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DISSIPATIO HUMANI GENERIS: LA DISTOPÍA DEL SOLIPSISMO

Laura Bernal
Filosofía y Letras
Universidad de Caldas

En 1977 se publica en Italia la novela Dissipatio Humani Generis de Guido Morselli. Casi 40
años después su argumento nos resulta trillado, aún más por el abuso mercantil que se ha hecho
de él. Es la historia reforzada de siempre: los seres humanos desaparecen de la tierra. Una
desaparición súbita, repentina, sin embargo, lo cual ya nos empieza a dar un rasgo particular, que
va a hacer de esta novela un caso único dentro de cierta ficción especulativa. Los seres humanos
simplemente desaparecen de un día para otro, y solo queda un hombre sobre la faz de la tierra ‒al
menos no hay forma de comprobar si queda otro solitario en algún lugar recóndito del mundo‒.
Y es este hombre el que nos va a contar en primera persona qué pasaría si uno se quedara solo,
literal y literariamente, en el planeta. Es una utopía del solipsismo, que se convertirá, una vez
llegue a un estado de delirio de nuestro narrador, en una distopía.

Morselli se ubica pues en uno de los temas literarios centrales desde la postguerra y que es cada
vez más fuerte en el Siglo XXI: la posibilidad de un exterminio masivo de la humanidad, de la
extinción de la especie. Pero esto no sólo nace del horror de las Guerras Mundiales, de la
invención de la bomba atómica, de la comprobación de la capacidad técnica del hombre para
autodestruirse, sino que ha sido un temor presente en todas las épocas: el hombre siempre temió
su exterminio. Partiendo de estos hechos hay que revisar en dónde radica la particularidad de su
novela.

El rasgo fundamental de esta tendencia actual es la posibilidad de que el hombre se extermine a


sí mismo. Por un lado tenemos entonces las amenazas externas: enfermedades, catástrofes
naturales, que otra especie se erija como la dominante. Temas que ha explotado Hollywood una
y otra vez. Porque esta tendencia la vemos principalmente en el cine. No creo que pase un solo
mes sin que esté en cartelera una película sobre la posibilidad del fin de la humanidad. Tenemos
la historia de un asteroide que nos exterminará como a los dinosaurios, extraterrestres que vienen
a colonizarnos, catástrofes naturales de escala mundial como una inundación total, etcétera,
etcétera. Y del otro lado, historias donde la humanidad termina extinguiéndose a sí misma. Por
supuesto, las más corrientes son las de una guerra nuclear. Pero también está la fabricación de un
virus letal ‒de ahí la variación de uno de los géneros pop de la era audiovisual más exitosos: los
zombies‒, robots que se revela contra los humanos, etcétera, etcétera.

Existe un elemento central hasta aquí: el horror frente a las consecuencias del desarrollo técnico
y científico. Quizá por eso el gran género de esta época es la ciencia ficción. Aunque todo lo
podríamos abordar desde una categoría más genérica: las ficciones especulativas. A la
humanidad le preocupa su porvenir. Pero ya no desde el ámbito de los pueblos, o de los países,
sino a escala global. Ya somos la humanidad entera la que está amenazada. Desenfrenadamente
prolifera este tipo de relatos que intentan suponer qué puede pasar. El delirio del hombre, su
corrupción, aparece como un leitmotiv, como la cuestión que se repite a lo largo de la obra. De
alguna manera la humanidad está en un riesgo inminente. Y esta es una preocupación de época.
El progreso nos ha llevado al desenfreno, y este muy posiblemente al fin. Entra pues en crisis
todo el sistema de valores en que se había basado Occidente. Por eso la ciencia ficción con la
creación de sus mundos posibles, con su mirada al futuro y sus alternativas, es fundamental para
entender este momento histórico.

Esta especulación, esta creación de mundos alternos, bien podría tratarse de un uso de lo
fantástico. Pero no es así completamente. Como la ciencia ficción se basa sobre la idea de
mundos posibles, se habla entonces de extrapolación, porque aunque no siempre recrea el mundo
de forma literal, sí se toma como base ese mundo y se lleva a extremos, llegando por ese camino
a sus posibilidades. Esto se hace gracias a los avances tecnológicos y la influencia de esa
tecnología en la realidad y los conflictos. En la literatura fantástica eso no sucede, ya que
funciona más como alegoría que como extrapolación. Si se toma, por ejemplo, El señor de los
anillos, se puede ver de fondo una alegoría a la Guerra Mundial. Los hechos históricos son
tratados desde este registro alegórico, más no una extrapolación o la construcción de un mundo
posible. Lo que sí sucede en un libro como El hombre en el castillo, donde Philip K. Dick se
imagina como sería un mundo en donde Alemania y Japón hubieran ganado la guerra.
Retomando, es como si se tomaran elementos presentes en la memoria colectiva, de las
corrientes de pensamientos y problemas centrales de una sociedad, y se hiciera de ellos una
alegoría. Y es aquí donde encontramos a Morselli. No en la ciencia ficción, aunque trate un tema
del que se habla principalmente en este género. El propio Morselli es consciente de estas
distancias, tanto que el narrador las hace explícitas:

Como lo real posee la duración y la coherencia, se puede permitir el lujo de ser irracional e
inexplicable. Incluso disparatado, si le resulta cómodo. Contra esta inexplicabilidad no hago
nada. No tengo veleidades científicas, ni siquiera –lo anoto en mi honor-de ciencia ficción.
No he pensado en un genocidio producido por rayos de la muerte, en epidemias esparcidas
por la tierra por venusianos malvados, en nubes nucleares de explosiones remotas. He
comprendido inmediatamente que el Acontecimiento no puede reducirse a las medidas
habituales (Morselli:2009,54).

