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CARL SCHMITT.
JURISPRUDENCIA PARA LA ILEGALIDAD
R ESUMEN
El presente ensayo aborda la vida y el pensamiento del jurista alemán Carl Schmitt,
en especial su concepción de lo político y sus consecuencias para el establecimien-
to del régimen constitucional. El proyecto de Schmitt puede entenderse así como
una jurisprudencia para la ilegalidad, una filosofía del derecho y la política que
desarme la ley al tiempo que desata el poder de sus restricciones.
C
arl Schmitt nació el mismo año rente. Quizá sentía también miedo por
que Adolfo Hitler. Se encontraron la violencia que convocaba. Pero la agu-
alguna vez, pero nunca hablaron. El deza de su intuición apreciaba, al mis-
primero sentía una mezcla de desprecio mo tiempo, la hondura de su atractivo.
y atracción por el dictador; el otro no dio Hitler encarnaba de modo misterioso una
importancia nunca al hombre que se ofre- fuerza mítica: era un hombre que, sin
ció para razonar sus atropellos. Aquella cálculo ni argumento, advertía la grieta
ambigüedad en Carl Schmitt marcaría su que se abría bajo la tierra. Hitler era una
vida. También su recuerdo. Desde las fuerza, una energía, una llama de entu-
emociones de la razón sentía un fuerte siasmo y de valor en medio de la tibia
desprecio por el hombre ignorante y tos- cobardía.
Unos días antes del triunfo electoral
de nacionalsocialismo, Carl Schmitt pu-
* Profesor de tiempo completo del Institu- blicaba un artículo en la prensa en el que
to Tecnológico Autónomo de México (ITAM). anticipaba el desastre: quien colabore con
El autor desea agraceder los valiosos comenta-
los nazis está actuando tonta e irrespon-
rios realizados a una versión preliminar de este
trabajo en el Seminario interno de profesores del sablemente. El nacionalsocialismo, argu-
Departamento de Derecho del ITAM (abril de mentaba, es un movimiento peligroso que
2003). puede cambiar la Constitución, estable-
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cer una iglesia de estado, disolver los sin- nalista: el apóstol jurídico del nuevo ré-
dicatos, etc. Menos de un año después, y gimen. El periódico oficial del nazismo
por invitación de Heidegger, Carl Schmitt lo llamó “el abogado de la Corona.” La
se afiliaba al Partido Nacional Socialista. investidura no es injusta, por lo menos en
No era el miedo sino la ambición lo que la primera etapa del nazismo, cuando
provocaba el giro. También una convic- fungió, efectivamente, como el cerebro
ción de que las fealdades del poder son jurídico del fascismo alemán. Schmitt vio
siempre preferibles a los horrores de su el nuevo orden como la oportunidad de
ausencia. Lo muestra una entrada en su lanzar una gran revolución jurídica que
diario, el día mismo que Hitler fue nom- abandonase los argumentos de una “épo-
brado canciller: “Irritado y, de alguna ca decrépita.” De lo que se trataba era de
manera, aliviado; por lo menos una deci- vivificar la ley, de reconciliar el derecho
sión.” En Hitler aparecía eso que para con la justicia a través de la intervención
Schmitt era tan valioso: la esperanza de salvadora del Führer. La vieja legalidad
la decisión. se agotaba en las escrituras de la ley; la
El día que Carl Schmitt vio a Hitler nueva legalidad, argumentaba, ha de
fue el 7 de abril de 1933. Se trataba de reencontrar la moral, aunque aplaste la
una reunión en la que el Führer presenta- regla. Así, un golpe de estado podría ser
ría su programa de gobierno. En uno de “rigurosamente legal” porque Hitler, al
sus cuadernos personales, está el registro romper la regla, defendía el derecho vital
de ese encuentro. El salón estaba repleto del pueblo alemán. Era el nacimiento de
con los jerarcas del partido y del ejército una nueva legalidad.1
que, con rostros de acero, observan dete- Schmitt pretendía delinear una filo-
nidamente al jefe. Hitler, como un toro sofía legal que rompiera el molde burgués
nervioso al entrar a la plaza, pronuncia y liberal del estado de derecho. Enfatizó,
su proclama. Transcurrió media hora para por ejemplo, que uno de los principios
que el discurso se acercara al despegue. clave de aquella estructura tendría que ser
En las notas de Schmitt, Hitler aparece demolido. Se refería a la máxima funda-
como un hombre que depende obsesiva- mental del derecho penal que establece
mente de las reacciones de su auditorio. que no puede haber castigo si no hay una
Como un enfermo, el orador necesitaba ley previa que establezca el delito.
