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PATOLOGÍAS E INMADUREZ AFECTIVO - SEXUAL

De por sí, el área afectivo - sexual siempre debería merecer cierta atención,
especialmente cuando el sujeto niega tener cualquier tipo de problema al respecto («un
joven que no tiene problemas en esta área es un problema»).

Y debería merecer una atención constante, teniendo en cuenta lo que hemos dicho al
inicio, a propósito de la centralidad del amor (y de la sexualidad): reforzando tal posición,
la energía afectivo - sexual se comunica con todo aspecto de la vida psíquica humana.
Por eso su lenguaje es complejo y difícil de entender. ¡Se trata del misterio de la
afectividad - sexualidad humana!

Obviamente, muchas de las cosas que ya hemos dicho pueden ser aplicadas
también en el contexto afectivo-sexual del joven con vocación. Por lo tanto, no nos
repetiremos. Agreguemos más bien algunos elementos que nos ayuden a abordar la
especificidad de este misterio.

En grandes líneas, veremos el desarrollo psico-sexual, y dentro del discurso


evolutivo, individualizaremos los posibles bloqueos de este desarrollo o las posibles
patologías, tratando de dar algunas indicaciones.

3.1- Desarrollo afectivo - sexual

No podemos tratar extensamente todo el tema, simplemente pretendemos tomar


los momentos considerados más importantes de la evolución afectivo - sexual, o aquellos
en que pueden crearse bloqueos y fijaciones. Lo hacemos de modo muy esquemático.

3.1.1 -Fase infantil

En la teoría psicoanalítica la evolución de la afectividad - sexualidad se da a través


de fases específicas (oral, anal, fálica) en los primeros años de vida, seguidos después
por la fase de latencia (de los 5 a 10 años de vida) después de la genitalidad. Ya en las
tres fases primordiales ocurre algo extremadamente relevante para el desarrollo armónico
afectivo-sexual: la relación con las figuras de los padres debería trasmitir al pequeño una
confianza básica que es el fundamento de la autoestima y de la libertad afectiva, y que
consiste en dos certezas (haber sido amado y saber amar). Tales certezas le permitirán
cada vez más al sujeto continuar en la vida a amar y a dejarse amar cada vez más.

Cuando y en la medida que esto no ocurre se pueden crear bloqueos o


resistencias a crecer, por exceso o por defecto de gratificación de necesidades
específicas (de las que derivaran tipos específicos de fijaciones o perversiones).

Es de especial importancia para nosotros lo que sucede en la fase fálica,


particularmente en el momento del llamado «complejo de Edipo», en el que ocurre el
proceso de la tipificación sexual, a través de la identificación con el progenitor del mismo
sexo (visto como modelo para conquista del progenitor del sexo opuesto). Cuando esto
no sucede, por los más variados motivos (pero fundamentalmente por la falta de
identificación con el progenitor del mismo sexo), es posible una identificación con el sexo
opuesto, o lo que se podría llamar homosexualidad estructural, la que se inserta en la
estructura autoidentificatoria de la persona y, que por tanto, tiende a permanecer, al
menos, en el ámbito de tendencia. En otras palabras, la raíz de la homosexualidad
estructural parece ser, sobre todo, un cierto tipo de relaciones cruzadas al interior del
núcleo familiar de origen (más que factores genéticos más o menos hereditarios).

3.1.2- Fase de la pre-adolescencia y de la adolescencia

Después de la fase de latencia se inicia un periodo muy importante para el


desarrollo psicosexual, que Freud llama de la genitalidad. Estamos en tomo al tiempo de
la preadolescencia, y la afectividad - sexualidad del preadolescente está en gran
efervescencia, mientras atraviesa un periodo marcado por tres fases.

• Autoerotismo (y narcisismo)

Amor e interés están totalmente replegados sobre sí mismo, en una actitud en gran
parte narcisista. La atención en el propio cuerpo y en sus cambios, un cierto
«egocentrismo intelectual, como lo llama Piaget, y las primeras experiencias afectivas son
el signo de un nuevo modo de ponerse ante la vida, caracterizado por un interés inédito
en la propia persona, siempre más al centro de la situación.

Probablemente por este motivo, es posible que en tal periodo, el joven inicie cierta
práctica masturbatoria, como intento de explorar el propio cuerpo y sus reacciones, como
reacción a cierta tensión, como cerrazón autosuficiente dentro de sí ante el esfuerzo de
algunas relaciones, como búsqueda de gratificación, o como intento de reaccionar a un
fracaso, como expresión del propio poder sobre su cuerpo. Como se ve, pueden ser, y
son en efecto, tantas las motivaciones del gesto masturbatorio, y ni siquiera conectadas
con la búsqueda del placer genital-sexual, más aún, el acto es muchas veces seguido por
un mal gusto doloroso, y ciertamente no resuelve ningún problema. Aún así tal gesto
puede convertirse en hábito y resistir enormemente a los intentos del sujeto de liberarse.
Al contrario instaura en el sujeto una tendencia a cerrarse en sí mismo y no buscar
soluciones más adultas a los problemas de los que nace el impulso masturbatorio.

