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El Uso del Dinero

Juan Wesley

NOTAS INTRODUCTORIAS

Como quiera que este es un asunto tan importante como difícil, bueno será que estudiemos el sermón
con mucho cuidado. Tal vez no haya habido en estos tiempos ningún hombre que pudiera haber
tratado esta cuestión con mayor candidez que el mismo señor Wesley. En su larga vida de actividad y
diligencia, puso en práctica la primera gran regla que dio como una de las partes esenciales del
carácter cristiano, a saber: "Gana todo lo que puedas." Era industrioso hasta más no poder; jamás
dejaba pasar la oportunidad de trabajar con provecho. Escribía libros y abreviaba las obras de otros
autores, y sus publicaciones le produjeron fuertes sumas. Ningún autor ni editor de aquella época, que
sepamos, recogió productos tan abundantes de su pluma. Procuraba satisfacer las necesidades de
todas las clases sociales, y emprendió la publicación de muchas obras: ya un diccionario, ya una
historia; bien un folleto de a centavo, o una serie de treinta tomos. El fue el primero entre los hombres
prominentes que procuró poner la educación al alcance de las clases menesterosas. Fue como el
preludio que anunció el trabajo de las sociedades de tratados que vino después. Sabía el modo de
multiplicar los ejemplares de una obra que, a pesar de venderse a un precio bajo, dejaba grandes
ganancias. Se calcula que ganó nada menos que $250,000.

Empero también puso en práctica la segunda regla que da en este discurso, a saber: "Guarda todo lo
que puedas." La mayor parte de los hombres, mientras más ganan, más necesidades tienen. No así
el señor Wesley: cuando su renta era de 30 libras esterlinas al año, o sea $150, gastaba $140 y
ahorraba $10. Cuando su renta subió a $250, continuó viviendo con $140 y guardaba $110
anualmente. Y así de año en año no aumentaron sus gastos, y sí ahorraba más y más, de manera que
si sólo hubiera guardado, habría llegado a ser muy rico. Mas no se contentó con guardar, como
hacemos muchos de nosotros, sino que tenía una tercera regla, que a la letra dice: "Da todo lo que
puedas." Esta regla fue el principio complementario que hizo su vida tan cabal, tan simétrica y tan útil,
tomada como un modelo de beneficencia. No guardó su dinero para que después de muerto se
edificase un monumento que admirasen las generaciones venideras. Daba su dinero tan pronto como
lo ganaba.

ANALISIS DEL SERMON L

Contexto de la enseñanza de nuestro Señor. La importancia del asunto. Manera irracional de los
poetas y oradores paganos que han tratado el asunto. Usos importantes del dinero como medio de
hacer el bien. De aquí se siguen estas reglas:

I. Gana todo lo que puedas. Sin perjudicar tu salud, tu alma, ni a tu prójimo en su cuerpo o en su
espíritu. Por medio de tu honradez, industria y juicio, gana todo lo que puedas.

II. Ahorra todo lo que puedas. No despilfarres el dinero satisfaciendo los deseos de la carne, de
la vista o de la soberbia, consintiendo estas cosas en tus hijos ni permitiéndoles derrochar.

III. Da todo lo que puedas. (1) Provee todo lo que necesites, concienzudamente, ante la presencia
de Dios. (2) Provee a las necesidades de todos los que dependen de ti, incluyendo a todos tus
empleados. (3) Con prudencia dale a Dios todo lo que te quede. Acuérdate de que no sólo la décima,
la quinta, la tercera parte o la mitad, sino que todo es de Dios.
SERMON L

EL USO DEL DINERO


Y yo os digo: Haceos amigos de las riquezas de maldad, para que cuando faltareis, os reciban en las
moradas eternas (Lucas 16:9).

1. Habiendo concluido nuestro Señor la hermosa parábola del hijo pródigo, que dirigió
especialmente a los que estaban murmurando porque recibía a los publicanos y a los pecadores, pasa
a hablar de otro asunto que atañe con particularidad a los hijos de Dios. Y "también a sus discípulos,"
no tanto a los escribas y fariseos a quienes había estado hablando. "Había un hombre rico, el cual
tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Y le llamó, y le
dijo: ¿Qué es esto que oigo de ti Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser ma-
yordomo" (vrs. 1-2).

