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PARCIAL DE ETICA PROFESIONAL.

Foucault: tomando a Foucault, la categoría de normalidad es construida, y por lo tanto, su significado varía en las
distintas sociedades. En la sociedad capitalista, la normalidad se convertirá en sinónimo de productividad. Quien no
sea productivo, será entonces loco, vagabundo, delincuente. Será necesario así corregir estas desviaciones de la
normalidad. A este fin se utilizarán las instituciones normalizadoras como la escuela, el hospital o las cárceles. Estas
instituciones disciplinarias se han convertido en una máquina para el control de las conductas y para su
encausamiento, para que los individuos sean productivos y útiles a la sociedad, a través de la mirada vigilante.
Posteriormente, esta mirada será internalizada en cada uno de los sujetos. La modernidad garantizó el control de los
sujetos a través del tiempo y del espacio de los mismos. El castigo disciplinario debe ser esencialmente correctivo para
corregir las desviaciones. Este poder, es en parte invisible y, en parte, se encuentra explicitado en un reglamento, en
normas, en leyes que debemos acatar.
En síntesis, la penalidad perfecta es aquella que atraviesa todos los puntos y controla todos los instantes de las
instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeniza, excluye. En una palabra, normaliza. La
normalización es uno de los grandes instrumentos del poder al final de la época clásica.
Las instituciones disciplinarias permiten el control de los hombres con el objetivo de aumentar su eficacia y utilidad,
para esto es necesario, por tanto, el control de su tiempo y de su espacio.

2.- a) Desarrolle los diferentes tipos de conciencias que plantea Foucault en “Historia de la locura en la época
clásica”
Foucault planteará que existen cuatro tipos de conciencia de locura: trágica, critica, práctica y analítica. Estas
conciencias fueron emergiendo en un devenir histórico que tiene sus inicios en el Renacimiento (siglo XVI), al que
sigue la época clásica (siglos XVII y XVIII) y que culmina en la época moderna (siglo XIX).
Hasta la segunda mitad del siglo XV, el tema más importante era el de la muerte, relacionado a las pestes y a
la guerra. Posteriormente, este interés fue virando hacia la locura. La locura anunciaba la muerte, el loco aparecía
como aquel que reía por adelantado, se reía de la risa de la muerte. El loco daba cuenta de esta existencia finita. “La
locura convertida en universal se confundirá con la muerte”, planteará Foucault. Esta conciencia trágica de la locura
será luego velada por la conciencia crítica de la locura y sus formas filosóficas o científicas, morales o médicas. En el
renacimiento, el loco era tratado de distintas maneras: algunos eran expulsados del pueblo, quedando errantes, otros
eran llevados a lugares donde se trataban enfermedades venéreas, que antiguamente eran leprosorios, otros eran
trasladados a lugar de paso, mientras que otras ciudades alojaban a sus propios locos. Por otro lado, existía la nave de
los locos, práctica según la cual se expulsaba a los locos en barcos que recorrían los ríos de Europa.
En segundo lugar, la conciencia crítica se presenta como una forma de subjetividad que experimentaba a la locura
como aquello que denunciaba lo loco de las costumbres que la gente consideraba correctas, esperables y racionales.
Luego, en la época clásica, comienza a pensarse a la locura como algo a ser estudiado, las ciencias reinantes toman a
la locura como un objeto de estudio, es un discurso de la razón sobre la sin razón. La locura simboliza la negatividad
pura, la animalidad, ya que el loco ha perdido todo aquello que lo hace un ser humano. Es así que a la conciencia
crítica le siguió la conciencia práctica, que recluye a la locura en un lugar de encierro, en nombre del orden social y
del trabajo. Los locos son excluidos junto con el resto de las figuras de la sinrazón (el ladrón, el mendigo, la puta, el
libertino) al constituir cada una de ellas una amenaza a la racionalidad moderna.
Con la aparición de la medicalización de la locura, y el encierro de quienes la padecían, aparece el alienismo donde los
médicos y su saber psiquiátrico toman las riendas del asunto, dando lugar a las categorías de normal-patológico en
relación a la organicidad que presentaban los pacientes, para luego, aquellos que padecían un cuadro compatible con
trastornos psiquiátricos eran recluidos en los asilos psiquiátricos donde se empleaban diferentes tratamientos con el fin
último de curarlos. El discurso médico-psiquiátrico sostendrá que se recluye a los locos no como una forma de
impedir sus desórdenes y mantener la paz social sino por su propio bien, esto es, como una medida terapéutica. Así
pues, la locura no fue considerada enfermedad hasta finales del XVIII. Asistimos aquí a la integración de dos formas
de conciencia: la conciencia práctica que excluye en nombre del mantenimiento del orden social, moral y laboral y la
conciencia analítica que permite un conocimiento supuestamente objetivo y objetivador de la locura. En síntesis,
ambos procesos convergerán en la institución del encierro, constituyendo así el establecimiento definitivo del encierro
como terapia.