¿A las medidas habituales? El autor no puede ser más explícito, nos está revelando la mecánica
interna de su relato: lo que sucedió se sale de la lógica habitual, es pues, algo que habita en lo
fantástico. Y segundo, a Morselli no le importa crear una explicación, deja la verosimilitud a un
lado y simplemente establece el Acontecimiento, y ya. “No hago nada”, nos dice. Porque como
lectores, antes de llegar a ese Capítulo VIII, incluso perdurará hasta el final de la novela, estamos
esperando alguna explicación de por qué se esfumaron todos los seres humanos. Ese Dissipatio a
cuento de qué. Entonces, la conclusión es que a Morselli no le importa esta dimensión de su
ficción, sino la fantasía que ha creado. En últimas volvemos a la afirmación: crea un mundo a
partir de un hecho fantástico desproporcionado que nos deja en un mundo que va a ser tratado en
un registro absolutamente realista.

Entonces, lo que tenemos con Morselli es una historia que comparte estas preocupaciones
centrales en la literatura actual, pero que construye de manera diferente, desde otro registro. Lo
que tenemos es un ingrediente fantástico: un suceso que está fuera de las leyes naturales y que es
producto de una fuerza sobrenatural que no tiene una explicación dentro de la lógica de lo que
entendemos por realidad. Lo real y lo fantástico se anteponen, ese es el uso general de estas
palabras. Pero Dissipatio Humani Generis, hace parte de ficciones que se valen de estos
elementos fantásticos para construir un mundo que se desarrolla en el registro del realismo. Aquí
radica la particularidad de la novela de Morselli.
En una reseña sobre Dissipatio de J. S. de Montfort, éste cita unas reflexiones de Vila-Matas
sobre esos procedimientos narrativos. Dice:

Ensamblar, sin grandes trastornos para el lector, el mundo de lo no narrativo (del que
Finnegans Wake es su gran icono y punto más extremo) con el mundo de las narraciones
estables y transparentes […] extraer de ese ensamblaje un realismo más realista, quizá
gracias a la discreta introducción de la sombra radical de lo inenarrable en las convenciones
narrativas de siempre (Montfort:2012).

Hasta el punto del realismo la cita es bastante afortunada. Pero en Dissipatio hablar de narración
es un poco conflictivo, ya que está muy reducida, y lo que impera es el carácter reflexivo.
Repasemos cómo procede Morselli en los primeros capítulos, y como establece este mundo
ficcional con las ideas ya expuestas, junta con la de Vila-Matas. Se inicia en in media res. Un
narrador-protagonista nos hablar de “vestigios fónico-visuales”, que ahora son reliquias. Al
parecer se encuentra en la sede abandonada de un periódico, en donde solía trabajar. Solo quedan
las cosas en el silencio y la quietud que da la ausencia de los hombres. Luego sabemos que está
en Crisópolis, y que lo que esté sucediendo empezó hace medio mes. Y mientras recorre la
ciudad empezamos a sospechar: no hay nadie en las calles, en los edificios, en las tiendas, todo
está vacío. No hay rastros humanos. Y así en los primeros capítulos acompañamos al narrador a
comprobar que no queda nadie. Aparecen lugares emblemáticos: el aeropuerto, que conecta con
el mundo, las iglesias, una base militar. Luego vendrán los teléfonos y el radio que no mostraran
la presencia de nadie más allá de los valles y montañas italianas. Todos se han ido y él ha
quedado como el único superviviente.

Una vez constatamos que el mundo está sin humanos, desde la visión reducida del narrador en
primera persona, una vez no cabe duda qué pasa, el narrador nos habla directamente del
Acontecimiento: los humanos simplemente se esfumaron, se evaporaron, la madrugada del 2 de
junio, mientras él intentaba suicidarse. Pero al arrepentirse se da cuenta al día siguiente que si
bien él no desapareció el resto de la humanidad sí. Por declaraciones directas, y por el tono del
narrador, nos enteramos de su carácter. Dice de él en algún punto: “Mónada intelectual sin
fisuras ni compromisos […] un démobilisateur”. El personaje-narrador es un hombre solitario,
apartado del mundo que se ha ido a vivir en las montañas. Un anacoreta, que no espera nada de
la humanidad. Ni siquiera un misántropo, sino un fobiantropo, como se define más adelante.
Estamos pues ante un personaje que busca el solipsismo y que por un hecho fantástico lo
encuentra a una escala inimaginable: la humanidad desparece y su deseo de estar solo se hace
realidad en una situación extrema.