Después de relatar el método que el mayordomo usó de proveerse para el día de la necesidad, añade
nuestro Salvador: "Y alabó el señor al mayordomo malo," es decir, por su discreción tan oportuna, y
añade esta sabia reflexión: "Los hijos de este siglo son en su generación más sagaces que los hijos
de luz" (v. 8). Los que no buscan otra cosa sino los bienes temporales, son "más sagaces," no en la
acepción completa de la palabra, puesto que todos y cada uno de ellos son los locos más acabados
que hay en la tierra, sino "en su generación," en su modo de ser-son más consecuentes consigo
mismos; están más firmes en los principios que afirman; tratan de conseguir su fin con mayor ahínco
"que los hijos de luz," que aquellos que ven "el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Jesucristo."

Luego siguen las palabras del texto: "Y yo"-el Hijo unigénito de Dios, el Creador, Señor y Dueño de los
cielos y de la tierra y de todas las cosas que hay en ellos, el Juez de todos los que habéis de dar
cuenta de vuestra mayordomía, cuando ya no podréis ser mayordomos-"yo os digo," aprended en este
respecto del mayordomo, "haceos amigos de las riquezas de maldad," sed sagaces, tomad a tiempo
vuestras precauciones. "Las riquezas de maldad" significan tesoros, dinero. Se llaman "de maldad"
por la frecuencia de los medios ilícitos para obtenerlas, y del mal uso que se hace aun del dinero bien
ganado. "Haceos amigos" de estas riquezas, haciendo todo el bien posible, especialmente a los hijos
de Dios, "para que cuando faltareis," cuando volváis al polvo, cuando ya no veáis más la luz del sol,
aquellos que se han ido antes de vosotros "os reciban," os den la bienvenida, "en las moradas eternas."

2. Inculca nuestro Señor en estas palabras una excelente enseñanza del cristianismo, a saber:
el buen uso del dinero. Este es un asunto muy debatido por los hombres del mundo, según su modo
de pensar, pero no por aquellos a quienes Dios ha llamado de entre el mundo. Por lo general, estos
no estudian la manera de usar bien el dinero como lo requiere la importancia del asunto, ni saben
emplearlo de modo que produzca mayor provecho. La introducción de este conocimiento en el mundo
es una muestra admirable de la providencia sabia y misericordiosa de Dios. Los poetas, oradores y
filósofos de todas las naciones, han acostumbrado perorar en contra del dinero, llamándole el gran
corruptor del mundo, la ruina de la virtud, la peste de la sociedad humana. Con frecuencia se oyen
aquellas palabras:
Ferrum, ferroque nocentius aurum: "El oro hace más daño que el acero más afilado." Y aquella queja
lamentable: Effodiuntur opes, irritamenta malorum: "Se ha encontrado el oro, fuente de todo mal."

Un famoso escritor exhorta con toda seriedad a sus paisanos a que arrojen todo su dinero al mar, si
quieren desterrar el vicio para siempre:
In mare proximum, Surnmi materiem mali.

Empero, ¿no es éste el lenguaje de energúmenos ¿Tienen acaso la menor razón en lo que dicen De
ninguna manera, porque por muy corrompido que esté el mundo, no podemos decir que el oro o la
plata tengan la culpa. "El amor del dinero es la raíz de todos los males"-no el dinero. El dinero no tiene
la culpa, sino los que no lo usan bien. Se puede usar mal, lo mismo que cualquiera otra cosa. El dinero
se puede usar con los mejores fines, y también con los peores que puedan darse. Es de gran utilidad
a todas las naciones civilizadas en los pormenores de la vida diaria. Es el instrumento más simple para
la transacción de toda clase de negocios y, si lo usamos según la sabiduría cristiana, para hacer toda
clase de bien.