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Desarrolle los diferentes tipos de conciencias que plantea Foucault en Historia de la locura en la época clásica.
Michel Foucault introduce, en Historia de la Locura en la época clásica, cuatro formas de conciencia sobre la
locura, que vuelven al debate bajo formas diversas pero siempre son las mismas. La primera forma que menciona es
la conciencia crítica de la locura, en ella locura es reconocida y designada sobre el fondo de lo razonable, de lo
reflexionado, de lo moralmente sabio. Esta forma de conciencia se entrega por completo en su juicio, desde antes de
la elaboración de sus conceptos; es una conciencia que no define, denuncia. Puede denunciar porque esta conciencia
de la locura se percibe segura de sí misma, es decir, de no estar loca. Pero se ha arrojado, sin medida ni concepto, en
el interior mismo de la diferencia, en lo más vivo de la oposición, en el corazón de ese conflicto en que la locura y no
locura intercambian su lenguaje más primitivo; y la oposición se vuelve irreversible: en esta ausencia de punto fijo,
bien puede ser que la locura sea razón, y que la conciencia de locura sea presencia secreta, estratagema de la locura
misma. Pues quien no deja margen de posibilidad de la locura ingresa en el mismo terreno donde la locura es la no-
locura. Al borrar el margen no desaparece la posibilidad de la locura, desaparece la posibilidad de la conciencia. La
conciencia crítica que finge llevar el rigor hasta hacerse crítica radical de sí misma, y hasta arriesgarse en lo
absoluto de un combate dudoso.
La segunda forma la denomina: conciencia práctica de la locura. En ella hay una separación entre conciencia y
locura que no es ni virtualidad ni virtuosismo de la dialéctica. Se impone como una realidad concreta porque es dada
en la existencia y las normas de un grupo; pero más aún, se impone como elección, como elección inevitable, puesto
que hay que estar de este lado o del otro, en el grupo o fuera del grupo. No es una conciencia perturbada por haberse
comprometido en la diferencia y la homogeneidad de la locura y de la razón; es una conciencia de la diferencia entre
locura y razón, conciencia que es posible en la homogeneidad del grupo considerado como portador de las normas
de la razón. En este sentido hay que interpretar al asilo moderno como una herencia de los leprosorios, si al menos se
piensa en la conciencia oscura que le justifica y que funda su necesidad. “La conciencia práctica de la locura, que
parece no definirse más que por la trasparencia de su finalidad, es sin duda la más espesa, la más cargada de
antiguos dramas en su ceremonia esquemática”
Bajo la tercera forma, presenta una conciencia enunciadora de la locura que da la posibilidad de decir en lo
inmediato, y sin ninguna desviación por el saber: “Aquél es un loco”. El problema aquí es determinar la validez de
los parámetros y de la determinación misma desde la cual se enuncia que alguien es un loco o que está loco. Se
presenta un problema que trasciende las barreras de la ciencia médica y filosófica, de la religión, el problema se
instala en el ámbito de lo moral, de lo ético. La pretensión que la conciencia tiene al enunciar qué es locura y qué no;
qué es lo sano y qué no, es encerrar al loco bajo los parámetros de lo insano para dominarlo y someterlo a su
voluntad consiente. Ingresa la conciencia en el terreno del ser para exiliar todo lo que perturba y molesta en el plano
antropológico de su enunciación. La conciencia está entonces al nivel del ser, no siendo otra cosa que un
conocimiento monosilábico reducido a lo constante. La conciencia no estará allí, presente y designada en una
evidencia irrefutable, más que en la medida en que la conciencia ante la que está presente la ha recusado ya,
definiéndose por la relación y por la oposición a ella. No es conciencia de locura más que ante el fondo de conciencia
de no ser locura. Por libre de prejuicios que pueda estar, por alejada de todas las formas de coacción y de represión,
siempre es cierta manera de haber dominado ya la locura. Y al dominarla elige qué hacer con todos sus rostros.
Por último, presenta una conciencia analítica de la locura, una conciencia desplegada de sus formas, de sus
fenómenos, de sus modos de aparición. Sin duda, el todo de esas formas y de esos fenómenos no está jamás presente
en esta conciencia; durante largo tiempo y para siempre quizá la locura ocultará lo esencial de sus poderes y de sus
verdades en el mal conocido. La locura no es allí más que totalidad al menos virtual de sus fenómenos; no entraña
más peligro, no implica más separación; no presupone otro retroceso que cualquier objeto de conocimiento. Esta
forma de conciencia es la que funda la posibilidad de un saber objetivo de la locura.

