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ARQUIDIÓCESIS DE CALABOZO

VICARÍA EPISCOPAL PARA LA PLANIFICACIÓN PASTORAL


INSTITUTO DE TEOLOGÍA PARA LAICOS
“MONSEÑOR RAMÓN DE JESÚS LORETO RODRÍGUEZ”
SECRETARÍA ACADÉMICA

CURSO NIVEL ASIGNATURA HORAS LAPSO CRITERIOS


1. Conocimiento. 1
2. Comprensión.
3. Aplicación.
Teología Metas del 4. Análisis.
Introductorio 6 -
Kerigmática kerigma 5. Síntesis.
6. Evaluación.

OBJETIVO GENERAL DE LA ASIGNATURA


Valorar la importancia del kerigma en el conocimiento de la fe
ESTRATEGIA DE
CONTENIDO
MÓDULO FECHA EVALUACIÓN Y
PROGRAMÁTICO
PONDERACIÓN
1. Asistencia 25% (5 puntos).
1. Metas de las 2. Actividades 75% (15 puntos).
8º -
exhortaciones.

METAS DEL KERIGMA

Estas metas significan una renovación y reavivamiento de los Sacramentos de la Iniciación Cristiana:
Bautismo y Confirmación, para desembocar finalmente en la Eucaristía en la comunidad eclesial.

Incorporados a Cristo por el Bautismo, se constituyen como Pueblo de Dios. Marcados en la


Confirmación con el don del Espíritu, de tal manera son configurados con el Señor y llenos del
Espíritu Santo que, llevando su testimonio al mundo, conducen al Cuerpo de Cristo a su plenitud.
Participando finalmente en la Asamblea Eucarística, comen la carne del Hijo del hombre y beben su
sangre para recibir vida eterna y expresar la unidad del Pueblo de Dios.

Aquellas palabras llegaron al corazón de los oyentes quienes preguntaron enseguida a Pedro y a los
demás apóstoles: "¿Qué tenemos que hacer hermanos? (Hch 2,37). La respuesta del Príncipe de los
Apóstoles explica claramente el dinamismo de todo auténtico proceso de conversión y de agregación
a la Iglesia. A la proclamación del Evangelio sigue la aceptación de la fe por parte de los
catecúmenos en virtud de la palabra que mueve los corazones. A la confesión de la fe sigue la
conversión y el bautismo en el nombre de Jesús, para la remisión de los pecados y para recibir la
efusión del Espíritu Santo. Por medio del bautismo los creyentes son agregados a la comunidad de
la Iglesia para vivir en comunión de fe, esperanza y amor.

Metas del Kerigma, (Hch 2, 38) Como Metas parciales se tienen cinco, necesarias todas, explícitas
y en orden. Conversión Adhesión a Jesús como Salvador Reconocimiento y aceptación de Jesús
como Señor Efusión del Espíritu Santo Adhesión a la Comunidad Cristiana

ITEL
Crecer en la fe para servir mejor
Teléfono: (0246)838.65.83 – Correo Electrónico: itel.secretaria@gmail.com
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Meta 1: Conversión: es decir, cambio interior y exterior.Primero interior, del corazón y de la mente,
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y después exterior, de vida, de actitudes, y de obras. Hechos 3, 19Cambio de corazón y cambio de
mente primero, y luego volverse de todo lo que separa de Dios. Supone volverse de pecado,
resentimientos y Obras de Satanás, para volverse a Dios.

Meta 2: Jesús Salvador Adhesión a Jesús como Salvador, invitándolo explícitamente a su corazón
y a su vida. Reconocerlo como único y suficiente Salvador Implica: Reconocer, aceptar, invitar,
confesar con los labios, consagración y entrega de la vida.

Meta 3: Señorío de Jesús Reconocimiento y aceptación de Jesús como único Señor: Implica:
Reconocer, Aceptar, Invitar y Confesar con los labios Consagración y rendimiento concreto en la
vida.

Meta 4: Espíritu Santo: Efusión del Don del Espíritu, como Poder de Dios para ser testigos
implica: Reconocer, Aceptar, Invitar, Entregar la vida, Abrirse a sus dones y carismas.