Es muy cierto que si el hombre estuviese en el estado de inocencia, si todos los hombres estuvieran
llenos del Espíritu Santo, de forma que, semejantes a los miembros de la iglesia naciente de Jerusalén,
ninguno dijera ser suyo nada de lo que poseyera sino que todo fuese "repartido a cada uno según que
hubiere menester," dejaríamos de necesitar del dinero, puesto que no podemos concebir la necesidad
de usarlo entre los ángeles. En el estado actual del género humano, es un don excelente de Dios que
sirve a los fines más nobles. Conviértese en manos de sus hijos, en pan para el hambriento, bebida
para el sediento, vestido para el desnudo, posada para el forastero y el peregrino. Con él podemos,
hasta cierto punto, suplir la falta que hace el esposo a la viuda; el padre a los huérfanos. Podemos
defender a los oprimidos, aliviar a los enfermos, socorrer a los afligidos. Puede ser como vista a los
ciegos y pies a los cojos, y como la mano que levanta al que yace a la orilla del sepulcro.

3. Es de la mayor importancia, por consiguiente, que todos los que temen a Dios sepan emplear
este talento; que se les instruya en la manera de llenar estos fines gloriosos, y esto en grado supremo.
Pueden reducirse a tres regias claras todas las instrucciones sobre el asunto. Al observarlas al pie de
la letra nos convertiremos en mayordomos fieles "de las riquezas de maldad."

I. 1. La primera regla es: "gana todo lo que puedas." El que tenga oídos para oír, oiga.
Hablamos como hablan los hijos del mundo, estamos en su terreno, como quien dice. Es nuestro deber
sagrado ganar todo lo que podamos, sin que esto quiera decir que hemos de comprar oro demasiado
caro, pagando más de lo que vale. No debemos ganar dinero a costa de nuestra vida, o lo que es lo
mismo, a costa de la salud.

Por consiguiente, por mucho que sea lo que se nos ofrezca, no debemos aceptar ningún empleo ni
continuar en destino alguno que lastime nuestra constitución por lo fuerte o las muchas horas de
trabajo. Ni debemos seguir en ninguna empresa o negocio que no nos permita tomar nuestros
alimentos a sus horas, o dormir lo suficiente. Hay una gran diferencia de empleos: algunos son entera
y completamente perjudiciales a la salud, como, por ejemplo, los que obligan a uno a usar mucho
arsénico o cualquier otro mineral nocivo, o a respirar el aire cargado de vapor que contiene partículas
de plomo derretido, que tarde o temprano tienen que destruir las constituciones más fuertes. Otros
sólo lastiman a las personas de una constitución débil, como, por ejemplo, en los que se tiene que
escribir muchas horas seguidas, especialmente si el escribiente se encorva mucho o se sienta en una
postura incómoda. Sea lo que fuere, si la razón y la experiencia nos dicen que ese empleo destruye la
salud o siquiera debilita las fuerzas, no debemos someternos a él. La vida es más que la comida, y el
cuerpo es más que el vestido, y si ya estamos en uno de esos empleos, debemos separarnos luego y
buscar otro en el que, si bien ganemos menos, no perjudiquemos nuestra salud.

2. En segundo lugar, debemos ganar lo más que podamos sin lastimar nuestras mentes. Ante
todo, tenemos la obligación de conservar el espíritu de una mente sana. Por consiguiente, no debemos
emprender un comercio que nos haga pecar, ni permanecer si ya estamos en él. No debemos hacer
nada que sea contrario a las leyes de Dios y de la patria.

Hay negocios que defraudan y roban al rey de los derechos legales de aduana. Tan pecaminoso es
defraudar al rey como robar a cualquier otro prójimo. El rey tiene tanto derecho a las contribuciones
como nosotros a nuestras casas y a nuestros bienes. Hay otros negocios que, si bien son inocentes
en sí mismos, no se pueden hacer limpiamente en nuestros días, al menos en Inglaterra. Tales son,
por ejemplo, aquellos que no producen lo suficiente para la subsistencia a no ser que uno haga trampas
y diga mentiras, o que siga alguna costumbre inconsecuente con una buena conciencia. No se deben
buscar estos empleos, por buenas que sean las ganancias, si tenemos que seguir las trácalas del
ramo-no debemos perder nuestras almas por ganar dinero.

