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Roccatagliata
(Coordinador)
La Argentina:
Geografía General Y
Los Marcos Regionales
AUTORES
Dr. Juan A. ROCCATAGLIAT A(Coordinador). Profesor de la Universidad de Buenos Aires y
de las Universidades Nacionales de La Plata y Tandil; asesor y consultor de organismos
gubernamentales y no gubernamentales. Profesor titular del Instituto del Servicio Exterior de la
Nación. Asesor· técnico de la Presidencia de la Nación.
Prof. Dr. Enrique BRUNIARD: Profesor titular y director del Instituto de Geografía de la
Universidad Nacional del Nordeste.
Miembro de número de la Academia Nacional de Geografía.
Prof. Dr. Ricardo CAPIT ANELLI: Director del Instituto de Geografía de la Universidad
Nacional de Cuyo y profesor titular de la mencionada Universidad. Miembro de número de la
Academia Nacional de Geografía.
Prof. Dr. Federico A. DAUS: Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.
Ex presidente de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos.
Miembro de número de la Academia Nacional de Geografía.
CARTOGRAFIA: La cartografía fue realizada por la profesora Lic. Mónica García Profesora
titular ordinaria en la cátedra Geomorfología de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
HOMENAJE
ÍNDICE
Palabras preliminares............................................................................................................................ 8
Prefacio.......................................................................................,........................................................10
Introducción. Visión de conjunto de un país nuevo.
Dr. Juan A. Roccatagliata....................................................................................................................12
PRIMERA PARTE
7 Comercio e intercambio
Prof. Lucía L„ Bortagaray………………………………………………………………....300
6
SEGUNDA PARTE
1. Regionalización
Dr. Juan A. Roccatagliata…………………………………………………………….. . . . 331
TERCERA PARTE
PALABRAS PRELIMINARES
"Algunas regiones de América fueron conocidas con apelativo fijo y estable, des de
los días iniciales del descubrimiento o de la conquista, como el Perú, Brasil y Chile,
pero otras; y entre ellas la Argentina, no llegó a tener designación alguna fija, perenne y
aceptada por las gentes de aquende y allende del Atlántico, hasta muy entrado el siglo
XIX. Lo más curioso es que una sección de la Argentina la más lejana y la todavía
menos poblada, gozó de una denominación propia desde los primeros tiempos, y ella
sólo varió accidentalmente, ya que, si unas veces se le denominó Patagonia o Tierra
Patagónica, otras veces se decía Tierra o la Región de Gigantes, pero en uno y otro caso
la toponimia era sustancialmente la misma, pues era la Región de los Patagones o
la Región de los Gigantes Patagones, pobladores otrora, según se creía de las zonas
australes de nuestro país.
Pero, ¿cuál era el apelativo de la región, situada al norte de la Patagonia y al sur del
Trópico de Capricornio? Sólo en épocas muy cortas se dio a esta zona de la América
Meridional el apelativo de Tierras de Solís, de Tierra Argéntea, Tierra de Tucumán,
Parte del Perú y Colaoprovin, esto es, Provincia de Colao, y sino la región, ciertamente el
curso de agua que llamamos Río de la Plata, se llamó Uruguay, Mar de Wolís, Paraná y
Paranaguaco, corrupción sin duda de Paranaguazú.
Pero de los muchos nombres con que fue conocida otrora lo que es hoy la
República Argentina, queremos detenemos en tres de los mismos, por haber sido uno de
ellos el primero de los nombres con que se conoció el Río de la Plata, y probablemente
también las tierras vecinas, y por ser los otros dos los que han perdurado más.
Aunque dimos a conocer en 1933, y nuevamente en 1962, cuál fue la más
antiguo de los nombres argentinos, parece que pocos tienen idea de que el curso de agua
que ahora llamamos Río de la Plata, y es de suponer que también por la extensión, las
regiones adyacentes, se llamó en la época precolombina o presolisiana Río de Aos, esto es
Río de los Lobos Marinos, o Río Lobería. Es aun menos sabido que la Argentina se llamó
Chica, denominación que fue bastante general durante toda una centuria, desde
mediados del siglo VI hasta mediados del XVII, y que no desapareció del todo hasta
muy entrado el siglo XIX.
Hay una tercera denominación preargentina, de la que sólo tienen noticia las
personas muy conocedoras de la historia colonial, y de la que nada saben gentes en
general, siendo así que ella prevaleció desde mediados del siglo VI hasta mediados del
siglo XIX; todavía en 1841, cuando la Confederación Argentina o de las Provincias del Río
de la Plata era el nombre oficial; de la Argentina se seguía llamándose Paraguay a estas partes
de nuestro continente ... "
"Todavía a fines del siglo XVlII y principios del XIX lo que es hoy la Argentina
carecía de nombre propio, ya que si el Paraguay era una de sus partes, Tucumán, Cuyo,
Río de la Plata eran también partes o secciones, sin que hubiese, como acaecía con
Chile y con Brasil, una designación que comprendiera todas las diversas zonas o
regiones, y aun después de 1810 los nombres con que era conocida la República
Argentina se fueron sucediendo: Provincias del Río de la Plata, Provincias Unidas
del .Río de la Plata, Provincias Unidas de Sud América, Provincias Unidas del Río de la
Plata en Sud América, y aunque en ,1826 se habla oficialmente de la Nación Argentina, y
en 183l, y también en forma oficial, de la República Argentina, predominaron los
apelativos Provincias Unidas y Confederación . Aun más: en 23 de setiembre de
1860 se : declaró que de ahí en adelante, indistintamente, los nombres de Provincias
9
GUILLERMO FURLONG S. J.
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PREFACIO
La obra que se presenta pretende ser una síntesis de los rasgos dominantes de la
conformación geográfica de la República Argentina, concebida a través de los dos enfoques
tradicionales de la ciencia geográfica: el general y el regional.
Las transformaciones que en nuestra ciencia se vienen produciendo desde la década del 50
han dado por resultado ciertas mutaciones en el pensamiento geográfico en sus aspectos
teóricos, pero sobre todo en los metodológicos; en las técnicas de trabajo y en el tratamiento de
los contenidos.
En consecuencia se hace necesario encarar, desde estas perspectivas, una renovada geografía de
la Argentina que analice, bajo los conceptos y los procesos integradores en los que la ciencia
geográfica pone énfasis, la perspectiva espacial, en lo concerniente a la organización general
del espacio y 1a estructuración de los sistemas regionales.
En este contexto LA ARGENTINA, GEOGRAFIA GENERAL y LOS MARCOS
REGIONALES, se ha diseñado pensando en los destinatarios de la misma. Es así como se ha
escrito dirigida al estudiante universitario de geografía y de otras disciplinas que en sus planes
de estudio incluyen materias destinadas al análisis de la geografía argentina. También está
dirigida a los docentes de enseñanza media, que tantas veces en cursos y seminarios nos
hicieron notar sus necesidades en la materia. La obra en sí será de suma utilidad también a los
estudiosos en general de las ciencias sociales, consultores y a todos los que desean interesarse
por conocer uno de los aspectos más significativos de la Nación, como lo es la conformación y
la organización geográfica de su territorio.
Destinada a esos lectores, la obra ha sido diseñada pensando en lograr una síntesis integradora
a partir de ciertas dominantes.
En los últimos años se ha acrecentado notablemente la diversidad informativa,
metodológica y la de los temas estudiados. Parece que ello debería haberse reflejado en un
aumento de trabajos y manuales, pero no ha sido así.
Existen obras clásicas altamente meritorias y otras de más amplia difusión a modo de
Atlas que incorporando modernas técnicas como las derivadas de las imágenes satelitales,
constituyen permanente fuente de consulta sobre el conocimiento geográfico de la Argentina.