Foucault entiende que cada una de esas formas de conciencia es a la vez suficiente en sí misma y solidaria de todas
las demás. Pues se complementan unas a otras, o mejor dicho, contribuyen entre sí en pos de un mismo objetivo: la
supremacía de la conciencia sobre la locura. Y concluye al respecto:
“Pero ninguna puede reabsorberse jamás totalmente en otra. Por estrecha que sea, su relación jamás puede
reducirlas a una unidad que las aboliría a todas en una forma tiránica, definitiva y monótona de conciencia. Y es que,
por su naturaleza, por su significación y su fundamento, cada una conserva su autonomía: la primera cierne en el
instante toda una región del idioma en que se encuentran y se confrontan a la vez el sentido y el no-sentido, la verdad
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y el error. La segunda, heredera de los grandes horrores ancestrales, retoma, los viejos ritos mudos que purifican y
vigorizan las conciencias oscuras de la comunidad; envuelve con ellas toda una historia que no se nombra, y pese a
las justificaciones que pueda proponer de sí misma, permanece más cerca del rigor inmóvil de las ceremonias que de
la labor incesante del idioma. La tercera no es del orden del conocimiento, sino del reconocimiento; es espejo (como
en el Sobrino de Rameau), o recuerdo , siempre, en el fondo, reflexión sobre sí en el momento mismo en que cree
designar o el extraño o lo que hay de más extraño en sí; lo que pone a distancia, en su enunciación inmediata, es su
secreto más próximo; y bajo esta existencia sencilla y no de la locura, que está allí como una cosa abierta y
desarmada, reconoce sin saberlo la familiaridad de su dolor. En la conciencia analítica de la locura efectúa el
aplacamiento del drama y se cierra el silencio del diá1ogo; ya no hay ni rito ni lirismo; los fantasmas toman su
verdad, los peligros de la contra-naturaleza se convierten en signos y manifestaciones de una naturaleza; lo que
evocaba el horror no llama más que a la técnica de supresión. La conciencia de la locura no puede encontrar aquí su
equilibrio más que en la forma del conocimiento”

Para Foucault la separación sin apelación entre locura y conciencia que se realiza en la época clásica, la vuelve una
época de entendimiento para la existencia de la locura.
Foucault nos lleva hasta el propio abismo de la locura (quizá de la razón), en su rostro-otro, su lado oculto, para
intentar encontrar otra perspectiva del asunto
La locura se utiliza hasta el punto de haber perdido toda forma visible y asignable. Ella imita a la razón y desdibuja
los límites de ambas. La sabiduría de la naturaleza es tan profunda que llega a utilizar a la locura como otro camino
de la razón; hace de ella el camino corto de la sabiduría. La naturaleza de la locura es al mismo tiempo su útil
sabiduría. Quizá para comprender mejor la razón, la conciencia, deba el hombre interrogar a la locura y no
ocultarla. Quizá deba el hombre comprender-se desde la locura y mirar-se desde ella no como desde una frontera no-
humana, sino desde lo ajeno y extraño a la razón, entendiendo que desde esa distancia de la conciencia se constituye
la conciencia como propia en su ser sí misma. La locura es un rostro-otro de lo humano que está en nosotros, tal vez
bajo la forma del sueño, tal vez ya despierta.

¿Por qué la locura es una construcción social desde la mirada de Foucault?


Foucault busca las causas de la locura en el ámbito material y contingente de una experiencia históricamente
constituida, conformada por prácticas institucionales, procesos socio-económicos y formas de discurso, de cuya
confluencia surge la figura cultural de la enfermedad mental.
De esta forma, Foucault nos ofrece una génesis de las prácticas sociales y discursos que han constituido las
condiciones de posibilidad de las diferentes formas de subjetividad desde las que se ha entendido la locura. Al mismo
tiempo, estas prácticas sociales y discursos determinan en qué condiciones algo puede llegar a ser objeto de
conocimiento, explican cómo se ha llegado a considerar algo que es necesario conocer, a qué recorte ha sido
sometido y qué parte de él ha sido considerada y cuál ha sido rechazada.
Así pues, para Foucault, la historia de la locura en su constitución como objeto de conocimiento desmiente que se
trate de una entidad natural y nos plantea que es construida socialmente. Foucault desenmascara el mito del
progreso inexorable de la razón, subyacente a la ciencia actual en general y pilar fundamental de la psicología en
particular.
La importancia de Historia de la locura es precisamente que no se trata tanto de una historia de la locura en sí
misma cuanto de una historia de las experiencias límite, esas que amenazan a la razón con hacerla aparecer
abiertamente en su arbitrariedad y contingencia con respecto a aquello en relación a lo cual toma su sentido
(condiciones socio-económicas, prácticas discursivas e institucionales, la misma sinrazón, en relación a la cual se
define…).Así, vemos que en el momento del Gran Encierro, la locura es una más de esas experiencias límite. Los
locos son excluidos junto con el resto de las figuras de la sinrazón -el ladrón, el mendigo, el libertino- al constituir
cada una de ellas una específica amenaza para los pilares fundamentales de la racionalidad moderna: el sistema
económico-productivo naciente -el capitalismo-, la moral, la religión… El saber (el conocimiento médico-
psiquiátrico), para evitar los peligros de estas amenazas, no puede renunciar a objetivar cuanto incluye en el mundo
de lo representado, dentro de los límites de lo que es pensable, mientras en el mismo gesto excluye al espacio social

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de lo abyecto aquello que no puede ser pensado o enunciado sin traspasar dichos límites, sin traspasar lo que en un
tiempo y lugar determinados es dado pensar
Así pues, la locura no fue considerada enfermedad hasta finales del XVIII. Este proceso es paralelo al de la
integración de dos formas de conciencia escindidas hasta el momento (1794): la conciencia práctica que excluye en
nombre del mantenimiento del orden social, moral y laboral y la conciencia analítica que permite un conocimiento
supuestamente objetivo y objetivador de la locura. Ambos procesos convergen en la institución del encierro, y
constituyen la culminación definitiva del establecimiento del encierro como terapia.