Hay negocios que muchos hombres pueden hacer sin lastimar sus cuerpos ni sus mentes, y que tal
vez tú no puedas hacer. Puede ser que te rodeen de personas cuya amistad arruine tu alma; a pesar
de haber hecho la prueba varias veces, no se puede hacer ese negocio sin tratar con ciertos individuos.
O quizá haya en ti alguna idiosincrasia, alguna índole del temperamento o carácter de tu alma, como
las que hay en la constitución física de muchos, por razón de la cual ese negocio que otra persona
puede hacer sin correr el menor peligro, sea mortífero para ti. Después de haber hecho la prueba
infinidad de veces, estoy convencido de que no puedo estudiar con alguna profundidad las
matemáticas sin correr el peligro de volverme un deísta, si no es que ateo. Y sin embargo, hay otros
que pueden estudiarlas sin el menor riesgo. Nadie puede decidir lo que le conviene o no le conviene
a otro individuo. Cada hombre debe juzgar por sí mismo, y abstenerse de lo que sea nocivo a su alma
en particular.

3. En tercer lugar, debemos ganar lo más que podamos sin perjudicar a nuestro prójimo.
Naturalmente que si amamos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, no les haremos ningún
mal; no podremos robarles el fruto de sus tierras, ni sus casas ni terrenos en el juego, ni con cuentas
exorbitantes, ya sea por servicios como médico, abogado o cualquier otro, tomando o exigiendo réditos
prohibidos por la ley del país. Los empeños de prendas, por ejemplo, no deberían existir, puesto que
si hacen algún bien, es mucho mayor el mal que causan. No podemos ser consecuentes con el amor
fraternal y al mismo tiempo vender nuestros efectos a un precio más bajo que el del mercado. No es
justo arruinar el comercio de nuestro prójimo por tal de mejorar el nuestro. Mucho menos debemos
sonsacar a los empleados o sirvientes que necesita. Nada se puede ganar con robar el sustento del
prójimo, fuera de la condenación eterna.

4. No es justo ganar perjudicando la salud del prójimo. No debemos venderle nada que le haga
daño-ese líquido lleno de fuego, por ejemplo, que se llama bebida o licor espirituoso. Es muy cierto
que algunas veces hay que tomarlo como medicina; que sirve para curar ciertos males del cuerpo, si
bien esto sucede rara vez y quizás debido a la impericia de ciertos curanderos. Por consiguiente,
tranquilicen su conciencia los que preparan y venden licores con este fin. Empero, ¿dónde están
¿Quiénes son los que preparan licores sólo para remedio ¿Conocéis siquiera a diez en toda Inglaterra
Si los conocéis, decidles que son excepciones a la regla. Todos los demás, todos los que venden
licores a cualquiera persona que quiera comprar, son envenenadores; están matando, sin piedad ni
remordimiento, a multitudes de los súbditos de su majestad; los están arreando al infierno como a otras
tantas ovejas. Y ¿qué ganan La sangre de estas víctimas. ¿Quién envidiará sus grandes posesiones
y suntuosos palacios La maldición de Dios mora en medio de ellos. La maldición de Dios está en las
piedras de sus paredes, en las vigas de sus techos, en sus muebles, en sus jardines, en sus veredas,
en sus bosques. Esa maldición es un fuego que quema desde lo más profundo del infierno. ¡Sangre,
sangre! Los cimientos, los pisos, las paredes, el techo, están manchados de sangre. ¿Y crees, oh
hombre sanguinario que estás vestido de "púrpura y lino fino," y que haces "banquete cada día," que
dejarás en herencia a la tercera generación estos campos de sangre Ciertamente que no, porque hay
un Dios en los cielos. Por consiguiente, tu nombre será desarraigado y, semejante a los que has
destruido en cuerpo y alma "tu memoria perecerá contigo."
5. ¿No son igualmente culpables, si bien en menor grado, los cirujanos, boticarios y médicos que
juegan con la salud y la vida de los hombres a fin de aumentar sus ganancias; quienes a propósito
alargan la enfermedad que pudieran cortar luego, a fin de robarle su dinero, cobrándole más de lo que
deberían ¿Tendrá Dios por inocente a un hombre que no acorta cualquier desorden lo más pronto y
cura la enfermedad luego que puede No lo tendrá Dios por inocente, puesto que nada es tan claro
como que ese hombre no "ama a su prójimo como a sí mismo;" que no hace a los otros como quisiera
que los otros hicieran con él.