A su vez, en los últimos años la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos, viene
publicando todos los trabajos que anualmente presentan los autores participantes de los
Congresos Nacionales de Geografía.
De igual forma y con no poco esfuerzo, se difunden los boletines de Institutos
Universitarios como los de Cuyo, Buenos Aires, Nordeste, Comahue y Tucumán.
Otras publicaciones obedecen a Institutos del CONICET y organismos no gubernamentales
preocupados por los problemas territoriales.
Finalmente debe destacarse la publicación de los Anales de la Academia Nacional de
Geografía, conteniendo los principales trabajos y disertaciones de sus integrantes.
Pese a todo esfuerzo, se consideró necesario contar con un texto en el cual se desarrollará
una visión integral de la Geografía Argentina, de fácil acceso al interesado. Esta necesidad es la
que pretende cubrir la presente obra.
Esta se divide en tres partes. La primera atiende a lo que la tradición geográfica Física, la
Humana y la Socioeconómica.
La segunda, está referida al Análisis Regional y la tercera más breve, a la problemática e la
Geografía Prospectiva.
En el marco de la Geografía Sistemática se pasará revista a la conformación del sistema
político territorial, los ambientes naturales del territorio argentino, las etapas de ocupación, la
geografía de las formas económicas y de los asentamientos, la población y el poblamiento, los
recursos naturales, la producción global, alimentos, energía, industria y servicios, el sistema
urbano, las redes de transportes y comunicaciones, el comercio y el intercambio.
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Los marcos regionales, segunda parte de la obra, se encarnan a partir de un breve análisis
del concepto y el método regional, las discusiones en su torno y la validez del enfoque regional
para interpretar y explicar la conformación regional argentina. En ese contexto se presentan
divisiones regionales alternativas de la Argentina atendiendo a los principios de uniformidad y
funcionalidad.
Luego se desarrollan las diferentes regiones como sistemas abiertos y a partir de un
dominante organizadora, la que se traduce en la denominación de las regiones.
Finalmente la tercera parte, incluye un trabajo en el cual se ensayan algunas reflexiones
sobre la crisis, el cambio económico y las políticas de ordenación territoriales, es decir una base
para repensar la organización geográfica del territorio argentino.
Así concebida la obra, tanto en sus obras generales como en los regionales, no se han
seguido un ordenamiento lineal, sino que se hacen valer ciertas dominantes a partir de las
cuales se organiza el desarrollo de los diferentes temas. Esas dominantes se traducen en ciertas
hipótesis de trabajo que serán presentados en la introducción y a partir de las cuales se
desarrollan los respectivos temas.
En su tratamiento se han tenido en cuenta las actuales tendencias del pensamiento
geográfico, en lo atinente a teorías, métodos y técnicas, incorporándolas en la medida de las
necesidades, pero descartando un tecnicismo no propio de un texto de esa naturaleza.
En función de ello, se ha considerado que una visión integrada de la Argentina desde la
perspectiva geográfica, debería tener en cuenta tres enfoques , de otros tantos subsistemas que
interacciona entre ellos conformando ese conjunto denominado sistema territorial.
El primer enfoque hace al sistema natural con una concepción ambiental, el segundo al
sistema de asentamientos, sus vínculos y organización socioeconómica, el tercero a los sistemas
regionales.
Debe destacarse que se ha tratado de mantener la unidad de la obra en su conjunto, al
mismo tiempo que se ha respetado la pluralidad de ideas y de enfoques de sus autores,
geógrafos en su totalidad, con la sola excepción de de un economista, pero precedentes de
escuelas de pensamientos diversas y con percepciones especificas en función de su lugar de
residencia y de su tarea académica.
El último párrafo está destinado a los autores. A la coordinación de esta obra le ha parecido
oportuno que la misma fuera realizada por un amplio equipo académico, con el fin de
introducir la especialización temática, la variedad metodológica, la pluralidad de ideas y las
experiencias específicas. Todo ello dentro de un marco compatible. En consecuencia se acudió
a geógrafos de trayectoria ampliamente reconocida, con residencia en diferentes regiones del
país, todos ellos profesores universitarios e investigadores. Junto a la experiencia de los
geógrafos maduros se incorporó a un grupo de jóvenes profesores universitarios e
investigadores que están trabajando con pie firme en la vieja ciencia de Estrabón.
En o concerniente a los marcos regionales se ha preferido que cada región sea tratada por
los especialistas locales o aquellos que han dedicado gran parte de sus trabajos a dilucidar los
respectivos problemas regionales.
En síntesis, la experiencia madura y la juventud creativa se han conjugado para un trabajo
en conjunto.
El lector tiene en sus manos la 2da. edición de esta obra. La misma ha sido corregida y
actualizada hasta donde al momento de su reimpresión se disponían de datos provisorios del
censo de 1991 homologables para todo el país.
En los diferentes capítulos los autores han incorporado algunas consideraciones sobre la
evolución de cada problemática tratada en los últimos años como así también sus tendencias.
El usuario de esta obra podrá ir incorporando su propia actualización con los nuevos
datos del censo de 1991, como de los procesos de mutación en los que nos vemos inmersos los
argentinos en el comenzó de la década.
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INTRODUCCIÓN
JUAN A ROCCATAGLIATA
Los tiempos que corren son propios de aquellas etapas históricas en la vida de los
pueblos donde es necesario recurrir a la inteligencia creativa, a las ideas lúcidas, a la
percepción objetiva de la realidad y, por cierto, a las acciones concretas que permitan
encontrar nuevos rumbos para la vida de la República.
En ese sentido se han formulado planes económicos sociales que permitan revertir la
situación de postración a la, que se hiciera referencia y permita retomar la senda del
crecimiento y el bienestar compartido.
A comienzos de la década del 90 una serie de procesos de cambios políticos,
institucionales, ecónomos y sociales, conmueven al país. Por otro lado, el mundo aparece
también encaminado a una nueva reorganización e integración de los países por bloques.
Esto lleva a decir que estamos pasando de la concepción del Estado-Nación a la
Nación-Región.
Buena tarea le aguarda a la Geografía Social y Económica por un lado y a la Geografía
Política por el otro, en la dilucidación de estos procesos de cambio dramático en la vida de las
naciones, como lo definiera Peter Draker.
No menor será la tarea de la Geografía Física y Ambiental ante los nuevos desafíos. El
concepto de desarrollo sustentable está marcando una nueva etapa en las relaciones entre medio
ambiente y desarrollo. En 1992 se llevará a cabo una conferencia internacional sobre el tema,
de la que participará la Argentina.
El lector, especialmente el geógrafo deberá seguir atentamente todo este proceso de
cambio, tanto a nivel nacional como intén1acional. Sus estudios investigaciones, críticas y
propuestas serán a no dudar fundamentales en los tiempos que corren.
En nuestra Argentina son muchos los problemas que nos ocupan y preocupan, en
momentos en que se trabaja con consensos y con disensos en una profunda reformulación del
modelo socioeconómico y político del país.
Reforma del Estado, descentralización, transferencias al sector privado de actividades y
servicios, desregulaciones, transición productiva, apertura económica e integración regional,
entre lo que se destaca el Mercosur, aparecen como las acción de mayor envergadura .
Todo ello en el marco de una crisis estructural muy aguda, más aún por los sucesivos
ajustes económicos, que están llevando constantemente a una disminución del nivel y calidad
de vida del hombre argentino, marginando amplios sectores de la sociedad, sobre todo los de
mayor fragilidad socioeconómica.
También se resintió el sistema de relaciones entre la Nación y las Provincias,
postergando proyectos y volviendo a poner sobre la mesa de discusiones, la problemática de la
propiedad de los recursos naturales, la coparticipación de impuestos, las regalías y los ajustes.
Por todas estas razones el momento que vive la Argentina es crítico y culminante,
hecho que también acaece aún con diferentes matices y grados de criticidad en los demás
países de la región.