11. ¿Cuál sería el objetivo del “hospital general?


En el siglo XVII se han creado grandes internados, desde Pinel, Tuke y Wagnitz. Se sabe que los locos, durante
un siglo y medio, han sufrido el régimen de estos internados, hasta el día en que se les descubrió en las salas del
Hospital General, o en los calabozos de las casas de fuerza. Pero casi nunca se preciso claramente cuál era
su estatuto, ni qué sentido tenía esta vecindad, que parecía asignar una misma patria a los pobres, a los desocupados, a
los mozos de correccional y a los insensatos. Entre los muros de los internados es donde Pinel y la psiquiatría del siglo
XI X volverán a encontrar a los locos; es allí —no lo olvidemos— donde los dejarán, no sin
gloriarse de haberlos liberado. Desde la mitad del siglo XVII, la locura ha estado ligada a la tierra de los internados, y
al ademán que indicaba que era aquél su sitio natural.
Desde luego, un hecho está claro el Hôpital Général no es un establecimiento médico. Es más bien una estructura
semijurídica, una especie de entidad administrativa, que al lado de los poderes de antemano constituidos y fuera de
los tribunales, decide, juzga y ejecuta. "Para ese efecto los directores tendrán estacas y
argollas de suplicio, prisiones y mazmorras, en el dicho hospital y lugares que de él dependan, como ellos lo
juzguen conveniente, sin que se puedan apelar las ordenanzas que serán redactadas por
los directores para el interior del dicho hospital; en cuanto a aquellas que dicten para el exterior, serán ejecutadas
según su forma y tenor, no obstante que existan cualesquiera oposiciones o apelaciones hechas o por hacer, y sin
perjuicio de ellas, y no obstante todas las defensas y parcialidades, las órdenes no serán diferidas. "12 7Soberanía casi
absoluta, jurisdicción sin apelación, derecho de ejecución contra el cual nada puede hacerse valer; el Hôpital Général
es un extraño poder que el rey establece entre la policía y la justicia, en los límites de la ley: es el tercer orden de la
represión. Los alienados que Pinel encontrará en Bicêtre y en la Salpêtrière, pertenecen a este mundo.
En su funcionamiento, o en su objeto, el Hôpital Général no tiene relación con ninguna idea médica. Es una instancia
del orden, del orden monárquico y burgués.
El ademán que, al designar el espacio del confinamiento, le ha dado su poder desegregación y ha concedido a la locura
una nueva patria, este ademán por coherente y concertado que sea, no es simple. Él organiza en una unidad compleja
una nueva sensibilidad ante la miseria y los deberes de asistencia, nuevas formas de reacción frente a
los problemas económicos del desempleo y de la ociosidad, una nueva ética del trabajo, y también el sueño de una
ciudad donde la obligación moral se confundiría con la ley civil, merced a las formas autoritarias del constreñimiento.
La práctica del internamiento designa una nueva reacción a la miseria, un nuevo patetismo, más generalmente
otra relación del hombre con lo que puede haber de inhumano en su existencia. El pobre, el miserable, el hombre que
no puede responder de su propia existencia, en el curso del siglo XVI se ha vuelto una figura que la Edad Media
no habría reconocido.
El Renacimiento ha despojado a la miseria de su positividad mística.
Unos y otros testimonian de la utilidad de las casas de internamiento, los primeros porque aceptan agradecidos todo lo
que puede darles gratuitamente la autoridad; "pacientes, humildes, modestos, contentos de su condición y
de los socorros que la Oficinales ofrece, dan por ello gracias a Dios"; en cuanto a los pobres del demonio, lo cierto
es que se quejan del hospital general y de la coacción que los encierra allí: "Enemigos del
buen orden, haraganes, mentirosos, borrachos, impúdicos, sin otro idioma que el de su padre el demonio, echan mil
maldiciones a los institutores y a los directores de esa Oficina". Es esta la razón misma por la que deben ser privados
de esta libertad, que sólo aprovechan para gloria de Satanás. El internamiento queda así doblemente
justificado en un equívoco indisoluble, a título de beneficio y a título de castigo. Es al mismo tiempo recompensa y
castigo, según el valor moral de aquellos a quienes se impone. Hasta el fin de la época clásica, la práctica del
internamiento será víctima de este equívoco; tendrá esa extraña reversibilidad que le hace cambiar de sentido según
los méritos de aquellos a quienes se aplique. Los pobres buenos hacen de él un gesto de asistencia y una
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obra de reconfortamiento; los malos—por el solo hecho de serlo— lo transforman en una empresa de represión. La
oposición de pobres buenos y malos es esencial para la estructura; y la significación del
internamiento. El hospital general los designa como tales, y la locura misma se reparte según esta
dicotomía, pudiendo entrar así, según la actitud moral que parezca manifestar, tanto en las categorías de la
beneficencia como en las de la represión. Todo internado queda en el campo de esta valoración ética; mucho
antes de ser objeto de conocimiento o de piedad, es tratado como sujeto moral.
Antes de tener el sentido medicinal que le atribuimos, o que al menos queremos concederle, el confinamiento
ha sido una exigencia de algo muy distinto de la preocupación de la curación. Lo que lo ha hecho necesario, ha
sido un imperativo de trabajo. Donde nuestra filantropía quisiera reconocer señales de benevolencia hacia la
enfermedad, sólo encontramos la condenación de la ociosidad.
La creación del Hôpitales una solución nueva: por primera vez se sustituyen las medidas de exclusión, puramente
negativas, por una medida de encierro: el desocupado no será ya expulsado ni castigado; es sostenido con dinero de la
nación, a costa de la pérdida de su libertad individual. Entre é1 y la sociedad se establece un sistema implícito de
obligaciones: tiene el derecho a ser alimentado, pero debe aceptar el constreñimiento físico y moral de la internación.
El trabajo en las casas de internamientos toma así su significado ético: puesto que la pereza se ha convertido en forma
absoluta de la revuelta, se obligará a los ociosos a trabajar, en el ocio indefinido de un trabajo sin utilidad ni provecho.
Tendrá no solamente el aspecto de un taller de trabajo forzado, sino también de una institución moral encargada de
castigar, de corregir una cierta “ausencia” moral que no amerita el tribunal de los hombres, pero que no podría ser
reformada por la sola severidad de la penitencia.