6. Caro cuesta esta ganancia, lo mismo que todo aquello que se obtiene haciendo mal a las
almas de los prójimos; sirviendo bien directa o indirectamente a su lujuria o a su intemperancia-lo que
ciertamente ninguno que tenga el amor de Dios, o que sienta verdaderos deseos de agradarle, puede
hacer. Esto atañe muy especialmente a los que tienen tabernas, fondas, teatros, casas de juego o
lugares públicos de diversión. Si en vuestras casas aprovechan las almas de los hombres, limpios
estáis; vuestro negocio es bueno, e inocente vuestra ganancia; mas si son pecaminosos en sí mismos
o conducen a pecados de varias clases, mucho me temo entonces que tengáis que dar una cuenta
terrible. Mirad, no sea que Dios diga en aquel día: Estos han muerto "por su maldad, mas su sangre
demandaré de tu mano."

7. Es deber de todos los que estén interesados en negocios temporales, seguir esta primera gran
regla de la sabiduría cristiana: "Gana todo lo que puedas"-con tal que no se olviden de estas
advertencias y observaciones. Ganad lo más que podáis por medio de vuestra industria honrada. Sed
diligentes en vuestras vocaciones. No perdáis el tiempo. Si comprendéis vuestros deberes para con
Dios y para con los hombres, sabéis que no hay tiempo que desperdiciar; si sabéis desempeñar
vuestro trabajo como debéis, no tendréis lugar de estar ociosos. Todas las vocaciones de la vida dan
suficiente trabajo para estar uno ocupado todos los días y a todas horas. Donde quiera que os
encontréis, si cumplís con vuestro deber no tendréis tiempo que desperdiciar en diversiones tontas o
sin provecho. Siempre tendréis algo mejor que hacer; alguna cosa que os aprovechará poco más o
menos, y "todo lo que te viniere a la mano por hacer, hazlo según tus fuerzas." Hazlo luego que puedas
sin demora alguna; no lo dejes para el día de mañana, ni para otra hora. Nunca dejes para mañana lo
que puedas hacer hoy mismo. Y hazlo lo mejor que puedas. No te duermas ni estés bostezando al
trabajar. Pon tus cinco sentidos en lo que haces. No ahorres las molestias, ni hagas nada a medias o
con indiferencia. No dejes nada por hacer en tus negocios, si se puede conseguir con trabajo y
paciencia.

8. Gana todo lo que puedas usando en tus negocios tu sentido común y toda la inteligencia que
Dios te ha dado. Causa verdadera sorpresa ver cuán pocos son los que hacen esto-cómo siguen los
hombres en la rutina de sus antepasados. Empero sea cual fuere la conducta de los hombres que no
conocen a Dios, no es regla que debéis seguir. Es una vergüenza que los cristianos no adelanten en
la manera de desempeñar el trabajo. Debes procurar aprender de la experiencia de otros o de la tuya
propia, en los libros que lees y en tus meditaciones, a hacer las cosas hoy día mejor de lo que las
hiciste ayer. Mira que practiques lo que hayas aprendido, que hagas las cosas lo mejor que puedas.

II. 1. Habiendo ganado lo más que puedas por medio de tu honradez, juicio e incansable
diligencia, sigue la segunda regla: "Guarda todo lo que puedas." No eches al mar el metal más
valioso; deja que los filósofos paganos cometan esa tontera. No lo tires en gastos inútiles, que es lo
mismo que si lo arrojases al mar. No gastes nada solamente por satisfacer los apetitos de la carne, los
deseos de la vista o la soberbia de la vida.

