, lo que
implica la necesidad de presionar y negociar bajo las reglas del juego se-
ñaladas por el poder hegemónico. Pero el territorio también se crea a par-
tir de las negociaciones cotidianas que involucran reglas y normas
propias. El territorio es una construcción política y cultural.
En los años treinta empieza a llegar a la Sierra de Santa Marta el ru-
mor de que si no se solicita la creación de ejidos, personas de otros luga-
res podrían apoderarse de unas tierras que legalmente no son de Soteapan
y Mecayapan, pero que los campesinos de estos lugares siguen usando. Al
mismo tiempo, las autoridades agrarias avisan a los presidentes municipa-
les de ambos lugares que deben informar a los distintos poblados de la
necesidad de iniciar los trámites para la dotación ejidal. La primera reac-
ción del alcalde de Soteapan es la de negarse a ello, argumentando que
es improcedente, debido a que la gente está acostumbrada "a sembrar
donde sea" .17
Finalmente los trámites se inician, lo que ocasiona conflictos entre los
poblados, ya que mientras unos están de acuerdo en que se delimiten tie-
rras para cada comunidad, otros se niegan a ello. La solución que se plan-
tea localmente es la de legalizar la vieja costumbre; así en 1951 el
presidente municipal de Soteapan y los integrantes de los Comités Ejecuti-
vos Agrarios (CEA) de Ocozotepec y de la colonia Benito Juárez del mis-
mo municipio, se dirigen a las autoridades agrarias pidiéndoles que se
suspendan los trabajos de deslinde de tierras en Tatahuicapan (municipio
de Mecayapan). Argumentan que estas tierras, igual que las de Mecaya-
pan, le pertenecen a Soteapan por títulos virreinales, por lo que se solicita
que se mantenga el uso mancomunado de tierras entre esos cinco poblados
popolucas y nahuas.If Algo semejante ocurre en 1958 en Ocotal Grande y

122
Ocotal Chico, donde se niegan a que se levante el censo ejidal, explicán-
dole al técnico del Departamento Agrario que no lo creen necesario, debi-
do a que ellos desean trabajar en forma mancomunada con otras
congregaciones de Soteapan, por lo que sólo aceptarían que se señalaran
los límites de dichas tierras mancomunadas.
No obstante que no se plantea en esos términos, es la oportunidad para
construir una autonomía territorial. Algo impensable para la visión hege-
mónica, como se expresa con toda claridad en el informe del técnico
Guiochín, quien anota "que tratándose de un grupo de aborígenes que no
hablan el castellano, es difícil entenderse con ellos y que además tienen
una idea errónea del procedimiento que debe seguirse para dotarlos de la
tierra que pretenden [... ] sencillamente [piden] se les señale una superfi-
cie que ellos mismos indiquen para posesionarse de ellas en un uso comu-
nal con todas las congregaciones cercanas",1 9
Transcurren alrededor de 30 años de trámites, que una y otra vez se
detienen, debido a varias causas: la complejidad del problema, aunada a
la negligencia de las autoridades agrarias,20 la resistencia de algunos po-
blados a que se realicen los estudios correspondientes y conflictos surgi-
dos al interior de algunos poblados (como Tatahuicapan), donde en los
años cincuenta comienza el acaparamiento de las llamadas tierras comuna-
les por parte de incipientes ganaderos indígenas. También tienen lugar
contradicciones entre pueblos que aceptan el reparto (Mecayapan, Tata-
huicapan, Ocotal Texizapan) y otros que se niegan a ello (Ocotal Chico,
Ocotal Grande, Encino Amarillo). Finalmente, a mediados de los sesenta
ocurren las dotaciones definitivas de ejidos y con ello el espacio se redis-
tribuye: ya no es posible ir de un lado a otro buscando un buen lugar para
sembrar. Los campesinos tienen entonces que idear una serie de ajustes y
negociaciones para enfrentar la nueva organización del espacio (v. figura
3), ante la posibilidad de perder milpas y cafetales que han quedado den-
tro de los límites de un ejido diferente a donde se reside. Por lo general,
se acuerda permitir que el que haya sembrado recoja su cosecha de maíz o
frijol y, en el caso de los cafetales, se otorgan plazos de entre uno y tres
años, según la edad de las plantas, para que se abandonen las fincas.
Así, los años sesenta son realmente el parteaguas en la historia de So-
teapan y Mecayapan, cuyo punto central es la legalización de una nueva
modalidad de acceso a la tierra. Una vez que ocurren las dotaciones defi-
nitivas en las partes bajas de la Sierra y, aunque no se parcelan los ejidos,
muchos de los que no obtuvieron un derecho agrario prefieren internarse
en la selva, ahora considerada tierra nacional, para crear nuevós poblados.
Se inicia con ello el proceso de una segunda etapa de reparto ejidal, que

123
Figura 3

Nuevos límites territoriales después de la reforma agraria

SIMBOL.OGíA
Ese. 1: 2 so, 000
./r:{> Rutas de COlO.recolección y pesco.
1.. : : ..1 Comunidad agrario de Pcjopcn 2 , o
¡;;;¡
O Ejtoos de nohucs de Mecayopon 1<1 LÓMETROS

O Ejlocs de POPC,iJCQS de Scteopon.


contribuye a la colonización de la selva en la que también participan mes-
tizos provenientes de otros lugares, pero de la cual no hablaremos aquí.
Para entonces, la ganadería ha cobrado auge en Pajapan, Tatahuicapan y
Mecayapan, es decir, no sólo se redistribuye el espacio sino que se desa-
rrolla un nuevo uso del suelo, que en los siguientes años repercutirá gra-
vemente sobre los recursos forestales. Pero, además, la actividad
ganadera está vinculada a grupos políticos de fuerte presencia en el sur
del estado, así que el control del poder municipal adquiere relevancia para
los ganaderos indígenas y mestizos que establecen una relación de tipo
clientelar con la Unión Regional Ganadera del Sur de Veracruz (URGSV).
De esta manera, también llega a su fin una "forma de gobierno indíge-
na", en la que lo religioso y lo civil se relacionan. Ahora, para asumir la
presidencia municipal ya no es necesario guardar abstinencia sexual, ni
organizar el carnaval de Soteapan, ni tener el apoyo de un Consejo de An-
cianos; basta con las alianzas políticas que se establecen con las Asocia-
ciones Ganaderas, el diputado local o la Liga de Comunidades Agrarias.

Lo propio se mantiene, pero ...

Muchos cambios importantes ocurren, mas no significa la devastación to-


tal de las viejas costumbres. Ahora hay nuevos límites que respetar entre
los nuevos ejidos, pero aprovechando que los ingenieros del Departamen-
to de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC) no realizan el deslinde de
las parcelas, resulta natural mantener en el espacio ejidal el uso manco-
munado de la tierra. Surge entonces lo que localmente se conoce como
ejido comunal, en el que si bien hay un grupo bien identificado de ejidata-
rios que legalmente son los únicos con acceso formal a la tierra, según la
vieja costumbre cualquiera que viva en el ejido, sea hijo de ejidatario o
avecindado, tiene derecho a usar un pedazo de terreno para sembrar.
Este uso comunal significa el acceso individual a un terreno, siempre y
cuando se forme parte de la comunidad. La regla básica para evitar con-
flictos o para resolverlos, es respetar el trabajo que un individuo y su fa-
milia han invertido en una parte del área de cultivo. Es decir, no se puede
ocupar un acahual, pues el ser un terreno en descanso significa que otra
persona hatrabajado antes para desmontar y rozar. Esto es, si el formar

125
parte del grupo posibilita el acceso a la tierra, este derecho sólo se asume
y socialmente se reconoce a partir de la apropiación que de esa parte del
territorio se hace mediante el trabajo. De esta manera, se mantiene la
misma lógica de uso del espacio que antes, pero en un espacio más redu-
cido, el del ejido. Ahora, el territorio inmediato, el espacio vivido coti-
dianamente, se restringe a los límites ejidales.
Con la incorporación de nuevas relaciones sociales, a partir de víncu-
los económicos y políticos, la norma ancestral de uso del espacio se dis-
torsiona. Una actividad económica -la ganadería extensiva- que
requiere grandes extensiones de terreno, conduce al acaparamiento de tie-
rras por unos cuantos. El que tiene dinero o el que puede asociarse con un
ganadero de fuera, cerca con alambre 50, 100 Y hasta 300 hectáreas para
meter bovinos. Esto ocurre principalmente entre los nahuas de Mecaya-
pan y Tatahuicapan, igual que en Pajapan. En los tres lugares se dan fuer-
tes conflictos intracomunales entre campesinos y ganaderos (ambos
indígenas) por el control de la tierra, dando lugar a que los campesinos
pugnen por el parcelamiento ejidal, mientras que los ganaderos se con-
vierten en los defensores de la "tradición indígena". De esta manera, un
uso del espacio que garantizaba la equidad entre sus diferentes usufructua-
rios conduce exactamente a lo contrario cuando se inserta en condiciones
económicas y políticas diferentes. El uso comunal de las tierras pierde el lado
romántico que muchas veces, sin mayor conocimiento, se le adjudica.
Finalmente, en diferentes momentos, Tatahuicapan, Mecayapan y Pa-
japan, parcelan sus tierras comunales, con lo que si bien los ganaderos
tienen que regresar las tierras acaparadas, también sucede que los hijos de
ejidatarios y avecindados pierden el derecho a hacer uso de las tierras del
ejido. Además, cuando se parcela no se deja ninguna superficie para usos
comunes, con lo que el territorio inmediato se individualiza.
Sin embargo, en los pueblos de Soteapan-! se mantienen hasta la ac-
tualidad los ejidos comunales. Aquí, por no haber ganadería, ya que la
producción comercial principal es el cultivo de café, el acaparamiento de
tierras ha sido mucho más restringido que en los lugares antes menciona-
dos. A fines de los ochenta se comenzó a insistir en la necesidad de par-
celar los terrenos ejidales, pero las negociaciones al interior de los
pueblos ha sido tan conflictiva que en la mayoría de ellos se han suspendi-
do los trámites. La presión de las autoridades agrarias por ejecutar los
nuevos lineamientos de la ley agraria, llevada a cabo por técnicos que
desconocen la compleja historia social de estos pueblos, puede conducir a
severos enfrentamientos internos.

126
Algunas reflexiones finales

La apropiación del espacio y la construcción de un territorio ha sido el re-


sultado de una constante negociación cotidiana entre sus usufructuarios di-
rectos y entre ellos y el Estado. En el primer caso la negociación está
permeada por "implícitos culturales" reconocidos por todos los del mis-
mo grupo. En el segundo caso la negociación es una cuestión política, en
la que se encuentran frente a frente propuestas e intereses diferentes, lo
que ha llevado a serios enfrentamientos en distintos momentos. El sistema
político en el que estas diferencias ocurren no prevé realmente la negocia-
ción, aunque en apariencia a veces ésta se dé.

127
Notas

I Los sitios olmecas más importantes que se crearon entre 1500 a. C. y 300 d. C. fueron
La Venta (Tabasco), San Lorenzo Tenochtitlan, a un lado del río Chiquito, que es afluente
del Coatzacoalcos, y Tres Zapotes en Los Tuxtlas. Además, existían otros sitios menores,
entre los que se encuentran la cumbre del volcán San Martín Pajapan, Mirador Pilapa y Pie-
dra Labrada, todos ellos en la Sierra de Santa Marta (García de León, 1976: 10).

2 El análisis detallado de la tenencia de la tierra en Pajapan, eje de su historia política,


puede consultarse en Buckles (1989), Buckles y Chevalier (1992), Chevalier y Buckles (en
prensa) y Cruz (1990a).

3 Según la tasación realizada en 1554 por el Alcalde Mayor de la provincia de Guasa-


cualco, los indios de Xoteapan debían tributar cada 60 días a Joan Martín: 4 tablas de man-
teles, 4 mil cacaos, 5 gallinas de la tierra, un cántaro de miel. Cada año debían entregar 80
hanegas de maíz y 2 hanegas y media de frijol.

4 La hacienda Cuatotolapan se extiende sobre tierras de indios, de tal forma que para
1782 su propietario señala que sus linderos abarcan gran parte de los actuales municipios de
Acayucan, Hueyapan de acampo, San Juan Evangelista y Soteapan (Báez-Jorge, 1973).

5 En términos lingüísticos, García de León (1976) agrupa el náhuatl del Golfo en dos
dialectos diferentes. Por un lado el de Los Tuxtlas, Pajapan, Jaltipan y Soconusco; por el
otro el de Mecayapan, Tatahuicapan, Oteapan y Zaragoza.

6 Entrevista Emilia Velázquez (EV) y Luisa Paré/Hilario Ramírez. Mecayapan, Vera-


cruz, 5/05/91. García de León (1976: 12-13) señala que "es casi seguro que el arribo nahua
formó parte de la expansión de pequeños grupos militaristas y mercaderes que tomaron el
control político y económico de un área originalmente zoque-popoluca, la cual paulatina-
mente fue nahuatizándose". Lo que no es claro es por qué los nahuas de Pajapan adquieren
una autonomía respecto a los popolucas, que no parecen tener los nahuas de Mecayapan.

7 En 1825, conforme a la primera Constitución Política del estado de Veracruz, Meca-


yapan, Minzapan, Soteapan, Chinameca, Oteapan, Jáltipan y Cosoleacaque se convierten en
municipios (Cruz, 1990).

8 La historia detallada de la lucha legal por las tierras de Soteapan y Mecayapan se en-
cuentran en el trabajo de Ramírez Lavoignet (1971).

9 El licenciado Romero Rubio (suegro del entonces presidente de la república, Porfirio


Díaz) acaparó en el sur del estado 120035 hectáreas (Ramírez Lavoignet, 1971).

10 La Sierra de Santa Marta es un lugar aislado hasta el siglo xx. Los primeros caminos
de terracería que comunican a las cabeceras municipales con Acayucan y Minatitlán se em-
piezan a construir en la década de los sesenta del presente siglo.

II Según señala González Sierra (1991), al final de la Colonia, entre Acayucan y Los
Tuxtlas se encontraban siete haciendas, cuatro de las cuales pertenecían a una sola familia
(Franyuti), que en total acaparaba 149520 hectáreas, dedicadas a la cría de ganado bovino
y caballar.

128
12 González Sierra (199\) resalta la poca densidad de población existente en el territorio
ocupado por las haciendas: 2 447 habitantes distribuidos en 270 350 hectáreas entre Acayu-
can y Los Tuxtlas.

13 Algo semejante ocurre durante la Colonia cuando, igual que siglos después, las tierras
codiciables, en una zona poco poblada, son las de las llanuras. Para el caso de Soteapan, en
los siglos XVII y XVlIl, Ramírez Lavoignet (1971: 12) señala: "Los dueños de [la hacienda]
Cuatotolapan o Corral Nuevo, nunca se preocuparon por conocer sus linderos, y sobre esta
extensión tan grande de terreno, continuaron viviendo [oo.] los diferentes grupos indígena-
agricultores, usufructuando la tierra sin pagar reconocimiento".

14 Azaola (1982) reporta que en El Juile (Acayucan), los campesinos despojados tenían
que pagar a la Compañía El Águila por cultivar sus tierras y construir sus chozas, y lo mis-
mo tenían que hacer los totonacas de Coyutla, cuyas tierras comunales pasaron a ser propie-
dad de la hacienda Chicualoque adquirida por Pearson (v. Velázquez, 1992).

15 Entrevistas tv/Criscino Hernández. Soteapan, Veracruz, 9/05/93. sv/Dionisio Cruz,


Santa Marta (Soteapan), 13/10/93.

16 Entrevista EvlDionisio Cruz. Santa Marta, Soteapan (19/04/93).

17 Entrevista ev/Críscíno Hernández. Soteapan, Veracruz, 9/05/93.

18 ACAM, exp. 261 1, Xalapa, Veracruz. Para estas fechas, las tierras con las que se
crearían los ejidos de Soteapan y Mecayapan (69 115 hectáreas) por el gobierno federal a la
Compañía Pearson e incorporadas al patrimonio de PEMEX.

19 ACAM, exps. 1422 y 3195, Xalapa, Veracruz.

20 Por ejemplo, en Ocotal Texizapan, municipio de Mecayapan, la solicitud del ejido es


de 1934 y es hasta 1958 que se gira la orden para que se lleven a cabo los trabajos técnicos
correspondientes. Un perito agrario se traslada entonces a Mecayapan, de donde informa
que no puede realizar los trabajos encomendados "debido a que los poblados Ocotal Chico,
Mecayapan y Ocotal Texizapan tienen sus tierras de cultivo tan diseminadas y revueltas en-
tre sí que no podría hacerse el estudio individual sin la anuencia de los otros, cosa que no es
posible por ahora conseguir" (ACAM, exp, 2319, Xalapa, Veracruz).

21 Me refiero a los pueblos "viejos", aquellos que protagonizaron el uso mancomunado


de sus tierras, pues después del reparto ejidal de los años sesenta los nuevos pueblos que se
formaron por nahuas y popolucas, que se internaron en la selva desde el principio, forma-
ron ejidos parcelados.