13. ¿Cual será la nueva institución de encierro que aparece en la modernidad?¿Cuál es su sentido según
Foucault?
Mientras que en el Renacimiento la locura estaba destinada a lugares de paso o a la “nave de los locos” vagando por
el mar, en la ápoca Clásica el loco tendrá un nuevo espacio: el Hospital General (antiguo leprosorio); pasando de la
circulación al encierro. Si bien antes se la recibí porque venían de otras partes, en este periodo se le va a excluir por
formar parte de los pobres, míseros y vagabundos. La hospitalidad que lo acoge va a convertirse en la medida de
saneamiento que lo pone fuera de circulación: vaga pero no por los caminos de la peregrinación sino que ahora
perturbaría además el orden del espacio social. El internamiento se convertiría en un hecho masivo en Europa del
S.XVII, siendo cosa de la policía.
Antes de tener el sentido medicinal que le atribuimos , el confinamiento ha sido una exigencia de algo muy distinto a
la preocupación por la curación. Lo que lo hizo necesario fue un imperativo de trabajo. Ya en el edicto de 1656 que
hacía nacer el Hospital General (Paris), la institución se proponía tratar de impedir la mendicidad y la ociosidad como
fuente de todos los desordenes. Así, se sustituyen las medidas de exclusión, puramente negativas, por una medida de
encierro: el desocupado ya no será expulsado ni castigado, es sostenido con dinero de la Nación, a costa de la pérdida
de su libertad individual. Entre él y la sociedad se establece un sistema implícito de obligaciones: tiene el derecho a
ser alimentado, pero debe aceptar el constreñimiento físico y moral de la internación.
En toda Europa la internación tiene el mismo sentido, por lo menos al principio. Es una de las respuestas dadas por el
siglo XVII a una crisis económica que afecta al mundo occidental en conjunto: descenso de salarios, desempleo,
escasez de la moneda. Pero fuera de las épocas de crisis el confinamiento adquiere otro sentido. A su función de
represión se agrega una nueva utilidad. Ahora ya no se trata de encerrar a los sin trabajo, sino de dar trabajo a quienes
se ha encerrado y hacerlos así útiles para la prosperidad general. La alternación es clara: mano de obra barata cuando
hay trabajo y salarios altos; y en periodo de desempleo, reabsorción de los ociosos y protección social contra la
agitación y los motines.
La época clásica utiliza el confinamiento de una manera equívoca, para hacerle desempeñar un papel doble:
reabsorber el desempleo, o por lo menos borrar sus efectos sociales más visibles, y controlar las tarifas cuando existe
el riesgo de que se eleven demasiado. Actuar alternativamente sobre el mercado de la mano de obra y los precios de la
producción. Si absorbían a los desocupados, era sobre todo para disimular la miseria, y evitar los inconvenientes
políticos o sociales de una posible agitación. Pero en el mismo momento en que se los colocaba en talleres
obligatorios, se aumentaba el desempleo en las regiones vecinas y en los sectores similares. Tomaba así el trabajo en
estas casas de confinamiento un sentido ético: puesto que la pereza se habría convertido en forma de revuelta, se
obligaría a los ociosos a trabajar. La locura sería percibida a través de una condenación ética de la ociosidad.
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Estas casas tendrían el aspecto de un taller de trabajo forzado y el de una institución moral encargada de
castigar, de corregir cierta ausencia moral que no amerítale tribunal de hombres, pero que no podría ser reformada sino
por la sola severidad de la penitencia. Los directores del Hospital General tendrían el cargo moral y se les confió el
aparato jurídico y material de la represión. El trabajo adquiere el valor de ejercicio ético y garantía moral.