Si bien es cierto que todo lo explicitado no es geográfico en sí, al menos en la
concepción tradicional de la disciplina, debe reconocerse que tiene implicancias geográficas
fundamentales. Es así, en la medida que el territorio constituye el soporte de todo este proceso,
influyendo y siendo influido.
En efecto el subsistema ecológico-ambiental, el de asentamientos humanos y los
subsistemas regionales, recibirán el impacto de las mutaciones y actuarán corno condicionantes
de éstas.
Probablemente asistiremos a una nueva etapa en la organización del territorio.Aparece-
rán actividades que se moverán bajo otros patrones de localización. Ello modificará la
dinámica de los movimientos, con nuevos procesos de difusión e interacción espacial.
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1.1.1 Etimología
La palabra territorio procede del latín territorium y su equivalente castellano aparece entre los años
1220-1250, derivándose del latín terra.
El diccionario académico de nuestra lengua indica que la palabra territorio, en su primera
acepción, significa «Porción de la superficie terrestre perteneciente a una nación, región, provincia, etc.»
En términos generales la definición es correcta es bien en nuestro caso debe aplicarse a un Estado.
Por su parte, el diccionario de ciencias sociales (Del Campo, c. a. 1976: 1045) señala que
«puede hablarse de un territorio en un sentido antropológico-cultural y por lo tanto psicológico-
cultural, político, jurídico, etc. y en un sentido biológico, apoyándose el primero en el segundo». El
territorio se añade— «es la parcela geográfica que sirve de hábitat exclusivo a un grupo humano a un
grupo animal o individuo". La condición de exclusivo se menciona porque el individuo o el grupo tienden
a mantener celosamente su derecho a habitar y explotar esa área geográfica sin interferencias por parte
de otros individuo» o de otros grupos.
En lo que atañe al concepto de superficie terrestre incluido en esa definición, puede puntualizarse
que en la moderna ciencia geográfica se aplica a la parte externa de nuestro planeta Tierra y a la parte
inferior de la atmósfera. Se trata, en consecuencia, de una superficie tridimensional, con un espesor que
se refiere a la posible actividad humana habitual: el vuelo de aviones en el caso de la atmósfera, una
perforación petrolera en el caso de la litosfera.
El concepto de territorio es válido para numerosas especies de animales. El instinto territorial ha sido
minuciosamente estudiado por diferentes autores arribándose a conclusiones muy importantes en el
dominio de la etología en lo referente a los nichos que las distintas especies ocupan en la naturaleza, la
competencia entre los animales, etcétera.
Así como ocurre en las especies animales, el hombre tiene también sus límites territoriales. Los
etnógrafos, por su parte, han demostrado que pueblos con escaso desarrollo cultural –a veces
calificados como «primitivos»– también han tenido y tienen un agudo sentido de propiedad territorial y
han explicado que las luchas entre los grupos o tribus vecinos generalmente reconocían como causa una
cuestión relacionada con el dominio del territorio.
En la actualidad se habla de los «mecanismos de territorialidad», un concepto nuevo recientemente
introducido en el estudio del comportamiento humano. En términos generales se sostiene que
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las aves y los animales, así como el hombre, poseen una característica o rasgo genético que produce la
necesidad de definir un «área doméstica» o «territorio» cuya defensa, a través de los derechos a
repeler intrusos, es respetada y llega codificada. En las áreas urbanas, los grupos sociales también
definen en numerosas oportunidades sus territorios, y si bien muchos de ellos están vagamente
delineados, ocasionalmente se levantan barreras defensivas; de la misma manera, en lugares
residenciales de nivel elevado en muchas partes del mundo se toman medidas para evitar el ingreso de
personas no deseadas.
Cabe señalar, en consecuencia, que desde los pueblos más primitivos hasta las sociedades más
avanzadas han ejercido un sentido de propiedad territorial que se fue agudizando con el devenir
histórico. El hombre se ha vinculado siempre con el territorio que lo ha acogido. Ya el geógrafo alemán
F. Ratzel desarrolló el concepto de «Lebensraum» o «espacio vital» al referirse «al elemento en
que respira el cuerpo político y en el que, a impulso de las leyes de la naturaleza, se expande y
crece para convertirse así en parte inseparable del organismo vivo del Estado» (Weigert, 1944:108). Si
bien los conceptos vertidos por este geógrafo han sido puestos en tela de juicio en numerosas
oportunidades, puede señalarse que la noción de «espacio vital» ha sido de uso habitual en numerosas
ciencias.
Podemos concluir señalando que el territorio es la primera e inmodificable condición para la vida y
que la naturaleza de la base territorial afecta en muchos sentidos a la estructura social de la co-
munidad, su desenvolvimiento y sus modos de vida.
Para concluir, diremos que por todo lo dicho queda suficientemente desacreditado el empleo del
término «espacio» en reemplazo del de territorio. Asimismo, cabe señalar que el territorio indica la
tierra donde están sepultados nuestros ancestros, nomina la tierra en que vivimos, otorga una na-
cionalidad; por todo ello cabe puntualizar que el territorio integra el concepto de patria. Sanguin
(1981:55) ha señalado que el concepto de patria «es más bien un sentimiento local generador de
emociones profundas; es la experiencia íntima de lugares y el sentido de la fragilidad del bienestar... Es
hasta cierto punto una especie de sueño individual donde se encuentran esquematizadas e
idealizadas las cualidades del pasado, del presente y del futuro de la tierra cotidiana». Como ha
señalado .J. A. Roccatagliata (1982) «un pueblo con su historia y tradición se proyecta y arraiga a su
territorio y forma con él algo indivisible ». Cualquier intento de mutilación territorial implica agredir
el cuerpo mismo del Estado; de ahí el concepto de integridad territorial.
Todo Estado está integrado por tres elementos ineludibles: el territorio, el pueblo y la organización
jurídica que lo estructura. Algunos tratadistas consideran que existe un cierto componente: la finalidad.
Es necesario, ahora, abordar el concepto de nación dado que en algunas oportunidades se lo
considera equivalente a pueblo y en otras como sinónimo de Estado.
La nación es el conjunto de personas que pertenecen a la misma etnia, que hablan la misma lengua,
que profesan la misma religión y que poseen un pasado común, se trasunta en su vida cultural,
costumbres, forma de vestir, idiosincrasia, etc.). En algunos casos se encuentran dispersas por el mundo
(caso de la nación gitana), por lo que no constituyen en forma exclusiva el pueblo de ningún Estado en
particular sino que integran parcialmente numerosos pueblos.
En algunos casos el concepto de nación es equivalente a pueblo y ello es así cuando el pueblo de
un Estado es lo suficientemente homogéneo como para permitir esa sinonimia. En este sentido es
habitual, por ejemplo, la referencia a una «nación francesa »
En otros casos se hacen sinónimos los conceptos de nación y de Estado y ello reporta confu-siones
pues un Estado puede estar formado por varias naciones (caso de Suiza y de la URSS).
En nuestro país es habitual la identidad entre nación y Estado —como veremos de inmediato, pero
nosotros, en este escrito, preferimos utilizar la palabra nación sólo para referirnos a las personas que
constituyen un grupo homogéneo aunque no habiten en el mismo Estado.
La expresión «Estado nacional», de uso reiterado, puede considerarse como manifestación de que
existe una evidente amalgama entre los elementos que constituyen un Estado, que es el resultado de
una larga maduración histórica, como señala Sanguin ( 1 9 8 1 : 5 8 ).
1.2.1 El territorio
El territorio del Estado, en el que se asienta la población y desarrolla la vida, es la base física
esencial de aquél y determina en cierto sentido sus características.
