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Zygmunt Bauman y la sociedad


líquida
14-18 minutos

Ziygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de


Comunicación y Humanidades 2010 (junto a Alain Touraine),
nació en 1925 en Poznan, Polonia. Sociólogo, filósofo y
ensayista, su investigación, entre otras cosas enfocada en la
modernidad, le ha llevado a definir la forma habitual de vivir

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en nuestras sociedades modernas contemporáneas como “la


vida líquida”.

Una vida caracterizada por no mantener un rumbo


determinado, pues al ser líquida no mantiene mucho tiempo la
misma forma. Y ello hace que nuestras vidas se definan por la
precariedad y la incertidumbre. Así, nuestra principal
preocupación es no perder el tren de la actualización ante los
rápidos cambios que se producen en nuestro alrededor y no
quedar aparcados por obsoletos.

En su libro La vida líquida, el diagnóstico sobre la sociedad de


consumo en la que vivimos es demoledor por certero y al
mismo tiempo conmovedor.

Escribiendo este artículo no puedo dejar de pensar en el mito


de la caverna de Platón, y no puedo sacarme de la cabeza un
precioso dibujo que Sonja, una compañera de voluntariado,
dibujó hace unos años sobre el mismo.

La caverna de Platón no ha dejado de retumbar en mi cabeza,


y ese retumbar me provocaba angustia. Y es que, quizás, me
he visto más encadenada de lo que pensaba. Soy consciente
de la perversidad del sistema consumista en el que vivimos y
de sus maquiavélicos mecanismos, pero también sé que soy
yo, somos nosotros, los que tenemos las llaves de muchas de
las cadenas que nos atan.

¿Pensamos, decimos y actuamos al unísono? ¿Nos


conocemos realmente a nosotros mismos? ¿Vivimos
realmente lo que queremos vivir? ¿Luchamos por nuestros

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sueños? ¿Somos conscientes de que formamos parte de una


gran familia llamada Humanidad?

Quizás la falta de respuestas a estas preguntas es lo que nos


hace navegar sin rumbo por la vida. Vivir, como dijo en su
discurso de recogida del Premio Príncipe de Asturias Zygmunt
Bauman, (…) en un mundo donde la única certeza es la
certeza de la incertidumbre, en el que estamos destinados a
intentar, una y otra vez y siempre de forma inconclusa,
comprendernos a nosotros mismos y a los demás, destinados
a comunicar, con y para el otro”.

En La vida líquida, Bauman nos ayuda a identificar los velos


que ocultan el mundo que habitamos y que intentamos
comprender. Y estos velos no dejan de ser las sombras y los
ecos de los gritos que los encadenados de la caverna ven y
escuchan reflejados en la pared creyendo que son la realidad
y que nada pueden hacer; y los espectadores siguen
sentados sin saber que esos velos, esas sombras, esos ecos
no son la realidad sino distorsiones de la misma. Imágenes y
ruidos reproducidos a conciencia que los mantienen cara la
pared.

Es cuestión de encontrar el coraje para darse la vuelta y


poder comprobar que esas formas grotescas no son más que
deformaciones, y ver la luz clara que proviene de fuera, que
nos indica la dirección de la verdadera realidad.

La sociedad líquida produce triunfadores egoistas

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Zygmunt Bauman define la sociedad moderna líquida como


aquella sociedad donde las condiciones de actuación de sus
miembros cambian antes de que las formas puedan
consolidarse en unos hábitos y en una rutina determinada.
Esto, evidentemente, tiene sus consecuencias sobre los
individuos porque los logros individuales no pueden
solidificarse en algo duradero, los activos se convierten en
pasivos, las capacidades en discapacidades en un abrir y
cerrar de ojos.

Por tanto, los triunfadores en esta sociedad son las personas


ágiles, ligeras y volátiles como el comercio y las finanzas.
Personas hedonistas y egoístas, que ven la novedad como
una buena noticia, la precariedad como un valor, la
inestabilidad como un ímpetu y lo híbrido como una riqueza.