Justamente en tal sentido se podría hablar de masturbación de modo impropio,


como de todo lo que, poco a poco, cierra y encierra a la persona dentro de sí, y la hace
cada vez más autosuficiente, no la hace sentirse responsable del otro, y le impide
reconocer lo que ha recibido y continúa recibiendo de los otros... En síntesis, no existe
sólo la masturbación física, sino también la intelectual o moral o incluso religiosa, como
expresión de una actitud egocéntrica o narcisista, con un yo que gira perdidamente en
tomo a sí mismo, sin encontrarse nunca, porque la identidad nace de la relación, lo
positivo del yo viene del amor recibido. Precisamente, este es el problema del narcisista
quien, como Narciso en el mito griego que no se deja querer por Eco, en realidad no es
un individuo privado de afecto, sino

a) uno que termina por rechazar el afecto, no lo aprecia, lo considera perecible,


porque lo querría perfecto y sin mancha, o quisiera pruebas y confirmaciones
siempre nuevas, y por tanto no le basta, quiere siempre más, no cree, no se fía...,

b) o quizás no reconoce ni aprecia ese afecto porque es... totalmente gratuito, él no


ha hecho nada para merecerlo, no es fruto de sus fatigas o conquistas, de algo que
él ha merecido, y ésta es como una ofensa para uno que piensa haberse hecho
por sí mismo, para uno que no tiene que agradecer a nadie y en realidad le teme a
la intimidad...
c) de hecho al narcisista le falta la libertad afectiva para amar y dejarse amar,
porque le faltan esas dos certezas anteriores (de haber sido amado y de estar en
condiciones de amar);

d) por lo tanto, la vocación del narcisista, es a menudo engañadora, justamente por


estas características de aparente autonomía respecto al otro y de heroísmo y
protagonismo respecto a la elección de la vocación. La auténtica vocación está
hecha, sobre todo, de agradecimiento por el amor recibido, como una elección que
no está ligada a los propios méritos.

Precisamente por esto es fundamental que el joven pueda recorrer su historia con
la ayuda del educador, para reencontrar en ella, cualquiera haya sido la
experiencia en la familia de origen y junto con los inevitables momentos y
componentes negativos, los signos de un amor recibido, de personas sin duda
imperfectas, pero en todo caso mediaciones misteriosas del amor del Eterno. Un
amor que es tanto más grande cuanto más acepta las mediaciones imperfectas e
inadecuadas para comunicarse con la criatura. Un amor que, en último análisis, es
la fuente de aquellas dos certezas estratégicas que fundan la libertad afectiva.

• Homoerotismo (y rechazo del otro, diverso de sí)

En un segundo momento de su desarrollo el preadolescente entra en una fase en


la que asume un enorme relieve el grupo de coetáneos pertenecientes al mismo sexo; por
varios motivos que le permitan una mejor inserción social y puntos de referencia más
precisos para la propia identidad. El riesgo es, que el sujeto se bloquee en esta
identificación y aprenda a relacionarse sólo con aquellos que piensan como él y que
permanezca para siempre pegado a una cierta relación «incestuosa» o a un cierto
«cordón umbilical» (grupo, raza, clase social, grupo o movimiento eclesial, partido
político...), conflictualizando la diversidad y pretendiendo homologar todo y todos a sí.
Según Fromm la persona orientada en sentido incestuoso (a cualquier nivel) no es capaz
de amor auténtico, sino sólo de afecto animal, de aquel que él llama, con expresión un
poco colorida y quizás excesiva, «Calorcito del establo».

De por sí no hay ningún interés de tipo homosexual por lo menos como motivación
originaria, pero el frecuentar constantemente este tipo de relación puede suscitar
fantasías, deseos y dudas en este sentido. Pero no se puede excluir totalmente una
salida en tal sentido, sobre todo, en el caso de una eventual experiencia, a lo mejor súbita
y repetida, de este tipo, y al interior de una cultura, como la actual, que ha asumido
respecto a la homosexualidad una actitud muy permisiva.

Es evidente que las experiencias repetidas depositan en la psiquis una memoria


afectiva que hace cada más sensible al sujeto a un cierto reclamo, pero en este caso, no
se podría hablar de homosexualidad estructural que caracteriza siempre, en la práctica, el
sentir del individúo, sino sólo de una homosexualidad intervenida más adelante en el
desarrollo y por tanto con un pronóstico mejor.

Se debe estar muy atento al respecto, porque a menudo jóvenes que se


encuentran en esta fase se sienten homosexuales o temen serlo y son invitados por
alguno o por el clima cultural a manifestarse de acuerdo a lo que sienten y a gratificar una
cierta exigencia de relación, terminando por llegar a ser verdaderamente homosexuales.
Quizás cuantos homosexuales, no lo son verdaderamente o habrían podido haber sido
ayudados a tiempo a clarificar y clarificarse26 ¡Creo sinceramente que la primera caridad
es la de la verdad!