En primera Instancia, el territorio perteneciente al Estado comprende una parte de la superficie
emergida de nuestro planeta sobre la que aquél ejerce soberanía. En consecuencia, debe existir por
parte de los demás Estados un reconocimiento tácito, de esa soberanía para que sea efectiva. Esa parte
de nuestro planeta puede ser una parcela de un continente, un archipiélago, una porción de una isla,
etcétera.
En segunda instancia, constituyen el Estado porciones de las superficies y de las masas
oceánicas y de las áreas sumergidas, si se trata de uno con acceso al mar. En tercera instancia, el hecho
de ejercer soberanía sobre una parte de la superficie del planeta adiciona a todo Estado una porción del
espacio aéreo y otra del espacio cósmico. En cuarta y última instancia pertenece al Estado el cono
del globo terráqueo definido por todos los radios terrestres que tocan los puntos que constituyen sus
confines y alcanzan el centro de la Tierra.
Por todo lo manifestado consideramos que el territorio de un Estado no es un plano, sino una
superficie que posee espesor, es decir, tiene tres dimensiones. Ese espesor se extiende desde el centro
de la Tierra hasta el infinito y varía permanentemente en relación con los distintos movimientos
que, realiza nuestro planeta en el espacio astronómico.
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1.2.2 El pueblo
Concebido como la totalidad de los habitantes o población, el pueblo es el acervo más precioso
de un Estado. Todo lo que a él se refiere debe constituir, en consecuencia, una preocupación preferente
de los gobernantes.
Asimismo, cabe señalar que la población en la vida de un país no se desarrolla como algo
meramente, material—una estructura—sino que tiene un alma que es el impulso vital. Éste impulso le
permite al Estado enfrentar con mayor o menor éxito problemas relacionados con la disponibilidad
de recursos, un territorio reducido, la existencia de vacíos de población, o presiones de-
mográficas significativas o sea que está en relación directa con el éxito en vencer los desafíos de la
historia.
Refiriéndonos al conocido trabajo de J. Gottman The significance of territory (1973) podemos
manifestar que la actitud de los habitantes respecto del territorio ha tenido siempre un interés
fundamental en la geografía. El territorio aparece como una noción material y espacial que esta-
blece los vínculos entre la política, el pueblo y el marco natural. La función primordial del territorio
consiste en definir las relaciones entre la comunidad y su hábitat, por un lado y entre la comunidad y
sus vecinos, por el otro.
Q. Wright (1948:3.9) señalaba que los cambios de población, como los cambios de clima,
descubrimientos geográficos y geológicos, invenciones técnicas y sociales influyen en gran medida en
el comportamiento político de los Estados, pero cuanto más «civilizados» son los pueblos menos
determinantes resultan tales factores. Por su parte, A. L. Sanguin (1981:39) indica que son siete los
parámetros cualitativos que definen políticamente a los habitantes del territorio: cultura, educación,
salud, raza, lengua, religión y espíritu nacional.
En suma el Estado es la manifestación de los habitantes del territorio en organizarse espa-
cialmente; es ahí donde surge el concepto de territorialidad y el de sentimiento de pertenencia como el
señalado apego de los habitantes hacia el medio en el que desarrollan sus actividades.
1.2.3 El gobierno
El tercer componente del Estado es la organización jurídica, a veces reconocida como «orga-
nización política», «gobierno», «estructura institucional», etc. La organización jurídica hace refe-
rencia a los múltiples elementos que regulan permanentemente los deberes y los derechos de
todos y cada uno de los habitantes de un Estado, enmarcando al mismo tiempo su funcionamiento
como
Los distintos Estados representan organizaciones políticas emanadas de una comunidad que se
dota a sí misma de un sistema de gobierno para –entre otros aspectos– preservar el bienestar y la
seguridad de los habitantes, mantener la integridad territorial del Estado, permitir que los indi-
viduos puedan satisfacer sus necesidades espirituales, intelectuales, etcétera.
El sistema de gobierno da origen a una gran variedad interestatal, teniendo esto último con-
notaciones en el ordenamiento territorial y en la conformación de los diferentes paisajes políticos.
También debe destacarse la importancia y trascendencia de la capacidad económica de todo Estado
ya que posibilita orientar las inversiones públicas, de acuerdo con políticas específicas, hacia los
sectores económicos o regiones del Estado en los que se crea conveniente o aconsejable llevarlas a
cabo, bien para una mejor explotación y movilización de los recursos existentes, bien para una
progresiva integración territorial.
La finalidad o razón de ser del Estado constituye su cuarto y último componente y se refiere a las
normas éticas y a los propósitos que le dan sentido y gu ía n la acción de sus gobernantes está
integrada por los fines supremos del Estado, o sea las aspiraciones e ideales históricos del pueblo,
destinados a colmar las esperanzas colectivas de la comunidad. Esta finalidad está expresada ge-
neralmente en Constituciones según enunciaciones formales como las siguientes: paz y prospe-
ridad; pan y libertad; orden y progreso; libertad, igualdad; seguridad y bienestar; felicidad del pueblo
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y grandeza de la nación etc. En otras palabras, representan las exigencias que el pueblo le plantea al
Estado al precio de su lealtad. En la República Argentina esas aspiraciones supremas están indicadas
en el preámbulo de la Constitución.
A pesar de estar ignorado en mucha literatura de geografía política, el concepto de razón de ser no
constituye un pensamiento nuevo. F. Ratzel definió al Estado como una sección de tierra y una
sección de humanidad organizadas en una unidad singular en términos de una idea distintiva y
particular; O. Maull, por su parle, discutió el concepto con cierta profundidad en su Politische
Geographie (1925) y más tardíamente R. Hartshorne (1940; 1950; 1954), L. K. D. Kristof (1967), R.
Muir (1979)) y A. L. Sanguin (1981) se han ocupado del tema. R. Hartshorne, en su trabajo del año
1954, ha puntualizado que cada Estado debe buscar para entregar a su pueblo un propósito o
propósitos específicos disantos de los formulados en otros Estados, según los cuales todas las
clases de personas de todas las diversas áreas de la región se identificarán con el Estado que los
contiene dentro de un área organizada. Este concepto de complejo de propósitos específicos en cada
Estado ha sido llamado «idea de Estado» por los autores seguidores de Ratzel y por otros «razón de
ser» o justificación del Estado.
A. L. Sanguin (1981) diferencia la idea de Estado de la razón de ser del Estado, indicando que
esta última deriva de la primera, es decir, que la razón de ser deviene una concepción moral y
filosófica del destino del Estado y de su misión en términos de teleología humana universal. La idea
estatal ayuda al pueblo a poseer una imagen de sí mismo, de aquello que es y de aquello que será.
Salvo algunas pocas excepciones, todos los Estados contemporáneos reconocen antecedentes
históricos que les otorgan validez. En otras palabras: los Estados no son productos de generaciones
espontáneas o de aleatorios procesos de azar, sino que hunden sus raíces en la historia, veces muy
profundamente.
En lo que atañe a la República Argentina es indudable que sus raíces se encuentran en la acción
político-administrativa cumplida por España en las Indias, que en la parte de América que nos
interesa, había organizado un virreinato constituido por ocho intendencias y cuatro gobiernos mi-
litares, con el fin de poner coto a las expansiones territoriales del actual Brasil.
Los sucesos ocurridos en Europa a principios del siglo XIX resquebrajaron, de distinta manera, la
estructura establecida en América por España. En mayo de 1810 en Buenos Aires, como es sabido,
se designa una Junta para que gobierne al Virreinato del Río de la Plata en tanto se mantuviese la
situación de acefalía en Madrid. Distintos sucesos llevaron a la declaración de independencia de los
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territorios que componían ese virreinato, que reciben nueva denominación y pasan a constituir una
república. Se ha aventurado, recientemente, una interpretación distinta de este proceso según la cual la
República Argentina no sería –en el tiempo y en espacio– la legítima heredera del Virreinato del Río
de la Plata (Menéndez, 1982).