el aliento del aplauso. Todo el mundo lo
escuchaba atentamente y nada. El agita- Todo el mundo entiende que es un
dor de las masas era en realidad un orador- requisito de la justicia el castigar los
cillo insulso. El Führer no hizo ninguna crímenes. Aquellos que … constan-
conexión real con su auditorio, ningún temente invocan el estado de dere-
rayo emanó de su voz. Nada. cho no otorgan la debida importan-
La decepción del abogado quedó es- cia al hecho de que un crimen odioso
condida bajo la retórica fervorosa del
oportunista. Cuatro semanas más tarde
obtenía la credencial número 2.098.860
del partido. La máscara de la devoción 1 Véanse los textos “El Führer defiende el
funcionó, por lo menos durante un tiem- derecho” y “Legalidad y legitimidad”, ambos
po. Pronto se convertiría en una pieza contenidos en la compilación de Héctor Orestes
valiosa del aparato de legitimación nacio- Aguilar.
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suave conciencia de extranjería. “Soy ro- entre los suyos. … Eso significaba
mano por origen, tradición y derecho,” que yo, parado enteramente en la
dijo sentenciosamente en alguna ocasión. oscuridad y desde la oscuridad mis-
Su inteligencia fue abriéndole las ma, veía un espacio resplandecien-
puertas del mundo. Del diminuto pueblo te. … La sensación de tristeza que
de Plettenberg salió, primero para estu- me inundaba me distanciaba aún más
diar en el Gimnasio de Attendorn y, lue- y despertaba en otros desconfianza
go, en la Universidad de Berlín. En el y antipatía. El grupo dominante tra-
Gimnasio dio los primeros pasos de su taba como extraño a todo aquel que
educación humanística y germinó su amor no se desvivía por congraciarse con
por los idiomas. Schmitt, que ya sabía él. Le imponía la elección de adap-
francés además del alemán, aprendió ahí tarse o excluirse. Así que permanecí
latín, griego, español e italiano. En 1907 afuera.5
llegó a Berlín para iniciar sus estudios
profesionales. Había querido estudiar fi- Schmitt, católico en tierra de evan-
lología, pero se decidió finalmente por las gelistas, latino entre prusianos, se perci-
leyes. Un tío lo había convencido de que bía como un forastero. Era un hombre
era una profesión más rentable. El en- bajito. No alcanzaba el 1,60 m. de estatu-
cuentro con la formidable universidad ra. Era un estudiante solitario, tímido y
berlinesa y la imponente ciudad fue, para callado. “Mi naturaleza –escribió ya vie-
él, desconcertante. Berlín era, en realidad, jo– es lenta, silenciosa y tranquila, como
la capital de sí misma, como escribiría un río quieto, como el valle de Moselle.”6
años después Joseph Roth. Una ciudad Desde ese valle francés del que provenía
poblada por las iglesias más horrorosas del la familia de su madre, desde la distan-
mundo; una ciudad sin sociedad que, sin cia, contempló la Primera Guerra. Nunca
embargo, ofrecía todo lo que una ciudad se encendió con el discurso nacionalista
puede tener: teatros, arte, bolsa, comer- de la ‘misión alemana.’ Se inscribió como
cios.4 Para el joven estudiante, la ciudad voluntario para la reserva de infantería,
habrá parecido un horroso y fascinante pero muy pronto alegó un fuerte dolor en
espectáculo de máquinas que convierten la espalda que lo alejó del campo de com-
a los hombres en hormigas. Schmitt, como bate. Sirvió al ejército alemán desde un
Roth unos años después, sentiría Berlín escritorio en Munich.
como un ominoso imperio tecnológico. Más que la guerra, lo conmocionó la
Quizá nunca lo abandonó la sensa- inestabilidad tras la derrota. La primera
ción de ser un forastero en la corazón de guerra, en cierto modo, lo había protegi-
su país. El sentimiento, que venía de le- do: desde la Comandancia General en
jos, lo acompañaría siempre. Munich redactó su ensayo sobre el roman-
ticismo político, desfilaba tranquilamen-
Yo era un muchacho oscuro de orí- te por las salas de universidades impar-
genes modestos. … Ni el grupo do- tiendo conferencias y se casaba por
minante ni la oposición me incluían
5 En Balakrishnan, p. 13.
6 Citado por Joseph W. Bendersky, Carl
4 Véase Joseph Roth, What I Saw. Reports Schmitt. Theorist for the Reich, Princeton
From Berlin 1920-1933. Norton, 2002. University Press, 1983, p. 5.