14.¿Por qué sostiene Foucault que las ciencias “psi” aparecen como una forma de sostener practicas de control
y vigilancia previa?
El internado de los locos, en la época clásica, pasa a desempeñar no solo un papel negativo de exclusión, sino
también un papel positivo de organización, integrando diferentes personajes, que antes no tenían similitud, bajo el
título de alineación mental. Se formaría un mundo uniforme de la sinrazón: ciertas formas de pensamiento “libertino”,
tendrían que ver con el delirio y la locura, de la misma manera que la magia, alquimia, practicas de profanación y aún
ciertas formas de sexualidad estarían emparentadas con la sinrazón y enfermedad mental. Asimismo ensanchan estas
filas quienes contraían enfermedades venéreas. Esta época el Hospital General (lugar de reclusión de estos personajes)
permite agrupar quienes mantienen pecados contra la carne y faltas contra la razón, asimilando la locura a los pecados,
anudando la sinrazón con la culpa, que hasta hoy (Foucault vivió en 1926-1984) experimenta como un destino y que el
médico descubre como una verdad de naturaleza. Este espacio creado en el siglo XVII creo alianzas que por más de
150 años la psiquiatría positiva no ha logrado romper.
El psicoanálisis sostiene que toda locura tiene sus raíces en la sexualidad perturbada, pero eso solo tiene
sentido en la medida en que nuestra cultura ha colocado la sexualidad como línea divisoria de la sinrazón.
Cuando la época clásica internaba a todos los que manifestaba una libertad sexual que podía condenar la
moral, les adjudicaba un común denominador con la sinrazón. Agrupaba todo un conjunto de conductas condenadas,
formando un halo de culpabilidad alrededor de la locura. La sicopatología tendría una tarea fácil al descubrir esta
culpabilidad mezclada a la enfermedad mental, puesto que habría sido colocada allí por el trabajo preparatorio que se
había llevado a cabo durante el clasicismo. Así, el conocimiento científico y medico reposa sobre la constitución
anterior de una experiencia ética de la sinrazón.
En la represión del pensamiento y el control de la expresión, el internamiento no solo es una variante cómoda
de las condenaciones habituales. Tiene el sentido de hacer volver a la verdad por las vías de la coacción moral.
De unidad institucional, el internamiento casi no tiene nada, aparte de la que puede darle su carácter de
“policía”. De coherencia médica, o psicológica o psiquiátrica, es claro que no tiene más, si al menos se consiente en
ver las cosas sin anacronismo. Sin embargo el internamiento no puede identificarse con lo arbitrario más que a los ojos
de una crítica política. El alienado pasa a ponerse a una distancia tanto simbólica como asegurado en la superficie de
un espacio social: por los muros de las casas de internación.