Lo concreto es que desde Buenos Aires se gobierna, ciertamente con algunos escollos y tro-
piezos, el territorio que constituía el virreinato. Esta situación quedó convalidada por el congreso
reunido en Panamá en 1826 (ratificado por el congreso interamericano reunido en Lima en 1847) en el
que se decidió que los países americanos que entonces surgían a la vida política autónoma debían
aplicar el principio del uti possidettis, es decir, que debían mantener los territorios que los integraban
al momento de declararse independientes. La fórmula jurídica completa es uti possideatis
ita possideatis (como poseéis seguiréis poseyendo).
Esa es, en consecuencia, la definición histórica del territorio argentino en su solar o tronco inicial.
Distintos estudiosos han tratado de establecer con precisión los límites del Virreinato del Río de
la Plata, pero siempre se han encontrado con dificultades insalvables, en términos generales es
correcto manifestar que se extendía desde un lugar que pertenecía entonces al gobierno militar de
Moxos, al Norte de la actual Bolivia, hoy en poder del Brasil, hasta el cabo de Hornos o, si se quiere,
hasta la isla Diego Ramírez Era bioceánico pues poseía costa sobre el Atlántico y sobe el Pacífico.
Lo integraban, asimismo, las islas Malvinas y las denominadas An tillas australes en mérito a
lo acordado en la convención de Nootka Sound (1790), por la cual el Reino Unido se comprometió a
no levantar ningún establecimiento al Sur de las costas ocupadas entonces por España. La extensión
territorial del virreinato puede estimarse en 5.000.000 de km2.
Para entonces —principios del siglo XIX— el mar territorial se extendía hasta un tiro de cañón y
nada se pretendía con respecto a los fondos oceánicos. La Antártida era poco conocida y estaba
teóricamente sometida a las estipulaciones de Tordesillas, a lo establecido en las bulas papales y a lo
acordado en la mencionada convención de Nootka Sound.
En la actualidad el Virreinato del Río de la Plata ha desaparecido como entidad jurídica y como
unidad territorial. En su lugar existen cuatro países (Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay) y
algunos trozos integran las repúblicas de Chile y del Brasil. Sin embargo más de una vez se ha
enfatizado sobre la necesidad y conveniencia de reconstruir esa magna unidad territorial, pero cabe
pensar que tales propósitos son irrealizables en la actualidad. El tronco común quizá sea un buen
acicate para alcanzar una cálida hermandad y una efectiva complementación en varios órdenes.
La historia explica el proceso de desintegración o desmembramiento del otrora magnífico
virreinato, que es posible añorar, pero de todos modos ese proceso debe usarse como «advertencia de
lo por venir» –como señalaba Cervantes con respecto a las preocupaciones territoriales que aquejan
hoy a nuestro país y que abordaremos más adelante en este mismo capítulo.
25
La porción americana del territorio argentino está constituida por la parte emergida del conti-
nente americano que se nos reconoce como propia a nivel internacional por ser legítimos herederos
del Virreinato del Río de la Plata. Se trata, por cierto, del solar patrio.
Esta porción limitada,en los tramos correspondientes, por los límites internacionales con
Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay y por la línea de las más bajas mareas en fachada. Se extiende
-en sentido Norte, Sur- desde la confluencia de los ríos Grande de San Juan y, Mojinete (a 21°46'
de latitud Sur), en la provincia de Jujuy, hasta el cabo San Pío (55°03'30" Sur).
26
En la Tierra del Fuego este punto meridional es una consecuencia del tratado de límites acordado
con Chile en I984.
Complementan este territorio emergido las masas de agua contiguas que revisten el
carácter de «aguas interiores», sobre las cuales la soberanía argentina es absoluta. Se
encuentran en tal condición la parte del Río de la Plata que nos corresponde y las partes
interiores de numerosos golfos atlánticos.
Con respecto al Río de la Plata debe recordarse que nos corresponden, con jurisdicción exclu-
siva dos franjas según lo establece el tratado de límites acordado con el Uruguay en 1973.La
primera franja, de dos millas marinas de ancho, se extiende desde el paralelo de Punta Gorda hasta
la línea imaginaria que une punta Lara (Argentina) con Colonia (Uruguay); desde esa misma línea
imaginaria hasta el límite exterior del río (acordado con el Uruguay en 1961) se extiende la segunda
franja de siete millas marinas de ancho. Asimismo debe tenerse presente que corresponde a la
República Argentina la parte del lecho y del subsuelo del río en cuestión definida por 23 puntos que
sirven para determinar las jurisdicciones respectivas de los dos países ribereños. Dado que la su-
perficie de ese río sui géneris ha sido calculada en 30.212 km2 (Argentina, Derrotero, pág. 52) debe
adicionarse la mitad, aproximadamente, de esa superficie al patrimonio territorial argentino.
Con respecto a las "aguas interiores" correspondientes a los golfos San Matías, Nuevo y San
Jorge y a otros senos menores —materia en la que existe suficiente consenso internacional—
debe puntualizarse que nuestro país se ha expedido en el asunto por medio de la ley nacional
17.094, promulgada en 1967, pero deben establecerse las "líneas de base" pertinentes que
definan con precisión esas aguas interiores. Al momento de redactarse estas páginas se
encuentran en proceso de tratamiento en el Parlamento argentino dos proyectos de ley
—presentados por el señor diputado Jorge O Ghiano (Argentina. Cámara de Diputados de la
Nación, Diario de sesiones, 39a reunión, marzo 6 y 7 de 1986, pp. 7349 a 7.352)— que establecen
las líneas de base (tanto normales como rectas) que permitan precisar los espacios marítimos
sobre los que la Argentina ejerce soberanía absoluta, derechos de soberanía o jurisdicción
según corresponde de conformidad con el derecho internacional y con lo establecido en la
Convención del Mar.
Por todo lo expuesto, y teniendo en cuenta las apreciaciones que periódicamente proporciona el
Instituto Geográfico Militar argentino acerca de la magnitud del territorio nacional, consideramos
que la extensión deja porción americana emergida de nuestro país es del orden de 2.800.000 km 2
cifra que podrá ser ajustada cuando se disponga de información detallada sobre los sectores todavía
no precisados.
27
Con respecto a las masas Oceánicas —tercer elemento que constituye la porción oceánica
del territorio argentino—, la Convención del mar ha establecido las siguientes franjas a
partir de las líneas de base definías por el país costero.
a). el mar territorial, de 12 millas marinas de ancho donde el Estado costero ejerce sobe-
ranía con arreglo a lo dispuesto en la propia Convención y a otras normas de derecho
Internacional (art. 2);
b). la zona contigua, también de 12 millas marinas de ancho contadas a partir del término del
mar territorial en la que se podrán tomar las medidas de fiscalización necesarias para
prevenir infracciones a las leyes y reglamentos aduaneros, fiscales, de inmigración o
sanitarios (art. 33);
c). la zona económica exclusiva, de 200 millas marinas de ancho contadas a partir de las
líneas de base en la que el Estado costero tiene derechos de soberanía para la explo-
ración, explotación, conservación y administración de los recursos naturales (vivos y no vivos)
tanto de las aguas como del lecho y del subsuelo (art. 56).
Mas allá de la zona económica exclusiva (o «mar patrimonial») se extiende el «mar libre», o
sea, las aguas oceánicas que se encuentran fuera del control de cualquier Estado y que constituyen una
res communis reservada para toda la humanidad.
Debemos aclarar que la zona económica exclusiva no debe ser confundida con el «Mar Ar-
gentino» que aparece en algunos mapas oficiales argentinos, dado que en ese caso se trata de la masa
oceánica que se encuentra encima de la plataforma (mar epicontinental), generalmente li-mitada
por la línea de costa y la Isobata de 200m. Tal como se ha señalado en otra oportunidad (Rey
Balmaceda, 1979: 266), el mar epicontinental es una noción geográfica y oceanográfica que
ha perdido vigencia política desde la aprobación de la Convención del Mar.