129
Bibliografía

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131
Territorio e identidad chinanteca
en Uxpanapa, Veracruz

José Velasco Toro

Introducción

En 1974 se decidió construir la presa Cerro de Oro, segunda gran obra en


el complejo hidroeléctrico de la Cuenca del Papaloapan, para almacenar
las aguas del río Santo Domingo; en 1989 fue inaugurada con el nombre
de Miguel de la Madrid. Durante el periodo de construcción se relocalizó
involuntariamente a poco más de 20 mil chinantecos que vivían en 43 eji-
dos pertenecientes a los municipios de Ojitlán, Usila y Chiltepec, Oaxaca.
Los chinantecos fueron reacomodados en 110 ejidos, quedando la mayoría
fuera de su histórico territorio. En la periferia de la presa Miguel de la Madrid,
dentro de la entidad oaxaqueña, se constituyeron35 ejidos en los municipios de
Ojitlán, Usila, Jalapa de Díaz, Tuxtepec, Santa María Jacaltepec y Soyaltepec.
Otros fueron ubicados en 14 municipios de Veracruz. En los territorios de Jesús
Carranza, Minatitlán, Coatzaeoalcos y Las Choapas (y parte de los municipios
de Matías Romero y Santa María Chimalapa, Oaxaca) se constituyó el Distri-
to de Drenaje Uxpanapa con 13 pueblos de reacomodo y 39 ejidos: el resto
-36 ejidos-, pasó a formar parte de los municipios de Tlalixcoyan, Ignacio
de la Uave, Tres Valles, Cosamaloapan, Alvarado, Villa Azueta, Isla, Santiago
Tuxtla, J. Rodríguez Clara y San Juan Evangelista.!
El impacto de la relocalización generó procesos disruptivos inmediatos
entre la población: unos como consecuencia directa de la situación de ten-
sión y crisis derivada del conflicto que representó el reacomodo; otros in-
ducidos por la propia Comisión del Papaloapan (cr), entidad responsable
del proyecto Cerro de Oro. Sin embargo, el choque sociocultural no aba-
tió la capacidad de etnogénesis de los chinantecos; pronto encontraron res-
puestas adaptativas que les ha permitido reconstruir no sólo las redes sociales
interrumpidas, sino también, y he aquí lo fundamental, nuevos centros sim-
bólicos: darle contenido histórico a los nuevos espacios, reelaborar las rela-
ciones de inclusión-exclusión étnica y refuncionalizar su cosmogonía que al
intemalizarlala elevaron a realidad objetivadade la identidad chinanteca.
En el presente trabajo exponemos parte del proceso de etnogénesis
que observamos entre los chinantecos que fueron reubicados en el va-
lle de Uxpanapa; la forma como han superado los desequilibrios pro-
vocados por la ruptura de su continuo histórico, logrando la
reestructuración y reelaboración simbólica del nuevo territorio étnico.
Diversas estancias, entre 1988 y 1991, con mayor permanencia en el
poblado 11 o congregación Helio García Alfaro, nos permitieron apre-
ciar cómo se ha dado la estrategia adaptativa que paulatinamente fue
convirtiendo un espacio sin historia en un territorio organizado con
identidad propia. En el primer apartado hacemos una síntesis del proceso
disruptivo y en el segundo explicamos la dinámica de reorganización y
construcción de la identidad territorial a partir de la reconstrucción de su
cosmología.

El reacomodo chinanteco

La relocalización de la población chinanteca se inició en 1974. Tres fue-


ron los lugares seleccionados: a) la periferia del vaso de la presa; b) la
zona de Los Naranjos (en ese momento parte del municipio de Cosama-
loapan, hoy integrante del municipio de Tres Valles, Veracruz); e) el Ux-
panapa. Desde luego no se excluyó la posibilidad de negociar otras
zonas de reacomodo, situación que se presentó hacia mediados de los
años setenta.?
Los acuerdos para el reacomodo celebrados entre chinantecos y la cr,
se resumen en lo siguientes puntos: a) movilización de los afectados por
etapas; b) indemnización de tierras y bienes; e) permitir a chinantecos y
particulares usufructuar sus tierras hasta el momento de inundarse el
vaso; d) suministro de recursos para construcción de casas en la zona de
reacomodo de Uxpanapa.

134
Cuando la CP inició las primeras obras de ingeniería, también realizó
prospecciones sociales para conocer los rasgos de la cultura chinanteca; sin
embargo, esos estudios no fueron utilizados para minimizar la dislocación so-
ciocultural y económica que conlleva todo proceso de relocalización compul-
siva, centrándose la atención en el problema agrario, preocupación que fue la
constante hasta 1989. Esta acción fue denunciada por Alicia Barabás y Mi-
guel Bartolomé, quienes advirtieron posibles efectos etnocidas como conse-
cuencia de la relocalizacióninvoluntaria.3
El impacto generó procesos disruptivos inmediatos. En buena medida,
algunos fueron provocados por la CP cuyo objetivo, entre otros, era integrar-
los a la dinámica del mercado como campesinos con mentalidad moderna. A
este proceso ayudó el acuerdo de traslado paulatino al Uxpanapa, pues facili-
tó la aplicación de una estrategia que combinó: a) la desorganización de
las unidades socioculturales de base (grupos de parentesco, barrios); b) el
desvanecimiento del tradicional orden político, cívico y religioso; y e) la
fragmentación de ejidos y pueblos.
En consecuencia, los efectos derivados durante el traslado fueron: a) la
pérdida de un territorio por separación de su espacio histórico y b) conflictos
culturales por el enfrentamiento entre tradición y modernidad, lo que ocasio-
nó el abandono de manifestaciones culturales, como el uso del traje tradicio-
nal en la mujer y un aparente "desinterés" por hablar chinanteco.
Pero ¿cómo se propició la desestructuración de las unidades de base?
En 1973 se levantó un Censo Agrario para registrar el número de perso-
nas con derechos ejidales, incluyendo hijos de ejidatarios y avecindados.
Para tal fin, los chinantecos fueron convocados por intermediación de la
CNC y la CCI a una asamblea general presidida por el Comité de Reaco-
modo de la CP. En la asamblea se sometió a votación la propuesta de
quiénes irían a Uxpanapa y quiénes a Los Naranjos, y en caso de que el
ejido fuera a ser afectado parcialmente, cuáles serían las familias que se
quedarían dentro del perímetro del vaso.
Desde luego, antes de celebrar estas reuniones, ya se había dado una
negociación para la mediación entre la CP y las centrales campesinas. En
aquellos lugares donde tenía mayor clientela la CCI, se indujo a 28 ejidos a
aceptar Uxpanapa; mientras que nueve pertenecientes a la CNC escogieron
Los Naranjos." En Uxpanapa se proyectaron 39 ejidos para relocalizar a
grupos de familias procedentes de 27 exejidos.> Actualmente sólo quedan
36 ejidos con población chinanteca (v. cuadro). Muchos retomaron a la
chinantla por las condiciones poco favorables de vida, sobre todo aquellos
que les tocó en el extremo sureste del valle yen cuyos pueblos -del 12 al
15-, no se habían construido las obras de infraestructura urbana ni cami-

135
Figuras 1 Y2

Uxpanapa, zona de reacomodo

- - - - Uxpanapa, distrito de drenaje


Área reacomodo Figura 1
Caminos
~ Ríos
.A Poblados nuevos (numerados)
Campamentos r-- A ------------

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Figura 2
nos y, mucho menos, los puentes requeridos para mantenerlos comunica-
dos durante todo el año. A lo anterior se sumó el retraso en la construc-
ción de la presa que les permitió continuar usufructuando sus bienes, para
fmalmente ser reubicados en otras zonas. Los ejidos desocupados se en-
tregaron a solicitantes de tierra de otras etnias o mestizos. Lo que otros
hicieron fue avecindarse y adquirir una parcela en los ejidos que corres-
ponden a los pueblos del 2 al 11, lugares en los que existían mejores con-
diciones de vida y en buen número de casos tenían familiares, compadres
o amigos. Desde luego, de estos pueblos también hubo familias que retor-
naron a la Chinantla, pero fue en menor cantidad; desplazamiento que en
parte permitió el acomodo interno de los chinantecos.
El hecho es que 11 ejidos originales quedaron fraccionados. Comuni-
dades que habían sido una unidad en Ojitlán, Chiltepec o Usila, fueron
fracturados para ser reasentados hasta en cuatro distintos ejidos recepto-
res; incluso, como se dio en los poblados 2A y 11, confluyeron chinante-
cos de distintos municipios. En el primero arribaron de Ojitlán y
Chiltepec; en el segundo llegaron chinantecos de Paso Limón y Potrero
Nuevo, Ojitlán, El Nanche y Usila. Los centros de población no corres-
ponden a un solo ejido, sino a tres o más, lo que complicó la organización
de las familias relocalízadas.s
De los 2 287 campesinos con derecho agrario en Uxpanapa, el 69.3% se
quedó en el valle, mientras que el restante 30.7% fue ubicado en otros cen-
tros de reacomodo o bien permaneció en el lugar de origen. Como se puede
observar en el cuadro, son siete los ejidos cuyo número de "derechohabien-
tes" es superior a 50 y en dos supera a los 100, el resto tenía un promedio de
30 ejidatarios. Una de las razones por las cuales se formaron ejidos reduci-
dos, estriba en el tipo de organización que se impuso a los reubicados: el eji-
do colectivo. Aunque hay ejidos numerosos, como Helio García Alfaro que
se integró con chinantecos provenientes de tres ex ejidos.
La acción desestructuradora también se ha querido justificar como par-
te de la política de integración de los chinantecos a la vida nacional y de-
rivada de la estrategia de modernización del campo mexicano que se
emprendió, o se creyó emprender, a principios de los años setenta. El
modelo adoptado fue el ejido colectivo, las cooperativas y el diseño de
programas para el desarrollo ejidal y comunal. 7 Este criterio se impuso en
Uxpanapa sin tomar en cuenta los rasgos centrales de la organización so-
cial chinanteca, cuya base económica es la unidad doméstica y el trabajo
colectivo.f Formas de organización para el trabajo productivo y social,
que guardan al interior de la comunidad una relación de independencia e
interdependencia; es decir, la unidad doméstica tiene capacidad y libertad

137
de decidir en lo relativo a su funcionamiento, pero a la vez mantiene una
interdependencia con el conjunto de la comunidad, cuyo sistema social
está regido por sí mismo.?
Esta organización y el control de su espacio productivo y social fueron
trastocados al imponerse el esquema funcional del ejido colectivo que
obedece a valores individuales asociados y de competencia. El campesino
chinanteco quedó atrapado en una organización compleja que no conocía,
de la cual desconfiaba y parecía incompatible con la autonomía de la uni-
dad doméstica, sobre todo porque no tenía el control de su parcela ejidal.
De las 20 hectáreas asignadas, sólo dos podía utilizar para siembra de
maíz y frijol, el resto formaba parte de unidades compactas que la CP cul-
tivaba intensivamente con arroz. Al final, el ejido colectivo desembocó en
el fracaso.
Otro elemento desorganizador que alteró la articulación de la unidad
familiar con su espacio y entorno inmediato, fue la traza urbana de los
centros de población. Por un lado, están las tierras de cultivo distantes, en
muchos casos, hasta seis kilómetros; por otro, los pueblos se construye-
ron a partir de un sentido práctico de lo urbano. Una calle eje, un centro
cívico y manzanas regulares formando un perímetro rectangular. Aparen-
temente la traza urbana no tenía porqué afectar la organización, uso social
del espacio y distribución interna de la vivienda; pero no fue así. La cons-
trucción de los pueblos se hizo en función de un sentido urbano de enten-
der la vecindad, lo público y lo privado. Además, la CP utilizó el sorteo
como mecanismo para asignar a cada familia los lotes para vivienda y evi-
tar conflictos institucionales; no obstante, propició que las unidades do-
mésticas extensas fueran alteradas. 10
Una vez que el ejidatario tomó posesión de su lote, se le inscribió en el
programa "Casas Campesinas", el cual consistió en proporcionarle un
plano constructivo tipo que no correspondía a la estructura familiar, ni a
la acostumbrada distribución del espacio doméstico, además de un subsi-
dio en materiales por cada etapa estructural de su casa (cimientos, pare-
des, techo). El programa de autoconstrucción no permitió que los
chinantecos hicieran uso del convite, por lo que esta forma de organiza-
ción comunitaria se vio seriamente afectada.U
La comunidad chinanteca no era una sociedad que se caracterizara por
presentar signos de "debilidad cultural". Sí existían en su interior conflic-
tos religiosos y agrarios, pero no un comportamiento autodestructor; de
ahí que frente a la acción perturbadora, fue posible una reacción de cultu-
ralización caracterizada por la reinterpretación de los elementos nuevos a
partir de la relación con la reintegración de elementos culturales tradicio-

138
nales. Proceso de etnogénesis que les permitió reorganizarse, y hoy en
día, manifestarse como pueblo, como etnia.

La reestructuración

Se reubicaron en Uxpanapa cerca de 12 000 personas en el lapso com-


prendido de 1974 a 1980. Para 1986 el Centro de Apoyo de la SARH en
Uxpanapa, registró 18 424 chinantecos, de los cuales el 52 % eran hom-
bres y el 48% mujeres. En 1991, dicho Centro estimó la población chi-
nanteca en poco más de 30 000, la que señala Luis Arturo Atilano
Benítez, "han sobrevivido en condiciones sumamente adversas'<.U
El incremento demográfico de los chinantecos muestra una población
cuya cultura sigue en pie y protagoniza la historia regional del Uxpanapa.
Si bien la relocalización provocó efectos etnocidas previstos, también es
cierto que generó un complejo proceso de culturalización mediante la cual
han fusionando la propia tradición con los aportes de la modernidad. A lo
largo de veinte años se han dado procesos de selección derivados de la ex-
periencia del cambio, de las relaciones de conflicto, de la actitud de resis-
tencia, de la inseguridad personal, de encontrar en elementos de la
tradición respuesta a sus problemas, lo que condujo a la toma de concien-
cia social y cultural que abrió la posibilidad de superar la trampa de la in-
tegración o de la biculturalidad desintegradora, para lograr la adaptación,
o mejor dicho, la apropiación y construcción histórica del espacio, adqui-
riendo nueva fortaleza y un sentido de identidad étnica.
Para Marilyn Gates, que visitó el Uxpanapa en 1989, "la cultura chi-
nanteca ha cambiado considerablemente, 'pero' no ha desaparecido [... ],
la lengua chinanteca sigue siendo el principal medio de comunicación
[... ]. Las creencias populares acerca de las enfermedades y las prácticas
de curación siguen predominando. "13
En efecto, lengua y etnomedicina persisten, aunque muchos otros ele-
mentos de la cultura chinanteca fueron subsumidos y aparentemente deja-
ron de practicarse o se alteraron como consecuencia de la modificación de
su tradicional modo de vida, de la desaparición de su bloque histórico.
Mitos, creencias y prácticas rituales aparentemente se disiparon y dejaron
de tener significado al separarse de su espacio histórico-simbólico; la

139
transfiguración de las relaciones sociales, la alteración del sistema de resi-
dencia, el encontrarse de la noche a la mañana en un espacio desconocido
y sin historia, sometió a prueba su herencia cultural y produjo en muchos
chinantecos una crisis de identidad. Hay padres que hasta la fecha no ha-
blan en chinanteco con sus hijos, la mujer abandonó la indumentaria tradicio-
nal, se dejó de trabajar la artesanía, mayordomías y festividades patronales
casi desaparecieron, junto con danzas y música asociada. En una palabra, se
trastocó violenta y conscientemente su vida.
Afortunadamente los efectos etnocidas de la relocalización no provocaron
anomia, gracias a que las estructuras de la cultura chinanteca son "abiertas"
respecto a las relaciones y ambiente que las rodea. Es decir, son estructuras
activas que en condiciones críticas mostraron su diversificación, complejidad
y capacidad de etnogénesis para restablecer condiciones de equilibrio.
Estamos de acuerdo con Luis Vázquez León cuando afirma que al
interior de una comunidad las relaciones obsoletas "dan paso a nuevas
relaciones, a nuevas estructuras comunales, siempre que el clima his-
tórico les sea favorable, y en concreto determinadas acciones centrali-
zadas del poder estatal" .14 Y esto sucedió en Uxpanapa, Al reubicar a
los chinantecos, antiguas relaciones comunales se alteraron bruscamen-
te y dejaron de ser funcionales en las nuevas condiciones de vida; pero
a medida que el proyecto modernizador de la cp iba de fracaso en fra-
caso hasta su desaparición en 1984, los chinantecos fueron seleccio-
nando y reconstruyendo lo propio, desarrollaron nuevas relaciones de
agregación a partir de intereses compartidos, incorporaron elementos
de la cultura de aportación que han sido útiles y funcionales, han he-
cho reajustes en su organización social y, sobre todo, han superado el
rompimiento de la continuidad de su estilo de vida, de la fractura de su
bloque histórico y la separación de su territorio.
Ahora observamos una sociedad que logró un reajuste de su cultura,
restableciendo la transmisión de la información entre una generación y la
siguiente. El acontecimiento de la relocalización lo convirtieron en un he-
cho que da significado a su nueva vida; la división y límites impuestos en-
tre los pueblos con sus ejidos ha permitido construir los ámbitos de
pertenencia local, de estructuras espaciales articuladas cuya interrelación
está configurando un espacio regional, donde los eventos y sus escenarios
desplegaron la posibilidad de un proyecto territorial histórico. Desde lue-
go las relaciones de conflicto con las instituciones gubernamentales con-
tribuyeron a excitar la capacidad de organización y respuesta política de
los pueblos en lo local, tendiente a propagar un sistema de estructuras es-
paciales articuladas.