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primera vez. La paz de la derrota, en cam- más bien, se convertía en el Estado. Las
bio, lo angustió. Su prometedora carrera viejas fronteras entre lo social y lo esta-
como profesor de Derecho se había vuel- tal se diluían en esa fusión de pueblo y
to súbitamente incierta. La nueva repú- gobierno en movimiento. “Hemos crea-
blica pronto devino en caos. Schmitt pa- do un mito—dijo Mussolini tras el éxito
decía íntimamente el desconcierto de la de la Marcha—y el mito es una fe, un
política, recelaba de los violentos, temía noble entusiasmo que no necesita ser rea-
el contagio bolchevique: sintió miedo. lidad; constituye un impulso y una espe-
Quizá apareció en él la nostalgia por el ranza, fe y valor. Nuestro mito es la na-
periodo que acababa de terminar: la dis- ción, la gran nación que queremos
ciplina y la claridad que impone la gue- convertir en una realidad concreta.”7
rra parecerían preferibles a la turbulen- Mussolini fue el héroe de Carl
cia del desorden civil. Se acercó así a las Schmitt. A diferencia del dictador alemán,
instituciones de la nueva república, bus- Mussolini encarnaba una filosofía digna
cando alguna forma de inyectarles el prin- de ese nombre. O por lo menos eso era lo
cipio del orden. Entonces escribió su es- que pensaba Schmitt. Mussolini, el más
tudio sobre la dictadura, un alegato por vigoroso líder europeo tras la muerte de
los poderes extraordinarios que permiten Lenin, no fue para Schmitt un César de
reconstituir la paz. caricatura, sino un líder carismático que
Entonces aparece Mussolini. La Mar- movilizaba a una nación a través de la fe
cha sobre Roma sacudió al temeroso abo- política, pues eso, ni más ni menos, pre-
gado alemán. Desde esa jornada de octu- tendía ser el fascismo: no una doctrina
bre de 1922, el fascismo italiano ejerció sino una convicción que no acepta titu-
una atracción inmensa sobre él. Veía en beos. Años después logró entrevistarse
esa fuerza un potente movimiento que, al con el general de la cabeza rapada en el
mismo tiempo que salvaba a la burguesía Palazzo Venezia, el edificio del siglo XVI
de la amenaza comunista, lanzaba al Es- que albergó la embajada de la república
tado a la conquista del futuro. Ahí se abría veneciana, y que habría de convertirse en
la puerta de la historia por venir; el fas- el cuartel general del Estado fascista.
cismo contenía una nueva retórica, una Desde los balcones de ese palacio, Il Duce
nueva estética. En la marcha de los fas- pronunció sus discursos más famosos. El
cistas se deplegaba escénicamente el po- abogado quedó cautivado por el dictador.
der de la masa, la chispa motriz de un Hablaron de la eternidad del Estado y el
Estado original. Mussolini es el arrojo: carácter efímero del partido. La residen-
el diputado violento a quien pocos toman cia histórica de Hegel, le dijo Schmitt a
en serio, hace llamados al rey para impo- Mussolini, está aquí, en Roma. No está
ner el orden. Nada sucede. Entonces, tras en Moscú, ni en Berlín: está aquí en el
el silencio de la tradición, inunda las ca- Palazzo Venezia. Hegel, el sacralizador
lles de camisas negras y asume el control del Estado, vivía en la musculatura visio-
del Estado. Tras mostrar su poder, lo con- naria del dictador de la inmensa quijada.
quista. El viejo Estado, como un monu- Aquella conversación permanecería en la
mento de arena, se desmorona en un so- memoria de Schmitt como uno de los
plo. Nacía un mito seductor: un pueblo
en marcha, conducido por un caudillo
enérgico, se hacía del poder del Estado o, 7 Orestes, obra citada, p. 73.
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tonces se identifica con Benito Cereno, ¿Qué debo cantar? ¿El himno Pla-
el personaje central de una novela de su cebo?
admirado Melville. Cereno era el capitán ¿Debo abandonar los problemas para
de un barco que es tomado prisionero por envidiar a plantas y fieras?
unos esclavos que se rebelan. El capitán ¿Temblar en pánico en el círculo del
conduce la embarcación y es visto por los pánico?
demás como el guía. En realidad es un ¿Feliz como el mosquito que des-
rehén. Así se presenta Schmitt: inteligen- preocupado salta?13
cia secuestrada por la tiranía.