Asimismo debe puntualizarse muy especialmente que la existencia del mar t e rrit o ri a l (a
veces denominado «mar jurisdiccional») no es impedimento para que los buques de cualquier
bandera gocen del derecho de paso inocente, entendiéndose por tal la navegación rápida e
ininterrumpida a través del mar territorial sin realización de actividad militar de cualquier naturaleza;
los submarinos debieran navegar en la superficie. La existencia de la zona económica exclusiva, por
su parte, no es impedimento para que en ella se realicen actividades de explotación de recursos vivos
por buques de otros Estados pero siempre con sujeción a las normas impuestas por el Estado
costero: conce-sión de licencias, fijación de cupos de captura, establecimiento de temporada de
pesca, definición de los aparejos a emplearse, etc.; la acción ilegal y depredatoria realizada por
buques de distintas banderas (de Chile, de Japón, de Polonia, de Taiwán, etc.) en la zona económica
exclusiva argen-tina ha sido motivo de acciones punitivas cumplidas por el gobierno argentino en
distintas oportu-nidades. Estos hechos demuestran palmariamente la urgente necesidad de que la
República Ar-gentina defina, con validez internacional, su zona económica exclusiva.
Según el Instituto Antártico Argentino, la zona económica exclusiva argentina alanza una
extensión total de 1.420.000 km2 incluyendo obviamente al sector que corresponde a
las islas Malvinas. Si agregamos las zonas correspondiente a las islas Georgias del Sur y Sándwich
del Sur ese total se acrecienta a aproximadamente 2.000.000 de km2 (Fraga,1983).
En otros trabajos (De Marco, 1978; Rey Balmaceda, 1979) han sido analizadas con profundidad las
cuestiones relativas al status jurídico de la Antártida Argentina: sólo podemos señalar que nuestro
país, por su posición geográfica, los antecedentes de índole histórica, la participación en la
participación en la exploración de Antártida y en el salvamento de expediciones extranjeras y sobre
todo por ser el único país que cuenta con una instalación sin interrupción desde 1904, tiene ad-
quiridos legítimos derechos a la posesión del sector antártico. Como ha señalado Fraga
(1978:228-9) los derechos argentinos se basan en todos los argumentos posibles e imaginables que
han servido de base para la adquisición de soberanía en el derecho internacional: descubrimiento,
exploración, intervención de la Armada, proximidad geográfica, continuidad geológica, herencia,
ocupación, actos administrativos, presencia y actividad.
La Argentina está integrada por las tres porciones descriptas anteriormente en lo que atañe a la
parte externa de la Tierra, pero con ello no se agotan sus posibilidades territoriales partiendo de una
consideración amplia del concepto de territorio.
Hoy en día, en efecto, se acepta universalmente que los Estados ejercen soberanía en el es-pacio
aéreo que se encuentra sobre sus respectivos territorios y así lo ha entendido nuestro país, que mediante
la ley 13.891 ha aceptado y convalidado un convenio concretado en Chicago en 1944 en tal orden de
ideas. Este convenio, empero, previo la posibilidad del paso inofensivo de las ae-ronaves civiles
extranjeras en los espacios aéreos nacionales pero en todos los casos sujeto a las normas impuestas por
el país subyacente.
La cuestión se ha complicado a partir del momento en que el hombre comenzó a utilizar el
espacio ultraterrestre. Al respecto se crearon en las Naciones Unidas comisiones que abordan el
asunto y la tesitura internacional que se ha impuesto es que dicho espacio es patrimonio común de la
humanidad y no podrá ser utilizado con fines militares. Una complicación accesoria surgió con la
posibilidad cierta de utilización -con fines comerciales o de otra naturaleza- de los
satélites geosincrónicos, sobre lo que existe honda preocupación internacional (Milia, s. f.).
Otra porción plausible del territorio argentino es la parte del planeta que en forma de enorme cono
está definida por los radios terrestres que pasan por los puntos extremos del territorio nacional
(incluyendo los correspondientes al margen continental hoy cubierto por las aguas oceánicas) y que,
obviamente, confluyen en el centro de la Tierra. Se trata, en consecuencia, de Un «cono de
soberanía» (Rey Balmaceda, 1979:137) que ya ha comenzado a ser explotado (por ejemplo, por
medio de las perforaciones petrolíferas y que no sabemos en qué medida podrá serlo en el futuro.
La actual división política de primer grado del territorio argentino en su porción americana
emergida reconoce antecedentes remotos. Fue entre los años 1813 y 1814, en efecto, que varias
ciudades adquirieron —en mérito a la acción desarrollada por sus respectivos cabildos— una plena vida
política y organizaron, con las áreas rurales, circundantes, las provincias iniciales, situación que
quedó consolidada al superarse la anarquía de 1820. Para entonces nuestro país estaba integrado por
las siguientes provincias: Buenos Aires, Catamarca, Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, La Rioja,
Mendoza, San Juan, San Luis, Santa Fe, Santiago - del Estero, Salta y Tucumán, agregán-dose Jujuy en
1834 al desprenderse de Salta. Son estas catorce provincias las que decidieron en el acuerdo de San
Nicolás (1852) organizar el país sobre una base federal, y es ésta la estructura política que rigió —
con el agregado de la Capital Federal en 1880- en el país durante más de un siglo.
El resto del territorio americano fue organizado en territorios nacionales —a Veces
denominados gobernaciones—, según lo establecieron la ley de 1884 y otras. Estas unidades
político-territoriales dependían en alto grado del gobierno nacional hasta que entre 1951 y 1955 adqui-
rieron —con excepción de la Tierra del Fuego— la condición de provincias, sumándose así a
las Catorce primeras. Surgieron entonces las provincias de Chaco, Misiones, Formosa, La
Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz.
Cabe manifestar que transitoriamente existieron otras unidades políticas en nuestro país. Tal el
caso de la gobernación de los Andes, creada en 1900 y desaparecida en 1943 al repartirse su
31
territorio entre las provincias de Salta, Jujuy y Catamarca, y el caso de la efímera Zona Militar de
Comodoro Rivadavia.
Actualmente la división política de primer grado de la República Argentina está definida por las
siguientes unidades:
El distrito federal, que es residencia de las autoridades nacionales. Se trata de la Ciudad de
Buenos Aires, que es la capital federal del país, de acuerdo con lo establecido en 1880
Sus límites definitivos fueron acordados en .1887;
Las provincias, que son veintitrés, pues la ley nacional 23.775 provincializó en 1990 el
último territorio nacional entonces existente. Posteriormente la legislatura de la nueva
provincia estableció el topónimo que la distingue: «Provincia de tierra del Fuego, Antár-tida
e islas del Atlántico Sur», manifestando que la provincia tiene los límites territoriales que por
derecho le corresponden, quedando encargada la Nación Argentina de resolver sobre las
áreas en conflicto o discusión.
En lo que respecta a la división política de segundo grado, o sea los departamentos (que por
razones históricas se denominan partidos en la provincia de Buenos Aires), debe señalarse que el censo
nacional efectuado en 1980 indicó que ascendían a 497.
La gran extensión de la República Argentina —octavo país del mundo por tal motivo— constituye
un aspecto de singular trascendencia no siempre adecuadamente considerado. En su porción americana
emergida la superficie de la Argentina asciende a casi 2.8 millones de km2, superficie que alcanza a más
de 3,7 millones de km2 si consideramos a las islas del Atlántico Sur y al sector antártico (965,000
km2 de tierras emergidas).