140
Pero, ¿dónde se inició el impulso hacia la organización de su nuevo
mundo? ¿Qué elementos de su cultura fueron factor de unificación y con-
tenido referencial? ¿Cómo se dieron categorías de adscripción y posicio-
nes sociales cuyo resultado ha sido la construcción de una identidad
cultural? ¿Podemos hablar de una reestructuración de la cultura tradicio-
nal chinanteca o debemos pensar en el desarrollo de una identidad que se
separa del modelo de la chinantla?
En nuestra opinión, aún no se tienen los suficientes elementos para dar
amplia respuesta a tales interrogantes. Podemos aproximarnos a la detec-
ción y explicación de indicadores que hablan de procesos de etnogénesis;
de nuevos corolarios culturales y sociales cuyos vínculos apuntan hacia la
construcción de un modelo de conducta colectivo, de una ontología esta-
ble, pero cuya especificidad surge de la cultura de la que partieron e in-
corpora elementos de la cultura o culturas de aportación (no debemos
olvidar que Uxpanapa es hoy una región interétnica), para construir una
identidad social. En este sentido resaltaremos aquellos elementos del uni-
verso simbólico que hemos registrado y consideramos contribuyeron a es-
tablecer el equilibrio etnopsicológico, a construir la historia primigenia y
cargar de cualidades al espacio. En una palabra, crear los remotos antece-
dentes y proyectarlos en el horizonte futuro.
Los primeros ajustes en su estilo de vida se observan en dos res-
puestas inmediatas contra la imposición a la forma de organización
para la producción y la asignación de espacios para vivir que les impu-
so la cr. Primero: lucharon por tener el control familiar de su parcela
recurriendo a una estrategia de resistencia contra el sistema de ejido
colectivo y mediante la ocupación paulatina de la tierra con cultivos de
subsistencia.J> El campesino chinanteco avanzó sobre su parcela esta-
bleciendo la relación con la naturaleza en su dimensión material y sim-
bólica, así como la organización productiva de la unidad doméstica, el
cultivo de maíz y frijol para autoconsumo, combinado con la pequeña
ganadería extensiva y plantaciones de hule y cítricos. Segundo: des-
pués de sorteados y entregados los predios para vivienda que se reco-
nocieron como propiedad privada, los chinantecos buscaron
mecanismos para reconstruir la estructura de sus antiguos barrios. Ine-
vitablemente tuvieron que adaptar una configuración espacial urbana a
su necesidad de vecindad. La solución derivada del consenso fue la
permuta de los predios para reunir las unidades domésticas emparenta-
das en un espacio común, pero también se buscó la integración espa-
cial tomando en consideración procedencia o en función de la
pertenencia a una iglesia.tf

141
En el poblado 11, por ejemplo, se constituyeron tres barrios que se or-
ganizaron a partir del lugar de origen, dándoles los nombres de los ejidos
de procedencia. Al interior se tejieron las relaciones de vecindad a partir de
los lazos de parentesco y amistad, pero también por la orientación religio-
sa. Los barrios son: El Nanche, cuyos miembros proceden del municipio
de Usila; Paso Limón y Potrero Nuevo, ambos integrados por chinantecos
originarios de Ojitlán. En el primero son evangélicos; en los segundos
hay católicos "progresistas" y católicos "tradicionales". En el barrio de
Paso Limón se encuentra la iglesia "progresista" que empezó a construir-
se en 1980 y es asistida por un diácono. En Potrero Nuevo se ubica la
iglesia tradicional, cuyo culto dedicado a la Virgen de Guadalupe está al
cuidado de una junta de católicos, en su mayoría ancianos. El Principal es
un anciano que le llaman "Rey Cueva", porque "dicen que en la Chinantla
se le apareció la virgen en una cueva". Al parecer esta manifestación mesiá-
nica esta relacionada con el movimiento socioreligioso que se desarrolló
en la chinantla ante la inminente relocalización, cuya mediación salvacio-
nista buscó en lo sagrado la protección y el auxilio contra las fuerzas ex-
ternas que los amenazaban.l?
Otros elementos de la organización social han sido refuncionalizados.
La faena o fatiga, se acordó instaurarla por consenso de todos los ejidos:
incluso NePE mestizos la han adoptado. Normalmente la faena se realiza
los sábados en función de la necesidad social. La organización y el con-
trol está en manos de la asamblea ejidal que se reune los domingos para
tratar asuntos relacionados con los ejidos y el pueblo. La faena ha sido
factor de unidad y cohesión en el poblado 11, al grado que sus habitantes
se sienten orgullosos "de ser los mejor organizados de todo el Valle". El
convite o "mano vuelta", se acostumbra para realizar actividades de roza,
cosecha y construcción de casa de palma; cuando ésta se construye con
materiales industriales se contratan albañiles; se basa en la reciprocidad
de las relaciones de amistad, aunque su práctica no es generalizada.
Sabemos que el sentimiento de independencia comunitaria difícilmente
se puede separar del lugar que simboliza seguridad. Como también la me-
moria histórica no sólo relaciona el pasado con el presente, también pro-
yecta el futuro con relación al espacio que le es propio y tiene un carácter
territorial inmediato. Los chinantecos, a medida que obtenían seguridad
sobre la parcela ejidal, control del proceso productivo y del ámbito del
pueblo, procedieron a identificar elementos y conexiones comunes, a par-
tir de los cuales iniciaron la construcción y explicación de su "nueva"
historia. Poco a poco cada pueblo marcó los límites de su espacio territo-
rial, seleccionó lugares y les asignó una carga simbólica, impregnando de sa-

142
cralidad a la naturaleza. Del universo simbólico de su cultura, el chinan-
teco elaboró las referencias primigenias que le han permitido construir y
dar sentido a la relación entre cada uno de los miembros, de estos con la
colectividad y la colectividad con el espacio, superando las contradiccio-
nes y fracturas que se derivaron por el trauma colectivo del reacomodo.
Hoy, en el Uxpanapa también habitan seres sobrenaturales. El espacio
del valle ya no es desconocido ni se presenta homogéneo, impenetrable o
aterrador, porque al igual que los Hombres, en él también existen deida-
des que habitan lugares positivos y negativos asociados a la vida y a la
muerte.
Aleka Boutzouvi nos dice que con la "ayuda de la memoria los indivi-
duos son capaces no sólo de evocar su pasado sino también de definirse a
sí mismos y de desarrollar, comunicar, comprender, intervenir, registrar
y reproducir ideas, imágenes y experiencias; en otras palabras, de partici-
par en el proceso social" .18 De esta forma, las historias individuales y
aquellas que se refieren a cada pueblo, se fueron entretejiendo para cons-
truir el entramado de una historia que nace a partir de un hecho común. 19
El valle de Uxpanapa, al principio vacío, carente de historia y totalmente
desconocido, poco a poco se fue cargando de sentido gracias a la apropia-
ción productiva del suelo, al descubrimiento del entorno ecológico y a la
conversión de escenario de acontecimientos comunes a chinantecos y de-
más grupos étnicos y mestizos que lo poblaron. 20 Del caos surgió el or-
den y con él la memoria histórica colectiva.
En este proceso el mito jugó un papel determinante. Los chinantecos
dieron al espacio concreto un contenido histórico al cargarlo de elementos
simbólicos. Se habla de "lugares" primigenios que refieren al sitio donde
estuvieron los campamentos provisionales. Para los habitantes del poblado
11, el "lugar histórico es Paso Limón del río Oaxaca, porque ahí fue el
primer lugar en que se asentó la gente". Para ellos, Paso Limón marca
el tiempo ah origine que dio sentido a su nueva existencia. Pierre Clastres
señala que "la sociedad es auto-reproductora de ella misma pero no auto-
fundadora't.U En esta lógica, la dialéctica del pensamiento religioso chi-
nanteco transformó el Decreto Presidencial mediante el cual se ordenó el
reacomodo en el Uxpanapa, en un "Mandato Supremo" .22 Ellos conside-
ran que no llegaron a Uxpanapa por voluntad propia, sino por una orden
superior que torció su destino. Por eso cuando va a sembrar le dice al
"padre y madre de la tierra, al dueño de la tierra, al dueño del monte,
que yo no vine acá porque quise, yo vine por un mandato, no por capri-
cho y entonces ahí le hablamos... Por eso se pide, por eso se habla para
que sepa quién soy yo". 23

143
Ese diálogo con los "dueños del monte", con la naturaleza, busca sa-
cralizar la relación con el entorno, no sólo como conceptualización de la
realidad natural, sino también como mediación de las modalidades socia-
les de producción y sustento. El establecimiento simbólico de la comuni-
cación con las deidades de la naturaleza, ayudó a estructurar las
percepciones del medio y diluir el conflicto que representaba el no tener
el control del proceso productivo. Poco a poco, y a través de diversas es-
trategias entre las que se encuentra el ritual, los pueblos chinantecos han
ordenado valores y acciones de interacción que se plasman en la forma y
manera de concebir el espacio. La naturaleza tiene un carácter sacro y con
ella los lugares primigenios; el ámbito de ejidos y pueblos ha adquirido
una connotación humana y divina en la que la idea de territorio está to-
mando concreción. De esta forma, la territorialidad, como lo señala Car-
magnani, "no es un simple hecho geográfico, económico, social o
cultural, dado de una vez, sino una realidad pluridimensional, producto
de la historia" .24
En la década de los cincuenta, Roberto J. Weitlaner y Cario Antonio
Castro recopilaron diversos mitos y leyendas en la Chinantla que dan
cuenta de la visión del mundo y de la vida, de los orígenes y cosmovisión
de sus pobladores-o En Uxpanapa, elementos de esa cosmología están
siendo reiterados y relacionados con lugares a los que se les atribuye una
carga cualitativa de "encanto". El saber tácito de los chinantecos refleja un
comportamiento simbólico que conserva experiencias, conocimientos y
creencias de las que participa la población relocalizada, independientemente
de la comunidad o ex ejido de origen. Cuando hay condiciones de emergen-
cia el saber tácito se vuelve saber implícito, y las identidades subjetivas
interactúan para reconstruir el sistema de relaciones y representaciones en
la que descansa la identidad.26 Para los chinantecos de Uxpanapa esos mi-
tos derivan del nicho histórico originario; esos fragme ,lOS de la sabiduría
popular tuvieron que ser recreados para dar contenido a un nuevo ámbito
cultural. En este sentido el mito adquiere un carácter de fenómeno históri-
co. Los relatos nos dicen que "Por el río donde camina la gente del Cán-
dido Aguilar, hay un lugar que le llaman Boca de Sábalo. Ahí está una
poza muy grande y profunda donde habita un sábalo muy grande. Ese no
se puede sacar".
En el ejido El Carmen el mito refiere a un manantial profundo que está
en la punta de un cerro donde habita un pez enorme que tampoco se deja
agarrar; y en el ejido Nuevo Córdoba, la gente narra la existencia de una
laguna misteriosa "donde hay tortugas muy grandes y lagartos que no se
dejan pescar". Los lugares peligrosos refieren a cuevas y cerros. En La

144
Joya se habla de una cueva que huele a azufre y en el poblado 11 de ce-
rros con "hoyos y zumbadero de agua" en los que habitan "encantos".
En los relatos recopilados por Weitlaner y Castro las pozas profundas, la
existencia de enormes peces que en ellas habitan, las cuevas con "encantos",
la existencia del dueño de los animales y del monte, son elementos que ahora
se repiten en las narraciones de los chinantecos de Uxpanapa. En el valle hay
lugares y seres sobrenaturales que pueden provocar "susto" y "pérdida del
alma", situaciónde la que sólo el curandero puede salvar.
Durante el proceso de reacomodo y en los años posteriores, los curan-
deros tuvieron un rol decisivo para liberar tensiones y evitar la desmorali-
zación de los individuos. Puede decirse que fueron un factor de equilibrio
etnopsicológico por poseer conocimientos etnobotánicos, ser depositarios
de la capacidad de realizar prácticas mágico-religiosas con fines curati-
vos, protectores o maléficos, tener un estatus moral y mantener vivos ele-
mentos fundamentales de la cultura, como lengua y memoria histórica.
Cipriano Manuel explica: "Yo curo en la lengua chinanteca, porque en
este lugar también se entiende esa lengua, estamos hablando con Dios y
con la tierra".
En ellos, como individuos cuyo bagaje cultural es parte de la entidad
colectiva, recayó la tarea de construir las relaciones entre el hombre y las
nuevas tierras; entre el chinanteco, el cosmos y la naturaleza. Pero tam-
bién adquirieron la responsabilidad de descubrir, experimentar y aprender
del nuevo entorno, la riqueza biótica y los lugares con características que
responden a la estructura cognoscitiva chinanteca. Al hablar con la tierra,
plantas y animales el curandero creó una abertura hacia la naturaleza que
le permitió el acceso a sus secretos. Los conocimientos etnobotánicos se
enriquecieron, claro está, después de un arduo aprendizaje que es atribui-
do a un "botánico que anda por aquí. Que llega, que nos enseña aquí en
la iglesia a todos los creyentes". El "Botánico", héroe cultural mítico, es
una reinterpretación que el curandero hace de sí mismo para explicar
cómo es que adquiere nuevos conocimientos con relación al uso y manejo
de plantas medicinales. Es una alegoría simbólica que valida la innova-
ción y adquisición de conocimientos frente al grupo y ante la comunidad
de curanderos que poseen un estatus, y entre quienes existe una comuni-
cación especializada: "aquí hay un amigo que sabe de esas plantas del
curso y llega otro señor que viene del [pobladol 7, Y otro de Cedillo, y
otros más que sacan sus plantas, sus medicamentos, así, botánicos".
Esta homología entre botánico-curandero es relevante porque trasluce
el concepto indígena de difrasismo in ixtli in yollotl (cara, corazón) que
refiere a "dos aspectos fundamentales del yo: su fisonomía interior y su

145
fuente de energía")7 Es decir, la fuerza para adquirir su propio "rostro"
por medio del impulso de ser potencial, de ser persona; pero a la vez sim-
boliza la existencia humana en correlación con la naturaleza; es una ac-
ción ordenadora que convierte al entorno natural en espacio humano.

Conclusión: de 10 local al territorio

Parece claro que el proceso de reorganización de los chinantecos relocaliza-


dos, transitó de la apropiación y control del espacio inmediato a la construc-
ción cognitiva de pertenencia a un espacio mayor y común: la naturaleza y el
campo de cultivo, la vivienda y la organización de los barrios, la delimitación
del ejido y del perímetro general del conjunto de ejidos, la adscripción al
pueblo y la constelación de poblados en un espacio compartido.
En esa mutación, el espacio se llenó de contenido, de historia, de mito.
Los dueños de la tierra emergieron para ocupar el lugar que les corres-
ponde. A ellos se les pide permiso para desmontar la parcela y en la dis-
culpa le dicen que van "a vestirla de nuevo con la siembra". En los
barrios surgieron marcadores de adscripción y diferenciación. En diversos ba-
rrios de los distintos pueblos se están reconstruyendo las celebraciones re-
ligiosas como elemento integrador, y entre ellos marcan contrastes con
"los otros", como en el Poblado 11, donde Paso Limón y Potrero Nuevo
consideran a los de El Nanche "atrasados porque hablan otro dialecto y
no entienden bien la castilla".
Los barrios, a su vez, son contenedores del pueblo cuya unidad devie-
ne de la propiedad de la tierra constituida en ejido, cuyo derecho histórico
está dado por decretos y resoluciones presidenciales, materializando una
nueva idea de comunidad e identidad.
Como ejidatarios se les impuso una organización estructurada en torno
a las autoridades ejidales. A partir de esta estructura reorganizaron la vida
interna de cada poblado y le asignaron una función de protección a la co-
munidad, función que en la interacción social pasó de la mediación entre
el chinanteco y las dependencias gubernamentales a constituir la forma de
gobierno interna con marcada tendencia a la autonomía comunitaria. En la
Asamblea General se toman las decisiones que afectan la vida cotidiana.
El Comisariado Ejidal es la autoridad inmediata y propia.