2. No desperdicies nada de tu dinero sólo por satisfacer los deseos materiales, en procurarte los
placeres de los sentidos, cualesquiera que sean, especialmente el sentido del gusto. No quiero decir
que cortes sólo la glotonería y la borrachera-un pagano honrado condenaría estos vicios-sino esa
sensualidad bien querida en la sociedad, ese epicureismo elegante que no causa ningún desarreglo
del estómago, al menos no inmediatamente, ni debilita la inteligencia, pero que no puede sostenerse
sin hacer gastos muy considerables. Reduce estos gastos. Desdeña los platillos delicados y variados,
y conténtate con el alimento sencillo que pide la naturaleza.
3. No desperdicies nada de tus haberes en satisfacer los deseos de los ojos, en vestidos
superfluos y costosos, en adornos que no necesitas. No desperdicies nada en comprar curiosidades;
en muebles caros y superfluos; en cuadros costosos, en pinturas, en adornos dorados, en libros, en
jardines más bien de gusto que de utilidad. Deja que lo hagan tus vecinos que no tienen la luz que tú
tienes. "Deja que los muertos entierren a sus muertos." Pero "¿qué se te da a ti" dice el Señor,
"Sígueme tú." ¿Estás listo Entonces podrás seguirle.

4. No gastes nada en satisfacer la soberbia de la vida, la admiración o alabanza de los hombres.


Este es el motivo que los impulsa muy a menudo a desperdiciar su dinero de los modos descritos en
los dos párrafos anteriores. Gastan demasiado en su mesa, en su vestido, o en amueblar su casa, no
sólo por satisfacer el apetito, la vista o la imaginación, sino también su vanidad. Mientras te des buen
trato, los hombres hablarán bien de ti. Mientras te vistas de púrpura y lino fino, y hagas banquete cada
día, indudablemente que aplaudirán tu elegancia, buen gusto, generosidad y hospitalidad. No compres
aplausos tan caros, conténtate más bien con la honra que viene de Dios.

5. ¿Quién querrá gastar en satisfacer estos deseos si reflexiona que al hacerlo, los aguza Y sin
embargo, no hay nada más evidente que esto. La experiencia diaria nos enseña que mientras más los
satisfacemos, más aumentan. Por consiguiente, siempre que gastas en satisfacer tu gusto o cualquier
otro sentido, compras más sensualidad. Al gastar en satisfacer la vista, compras curiosidad-un apego
mayor a esas cosas que perecen en el uso. Al gastar en cualquiera cosa que las gentes acostumbran
aplaudir, compras más vanidad. ¿Qué ¿No tienes bastante curiosidad, sensualidad y vanidad
¿Necesitas todavía más ¿Y quieres comprarla ¿Qué clase de sabiduría es esta ¿No sería menos malo
y perjudicial que materialmente tomases tu dinero y lo echases en la mar

6. ¿Y qué razón hay para que desperdicies el dinero en alimentos delicados, vestidos elegantes
y costosos, en cosas superficiales para tus hijos ¿Será justo que les compres más soberbia, lujuria,
vanidad, deseos torpes y nocivos No necesitan más, ya tienen de sobra. La naturaleza les ha dado
bastante. ¿Qué necesidad hay de que gastes más en aumentar sus tentaciones, multiplicar los ardides
y traspasar sus corazones con más dolores

7. Empero no se los dejes para que lo tiren. Si tienes buenas razones para creer que
desperdiciarían lo que ahora tienes, en satisfacer, y, por consiguiente, en aumentar, los deseos de la
carne, de la vista o la soberbia de la vida poniendo en peligro sus almas y la tuya, no les prepares esa
red. No ofrezcas tus hijos a Belial ni a Moloc. Apiádate de ellos y quítales del camino todo lo que creas
que ha de coadyuvar a multiplicar sus pecados, y a echarlos, por consiguiente, en la perdición eterna.
¡Qué torpeza tan grande la de aquellos padres que nunca creen bastante lo que dejan para sus hijos!
¿Qué ¿No les dejáis bastantes chispas de fuego que pueden destruirlos, bastante soberbia, lujuria,
ambición, vanidad, quemazón eterna ¡Desgraciado! Temes lo que no deberías temer. Puedes estar
seguro de que tanto tú como ellos, cuando estéis en el infierno, sentiréis "el gusano que no muere," y
"el fuego que nunca se apaga."

