You are on page 1of 227

El “historiador” de lo Inverosímil

Para acabar con la impunidad de Duverger

Actas del Coloquio “Miradas Historiográficas actuales sobre la Conquista

Americana. El revisionismo en la obra de Christian Duverger”

29 y 30 Octubre de 2013. ENAH. México D.F:

Guy Rozat y José Pantoja (editores)

1
ÍNDICE
3 INTRODUCCIÓN

Crónicas de la eternidad a debate

Bernard Grunberg 16 Historia y ficción o cuando el aprendiz de


historiador toma sus sueños por realidades

Guillermo Serés 41 A propósito de Crónica de la eternidad de


Christian Duverger

Guy Rozat 73 Gómara no fue jamás lacayo de Cortés

Cortés en la imaginación de Duverger

Bernard Grunberg 95 Reflexiones críticas sobre el Cortés de Duverger

Guy Rozat 103 En búsqueda del proyecto mestizo perdido

Miradas multidisciplinarias

Marialba Pastor 142 Crítica mínima de un gran anacronismo

Enrique Atilano 155 La escritura del sacrificio en La flor letal.


América-Occidente de ida y vuelta

Miguel Ángel Adame 166 ¿Osadía teórico-hipotética de Ch. Duverger o


culturalismo etnicista?: el caso de la
periodización mesoamericana y las causas de
las derrota mexica

Principio y fin del proyecto duvergiano: el


origen y conversión de los indios

José Pantoja 184 La invención historiográfica del origen de los


aztecas

Miguel Ángel Segundo 209 El coloquio de los doce según Christian


Duverger

2
INTRODUCCIÓN

El libro que el lector tiene entre sus manos recoge las ponencias que fueron presentadas en

el coloquio Miradas Historiográficas actuales sobre la conquista americana. El

revisionismo en la obra de Christian Duverger, que se desarrolló en la Escuela Nacional de

Antropología e Historia, los días 29 y 30 Octubre de 2013 1. La idea de este encuentro

académico nació de discusiones informales entre los miembros del Seminario de

Historiografía “Repensar la conquista” en julio de 2013, cuando al conversar con los

compañeros del seminario, maestros de la ENAH, nos dimos cuenta de que los libros de

Christian Duverger empezaban a ser utilizados sin ninguna precaución como “manuales”

para los cursos de diferentes licenciaturas. Después de algunos encuentros, rápidamente el

consenso general en el Seminario concluyó que estas obras eran muy ambiguas y peligrosas

para la formación de los alumnos que, de cualquier manera, entraban drásticamente en

contradicción con el trabajo que desde hace varios años se había desarrollado en nuestro

seminario de investigación y en otros en los cuales participábamos 2 . Es por eso que

decidimos convocar a un coloquio público a los investigadores interesados para llevar a

1
Este Coloquio se desarrolló en la Escuela Nacional de Antropología e Historia a través del seminario
Semántica de la Conquista, en el marco de las VII jornadas Haciendo Historia desde la ENAH.. Aunque un
colega europeo nos hizo notar que era hacer mucho honor a Duverger considerar su obra como “revisionista”,
conservamos ese término en el título, pero con referencia al sentido que tenía en México hace años cuando
hablamos de los partidos revisionistas de la Izquierda europea, es decir caracterizados por un retroceso en el
análisis y en las perspectivas políticas futuras: así Duverger puede ser tachado de revisionista porque sus
análisis, y esperamos que los lectores lo verán con claridad en ese libro y al contrario de lo que pretende, es
decimonónico y perfectamente colonialista, y esto espero que aparecerá también con nitidez en ese libro.
2
Es decir, el Seminario Semántica de la Conquista animado por José Pantoja Reyes en la licenciatura de
Historia de la ENAH y el de Simbólica de la Conquista creado por Miguel Segundo Guzmán y Raúl Enríquez
Valencia apoyados por el programa de posgrado del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
3
cabo una revisión de su obra. Proponíamos una revisión decididamente crítica, y es a lo

mejor lo que asustó a muchos colegas que a priori se hubieran pensado interesados, pero

por suerte, el generoso público estudiantil de la ENAH respondió positivamente,

recuperando algo de las viejas tradiciones críticas de dicha Escuela.

Haciendo ese llamado a expresarse sin tapujos y fuera de la parafernalia de lo políticamente

correcto en un recinto universitario, estábamos muy conscientes de que tomábamos un

riesgo real y que nuestro intento de reanudar en público una historiografía crítica no estaba

muy de moda en estos tiempos de pilones, de SNI, de eficacia académica sancionada por

reglamentos burocráticos. Recibimos correos de investigadores nacionales y extranjeros

que nos manifestaron su apoyo, pero para muchos era difícil poder asistir ya que la

convocatoria no dejaba posibilidad de adaptar agendas muy cargadas y sólo pudo escaparse

y estar presente el Dr. Bernard Grunberg, especialista francés del mundo de la Conquista de

México3.

La obra de Duverger había sido objeto de críticas aisladas, pero nadie se había tomado la

tarea de organizar un análisis sistemático, fuera del número especial de la revista Nexos de

abril de este 2013. Es cierto que la lectura de ese número nos había dinamizado ya que

desde sus diferentes puntos de vista, investigadores reconocidos, expresaban su franco

desacuerdo sobre el contenido de la última obra del profesor Duverger. Por lo menos ya no

3
La presencia del Dr. Grunberg fue para nosotros un precioso apoyo ya que nos permitió mostrar que no toda
Francia cantaba al ritmo de Duverger y que seguían existiendo obras sólidas construidas día a día y no a base
de ocurrencias. Ver el C.V. de nuestro invitado en Internet. También agradecemos al profesor Guillermo
Serés, de la Universidad Autónoma de Barcelona, editor del “Bernal” para la Real Academia Española,
Galaxia Gutemberg, Madrid 2011, 1530 p., que nos manifestó su apoyo y deseaba asistir, pero como no pudo
liberarse nos mandó el texto que encontrarán en este libro.
4
estábamos solos. Y las críticas, a pesar del formato tradicional de una revista cultural, eran

en general claras y tajantes.4

El problema es que si la atención del público, gracias a la ruidosa campaña mediática de

Taurus y al número de Nexos, estaba focalizada sobre su última obra, cuya enormidad hizo

y seguirá haciendo escándalo, ya que pretende demostrar nada más ni nada menos, que

Cortés, su héroe, a quien ya había dedicado una biografía bastante contestable, era, sin duda

alguna, el autor de la Crónica llamada hasta ayer “de Bernal Díaz”, y por qué no, de una

vez, el co-autor de la supuesta crónica antagónica de Gómara. Para no enfrascarnos en los

detalles de esa interpretación “novedosa” (sic) del papel histórico de Cortés escritor,

pensamos que era muy importante repensar el conjunto de la obra de ese nuevo Mesías de

la historiografía mexicanista, ya que en cada obra pretende transformar de cabo a rabo el

conjunto de lo que se había pensado, hasta él, en diferentes campos de la historia y la

antropología mexicana.

Como el lector podrá percatarse al leer este libro, no hemos logrado cubrir todo el campo

de las tesis duvergianas, particularmente creo que nos faltaron más estudios y testimonios

escritos y bien documentados sobre sus ambiguas investigaciones arqueológicas. Pero en lo

que toca al campo de los estudios históricos propiamente dichos, pensamos haber logrado

presentar un conjunto de dispositivos críticos que debería permitir a los futuros lectores de

Duverger no dejarse embaucar por el diluvio de alabanzas que él mismo o algunos secuaces

dispensan en la prensa y las cadenas de televisión.

4
Nos olvidaremos de los escasos que intentaron defenderlo con la retórica de lo políticamente correcto.

5
Este libro está especialmente dedicado a los jóvenes que se inician en las licenciaturas de

historia y de etnohistoria, pero también a todos los demás a quienes profesores poco

cuidadosos prescriben este tipo de libros.

Evidentemente, publicándolo hoy en internet, esperamos que toque un gran público, aunque

esto, daño colateral, sea en cierta medida una publicidad para Duverger, porque muchos de

nuestros lectores probablemente decidirán comprar sus libros aunque sea para desechar con

justa razón sus puntos de vista “tan novedosos”. A estos lectores de nuestro libro

electrónico les recomendamos, también buscar en internet, como complemento de nuestro

esfuerzo, los varios análisis de colegas donde, en un esfuerzo individual muy honorable,

desde hace varios años condenaron dichas “novedades”.

NO, los libros de Duverger, aunque nos lleguen de París como los bebés, no son inocentes

estuches sofisticados de monerías historiográficas. No son la vanguardia parisina en materia

de historia; al contrario, y es la opinión de la mayoría de los investigadores que los han

leído con detenimiento, huelen a rancias ideas decimonónicas mal recicladas. Dicho autor

parece haberse olvidado de entrar, desde hace varios años, en las grandes librerías de París

o incluso de Burdeos su tierra natal. Parecería que la investigación historiográfica francesa

no le interesó, aunque presume pertenecer a lo que fue un tiempo la cuna de la renovación

metodológica, la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, la EHESS.

De hecho Duverger es probablemente un hombre solo, tiene sólo una pequeña corte de

seguidores sin trascendencia o de cómplices que faltaría también por analizar. Perdido en

sueños de grandeza, continúa sus “investigaciones” sin mirar jamás a su alrededor a las

minúsculas y despreciables hormigas, o gusanitos, depende de los días, que se atreven a


6
criticarlo. Tampoco es inofensivo, destruye, si lo quiere y lo puede, a los que tienen la

fantasía de expresar sus críticas.

Aquí probablemente me preguntarán que de dónde le viene tanto poder, no de su

reconocimiento estrictamente académico ya que en Francia está puesto entre comillas,

desde ese punto de vista. Más bien, y es probablemente la fuerza de ese intrigante, proviene

de su capacidad política para lograr construir redes de obligados, de personas que le deben

favores y/o que están fascinados por su carácter imperioso y paranoico, y la pose que toma

como perseguido por una multitud de colegas mezquinos e envidioso, incapaces de

entender la magnitud de sus tesis novedosas.

Como arqueólogo, y para esconder que muy probablemente no sabe conducir

científicamente excavaciones, intentará disculparse, otra vez, tras la supuesta envidia que le

tienen sus colegas del mundo entero. Si Duverger está solo o casi solo en el plano

académico, saca su poder de sus relaciones más que ambiguas con las fuerzas del dinero y

de la política, y esto posiblemente lo entendió muy bien de las lecciones de su maestro

Soustelle5.

Atacando reciamente la obra de Duverger, porque así es como probable lo leerán tanto el

personaje y sus editores, no pretendemos ejercer ninguna censura ni prohibir que siga

5
Si bien Jacques Soustelle en su juventud fue un ardiente espartaquistarevolucionario y un agudo etnólogo,
pero durante y después de la Segunda Guerra Mundial, se transformó en un nacionalista gaullista eficaz,
pronto decepcionado por el hecho de que de Gaulle, el presidente francés, acordaba su independencia a su
colonia Argelina. Desde ese momento se lanzó a una alianza con los sectores militaristas y derechistas, que
pretendían conservar la Argelia Francesa. Con el tiempo, perdonado, regresó de su exilio franquista y se
reincorporó a su cátedra, pero ejerciendo en paralelo el oficio, en América Latina, de representante discreto
de los grandes intereses industriales y financieros franceses.
7
escribiendo “sus obras”, cada quien su locura; nuestra protesta proviene del hecho de que

entre todas las obras que puede tener a su alcance un joven en formación en Francia, los

libros de Duverger son sólo unos de tantos y por lo tanto puede escoger sus lecturas. Pero

en México, un país donde la producción sobre el “Momento–Conquista” es más bien escasa

y dominada por una sola corriente historiográfica, la llegada de libros como los de

Duverger, presentados como una alternativa a ese déficit, apoyados por un enorme ruido

mediático que así lo proclama, se transforma en un serio problema académico que hemos

decidido enfrentar firmemente y en público.

Paralelamente a la organización de este coloquio nos pusimos a pensar sobre la naturaleza

del “efecto Duverger” y llegamos a un cierto número de consideraciones. El efecto

provocador de sus obras no proviene tanto de sus capacidades investigativas y

descubrimientos de nuevos documentos en archivos, ya que la mayoría de los especialistas

están convencidos de que no asiste a los archivos de manera intensiva y sistemática, a pesar

de sus reiteradas proclamas 6 , ya que no ha presentado en sus últimos trabajos ningún

documento nuevo que avalara sus tesis revolucionarias. Más bien, lo que se podría admirar

de Duverger es su tino para atacar en lugares dolorosos de la identidad mexicana: un

mestizaje ambiguo que fue mucho tiempo el fundamento identitario de la nación mexicana,

el origen de los mexicas perdidos en las brumas de calor del Septentrión, Cortés el

6
A lo mejor adoptó esa práctica común de muchos investigadores que mandan ayudantes o mercenarios a los
dichos archivos, una actitud poco productiva ya que sólo en un acto de lectura personal es como el
investigador puede reconocer el documento novedoso que necesita y aclara su investigación. El “ayudante”
aunque esté muy motivado solo, generalmente, puede ir a reconocer y copiar documentos ya conocidos para
una investigación sin sobresalto ni novedad.
8
conquistador de México, siempre despreciado; el tan admirado pero tan mal conocido

Bernal, vocero democrático de los humildes de la conquista…

Y, como siempre la investigación historiográfica preconiza la búsqueda para conocer lo

más posible a un autor y su medio, intentamos averiguar lo que podría estar detrás de una

cierta representación de Duverger.

Elementos para un retrato político de un autor

Antes que todo se trata de lo que en Francia se llama en los medios académicos, un señor

protegido y, por lo tanto, prácticamente intocable; es decir que no está realmente sometido

a un verdadero control académico de sus pares como cualquier arqueólogo, por ejemplo

que trabaja en México o en el mundo. Él, por sus relaciones extra académicas, recibe un

tratamiento especial, por lo que podemos suponer que los evaluadores pudieran ser objetos

de presiones diversas para producir reportes favorables, o más bien menos desfavorables

para que aparezcan aceptables políticamente. Así nosotros, en México, frente a la ola

publicitaria que acompaña sus obras, es importante que sepamos que no es juzgado sobre

sus aportaciones académicas, pero que finalmente son sus relaciones extra académicas,

políticas en un sentido amplio, que le permiten escapar, en gran parte, a las normas de

evaluación del mundo científico en lo que toca, por ejemplo, a sus “aportaciones

arqueológicas”. En cuanto a su obra “histórica”, en fin a los libros que pretenden él y su

editores que son “de historia”, no hay que olvidar que en la EHESS no hay prácticamente

ningún tipo de control académico real interno, una vez instalado un profesor goza, como

generalmente en las universidades francesas o mexicanas, de un especie de canonjía, que

explica también parte de la decadencia general de estas instituciones.


9
Si la finalidad política de la cooperación científica franco mexicana, “asegurar la presencia

francesa en México” puede ser aparentemente lograda, ya que en el público mexicano en

general, con la intensa promoción de sus obras, se habla mucho de un profesor francés, un

tal Duverger y de sus tesis aventuristas, la finalidad académica de los instrumentos de

dicha cooperación, no está para nada respetada. Ya que la finalidad de esa cooperación,

para el mundo universitario francés, es exportar su saber hacer y su reflexión de punta y de

desarrollar equipos de investigación binacionales que deberían funcionar sobre un modo de

respeto mutuo, lo que no ocurre con Duverger. En esta política se promueven los

intercambios bilaterales que apoyan la formación y la movilidad de estudiantes y

profesionales. Pero la promoción de ese gran intercambio científico sólo puede funcionar

sobre la buena fe de los actores de esa cooperación, y es claro que la mayoría de los actores

científicos en la actualidad juegan limpio, garantizando por su propia formación académica

unos resultados a veces espectaculares y la formación de personal mexicano calificado.

Pero es en la pequeña zona de sombra de la Presencia Política, que a veces pueden colarse

personajes como Duverger, y no dudo de que en otras partes del mundo exista ese mismo

fenómeno, de la presencia de personajes ambiguos que se cuelan en los márgenes del

funcionamiento honroso de una cooperación académica que parece haber abandonado en

gran parte a las viejas prácticas colonialistas.

En resumen, me parece que la permanencia del señor Duverger, como profesor de la

EHESS, y sobre todo su figura internacional de autor de bestsellers, se debe antes que todo

al hecho de que es más que un intelectual, y pertenece a “círculos de poder”, o como se dice

en la ENAH a “mafias políticas” que no son siempre posibles de definir en términos

10
izquierda-derecha, lo que permite a sus miembros ser verdaderos camaleones políticos, y

cambiar de cachucha, si es necesario. Pero en la medida en que “sus obras” se inscriben

claramente en una historiografía retrograda, es muy probable que reciba apoyo de esas

fuerzas oscuras que en la cultura francesa siguen obrando en las instituciones republicanas,

y que ellas sí, siguen interesadas en una clara penetración cultural y política neocolonial.

Por otra parte, es evidente para todos los que lo han visto actuar en persona o han sido sus

súbditos cuando tenía puestos burocráticos, o simplemente han leído con mucho cuidado

sus libros, que Duverger se cree un auténtico genio y, por lo tanto, le importa poco

confrontar la crítica ya que aparentemente nadie puede entender la genialidad de sus

proposiciones, genialidad reconocida probablemente sólo en los pequeños círculos de gente

bien que frecuenta. Frente a esta actitud y con el hecho de que es un hombre económico y

políticamente protegido, es evidente que es difícil poder enfrentarlo. Si bien en los medios

intelectuales franceses ligados a la investigación americanista está totalmente

desacreditado, ha logrado imponer la idea de que los que podrían criticar “sus métodos” y

“los resultados” de sus investigaciones son sólo gente mediocre y celosa de “sus grandes

logros”. Ese desprecio de la comunidad científica francesa es compartido en muchos

medios internacionales, donde se considera que su obra no es un intento de difusión de un

cierto conocimiento científico sino que más bien pertenece a una literatura para

supermercado, desechable, donde se confunde difusión y vulgarización tramposa.

Por otra parte, las grandes campañas organizadas por la editorial Taurus, su editora, han

permitido a Duverger gozar del apoyo de personas, a veces bien intencionadas pero

ignorantes de la naturaleza de su trayecto científico. Probablemente ningún investigador

11
haya gastado tanto tiempo en la promoción de su propia obra: lo vemos en todas las

cadenas de televisión, en todas las revistas culturales, en ferias, etc. Y jamás se ha tomado

la molestia de responder a la más mínima crítica, tan seguro está de que pertenece a una

elite superior que no tiene que dar cuentas a nadie sobre lo que piensa y escribe.

En cuanto a su adscripción a la EHESS, que manipula a su conveniencia, aprovecha

también el hecho de que ahora existe en esta prestigiosa institución una especie de defensa

corporativa, que también es prueba de la decadencia intelectual de ciertas partes de esta

entidad, algo normal si se considera el crecimiento algo monstruoso de esa institución.

Pocos de sus colegas “americanistas”, franceses o mexicanos, se atreverán jamás a criticar

sus producciones por escrito, aunque puedan reconocer en privado la ambigüedad de sus

tesis, ya sea por pusilanimidad algunos, o sobre todo, para no poner en peligro sus propias

trayectorias académicas y/o sobre todo las de sus alumnos. Actitud política errónea,

probablemente, porque Duverger tampoco tiene piedad y si puede no vacilará en destrozar

las futuras carreras de estos jóvenes investigadores como ya lo intentó en el espacio

arqueológico francés.

De hecho a pesar de la imagen impuesta por las campañas publicitarias, es un hombre

aislado, como ya lo dijimos, no ha logrado hacer escuela y sus relaciones

interinstitucionales en México están en un punto muerto, particularmente en el medio

arqueológico, después del fracaso de su participación en el proyecto Pañhú en el Mezquital

en cooperación con la ENAH. Y por eso muchos arqueólogos mexicanos y extranjeros se

extrañan de que siga obteniendo el derecho de excavar en Monte Albán con sus

antecedentes, pero como me lo decía en tono de burla una amiga mexicana arqueóloga

12
conocida, “los güeritos no están sometidos a las mismas reglas que nosotros”. Actualmente

no tiene ninguna relación con el CEMCA que es el organismo francés encargado de la

tutela de los investigadores que trabajan en México, no solamente no entrega ningún

reporte sobre sus investigaciones actuales ni pasadas, por ejemplo en el proyecto

“Coamiles” parece que el reporte final no ha sido entregado al INAH o, por lo menos, no ha

sido jamás publicado.

Por fin podríamos pensar que Duverger, que se acerca a la edad de la jubilación,

desaparecerá de la esfera pública oficial y disminuirá su poder nocivo, aunque nos parece

poco probable, ya que intentará incrustarse en algunas de estas generosas instituciones

mexicanas. Sabemos que ya hizo un primer ensayo para entrar en la UNAM y es probable

que siga intentándolo en ésta u otras universidades. A pesar de que se ufana de grandes

éxitos en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, su paso por el posgrado de

arqueología le impedirá acercarse a dicha escuela. De todas maneras es probable que el

estatuto de simple investigador de nuestra institución, el INAH, no le parezca suficiente.

Para concluir

Debemos convenir que fue el ruido mediático hecho alrededor de la última obra de

Duverger lo que nos conminó a mirar de nuevo sin perder más tiempo, la totalidad de sus

obras con una mirada crítica y global, es por eso que propusimos debatir casi toda su obra.

A lo mejor fue un error estratégico el de dispersar tanto los frentes y para ser más eficaces,

hubiéramos debido concentrarnos en una o dos obras. Pero si tomamos la decisión de

realizar una revisión más general fue por culpa del mismo autor, y de su servicio de prensa,

13
que pretende que es a la vez arqueólogo, antropólogo, lingüista, historiador y no sé cuántas

cosas más.

Cada libro suyo constituye parte de una especie de construcción barroca, donde cada parte

se porta garante de la coherencia y solidez de las demás: el arqueólogo garantizando la

verdad del histor, el lingüista de lo arqueológico, etc. Debemos decir que desde lejos, el

tinglado es retóricamente muy seductor, pero muy frágil si se ataca desde todos lados y se

revela lo que es, una simple ilusión, un castillo de naipes infantil. Eso es lo que

esperábamos empezar a mostrar en nuestro encuentro, esperando que otros, más

especializados y sin miedo, tomen por fin el relevo en la deconstrucción de una obra que

pretende renovar prácticamente todo el saber histórico mexicano.

El objetivo de nuestra reunión fue un intento de pensar de manera minuciosa y crítica el

proyecto “duvergiano”, no tanto para atacar a una persona, aunque la personalidad muy

particular de Duverger es un elemento constitutivo de su obra, inseparable de sus grandes

“proposiciones”; sino más bien, para analizar una cierta manera de hacer historia, como

también para pensar cómo de manera poco responsable, los grandes grupos editoriales

lanzan autores con las mismas técnicas que utilizarían si tuvieran intereses financieros en

fábricas de jabón o de cereales, sin preocuparse mucho del contenido y de los efectos

nocivos que puedan provocar.

14
En fin, esperamos que, olvidándonos de lo políticamente correcto, hemos podido mostrar

en esta Escuela, que fue durante años calificada de rebelde, que era aún posible reactivar

una corriente de discusiones verdaderamente críticas. 7

Guy Rozat

7
Nos da gusto que una vez realizado dicho encuentro, el ruido se esparció entre varias instituciones
académicas. Otros, felices por la iniciativa, mostraron interés para obtener los textos de este encuentro. Es por
eso que se publicaron rápidamente. No hemos buscado el apoyo de los tradicionales editores nacionales
porque no teníamos dinero que ofrecer y también porque estábamos convencidos de que el contenido chocaría
mucho con las tradicionales reglas de la “objetividad” universitaria. Por eso agradecemos a la pequeña
editorial que aceptó el riesgo de publicar nuestro encuentro, así que pronto esperamos ofrecerles una versión
papel para los que siguen esa vieja usanza de leer libros de papel.
15
HISTORIA Y FICCIÓN O CUANDO EL APRENDIZ DE

HISTORIADOR TOMA SUS SUEÑOS POR REALIDADES1

Bernard Grunberg

Universidad de Reims

Ya autor de una de las más contestables biografías de Cortés (2001), de la cual hablaremos

en la tarde, Christian Duverger reincide con esta obra que intenta demostrar que Bernal

Díaz no es el autor de la Historia Verdadera, cuya paternidad debería ser más bien

atribuida a Cortés2. Lo más sorprendente de su “tesis” es la afirmación de Ch. Duverger que

nadie antes de él, se había dado cuento del engaño, ya sean los que han estudiado a detalle

el texto de esa crónica (L. González Obregón, R. B. Cunningham Graham, H. R. Wagner,

L. B. Simpson, R. Iglesias, A. María Carreño, C. Saénz de Santa María, M. Alvar, A.

Mendiola Mejía, J. J. de Madariaga, J. A. Barbón Rodríguez, etc.) o los grandes

especialistas de la conquista, como Demetrio Ramos, Silvio Zavala, Francisco Morales

Padrón, Francisco de Solano, y otros, que pasaron toda una vida estudiando ese episodio en

los archivos europeos o americanos.

1
Antes de empezar esta primera conferencia quiero agradecer particularmente a los profesores Guy Rozat y
José Pantoja del INAH por haberme hecho el honor de invitarme a participar en este Coloquio. Agradezco
doblemente a mi amigo Guy Rozat y a Fernanda Núñez por haber aceptado traducir este trabajo.
2
Christian Duverger. Crónica de la eternidad. ¿Quién escribió la Historia verdadera de la conquista de la
Nueva España? México : Taurus, 2012, 335p. En adelante VF
16
De entrada, la lectura del nuevo libro de Ch. Duverger deja perplejo, porque manifiesta un

increíble desconocimiento de la Historia de la Conquista, de Cortés, de Carlos V y, más

generalmente, de la historia general del siglo XVI. ¿Cómo ha construido su libro el autor?

¿Sobre qué material se ha apoyado? Si Ch. Duverger apunta que ante la falta de fuentes

primarias sobre Bernal Díaz (lo que no es del todo exacto), “felizmente nos queda el

recurso de explorar los archivos” (p.36)3, pero buscando en todas sus referencias y sus

notas de pie de página, bastante numerosas, su aportación archivística no aparece, más bien

lo que aparece es, que ese autor ha trabajado esencialmente a partir de la excelente edición

de la Crónica realizada por José Antonio Barbón Rodríguez4, y utilizado esencialmente los

documentos procurados por el mismo Barbón Rodríguez.

Así es legítima la pregunta de saber, si para su obra utilizó otros documentos de archivos

que los citados por Barbón Rodríguez. La respuesta es claramente negativa. Utiliza todas

las transcripciones de la edición de la Historia Verdadera hechas por Barbón Rodríguez a

excepción de tres referencias a textos transcritos por Vicenta Cortés 5, José Toribio Medina6

(pero citado también por Juan Miralles7 y por José Luis de Rojas8), y un documento citado

3
Version francesa escribió “il nous reste heureusement la ressource d’explorer les archives” (p.29).
4
Díaz del Castillo (Bernal), Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (manuscrito
“Guatemala”), edición crítica de J.A. Barbón Rodríguez, México, UNAM-El Colegio de México, 2005,
864+1089p.
5
Cortés (Vincenta), “Cuando murió Bernal Díaz del Castillo”, in: Boletin Americanisto, Barcelone, 1962-64,
p.23-25. [nota 35, p.237]
6
Medina (José Toribio), Biblioteca hispano-americana (1493-1810), tome 1, reed. Amsterdam, 1968 [nota 6,
p.245]
7
López de Gomara (Francisco), La conquista de México, edición de Juan Miralles Ostos, México, Editorial
Porrúa, 1997.
8
López de Gomara (Francisco), La conquista de México, edición de José Luis de Rojas, Madrid, Historia-16,
1987, 502p.
17
por Georges Baudot9. El autor no parece para nada haber ido a los diferentes fondos de

archivos, y en particular a los del Archivo General de Indias de Sevilla. Por lo tanto, no se

encontrará en su obra ni una huella ni una mención de algún documento no publicado ya y

descubierto por el autor en dichos archivos, en lo que llama pomposamente “en sus

investigaciones”. Probablemente esto se explica por la simple razón de que Duverger no es

paleógrafo. Es verdad que esta disciplina de acercamiento a los textos antiguos es de una

extrema complejidad, particularmente para los manuscritos de los archivos hispanos y

coloniales de los primeros decenios del siglo XVI.

El primer paso para responder a esa supuesta ausencia argüida por Ch. Duverger de

documentos que conciernen directamente a Bernal, sería preguntarnos: ¿Si no hay otros

archivos, otros documentos que pudieran esclarecernos sobre la biografía de Bernal Díaz?

Evidentemente que sí: en efecto y como lo habíamos hecho antaño en nuestras propias

investigaciones en los archivos, hubiera sido necesario que nuestro autor leyera, entre otras,

las Informaciones de méritos y servicios de otros conquistadores, particularmente las

presentadas por Miguel Sánchez Gascón, Pedro González Nájara, Juan Rodríguez Cabrillo,

Hernán Méndez de Sotomayor, Hernando Illescas, Pedro de Alvarado, Sancho de

Barahona, Diego de Holguín, Francisco Páez Marroquí, Diego Díaz y Juan Rescino 10. Se

9
Baudot (Georges), La pugna franciscana por México, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990, 338p.
[nota 6, p.286]
10
Informaciones de méritos y servicios : en 1532, para Miguel Sánchez Gascón [AUDMEX/203,34], en 1549,
para Pedro González Najara [PR/58,1,4,II,fs.5-6+ 59,1,3,fs.8-9+ 66,1,3,fs.18-19], en 1560, para J. Rodriguez
Cabrillo [PR/87,2,4, fs.33v-34v], en 1562, para Hernán Méndez de Sotomayor [PR/65,1,2,fs.6-8], en 1564,
para Hernando Illescas [PR/66,1,1,IV,fs.13-16+ 66,1,7,fs.10-12], en 1569 et, en 1577 [PR/62,1,3,fs.5v-8],
para Pedro de Alvarado [PR/69,1,1,fs.192-201], en 1570, para Sancho de Barahona [PR/70,1,1,III,fs.5-7],
18
trata de diez conquistadores de México de los cuales dos vinieron con Cortés y ocho con

Pánfilo de Narváez. Uno de entre ellos formó parte incluso de la expedición de Hernández

de Córdoba (Sancho de Barajona). Todos tienen la particularidad de conocer muy bien a

Bernal Díaz, uno (Miguel Sánchez Gascón) es un alcalde ordinario y vecino de

Coatzacoalcos (Espíritu Santo), los otros nueve son todos vecinos de Santiago de

Guatemala (como Bernal Díaz), y más de las dos terceras partes participaron en la

conquista de Guatemala bajo las órdenes de Pedro de Alvarado.

Para intentar ver más claro en el inmenso lienzo pintado por Ch. Duverger, habría que

dedicarle una obra entera. Pero ¿es realmente necesario ? Hoy solo intentaremos demostrar

algunos de los numerosos errores, lagunas, e invenciones de las que está repleta su obra.

Lo haremos solamente a partir de algunos puntos particulares, en el estricto campo de la

crítica histórica basándonos entre otros en los archivos y los estudios serios hechos sobre la

Conquista de México y focalizándonos sobre Bernal Díaz y el descubrimiento de México,

sobre su vida y sobre su crónica, antes de poder decidir si el libro de Ch. Duverger es una

obra de historia o no.

1. Bernal Díaz y el descubrimiento de México

Ch. Duverger parece conocer muy mal a Bernal Díaz, deforma el contenido de diversos

testimonios, e incluso duda de su participación en el descubrimiento y conquista de

México. Así escribe: “pero de la misma manera y a pesar de sus afirmaciones, trabajo nos

Diego de Holguín [PR/70,1,2,fs.11-13] et Francisco Paez Marroqui [PR/82,3,1,f.110], en 1575, para Diego
Díaz [PR/79,1,6,f.21], en 1576, para Hernando Illescas, para Juan Rescino [PR/75,1,1,f.21].
19
costaría hallar elementos probatorios de la presencia de Bernal Díaz en la primera

expedición de Córdoba” 11 (p.55). Añade además que Bernal Díaz no generó ningún

documento jurídico que pudiera atestar sobre su existencia hasta 1544 (p.37) 12 . Eso es

ignorar intencionalmente las fuentes, incluso las citadas por Barbón Rodríguez.

A pesar de todo, buscando bien, tenemos más documentos de los necesarios y que hubieran

podido y debido permitir a Ch.Duverger constatar que Bernal Díaz estuvo claramente

presente en la primera expedición que exploró las costas mexicanas en 1517.

Si se estudian todos esos documentos, como esas Informaciones de méritos y servicios,

particularmente una de las más probatorias, la de Sancho de Barahona13, que contiene el

testimonio de Bernal Díaz hecho en Santiago de Guatemala, en 1570, frente a Pablo de

Escobar “escribano de su majestad” y “receptor de la caja de la real audiencia”. En ésta,

el cronista declara bajo juramento que conoce a Sancho de Barahona desde 1517 (hasta su

muerte hacia 1562). Bernal Díaz tiene más o menos en ese momento 74 años, precisa entre

otras cosas que ha visto al conquistador Sancho de Barahona servir bajo las órdenes de

Hernández de Córdoba y en nota que éste fue herido en Champoton14; indica igualmente

que lo vio llegar con Pánfilo de Narváez.

11
VF,“nous aurions du mal à trouver des éléments de preuve attestant la présence de Bernal Díaz dans la
première expédition de Cordoba” (p.46-47).
12
p. 30.
13
PR/70,1,1,III, fs.5-7.
14
Idem, f. f.5.
20
El estudio de la Información de méritos y servicios de Bernal Díaz15, que, es cierto, es una

copia, pero una copia conforme de un documento de 1539, hecha por Juan de Zaragoza,

“escribano de SM, escribano público de numero de México”, nos da algunas precisiones

sobre nuestro cronista. Sobre los 5 testigos presentados, 4 son de conquistadores de

México, el último es un poblador. ¿ Quiénes son estos 5 testigos ? Cristóbal Hernández (de

Mosquera) y Martín Vázquez, participaron en la expedición de Francisco Hernández de

Córdoba donde fueron heridos y por eso no pudieron seguir en la expedición de Grijalva,

pero se alistaron de nuevo con Cortés en 1519. Luis Marín llegó a México en el barco de

Salcedo un mes después del desembarco de Cortés, Bartolomé de Villanueva llegó con

Narváez. Sólo Miguel Sánchez Gascón no es un conquistador, es un poblador vecino de

Coatzacoalcos. Los testimonios de Cristóbal Hernández (fs. 19v-204) y Martín Vázquez (fs.

20v-21r) confirman muy bien que estaban con Bernal Díaz en la expedición de Hernández

de Córdoba y después con Cortés. Bartolomé de Villanueva (fs. 21v-22r) y Luis Marin (fs.

27v-28r) confirman que Bernal Díaz estaba bien presente en la conquista de México, pero

como llegaron después que Bernal Díaz, Bartolomé Villanueva indica que “es público y

notorio” que Bernal Díaz estaba con Cortés y Luis Marin, que lo oyó decir. Recordemos

aquí que al contrario de lo que piensa Duverger, el empleo de la locución “público y

notorio” posee un valor jurídico y por lo tanto es considerada como prueba por las

autoridades. En cuanto al poblador, Miguel Sánchez Gascón (fs. 25v-26r), dice que no sabe

si Bernal Díaz estaba con Hernández de Córdoba, lo que es perfectamente lógico de parte

15
PR 55, 6, 2 (7 de septiembre de 1539).
21
de un poblador llegado después de la caída de México, pero precisa “que a oído decir lo

contenido en la dicha pregunta al Marqués del Valle muchas veces, como abia pasado con

el a esta Nueva España”16.

En cuanto a Cortés confirma que nuestro cronista estuvo con Hernández de Córdoba y que

formaba parte de su tropa17.

En la información de 1613 hecha frente a la audiencia de Guatemala por Pedro del Castillo

Becerra, hijo legítimo de Bernal Díaz y Teresa Becerra, se puede leer que Bernal llegó a la

Nueva España de Cuba con Hernández de Córdoba (pero no dice con Grijalva) y después

con Cortés18.

Es cierto que Duverger duda de la participación de Bernal Díaz en la expedición de

Grijalva, y tiene razón; pero sólo retoma la idea expuesta anteriormente por Henry R.

Wagner19 que él cita, idea que nosotros también, apoyándonos en un conjunto de fuentes,

emitimos en 1992: “curiosamente si esas informaciones de méritos y servicios indican

claramente que participó en la expedición de Hernández de Córdoba, no menciona para

nada su participación en la expedición de Grijalva” 20.

16
PR/55,6,2, f. 26r.
17
PR/55,6,2, f.12v.
18
PR, 86, 3, 3, f. 1r [cité par BR II,871].
19
Wagner (Henry R.), The discovery of Yucatan by Hernández de Cordoba, Pasadena, The Cortés Society,
1942, 85p. Wagner (Henry R.), “Three studies on the same subject. Bernal Díaz del Castillo; the family of
Bernal Díaz del Castillo; notes on writtings by and about Bernal Díaz del Castillo”, in: Hispanic American
Historical Review, 1945, vol.25, p.155-211.
20
Grunberg (Bernard), Dictionnaire des conquistadores de Mexico, Paris, L’Harmattan, 2001, 633p., cf.
p.150.
22
En efecto, son las incoherencias del relato de Bernal Díaz y la ausencia de testimonios

precisos sobre su participación en el viaje de Juan de Grijalva lo que nos permite pensar

que según toda verosimilitud, Bernal Díaz no participó en esa expedición. A pesar de todo,

por su participación en la expedición de Hernández de Córdoba forma parte naturalmente

de los “descubridores de la Nueva España”. Por fin hay que señalar que Bernal Díaz firma

el 20 de junio de 1519 con sus compañeros una carta que prueba muy bien su presencia en

el ejército de Cortés21. Por otra parte, si no se encuentra la firma de Bernal Díaz en la Carta

del ejército al Emperador22 escrita en el otoño de 1520 es porque en esta misma época,

nuestro cronista estaba seriamente enfermo, como lo indica él mismo23. También tenemos

que hacer notar que, una vez más, no tenemos, sobre esa carta, estampadas las firmas de

todos los conquistadores presentes en ese momento.

Por lo tanto se debe considerar a Bernal Díaz como descubridor y conquistador de México.

No debe existir sobre ese punto ninguna duda.

2. Bernal Díaz: algunos elementos de su vida à través de las fuentes

Que no tengamos huellas de la salida del cronista hacia el Nuevo Mundo no es un punto

fundamental. En efecto, si uno se refiere al catálogo de Pasajeros a Indias de los años

anteriores a 152024, sabemos que existen numerosos pasajeros que no están repertoriados en

21
AGI, Audiencia de México, 95,1, f. 6r.; firma entre Cristóbal Díaz y Diego Ramírez.
22
AGI, Justicia, 223, fs. 12v-22v; cf. Grunberg (Bernard), Dictionnaire des conquistadores de Mexico, Paris,
2001 p.595-598.
23
Bernal Díaz, chap. CXXXIV. Se trató probablemente de una neumonía.
24
Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII, XVIII (bajo la dirección de C. Bermudez
Plata), t. I (1509-1534), Sevilla, CSIC, 1940. Apuntamos, aquí un error de referencia de Ch. Duverger que
fecha ese catálogo de 1930!
23
él25, entre ellos Bernal Díaz. A pesar de todo, el cronista nos indica su origen al principio

del primer capítulo del Manuscrito Guatemala y del Manuscrito Alegría: nació en Medina

del Campo; es hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor de Medina del Campo y de

María Díaz (Diez) Rejón26. Esto es por otra parte confirmado por el cronista en su carta de

1558 dirigida a Felipe II: “Yo soy hijo de Francisco Díaz el Galán vuestro regidor que fue

de Medina del Campo”27. Un próximo trabajo de María del Carmen Martínez y Martínez,

fundado sobre documentos de archivos y en curso de impresión, lo demostrará

ampliamente.

Al empezar su libro, Ch. Duverger nos dice que no se conoce la fecha de nacimiento de

Bernal Díaz, pero que se puede situar entre 1484 y 1496 (p.21) 28. Trabajando sobre las

Informaciones de méritos y servicios, Ch. Duverger hubiera podido encontrar la fecha de

nacimiento del autor de la Historia Verdadera: en la información de méritos y servicios de

Sancho de Barahona29, la de Pedro de Alvarado30 y en muchas otras, nuestro cronista indica

su edad, lo que nos permite situar su nacimiento muy probablemente en 1496, como ya lo

habíamos establecido en nuestro Diccionario. Tenemos que hacer notar aquí que Ch.

Duverger no vacila en torcer el sentido de una frase o de una palabra para apoyar sus

propias demostraciones: así, cuando el cronista declara que conoce a Pedro de Alvarado

25
Cristóbal Bermudez Plata lo señala en su preámbulo, cf. idem, p.XIII-XIV.
26
Si el nombre del padre está escrito en el Ms Guatemala, el de la madre solo aparece en le Ms Alegria [RB
I, 5]. Ningún nombre en la edición de Remon.
27
Cartas de Indias, Madrid: Atlas, BAE, n°264, 1974, p.47.
28
p.17.
29
PR/70,1,1,III,fs.5.
30
PR/86,6,1, f.53r.
24
desde hace más de 35 años31 eso quiere decir que lo conoció antes de 1522 y no en 1522

(p.53)!

Para Ch. Duverger (p.50-51)32 no hay ninguna huella de la filiación de nuestro autor aparte

de los datos contenidos en su crónica. No hay aquí nada de anormal, porque numerosos

conquistadores no dan ninguna indicación de sus orígenes. En efecto, a excepción de los

que son referenciados a solicitud del virrey Antonio de Mendoza en las listas de

conquistadores establecidas a finales de los años 154033, tenemos muy pocas informaciones

sobre muchos de estos conquistadores. ¿Por qué Bernal Díaz no se encuentra en estas

listas? Porque en esta época, está lejos de México: se encuentra en Guatemala, en Chiapas y

sobre todo en Coatzacoalcos y sus compañeros que están en las mismas regiones no

aparecen tampoco en esas listas. Lo que permite así a las autoridades coloniales que no

tienen el nombre de Bernal Díaz en sus listas de dudar de su participación en la Conquista,

porque en esa época un cierto número de nuevos pobladores intenta de hacerse pasar por

conquistadores, entre otras cosas para obtener algunas mercedes de la corona. Se entiende

así mejor la cédula real dirigida a Pedro de Alvarado en la cual el licenciado Villalobos

afirma que Bernal Díaz no era el conquistador que decía ser34. Pero, a pesar de todo, en

abril de 1540, el Consejo de las Indias pide que se le retribuyan indios en recompensa por

31
PR/86,6,1, f.52v.
32
p.42.
33
AGI, Audiencia de México, 1064; este documento es bien conocido porque Francisco A. de Icaza lo publicó
bajo su nombre y con el título Diccionario autobiografico de conquistadores y pobladores de Nueva España,
Guadalajara, E. Aviña Levy, 1969 [1° édit. 1923], 2vols., con algunos errores de transcripción.
34
PR/ 55,6,2, f. 2r. : “fue mandado dar traslado al licenciado Villalobos, nuestro fiscal, e por el fue
respondido que no debíamos mandar probar cosa alguna de lo que por parte del dho Bernal Díaz nos hera
suplicado, porque no habia sido tal conquistador como decía, ni le abían sido encomendados los dichos
pueblos por serviçios que obiese fecho e por otras causas que alegó”.
25
sus servicios 35 . Debemos hacer notar que desde 1539 el virrey Antonio de Mendoza

escribía que Bernal Díaz “a servido en la Conquista y pacificación destas tierras y

descubrimiento dellas”36.

Ch. Duverger se extraña también del nivel cultural de nuestro autor. Para él, todos los

conquistadores son analfabetas, a excepción de 10 o 12. Nuestros estudios han mostrado

que un cierto número de conquistadores de México sabían firmar, incluso escribir. Esto no

quiere decir que todos supieran leer y escribir pero que sí, una buena parte podía hacerlo,

entre ellos Bernal Díaz. Para apoyar sus afirmaciones Ch. Duverger se apoya sobre el

iletrismo de la mujer de Bernal Díaz para afirmar que “siempre uno se casa en su medio”

(p.113) por lo tanto el cronista solo podía ser “más o menos iletrado” (p.114)37.

Según Ch. Duverger, Bernal Díaz no pudo conocer las fuentes que cita (Gomara, Jovio,

Illescas), tanto más que los libros eran caros, escasos y sus mercados controlados. No hay

que olvidar que se trata muchas veces de añadiduras posteriores, particularmente en el

Manuscrito Remon, es suficiente con recordar lo que Carmelo Saenz de Santamaría escribió

sobre las interpolaciones de fray Alonso Remon38. Y no olvidemos que Bartolomé de las

Casas hizo lo mismo para el Diario de a bordo del primer viaje de Cristóbal Colón, la

prueba de esto serían los numerosos anacronismos que encontramos en el texto de la

35
Todas las 6 cedulas citadas van en el mismo sentido, cf. PR/ 55,6,2, fs. 2v-11v
36
PR/ 55,6,2, f.11v.
37
p.97-98.
38
Saénz de Santa María (Carmelo), “Fué Remón el interpolador de la cronica de Bernal Díaz del Castillo?”,
in: Missionalia Hispanica, Madrid, 1956, n°39, pp.561-567. Idem, Historia de una historia. La crónica de
Bernal Díaz del Castillo, Madrid, CSIC, 1984. Idem, Introducción critica a la “Historia Verdadera” de
Bernal Díaz del Castillo, Madrid, CSIC, 1967.
26
Historias de las Indias39. En cuanto a la circulación de los libros hay que tomar también en

consideración que éstos circulaban muy rápidamente entre Europa y América, incluso en el

caso de libros prohibidos, como lo muestran los numerosos ejemplos de obras encontradas

en América Central dos años después de su impresión.

En cuanto a las diversas alusiones a los autores antiguos, constituyen referencias conocidas

por todos los que habían aprendido a leer y a escribir. Además, desde mediados del siglo

XVI, existen grandes cantidades de obras de todo género circulando en las Indias 40 sin

contar los libros de caballería que contienen muchas veces alusiones a los antiguos ilustres

guerreros.

Después de la caída de Tenochtitlan, Bernal Díaz acompaña a Sandoval a Coatzacoalcos

donde parece instalarse como poblador, lo que explica que no participe al principio en la

conquista de Guatemala con Pedro de Alvarado, pero participará en la campaña de

pacificación de Cimatán y las Chiapas, en 1523, con Luis Marin. De Coatzacoalcos va a

juntarse con Rengel y participa en la campaña contra los zapotecas y los cimatecas. De

regreso a Coatzacoalcos emprende el camino hacia Honduras para juntarse con Cortés que

39
Las Casas (Fray Bartolomé de), Historia de las Indias, édit. J.P. de Tudela Bueso, [B.A.E. n°XCV-XCVI],
Madrid, Atlas, 1957-1961.
40
Con la extensión de la Reforma en Europa y los debates que agitan a la población desde 1531, las
autoridades españolas prohíben exportar a las Indias libros de historia profana. Entre los libros autorizados,
las bibliotecas coloniales contienen las obras de autores latinos y griegos (Homero, Plutarco, Virgilio,
Cicerón, Ovidio, Marco Aurelio, Luciano, Terencio…), de los autores del principio del Renacimiento italiano
(Petrarca, el Ariosto), de los escritores españoles (Ercilla, Santa Teresa de Avila, Luis de Granada, Francisco
de Rojas) así como algunos libros religiosos y de teología, de historia, de geografía y diferentes tratados de
ciencias y de derecho. La prohibición de 1531 es renovada en 1543, y también un poco más tarde, mostrando
así la ineficacia de la censura. Cf. Grunberg, Bernard. Los primeros protestantes en América española. En
M. Augeron, D. Poton, B. Van Ruymbeke [dir.], Pour Dieu, la Cause ou les Affaires. Les huguenots et
l’Atlantique (XVIe-XXIesiècle), Paris, Presses de l’Université de Paris-Sorbonne, 2009, p.107-122.
27
lo nombra capitán de una tropa de 30 españoles y de 3 mil mexicanos. Regresa a México en

1526 con Pedro de Alvarado y Luis Marin. Hacia 1527 es elegido procurador de los

conquistadores para discutir sobre la repartición de las encomiendas. Ch. Duverger (p.24)41

se equivoca cuando afirma que Cortés regresa a España en 1528 con Bernal Díaz entre su

séquito, cuando éste último se quedó en México. Debemos hacer notar que Duverger no

cita, una vez más, ni fuentes ni referencias. De hecho Bernal Díaz lleva una vida de

poblador en Coatzacoalcos, de la cual es regidor en 1531, año en el que rompe el hierro que

le servía para marcar a los esclavos. Entre 1537 y 1539 sigue siendo vecino de Espíritu

Santo. En 1540 se encuentra en España con su Información de méritos y servicios y cartas

de recomendación de Hernan Cortés y del virrey Antonio de Mendoza. En noviembre de

1541 está de regreso en Guatemala donde el 14 de noviembre presenta sus provisiones,

cuando Ch. Duverger pretende que ya se pierde su huella y que se ignora la fecha de su

regreso a México (p.25)42. Parte hacia Chiapas (1542) antes de ser nombrado visitador de

las provincias de Coatzacoalcos y Tabasco. En 1550 es enviado como procurador del

Cabildo de Guatemala a España para “el repartimiento perpetuo” porque es en esta época

considerado “como a conquistador más antiguo de la nueva España”. Al año siguiente está

de regreso en América, donde desembarca en Puerto Caballos. El 31 de mayo de 1551 es

nombrado regidor perpetuo del Cabildo de Guatemala. En 1581 su salud parece deteriorada

41
p.20.
42
p.21.
28
(asiste sólo a 5 sesiones del Cabildo). El 3 de febrero de 1584, el libro del Cabildo señala su

muerte43.

Las Cartas de Relación de Cortés son escritas con la constante finalidad de validar y de

exaltar los servicios prestados por Cortés a la Corona. Por ello no hay que sorprenderse,

contrariamente a lo que dice Ch. Duverger, de no encontrar citado a Bernal Díaz. Sucede lo

mismo a la mayoría de los hombres del jefe de los conquistadores. Lo que nuestro cronista

Bernal Díaz entendió muy bien: “en aquella sazon qu’escribio a su magestad toda la honra

y prez de nuestras conquistas se daba asimismo y no hazia relación de nosotros” 44.

Sería muy largo retomar todas las inexactitudes, los errores, los prejuicios del autor de la

Crónica de la eternidad sobre Bernal-conquistador. Como se puede ver, un estudio

detallado, minucioso y riguroso permite encontrar numerosos elementos concernientes a la

vida de Bernal Díaz.

3. La crónica bernaldiana

Para mostrar que Bernal Díaz no escribió la Historia Verdadera, Ch. Duverger solo

recupera lo que le conviene e incluso muchas veces deforma también la realidad. Bernal

Díaz empezó a redactar su crónica antes de 155245 lo que es conforme a lo que escribió

Alonso de Zorita pero que Duverger, sin ninguna prueba, pone en duda. Haremos notar

43
Se encontraran todas las referencias en Grunberg (Bernard), Dictionnaire des conquistadores de Mexico,
Paris, 2001, n° 268, p.150-153.
44
Bernal Díaz, chap. CCV, p.777 (BR).
45
Bernal Díaz, chap. XVIII : “estando escriviendo en esta mi cronica, acaso vi lo que escriben Gomora …”
29
solamente que Zorita46 afirma que en 1555 Bernal Díaz ya había empezado a redactar su

Historia Verdadera; en esta época Alonso de Zorita es oidor de la Audiencia donde vive

Bernal y nada permite poner en duda esta afirmación. Será en 1568 cuando Bernal acabe su

Historia, si tomamos en cuenta las informaciones contenidas en el último capítulo de su

crónica47 El cronista se servirá de una copia de su obra para justificar sus servicios y anclar

en la memoria familiar su papel fundador. Y será esta copia la que será enviada a la

Península. En 1575, el presidente de la real Audiencia de Guatemala apunta que “un

conquistador de los primeros de la Nueva España le dio una ystoria que envía y la tiene

por verdadera como testigo de vista”48.