15. Desarrolle las tres tecnologías de control institucional que Foucault denuncia de la sociedad disciplinar.
El poder disciplinario es un poder que en lugar de sacar y de retirar, tiene como función principal la de
“enderezar conductas”, o de hacer esto para retirar y sacar más. La disciplina fabrica individuos, es la técnica de un
poder que se da a los individuos como objetos y como instrumentos de su ejercicio. El éxito del poder disciplinario se
debe al uso de instrumentos simples:
1. Vigilancia jerárquica: El ejercicio de la disciplina supone un dispositivo que coacciona por el juego de la
mirada: un aparato en el que las técnicas que permiten ver inducen efectos de poder y donde, de rechazo, los medios
de coerción hacen claramente visibles aquel sobre quienes se aplican. Existen estructuras de poder que actúan por el
efecto de una visibilidad general. Hay arquitecturas que permiten, además, el control interior. Esto se plasma en
diferentes instituciones, como ser el hospital (para observar mejor a los enfermos), o la escuela (la disposición de los
diferentes personajes dentro del aula). Las instituciones disciplinarias han generado maquinarias de control que
funcionan como un microscopio de la conducta: las divisiones físicas permiten generar un aparato de observación, de
registro y de encauzamiento de la conducta. El aparato disciplinario perfecto permitirá a una sola mirada verlo todo
permanentemente. Vigilar pasa a ser, en la fábrica (y otros espacios también) parte del mismo proceso de producción,
es un operador económico decisivo, en la medida en que es a la vez una pieza interna en el aparato de producción y un
engranaje especificado del poder disciplinario. El poder disciplinario, gracias a las técnicas, se convierte en un sistema
integrado, vinculado del interior a la economía y a los fines del dispositivo en que se ejerce. Se organiza como un
poder múltiple, automático y anónimo, porque si bien es cierto que la vigilancia reposa sobre individuos, su
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funcionamiento es el de un sistema de relaciones de arriba abajo, también lo es de abajo a arriba y lateralmente. El
poder de la vigilancia jerarquizada funciona como una maquinaria. Y si es cierto que su organización piramidal le da
un jefe, es el aparto entero el que produce poder, y distribuye a los individuos. Esto permite al poder disciplinario ser
indiscreto, ya que esta por doquier y siempre alerta, controlando a aquellos mismos que están encargados de
controlarlo, y totalmente discreto, ya que funciona permanentemente y en una buena parte en silencio. El dominio
sobre el cuerpo se efectúa sin recurrir al exceso físico.
2. Sanción normalizadora: Lo que compete a la penalidad disciplinaria es la inobservancia, todo lo que no se
ajusta a la regla, todo lo que se aleja de ella, las desviaciones. El orden que los castigos disciplinarios deben hacer
respetar es de índole mixta: es un orden “artificial”, dispuesto de manera explícita por una ley, un reglamento. Pero es
también un orden definido por unos procesos naturales y observables: la duración de un aprendizaje, el tiempo de un
ejercicio, el nivel de aptitud se refieren a una regularidad, que es también una regla.
El castigo disciplinario tiene por función reducir las desviaciones. Debe ser esencialmente correctivo. El castigo en la
disciplina es un elemento de un sistema doble: gratificación- sanción. Y es este sistema el que se vuelve operante en el
proceso de encauzamiento de la conducta y de corrección. Este mecanismo permite la calificación de la conducta y de
las cualidades a partir de dos valores opuestos del bien y del mal.
Por otro lado, al distribuir las personas según rasgos o grados se señala la desviación, se jerarquiza las cualidades, las
competencias y las aptitudes, como también se castiga y recompensa. La disciplina recompensa permitiendo ganar
rangos y puestos y castiga haciendo retroceder y degradando, como en la escuela militar: distribuyen a los alumnos
según aptitudes y conducta (del uso que ellos podrán hacer cuando salgan de la escuela), al tiempo que ejercen sobre
ellos una presión constante para que se sometan todos al mismo modelo, para obligarlos a la subordinación, a la
práctica de los deberes y de todas las partes de la disciplina.
El arte de castigar en el poder disciplinario no tiene ni a la expiación ni a la represión. Utiliza cinco operaciones
distintas: refiere los actos, los hechos extraordinarios, las conductas similares a un conjunto que es a la vez campo de
comparación, espacio de diferenciación y principio de una regla que seguir. Esto lleva implícito el medir en términos
cuantitativos a las personas y jerarquizar en términos de valor las capacidades, el nivel, la naturaleza de los individuos.
La penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos y controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias,
compara, diferencia, jerarquiza, homogeniza, excluye: normaliza. El poder de la Norma se establece como principio
de coerción en la enseñanza con la instauración de una educación estandarizada y el establecimiento de las escuelas
normales; se establece en el esfuerzo por organizar un cuerpo médico y un encuadramiento hospitalario de la nación
capaces de hacer funcionar unas normas generales de salubridad; se establece en la regulación de los procedimientos y
de los productos industriales. Así como la vigilancia, la normalización se torna uno de los grandes instrumentos de
poder al final de la época clásica. El poder de la normalización obliga a la homogeneidad, pero individualiza al
permitir las desviaciones, determinar los niveles, fijar las especialidades y hacer útiles las diferencias ajustando unas a
las otras.
3. El examen: Combina las técnicas de la jerarquía que vigila y las de la sanción que normaliza. Es una mirada
normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una visibilidad
a través de la cual se los diferencia y se los sanciona. Despliega una fuerza y un establecimiento de la verdad. Se
superponen las relaciones de poder y de saber, que se ritual izan. Lleva consigo todo un mecanismo que una a cierta
forma de ejercicio del poder cierto tipo de formación de saber.
* El examen invierte la economía de la visibilidad en el ejercicio del poder. El poder disciplinario se ejerce
haciéndose invisible, aunque en la disciplina son los sometidos los que tienen que ser vistos. El hecho de poder ser
vistos constantemente es lo que mantiene en su sometimiento al individuo disciplinario, y el examen es la técnica
mediante la cual el poder mantiene a sus sometidos en un mecanismo de objetivación.
* El examen hace entrar la individualidad en un campo documental. El examen que coloca a los individuos en un
campo de vigilancia los sitúa en una red de escritura, que los capta e inmoviliza. El registro sirve para recurrir a él en
tiempo y lugar oportunos. Se crean una serie de códigos de la individualidad disciplinaria que permite homogeneizar
los rasgos individuales establecidos en el examen: código físico, código médico de los síntomas, código escolar o
militar de las conductas.
Así, el examen brinda dos posibilidades correlativas: la constitución del individuo como objeto descriptible,
analizable, para mantenerlo en sus rasgos singulares, en sus aptitudes o capacidades propias, bajo la mirada de un

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saber permanente, y por otro lado la constitución de un sistema comparativo que permite la medida de fenómenos
globales, la descripción de grupos, la estimación de la desviación de los individuos.
* El examen rodeado de todas sus técnicas documentales, hace de cada individuo un “caso”, para medir, juzgar,
comparar, como también es el individuo cuya conducta hay que encausar o corregir, a quien hay que clasificar,
normalizar, excluir. Los procedimientos disciplinarios hacen de la descripción un medio de control y un método de
dominación.
El examen garantiza las grandes funciones disciplinarias de distribución y clasificación, de extracción máxima de las
fuerzas y del tiempo.