8. "¿Qué haría usted si estuviera en mi lugar, si tuviese una fortuna considerable que dejar" No
sé si lo haría o no, pero sé muy bien lo que debería hacer, y de ello no me cabe la menor duda. Si uno
de mis hijos, ya fuera el mayor o uno de los menores, supiese apreciar el dinero y hacer buen uso de
él, creería yo de mi deber absoluto e indispensable dejarle la mayor parte de mi fortuna, y a los demás
les daría yo para vivir como están acostumbrados. "Pero, ¿qué haría usted si ninguno de sus hijos
supiera apreciar el dinero en su debido valor" Entonces sólo les daría yo lo necesario para vivir, por
muy duro que parezca esto. Lo demás lo daría como creyese yo más conducente a la gloria de Dios.
III. 1. Que ninguno se figure que con ganar y guardar todo lo que pueda, lo ha hecho todo. De
nada vale esto, si no se va más adelante, si no persigue otro fin. A la verdad que amontonar dinero no
es ahorrar en la verdadera acepción de la palabra. Mejor sería arrojar el dinero al mar que enterrarlo;
y depositarlo en un baúl o en el Banco de Inglaterra, es tanto como enterrarlo. Si efectivamente queréis
haceros "amigos de las riquezas de maldad," añadid a las dos reglas anteriores esta tercera: Después
de ganar y guardar todo lo que puedas, "da todo lo que puedas."

2. A fin de apreciar debidamente la justicia de esta regla, reflexiona que cuando te creó el Señor
de los cielos y de la tierra, te puso en el mundo no como un propietario, sino como mayordomo. Como
tal, te encargó por un tiempo de varios bienes, mas la propiedad de dichos bienes es suya y nadie
podrá jamás disputársela. Así como tú mismo no te perteneces, sino que eres de El, así todas las
cosas que tienes son suyas. Tu alma y tu cuerpo no son tuyos, sino de Dios, y lo mismo se puede
decir de tus propiedades. Te ha dicho de la manera más clara y en los términos más explícitos, el
modo de usar esa propiedad para que sea un sacrificio santo y aceptable por medio de Jesucristo. Ha
prometido premiar este servicio fácil y ligero con la gloria eterna.

3. Pueden compendiarse en las sentencias siguientes las direcciones que el Señor nos da
respecto del uso de nuestros bienes. Si quieres ser un mayordomo fiel y prudente de los bienes que
el Señor te ha puesto en sus manos, pero que son suyos y que, por consiguiente, puede reclamarlos
a cualquiera hora, provee primeramente a todas tus necesidades: qué comer, qué vestir, todo lo
necesario para preservar el cuerpo bueno y sano. En segundo lugar, provee para tu mujer, tus hijos,
tus criados y todos los que viven contigo. Si después de hacer esto sobra algo, haz bien a aquellos
que son de la casa de la fe. Si todavía queda alguna cosa, haz bien a todos los hombres, según se
presente la oportunidad. Al hacerlo así, das lo más que puedes, y, en cierto sentido, todo lo que tienes,
puesto que todo lo que se usa de este modo verdaderamente se da a Dios. Das "a Dios lo que es de
Dios," no sólo al dar a los pobres, sino al proveer lo necesario para ti y para tu familia.

4. Si alguna vez tienes dudas respecto de si haces bien o no en comprar tal o cual cosa para ti y
para tu familia, hay una manera muy fácil de resolverlas. Pregúntate con toda calma y seriedad: (1) Al
comprar esto, ¿obro como debería, no como propietario, sino como mayordomo de los bienes del
Señor (2) ¿Hago esto por obedecer su palabra o ¿en qué parte de la Escritura me pide que lo haga
(3) ¿Puedo ofrecer este gasto, esta acción, como un sacrificio a Dios por medio de Jesucristo (4) ¿Me
asiste alguna razón para creer que esta acción me atraerá un premio en la resurrección de los justos
Rara vez necesitarás más para resolver cualquiera duda que se presente sobre el particular, y al
meditar sobre estos cuatro puntos, recibirás abundante luz en el camino por donde debes ir.