Además disponemos de la recepción que indica que en 1576 “la historia de la nueva

España que nos embiaste y decis os dio un conquistador de aquella tierra se ha

recibido…” 49. En adelante será esta copia la que se volverá el Manuscrito Remón. No

vamos a desarrollar este tema extremadamente bien documentado y explicitado por

Carmelo Saénz de Santamaría en su Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz

del Castillo50.

En 1586 la viuda de Bernal Díaz reclama la copia de la Historia Verdadera enviada a

España y dice “que el dicho Bernal Díaz mi marido hizo y ordeno, escrita de mano del

46
Zorita (Alonso de), Relación de la Nueva España, edición de E. Ruiz Medrano, W. Ahrndt, J.M. Leyva,
Mexico, Conaculta, 1999, vol. I, p.112.
47
Bernal Díaz, chap. CCXIV.
48
Archivo General de Centroamérica, Guatemala, 10,2, 22a [cité par BR, II, p.1060].
49
Archivo General de Centroamérica, A 1.22, 1513, I, f.496v [cité par BR, II, p.1060].
50
Carmelo Sáenz de Santamaría en su Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz del Castillo,
Madrid, CSIC, 1984.
30
descubrimiento, conquista y pacificación de toda la nueva España, como conquistador y

persona que se halló a ello presente, la cual le pidió original en esta ciudad el doctor

Pedro de Villalobos, presidente y gobernador que fue desta ciudad en la real Audiencia

que en ella reside, y la envio a su magestad y los señores de su real consejo de Indias…”51.

Se puede añadir que en la parte de la Información de méritos y servicios hecha por

Francisco Díaz del Castillo en 1579, el testigo Juan Rodríguez Cabrillo Medrano, vecino de

Santiago de Guatemala afirma que “Bernal Díaz ha scripto y compuesto de la conquista de

toda la nueva España que se envio a SM…”52. Ese testigo, hijo de un compañero de Bernal

Díaz que participó con él en la Conquista de México y en la expedición de Guatemala es

vecino de Santiago de Guatemala desde 1560 y conoce muy bien a nuestro cronista.

También CH. Duverger pone en duda la atribución de la Historia Verídica con el pretexto

de que no se conoce ningún otro texto de Bernal Díaz. Pero tampoco se conocen otros

escritos de Andrés de Tapia, de Francisco de Aguilar, que fueron ellos también

conquistadores de México. Muchas veces las personas que redactan sus memorias no

tienen otras producciones literarias.

Las crónicas de conquistadores no son cosas escasas. Conocemos algunas como las de

Andrés de Tapia, de Francisco de Aguilar, de Bernardino Vázquez de Tapia, pero se olvida

muchas veces que existieron otras crónicas hoy desaparecidas. Podemos citar a Jerónimo

Ruiz de la Mota quien escribió sus Memorias sobre la Conquista de México y de las cuales

51
Archivo General de Centroamérica, A 1.20, 424, fs.31rv [cité par BR, II, p.1061].
52
PR/55,6,2 f.36v.
31
Francisco Cervantes de Salazar se servirá para escribir a su vez su crónica 53 ; Juan Cano

que había escrito una Relación de la tierra y de su conquista, hoy desaparecida, pero que

consultó y utilizó Alonso de Zorita 54 ; Alonso de Ojeda (el viejo) quien redactó sus

Memorias en las que relata toda la conquista de México están hoy desaparecidas, pero

pudieron ser consultadas por Torquemada, Cervantes y Herrera55.

El texto que se quedará en Guatemala se volverá el Manuscrito Guatemala, que no es un

texto enteramente autógrafo de la Historia Verdadera, pero este manuscrito parece

comportar varios folios de mano de su creador. No hay aquí nada de extraño porque en esa

época, muchas veces, mandaban realizar copias, como Bernal Díaz lo hizo para enviar su

manuscrito a España. Se puede precisar igualmente que al final de su vida el conquistador

se ve aquejado por reumatismos que le impiden escribir bien, como lo demuestran sus

últimas firmas, características de su enfermedad, muy diferentes de las primeras que se

encuentran en las actas del Cabildo de Santiago de Guatemala.

El problema está en el hecho de que para Ch. Duverger, Bernal Díaz no es y no puede ser el

autor de esta crónica. En primer lugar porque confiesa que no es “letrado” (p.111)56 sic.

Una vez más Ch. Duverger no sabe, o más bien no quiere saber, que en el siglo XVI no ser

letrado no significa que no se sepa leer ni escribir, sino que no se ha pasado por un colegio

universitario. Y consecuencia de este error hace de nuestro cronista un iletrado en

53
CER/V,41+ 105- CAM2/284
54
ZOR/112+413- CER/V,41+105
55
TOR/IV,52+81+89- CER/IV,28+30+84+87+100+109+ V,14+19 +78+167- CDIA/XXXVII, 143.
56
p.97.
32
contradicción con todos los documentos que conocemos57. Para apoyar su razonamiento

utiliza los buenos análisis de Sáenz de Santamaría que demuestran que el Manuscrito

Guatemala es obra de varias manos y que se trata más de un borrador que de una copia

definitiva: está lleno de manchas, tachaduras, añadidos entre líneas, etc.58 Es probable que

el hijo del conquistador e incluso otras personas hayan corregido la versión dada por Bernal

Díaz ya fuera durante su vida, corrigiendo errores, o después de su muerte. Ciertas

correcciones, particularmente de los nombres (cap. CCV), parecen justificados porque las

rectificaciones esclarecen tal o cual punto.

Una vez más Ch. Duverger comete un error de interpretación, traduce y entiende el verbo

“tener” por el de poseer, cuando la acepción más corriente es siempre la de disponer; así

cuando Bernal Díaz afirma en 1569 que “tiene escrita una crónica y relación” 59 y un poco

más lejos repite “que se remite a lo que mas largamente tiene escrito en la dicha crónica y

relación” 60, Ch. Duverger entiende que solo es “el depositario” (p.58), lo que es de hecho

un verdadero contrasentido y va en contra de lo que está escrito. Toda su estrategia es

demostrar que Bernal Díaz no pudo escribir esta relación y eso debe permitirle probar que

hay otro autor en la sombra: Hernán Cortés. Este sería por lo tanto el autor de la Historia

Verdadera con la complicidad de Gomara. En efecto Ch. Duverger nos dice, sin citar ni una

sola fuente que, en 1543, “Cortés contrata a Gomara porque necesita una pluma oficial”

57
DUV/ p.97-98 : “la versión prosaica de un Díaz del Castillo más o menos iletrado corresponde
probablemente mejor a la realidad.
58
Saénz de Santa María (Carmelo), Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz del Castillo, Madrid,
CSIC, 1984, p.158 et sv.
59
PR/ 86,6,1, f.218v.
60
PR/ 86,6,1, f.219v.
33
(p.162) 61 . No apuntaremos aquí todos los errores sobre las relaciones entre López de

Gomara y el jefe de los conquistadores, es suficiente con remitirse a los eruditos trabajos de

Nora Jiménez que muestran que la supuesta cooperación entre Cortés y Gomara no pudo

jamás existir62. Como esto no era suficiente Ch. Duverger inventa a un Cortés que funda en

su casa de Valladolid una academia. Ahí también, ningún documento permite aceptar esta

idea. Por lo tanto aparece claramente que al hilo de sus ideas, para justificar lo

injustificable, el autor de la Crónica de la eternidad inventa todo lo que necesita para forjar

su tesis y esto siempre sin ninguna fuente o referencia.

Es muy claro que cuando se ponen frente a las afirmaciones de Ch. Duverger las fuentes y

las referencias de las que disponemos, todo el andamiaje construido no solamente no se

sostiene, sino que se derrumba por sí mismo. Nadamos en plena ficción, cuando en una

entrevista a un periodista de El País, 9 de febrero de 2013, Ch. Duverger nos hable de

pruebas que reunió, pruebas que jamás ofrece o que si las da, como lo hemos visto, las

deforma totalmente para validar su razonamiento.

Todos los que han leído la Historia Verdadera y la han estudiado, han visto claramente que

Bernal Díaz no daba las mismas informaciones que las Cartas de Cortés. Si se retoma, por

ejemplo, el estilo, todo opone al jefe y al soldado. De la misma manera, si se considera, por

ejemplo, la cifra de muertos durante la Noche Triste, Cortés nos dice que fueron 150 y

Bernal Díaz 870. Las diferentes cifras que hemos encontrado en los archivos muestran muy

61
VF. “Cortés recrute Gómara car il a besoin d’une plume officielle”, p. 143.
62
Jiménez (Nora Edith), Francisco López de Gómara. Escribir historias en tiempos de Carlos V, México,
INAH/El Colegio de Michoacán, 2001, 391p.
34
bien que Bernal da la mejor estimación63. Podríamos dar numerosos ejemplos idénticos. Si

se consideran los abundantes nombres de los conquistadores que se encuentran en Bernal

Díaz (y no en Cortés) y que son muchas veces desconocidos por los otros cronistas, aquí

también los archivos nos indican que estos hombres sí existieron. Duverger no entiende

cómo un simple soldado pudo saber todo esto. Ignora que listas de conquistadores fueron

levantadas por las autoridades coloniales, entre otros, después de la salida de Cortés hacia

España. Muchos detallitos propuestos por Bernal Días no se encuentran citados más que en

los archivos.

Cierto, la precisión no está siempre presente pero en esa época es una constante: se

embellece generalmente lo que se describe, uno se atribuye acciones importantes, se

muestra bajo una luz más favorable, etc. Todos los historiadores que trabajan sobre ese tipo

de documentos lo saben muy bien. Hubiéramos podido señalar multitud de errores más,

aproximaciones, confusiones, carencias bibliográficas64, etc.

4. La Crónica de la Eternidad… de Duverger ¿Es un libro de historia ?

No lo creemos por varias razones. La historia forma parte de las ciencias humanas y como

tal, obedece a reglas y métodos. En el libro de Ch. Duverger tendríamos muchas

dificultades para encontrarlas. Lo que sorprende a primera vista es el hecho de que trabajó

solo sobre un corpus de textos bien conocidos y muchas veces editados. No se encuentra

63
Grunberg (Bernard), L’Univers des conquistadores. Les hommes et leur conquête dans le Mexique du XVIe
siècle, Paris, L’Harmattan, 1993, p.103.
64
Sonia Rose de Fuggle. Afin qu’il y ait mémoire de moi”. Sens et structure dans l’Historia Verdadera de
Bernal Díaz del Castillo. Doctorat sous la direction de M.C. Bénassy-Berling, Paris III, 1990, 417p.
35
ninguna huella de investigación de archivos, contrariamente a las afirmaciones. Nos parece

que lo más grave es la manera en que utiliza los documentos: los interpreta en función de

sus objetivos, los rechaza cuando no van en el sentido que espera, los distorsiona, los

manipula. Ya hemos dado algunos ejemplos de esto. Un ejemplo que nos parece

particularmente ilustrativo del trabajo del autor se trata de esa supuesta academia instalada

en la residencia de Hernan Cortés en Valladolid. Es un punto importante en la demostración

de la tesis de Ch. Duverger. Que no hace más que retomar un fragmento de la obra de

Pedro de Navarra Diálogos muy subtiles y notables publicados (Zaragoza, 1567). Pero no

solamente no hay ningún otro documento, hasta hoy que lo confirme, o que simplemente

nos permita suponer su existencia, pero aún más, y las numerosas críticas hechas a Ch.

Duverger no lo han señalado suficientemente, él mismo silenció ese hecho en la biografía

de Cortés que él mismo escribió65. Ese me parece un bonito ejemplo que demuestra cómo

Ch. Duverger va buscando o/e inventando pruebas a la medida para sostener sus tesis.

En lo que toca a los hombres de la conquista, no podemos citar todos los errores groseros,

es suficiente con tomar el caso del clérigo Juan Díaz, del cual Ch. Duverger afirma que “es

probable que muera antes de la expedición de Las Hibueras” (p.126)66. Si nuestro autor

conocía realmente la historia de la Conquista de México y de sus conquistadores, y si

hubiera hecho algunas mínimas investigaciones, habría encontrado que en 1529 (después

de las Hibueras), ese firma un testimonio en la residencia de Pedro de Alvarado, que en

1530, es cura en México, que en 1531, con más de 50 años, testimonia en la Información

65
Duverger (Christian), Cortés, Paris, Fayard, 2001, 493p.
66
p.112.
36
de méritos y servicios de Alonso de Avila y que parece aún en vida en 153367! En cuanto a

su muerte, tenemos el testimonio de Juan de Torquemada que afirma haber encontrado

testigos que le contaron que Juan Díaz murió, con 3 o 4 españoles, durante una emboscada

en Quecholac y fue enterrado en Tlaxcala68. Y no hablemos más de todos los hechos que

Ch. Duverger atribuye à Cortés: como su supuesta política de mestizaje69 (no hay ningún

escrito de Cortés sobre ese tema), ni sobre su autoridad que hubiera influenciado ciertas

decisiones del Consejo de Indias, o de Carlos V, etc.

Podríamos multiplicar los ejemplos, no hablaremos aquí de los demasiado numerosos

olvidos en la biografía. En cuanto a la crítica de fuentes, que se funda sobre la comparación

de los testimonios, el cruce de fuentes, el autor decide de antemano las que son buenas para

su demostración y las que rechaza porque se oponen a su tesis. Igualmente es fundamental

su desconocimiento de la historia general de los siglos XV y XVI y más precisamente del

periodo contemporáneo a la conquista. Es verdad que esto pide tiempo, mucho tiempo,

porque el historiador debe manipular cantidad de fuentes y de documentos y sobre todo

debe poder leerlos. Recordemos aquí, una vez más, a qué punto la paleografía colonial del

siglo XVI es muy difícil. Los grandes historiadores de este periodo lo han demostrado

ampliamente como Francisco Morales Padrón, Demetrio Ramos, Silvio Zavala, James

Lockhart, Miguel León Portilla, etc.

67
Proceso de residencia contra Pedro de Alvarado y Nuño de Guzman, publicado por I. López Rayon,
Mexico, 1847, p.124-130 ; AGI, Patronato Real, 54,7,6,fs.17-18v ; García Icazbalceta (Joaquin), Don Fray
Juan de Zumarraga primer obispo de México, México, Porrua, 1988 [1881], vol. III, p.21, vol. IV, p.116,
246. Cf. Grunberg (Bernard), Dictionnaire des conquistadores de Mexico, Paris, L'Harmattan, 2001, n°265.
68
Torquemada (Fray Juan de), Monarquia indiana, Mexico, Porrua, 1975, X, 27.
69
Cf. Ver en este mismo libro nuestra crítica a la biografía de Cortés.
37
Lo que llama también la atención, y siembra por lo mismo la confusión, es la voluntad del

autor por hacerse pasar por historiador. Recordemos aquí que Duverger no es historiador,

su especialidad es la antropología, sobretodo la antropología social y cultural de

Mesoamérica.

Por otra parte, presume, como lo muestra su entrevista a un periodista publicada en la

revista en línea Nexos70: “pertenezco a una escuela de historiadores que fomenta la duda

como método”. Añade, como respuesta a las críticas hechas en la revista Nexos, intitulada

“San Bernal”: “esa observación me llevó a explicar de manera más detallada mi propia

exploración de la fábrica de la historia. Pertenezco a la institución académica que sirvió

de cuna a la revolución historiográfica de la segunda mitad del siglo XX : la Escuela de

Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Es una institución en la que el pleno de sus

profesores elige a sus miembros. Así, quienes me eligieron fueron Claude Levi Strauss,

Jacques Soustelle, Fernand Braudel… La EHSS ha sido actriz de una transformación

radical de las formas de investigar, pensar y escribir la historia: a este movimiento se le

conoce en el mundo como escuela de los Anales. La primera característica de esta escuela

es sin duda la interdisciplinariedad. El encuentro de la historia con la antropología, la

economía, la demografía, la geografía, la sociología, generó un mestizaje metodológico

que indujo una gran apertura de los campos de estudio. La manera de trabajar, los marcos

de análisis, los registros de la temporalidad, el sentido mismo de la investigación se

renovaron por completo…”.

70
Nexos, 165-2013.
38
Sólo podemos constatar que todo lo que dice Duverger no lo puso en práctica y que se

esconde tras una brillante institución, lo que no hace por lo demás de él un gran historiador.

Está bastante lejos. Y los gloriosos maestros que invoca deben probablemente revolcarse en

su tumba.

Nos gustaría señalar algo sobre el título de este Coloquio: Miradas historiográficas

actuales sobre la conquista americana. El revisionismo en la obra de Ch. Duverger, y

sobre todo, insistir sobre la palabra revisionismo que define de manera general una

“doctrina” que cuestiona de fondo a un dogma o a una teoría71. Nos parece que es darle a la

obra de ese autor un valor que no tiene. La crónica de la eternidad no es un libro de historia,

es una novela a imagen y semejanza de lo que escribe en Francia, por ejemplo, un Christian

Jacq, un egiptólogo que publica novelas históricas que tienen como escenario el Egipto de

los faraones o un Arturo Pérez Reverte en el mundo hispano. Duverger tiene una pluma

fácil, escribe bien, tiene mucha imaginación. Si Duverger hubiera querido escribir una obra

de ficción, podemos considerar que alcanzó su objetivo. Se trata sencillamente de una

novela más o menos bien escrita, que se podría asimilar a una novela policiaca. Pero desde

el punto de vista histórico, que es el nuestro, estamos obligados a constatar que la tesis de

Duverger no descansa sobre ningún fundamento serio. Terminaremos por una impresión

general. El héroe de la Crónica de la Eternidad no es Bernal, sino más bien, una vez más,

Hernán Cortés. Es el segundo volumen que forma parte de un conjunto que probablemente

contará con una tercera obra. El plan mediático elaborado por el autor funcionó muy bien.

71
Diccionario Larousse.
39
Está claro que no todo el mundo cayó en su trampa. Este coloquio será, lo deseamos

ardientemente, una muy buena ilustración. Clío escogió su campo. La conclusión de un

experto, el profesor Miguel Leon Portilla y que hacemos nuestra, no deja ninguna duda: “el

libro no presenta testimonio alguno que pruebe lo que en él se afirma. Más que crónica de

la eternidad, se trata de fantasías de la temeridad”72.

Bernal Díaz del Castillo puede descansar en paz, la “mistificación” señalada en el subtítulo

de la obra en la edición francesa, intentada por Ch. Duverger, ha fracasado.

Bernard Grunberg

72
Nexos, abril 2013
40
A PROPÓSITO DE CRÓNICA DE LA ETERNIDAD DE CHRISTIAN

DUVERGER

Guillermo Serés
Universidad Autónoma de Barcelona

En la polémica y controversia en torno a la supuesta autoría de Cortés de la Historia

verdadera de la conquista de la Nueva España, hasta ahora atribuida a Bernal Díaz de

Castillo, que defiende Christian Duverger en su Crónica de la eternidad, (México-Madrid,

Taurus, 2013), se han visto implicados estos meses, en mayor o menor medida,

historiadores, antropólogos, filólogos e incluso periodistas. Apoya abiertamente la tesis de

la autoría cortesiana Bennassar; Martínez Baracs valora la aportación: cierta o falsa, señala,

su conjetura no podrá eludirse; Aguilar Camín afirma que ha suscitado una duda razonable;

al igual que Duviols, que destaca lo sugestivo del libro; Chartier no acaba de pronunciarse

(“entre certain, probable et posible”) y se fija especialmente en la cuestión tangencial de la

disputa con Carlos V. El resto de polemistas, incluidos, claro, todos los editores vivos, se

oponen: algunos pocos dan relativa credibilidad a la primera parte, pero en ningún caso

secundan la autoría de Cortés; Hugh Thomas lo desmiente con vehemencia. En el

estupendo monográfico de la revista Nexos sólo hay dos colaboraciones dubitativas o de

apoyo parcial: la citada de Aguilar Camín (con la entrevista del mismo con Mauleón) y la

41
de Moreno Toscano. También me consta que se han opuesto abiertamente Leonetti y

Rodilla, en sendos artículos en prensa, Mira Caballos en su blog y Ángel Delgado.1

Uno de los primeros argumentos de la tesis central de Duverger es que Bernal señala que

acabó de escribir su libro el 26 de febrero de 1568 en Santiago de Guatemala, sede de la

Audiencia. El francés replica que en ese momento la Audiencia estaba en Panamá y se

preguntaba en posterior entrevista a El País: “Nadie revisó eso, ¿por qué mis colegas no lo

descubrieron?” Pero sucedió exactamente lo contrario: la Audiencia volvió a Guatemala el

15 de enero 1568;2 por eso, precisamente, puede Bernal entregar su obra y poco más tarde

la fechó, albergando la esperanza de que se atendería por fin su petición.3 Afirmaciones de

este tenor menudean en el libro; elijo unas cuantas para demostrar la tesis contraria.

Aparte la mala interpretación de algunos datos, como apenas considera los métodos de la

filología y otras disciplinas afines y contiguas, yerra el tiro desde el principio del libro: en

el orden de aparición de las dos ediciones del impreso, que es otro argumento del que se

sirve, supuestamente, para apuntalar su tesis con la portada de los respectivos impresos.4 A

Duverger parecen no importarle estos detalles, ni la transmisión textual, la historia del

texto, la crítica textual y de contenidos, la retórica, la historia literaria, algunas fuentes (v.

g. Las Casas), los referentes (libros de caballerías, romancero, Biblia, sumas de historia

1
Cito exhaustivamente la bibliografía en Serés en prensa
2
Archivo General de Indias (de aquí en adelante, AGI), Guatemala, 394, l. 4, h. 417. El restablecimiento de la
Audiencia se confirmó “definitivamente enviándose un sello por Real Cédula de 28 de junio de 1568”
(Gómez Gómez 2008:229). Baste ver Suárez Fernández 1982:611.
3
Duverger (2013a: 256, nota 1) conoce el dato, pero señala que el presidente, Antonio González, se incorporó
en 1570; ¡como si eso importase para el normal funcionamiento!
4
Lo recogí en el estudio de mi edición: Serés 2011:1222-1224.
42
antigua, etc.) y realia, el estado de la lengua, etc., etc. (abajo lo amplío). E incluso el

derecho, porque toda crónica es, en principio, un documento legal, de ahí la gravedad de

usurpar su autoría, como inteligentemente me recuerda Ángel Delgado en comunicación

privada.5 Pero es que tampoco tiene en cuenta algunas obras de referencia de su campo de

estudio, como los documentos que aportan Wagner, o el metódico Boyd-Bowman, en cuyo

estudio figura Bernal y cincuenta y seis mil pobladores más de la América hispana, 6 o el

libro de Grunberg.7 Ni siquiera tiene en cuenta las tres grandes ediciones: la de Ramírez

Cabañas (1939/50), la del benemérito padre Carmelo Sáenz de Santamaría (1966/82) y la

del eximio profesor de Colonia, José Antonio Barbón Rodríguez (2005), monumental y

documentadísima, donde transcribe admirablemente los documentos bernaldianos, recoge

la principal legislación de Indias y pone al pie las variantes. Otra estupenda edición la llevó

a término el citado Ángel Delgado (2009), en colaboración póstuma con su maestro, Luis

A. Arocena; la mía (2011) es anotada y lleva un aparato crítico completo; la de Gil (2012),

una excelente introducción. He visto todas las citadas, así como la fundamental de Genaro

5
“Hay otra cuestión de fondo: España y muy especialmente el mundo de los conquistadores era una sociedad
en litigio continuo, con continuas demandas, probanzas y reclamaciones de todo tipo a la Corona. Se
tomaban muy en serio las cuestiones legales, que de hecho eran los que les iban a proporcionar las
encomiendas y favores reales a los conquistadores y a sus descendencia (Bernal de hecho escribe, según
confiesa, para sus hijos, para que se beneficien del legado de su padre en los servicios a la Corona, España y
la cristiandad). Hacer pasar por ajena la obra propia, suplantando la personalidad legal, era un delito muy
grave que Cortés jamás habría imaginado, y menos aún para suplantar a un modesto y humilde soldado en
Guatemala”
6
Boyd-Bowman 1985 documenta la primera aparición de Bernal en una entrada de la sección de
Contratación, en el Archivo de Indias de Sevilla, donde se asienta que nació en 1492 y que fue al Nuevo
Mundo, sobre todo al Darién, con Pedrarias Dávila en 1514, es decir, cuando tenía veintidós años.
7
Thomas 2013 señala que Duverger obvia “algunos de los intercambios más interesantes del segundo
volumen de Martínez 1990. Por ejemplo, hubo una serie de testimonios fechados a principios de 1520 en los
que varios seguidores de Cortés recuerdan con sutileza la reacción de Moctezuma a la exigencia de su
vasallaje. Eran Juan de Cáceres, Alonso de Serna, Francisco de Flores, Andrés de Tapia, Juan Jaramillo,
Alonso de Navarrete y Juan López de Jimena. Publiqué algunos de esos invaluables recuentos –que reflejan
pruebas de la residencia de Cortés, cuestión 98, en AGI, Justicia, Legajo 224– en La conquista de México”.
43
García (1904-1905), previa a la restauración del manuscrito (Barrow 1952) y que permite

ver algunos ladillos perdidos.

Fases de redacción de la Historia verdadera

Duverger afirma que Bernal firmó el original en 1568 a una edad muy avanzada, pero omite

que las diversas fases de la redacción habrían empezado quince años antes. Eso explica los

diversos tipos de letras y que sólo unas páginas sean autógrafas; lo que ha escandalizado

tanto a Duverger (2013a:116), que lo trae como prueba de que es un apócrifo. Quisiera

señalar las diversas fases para demostrar cómo aquella redacción fue variando en función

de diversos condicionantes.

1. La primera primicia del tono y de las intenciones de la redacción de la posterior crónica

es una carta autógrafa al Emperador (de 22 de febrero de 1552) en que le informa que el

presidente de la Audiencia de Guatemala, López Cerrato, no le había concedido las tierras

ni los indios que se le debían como contrapartida de sus trabajos, del capital invertido y de

los servicios prestados.8 Además del farragoso y formular léxico burocrático, y una defensa

característica de la verdad (“no lo sé proponer más delicado, sino muy verdaderísimamente

lo que pasa”) contiene expresiones, sentimientos y retranca muy “bernaldianos”, como

“otra barcada de Cerratos”:

Sepa Vuestra Majestad que si el mismo mando le hobiese dado diciendo: “mirá que todo lo
bueno que vacare y hobiere en estas provincias, todo lo deis a vuestros parientes”, no lo ha
hecho menos. […] E aún no ha complido con todos, que aún están agora aguardando que les
den a dos sus primos e un sobrino e un nieto. ¡Y no sabemos cuándo vendrá otra barcada de
Cerratos a que les den indios! […] ¡Oh sacra Majestad!, ¡qué justos e buenos son los

8
Editada en Cartas de Indias, pp. 45-47; también la trae Barbón 2005,II:1037-1040.
44
mandos reales que envía a mandar a esta provincia e cómo acá los forjan e hacen lo que
quieren!
No surtiría el efecto deseado, pues al año siguiente le vemos enfrascado en lo que con el

tiempo será la presente crónica y que, en principio, fue un “memorial de guerras”, que en

ningún caso confundimos con “la monumental Historia verdadera”, como señala Duverger

(2013a:67). Testigo de dicha redacción fue el oidor Zorita (véase, abajo, “Testigos de

Bernal”). La noticia de dicha redacción aparece también en la probanza de méritos

promovida por los descendientes de Pedro de Alvarado el 9 de julio de 1563; en ella se

afirma de Bernal: “Pasadas muchas cosas que este testigo tiene escritas en un memorial de

guerras, como persona que a todo ello estuvo presente”. 9 De dichas palabras parece

desprenderse que el memorial ya está concluido, aunque hay que esperar —según parece

indicar el propio Bernal en el capítulo CCX— al año 1568 para dar por finalizado el

traslado. Antes, del año 1558, tenemos constancia de dos cartas autógrafas más, dirigidas,

respectivamente, a Las Casas y a Felipe II.10 La segunda, redactada en términos parecidos a

la que en su día enviara al Emperador, pero dando noticia de su origen y condición de viejo

conquistador. 11 Aun nos ha llegado otra carta más, la cuarta, dirigida a Felipe II, en 1567,

en contra del licenciado Landecho, a favor del licenciado Briceño.12

Al mismo tiempo que las cartas, Bernal está pergeñando aquel “memorial de guerras”, que

ya tendría un tono parecido al de los primeros capítulos de la Historia verdadera

9
AGI, Probanza de 1563, f. 107r: Patronato 86, núm. 6, r. 1. cf. Barbón 2005:II,815-1064, que trae todos los
documentos de Bernal y su familia. Ramírez Cabañas 1939/1950:II, 433 transcribe el documento.
10
AGI, documentos escogidos. Leg. 1 doc. 55; también puede leerse en Explicación de documentos para la
historia de España, LXX (1879), pp. 595-598; complétese con Barbón 2005:II,28.
11
Archivo Histórico Nacional, Cartas de Indias, 154; también en Cartas de Indias, p. 45.
12
En Ramírez Cabañas 1939/50: II, 441.
45
(aproximadamente, hasta el XVII), que debieron de sufrir pocas modificaciones respecto de

aquella redacción. Se planteará ser un cronista aficionado cuando lea a Francisco López de

Gómara, en cuya La conquista de México (Zaragoza, 1552; reeditada en Medina del

Campo, 1553, 1554, 1555), escrita para glorificar a Cortés, apenas habla del resto de

soldados El afán por desmentir al cronista profesional le animó a transformar el bosquejo

de memorial en la Historia verdadera, como nos da cuenta, explícitamente, en el capítulo

XVIII. Bernal vuelve a leer y “a mirar muy bien” la crónica de Gómara, porque tendrá en

cuenta su ordinatio, estructura y capitulación para la suya. En respuesta al conquense se

decide a ser cronista, pero armado con la “retórica de la verdad”.

La estrategia narrativa que se plantea para lograr estos objetivos es la de relatar

pormenorizadamente todo lo evocado. Al exredactor de probanzas Bernal Díaz le parece

evidente que, para alcanzar una parte o todos sus propósitos (legales, morales y

retóricoliterarios), la alternativa es la de narrar etapas o episodios olvidados, postergados o

aparentemente irrelevantes, o enfatizar los oscuros, marginales, prosaicos o grotescos. El

otro gran foco de atención para nuestro cronista serán los amigos tlaxcaltecas, Moctezuma

y los mexicanos. Bernal alargará su crónica casi otros cincuenta prolijos capítulos, y

básicamente la centrará, a partir de este momento, en los avatares legales en torno al reparto

del botín, extensión de la conquista (hasta la fundación de Mérida, en 1542), relaciones con

España y con los frailes evangelizadores, etc. A ello le mueve no sólo el despecho del que

se siente postergado, sino también la emoción de revivir los hechos que dieron sentido a su

vida.

46
El testimonio base de la edición

Resultado de todas estas modificaciones, enmiendas y otras intervenciones es el ms. G,

texto base de mi edición,13 que constaba en un principio de 299 folios (29’50 x 43 cm) y en

el lomo figuraba la inscripción “BERNAL DIAS / HISTORIA ORIGINAL / DE LA

CONQUISTA / DE MEXICO / Y GUATEMALA” ; fue restaurado en 1951 en la

Biblioteca del Congreso de Washington y en la actualidad consta de 287 folios, al final de

los cuales (antiguo folio 299) aparece la firma de Bernal Díaz.14 La primera noticia que

permite datar aproximadamente la redacción del G nos la ofrece el citado Alonso de Zorita,

en cuya lista de autores “que han escrito historias de Indias o tratado algo dellas” cita a

Bernal. Habida cuenta de que Zorita ocupó el cargo de oidor en Guatemala entre 1553 y

1557, hemos de suponer que nuestro cronista estaba redactando el citado “memorial” en

estas fechas o un poco antes. La segunda fecha de referencia del memorial es la también

citada del 9 de julio de 1563. Ya había concluido el “memorial” y decide citarlo; no así seis

años antes, en 1557, cuando en similares circunstancias no lo menciona.15 El cronista nos

ofrece otra fecha en el capítulo CCX de su Historia: nos dice allí que en 1568 está

“trasladando esta relación”, o sea, que estaba redactando el original autógrafo de acuerdo

con el reglamento forense. 16 Concluida y enviada la traslación de 1568, Bernal añade

folios: desde el 289r hasta el 296r: son los caps. CCXIII-CCXIV, que no figuran en la

13
En otros dos testimonios se podía leer la obra de Bernal Díaz: el utilizado por fray Alonso Remón para la
edición princeps de Madrid, 1632, M, y la copia, póstuma, de G que hizo Francisco Díaz del Castillo, hijo de
nuestro cronista, habitualmente designado ms. Alegría, A, cuya subrepticia aparición considera muy oscura
Duverger 2013a:36..
14
Véase Barrow 1952:14.
15
AGI, I, probanza de 1557, fols. 52-58.
16
Véase simplemente García-Gallo 1972:123-286, o Pupo-Walker 1992:84-90.
47
edición impresa (M), por haber sido remitido anteriormente (véase abajo), y sí, claro, en G.

Los destina a narrar los últimos acontecimientos de la Nueva España, desde Nicaragua a

California, a justificar el herraje de los indios, a enumerar los “gobernadores que ha

habido”. Aquella copia es la que presta a los “dos licenciados” citados en el capítulo CCXII

y la que vio el padre Vázquez en 1714, quien desconocía que la copia enviada a Madrid era

igual que la que él manejaba, pero al ver que esta estaba tan plagada de enmiendas, creyó

que era el borrador de aquella.17 Hasta el siglo XX no se imprimió una edición a partir de

G: la de Genaro García, de 1904, pero contiene muchos errores, erratas y omisiones

textuales en casi en todas las páginas transcritas.18

El envío a España

A despecho de lo dicho arriba sobre un posible envío previo, el primer envío documentado
de la crónica bernaldiana fue en 1575, según consta por carta que dirigió al rey el
licenciado Pedro de Villalobos, presidente de la Audiencia ya reinstalada en Guatemala,
cuando remite por encargo de la viuda de Bernal, Teresa Becerra, un apógrafo de este
manuscrito al Consejo de Indias, donde se asienta que remite una Historia de la Nueva
España que nos dio un conquistador de aquella tierra.19 La correspondiente minuta en que
se hace un resumen de la carta de Villalobos dice a su vez:

17
Asegura fray Francisco Vázquez: 1937:I, 23, que “hube a las manos, por todo el tiempo que hube menester,
el original del muy noble caballero y escritor ingenuo Bernal Díaz del Castillo, de donde se sacó el traslado,
que se remitió a España y se imprimió después ... que ya era muerto el autor”.
18
Ya lo observó inteligentemente Barbón 1985:2-4, que trae algunos ejemplos significativos; Flores 2003
abunda en los silencios del medinense.
19
El comunicado de Villalobos lleva fecha de 15 de marzo de 1575 (cf. AGI, “Guatemala”); el poder otorgado
por Teresa Becerra se halla en el Archivo General de Centro América, Guatemala (AGCA), A1 20 424 9 189.
El acuse de recibo de la Corte está fechado en Aranjuez, a 25 de mayo de 1576; no lo he podido ver, pero sí
Sáenz de Santamaría 1984:XX, quien, además, aduce los testimonios de Rodríguez Cabrillo y Diego Muñoz
Camargo (ibidem).
48
un conquistador de los primeros de la Nueva España le dio una historia que envía y la
tienen por verdadera como testigo de vista, y las demás son por relaciones (Archivo General
de Centroamérica, Guatemala 10. R. 2 nº 22 a)
con el consiguiente acuse de recibo.20

También contamos con un poder otorgado por Teresa Becerra, viuda de Bernal, para
reclamar la copia enviada a España, fechado en 1586; abajo transcribo algún fragmento.
Con todo, aún tendrían que pasar cuarenta y ocho años después de su muerte (3-II-1584)
para que saliese a la luz en Madrid (1632) la primera edición de su crónica. Y no salió por
sus méritos en la armas o en las letras, sino porque un compañero de orden de fray
Bartolomé de Olmedo, que acompañó a Bernal y a Cortés, el también mercedario fray
Alonso Remón, quiso inmortalizarle y, con él, a los escasos mercedarios (en comparación
con los franciscanos, dominicos y, posteriormente, jesuitas) que participaron en la conquista
y evangelización de América.
Testigos de la crónica de Bernal

Para responder a la pregunta de Duverger “¿con qué documentos podemos contar?”


(2013a:29), cito algunos testigos de vista o de leída que dan cuenta de la labor literaria de
Bernal y de su condición de cronista: hasta siete testigos, directos o indirectos. Se trata de
un oidor; un cronista mestizo (Muñoz Camargo); varios cronistas españoles: el cronista
mayor de Indias (desde 1596) Antonio de Herrera, Juan de Torquemada, Bartolomé
Leonardo de Argensola, el mercedario editor de la príncipe Alonso Remón y el capitán
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán.21 En primer lugar, Alonso de Zorita, que ocupó el
cargo de oidor en Guatemala entre 1553 y 1557, la leyó, porque recuerda que

Bernal Díaz del Castillo, vecino de Guatemala, donde tiene un buen repartimiento y fue
conquistador en aquella tierra y en Nueva España y en Guacacinalco, me dijo, estando yo
por oidor en la Real Audiencia de los Confines, que reside en la ciudad de Santiago de

20
la Historia de la Nueva España que nos enviastes y decís que os dio un conquistador de aquella tierra se ha
recibido y se verá en el nuestro Consejo de Indias. De Aranjuez, a XXI de mayo de mil e quinientos y setenta
y seis años. Yo el Rey. Por mandado de Su Majestad, Antonio de Eraso.
21
De muchos de estos testimonios se hace eco don Miguel León-Portilla 2013 al señalar que Duverger
“contradice también lo expresado por dos bien conocidos autores del mismo siglo XVI”; tiene la gentileza de
citarme y se lo agradezco.
49
Guatimala, que escribía la historia de aquella tierra y me mostró parte de lo que tenía
escrito; no sé si la acabó ni si ha salido a luz.22
Como he señalado, también menciona a Bernal el cronista Diego Muñoz Camargo en su

Historia de Tlaxcala (redactada hacia 1590), a propósito de hablar de doña Marina, la

Malinche. Lo recuerda Duverger (2013a:31), pero para apostillar en seguida que “resulta

verosímil que haya tenido conocimiento del manuscrito de Bernal en España, donde residió

alrededor de 1585”. No sé cómo se enteraría, porque, ya en España, el manuscrito de

Bernal dormía el sueño de los justos en algún anaquel, hasta que lo editó el padre Remón en

1632, pero para dar notoriedad a un compañero mercedario, el padre Olmedo, que

acompañó a Cortés, no para realzar la figura del soldado raso Bernal Díaz. Como también

se encarga de confirmar Duverger (2013a:31), “fue con Herrera como Díaz del Castillo

salió de la sombra”, de modo que mal pudo leerlo Muñoz Camargo. En efecto, Antonio de

Herrera y Tordesillas asume el puesto cronista en1596 y acomete la labor de redactar una

historia general compilando crónicas particulares. Cita y nombra varias veces a Bernal

Díaz; en primer lugar para señalar que fue en el primer viaje, con Hernández de Córdoba,

en 1517.23 También le sigue muy literalmente para redactar la segunda expedición, la de

Grijalva, en 1518, y tiene muy en cuenta capítulos enteros.24

22
“Catálogo de los autores que han escrito historias de Indias o tratado algo dellas”, p. 112. Ya lo traía
Iglesia 1935:142 y, entre muchos otros, el propio Duverger 2013b:31.
23
Bernal Díaz, natural de Medina del Campo, que se halló en esta jornada y en las otras que se hicieron
después (Historia general de los hechos de los castellanos, II, 18, p. 64)
24
Baste ver Bosch García 1945:145-202, donde trae cómo Bernal es una fuente casi indispensable para
Herrera.
50
El cuarto gran testimonio, el franciscano Juan de Torquemada, en su Monarquía indiana

cita tres veces al de Medina. 25 Difícilmente pudo haberlo visto, porque en el prólogo

general afirma que “no he salido de esta provincia del Santo Evangelio”. Bartolomé

Leonardo de Argensola, cronista eventual, tuvo en cuenta a Bernal para su Primera parte

de los anales de Aragón, donde le cita varias veces, tomando pasajes completos de su obra

y muchas referencias concretas. Pero ni que decir tiene que el testimonio más completo es

el del editor Alonso Remón, como hemos visto arriba. No puedo dejar de citar a don

Antonio Solís, que sucedió a Ovando en el cargo de cronista oficial, que publicó una

Historia de la conquista de México en 1684, sirviéndose, principalmente, de la de Bernal, a

quien cita tras Gómara, Herrera y Argensola.

No se mete en esas honduras el capitán Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán,

descendiente de Bernal y en cuya Historia de Guatemala o Recordación Florida (1690)

señala la existencia de dos manuscritos, el llamado “borrador original” y el “traslado en

limpio”

un traslado en limpio que se sacó, por el que se envió a España para la primera impresión,
para remitir duplicado, que, no habiendo ido, conservan los hijos de doña María del
Castillo, mis deudos, autorizado por la firma del doctor don Ambrosio del Castillo, su nieto,
deán que fue de esta santa iglesia catedral primitiva de Goathemala (Recordación Florida,
I, p. 87).26

25
Señalando que “yo vi y conocí en la Ciudad de Guatemala al dicho Bernar Díaz ya en su última vejez, y era
hombre de todo crédito”. (Monarquía indiana, I, iv, 4, p. 351)
26
Tras varias desconcertantes pruebas “ex contrario” sobre la lectura de Jovio e Illescas (de los que Bernal
sólo afirma la existencia, no que los leyese), Duverger (2013a:93) ironiza sobre el particular: “dice [Fuentes y
Guzmán] que la edición de Díaz del Castillo preparada por Remón y fechada en 1632 llegó a Guatemala en
1675. ¡Habrá llevado 43 años para que la Historia verdadera impresa atraviese el Atlántico!”
51
El traslado sería el testimonio A, o sea, el apógrafo que se anuncia al final de G, que se

“acabó de sacar el 14 de noviembre de 1605 años” bajo la supervisión de Francisco Díaz

del Castillo, padre de Ambrosio e hijo de Bernal.

Pero todo esto no le sirve a Duveger; tiene una intuición y quiere demostrarla como sea:

negando valor a los testimonios directos y documentales; negándole a Bernal la

alfabetización (Duverger 2013a:116-117); incluso acusando incluso al padre Remón de

“cómplice de ese escamoteo” (Ibidem, p. 34) de la copia del manuscrito enviada a España,

se refiere.27

Otros documentos de Bernal

La primera noticia documentada de Bernal Díaz es del 7 de septiembre de 1539,28 en su


probanza de méritos y servicios, inserta en la de Pedro del Castillo Becerra:29

Muy poderoso señor: Pedro del Castillo Becerra, vuestro contador y oficial de vuestra real
hacienda destas provincias, digo que en el oficio de García de Escobar, vuestro escribano de
cámara desta Real Audiencia, están las informaciones públicas y otros recaudos,
certificaciones y testimonios de los méritos y servicios de Bernal Díaz del Castillo, mi
padre, y del capitán Bartolomé Becerra, mi abuelo materno, y de Francisco del Valle
Marroquín, abuelo paterno de doña Jacoba Ruiz del Corral, mi mujer. (fol. 1r) […] En
cumplimiento de lo cual, yo, García de Escobar, escribano de cámara más antiguo de la
dicha Real Audiencia e mayor de la gobernación en su distrito, hice sacar un tanto de las
probanzas públicas que en el dicho pedimiento se hace minción del dicho Bernal Díaz del

27
Un buen resumen en Delgado 2009 y Leonetti 2011, 45-114, que coinciden en casi todo conmigo: Serés
1991 y 2011.
28
A despecho de lo que pueda aportar Martínez Martínez 2013, “hasta la fecha la primera referencia con la
que contamos sobre Bernal es de 1519… Su nombre y elegante rúbrica figuran en la petición que la
comunidad, a través de su procurador, presentó en el cabildo de la Villa Rica el 20 de junio de 1519 (así lo
documentamos en Veracruz 1519. Los hombres de Cortés, de próxima aparición) Para tranquilidad de
Duverger estamos ante un documento original”. También lo cita Martínez Baracs 2013, señalando “que
incluye su firma, publicada en 2005 en la revista Historias”.
29
AGI, Pa. 55, nº 6, R. 2: “Méritos y servicios de Bernal Díaz” que contiene además una carta del mismo
Hernán Cortés recomendando sus méritos, del 7 de febrero de ese año (folio 12) (fols. 1r-31r). AGI, Pa. 86,
nº 3, r. 3 [1613] Información secreta de los méritos del contador Pedro del Castillo. Puede verse entera en
Barbón 2005, II: 859-874.
52
Castillo y Bartolomé Becerra, y otro recaudos, certificaciones y testimonios, que su tenor
dello es como se sigue”; puede leerse completa en Barbón 2005,II: 815-856).
Cédula Real dirigida a don Pedro de Alvarado. Adelantado don Pedro de Alvarado, nuestro
gobernador de la provincia de Guatemala… Por parte de Bernal Díaz, vecino de la villa del
Espíritu Sancto, me ha sido fecha relación que él es uno de los primeros conquistadores de
la Nueva España… (fol 1v.)
En la villa de Madrid, a quince días del mes de abril de mil e quinientos e cuarenta años,
vistas estas peticiones y escripturas por los señores del Consejo de Indias de Su Majestad,
dijeron que dabían mandar y mandaron que se dé su cédula de Su Majestad para el virrey de
la Nueva España que se informe de la calidad e cantidad de los pueblos que al dicho Bernal
Díaz le fueron dados e tuvo e poseyó e le fueron quitados…” (fol. 2v)
AGI, Pa. 85, nº 1, r. 1 [1608] Información de los méritos y servicios de Bernal Díaz del
Castillo, uno de los primeros conquistadores de Nueva España, quien escribió la historia de
dicha conquista.30
Más adelante figura el testimonio de Francisco Hernández de Illescas, vecino de Santiago

de Guatemala:

De la segunda pregunta dijo que este testigo sabe que el dicho Bernal (fol 6r) Díaz del
Castillo, padre del dicho Francisco Díaz del Castillo, fue uno de los primeros
conquistadores y descubridores de la Nueva España, porque este testigo oyó decir, habrá
más tiempo de sesenta años que fue recién conquistada esta tierra […] que el dicho Bernal
Díaz del Castillo había sido uno de los primeros conquistadores de la dicha Nueva España y
que la había entrado a conquistar con el marqués del Valle, Hernando Cortés [… ] y que,
después de conquistada y pacificada la dicha Nueva España, el dicho Bernal Díaz del
Castillo fue con los demás conquistadores a conquistar la costa de Tutepeque y
Guazacualco hasta que la dejaron pacífica y ganada en nombre de Su Majestad (fols. 5v-6r)

En el fol. 31v empieza la de Francisco Díaz del Castillo. Es una probanza a la que alude

una y otra vez Duverger (2013a:46) para señalar que es “una copia integrada en un

documento de 1579”, aunque luego cante una supuesta palinodia: “podemos pensar que ese

documento encierra un parte de verdad, puesto que contiene varias incongruencias que no

estarían ahí si fuera una falsificación integral” (Duverger 2013a:62).31

30
Barbón 2005, II:893-924.
31
Lo explica muy bien Townsend: “en 1539 Díaz formalizó una solicitud en la ciudad de México. Quería que
se le reconociera la condición de “primer conquistador”. Juan Jaramillo, uno de los lugartenientes de Cortés,
fue el juez encargado del caso. Esto le hace pensar a Duverger que Díaz no pudo haber sido parte de la
53
Más abajo (p. 67) Duverger se refiere a una probanza de méritos de la hija de Alvarado,

fechada esta vez el 9 de diciembre de 1569, restándole la importancia que en realidad tiene:
32

El dicho Bernal Díaz del Castillo… a la primera pregunta dijo que conoce a la dicha doña
Leonor de Alvarado, […] porque este testigo fue con el dicho marqués al tiempo que fue
a la dicha conquista, y que se halló siempre en ella y que por esto conoce a los en la
pregunta contenidos” (Probanza de los méritos y servicios del adelantado don Pedro de
Alvarado (6-IV-1556) (AGI, Pa. 86, nº 6, R. 1, fols. 102r-108r, fol. 102v, negrita mía)
En otra probanza del mismo documento insiste:

El dicho escribano presentó por testigo a Bernal Díaz del Castillo, vecino y regidor desta
ciudad, […] de lo cual este testigo, como testigo de vista y que se halló en conquista y
descubrimiento de la Nueva España y otras partes, dos veces antes de que el dicho don
Hernando Cortés, tiene escrita una corónica y relación a la cual también se remite.
(Probanza de don Francisco de la Cueva, de los servicios del adelantado don Pedro de
Alvarado, su suegro (fols. 190-224). La declaración de Bernal, de 9-XII-1569, en los fols.
215v-224v, 216r-218v, negrita mía)
Y, más adelante, en el mismo documento:
Y sabe este testigo que el dicho Pedro de Alvarado con su gente fue el primero capitán que
dio vista a México por la calzada de Tacuba con mucho riesgo y perdiendo seis españoles y
quedaron muchos heridos. Lo cual sabe este testigo por lo haber visto y se hallar en
compañía del dicho don Pedro de Alvarado a todo lo que dicho es, y salir de las dichas
batallas y reencuentros herido. Y esto responde a esta pregunta, y se remite a lo que más
largamente tiene escrito en la dicha su corónica y relación. (fols. 219r-v).
El autor francés denuncia la interpretación equivocada de este texto por parte de la crítica,

asegurando que si Bernal dice que tiene una crónica escrita nos comunica simplemente que

conquista, pues de haberlo sido Jaramilllo lo habría sabido. No entiende que a Díaz, un plebeyo sin riquezas o
conexiones, no se le había asignado una encomienda. Se había marchado a Coatzacoalcos y a Chiapas en
busca de una, pero esas regiones seguían sumidas en el caos. Ahora que estaba de vuelta en la ciudad de
México buscando el título de “primer conquistador” y el derecho que le acompañaba para pedir una
encomienda en una zona más deseable, Jaramillo no estaba muy dispuesto de juzgar a su favor pues ya no
quedaban más encomiendas que distribuir. Así que Díaz terminó por irse a Guatemala (Townsend 2013)
32
Duverger “se escandaliza de cómo los historiadores aceptaron con pasividad la falta de datos sobre los
orígenes de Díaz en España. Al parecer no se da cuenta de que es casi imposible rastrear la ascendencia de los
plebeyos en este periodo. […] En los primeros años los españoles pusieron las energías en controlar el centro
de México. En medio del caos muy pocos registros fueron asentados, y aún menos quedaron preservados”
(Townsend 2013).
54
es depositario de un manuscrito, pero “nos vemos obligados a evidenciar, en la base de

elementos lingüísticos, la falta de concreción y fundamento de la afirmación del estudioso

francés. Es evidente que si Bernal declara que tiene escrita una “corónica y relación”, esto

quiere decir que lo que posee es un documento escrito por él. Es más, si en esta probanza

Bernal necesita remitir a un escrito que refuerce su testimonio, ¿cuál sería la utilidad de

mencionar una obra en la que, según lo que afirma Duverger, nunca aparece su nombre?”