146
Desde luego la solución es producto de una compleja asociación políti-
ca, resultado del consenso entre ejidatarios y avecindados que muestra el
potencial alternativo de la cultura chinanteca. Representa la aceptación de
un núcleo de poder común que regula la vida comunitaria, establece la re-
lación con las instancias gubernamentales y es responsable de vigilar los
límites ejidales que para reafirmarlo como propios "cada año se limpian
para evitar invasiones".
El sentimiento de pertenencia a un ejido, a una localidad, el hablar la mis-
ma lengua y tener un origen derivado de un acontecimiento originario, hacen
que los chinantecos del Uxpanapa sientan que son un pueblo, una colectivi-
dad que comparte una cultura, pero también un espacio al que le han dado un
contenido histórico elevando su dimensión a carácter territorial.
La lengua y las prácticas socioculturales revelan el espíritu y el genio
creador de un pueblo. En su naturaleza profunda y en la toma de concien-
cia, la cultura manifiesta su capacidad de desenvolvimiento material, so-
cial y ético-moral, elementos que reunidos hacen que un grupo humano se
constituya en pueblo. En este sentido, los chinantecos relocalizados están
logrando una conciencia y una voluntad colectiva como pueblo, una iden-
tidad en la que son claros los niveles de relación hacia sí mismos, hacia
otros y de situación con otros.
Ellos se reconocen como portadores de una cultura; se relacionan con
un espacio geográfico que consideran su territorio por "m? «ia.o se-
mantizando los decretos presidenciales para darle un carácter de sacrali-
dad al convertir el hecho histórico en principio míticc ; marcan la
diferencia con los otros, tanto con los miembros de otras etnias y mesti-
zos, como al interior de ellos mismos cuando se refieren a la procedencia
de ex ejido y municipio; distinguen su posición histórica y demográfica
frente a los que llegaron después; pero sobre todo, están construyendo
una unidad por conciencia y voluntad en tomo a un proyecto sociopolíti-
co: separar el Distrito de Drenaje Uxpanapa de los municipios en que está
comprendido, para constituir un municipio libre.
El proyecto surgió al debilitarse el control que ejercía la CP y no exis-
tir una dependencia federal o estatal que la sustituyera. Ni siquiera los
propios municipios en los que está enclavado el Distrito. Durante casi dos
décadas el espacio que comprende el valle de Uxpanapa estuvo "cerrado"
por la cr, situación que influyó para identificar sus límites, como límites
posibles de un municipio. Lo cual es factible porque el espacio geográfico
se cargó de historia, los pueblos tienen una interrelación dinámica, están
organizados y sobre las diferencias culturales y límites étnicos, conforman
una sociedad multiétnica con una unidad económica y política en la que

147
descansa el sentimiento territorial. Es decir, se generó una ideología de
pertenencia a una colectividad y a un territorio a partir de los ejes de la
cultura y la naturaleza, plasmando en el espacio una forma de ordenar su
mundo.
Desde luego la conversión a municipio libre no está exenta de conflic-
tos. Al interior de los chinantecos se observa que el interés compartido se
enfrenta al etnocentrismo de los pueblos que se consideran mejor organi-
zados y en el lugar central del valle: los poblados 10 (al que han empeza-
do a llamarle La Chinantla), 11, 12 Y La Laguna, comparten el proyecto,
pero "pelean para ser cabeza de municipio". Esta situación es aprovechada
por las instancias gubernamentales para promover la actividad de partidos po-
líticos y organizaciones campesinas que están provocando divisiones faccio-
nales, a [m de cancelar la viabilidad de la formación del municipio que
sería fundamentalmente indígena. 28
Han transcurrido veinte años desde que se inició el reacomodo. En ese
lapso lo cotidiano venció a la tendencia asimilacionista y superó la relación
unidimensional de la sociedad dominante, demostrando una vez más que la
"historia es el reino de la posibilidad en el reino de la necesidad".29 Los chi-
nantecos encontraron en lo cotidiano, en el descontento que permitió la emer-
gencia de las dimensiones de su identidad, la probabilidad de reconstruir su
orden para superar el cambio discontinuo al que fueron sometidos y retomar
a la continuidad del tiempo y del espacio.

Ex-ejido en la Chinantla y ejido receptor en Uxpanapa

Ex-ejido en la Ejidatarios Ejido receptor en Ejidatarios


Chinantla censados, Uxpanapa beneficiados,
1973 1974-1979
Cafetal Segundo, 154 Josefa Ortiz de
Ojitlán Domínguez. 27
Salto de Eyipanyla. 20
Álvaro Obregón. 80
Lugar de origen. 27
El Aguacate, 116 Adalberto Tejeda. 28
Ojitlán Buena Vista. 22
El Pilón. 16
Otros lugares. 50

continúa

148
Ex-ejido en la Ejidatarios Ejido receptor en Ejidatarios
Chinantla censados, Uxpanapa beneficiados,
1973 1974-1979
Laguna 221 Álvaro Obregón. 38
Escondida, Ojitlán Murillo Vida!. 31
Monterrey. 39
Hnos. Carrillo. 9
Otros lugares. 104
El Cantón, Ojitlán 194 Álvaro Obregón. 36
Nuevo Cantón. 6
San Antonio. 49
B. Juárez 1. 32
B. Juárez 11. 28
B. Juárez 11I. 23
Otros lugares. 20
Villa de Ojitlán, 179 Salta Barranca. 34
Ojitlán Nuevos Naranjos. 18
Progreso
Chapultepec. 12
Belisario
Domínguez. 8
Otros lugares. 107
La Laguna, Ojitlán 110 Almanza. 45
Celestino Gasea. 24
Otros lugares. 41
Monte Bello, 136 Las Brujas. 28
Ojitlán Lucio Blanco. 7
Cerro Amarillo. 39
G. Díaz Ordaz. 19
Otros lugares. 43
El Zapotal, Ojitlán 57 Enrique Rdz. Cano. 18
Francisco Villa. 21
Otros lugares. 18
Arroyo Grande 107 Carolino Anaya. 10
Privilegio, Ojitlán Feo. Javier Mina. 9
Benito Juárez. * 77
Otros lugares. 11
Piedra de Amolar, 65 Feo. Javier Mina. 18
Ojitlán Plan de Arroyos. 30
Otros lugares. 17

coniinúa

149
Ex-ejido en la Ejidatarios Ejido receptor en Ejidatarios
ChinantIa censados, Uxpanapa beneficiados,
1973 1974-1979
Paso Limón, 250 Nuevos Naranjos. 28
Ojitlán Helio García 189
Alfaro. 33
Otros lugares.
Raya de las 133 Adolfo López 95
Carolinas, Ojitlán Mateos.
Otros Lugares. 38
Loma Alta, Ojitlán 40 El Carmen. 25
Lugar de Origen. 15
Caracol Ideal, 88 Huitzilzilco. 72
Ojitlán Lugar de Origen. 16
San José 68 Cándido Aguilar. 33
Ojitlán, Ojitlán Otros lugares. 35
Laguna Mata de 36 Feo. Javier Mina. 20
Caña, Otros lugares. 16
Chiltepec
El Nanche, 71 Helio García Alfaro. 71
Usila
Santa Flora, Usila 31 NCPERío 30
Uxpanapa.
Otros lugares. 1
Total 2287 2287 I

* No especifica a cuál de los tres ejidos Benito Juárez corresponde.

150
Notas

I sARH-Comísión Nacional del Agua, Relación de Derechos, Superficie de Reacomodo


en el Estado de Veracruz y en el Vaso Cerro de Oro (mes), Ciudad Alemán, Veracruz, fe-
brero de 1990; SARH-CNA, Nuevos Centros de Población Ejidal Integrados en las Zonas de
Reacomodo en el Estado de Veracruz (mcs), Ciudad Alemán, Veracruz, 1990; SARH-CNA,
Nuevos Centros de Población Ejidad en la Periferia de la Presa Miguel de la Madrid Hurta-
do (mes), Ciudad Alemán, Vercruz, 1990.

2 Una explicación amplia del proceso se encuentra en: José Velasco Toro (¡VY) y Guada-
lupe Vargas Montero, "Uxpanapa, construcción y fracaso de una región plan", en: Odile
Hoffmann y Emilia Velázquez (coords.), Las llanuras costeras de Veracruz. La lenta cons-
trucción de regiones, Universidad Veracruzana-onsrov. pp. 279-308, México.

3 Alicia Barabás y Miguel Bartolomé, Hydraulic Development and Ethnocide the Maza-
tec and Chinantec People ofOaxaca, trad. de JVT, pp. \3-14, México, Copenhagen, 1973.
Este documento causó polémica en México entre sus autores y el doctor Gonzalo Aguirre
Beltrán, entonces director del INI, quien criticó la posición de Barabás y Bartolomé, escribió
un artículo titulado: "Etnocidio en México: una denuncia irresponsable", en: Obra polémi-
ca, SEP-INHA, 1975, México.

4 José Velasco Toro y Guadalupe Vargas Montero, op. cit., p. 286.

5 Véase Peter T. Ewell y Thornas T. Poleman, Uxpanapa, reacomodo y desarrollo agrí-


cola en el trópico mexicano, INIREB, pp. 253-254, 1980, Xalapa.

6 Lo peor es que se dieron casos de matrimonios en los que el esposo y la esposa reci-
bieron derechos agrarios en distintos centros de reacomodo. Comunicación verbal de Cora-
zón de Ma. Modesto Portugal, Residencia General de Reacomodo, Ciudad Alemán,
Veracruz, febrero de 1991.

7 Ley Federal de Reforma Agraria, POITÚa, arts. 51, 76 Y454, 1977, México.

8 Maria Skoczek señala al repecto: "El sistema de funcionamiento de ejidos colectivos


no se inscribe en el antiguo sistema de trabajo común practicado por los chinantecos", op.
cit., p. 4.

9 Véase Roberto J. Weitlaner y Cario Antonio Castro, Usila (morada de colibríes), Mu-
seo Nacional de Antropología, 1973, México; Bartolomé y Barabás, La presa Cerro de
Oro, pp. 141-142.

10 El sorteo de lotes urbanos se utilizó en todos los pueblos de reacomodo que se hicie-
ron en Veracruz entre 1984 y 1990. Residencia General de Reacomodo, Ciudad Alemán,
Veracruz, febrero de 1991.

11 Manuel González recuerda del poblado 11: "En nuestro lugar de origen teníamos la
costumbre del trabajo colectivo sin recibir un pago en efectivo. Lo que se hacía era darle
comida a quienes trabajaban. Así se contruían galeras, casas. Esto se perdió con los mate-
riales de construcción del gobierno. Así se están perdiendo otras cosas como el vestido y el
idioma".

151
12 Luis Arturo Atilano Benítez, Antecedentes del Proyecto de Reacomodo en el Valle de
Uxpanapa (mes), Poblado 9, Veracruz, p. 4, 1989.

13 Marilyn Gates, "Lecciones de Uxpanapa", en: México indígena (México D. F.),


núm. 4, enero de 1990, pp. 25-28.

14 Luis Vázquez León, Ser indio otra vez. La purepechizocián de los tarascas serranos,
CONACULTA, 1992, p. 26, México.

15 El inicio de este proceso lo reseña con claridad Ewell y Poleman, op. cit., pp.
227-242.

16 Este fenómeno se repitió, con sus variantes, en cada pueblo; incluso, nos dice Víctor
Agustín Hernández de la Residencia General de Reacomodo, "en todos los pueblos cuando
se sorteaba los lotes en la zona urbana, cada uno se arreglaba para permutar y hacer su ba-
rrio. Eso lo hacen porque así es su idiosincracia".

17 Las manifestaciones mesiánicas en la Chinantla, han sido estudiadas de manera am-


plia por Bartolomé y Barabás, sobre todo el surgimiento del personaje sagrado: el Ingeniero
el Gran Dios, op. cit., cap. VIll, pp. 73-100.

18 Aleka Boutzouvi, "Individualidad, memoria y conciencia colectiva: la identidad de


Diamando Gritzona", en: Historia y fuente oral, núm. 11, Departamento de Historia de la
Universidad de Barcelona, 1994, p. 40, Barcelona.

19 El Hombre es devenir histórico y como sujeto en la historia es producto de operacio-


nes subjetivas que constituyen una realidad objetiva y universalmente válida para todos los
miembros de una sociedad. En este sentido dice Enza Paci: "la objetividad está constituida
por la subjetividad entendida como intersubjetividad y está claro que aquí la sociedad de los
sujetos no puede ser una abstracción, sino la sociedad de individuos integrales y concretos
o, como nosotros diríamos, de mónadas concretas", en: Función de las ciencias y significa-
do del Hombre, FCE, 1968, p. 250, México.

20 A partir de 1980 se abrió el Uxpanapa al reparto agrario. Dentro del perímetro del
Distrito se reubicó a zoquez procedentes de Chiapas que fueron afectados por la erupción
del volcán Chichonal; totonacos y nahuas de Veracruz, mixes de Oaxaca y campesinos mes-
tizos, han recibido dotación agraria. Los zapotecos que se han asentado en la región, proce-
den del istmo oaxaqueño y generalmente se dedican al comercio.

21 Pierre Clastres agrega: "La función de asegurar la auto-reproducción de la sociedad,


la repetición de su Ser. .. , le es confiada en particular a los ritos iniciáticos. Pero el acto
fundador de lo social, la institución de la sociedad, remiten a lo presocial, a lo meta social",
en: Investigaciones en antropología política, Gedisa, 1987, p. 85, Barcelona.

22 Bartolomé y Barabás narran cómo el pensamiento simbólico de chinantecos y mazare-


cos justificó la reubicación como un arreglo entre sus deidades y el presidente Luis Echeve-
rría, que entregó tributo para que permitieran la construcción de la presa Cerro de Oro, op.
cit., p. 77.

23 Cipriano Manuel, curandero, Poblado 11, Uxpanapa, marzo de 1992.

24 Marcelo Carmagnani, El regreso de los dioses. El proceso de reconstitución de la


identidad étnica en Oaxaca. Siglos XVII y XV/II, FCE, 1988, p. 85, México. Véase también
José 1. García García, "El uso del espacio: conductas y discursos", en: José A. González

152
Alcantud y Manuel González de Molina (eds.), La tierra. Mitos, ritos y realidades, Anthro-
pos, 1992, pp. 400-411, Barcelona.

25 Weitlaner y Castro, op. cit.; Roberto J. Weitlaner, Relatos, mitos y leyendas de la


Chinantla, INI, 1977, México.

26 Véase Dan Sperber, El simbolismo en general, Anthropos, 1988, Barcelona; Gilbero


Giménez, "Cambios de identidad y cambios de profesión religiosa", en: Guillermo Bonfil
Batalla (coord.), Nuevas identidades culturales en México, Pensar la Cultura, 1991, pp. 23-
54, México.

27 Mercedes de la Garza, El Hombre en el pensamiento náhuatl y maya, UNAM, 1990, p.


73, México.

28 Cecilio Florentino del poblado 11 lo explica así: "Cuando los partidos políticos empe-
zaron a llegar al valle, la gente empezó a dividirse. Ahora hay grupos que jalan con el PRD,
el PRI, el PPS. Nosotros seguimos luchando como ejido, porque es el único beneficio que te-
nemos", marzo de 1991.