Años después escribiría Ex captivi-
tate salus, un poema autobiográfico. AMISTAD
Yo he experimentado del destino los
La vida de Carl Schmitt puede verse
golpes,
a través del cristal de una amistad. En
victorias y derrotas, revoluciones y
Ernst Jünger encontró a un compañero de
restauraciones,
viaje, un compañero de vida. Se conocie-
inflaciones, deflaciones, destructores
ron en 1930 en Berlín. Cuatro años des-
bombardeos,
pués se harían compadres. Al momento
difamaciones, cambios de régimen,
averías, de conocerse, cada uno era un personaje
hambres y fríos, campos y celdas. de la vida intelectual alemana. Schmitt no
A través de todo ello he penetrado solamente era una autoridad en el campo
y por todo ello he sido penetrado. de la jurisprudencia, sino que era también
el autor de ensayos polémicos sobre el
Yo he conocido los muchos modos romanticismo, los orígenes teológicos de
del Terror, los poderes de emergencia y la naturale-
el Terror de arriba, el Terror de abajo, za irremediablemente bélica de la políti-
ca. Jünger, siete años menor que Schmitt,
Terror en la tierra, en el aire Terror, era aún más famoso. No era un ensayista
provocador: era un héroe de guerra. Te-
Terror legal y extra legal Terror, nían muchas cosas en común. Ambos eran
pardo, rojo, y de los cheques Terror, aventureros y solitarios; compartían la
preocupación por el destino de Alemania,
y el perverso, a quien nadie osa nom- una fascinación por la guerra, los mitos y
brar. los libros. Pero Jünger no era devoto de
Yo los conozco todos y sé de sus ga- las bibliotecas, sino partidario de la in-
rras. tensidad vital que sólo ofrece el campo
... de la experiencia. Jünger había ingresa-
do al ejército en 1914 para participar en
Yo conozco las caras del Poder y del el frente de Francia. Fue herido catorce
Derecho,
los propagandistas y falsificadores
del régimen, 13 Ex Captivitate Salus, citado por Enri-
las negras listas con muchos nombres que Tierno Galván en Revista de Estudios Polí-
y las tarjetas de los perseguidores ticos, vol. xxxiv, año x, núm. 54, 1950.
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veces y recibió la orden “Al mérito”, por dos los vínculos. Un furor sin respe-
su valor en el campo de batalla. to ni barreras, sólo comparable a la
El libro que redactó al tiempo que violencia de la naturaleza. El hom-
combatía se convirtió en una de las cum- bre está ahí como la tormenta rugien-
bres de la literatura de guerra. Para André te, el mar que brama y el trueno que
Gide, sus Tempestades de acero es el li- muge. Allí está fundido en el todo,
bro de guerra más hermoso; un testimo- se estrella contra las oscuras puertas
nio inigualable por la perfección de su de la muerte como un tiro en el blan-
veracidad y honradez. co. Y las olas lo sepultan purpúreas:
Aunque sus retratos de guerra eran de modo que, ya hace tiempo, no le
admirados por los seguidores de Hitler y queda la conciencia del tránsito. Es
por el mismísimo líder, él rechazaba su como si una ola lo arrastrara de nue-
demagogia plebeya. Se cuenta que el vo al mar tempestuoso.15
mismísimo Goebbels le ofreció una dipu-
tación antes del triunfo de los nazis. Olas que nos arrastran al mar tem-
Jünger respondió desde las alturas de la pestuoso en el que se revela el hombre
aristocrática poética que un buen verso auténtico. Allí, en “la danza de las cuchi-
valía más que los votos de ochenta mil llas afiladas”, en el hilo que separa la vida
idiotas. En un tiempo glorificó la guerra de la muerte, se muestra el hombre y su
como una experiencia estética. Intuyó el sentido: la lucha. “¡El bautismo de fue-
totalitarismo, fue protegido de Hitler, go! El aire se cargaba de un caudal de
nunca creyó en la democracia liberal. La hombría tal que daban ganas de llorar sin
fascinación por la guerra lo unía a saber por qué.” El combatiente en las trin-
Schmitt. La guerra coloca al hombre fren- cheras está marcado por la angustia de la
te a la emoción del precipicio. Es la em- incertidumbre, por el rumor de su propia
briaguez de la situación límite, la huida muerte. La guerra lo ha regresado a los
del vacío, el abandono de la insoportable tiempos del origen en los que la vida cuel-
normalidad. “Crecidos en una era de se- ga entre desgracias. Cada hilo de aire que
guridad, sentíamos todos un anhelo de penetra en el cuerpo es un don divino, un
cosas insólitas, de peligro grande.”14 La regalo inmerecido que se goza como el
guerra proveería las cosas grandes, fuer- vino más exquisito. La guerra es para
tes, espléndidas. La guerra era un éxtasis Jünger, por lo menos éste Jünger de sus
comparable apenas al encantamiento del cuadernos juveniles, experiencia mística,
santo, el gran poeta y el amor: contacto con el absoluto que imprime sen-
tido a la existencia. Es también la más
El entusiasmo arrebata la hombría intensa experiencia estética. El fuego de
más allá de sí misma hasta que la la artillería es una danza salvaje, un baile
sangre salta hirviendo contra las de colores en el que las llamaradas se
membranas y el corazón se derrite en
espumas. Es una embriaguez que su-
pera a todas, liberación que salta to- 15 La guerra como experiencia interior,
citado por Christian Graf von Krockow, La de-
cisión. Un estudio sobre Ernst Jünger, Carl
14 Tempestades de acero, Madrid, Tus- Schmitt y Martin Heidegger, México, Ediciones
quets, 1993, p. 5. Cepcom, 2001.