(Leonetti 2013).

También se puede traer para la probanza de méritos de Bernal, de 1579, el testimonio de

Juan Rodríguez Cabrillo de Medrano, vecino de Guatemala:

El dicho Bernal Díaz del Castillo fue uno de los primeros conquistadores y descubridores
que vinieron a la Nueva España y provincia de Yucatán en compañía del capitán Francisco
Fernández de Córdoba y después con Joan de Grijalva, y vueltos estos a la isla de Cuba,
volvió tercera vez… con don Hernando Cortés…, y por una corónica que el dicho Bernal
Díaz del Castillo ha escripto y compuesto de la conquista de toda la Nueva España, que se
envió a Su Majestad el rey don Felipe, nuestro señor, la cual este testigo ha visto y leído
(AGI, Pa. 55, nº 6, R. 2, fol. 36 v)
Tampoco este testimonio le sirve al pertinaz antropólogo, porque, “¡y Bernal Díaz del

Castillo por primera vez se ha vuelto el autor de la Historia verdadera! Ciertamente a

regañadientes. Pero la edad avanzada ya no deja lugar a tergiversaciones y Francisco, su

hijo [e instigador de la probanza], se ha lanzado a la creación del mito. Esta historia

fabricada de un Díaz del Castillo cronista es la que se convierte entonces en la vulgata en

Guatemala” (2013a:69). Obviamente, desechará especialmente el testimonio de la viuda,

Teresa Becerra, que en 1586 le otorga un poder a un pariente, Álvaro de Lugo, para que

recupere la copia enviada a España; en concreto, para que:

Reciba y cobre poder de cualesquier personas y doquier que estuviere, una historia y
crónica que el dicho Bernal Díaz del Castillo, mi marido, hizo y ordenó, escrita de mano,

55
del descubrimiento, conquista y pacificación de toda la Nueva España, como conquistador y
persona que se halló a ello presente. […] Y cobrada y recibida, pida y suplique se me haga
merced a mí y a los dichos mis hijos, como sucesores del dicho Bernal Díaz, de la emprenta
de la dicha crónica por el tiempo que Su Majestad fuese servido, en el cual otro ninguno la
pueda imprimir ni vender, y pida otras cualesquier mercedes que Su Majestad sea servido
de nos hacer por el trabajo, costa y ocupación que el dicho Bernal Díaz tuvo en ordenar y
sacar en limpio la dicha historia (Archivo General de Centroamérica, A 1.20, Leg. 424, fols.
31r-v).33
Duverger interpreta abusivamente la literalidad del texto, señalando que “se dice que al

crónica es escrita de mano, y no de su puño y letra. Díaz ordenó la crónica, lo que deja

entender que no la redactó, sino que la recopiló” (2013a:69, cursiva suya). Obvia el

indefinido “hizo”, previo a “ordenó”, que, además, interpreta a su modo, pues una ordinatio

no era una mera recopilación. Yo interpreto que la redactó (“hizo”) y capituló y estructuró

(“ordenó”), seguramente a la vista de las ordinationes de las de Gómara y Las Casas, como

arriba he señalado, parafraseando fragmentos de la introducción a mi edición. No voy a

comentar la “sutil” diferencia entre “escrita de mano” y “de su puño y letra”, porque

bastaría indicar que Bernal había perdido mucha vista y dictaba, como se puede ver por los

diferentes tipos de letra de las glosas marginales e interlineales de G.

Aparte los citados más arriba y abajo, se encuentran bastantes cédulas regias en que se cita

a nuestro encomendero y autor.34

33
Luján 1992.
34
Orden a don Pedro de Alvarado de 19 de junio de 1540, Madrid, pidiéndole informa de los pueblos que se
le habían quitado a Bernal Díaz y se le compense con otros “tales y tan buenos” (AGI, Guatemala, 393, libro
II, f. 215v).
Orden al virrey don Antonio de Mendoza de 2 de julio de 1540, Madrid, para que otorgue a Bernal un
corregimiento en la Nueva España cerca de su casa. Se incorpora a la anterior, dirigida al licenciado Cerrato.
Orden a don Antonio de Mendoza de 3 de julio de 1540, Madrid, para que cumpla la precedente en caso de
que la incumpla el gobernador de Guatemala, “de manera que el dicho Bernal Díaz no reciba agravio en la
dilación” (AGI, loc. cit.); también se incorpora a la primera cédula.
56
La cultura de Bernal Díaz

Duverger (2013a:116) señala una y otra vez que Bernal es analfabeto, pues, según sus

cálculos, de “los 550 compañeros de conquista de Cortés, alcanzamos una cifra de entre

cinco y diez personas alfabetizadas… Todo apunta a pensar que Bernal Díaz del Castillo

nunca escribió nada, ya que nunca supo escribir. En todo caso, no lo suficiente como para

componer la Historia verdadera”. La principal base para esta suposición, con todo, son las

distintas y cambiantes firmas de Bernal. 35 El mismo Hugh Thomas asegura haber

“examinado individualmente las declaraciones de servicios y méritos de varios cientos de

esos hombres y la mayoría de ellos podían leer y escribir. Los que eran analfabetos estaban

debidamente identificados como tales”. Además se conservan aquellas cartas firmadas por

Orden al licenciado Cerrato de 1 de diciembre de 1550, Valladolid, para que cumpla la cédula de 1540 (AGI,
Guatemala, 393, libro III, f. 201r).
Licencia para de 24 de enero de 1551, Valladolid, para pasar a Guatemala “tres asnos garañones” (AGI, loc.
cit., fol. 205v)
Orden a la Audiencia de Guatemala de 24 de enero de 1551, Valladolid, para que se favorezca a quien case
con la hija de Bernal Díaz (AGI, loc. cit., fol. 205r)
Orden a la Audiencia de Guatemala de 24 de enero de 1551, Valladolid, para que se provea de corregimientos
a quien se casase con aquella hija de Bernal (AGI, loc. cit., fol. 205r)
Orden a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla de 24 de enero de 1551, Valladolid, para que no se
cobren derechos de almojarifazgo a Bernal Díaz de “todo lo que llevare a Guatemala” (AGI, loc. cit., fol.
206r)
Recomendación al licenciado Cerrato de 31 de enero de 1551, Valladolid, para que ayude a Bernal Díaz “en
las cosas de nuestro servicio, conforme a la calidad de su persona” (AGI, loc. cit., fol. 206v)
Licencia de 28 de febrero de 1551, Valladolid, para que Bernal Díaz y sus dos criados puedan portar armas
ofensivas y defensivas, siempre que no “ofenderán con ellas a persona alguna” (AGI, loc. cit., fol. 209r)
Recomendación al licenciado Cerrato de 28 de febrero de 1551, Valladolid, de que dé un cargo a Bernal Díaz,
que demostró su experiencia y buen comportamiento cuando le nombró visitador de Guazacualco y Tabasco
el obispo Ramírez de Fuenleal (AGI, loc. cit., fol. 210r)
Licencia de 20 de abril de 115, Cigales, para que pase tres asnos garañones más sin pagar impuestos (AGI,
loc. cit., fol. 215r)
Orden al licenciado Cerrato de 13 de junio de 1551, Augsburgo, donde se recomienda a Bernal Díaz y se
exige el cumplimiento de la cédula de 1540. Se adjuntará a la información de servicios de 1539.
35
“Pero Bernal Díaz era un viejo cuando empezó a escribir, a menudo enfermo y en ocasiones alguien –su
hijo Francisco, por ejemplo– pudo haber firmado por él. Sabemos que lo hizo en al menos una ocasión”
(Thomas 2013); baste ver Sáenz de Santamaría 1959, 1966/82.
57
Bernal Díaz, cuya funcional redacción responde al fin por el que fueron escritas: denunciar

los abusos de algunas autoridades, sin florituras retóricas; lo que no se contradice con que

desde las “soledades selváticas” de Guatemala no hubiese podido leer también las Cartas

de Relación del propio Cortés.

Las complementarias afirmaciones sobre la escasa cultura de Bernal se pueden contradecir

fácilmente, porque no es preciso conocer demasiada historia sagrada para saber que José

fue vendido por sus hermanos, ni mucha historia romana para saber que César cruzó el

Rubicón. Asimismo, para conocer la destrucción de Jerusalén por Tito, cuya analogía con la

de México tanto asombra a Duverger (2013a:99), basta saber que no era condición

necesaria haber leído a Flavio Josefo (De bello judaico), sino “una apócrifa La destrucción

de Jerusalén, una obrilla supuestamente escrita en 29 capítulos por Jafel por orden de Jacob

y José de Arimatea. A ella se refiere Bernal Díaz al confesar: ‘yo he leído la destrucción de

Jerusalén” (Gil 2012: LVIII). “Tampoco es necesario haber leído el Libro de las Crónicas

para saber que los nombres de Tarsis, Ofir y Saba resonaban en los oídos de los

conquistadores como sinónimos de riqueza” (Rodilla 2013).36 Por no citar algo tan obvio

que “El hijo de un regidor en Medina del Campo a principios del siglo XVI habría tenido

muchas oportunidades de convertirse en un hombre bien leído. Pertenecía a la generación

inmediatamente posterior a la invención de la imprenta, que hizo posible la lectura para el

público general. Bernal Díaz fue también regidor en sus últimos años en Santiago de

36
Que sigue diciendo con razón “¿Acaso no confundió Colón en 1494 Veragua con Ofir, donde se creía que
estaban las minas del rey Salomón? ¿Y por qué no pensar también que Bernal es un atento oidor de las
arengas de Cortés?”. En general, Barbón 1974.
58
Guatemala. No creo que haya habido muchos regidores analfabetos, ni siquiera en América

Central, incluso en el siglo XVI” (Thomas 2013), máxime cuando su padre, el regidor,

compartía el cargo en el ayuntamiento de Medina con Garci Rodríguez de Montalvo,

refundidor del Amadís. Una obra con la que comparte también algunos rasgos estilísticos.

No olvidemos, en fin, que muchos dicta y facta de la Antigüedad grecolatina son moneda

corriente.37

Casi a renglón seguido, Duverger (2013a:101) se espanta de que el supuestamente inculto

Bernal “cite al emperador Augusto, al que llama Octaviano, cita a Pompeyo en tres

ocasiones, a Escipión en dos. Evoca a Aníbal, a los cartagineses”. Bernal los cita juntos:

Hágole saber que otro más venturoso hombre en el mundo no habido que Cortés, y tiene
tales capitanes y soldados que se podían nombrar tan en ventura cada uno, en lo que tuvo
entre manos, como Taviano; y en el vencer, como Julio César; y en el trabajar y ser en las
batallas, más que Anibal. (cap. CLXII, P. 741)

Pero le bastaba haber oído los celebérrimos versos de Jorge Manrique:

En ventura, Octaviano;
Julio César, en vencer
y batallar;
en la virtud, Africano;
Anibal, en el saber
y trabajar.38
(Coplas a la muerte de su padre, XXVII, vv. 313-318)

37
“No necesitamos imaginarnos a Bernal sacando de su mochila ‘los Comentarios de Julio César o las Vidas
paralelas de Plutarco para leerlos a la luz de una veladora’ (p. 107), porque su pretendida erudición no es tal,
no tiene por qué conocer esas obras, los pasajes citados por Duverger son ecos de la divulgación, son tópicos,
son perlas de sabiduría popular, en resumen, una cultura libresca” (Rodilla 2013)
38
Me alegro de haber encontrado la misma fuente (ya la señalaba en mi edición, loc. cit.) que el admirado
Juan Gil (2012:LIX).
59
Y ya no entraré a discutir que Duverger (2013a:101) considere con retranca que la grafía

Alexandre indique procedencia culta o francesa (“¡Que Bernal utilice la ortografía

‘Alexandre’ presupone que ha tenido conocimiento de ese cantar de gesta francés! ¡Qué

sorpresa el ver a nuestro guatemalteco apasionado por la cultura francesa!”), cuando desde

el siglo XIII ya figuraba en el Libro de Alexandre y en tantísimos romances sobre el

macedonio. A renglón seguido insiste en que “después de la Noche Triste, pone en efecto

en boca de Cortés la siguiente exclamación: ‘Denos Dios ventura en armas, como al paladín

Roldán”, como si Roldán no fuese un notorio héroe de romancero.39 No parece entenderlo

así Duverger (2013a:105), pues señala un escena de la Noche triste: un soldado “bachiller”

cita ante Cortés los primeros versos de un romance: “Mira Nero de Tarpeya / a Roma cómo

se ardía...”; lo trae a colación para “dudar que sea común para todos” y, así, denunciar la

impostura de Bernal, que, según él, por su “rústica candidez de encomendero

guatemalteco” no podía atesorar “esos brillantes ejercicios de estilo”. Cualquiera que

conozca el romancero viejo sabe de su amplia difusión (recitado, cantado, en pliegos

sueltos, en romanceros generales o particulares, en piezas teatrales, etc. 40) por todas las

capas sociales y estamentos culturales; a pesar de todo, afirma rotundamente que “estamos

muy lejos de la cultura popular”. Al revés de lo que dice Duverger, estamos en plena

39
“Y Bernal tampoco necesitaba conocer la Chanson de Roland por haber dicho que Cortés exclamó en la
Noche triste “Denos Dios ventura en armas, como al paladín Roldán”, porque pertenece a un romance
carolingio muy divulgado y que conocían los conquistadores” (Rodilla). Para todas estas referencias literarias,
véase simplemente Menéndez Pidal 1940; también pueden verse Simmons 1976, Valenciano 1992, H.
Thomas 1994:209-210, o Chicote 2003; en general, Aurelio González 2003.
40
Me sumo a las palabras de Blanco 2013: “me limitaré a citar a dos estudiosos que comentan, en sus
ediciones del Quijote, los versos de ese poema ‘neroniano’: para Martín de Riquer, es ‘un muy conocido
romance’ (anotación del capítulo 44 de la segunda parte del Quijote)”
60
cultura popular. Cuando, por otra parte, cita las palabras de Bernal: “dijeron algunos

soldados de los que fueron en su compañía que quiso remedar a Ulises” (Duverger

2013a:102), para desmentir que haya leído a Homero, es fácil argumentar que no precisaba

haber leído la Odisea para conocer las aventuras de Ulises, porque sumas de historia

troyana y romances de Ulises y Penélope los había de sobra. Análogamente, para referirse,

hiperbólica y satíricamente, a la casa que se estaba haciendo Cortés como laberinto de

Creta, “y de tantos patios como suelen decir el laberinto de Creta” (cap. CLXII; Duverger,

ibidem), no necesitaba conocer mitología griega ni arquitectura micénica: es cultura oral,

moneda corriente; como él mismo dice: “según dicen y se cuentan de sus historias”.41 Por

otra parte, lo llama “laborintio” (p. 740 de mi edición).

Queda aún pendiente otro asunto no menor: el de la impresión, llegada y circulación del

libro por la Nueva España.42 Porque a pesar de lo indicado por Duverger, la crónica de

López de Gómara sí pudo haber llegado a manos de Bernal, como llegaban como “libros de

misa” o muchas novelas de caballerías:

En 1531 se prohíbe formalmente pasar a América novelas de caballerías y otras novelas de


entretenimiento consideradas nocivas para los indios así como todo tipo de libros que
fomentaran la apertura a un pensamiento crítico y libre. Es sin embargo preciso preguntarse
el alcance de este decreto pues, según los estudiosos Irving A. Leonard, José Torres
Revello, Guillermo Furlong y Antonio Cornejo Polar, pese a las restricciones legales, la
América colonial tuvo un excelente mercado bibliográfico con un repertorio amplio,
variado y novedoso. Los documentos que prueban el tráfico fluido de impresos que hubo
entre España y los dominios de ultramar han llevado a que el tópico del retraso cultural de
América haya quedado en los últimos estudios sustancialmente modificado” (Serna 2012)

41
“Se trata de historias orales de gran divulgación, no de ‘pepitas de erudición’, como dice Duverger, que
tendría que poseer nuestro autor” (Rodilla 2013).
42
Además de los clásicos trabajos de Torre Revello 1940, Friede 1959, Millares Carlo 1970 y Fernández del
Castillo 1982, véanse también Castañeda 2001, Lafaye 2002 o Rueda 2005.
61
Lo mismo cabe decir de la obra de las Cartas de relación de Cortés, a cuya prohibición

tanta importancia da Duverger.43 Nadie a estas alturas duda de que las cartas de Cortés o la

Hispania victrix de Gómara circularon a pesar de las sanciones.44

El estilo de Bernal y el de Cortés

Según Duverger (2013a:182), “la Historia verdadera posee un verdadero marcador

estilístico en el que se transparenta la mano de Cortés, me refiero al recurso del

binarismo… junta dos sinónimos o dos palabras con sentido complementario para evocar

una sola idea”. El problema es que, como Duverger no está familiarizado con los recursos

retóricos, no reconoce las variantes de interpretatio, 45 que desde finales del siglo XV

dominan la prosa castellana. Estos recursos, otros afines y demás técnicas cercanas (como

la annonimatio, la traductio, la iteración o la epanelepsis) caracterizaron la prosa “culta”

del siglo XV, la caballeresca, y algunos romanceamientos, especialmente los de los clásicos

grecolatinos, “le tre corone” italianas y algunos ─pocos más─ textos afines.

Para acabarlo de redondear, por si no hubiera testimonios teóricos y prácticos de dichos

procedimientos, afirma Duverger (2013a:182-183) que este recurso “sólo transpone en la

lengua española una forma de expresión ampliamente utilizada ¡en náhuatl! En la lengua

43
“Es cierto que en 1527 se prohibió la impresión de las Cartas de relación y se recogieron los ejemplares
que circulaban. Ello se debió a las protestas de Pánfilo de Narváez, que consideraba que lo difamaba. Pero
nada se dice en aquella real cédula que la medida afectase a futuros escritos. Si no había prohibición, no
necesitaba ninguna máscara para escribir. Por otro lado, si hubiese tenido dificultad para publicar en España,
podía hacerlo en el extranjero. Gómara, a quien las pruebas documentales no otorgan la condición de capellán
de Cortés, lo consiguió a pesar de que sobre su obra pesaba una prohibición expresa” (Martínez Martínez
2013)
44
Baste ver el ya clásico libro de Torres Revello 1940: X, XXIII.
45
Véase, en general, Lausberg 1983: 406, 649-656, 667 y 751;..
62
azteca, digamos que en la lengua refinada que se hablaba en la élite, el recurso del

binarismo era una ardiente obligación”. Y si así fuese, bien lo hubiera podido asimilar

Bernal, que estuvo mucho más tiempo que Cortés entre los hablantes del náhuatl.46 No se

entiende, entonces, que se pregunte, refiriéndose a Cortés: “¿Quién más que él hubiera

podido prestarse a esa fusión cultural?” (2013a:183) La respuesta es sencilla: Bernal Díaz.

Precisamente ese supuesto estilo cortesiano para marcar la duplicidad de la escritura es lo

que hace más inverosímil la segunda parte del libro. Porque el estilo es “bernaldiano”, o

sea, su manera de narrar está más cerca de la lengua hablada que de la culta o cortesana,

aunque tome de ésta (a través de los citados libros de caballería o las crónicas particulares)

aquellos recursos.

Por otra parte, la premisa mayor anula las menores, pues si hemos de creer que si Cortés,

ya revestido de la condición de escritor anónimo, quería redactar un texto “humilde”,

para hacerlo pasar por el de un soldado, para que nadie pudiese atribuírselo, ¿por qué,

según él, lo redacta tan culto y cortesano que los lectores posteriores (especialmente

Duverger) no lo puedan atribuir a un soldado, supuestamente iletrado? O sea, si quería

darle una apariencia tosca e iletrada, propia de un soldado raso, debería haberlo redactado

groseramente, con coloquialismos ad nauseam, etc. Hay errores, sí, al igual que otras

46
Porque, además, Duverger “Quiere fundamentar su idea del mestizaje basándose en una fusión cultural
entre el español y el náhuatl…, cree que en cada página de la Historia verdadera se expresa el amor de Cortés
por México… En su opinión, Cortés, después de la Conquista, consideraba a los mexicas como sus socios o
aliados, nunca como sus enemigos. Siempre admiró el valor de los guerreros indígenas… Todas las mujeres
indígenas que coloca con sus capitanes le parecen hermosas. Duverger considera que Cortés soñaba con un
‘país mestizo, inventado’ (por el mismo Cortés). Sin embargo, me parece del todo improbable que Cortés
estuviera interesado en las detalladas, a menudo minúsculas, historias vitales de sus compañeros que
encontramos en los capítulos CCV y CCVI” (Thomas 2013).
63
anomalías, que no deberían poder darse en un texto escrito por una persona culta, que no

disimula en exceso su cultura al citar algunos pasajes bíblicos, pequeñas retahílas de

nombres clásicos y fuentes de tercera mano y mostrencas.

La doble autoría: Gómara y Cortés

La duplicidad que plantea Duverger es la derivada de un reparto de papeles: a partir de los

datos de Cortés y de otras crónicas, Gómara redactará la suya como cronista profesional;

Cortés, la suya. La única persona que sabía lo que estaba pasando era un primo de Cortés,

que eventualmente era su abogado: fray Diego Altamirano, con una reducida corte de

seguidores y ayudantes. Cuando el tribunal se trasladó, en 1546, a Madrid, y luego a

Sevilla, Cortés le fue a la zaga, acompañado por fray Diego de Altamirano. Más adelante,

con su obra terminada, se alojó en casa de un amigo de Castilleja de la Cuesta, Sevilla,

donde murió el 2 de diciembre de 1547. Justifica Duverger (2013a:200) la doble redacción

porque “¡sin esa publicación [la apologética crónica de Gómara], la argumentación estrella

de la Historia verdadera perdería evidentemente todo su sabor y todo su sentido!”, pues al

redactar la “suya” Cortés, en Valladolid y entre 1545 y 1547, la hará contrastar vivamente

con aquélla, como si fuera de un viejo conquistador resentido contra su otrora capitán.47

Tanta es la habilidad, que “el autor de la Historia verdadera [o sea, Cortés] dosifica a la

perfección e sutil equilibrio entre la preponderancia dada a Cortés y la apropiación

47
Con absoluta delectación, Cortés le dictará a su cronista patentado el contenido de los capítulos de su
epopeya, sabiendo que algunas horas más tarde hará que hable su conquistador anónimo con todo el ímpetu
de rebelde que se puede manifestar frente a alguien que nunca ha puesto los pies en la Nueva España. El
testigo ocular contra el cronista de gabinete: el binomio es ideal, atractivo, conflictivo a pedir de boca. Cortés
juega de lleno con el efecto de contraste (p. 151).
64
colectiva de la conquista por su tropa” (2013a:161). Incluso apostilla que la redacción es

tan críptica, que ni siquiera Gómara parece conocer la otra redacción: “¡Además, todo lleva

a pensar que Gómara no haya sido informado de las actividades literarias nocturnas del

marqués! Éste espera de su capellán una crónica exterior, distanciada; implicarlo en la

versión sensitiva hubiera hecho fracasar el plan” (2013a:164). Pero, como bien señala

Delgado,

lo curioso del caso es que en ninguna de las críticas de libro que he leído se menciona que
Bernal no es en modo alguno complaciente con la figura de Cortés, ya que tras decir que era
un gran hombre y un gran jefe le pega puntadas sin parar, algunas de ellas muy graves,
como la ejecución de Cuauhtemoc (“estuvo muy mal hecho”). No tendría sentido que
Cortés tirara tantas piedras sobre su propio tejado y esto desmentiría por sí solo el
argumento central de Duverger.
Para que no quede ningún cabo suelto, la difícil explicación del estilo (ora sencillo, ora

épico, ora culto, ora cercano al náhuatl) es análoga a la rocambolesca del doble viaje del

libro: de Sevilla a México, y de ahí a Guatemala, que no pueden ser probados en absoluto.

La cerró anónima y acabó siendo apócrifa (o sea, atribuida a un tal Bernal Díaz del

Castillo) veinte años después y en Guatemala.

Quedan muchas preguntas pendientes: por qué no se publicó la de Gómara hasta 1552, a

pesar de estar concluida hacia 1546, pues “porque Cortés anticipó las diatribas contra su

cronista patentado fundándose sobre un texto todavía en estado de manuscrito” (Duverger

2013a:201); por qué tardó veinte años Cortés en enviar la suya a América: porque desde

1562 y “sin que conozcamos a los promotores, un escenario alternativo cobra vida: la

restauración del poder cortesiano por medio de sus tres herederos varones” (p. 203). No hay

ningún indicio documental de la secreta redacción y autoría de Cortés ni de la peripecia del

texto, ni de cómo les llega misteriosamente a los hijos de Cortés, ni de dónde durmió

65
anónima el sueño de los justos veinte años ni de quién la custodió: ¿Cervantes de Salazar?

Señala Duverger (2013a:212) que llegaría a México hacia 1562, pero alguien,

“seguramente una persona cercana a Martín [Cortés, primogénito]” le insertaría

correcciones, que “tienden a establecer que la redacción de la crónica tuvo lugar entre

agosto de 1566 y septiembre de 1567” y, torpemente, los párrafos en los que se habla de la

supuesta participación de Bernal Díaz en el viaje de 1518 a Nueva España de Juan de

Grijalva.

Y no contento con semejante peripecia del traslado a América quince años después de ser

redactada, y anónima, resulta que además, fue modificada para parecer más reciente y,

además, luego un “partidario del marqués entró probablemente en contacto con un extraño

personaje que se hace llamar Bernal Díaz del Castillo” (Duverger 2013a:215) al que se la

acaba endosando. No acaba aquí la cosa; falta la aparición estelar de un hijo muy

espabilado de Bernal, Francisco, “quien no tendrá escrúpulo alguno” para utilizar en

beneficio propio “la milagrosa aparición de la Historia verdadera”; aprovechará la

“espléndida oportunidad” siendo un texto anónimo, porque

los contornos del personaje forjado por Cortés pueden cuadrar, si no se mira de muy cerca,
con la figura de su padre. Le parece posible intentar la amalgama. Imaginamos que Bernal
se mostró reticente… Pero finalmente dejará que actúe su hijo y púdicamente cerrará los
ojos ante el sacrilegio, del que con todo cuidado evitará vanagloriarse (Duverger
2013a:216)
A continuación (pp. 216-223) señala las “modificaciones de dos tipos” que introducirá en la

crónica anónima Francisco Díaz del Castillo, que, según él, “oscilan entre lo ingenuo y lo

ridículo” (p. 221), incluso “hay cuatro capítulos que parecen ser llana y sencillamente

inventos” (p. 222). Pueden verse, claro, en el aparato crítico de mi edición.

66
Pero, además, nada de ello se compadece demasiado con el hecho de que Cortés ya había

escrito, entre otras, cinco extensas cartas de relación al Emperador (entre 1519 y 1526) y

que ya tenía su propia y muy personalista crónica oficial, la que redactó, por encargo del

propio conquistador, y a mayor gloria suya, el citado López de Gómara, a quien tan clara y

eficazmente se opone a menudo Bernal Díaz con la suya, o sea, con la estupenda Historia

verdadera de la conquista de la Nueva España.

BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA
67
Barbón Rodríguez, José Antonio, “Bernal Díaz del Castillo, ¿idiota y sin letras?”, en
Studia Hispanica in honorem Rafael Lapesa, Gredos, Madrid, 1974, II, pp. 89-104.
 , “Una edición crítica de la Historia vedadera de la conquista de la Nueva España de
Bernal Díaz del Castillo”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und
Gesellschaft Lateinamerikas, XXII (1985), pp. 1-22.
 , ed., Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España.
(Manuscrito «Guatemala»), ed. José Antonio Barbón Rodríguez, México D. F., El
Colegio de México-Deutscher Akademischer Austausch Dienst German Academic
Exchange Service-Ministerio de Asuntos Exteriores de España, 2005.
Barrow, W. J., “Restoration of an ancient manuscript”, The Library of Congress. Journal of
Current Acquisitions, X (1952).
Blanco, José Joaquín, “Duverger y la negación de Bernal”, Nexos, El misterioso Bernal
Díaz (1/04/2013), http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2204018
Bosch García, Carlos, Estudios de historiografía de la Nueva España, int. Ramón Iglesia,
Mexico, El colegio de México, 1945.
Boyd-Bowman, Peter, Índice geobiográfico de más de 56 mil pobladores de la América
Hispánica, México, FCE, 1985.
Cartas de Indias, ed. J. Zaragoza, Madrid, Atlas, 1877 (BAE, 264-266), 3 vols.
Castañeda, Carmen, “Libros en la Nueva España en el siglo XVI”, en La cultura del libro en
la Edad Moderna. Andalucía y América, coords. M. Peña, P. Ruiz Pérez y J. Solana,
Córdoba, Universidad, 2001, pp. 271-288.
Chicote, Gloria Beatriz, “La lexicalización de la experiencia: El romancero en la prosa
historiográfica de Bernal Díaz del Castillo”, Romance Quarterly, L (2003), pp. 269-
279.
Delgado, Ángel, “La crónica imposible de Bernal Díaz del Castillo”, en Los límites del
océano: estudios filológicos de crónica y épica en el Nuevo Mundo, Bellaterra, UAB,
2009, pp. 25-45.
, y Luis A. Arocena, eds.; A. Delgado, int., Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera
de la conquista de la Nueva España, Madrid, Homo legens, 2009.

68
Duverger, Christian, Cortés. La biografía más reveladora, Madrid, Taurus, 2005.
 , Crónica de la eternidad, Madrid, Taurus, 2013.
 , “San Bernal Díaz”, Nexos,
http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2204084
Estrada, Oswaldo, La imaginación novelesca: Bernal Díaz entre géneros y épocas, Madrid,
Iberoamericana-Vervuert, 2009
Fernández del Castillo, Gonzalo, ed., Libros y libreros en el siglo XVI, México, FCE, 1982.
Flores, Enrique, “El silencio de la conquista. Poéticas de Bernal Díaz”, Revista de Crítica
Literaria Latinoamericana, XXIX (2003), pp. 143-150.
Friede, Juan, “La censura española del siglo XVI y los libros de historia de América”,
Revista de Historia de América, XLVII (1959), pp. 45-94.
Fuentes y Guzmán, Francisco Antonio de, Historia de Guatemala o Recordación Florida,
Biblioteca Goathemala, Guatemala, 1932, 6 vols
García-Gallo, Alfonso, Estudios de historia del Derecho indiano, Madrid, Instituto
Nacional de Estudios Jurídicos, 1972.
Gil, Juan, Int., Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, Madrid, Turner (Fundación Castro), 2012.
Gómez Gómez, Margarita, El sello y registro de Indias. Imagen y representación, Colonia,
Böhlau, 2008.
González, Aurelio, El romancero en América, Madrid, Síntesis, 2003.
Grunberg, Bernard, Dictionnaire des conquistadores de Mexico, París, L’Harmattan, 2001.
Iglesia, Ramón, “Bernal Díaz del Castillo y el popularismo en la historiografía», en Actas
del XXVI Congreso Internacional de Americanistas, 2 vols., Sevilla, Universidad,
1935, II, pp. 148-153.
Lafaye, Jacques, Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus posesiones de
Ultramar (siglos XV y XVI), México, FCE, 2002.
Lausberg, Heinrich, Manual de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1983, 3 vols.
León-Portilla, Miguel, “Fantasías de la temeridad”, Nexos, El misterioso Bernal Díaz
(1/04/2013), http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2204018

69
Leonard, Irving A., Books of the brave [1949], Berkeley, University of California Press,
1992.
Leonetti, Francesca, Verdad histórica y realidad textual en la “Historia verdadera de la
conquista de la Nueva España” de Bernal Díaz del Castillo, Roma, Giulio Perrone
Editore, 2011.
 , “De nuevo sobre la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: algunas
reflexiones en defensa de la paternidad de Bernal”, eHumanista, (2013), en prensa
Luján Muñoz, Luis, “Presencia de Bernal Díaz del Castillo en Guatemala”, en Bernal Díaz
del Castillo, Historia verdadera del conquista de la Nueva España, ed. facsímil de G
y de M, más la edición paleográfica y el cotejo de Genaro García (México, 1904),
Chiapas-México D.F., Gobierno del Estado de Chiapas-Miguel Ángel Porrúa, 1992, 3
vols., III, pp. 191-211.
Martínez, José Luis, Hernán Cortés, México, UNAM-FCE, 1990.
Martínez Baracs, Rodrigo, “¿Bernal o Cortés? La hipótesis de Duverger”, Letras libres
(junio 2013), http://www.letraslibres.com/revista/convivio/bernal-o-cortes
Martínez Martínez, Mª del Carmen, “Las pobres fuentes”, Nexos, El misterioso Bernal Díaz
(1/04/2013), http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2204018
Menéndez Pidal, Ramón, “Los romances de América”, en Los romances tradicionales en
América, Madrid, Espasa-Calpe, 1940, p . 1-52.
Millares Carlo, Agustín, “Bibliotecas y difusión del libro en Hispanoamérica colonial”,
Boletín Histórico, XXII (1970), pp. 25-73.
Mira Caballos, Esteban, “Refutaciones a Crónica de la eternidad”,
http://estebanmiracaballos.blogia.com/temas/historia-de-america.php (04/6/2013).
Muñoz Camargo, Diego, Historia de Tlaxcala, ed. A. Chavero [1892], México D. F,
Innovación, 1979.
Pérez Valenzuela, P., “Una frase de Bernal Díaz del Castillo: las deudas del Adelantado”,
Anales de la Sociedad Geográfica e Histórica de Guatemala, XVII (1941), pp. 280-
308
Pupo-Walker, ed., Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Los naufragios, Madrid, Castalia, 1992

70
Rodilla León, María José, “Novela sobre la paternidad de un manuscrito mestizado”,
Revista Iberoamericana, en prensa
Rueda Ramírez, Pedro J., Negocio e intercambio cultural: el comercio de libros con
América en la carrera de Indias, Sevilla, Universidad, 2005.
Sáenz de Santamaría, Carmelo, “Las obras manuscritas de Bernal Díaz del Castillo”,
Anales de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Guatemala, XXXII
(1959), pp. 28-53.
 , ed., Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,
Madrid, CSIC, 1966; reimpr., 1982, 2 vols.
 , Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz del Castillo, Madrid, CSIC, 1984.
Serés, Guillermo, “Los textos de la Historia verdadera de Bernal Díaz”, Boletín de la Real
Academia Española, LXXI (1991), pp. 523-547.
 , “La Interpretatio y otros recursos afines en La Celestina”, en “La Celestina”. Ecdotica
e interpretazione, ed. F. Lobera, Roma, Bagatto 2010, pp. 195-212.
 , ed., Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,
Barcelona, Círculo de Lectores (BCRAE), 2011.
 , “Sobre la disputada autoría de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, BBMP (2013), en prensa
Serna, Mercedes, La conquista del Nuevo Mundo. Textos y documentación de la aventura
americana, Madrid, Castalia, 2012.
Simmons, Merle E., “Literary folklore in the Historia verdadera of Bernal Díaz del
Castillo”, en Folklore Today. A Festschrift for Richard M. Dorson, eds. L. Degh, H.
Glassie y F.J. Oinas, Bloomington, Indiana University Press, 1976, pp. 451-462.
Suárez Fernández, Luis, dir., hasta finales del siglo XVI, en Historia general de España y
América, varios volúmenes, VII, Madrid, Rialp, 1982.
Thomas, Hugh, La conquista de México, Barcelona, Planeta, 1994.
 , “¿Bernal o Cortés? Una nueva historia de una conquista vieja”, Letras libres (junio
2013) http://www.letraslibres.com/revista/contenido/bernal-o-cortes
Torquemada, Juan de, Monarquía indiana [1615], México, Porrúa, 1975, 3 vols.

71
Torre Revello, José, El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la
dominación española, Buenos Aires, Peuser, 1940.
Valenciano, Ana, “El romancero tradicional en la América de habla hispana”, Anales de
Literatura Hispanoamericana, XXI (1992), pp. 145-163
Vázquez, Fray Francisco, Crónica de la provincia del Santísimo Nombre de Jesús de
Guatemala (1714), ed. Lázaro de Lamadrid, Guatemala, Biblioteca Goathemala,
1937-1944, 2 vols.
Wagner, Henry, ed., monográfico de Documents and Narratives Concerning the Discovery
and Conquest of Latin America, Berkeley I (1942).
Wright, Elizabeth, “New World News, Ancient Echoes: A Cortés Letter and a Vernacular
Livy for a New King and His Wary Subjects (1520-23)”, Renaissance Quarterly, LXI
(2008), pp. 711-749.
Zorita, Alonso de, “Catálogo de los autores que han escrito historias de Indias o tratado
algo dellas”, en Relación de la Nueva España. Relación de algunas de las muchas
cosas notables que hay en la Nueva España y de su conquista y pacificación, y de la
conversión de los naturales de ella, eds. E. Ruiz Medrano, W. Ahrendt y J. M. Leyva,
M

72
GÓMARA NO FUE JAMÁS LACAYO DE CORTÉS

Guy Rozat
Instituto Nacional de Antropología e Historia

Los que conozcan el programa de hoy pueden constatar que yo no debería estar exponiendo

en este momento. Si tomé el atrevimiento de reemplazar a la Dra. Nora Edith Jiménez, que

había aceptado participar en este intento general de pensar la naturaleza de la obra

duvergiana, es porque no podrá estar con nosotros y me pidió que la disculpara ante

ustedes. Esa es la razón por la cual les pido disculpar también mi atrevimiento por

inmiscuirme en un campo que es definitivamente suyo. Me pareció que nuestro coloquio

hubiera estado cojo sin una reflexión sobre la obra de Gómara a la cual esta colega ha

consagrado una investigación impresionante y fundamental. La reflexión sobre la obra de

Gómara es absolutamente necesaria ya que, como veremos, Duverger hace intervenir de

manera muy importante a ese cronista en la supuesta estrategia de escritura que organizó

Cortés al inventar el apócrifo testimonio del simple soldado testigo de la conquista1.

1
Una primera versión de esta reflexión fue publicada en un artículo de Graphen, Revista de Historiografía,
Regresar a Gómara, invitación a re-visitar la obra de un Cronista maldito. Grupo de Historiografía de
Xalapa, Xalapa, INAH-Veracruz, 2004.
73
Un cronista con mala reputación

Supongo que la mayoría de ustedes ha oído a sus maestros, leído en revistas, libros y

entrevistas acusaciones muy graves sobre la naturaleza de la obra americana de Gómara2.

Una imagen más bien demoledora, llueven las críticas: se acusa al clérigo hispano de que

no pisó nunca tierras americanas, y otra de no menos peso, de haber mojado su pluma en

una tinta mercenaria. Los historiadores en general, fueron aceptando, sin más

averiguaciones, las críticas vengativas del muy “verídico” Bernal, y así generaciones

completas de historiadores desconfiaron de ese cronista3. Pero Bernal no fue el único

2
Historia de Indias y Conquista de México, Zaragoza, Agustín Millán, 1552, edición facsimilar del Centro de
Estudios de Historia de México, Condumex, México 1978. Se puede también encontrar en México, Historia
General de las Indias y vida de Hernán Cortés, prólogo de Jorge Gurría Lacroix, Caracas, Talleres de
Italigráfica, 1979 (Biblioteca Ayacucho, 64), e Historia de la Conquista de México, estudios preliminares de
Juan Miralles Ostos, México, Ed. Porrúa 1988. Entre las muchas ediciones de la obra americana de Gómara,
podemos ver cómo cambian los títulos de dicha obra, sólo ponemos aquí la muy llamativa edición: López de
Gómara, Francisco, Hispania Vitrix; Primera y segunda parte de la Historia General de la Indias con todo el
descubrimiento y cosas notables que han acaecido dende que se ganaron hasta el año de 1551 con la conquista
de México y de la Nueva España, en Medina del Campo, por Guillermo de Millis, 1553.
3
Estos prejuicios se han vuelto tan universales, como la veracidad de Bernal, que podemos encontrarlos
reafirmados y caricaturizados en Wikipedia, la enciclopedia libre de Internet versión hispana: “Francisco
López de Gómara (Gómara, Soria, 1511 – Gómara, 1566), fue un eclesiástico e historiador español que
destacó como cronista de la conquista española de México, a pesar de que nunca atravesó el Atlántico.
Aunque tampoco viajó al Nuevo Mundo, escribió muchas obras que se refieren a su conquista. Fue también
un humanista que conoció a Hernán Cortés y se quedó en su casa como capellán, escuchando lo que decían
todos aquellos que pasaban por dicha casa para crear varios libros escritos de oídas y a gusto de su patrono.
Eso explica que el mismo Inca Garcilaso hiciese anotaciones a La Historia General de las Indias de López de
Gómara.” En los enlaces se puede encontrar un facsímil de esa edición del año 1555, anotada por Garcilaso,
salida de las prensas de Zaragoza. Otro enlace apunta también a fragmentos de un facsímil, de la edición de
Martín Nucio, Amberes, 1554. “La concepción caudillista de López de Gómara fue punto de partida para la
visión distinta de Bernal Díaz del Castillo, en su Verdadera Historia”. La versión francesa (traducida por el
autor de este capítulo) es igualmente negativa sobre el cronista: “Francisco López de Gómara es un
historiador español del S. XVI, originario de Sevilla. Después de estudios en la Universidad de Alcalá de
Henares, Francisco López de Gómara consagrado sacerdote entra al servicio de Hernán Cortés. Fue el
capellán y secretario del conquistador en los últimos años de la vida de ese último y se volvió su
historiógrafo oficial. Tuvo así acceso a informaciones de primera mano de parte de numerosos viajeros que
regresaban del Nuevo Mundo como Gonzalo de Tapia o Bernal Díaz del Castillo. Describe por lo tanto con
precisiones la Conquista de América en su más célebre obra, la Historia general de las Indias. El libro se
difundió en los países vecinos y fue traducido en francés y después en Italiano”
74
origen de esa empresa de denigración, como lo hace notar muy bien Duverger, 4 el muy

afamado Las Casas, otra fuente de “verdades” americanas, fue probablemente el primero en

lanzar esas acusaciones.

Mi generación, de manera un tanto acrítica, arrullada por la idea simplona de que “la

historia la escriben los vencedores”, no estaba muy bien armada para intentar un nuevo

acercamiento a esa obra, prefiriendo definitivamente el testimonio del simple peón de la

conquista al del lacayo del bravucón Cortés. Extraño destino el de ese “simple” soldado

hispano, vuelto oidor guatemalteco, redescubierto y consagrado en el siglo XIX como El

historiador de la conquista, por un historiador norteamericano, William Prescott.

Por suerte para nosotros, la negra reputación de ese cronista no asustó a Nora Edith

Jiménez, a quien podemos agradecer haber escrito este libro tan fundamental que se

presenta como un magnífico ejercicio de historiografía sobre ese tan sospechoso cronista

español5.

Así hoy, frente a una obra tan completa y tan compleja sobre el conjunto y la obra y vida de

Gómara nos encontramos en una encrucijada ¿Cómo presentarles decentemente ese texto

en escasos minutos? Solo presentaremos los elementos que pueden ayudar a entender las

“relaciones” entre Cortés y Gómara, aunque podemos concluir más bien, con Nora

Jiménez, en una ausencia de relaciones formales entre los dos hombres6. En esta pequeña

4
Crónica de la eternidad, Op. cit. pág. 76.
5
Nora Edith Jiménez, Francisco López de Gómara. Escribir Historias en tiempo de Carlos V, COLMICH-
INAH, México, 2001.
6 Ausencia confirmada por las investigaciones de María del Carmen Martínez Martínez, quien, por ejemplo,
en Nexos: // www. Nexos .com.mx/?P=leerarticulo&Article=220422 nos dice que “las pruebas documentales
75
intervención debemos advertir que no pretendemos agotar todas las ricas vetas que nos

ofrece su libro pero esperamos, por lo menos, convencerlos de que si hay algún libro de

historiografía sobre la historia de la conquista de México reciente que leer, es éste.

Cuando Nora Jiménez nos invita a regresar a Gómara, sabe de ante mano que esta

proposición tiene que vencer grandes resistencias, incluso ella no empezó una vindicación

de Gómara por juego o por gusto de la paradoja, como lo confiesa en su introducción. Nora

desconfió durante años también de la fascinación que los textos de ese cronista producían a

veces sobre otros investigadores, como lo confesó en su tiempo el maestro Ramón Iglesias,

y por lo tanto, ella se cuidó de tener cualquier contacto con su obra. Estaba persuadida,

como lo pretendía la Vulgata construida sobre la Conquista mexicana, de que al menor

acercamiento a esa pluma mercenaria, el investigador incauto se arriesgaba a perder

irremediablemente todo sentido crítico por la magia seductora de la simple lectura de los

textos de Gómara7. Así debemos tomar esta invitación de manera realmente seria porque

esa proposición es el producto de años de investigaciones que convencieron a su autora de

lo fundamental que fueron las obras de ese cronista para la organización y fijación del

discurso histórico sobre la Conquista americana.

no otorgan la condición de capellán de Cortés”. Ver también en internet su artículo “Fernando López de
Gómara y Hernán Cortés: nuevos testimonios de la relación… en Anuario de Estudios Americanos, 67,1,
Enero-junio, 267-302, Sevilla, España, 2010.
7
Nora E. Jiménez, Op. cit., p.13. “No quería que su lectura condicionara o viciara lo que yo hacía de la
Historia verdadera de la conquista de México, como les había ocurrido a dos antecesores míos en aquel tema,
Joaquín Ramírez Cabañas y Ramón Iglesias, que de la defensa comprometida de Bernal habían pasado a la
preferencia por Gómara.” Ver Joaquín Ramírez Cabañas, Introducción a Francisco López de Gómara,
Historia de la Conquista de México, 2 Vol. México, Porrúa, 1943. Y Ramón, Iglesias, Cronistas e
historiadores de la conquista de México: el ciclo de Hernán Cortés, México, El Colegio de México, 1942. El
autor de estas líneas debe confesar también que durante años fue reacio a entrar a la lectura y estudio de las
obras de Gómara que habían sido tan despectivamente connotadas.
76
De Bernal a Gómara

Queriendo incluir algunos elementos de información de Gómara al conjunto de los que

ofrece el relato de Bernal, que era su objeto de estudio desde su tesis de licenciatura, Nora

Jiménez pudo darse cuenta, conociendo ahora bastante la obra de Bernal, de lo fundamental

que fue la obra del clérigo Gómara, para que pudieran, incluso, existir partes completas de

la obra del soldado raso de Cortés8.

Esa ambigüedad de la figura del “testigo”, que reconstruye “su testimonio” apoyándose

sobre el texto de alguien que no ha visto, nos dice la autora, no es caso único. Ese mismo

mecanismo de producción retórica de “testimonios verdaderos” está en el corazón de los

relatos de varios “testigos” en muchos otros contextos y no sólo americanos9.

Se nos presenta la interesante pregunta: ¿qué es más importante para “entender la

conquista”, el relato de un supuesto testigo naif, sin muchas letras o el de un eminente

historiógrafo, aunque sea hispano, que intenta pensar y construir un relato, cruzando

fuentes diversas y múltiples testimonios? Es evidente que debemos rechazar este tipo de

falso debate estelar: Bernal contra Gómara; no se trata realmente de “escoger” entre uno y

8
Nora E. Jiménez, Op. cit., p.14 “La ubicación de las hazañas de los conquistadores en el espacio geográfico
que Gómara estableciera, eran rescatadas tan cercanamente por Bernal Díaz, el testigo, hasta el punto de ser
prácticamente el soporte de la “memoria” que tantas veces se le había alabado a este último”.
9
En el siglo XV el imaginario occidental está tan lleno de la presencia de Indias fabulosas que Juan de
Mandeville puede inventarse un viaje a ese país de las maravillas, sin dejar un solo día su biblioteca.
77
otro, sino de no caer en la trampa bernaldina de la inocencia y de la virtud del simple como

fundamento de la verdad10.

La proclamación de la sencillez y de la humildad del testigo/cronista es un clásico topos de

la retórica del testigo en el relato histórico desde hace siglos, va, generalmente, con el

hecho de haber visto que funda, desde Herodoto, “la verdad” del testimonio11.

Otro momento estratégico de su investigación, como lo confiesa también la autora, fue

darse cuenta de lo que por desgracia pocos autores hacen, que estas crónicas del siglo XVI

y XVII, no han sido escritas para ser fuentes de “historias nacionales americanas” de los

siglos venideros, sino que toman su sentido verdadero sólo en la reconstrucción difícil del

ambiente cultural y social peninsular de su época12. Algo que no parece haber entendido

jamás nuestro Duverger.

El intento de ir más allá del carácter “estrictamente indiano” de la obra de Gómara fue lo

que llevó a la autora a no temer perseguirlo en los archivos europeos y llegar a descubrir en

paraderos desconocidos, manuscritos que se creían perdidos como las “Guerras del Mar”

10
No debemos jamás olvidar que una verdad está casi siempre construida retóricamente, aunque el relato se
autoproclame como el producto de un simple testigo, redactando sólo un genuino testimonio alejado de toda
retórica.
11
Sobre la importancia del testigo como piedra angular del relato histórico, ver por ejemplo François Hartog,
El testigo y el historiador , en Historia y Grafía, No.18, UIA, 2002, pp.39-62.
12
No se trata aquí, nos dice la autora, de un simple error de método fácilmente corregible, sino de algo mucho
más fundamental, considerar estas crónicas como “fuentes de historia nacional o regional” es negar la
relación de comunicación fundamental que la constituye, lo que tiene como resultado tergiversar totalmente
su sentido profundo. Es interesante pensar por qué a pesar de haber sido denunciado este craso error
metodológico desde hace décadas, muchos de los investigadores siguen practicándolo, aunque de manera
vergonzosa. Ese “error” es finalmente uno de los más “fecundos”, porque permite una manipulación
generalizada y sin restricciones ni castigos de esos textos históricos, por los ideólogos de la idea nacional.
78
que editó en España 13 . Lo que nos propone por lo tanto Nora Jiménez, es un giro

fundamental en los estudios “gomarianos”: olvidarnos de la tradición que haría de la

“Conquista de México” y de la “Historia de las Indias” la parte medular de la obra de ese

autor. Pero este giro no lleva a la autora a despreciar o negar al Gómara indiano, sino que al

contrario, le permite afirmar la importancia fundamental de ese texto para la estructuración

del relato general que va a organizarse en el mundo hispano, es decir, de los dos lados del

Atlántico sobre América.

El gran éxito del texto de Gómara en su tiempo lo hizo constituirse, según Nora Jiménez, en

“una especie de comodín, tantas veces criticado por su inexactitud como imitado de forma
un poco vergonzante porque ninguno de los escritores que lo tomó como base se atrevió a
confesar cuanto había tomado de él”14.
Por lo tanto, creemos que se encuentra perfectamente justificado el nuevo estudio de la

obra de ese cronista que nos propone la autora.15

Hacia un nuevo Gómara

Después de haber ido en busca del Gómara hispano, autor de historias españolas, Nora

Jiménez se siente autorizada a decirnos, sin caer en alabanzas excesivas, que Gómara es

13
López de Gómara, Francisco, Guerras de Mar del Emperador Carlos V [Compendio de lo que trata
Francisco López en el libro que hizo de las guerras del mar de sus tiempos], ed. introd. y notas de Miguel
Ángel de Bunes y Nora Jiménez, Madrid, Sociedad Estatal para la conmemoración de los centenarios de
Felipe II y Carlos V, año 2000.
14
Nora. E. Jiménez, Op. cit. p. 14.
15
Nora. E. Jiménez, Op. cit. p.15. “La investigación que he dedicado a López ha tenido como tarea principal
explicar y documentar la seducción ejercida por la obra de López de Gómara”
79
probablemente “uno de los historiadores más importantes de la época de Carlos V; al

mismo tiempo uno de los más originales y uno de los más completos”16.