29 Herbert Marcuse, El hombre unidimensional, Joaquín Mortiz, 1968, p. 13, México.

153
En busca de sociedades regionales.
Inserción social y construcción de la
pertenencia territorial

Marielle Pepin Lehalleur

Plantearé aquí la relación entre sociedad y espacio -o más propiamente,


en este caso, territorio- desde el punto de vista de los actores, buscando
precisar los mecanismos a través de los cuales los grupos sociales se reco-
nocen como locales. La ecuación tiene dos incógnitas: el proceso de cons-
titución de los grupos sociales en su doble dimensión clasista y territorial
y la posible creación, en el territorio compartido por varios grupos, de
una sociedad regional.
¿Cuánto pesa la pertenencia territorial y cómo actúa sobre la forma en que
un grupo social se identifica a sí mismo y se diferencia de otros? Teniendo
como trasfondo los parámetros nacionales "compartidos" de la diferencia-
ción social, debemos analizar cómo incide la interacción localizada sobre el
grado de adhesión o de rechazo que manifiesta un grupo hacia los valores do-
minantes de la sociedad global. ¿A través de qué procesos se van conforman-
do sociedades locales? o dicho de otro modo, ¿qué factores explican que en
ciertas localidades o regiones, más que en otras, la interacción entre vecinos
resulte en una focalización fuerte y concurrente de sus intereses, que cubren
un grado suficiente de autonomía al punto que el espacio se vuelve no sólo
motivo de disputa, sino símbolo de identidad que genera proyectos y compro-
misos? En la competencia por la apropiación simbólica o apropiación política
del espacio local, ¿qué papel juegan y en qué términos se formulan la perte-
nencia territorial y la adscripción social?
Propongo esbozar el análisis comparativo de la composición social en
cuatro municipios o zonas: Santa Engracia, Mante y Altamira en el estado
de Tamaulipas y Álamo en el de Veracruz, y buscar la dinámica de su po-
sible identificación como regiones.! En los diversos lugares de estudio con-
frontaré la evolución reciente de los grupos sociales definidos por una
posición de clase similar y trataré de apreciar el peso de su localización e
interjuego con sus vecinos.
El método comparativo es, en este caso, particularmente prometedor,
pues se puede observar, y hay que explicar por qué, de un lugar a otro,
los procesos de diferenciación no siguen las mismas líneas de fractura, no
se expresan en las mismas prácticas ni con los mismos símbolos. Pondré a
prueba la hipótesis de B. Picon (1986: 159) para quien "la interacción lo-
calizada de los actores sociales, en ámbitos de mutuo conocimiento, lleva
a producir modelos culturales y sociales originales". "Partiendo del su-
puesto que una identidad local se genera a través de la confrontación coti-
diana (conflictiva o no) de grupos sociales portadores de percepciones y
prácticas diferentes, buscaré averiguar si los conjuntos sociales bajo estu-
dio tienen una densidad y una coherencia tal que se pueda afirmar que
funcionan como sistemas de diferencias" (Bourdieu, 1979: 191), a los
que yo propondría llamar "sociedades regionales".
En el mundo rural, la agricultura, aun sin ser predominante, desempe-
ña un papel único como campo de actividad donde la tierra es medio de
producción, fragmento de espacio y referencia simbólica, es el objeto-ins-
trumento concreto de la cercanía de los actores sociales.
El perfil sociológico que adquieren los distintos grupos ligados a la
agricultura en cada lugar depende, en buena medida, del peso que ésta co-
bra como actividad, fuente de ingresos, base de poder, dentro de la confi-
guración local donde además, según los casos, aparecen o no figuras
sociales oriundas de la ciudad. Grupos de agricultores podrán insertarse a
sus anchas en ciertos medios urbanos, mientras otros, con recursos simi-
lares, sólo lo harán en forma lateral o marginal.
Los lugares estudiados entran, con grados distintos, en la gama de si-
tuaciones rurales. En dos de ellos, Santa Engracia y Álamo, la agricultura
lo es todo, la vida gira alrededor de la producción de naranja y de los pro-
cesos más recientes de su industrialización. En Mante, los tiempos de la
zafra y de las demás cosechas marcan los ritmos de la economía local,
animan o frenan todo su movimiento, aunque el comercio y los servicios
urbanos ocupan a más personas y generan quizá más valor. En Altamira,
la agricultura, aunque próspera, se encuentra políticamente marginada
por la presencia de interlocutores de mayor peso, como la conurbación de
Tampico y Ciudad Madero, el puerto industrial y las plantas petroquími-
cas o las numerosas colonias populares de reciente arraigo.
Veamos cómo las expectativas que se han generado en México en tor-
no a la agricultura y al mundo rural a lo largo de los decenios son reinter-
pretadas a nivel local y dan materia a la mutua definición de los grupos.

156
De una ideología de la dualidad a la búsqueda
de una clase media rural

Entre los años 1930 y 1940, el ímpetu agrarista hizo esperar que una agricul-
tura con amplia base campesina, dotada de medios suficientes, permitiría a la
población rural alcanzar un nivel de alimentación y bienestar decoroso, le de-
volvería la dignidad y proporcionaría los cimientos de una sociedad nacional
menos heterogénea y desigual; pero no cabía en este proyecto entablar un de-
sarrollo modernizador, alimentar a una población urbana que empezaba a
crecer y sostener un proceso de industrialización en ciernes.
Otra propuesta económica, social y técnica salió avante con estos pro-
pósitos. La Revolución Verde valorizó los mandatos de eficiencia, tecni-
cidad, inversión de medios potentes, modernidad. No se buscó ampliar el
rango de adaptación de este modelo para adecuarlo a las condiciones que
prevalecían en el país.
En la brecha que se abrió entre las dos concepciones y las dos realidades,
se desató en los sesenta una grave crisis de desabasto y descapitalización, lo
cual acentuó los rasgos atribuidos a uno y otro sector social: los empresarios,
productivos pero derrochadores de recursos (incluyendo los recursos públi-
cos), más interesados en los renglones rentables de exportación que en pro-
ducir el alimento nacional; y los campesinos, subdivididos en privados (los
que aparecían en los censos agrícolas de entonces como "menos de 5 hectá-
reas") y ejidatarios. Se les juzgaba ineficaces, amenazados por el minifundis-
mo y se lamentaba su carencia de sentido empresarial.
Se aceleró brutalmente el éxodo rural con la salida masiva de candida-
tos a albañiles ocasionales y a sirvientes domésticos hacia las grandes ciu-
dades, pero también de aspirantes a obreros, empleados y estudiantes; la
migración manifiesta una aspiración a la urbanidad, vista como el único
medio donde se pudiera soñar con una posible movilidad social. Al mun-
do rural se le juzgaba de manera cada vez más desesperada como un las-
tre del que se tenian que librar tanto la economía como la sociedad.
Una nueva dinámica se instaura a mediados de los setenta con el flujo
de divisas del petróleo. Se hace urgente ampliar la capacidad productiva
agrícola, se busca la independencia alimentaria, se quiere frenar el creci-
miento exagerado de las ciudades. El gobierno de López Portillo empren-
de una política de inversión pública en infraestructura agrícola, de apoyo
crediticio ampliado y de reorganización técnico-administrativa.

157
Del proyecto ambicioso que intentaba reconstruir la agricultura nacio-
nal, resaltemos que enalteció la planificación y buscó controlar todos los
parámetros de la producción, pero no intervino directamente en dos cam-
pos esenciales: el mercado de trabajo y la compra de cosechas (excepto
las de maíz), regida por los precios de garantía cuando se trataba de ali-
mentos básicos. El proyecto agrícola se limitó a la producción e intentó
promover en este ámbito procesos técnicos y sociales que superaran la
dualidad histórica del agro mexicano. En la base de este proyecto estaba
el reconocimiento de la actividad en sí, particularmente en la práctica de
los campesinos; tenía condiciones y lógica específicas, en ocasiones aje-
nas y hasta contrarias a los principios del mercado. Así, una meta de la
planificación y del recurso organizativo era establecer un puente entre ne-
cesidades y capacidades que no están "natural" y perfectamente articula-
das por la competencia. Entre crédito subvencionado (a tasas diferentes
según el nivel de ingresos personales del productor) y precios de garantía
(que según los años corresponden a precios-piso o precios-techo) se ope-
raron múltiples ajustes entre subsidios otorgados a insumos y servicios o a
consumos. Era urgente tecnificar la producción (la investigación agronó-
mica produce paquetes tecnológicos que se deben adoptar para conseguir
crédito y seguro agrícola), y la tarea de promover y expandir el proceso
de tecnificación se asignó a la organización de los productores, privados y
ejidatarios.
Dos consideraciones parecen fundamentar el deslinde cuidadoso que
se hace de los productores como sujetos de los programas en función de
su forma de tenencia de la tierra. La primera, más ideológica, imputa a
los propietarios privados una especie de tendencia natural a la búsqueda
de tecnicidad y de eficiencia económica, presumen que tendrán un com-
portamiento (inclusive la disposición de pagar sus deudas) acorde a sus
intereses de "homo economicus". En cambio, tales comportamientos
e intereses no se consideran asociados al estatus de ejidatario, limitado
por la necesidad de asegurar en primer lugar el mantenimiento cotidiano,
y son dignos de comentario y admiración cuando se verifican. Estos jui-
cios a priori encuentran justificación y operacionalidad en el hecho de que
el propietario puede respaldar con su tierra y demás bienes una solicitud
de préstamo, mientras que se debe de inventar para el ejidatario el com-
promiso del "crédito solicitado" que concilia el operativo mercantil de la
devolución de todo préstamo con el principio de inenajenabilidad de la
parcela ejidal.
Sobre el principio de organización colectiva convergen entonces expec-
tativas y valoraciones ambivalentes y aun contradictorias. Pregonada como

158
instrumento de racionalidad, la organización se toma motivo de suspica-
cia cuando es paliativo de una debilidad intrínseca de los ejidatarios. De
hecho, la práctica mostrará que se puede aprovechar para nulificar la ini-
ciativa personal, ejercer prácticas caciquiles y apropiarse de los recursos
colectivos, de la misma manera casos exitosos de superación colectiva de
las dificultades. El a priori ideológico se apoya, una vez más, sobre dife-
rencias instituidas entre la libertad y la responsabilidad que los producto-
res privados conservan, en principio, para asumir riesgos, aprovechar
oportunidades, ganar o perder, y la mediación forzosa que restringe la ca-
pacidad de decisión y de acción de los ejidatarios. Pero se espera de esta
mediación que permita a muchos de ellos superar su desventaja estructural
y que lleguen a conformar un estrato medio capaz de equilibrar la estruc-
tura productiva.
En las relaciones entre productores vecinos, la dimensión individual o
colectiva de las acciones resulta un elemento clave de las imágenes que
cada uno se forja, de sí y de los demás. Añade su fuerte carga valorativa
a la manera en que las diferentes categorías de agricultores aprecian las
peripecias locales y actúan frente a ellas, y se reconocen como posibles
aliados o contrincantes. Así, puede usarse la oposición entre colectivo e
individual a modo de cala para contrastar cómo se traban las historias de
los propietarios privados y ejidatarios en nuestros lugares de estudio.

Variaciones locales sobre los que "la hacen"


y los que siguen

A pesar de todas las diferencias locales en los inicios del historial agrario,
los años 1930-1940 marcan el periodo de mayor homogeneidad o parale-
lismo en la evolución de la agricultura nacional. Entre nuestras regiones,
mencionemos simplemente dos variaciones importantes.
En Santa Engracia las dotaciones ejidales iniciales han sido acompaña-
das de un apoyo oficial constante que ubica al grueso de los ejidatarios en
una situación relativamente acomodada. Conviven sin mayor roce con los
pequeños rancheros privados y los herederos de las haciendas expropiadas
que conservan superficies de excelente tierra regada e instalaciones de ca-
lidad. La convivencia se establece entonces sobre la base de una proximi-

159
dad sin mucho intercambio entre un proyecto típicamente campesino y un
nuevo diseño de aprovechamiento comercial de los recursos. Una misma
distancia separa a los diferentes tipos de productores en Altamira y, con
mayor conflicto agrario, en Álamo.
En Mante, la dotación masiva de tierras cañeras de riego se asocia con
la expropiación del ingenio privado que las beneficiaba, y con la cesión (a
crédito) de este ingenio a una cooperativa de ejidatarios y obreros azuca-
reros que el gobierno crea entonces (1939). Los antiguos cascos-parcelas
de las haciendas rápidamente cambian de mano y se fragmentan. Sus due-
ños, en su mayoría foráneos, se alejan, dando todo el espacio a la Coope-
rativa Ingenio Mante (CIM); con una capacidad de conducción sin rival
durante veinte años, la CIM regirá los destinos de la región. Ella es la que
se hace portadora del afán modernizante de la edad de la "marcha al mar"
con un fuerte sentido de compromiso social y regional que ha dejado ras-
tro hasta hoy.
La Revolución Verde no se hizo realmente presente en la costa del
Golfo; pero se dio un resurgir de algunas explotaciones privadas, demos-
trando capacidad individual de aprovechar coyunturas favorables. En AI-
tamira, granjeros medios muy urbanizados, a veces de reciente arraigo en
la región, desarrollan la producción hortícola (cebolla) para el mercado
nacional, mientras Mante conoce varios años de excelentes cosechas de
tomate de exportación en una bonanza pasajera que aprovechan algunos
campesinos de viejo cuño, conocedores de cultivo, y agricultores atrevi-
dos recién llegados a la región. En Santa Engracia los antiguos propieta-
rios siguen el arrastre de los citricultores de Montemorelos (Nuevo León)
e intensifican su producción de naranja, adoptando el mismo patrón de
una mezcla de ayuda mutua y rivalidad comercial entre familias cercanas.
El eco de la demanda de Montemorelos llega hasta Álamo, donde la pro-
ducción de plátano ha sufrido graves pérdidas y está en vías de abandono.
A instancias de comerciantes que le apuestan a la naranja, una serie de
ejidatarios ensayan este nuevo producto, en una disposición pionera que
se asocia con cierto espíritu reivindicativo.
En los años sesenta, los cítricos para la agricultura del país, no son tan
nefastos en el Golfo. La citricultura se amplía pausadamente en Santa En-
gracia y beneficia a los propietarios y algunos viejos ejidos donde la lógi-
ca de autoconsumo se conserva en paralelo e impide una fuerte
diferenciación. A contracorriente, Aitamira y Mante reciben un sorpresivo
y masivo alud de gente y capitales cuando el sur de Tamaulipas se descu-
bre como nuevo centro de producción de algodón. Iniciado por algodone-
ros de la frontera y de la Laguna, el movimiento es ampliado por diversos

160
orígenes, nativos, fuereños, grandes y chicos, cañeros, ganaderos, gente
de la ciudad, que quieren probar suerte. Después de traer algunas ganan-
cias fabulosas, la suerte, al final, resulta ser catastrófica, y en la mente de
todos queda grabada la idea que la región está "naturalmente" predestina-
da a los llamados del azar, a las rachas que se enfrentan o se capean, en
contraste con la permanencia de la caña, "muy noble", en la que se con-
fía pero que se descuida como si no mereciera cuidados. Se reitera la opo-
sición entre el ríesgo que se corre a título indívídual y que trae fortuna o
ruina, y la actividad cañera más cobíjada, rutinaría y colectiva que favo-
rece cierta índíferenciación.
Los años setenta y ochenta, tíempos de la reorganización bajo tutela
estatal, encuentran uno de sus prototipos en Mante, donde se constituye
un nuevo distrito de riego y se dotan todavía 43 000 hectáreas (1976-
1982) entre riego y temporal, para producción de soya, sorgo y cártamo.
Las oficinas estatales fmancieras, técnicas y administrativas que sirven a
la región, se establecen en Mante. La zona se beneficia además con un
programa piloto de desarrollo rural integral. Se dan todo tipo de experien-
cias en la organización de sectores y ejidos, marcadas por procesos de di-
ferenciación más o menos agudos. A través de un manejo más eficiente
del crédito, grupos de ejidatarios o individuos van destacando. Se hacen
capaces de asumir los costos de la maquinaria agrícola y se la apropian, al
tiempo que compran o alquilan ("se prestan") tierras de sus vecinos. Los
que se desprenden así de sus tierras guardan a menudo dos hectáreas para
sembrar su maíz y trabajan al jornal en la caña o con las compañías pro-
ductoras de hortalizas de riego (en Mante, González o Altamira), o salen
hacia los distritos de riego de la frontera.
La Unión de Ejidos que crea la zona temporalera, logra sortear y apro-
vechar estos fenómenos de diferenciación y se apresta un papel líder den-
tro de la dinámica regional. Los productores privados, quizás escaldados
por el trauma algodonero, son de los que ven su ventaja en la organiza-
ción colectiva, e integran, junto con los ejidatarios, a paridad, una Unión
de Comercialización de granos que vende directamente a industriales del
aceite y de alimentos balanceados una parte significativa de la producción
regional.
Sin haber llegado a los adelantos organizativos del noroeste del país,
los del Mante presentan el ejemplo interesante, en consonancia con el
proyecto nacional de tecníficación (relativa) y de organización, de la for-
mación de una especie de clase media rural cuya capa superior se encuen-
tra entre los propietarios medianos que necesitan de la asociación y la capa
inferior ascendente entre los ejidatarios que se hacen capaces de construir

161
esta asociación y ocasionalmente liderearla. A unos y otros les gusta decir
que se conocen bien y que son parecidos, y tiende a pasarse por alto la di-
ferencia de tendencia en estos casos mientras, respecto de los más pobres,
se recalca en seguida en la conversación que son ejidatarios. Para tener
una base social suficientemente amplia, esta nueva categoría social necesi-
ta afirmar su dimensión regional.
Ciertos aspectos del mismo modelo se aplican, con bemoles, en toda la
zona sur de Tamaulipas, hasta el municipio de Altamira (pasando por el
de González que hace puente, con estructura social más contrastada: gran-
des agricultores (granos), grandes ganaderos, fuertes compañías producto-
ras y exportadoras de hortalizas, grupo compacto pero dividido y mal
organizado de ejidatarios). Los agricultores de Altamira son la envidia de
los de Mante, pues disponen de riego individual, siembran cebolla, tienen
mejores rendimientos de soya y algodón. Se les imputa mucho conoci-
miento, técnica, relaciones comerciales y apoyo político. Están organiza-
dos en forma más laxa y diversa: al lado de las asociaciones de ley, hay
empresas en sociedad, algunas sobre una base familiar. Tienen de su acti-
vidad como agricultores una concepción profesional, llevan personalmen-
te la dirección de sus ranchos, pero viven en Tampico y allí se desarrolla
su vida familiar y social. Los ejidatarios también tienen su Unión de Eji-
dos, en la que participan ejidos de Aldama y unos cuantos de González,
pero no existe acuerdo entre ellos y los propietarios privados. Los dos
sectores no entran en conflicto, mas se dan la espalda. Sus condiciones y
objetivos divergen demasiado; además, sobre el flanco sureste del munici-
pio, las ciudades de Tampico y Madero presionan y, de 1980 a 1989, de-
rraman grandes contingentes de colonos urbanos que invaden terrenos
ejidales (bajo la protección del líder del sindicato petrolero, La Quina).
Los intereses económicos y políticos de la pequeña burguesía urbana de
Altamira se vuelcan decididamente hacia ese lado.
Otra es la historia de Santa Engracia que se vuelve, entre 1970 y 1990,
monocultora de naranjos. Los ejidatarios detrás de los propietarios y és-
tos, envalentonados por la heladas sucesivas de 1983 y 1989 que los li-
bran momentáneamente de la competencia de Montemorelos. La acción
estatal no interviene directamente en los naranjales; se limita a proporcio-
nar apoyo fmanciero y técnico, sin más que una exigencia formal de cons-
tituir uniones solidarias, pues se considera que la producción citrícola es
en sí una garantía. Los propietarios más fuertes, en consorcio familiar, se
lanzan a la gran empresa de la producción de jugo concentrado congela-
do, después de haber empleado gajera y empacadoras. Se forma otro gru-
po empresarial local que también pone su juguera, y finalmente un tercer