El nuevo modelo de héroe es el triunfador que aspira a la


fama, al poder y al dinero…, por encima de todo, sin
importarle a quién se lleva por delante.

Esto coincide con la definición de “hombre light” de Enrique


Rojas, definido con cuatro características: hedonismo,

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entronización del placer; consumismo, acumulación de


bienes: se es por lo que se tiene y no por lo que se es;
permisividad, todo vale; y por último, relativismo, donde nada
es bueno ni malo y en última instancia todo depende del
pensamiento de cada uno.

La sociedad moderna líquida orquestada por el consumo

La vida líquida asigna al mundo y a las cosas, animales y


personas la categoría de objetos de consumo, objetos que
pierden su utilidad en el mismo momento de ser usados. Los
objetos de consumo tienen una esperanza limitada y, cuando
sobrepasan este límite, dejan de ser aptos para el consumo,
se convierten en objetos inútiles. Las personas, también
somos objetos de consumo: pensemos en el trato que nuestra
sociedad da a nuestros mayores o en las industrias del sexo.
En una sociedad así la lealtad y el compromiso son motivo de
vergüenza más que de orgullo porque son valores duraderos.

En un mundo de carácter empresarial y práctico como el que


vivimos (un mundo que busca el beneficio inmediato), todo
aquello que no pueda demostrar su valor con cifras es muy
arriesgado. Por tanto, materias de estudio como la historia, la
música, la filosofía…, que contribuyen al desarrollo del ser
humano, más que una ventaja social, política o económica
son un peligro. Porque el ser humano ha dejado de tener
valor “humano” para pasar a ser un simple objeto de
producción o consumo.

Individuo asediado, planeta asediado

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¿Cómo es el individuo que vive en esta sociedad de vida


líquida? Zygmunt Bauman nos dice que es un individuo
asediado. Porque busca su individualidad, singularidad y aquí
viene la gran contradicción.

La individualidad sería la autenticidad, como ser fiel a uno


mismo, ser el yo real. Pero ya hemos visto que para la
sociedad moderna líquida la fidelidad no es un valor sino todo
lo contrario. Entonces, ¿qué es la autenticidad que busca este
individuo asediado?
La autenticidad, la individualidad, la singularidad en una
sociedad moderna líquida es ser como todos los del grupo,
¡una auténtica y gran contradicción! Es decir, los individuos
han de ser asombrosamente parecidos, deben seguir una
misma estrategia vital y usar señas compartidas, reconocibles
e inteligibles por el resto del grupo (las marcas de consumo,
el comportamiento, las modas, el gusto por el arte…).

La sociedad obliga a ser únicos, pero ella misma da las


pautas para conseguirlo. Para satisfacer esa necesidad de
individualidad, nada de buscar en nuestro interior: la
autenticidad se encuentra bebiendo un determinado producto,
llevando una marca de ropa interior, hablando con un
determinado móvil, conduciendo un determinado coche…
Todos llevan o quieren llevar las mismas marcas, van o
quieren ir de vacaciones a los sitios que se han puesto de
moda, leen los mismos best sellers… y todos se creen

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singulares. ¡Increíble!

Como dice Bauman, la lucha por la singularidad se ha


convertido en el principal motor, tanto de la producción en
masa como del consumo en masa. Todos son singulares
utilizando las mismas marcas y aparatos, y serán más o
menos singulares dependiendo de la capacidad de compra y
actualización de los objetos, y ésto, evidentemente, requiere
dinero.

La búsqueda de esta singularidad se ha convertido en una


carrera de consumo donde hay unos pocos ganadores y
muchos perdedores. Esto ha provocado la consiguiente
polarización no tan solo de las sociedades, sino del planeta.
Como nos dicen los últimos informes sobre el déficit ecológico
(cifra que se calcula comparando lo que un ciudadano
consume con la capacidad de producción y regeneración de
los recursos naturales de su país, que incluyen terrenos
agrícolas, pastos, bosques, costas, etc.), el déficit ecológico
planetario en el año 2010 supuso que el 22 de agosto, la
humanidad empezáramos a consumir lo que ya correspondía
al 2011; en España, el 20 de abril de este año 2011
empezamos a consumir lo que corresponde al 2012.