Llegar a esta conclusión la obligó a discutir a fondo las acusaciones clásicas en contra de la

obra de Gómara, aunque sean afirmaciones emitidas por personajes muy respetados como

ya lo dijimos: Fray Bartolomé de Las Casas o muy afamados como Bernal Díaz del

Castillo.

En su Historia de las Indias, como lo hace notar Duverger, el dominico, después de haber

intentado desacreditar el texto de Gómara diciendo que no había visto “cosa ninguna, ni

jamás estuvo en las Indias”, afirma que ése sólo “escribió lo que el mismo Cortés le dijo”,

llegando a sostener que fue Cortés el que “dictó lo que había de escribir Gómara” 17 .

Evidentemente después de la lectura de la obra que nos propone Nora Jiménez

mandaremos al buen padre Las Casas a confesarse por haber pecado contra el amor al

prójimo y por envidioso, habiendo mentido y escupido sobre la obra de su camarada.

En cuanto al testimonio de Bernal, la opinión común ha hecho suya la afirmación del

soldado–cronista, de que fue leyendo a Gómara cuando se sintió animado por un justo

coraje, y empezó la redacción de su “verdadera” historia. En ese reclamo por las

inexactitudes de Gómara va afirmando que Cortés le había “untado la mano” y es por eso

que el cronista-mercenario no podía decir la verdad, ya que atribuye todos los méritos de la

16
Nora Edith Jiménez, Op. cit. p.15. Insiste en la creatividad, en términos narrativos, de Gómara ya que sus
narraciones, tanto en la Historia de Indias y Conquista de México como en las Guerras de Mar y los Anales,
se volvieron “textos fundantes en la tradición de representaciones sobre los procesos históricos de que se
ocupan, la primera respecto a la empresa americana y las otras dos respecto de la política europea y
mediterránea de Carlos V”.
17
Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, T. II, Lib. III, Cap. CXIV, Madrid, Aguilar, pp. 476 – 477.
80
Conquista a las iniciativas de Cortés, robando así parte de la gloria legítima de los simples

soldados, concluyendo: “no tiene la culpa él, sino el que le informó”.

Hasta aquí podemos ver lo polémico que es la tesis defendida y demostrada en este libro:

no es Bernal el que construye una obra en contra de Gómara, sino que es la obra de Gómara

la que estructura y permite la existencia de la obra de Bernal.

La adopción generalizada de esa condena tuvo el efecto perverso de que los estudiosos no

se interesaran realmente en la compleja vida y las otras obras de Gómara, nublando toda

perspectiva “su supuesta posición de capellán del conquistador Hernán Cortés”18.

Es para ir más allá de “una imagen borrosa y aun contradictoria del personaje” que Nora

Jiménez buscó “ensayar vías distintas” para construir una biografía que intentara repensar

lo que se había dado por sentado durante décadas. Una biografía que no sería sólo:

“una acumulación de datos “curiosos” o con mero afán anecdótico, sino una vía para captar
el proceso cultural encarnado en el texto que se estudia: en qué condiciones personales y
sociales se ha producido; sobre qué referencias se elabora; qué tradiciones reproduce, cuáles
transforma, y en ese sentido, cuál es su originalidad y su impacto en la línea de pensamiento
en la cual se inscribe”19.

18
Nora Jiménez nos recuerda que desde la primer biografía esbozada por Enrique de Vedia, de mediados del
siglo XIX hasta los ensayos historiográficos de Ramón Iglesias, si bien poco a poco se fueron esclareciendo
algunos detalles de su vida personal, a mitad del siglo XX (y hasta la fecha) se sigue oponiendo aún la
Crónica de Bernal testigo a un Gómara cortesano, historiador de escritorio pagado por un patrono.
19
Nora E. Jiménez, Op. cit. p. 22. “Al tiempo que pretendo propiciar que la obra de Gómara tenga más
lectores, más interesados y mejor pertrechados con nociones que les permitan comprender con mayor
profundidad los términos en los que está escrita, pretendo también ofrecer un ejemplo de cómo ninguna
lectura de texto puede acceder a la comprensión de su materia separándola del contexto en que fue
producida”.

81
Pensando el génesis de la obra

Tras esa búsqueda de otro Gómara, se escondía también para Nora Jiménez una intención

claramente pedagógica:

“uno de los propósitos que he querido cumplir es mostrar cómo el acto de lectura que
llevamos a cabo los historiadores implica seguir trazos perdidos, ponerse en el centro de
mundos mentales extinguidos, hallar la forma de seguir razonamientos que se rigen por
lógicas (teológicas, cotidianas, espaciales), que vistas desde la nuestra pueden carecer de
sentido. Ir recobrando su coherencia es el reto”20.
Era un reto formidable el de aferrarse a querer re-pensar la obra de un “oscuro clérigo de

Soria”, cuya personalidad había sido, desde hace siglos, el objeto de puros juicios adversos,

negro retrato constituido por puros lugares comunes.

“Una vez definidas algunas de las aportaciones de Gómara a la construcción de sus objetos
históricos, la tercera parte examina las posibilidades de difusión de sus escritos, el problema
mismo de la prohibición, algunos elementos sobre la circulación de su única obra impresa, y
la huella de su versión en escritos posteriores. Explora cómo la disponibilidad de su libro
permitía a escritores futuros participar en la discusión del tema indiano a partir de la base
provista por el texto gomariano y di ejemplos de lo que estos escritos discuten, retoman,
copian, etc. Del examen de sus ediciones como libros concretos, que predispusieron a
determinados usos, se pasa a presentar una muestra de los diversos tipos de lectura que la
Historia de Indias y Conquista de México mereció”. 21
Una de las importantes conclusiones a las que llegó esta investigadora después de tan largo

recorrido documental y reflexivo, fue darse cuenta que la manera simple, clásica, de

trabajar las llamadas Crónicas de Indias como obra de un individuo particular, era

insuficiente. Y que la información que se generaba de considerarlas, no como simple

epifenómeno producto de un espíritu individual más o menos brillante, sino como

pertenecientes a un género literario propio de la época, le permitía no sólo entender mejor

20
Nora E. Jiménez, Op. cit., p.22.
21
Ibídem., p. 24.
82
el conjunto de elementos argumentativos contenidos en esa obra y la lógica de sus

combinaciones, sino también, que comparándolas con otras obras del mismo género, se

podía entender la retórica general que las animaba, su modo de composición, el efecto

buscado por los autores y sus finalidades culturales y sociales.

Es evidente que la agrupación de las crónicas en géneros podría ayudar a los estudiosos

novatos y a los ya entrados en la carrera, a darse cuenta de la necesaria omnipresencia y por

lo tanto de la repetición de los lugares comunes que eran la base de la cultura de la época y

cuya repetición-recreación era el colmo de la norma de calidad de un autor. Se podría así

evitar que los estudiosos de esas crónicas cayeran en la trampa de la Verdad de la Historia

cuando sólo se trata de una simple y retórica verdad del texto.

Por ejemplo, llama muy poco la atención de los investigadores la profusión de

descripciones que no son otra cosa que otros tantos exempla, de la misma naturaleza que

los de los sermones de los predicadores, anécdotas, moralejas tradicionales, diálogos, que

se podrían rastrear desde hacía siglos en los textos medievales y que son considerados por

las historiografías nacionales, como tantas anécdotas ocurridas en tal o tal momento y

circunstancias que los investigadores buscan desesperadamente precisar.

Gómara, autor prohibido

Una de las cosas que aprendí de este estudio y ya lo había leído en algún ensayo pero no le

había prestado una suficiente atención hasta este momento, es que dicho texto, que se nos

presenta de este lado del Atlántico como una simple versión mercenaria de una verdad

hispana, fue prohibido en su tiempo. La autora nos recuerda que el 17 de noviembre de

83
1553 el Príncipe Felipe firma en Valladolid un documento contundente, el de la prohibición

del libro de Gómara, y constata que la existencia de “ese documento, es uno de los mayores

quebraderos de cabeza para los estudiosos de Gómara”22. Y más aún porque vuelto rey,

Felipe confirma el 7 de Agosto de 1566 la condena, con una re- expedición de la cédula sin

modificaciones23.

La explicación más antigua de esa prohibición, nos aclara Nora Jiménez, se debe al

bibliógrafo Antonio de León Pinelo. En 1737, éste explicó:

“que por más cercana en el tiempo se ha considerado fiel reflejo del criterio contemporáneo
de la prohibición: la obra de Gómara sobre las Indias es historia libre y es mandada a
recoger por cédula antigua del Consejo Real de las Indias; pero en el año de 1729 permitió
que se volviese a imprimir y se está acabando”.
Comentando, Nora Jiménez:

“No tenemos certeza de lo que el término libre quiere decir, pues podría referirse no a la
independencia de juicios en su elaboración como se suele interpretar, sino a que no fue
hecha por un cronista oficialmente nombrado por el Consejo de Indias”.
Nuestra autora reúne así para nosotros muchas opiniones que varían con los intereses y las

lecturas que cada estudioso hizo de esas obras, por ejemplo:

“Merrimann, editor de los Annales de Carlos V de Gómara, considera que la causa de la


prohibición había sido, sin duda, los elogiosos comentarios de Gómara sobre la persona de
Hernán Cortés, la corona tal vez juzgando desmesurado que alguien pudiera hablar tan bien
de ese personaje”.24
Henry Wagner:

22
Nora. E. Jiménez, Op. cit., p. 274. Éstos al preguntarse “a qué causa precisa se debió el interdicto, máxime
cuando fue seguido de una exhaustiva investigación – el 8 de Enero de 1554 – entre doce libreros de la
Ciudad de Sevilla, con el fin de averiguar si tenían ejemplares de la obra, a quiénes los habían vendido, de
quiénes los habían comprado. En esta investigación se les requirieron los tomos que tenían en su poder, se
advirtió a los libreros de la cédula, y tres veces se pregonó la orden en los lugares más concurridos de la
localidad: una ocasión en la plaza de San Francisco y dos en las gradas de la catedral”.
23
Nora E. Jiménez, Op. cit., p. 277. “El libro no será reimpreso hasta 1729 cuando Andrés Gonzáles Barcia
logra la autorización de incluirlo entre sus Historiadores primitivos de Indias.”
24
Nora E. Jiménez, Op. cit. p. 293.
84
“barajó varias teorías, algunas más acertadas que otras: por un lado, elucubró que los
comentarios “atrevidos” hechos por Gómara acerca de la madre de Cortés y del propio
conquistador, pudieron haber suscitado una reacción dentro de la familia del Marqués que
busco su proscripción. Por otro lado, habiendo revisado buena parte de las ediciones
antiguas, propuso como causa que la edición de la Historia de Indias había violado las leyes
sobre la publicación de libros en España”.
Y Ramón Iglesias atribuirá la prohibición a “la libertad de juicio de Gómara, su

independencia de criterio al censurar las medidas de Carlos V o de sus gobernantes que le

parecían desacertadas”25.

Marcel Bataillon, en su artículo Hernán Cortés, autor prohibido, imagina, nos dice la

autora, razones más verosímiles, constatando que la prohibición tenía más bien por objeto

la segunda parte de la obra de Gómara, concluyendo que no se trataba de una persecución

contra un autor, sino únicamente contra las historias escritas acerca del Conquistador.

Haciendo notar:

“que la tercera disposición coincidiera con el levantamiento de Martín Cortés, hizo a


Bataillon pensar que se trataba de acciones consistentes de un monarca que sentía
desconfianza ante su más poderoso vasallo en nueva España y estaba alarmado ante la
posibilidad de insurrección de su más nuevo y remoto reino.”
Añadiendo:

“El dato hasta ahora desatendido no es mera anécdota. Ilustra una tensión permanente entre
la corona y los descubridores o conquistadores considerados como posibles pretendientes a
virreinatos hereditarios, apoyados en un separatismo criollo”26.

25
La idea de que fue el aspecto crítico de la política imperial, la causa de la prohibición, también la maneja
Robert E. Lewis que considera que Gómara, poniéndose del lado de los encomenderos americanos, se oponía
a la política del emperador, cuyas líneas directoras provenían de la adopción de la posición lascasiana.
Opinión que fue también la de Jorge Gurría Lacroix que declarará que Felipe II influido por Las Casas
expidiera en la propia Valladolid una cédula real por medio de la cual se prohibía la impresión y venta de la
Historia General… Nora E. Jiménez, op cit., p. 295.
26
Nora Jiménez apoya su conclusión informándonos que “en sus cursos en el College de France, Bataillon
hace notar que el libro no figuró nunca en los índices inquisitoriales, lo que mostraba que la prohibición había
sido de índole política.” Op. cit., p 196. Ver también: Marcel, Bataillon, “Hernán Cortés, autor prohibido”, en
El libro jubilar de Alfonso Reyes, México UNAM, 1956 y del mismo, Erasmo y España. Estudios sobre la
historia espiritual del siglo XVI, Trad. Antonio Alatorre, México, F.C.E. 1982.
85
Bataillon tampoco se creyó la afirmación de Lewis Hanke de que fue las Casas el que

había conseguido hacer prohibir la obra de Gómara, como había logrado obstaculizar a la

de Oviedo, Bataillon siempre dudó de que las Casas tuviese tanta influencia en la corte. El

debate que se dio entre esos dos eminentes lascasófilos debe ayudarnos a pensar el lugar y

la naturaleza real de esas polémicas intra-españolas. Ese supuesto triunfo de Las Casas no

debe hacernos olvidar, como nos lo recuerda la autora, que Las Casas mismo “fue víctima

de una prohibición irrevocable por su Confesionario” que fue juzgado “peligroso para la

paz de Indias”. Tampoco las Casas podía promover una búsqueda de libros en las tiendas de

los libreros españoles, porque existía el muy serio “riesgo de que se descubrieran también

sus tratados doctrinales, impresos sin autorización”.

Finalmente, concluye Nora Jiménez:

“Para nosotros, conviene sobre todo hacer énfasis en que la censura se dirigió sólo a los
textos de tema indiano escritos por Francisco López, y tuvo que ver con el efecto político
que la divulgación de estos hechos podía tener en la opinión pública hispana y americana”.
Considerar esa medida como eminentemente política lleva a la autora a reconstituir para

nosotros lo que tras bambalinas estaba en juego en esa prohibición:

“La imagen positiva de Cortés había sido ratificada por su heredero y el autor mismo en el
prólogo había ofrecido esta fama como parte del patrimonio que el segundo marqués del
Valle heredaba. Este patrimonio y el poder político en que podía capitalizarse, son lo que se
quiere anular con la cédula de 1566”.
Nos recuerda que si “el relato de Gómara incluye alabanzas a Hernán Cortés que pudieron

haber incidido en la prohibición”, también se puede notar que “su admiración a los

86
conquistadores no es incondicional”, y la mención de los procederes violentos de las

guerras pizarritas por ejemplo no “contradijo para nada los intereses de la corona”27.

Si las opiniones sobre la prohibición del libro de Gómara han sido tan pobres, si dejamos

aparte los intentos de Bataillon, como nos explica de manera muy convincente Nora

Jiménez, es porque las famosas discusiones sobre las Indias, las de Valladolid y otras, han

sido muy caricaturizadas e instrumentalizadas, como desarrollándose entre buenos y malos,

entre buenos defensores de pobres e indefensos indios y malos y corruptos defensores de

los conquistadores explotadores. Es sólo saliendo de esa oposición moralista reductora

“indianista” que esta prohibición puede tomar sentido y revelarse como un síntoma de lo

que está ocurriendo en la corte española28.

“La publicación en Castilla de la Historia de Indias y, -por lo que se ve su paso hacia


América- se hace cuando aún es reciente el debate vallisoletano entre Las Casas y Ginés de
Sepúlveda. Este debate sería referencia inmediata para quien leyera la última frase de la
Historia General. Aunque Bartolomé de las Casas asumió como un hecho el dictamen a
favor de sus opiniones y el interdicto sobre el Demócrates Alter continuó en vigor, Juan
Ginés tradicional defensor de la política imperial siguió integrado a la corte, como lo estaba
desde su nombramiento de cronista oficial de Carlos V, en 1536. Su epistolario –constata la
autora- no da muestras de que a partir de este debate haya quedado totalmente aislado o
repudiado, ni que sus opiniones fuesen condenadas unánimemente. La Corona nunca se
pronunció en forma definitiva sobre ninguno de los contrincantes”.

27
Aunque, como recuerda Nora Jiménez, para los grupos familiares de los participantes, su relato fuese algo a
veces difícilmente superable sobre todo cuando los parientes habían estado del lado rebelde a la autoridad
real. Por ejemplo, nos recuerda la vergüenza del poeta Garcilazo de la Vega, que se lamenta “del pasaje de
Gómara en donde se habla de la participación de su padre en la rebelión pizarrista, con una apostilla sobre el
ejemplar de su propiedad que rezaba: “esto me ha quitado a mí el comer”. Para el caso de la importancia de la
obra de Gómara para el Inca, ver el Epílogo, p.333-344.
28
Nora E. Jiménez, Op. cit., p 296. “Por su parte, la relación de la prohibición con la discusión de las Indias
es también más compleja de lo que se acepta. Había un peligro implícito de que el dominio de la corona
española fuera cuestionado. En España dicha discusión había desembocado en la publicación de las Leyes
Nuevas de 1542. Pero éstas, a su vez, habían sido una chispa que encendió el ya de por sí revuelto ambiente
peruano.”
87
El heredero, futuro Felipe II, aún más celoso de la autoridad real que su padre, había tenido

como primer asunto solucionar la rebelión de los “peruleros”, con todo lo que recordaban a

la rebelión comunera de Castilla en los primeros años del reinado de Carlos V, veía con

celo todo lo que ensalzaba a las nuevas figuras dominantes de las Indias. Por eso el texto

gomariano se vuelve polémico, sobre todo la parte sobre México29 y, por lo tanto, el poder

real decidió que, paralelamente a la prohibición, se recogieran todos los papeles de Gómara

que debían ser entregados al cronista oficial, López de Velazco.

Las fuentes de las historias de Gómara

Otra parte muy apasionante del estudio de Nora Jiménez, es la que llama “las fuentes

doctrinales de las historias de Gómara”30. Es evidente que estas finas investigaciones no

podían dejar indiferente al historiógrafo porque, como lo indica la autora, en ese libro se

puede ver:

“cómo los modelos clásicos podían permear la práctica de la historia en el siglo XVI y las
consecuencias narrativas formales y de conceptualización que podían tener estos recursos
en un relato histórico”.
El modelo historiográfico del siglo XVI se constituye con la lectura e imitación de los

historiadores clásicos, particularmente Plutarco y Salustio. De Salustio se busca imitar el

estilo porque parecía el más adaptado a la materia que pretendía relatar y de Plutarco

historiador, multieditado en ese siglo y en todas las lenguas europeas, se recupera una

29
Nora E. Jiménez, Op. cit., p. 297-298.
30
Nora E. Jiménez, Op. cit., p. 169. “De esta manera, la información de ambos textos circuló bajo el nombre
de otro autor, y en un momento en que había perdido su carácter de actualidad. Después de episodios como el
de Lepanto, y de la muerte de Felipe II, el contenido de ambos trabajos había pasado a ser material de
celebración de una grandeza que se extinguía.”
88
historia marcada por las grandes figuras militares, los grandes capitanes, un género

historiográfico en plena expansión en todos los países europeos desde finales del XV31.

Es por eso que Gómara concibió de antemano su obra americana a partir de su lectura de

los clásicos. Polibio no podía dejarlo indiferente, ya que en su tiempo, el proyecto de

Polibio fue el de dar cuenta del nacimiento y plenitud de un gran imperio, el romano; como

Gómara, se sentía él mismo testigo de la gran construcción del primer imperio mundial, el

del rey de castilla.

Por desgracia en la actualidad hemos perdido de vista la amplitud y lo novedoso del

proyecto gomariano ya que no sólo se trataba de reconstruir el relato del hallazgo de nuevas

tierras y de la construcción de un nuevo espacio político.

Hacer historia era para él un trabajo difícil y azaroso como lo reconoce en el Prólogo de su

Historia donde confiesa que si a veces pudo errar no fue por malicia:

“he trabajado por decir las cosas como pasan. Si algún error o falta hubiere, suplidlo voz
por cortesía. Y si aspereza, o blandura, disimulad, considerando las reglas de la historia que
os certifico no ser por malicia. Contar cuando, donde, y quien hizo una cosa bien sea cierta.
Empero decir cómo es dificultoso. Y así suele haber siempre en esto diferencia32.”
Esa diferencia, irreducible teatro, donde se manifiestan a la vez el pecado y el orgullo del

historiador es bien sentida por Gómara que sabe, con Cicerón, lo artificioso de la retórica

en obra en el relato histórico para contar lo ocurrido. Si ese relato de lo ocurrido utiliza una

31
Nora E. Jiménez, Op. cit., p 214. Nos recuerda que en su “Crónica de los Barbarroja”, p. 13, Gómara
escribe: “Las cosas de los demás excelentísimos capitanes que ahora hay, hablando sin perjuicio de nadie, he
emprendido describir, no sé si mi ingenio llegase a su valor, ni si mi pluma alcanzara donde su lanza: pondré
a lo menos todas mis fuerzas en contar sus guerras”
32
Si bien muchas de estas protestas pertenecen también de manera retórica a los tópicos propios del género
histórico, en el caso de Gómara considerando la magnitud e importancia de su obra, podemos ver esas
protestas sobre su trabajo como bastante sinceras.
89
mecánica discursiva destinada a la persuasión con argumentos racionales, también reconoce

Gómara, interviene en él la influencia de “las pasiones, los sentimientos, las emociones”.

En su reflexión historiográfica Gómara explica asimismo por qué ha separado la conquista

de la Nueva España.

“Distinguimos aquí dos partes de su materia: por un lado un personaje que ha tenido una
actuación tan ejemplar y sobre saliente que amerita un espacio narrativo para sí, separado
de otra parte que es “como las historias juntas y enteras...”, que escribieron Salustio y
Polibio”.
Esta afirmación permite a Nora Jiménez, en acuerdo con su intento de pensar la unidad de

la obra de López de Gómara, “mostrar que la Historia fue pensada de antemano y no es sólo

–como se ha dicho- un texto elaborado con el mero fin de servir de introducción a la

Conquista de México, ni menos de agradecer a un patrono.”33

No solamente Gómara encontraba un modelo en Polibio, sino que se encontraba frente a un

conjunto de guerras y conquistas que superaron con creces la obra de los romanos. Conforta

en su orgullo de pertenecer a ese nuevo pueblo elegido34 eso lo obliga a trabajar esa enorme

“materia americana” e intentar poner en ella un poco de orden para que, una vez apagada la

cacofonía de las batallas, se pueda descubrir allí una inteligibilidad, que era la de la

providencia guiando a España35.

33
Punto de vista erróneo producido por la ilusión retrospectiva “de Gómara como fuente para la historia de
México”, así como por el prejuicio de haber sido un trabajo mercenario en el cual lo que importaba realmente
era celebrar al patrón.
34
Nora E. Jiménez, Op. cit., p 213. “Nunca nación extendió tanto como la española sus costumbres, su
lenguaje y armas ni camino tan lejos por mar y tierra, las armas acuestas”,
35
Nora Jiménez, Ibíd., 262, recuerda que esto marca una gran diferencia, por ejemplo, con el texto de
González Fernández de Oviedo que suele perderse en medio de una inmensa información, de la que Gómara
lograr entresacar lo esencial; “la homogeneidad estructural y la nitidez de la prosa de Gómara vuelven a
90
América como revelación escatológica

Cuando en la Historia de Indias, en su dedicatoria al emperador Carlos V, López escribe

que “la mayor cosa después de la creación del mundo sacando la encarnación y muerte de

Cristo, es el descubrimiento de Indias; y así las llaman nuevo mundo”, debemos tomar esa

afirmación con mucha seriedad. La construcción del imperio de las Indias es más que una

simple conquista o la afirmación de un nuevo imperium, ya que éste aparece aquí como un

punto mayor de inflexión teológico que determina toda la historia humana. La referencia a

la encarnación, punto fundamental y arranque de la última etapa de la historia del género

humano, según las grandes divisiones de la Historia Teológica, no es aquí sólo un lugar

común retórico, o palabra de cortesano zalamero, sino como lo hemos desarrollado en

nuestro libro,36 la manifestación de la lógica textual que anima y sostiene la escritura de la

obra gomariana como la de todas las crónica de esa época.

No solamente los españoles son el nuevo pueblo elegido, sino que es bajo el cetro de un

emperador hispano como se prepara la unificación del género humano, preludio al regreso

de Cristo. No debemos olvidar que desde hace varios siglos se espera, en el corazón de los

anhelos escatológicos cristianos, a ese gran soberano cristiano que reunirá al universo bajo

su batuta y entregará a Cristo regresado, su corona en el Huerto de los Olivos, una vez

obtenida la victoria y conversión del Islam, y el pueblo judío igualmente convertido. Por lo

tanto el papel de la Historia, según Gómara, es relatar cómo Dios se sirve de los españoles

explicarse por su conocimiento de la historiografía clásica y contemporánea, que le permitió, sin pisar nunca
tierra americana escribir por su parte, la historia más famosa de la conquista de las Indias”
36
Guy Rozat, Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la Conquista de México, México,
Universidad Veracruzana, BUAP, 2ª. ed., 2002.
91
para lograr sus fines y prepara la venida de su Hijo, un relato que Dios mismo desea en un

afán de edificación moral de los mortales37. Por eso tantas referencias en las crónicas al

hecho que la victoria fue procurada por Dios y no tanto por las cualidades militares de los

esforzados soldados españoles

Los espacios de la gran epopeya. Construir un nuevo mundo

En su proyecto de relatar la gesta del nuevo pueblo elegido, Gómara es obligado a construir

para su lector el espacio en el cual se desarrolla tan importante hazaña colectiva para los

hispanos y tan fundamental para el género humano. Lo que puede explicar la enorme tarea

que emprende López para que su relato se desarrolle en un cuadro espacial coherente, un

trabajo que Nora Jiménez intenta volvernos asequible38. Creo que no viene al caso mostrar

aquí los tesoros de erudición acumulados en este intento en la Historia y para terminar,

citaremos a la autora:

“Fue el tema de la Historia de Indias el que le impuso el reto de generar una representación
del mundo en la que se armonizara lo nuevo con lo conocido y el sentido común con la
erudición libresca”
Conclusiones

De esta rápida revisión de la obra de Nora Jiménez se pueden desprender varias cosas

complementarias. La primera, es que este libro es imprescindible para pensar la obra de

37 “Son de Dios los reinos y señoríos, él los muda, quita y da a quien y como le place, que así lo dijo él por el
profeta. Y también quiere que se escriban las guerras, hechos y vidas de reyes y capitanes para memoria,
aviso y ejemplo de los otros mortales. Y así lo hicieron Moisés, Esdras y otros Santos”. (Gómara, Conquista
de México).
38
Nora E. Jímenez, Op.cit. p. 191, “Lo que él hizo fue poner a disposición de sus españoles todo su bagaje
cultural para interpretar el hallazgo. Al escribir su texto en castellano y no en latín Gómara escoge unos
lectores menos familiarizados con el saber geográfico y cosmografía... El puente que tendía no era solo entre
el latín y la lengua vulgar sino entre los que leían y los que no.”

92
Gómara y debería ser de consulta obligatoria para todos los que se quieren acercar a la

conquista de México y a las crónicas de los siglos XVI y XVII. La segunda, es que el libro

sobre la Conquista de México, que nos apasiona tanto desde este lado del Atlántico, tiene

un lugar propio en la estructura general de la obra de Gómara y que extrayéndola sin

precaución perdemos mucho de la riqueza del contenido de ese libro y peor acusándolo de

cualquier cosa. La tercera, es que en la lógica de la obra global de Gómara estaba en

germen, conforme al tipo de historiografía dominante en la época y que su reflexión sobre

la conquista de México, como hazaña providencial cortesiana, forma parte de una gran

construcción historiográfica imperial. Ya que Gómara pretendió toda su vida al título de

cronista real, tanto su curiosidad como estas aspiraciones no le permitían ignorar la

personalidad de Cortés, y por lo tanto, puede confesar sin ningún problema “que lo

conoce”, tanto a él y a su campaña victoriosa, como a los regalos suntuosos y curiosos que

trajo, objetos de todas las conversaciones de la corte y la ciudad, pero esto no quiere decir

que haya entrado en relaciones familiares con aquél. La única prueba documental de la

relación financiera entre Gómara y los Cortés es el pago de una recompensa que hace

Martín Cortés, después de la publicación de la obra y el reconocimiento de unas deudas que

le debían los Cortés desde hacía algunos años, pero ya muerto desde hacía tiempo el gran

Hernán. Por otra parte, está suficientemente esclarecido que Gómara jamás fue capellán de

Cortés, ya que en este puesto existen otros dos clérigos mencionados en su testamento

donde Gómara, el supuesto confesor y confidente, está ausente. Gómara fue sólo “Capellán

de Corte”, una de tantas distinciones que permitían esperar, con el tiempo, una carrera en

dicha corte.

93
Por lo tanto creo que la reconstitución casi día a día de la vida y obras de Gómara en en el

libro de Nora Jiménez nos procura suficientes elementos para desechar la supuesta relación

servil de Gómara con Cortés, descrita al final de la obra de Duverger con una trivialidad y

una serie de anacronismos impresionantes: “Cortés contrata a Gómara porque necesita una

pluma oficial”. El joven escritor, supone también Duverger, le hace leer a Cortés los

borradores de su Crónica de los Barbarroja. Éstos fascinan tanto a Hernán “que lo

contrata”. Según Duverger “en realidad, Gómara es un colaborador discreto,

constantemente disponible. Cortés lo hace trabajar intensa y continuamente pero a medio

tiempo… durante las sesiones de trabajo, el conquistador le proporciona elementos de

información… Gómara toma notas y vuelve a su gabinete; en caliente, redacta, pasa en

limpio, ordena la materia.” Al mismo tiempo que, sin descanso y en secreto, el propio

Cortés trabaja en la escritura de la crónica que durante siglos se ha creído de Bernal, en la

cual, incluso, habilidad suprema, “no vacila en fustigar la versión oficial y elitista de

Gómara”. Creemos que esa recuperación a toda costa por Duverger de la vieja acusación

contra Gómara, y su transformación en el simple sirviente de Cortés, fuera de toda

verosimilitud histórica, deja muy endeble toda su construcción sobre esa supuesta hipótesis

revolucionaria de que Cortés sería el verdadero autor de la crónica de Bernal, y el

inspirador de la de Gómara.

94
REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE EL CORTÉS DE DUVERGER1

Bernard Grunberg

Universidad de Reims

El texto que les voy a presentar hoy es una nueva versión de la nota crítica que fue

publicada en Estudios de Cultura Náhuatl, en 2007. Me pareció útil retomarlo hoy al

empezar este coloquio porque creo que la revisión rápida que había hecho de ese libro de

Ch. Duverger me parece aún de actualidad. En efecto, ese ensayo retoma todos los defectos

que había encontrado en aquella época en el trabajo de ese autor. Pero, imperturbable, Ch

Duverger ha ignorado, ignora y probablemente siempre ignorará en el futuro las críticas.

Libro tras libro, retoma siempre los mismos juicios erróneos, como si nada hubiera

ocurrido de nuevo en los estudios americanistas e hispanistas. Ahora, los dejo ser jueces de

la “calidad” del trabajo de ese autor a través de este primer pequeño estudio.

De entrada, este libro preocupa y plantea problemas. La bibliografía no sólo es muy

escueta, sino que el autor ignora las principales obras, tanto en inglés como en español y en

francés, lo cual no deja de sorprender. Citemos los trabajos de R. S. Chamberlain, el

Cedulario Cortesiano, la Residencia de Cortés publicada en México en 1852 , los diversos

coloquios recientes dedicados a Cortés, las obras fundamentales de F. Morales Padrón, las

biografías de otros conquistadores de México , sin hablar de nuestros propios estudios,

1
Christian Duverger, Cortés, Paris, Fayard, 2001. [Traducción al español, México, Taurus. 2005, 500 p.]

95
obras todas que, de haberlas consultado, hubieran permitido a Christian Duverger evitar

tantos errores. Así, Jerónimo de Aguilar no es “un eclesiástico como Las Casas” (p. 11)

sino un diácono; Francisco de Salcedo no llegó con 70 hombres (p. 163) sino con una

docena; no le cortó todo el pie a Gonzalo de Umbria (p. 166) sino solamente unos dedos; no

hubo ocho mujeres entre los castellanos durante la guerra de conquista (p. 249) sino unas

veinte, de las cuales se conocen los nombres de trece; Sandoval murió en Palos y no en

Niebla (p. 323); Juan de Herrera, presentado como el conquistador que Cortés mandó a

Roma para que el Papa legitimara a sus hijos (p. 334), no es un conquistador (Duverger lo

confunde con el conquistador Juan Pérez de Herrera). En cuanto al descubridor Francisco

Hernández de Córdoba, nada autoriza a identificarlo como un pariente del gran capitán

Gonzalo Hernández de Córdoba (p. 123). Señalaré también que en el mapa de la página 38

se ubica Santander ¡en Asturias! Las definiciones de ciertas palabras son erróneas o

incorrectas (alcalde, encomienda, escribano, vecino, etc.); Duverger no duda en escribir que

Cortés, escribano de Azua, por su función es un “tipo de prefecto” [gobernador] con

funciones embrionarias” ! (p. 85). Acerca de los grandes descubrimientos, el autor no vacila

en afirmar que los portugueses, en 1481, ya habían descubierto América (p. 51), y en

particular Brasil (p. 52). Asimismo retoma la vieja teoría del origen judío de Cristóbal

Colón, teoría abandonada hace ya muchos años, e indica que Colón sabía exactamente a

dónde iba desde antes de su viaje (p. 52), contrariamente a todo lo que sabemos y sin

proporcionar ninguna prueba. Todos estos errores se hubieran evitado al leer obras

recientes de especialistas sobre estas cuestiones, en particular los trabajos de Consuelo

96
Varela . Duverger está también equivocado cuando habla del genocidio en Santo Domingo

(p. 105).

El autor presenta digresiones más o menos largas sobre la historia de la España de los

Reyes Católicos, el descubrimiento de América, Cristóbal Colón, Ovando, Santo Domingo

y los Taínos, Carlos V, etcétera. Nunca remite Duverger a estudios serios al respecto, lo

que lo lleva a emitir clichés y lugares comunes: los colonos de Santo Domingo son

“aventureros sedientos de oro” (p. 79). Entre otras afirmaciones que el lector encontrará en

dicho libro, está la de que el piloto Antón de Alaminos conocía México antes de la primera

expedición hacia esta tierra en 1517 y que hubiera descrito deliberadamente Yucatán como

una isla (p.111-112); lo cual es no solamente desconocer la historia de los viajes del

“descubrimiento” sino también ignorar que si Alaminos regresó a Cuba pasando por la

Florida fue porque no conocía la ruta directa para regresar y por lo tanto que ignoraba lo

que era Yucatán.

Otra prueba de ignorancia del contexto es la afirmación de Duverger según la cual el

“requerimiento” era absurdo (p. 115): era una practica necesaria antes de empezar las

hostilidades. De la misma manera, para la toma de posesión, decir que era para “uso

interno” (p. 138) es ignorar la cuestión del llamado derecho de conquista. La lista de los

errores y aproximaciones es demasiado larga para poder citarla toda.

Cortés mismo es objeto de confusiones, de errores e incluso de inventos. Duverger busca

los antepasados de Hernán Cortés en documentos de segunda mano para validar la tesis

según la cual provenía de una familia privilegiada (p. 25), en contradicción con todo lo que

sabemos hoy en día. Incluso afirma el autor que el padre del conquistador “hablaba
97
imperativamente con Carlos V” (p. 26), lo que parece incongruente. Duverger llega incluso

a decir que el conquistador del Perú, Francisco Pizarro, era primo de Cortés (p. 337), ya que

la madre de este último se llamaba Catalina Pizarro Altamirano. La reciente biografía de

Pizarro escrita por Bernard Lavallé demuestra que esta afirmación es falsa. Para las

necesidades de su demostración, Duverger transforma a Cortés en una persona fuerte y

vigorosa (p. 27), mientras que la casi totalidad de nuestras fuentes indica que era de salud

frágil. El autor sigue afirmando que Cortés tuvo un papel clave en la pacificación de Santo

Domingo (p. 84), siendo que cuando él llega ya estaba realizada la conquista. Duverger

narra el encarcelamiento de su héroe Cortés en Cuba, como si de una novela se tratara (p.

99). Exagera el número de guerreros tlaxcaltecas (100.000 y luego 150.000) que se

enfrentaron con Cortés (p. 170) con el propósito de enaltecerlo. Se descubre a un Cortés

que se burla del gobernador de Cuba (p. 125) y que domina a Carlos V por haberle ofrecido

un México conquistado sin que el emperador tuviera que gastar para esta empresa (p. 122).

Y qué podemos decir de la afirmación de Duverger según la cual Cortés se siente más

cercano a los comuneros y a los franciscanos que a Carlos V (p. 270), y la de que este

último fue “un soberano de antesala sin grandeza de alma” (p. 329). Igualmente fantasiosa

es la teoría de este autor, que pretende que Cortés ayudó a Carlos V a imponer la idea de

“una España grande, fuerte y unida” (p. 210), así como su hipótesis según la cual “tal vez

ha sido el oro de los aztecas lo que incitó a Carlos V a regresar a España” (p. 214). Se

puede así constatar que Duverger desconoce las grandes obras dedicadas a este emperador

que se publicaron en los últimos veinte años.

98
Nos dice el autor que Cortés descuidó su enriquecimiento personal y que despreció las

relaciones de interés (p. 272), sin embargo, la cuidadosa lectura de los principales textos

escritos por los conquistadores y sobre todo del juicio de residencia de Cortés demuestra

que las afirmaciones de Duverger son contrarias a la realidad. Más descabellados son los

alegatos del autor acerca del blasón de Cortes, que tendría como origen “una composición

glífica procedente de una codificación nahua” (p. 245, 247-249), o bien del hecho de que

Cortés mantenga su rango como el tlatoani mexica y de que viva como un príncipe nahua

(p. 252). Encontramos la misma idea cuando Duverger afirma que el conquistador “más

indio que los propios indios quiere reconstituir la grandeza del imperio que el mismo ha

derrocado. Cortés se identificaría con el gran tlatoani nahua quien visitaba sus tierras una

tras otra y las reivindicaba” (p. 302-303). Estamos aquí no ante un libro de historia, sino de

una obra de ficción.

Sobre los episodios de la Conquista, son muchos los errores que aparecen en este libro de

Duverger. Afirmar que “Moctezuma está al tanto de la suerte reservada a los taínos de

Santo Domingo y Cuba” (p. 146) y que cuando los españoles llegan a México, hacía mas de

medio siglo que los mexicanos sabían lo que les esperaba, nos deja perplejos. El

hundimiento de los navíos de Cortés no fue como lo describe Duverger (p. 165), ya el

conquistador recuperó todo lo que se podía como son velas, cuerdas, anclas, tablas,

etcétera. En cuanto al transporte de los 13 bergantines, no los cargaron los indios en sus

espaldas (p. 218), porque estas embarcaciones fueron desmontadas y luego transportadas

hasta Tezcoco antes de ser ensambladas de nuevo. La matanza de Cholula, descrita como

“un acto de guerra en una lógica de guerra” (p. 178), no es en realidad sino un castigo

99
habitual para un “crimen de felonía”. El hecho de herrar a los esclavos no demuestra que

Cortés haya perdido el control de sus tropas (p. 232), aparte del valor como ejemplo de este

castigo) esta decisión obedecía a otros motivos. Cortés necesitaba a un máximo de

hombres, ahora bien, como perdió una parte de su ejército durante la Noche Triste, tenía

que aumentar el número de sus auxiliares indios. Por lo tanto, tuvo que liberar algunos de

ellos de la tarea de cargar y sustuirlos por esclavos. Además, al instaurar la esclavitud en

México proporcionaba a sus hombres, que lo perdieron todo durante este episodio, la

esperanza de tener una vida más fácil en el futuro, basada en el trabajo indígena. La escena

de Cuathtémoc llamando desde una azotea a detener la resistencia (p. 231), procedente de la

obra de López de Gómara, no aparece en ninguna otra fuente contemporánea. Duverger es

demasiado breve cuando trata de la matanza de Tóxcatl, de la captura y toma como rehén

de Motecuhzoma, del complot de Villafaña. Por último, decir que “la batalla de México no

es realmente una guerra, es el suicidio de un pueblo” (p. 232) es muestra de una visión mas

novelesca que histórica. Desgraciadamente, Duverger reconstruye a menudo la historia

basándose en su imaginación.

Más grave aún es el desconocimiento del autor respecto a la historia misma de México en el

siglo XVI: no se envió a Antonio de Mendoza a México para implantar la Inquisición.

Contrariamente a lo que piensa Duverger, la bula Omnimoda (Exponi nobis fecisti) no

organizó la iglesia mexicana (p. 258) y la Inquisición no dejó de perseguir a los indios

después de 1540 - aunque sí hubo una disminución de las persecuciones - , sino hasta

después de 1570-1571. En cuanto a los disturbios en la ciudad de México, los retoma del

testimonio de Bernal Díaz del Castillo, sin ningún análisis. Sostener que los primeros

100
franciscanos “tradujeron en actas el método de conversión imaginado por el conquistador

[Cortés]” revela una total incomprensión del papel de los doce por parte de Duverger (p.

260). El autor aún se contradice cuando reconoce que Cortés fue un colonizador (p. 138) -

de hecho instaura los fundamentos de la colonización implantando la encomienda en

México -, pero después añade que “nunca Cortés tuvo la idea de hacer de México una

colonia española” (p. 263). Conviene precisar que si bien hubo una explotación “colonial”

de la Nueva España, no hay que olvidar nunca que este territorio no fue una colonia stricto

sensu, sino más bien, un virreinato.

Una de las grandes ideas de Duverger es que Cortés sueña con el mestizaje de las culturas.

Decir que Cortés amaba a los indios (p. 106) y que tuvo una “visión mestiza del mundo” (p.

106-107) demuestra el desconocimiento acerca del conquistador. Basta leer atentamente sus

cartas y su juicio de residencia para darse cuenta de lo falso de estas aseveraciones. Cómo

no quedarse circunspecto frente a la aserción de Duverger, quien considera que Cortés

“funda en realidad el México moderno” (p. 15). El hecho de afirmar que el proyecto del

conquistador “conlleva en sí mismo, desde el origen, la independencia de México” y que

“fue el modelo de Cortés de mestizaje y de desarrollo endógeno lo que llevo a España a

concebir, en reacción, una verdadera estrategia de colonización, opresiva y cínica” (p. 275)

es pura invención. En realidad, el autor parece divertirse reinventando la historia de

México, tal como se la imagina. ¡Bien es cierto que la verdad es a menudo más difícil de

aceptar que la ficción! Por último, el retrato de un Cortés, “más allá de su tiempo,

visionario”, “mestizo de fe y de convicción”, “creador de civilización” (p. 408) no descansa

sobre ninguna base sólida. La realidad es bastante más prosaica: Cortés fue un jefe

101
carismático, un líder excepcional, pero sobre todo, se distinguió de los otros conquistadores

al aplicar, frente a situaciones novedosas, una mezcla acertada de viejas ideas medievales y

de nuevas concepciones del Renacimiento, particularidades que le abrieron las puertas del

éxito y que le otorgan un primer lugar en este episodio de la conquista de América.

La lectura de este libro de Duverger nos hace reflexionar sobre ciertas “producciones

históricas” que a menudo no tienen nada que ver con la Historia. La Historia nos obliga, por

fortuna, a una búsqueda paciente, realizada en el marco de una actitud científica, sin olvidar

nunca que el historiador no es juez, sino investigador del pasado, como lo subrayaba antaño

Lucien Febvre. Permanezcamos siempre críticos, no caigamos en la trampa de una historia

“oficial”, de una historia “complaciente”, de una historia comercial, novelesca, de una

historia-ficción, ¿pero acaso eso es Historia ? El historiador debe ser exigente. Se necesita

entonces olvidar rápidamente este libro de Duverger. Por fortuna contamos con buenos

estudios sobre Cortés, la biografía clásica de José Luis Martínez, la excelente presentación

de cartas privadas publicadas por María del Carmen Martínez Martínez y recientemente el

libro de Bartolomé Bennassar .

102
EN BÚSQUEDA DEL PROYECTO MESTIZO PERDIDO

Guy Rozat

Instituto Nacional de Antropología e Historia

Duverger empieza su biografía de Cortés afirmando claramente la altura de su proyecto,

está consciente de que va a biografiar no solo a un gran conquistador sino, más bien, a un

“mito”. Pero toma la precaución de decirnos que si es un personaje mítico, no es porque

falten documentos sobre él, al contrario, como si para Duverger el mito del gran hombre

solo tuviera que ver con un problema de documentación, con un simple problema de verdad

histórica o de buenos biógrafos contra malos.

Evidentemente enumera los clásicos textos de la conquista y los de los cronistas que hablan

de su biografiado, pero también, y es aquí donde nosotros no podemos estar de acuerdo,

como los lectores que tienen alguna idea de lo desarrollado en nuestro Seminario de

Historiografía de Xalapa desde 10 años, ya que recupera sin ninguna reflexión

historiográfica la supuesta “visión” de los indígenas, propuesta por la doxa nacionalista

mexicana, que nos afirma que “persuadidos por los primeros franciscanos, algunos

103
indígenas registraron en su lengua, el náhuatl, transcrito en caracteres latinos, su propia

versión de la conquista” (pág. 21)1.

Esta escueta afirmación transparenta la incapacidad historiográfica que manifiesta el autor

desde sus primeras obras. Ahorrándose una mínima reflexión sobre la naturaleza de sus

fuentes, se cree autorizado a “leer” y, con total inocencia, puede pretender que por un

efecto natural de esa lectura, “entiende” los textos americanos, sin darse cuenta de que

entiende solo lo que necesita para justificar sus tesis. Así puede aparentar dominarlas,

frente a los ojos de incautos, ya de antemano convencidos y maravillados por las campañas

de promoción de sus obras, códices, crónicas, documentos epigráficos, etc., nada le causa

problemas y por lo tanto, puede pretender sin más a los títulos de historiador, lingüista,

arqueólogo, etnólogo, etc., y presentarse finalmente como un auténtico maestro de

verdades.

Para obviar incluso cualquier posibilidad de crítica historiográfica, nos aclara, de manera

ingenua, que “el debate no se centra entonces en la manera de leer los documentos

históricos, sino más bien en la personalidad de Cortés…2” (pág. 22) confesando así que lo

que hará en esa obra antes que nada será una arcaica psicohistoria, en la cual los

documentos no tendrán valor por sí mismos, sino solo cuando puedan plegarse al retrato de

Cortés que pretende construir. Pero también se siente obligado a recordar al lector, que

podría ser tentado por un atisbo de lectura crítica, lo grandioso de su trabajo, ya que, “tratar

1
Christian Duverger, Cortés, Taurus, México, 2005.En la medida en que se tratará en ese ensayo únicamente
de una lectura crítica de ese libro, sólo mencionaremos las páginas de referencia.
2
Subrayado nuestro.
104
serenamente la historia de Cortés” no es simple, porque “el conquistador se inscribe en una

fase particularmente sensible (sic) de la historia de América” (espero que los lectores

mexicanos habrán notado lo “sensible” del periodo). Si bien sabe que la figura de su héroe

es polémica, sólo lo es porque los otros biógrafos utilizaron generalmente “argumentos

ideológicos, pasionales o impulsivos”; él, al contrario, desde lo alto de su cátedra parisina,

sereno y fuera de cualquier contienda ideológica y capilla historiográfica, pretende por fin

recuperar para nosotros “al hombre y a su tiempo” más allá de la leyenda. Por lo tanto nos

ofrecerá, por fin, el retrato del “verdadero” Cortés.

Es por eso que en su libro pretende revisar todas las facetas de ese nuevo Cortés,

eliminando los aspectos arcaicos acumulados sobre su biografiado: desde su infancia, su

familia, sus amores complicados, su envejecimiento, su cachucha de “agricultor en Cuba”,

guerrero en Argel, explorador en el Pacífico… hasta sus últimos días cuando con filosofía

“ve venir la muerte, juzga a su época, piensa en el porvenir de España y México”. ¡Guau!

El Dr. Grunberg ha esbozado ya en este libro lo que piensan de esas recreaciones

imaginarias.

En esa larga enumeración de las páginas 22 y 23 se asoma con fuerza el pathos que va a

animar toda su obra. A falta de análisis histórico e historiográfico nos propondrá los

sentimientos que cree que su Cortés sintió, “sus penas y alegrías, sus reflexiones”. Así no

debe extrañar al lector que el autor pudo escribir :

“al contrario del arquetipo del conquistador bandido, Cortés es sutil, letrado, seductor y
refinado, prefiere el gobierno de las mentes a la fuerza brutal que, no obstante, sabe
manejar; aprovecha impunemente la debilidad de sus compañeros por la fiebre de oro; sabe
analizar y anticipar, proyecta el porvenir, construye a largo plazo mientras que muchos

105
otros se embrollan con las dificultades de lo inmediato o en las empresas de corto alcance”
(pág. 24).

Por lo tanto al contrario de sus coetáneos que,

“alardean de un desprecio total por los indios, Cortés alimenta un sueño de mestizaje… al
concebir y realizar un injerto español en el tejido humano del imperio azteca, Cortés funda
en realidad el México moderno” (pág. 24). ¡Nada más, nada menos!

En el último anacronismo de su introducción afirma que “el descubrimiento de América

perturba profundamente a una Castilla cristiana entregada en ese momento a la reconquista

de su territorio ibérico”. Si bien podemos estar de acuerdo con su afirmación sobre los

intentos de homogeneización religiosa y, por lo tanto, la conquista definitiva del minúsculo

reino de Granada y la expulsión paralela de los judíos decidida por los reyes católicos,

afirmar que el encuentro americano perturba a Castilla, como al resto de Occidente, es una

exageración como lo han mostrado un gran número de investigaciones recientes. Si hace

esta afirmación errónea es porque adopta las antiguas divisiones pedagógicas para la

enseñanza de la historia definidas en el siglo XVIII. Los Tiempos Modernos empezarían

para Duverger en 1492 con el descubrimiento de América3. Original hasta el final, o porque

odia a Colón, él los haría más bien empezar con la propia aventura de Cortés en estas tierras

mexicanas. Así Cortés justifica de nuevo no solo su lugar de héroe americano, sino el de

paladín de la propia cultura occidental en su nueva etapa de crecimiento. Pero si Cortés es

el gran héroe de esa historia, Duverger tiene que construir paralelamente una Castilla

incapaz de pensar un modo inteligente y eficaz de gobernar esas Indias que acaban de

3
Evidentemente no ha oído hablar, ni ha leído nada, sobre los intentos de ciertos medievistas que pretenden
que la Edad Media pudiera ir hasta el XVII e incluso hasta la revolución industrial.
106
regalarle, pero sobre todo, impedida para entender la maravillosa solución política que,

según él, proponía Cortés: una América mestiza, y más aún, los cambios fundamentales que

se estaban produciendo pasando de la “época medieval al Renacimiento” y que la acción

victoriosa de Cortés contribuyó definitivamente a provocar.