Meta 5: Integración a una Comunidad: Como fruto de una verdadera experiencia del Espíritu,
tomar la decisión de continuar el crecimiento espiritual integrado a una Comunidad cristiana. Sin
esto, no se puede hablar de una evangelización kerigmática exitosa Implica: Conciencia del llamado
y la importancia de formar parte de una comunidad, Tomar la decisión de integrarse a una
Comunidad y Expresarlo.

LA ADHESIÓN A JESUCRISTO COMO SALVADOR, ACOGIENDO EL REINO DE DIOS.

La finalidad primaria de la proclamación del kerygma no es conocer en detalle las verdades de la fe,
los ritos y las costumbres de la Iglesia, sino entrar en la fe, dar acceso a ella. Se proclama el
kerygma en vistas a la adhesión de una persona a la fe en Jesucristo. Es la acogida a la propuesta
de Dios y a su deseo de salvación (cf. Hch. 3,26; 4,12; 13,38-39).

Teniendo presente que Jesús y el Reino se identifican. No hay Jesús sin Reino, no hay Reino sin
Jesús.

La finalidad de la proclamación del kerygma es suscitar la fe en Jesús de Nazaret en cuanto


Salvador y Señor, de forma que tal aceptación se actualice en salvación y Vida para el creyente.

En el kerygma la adhesión a Jesucristo, es una opción de fe. Consiste en conceder confianza (fe) a
Dios que se nos manifiesta en su Hijo; es entrar en el Proyecto del Padre: el Reino de Dios.

La conversión inicial

La fe en Jesucristo debe ser seguida por la conversión a Él (cf. Hch. 11,21).

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Pertenece al anuncio kerygmático el llamado a la conversión. En el Antiguo Testamento este


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concepto de conversión ya era bien conocido; se expresaba con la palabra „shûb‟ que significa
cambio de camino, dejar el camino del mal y tomar el camino del Señor. Cambio de camino
(conversión) traduce algo bien concreto, como es propio del pensamiento semita.

Al anunciar la conversión en el mundo helénico, más intelectualizado, los autores del Nuevo
Testamento usan el término „metanoia‟, que significa un cambio de mentalidad. Es la conversión a
una verdad demostrada, más que algo intelectual o una adhesión de la razón.

Esa conversión que busca la proclamación del kerygma es la conversión inicial.

La finalidad del anuncio kerygmático es el cambio sustancial de la persona, colocando a Jesús vivo
como centro de la existencia y buscando la salvación solamente en Él. Es entrar en el planteo de
repensar el fundamento de la vida. No es una conversión sobre algunos aspectos de ella (conversión
moral), sino una conversión que apunta al eje de la vida que ahora comienza a girar alrededor de
Cristo (conversión religiosa). Por eso se la llama conversión inicial. Es la respuesta al anuncio del
kerygma, que lleva al abandono de cualquier tipo de ídolos, es la vuelta real al único Dios vivo y
verdadero, buscando la salvación solamente en Jesucristo. A esto se le llama “conversión”,
(“metanoia”): es un verdadero cambio de mentalidad.

La adhesión a Jesucristo implica un cambio de raíz de la opción fundamental, del proyecto de vida
que polariza la existencia de la persona.

Esta conversión inicial debe ser el fundamento de una conversión que nos lleve a sepultar al hombre
viejo y nos haga vivir como hombre nuevo. La catequesis deberá ayudar a esta manera de vivir,
llevando a cabo una de sus tareas: la Formación Moral, ya que “la conversión a Jesucristo implica
caminar en su seguimiento… inculcar en los discípulos las actitudes propias del Maestro.” (D.C.G.
85). La vida nueva del discípulo toca los valores fundamentales en donde se inspira su existencia,
los modos de pensar y de juzgar sobre su relación con la realidad, los hábitos morales, sus
relaciones concretas con los demás. Esta conversión, que es ante todo del corazón y de la mente,
no debe quedarse sólo en un cambio interno, sino que afecta a las relaciones de la persona con
Dios, con los demás, con la sociedad, con las situaciones, con la historia.