En un régimen disciplinario, la individuación es descendente: a medida que el poder se vuelve más anónimo y
funcional, aquellos sobre los que se ejerce tienden a estar más fuertemente individualizados, por medidas
comparativas que tienen la norma por referencia, por desviaciones más que por hechos señalados. Los mecanismos
indivisualizantes se dirigen primero a aquellos que escapan a la norma (niños, locos, delincuentes).
El poder produce ámbitos de objetos y rituales de verdad. El individuo el conocimiento que de él se pueden obtener
corresponde a esta producción.

16. ¿Cuáles son las distintas áreas donde se realiza el control de las personas? ¿Cómo se entienden tiempo y
espacio en estos mecanismos de control disciplinario?
El espacio encerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un
lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están
registrados, en el que un trabajo de escritura (ampliar con pregunta anterior) une el centro y la periferia, en el que el
poder se ejerce por entero de acuerdo con una figura jerárquica, en el que cada individuo está constantemente
localizado y examinado, constituye el modelo del dispositivo disciplinario.
El poder disciplinario desde comienzo de siglo XIX se ha servido de los procesos de individualización para marcar
exclusiones en diferentes instituciones: el asilo psiquiátrico, la penitenciaria, el correccional, el establecimiento de
educación vigilada, y los hospitales, como así también todas las instancias de control individual, que funcionan de
doble modo: el de la división binaria y la marcación (loco- no loco; peligroso- inofensivo; normal- anormal), y el de la
asignación coercitiva, de la distribución diferencial (quien es, donde debe estar, porque caracterizarlo, como
reconocerlo, como ejercer sobre él, de manera individualizada, una vigilancia constante, etc.). Por un lado se impone a
los excluidos las tácticas de las disciplinas individualizantes, y por otra parte la universalidad de los controles permite
marcar y utilizar contra ellos los mecanismos dualistas de exclusión.
La división entre normal- anormal conlleva la utilización de técnicas y de instituciones que se atribuyen como tarea
medir, controlar y corregir a los anormales.
La extensión de diferentes instituciones disciplinarias tuvo que ver con:
 La inversión funcional de las disciplinas: se les pedía que aumenten la utilidad de los individuos: la disciplina
militar, la del taller, la escolar, la religiosa.
 La enjambrazón de los mecanismos disciplinarios: mientras se multiplicaban los establecimientos disciplinarios, al
mismo tiempo se desinstitucionalizaban, circulaban transfiriéndose y adaptándose, difundiéndose los procedimientos
disciplinarios.
 Nacionalización de los mecanismos de disciplina: grupos privados religiosos (Inglaterra), sociedades de socorro
(Francia) o la policía misma.
La disciplina no puede identificarse ni con una institución ni con un aparato. Es una modalidad de poder que implica
un conjunto de instrumentos, técnicas, procedimientos, niveles de aplicación. Puede ser asumida por instituciones
especializadas (penitenciarias) o por instituciones utilizadas para un fin determinado (hospitales) o por instancias que
refuerzan sus mecanismos de poder (familia) o por aparatos estatales (policía).

17.¿Cuál es el principal objetivo del Panóptico según Foucault?


El panóptico es una figura arquitectónica que permite una distribución espacial en la que una torre central que ilumina
permite ver los alrededores (construcción en forma de anillo), pudiendo vigilar constantemente (al loco, enfermo,
condenado, obrero o escolar) sin que se lo vea al vigilante (por efecto de la luz que de esta torre se emana). Este tiene
por función encerrar, iluminar y no permitir que se oculten. De esta manera se evita las masas compactas y se
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mantiene el orden. Esto induce en el detenido un estado consiente y permanente de visibilidad que garantiza el
funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua
en su acción. El principio de este poder es visible e inverificable: visible porque el detenido tiene frente a si la torre
desde donde es espiado; inverificable porque no sabe si en ese momento se le mira, pero está seguro de que siempre
puede ser mirado.
Este dispositivo automatiza y desindividualiza el poder. Su principio se basa menos en la persona que en la
distribución de los cuerpos, de las superficies, de las luces y miradas. Estos mecanismos producen la relación en la que
están inmersos los individuos. Esta maquinaria garantiza la asimetría, la diferencia, el desequilibrio, poco importa
quién ejerza el poder, como el motivo que lo anime. El poder no está en un lugar, pasa a atravesar las relaciones, es un
ejercicio que se hace de unos sobre otros, una vigilancia generalizada.
El control se vuelve así automático haciéndose impersonal e incorpóreo. Permite reducir el número de los que ejercen
el poder y aumentar el número de observados.

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