Los orígenes del héroe

Cuando en el primer capítulo se interesa en su infancia, empieza por reconocer que “los

orígenes de Cortés están envueltos en cierto misterio”. Probablemente haya nacido en 1485,

como lo afirma “su biógrafo oficial, el padre Francisco López de Gomara a quién Cortés

tomó como capellán y confesor al final de su vida”4; pero también, con cierto humor, no

puede impedir acordarse de la “tradición franciscana de finales del siglo XVI” que lo hacía

nacer en 1483. Recordemos que si es tan importante esa fecha para los religiosos es porque,

signo divino, el nacimiento de Cortés, futuro conquistador de almas americanas, viene a

contrarrestar, para el reino de Dios, los efectos diabólicos de la predicación de Lutero,

nacido en ese mismo año, y que hundió en la perversión herética a gran parte de Europa.

Nuestro autor así inspirado puede concluir con esta simplonada: “desde su primer día de

vida el hombre queda atrapado por su leyenda y su biografía se vuelve una apuesta

simbólica” (pág. 30). De paso haré notar que su principal fuente confesada aquí es Gomara,

fuente de autoridad por haber sido, según él, capellán y confesor de Cortés y, por lo tanto,

4
Tampoco ha leído el magnífico libro de Nora Edith Jiménez, Francisco López de Gomara, ed.
CONACULTA-COLMICH-INAH, México, 2001, que muestra sin ninguna duda que Gomara no fue ni
biógrafo oficial, ni capellán y aún menos, confesor de Cortés. Un lugar común de la historiografía de la
conquista que debemos en parte a la mala leche de Las Casa y que desde esa época lejana se sigue
reproduciendo. Los trabajos de María del Carmen Martínez Martínez son otra confirmación de lo que nos
explica Nora Jiménez
107
todo lo que dirá ese cronista podría ser, en cierta medida, garantizado por el sello de la

verdad que es bien conocido siempre se maneja en los confesionales.

Pero regresemos a nuestro mito, durante siglos los historiadores consideraron que Cortés

perteneció a la pequeña nobleza, sin muchos recursos, pero esto no le parece suficiente a

nuestro entusiasta biógrafo, porque si sus padres “tenían poca hacienda, empero mucha

honra”. Por eso Duverger nos presentará a un Cortés perteneciente a las “familias más

poderosas” de la región. Incluso recupera para nosotros la supuesta figura de un tío abuelo,

Alonso de Monroy, figura heroica de las canciones de gestas, quien “dotado de una estatura

colosal y de una fuerza hercúlea”, jefe de guerra infatigable, se había vuelto “imagen

legendaria de caballero invencible”. No discutiremos aquí esa nueva reconstitución

genealógica, sino sólo las conclusiones que saca de ella Duverger:

“esta peculiar genealogía cortesiana está muy bien equilibrada. Gente de armas y letrados se
apoyan y complementan, el anclaje urbano se combina con la posesión de grandes dominios
rurales: los enlaces matrimoniales cuidadosamente calculados acabaron tejiendo por toda
Extremadura una vasta red de lazos familiares”,

y todo con los mejores linajes de la región. En resumen, un niño de buena familia, que no

podía ser más que heredero de las múltiples cualidades manifestadas por sus antepasados.

Una familia que no podía ser pobre ya que, como dice nuestro autor, fue capaz de financiar

un gran número de guerras privadas.

El apartado, “La vida de familia en Medellín”, digno de una telenovela, nos habla de una

madre “recia y escasa, dura y mezquina”, según Gomara, y por la cual Cortés parece no

haber tenido sentimientos muy tiernos y cuya muerte en México “no parece haberlo

afectado con desmesura”. Ejecutada la madre, pasa a la figura paterna:

108
“en cambio, Cortés profesa una verdadera admiración por su padre Martín y a falta de la
ternura o afecto que, no se acostumbraba prodigar en esa época, mantiene con él una sana
relación de confianza y complicidad; tiene siempre el sentimiento de que su padre
comprende su proceder y nunca duda en pedirle apoyo” (pág. 34).

Es ese padre, el que, según Duverger, “habla alto y fuerte a Carlos V y con eficacia” quien

defenderá sus intereses ante la corte.

Encuentra incluso, aunque se sabe realmente muy poco de ese padre, “una semejanza de

carácter”. Ya que “Hernán heredó de Martín una forma de piedad que no está hecha de

ritualismo ciego sino de modestia frente al destino, el cual está en las manos de Dios”. Si

los dos son buenos cristianos no son, para nada, espíritus cortesanos y siempre marcan su

reserva frente a los “poderes temporales”. Martín “tiene la costumbre de hablar claro y

asumir sus propias convicciones”.

En cuanto al cliché que quiere que de niño Cortés haya sido enclenque y enfermizo,

Duverger toma el contrapié de esa figura, no puede ser, ya que según él “adulto será una

fuerza de la naturaleza”, por eso incluso atribuirá a su héroe una estatura muy superior a la

que todos los biógrafos precedentes le habían atribuido, ya que le parece difícil encerrar

tantas virtudes civiles y militares en un cuerpo tan pequeño5.

Continúa describiendo el espacio en el cual ese niño superdotado se desenvuelve, la España

medieval de Isabel la Católica. Este capítulo empieza con una pregunta retórica a la cual

Duverger finge no poder responder: ¿Cuáles son los ecos del mundo que llegan hasta el

joven Hernán? Pero ésta le permite de hecho responder de manera enfática que ese Cortés,

5
En su introducción José Luis Martínez, recalca esa nueva estatura de Cortés, cuando la tradición creía haber
establecido, desde hace varios siglos, que medía 1.58 metros: “El retrato físico que hace Duverger es por lo
menos sorprendente. Como de 1,70 metros de altura..” p.18
109
casi vidente, “no puede dejar de sentir el sismo cultural que sacude aquel final del siglo

XV”(pág.39). Ese sismo es el fin de la Edad Media, aunque Duverger confiesa,

“personalmente tiendo a pensar que el Renacimiento con todo lo que implica de cambio y

modernidad, no se manifiesta antes del periodo 1515-1520 (pág.39)” y considera que esta

“mutación del mundo” es de hecho “una consecuencia del descubrimiento de América”.

Finalmente si el joven Hernán resiente, aunque confusamente, el cambio en curso del cual

será después uno de los grandes arquitectos, España, Castilla, siguen siendo “todavía

completamente medievales”, aunque no nos explica por qué no se dan cuenta de dicho

seísmo los otros contemporáneos.

Sobre este capítulo habría mucho que decir ya que Duverger insiste en lo que considera las

lacras que impedirán el buen gobierno de las Indias. Los reyes eran degenerados, herederos

producto de adulterios. Por suerte aparece Isabel, aunque juguete durante algún tiempo de

los Grandes de España. Es un Fernando, casado con Isabel, quien se vuelve jefe de guerra,

el que logra mantener la unión entre Castilla y Aragón. 6 La incapacidad de imponer su

poder llevará a la reina a instituir y apoyarse en la Inquisición y, por lo tanto, Duverger

puede concluir tajantemente

“en ese clima de intolerancia nace Cortés: ese nuevo ámbito impuesto por la reina Isabel a
España, será, sin duda alguna, uno de los factores determinantes en la vocación ultramarina
del joven Hernán y de muchos de sus compañeros”(pág.24).

6
“Si bien la España moderna, surgida de un matrimonio, de una herencia y de una guerra civil, está inscrita en
el papel desde 1479, en ese momento, no obstante, sigue siendo una realidad cercana a la abstracción…”
“¿Qué queda entonces a fin de cuentas del poder real?” (pág. 47)

110
Para él Isabel no es realmente una ferviente católica sino más bien un personaje cínico que

solo utiliza el catolicismo como “cimiento perdurable de su autoridad política…” (p. 53).

Será en ese “país fracasado”, según Duverger, donde el destino caprichoso hará intervenir a

un “cierto Cristóbal Colón. Ese intrigante, seductor y cínico…”. Cortés tiene 7 años

cuando ése descubre América.

En su afán de originalidad, Duverger desprecia profundamente a Cristóbal Colón y, otro

complot más que se cree encargado de desvelarnos, a nosotros pobres incautos:

“La mayoría de los historiadores consideran ahora que Cristóbal Colón no es el verdadero
descubridor de América, pero es el primero en obtener un documento jurídico que le
concede esos territorios” (pág. 57)

Éste sería por lo tanto solo un vulgar y audaz oportunista con suerte. “Es sorprendente

advertir – nos aclara Duverger- que Cristóbal Colón sabe desde el inicio hacia dónde va:

busca la isla de Haití y la encuentra…” y además “sabe también cómo regresar a España,lo

que no es nada evidente…Es imposible, regresar a España si no se conoce el “truco”

“(pág.57) Ya que los navegantes tienen que ir a buscar “la corriente del Golfo que conduce

a los navíos hacia las Azores casi de manera natural. Cristóbal Colón ejecuta esa maniobra

sin el menor titubeo, como si ya conociera el rumbo adecuado”. Extraño secreto, si

consideramos que también conocía ese camino el hermano Pinzón que ya había

abandonado a Colón y regresado antes directamente a España.

A través de la figura del “tan oscuro Cristóbal Colón” nos quiere explicar la corrupción y

mediocridad de esa época:

“C. C. es un personaje turbio, pero las circunstancias opacarán aún más su personalidad. Es
probablemente judío, pero he aquí que la reina Isabel le ofrece un contrato maravilloso ¡Tan
sólo dos semanas después de haber ordenado la expulsión de los judíos de Europa! Con ese

111
hecho, toda la vida precedente de C. C. se vuelve inconfesable y la biografía del
descubridor, escrita más tarde por su hijo Fernando, será en consecuencia una obra maestra
de simulación”(p58).

Siempre el complot. “Colón posee un secreto de navegante que no puede revelar sin perder

el beneficio” de sus mentiras, la fama y la riqueza.

Como Bernal, Colón es también iletrado:

“Excelente navegante pero autodidacta, cita a autores sabios que no ha leído, defiende el
indefendible argumento de un atajo hacia las Indias. Para tratar de convencer, engaña sobre
las distancias que se deben recorrer”(pág.58).

En la discusión con los expertos, “detrás de la cortina de humo del viaje hacia las Indias,

que parece muy atractivo en esa época, Cristóbal Colón intenta le otorguen en plena

propiedad las tierras cuya existencia y localización exacta conoce(pág.58)”. Judío y

tramposo, esto no nos huele muy bien, aunque reconozcamos que es un clásico ¿no?

Con los cuentos sobre Colón Duverger ha empezado en cierta manera a prepararnos al

futuro fracaso del gran proyecto de su héroe Cortés. En la primera entrevista de Colón con

los reyes

“la historia de América entra en la esfera de lo irracional. Ese oscuro Colón, con su perfil de
aventurero atractivo, con su certeza interior, con su inverosímil castellano esculpido, con su
acento portugués mezclado con dialecto genovés, con su falsa cultura docta, ese enigmático
Colón surgido de la sombra seduce a la reina. Ella está fascinada, Colón lo siente; es el
principio de una corazonada. Historia de amor quizá o simplemente historia de dinero,
complicidad entre una reina arruinada y un aventurero prometedor; lo cierto es que la reina
Isabel lo pensiona al año siguiente y lo llama para que a partir de 1489 esté a su lado en la
Corte. Colón ocupará así una posición que no le corresponde: el de testigo cotidiano de la
cruzada contra Granada”(pág.58-59).

Hablando de las Capitulaciones de Santa Fe: afirma que “ese contrato con Cristóbal Colón.

es aberrante desde todos los puntos de vista” pero lo peor le parece que con el la historia se

112
vuelve irracional e irrealista ya que finalmente “decidirá la futura gestión de los territorios

americanos” dando las tierras en propiedad privada la corona crea un precedente.

“La corona jamás recuperará la propiedad territorial de las tierras americanas, que serán
anárquicamente privatizadas a medida que se van descubriendo al azar de los desembarques
de los conquistadores y de las luchas de influencias locales.”(pág.61)

Y concluyendo que “La libertad que sentirá Cortés al tomar el control del territorio

mexicano viene de ahí”, nos asalta una duda ¿es un bien o un mal esa política de la corona

para el desarrollo del plan de Cortés? No lo sabremos.

El papado que interviene igualmente en el destino de las Indias, no es mucho mejor tratado.

Cuando llega Colón, es Alejandro Borja, el papa Alejandro VI, de origen español, (nació

en Valencia) a quien la historia “recuerda sobre todo el nepotismo, la vida de desenfreno y

los excesos de sus numerosos hijos, entre los cuales están los famosos César y Lucrecia”,

acaba de ser nombrado y concederá América a los “reyes católicos”. Seguramente el señor

Duverger ve mucha televisión y su conocimiento del funcionamiento del papado en esta

época es por lo menos sumario.

Sobre la adolescencia de Cortés vista por Duverger, no nos detendremos mucho. Sólo

rescatemos que a los 14 años es enviado a la universidad de Salamanca para realizar sus

estudios de humanidades. Ese periodo de la biografía cortesiana ha hecho correr mucha

tinta. Un especialista español ha gastado media vida para encontrar en los archivos de esa

universidad cualquier mínima huella del paso del joven Cortés… pero eso no molesta a

nuestro biógrafo quien después de muchos lugares comunes considera que su estadía en ese

“prestigioso establecimiento” fue todo un éxito, aunque el joven no se quedaría, “para gran

decepción de sus padres.”

113
Si algunos autores dudan de la capacidad de Cortés de dominar perfectamente el latín,

Duverger utiliza el testimonio de Bernal en el que escribió que “era latino… y cuando

hablaba con letrados respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía coplas en

metro y en prosa y en lo que platicaba lo decía muy apacible y con muy buena retórica”7.

Si Cortés no duda en usar citas latinas, “ese dominio del latín signo de la pertenencia al

mundo del clero, de los juristas y de los sabios no es sorprendente… puesto que todas las

enseñanzas se impartían en latín…” incluso, afirma Duverger, apoyando a Bernal, que

hablaba latín antes de entrar a la universidad, “fruto del trabajo de algún preceptor”.

Duverger está convencido, después de las Casas o Díaz del Castillo, de que fue bachiller en

leyes, aunque la mayoría de los autores contemporáneos piensan que no, pero lo

importante para Duverger es poder concluir que lo importante es que Cortés “muestra que

sacó bastante provecho de sus estudios de derecho…” a lo largo de toda su vida.

Por suerte para Castilla y el mundo, “los ojos de la reina al fin se han abierto, Colón

aparece bajo su verdadero rostro, como un aventurero sin escrúpulos, obsesionado por el

poder, devorado por el espíritu de lucro”(pág.72). Fin del episodio colombino.

Cortés en América

Nuestro Hernán por fin entra en razón, “después de su propio descubrimiento del mundo,

titubeando entre el trabajo y los amores, Hernán regresa a su proyecto inicial: las Indias. A

7
Bernal Díaz del Castillo, Historia Verdadera…, México, Porrúa, 1980, p.557.La utilización repetida del
testimonio de Bernal considerada después de la publicación de la tesis de Duverger, que pretende que el autor
de la obra bernaldiana es de la propia mano de Cortés, nos ilustre sobre la poca seriedad historiográfica del
personaje.
114
finales de 1503, acuerda con sus padres el pago del pasaje…” Cortés pone pie en América y

con un grito de jubileo mezclado de amenazas, exclama: ¡Ya llegué! Tiene cita con la

Historia parece decirnos Duverger.

Su llegada no fue sencilla. Duverger, que probablemente cree en los presagios, retoma los

relatos épicos de ese viaje. Lo que le parece probablemente normal ya que un destino como

el de Cortés no puede dejar al cielo indiferente: no solamente pelean capitán y piloto, sino

que los diferentes navíos de la flota compiten para llegar primero y vender con seguridad

sus mercancías más caras llegando, esas sucias prácticas, a sabotear el mástil del barco en

el cual estaba Cortés. No puede faltar tampoco en ese viaje extraordinario una terrible

tormenta, la falta de víveres y el pánico de la tripulación que se muere de hambre y de

miedo de caer en manos de los antropófagos8(pág.77).

El choque iniciático, según Duverger, es muy rudo para el delicado y culto joven Hernán,

“sumergido en la atmósfera de las islas, Cortés conoce de entrada los ingredientes de la vida
en las Indias: ausencia de reglas, exasperación de los apetitos, descomposición de la vida
social por la envidia, la maledicencia, la corrupción, la traición, el cambio de alianzas, la
búsqueda del poder y, por supuesto, la fiebre del oro” (p. 78).

Finalmente, “la tierra en la que desembarca Cortés está muy lejos de ser el paraíso terrenal

que creía haber descubierto Colón”.

8
Ese tópico del viaje iniciático en el que las potencias infernales y naturales, las primeras manipulando a las
segundas, se empeñan en impedir el buen arribo de un viajero predestinado, es un clásico de la literatura de
viaje de esa época, como lo muestra el relato del viaje de Jordan Catala a Taprobane.
115
Frente al fracaso de la colonización de Ovando, de las 2500 personas que habían llevado

cnsigo, 1500 han muerto, arrasadas por el paludismo, las disenterías, las fiebres y la

desnutrición. “Cortés se queda atónito ante la situación que se le describe.”

“Él que desembarcaba con su comitiva y sus sirvientes y que contaba con llevar un gran

tren de vida gracias al oro que corría por oleadas en las riberas, debe desengañarse”. Éste

“acaricia por un momento la idea de extraer oro con sus propios empleados españoles sin

recurrir a la mano de obra esclavizada de los indios” ya que le repugna utilizar la fuerza

bruta sobre los hombres (pág.85).

Pero la fuerza magnética de Cortés se impone,

“…a los 20 años se convierte en el hombre clave de la pacificación de la Española. No


necesita más de un año para cumplir esa tarea. Después de las matanzas de Ovando, las
guerras dirigidas por Cortés parecían de otro género… aplica un método que le es muy
propio. Utiliza la negociación, la presión y la persuasión para evitar recurrir a la violencia.
En los hechos existe un indicio de la extremada originalidad de Cortés (pág.86)”9

Confrontado a una “pacificación” brutal, sangrienta e inoperante: muerte de españoles y

masacre de indios se responden unos a otros, todo va a cambia con Cortés, pretende

Duverger, aunque no da ni fecha ni más detalles sobre este cambio tan drástico : “Cortés ya

tiene un estilo; su personalidad se impone y Ovando lo protege…” “Después de su año de

campaña militar” sobre el cual Duverger no da detalles, Cortés regenta uno de los 17

municipios recién fundados, en los cuales se dividió la isla, él está en Azua y Duverger no

9
Como lo expresó ya más adelante Bernard Grunberg, estamos aquí en una novela digna de Bernardin de
Saint Pierre, de todas maneras como lo hacen notar muchos especialistas de la época, la conquista estaba
terminada cuando llegó Cortés. Pero ese tipo de descripciones psicológicas son necesarias para que el lector
pueda entender la conversión de nuestro futuro conquistador al pacifismo ya que va a tener una “revelación”,
como el apóstol Pablo en el camino a Damasco, o Las Casas escuchando a Montesinos.
116
teme escribir: “ocupa entonces una función pública, que lo coloca en el primer círculo de

los colaboradores del gobernador”. Ya su genio se manifiesta. En su encomienda

“hubiera estado entre los primeros en tratar de aclimatar la caña de azúcar originaria de Las
Canarias; pero en la práctica Cortés no tiene espíritu de agricultor y muy pronto, fascinado
por los juegos del poder, regresa a vivir a Santo Domingo cerca de los círculos allegados a
Ovando.”(pág.87).

El interés por la tierra como lo constata su biógrafo no le duró mucho.

La vida en Santo Domingo

“No se descarta que Cortés se aburriera en su vida insular. Todos los testimonios lo

presentan como un gran jugador de cartas. Eso prueba que tiene tiempo para jugar.” ¡Qué

tino! ¡Qué deducción! “Colecciona también aventuras amorosas que lo ocupan

permanentemente.” De ahí sus peleas, duelos y cicatrices para acceder a las mujeres

indígenas más bonitas, las escasas españolas están probablemente encerradas bajo llave por

sus maridos. Y por lo tanto no debe extrañarnos que

“Cortés vivirá desde el principio con concubinas indígenas, gran aficionado a la belleza
femenina y bastante exigente con el rango social de sus compañeras, se puede pensar que se
interesaba principalmente en las hijas de los caciques locales y entre ellas en las más
hermosas, que debían ser también por la fuerza de las cosas codiciadas”(pág.88). 10

“El proceso de exterminación de los indios procedía inexorablemente” confiesa Duverger y

Cortés se aburre de su vida cómoda de “observador y actor de la vida colonial”, ya

comprendió: “que la palanca de la riqueza es el poder”. Añadiendo que poco se sabe sobre

el origen de su enriquecimiento, ya que no es minero, ni agricultor, sino que más bien vive

10
Si Duverger se hubiera interesado en la literatura colonial, no estaría engolosinado con las hijas de
caciques, ya que si bien la belleza aparece en esas familias “distinguidas”, también florece en las más
humildes de las chozas, otro ejemplo de la mirada clasista de nuestro muy particular historiador. A poco ¿las
maravillosas chamacas populares no eran objeto de la concupiscencia española?
117
traficando con Ovando. Y si éste manda a España 5 toneladas de oro entre 1503 y 1510, se

podría considerar considernado las costumbres de la época, que este pequeño grupo se

apoderó por lo menos del 10%, si no más, es decir, de por lo menos de 500 kilos de oro.

Probablemente jamás sabremos cuánto ingresó Cortés, pero suficiente incluso para alguien

que nos afirma Duverger no estaba interesado en las riquezas. Esa estación en la camarilla

de Ovando probablemente le abrirá el apetito, ya que que dueño de la Nueva España

pretenderá que le pertenece en propio, un quinto de la riqueza producida por la conquista.

Pero llegarían tiempos de cambio para la colonia española, ya que “… Isabel la católica

había muerto en Medina del Campo, el 26 de noviembre de 1504, fulminada por una

enfermedad venérea” su sucesión se vuelve caótica. Pronto le sigue a la tumba su protegido

Colón, el 20 de mayo de 1506, después del fracaso del cuarto y último viaje, pobre

“almirante de los mosquitos”. Duverger escoge finalizar con esos crudos detalles el retrato

negativo de Isabel, aunque otros autores hablen de un cáncer de útero o de otras

posibilidades, si escoge esa enfermedad es a la vez para ensuciar a la realeza y su política y

así realzar la nitidez y perfección moral de su héroe, así como la justificación de su

proyecto mestizo.

No podemos seguir examinando página por página, todas las ocurrencias, figuras, e intrigas

telenovelescas que nos propone Duverger como biografía de Cortés. No se trata, como lo

afirmó varias veces en entrevistas después de las críticas que le fueron hechas, solamente

de ponerse a la altura del lector medio, sino más bien, de su desprecio por ese lector medio.

118
El Gran Proyecto Cortesiano

Entraremos ahora en lo que en la parte III de su libro, Duverger llama el “Nacimiento de la

Nueva España (1522-1528)”, y particularmente en lo que nos propone como “El proyecto

cortesiano (1522-1524)”. (pag.227-254).

Aunque haya sido “a precio de sangre”, Cortés el pacífico, tiene ahora el campo libre,

“puede realizar en México esa nueva sociedad que anhela desde hace algún tiempo…” Su

proyecto se origina, según Duverger, de un profundo “rechazo intelectual por la vieja

España y por la vieja Europa” recién salida de sus castillos feudales y de una violenta

“atracción visceral por esta América tropical poblada de indios misteriosos y taciturnos.”

(pág.227)11

Para acreditar esta voluntad de cambio nos aclara que Hernán no es el único en resentir esta

“imperiosa aspiración al cambio”. Ya que según Duverger,

“todos los círculos intelectuales arden y reflexionan sobre la mejor vía para salir de la edad
media, todos quieren romper con la corrupción y las prácticas escleróticas. Todos buscan
colocar al hombre y su intrínseca libertad en el centro del dispositivo social.(pág.229)”12

Duverger hace aparecer entre esa gran cohorte sin mucho orden a personajes muy

diferentes como Lutero, Erasmo y Tomas Moro, las clásicas figuras del siglo XVI, pero

11
“Indios misteriosos y taciturnos”, otro de los lugares comunes de la visión occidental del indio. Si bien la
lumpenización cultural, el trabajo excesivo y el consumo de alcohol, también excesivo, produjeron en el siglo
XIX “indios taciturnos”, lo que podemos intuir de esas sociedades frente a la Paz Blanca, era que eran más
bien festivos e incluso excesivos. Los usos del cuerpo, el de las bebidas fermentadas y el consumo de
muchísimas plantas psicótropas, así como las grandes fiestas colectivas, nos presentan una imagen del indio
muy lejana de la del indio taciturno encerrado en sí mismo, rumiando solo proyectos de venganza y de muerte
que vehicularan la antropología del XIX..
12
También aquí Duverger debería leer lo que se ha escrito en los últimos 30 años sobre ese periodo del
Renacimiento y sobre su famoso “humanismo”
119
también a los comuneros de Castilla y hasta a los franciscanos reformados por Juan de

Guadalupe. América así concebida puede ofrecer “un contra modelo de tamaño natural.”

Exterminados los tainos, los mexicanos están allí, vivos y “encarnan otro modelo cultural.

Otra forma de civilización.” Al visionario Cortés le parece que el proyecto es muy factible

ya que simplemente “quitándoles los sacrificios humanos, pueden atestiguar el ingenuo

humano. Son una alternativa.” E incluso que “…por la fuerza del ejemplo, esos pueblos

serán capaces de volver a dar un impulso civilizador a los otros pueblos de la Tierra”.

Según él, Cortés finalmente “concibe así una verdadera teoría del mestizaje,

extremadamente original” aunque reconoce que es fácil de caricaturizar, pero los autores

que vieron en la empresa cortesiana solo violencia y codicia “han pasado al margen de una

realidad más sutil.” Y es ese sutil ideal que nos explicará Duverger.

Medios para una nueva política

La idea originaria del capitán, nos aclara el autor, fue la de

“realizar un injerto español en las estructuras del impero azteca, a fin de engendrar una
sociedad mestiza. Cortés no trata en ningún caso de transplantar al altiplano mexicano una
micro sociedad castellana, copia colonial y marchita de la madre patria. Eso ya se había
hecho en La Española y en Cuba…(pág.228)”

Ya que ese modelo de conquista militar violenta es inoperante y Cortés ha sido un fiel

testigo de ese fracaso, en México serán los españoles los que deberán fundirse en el molde

autóctono. Duverger para convencernos de ese cambio radical de política nos indica

algunas de las decisiones tomadas para llevar a cabo dicho proyecto: muy pronto, por

ejemplo, afirma que Cortés se empeña en considerar el náhuatl, la lengua de comunicación

en Mesoamérica, como la lengua “oficial” de la Nueva España”. Además decide que “en la

120
escuela”(sic) se darán clases en lengua vernácula o en latín. Y por lo tanto de esa práctica

escolar Duverger concluye que el Vencedor decide que “No habrá hispanización en

México”13.

Además nos recuerda Duverger que Cortés está bajo influencia:

“Gozando de los sabios consejos y las lecciones particulares de Marina, Cortés parece
dominar el náhuatl desde 1524, aunque en sus presentaciones oficiales conserve a su
intérprete indígena para respetar la tradición autóctona…(pág.229)”

Marina también lo ilustra en “las complejas sutilezas del código ideográfico…”14 E incluso

Duverger va mucho más lejos al afirmar que: “Tenemos (?) la prueba de que Cortés

conoció el funcionamiento de ese sistema de escritura pictográfico y que lo puso en

práctica en un marco realmente mestizo…” 15 Y por lo tanto intentará ofrecernos dos

“pruebas” que seguramente le parecen, a él, contundentes y capaces de borrar cualquier

duda del lector, sobre el espíritu profundamente mestizo del proyecto de Cortés.

La primera es cuando lo nombran gobernador y le otorgan la posibilidad de obtener un

nuevo escudo. El Cortés de Duverger aprovecha esta autorización para mandar una

descripción en “perfecta conformidad… con la tradición heráldica española.” Pero lo que

pretende Cortés sutilmente es otra cosa, ya que la del descripción del escudo que pide no es

13
Podríamos preguntar a nuestro biógrafo si existió esa política exclusiva ¿cómo pensaba Cortés que se
relacionarían esos jóvenes salidos de esa” escuela”, con el poder hispano? o ¿con los otros españoles?
14
No teme en añadir este juicio: “De temperamento jurídico, los indios del Altiplano central recurrían por lo
común a las acciones de justicia que daban lugar a registros escritos particularmente voluminosos.” ¿Qué
qué? ¿Donde están esos registros? ¿O acaso quiere hablar de los pleitos que las nuevas generaciones de
caciques producidos por la conquista empezaron muy pronto para justificar su nuevo poder, utilizando los
argumentos de la antigüedad de sus linajes, pero frente al sistema jurídico hispano?
15
“José Luis Martínez, op. cit., Introd. p. 8 no parece suscribir a lo que pretende el autor “Duverger en su
entusiasmo cortesiano, hace algunas afirmaciones que me parecen difíciles de aceptar, por ejemplo, la
existencia de pruebas de que Cortés logró comprender el sistema de escritura pictográfico (de los nahuas) y
que hizo de él un uso realmente mestizo”..
121
más que, en realidad, “una composición glífica que se derivaba de la codificación

náhuatl…” Esa triquiñuela heráldica, confiesa Duverger, fue para que los mexicanos

comprendieran que Cortés se presentaba como conquistador de los pueblos nahuas y se

colocaba dentro del simbolismo de la guerra sagrada que, desde hacía cerca de 30 siglos,

estaba inscrita en las estelas y monumentos indígenas. Es así, nos afirma sin reírse, que al

sobreponer 2 registros semánticos, Cortés logra insertarse en la continuidad de dos

tradiciones. Para Duverger es evidente que “elaboró su escudo desde la óptica indígena” y,

para mantenerse políticamente correcto, vistió enseguida su propuesta con explicaciones

ingenuas, pero dentro del marco de la comprensión hispánica. Terminando la exposición de

esa muestra definitiva de lo mestizo de Cortés, con esta conclusión: “Se nota muy bien en

esto que el conquistador se pasó del lado indígena sin, no obstante, romper con su origen, al

construir secretamente una especie de mestizaje subliminal.(pág.231)” Tan subliminal que

durante 5 siglos nadie lo vio pero por suerte estaba nuestro erudito y clarividente campeón

parisino.

El otro ejemplo es aún más “sofisticado”, lo confiesa él propio Duverger. Veamos, tenemos

una medalla grabada por el alemán Cristopher Weiditz de la corte de Carlos que en su

revés tiene un dibujo y una divisa. El dibujo es aparentemente incomprensible, confiesa

Duverger, si no se sabe que es, antes que nada, una mala copia de un glifo nahua e incluso

olmeca “que describe la toma de una ciudad”, pero como también trae inscrito un lema que

le parece “extremadamente ambiguo” ya que “clama que la dominación es consustancial

del fuego y de la sangre”, dicho lema, traducido por el propio Duverger, “la justicia del

señor los capturó y su fuerza endureció mi brazo”, le permite aquí también encontrar la

122
simbólica náhuatl oculta. Y nosotros menos entusiasta nos atrevemos a preguntar ¿si hay

una frase más bíblica que esa?

Sobre el mestizaje de la sangre se extiende más:

“Concibe la emergencia de su sociedad mestiza como una maternidad. Solo la mujer,


porque ella representaba para él la faz más civilizada del mundo, puede ser investida de
esta misión de confianza: engendrar al Nuevo Mundo. Fascinado por la mujer amerindia a
la cual rendirá culto, impondrá la mezcla de sangres ofreciendo a las mujeres mexicanas el
papel de madres de la nueva civilización.”(pág.233).

De ahí, nos recuerda Duverger, su férrea oposición a la presencia de mujeres españolas en

su operación de conquista. Díaz del Castillo, en un pasaje que él mismo parece haber

censurado porque describía un banquete muy bien rociado, da el nombre de 8 mujeres que

se encontraban en Coyoacán poco después de la caída de Tenochtitlan, 3 de las cuales eran

viejas, esposas de soldados de Narváez, también, recuerda Bernal a María de Estrada que

“sobresalió durante la noche triste por su excelente manejo de la espada” y con “varonil

ánimo”. Pero podemos preguntarnos si la fobia de Cortés en la organización de su

expedición marítima no es solamente un reflejo de los temores tradicionales sobre la

presencia femenina en los barcos ya que ésta provocaba calamidades y tormentas. Sin

olvidar el jaleo paralelo de los machos dando vueltas a las pocas mujeres embarcadas y

origen de muchos disturbios.

Cortés y las mujeres indias

Duverger sigue aferrado a su idea “…no eran las españolas las que le interesaban a Cortés.

No tenía ojos más que para las indígenas y en primera fila figuraba Malintzin.” Intenta

mostrarnos la naturaleza de la relación entre Cortés y las mujeres indígenas. Empieza por

reconocer que “La historia ha sido severa con Hernán, al reprocharle sus innumerables
123
conquistas femeninas,” pero argumenta, ¿qué puede hacer, si él les agrada, y también a él,

ellas lo fascinan? Que no se engañe el lector no es sólo un problema de simple seducción

física16, sino más bien del efecto arrasador de sus “cualidades, de un carácter excepcional.”

(pág.234) Y esto le da pie para esbozar de nuevo un retrato moral de Cortés:

“Es de un humor parejo, de conversación agradable, erudito, culto, dotado de réplica.


Hernán se mantiene alejado de todos los excesos: habla firme sin encolerizarse nunca; le
gustan las fiestas sin ser fiestero; toma vino pero siempre con moderación; sabe apreciar la
buena comida pero no le molesta ser frugal, es elegante y siempre bien ataviado, pero se
viste sin ostentación. Vivo y burbujeante, no sucumbe jamás a la pretensión. No hay altivez
ni desprecio en él, sino una aptitud para escuchar, comprender y compadecer. En el fondo
es un hombre simpático y cálido, que posee un gran dominio de su
comportamiento.”(pág.234)

No es extraño entonces, por lo tanto que tantas princesas cayeran rendidas a sus pies y las

otras mujeres probablemente también, aunque estas no pertenecen a la Historia, ya que no

son princesas.

Pero aún no ha abordado nuestro biógrafo el lado sexual, ¿un encuentro indispensable de

los cuerpos para el mestizaje probablemente?. A Duverger le cuesta convencernos de que

Cortés es sólo un sentimental amante de las mujeres, y afirmar, basándose en Bernal y

Gomara, que “todo exceso de orden sexual no puede tener lugar: Cortés no es un

desenfrenado. Tenemos entonces que colocar su vida sentimental en su contexto.(pág.234)”

Si bien reconoce que “Hernán es bígamo desde 1515” ya que aunque vivía con la india

Leonor, “Velázquez lo obligó a casarse con la española Catalina Xuárez…”, esto

finalmente le importó poco. El apuesto Cortés aceptando las esposas que le ofrecen los

16
“Las descripciones del físico de Hernán no bastan para explicar su éxito: el hombre no es muy alto; tiene
una talla normal para la época, es decir, aproximadamente 1.70; es bien proporcionado, a la vez esbelto y
musculoso; no es atractivo ni feo de rostro; tiene la nariz aguileña, los cabellos castaños y los ojos
negros”.(pág.234)
124
señores de Cempoala, Tlaxcala, Cholula y México, solo se inserta en la tradición de los

tlatoanis mexicas. Por motivos de alta política Cortés toma muy en serio esos

ofrecimientos de esposas y obliga a sus lugartenientes a casarse, después de haber

bautizado, evidentemente, a las jóvenes mujeres indígenas. Y él, el jefe, está moralmente

obligado a dar el ejemplo. Si quiere fundirse en el paisaje cultural mesoamericano, debe

forzosamente practicar la poligamia acostumbrada por los antiguos tlatoanis. Y si el

número de sus concubinas no llega a 150, como fue el caso de Motecuzoma, “Cortés

intentará mantener su rango” reconoce Duverger Y es por eso, escribe nuestro biógrafo,

que “mantendrá bajo su techo a una pequeña corte que reúne a las hijas de los señores que

le fueron entregadas.” La conclusión en clara y definitiva: Cortés no vive como un

depravado, sino como un príncipe nahua que trata con respeto y deferencia a sus numerosas

esposas. Animados por el ejemplo, “sus capitanes y lugartenientes hicieron lo mismo.

Todos engendraron familias mestizas.”

Las acusaciones de asesinato que pesan sobre Cortés por la muerte de su única mujer oficial

en esos primeros años de la conquista, le obligan a amplios desarrollos, porque la presencia

de esa mujer enfermiza, amenazaba con arruinar toda la estrategia de mestizaje iniciada por

el conquistador. Cuando ésta abandona su gran casa de Cuba, Hernán está abrumado: ¿qué

puede hacer, nada o poco, solo intentar hastiar a Catalina de México? o cuando llega por fin

a la capital después de un viaje épico Cortés la recibirá con frialdad y no le esconde que

vive rodeado de princesas aztecas. Duverger se compadece por un instante de la pobre

Catalina pero reconoce que su destino estaba sellado, tarde o temprano tenía que

desaparecer, así lo quería la gran política del mestizaje cultural de Cortés.

125
Tampoco puede admitir que un ser tan ecuánime como Cortés, dotado de tantas cualidades

morales, se haya dejado llevar por impulsos sanguinarios, estrangulando a Catalina como se

le acusó. Esto sería según Duverger un escenario demasiado “simplista y grosero”, por eso

intenta nuestro biógrafo más bien llevar la sospecha de esa muerte hacia un simple

problema de arreglos de cuentas entre mujeres. Ya sabemos cómo son las mujeres celosas,

capaces de todo. Y nuestro Duverger puede concluir sencillamente: y un poco cínicamente,

que la muerte de Catalina es:

“providencial. Malintzin estaba encinta y algunas semanas más tarde dio a luz a un niño al
que Cortés bautizó. Después de haber dado el nombre de su madre a su primera hija,
Catalina Pizarro, el capitán general le dará el nombre de su padre a su primer hijo, Martín
Cortés. Ambos son mestizos: la genealogía cortesiana se ha trasplantado.” (pág.238)

También tiene otro hijo de “otra princesa nahua”, Luis, que será legitimado más tarde por

el papa Clemente VII con sus otros dos hermanos. A pesar de todas las dificultades del

periodo, tanto de día como de noche, a caballo o en la cama, “Hernán construye su sueño”,

“se ha casado con el Nuevo Mundo.”(pág.239)

La Cristianización mestizante

Cortés evidentemente no podía obviar interesarse al problema de la cristianización de los

indios, ya que estaba, como todos saben, en el corazón de la justificación del derecho

español a poseer estas tierras, pero ahí también Duverger inventa otra gran originalidad del

genial Cortés. Un espíritu tan fino, que no solamente entiende perfectamente la

idiosincrasia mexica e indiana en general y los fundamentos de su religión sino que al

mismo tiempo se dedica a inventar métodos de evangelización. Se necesitarían amplios

desarrollos para explicar lo erróneo de esa doble concepción de lo sagrado que Duverger

126
presta a su héroe Cortés, solo recogemos 3 citas amplias cuyo contenido no se apoya, como

es su costumbre, sobre ningún documento pero nos permite ver las incoherencias de su

presentación del problema de la ambigüedad de la evangelización americana.

“El tercer aspecto del proceso de mestizaje que se pone en marcha en México radica en la
cristianización de los indios. Ahí también, la actitud de Cortés será muy original. Lejos de
querer prescindir del pasado pagano el conquistador tiene muy pronto la intuición de que no
habrá cristianización en México si no se captura lo sagrado de los lugares de culto
indígenas. En un primer tiempo, no construye iglesias strictu sensus, sino transforma, en
cambio, los antiguos santuarios paganos en templos cristianos17. (pág.239)

Su reflexión irá incluso mucho más lejos, cuando nos cuenta de que Cortés tomó

conciencia, en Cempoala, de la tristeza de los indios totonacos ante la destrucción de los

ídolos del santuario principal. Comprende entonces que el mensaje cristiano será rechazado

de entrada si no se arraiga en el antiguo paganismo. Pero para instalar lo que será en el

fondo una práctica cristiana de la idolatría, era necesario disponer de un clero de amplio

criterio.

“Para Cortés, el catolicismo es el contrario de una religión de exclusión; el cristianismo


toma su valor de la universalidad de su mensaje y de sus esencia altruista. En la antípoda
del espíritu inquisitorial, Cortés no tiene escrúpulo alguno en imponer su visión humanista
del cristianismo, liberal y tolerante. En el fondo, la única condición verdadera que se exige

17
Como no practica ninguna reflexión sobre las fuentes documentales, Duverger toma al pie de la letra las
afirmaciones repetidas en las cuales se afirma que Cortés, a lo largo de su camino, catequiza, destruye ídolos e
impone cruces o imágenes de la Virgen, y el lector recordando esos mismos lugares comunes incluidos en la
Vulgata mexicana, puede tener la impresión que lo que afirma Duverger corresponde es algo que ocurrió. No
creemos que Cortés haya destruido el gran templo de Cempoala ni que ellos hubieran seguido prestándole
su apoyo y alianza, a menos que, una vez más, consideremos que el indio es valetudinario e impotente. De
todas maneras se presenta el hecho de la casi imposible transformación de las grandes pirámides en iglesias
cristianas. Esto ocurrió hasta que con picos y palas se destruyeron los antiguos Cues para obtener piedras y
materiales para construir, sin tanto gasto y trabajo, iglesias y monasterios. El hecho de que esas pruebas del
orgullo cristiano se construyan sobre bases de pirámides no quiere expresar una voluntad de captar lo sagrado
anterior sino más bien marcar su aplastamiento y derrota.
127
a los indios para su conversión es el abandono del sacrificio humano. No es el espíritu del
sacrificio lo que molesta a Cortés, sino su realidad física, material.”18 (pág.239)

“El cristianismo también es una religión de sacrificio y la misa no es otra cosa que el
recordatorio del sacrificio de Cristo. Pero precisamente, el paso de lo real a lo simbólico se
percibe como un avance cultural, un hecho de civilización, y no es cuestión de regresar 3
mil años atrás, a la época en que los fenicios sacrificaban hombres a Baal mientras que los
hebreos sacrificaban bueyes o corderos.”19 (pág. 240).

Pero Cortés, él también es antropólogo y especialista en teoría del sacrificio, adelantándose

4 siglos y consciente de la obra civilizadora que emprende, tiene que encontrar para esa

tarea delicada a auxiliares “intelectualmente preparados para el desafío mexicano.”

Evidentemente los encontrará en Extremadura. Ahí Duverger nos recuerda la acción

reformadora de Fray Juan de Guadalupe y precisa que preconizaba

“un retorno a la regla de la pobreza que caracterizaba a la fundación inicial de San


Francisco de Asís… es inútil decir que se oponía a los desvíos de la iglesia secular con los
cuales los obispos eran príncipes sin muchas preocupaciones espirituales y cuya riqueza se
percibía como una corrupción fatal para la buena trasmisión del mensaje evangélico” 20
(pág.240)

Tampoco nos explica cómo ese regreso a la ortodoxia franciscana podía ser un instrumento

de progreso, pero eso le importa poco, lo que le interesa es poder concluir que el Papa

Adrian VI “encargaba a los amigos de Cortés organizar a la iglesia mexicana…21” y que ya

18
Duverger que probablemente ama a los indios tanto como su biografiado no puede pensar que el
cristianismo sea la piedra angular del etnocidio que acompañó a la conquista militar y condenó las antiguas
culturas a desaparecer. Ese señor puede ser cristiano, es su derecho, pero no el de inventar un cristianismo
cortesiano totalmente anacrónico. Existen demasiados trabajos eruditos que muestran el totalitarismo en
acción en el corazón mismo de esa concepción religiosa desde sus orígenes y hasta la fecha.
19
Lo que pretende Duverger de manera inútilmente complicada es hacernos entender que Cortés con la
cristianización proponiendo la sustitución del sacrificio sangriento por el de la Eucaristía permite a los indios
subir varios escalones en la valoración civilizacional occidental.
20
Cortés y Lutero, un mismo combate
21
Ahondando en la vida de ese personaje austero que solo fue Papa algunos meses, Duverger hubiera
encontrado un aliado para lo que considera fue la política de Cortés, pero como había sido el preceptor de
Carlos V durante 10 años y como lo considera un príncipe veleta e ignorante, se olvidó de ese interesante
personaje y de su papel político.
128
que era del convento de San Francisco de Belvís, fundado por Francisco de Monroy… “con

Cortés, incluso los asuntos de la iglesia son asuntos de familia.”(pág.240)

Pero los Doce tienen que iniciarse a las realidades americanas, por ello Duverger recuerda

su largo viaje que “se enriqueció con una larga escala en Santo Domingo que les permitió

dimensionar la realidad colonial en las islas…” Ese rodeo no es una simple iniciación ya

que ahí, los franciscanos locales les cuentan la historia de Enriquillo el joven cacique,

educado por ellos, que aprendió a leer y escribir en castellano, pero que después de tantas

vejaciones, toma el partido de la rebelión en 1519.

“Este último sobresalto de un pueblo moribundo, impulsó a los franciscanos a hacer un


profundo examen de conciencia”… (ya que) “la reacción anti española de los indios los
hizo rechazar rápidamente a la vez ¡la religión cristiana y le lengua de sus perseguidores!”
(pág.241)

La llegada de los franciscanos a San Juan de Ulloa el 13 de mayo de 1524 “colma un

profundo deseo de Cortés”, llegaron los que serán los auxiliares de su gran empresa.

Duverger nos ofrece el relato ilustrado y a color de esa simbólica y grandiosa recepción.

Con muestras de respeto se humilla “se arrodilla al pie de Martín de Valencia y le besa la

mano” Pero debe explicar a los indios presentes su conducta y lo que ocurrió:

“Por medio de la Malinche, les explica a los aztecas por qué se postran ante esos hombres
de apariencia tan pobre. Les explica que la autoridad de Dios es superior a todas las
autoridades humanas porque es de otra naturaleza.” (pág.242)

Los inicios de una política mestiza generalizada

Fiel a su impulso evangelizador, dice Duverger, sin perder más tiempo, al mes siguiente, el

propio Cortés “organiza y preside el primer encuentro teológico del Nuevo Mundo, los

famosos Coloquios de México”.

129
Conocemos esos coloquios por la existencia de un manuscrito, muy incompleto, de

Sahagún, que se supone recoge las conversaciones entre los Doce y los sacerdotes y

príncipes mexicas, en los cuales, y no podía ser de otro modo, ellos reconocen muy

rápidamente su impotencia teológica frente a los argumentos de los 12. Se le demostró a la

elite indígena que habían sido engañados por el demonio. Ese texto ha sido objeto de

muchas interpretaciones, tanto Duverger como Miguel León Portilla y otros nos han

procurado varias ediciones.22

Para Duverger no hay duda de que estas conversaciones no solamente existieron, sino que

fueron organizados por Cortés en persona, él tan escrupuloso y crítico cuando se trataba

de considerar la autenticidad de los documentos que ilustran la biografía de Bernal Díaz, no

tiene duda de que el buen franciscano no pudo inventar dichos encuentros, proponiéndose

redactar un simple relato para la evangelización, como existían muchos supuestos diálogos

en su época. No hay duda para él que Sahagún “retomó las minutas de un texto anterior

conservadas en los archivos del convento de San Francisco.” Un manuscrito que nadie ha

visto. Evidentemente un encuentro de ese tipo, “un auténtico encuentro” con lo mejor de

dos culturas solo puede ser emocionante:

“Sin volver a hablar de la dimensión a la vez fascinante y conmovedora de este encuentro,


hay que retener la original disposición de espíritu de estos franciscanos que, debidamente
informados por Cortés, tradujeron en actos el método de conversión imaginado por el
conquistador.” (pág.242)

22
Duverger, La conversión de los indios de Nueva España, México FCE, 1993. También tenemos entre otras,
la edición de Miguel León Portilla, con un título más explícito: Los diálogos de 1524, según el texto de
Bernardino de Sahagún y sus colaboradores indígenas, México, UNAM, 1986. Ver en este mismo libro el
ensayo de Miguel Segundo Guzmán, El Coloquio de los doce según Duverger.
130
Ya teníamos un espíritu superior pensando una política y obreros capaces y dedicados para

ponerla en obra y esto llena de lirismo a nuestro biógrafo:

“Entonces se habrían podido calificar de utópicos a quienes pensaban que 15 franciscanos


podrían iniciar el movimiento de conversión masiva de unos 15 millones de hab. del valle
central mexicano, incluso, muchos pensaron que sus deseos jamás se transformarían en
realidad”. p. 243.

Puede concluir en la originalidad del cristianismo mexicano, prueba de lo bien pensado de

la política cortesiana:

“eso fue lo que ocurrió, Cortés, seguro de su conocimiento intuitivo había sabido convencer
a los primeros evangelizadores de lo bien fundado del método que el preconizaba. Si el
choque de los primeros tiempos fue rudo, la historia le dará la razón a Hernán. Los indios
adoptaron un catolicismo mestizo, suficientemente indígena para ser aceptado por los
mexicanos y suficientemente cristiano para no ser declarado cismático por el Vaticano.”
(pág.243)

Cortés, la encomienda y la esclavitud

Desde el inicio de la colonia los detractores de Cortés lo han acusado de ser esclavista y de

manifestar un “espíritu feudal” al defender la encomienda y los repartimientos. Son otros de

esos temas que Duverger considera que “no han sido tratado serenamente”. Y considerando

que esclavitud y encomienda son dos asuntos distintos decide tratarlos por separado,

intentará mostrar que su héroe no tiene nada que ver con los aspectos negativos atados a

esas instituciones.

La esclavitud en el supuesto proyecto mestizo cortesiano de Duverger

Empieza por recordar a su lector que la esclavitud en el siglo XVI en el mundo hispánico

era no solamente legal sino que muy extendida, al contrario de lo que se pretendió durante

décadas, explicándonos que ésta había desparecido con el final de la Edad Media. Es por

131
eso que insiste en la generalización de esa práctica: “toda la gente afortunada tiene

esclavos, tanto nobles como comerciantes, reyes y obispos, artistas y banqueros.” Los

historiadores interesados en ese periodo, ya lo sabíamos; sin embargo, Duverger parece

perder de vista los caminos de la sana reflexión historiográfica cuando en una extraña

comparación explica que “poseer esclavos domésticos era tan común como tener ahora una

secretaria”, aunque reconoce que hay en esa práctica casi universal, una clara limitación:

“no se debe someter a ella a un cristiano” o una cristiana para seguir con lo de “la

secretaria”.

Así cuando nos explica, que existen dos tipos de esclavos: los de guerra, castigados por su

rebelión o insumisión y los esclavos de trata, “que se supone eran esclavos en su país y

fueron revendidos a un tercero”, está preparando su argumentación para justificar a la

esclavitud practicada por Cortés, quien permitirá herrar a indios después de la destrucción

de Tenochtitlan, a pesar de su gran amor por ellos.

Así cuenta que

“En el México prehispánico la esclavitud es también una práctica común y Marina está
justo en el lugar para saberlo: nadie duda de que ella le haya pintado a Cortés un cuadro
sobrecogedor de la situación en Mesoamérica”. (Pág.244)

La suerte de doña Marina si bien hubiera podido conmover a Cortés, no parece lograr ese

objetivo. Duverger nos explica que a pesar de su posible aspecto dramático, era una

esclavitud moralmente defendible, ya que podía ser voluntaria, “de hecho era el esclavo el

que se vendía voluntariamente a su amo y se entregaba después de haberse gastado su

propio precio”. (pág. 244) En una fórmula elíptica concluye “para preferir esa forma de

132
vida se requería que el rigor del control social fuera ¡particularmente agotador!” Qué bien

que llegó Cortés, para poner la humanidad cristiana en ese mundo cruel.