32
CUADRO N° 1
Integración y extensión del territorio de la República Argentina
(Cifras aproximadas en km2)
americana 2.800.000
del Virreinato del
emergida
Río de la Plata
EN LA PAERTE EXTERNA DE LA TIERRA
dispuesto en la
Convención.
Sometida a lo
dispuesto en el
Tratado Antárti-
Porción
965.000 4.064.283 4.064.283 co (Washington,
antártica
1959), vigente
hasta 1991.
Diferentes tipologías han sido propuestas a los efectos de calificar a los diversos Estados del
mundo en función de su extensión. Según N. Pounds (1972:35) a nuestro país le correspondería la
denominación de «Estado fuera de dimensión» por poseer una superficie entre 2.500.000 km2 y
6.000.000 km2; De Blij (1973: 38) le otorga el calificativo de «Estado muy grande» con una ex-
tensión superior a los 2.500.000 km2, mientras que A. Sanguin (1981:23) califica a la Argentina
como «Estado inmenso» En términos generales, estas tipificaciones dimensionales sirven úni-
camente para destacar las grandes diferencias pues se revelan subjetivas y relativas.
Evidentemente, para realizar comparaciones de niveles de magnitud debemos tener en con-
sideración la extensión de nuestro país reconocida mundialmente, o sea La de 2,8millones Km2. Pero
como propuesta en esta oportunidad, y de acuerdo con lo señalado pormenorizadamente en el acápite
anterior, presentamos el Cuadro N° 1 en el que puede advertirse la integración y exten-sión del
territorio de la República Argentina correspondiente a la parte externa de la Tierra.
Debe tenerse presente que no es posible sumar todas esas cifras por cuanto en algunos casos
existen superposiciones que lo impiden; es posible, en cambio, diferenciar un total para tierras
emergidas y otro para las masas oceánicas.
Cabe señalar que las cifras que proporcionamos con respecto a la extensión de cada una de las
porciones que constituyen el actual territorio argentino son aproximadas, a pesar de su carácter
oficial. Esto se debe, a nuestro entender, a que resulta imposible precisar la magnitud de cada una de
33
esas partes por cuanto no se dispone todavía de los elementos adecuados para lograr una
ponderación acuciosa. Por lo tanto, es posible que sucesivas publicaciones oficiales las modifiquen,
como ha venido ocurriendo hasta ahora, pero esos ajustes no vulneran las conclusiones básicas a que
arribamos en este trabajo. El mapa presentado anteriormente y el cuadro son buenos resú-menes de
nuestras ideas. La proposición que ambos implican debe interpretarse como un modesto aporte, como
una opinión geográfica.
Podemos señalar que la dimensión excesiva, así como la extremadamente reducida pueden
llegar a constituir problemas serios del sustento territorial de un Estado; sin embargo, en las ac-
tuales circunstancias; tras los progresos de las comunicaciones y de los transporte, la integración de
diferentes sectores, que en otros momentos pudo resultar problemática, no ofrece hoy dificul-
tades. En consecuencia, la vastedad territorial representaría una ventaja dado que ofrece ma-
yores posibilidades de contar con abundantes recursos que cuando no se dispone más que de
territorios limitados. A igualdad de otras condiciones, cuanta más extensión posea el territorio de
un Estado, mayor probabilidad tiene de albergar a una población numerosa y contar con
mayor gama de recursos naturales amén de la mayor facilidad para rechazar invasiones en pro-
fundidad. Por lo tanto, a mayor probabilidad de que el Estado sea próspero. Evidentemente, la
fuerza política de un Estado no se explica únicamente por la extensión de su territorio, sino también
por una población y una tecnología puestas al servicio de un dispositivo productor moderno.
A modo de complemento puede señalarse que la extensión de un Estado está íntimamente
vinculada con las posibilidades de control efectivo del poder central hasta la periferia del Estado y
hasta las partes más remotas del país; Por ello el gobierno debe apuntar a la integración de todos los
sectores del territorio que se encuentran rezagados al sistema de funcionamiento estatal, si bien los
Estados de grandes dimensiones consumen muchas energías para controlar su superficie nacional.
A mayor abundamiento, se indicarán a continuación los puntos extremos del territorio para
precisar, en consecuencia, la posición astronómica de la Argentina. Debe tenerse en cuenta que la
referencia se hará al plano convencional (plano del geoide) enmarcado por las coordenadas de
latitud y longitud dejando de lado, por ejemplo, el centro de la Tierra, que también es punto extremo
del territorio nacional. Dado que previamente hemos diferenciado tres porciones en el territorio
nacional, sería razonable distinguir los puntos extremos para cada una de ellas, pero esa tarea es
prácticamente imposible en lo que atañe a la porción oceánica pues se carece de las determina-
ciones básicas pertinentes.
En la porción americana se han diferenciado los siguientes puntos extremos en las tierras emer-
gidas:
Norte: confluencia de los ríos Grande de San Juan y Mojinete (21o 46' Sur),
Oeste: todos los puntos situados en el meridiano de 74° Oeste entre las latitudes de 60°y 90°
Sur,
Este: todos los puntos situados en el meridiano de 25° Oeste, también entre las latitudes de
60° y 90° Sur.
34
3.2 La forma
La forma, tanto horizontal como vertical, es un elemento que caracteriza al territorio de
un Estado. La forma horizontal –que es la que interesa a la geografía política– está configurada
por los límites internacionales; la forma vertical está definida por el relieve.
La forma horizontal de los Estados ha sido siempre un elemento de sumo interés en geografía y
merced a las técnicas cartográficas y a otros medios visuales se han forjado, con el correr del
tiempo, algunas calificaciones que exceden el marco local. Así es habitual la referencia a la «bota
italiana», al «hexágono francés»; a la «piel de toro» correspondiente al territorio español, a la «loca
geografía» de Chile, al «triángulo rectángulo argentino» a los «Estados fragmentados» con alusión
al Japón y a Filipinas, etcétera.
En el análisis de la forma del territorio estatal los modelos descriptivos han sido reemplazados
por una gran variedad de técnicas matemáticas; se han propuesto distintos índices y también es
habitual mostrar la desviación con respecto a la forma más compacta, o sea el círculo (i. a. Boyce y
Clark, 1964; Haggett y Chorley, 1969; King, 1969).
La. Argentina, en su porción americana emergida, posee una forma de triángulo rectángulo. El
cateto menor coincide en términos generales, con las líneas limítrofes que nos separan de Bolivia y
de Paraguay: el cateto mayor se extiende en el Oeste y se identifica con la vasta divisoria interna-
cional argentino-chilena; la hipotenusa, por su parte, se correspondería con el perímetro de la fa-
chada atlántica, de la marítima bonaerense, de la fluvial rioplatense y las líneas limítrofes que nos
separan del Uruguay y del Brasil. También se señala que nuestro país, en su porción americana no
marítima, tiene la forma denominada «alargada en latitud» (Ardissone, 1933), mientras que otros
consideran que posee una forma «apendicular» con franco predominio de la latitud sobre la longitud
con todas las implicancias que este hecho posee en la generación de variedades climáticas y de
recursos naturales diversificados.
La forma es ventajosa cuando no presenta entrantes o salientes notables: algunos autores
señalan que la forma ideal del territorio es la que proporciona el mayor grado de compacidad
(Sanguin, 19810, advirtiendo que muchos Estados han perseguido esa propiedad con gran celo y
aun a costa de muchas pérdidas humanas.
3.3 La posición
las relaciones económicas de nuestra nación con los mismos. La posición en el hemisferio Sur es
un factor favorable para la exportación de productos alimenticios perecederos gracias a la
refrigeración, como acontece con las frutas de clima templado, que maduran en el hemisferio Sur en
diciembre-mayo, época diferente de la producción similar en el hemisferio Norte. Esto explica la
fuerte exportación de alto valor y de gran capacidad de expansión futura ya que son contados los
países competidores y grande el mercado de consumo exterior.