Se debe tomar conciencia de la dimensión eclesial, social y política de la conversión. Los cristianos
somos responsables de cómo se va construyendo la historia. La conversión implica un verdadero
compromiso en ser constructores del Reino de Dios.

Esta conversión, fruto de la adhesión a la persona de Jesucristo, desemboca en la confesión, como


reconocimiento de infidelidad al Proyecto de Dios, y en una petición de perdón y de reconciliación
con Dios y con la comunidad. Una manifestación eclesial de la conversión es el Sacramento de la

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Reconciliación, como signo eficaz de esa reconciliación, aunque este sacramento no es la única
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forma de celebrar eclesialmente la conversión y la reconciliación.

Como la conversión es obra de la gracia –porque en todo el anuncio kerygmático hay primacía de la
gracia– más que procurar convertirnos nosotros debemos dejarnos convertir por el Señor, dejarnos
convertir por el Reino de Dios. Debemos decir con el escritor sagrado: “Vuélvenos hacia ti, Señor,
y volveremos” (Lam. 5,21).

Reconocimiento del Señorío de Jesús

Después de reconocerlo y aceptarlo a Jesucristo como Salvador, el discípulo debe reconocerlo a


Jesús como el Señor de su vida, del universo y de la historia. Y debe consagrar a su señorío todas
las áreas de su vida.

En la primera comunidad cristiana el reconocimiento de Jesús como “Señor” era una auténtica
profesión de fe; así lo vemos en Rom. 10,9; 1 Cor 12,3; Col, 2,6; Ap. 19,16. Así lo había proclamado
el Apóstol Tomás (cf. Jn. 20,28) y Pedro lo predicaba en Pentecostés (cf. Hch. 2,36). El Padre ha
glorificado a su Hijo Jesucristo y merece el título de “Señor” (cf. Flp. 2,11).

El kerygma tiene como uno de sus objetivos hacerlo a Jesús „Señor‟, es decir, centro, dueño, cabeza
y jefe de toda nuestra vida. Y trabajar por la instauración del Reino de Dios para que Jesús sea
Señor del universo y Señor de la historia.

Efusión del Espíritu Santo

Pedro, en Pentecostés, ante la pregunta de la gente sobre qué debían hacer –después de haber
escuchado su mensaje– dice: “Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para
que le sean perdonados su pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch. 2, 38). Si al ser
interpelados por el anuncio creemos y nos convertimos de nuestros pecados, recibiremos la efusión
del Espíritu Santo.

Y el don del Espíritu obrará en nosotros lo que hizo en los primeros cristianos: nos dará la fuerza
para ser auténticos discípulos misioneros, construirá la comunidad, derramará los carismas
necesarios y dará el impulso misionero.

Integración a la comunidad eclesial

Concluye aquel relato de los Hechos de los Apóstoles de Pedro en Pentecostés: “Los que recibieron
su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil” (Hch. 2,41). Y a
continuación dice cómo era y que hacía la primera comunidad cristiana (cf. Hch. 2,42-47).

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Quien se ha adherido a Jesús y al Reino, se ha convertido a Él, lo acepta como Señor y recibe el
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don del Espíritu Santo, debe integrarse a la comunidad cristiana.

“No puede haber vida cristiana sino en comunidad” (D.A. 278 d).

“La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia… La fe nos libera


del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión. Esto significa que una dimensión constitutiva
del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir
una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con
el Papa” (D.A. 156). “Todos los bautizados y bautizadas de América Latina y El Caribe, a través del
sacerdocio común del Pueblo de Dios, estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la
Trinidad, pues la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria” (D.A. 157).

La comunidad es el lugar donde se vive el Reino de Dios. Es donde mostramos que todo lo que
anunció Jesús se puede vivir.

Las primeras comunidades cristianas que creyendo en Jesús vivían el Reino.

Los primeros cristianos vivían profundamente esta realidad, eran un testimonio viviente del Reino,
era una invitación en la que nos decían: „Vengan y vean‟.

La integración a la comunidad debe quedar bien clara en la proclamación del kerygma, porque de lo
contrario correríamos el peligro de generar cristianos “intimistas” con el Señor, pero sin un verdadero
compromiso comunitario.

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