También nos recuerda que existía “en toda Mesoamérica una esclavitud bastante parecida a

la del viejo mundo: esclavitud de cautivos de guerra, que terminaban siempre

sacrificados”, así como una esclavitud “comercial”, basada en la coerción “que era la puerta

abierta a todos los abusos.” Ya que:

“los padres podían vender a sus hijos como esclavos, ya fuera por la ganancia o para pagar
el tributo impuesto por el poder mexica: fuerza de trabajo en lugar de pagar en especie.”
(pág.244)

Después de esta primer exposición sobre la esclavitud americana finge preguntarse “¿Cuál

era la posición de Cortés respecto a esas dos tradiciones esclavistas?” y nos ofrece una

respuesta algo sibilina: “Las consideró como un hecho social”. Lo que es finalmente una

manera de reconocer que las aceptó. Pero que el lector no vaya a pensar que fue por

conformismo ciego a las costumbres o la aceptación de su inmoralidad, sino “porque

deseaba cristianizar a México”. Construye así la aceptación de la esclavitud por Cortés

como un medio para realizar su gran política. Ya que el bautizo preserva de la esclavitud,

el indio cristianizado no podía ser esclavizado. De ahí podemos entender el poco interés de

muchos españoles en evangelizar realmente a sus indios. Otra vez vemos la actuación

sigilosa del personaje, injertandose en el mundo indio, para construir su América mestiza.

Podemos entender su sutil razonamiento, el de Cortés y el de Duverger aprobándolo: “La

esclavitud de los indios estaba destinada a desaparecer si se convierten.” Tenemos que

repensar nuestra condena moral de Cortés ya que su aparente respeto a la esclavitud

133
autóctona era una sutil artimaña, “un incentivo discreto para estimular las vocaciones

cristianas, y no una adhesión moral positiva al principio de la esclavitud”. (pág.244)

Cortés y la encomienda, una prueba de amor de los indios

Tanto la encomienda como la esclavitud fueron unas de las principales instituciones de la

política de dominación del hombre y del espacio novohispano. Duverger intentará

presentarnos la visión original que tenía su biografiado de esta institución. Empieza por

afirmar que el problema de “la encomienda es de otra naturaleza” sería “resueltamente

política” según él. ¿A poco la esclavitud no? Nos explica que ya que:

“Cortés nunca tuvo la idea de convertir a México en una colonia española. Su visión es
simple: para impedir el despoblamiento… había que conservar in situ todas las estructuras
tradicionales, sin tocar la arquitectura económico-política del sistema”. (pág.245)

Objetivo claro si se quería lograr ese famoso injerto del cual nos habla tanto Duverger.

Cortés había entendido gracias a las lecciones de economía política de Marina que “los

ciudadanos (sic) mesoamericanos estaban acostumbrados a compartir los frutos de su labor

entre el beneficio personal y los intereses de la comunidad.” Cortés no pretendió cambiar

ese ejemplar espíritu colectivo y por lo tanto se encuentra confortado en su idea de

“sustituir al tlatoani y destituir a los señores locales para reemplazarlos por sus compañeros

de conquista”. Por eso puede ofrecernos esta magnífica conclusión: “Cortés había

inventado un sistema de corto perfectamente funcional y tomó a su cargo a los destituidos.”

Y por lo tanto la idea de Cortés de imponer en América la encomienda puede aparecer

ahora como una medida moralmente justa y perfectamente razonable y eficaz en el plano

político:

134
“El sistema de la encomienda…, podía entonces insertarse en el mundo azteca sin provocar,
en teoría (sic), la menor rebelión: en lugar de trabajar para un señor nahua, los indios lo
hacían para un amo venido de otra parte. Cortés mataba dos pájaros de un tiro: satisfacía a
sus compañeros de conquista a quienes ennoblecía de este modo convirtiéndolos en señores,
y conservaba a la población en su lugar sin que fueran sensiblemente afectados por la
medida. El sistema permitía a los indios seguir llevando su vida y procuraba ingresos a los
conquistadores”. (pág.245)

Todo estaba fríamente calculado, la suprema sutileza del gran Cortés fue que,

“Evidentemente… evitó improvisar: tuvo cuidado de ajustar sus repartimientos a los

antiguos límites de los señoríos indígenas.” (pág.245)

Ese plan genial no podía encontrar el más mínimo reconocimiento de parte de la corona, ni

su distribución de las tierras a “los auténticos” conquistadores, ni su reorganización de la

producción agrícola, fijando cuotas de producción obligatorias para el vino y el trigo, pero

añade Duverger, exigiendo a la vez que:

“se conserven los cultivos tradicionales: maíz, tomate, pimienta o camote, al mismo tiempo
que siembran y plantan legumbres y árboles frutales originarios de España”. (pág.246)

Si a esas preocupaciones se añaden los esfuerzos para importar ganado vivo y caballos, se

comprende que Cortés tuviera un objetivo perfectamente claro: la autosuficiencia

económica ¡es decir, según Duverger, lo contrario al modelo colonial! Cortés no quiere un

México económicamente dependiente de España.

Así Duverger de repente se siente economista y se lanza a una defensa, totalmente

anacrónica, de la encomienda comparándola con la situación de la economía francesa

contemporánea. Veamos su demostración: “Como administrador prevenido, instituye tres

reglas para impedir los abusos y proteger a los autóctonos.” Se dedica primero a

reglamentar la duración de la jornada de trabajo de los indios “repartidos”, solo trabajarán

10 horas, magnánimo, “prohíbe el trabajo de las mujeres y de los niños menores de 12


135
años”. Y para que juzguemos lo benevolente de Cortés, nos recuerda que en la Francia de

finales del XIX, se aplicaba la misma regla de las 60 horas semanales. Cortés añade

también que deben recibir por parte del encomendero, una libra de tortilla al día con ají y

sal.

Finalmente considera que ese sistema impuesto era bastante ligero y benéfico para los

indios ya que “un sistema de tiempo libre alternado, les permite a todos seguir llevando

una vida privada normal.”23 (pág.247)

Y ya que los periodos de trabajo no pueden pasar de 20 días y deben ser seguidos de 30

días de libertad completa, nos ofrece esta extraña conclusión, extraña por no decir

estúpida:

“En términos contemporáneos, 20 días de trabajo eran seguidos de 30 días de vacaciones”

Y es probable que algún lector incauto de hoy, se maravillaría de ese sistema, a él

también le gustaría tener estos 20 días de trabajos seguidos de 30 de vacaciones. Pero el

historiador no puede admitir ese pseudo razonamiento economicista cuando además, de

repente, se lanza a una serie de consideraciones pseudo-financieras, perfectamente

incoherentes, que lo llevan a considerar que la tasa de presión fiscal sobre los indios

encomendados era solo del 36.4%, lo que le parece poco ya que en la Francia del año

2000, el promedio nacional se aproximaba al 46%.

23
Subrayado nuestro. Y finalmente nos lleva a preguntarnos pero ¿de qué se podían quejar los dichos indios?
Con un sistema tan justo, y peor, ahora ¿qué crédito dar ahora a los defensores de los indios de aquel siglo?
136
Concluye su razonamiento económico destinado a limpiar la memoria de su Cortés,

negando las acusaciones de la Historia, porque si fuese “lícito criticar a Cortés por

esclavista y denunciar la institución de la encomienda”, ¿qué se puede decir de las

sociedades modernas? “en las que los gobernantes extraen casi la mitad de los ingresos del

trabajo de los individuos.” (pág.247)

República de Españoles y República de Indios

Además del control del tiempo y condiciones de trabajo, la otra gran medida cortesiana de

protección de los indios, según Duverger, será la imposición de una vida urbana

completamente separada entre indios y españoles. Explica la manera en que dicha medida

se impuso en pueblos en formación y en México en reconstrucción.

Con ello, afirma Duverger, “el capitán general quería evitar que hubiera residencias

espontáneas en el campo fuera de todo control. Se trata, en cierto modo, de una segregación

a la inversa”. Gracias al celo paternal y amoroso de Cortés que:

“desea impedir la diseminación entre los indios de modelos de comportamiento que él


desaprueba…. quiere evitar a cualquier precio la propagación del mal ejemplo, se apega
también a conjurar el desarrollo del comercio sexual que no dejaría de sublevar a la
población indígena contra la presencia española.” (pág.248)

Por lo tanto en sus barrios los indios serán gobernados por sus propias autoridades, donde

probablemente Duverger se imagina que debía reinaba la paz social y la democracia..

Los únicos aliados con los que Cortés podía contar eran evidentemente los virtuosos e

infatigables franciscanos,

“que tenían vocación para entrar en contacto con los indígenas”… “debían velar por el éxito
de la evangelización. Ellos debían también, subterráneamente, servir de vigías anti
españoles para preservar a los mexicanos de toda exacción, de toda violencia y de toda

137
contrariedad.”…“Tal es el espíritu del proyecto cortesiano, que será combatido por todos
los contemporáneos del capitán general quienes no compartían esa visión del otro”
(pág.249)

Los enemigos de Cortés

Apenas concluida la conquista del Altiplano, se presentan inevitablemente los enemigos de

Cortés y de los indios: los funcionarios reales y todos los envidiosos, que solo piensan en

estas tierras para sacar el oro. Las consideraciones simplistas y populistas de estas últimas

páginas que consagran el proyecto mestizo de Cortés le permiten describir, desacreditan no

solo a los funcionarios reales sino al propio emperador pataleando de rabia e impotencia,

celoso de los triunfos del invicto Cortés. España se vuelve opresora y cínica porque no

quiere el proyecto cortesiano que era, de hecho, la construcción de un país próspero e

independiente. El conquistador perderá la partida pero su propuesta no puede morir, ya que

según Duverger es portadora desde el origen de la independencia de México.

“Una vez arrojada la máscara, el mensaje fue claro. Sólo el oro de México le interesa al
rey. La Nueva España es una fuente de ingresos fecunda y el monarca no se conforma con
recibir el quinto. Se muere de rabia por tener que abandonar en el lugar toda esa riqueza
con la cual Cortés y sus hombres construyen un país competidor. La maquinaria colonial se
pondrá en marcha desde la lejana España para financiar las deudas del emperador , pero
también para impedir que un día ya no haya quinto en absoluto. Ahí radica la paradoja:
precisamente porque el proyecto de Hernán lleva en él, desde el origen, la independencia
de México, es el modelo cortesiano de mestizaje y de desarrollo endógena lo que llevará a
España a concebir, como respuesta, una verdadera estrategia de colonización opresora y
cínica.”(pág.254)

Esa actuación violenta y mezquina de la corona deja al Cortés de Duverger en la

perplejidad más absoluta, ya que no puede renunciar ni a su hispanidad ni a su cristianismo,

como supuestamente lo logró el famoso Guerrero, el supuesto compañero de naufragio de

138
Aguilar, que probablemente jamás existió, aunque se haya constituido en un ejemplo, un

héroe, el primero de los mexicanos, según la vulgata nacionalista.

“Si Hernán hubiera sido verdadera y visceralmente antiespañol, hubiera actuado como
Gonzalo Guerrero en Chetumal; se habría ido al monte, escogido el campo adverso y se
hubiera sumergido entre los indios para desaparecer de la escena hispánica. Pero Cortés no
es Guerrero y su deseo de mestizaje excluye, por el momento renunciar a la parte española
del trasplante: No aplicará entonces las instrucciones del rey y le escribirá para explicarlo
porque no lo hará. Cortés persiste, firma y se inconforma. Se podría creer en una disputa
filosófica, en un debate epistolar, pero es una lucha sin cuartel. Cortés habla al emperador
de igual a igual y el da un lección sin saber cómo la recibirá. Martín duerme en los brazos
de Marina y la pequeña catalina que cumplirá 10 años, teje un Quechquemitl en el patio de
la casa. Su familia esta aquí, en México, pero Cortés está lejos de ganar la partida.” (pág.
255)

Clausurando con esta estampa familiarista, Duverger reafirma el proyecto cortesiano del

mestizaje, Cortés se siente mexicano y ésta listo para luchar contra las fuerzas del mal y de

lo arbitrario, para defender a su manera paso a paso su nuevo hogar.

A maneras de conclusión

Es ya tiempo de concluir y resumir este largo comentario sobre algunas partes del Cortés

de Duverger. Pretendimos mostrar, a veces de manera irónica lo reconozco, que la

historiografía de Duverger pertenece, a pesar de todas sus pretensiones de que lo

consideremos como un gran renovador del estudio de ese periodo, a una visión

decimonónica hoy totalmente anacrónico, y si él puede afirmar que “es más políticamente

correcto que sus adversarios” es porque pretendió, de manera demagógica, volverse más

nacionalista que los mexicanos.

Queriendo aparentar ser un auténtico mexicano, cree que para expresar su amor, es

suficiente con retomar todos los lugares comunes reunidos por los biógrafos que lo han

precedido y re-barajarlos. Durante años escribir biografías fue considerado por los

139
profesionales de la Historia, como algo ambiguo y difícil, por las dificultades

metodológicas inherentes a ese género de trabajo historiográfico.

Es evidente que Duverger ha caído en la mayoría de las trampas que dicho género podía

presentar: transforma a su biografiado en un ser dotado de todas las cualidades personales y

morales, escribiendo así más bien una hagiografía. Según él, su Cortés proviene de

preeminentes linajes, pudo así heredar de manera natural ese gran número de virtudes y

cualidades que manifestará a lo largo de su vida. El biógrafo se pierde en un típico discurso

clasista, paralizado por esa vieja idea decimonónica de que los genes trasmiten también las

cualidades morales. Para realzar la eminencia de Cortés, cuenta que desde la infancia, tiene

intuiciones fulgurantes sobre la historia de su tiempo y su propio devenir y reconstruye de

manera ridícula el medio en el cual se desarrolló su biografiado

Para intentar tapar sus insuficiencias historiográficas, el autor intenta pretender que no

escribió esa biografía para el gremio de los historiadores, y por lo tanto, que nuestras

críticas no le importan; sino para un público que jamás define y que, más bien, parece que

desprecia, porque pretende engañarlo, construyendo la autoridad de su relato afirmando

que su libro es producto de años de investigaciones en archivos, lo que parece no ser

verdad o por lo menos, no aparece a ningún momento a lo largo de su texto o en su

bibliografía.

Pero pongo ahora un punto final, ya que estoy consciente de que, ese libro aunque

necesitaría ser glosado de manera crítica durante centenas de páginas más, creo que los

capítulos de mis colegas permitirán aclarar y fundamentar con precisión porque ese tipo de

obra no pueden servir de manual de base en la enseñanza, y los docentes que lo proponen
140
son unos irresponsables. Y es evidente también que podemos deplorar que grandes

editoriales, hayan solo pensando en sus interese financieros corporativos al difundir en

México como en otros país tantas patrañas.

141
CRÍTICA MÍNIMA DE UN GRAN ANACRONISMO

Marialba Pastor

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México

Según lo muestran la cantidad y la calidad de los textos y audiovisuales difundidos en las

últimas décadas sobre hechos históricos diversos relacionados con la conquista y la

colonización de México por los españoles, la explicación de este fenómeno no alcanza a ser

convincente para formar consensos, a excepción de los logrados por la historiografía

nacionalista oficial. La emocionalidad que dirige la mayor parte de los relatos acerca de

estos hechos ha frenado la elaboración de argumentaciones sustentadas en pruebas y

fundamentos sólidos. Esto se ha evidenciado, sobre todo, en la incapacidad intelectual para

analizar el problema del enfrentamiento entre dos conjuntos de sociedades no

contemporáneas: la española, con una elevada unidad política y religiosa, y las sociedades

prehispánicas americanas, con altos grados de dispersión y diversidad regional, según lo

denotan los restos arqueológicos.

En la conquista y la colonización de México se enfrentaron lógicas radicalmente distintas,

de las cuales existe un desequilibrio testimonial: abundancia de fuentes correspondientes a

la parte conquistadora y colonizadora, y sumamente escasas, y en algunos asuntos nulas, en

142
la parte conquistada y colonizada, debido a la destrucción de su cultura material y

espiritual, sus elevadas tasas de mortalidad y su dispersión poblacional.1

La obra del arqueólogo e historiador, Christian Duverger, ha abordado problemas clave

para imaginar dos de aquellas culturas enfrentadas: la azteca y la española. Entre estos

problemas destacan: el significado del sacrificio humano, el origen de los aztecas, el

proceso de conversión de los indios y la naturaleza de las crónicas españolas. El primero de

ellos, el sacrificio humano, es uno cuya carga emocional ha propiciado las más acaloradas

discusiones desde la época de la conquista entre quienes niegan su práctica o la minimizan,

y quienes la exageran y emplean, fuera de su contexto, para subrayar la barbarie y la

crueldad de los antiguos pobladores mesoamericanos y apoyar así lo justo de su

dominación. Ninguna de estas dos posturas es la sustentada por Duverger en su libro La

flor letal. Economía del sacrificio azteca. 2 Más que plantear el problema del sacrificio

humano para aproximarse a la realidad azteca, él ofrece una explicación conciliadora que

procura dejar contentos tanto a los adoradores de la cultura azteca como a los de la hispana.

Justifica la práctica del sacrificio humano por responder a la peculiar concepción del

mundo azteca relacionada con el valor que éste le asignó a la energía y resuelve que la

economía azteca era el “[…] arte de gobernar la ciudad, técnica de administración del

imperio, y al mismo tiempo esfuerzo sobrehumano por mantener el equilibrio cósmico […]

los problemas económicos se plantean, en sentido general, en términos energéticos, es

1
Es importante no perder de vista que la mortandad y la dispersión poblacional se intentaron corregir durante
el proceso de sometimiento y conversión, con la política de congregación de los sobrevivientes en pueblos
regidos por corporaciones civiles y eclesiásticas de orden cristiano y medieval.
2
Chistian Duverger, La flor letal. Economía del sacrificio azteca, México, Fondo de Cultura Económica,
1983 [París, 1979].
143
decir, en términos físicos…”3 Ante la pérdida de la energía, de las fuerzas, la respuesta

azteca, derivada de su curiosa concepción de energía, de su conciencia de la entropía, fue el

sacrificio humano.4

La flor letal fue escrita en la década de los setenta del siglo pasado, cuando en los medios

intelectuales y de comunicación se daban a conocer los planteamientos revolucionarios de

los físicos Stephen Hawking y Roger Penrose sobre la energía, la entropía y los agujeros

negros. En esos años, estos asuntos impregnaban el ambiente y despertaban un interés

mundial. Impulsado por estas ideas, a Duverger se le ocurrió entonces que los aztecas,

muchos años antes de aquellos físicos norteamericanos, por otros caminos, ya se habían

percatado del problema de la pérdida de la energía y la entropía, y habían luchado por

restablecerla al adelantarse a ella mediante el sacrificio. Por ello afirma: “No, el sacrificio

no es el fruto de alguna barbarie inhumana y gratuita. Es esencialmente tecnología…”5 De

acuerdo con el arqueólogo e historiador francés, esto podría sonar extraño, pero dice:

actualmente destruimos “[…] la estabilidad de ciertos elementos para provocar una

liberación de energía nuclear”. Enseguida cuestiona: “Al descubrir que la ruptura de un

núcleo atómico libera una parte de las energías que se concentraban en mantener la unión,

¿no ha revelado la física moderna el espíritu secreto del sacrificio?”6 La ruptura del átomo

muestra el poder humano sobre el elemento y puede canalizar las fuerzas de la

disgregación. Por eso se pregunta: “Y el cuchillo del sacrificio, ¿no desempeña en la

3
Duverger, La flor letal, op. cit., p. 13.
4
Ibid., p. 12-14.
5
Ibid., p. 113.
6
Ibídem.
144
sociedad azteca la misma función que el reactor atómico o el acelerador de partículas de

nuestras sociedades contemporáneas?” 7 Por estos medios Duverger llega al meollo del

impulso oculto que mueve a los seres humanos al sacrificio. Para él, el miedo a la muerte

motivó a los aztecas al sacrificio, pero en forma social y organizada, con plena

racionalidad. Siendo esta la tesis central del libro, esta es también el gran anacronismo que

la sustenta, pues toda su interpretación se orienta a demostrar los conocimientos aztecas de

la física atómica. Así queda asentado:

Es notabilísimo que los aztecas, por su parte, hayan cifrado también ellos, ese umbral de la
existencia del tiempo en 260. El ciclo de 52 años marca la disgregación del tiempo, pues
corresponde a la enumeración de las 260 combinaciones del tonalpohualli que, a todas
luces, constituye el núcleo del calendario. Y los físicos occidentales nos enseñan cuatro
siglos después que alrededor de 260 partículas, un núcleo no posee ya más que una
estabilidad infinitesimal. 8
Como los anacronismos frecuentemente se hermanan con las extrapolaciones, añade algo

más, fuera de toda lógica: “Quizá esto nos ayude a comprender por qué el fin del ciclo

azteca realmente traía consigo la desintegración del tiempo y el fin de mundo.”9

Si bien no tenemos datos de que los aztecas emplearan el método experimental para llegar a

estas conclusiones, se podrían aceptar sus intuiciones o percepciones sobre el gasto y la

necesidad de ahorro energético mediante experiencias y observaciones. Pero si hubiera sido

así, todas sus actividades y su organización social corresponderían a estos penetrantes

conocimientos de la naturaleza y no existen pruebas que lo sustenten. Por consiguiente,

hasta aquí, en estas primeras páginas del libro, este autor ha procedido conforme sus deseos

7
Ibid., p. 114.
8
Ibid., p. 38.
9
Ibid., p. 38-39.
145
y ficciones personales; ha partido de un juicio previo y ha acomodado los relatos

convenientes a él.

Lo primero que salta a la vista en la interpretación de Duverger del sacrificio humano es la

ausencia de referencias a él como una práctica universal precristiana y su correspondencia

con sociedades agrícolas, de orden matrilineal, cuyas relaciones con la carne y la sangre

humanas estuvieron determinadas por reglas muy distintas a las cristianas.10 También salta

a la vista la falta de referencias a la religión cristiana como una de las pocas religiones cuya

fuerza radicó, precisamente, en consolidar, con el monoteísmo, la estructura patriarcal y su

consiguiente repulsión —de origen asiático y en particular judío— de los sacrificios

cruentos; su elogio de las virtudes de la templanza y la castidad; y sus intentos por limitar

las relaciones sexuales a fines exclusivamente reproductivos, al considerar perversos o

desviados de la verdad divina, de la ley natural, los actos que ellos consideraron

exclusivamente orientados al disfrute o al placer.

Como se sabe, una de las estrategias cristianas más efectivas desde los últimos tiempos del

Imperio Romano consistió en fijar la atención y convertir la idolatría, los sacrificios

sangrientos y la exteriorización y diversidad de las relaciones sexuales, en los tres atributos

estereotípicos de los pueblos paganos que los cristianos españoles, sobre todo los

evangelizadores, vieron en los indios americanos. Al no ubicar las crónicas en sus

circunstancias históricas particulares y aceptarlas sin poner en duda sus afirmaciones; al no

10
Así se plantea en las obras de Eric R. Dodds, en especial The Greeks and the Irrational (Berkeley,
University of California, 1951) y Pagan and Christian in an Age of Anxiety (Cambridge University,
Cambridge, 1965), bien conocidas cuando Duverger escribió este libro.
146
advertir sus intereses e intenciones, Duverger, como otros antropólogos e historiadores,

ignora este y otros prejuicios españoles.

La fuente privilegiada de Duverger para dar cuenta de la concepción azteca del mundo, de

la economía doméstica y la economía religiosa (las tres partes de La flor letal), es el Códice

Florentino de Bernardino de Sahagún. En algunas ocasiones utiliza otros códices que

también son, para el caso azteca, posthispánicos. Escasamente emplea crónicas de soldados

o documentos de funcionarios y otros religiosos españoles; y los restos arqueológicos, que

realmente podrían remitirlo a la época prehispánica, no los toma en cuenta. Ignora los

intereses de la Corona española y sus órdenes de censura a los relatos sobre las

“antigüedades de los indios”, así como las intenciones de la Iglesia católica y su proyecto

de expansión de la fe. Sin criticar los testimonios ni problematizar el alcance de la

desestructuración del mundo indígena por la guerra y la despoblación, sostiene que los

conquistadores y los evangelizadores pudieron observar y estudiar a la civilización azteca.

Yendo aún más lejos, sostiene que los frailes franciscanos comprendieron al indio porque

eran misioneros cristianísimos, humanistas, desinteresados… 11 Lo mismo afirmará de

modo más enfático y repetitivo en un libro posterior a La flor letal llamado La conversión

de los indios de Nueva España:

Todo en su actitud es original. Mirando a los indios con admiración abrazan su causa contra
los encomenderos y muy a menudo también contra las autoridades constituidas; trabajan
para Dios y no para España. Desarrollan un acercamiento apostólico basado en el respeto de

11
Ibid., p. 15-16.
147
las culturas autóctonas; también se ve a los franciscanos predicar la palabra de Dios en
náhuatl, en otomí o en tarasco.12
Sin percatarse del continuo traslape de temporalidades e ignorando que la labor de los

científicos sociales no es el elogio del pasado, añade: “Algunos se vuelven etnólogos o

historiadores, dedicados a conservar la memoria de la grandeza de las civilizaciones

precolombinas.”13

Duverger no advierte los anacronismos en los que caen las crónicas españolas, los cuales se

relacionan con la creencia en la superioridad del cristianismo, justo por haber superado la

carnalidad y los sacrificios sangrientos, y por promover el proyecto de contribuir a

realización de la Revelación divina y la redención de la humanidad para su salvación

eterna. Tampoco advierte la inoculación en el mundo azteca de metáforas y alegorías

bíblicas; de héroes, dioses, mitos y ritos grecolatinos y medievales, como una vieja

estrategia empleada por los cristianos para convertir a los paganos, en este caso a los indios,

en protocristianos inconscientes o cristianos en potencia, de acuerdo con las exigencias de

la escolástica aristotélico-tomista que había formado la mentalidad de los frailes y de

algunos funcionarios de la Corona en las universidades españolas, principalmente en

Salamanca.

La primera parte de La flor letal recoge el mito de la creación de la Leyenda de los soles

narrada en el Códice Chimalpopoca, pero no cuestiona, como tampoco lo han cuestionado

otros antropólogos e historiadores, la serie de interpolaciones cristianas que presenta. Por

12
Christian Duverger, La conversión de los indios de Nueva España. Con el texto de los Coloquios de los
Doce de Bernardino de Sahagún (1564), México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 9.
13
Ibídem.
148
ejemplo: en el cuarto sol, después del Diluvio, la pareja Titlacahuan-Tezcatlipoca, salvada

por dios, quiso comerse un pescado y encender un fuego. El hombre y la mujer

desencadenaron la cólera de los dioses; entonces “Tezcatlipoca les cortó los pescuezos y les

remendó la cabeza en su nalga, con que se volvieron perros…”14 ¿Llegó el Diluvio hasta

América?, ¿había “un solo dios”?, ¿la pareja primordial quiso comerse un pescado, como

Adán y Eva una manzana? y ¿“encender un fuego “ en alusión al mito de Prometeo?

Otro ejemplo. Para insistir en su tesis de la energía, Duverger se remite al mito narrado por

Sahagún sobre otra pareja primordial: Tonatiuh, el sol, el “padre espiritual” de los hombres,

y Tlaltecuhtli, el “señor de la tierra” que en realidad es una divinidad femenina, la madre

nutricia.15 Sin preguntarse por la ambivalencia masculina y femenina de esta última figura,

acepta que en este mito el sol reclame alimentos y devore a sus hijos. ¿No es una

coincidencia digna de investigarse que aquí ocurra algo similar a lo narrado sobre Urano y

Gea en el mito griego de la creación?

No es posible juzgar a los cronistas españoles por el abuso de imágenes y recursos retóricos

y por su incomprensión de las culturas prehispánicas, porque ellos respondieron a su

tiempo, a su educación, sus experiencias y creencias, esto es, a su lógica fincada,

esencialmente, en la teología cristiana, desde la cual vieron el mundo extraño que se

proponían conquistar espiritual y materialmente. Los españoles echaron mano de todo

aquello que resultaba útil en el proceso de lo que hoy la Iglesia católica denomina

“inculturación de la fe”. Es decir, de lo útil en el proceso de asimilación del lenguaje y las

14
Duverger, La flor letal., op. cit., p. 43.
15
Ibid., p. 26.
149
categorías mentales de la cultura que se pretende convertir para proceder a la

transformación de sus valores y a su integración al cristianismo y al Imperio español.

A partir de lo periférico o lo rescatable de la otra cultura, los evangelizadores introdujeron,

progresivamente, y no sin altibajos, la fe cristiana. Para ello, unas veces prohibieron los

hábitos y censuraron los libros de los paganos; otras veces recuperaron sus imágenes y le

asignaron sus propios significados; otras más, los mismos paganos, consciente o

inconscientemente, por miedo, por interés, o para quedar bien con la autoridad, el amo o el

fraile, se autocensuraron y eliminaron referencias comprometedoras como las relacionadas

con el politeísmo, los sacrificios cruentos, la sexualidad y la carnalidad en general. Para el

caso azteca, Motolinía lo dice claramente 16 , entre otros autores. También se puede

corroborar en los relatos del mito de la virgen de Guadalupe 17 o en las huehuetlatolli o

“palabras de los viejos” recogidas por Sahagún en el Códice Florentino.

Según Duverger, en las huehuetlatolli se advierte el régimen de austeridad azteca en la

economía doméstica, pues los padres exhortan a sus hijos al recato y a sus hijas “al uso de

la razón”. Con la mística del orare et laborare, Sahagún afirma, y Duverger lo retoma sin

cuestionamientos, que sus informantes le aseguraron que en tiempos antiguos pensaban que

16
En concordancia con la necesidad de limpiar la tierra de judíos, musulmanes y gentiles para esperar el
inicio del reino milenario de Cristo, para el tercer decenio del siglo XVI, según Motolinía, los indios ya
adornaban las iglesias, salían en procesiones llevando la cruz, buscaban el bautismo y la doctrina cristiana y
habían fundado hospitales y cofradías que organizaban procesiones y fiestas cristianas con flagelantes. En
repetidas ocasiones Motolinía habla del valor de la cruz para la salvación de las almas de los naturales y la
sustitución de los sacrificios humanos y la ley de la carne por este símbolo del sacrificio, de la imagen de
Jesucristo y de su “bendita Madre”. Fray Toribio de Benavente, Historia de los indios de la Nueva España,
Madrid, Dastin, 2001, pp. 79-81; 157-158; 195-202.
17
Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios históricos guadalupanos, México,
Fondo de Cultura Económica, 1982.
150
“en este mundo no hay verdadero placer, ni verdadero descanso”, sino trabajos y

aflicciones, miserias y pobrezas…18 Por eso un padre le advertía a su hijo: “En tu juventud

aléjate de las delicias carnales. En la corrupción, te arruinas, te destruyes, te matas…

Aguarda a tu madurez para conocer la vida carnal. Evita la impetuosidad que agota´”19

Las huehuetaltolli invitan a la nobleza azteca a luchar contra la pereza y la pérdida de

tiempo; contra la gula, los movimientos pasionales y las inclinaciones carnales. Para los

aztecas —afirma Duverger— “sólo cuenta la procreación, que debe tender a aumentar la

población.”20 O sea, ¿la sexualidad se reprimía en los pueblos prehispánicos para limitarla a

la reproducción, al igual que la sexualidad de los cristianos? Y, al igual que estos últimos,

¿los indígenas americanos contaban con una moral referida a lo económico y entendían por

separado la reproducción y el “placer sexual”? ¿Se conocen las reglas de parentesco y de la

sexualidad de las comunidades prehispánicas sin que medie la interpretación española?, ¿se

sabe lo que era para ellas el “placer”?

En realidad, las huehuetaltolli constatan la “inculturación de la fe”, pues siguen la

estructura de un catecismo, en particular la enseñanza de las virtudes y los vicios, los

pecados, la confesión, la penitencia y los diez mandamientos.

Sorprende la tesis de Duverger de que el sacrificio humano entre los aztecas fuera para la

alimentación energética de la sociedad, y esto explicara las guerras, en especial la guerra

florida. También sorprende que el afán de la economía azteca condujera a lo que Duverger

18
Duverger, La flor letal., op. cit., p. 53-55.
19
Ibid., p. 62.
20
Ibid., p. 61.
151
llama canibalismo. Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo escribieron como individuos

singulares, aunque llevando a la práctica —no reprobable sino común en aquellos

tiempos— de obedecer las consignas o los cánones impuestos, socializar las ideas, acudir a

los estereotipos, copiar y plagiar las ideas. 21 Ambos afirmaron que los indios comían

humanos y difundieron la idea de que la carne de los sacrificados se destazaba como en las

carnicerías y se llevaba a vender al mercado.22 Creyendo acríticamente estas afirmaciones,

Duverger no cuestiona la existencia, la forma y las posibles causas de la práctica de la

antropofagia; la da por hecho, en la misma forma desacralizada descrita por los españoles

del siglo XVI, como algo relacionado con la alimentación, es decir, la saca de su contexto

al no relacionarla con los mitos, los ritos, las creencias y las prácticas religiosas aztecas.23

Pero, fundamentalmente, Duverger acepta la lógica argumentativa de su fuente básica,

Bernardino de Sahagún, sin investigar qué podría haber sido un sacrificio en tiempos

prehispánicos; inclusive confunde esta práctica, como todavía lo hacen algunos


24 25
antropólogos, con “asesinato ritual” y “ofrenda ritual”, indistintamente. Su

desconocimiento de las religiones de las sociedades antiguas, del significado y las

funciones de los sacrificios (de sacralizar o hacer sacro a un hombre-tribu, un animal o un

objeto) se evidencia cuando separa del sacrificio la fiesta del sacrificio, los ritos

presacrificiales (danzas, cantos, música) y los mitos.

21
Algo que Christian Duverger tampoco contempla en su reciente obra Crónica de la Eternidad. ¿Quién
escribió la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España?, México, Taurus, 2012.
22
Hernán Cortés, Cartas y Documentos, México, Porrúa, 1963, pp. 585-586; Recopilación de leyes de los
Reinos de las Indias, 4 vols., Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1973, vol I. lib. I. tit. I.
23
Duverger, La flor letal., op. cit., p. 56.
24
Ibid., p. 117.
25
Ibid., p. 147.
152
Si los sacrificios en el mundo prehispánico fueron centrales, si la vida excepcional y la vida

cotidiana giraron en torno a ellos, si por ellos se establecieron las relaciones sociales,

sexuales y de parentesco; y también las relaciones económicas —formas de posesión,

trabajo, tributación, etcétera— y de poder, su estudio impone el análisis integral e integrado

de cada una de las comunidades prehispánicas, entre ellas la azteca.

Para no caer en los mismos anacronismos y en la interpretación prejuiciada de los cronistas

españoles; para iniciar un acercamiento a una sociedad tan alejada en tiempo y una lógica

religiosa compleja como la azteca, parece conveniente estudiar las prácticas sacrificiales de

las sociedades antiguas, pues en ellas es posible adentrarse en complejos útiles para

reflexionar en torno a mundos extraños donde se observan: la vinculación de los tiempos

cíclicos, los ciclos cósmicos y los ciclos menstruales y de fertilidad; la matrilinealidad y los

impulsos sacrificiales relacionados con la vida y la muerte; el ordenamiento, en función de

los sacrificios, de los ritos, los mitos y las tradiciones; la supeditación de la construcción de

los templos, la elaboración de las pinturas, las esculturas, las técnicas y los instrumentos de

trabajo a los sacrificios, así como la composición de los coros, las danzas y la música.

También en función de los sacrificios, se establecieron las jerarquías político-religiosas y se

les dio un lugar en las guerras; las reglas de conducta social, las enseñanzas y las profecías,

la forma de colectar y distribuir los tributos, etcétera. En suma, es necesario considerar al

sacrificio como la condición básica de la producción y la reproducción de la vida material

y espiritual de los seres humanos. Como ha afirmado el historiador francés Paul Veyne: “el

153
sacrificio es de hecho el acto capital de la mayoría de las religiones, aunque casi hemos

olvidado su existencia”.26

26
Paul Veyne, François Lissarrague y Françoise Frontisi-Ducroux, Los misterios del gineceo, Madrid, Akal,
2003, p. 75.
154
LA ESCRITURA DEL SACRIFICIO EN LA FLOR LETAL. AMÉRICA-

OCCIDENTE DE IDA Y VUELTA

Enrique Atilano Gutiérrez

Escuela Nacional de Antropología e Historia

Introducción

Parece ser que el tema del sacrificio humano, así como el de la sexualidad, se han

entronado como vetas máximas dentro de la investigación histórica. Puede que el sacrificio

lleve la delantera, ya que casi todos hemos podido, por lo menos una vez en nuestra vida,

tener la dichosa oportunidad de disfrutar los placeres que las relaciones sexuales provocan

en nuestro cuerpo; y pocos, que si no, ninguno de los que estamos hoy presentes, hemos

practicado el sacrificio en alguna alma caritativa que done su cuerpo en pos de la

experiencia sensitiva de tal acción. Es por ello que, a falta de dicha praxis, la única forma

que nos queda es la de la representación y la reflexión escriturística.

Mi participación se centrará en hacer algunas observaciones y comentarios que me

surgieron al momento de leer una de las primeras publicaciones de Christian Duverger, me

refiero a su texto La flor letal. Economía del sacrificio azteca. Esta obra, editada por

primera vez en francés en el año de 1979, y con su subsecuente edición al español en el año

de 1983, ha sido utilizada, por espacio de más de treinta años, como la mayor síntesis

intelectual referente al tema sacrificial prehispánico. Soy partícipe de la idea (como sé que

también lo son muchos de los que aquí estamos reunidos) de que no puede existir una obra

155
que intente ser elaborada, pensada, ni tratada, como la verdad última de las cosas. Si

comulgamos en que toda civilización se acopla a su tiempo y espacio, es justo creer que los

saberes que se producen en ella también lo hacen. Este pensamiento debe de cobrar mayor

fuerza al momento de dialogar con los conocimientos y tradiciones de sociedades tan

alejadas a la nuestra. Y, cuando de la civilización azteca se refiere, tenemos que ser más

quisquillosos. Parto del siguiente postulado: toda noción o idea que se tenga de un

acontecimiento, hecho, o proceso, en tanto que éste pasa a pertenecer a un circuito

comunicativo (el habla, la escritura, la pintura), la interpretación e intencionalidad de la

información que se dé de tal, deberá de cumplir con los estamentos de codificación,

emisión y recepción correspondientes a la época en la que se quiera formar un tipo de

conocimiento. Dicho con otras palabras: todo conocimiento, en tanto que pertenece a un

tipo de comunicación determinada, creará su propia noción de los hechos y eventos

acontecidos a lo largo de la Historia, según quien emita dicho mensaje.

Pensar desde esta perspectiva la labor histórica, me coloca en una posición donde, puedo

decir, que mi intención no está centrada en la ontología de las cosas. Mi intención, aquí, es

distinta: no me interesa saber si Duverger alcanza a recuperar la esencia o el ser-en-sí de lo

que significó el sacrificio humano para los aztecas (como él dice lograr hacerlo) 1, sino más

bien, en tanto que tomo su texto como una comunicación, lo que me interesa saber es la

manera en que se hace apoyar de otras comunicaciones, para así, poder construir el

1
“Y he tratado de comprender cómo y por qué el sacrificio humano funcionó eficazmente y sirvió de motor al
desarrollo de la civilización azteca.” Duverger, La Flor letal…, pág. 14. Cursivas en el original.
156
significado e intención de su investigación. Resumiendo: lo que llama mi atención es la

manera en cómo es que se construye un determinado tipo de conocimiento.

La responsabilidad de lo comunicado

Duverger nos dice en su Introducción:

A instancia de los españoles, los indios copiaron ciertos manuscritos figurativos originales
que aún estaban en su poder; unas veces los compusieron de memoria; otras, inspirándose
en diversas fuentes, pintaron manuscritos inéditos con fines didácticos.2
Mi primer punto de análisis se centra en la forma en que Duverger nos explica el proceso

por el cual los cronistas se allegan de información para poder hablar de los acontecimientos

previos a su llegada. Como podemos darnos cuenta, existe una predeterminación, selección

y condicionamiento de los hechos y sucesos de los que se quiere saber. Entonces, vemos

que, tanto la información como el conocimiento que se obtiene de una comunicación, no

puede ser tratado como algo “puro”, “sin mancha”; ya sea a través de la fuerza (conquista),

de la educación (los informantes de Sahagún), o por una realidad escriturística (las

crónicas), aquello que se solicita decir siempre está atravesado por un filtro cognitivo3. Y

este punto es el que menos encuentro entre los ejemplos que Duverger cita in extenso en su

texto. Es más, tan centrado está en hacer ver que el sacrificio humano tuvo vital

importancia dentro de la sociedad azteca, que, en varias ocasiones, asemeja el conocimiento

indígena con el europeo.4

2
Christian Duverger, op. cit., pág. 19. Las cursivas son mías.
3
Retomo el concepto de filtro que Michel Foucault emplea en su texto La Arqueología del saber, editado por
Siglo XXI.
4
Así lo expresa: “Los aztecas eran expertos retóricos. En toda ocasión, los de mayor edad pronunciaban
interminables discursos, llenos de apotegmas y de floridas metáforas. Impresionados por la elegancia de sus
157
Uno de los grandes problemas que se tiene al momento de querer recrear la noción de un

suceso histórico está presente en el ámbito de las prácticas. Pareciera ser que, y se entiende

por el contexto al que se adscribe la obra analizada, una investigación histórica en aquellos

tiempos, era aquella que contaba con el mayor número de fuentes citadas, las cuales,

dibujarían un esquema casi perfecto para poder hacer ver que se había llegado a la verdad

última de la práctica en cuestión. 5 El resultado es una obra y una práctica de tijeras y

engrudo (apropiándonos del adjetivo utilizado por Collingwood). Lo grave no es saber

quién dijo tal cosa o la otra, sino más bien, debemos preguntarnos por qué se dijo eso, para

quién iba dirigido y cómo se comprendió lo dicho.6 ¿Por qué digo esto? Porque, dentro de

los autores conquistadores que Duverger cita en La Flor letal se encuentra, ni más ni

menos, que aquel personaje que en su más reciente libro, Crónica de la eternidad, lo

declara como producto de la ficción e invención: me refiero a Bernal Díaz del Castillo.7

Entonces, si seguimos lo propuesto por el Duverger de La Flor letal, y después lo

comparamos con el Duverger de los libros Cortés y La Crónica de la eternidad, ¿con qué

nos encontramos? Con la manipulación de textos, datos, sujetos y conocimientos que

justifican una investigación “histórica”.

palabras, los letrados españoles recopilaron en lengua náhuatl los modelos del género.” Duverger, op. cit.,
pág. 57.
5
“…existe la suma impresionante de crónicas, anales, relaciones, historias y otros memoriales redactados en
español durante el siglo XVI a partir de testimonios presenciales, después compilados sin interrupción hasta
nuestros días.” Ibíd., pág. 15.
6
Sigo el postulado que Michel Foucault desarrolla en su obra, ¿Qué es un autor?, editado por Ediciones
literales.
7
A lo largo de La Flor letal, vemos que Duverger cita, en más de una ocasión, la obra de este “soldado”
omnipresente.
158
Lo importante aquí es preguntarnos acerca de la responsabilidad que todo texto tiene al

momento de emitir un conocimiento. Con lo anterior no quiero que se me malinterprete y

los lectores piensen que lo que busco es hacer un examen de conciencia o un auto de fe a

este autor; más bien, lo que sí quisiera que quedara claro es la manera en que nosotros,

historiadores y científicos sociales, hemos permitido circular este tipo de investigaciones.

Se nos dirá que todo esto tiene que ver con círculos de élite intelectual, editoriales

favorecidas, discursos patrimoniales y nacionalistas e intereses particulares, ¿pero es que

acaso el saber histórico sólo puede pertenecerle a unos cuantos? ¿A partir de qué momento

el conocimiento histórico llegó a este punto? Considero que, al momento de reflexionar lo

que ahora pertenece ya a un circuito comunicativo, nos ayuda a poner al día nuestras

herramientas epistemológicas, y así, permitir que todo lo que antes se tomaba como verdad

pueda ser puesto dentro de una reflexión de verosimilitud.

La gestualidad: ¿economía física o elemento retórico?

Si ya con el tema de juicio de autoridad tenemos una fuerte discusión, ésta se acrecienta

cuando vemos la manera en que Duverger hace uso de ciertos conceptos que, para él, le

permiten llegar a “descifrar el pensamiento nahua”8. Uno de dichos conceptos, el cual es

una constante en su obra, es el de gestualidad. Ahora bien, ¿qué es lo que Duverger está

entendiendo por tal?

…la gesticulación es presentada como una verdadera obsesión [para los indígenas]. Pero en
este caso preciso, el gasto físico inútil quizá no sea el único cargo imputable; en efecto, no
es posible pasar por alto la fabulosa diferencia que existe en el mundo náhuatl entre la

8
Duverger, op. cit., pág. 14.
159
economía del gesto y la prolijidad de la palabra. Tanto como el gesto es medido, tanto así se
expande indefinidamente la palabra.9
El intento que Duverger trata de hacer verosímil con respecto al concepto de gestualidad es

que, para los indígenas, dicha gestualidad recae en la teatralización y uso físico que éstos

hacen en la ejecución de sus prácticas sacrificiales. Para él, la gestualidad se entiende como

un gasto energético físico, lo que él llama: “economía gestual”. 10 Dicha gestualidad

compete, única y exclusivamente, a la ejecución social que los diferentes estratos

participantes en un sacrificio hacen de su cuerpo. En otras palabras: los sacrificadores

hacen un gasto energético corporal diferente al de los sacrificados. ¡Muy bien! Eso es

comprensible, pero, ¿de qué manera ayuda esta interpretación a comprender que el

sacrificio fuese pieza fundamental para esta civilización? Pregunto esto porque, aunque si

bien Duverger intenta homologar lo físico con lo simbólico, a éste último lo ve desde otra

perspectiva: “…el gesto es calibrado porque la sociedad azteca es una sociedad de signos.

Es la exterioridad la significativa; la apariencia es el verdadero código que permite la

identificación de los seres.” 11 Podemos ver entonces que lo gestual, para Duverger, se

entiende como apariencia, un agente externo que, por sí mismo, da a entender el significado

e interpretación de la práctica en sí. ¿Esto puede ser tomado como cierto? O dicho con otras

palabras: ¿puede una práctica ser entendida, en su totalidad, únicamente por su gestualidad?

Creo que no: el mundo de los gestos no puede estar separado del mundo de los signos y

símbolos.

9
Ibid., pág. 59
10
ibidem.
11
Ibidem. Las cursivas son mías.
160
Lo anterior lo podemos constatar si ahora vemos qué entendían por gestualidad los

europeos del siglo XVI:

…la gestualidad se convierte en un medio relevante para señalar diferencias entre los
estratos. La estilización de la gestualidad, de los tonos de voz, de las maneras de hablar,
etcétera, son lo que, en estas sociedades [las europeas], se denomina “humanismo”, es decir,
se es más humano mientras más autocontrol se tenga en las relaciones cara a cara.12
Como podemos darnos cuenta, la importancia que tiene la gestualidad para la sociedad

europea va más allá de la apariencia. Los gestos que un sector social realice tienen un peso

y significación para los demás; pertenecen al ámbito de la retórica, es decir, crean un

conocimiento que da sentido y conceptualización del mundo que se habita. Creo pertinente

hacer esta comparación, ello debido a que, si recordamos el planteamiento con el que

empecé esta charla, el conocimiento que produzca una comunicación dependerá del uso que

se le dé a la información que se emita. Esta distinción, trayéndola al caso de La Flor letal,

tiene mucho que ver. Para Duverger, recordémoslo, la gestualidad indígena sólo es un

factor físico que “templa” o hace “ahorrar” el temperamento corporal de los naturales:

Por último, es notable comprobar que la moral en uso de México, a comienzos del siglo
XVI, prescribe de manera ejemplar las “actitudes frías”: dominio de sí mismo, calma,
contención, ponderación, mesura, tranquilidad. Y, con buena lógica, reprueba y condena los
temperamentos y los comportamientos “calientes”: se proscriben la efervescencia, la
indisciplina, el desorden y los gritos, la excitación afectiva, los arranques emocionales, la
turbulencia y la precipitación…13
Esta distinción entre temperamentos “fríos” y “calientes” pertenece más bien al mundo

ascético, del cual forman parte los frailes, que al de los indígenas. Esto lo menciono porque,

fue en el siglo XVI, en donde los temas del cuidado de sí y el control del cuerpo se pusieron

12
Alfonso Mendiola, Retórica, comunicación y verdad. La construcción retórica de las batallas en las
crónicas de la conquista, México, Universidad Iberoamericana, 2003, pág. 127.
13
Duverger, op. cit., pág. 60. Las cursivas son mías.
161
de moda, por lo menos, en la sociedad europea y americana.14 Recordemos que la sociedad

europea había puesto en práctica este tipo de tecnologías (recupero el término que utiliza

Foucault) desde hacía ya varios siglos, y que, de hecho, fue a partir del siglo IV d.C. (con el

surgimiento del monaquismo) que esta práctica se consolidó. Mientras que la primera

gestualidad compete a los dominios y ahorros energéticos externos corporales, la segunda

se entiende como un control interno condicionado socialmente. Vemos pues que la

recuperación que Duverger hace del concepto está encaminada más bien a beneficiar su

propio discurso que al uso y significado que se le daba en el contexto donde se ejercía el

concepto.

Sacrificios humanos: economía material versus economía ascética

El último punto que me gustaría dibujar corresponde al núcleo central de La Flor letal: el

sacrificio. Con tan sólo con pronunciar la palabra sabemos que estamos en campo

peligroso. ¿Y cómo no ha de serlo si a esta práctica se le ha considerado como la máxima

expresión del ser humano? La mayoría de las sociedades tienen en su historia este elemento

como punto de génesis. Dentro de la historia del mundo indígena, este elemento no podía

faltar en su repertorio tradicional. Ahora bien, que el sacrificio haya sido una práctica

medular y cotidiana dentro de esta sociedad, ésa, es otra cosa.