162
grupo se constituye entre propietarios y ejidatarios, con ambición in-
dustrial. Un banco los apoya en 1983 para la construcción de una ju-
guera. El nacimiento de una agroindustria local no se logra sin
dificultades. Una vez alcanzando el monto de inversión necesaria y
concluidos los primeros contratos comerciales, los grupos locales de-
ben enfrentar contradicciones entre sus intereses y sus hábitos como
productores agrícolas y los requerimientos de la fábrica en precios,
tiempos de entrega, disponibilidad de capital de trabajo. Los bancos
imponen condiciones crediticias y normas de rigor financieros difíciles
de acatar. En una coyuntura de escasez de fruta debida a la heladas, y de
baja del precio internacional del jugo concentrado, el grupo mixto no
resiste la presión y debe declararse en quiebra, mientras los grupos
más empresariales responden ampliando su capital.
La coexistencia de citricultores grandes, medianos y pequeños es en-
tonces significativa, produce efectos sobre los comportamientos y sobre la
estructura productiva local. Pero uno de los componentes principales de
esta relación es la distancia que se mantiene y se recrea entre los propieta-
rios por tradición -los "herederos"- empresarios y líderes económicos
de la zona por derecho propio, y los demás actores que buscan su lugar en
la dinámica local y sólo quieren y pueden encontrarlo dentro del rumbo
que éstos marcan. A los principales citricultores les conviene que toda la
comarca se destine a este único producto y que se convierta en un polo
obligado de la cadena productiva y comercial en la fachada oriental del
país, y actúan decididamente en ese sentido, pero a la vez resaltan que es-
tán produciendo una "naranja de calidad" que no se debe masificar ni
"banalizar". La contradicción sólo se puede superar en una constante ca-
rrera hacia la mejoría técnica y comercial.
Es otra presión que se ejerce sobre los productores de naranja en Ála-
mo. Aquí, son los ejidatarios los que emprenden este cultivo en los años
setenta y lo van ampliando para responder a la demanda de fruta fresca
del gran mercado capitalino. La naranja de Álamo, cargada de agua y de
aspecto mediocre, produce un excelente jugo fresco de consumo popular.
Además, los cítricos simbolizan la lucha de los ejidatarios contra los ga-
naderos terratenientes. Representan a sus ojos una forma más intensiva, y
por ende más legítima, de uso de la tierra. A todo lo largo de los años
ochenta, y excepcionalmente hasta 1992 (Movimiento de los Cuatrocien-
tos Pueblos), muchos demandantes no dudaron en plantar arbolitos en los
terrenos que ocupaban, a veces sin esperar la resolución presidencial,
como afirmación de su derecho o como medio de negociación para hacer-
se indemnizar en caso de expulsión.

163
Este uso belicoso y ya superado del naranjo contrasta con el afán técnico,
comercial y modernizador de que hacen gala ahora los miembros y dirigentes
de la Asociación Local de Citricultores, orgullosos de ser ejidatarios, que
pugnan por la mejoría de los rendimientos, la lucha contra plagas (por me-
dios químicos y biológicos) y el ordenamiento fiscal de la actividad. Ellos ya
están en otra guerra, la de productividad y éxito económico.
Entre los últimos episodios está la experiencia excitante y amarga de
la industrialización del jugo. La primera juguera de la zona fue instalada
en 1985 por un grupo que, a la fecha, se ostenta como privado, aunque
cuenta entre sus miembros a ejidatarios. Otro grupo de ejidatarios exito-
sos, miembros destacados y dirigentes de la Asociación de Citricultores,
logró conducir un proyecto industrial colectivo hasta la instalación y
operación de una segunda planta juguera con resultados iniciales prome-
tedores. En circunstancias semejantes a las que llevaron a la quiebra a la
empresa cooperativa ejidal-privada de Santa Engracia, la fábrica tuvo
que cerrar sus puertas en 1992 a la espera de algún arreglo financiero o
del remate. Las dos caras de esta historia, la audacia de los ejidatarios
-audacia colectiva (aunque restringida a un pequeño círculo) respaldada
por bancos e instituciones oficiales- y luego su insolvencia y abando-
no por sus apoyos iniciales, son sintomáticos de la dinámica particular
de este grupo de ejidatarios que A. Schetjman (1982) ha identificado
como productores "transicionales", Aunque el guión es similar al de
Santa Engracia, su recorrido es un intento más autónomo y de mayor re-
levancia local para ganar algún control sobre la realización de su produc-
ción. Finalmente, el recurso asociativo produce un efecto de leva dentro
del grupo ejidal. Sus dirigentes tienen en mano un instrumento poderoso
que les permite diseñar un proyecto para su territorio, aquí de alcance
municipal. Pero el ejercicio colectivo también los favorece en lo perso-
nal y conjugan el desarrollo de su propia explotación con el mejoramien-
to técnico y organizativo general.
De algún modo, los ejidatarios de Álamo se parecen a los del Mante,
pero tanto la configuración local como el clima ideológico difieren. Aquí el
conflicto agrario ha sido constitutivo de la participación tan espectacular de
la sociedad, de la actividad económica, del paisaje. Aunque el enfrenta-
miento entre citricultores ejidatarios y propietarios ganaderos quizá pierda
en breve su base agraria, estos grupos, con sus alianzas y enemistades, si-
guen vivos y vigentes en las luchas por acceder al poder local, y la visión
conflictiva que concuerdan en cultivar alimenta la movilización de sus tro-
pas. Sin embargo, las trayectorias individuales empiezan a cruzarse. A
los citricultores más acomodados, les gusta demostrar su éxito con la

164
compra de algún rancho ganadero, y los ganaderos no se niegan a tomar su
parte de las oportunidades económicas que ofrece la producción de naranja.
Los comportamientos individuales aportan mayor diversidad y matices en el
panorama social de lo que sugieren las imágenes que los mismos actores gus-
tan reiterar, pero tienden a la vez a confirmar la valoración ideológica que lo-
calmente se atribuye a cada posición socioeconómica.
Las historias de estas cuatro agriculturas locales muestran cómo se
asumen o se rechazan, en la práctica, los mandatos que el proyecto nacio-
nal encarga a los agricultores. Los que endosan talo cual rol no siempre
son los que estaban predestinados para ello. Una relación se va constru-
yendo, en la proximidad, con otros productores que la historia nacional
designa como diferentes u opuestos y el roce dibuja los perfiles, afinando
los rumbos que toman unos y otros.
La reiteración de una imagen contrastada, bipolar, de los actores sociales
del agro mexicano es uno de los hilos del discurso que explica la evolución
nacional. A ella se opone la aspiración secular a la información de una clase
media que tome realidad en el campo como en la ciudad, compartiendo hábi-
tos y valores. Las representaciones locales repiten esta ambivalencia. A veces
se inclinan más por una visión totalizadora que valoriza el contraste entre
productores o al revés, subrayan la diversidad de las actuaciones. Entre ellas,
las formas de vivir en lo cotidiano de la relación a la actividad agrícola y a la
ruralidad aparecen como una dimensión decisiva de la integración social
en la que se juegan las imágenes recíprocas de las personas y de los grupos,
y de la edificación del sentimiento local.

Entre ciudad y rancho

Santa Engracia es paradigma de una comarca rural: dos hileras de ejidos


alineadas sobre carreteras y caminos que corren paralelos a los ríos con
las tres cabeceras municipales de entre dos mil y diez mil habitantes, es-
parcidas en sus confines, y a 50 kilómetros, la capital del estado. En esta
pequeña ciudad que limita sus actividades a la administración y al comer-
cio, muy poco "urbana" en ritmo y estilo, viven los "herederos" y demás
propietarios; allí estudian los jóvenes, uno hace las compras semanales,
va al cine y se instalan las familias de los ejidatarios enriquecidos. En

165
ruptura diaria o semanal que introduce el vaivén entre Santa Engracia y
Ciudad Victoria, se reitera la oposición entre ciudad y campo. Un campo
donde existen servicios individuales como agua entubada, electricidad o
teléfono, pero que no se dota de ninguna infraestructura de uso colectivo
aparte de las escuelas indispensables. Cuando uno puede marcar su distan-
cia, se va a vivir a la ciudad.
En un entorno igualmente rural, los citricultores ejidatarios de Álamo
llevan una vida opuesta. Residen en sus ejidos donde construyen bellas
casas que equipan con servicios colectivos de uso microlocal: tienen su
escuela, su capilla, sus camionetas o autobuses, su servicio de monitoreo
de la luz eléctrica (son frecuentes las fallas) y una vida social vigorosa.
Los ganaderos, por su lado, viven en sus ranchos, unidad familiar a la
que se agregan algunos sirvientes o empleados. La pequeña ciudad, más
bien villa, de Álamo es un lugar desatendido, tachado de feo, sucio y vio-
lento por sus propios habitantes. Allí se alojan algunos profesionistas y
comerciantes, uno que otro agricultor o ganadero, los empleados y traba-
jadores urbanos, los cortadores de naranja que vienen de zonas aledañas.
Estos se presentan a diario en la plaza de El ídolo, una especie de subur-
bio de Álamo donde se forman las cuadrillas de corte y se pesa y se vende
la fruta cosechada. Álamo tiene ahora un "club familiar" con alberca, dos
o tres restaurantes tipo clase media con poca clientela, dos hoteles sin lu-
jos. Los agricultores prósperos no se preocupan por darle más atractivo; no
buscan la demostración, cuidando al contrario su imagen de productores am-
biciosos y polarizados por la carrera a la modernidad. La aspiración de ingre-
sar a la clase media parece poder compaginarse con lo agrario en un espacio
rural que va simbolizando el éxito social. Sin embargo, la presencia lejana de
Tuxpan recuerda a los alameños que no son autosuficientes y que deben pasar
por su mediación para todos los servicios de mayor cobertura. Su irritación
ante una situación que juzgan injusta tomando en cuenta su empuje económi-
co, y el deseo compartido de suplantarlo como centro regional, son ingre-
dientes poderosos de la identidad local, a la vez que recalcan que aún se trata
de una "sociedad incompleta".
Lo mismo podría decirse de Altamira, que vive un proceso de involu-
ción territorial donde las poblaciones o actividades nuevas segregan los
espacios recién conquistados y donde las diferencias que separan 1('<: hom-
bres del campo vienen a expresarse en la distanciación extrema de sus resi-
dencias, los empresarios agrícolas radicando en Tampico y los campesinos
en sus ejidos. Podría imaginarse alguna nueva convergencia entre ellos
si se confirmara la tendencia de la porción agrícola del municipio de
Altamira a reorganizarse alrededor del polo donde se concentran los facto-

166
res de la producción (mano de obra, insumas, técnica, organización, co-
mercialización), convirtiéndose en un conjunto articulado que sea prove-
choso controlar. En este caso, sería el apartarse de las otras categorías
sociales lo que daría a los agricultores la posibilidad de lograr una mayor
expresión social.
En contraste con estos ejemplos de ruralidad, dos terceras partes del
municipio de Mante y un tercio de los habitantes de su zona de in-
fluencia (otros seis municipios), viven en la ciudad -una ciudad de 70
mil habitantes, sin mucho estetismo pero considerable poder de atrae-
ción-. Los cimientos urbanos de la sociedad local se apoyan induda-
blemente sobre la presencia masiva de la Cooperativa Ingenio Mante,
su éxito económico durante decenios y su involucramiento en la políti-
ca local y regional. Urbanidad, aquí, se hace sinónimo de predominio
obrero. Los valores de la cultura obrera -pericia técnica, interdepen-
dencia en el trabajo, solidaridad y cohesión sindical, importancia de la
educación para el ascenso social- se aclimatan y expanden entre todos
los grupos, urbanos como rurales. La propiedad pierde importancia
simbólica ante la actividad, la tierra ante la producción. Una caracte-
rística peculiar del Mante es la poca oposición que hay entre la ciudad
y su campo, o mejor dicho, su fuerte compenetración. El Mante tiene
dos campos. Unos es la "zona cañera", irrigada desde 1927, surcada
de canales y caminos, sembrada de caña, desde luego, pero también de
árboles a lo largo de los canales: esta zona verde es un alivio en la
gran planicie seca, y rodea a Mante. En los años cincuenta los pueblos
cañeros fueron equipados con escuelas primarias, tiendas de consumo
y campos de beisbol por la Cooperativa Ingenio Mante (CIM). El servi-
cio de autobuses es muy denso. De hecho, es una zona periurbana en
cuanto hábitat, además de que muchos cañeros viven en la ciudad. El
otro campo es la "Ternporalera" que incluye, a pesar de lo que sugiere
su nombre, hasta las tierras ahora bajo riego de la unidad Las ánimas.
Exceptuando el pie de monte y su propiedad parcelada, herencia de la
colonización decimonónica (1864), y una amplia faja central ocupada
por grandes explotaciones privadas tecnificadas y prósperas, la Tern-
poralera es mayoritariamente ejidal. El proceso de poblamiento no ha
terminado y se construyen todavía nuevos asentamientos en los que las
autoridades del estado se esfuerzan por imponer desde su inicio nor-
mas de construcción (sub)urbanas. Es el lugar del gran proyecto cerea-
lero y de su fracaso, de la planificación oficial y de la diferenciación
ejidal entre los que sacan provecho de las estructuras organizativas y
los que se ven empujados a la migración.

167
Desde la Temporalera, las relaciones con la ciudad no son tan íntimas,
pero por múltiples razones (trabajo, trámites, compras, estudios, nego-
cios, diversión) muchos hombres, mujeres y jóvenes van y vienen a diario
o varias veces a la semana, o al menos el domingo, que es el día de ma-
yor actividad comercial y social. Termina el día con un paseo por la pla-
za, donde se junta mucha gente de todas las edades, a veces en familia, en
grupos de dos o tres, o en bola, campesinos y citadinos, casi todas las cla-
ses sociales. No acuden ni los muy "burgueses" ni los muy pobres, pero
el abanico social está abierto. El paseo en la plaza el domingo es el espec-
táculo que la ciudad se da a sí misma, tal como ella se quiere ver: todos
mezclados --clases, religiones,2 oficios, color de piel- y todos bastante
parejos. De blanco a prieto, mestizos claros (fornidos como corresponde
en el norte), con variaciones individuales de la misma ropa casual, impe-
cablemente planchada. Alrededor, las camionetas también giran, último
modelo o viejas de veinte años.
Aparte del espectáculo dominical que aspira a confundir a la gente en
una sola categoría media, aparte de la banca de los jubilados del ingenio
que demuestra que aquí uno puede envejecer en la comodidad, otros luga-
res de la ciudad sí revelan diferencias. Basta con pasear por las cal1es co-
merciales del centro, con sus zapaterías y sus tiendas de ropa, hacia los
alrededores del mercado, donde los ejidatarios venden verdura directa-
mente desde su camioneta o entregan a alguna bodega, o de la "colonia
obrera", primera urbanizada en los años cincuenta, hacia los barrios ele-
gantes y al fraccionamiento-club campestre (el colmo de la urbanidad).
De ahí a las calles tradicionales con sus casitas en hilera que conservan
sus techos de palma o de lámina de los años treinta, a los barrios popula-
res y a las colonias periféricas que invaden los cañaverales: van cambian-
do los niveles de vida, las perspectivas de desarrollo urbano, las
relaciones con el exterior. En los últimos años ha habido cierta mejoría en
los barrios más pobres, pero las colonias ricas se densifican y se homoge-
nizan, se hacen enclaves, cada vez más parecidas a las de cualquier otra
ciudad.
Los círculos de sociabilidad familiar y privada se van diferenciando
entre rancho y ciudad, y verticalmente entre capas sociales, aunque la ciu-
dad sigue acogiendo a los agricultores en los lugares públicos, en cafés,
comedores, bancos, en los pasillos de la Presidencia municipal. Las aso-
ciaciones sirven aún de marco a las relaciones profesionales entre agricul-
tores de distintas categorías, pero los acuerdos bilaterales directos van
cobrando importancia. El rechazo a las formas corporativas en la ideolo-
gía nacional le da mayor significado al hecho que un equipo de agriculto-

168
res ha logrado todavía, en 1992-1994, hacer valer su arraigo local y sus
alianzas dentro del sector ejidal para ocupar los puestos del mando muni-
cipal. Sin embargo, la competencia se perfila mordaz. Los intereses liga-
dos al desarrollo manufacturero (aún de pequeña escala) sienten que su
tiempo ha llegado para orientar los rumbos de la región y supeditar los
proyectos agrícolas a aprovechamientos de mayor envergadura, para
los que se busca asociar capitales foráneos a los locales.
Esto sucede cuando una etapa se ha cerrado en la historia mantense
con la quiebra de la cooperativa azucarera y la venta al mejor postor del
ingenio (1990-1992). Los compradores, dueños del ingenio vecino, rival
de siempre, son además descendientes del empresario y político Aarón
Sáenz que capitaneó el grupo de hacendados expropiados en 1939. La sos-
pecha de revancha real o imaginaria viene a reforzar un giro en la socie-
dad local, hacia la percepción más viva de las oposiciones de clase y de
los conflictos políticos partidarios (el Partido Acción Nacional ganó las
elecciones municipales en 1988), en detrimento de una convergencia me-
nos palpable de los intereses locales.