Está claro que cuánto más grande es la calidad de vida de


una ciudad mayor es su huella ecológica.

Por tanto, la singularidad es realmente un privilegio, tanto en


lo que se refiere a individuos como a sociedades, a nivel
planetario.

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A este individuo asediado Bauman lo define como homo


eligens, hombre elector (que no hemos de confundir con el
ser humano que realmente elige).

El homo eligens es un yo permanentemente impermanente,


completamente incompleto, definidamente indefinido,
auténticamente inauténtico.

El homo eligens y el mercado de consumo conviven en


perfecta simbiosis. El mercado no sobreviviría si el homo
eligens o consumidor no se apegara a las cosas.

Los directores de la orquesta: engaño, exceso y


desperdicio

Bauman nos dice que esta sociedad de consumo justifica su


existencia con la promesa de satisfacer los deseos humanos
(remarco: materiales) como ninguna otra sociedad lo ha
hecho, aunque esta promesa de satisfacción solo resulta
atractiva siempre y cuando los deseos no sean del todo
satisfechos.

Por tanto, la realidad es que la no satisfacción es el motor de


la economía. La sociedad de consumo consigue esta

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permanente insatisfacción por dos vías:

1)    Denigrar y devaluar los productos al poco tiempo de


haber salido, sacando otros nuevos;

2)    Satisfacer cada necesidad o carencia de tal forma que dé


pie a nuevas necesidades o carencias.
Para mantener las expectativas vivas y para que las nuevas
esperanzas ocupen rápidamente el vacío dejado por las
obsoletas, la distancia entre la tienda y el cubo de la basura
tiene que ser muy corta y la transición muy rápida.

El consumismo es una economía de engaño, exceso y


desperdicio. Pero, al mismo tiempo, son el engaño, el exceso
y el desperdicio los que garantizan el funcionamiento de la
sociedad. La historia avanza hoy como una fábrica de
residuos.

Una sociedad de consumidores no es solo la suma de


individuos consumistas. Es una totalidad, se trata de un
auténtico síndrome: un cúmulo de actitudes y estrategias,
disposiciones cognitivas, juicios y prejuicios de valor,
supuestos explícitos y tácitos sobre el funcionamiento del
mundo y cómo desarrollarse en él, imágenes de felicidad y
cómo alcanzarla.

La extensión de pautas de consumo es de tal amplitud que


abarca todos los aspectos y las actividades de la vida. Esto
produce un efecto secundario, quizás involuntario: la
penetrante mercantilización de los procesos vitales. El

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mercado se ha introducido en áreas de la vida que se habían


mantenido fuera de los intercambios monetarios. La
educación, la cultura, todo está supeditado a unas cifras
económicas que hacen que un objeto o servicio,
independientemente de su calidad, sea exitoso o no. Porque
el éxito, la mayoría de veces, no depende de la calidad sino
de la campaña de marketing que tenga detrás. Incluso en
nuestras relaciones humanas nos tratamos como objetos de
consumo o producción.

Bauman explica que el consumo sería una versión moderna


del sueño del rey Midas, hecho realidad en el siglo XXI. Todo
lo que el mercado toca se convierte en un artículo de
consumo, incluso las cosas que tratan de escapar a su
control.

Pensar en tiempos oscuros

Zygmunt Bauman alerta de que las dos acusaciones que


lanzó Karl Marx contra el capitalismo, su carácter derrochador
y su iniquidad moral, siguen totalmente vigentes. Lo único que
ha cambiado es el alcance del derroche y de la injusticia:
ambos han adquirido dimensiones planetarias.

La era del Primer, Segundo y Tercer Mundo ha llegado a su


fin para dejar paso a la era de la Globalización.