14
Para más detalles, consúltense los siguientes textos de Michel Foucault: Tecnologías del Yo (Paidós) e
Historia de la sexualidad (3 vol. Siglo XXI).
162
¿Por qué expreso esto? Pensemos lo siguiente: Duverger, a lo largo de su obra, ve al

sacrificio azteca como una constante interacción de energías y consumos energéticos

(económicos):

no es tanto la destrucción de vidas humanas, potencial de trabajo desperdiciado, la que pesa


sobre la balanza. Son, ante todo, los costos anexos los que gravan la economía sacrificial:
del gasto físico al mantenimiento de ejércitos, el precio de la guerra sacra viene a añadirse,
vertiginosamente, a los gastos exigidos por la pompa y el aparato. Y el sobreconsumo
festivo reduce peligrosamente el capital de riquezas materiales acumulado por la
comunidad…Pese a los aumentos de energía que promete, el sacrificio, por los gastos
imprescriptibles que ordena, no puede dejar de alimentar una economía deficitaria.15
Si tomamos por cierto lo anterior, ¿no podríamos decir entonces que toda sociedad que

practique el sacrificio pertenece a una economía deficitaria? Eso no sería algo nuevo, ni

tampoco, algo que permita entender la importancia que esta práctica tiene para la sociedad

indígena. Se gasta más para la petición que en la obtención de favores. Los dioses aztecas

quedan interpretados como deidades avaras que se hacen de oídos sordos ante las libaciones

que sus feligreses logran ofrecerles sin importar el precio que tengan que pagar. Pareciera

ser que toda sociedad, cuando recurre a la práctica del sacrificio, está dando muestras de

que está pasando por una fuerte crisis, que ya no es posible, por sus propios medios, de

sostenerse a sí misma. Signos apocalípticos que marcan su desaparición o total

transformación. ¿Y no era este el mismo contexto por el cual estaba pasando la cristiandad

desde la época de las cruzadas? Elementos materiales y económicos envuelven el mundo

simbólico del sacrificio realizado por Jesucristo: el Santo Grial, recuperar Tierra Santa, la

creación de órdenes religiosas, etcétera; una serie de dispositivos (tal y como lo considera

15
Duverger, op. cit., pág. 204. Las cursivas son mías.
163
Foucault) que estarán cargados de símbolos y significados, los cuales, tendrán una

relevancia social.

Ahora bien, ese sentido económico sacrificial que tanto pondera Duverger en su texto, no

está bien encaminado. El sentido de “economía” que encontramos en el contexto del siglo

XVI no es el mismo al que la modernidad le da. No es una cuestión material (acumulativa o

deficitaria), sino de contención y represión. Los sacrificios narrados por los cronistas no se

interesan, en su totalidad, por las cuestiones materiales y de ornamentación que los indios

hacen de sus prácticas, más bien, parece ser una economía corporal lo que llama su

atención. Dicha economía corporal surge, si ponemos atención, a la manera en que

conquistadores, pero sobre todo eclesiásticos, hacen tanto de los cuerpos sacrificados, como

de quienes sacrifican. Es comprensible que Duverger se interese por el ostento material que

los indígenas dicen procurar al momento de llevar a cabo sus prácticas, ello porque, desde

su perspectiva, entre más elaborada y costosa sea una festividad, el desgaste económico

dará razón a la importancia que esta sociedad da a sus sacrificios. Si lo pensamos de esa

manera, el cometido de La Flor Letal tiene éxito: a mayor derroche económico y físico,

mayor la importancia que una sociedad da a una práctica, por lo tanto, en el imaginario

indígena, el sacrificio es fundamental para esta cultura. ¿Muy sencillo, no les parece?

Ahora bien, si recordamos que el sentido “económico” por el cual se rige la religión

cristiana al momento de hacer “hablar” a los indígenas para obtener información acerca de

sus prácticas, era más bien uno en donde el principal foco de atención era la represión del

cuerpo. Un concepto que, también, no tiene la misma denominación que en la modernidad.

164
En aquellos tiempos, no existía una noción de cuerpo tal y como nosotros lo pensamos16; se

hablaba más bien de “carne”. La única persona que podía tener un cuerpo como tal era

Jesucristo, los demás, sólo son reminiscencias que han sido puestas en este mundo para

sufrir. Control entre la carne y las pasiones: principal modo de vida para los cristianos

evangelizadores. El Cristo había padecido la crucifixión no sólo para la redención de los

hombres, sino para demostrar que el cuerpo no era ningún impedimento para alcanzar el

reino celestial.

Para Duverger debe de ser claro que la perspectiva teológica occidental ha sido totalitaria al

querer comprender cómo es que civilizaciones previas a su conquista interactuaban o

realizaban su vida cotidiana. Occidente es un excelente ejemplo de ver cómo es que, en

primer lugar, es necesario conquistar, reprimir, volver dependiente, heterónomo al cuerpo y

al pensamiento (el alma). Lo externo de toda descripción (festividad, ideología,

cotidianidad), aunque sea majestuosa, con un fuerte derroche económico y material, está

vacía, hueca; lo principal ha sido absorbido y modificado por el pensamiento cristiano. Ese

ser sacrificial que Duverger cree haber rescatado resultó ser una huella, una armadura;

imponente, sí, pero sin caballero que la porte.

16
Cfr. Jacques Le Goff y Nicolas Truong, Una historia del cuerpo en la Edad Media, Barcelona, Paidós,
Prefacio.
165
¿OSADÍA TEÓRICO-HIPOTÉTICA DE CH. DUVERGER O

CULTURALISMO ETNICISTA?: EL CASO DE LA PERIODIZACIÓN

MESOAMERICANA Y LAS CAUSAS DE LAS DERROTA MEXICA

Miguel Ángel Adame Cerón

Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH

Presentación

El etnohistoriador Christian Duverger se dio a conocer exitosamente en México con su

libro “La Flor Letal”1, una investigación teórico-hipotética (investigativa) sobre la dinámica

sacrificial mexica (como sociedad nahua) que perfiló una generalización hacia el conjunto

de sociedades mesoamericanas. Allí –según nuestra opinión- su atrevida hipótesis sobre el

cuasi obsesivo interés antropo-cosmovisionario (de núcleo cultural) por mantener el

relativo equilibrio del cosmos (macro, meso y micro) de esta sociedad dominante nahua del

periodo final de la historia mesoamericana, mantuvo una cierta congruencia y correlación

con la vida socioeconómica de dicha sociedad y del conjunto de sociedades

mesoamericanas de su época. Sin embargo en dos de sus posteriores libros: Mesoamérica:

arte y antropología y El primer mestizaje (que de hecho, a pesar del cambio de nombres, es

el mismo texto editado en dos formatos de lujo diferentes por Conaculta en coedición con

1
“Economía del sacrificio azteca”, Fondo de Cultura Económica, México, 1983.
166
otras editoriales institucionales), su afán teórico-hipotético “innovador” muestra excesos y

evidencia su perspectiva culturalista respecto al entendimiento de la historia prehispánica

mesoamericana y respecto a la situación concreta del triunfo conquistador-colonizador de

los españoles sobre los indígenas mesoamericanos, específicamente sobre los mexicas. No

se trata solamente de su lenguaje constantemente grandilocuente al querer, por ejemplo,

“replantear completamente la problemática del espacio y del tiempo en mesoamérica”, o

señalar que las causas señaladas por otros autores (armamentistas, militaristas,

epidemiológicas, etc.,) “no bastan para explicar” la derrota mexica en tan poco tiempo, etc.

Sino que su osadía hipotética exacerbada tiene que ver con su postura culturalista, etnicista,

exageradamente subjetivista y autocomplaciente sobre sus propias investigaciones-

hipotéticas (por ejemplo la falta de un verdadero diálogo y debate con la arqueología, la

antropología y la historiografía y sus representantes colegas). En este texto discutimos dos

casos ejemplares contenidos en Mesoamérica-Primer mestizaje; dichos temas, por cierto,

tienen una larga data de discusiones y confrontaciones entre corrientes diversas: en primer

lugar, su propuesta de cronología-periodización basada en componentes étnicos

sobrevalorados, específicamente el papel de los nahuas en la historia mesoamericana y su

hipótesis del “primer mestizaje”; y, en segundo lugar, su propuesta para explicar la derrota

de los mexicas (el triunfo de Cortés y sus huestes) y el origen del “segundo mestizaje”.

Primera Parte: Nahuatlidad mesoamericana y “neutralidad” periodizadora

La llamada “hipótesis nahua”

Christian Duverger reconoce 3 familias lingüísticas principales: los otomangues, los

macromayas, los yutoaztecas y otras familias secundarias. Sin embargo, son los yutoaztecas
167
en los que enfoca su interés; ellos tuvieron -en la época prehispánica- en el norte

(aridoamérica y oasisamérica y sus fronteras) más de 100 lenguas, mientras en el sur

(Mesoamérica) una sola con variantes dialectales.

Para él los nahuas serían los yutoaztecas que se sedentarizan. Su conversión sedentaria y su

presencia en el sur –según él– no es de 800 o 900 d. C en el inicio de la época tolteca, sino

que es desde el inicio de la época olmeca, tal vez o si se quiere como protonahuas, hacia

1500-1200 a.c. (y en el norte desde 3,500 años antes de Cristo). En Mesoamérica (2000) y

en Primer mestizaje (2007) va claramente más allá cuando asocia olmequidad y nahuatlidad

a partir de señalar que el mapa etnolingüistico de la época V (antes de la conquista) los

nahuas estaban presentes de manera ampliada en esas regiones. Ignora mapas de la época

olmeca donde los protonahuas (yutoaztecas) son minoritarios o no existen en esas regiones

centrales olmecas (véase mapas 1 y 2 del lingüista Leonardo Manrique).

168
Mapa 1: Los yutoaztecas hacia el inicio del periodo “Olmeca” apenas cruzan el territorio

de lo actualmente es México. Fuente: Leonardo Manrique, 2000:68.

169
Mapa 2: Los yutoaztecas hacia el final del periodo “Olmeca” se expanden hacia la región

norte-occidental del territorio de lo actualmente es México. Fuente: Leonardo Manrique,

2000:69.

Dice Christian Duverger que aunque en esta época olmeca y en las que siguen, existe la

plurietnicidad, a partir de este momento los “valores” y estilos nahuas se imponen,

predominan y articulan esta época (sólo en la época IV pierden fuerza) sin anular los

locales sino dándoles su debida “importancia”, integrándolos. Así el arte olmeca emanaría

de los primeros nahuas mesoamericanos.

La matriz nahua del Altiplano central funcionará como motor de integración cultural, de

unidad y cemento cultural doble: 1) para los nahuas y 2) para Mesoamérica. En

170
Mesoamérica no hay otros yutoaztecas lo que –dice– lleva a la hipótesis e ideas inéditas

“que violentan la tradición académica”: por ejemplo, plantear el vínculo y la adecuación

entre nahuatlidad, sedentarismo y mesoamericanidad (2007, p. 31). “Yo considero a los

nahuas como los fundadores de Mesoamérica y como los principales actores de su

evolución a todo lo largo de sus cerca de tres mil años de historia” (o de monopolio nahua

en Mesoamérica, p. 32). Los nahuas están presentes en toda Mesoamérica, a veces como

mayoría demográfica, a veces como minoría dominante y a veces como minoría influyente:

“Gracias a ellos, el México prehispánico se convertiría en ese crisol cultural que hoy se

llama Mesoamérica: los particularismos culturales no fueron aniquilados, sino engastados

en el molde del pensamiento nahua sobrepuesto a las tradiciones ancestrales” (2000, p. 33).

Además “los nahuas son los únicos [mesoamericanos] que participan de los dos sistemas

culturales que se yuxtaponen allí” (2007, p. 32). Por ello habla de una dialéctica del

nomadismo y el sedentarismo, dice que están incorporados a ambos medios, tienen una

cultura y una actitud mental de nómadas pero también dominan por entero las reglas del

sedentarismo. Oscilan entre los dos polos, pero según Duverger, padecen una propensión

duradera (porque se retroalimentaron de las constantes absorciones de grupos yutoaztecas

seminómadas migrantes del norte) a la diseminación, a la fisiparidad, a la escisión o

separación de la estructura del grupo madre para “proseguir su camino” y/o “fundar otra

ciudad” . Esto debido a que experimentan, según Duverger, “una secreta nostalgia de los

tiempos de migración o una indecible pulsión, producto de un atavismo lejano” (2000, p.

32).

171
Desde nuestro punto de vista dicha perspectiva de Duverger magnifica el papel de los

nahuas presentándolos como “superprotagonistas” de la historia mesoamericana. Coincido

en este sentido con Federico Navarrete (2001), de que se trata de un enfoque que reproduce

y alimenta los nacionalismos etnocentristas, en este caso el mexicano:

Al defender a rajatabla la identificación entre el grupo étnico nahua y la civilización


mesoamericana, Duverger aplica un cartabón proveniente de las historias nacionalistas
modernas que suelen identificar a los pobladores de un territorio nacional con un grupo
étnico primordial y proceden a narrar teleológicamente el necesario ascenso de este grupo al
dominio estatal. La interpretación de Duverger coincide también con las historiografías
nacionalistas tradicionales en su obsesión por el poder y el dominio; y su atribución a los
nahuas, en particular a los aztecas, de una voluntad centralizadora y unificadora de carácter
casi nacional. En suma, Duverger pretende convertir a Mesoamérica en una especie de
nación nahua, y a ésta en un antecedente de la nación mexicana.
Además su postura es múltiplemente equívoca por las siguientes razones:

1) Las características de “fisiparidad” que quiere presentar Duverger como exclusivas de

los nahuas, en realidad, son comunes a muchos grupos étnico-culturales de la historia

humana. En la historia mesoamericana a diversos de estos grupos, principalmente a los que

experimentaron situaciones peculiares, como las fronterizas, de presión territorial-político-

militar o de crecimiento o expansión; obviamente no se debe a factores fundamentalmente

“pulsionales” sino principalmente a factores de la dinámica histórica concreta, como son

los factores geoeconómicos, ecológicos y demográficos (Adame, 1988); por ejemplo

grupos mayas ante situaciones críticas constantemente se fisionaron, se desplazaron y

fundaron nuevos asentamientos (así se explica que pudieron ocupar todo el territorio

peninsular).

2) Tampoco la situación de oscilación nomadismo-sedentarismo fue para nada “exclusiva”

de los nahuas en la historia mexica pues tenemos diversos casos documentados de otros

172
grupos que manejaron, se readaptaron y se reconvirtieron constantemente a los dos patrones

de vida o modos de subsistencia y no sólo modos “culturales” (como dice Duverger); por

ejemplo: los grupos otomíes o ñañhus y los mísmisimos purépechas o tarascos (enemigos

invencibles de los mexicas).

3) Existe una confusión garrafal en su concepción de la dialéctica nomadismo-

sedentarismo. Concibe al sedentarismo con fijismo y a los desplazamientos y migraciones

de los sedentarios con nomadismo, porque no los ve como modos de vida y de producción,

sino solo como supuestas formas de movilidad o no movilidad. Los sedentarios (y eso lo

vemos hoy día claramente con las migraciones regionales, nacionales e internacionales)

bajo determinadas circunstancias críticas, de crecimiento-expansión, de reacomodo

habitacional o de colonización, se desplazan y se reubican, pero no necesariamente para

adoptar modo de vida nómada (aunque se llegan a dar casos que sí, pero eso sería una

conversión de patrón de subsistencia), sino para responder a necesidades y situaciones de la

propia dinámica de la vida sedentaria.

Mesoamérica

Christian Duverger concibe a Mesoamérica esencialmente como “lógica y dialéctica de

unidad y heterogeneidad” debido a que: 1) se comparte un mismo universo de creencias,

ritos y saberes; 2) los grupos comparten un mismo modo de vida: el sedentario; 3) se

comparte un mismo tipo de organización social y política; 4) existe una heterogeneidad

lingüística, artística y cultural (más de 200 lenguas y dialectos distintos).

173
Para este autor Mesoamérica es una entidad fundamentalmente cultural, su integración

(unidad territorial y continuidad cronológica) es gracias a la nahuatlidad: “El componente

nahua creció y se enriqueció con rasgos no nahuas, al absorberlos, integrarlos y fusionarlos

para crear una base cultural común” (2000, p.35).

Según él la totalidad de los rasgos seleccionados por el fundador del concepto de

Mesoamérica, Paul Kirchhoff, “no dan cuenta del espíritu mesoamericano, no captan su

originalidad intrínseca” (pero no argumenta por qué). Propone por su parte una definición

cultural intentando describir sus elementos comunes y permanentes. O sea, en realidad se

trata de una postura culturalista idealista, él la nombra como de “dimensión esencialmente

espiritual” o simbólica, religiosa e ideológica, priorizando los elementos culturales y

secundariamente los políticos y dejando marginados y camuflados los económico-

materiales. Él justifica su postura (o la “envuelve” curándose en salud) señalando que se

trata de la misma actitud de los mesoamericanos ante su existencia, afirma que para los

mesoamericanos: “la idea que los hombres se hacen del mundo es más importante que la

realidad” (2000, p. 36).

Veamos su enlistado de 11 rasgos o características: a) calendario de 260 días, b) escritura

glífica (pictográfico-icónica); c) ofrendas a la tierra para cosmizar, consagrar y organizar el

territorio; d) sacrificios humanos y sus implicaciones sociales, políticas y religiosas; e)

politeísmo; f) sistema dualista de pensamiento para representar el movimiento del universo

y generar conocimiento y poder; g) el espacio-tiempo simbólico; h) territorio y centros

ceremoniales; i) el viaje al más allá “post mortem”; j) arte político-religioso; k)

174
organización material como modo de organización sociopolítica de sociedades

jerarquizadas basadas en el maíz y la agricultura.

Periodización

Respecto a este punto Duverger se lanza contra la visión cataclísmica del mundo

mesoamericano que concibe la cronología en términos de rupturas (destrucciones

violentas: rebeliones, invasiones, desastres naturales como erupciones, etc.), que le concede

más importancia a los cambios o discontinuidades que a las continuidades o permanencias,

pues diferencian recortadamente las etapas. Enfatiza –por su parte– que las etapas generales

no son uniformes u homogéneas pues hay muchas variaciones según los lugares, hay

muchas fluctuaciones de los fines e inicios de los periodos.

Está en contra de la clasificación tripartita (preclásico-clásico-posclásico) basada en una

visión occidentalocéntrica del mundo antiguo griego y que se traslada en Mesoamérica al

caso de los mayas con sus momentos de esplendor.

Esta visón cataclísmica, homogeneizante y tripartita –acusa– ha llevado a tener que

introducir subfases de transición que a veces duran más que las propias fases en muchas

zonas y regiones como el “protoclásico” y el “epiclásico”. Dado que “los datos actuales

disponibles”, datos que él no expone, conducen a la continuidad, se inclina por el énfasis a

la evolución continua y no a la sucesión de periodos distintos. Igualmente plantea una

supuesta periodificación “neutral” o signada deliberadamente neutra a la hora de ubicar los

periodos o “épocas”. Respecto a la evolución continua (aunque no unívoca) a Duverger le

175
parece que es el enfoque adecuado por lo siguiente: traduce la difusión de la nahuatlidad,

muestra la rivalidad entre tierras calientes y altiplanos, se aprecia la mesoamericanización

de los mayas y el aumento de la presión demográfica a principios de cada periodo (2007, p.

119). Su propuesta –según él– es más lógica, comprensible, neutral y adecuada a las

continuidades mesoamericanas. En el libro del primer mestizaje plantea más factores a

considerar: continuidad, evoluciones en el tiempo, factores históricos, interacciones,

rivalidades y ajustes fronterizos.

Su periodificación para Mesoamérica es la siguiente:

-Época I: El horizonte olmeca (1,200 a 5000 a.C)

-Época II: Los florecimientos regionales (500 a. C. a 200 a. C.)

-Época III: La Mesoamérica bipolar (Siglos III al IX)

- Época IV: El horizonte tolteca (Siglos IX al XIII)

-Época V: El horizonte azteca (Siglos XIV a la Conquista).

Veamos algunas observaciones críticas. En primer lugar, como nos podemos dar cuenta,

esta periodización no es para nada neutra, las numeraciones cronológicamente crecientes de

las épocas I a la V van seguidas inmediatamente de nombres o denominaciones que tratan

de adjetivar el periodo. En segundo lugar, ello quiere decir que como cualquier propuesta

de periodificación, está basada en criterios implícitos, que priorizan o dan mayor peso a

ciertos factores o aspectos de la realidad sociocultural (véase Nalda, 1979, p. 52). En su

propuesta concreta no están para nada claros ni argumentados, aunque él nos ha insistido en

sus prioridades culturalistas, continuistas, supuestamente neutralistas y también

176
macroregionales. Respecto a esto último Duverger menciona que su propuesta rompe el

cerrojo de los esquemas reductivistas o no macroregionales del siglo XIX. Pero –en tercer

lugar– aquí el cuestionamiento es que nuestro autor no discute ni hace una evaluación (ni

las cita) de las propuestas desarrolladas por otros autores durante todo el siglo XX. Según

López Austin y López Luján (2002, pp. 14 y 15), las principales son planteadas por cerca

de 30 autores y se concentran especialmente en las décadas que van de los 40 a los 80; no

hay, mínimamente un balance de ellas para poder contrastar las supuestas bondades de su

propuesta. En cuarto lugar, respecto a la cuestión de la dialéctica continuidad-

discontinuidad, creo que no se puede descuidar ninguna de ellas. En toda periodificación

hay cortes y continuidades, si bien el debate continuismo-discontinuismo es importante por

el énfasis que cada autor da a los procesos; en todo modelo o propuesta de periodificación

cronológica se establecen episodios de inicio y de conclusión, y para hacer esto se tienen

que valorar los acontecimientos que marcan cada episodio y/o periodo. Es decir ¿por qué

son significativos y por qué se seleccionan? En la propuesta de Duverger no se trata ni

explícita ni implícitamente este asunto, pues lo da por supuesto sobre la base de que los

cortes ya están establecidos, aunque los nombres sean objeto de disensión.

Sus criterios para nombrar cada época son confusos, sin embargo se colige por las

argumentaciones que maneja Duverger en la hipótesis nahua, en su concepción de

Mesoamérica y en su periodización, que ésta se construye para adecuar no sólo sus

criterios, sino sus concepciones (o cómo él dice su filosofía, 2007, p. 18) que privilegian su

culturalismo, su antimaterialismo o mejor su postura antieconómica, su etnicismo

177
nahuatlaco (etnocéntrico) y su presunto continuismo ideológicamente neutralista pero en

realidad un continuismo ultraprotagónico y cuasi unilateral del factor nahua.

Así para Duverger el primer mestizaje significa esencialmente mezcla nahua con no nahua.

El segundo mestizaje significará, por tanto, esencialmente mezcla de español con no

español.

Segunda Parte: Derrota mexica y el tatarabuelo Cortés

Duverger aborda el ya clásico tema de las causas de la derrota mexica (más allá de la caída

de todos los grupos mesoamericanos) a manos de un puñado de soldados españoles. Nos

recuerda su reducido número en relación a los habitantes nativos mexicas (500 o 600

soldados ibéricos contra ejércitos de 40 o 50 mil militares indígenas y más de 300 mil

habitantes de Tenochtitlán) y de los diferentes pueblos: “Curiosamente, este puñado venció

a los mexicanos que, aun diezmados por las epidemias, siempre fueron más numerosos que

los españoles” (2007, p. 645). Además el derrumbe azteca fue de una brutal rapidez, en

menos de dos años. Duverger no está de acuerdo con las explicaciones de la supuesta

decadencia o agonía de la sociedad nahua debidas a sus excesos autoritarios, tampoco cree

que las disensiones o rivalidades entre mexicas o nahuas y otros grupos hayan sido tan

importantes o grandes para ser causa de la explicación de la rapidez de su estrepitosa caída.

Pero quedan muchas más causas por sopesar y que han sido mencionadas por numerosos

autores, él hace repaso de cada una de ellas. Sin embargo, ninguna de ellas es clave para

descifrar dicha derrota, ni siquiera una combinación de dichos factores parece convencerle:

a) desventajas o inferioridades materiales, técnicas y militares; b) las actitudes militaristas

inadaptadas a la situación inédita presentada; c) causas (micro)biológicas y epidémicas; d)


178
resignación, derrotismo y fatalismo mexica por los presagios producto de sus creencias; e)

preocupaciones y abatimientos de sus dirigentes (concretamente Moctezuma) porque

conocían con antelación e indirectamente por avisos (reales y simbólicos) la llegada de los

españoles (y por lo tanto de su poderío) en las Antillas, la Península de Yucatán y zonas

aledañas.

Finalmente maneja la hipótesis de la diferencia “civilizatoria” entre españoles y

mesoamericanos, pues: “Con los conquistadores, es todo el Viejo Mundo el que llega a las

fronteras del poder mexicano. Y entonces, la máquina se agarrota y revela su impotencia.

La fuerza del poder azteca es una fuerza de atracción, no de repulsión” (2007, p. 647). Y

para poder salir realmente vencedores los mexicas y en general los mesoamericanos, dice:

“los mexicanos habrían tenido que adueñarse del trono de Carlos V, de sus tierras y de su

dios”. Y remata con una analogía o similitud histórica que para él va a ser nodal. “De

repente, se invierte el movimiento que hace siglos llevó a los aztecas al poder: lo exterior

cerca a lo interior. Arrastrado en una dinámica inexorable. El mundo azteca se satelizará

alrededor de la corona española” (ídem). O sea, en estas tierras se vuelve a imponer la

lógica de que lo que viene del exterior o de “otra parte” subordina a lo interior y de que las

capacidades culturales (o civilizatorias) mayores finalmente imperan, aunque ahora se

irrumpa con una rapidez inédita. Aquí, según vemos, aparece con nitidez la ruptura o la

transformación, pero su postura continuista hace olvidar rápidamente la violencia y la

destrucción implícita y explícita en el proceso militar, invasivo y conquistador. Antes de

ver cómo resuelve esta contradicción conviene recordar que ha sido Tzvetan Todorov

(1986) quien desde nuestra perspectiva, mejor ha manejado la hipótesis de la diferencia

179
civilizatoria de los dos mundos, tratando de desarrollar una explicación y análisis cultural

basado en planteamientos semióticos complejos, no simplistas sino entrelazados o

articulados con elementos históricos, biológicos, políticos, económicos y sociales. La

hipótesis de Todorov es cultural pero integral anudando aspectos semióticos y materiales

aunque su peso es fundamentalmente semiótico (Adame, 199 ). Sin embargo, a diferencia

de Todorov (a quien no cita a pesar que su texto es anterior y muy conocido en el medio

académico) la postura de Duverger se inclina por lo simbólico-cultural pero con un manejo

más simple. La situación de la derrota mexica y del mundo mesoamericano, que

evidentemente es cataclísmica e implica transformaciones violentas y no violentas

profundas queda atenuada con el recurso de las bondades de lo que él llama “el mestizaje”,

en este caso el segundo mestizaje (el de los españoles sobre los indios), que al igual que el

primero de los nahuas hacia los no nahuas fue benéfico, continuista y preservador y, por

ello, no destructivo, rupturista o impositivo avasallador. Llega a llamar este segundo

mestizaje “neomesoamericano” (¡sic!). Su carta bajo la manga la expone aquí en la figura

del mismísimo Hernán Cortés, pues según Duverger, Cortés encarna la idea y la práctica

del mestizaje preservador sobre todo de los simbolismos indígenas. Encarna incluso el

espíritu misionero, mendicante y evangelizador tolerante de ciertas idiosincrasias nativas.

Se trata –afirma– de un “mestizaje cultural fulgurante” (2007, p. 649), por eso es que a

partir de aquí su empresa intelectual investigativa será resituar, rehacer, recomponer, la

figura de Cortés hasta llevarla a convertirla en el paradigma del mestizaje civilizatorio

continuista. Quedan con todo este realce, de lado, olvidados, ocultados, debilitados,

menguados, etc., los actos y decisiones atroces, terribles y guerreras de Cortés y en buena

180
medida, también, de otros conquistadores. He aquí su cita en El primer mestizaje (2007) en

torno al papel de Cortés:

Pero Cortés está lejos de ser el hombre de saco y cuerda que describió una historia falaz…
llega a México con una idea en la cabeza: el mestizaje. Por lo demás, la aplicará con su
propia persona al vivir en concubinato con varias mujeres indígenas… y tener un hijo con
cada una de ellas. Cortés no desea en modo alguno recrear en México una segunda España a
expensas de los indios. Su proyecto –¿acaso es realmente quimérico?– es suscitar la
emergencia de un nuevo mundo que reunirá lo mejor de las dos culturas, mediante la fusión
de una Castilla despojada de sus atrasos medievales y de un mundo azteca liberado de la
idolatría. Esto explica la política cortesiana de deferencia hacia las autoridades
tradicionales, de respeto por los usos y costumbres indígenas, y de inserción en la historia
prehispánica…le parece necesario conservar el simbolismo y sobreponer, según la tradición
nahua. Neomesoamericano, Cortés le apuesta a la continuidad, no a la ruptura [….]. Su
llamado a las órdenes mendicantes va en el mismo sentido. Para cristianizar a los indios, el
capitán general de la Nueva España, rechaza cualquier idea de recurrir al clero secular…
Los hermanos menores, que llegan desde 1524, obrarán con eficacia en favor de la
protección de los indios, y se dedicarán a convertirlos, sin impedir que sigan siendo indios
[…]; todo se hizo para que los indios se apropiaran del cristianismo importado. Así que no
debe sorprender que haya nacido una religión sincrética: ni totalmente cristiana, ni
totalmente pagana, ¡sino lo bastante ambigua como para que, en el mismo movimiento, la
aceptaran tanto Roma como los indígenas! El mestizaje de sangres, muy tímido al principio,
se dobló con un mestizaje cultural bastante fulgurante (pp. 648-649).
En suma, H. Cortés reemplaza y transpola el papel que tuvieron los nahuas en la historia

mesoamericana, no se trata de una sustitución violenta o revolucionaria, sino una

continuista con el primer mestizaje; pero ahora dicho proceso mestizador se amplía, se

ensancha a nivel teórico y práctico, a nivel biológico y sociocultural y a nivel geográfico y

territorial. Así que los mesoamericanos a fin de cuentas no perdieron culturalmente nada, ni

tampoco fueron actores claves en el drama de la historia colonial; por el contrario ellos

deberían decir: “¡gracias Cortés! habéis construido un proyecto mayor al mesoamericano

acotado, uno interhemisférico y nacional”. Con ello Christian Duverger convierte a Cortés

en el tatarabuelo de la patria, su fundador único.

181
Bibliografía:

ADAME Cerón Miguel Ángel (1988), “Sistema alimenticio y cultura


ecológica: El Caso mexica”. Tesis de Licenciatura en Etnología, Escuela
Nacional de Antropología e Historia, INAH-SEP.

ADAME Cerón Miguel Ángel (2000), La conquista de México en la


mundialización epidémica, Editorial Taller Abierto, México.

DUVERGER Chrstian (2000), Mesoamérica arte y antropología. Conaculta-


Landucci editores, México.

DUVERGER Chrstian (2007), El primer mestizaje, Taurus, México.

LÓPEZ AUSTIN Alfredo y LÓPEZ LUJÁN Leonardo (2002), “La


periodización de la historia mesoamericana”, en Tiempo Mesoamericano (2500
A. C-1521 D. C.), edición especial Arqueología mexicana, No. 11, pp. 6-15.

MANRIQUE Leonardo (2000), “Lingüística histórica”, en Linda Manzanilla y


Leonardo López Luján (Coords.), Historia antigua de México, Vol. 1, INAH-
UNAM-Miguel Ángel Porrúa, pp. 53-93.

NALDA Enrique: “México prehispánico, origen y formación de las clases


sociales”. Primera parte, pp. 49-178. En Enrique Semo (Coordinador), México,

182
un pueblo en la historia 1, Universidad Autónoma de Puebla, Editorial Nueva
Imagen, México.

NAVARRETE Federico (2001), “Mesoamérica, arte y antropología de


Christian Duverger”, en Letras Libres, septiembre, en línea:
http://www.letraslibres.com/revista/libros/mesoamerica-arte-y-antropologia-de-
christian-duverger. Consulta: 24/11/2013.

TODOROV Tzvetan. (1986) La Conquista de América, la cuestión del otro,


Siglo XXI editores, México, D.F.

183
LA INVENCIÓN HISTORIOGRÁFICA DEL ORIGEN DE LOS

AZTECAS

José Pantoja Reyes


Escuela Nacional de Antropología e Historia

En 1989 Carlos Brokmann escribe en una reseña de la primera edición en español del libro

El origen de los aztecas de Christian Duverger,1 la siguiente conclusión “Al margen de su

tono especializado, el libro puede tener impacto: su portada, de un mal disimulado gusto

fálico, se apila más en los supermercados que en las librerías.”2

El tono irónico con el que finaliza su reseña Brokmann encierra una profecía hoy realizada,

sin duda, Duverger ha conquistado un lugar en las estanterías de los supermercados y

tiendas departamentales en las secciones en las que crece el número de obras de ficción

histórica. Para alcanzar este “éxito” Duverger ha ido ajustando su escritura, presentación

editorial y casa editorial para atender a ese público ávido de “historia” de entretenimiento y

que habitualmente se abastece en esos lugares. Así que de un libro como El origen de los

aztecas, que como dice Brokmann que mantiene el “tono especializado” y que “sin ser de

escabrosa lectura, es “difícil de presentar y criticar” Duverger “evolucionó” hacia la

elaboración de textos de fácil lectura, muchas imágenes, erudición light y mucha ficción

1
Duverger, Christian, El origen de los aztecas, Grijalbo, México, 1987.
2
Brokmann, Carlos, “Aztlán: Ida y Vuelta”, en Nexos, 1 de noviembre de 1989,
http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=267738
184
para atraer al público no especializado como ocurre claramente en su libro El primer

mestizaje.

En esa “evolución” editorial Duverger se ha esforzado por publicitar sus pretensiones

iconoclastas que según la propaganda lo deberían posicionar como el renovador y

revolucionador del conocimiento sobre las sociedades prehispánicas y la conquista. El

origen de los aztecas no es la excepción, como nos señala Carlos Brokmann:

“Está claro que con este libro el mexicanista francés quiso aspirar a una respuesta definitiva
sobre la cuestión (del origen de los aztecas) desestimando prácticamente toda indagación
moderna sobre el asunto”3
Duverger afirma que las interpretaciones al respecto del origen de los indios debe ser

desestimada (que pueden tener algo de verdad pero no es suficiente) por qué él,

“revisó casi todas las fuentes clásicas del siglo XVI para formular una reconsideración total
del problema, desde el aventurar casi una docena de nuevas etimologías de los confusos
nombres nahuas, hasta establecer una extensa comparación de cronologías, simbologías,
implicaciones, paralelismos y propósitos de los testimonios.” 4
Así que una vez que según Duverger afirma haber leído todas las fuentes del siglo XVI,

crónicas, códices, documentos, etcétera, postula tener la interpretación que resuelve los

viejos debates entre mito e historia, aquella que surge del “novedoso” análisis ideológico de

las narraciones sobre el origen de los indios. Pero la crítica al conocimiento precedente es

impotente en Duverger porque su fórmula inconoclasta es tan sólo un gancho editorial que

el autor ha explotado y sobre explotado para publicitar cada una de sus obras. Y como diría

Carlos Brokmann, al final, toda esa “erudición” sólo le alcanza para ocupar un lugar en los

supermercados.

3
Ibídem.
4
Ibídem.
185
La originalidad Duvergeriana

Duverger se propone introducir un nuevo enfoque sobre el origen de los aztecas que

superaría el viejo dilema entre mito e historia, el del análisis ideológico. Para ello hace un

recuento rapidísimo de ese debate (salpicado aquí y allá a lo largo de su obra) que le sirve

de plataforma para postular su novísimo enfoque, después de reconocer que “No me

propongo juzgar a ninguna de las dos escuelas. Los dos tipos de interpretación pueden tener

algo de verdad”:

“Quisiera por mi parte, demostrar que existe un tercer nivel de análisis, una dimensión
desconocida hasta ahora: la dimensión ideológica. Al lado de las interpretaciones formales
simbólicas, es conveniente, tomar en consideración un elemento determinante para la
comprensión de la histórica azteca, a saber, que fue escrita en México, tardíamente y con
fines que hoy en día calificaríamos de “propaganda”5
Pues nada, que Duverger se propuso vender espejitos a los mexicanos. Mentía

descaradamente cuando dice que no había estudios sobre la ideología para el México

prehispánico, que la ideología era una “dimensión desconocida”; cuando que, por el

contrario, en la década de los setenta y ochenta, la antropología y arqueología en México

se volcaron hacia el estudio de la ideología prehispánica. Recuérdese sólo el texto clásico

de Pedro Carrasco y Johanna Broda, Economía política e ideología en el México

Prehispánico editado por Ciesas y Nueva Imagen en 1978, que retomó el marxismo y quiso

aplicarla a la sociedad prehispánica. Largos debates ocurrieron en torno a tópicos que

incluían el “problema” de la ideología, tales como el modo de producción asiático que tuvo

como referente central el libro de Roger Bartra, El modo de producción asiático, publicado

5
Duverger Christian, op. cit, segunda edición, 1989, pp. 116-117.
186
en 1969 por editorial Era, en donde la cuestión ideológica era fundamental para caracterizar

o no dicho modo de producción. Al lector moderno le parecerá esa una discusión

antidiluviana (es decir de antes de 1989, de la caída del muro de Berlín) pero la temática

llenó páginas, libros, congresos y numerosas publicaciones. Y eso mencionando solo a los

marxistas pues la bibliografía sobre el tema de la ideología crece considerablemente si se

contemplan todas las vertientes estructuralistas.

Y si uno se fija un poco más, en realidad, Duverger llega hacia el final de ese movimiento

intelectual, su libro se publica prácticamente cuando el “enfoque ideológico” va de salida

en México y en Europa, en donde los “clásicos” del tema tenían ya dos décadas de haber

sido publicados. Sólo para recordar títulos como, Teoría o Historia de las ideologías,

aparatos ideológicos de estado, encabezaban los trabajos de Althusser en Filosofía, Chatelet

en Filosofía de la Historia, Godelier en Antropología o eran apartados importantes en el

clásico libro del Estado Absolutista de Perry Anderson; para los años ochenta lo que

predominaba eran las secuelas y los refritos.

No estoy diciendo que Duverger haya sido marxista, en absoluto, pero es claro que se colgó

de una interpretación que tenía público universitario y era popular en esa época. A pesar de

que anuncia lo novedoso del enfoque, el lector puede quedarse esperando la explicación de

qué es o cómo funciona la ideología en una sociedad no occidental y no capitalista. Todo lo

reduce a decir que las narraciones sobre el origen de los aztecas (y de los indios en general)

son “propaganda”. Así que el gran descubrimiento que nos anuncia es tan sólo que las

narraciones mitico-históricas prehispánicas eran propaganda estatal.

Como dice Brokmann:


187
“Sin embargo, esta aseveración de funciones del discurso histórico mexica es lo menos

importante del texto: es la minucia lo que debe llamar la atención del lector y el hecho de

que Duverger haya emprendido esta obra sin proponer una práctica teórica de cómo leer un

texto, o de cómo se estructura el pensamiento”6.

De otro modo Duverger tendría que haberse metido a resolver algunos de los problemas

con los que no ha podido lidiar en toda su obra, como el de la naturaleza “política” o

“estatal” de los aztecas o de la sociedad prehispánica; como veremos en El origen de los

aztecas se permite hablar del uso ideológico de la historia sin que haga aparecer al Estado,

a las estructuras o los mecanismos estatales, a cambio nos ofrece la historia de un monarca

y de su ministro maquiavélico (Moctezuma I y Tlacaélel) decidido a legitimarse

destruyendo la memoria del pasado e inventando una nueva, etcétera.

Para septiembre de 1989 se publicó una segunda edición del texto de Duverger, 7 de esa

edición no hay reseñas; pero Pedro Carrasco lo refiere indirectamente en su artículo Sobre

Mito e Historia en las tradiciones nahuas8 al comentar el artículo de Enrique Florescano,

Mito e historia entre los nahuas9, ya que Florescano retomó las tesis de Duverger sobre la

“ideología prehispánica”. Después de que Carrasco expone detalladamente las obras y los

enfoques que participaban en el debate mexicano sobre el carácter de las narraciones de

origen, es decir, si eran mitos o narraciones históricas, expuso los problemas de la

6
Brokmann, Carlos, op. cit.
7
Duverger, Christian, op. cit., segunda edición, 1989.
8
Carrasco, Pedro, Historia Mexicana XXXIX, 3: 677-686, México, 1990
9
Florescano, Enrique, "Mito e historia en la memoria nahua", en Historia Mexicana
XXXIX, 3: 607-661. México, 1990
188
interpretación de Florescano sobre los mitos y de paso los de Duverger, Carrasco muy

diplomáticamente concluye en su artículo:

“Al estudiar los mitos encontramos estructuras ideológicas que expresan la manera en que
el pueblo que las cuenta se relaciona con su mundo y creemos entonces entenderlos. Pero el
estudio de los mitos también nos ha de ayudar a entender que nuestra propia manera de
escribir la historia responde igualmente a la ideología con la que examinamos, incluso los
enfoques que buscan la comprensión de la mentalidad religiosa… Para descifrar los
símbolos dependemos de la interpretación de los estudiosos ¿podemos decir acaso que todas
sus interpretaciones son igualmente verídicas…?”10
Si bien Carrasco evita decir tajantemente que la interpretación de Florescano-Duverger no

son interpretaciones verídicas, sí lo sugiere, todo el artículo muestra las dificultades de la

interpretación duvergeriana sobre los mitos y su falta de consistencia.

Sin embargo, las críticas contundentes de los dos autores citados no fue motivo para que

Duverger modificara su “método” o corrigiera sus premisas, por el contrario, amplió sus

horizontes con nuevas obras y ficciones sobre el pasado mexicano. Por lo que resulta del

todo pertinente que volvamos a preguntarnos ¿en qué reside realmente la interpretación de

Duverger más allá de sus propias afirmaciones? ¿En qué medida se diferencia su

interpretación de la versión canónica más allá de sus carencias metodológicas y de falta de

demostración? Y ¿si eso tiene algo que ver su éxito editorial más allá de relaciones

políticas y comerciales?

Las incongruencias

Empezaremos a dar respuesta tratando lo que los críticos llamaron “incongruencias”:

10
Carrasco Pedro, op. cit., pp. 685-686
189
1. Brokmann detecta una incongruencia con respecto al “detalle” con el que va a tratar

la etimología de los lugares, las cronologías y la nomenclatura fundacional de los

mitos de origen.

2. Pedro Carrasco y Federico Navarrete 11 destacan la incongruencia en la que cae

Duverger cuando desestima la lectura histórica de las narraciones de origen y luego

retoma “hechos” de ella para argumentar su posición: por un lado, afirma que la

narración de la salida de Aztlán, la migración, la fundación de México-Tenchtitlán

pertenecen al mundo de los mitos, pero al mismo tiempo, basado en esos mismos

relatos, afirman que los aztecas provienen del norte y son chichimecas.

3. Yo agregaría una tercera incongruencia que va ligada a la anterior: las narraciones

del origen de los aztecas, según Duverger son mitos de origen que,

contradictoriamente, logran recuperan el pasado “reciente” de los aztecas por lo que

sería posible datar la sucesión monárquica azteca desde la fundación de la ciudad

hasta la conquista y, sobre todo, argumenta que a través de esas narraciones se

puede ubicar el momento en que se destruyen los escritos que guardaban la

memoria original azteca y se crea una “nueva escritura” del mito, que los

gobernantes aztecas usarán ideológicamente.

Veamos por partes:

11
Navarrete, Federico, “Las fuentes indígenas más allá de la dicotomía entre Historia y Mito” en Estudios de
Cultura Nahuatl, 30, 1999, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas pp. 231-256.

190
1. En la ya citada reseña, Carlos Brokmann señala que “el aventurar casi una docena de

etimologías de los confusos nombres nahuas”, hace difícil para el lector descifrar la

interpretación duvergeriana así que propone que frente a:

“Esta oscuridad deliberada (que) hace difícil emprender la crítica. Se hace necesario que
los eruditos se animen a desmontar punto por punto sus argumentos y a dar una regla para
la lectura de este nuevo libro del autor de La flor letal.”12
La “oscuridad deliberada” se produce porque Duverger opera sin explicar su método, dando

por sentado el procedimiento traductor, y eso le permite ir de una interpretación

“filológica” a una “ideológica” según se acomoda el argumento.

Su pretensión iconoclasta lo lleva continuamente frente a problemas historiográficos

centrales, pero siempre rehúye a tratarlos y, como señalamos arriba, por ello la crítica a sus

predecesores se vuelve impotente. Así tenemos que para establecer una traducción de los

nombres y lugares fundacionales como Aztlán o México que aparecen en los mitos de

origen revisa según él “todos los textos y códices” del siglo XVI pero no encuentra una

traducción etimológica “adecuada”:

“Ahora bien, ninguna de estas dos formas (aztlan puede venir de los sustantivos aztli o
quizá, ázitl) existen en los diccionarios del siglo XVI, ni aparece en los diferentes textos
nahuas. Parece que la palabra no la conocían los indígenas al producirse la Conquista. En su
sentido propio, la palabra aztlan es, por lo tanto, intraducible.
Los autores recurren entonces a la paronomasia. Presentan etimologías sustitutas que no son
más que aproximaciones. A menudo, además, manifiestan su malestar ante esta cuestión y
confiesan su incertidumbre, la cual lo llevan a proponer varias etimologías”.13

y se da cuenta que las traducciones son alegóricas, metafóricas: etimologías caprichosas o

eponímicas:

12
Brokmann, Carlos, op. cit.
13
Duverger, Christian, op. cit., p. 101
191
“Si Aztlan no tiene en los textos una filiación léxica definida, tampoco la ciudad inicial
tiene un glifo que la represente en los manuscritos pictográficos. Por muy curioso que
pueda parecernos, el origen epónimo de los aztecas carece de un signo de identificación
propio. De modo que los tlacuilo, igual que los “gramáticos” indígenas, dan un rodeo: para
evocar Aztlan, utilizan glifos aproximativos”14

Parece que a nuestro autor no sabe qué hacer con su descubrimiento (lo llama “curioso”) y

en lugar de ir hacia adelante en el análisis del problema, recula para no salirse del canon y

para salvar su propia interpretación y se embrolla una enorme incongruencia, una “perla”:

si los propios cronistas indígenas y luego los religiosos no saben la traducción (etimológica

y/o literal, digamos profunda) del término nahua, ha de ser por culpa de los indígenas:

“Esta memoria llena de lagunas cuando de la génesis mexicana se trata, tiene una
explicación: el origen se ha perdido”
“Otro indicio nos lo confirma: incluso la etimología de la palabra Aztlán aparentemente se
ha olvidado. Es extraordinario que ningún autor, ningún erudito indígena o español pueda
traducir Aztlán.”15

Así que según Duverger los indígenas han olvidado el significado del mito fundacional

(olvido que transciende a los propios cronistas y alcanza los diccionarios de español-

náhuatl), pero, como en otros tantos casos, no se siente obligado a explicar tal

acontecimiento fundamental para la “memoria” indígena. Sin embargo, esa argumentación

no tiene nada de novedoso, simplemente utiliza lo que el cronista Durán (y otros más) dice

al respecto de la memoria indígena, sin citarlo:

“Lo cual clara y abiertamente se ve ser fábula, y que ellos mesmos ignoran su origen y
principio.”16

14
Ibídem, p. 103
15
Ibídem, p. 101
16
Fray Diego Durán, Historia de las Indias de la Nueva España e islas de la Tierra firme, Porrúa, México,
2006, tercera edición, p. 13
192
Cabe aquí preguntarse cómo el antropólogo o historiador pretenden interpretar (no sólo

conocer) una cultura cuyas claves de significado se perdieron, cómo pretenden reconstruir

una memoria que no cuenta con las coordenadas básicas de identidad, y en vez de eso, y de

seguir navegando en el “mundo fantasioso de las cosmovisiones indígenas” creadas por los

modernos, por qué no dar cuenta del vaciamiento de sentido, de esa fractura fundamental en

las narraciones y textos poscortesianos para comprender el proceso de colonización de la

cultura, de los sentidos y los sentimientos (y no sólo colonización económica, ecológica,

social, civilizatoria) de los habitantes del Anáhuac.

Como Durán o Sahagún, Duverger pretende conocer mejor el significado de los “mitos

indígenas” que los mismos aztecas-mexicas del siglo XVI. Y es probable que esté en lo

cierto con respecto a los evangelizadores, si pensamos que la ausencia de significado y de

representación se debe, no a un “olvido”, sino a la posibilidad de que en esas narraciones

no haya “mitos” de origen prehispánico, sino mitos creados por los conquistadores-

colonizadores y el significado y sentido este en otro lugar, en otra cultura, a la que no

pertenecen los habitantes prehispánicos.

Pero Duverger sigue adelante, y aunque no encuentra las traducciones etimológicas y

representaciones prehispánicas, nos propone su interpretación del sustantivo México. Así

que dejando atrás el “olvido” en torno Aztlan, y usando la clave “ideológica” explicará

porque los indígenas olvidaron el significado de la denominación de su ciudad, y nos dice

que en los textos náhuatl tampoco hay un significado de México pero en ese caso se debe a

193
que el significado no les pertenece a los aztecas sino que como conquistadores del valle de

México nahuatlizaron el nombre otomí dado por los verdaderos fundadores de la ciudad.17

¿Otomíes? ¿cuándo? ¿cómo? ¿de qué fuente? Sólo el silencio, en ese libro de Duverger. A

través de un tejido bizarro forzando etimologías y textos, llega a la conclusión que los

aztecas cambiaron la historia para hacerse acreedores del carácter de pueblo civilizado que

carecían en su origen. Una explicación a modo, y dado que el “olvido” del significado de

Aztlan no le sirve para su argumento lo deja a un lado, mientras que el otro “olvido”, el de

la palabra México, lo inserta en su interpretación sirviéndose de un retruécano especulativo

sin ninguna fuente que los sustente.

Duverger se asoma al abismo en el que se avizora la transformación del náhuatl que se

produce por la práctica colonizadora y se detiene frente a las consecuencias; dar un paso

adelante, es decir, reconocer esas transformaciones en toda su complejidad, significa echar

abajo sus propias interpretaciones.

Múltiples son los indicios de lo que le ocurre al náhuatl después de la conquista que

Duverger como “especialista que ha leído todas las fuentes y que es un experto en

lingüística histórica” no debería pasar por alto: por ejemplo, el que el diccionario de Molina

(y en general los diccionarios español-nahuatl) está compuesto esencialmente de

neologismos, es decir de palabras creadas en el siglo XVI después de la conquista y que no

pertenecían al náhuatl que se hablaba cotidianamente. También las diferencias entre el

náhuatl clásico (usado en las crónicas por ejemplo) y el náhuatl jurídico, apuntan en ese

17
Duverger, Christian, op. cit., p. 154
194
sentido y aún más, las diferencias entre el náhuatl escrito de mediados del siglo XVI y el de

principios del siglo XVII muestran cambios muy acelerados en la construcción del nahuatl.

Indicios todos ellos que van en la dirección que ha señalado con insistencia Guy Rozat: a

todo momento fundacional corresponde una reorganización y recreación de la lengua. Así

que los interesados en la historia tendríamos que asumir el impacto historiográfico que

tiene el hecho de que los sustantivos fundacionales de “la historia” o del “mito azteca” del

origen no encuentren una traducción “etimológica” ni siquiera en los diccionarios: Aztlán o

México no tienen un significado etimológico en las “fuentes” (cronistas indígenas, códices,

cronistas evangelizadores) del siglo XVI porque lo que está ocurriendo en ellas es la

construcción en marcha de un “nuevo” discurso sobre el pasado “indígena”, un pasado

cristiano, una construcción discursiva que va acompañada de la reinvención del náhuatl.

Pero Duverger da muchos pasos atrás, al dar su propia interpretación y etimología de los

términos náhuatl de las narraciones indígenas opera según la lógica de que si no hay una

traducción “real” del náhuatl al español en el siglo XVI entonces es posible que él, como

hacen la mayoría de autores, cree su propia versión “traductora” acomodada a las

“exigencias” de sus interpretaciones y no a la inversa.

