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TEXTO 1
Bonnie Tyler regresa. Va a Eurovisión. Tiene 61 años pero podrían ser 215 ó tres siglos,
hay ninotsque parecen más naturales. Al margen de lo musical, que nadie le niega su arte a la
galesa, su imagen actual es, como poco, inquietante. Un extraño cruce entre la nariz de Heather
Locklear en sus buenos años, la lozanía facial de Emma Bunton (a.k.a. la Baby Spice), las cejas
en fuga ascendente al estilo Jocker y un cuello que deja mucho desear. “La veo con un mal
hecho, lo que llamamos en acento circunflejo, labios recauchutados y unas manos envejecidas
que restan credibilidad a su aspecto”, sentencia la Doctora Cristina Villanueva: “Proyecta una
imagen incoherente entre la edad que parece tener su rostro y la de su escote”.
No es de extrañar que con este plantel el que Gwyneth Paltrow reconozca en el Daily Mail a sus
40 años “no haber pasado por quirófano aunque sí ‘haberse quitado un par de años con el láser
Thermage” provoque cierta sorpresa. Tanto más el que asegure “prefiero envejecer como las
actrices francesas: cigarrillo, copa de vino y simplemente, disfrutar de la vida”. Debe de ser de
las pocas. En Hollywood les va bañarse en la marmita de botox y aniquilar cualquier arruguita
de expresión. Por pequeña que sea.
Y aquí entra la labor casi de psicólogos de los profesionales de la medicina y la cirugía estética.
“Es trascendental explicar al paciente qué se puede y qué no se puede hacer. Y también cómo va
a quedar inmediatamente después.
Por ejemplo, los autotransplantes de grasa para rellenar arrugas o crear volúmenes en
pómulos dejan una hinchazón del rostro de entre uno y cuatro meses hasta que queda
implantada la grasa definitivamente”, el Dr. Miguel Chamosa, presidente de la Sociedad
Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE). “Durante ese tiempo la paciente
tendrá el rostro más o menos deformado y ha de tenerlo en cuenta, por ejemplo, si lo hace para
una boda o para una gira promocional. En un lipofilling facial solo sobreviven el 31,8% de las
células grasas transplantadas, el resto morirá. De ahí esa hinchazón inicial que se estabiliza
hacia el cuarto mes”.
Los peores, según relataba recientemente a RNE el Doctor Cristino Suárez, , “son los que te
vienen con una foto de otra persona. Yo puedo arreglar sobre un rostro pero no soy Dios.
Yo no puedo crear una cara nueva para que un paciente se parezca a un actor. Cuando te
piden eso en realidad hay un problema psicológico”. Claro que siempre habrá un cirujano que
tire de bisturí o de botox con tal de complacer a la paciente y cobrar por el servicio. “Cada
paciente a la que opero es una obra que yo firmo y prefiero negarme a firmar una obra que no
será armónica. El ideal de la cirugía estética ha de ser el canon clásico, el equilibrio
teniendo en cuenta además la etnia con la que trabajas. Los labios o la nariz caucásica no
son como las mediterráneas. Si traspasas esos límites el resultado es valleinclanesco. Para
ejemplo, Michael Jackson”, comenta Chamosa.
Al margen de los límites éticos, ¿existen límites médicos? “En el botox se recomienda no
superar las dos aplicaciones al año. Y te encuentras a pacientes que se hacen la ronda por
varios centros intentando engañarte diciéndote que se lo puso hace mucho cuando no es así”,
señala Villanueva.
En lo que la mayoría de los profesionales coinciden es en que es mejor prevenir con cosmética
antiedad y tratamientos no invasivos como el botox o el hialurónico para reducir arrugas y
mejorar la textura de la piel. “El botox no es malo. Muchas veces en la consulta una paciente
se te niega en banda porque mira lo fatal que le queda a Fulanita. El problema es que la que lo
lleva bien no se nota y la que lo promociona es aquella que ha abusado tanto que tiene cara de
velocidad”, asegura Villanueva.
(¿Jóvenes o recauchutadas? Los limites del bótox’, Salomé García, El País, 17/04/2013)
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TEXTO 4
TEXTO 5
Adiós, 'glamour'
Ahora que al mundo del cine lo acusan de repetitivo, de insustancial, de vivir a costa
de remakes, de comedias tontas y de explosiones, llamaradas y toda clase de efectos especiales,
no dejo de pensar en lo que fue el mundo de las estrellas hasta hace apenas treinta años, quizá
menos. Porque lo cierto es que las llamadas estrellas de la pantalla han desaparecido del
firmamento del cine. ¿Qué estrellas? Bien, estoy pensando en actores como Cary Grant, James
Stewart o John Wayne, o en estrellas como Ava Gardner, Audrey Hepburn o Lana Turner. La
verdad es que nadie les exigió ser grandes actores o actrices, aunque unos lo fueran de verdad y
otros se limitaran a repetir su personaje. De hecho ha habido grandes actores (Charles Laughton,
por ejemplo) que no alcanzaron la popularidad o el gancho de las estrellas, pero eso era
sencillamente porque las estrellas eran otra categoría y lucían como tales por encima de
cualquier otra consideración.
La verdad es que aquél era un mundo de una falsedad total en el que nadie era lo que
parecía, pero también es cierto que sólo unos cuantos seres de origen humano entre muchos
miles alcanzaron la categoría de estrellas. Y si alguien me pregunta qué tenían esos elegidos que
no tuvieran los demás, sólo les puedo responder con una palabra: glamour.
Por lo general, las estrellas de hoy se caracterizan por ser efímeras o por ser sustituibles. Un
año resulta ser la reina de las pantallas Cameron Díaz y cuando ya la tienes localizada resulta
que ahora la reina es Jennifer Anniston; y apenas unos meses más tarde la reina es una tal
Angelina Jolie, pero luego abres el Tentaciones de la semana siguiente y resulta que la que
manda es la hija de Goldie Hawn, que ya ni me ha dado tiempo a enterarme de cómo se llama.
Los tiempos cambian, qué duda cabe, y también cambia la velocidad de crucero de los
acontecimientos. Los músicos o los actores responden a necesidades simples, a representaciones
inmediatas. No hay dos Lou Reed, pero hay centenares de Britneys Spears, y por eso son tan
fugaces; hoy todos los ombligos van al aire. ¿También cambian los sueños? Las estrellas, los
mitos, responden a deseos y originan sueños. El culto actual a la velocidad, a la prisa, al logro
urgente, favorece el intercambio urgente, pero no permite el tiempo de reposo que necesita un
símbolo para conformarse; quizá tenga que ver con la diferencia que existe entre un modelo y
un espejo: el primero es un resumen de ejemplaridad, del orden que sea; el segundo se limita a
reproducir nuestra imagen.
No diré que confundo a Gwyneth Paltrow con Cameron Díaz, pero sí diré que, más o
menos, me da lo mismo una que otra. La diferencia es escasa, el repertorio también y la imagen
responde a un mismo estereotipo. También era un estereotipo la rubia, pero ¡vaya si se
distinguía a Lana Turner de Marlene Dietrich! El problema está en que las estrellas eran
símbolos y aun mitos, y las estrellitas actuales son chicas y chicos en todo semejantes a los
espectadores que les contemplan. ¿Democracia? ¿Igualitarismo? Me temo que la razón es el
puro ejercicio de la compraventa. 'Cómprese a sí mismo' vienen a decirte. ¿Y las estrellas qué
eran si no? Pues lo mismo, en efecto, pero tenían glamour, que es lo que no tenían los
espectadores.