Para la mayor parte de habitantes del planeta la globalización


ha supuesto un deterioro de sus condiciones de vida. Esto,
hace años, era muy patente en el Tercer Mundo, donde la
crisis alimentaría es endémica desde hace décadas. Ahora,

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con la crisis económica que estamos sufriendo, el deterioro de


las condiciones de vida ha llegado también al Primer Mundo.
Y es que la globalización ha sido eminentemente empresarial.

Bauman considera que los problemas y sufrimientos de


nuestros días tienen raíces planetarias y, por tanto, requieren
soluciones globales. Todos los que compartimos el planeta
dependemos unos de otros para nuestro presente y nuestro
futuro.

En lugar de aspirar a limitar los daños locales y la obtención


máxima de beneficios, hay que buscar un nuevo escenario
global donde las iniciativas económicas dejen de estar
guiadas por los beneficios monetarios sin prestar atención a
los efectos secundarios.

El ocaso de los valores

Queda bastante claro que la vida líquida no da cabida a la


realización espiritual de la mujer o del hombre, y que los
valores que propugna, si los podemos llamar valores, son de
una altísima volatilidad y relativismo; y del relativismo, donde
nada es absoluto, donde nada es malo ni bueno, de esta
tolerancia interminable nace la indiferencia pura.

La pérdida de referentes claros y fuertes nos hace caminar a


ciegas. Vivimos en el ocaso de los valores humanos y esto es
realmente un drama para todos los seres humanos.

La sociedad moderna líquida es artificial, poco tiene de


humana porque precisamente no se sustenta los valores

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humanos atemporales, sino en los materiales. Nos hace creer


que nos lo dá todo a cambio de nada, cosa que no es cierta,.
El precio que se paga por ello es convertirse en ese humano
asediado o ese hombre “Light” que simplemente escoge
egoístamente lo que más le conviene o gusta en cada
momento. Poco a poco la caverna va apagando su lucecita
humana, al tiempo que lo encadena más y más.

Este homo eligens está a años luz de la vía del desapego que
nos libera del dolor, según nos transmiten las enseñanzas
budistas, y del ser humano realmente libre que se
compromete por voluntad propia; porque el homo eligens de
la sociedad moderna líquida es esclavo de sus pasiones y
gustos subjetivos, que lo imposibilitan para comprometerse
con nada y con nadie.

Pero la vida tiene un sentido que va más allá del plano


meramente objetivo que vamos viviendo y consiguiendo. Y el
ser humano es algo más que un cuerpo que produce y
consume,  que tiene todo, pero nunca acaba de estar
satisfecho.

Bauman aclara que esta insatisfacción forma parte del


mecanismo, pero esto no es mérito de la maquinaria de la
sociedad de consumo porque al ser humano los objetos
materiales nunca lo podrán satisfacer del todo, porque no
vienen de nuestro interior. Recordemos la vieja leyenda hindú:
Brahma, enfadado por el comportamiento de los seres
humanos, escondió la felicidad en los corazones de los

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hombres y las mujeres, consciente de que les costaría mucho


encontrarla; pero también, consciente de que así siempre la
llevarían con ellos.

Hoy parece que las cosas están del revés y cuesta un poco
ser optimistas. La actual crisis económica está haciendo
aflorar conductas egoístas y mezquinas a nivel de Gobiernos
e individuos. Nosotros apoyamos la idea de asumir
responsabilidades y de encontrar soluciones planetarias para
unos problemas que son globales. También se está
encendiendo muchas lucecitas en los corazones de la gente,
que se traducen en solidaridad, generosidad, entusiasmo,
coraje, valor, porque hay muchos Quijotes que están
rasgando los velos de esta vida líquida intentando solidificarla,
trabajando por cambiar la actitud cavernícola de tener por la
humana de ser.

Sí, es cierto que vivimos en el ocaso de los valores humanos,


pero detrás de cada ocaso viene una nueva salida del sol,
una regeneración. Y únicamente depende de nosotros que los
valores humanos vuelvan a brillar y guiar el rumbo de
nuestras vidas.

Cinta Barreno

Corresponsal de la revista Esfinge en Reus

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