2. Segunda incongruencia: Los aztecas vienen del norte y eran nómadas en el origen.

195
El historiador y antropólogo Federico Navarrete, escribió un artículo que lleva por título

Las fuentes indígenas más allá de la dicotomía entre Historia y Mito18 en la que se propuso

encontrar solución a una doble problemática; por un lado, superar el estancamiento en el

debate sobre el carácter de las narraciones de origen nahuas (entre Historia y Mito) y por

otro, resarcir el impacto que el debate ha tenido sobre la confiabilidad de las fuentes

indígenas poscortesianas. Así que se ve obligado a criticar la posición Duverger-

Florescano sobre el carácter mítico-ideológico de las narraciones de origen.

Navarrete nos señala que Duverger retomó en esencia la posición del iconográfo Alemán,

Eduard Seler,19 del cual apenas hace una mención y que afirma que las llamadas tradiciones

no son otra cosa que mitología, que las historias de Aztlán son “una proyección del lugar

de residencia histórico (es decir México Tenochtitlán) que por “necesidades de prestigio”

los aztecas lo transforman “... en una región lejana y a un pasado nebuloso”.

Así que Duverger pretende demostrar, siguiendo a Seler, que Aztlán y Tenochtitlán son la

misma entidad y pone como ejemplo el que nombres geográficos, animales y flora en los

relatos de origen son los mismos para describir Aztlán y Tenochtitlan20 y por tanto que el

mito de origen, más que hablar del origen histórico, sirve para legitimar el dominio azteca

sobre el valle de México: los aztecas reclamaron con ese mito dos “tradiciones” culturales,

la nómada (como invasores que se imponen) y la sedentaria (Culhuacán, Tula, etcétera)

18
Navarrete, Federico, op. cit.
19
Seler, Eduard, "¿Dónde se encontraba Aztlan, la patria [original] de los aztecas?" En Mesoamérica y el
Centro de México. Jesús Monjarás Ruiz, Emma Pérez-Rocha y Rosa Brambila, recops., México: Instituto
Nacional de Antropología e Historia, México, 1985, pp. 309-330.
20
Duverger, Christian, op. cit., pp. 123-126
196
como grupo civilizado.21 A su vez para demostrar la convivencia de esas dos “tradiciones”

en los mitos de origen Duverger afirma que la memoria indígena fue reorganizada a partir

de la destrucción de los códices con Moctezuma I y Tlacaellel.

Efectivamente, la quema de los códices resulta fundamental para la interpretación

Duvergeriana, sin ella todo el enfoque “ideológico” cae por su peso, citando a Sahagún nos

dice:

“Todo hace pensar que las versiones muy sofisticadas de la historia azteca que han llegado
hasta nuestros días fueron elaboradas en los primeros años del reino de Motecuhzoma I,
bajo el impulso o la autoridad directa de Tlacaélel… Todo lo que había sucedió
anteriormente, el pasado próximo y el pasado lejano, podía en adelante volver a organizarse
por completo, con el fin de afirmar los valores fundamentales que los mexicas deseaban
imponer a mediados del siglo XV.”22
Duverger opera de la misma manera que frente a los problemas de traducción, a

conveniencia. Utiliza dos procedimientos contradictorios para exponer sus tesis, las

narraciones de origen en un momento son mitos o “construcción mentales” para luego sacar

de ellas hechos históricos, como el que los aztecas vienen del norte (y son chichimecas) o la

quema de los códices (por Izcoatl o Moctezuma).23

Por lo que Federico Navarrete nos dice que frente a este proceder “historiográfico”:

“De hecho, si se adopta la "hipótesis de la invención" es fácil llegar a dudar de todo: la


elección entre lo que se acepta como verdad histórica y lo que se explica como un invento
ideológico termina inevitablemente por ser arbitraria. El problema del origen chichimeca de
los mexicas es un ejemplo de las aporías a las que pueden llevar estas búsquedas.
¿Por qué Duverger y Florescano rechazan la existencia histórica de Aztlan y en cambio sí
aceptan la realidad del origen chichimeca reciente de los mexicas?...
Este ejemplo nos muestra que las "hipótesis de invención" resultan tan dudosas como los
"mitos" que pretenden sustituir. Nadie puede negar que las tradiciones aparentemente más

21
Navarrete, Fedrico, op. cit., p. 248
22
Duverger, Christian, op. cit., p 395
23
Navarrete, Federico, op. cit., p. 246.
197
antiguas puedan ser inventadas, y que su falsa antigüedad será justamente lo que les dé
valor (…). Pero una invención tiene que ser comprobada, como cualquier hecho histórico,
para evitar caer en el terreno del just-so.”24
Sin duda, como señala Federico Navarrete, Florescano-Duverger proceden arbitrariamente

y a conveniencia con las narraciones de origen para encajarlas en su interpretación

“ideológica” de los mitos. Duverger no puede ofrecernos fuentes alternativas, fuera del

canon, en las que los hechos históricos del pasado de los aztecas sean registrados sin el

manto mitológico, sino que regresa a las mismas fuentes que ha considerado como mitos.

Semejante incongruencia con respecto al uso de las “fuentes” no sólo es privativo de

Duverger, sólo que en él la incongruencia se muestra prístina. Y eso nos lleva precisamente

a considerar la tercera incongruencia en Duverger.

3. Incongruencia mayor o la concepción colonizada de la historia.

Las propuestas de Eduard Seler y Daniel Brinton a finales del siglo XIX introducen un

elemento problemático en el proceso de “naturalización” de las crónicas indígenas como

fuente: al considerar que las narraciones indígenas (nahuas, mayas, etcétera) más que

relatos sobre el pasado prehispánico son representaciones míticas, pusieron en cuestión su

naturaleza histórica y función como memoria; en particular Brinton25 resalta las similitudes

entre el mito indígena y los mitos de culturas del mediterráneas:

“No me arriesgo mucho cuando afirmo que resultaría fácil encontrar paralelos entre cada
evento en los mitos heroicos americanos, cada aspecto del carácter de los personajes que
representan, y otros tomados de las leyendas arias y egipcias ya bien conocidas por los
estudiosos, y que ahora se sabe que no contienen la menor sustancia histórica [ ... ]26

24
Ibídem, p. 248.
25
Brinton, Daniel G., American Hero-Myths. A Study in the Native Religions of the Western Continent,
Nueva York., 1982, pp. 92-94.
26
Brinton, Daniel G., op. cit., p. 35.
198
De tal forma que:

“Esta interpretación, de ser correcta, conduciría a la eliminación de la historia de toda la


narración de las Siete Ciudades o Cavernas y de la supuesta migración desde ellas. De
hecho, los repetidos esfuerzos de los cronistas para asignar una localización a estas
fabulosas residencias no han producido más resultado que el más admirable desorden y
confusión. Es tan inútil buscar estos rumbos, como lo sería buscar el Jardín del Edén o la
isla de Avalón. Ninguno tiene, ni ha tenido jamás, un lugar en la esfera sublunar, antes bien,
pertenecen a ese mundo etéreo que la fantasía crea y que la imaginación dibuja.27
Brinton, como luego Seler, llegó a esas conclusiones al aplicar un método comparativo para

estudiar los mitos “americanos” por lo cual puede afirmar que esas narraciones eran "puras

creaciones de la imaginación religiosa aplicada a los procesos de la naturaleza en su

relación con las esperanzas y miedos de los hombres"; 28 a estas conclusiones Seler agregó

que:

“los mexicas eran un pueblo "sin historia" y por lo tanto sus tradiciones no conservaban
vestigios o testimonios de un pasado, sino que consistían en proyecciones o invenciones
realizadas desde el presente.”29
Frente a estas interpretaciones extranjeras los “antropólogos” mexicanos reaccionaron para

tratar de defender la idea de que los relatos de las crónicas eran esencialmente textos

históricos como lo refiere Carrasco:

“Los que nos formamos en la Escuela Nacional de Antropología vivimos una de esas
revisiones que tanto abundan en la investigación histórica. Wigberto Jiménez Moreno con
su estudio de fuentes y Jorge Acosta con sus exploraciones, sentaron en base firme la
realidad histórica de Tula. Comenzaron entonces los estudios de Jiménez Moreno y Paul
Kirchhoff que tratan como historia humana las conquistas de Mixcoatl, padre del futuro
señor de Tollan, Quetzalcoatl, que definen la extensión del imperio tolteca, que discuten la
relación entre Quetzalcoatl y Huemac en tiempos de su desintegración, que localizan Aztlan
y establecen las diferentes rutas migratorias de los distintos grupos pobladores”30

27
Ibídem.
28
Ibídem, p. 32
29
Navarrete, Federico, op. cit., p. 233
30
Carrasco, Pedro, op. cit., p. 678
199
Aunque Carrasco lo ve como revisión, en realidad lo que nos refiere es un proceso de

restauración (a mediados del siglo XX) de una interpretación que puede rastrearse desde las

crónicas evangelizadoras del siglo XVI hasta los positivistas como Chavero e Izcalbalceta.

Como podrá observarse Duverger no hace sino retomar parcialmente la interpretación

mitológica de Seler y Brinton, en aquello que le permite navegar en el mundo académico

mexicanista o americanista como “innovador” pero sin salirse del canon historiográfico.

Como vimos, Brinton asimila los mitos fundacionales de las crónicas con los mitos

fundacionales cristiano medievales. Sin embargo, Duverger renuncia a seguir este camino

para afirmar que los mitos de origen, son mitos prehispánicos, que adquieren singularidad

en las modificaciones de la “memoria” indígena en el siglo XV que, por supuesto, él

reconstruirá por primera vez para beneplácito de todos; pero para seguir en esta dirección le

era necesario distanciarse de las posiciones Brinton y Seller y por consiguiente se ve

obligado a tocar el punto neurálgico de todo este debate entre mito e historia (Florescano,

Carrasco, Navarrete) y responder a la pregunta de en ¿qué medida las fuentes

poscortesianas expresan la “mentalidad indígena”?.

Así que no es de extrañar que el libro El origen … inicie con la exposición de la “crítica de

fuentes” según Duverger, no sólo por el “tono académico” del libro (y con ello convencer a

su público universitario) sino porque todo su argumento depende de “demostrar” que las

fuentes poscortesianas muestran “las estructuras de pensamiento indígena” y son capaces

de registrar hechos tan cruciales como la “destrucción” y reinvención de la memoria

realizada por los monarcas aztecas.

200
Así que vuelve a la imprescindible pregunta de si la conquista española afectó a la

producción de textos indígenas y la transmisión de la memoria. Según Duverger, la

conquista casi no afecta a la transmisión de la memoria indígena y sólo lo hace

colateralmente: altera el discurso oficial azteca para permitir la emergencia de las diferentes

versiones nahuas de los orígenes y para la creación de diversos significados de los

conceptos fundacionales, pues la conquista abre las puertas a las tradiciones locales antes

sometidas al “conquistador” azteca.

Por consiguiente la labor de los frailes (“etnólogos e historiadores”) dedicados a recoger las

tradiciones indígenas es del todo positiva ya que:

“las crónicas escritas por los religiosos españoles y principalmente por los franciscanos
fueron precedidas sistemáticamente de una investigación que bien podemos calificar de
etnológica… El procedimiento no es solamente meticuloso sino sorprendentemente
moderno. Los escrúpulos –verdaderamente científicos de Sahagún lo llevan a confrontar
estos primeros testimonios con los otros informantes”31
Aquí Duverger se alinea, el supuesto “cariz” innovador de su obra se desvanece para

reintegrarse al canon, el debate se termina aquí porque todos los involucrados directa o

indirectamente en él, están de acuerdo en afirmar que los evangelizadores españoles y sus

pupilos indígenas han procedido a registrar la mentalidad indígena con fidelidad.

Posiciones en apariencia tan diversas y contrastantes como las que pudieran representar

Jiménez Moreno, Kirchhoff, Carrasco, Florescano, Navarrete, es decir, desde la

antropología cultural (difusionista o marxista), del historicismo nacionalista o de la

31
Duverger, Christian, op. cit., p. 37
201
perspectiva poscolonialista y subalternista, están de acuerdo con la “naturaleza” indígena de

las fuentes poscortesianas.

Para que no haya duda, de cuál es su posición, Duverger abunda más al respecto.

“Por último, por paradójico que parezca, la intervención de los cronistas españoles en el
siglo XVI pudo contribuir a fijar la historia azteca en su especificidad precolombina. En vez
de alterar su naturaleza, la escritura de la tradición mexica tuvo el efecto global de
“congelarla” en su forma pre-hispánica.”32
Así que el análisis ideológico tan rimbombantemente prometido sólo se les aplica a los

maquiavélicos monarcas aztecas, monarcas inventados en las crónicas del XVI, pero no a

los “frailes-etnólogos”, no importa en absoluto la labor evangelizadora de los frailes que

buscaba transformar toda la mentalidad y práctica social indígena, ni que hayan participado

activamente en la “conquista” y la “colonización” destruyendo códices, monumentos,

ciudades, personas. Los frailes, para Duverger, recogen neutralmente esas tradiciones y dan

cuenta de todas las versiones:

“Dos son las razones principales de este fenómeno. El relato mexicano de los orígenes, hay
que reconocerlo, está muy bien construido. Aunque mayormente ficticio, presenta una
innegable coherencia y una aparente verosimilitud y sigue cierta lógica. Los investigadores
franciscanos respetaron a la letra lo que pensaron era una narración histórica. En realidad,
era imposible que comprendieran la verdadera naturaleza de la historia que se les entregaba.
Nunca se dieron cuenta de la dimensión ideológica del fondo. El mensaje ideológico
original, que nunca aparece como tal, fue transmitido fielmente, ya que, en el que en el
contexto náhuatl, es consustancial a los símbolos que lo comunican”33
Así, los frailes pasaron, de un párrafo a otro en el libro de Duverger, de ser científicos

modernos a ignorantes medievales, pero no importa los argumentos contradictorios, lo

importante es que el lector crea que el material con el que trabaja Duverger y (los

32
Ibídem, p. 397.
33
Ibídem, p. 397.
202
estudiosos) son fuentes para conocer el mundo prehispánico. La conquista, acto destructivo

civilizatorio por excelencia, se convierte para Duverger en una mediación benévola que

sirvió para la transmisión de la tradición indígena. Además, mientras que el discurso

indígena está marcado hasta la médula por la ideología, la escritura evangelizadora está

libre de esa contaminación, el español trasmite la esencia de una cultura extraña mientras

que el náhuatl y su representación iconográfica están destinadas a manipular la realidad.

Vaya con Duverger:

“Cierta forma de incomprensión (de los religiosos españoles) ayudó, pues, indirectamente, a
que la transmisión de la historia indígena se realizara respetando su trama original.” 34
Duverger se suma así a la larga tradición “historiográfica” que hace de los religiosos (y por

consecuencia de los indios cristianizados), de sus escritos, los portadores de la esencia

“precolombina” así que para conocer ese pasado hay que consultar en primerísimo lugar las

crónicas de la conquista (evangelizadora, militares, indias) y de ahí ordenar el saber y las

interpretaciones provenientes de la arqueología, antropología, etcétera.

Frente a la neutralidad franciscana, para Duverger, los aztecas no hacen sino ofrecernos una

visión manipulada, es decir, mitos que requieren una lectura de segundo orden,

contrariamente a la lectura literal que se propone hacer en las crónicas religiosas, pues

resulta que los aztecas:

Olvidan el significado de su origen, porque:

Los aztecas destruyen su memoria, producen olvido, y recrean una nueva memoria para el
uso ideológico que legitima la fundación de su imperio.

34
Ibídem, p. 398.
203
Si Duverger procediera con un poco de lógica, siguiendo sus propios argumentos, cosa que

no hace, habría llegado a la conclusión que si los aztecas han olvidado sus significados de

los mitos, entonces lo que los franciscanos (y sus pupilos indígenas) registran es el olvido

prehispánico, y por consiguiente se habría encontrado (sin quererlo) con una piedra de

algún valor.

204
Duverger Los frailes son científicos Ignorantes que en su Cronistas militares e imperiales
modernos, (etnológos- incomprensión respetan la estaban interesados en la
historiadores) que registran concepción indígena. versión indígena que legitima la
fielmente la tradición. centralización del poder (azteca)
y español.

Angel Ma. Sabios interesados en el puro Religiosos indianizados que Humanistas que defienden a los
Garibay saber. sienten empatía con las indios contra los conquistadores
tradiciones indígenas y las que los niegan.
rescatan.

Miguel Etnólogos que registran con Religiosos indianizados que Humanistas que defienden a los
León método y fidelidad las sienten empatía con las indios contra los conquistadores
Portilla costumbres y la memoria tradiciones indígenas y las que los niegan.
indígena. rescatan.

Baudot/To Evangelizadores metódicos Simpatía racional fundada


dorov que quieren fundar en la en la empatía con los
civilización indígena el reino universos indios destruidos,
milenario cristiano. con su humanidad.

Conclusiones

Tenemos por consiguiente que la interpretación ideológica de las narraciones de origen de

los aztecas (de los prehispánicos) realizada por Duverger se “fundamenta” en el tratamiento

acrítico de las crónicas y fuentes de la conquista y la colonia (lo que es lo mismo decir que

carece de fundamento). En ese procedimiento Duverger sustituye el análisis crítico de las

“fuentes” por una acto de “fe” en las supuestas intenciones “humanistas y científicas” de

los religiosos o simplemente hace ficción en torno a las consecuencias de la

“incomprensión cultural” de los conquistadores. Duverger, como tantos otros, utiliza las

fuentes del periodo sin considerar su historicidad, el lugar de producción y el horizonte

cultural al que pertenecen, para manipularlas “libremente” y montar “interpretaciones” a

gusto.
205
Este procedimiento es muy evidente cuando valora el impacto de la conquista en las

narraciones indígenas; para él, la “epopeya” conquistadora (militar y evangelizadora) no

alteró el espíritu o la naturaleza de los indígenas, por consiguiente las crónicas religiosas y

los códices y crónicas indias poscortesianas reflejarían la cultura y las creencias

prehispánicas en lo esencial, en suma, contendrían la “verdad indígena”. Más aún,

Duverger se atreve afirmar que la conquista permitió el “florecimiento” de las “diversas

tradiciones indígenas” sometidas por los aztecas, tradiciones que quedaron registradas en

las crónicas religiosas (particularmente las franciscanas). Según Duverger los

conquistadores y evangelizadores son los que salvan a los indios de la ignorancia, del

despotismo en el que vivían, para él, son ellos quienes los sacan de su miseria, del olvido de

sí y de su soledad.

Dicho argumento no es privativo de Duverger, es en realidad el argumento clave del

historicismo nacionalista: las crónicas evangelizadoras son para esa historiografía, la piedra

de roseta, la clave para entender el saber prehispánico. Así que paradójicamente, resulta que

es el discurso cristiano contenido en las crónicas el que “revela” la mentalidad, la religión,

las costumbres, la vida y la historia indígena no-cristiana. Los conquistadores aparecen en

esa historiografía desvelando el “secreto” de los conquistados. Una paradoja insalvable del

discurso de dominación.

Duverger sin duda se mantiene dentro del marco de esa interpretación colonizadora de la

historia prehispánica pero su versión es tan débil (porque su trabajo está lleno de

especulaciones y explicaciones a modo) que las incongruencias de su discurso aparecen

206
sólo como incongruencias personales y no como lo que son: incongruencias insostenibles

del discurso historiográfico de la conquista.

Frente a estas especulaciones que se nos ofertan como historia, nosotros podemos proceder

históricamente para repensar el proceso de destrucción civilizatoria que produjo la

conquista y la colonización cultural que le fue consustancial. Para realizar esa labor es

importante antes que nada desenredar el tejido discursivo (como el de Duverger) y dar

cuenta de las historiografías que han oscurecido los fragmentos sobrevivientes del pasado

prehispánico; una actividad analítica que nos permita desentrañar los mecanismos

historiográficos que median entre nosotros y ese proceso histórico fundante.

Y desde luego, tenemos que volver de nueva cuenta a “releer” y repensar las llamadas

“fuentes”, todo el material cronístico que se produjo después de la “conquista” ubicándolo

en su lugar de producción histórico-cultural. Sin olvidar, en esa actividad, que las crónicas

participan del proyecto colonizador cristiano occidental de los conquistadores españoles,

que el proyecto conquistador buscaba transformar radicalmente la cultura y las creencias

indígenas para incorporarlos a la cristiandad dentro del marco de la historia de la salvación;

y teniendo en cuenta siempre que la conquista pretendía la transformación total del mundo

indígena, no sólo en su la vida económica o social sino también en su horizonte cultural, en

la memoria y en la identidad indígena.

Sin la práctica y la perspectiva crítica de la historia, las especulaciones y fabulaciones del

tipo Duverger (como la “recientísima” teoría del núcleo duro mesoamericano) seguirán en

crecimiento, inundando librerías, llenando de prejuicios y mitos la cabeza de los

estudiantes, empujando a los académicos a la construcción de paradojas sin salidas,


207
cercando y bloqueando la construcción de una historiografía descolonizadora y crítica.

Obstaculizando así el despliegue de una identidad colectiva de los mexicanos fundada en la

solidaridad, tolerancia e inclusión de lo diferente, que contribuya a superar el ambiente

cultural discriminatorio, la violencia social y la política de carácter autoritario que

predomina en nuestro país.

208
EL COLOQUIO DE LOS DOCE SEGÚN CHRISTIAN DUVERGER

Miguel Ángel Segundo Guzmán1

Una fuerte polémica por fin está ocurriendo en los espacios académicos por las formas de

acercarse a la realidad histórica. Repensar la obra del escritor francés Christian Duverger

se debe hacer en los ecos de esa disputa. Pareciera ser que los polos del debate se reducen a

una posición realista frente al pasado versus una posición nominalista. La primera

tradición entiende al pasado como una realidad que puede ser restaurada tal cual; la

segunda, entiende a la Historia como una serie de discursos sobre el pasado. Los realistas

asumen la herencia del siglo XIX en cuanto al conocimiento histórico, es decir, el ideal del

añejo historiador positivista:

En aquellos –escribe Lardreau— lo “real” son los acontecimientos, los “hechos”, la


cronología estricta, el ideal de una objetividad pura que pretende que llevado al extremo,
estos “hechos”, mostrados por sí mismos, despojados de toda interpretación se ordenen de
acuerdo con la cronología, en el interior de un numero de rúbricas que no forman un
conjunto.2

Una literalidad total frente al pasado por el peso de la frase “está escrito, es lo que hay”. La

reconstrucción es posible en la medida del cúmulo de datos y las fuentes dejadas por el

evento. En la concepción realista se impone un cerrojo a la historia con la fe en la

linealidad del tiempo, que nos brinda mayor comprensión de los eventos del pasado. En

1
Doctor en Antropología por la UNAM. Becario del Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM, Centro
Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, UNAM. Agradezco al programa de Becas Posdoctorales de
la UNAM su apoyo para la escritura de este trabajo.
2
Véase George Duby y Guy Lardreau. Diálogo sobre la Historia, Madrid, Alianza Universidad, 1988, p. 15.
209
ese modelo se asume la noción de que las cosas, en tanto objetos, poseen contenidos

ahistóricos sin la mediatización del lenguaje: narrar es recrear, resucitar el pasado. En esa

concepción la escritura transcribe el mundo siempre igual de bien… sólo hay que leer para

recrear, imaginar para comprender: escribir para inventar… En el realismo se piensa la

posibilidad de relatar sin reformular el tiempo, es decir, contar sin reinterpretar el pasado.

Pensar que por el hecho de enunciarlo aparece ante nuestros ojos, tal como fue. El realismo

en la Historia se nutre de estos supuestos y plantea la ficción de verdad y objetividad,

nulificando cualquier interpretación. Son los fundamentalistas del texto.

¿Porque situar en este contexto realista la escritura de Christian Duverger? Su obra La

conversión de los indios de la Nueva España3 se publica en la sección de historia del Fondo

de Cultura Económica: lo presenta como doctor en letras y autor de diversos trabajos

antropológicos. Por esa organización de su saber se debe analizarlo como historiador y no

como novelista: por ende se puede criticar su saber bajo esos estándares… En su obra, el

autor, tiene un pie anclado en el realismo como forma de aproximarse al acontecimiento, en

sus métodos y límites para leer el pasado. Para él los textos históricos no son documentos a

desentrañar, incógnitas que revelarán los modos de ser del conocimiento del pasado. No es

un nominalista del texto. Para Duverger los textos son instantáneas: una operación

escriturística de transcripción que dejó huellas para el futuro historiador, para él. El texto

representa lo que pasó, informa sobre un trozo de realidad del pasado. Esa suerte es la que

corre el famoso Coloquio de los Doce… entre sus manos. El escrito del siglo XVI narra

3
Christian Duverger. La conversión de los indios de la Nueva España. Con el texto de los Coloquios de los
Doce de Bernardino de Sahagún, México, FCE, 1996.
210
desde el horizonte teológico y retórico el primer encuentro entre frailes franciscanos y los

sacerdotes paganos. Pero Duverger no ve eso: le queda claro que es una instantánea, un

momento fundacional en la historia de México…

Aunque nos ha llegado de forma fragmentaria, el texto de Sahagún es un testimonio


excepcional: gracias a él podemos seguir, casi “en directo”, el enfrentamiento de dos
lógicas antagónicas: la pagana y la cristiana. Asistimos también a ese momento de la
historia en que se juega el rechazo o la cristianización de México.4
Se desprenden de éste párrafo varios elementos. En la mente de Duverger la Conquista

espiritual fue dialógica: dos civilizaciones se encontraron, casi de casualidad, y se pusieron

a disertar sobre las cualidades y calidades de cada una de ellas. Una civilizada conquista de

un reino imaginario y cortés. Es una realidad de papel. Nunca imposición, violencia,

destrucción, etnocidio. El resultado en esos términos era predecible:

(…) conversión específica; la religión de los indios del siglo XVI está muy fuerte mestizada
y, por paradójico que eso pueda parecer, la conversión de los indios en masa alimentó un
fenómeno de etnoresistencia; las costumbres antiguas, de hecho, se perpetuaron en el
interior del culto católico. Este libro intenta hacer alguna luz sobre esta situación un tanto
insólita.5
Una “situación insólita” pero que es posible “por un proceso de aculturación marcado por la

reciprocidad”. La conquista es diálogo y elección de elementos culturales. En ese

horizonte de dones y de amistad, Duverger cincela una sentencia en donde demuestra cómo

entiende el siglo de la Conquista:

El México del siglo XVI ve misioneros, fieles a su fe, indianizarse hasta el momento de
convertirse en la memoria cultural de la civilización pagana, mientras que los indios se
cristianizan ¡permaneciendo indios en su ser y en sus creencias! Hay ahí una situación
desconocida que contradice el cliché de la cruz aliada a la espada y que reclama una
investigación.6

4
Ibíd., p. 9.
5
Ibíd., p. 10.
6
Ibíd., p. 12.
211
¿Qué clase de Concepto de conquista se tiene entre un tan fecundo diálogo cultural? Los

que destruyen se vuelven memoria de una civilización, los derrotados siguieron iguales

pero cristianizados. Por estrafalario que parezca el argumento de Duverger, es también por

desgracia el telón de fondo de muchas historiografías que analizan la llamada conquista

espiritual. El texto se ha enquistado muy bien en ese mundo. Lo escandaloso del autor es

que él lo hace manifiesto y muy claro. Para estos modelos la Conquista sólo significó un

reacomodo, en el marco de la esencial y ahistórica continuidad indígena. ¿Cómo es posible

esto? En una alquimia mental Duverger vuelve a los frailes etnólogos o historiadores

“dedicados a conservar la memoria de la grandeza de las civilizaciones precolombinas”.

Bajo su mirada “esos pioneros de la evangelización también fueron científicos inspirados y

escritores fecundos”. 7 Bajo ese horizonte la Conquista ya no tiene un lugar para

comprenderse. Se ha vuelto nacimiento, transición, cambio y reacomodo. Ese paradigma

trabaja en el proceso para sacar a los indígenas de la historia: siempre son iguales, sólo

cambian sus ropajes históricos. Su unidad se encuentra en la metafísica de su cultura:

¿cómo llegar a ella? analizando las memorias que la han enmarcado y delimitado, aunque

sean escritas por quien destruyó sus prácticas. Curiosamente casi siempre es un personaje

exterior el que desglosa la indianidad: la tarea del historiador es leerlas desde el realismo

historiográfico… por ello Duverger siempre esclarece los huecos de la historia, él le da

sentido a los enigmas del tiempo, es un fiel dador de inteligibilidad del mundo del

pasado…

7
Ibíd., p. 11.
212
La lectura realista de la historia en Duverger está plasmada en su obra La conversión de los

indios de la Nueva España. El autor historiza de manera tradicional la evangelización en

México desde la óptica franciscana: sólo cuenta los hechos. Cuando se encuentra con

problemas historiográficos de interpretación, el autor levanta la ceja. En su obra cuando

abre la duda sobre el milenarismo franciscano, es tajante en cerrar el texto a su contexto

inmediato de autoridad. Las tesis de Phelan8 o de Baudot9 son aplastadas por el peso de su

sentido común:

Me parece excesivo explicar sistemáticamente la política de conversión que llevarán a cabo


los franciscanos durante todo el siglo XVI en México por la impregnación milenarista de los
primeros misioneros. Sobre el terreno, las visiones utópicas se mezclaran ampliamente con
un pragmatismo de buena fe.10
Para él donde hay pragmatismo no hay milenarismo11: pero la evangelización y la ciencia sí

pueden existir bajo sus ojos. El pensamiento del autor adquiere un tono radical cuando se

enfrenta a fuentes primarias. Son la verdad revelada, solamente se tienen que contar y

enunciar para entenderlas… Pero su comprensión nunca esta desprejuiciada: el contexto

generado por ellas misma permite leerlas. Es un historiador fundamentalista moderado, su

filtro es el sentido común, su fiel aliado que le permite discernir la verdad de los tiempos.

Para Duverger la figura clave en la historia de la Conquista, como siempre, es Hernán

Cortés. Solo él, por su gusto por la dramaturgia y su fina inteligencia, tendría la idea de

8
John Phelan. El reino milenario de los franciscanos en el Nuevo Mundo, México, UNAM, 1972.
9
Georges Baudot. Utopía e Historia en México, Madrid, Espasa-Calpe, 1983.
10
Duverger, La conversión de los… p. 27.
11
Miguel Ángel Segundo Guzmán, « El descubrimiento de América en la última hora del mundo: la
hermenéutica franciscana », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, Puesto en línea el 12 julio
2012, consultado el 30 noviembre 2013. URL : http://nuevomundo.revues.org/63661 ; DOI :
10.4000/nuevomundo.63661
213
organizar los Coloquios: “él imaginó ese encuentro ‘en la cumbre’ entre los antiguos jefes

aztecas y los doce franciscanos enviados por el papa. Todo el ceremonial puesto en marcha

lleva su marca: el aspecto solemne de la reunión, el protocolo jerárquico, el uso de la

palabra como arma de persuasión…”12 Cortés es un planificador. La mente de Duverger

que a su vez entiende transparentemente la mente Cortés comprende que en él ya está la

idea de México, sólo le falta desarrollarla.13

Recién llegados los doce primeros franciscanos a Tenochtitlan, entre el 25 y el 30 de junio

de 1524, se van a desarrollar los Coloquios según Duverger. ¿Pruebas? Ninguna. Es la

mente de Duverger ubicando en su justa dimensión los acontecimientos del mundo. Es

verosímil que estén ahí, porque el capítulo franciscano fue antes y se “tomaría toda una

semana para la preparación de la reunión”. Aunque el texto escrito por Sahagún tenga la

fecha de 1564, no importa, debió haber minutas o recuerdos del acontecimiento primordial.

Duverger abre la duda historiográfica siempre para cerrarla con tuercas: ¿Sahagún podría

haber inventado el texto?, nunca:

(…) no se le ve tomando la iniciativa de restituir por medio de la imaginación los diálogos


de una entrevista de la que no ha sido testigo. Cuando se conoce el rigor del hombre, su
exigencia, su sed de precisión, no se puede más que eliminar semejante hipótesis. Lo más
probable es que desde el principio existieran en los archivos franciscanos las minutas de las
famosas conversaciones sostenidas con los aztecas en 1524…14

12
Duverger, La conversión… p. 32.
13
Parece que todas las obsesiones historiográficas de Duverger estaban claras en 1987 cuando publica el
libro, las irá historizando en su obra posterior…
14
Duverger, La conversión… pp. 50-51. Las cursivas son mías.
214
Sahagún es Sahagún, no podría defraudarnos en un acto creativo o en un ejercicio de su

imaginación. Más aún cuando Duverger lo califica de antropólogo, es como él. Atentar

contra su autoridad es atentar contra el panteón de la historiografía: según el converso

historiador francés por fuerza se hicieron borradores o informes del evento. Para darle otra

vuelta a la tuerca su argumentación se va a la literatura y sus emociones en la recepción del

texto:

Se encuentra en la lectura (de los coloquios) un ritmo que es de lo oral. Por su estilo, el
texto está más cerca de una taquigrafía que de una disertación. ¿Y cuantas veces no se
siente el estremecimiento de una vacilación natural o la señal de una revuelta interior en
alguno de los interlocutores?
En la mente de Duverger el evento es claro: mientras los mexicas discutían con los

franciscanos, alguien estaba transcribiendo los argumentos… esos papeles le llegaron a

Sahagún, que aunque no presenció el evento, cuarenta años después los volvió texto para su

difusión en náhuatl… ¿Por qué actuaría así Sahagún? El historiador de lo fantástico

también lo tiene claro:

Es ahí donde interviene la “mexicanidad” de Sahagún: para él la lengua histórica de México


es el nahuatl. El episodio de la conversión de los indios pertenece no a la historia española
sino a la historia de México; y esta historia de México pertenece tanto a los habitantes de
cepa española como a los indígenas mismos.15
Sahagún ya tenía en mente el primer mestizaje… o al menos Duverger así lo cree. ¿Acaso

será así de fácil hacer la historia? Organizar los hechos de acuerdo al realismo del sentido

común, desde la literalidad de la organización del pasado. No hay que ser tan malos con el

literato francés, porque de forma oculta estas opiniones se encuentran en la base de los

estudios mesoamericanos… salvo que él los pone de manifiesto y por lo tanto, impacta

15
Ibíd., p. 51.
215
escuchar lo que permanece oculto en otros estudios y tradiciones intelectuales. Hacer

historia sin criticar el documento es el principio para poder entender, no lo que pasó, sino el

significado oculto del acontecer. Por ello el novelista convertido en antropólogo se vuelve

poco a poco un historiador de lo imposible, de lo increíble.

Para Duverger la Conquista fue una transición, la cristianización un cambio superficial y la

escritura de Sahagún una fotografía antropológica… hermosas pero falsas postales

historiográficas. Ese es el nivel de la crítica de fuentes en La conversión de los indios de la

Nueva España. Existe una imposibilitada de pensar la constitución misma de los textos que

remiten los hechos del mundo. Ese nivel de lectura está ausente en su obra. La realidad

retórica de los textos se convierte en realidad histórica. Es un historiador de la literalidad y

que en ese proceso se vuelve historiador de lo inexistente. No puede ser de otra forma, vive

en el realismo del texto, la forma de imprimir su yugo es a través de las sentencias

incuestionables de lo escrito. El simplemente transcribe y les da un orden que a sus ojos

esclarece el tiempo. El horizonte del discurso es el mundo del pasado: en ese movimiento

de lectura, inventa, crea el pasado ante la verosimilitud de su mirada: es casi un oráculo del

tiempo. Lo que le parece lógico, el prejuicio y su mundo, se vuelven el parangón del texto.

Le es imposible pensar en que los hechos del mundo se organizan bajo un modelo

narrativo, menos aún retórico. Ello le llevaría a pensar la historicidad de su acto de lectura,

la distancia con los escritos, y empezar a pensar sobre los regímenes de verdad de los

textos… esas sofisticaciones están bien para la historia europea, en América y más para él,

la escritura es transparente. La entiende perfectamente y por eso da lecciones del tiempo.

216
La gran pregunta es ¿Existe otra forma de entender el coloquio? Hay que separarse de la

literalidad de los contenidos para entender la función de los escritos. Las crónicas de

América se diseñaron para ser la nueva memoria de la naciente sociedad india

evangelizada. La función del texto es generar olvidos instaurando recuerdos: el trabajo de

Sahagún sobre la tradición indígena es claro: construir una pedagogía sobre lo pagano, una

hermenéutica sobre la condenada tradición indígena. Un proyecto muy alejado de la

literalidad de la lectura de Duverger. ¿Qué vemos en el Coloquio entonces?16

El primer encuentro contra el infiel esta dialogado como en una opereta. Frente a frente

dos religiones, paganismo versus cristianismo, disputándose imaginariamente el dominio

sobre la otra. El texto remite a la escena primigenia, en donde los frailes irrumpen en un

mundo extraño con la fe por delante. Están ante el idólatra y tienen que establecer un

diálogo aplastante, utilizando las armas de la retórica para convencer. Recuérdenlo, el texto

no es una trascripción del evento, no es una instantánea como cree Duverger. En 1564 la

obra de la conversión ya está avanzada y desde la victoria en el Colegio de Tlatelolco,

Sahagún recreará el hecho en el Coloquio, basándose en las supuestas memorias del

episodio, re-figurando el tiempo y los acontecimientos. El encuentro tenía que ser

demoledor ya que establecería la supremacía natural de la verdadera religión sobre el

dominio de Satanás. Había que esclarecer cómo el cristianismo había ganado desde el

principio. El pagano sólo es el cuerpo, el escenario donde se desarrollará el reino de Dios.

Para la nueva memoria india evangelizada.

16
Para esto véase mi libro El crepúsculo de los dioses mexicas: Ensayo sobre el horizonte de la supresión del
otro, EAE, 2012.
217
En la lógica del texto las cartas ya se habían echado: los frailes tienen que expresar

la abismal diferencia entre ellos y el Otro. Recuérdenlo es un texto. Por mediación de

Cortés los frailes convocan a los principales de los naturales. Tienen que explicarles cómo

y por qué no conocen al verdadero Dios, ni a su reino, la Iglesia. Duverger en este acto ve

el principio de discusión teológica. En el Coloquio los dioses del otro, desde luego con

minúscula, son enemigos y matadores, pestilencias que invocan al pecado:

Al uno llamais Tezcatlipuca, a otro Quetçalcoatl, al otro, Vicilubuchtli, etc., y a cada uno
llamais dador de la vida y del ser y conservador della; y si ellos son dioses dadores del ser y
de la vida ¿por qué son engañadores y burladores? porqué os atormentan y fatigan con
diversas aflicciones? Esto por experiencia lo sabeis, que cuando estais afligidos y
angustiados con impaciencia los llamais de putos y vellacos, engañadores, viejas
arrugadas.17
En las retóricas del texto los misioneros predicaban el verdadero Dios, el salvador del

mundo, el eterno. Él había creado todo, el cielo, la tierra y el infierno, “él nos hizo a todos

los hombres del mundo y también hizo a los demonios, a los quales vosotros teneis por

dioses y los llamas dioses”.18 Los naturales se engañan con sus creencias, adoran un efecto,

desconociendo la verdadera fuente creadora. Quienes más viven en el engaño son los

sacerdotes locales, sátrapas que llegan derrotados —en el escrito— al primer encuentro:

“Si muriéremos, muramos: si pereciéremos, perezcamos; que de verdad los dioses también

murieron”. Están perdidos frente al peso de los sacros argumentos y parece ser que también

Duverger lo está, consume el texto desde la literalidad. En ese mundo del texto los sátrapas

siguen las costumbres ancestrales, lo que les llegó de la tradición, su error se basa en la

ignorancia: al no conocer están atrapados en el eterno retorno de lo mismo. Después de

17
Ibíd., p. 67.
18
Ibid., p. 68.
218
escuchar a los sacerdotes, se dan cuenta que viven en las tinieblas, tienen que ser

iluminados. Ellos mismos lo exigen: “mucho holgaremos de que nos digais quienes son

estos que adoramos, reverenciamos y servimos, porque de saberlo recibiremos gran

contentamiento”. Es necesario interpretar la falla, dónde se encuentra el error, traducir en

verdad qué quieren decir los dioses locales. Explicarlos dentro de la historia de lo mismo:

la tradición judeocristiana.

La exégesis de los franciscanos sobre los dioses paganos se remonta al principio, a

la Creación. Sigamos sus argumentos: cuando Dios creó su casa real, su morada, el cielo

empíreo, también creó una muchedumbre de caballeros, los ángeles. De entre ellos destacó

uno, Lucifer por su hermosura y sabiduría. Soberbio por su distinción, quiso igualarse a

Dios; al ángel Miguel, no le pareció y se levantó en armas contra él. Se crearon dos

parcialidades y vino la batalla en el Cielo.

A los vencidos se les expulsó del Cielo, “fueron encarcelados en la región del ayre

tenebroso, fueron hechos diablos horribles y espantables. Estos son los que llamais

tzitzitzimi, culelei, tzuntemuc, piyoche, tzumpachpul,”. 19 Dicha estirpe es quién se hace

pasar por dioses, pero en verdad son ángeles infernales. Desde el odio de la exclusión

Lucifer tramó un plan:

(…) hagamos quanto mal pudiéramos a todas su criaturas, especialmente a los hombres, a
los que él más ama, porque por esto los hizo para darles las riquezas y dignidades que a
nosotros nos quitó; conviene que los desatinemos en tal manera que no conozcan a su
hacedor. B. Vosotros que sois de más alto entendimiento, con toda diligencia y aviso
tentarlos eys para que ydolatren, que adoren por dios al sol y a la luna ya a las estrellas y a

19
Ibid., p.78.
219
las estatuas hechas de piedra y de madero, a las aves y serpientes y a otras criaturas, y
también los provocareis para que nos adoren y tengan por dioses a nosotros, para que de
esta manera ofendan especialmente a su criador, para que provocando a yra contra ellos los
avorrezca y deseche como a nosotros; aparecer los eys con palabras humanas en los montes
y en las honduras de los ríos, en los campos y en las cuevas para que mejor los descamineis
y desatineis.20
La rebelión es el origen del mal, pero también del engaño humano: los demonios tienen

bajo su poder a todo aquel que adore otras deidades. Desde los hijos de Caín, los demonios

han realizado el trabajo de engañar, para que pecando los humanos se alejen de su Creador.

La idolatría tiene su origen dentro de la cosmovisión judeocristiana. Los males del mundo

se explican por la acción diabólica.

En el coloquio los dioses mexicas son demonios, adorarlos aún por ignorancia es una

enfermedad que se puede curar a través de la prédica del Evangelio. La sociedad indígena

vive engañada por el viejo enemigo de Dios, su religión es demoníaca. ¿Que opina

Duverger de esto? El hermeneuta del tiempo entiende muy bien lo que significa este

discurso:

Al explicar a los indios que han sido engañados por las maniobras del diablo, los religiosos
no profieren una condena, sino por el contrario, administran una absolución. Los aztecas
han sido engañados, por lo tanto son inocentes.21
El primer modelo interpretativo para la religión mexica y en general pagana se ha

enunciado con claridad en el coloquio. En los textos de los religiosos los dioses locales

persistirán como superstición de un mundo que vive bajo el yugo de Satán. Su antigua

connotación queda relegada, excluida en aras de ubicarlos en el horizonte teológico moral

cristiano. El principio organizador de su inteligibilidad se encuentra en la rebelión y

20
Ibid., p. 79.
21
Ibíd., p. 98.
220
posterior demonologización de su ser. En una verdadera hermenéutica, al traducirlos al

logos occidental se incorporan desde la inversión: son totalmente contrarios a la luz

expresada en el Evangelio, pertenecen al abismo, a la miseria del mundo. Insisten en

engañar a los hombres con sus supercherías que se deben erradicar.

El método alegórico que se utiliza en el Renacimiento para salvar a los dioses paganos de la

aplanadora cristina, con la religión mexica, adquiere un nuevo matiz: en los tratados

mitológicos europeos los dioses persisten queriendo decir otra cosa distinta a su discurso

original ya ininteligible: expresan verdades morales, universales humanos o revelaciones

naturales no comprendidas. La alegoría como método proporcionó a los religiosos un arma

que no permitía el paso de lo ruidosamente idólatra; en vez de elevarlos hacia formas

estéticas, los dioses cayeron en un precipicio que no era el suyo: la alegorésis los condenó.

Los mimetizó en la vieja historia de la idolatría. Con ellos no hubo ponderación misteriosa

de nada, no flotaron bajo querubines demostrando, con su expurgación, la exaltación de la

verdadera religión. Encadenados con la estirpe del mal, los dioses mexicas transitarían

poco a poco hacia el olvido, una vez que la mascarada diabólica fuera exterminada por los

frailes. Al ser parte de la naturaleza caída y culpable, los dioses atrapados en el mundo de

las significaciones ajenas se encaminaban a extinguirse. Su destino en el cristianismo era

ser lo que nunca fueron: demonios en una cosmología de la Caída. Con ellos se aplicó una

alegoría a la inversa, no los salvó sino que los nulificó al enunciarlos dentro de los

enemigos de Dios.

221
Evidentemente Duverger está muy alejado de este modelo de explicación, recordémoslo él

vive en el realismo de la república de las letras: ¿Qué significado profundo tiene el

coloquio? ¿Qué se puede ver entre sus líneas? Sólo realismo en estado puro:

Los teólogos franciscanos pudieron explotar la ventaja explicando a sus interlocutores


indígenas que la derrota de sus dioses provenía de su inferioridad ontológica. Los caciques
se pusieron furiosos contra sus sacerdotes, y los sacerdotes furiosos contra sus dioses. La
ruta de la conversión estaba abierta.22
La concepción fundamentalista de la relación al texto del escritor Christian Duverger

difícilmente es compatible con la práctica historiográfica. Sin embargo, gracias a él, el

autor, sale del realismo histórico para convertirse en un historiador de lo inexistente...

22
Ibíd., p. 101.
222
ACERCA DE LOS AUTORES

Bernard Grunberg

Bernard Grunberg es un historiador francés especialista de la Nueva España. Sus

investigaciones están centradas en la conquista del Imperio Azteca, los inicios de la

colonización y la inquisición apostólica mexicana. Es profesor de historia moderna en la

Universidad de Reims.

En el 2004 fundó el Seminario de Historia de la América Colonial y dirige los Cahiers

d’Histoire de l’Amérique Coloniale.

Ha publicado: L'univers des conquistadores: Les hommes et leur conquête, dans le Mexique

du XVIè siècle, 1993, Histoire de la conquête du Mexique, 1995, L'Inquisition apostolique

au Mexique: Histoire d'une institution et de son impact dans une société coloniale (1521-

1571), 1999, Dictionnaire des conquistadores de Mexico, 2002.

Ha dirigido una gran cantidad de obras colectivas, y publicado más de una centena de

artículos y ensayos diversos.

(Para más informaciones ver en internet su CV integral, en el sitio de la Universidad de

Reims.)

Guillermo Serés

Catedrático de Literatura Española de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus

principales campos de interés son la cuentística medieval, el siglo XV, la historia de la

223
traducción en la Edad Media, la Celestina, las crónicas de Indias y la épica indiana y otros.

Autor de un centenar y medio de artículos y libros.

Editor de Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios, Fray Luis de León, Poesía

completa, Pedro Calderón de la Barca, Don Juan Manuel, Fernando de Rojas ,Miguel de

Cervantes, Lope de Vega, y de la Crónica de Bernal Díaz del Castillo, entre otras

ediciones críticas.

Guy Rozat Dupeyron

Doctor en Sociología por la Universidad de Paris X , 1975. Desde 1976-1987 Profesor-

Investigador en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Creador de la Licenciatura

de Historia en esta escuela, 1982. Desde 1988 adscrito al centro INAH-Veracruz. Director

de Graphen, Revista de Historiografía, Xalapa, Ver. Impartió aproximadamente 80 cursos

a nivel licenciatura y Maestría y dirigido cerca de 30 tesis de Antropología Social y de

Historia. Premio Clavijero, 1992, Premio al mejor artículo sobre tema colonial otorgado por

el Comité Mexicano de Ciencias Históricas, en 1996. Ha publicado cerca de 80 artículos y

capítulos de libros, 3 libros: Indios imaginarios e indios reales en las crónicas de la

Conquista. Tava, ed., México, 1992. Reedición INAH-BUAP-Univ. Veracruzana, 2002.

América, imperio del demonio. Cuentos y recuentos, Universidad Iberoamericana, México,

1995. Los orígenes de la Nación, pasado indígena e historia nacional, Universidad

Iberoamericana, México, 2000.

224
Marialba Pastor

Profesora titular de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional

Autónoma de México (UNAM) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores

(CONACYT). Algunos libros y artículos publicados relacionados con el tema de este

artículo son: Crisis y recomposición social (1999); Cuerpos sociales, cuerpos sacrificiales

(2004); Del “estereotipo del pagano” al “estereotipo del indio” (2011); Los pecados de la

carne en las polémicas sobre el Nuevo Mundo (2013).

Enrique Atilano Gutiérrez

Licenciado en Historia por la ENAH (2013), he participado en varios congresos

académicos, ha sido profesor adjunto en la ENAH (Historiografía Grecolatina y Medieval)

y asistente de investigación y becario por distintas instituciones (DEH, CIESAS, ENAH),

pertenece al Seminario de Historiografía “Repensar al conquista”.

Miguel Ángel Adame Cerón

Licenciado en Etnología y doctor en Antropología Escuela Nacional de Antropología e

Historia. Profesor-Investigador TC en Antropología Social. 1989 Éxtasis, misticismos y

psicodelias en la posmodernidad, Taller Abierto, 1998. La Conquista de México en la

mundialización epidémica, Taller Abierto, 2000. Breve historia de las políticas indigenistas

en México, Edición del autor, 2000. Política y poder en la posrevolución mexicana, Itaca,

2001. Coordinador de varias obras : Antropología sociocultural y nuevas tecnologías en la

globalización. ENAH-INAH-CNCA, Marxismo, antropología e historia (y filosofía),

Navarra, 2011, Antropología de los encuentros y de los impactos turísticos en las

225
comunidades, Navarra, 2011, Alimentación en México, ensayos de antropología e historia,

Navarra, 2012.: Rituales y chamanismos, Navarra, 2013.

José Pantoja Reyes

Licenciado en Historia y Candidato a Doctor en Antropología. Profesor investigador en la

Licenciatura en Historia de la Escuela Nacional de Antropología e Historiador.

Publicaciones: La guerra indígena del Nayar, una perspectiva regional (Telar).

Coordinador de los libros: Homenaje a Eric Hosbawm; Diálogos con John Hart; La

Revolución Mexicana y las revoluciones modernas (ENAH); La insurgencia indígena y

popular en la Independencia México-Bolivia. 1810-1821 (Navarra).Autor de libros de texto

de Historia para Educación primaria y secundaria. Coordinador de la actualización de la

Enciclopedia de México, 1993; articulista de la Enciclopedia Gale. Miembro del consejo

editorial de la revista Navegando. Miembro del Seminario de Historiográfica “ Repensar la

conquista”, y fundador del Seminario Semántica de la Conquista.

Miguel Ángel Segundo Guzmán

Licenciado en Etnohistoria, Escuela Nacional de Antropología e Historia 2002. Maestro

en Antropología, UNAM 2007. Doctor en Antropología UNAM 2011. Realiza un

posdoct. en el CRIMM UNAM 2013. Profesor en la ENAH, la Universidad del Claustro

de Sor Juana y el Centro Cultural Helénico, MÉXICO D.F. Publicaciones: 2 libros: El

crepúsculo de los dioses. Ensayo sobre el horizonte de la supresión del Otro,

Editorial Académica Española, 2012; e Infiernos Imaginarios. Una reflexión sobre

226
el Mictlán, Editorial Académica Española, 2012. Cuenta con múltiples artículos en

revistas nacionales y en el extranjero.

227

You might also like