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MINISTERIO
Las páginas de la Biblia son avivadas por el poder de Dios, son el vehículo que Dios eligió para
revelarse a los seres humanos y dar sabiduría para salvación eterna (2 Ti. 3:15). Por lo tanto, la Palabra
de Dios no puede ni debe ser aburrida. Si lo está siendo, entonces hay un claro problema sistémico ya
sea en la forma en que el lector la está leyendo, o peor aun, la persona no tiene al Espíritu Santo de Dios
(Jn. 14:16; 1 Co. 2:14).
Jonathan Edwards escribe: “El principal beneficio obtenido a través de la predicación es la impresión
que se tiene en la mente del oyente en el momento de la predicación, y no necesariamente en el efecto
que trae después de la predicación al recordar lo que fue dicho”. Así que una predicación aburrida será la
receta para una inevitable y muchas veces irrevocable anemia espiritual en el cuerpo local de la iglesia.
Cualquier predicador puede caer en la rutina de predicar y, sin darse cuenta, comenzar a predicar
sermones cada vez más tediosos y repetitivos. ¿Qué se puede hacer para remediarlo? ¿Cómo predicar
sermones que semana a semana impacten la vida de los oyentes? Aquí algunos consejos sencillos.
Permite que el Espíritu Santo te transforme al ser el primer oyente de tu sermón. No prepares sermones
“para las personas”, sino transmite compasivamente lo que Dios te enseñó primero a ti. Sé honesto y
examina tu vida para ver si realmente estás meditando en las Escrituras (Sal. 4:4), y si ellas te están
transformando. No pretendas cambiar a las personas con tus palabras, eso siempre será tristemente
frustrante. Solo Dios puede transformar vidas. Pero lo que sí puedes hacer tú es vivir una vida de
integridad, y de transparencia, obedeciendo lo que estudias y aplicando lo que aprendes (2 Co. 7:2). Sé el
primero en reconocer que necesitas la predicación de la Palabra.
Jesús nos da el modelo y patrón para nuestra predicación. Nuestra predicación no debe ser ambigua,
diluida con filosofías vanas y humanistas (Ti. 3:9). Una predicación directa es un mensaje con un
particular propósito en mente, con una meta en vista, y que se comparte a la audiencia con la autoridad
dada por Dios a los mensajeros del evangelio. ¡Es un mensaje de poder! En las palabras de Pablo: “No
me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree” (Ro. 1:16).
Sé claro en tu mensaje, sé valiente en tu postura, sé ávido en tu hablar, y sé directo con tus oyentes,
porque el mensaje es plenamente claro.
Cuando Jesús dice en Mateo 4:17, “porque el reino de los cielos se ha acercado”, se refiere a la llegada
de Cristo a la tierra tal y como había sido prometida por los profetas (Miq. 5:2). Así que la predicación
de la Palabra tiene que ser Cristocéntrica ya que el mensaje de la Biblia gira en torno a la persona y obra
de Dios Hijo. Pedro predicaba: “Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de
Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch. 2:38).
La predicación de la Palabra debe ser un emocionante relato de cómo el hombre puede ser rescatado,
sostenido, transformado, y perseverado hasta ver a Jesús. La predicación de la Biblia debe ser
apasionadamente energética porque el mensaje de salvación en Cristo es el elemento más crítico que el
ser humano necesita. Y esto no solo para incrédulos sino también para creyentes por igual.
4. Escúchate a ti mismo
Una forma práctica de evitar la predicación aburrida es escucharte a ti mismo. Si te es difícil escuchar tu
propio sermón porque lo encuentras sin dirección, sin sentido, y francamente, aburrido, entonces puedes
saber que tu audiencia tiene el mismo problema que tú. Escucharte predicar ya sea por audio, o mejor
aun, verte por video, te ayudará a percatarte en qué áreas estás fallando. Muchas veces el problema es la
falta de estudio y preparación. Esto se refleja en la repetición de frases, en la falta de cohesión en las
ideas, en la confusa introducción, o en una conclusión deficiente. Escucharte a ti mismo te ayudará a
identificar palabras que están siendo de distracción a los oyentes y que obstruyen la fluidez de tu hablar.
Te ayudará a darte cuenta si es que te hace falta mayor variedad de vocabulario, o si estás ocupando
palabras que son demasiado técnicas o difíciles de entender.
Lee cuidadosamente en las predicaciones de Jesucristo. Mira la sencillez con que exponía los grandes
temas de la salvación. Examina la manera en que se comunicaban los profetas y los apóstoles. Lee a
aquéllos que han tenido un impacto piadoso en la causa del evangelio. Hazlo un hábito. Lee libros
técnicos, libros teológicos, libros prácticos, libros de autores reformados, puritanos, y autores del siglo
XIX, así como autores contemporáneos que te ayudarán a tener un informado entendimiento de la
homilética y de la predicación que es usada por Dios. Lee libros que te enseñen a predicar mejor. Sé un
estudiante de la predicación.
Así que esfuérzate en ser un expositor de la Palabra de Dios que no dañe la credibilidad de la Biblia por
la falta de preparación y pasión al momento de predicar. Ten un temor santo de Dios. Que como Pablo,
en cada ocasión que te levantes a predicar puedas decir con una consciencia pura: “Por tanto, conociendo
el temor del Señor, persuadimos a los hombres” (2 Co. 5:11). Recuerda: tú eres solamente el mensajero.
Pero ser “solamente” el mensajero quiere decir ser un mensajero convencido del mensaje y enamorado
de tu Señor. Cuando hables de Dios comunica sus palabras, y que nadie te quite la emoción de proclamar
al Rey que es sobre todos los reyes y Señor sobre todos los señores.
IMAGEN: LIGHTSTOCK.