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Mc 16,1-8
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Sa-
lomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada,
el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían
unas a otras: «¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?»
Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era
muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el
lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les
dice: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha re-
sucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a
sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le ve-
réis, como os dijo.» Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran
temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie
porque tenían miedo...
Las mujeres
Ellas fueron muy de madrugada para embalsamar a Jesús según la costum-
bre. Fueron preocupadas, por la piedra del sepulcro. A estas mujeres teme-
rosas Dios confiará la Palabra, la verdad de la resurrección. Ellas, que en
aquella época no eran tomadas en cuenta y cuya opinión tampoco valía, se-
rán las primeras mensajeras de la verdad del Resucitado. Dios confía siem-
pre en lo frágil y en lo débil a los ojos del mundo.
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Vigilia Pascual Parroquia Santa Beatriz
(04.04.2015) P. Ciro Quispe
Los discípulos
Los discípulos, en cambio, apenas sintieron la tremenda violencia que se
desplegaba en toda su maldad, mientras arrestaban al Maestro, no hicieron
otra cosa sino seguir su instinto. Escaparon. Fugaron para o pensando en
sobre-vivir. Estos que prometieron dar su vida por defenderlo (Mc 14,31).
Pero también las mujeres tuvieron que aprender de los planes misteriosos
de Dios, de lo que significa la presencia del Resucitado. Saldrán del sepul-
cro – cuenta Marcos – llenas de «temor y espanto»; llenas «de miedo» y
«no dijeron nada a nadie» mientras se iban. Así es como termina Marcos su
Evangelio, en forma dramática. Un tremendo final, invitando al lector, en
cierto modo, a ir más allá de las letras. Décadas después – dicen los estu-
diosos – un discípulo de Marcos completará este final fatal redactando de
nuevo el acontecimiento de la resurrección. Pero se debe subrayar que las
mujeres superaron aquel miedo inicial, pues sino no celebraríamos el miste-
rio de la redención que ellas experimentaron y proclamaron. Queda una
pregunta: ¿Quién es entonces el verdadero testigo de la resurrección?
El joven
Las mujeres, aquella mañana, cuando fueron al sepulcro, no encontraron a
un ángel – como dice Mateo – sino se toparon con un joven, «un joven ves-
tido con una túnica blanca y se asustaron». Es llamado así, de la misma ma-
nera que el «joven» del Getsemaní, que escapa dejando su túnica blanca, y
mostrando toda su desnudez. Es, en cierto modo, el mismo protagonista. Es
el discípulo. Es el catecúmeno, que leyendo Marcos se convierte en el
nuevo testigo de la resurrección. Esta vez no escapa. Está ahí para ser tes-
tigo del Resucitado. Ese joven ¡eres tu! Somos nosotros que hemos pasado
por la desnudez necesaria en nuestra vida, para admitir nuestra debilidad y
nuestros pecados frente a este Dios que es arrastrado por el odio de los
hombres y sin embargo nos ofrece su perdón, su misericordia.
Miremos de cerca entonces a este joven, que ha escapado por miedo al es-
cándalo de la cruz y que ahora está ahí sentado junto al sepulcro vacío para
anunciar que Jesús ha resucitado.