Aquí está pues establecida la alegoría de la que se hablaba. Morselli crea un mundo donde
desaparece la humanidad y un hombre solitario que cumple sus deseos de solipsismo. Es a partir
de esta situación que se indaga sobre múltiples temas de la condición humana. Tanto así, que
más o menos desde los capítulos VI, VII, ya la narración se vuelve trivial, y en muchas partes
desaparece completamente, y solo nos vemos frente a las reflexiones que hace el narrador sobre
el tiempo, el ser humano, la soledad, la muerte, etc. Pero todo bajo una condición existencial
única: tanto así que va a estar refutando los postulados de numerosos pensadores. Dice por
ejemplo que para Pascal la realidad es el consenso de las opiniones, pero ahora que no hay nadie,
no puede haber más opinión que la suya, no puede haber realidad. Ahí toda una refutación de la
tradición filosófica a partir de esta situación extrema y única que sufre el narrador. Lo mismo
pasa con el tiempo, dice: Y es casi seguro que estoy fuera del tiempo. Tengo de ello una
confirmación perentoria: no se presenta el problema, que preveía y temía, del tiempo libre.
Problema tan viejo como la humanidad y verdaderamente su pecado original es preguntarse: Y
después, ¿qué haré? Yo no me lo pregunto.

En otras palabras, todos los grandes temas que han preocupado a la humanidad, aquí son tratados
pero desde su reverso, es decir, desde una situación existencial que los revertiría. Así, siguiendo
esta argumentación sobre el tiempo, al no haber una preocupación sobre él, ninguna regulación
ni medida, es casi volverse un ser “eterno”, y así llegamos a dos grandes términos: un neomundo,
y un exhumano. Es, puesto en sus palabras, el fin de la Historia. La Historia acaba con él, y el
mundo sigue su eterno fluir. En otras palabras, frente a la ausencia de los otros, la condición
humana se acaba, aunque perdura en la memoria, en los recuerdos de los otros, del mundo
pasado, ya solo luego: la eternidad.
Se hablaba en principio en la preocupación de época del porvenir de la humanidad. Ya habiendo
analizado los procedimientos de Morselli nos damos cuenta que la atención recae sobre el
individuo. Por tanto la historia no va a desembocar en este problema, sino más ampliamente en la
condición humana, abordándola desde un caso extremo de soledad. La atención no recae sobre
un conflicto colectivo ‒como sí lo hace todo el tiempo la ciencia ficción‒, sino uno individual.
Por eso el solipsismo es quizá el eje de la narración, o bueno, de lo poco de esta y más del
desenfreno reflexivo en las 145 páginas.

Este recorrido reflexivo que hace el narrador va desde ese regocijo de por fin haberse librado de
la incómoda humanidad, así pues, una utopía vuelta realidad, a una distopía, cuando empieza a
constatar que el estar solo es imposible, que eso anula su propia condición humana:

En primer lugar, necesitaría resolver la cuestión de si y hasta qué punto estoy aún vivo, es
decir, sujeto-objeto posible de suicidio. La duda patética y sistemática, Hamlet y Descartes,
deberían parecerme bromas en comparación, si tomara en serio mi duda. Pereza y vileza se
rechazan, escondiéndose detrás de púdicas reticencias. Pretextos. Mi agnosticismo era solo
escapismo, mi disponibilidad de amoralista pura evasión. Pretextos. Me podría definir: un
pensamiento mortuorio que roza consternando la muerte consumada mientras contempla la
Muerte-hipóstasis, la muerte triunfante y universal (a condición, se entiende, de ser excluido
de ella). Y ha construido, detallado, toda esta historia, el así llamado Acontecimiento de la
noche del 2 de junio para inventarse una esperanza-refugio, persiguiendo el sueño de la
inmortalidad; una inmortalidad (se entiende) solo suya, de la misma manera que quería solo
para él (Morselli:2008,127).

Es una declaración de solipsismo llevada al extremo, por la condición en que el autor lo ha


puesto. Y es esto lo que permite indagar sobre numerosos temas desde otra posición, las
posibilidades alegóricas. Estamos pues, en general, frente a una preocupación ontológica que lo
lanza al delirio, ya que lo único que lo va a mantener cuerdo es una alucinación: cree ver a
Karpinski, un médico que lo trato en el pasado, y que el reconoce como su único amigo. En un
mundo después de la Historia, donde el temor de la extinción se ha hecho realidad, un hombre
solitario, un privilegiado o un castigado, se sienta en las ruinas de la herencia de la civilización
con unos Gauloises en el bolsillo para ofrecérselos al fantasma de un médico muerto muchos
años atrás. Así pues, el hombre no puede vivir en soledad, su propio yo se anula al no existir el
otro. A este punto llega Morselli.

BIBLIOGRAFIA.

1. MORSELLI, Guido. Dissipatio humani generis. Editorial Laetoli, 2009.


2. MONTFORT, J. S. Animalidad humana. http://hermanocerdo.com/2012/03/animalidad-
humana/

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