5. Si después de esto quedase aun la menor duda, ora y medita sobre esos cuatro puntos.
Prueba a ver si puedes en conciencia decir a Aquel que escudriña los corazones: "Señor, ves que voy
a gastar este dinero en alimentos, ropa y muebles. Sabes que lo hago con sencillez, como mayordomo
que soy de tus bienes, y que tomo una parte de ellos para llenar el fin que te propusiste al confiármelos.
Sabes que lo hago en obediencia de tu santa Palabra, como tú lo mandas, y porque tú lo mandas.
Recibe esto, te lo ruego, como un sacrificio aceptable por medio de Jesucristo, y dame la conciencia,
el testimonio interior, de que en pago de esta obra recibiré una recompensa cuando des a cada uno
conforme a sus obras." Si tu conciencia y el testimonio del Espíritu Santo te dicen que esta oración es
agradable a Dios, no dudes de que ese gasto está bien hecho y será provechoso; que jamás te
avergonzarás de haber incurrido en él.

6. Ya veis, pues, lo que quiere decir "haceos amigos de las riquezas de maldad," y los medios
de conseguir que "cuando faltareis os reciban en las moradas eternas." Ya veis en qué consiste y
hasta dónde llega la prudencia verdaderamente cristiana en lo que se refiere al uso de ese gran medio,
el dinero. Ganad todo lo que podáis sin hacer mal a vuestros prójimos ni a vosotros mismos, en cuerpo
o alma, usando toda diligencia y el entendimiento que os ha dado Dios. Ahorrad todo lo que podáis,
evitando todo gasto que sólo tienda a satisfacer deseos torpes: los deseos de la carne o de la vista, y
la soberbia de la vida. No desperdiciéis nada en vida o en muerte, en pecado o en torpeza, bien para
vosotros o bien para vuestros hijos. Dad a Dios todo lo que podáis, o en otras palabras, todo lo que
tenéis. No os privéis de lo necesario semejantes a un judío avaro más bien que a un cristiano. Dad a
Dios no un diezmo, ni la tercera parte, ni la mitad, sino todo lo que es de Dios, ni más ni menos. Y
dádselo gastando en vuestras personas, en vuestras familias, en los que son de la casa de la fe y en
todo el mundo, de tal manera que rindáis cuentas como buenos mayordomos, cuando ya no podáis
más ser mayordomos. Dad como mandan los Oráculos de Dios directa e indirectamente, de manera
que lo que hagáis sea "sacrificio a Dios en olor suave," para que todas vuestras acciones reciban su
recompensa en aquel día cuando Dios ha de venir con todos sus santos.

7. ¿Podremos acaso, hermanos, ser mayordomos prudentes y fieles si manejamos de otra


manera los bienes del Señor Ciertamente que no, si hemos de guiamos por lo que nos dicen los
Oráculos de Dios y nuestras conciencias. ¿Por qué demoramos, pues ¿Qué necesidad hay de
consultar con carne y sangre, con los hombres del mundo Nuestro reino, nuestra prudencia, no son de
este mundo. Nada tenemos que ver con las costumbres paganas. No seguimos a los hombres que no
siguen a Cristo. Escuchadle ahora mismo, hoy día, mientras que es de día. Oíd y obedeced su voz.
¡En este momento y desde este instante haced su voluntad, cumplid su palabra en esta y en todas las
cosas! Os ruego en el nombre del Señor Jesús, obrad como conviene a la dignidad de vuestro
llamamiento. Ya no más pereza. Todo lo que tu mano encuentre por hacer, hazlo con todas tus fuerzas.
Ya no desperdicies nada. Suprime todo gasto que exijan el lujo, el capricho o la vanidad. ¡Que se
acabe la avaricia! Usa todo lo que Dios te haya dado en hacer bien, haz todo el bien que puedas, de
toda clase y grado, a los que son de la casa de la fe, a todos los hombres. Esta es parte, y no pequeña,
de la "sabiduría de los justos." Dad todo lo que tengáis, daos a vosotros mismos como un sacrificio
espiritual a Aquel que no se negó a dar por vosotros a su Hijo, su unigénito Hijo, "atesorando para sí
buen fundamento para lo por venir," echad mano a la vida eterna.

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