Tradición local

La diversidad de relaciones que tejen los grupos sociales en cada ámbito re-
gional, convoca a reflexionar sobre la manera en que los procesos y valores
dominantes en la sociedad global se interiorizan y son incorporados a una di-
námica social particular. Frente a la ideología nacional que asigna a cada cla-
se un lugar, un papel productivo, una imagen, las historias locales y las
prácticas sociales y culturales atestiguan fuertes matices en la adhesión a los
modelos generales. Hay que apelar a la interacción de los grupos locales para
entender cómo cada grupo se ve así mismo ante los demás, cómo amplía o
restringe su actuación por los límites que le pone a su vecino y cómo defme
lo que considera como sus rumbos posibles en un entorno específico.
El arraigo de cada individuo o grupo y sus particulares circunstancias
constituyen elementos fundamentales de la construcción de su respectivo
espacio de actuación legítima. Un espacio que se conquista en la práctica,
una legitimidad que se reconstruye a través de la "tradición" (Lenclud,
1987 y Rautenberg, 1995): del acervo atesorado en la memoria local, se

169
rescatan fechas, personajes, lugares, modos de relacionarse entre vecinos,
aptitudes atribuidas a un grupo u otro, logros y dificultades, a los que se
les pide dar sentido al presente y "explicar" las formas particulares que
asume la reproducción social. Durante un largo periodo de la historia na-
cional, en que el acceso a la clase media se impuso como modelo ideal y
al parecer alcanzable, se movilizaron los recursos sociales y culturales lo-
cales para progresar en esta dirección y adaptar ciertos rasgos del modelo
a lo que localmente se podía ambicionar.
En Álamo elegir el solar ejidal en medio de los huertos para edificar la
casa alta de losa brillosa y canceles de metal anodizado que hará patente
el éxito económico, apela a la imagen del pionero, del self-made man, de
la lucha agraria y de la solidaridad ejidal. Y la casa se acerca al máximo
al modelo urbano. En el ámbito tenso, conflictivo pero lleno de aspiracio-
nes de Álamo, las cuatro tradiciones no están de más para ensayar vías de
reconocimiento social.
En sentido contrario, el ideal nacional puede chocar tan frontalmente
con los valores ambientes que se hace imposible vivir dentro de la cultura
local un ascenso social manifiesto. Sería el caso de los ejidatarios enrique-
cidos en Santa Engracia que no parecen poder sostener su estatus de auto-
nomía de clase media en el interjuego cotidiano, ni con sus vecinos
ejidatarios ni con los antiguos dueños de sus tierras.
Un último ejemplo ilustraría la plasticidad de las tradiciones. En Mante la
vía cooperativista logró compaginar una práctica obrera local vivaz 3 y la in-
dependencia histórica de los nativos de la región (pequeños rancheros trans-
formados en comerciantes, obreros ejidatarios o profesionistas reunidos
actualmente en una asociación formalmente registrada) para fundamentar una
ideología original donde se buscaba explicar el ascenso individual dentro de
la herencia colectiva. Se asociaban "naturalmente" un relativo igualita-
rismo, la incorporación de individuos, ideas y trayectorias diferentes, y una
afirmación ruidosa de los intereses locales. 4
Con la crisis económica y política que atraviesa la nación en trasfondo, las
circunstancias regionales tienden ahora a agudizar los conflictos entre grupos so-
ciales y a debilitar los lazos establecidos sobre la percepción de una común iden-
tidad local. En Mante las culturas obrera y agraria se reivindican para afirmar
posiciones e intereses específicos dentro de las estructuras productivas, y ya no
se dejan invocar para ilustrar vías consensuales de incorporación al consumo c1a-
semediero. Los grupos sociales se defmen más claramente en una confrontación
donde el arraigo de uno es susceptible de blandirse como argumento contra otro
menos establecido, la pertenencia tenitorial, cuando no proporciona bases de
consenso, puede transformarse en motivo de discriminación.

170
Una tradición se revalúa a partir de un presente cambiante. El modelo
rural de movilidad social que había encontrado, en grados desiguales,
cierto apoyo en los sentimientos localistas en los cuatro lugares analiza-
dos, ahora enfrenta condiciones críticas a nivel nacional. La sociedad re-
gional fuertemente articulada que parecía ser el espacio más favorable
donde negociar su actualización no da visos de encajar de la mejor mane-
ra en los nuevos tumbos del país. Será importante observar en los tiempos
próximos, si son los grupos dominantes los que se apoderan de la perte-
nencia local como instrumento legitimador o si ésta alienta luchas de rei-
vindicación social.

171
Notas

1 Las zonas referidas han sido estudiadas por el equipo "Transformación de la vida rural
y configuraciones del poder local en el Golfo de México" (El Colegio de México, CNRS,
ORSTOM), y utilizo aquí los análisis elaborados por mis compañeros además de material pro-
pio, véase bibliografía. Mi conocimiento sobre estos lugares es muy desigual, desde el Man-
te, Tamaulipas, donde tengo doce años de estancias reiteradas y trabajo con otro equipo,
hasta Santa Engracia, Tamaulipas, que sólo he recorrido algunas veces, pasando por Alta-
mira, Tamaulipas y Álamo, Veracruz, donde realicé varios periodos de trabajo de campo.

2 Ahí están los católicos, tan numerosos que no caben en la iglesia donde escuchan misa
antes de dar sus vueltas, pero que las cifras del censo (1990) parecen abultar exageradamen-
te (89%) en detrimento de los protestantes que tienen presencia moral y física (templos) mu-
cho mayor de Jo que dicen los números (6%).

3 En los años anteriores a la expropiación del ingenio (1934, 1936), una serie de huelgas
muy duras había movilizado conjuntamente a obreros y trabajadores agrícolas de las hacien-
das.

4 Desde la capital del estado, se juzga a la gente del Mante brava y sin distinción (Sali-
nas, 1986).

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175
La ciudad: sentidos y representaciones

MichelAgier1

La ambición cartográfica

Durante los primeros años que pasé en Salvador de Bahía, Brasil, experi-
menté la necesidad de tener un gran mapa de la ciudad colgado permanen-
temente en mi oficina, con el fm evidente de ubicarme y orientarme,
como cualquier extranjero, en una ciudad de dos millones de habitantes.
Gracias a este mapa pude "espacializar" la información y la población
que comenzaba a conocer poco a poco, en el marco de un programa de in-
vestigación relacionado con la movilidad social y los cambios culturales.
Realicé una caracterización progresiva de dicho mapa, llenando vacíos y
estableciendo límites.
Poco a poco construí "regiones" de la ciudad con base en enfoques de
la ecología urbana de la escuela de Chicago y retomando, en particular, la
noción de "región moral" de Robert Park (vid infra). Las fuentes de in-
formación que consulté corresponden a tres tipos diferentes:
- datos de segunda mano: demográficos, físicos o de los diferentes
medios, relacionados con los espacios, su imagen y el índice de asistencia
de los habitantes de la ciudad;
- encuestas directas: efectuadas en un barrio popular relativamente
antiguo de la ciudad, donde residía, que me permitía observar el concepto
que los habitantes de la ciudad tenían de otros barrios, así como la movili-
dad hacia otros sectores;
- encuestas cuantitativas, que efectué con relación a la movilidad resi-
dencial de trabajadores asalariados del complejo petroquímico de Salvador.
Esta información me permitió hacer diversas anotaciones en el mapa
colgado en la pared: cifras y porcentajes (relacionados con los niveles de
ingreso, la distribución de la población de acuerdo con el color de la piel,
las condiciones de vivienda, el sexo del jefe de familia); impresiones y
sentimientos (pobre, clase media, sucio, limpio, humedad, antiguo, mo-
derno, tiendas, grandes conjuntos, viejos, negros, blancos, playas, inva-
siones); y principalmente trazar límites, líneas fronterizas, que nunca
llenaron realmente mis expectativas, dentro de este espacio a priori (yen
teoría) indefinido que era la ciudad de Salvador.2
Por lo tanto logré establecer cuatro grandes "regiones morales" que
me permitieron situar todos los comportamientos de los encuestados den-
tro de un marco urbano: la referencia a cualquier localidad era significati-
va.3 Cada referencia al espacio urbano tenía sentido, por lo menos desde
el punto de vista de las preguntas que me hacía con relación a la movili-
dad social y al cambio cultural en Bahía.
Estas preguntas me llevaron a retomar la información sobre la ciudad
en términos de estatuto, residencia y barrios de distinción, lo que dio
como resultado un mapa en el que, finalmente, prevalecían únicamente
los límites de las regiones, y un texto que explicaba dichos límites. Se ob-
tuvo de esta manera la distribución siguiente (v. mapa):
1. Los barrios de las riberas de la bahía: son los barrios más anti-
guos, pobres y desvalorizados de la ciudad. Esta parte de la ciudad,
anteriormente marco de su vida política y comercial, fue desvalorizada
desde los años sesenta. Su desarrollo se debe únicamente a la concen-
tración de viviendas populares, incluso de viviendas (javelas), en las
zonas situadas a lo largo de la bahía, sobre varios kilómetros que se
extienden hasta las zonas más lejanas y menos urbanizadas (ciudades
perdidas). En la actualidad, los barrios más antiguos de esta zona se
encuentran prácticamente saturados, y la política urbana ha desplazado
a otras zonas el núcleo de las funciones administrativas y comerciales.
La ciudad que ha preservado sólo, y con grandes dificultades, su anti-
guo centro histórico con fines turísticos, ha dado la espalda a la vista
de la bahía, misma que dio origen a su nombre. En esta región los tra-
bajadores de la industria petroquímica son asalariados de los estratos
inferiores y trabajadores bajo el régimen de subcontratación. Aun
cuando se encuentran en situación de inferioridad y precariedad con
relación al conjunto de los asalariados industriales, constituyen una ca-
tegoría social privilegiada dentro de esta zona urbana y tienden a aban-
donar el barrio o, en su defecto, a distinguirse de los demás habitando
en casas más suntuosas.
A escala de la ciudad entera, estos barrios se conocen como "margina-
les", siendo muchas veces este término, como en el caso de Liberdade y

178
todavía más en el del viejo centro (Pelourinho), la seña de una distancia-
ción social más que espacial. Se podría formular, en algunas palabras, los
aspectos de la vida urbana que se transforman en marcadores de identidad
los más importantes (pregnantes) para los habitantes de la rivera de la ba-
hía: las casas antiguas están húmedas y difíciles de mantener y las más re-
cientes son construcciones precarias (hechas de madera de uso, tierra,
bloks). A cada temporada de lluvias vuelven los derrumbes de decenas de
casas construidas sobre pendientes increibles, los servicios públicos
(transporte, electricidad) son insuficientes y defectusosos, las calles están
mal pavimentadas, la basura se extiende a diario a lo largo de las calles de
difícil acceso o se acumulan en pequeños montos en los callejones y pa-
tios, y las aguas negras no dejan de oler. Sin llegar al exceso o a la mise-
ria, los inventarios que podríamos multiplicar muestran qué tan abusivo
es calificar de "culturales" las características del habitat que de hecho
son, antes que todo, resultados de opciones políticas tomadas, sea local o
nacionalmente, en torno al desarrollo y ordenamiento social y urbano.
Hannerz (1969) o Wacquant (1994), por ejemplo, evidenciaron estos mis-
mos excesos en la interpretación de la "cultura del gheto". Sin embargo,
también se debe dar cuenta de las identidades que se construyen en el con-
texto sociológico urbano, el cual está hecho de experiencias e imágenes in-
disociablemente entretejidas. Un conjunto de representaciones, de recorridos,
de construcciones y objetos, pasados y presentes, acumulados, componen así
una cartografía imaginaria de la ciudad actual de Salvador, en la que las rive-
ras de la bahía son el polo negativo indiferenciado. En términos sociales
como raciales, arquitectónicos y urbanos, este lado de la ciudad recibe los
valores negativos en comparación con el resto de la ciudad.
2. Los barrios a orillas del mar: desde fines de los años sesenta, la
urbanización de la ciudad se orientó hacia los barrios situados a orillas
del mar (la orla). Una parte de estos barrios de gente acomodada, nue-
vos y en constante desarrollo, se transformó en lo que se ha llamado
"el dormitorio del complejo (petroquímico)". En estos barrios las ven-
tajas de estatuto son tan evidentes como las ganancias materiales; en
ellos se encuentran los símbolos de la arquitectura moderna local, nu-
merosos centros comerciales y centros de negocios, lugares de concen-
tración de consumo cultural y lúdico. En ellos se comparte el espacio
con un sector más amplio de la población blanca. Su desarrollo se
debe, en gran medida, a los efectos sociales y fiscales de las inversio-
nes industriales efectuadas en los años setenta. Los obreros y los em-
pleados de bajo rango del sector petroquímico tratan con dificultad
alcanzar al gran número de técnicos, técnicos especializados y ejecutivos

179
que habitan y caracterizan esta zona. Además, existe una gran cantidad de
porteros, conserjes, mensajeros, personal doméstico, cocineras y lavande-
ras, todo un mundo que constituye la mayor parte de la población de color
que circula en estos espacios. Dichos empleados permiten que estas casas
y estos barrios funcionen de manera adecuada y contribuyen a distinguir
socialmente a sus habitantes. Recorriendo estos espacios sin poder identi-
ficarse con ellos, los trabajadores domésticos y de la calle viven en las fa-
velas cercanas, enclavadas en rincones o traspatios, o vuelven en la noche
a sus hogares ubicados al otro lado de la ciudad, después de una a dos ho-
ras de autobús.
Una serie de oposiciones duales da cuenta de la diferencia que existe
entre estos dos lados de la ciudad. La fuerza y amplitud de los contrastes
explican el distanciamiento que es social, más que espacial. Los espacios
del uno (las riberas de la bahía) se quedan siempre o casi siempre desco-
nocidos en su precariedad, sus fallas, pero también su diversidad, por los
habitantes del otro (las orillas del mar).
3. Las zonas intermedias: están ubicadas en dos tipos de espacio. Por
una parte, los antiguos barrios de clase media baja que están saturados.
Por otra parte, los grandes conjuntos de las nuevas zonas de extensión en
el norte de la ciudad. Esta es la zona urbana de mayor índice de creci-
miento de habitantes en proceso de movilidad social. En ella se encuentra
una población relativamente homogénea en lo que se refiere a ingresos e
inserción socioprofesional (obreros y empleados de bajo rango de los nue-
vos sectores de empleo -servicios, industrias, administración-). De
manera simultánea y sistemática, se desarrollan en tomo a estos grandes
conjuntos "invasiones" en condiciones sociales más modestas. Se trata de zo-
nas urbanas de movilidad "por eliminación", que reúnen empleados de
rango inferior, procedentes de los antiguos barrios populares y que no lo-
graron instalarse en los barrios ubicados a orillas del mar. Alejados desde
el punto de vista social y espacial de su ámbito familiar original, desem-
peñan una función activa en la creación de nuevos medios sociales urba-
nos proletarios.
4. Las ciudades del complejo industrial: al margen de la inversión más
importante de Bahía, las pequeñas ciudades que circundan el complejo pe-
troquímico de Camacari y el centro industrial de Aratu, principalmente la
ciudad de Camacari, se han desarrollado paradójicamente en condiciones
de pobreza, dando cabida a migrantes y trabajadores no calificados. La
urbanización de las mismas ha sido lenta con base en un cinturón de fave-
las y a algunos barrios rurales. Los migrantes rurales provenientes del no-
reste, atraídos por un eventual empleo subalterno, industrial y directo