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entrelazan con nubes blancas, negras y Schmitt es inverso. Después de haber ase-
amarillas. Las detonaciones, escribe sorado al último gobierno constitucional
Jünger en alguna página de sus diarios, y haber expresado su desconfianza frente
recordaban el canto de los canarios. a los extremistas se volcó a respaldar al
Quizá sea cierto lo que dice Claudio nuevo régimen. Su posición frente a los
Magris sobre el trato de Jünger con lo te- judíos retrata la divergencia emocional o,
rrible. Hay una especie de ostentación quizá, moral de los compadres. En tiem-
complaciente de impasibilidad, de sangre pos de Weimar, Jünger estuvo muy cerca
fría.16 Lo cierto es que no trató de enfun- del antisemitismo radical, mientras el pro-
dar las desgracias del siglo en terciopelo. fesor Schmitt tenía buenas relaciones con
Uno de sus mayores orgullos fue su colec- colegas y discípulos judíos. Cuando Hitler
ción de escarabajos, en la que había cerca asume el poder, Jünger desprecia el ra-
de 50.000 especies. Tal vez el máximo cismo oficial, mientras que Schmitt pre-
homenaje que se le tributó fue bautizar a tende retratarse como un antisemita ejem-
una mariposa de Pakistán con su nombre: plar.
Trachydura Jüngeri. En el mundo infinito Ese cruce de camino hizo que el afec-
de los insectos, Jünger encontró una joye- to entre los compadres se nublara con
ría natural y fantástica. En los escaraba- desconfianza. Sin embargo, el hilo de su
jos, esos seres diminutos de piel acerada, conversación epistolar nunca se rompió.
encarna lo exquisito y lo monstruoso. El Jünger, que vio el error de la colabora-
sabio coleccionista de coleópteros se en- ción con los fascistas, encontraba, sin
cierra en su estudio, enfoca la mirada, se embargo, una erótica en la inteligencia de
detiene a observar lo que para otros es in- su amigo. Así lo registraba después de
visible o repugnante para anotar con todo conversar con él. En la entrada del 17 de
detalle lo que su ojo reporta. Los hombres julio de 1939 de su diario, anotó lo si-
y los insectos son atrapados de igual ma- guiente:
nera por el dardo exacto de su mirada.
Jünger coqueteó muy pronto con el Lo que en C(arl) S(chmitt) me ha lla-
nacionalsocialismo, pero al momento en mado desde siempre la atención es
que Hitler asumió el poder se distanció la buena factura y el orden de sus
de los nazis y se vinculó con círculos opo- pensamientos; producen la impresión
sitores. En 1933, cuando Kniébolo (el de un poder que está ahí presente, de
nombre que Hitler recibe en sus escritos) un poder presencial. Cuando bebe se
asumió el poder, se alejó de Berlín. Optó torna todavía más despierto, está sen-
por la “emboscadura.” Corrió al bosque tado inmóvil, con un tinte rojo en la
para proclamar su voluntad de depender cara, cual un ídolo. (...) Lo adorable
solamente de sí mismo.17 El recorrido de de Carl Schmitt, lo que incita a que-
rerlo, es que aún es capaz de asom-
brarse, pese a haber sobrepasado los
cincuenta. La mayoría de las perso-
16 Claudio Magris, “Venerable sí, grande
nas, y ello ocurre muy pronto en la
no”, El mundo, 18 de febrero de 1998.
17 “Mediante la emboscadura proclamaba vida, acoge un hecho nuevo tan sólo
el hombre su voluntad de depender de su propia en la medida en que guarda relación
fuerza y afirmars en ella sola.” La emboscadura, con su sistema o con sus intereses.
Tusquets, Barcelona, 1993, p. 80. Falta el gusto por los fenómenos en
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