• Heterosexualidad (y acogida del otro -diverso de sí)

Cuando el individuo es ayudado a recorrer serenamente estas dos primeras fases


sin detenerse ante las nuevas tareas evolutivas, entra progresivamente en la fase del
encuentro heterosexual. En tal fase, ubicada hacia el fin de la preadolescencia y al inicio
de la adolescencia, el individuo pasa de la atracción sexual indiferenciada a la preferencia
por un tipo particular y, finalmente a la elección de una persona determinada.

Inmaduro, de este punto de vista, sería, en cambio, quien parece no saber ir más
allá de la fase de una vaga atracción sexual indiferenciada y no logra nunca involucrarse
en una relación con una dependencia afectiva con una persona particular, o que
multiplica relaciones indefinidamente, desarrollando una dependencia afectivo – sexual
que le impide entregarse para siempre a una persona (=de enamorarse) y lo hace
incapaz de tener bajo control el propio impulso afectivo - sexual.

Es necesaria una cierta atención en el discernimiento vocacional, porque no está


excluido que personas que no saben ir más allá de las atracciones sexuales
indiferenciadas y temen, de hecho, la entrega de sí a otro, puedan nutrir veleidades
vocacionales, quizás para no admitir ante sí mismos (y ante los otros) tal incapacidad.
Más raro, pero no imposible, es el caso del «don Juan« que para resguardar su
exuberante instinto sexual se le pone la idea de llegar a ser...don Juan. Sobre todo, no es
imposible que la eventual motivación vocacional esté, en parte, e inconscientemente
condicionada por esta inquietud interior y de la consiguiente pretensión ingenua.

Otras formas de inmadurez, que tocan de alguna manera la patología, son las
actitudes defensivas respecto a la sexualidad y a involucrarse en relaciones
interpersonales que llevan al individuo a alcanzar formas indirectas de gratificación de un
incontrolado instinto sexual, y se manifiestan bajo varias formas de gratificación
compensatoria (o vicaria), no a través de la relación interpersonal, en otras palabras, a
través de objetos e instrumentos sustitutivos (pornografía, voyeurismo, fantasía
desenfrenada, Internet, ...), todas formas, a través de las cuales, no hay relación con la
persona concreta o la relación es sólo objetual y parcial.

En este sentido podría ser útil el llamado «análisis de la mirada», como primera
señal del tipo de relaciones interpersonales o del fenómeno tan frecuente en la cultura
actual, de la separación entre sexo y amor con las consecuentes percepciones parciales.
La mirada parcial es:

- la mirada erótica, mirada parcial que ve sólo las «partes interesantes» del otro/a, y lo
faena o lo «hace pedazos» como si fuese un objeto (no importa si es sólo en la mente o
en el sueño), tomando y llevándose cuanto le place y botándolo, después de haberlo
exprimido:

- la mirada superficial que ve únicamente la apariencia, y en base a ella juzga y condena,


rechaza o ata a sí, sin saber tener alguna amabilidad intrínseca27;

26
retomaremos más adelante este importante punto.
- la mirada mirón-consumista que se aferra y «roba» del otro sólo lo que le sirve para
satisfacer la propia curiosidad adolescente, o llenar el propio vacío, lo consume y quema
al instante, para volverse después a otro lado, a otra cosa que robar-consumir, siempre
con la misma mirada furtiva;

- la mirada narcisista, típica de quien en el otro pretende reflejarse y ve sólo y siempre a


sí mismo, e incluso, finge querer y enamorarse, pero en realidad no sabe amar a nadie, ni
menos a sí mismo;

- la mirada adúltera, de quien sueña y consuma, en el secreto del corazón, amores


prohibidos y engañosos, y pretende ser fiel sólo porque su adulterio está oculto, no
confesado y sólo en el deseo (frustrado);

- la mirada pornográfica, mirada mezquina de quien no tiene el valor de vivir la relación


con la persona real y viviente, teme al encuentro o se avergüenza de la trasgresión, y
entonces reduce a la persona a un pedazo de papel, de alguna manera en su poder, y la
virtud se transa entre ley y observancia, y se contenta y se compensa así, entre lo
escuálido y lo mísero... 28

27
Como los escribas y fariseos que llevan a Jesús a la mujer «sorprendida en flagrante adulterio» (es decir, a la vista de todos y es
tratada como adúltera, como objeto apetecible y juzgada y condenada después por su comportamiento), por el contrario. Jesús «ve»
con mirada global, se niega a condenar, mueve a todos a mirarse dentro, y toma y hace tomar de ésta mujer su positividad («Yo
tampoco te condeno, anda y no peques más).

28
A. Cencini, Por Amor, con Amor, en el Amor. Ediciones Sígueme, España, Salamanca, 2001, 4a Edición, Págs. 159 ss.

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