180
(pero en régimen de subcontracción) o indirecto derivado de la actividad
del complejo, son los únicos que han venido a habitar en forma masiva a
estas pequeñas ciudades. Son citadinos en espera de oportunidades de in-
serción o de partida, alrededor de una población en inferioridad numérica
de asalariados estables que viven en conjuntos habitacionales (edificios).
Todo esto no logra constituir una urbanización estable, inducida por la in-
dustrialización. Si la ciudad de Salvador, con sus 2 072 058 habitantes en
1991, tiene el tercer lugar del país en cuanto a número de habitantes intra
muros, la región metropolitana de Salvador sólo llega al sexto lugar de las
regiones metropolitanas del país, con 2 500 000 habitantes. El crecimien-
to demográfico que se debilitó en todas las grandes urbes del país en los
últimos diez años, disminuyó de manera más evidente en la periferia que
en el centro (Ribeiro y Lago, 1994).
¿Cómo interpretar y utilizar este mapa? Por una parte, permite confir-
mar que, entre los años 1970-1980, la reorganización urbana de Salvador
se dio en torno a nuevos espacios sociales relativamente homogéneos -si
no siempre contiguos- que se conformaron como regiones de distinción:
el flujo irregular (trabajo, tiempo libre, circulación) y la ocupación resi-
dencial de estas zonas podían considerarse como nuevas formas estatuta-
rias, que permitían la identificación, por parte del observador y de los
mismos actores, de las pertenencias sociales. Por otra parte, la delimita-
ción provisional de estos conjuntos permite concebir el espacio urbano
como el contexto espacial y sociológico (es decir un contexto de relacio-
nes e imágenes) de las observaciones localizadas que habrían de llevarse a
cabo en una parte reducida de la ciudad (un conjunto de cerca de 2 000
habitantes) .
Para toda persona ajena a esta región, la realización de una cartografia
más detallada de estos fenómenos relacionados con la movilidad social y el
cambio cultural carecía de pertinencia. Los habitantes de Bahía, por su parte,
podían impugnar, con toda razón, determinados limites que defmen dichas
regiones de distinción y proponer otros criterios de división, con el fm de dar
una imagen más fiel de su ciudad. Finalmente, una vez que lo saturé de datos
y lo entendí bien -y después de haberme permitido alcanzar un cierto cono-
cimiento del contexto sociológico e imaginario de las relaciones sociales que
debía observar en determinado barrio de la ciudad-, el mapa perdió interés
también para mí y lo olvidé en un rincón. De igual manera, tal y como fue
publicado, el mapa sólo fue útil para ayudar a efectuar la lectura de estas cua-
tro regiones de estatuto teórico provisional.
Esta experiencia se impuso al inicio como una necesidad. A posteriori
se podría asimilar una especie de Sistema de Información Geográfica

181
Salvador de Bahía y su región metropolitana

4
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cd'eAntro industrial A a c i a elpolo petroquímico
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1 Barrios antiguos de la bahía
2 Barrios nuevos a la orilla del mar
3 Zonas socialmente intermediarias
4 Regi6n metropolitana fuera de Salvador (ciudadesdel polo)
(SIG) espontáneo, artesanal y personal. Pero, más seriamente, esta expe-
riencia permite reflexionar acerca de lo que es la "ambición cartográfi-
ca"; además, plantea el problema del estatuto del espacio en la encuesta
antropológica urbana.

Los lugares y sus sentidos

Para Robert Park y los demás "etnógrafos-sociólogos" de la Escuela de Chi-


cago, como ellos mismos se llamaban, la ciudad constituye el mundo del in-
dividuo. De esta manera se construyó toda una problemática en torno al
individualismo urbano (Louis Wirth habló incluso de anomia), cuyo punto de
partida es sin duda una concepción errónea del mundo rural, referencia y ré-
plica del modo de vida urbano. En efecto, la problemática del modo de vida
urbano se fundó sobre una dicotomía particular que opone la sociedad urbana
a la sociedad tradicional. Así, Robert Ezra Park, el inspirador de la Escue-
la de Chicago, veía en la ciudad el lugar de "emergencia del individuo
como unidad de pensamiento y acción", a la vez que se preguntaba cómo
actualizar, en la ciudad, la referencia "comunitaria" del holismo idealiza-
do del mundo rural. Park plantea en estos términos una problemática que
puede considerarse como el punto de partida de las investigaciones de
toda la Escuela de Chicago: "El problema social es fundamentalmente un
problema urbano: se trata de lograr, dentro de la libertad inherente a la
ciudad, un orden social y un control social equivalentes a lo que se desa-
rrolló de manera natural dentro de la familila, el clán [sic], la tribu"
(Park, :164).
¿En dónde se ejerce, por lo tanto, el control social? Para responder a
esta pregunta, Park propone un enfoque llamado ecológico. Habla en pri-
mer lugar de "áreas naturales de segregación". Cada área tiene una fun-
ción propia de distribución de la población. Se definen "sectores" de
distribución y, de manera simultánea, de segregación, en función del ori-
gen (migrantes), de acuerdo con la etnia, la edad, el tipo de organización
familiar. Park propone considerar estas áreas como el hábitat natural (en
el sentido ecológico) del "hombre civilizado" (el habitante de la ciudad)
como antítesis del "hombre primitivo". 4 Estas áreas se transforman, pro-
gresivamente, en la publicación de Park, en "medios morales" y en "re-

183
giones morales". Estas nociones, inicialmente reservadas para áreas dife-
rentes, desde el punto de vista moral, o desviacionistas del resto de la ciu-
dad (barrios de prostitución o de "bohemios"), van a abarcar todo el
espacio urbano segregado. Esto es finalmente lo que va a matizar la hipó-
tesis individualista inicial: "En una sociedad constituida de esta manera,
el individuo se convierte en persona: una persona que no es más que un
individuo que, en algún sitio, en un medio indeterminado, tiene un estatu-
to social, pero dicho estatuto resulta ser finalmente un problema de dis-
tancia -de distancia social" (Park, 1926 [1979]: 206).
A este nivel del razonamiento, podríamos buscar los significados que
distinguen ciertos espacios del conjunto de una ciudad, para entender las
fuentes de identidad que se asocian a ellos y que definen en parte esta
"persona" del que habla Park en la cita mencionada. Delimitar de manera
provisional regiones de distinción contribuye así a identificar parte del
significado de los lugares. Sin embargo, Park, después de haber visto la
ciudad bajo el ángulo de la segregación y de las regiones morales, vuelve
a su hipótesis inicial: la del individuo. La figura del citadino se constituye
recurriendo a metáforas o a tipos sociales intermediarios o intersticiales,
como la calle, la deambulación y el paseante, el extranjero, la desenvoltu-
ra y la persona sin escrúpulos. En estos márgenes se recompone el abani-
co de recursos del citadino, quien rescata de esta manera y en teoría un
poco de su libertad. S La idea de movilidad es, para Park, el complemento
lógico y teóricamente indispensable.
Para concebir la ciudad como espacio de segregación y como ámbito
del individuo y de la libre opción, Park recurre a una noción y a una ima-
gen. La noción es la de movilidad, la imagen la del mosaico.

Además de los transportes y las comunicaciones, la segregación misma


tiende a facilitar la movilidad de los individuos. Los procesos de segrega-
ción crean distancias morales que convierten a la ciudad en un mosaico de
pequeños mundos en contacto entre sí pero que no llegan realmente a inte-
rrelacionarse. Esto permite a los individuos pasar fácil y rápidamente de un
medio moral a otro y favorece la experiencia fascinante, pero peligrosa,
que consiste en vivir en varios mundos diferentes, contiguos pero a la vez
muy distintos entre sí (park, 1925 [1979]: 121).

La metáfora del mosaico ha sido frecuentemente utilizada para describir


la ciudad. En el fondo, dicha metáfora forma parte del mismo concepto
que el que usa la antropología que más tarde criticará a la Escuela de Chi-
cago, oponiéndole una representación de los espacios urbanos como en-

184
claves. De hecho, no existen pruebas que sustenten que los mundos urba-
nos puedan ser caracterizados de una manera tan restrictiva, como propo-
ne Park, quien comete sin lugar a dudas el mismo error que sus críticos,
como Osear Lewis por ejemplo; éstos reconocen como mediaciones socia-
les para los habitantes de la ciudad únicamente a aquéllas que toman for-
ma de grupos estructurados y espacializados, lo que remite al paradigma
del ghetto.é De hecho, Park utiliza de manera alternativa y complementa-
ria un pensamiento individualista y una referencia socioespacial holista,
separando las dos fases del enfoque. Este dualismo excluye la ambivalen-
cia. Equivale a ignorar la dinámica del aspecto social y reducir su compren-
sión a soluciones idiosincráticas. Esta división del análisis en un criterio de
referencia individual móvil (y abierto) y en un criterio de referencia social
fijo (y cerrado), se hace aún más explícita cuando Park intenta abordar el
diagnóstico de los problemas sociales: "De hecho, la mayoría de nuestros
problemas habituales de comportamiento se resuelven efectivamente, y a
pesar de tener pocas probabilidades de solución, mediante la transferencia
del individuo de un medio en donde se comporta mal a otro medio en
donde se comporta bien" (Park, 1929 [1979]: 172).
Para poder pensar la ciudad de manera global, a la vez de dar cuenta
de su individualismo emblemático y de su heterogeneidad (social, racial,
cultural), la antropología urbana debe, me parece, liberarse del a priori
de la referencia espacial." Para operar tal ruptura con la tradición, puede
apoyarse en el análisis de redes, ideado precisamente para dar cuenta de
la fluidez de las relaciones urbanas.
Los antropólogos de la Escuela de Manchester, en el Rhodes Livingstone
Institute, trataron de abandonar los enfoques "estructurales-funcionalistas",
debido a que su "inadecuación" se había hecho más patente mediante el con-
tacto con las realidades urbanas y sus "sociedades a pequeña escala, que ca-
recían de caracteres estructurales" (Mitchell, 1969: 9). Dentro de este
marco, las redes se convertían en sinónimo de movilidad, de comunica-
ción entre diversos medios y de cambio cultural. No por eso las redes se
oponen a la idea de estructura. Así, Hannerz (1983) define la ciudad
como "red de redes". Aun si conviene subrayar que se trata aquí de una
visión metafórica más que realista, queda cierto que el espacio urbano
puede representarse como un conjunto articulado, y los medios sociales
como sistemas solidarios, incluso más o menos mafiosos. Por su lado,
Bames (1969) introduce la noción de "red total" con el fin de circunscribir el
conjunto de redes dentro de una situación determinada. Finalmente, la red
total recompone estructura o, como lo sugiere Mitchell (1969: 49), las re-
des atraviesan las instituciones.

185
Conclusión

Un lugar urbano se puede definir desde el exterior -podríamos decir,


desde arriba, en la medida en que esto remite a la ambición cartográfi-
ca-o Desde esta perspectiva, puede devenir una región moral, en el sen-
tido en que lo usaba Robert Park, o una región de distinción como intenté
sugerirlo para el caso de Bahía. Este nivel defme límites de los espacios y
subraya sus caracterizaciones sociomorales externas. Permite comprender
las orientaciones de la movilidad residencial, la atracción de ciertas zonas
en función de la distinción que proporcionan. Estos "sentidos y significa-
dos" del "lugar" tienen a la ciudad entera como contexto de referencia.
Encontramos aquí una cartografía (real o imaginaria) de los citadinos que
viven en ciertas partes de la ciudad y tienen de otra parte, por lo menos,
alguna idea o imágen. Esta representación se da a la misma escala que la
que usa el cartógrafo y, de una cierta manera, el sociólogo urbano. Es a
esta escala que la ciudad de Salvador se puede subdividir según una mo-
dalidad simbólica dual, distinguiendo las riberas de la bahía (barrio anti-
guo y pobre) de las orillas del mar (moderno y rico); siguiendo esta línea
de interpretación, los barrios y otros subespacios de la ciudad reciben par-
te de su identidad del propio hecho de estar localizado de uno u otro lado
de la ciudad.
La definición de un lugar también se da desde el interior. Tendremos
entonces que abstenernos, en un primer tiempo, de toda referencia y límite
espacial. Observando posiciones, redes e itinerarios urbanos de los indivi-
duos (entendidos ellos como la primera "unidad urbana de pensamiento y
acción", según Park), veremos que el individuo se vuelve urbano a través
de una serie de mediaciones sociales; las cuales se dan .-n el orden relacio-
nal y son directamente accesibles a la observación etnológica. Linajes, re-
des de compadrazgos, vencindarios, casas religiosas, bandas, asociaciones
étnicas o lúdicas, todos pueden estar concentrados o diseminados en el es-
pacio. Redefinen, cada una a su manera, el uso del espacio y las fronteras
de los barrios, manzanas, esquinas y plazas de la ciudad. Vimos cómo,
en un barrio popular de Bahía, podían existir significados y usos diferen-
ciales del espacio según se trataba de grupos de pares masculinos o de re-
des ferneninas.s Si en un primer momento el objeto de la antropología
urbana se construye en contra del espacio urbano, es para encontrar des-
pués, en la vida relacional, el significado de las representaciones de este

186
mismo espacio urbano; problema de escala, podríamos decir. La antropo-
logía realiza la mediación entre el individuo y la ciudad, y los mapas
representan sus contextos de interpretación.

187
Notas

1 Traducción de Annie Carrillo.

2 La creación en 1974 de la Zona Metropolitana de Salvador, concebida como el territo-


rio económico y político del cambio local, instaba igualmente a no tomar al pie de la letra
los límites del municipio de Salvador. La Zona Metropolitana, concebida con base en la in-
dustrialización de punta, era administrada de manera independiente (organismo de estudio y
de gestión propia). Refleja supuestamente el concepto de un sistema de conjunto, que daba
un sentido (político-tecnocrático o popular) a la distribución de las diferentes instalaciones
industriales y de los grandes conjuntos nuevos (hileras de casas o de pequeños edificios) a
escala de los siete municipios; dentro de este mismo marco intermunicipal, se conocían y se
controlaban relativamente los flujos diarios trabajo-residencia.

3 Evidentemente, con todas las reservas del caso, debido a las dimensiones de la ciudad
y al carácter ilusorio de este tipo de ejercicio.

4 De esto se deriva la noción de "ecología urbana" que caracterizó a este grupo de in-
vestigadores de la Universidad de Chicago en los años 1920-1930.

5 Estos diferentes enfoques han sido desarrollados o analizados por Hannerz (1983),
Simmel (1908/1979), Grafmeyer y Joseph (1979), Joseph (1983 y 1984). Desde esta pers-
pectiva, Hannerz (p. 140) llega a diferenciar en la ciudad ciertos ámbitos considerados
como "más urbanos" que otros: los del espacio público, del mercado, de la contrabanda.
De nuevo encontramos la dualidad en una distinción hecha, más recientemente, por Joseph
(1995: 9) entre el acercamiento de la ciudad a través de los espacios domésticos y públicos,
estos últimos considerados como el lugar de emergencia de una cultura propiamente urbana.

6 Las descripciones de las vecindades de la Ciudad de México o del barrio Esmeralda de


Puerto Rico (Lewis, 1963 y 1936) son características de la impresión de cerrazón física y
social que sirve de contexto "comunitario" para el estudio de las familias urbanas.

7 Este a priori es parte de la ilusión monográfica, la cual presupone la transparencia de


la relación entre un espacio, una sociedad, una culrura y un tipo de individuo. Se encuentran
desarrollados estos temas, así como las diversas maneras de concebir el "lugar antropológi-
co", en Augé (1992: 57-95).

8 Ver Agier (1995), donde se retoman y desarrollan los ejemplos presentados aquí, en
un estudio de las familias y de las sociabilidades de vecindad.

188
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190
Esta primera edición de Nueve estudios sobreel espacio.
Representación y formas de apropiación
se terminó de imprimir en la Ciudad de México el
día 12 noviembre de 1997
en los talleres de Enfoque Litográfico S. A. de C. V.
Su formación y composición tipográfica estuvieron a cargo de
Enrique Hernández López.
Se usaron tipos Times de 24, 18, 14, 10:12 y 9:10 puntos.
E
l volumen que elleetor ahora atiende, versa, como el
tÍtulo expresa, sobre la manera en que nuestra cultura
representa y se apropia del espacio. Nueue estudiossobre el
espacio, coordinado ponOdile Hoffrriann f Fernando 1. Sálmerón
Castro, incorpora en su parte primera -"El espacio represen-
tado"-, textos de 6 1aude Bataillon, Alfred Siemens, Luc
Cambrezy, Roberto Melville, y]ean-Yves Marchal y Rafael
Palma; mientras que los artículos de Emilia Vel~uezH.,]osé
Velasco Toro, Marielle Pepin Lehalleur y Michel Agier integran
"Territorio e identidad", segunda parte del libro.

Cada ensayo tuvo su origen en el.encuentro "Organización


Social y Representación del Espacio. Seminario Internacion al
de Investigación CIESAS-O~STOM", llevado a cabo en el CIESAS-
Golfo, en la ciudad de Xalapa, Vergcruz, El propósito de dicho
encuentro fue buscar "no sólo articulaciones nuevas fr ent e a
las d ificu lt ades del 't erren o , sino también alternativas al
determinismo geográfico." Dicha vía, anotan los coordinadores,
"ha pasado justamente po r la exploración de la interacció n
entre espacio y sociedad."

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