En lo que atañe a la posición de la Argentina con relación al mar cabe señalar que nuestro país
presenta una fachada atlántica de singular extensión con una longitud aproximada de 4.497 km, de
los cuales 384 corresponden a la fachada litoral platense y 4.113 al litoral atlántico. Como ha se-
ñalado A. N. Pelegrino (1978:11) resulta obvia la trascendencia que para un país tiene el poseer un
litoral marítimo de la mencionada magnitud; bastaría para destacar su importancia cualquier
comparación con un país mediterráneo; pero la particularidad mayor estriba en que se trata de una
fachada atlántica, lo que supone una independencia y autonomía mayores, ya que estando en el
océano de las mayores líneas de comunicación mundial no debe deteriorar sus precios o bien
traficar por Magallanes y el Canal de Panamá, como lo hacen países americanos con frente al
Pacífico. Asimismo cabe señalar la importancia de los recursos naturales existentes en ese extenso
litoral marítimo, reserva alimentaria del futuro. La posición de nuestras costas, la superficie del
margen continental, los recursos energéticos potenciales mediante el empleo de la energía ma-
reomotriz y la posible actividad pesquera son algunos de los aspectos importantes derivados de
esta singularidad ideográfica de la Argentina.
En lo que atañe a la posición con respecto a las grandes rutas o vías de comunicación puede
señalarse que existen, a nuestro juicio, veinticuatro naciones que ocupan posiciones estratégicas por
hallarse directamente vinculadas con las líneas críticas de navegación o con los denominados
«chokepoints» oceánicos (Panamá, Paso de Calais, Gibraltar, Suez-Bab El Mandeb, Ormuz, Ma-
laca, Sonda, Tasmania, Torres, Drake, etcétera). Estos países se perciben como Estados que
poseen una cierta capacidad real, en el corto plazo, para ejercer controles sobre dichas áreas,
India, Indonesia, Sudáfrica, Egipto, Turquía, Chile, Somalia, Francia, España, Japón, Vietnam,
Noruega, Italia, Filipinas, Yemen, Nueva Zelanda, República federal de Alemania, Reino Unido,
Islandia, Corea del Sur, Panamá, Dinamarca, Taiwán y la Argentina conforman esa lista de na-
ciones. La proximidad de la Argentina al punto clave de comunicación interoceánica representado
por el estrecho de Magallanes Drake (Hoces) configura un aspecto de singular importancia para
nuestro país ya que esta «llave geopolítica» constituye un punto de comunicación no vulnerable al
poder de destrucción que puede manifestarse en el hombre como podría acontecer con el canal de
Panamá, único lugar de tránsito interoceánico restante en América. Cabe agregar que no consi-
deramos el tránsito posible por el «paso del Noroeste» por sus limitaciones climáticas.
En lo que respecta a la posición de la Argentina en relación con los escenarios de conflagra-
ciones mundiales desde 1945, puede señalarse que en términos generales la misma ha sido pe-
riférica puesto que la mayor parte de los conflictos interestatales o guerras clásicas —que pasan del
centenar en el período 1945-1983, ya se trate de conflictos importantes, secundarios o de inter-
venciones puntuales según la clasificación de Chaliand y Rageau, 1984:47)- han sucedido en su
mayoría en Asia y África. La guerra entre nuestro país y el Reino Unido por las islas Malvinas
(1982) constituye el conflicto interestatal más importante que protagonizó nuestro país en los
últimos tiempos.
Cabe puntualizar que también podrían analizarse otros aspectos de interés, como los rela-
cionados con la posición de la Argentina en relación, con las súperpotencias, con las zonas
crónicas de catástrofes, con las áreas epidémicas y endémicas del mundo, etcétera, aspectos que
36
La cohesión interna, por su parte, es «un rasgo ínsito de la naturaleza del territorio, de su re-
lieve, de sus sistemas hidrográficos, de su contorno y del dispositivo de regiones que torna indis-
pensables o necesarias las relaciones recíprocas» (Daus, 1978:14-5). Los ríos navegables con-
fieren grandes facilidades para entablar comunicaciones que son base de vida general. Induda-
blemente para nuestro país, el río Paraná y su sistema —que enlaza cuatro regiones
geográficas distintas— conllevan a la cohesión interna, así como también —y acaso con mayor
firmeza que los ríos y las cuencas navegables— son factor de cohesión interna las planicies
donde domina el paisaje de estepa o pradera de gramíneas; el hecho de que la Argentina
posea casi un 50% del territorio por debajo de los 250 metros de altura sobre el nivel del mar
nos está indicando la pre-sencia de un elevado grado de cohesión interna en nuestro país,
pues no existen dificultades extremas para circular por el territorio favoreciendo el proceso de
poblamiento hasta el confín último del país. Lógicamente, la falta de articulación entre
determinados espacios por ausencia de caminos o ferrocarriles inclusive de fomento disminuye la
cohesión interna. Es por ello que debemos señalar que tanto como la existencia de líneas
vertebrales de comunicación tiene importancia para forjar la cohesión interna el dispositivo de
las regiones componentes del Estado complejo y el carácter complementario y armónico del
conjunto. De tal manera, las regiones llegan a complementarse recíprocamente y alcanzan a
consolidar la unidad nacional, sublimada cuando en cada una de las regiones particulares se
configura un conjunto de rasgos que reflejan el todo nacional; para ello es necesaria la
complementación en el aspecto productivo (Daus, 1978:15).
La cohesión interna conllevaba a la armonía, dinámica entre las diferentes regiones de un
Estado caracterizada por los siguientes rasgos naturales y culturales: facilidad de comunicación,
producción entre regiones, producción complementaria diferenciación definida con los Estados
fronterizos, circulación e intercambios interregionales intensos y permanentes, y distribución
equitativa de la riqueza nacional. Como corolario citaremos a Sanguin (1981:33) cuando señala que
una de las primeras funciones de todo espacio organizado políticamente consiste en integrar de
manera efectiva a sus componentes territoriales, y en crear una comunidad de intereses que dis-
37
ponga la innovación, apoye el desarrollo y haga progresar el bienestar general de la población. Es por
ello que la compactibilidad y la accesibilidad, la conectividad y la nodalidad son los soportes
fundamentales de toda integración territorial, así como también factores localizantes que influyen en
la política y en los fines públicos impregnando los asuntos internos del país.
En lo que respecta al clima de la Argentina es dable señalar que gran parte del territorio de
nuestro país se halla en la zona óptima de energía climática, con un gran predominio de clima
templado. El clima no sólo actúa sobre la fertilidad del suelo, sino que por su acción sobre la vida del
hombre ha propiciado la definición en el planeta de áreas de energía climática. La Argentina se halla
ubicada en una situación favorable pues el carácter fresco y variable del clima imperante en vastos
sectores del territorio coadyuva a la generación de mayor energía humana.
Los recursos naturales constituyen uno de los elementos del sustento territorial susceptible de
modificación; en tal sentido cabe señalar que la Argentina posee recursos naturales abundantes y
diversificados que deben ser conservados y movilizados sobre la base de la implementación de
políticas eficaces referidas a los recursos renovables y a los no renovables, para no caer en los
grandes mitos del pasado. Asimismo, cabe señalar que los recursos constituyen el punto de partida del
desarrollo económico y cuando están bien distribuidos y son diversificados favorecen la cohesión
interna y la autarquía, respectivamente.
4. La problemática contemporánea
La frontera es la zona periférica del territorio del Estado que se caracteriza por una persona-lidad
regional dada por la interacción con el otro país. Esta primera franja o área del territorio polí-ticamente
organizado asume por sus funcionen un papel sustancial para la protección y seguridad del Estado y
muestra en su ámbito los vaivenes de la relación de poderes entre los Estados limí-trofes a través de la
historia.
La frontera tiene una problemática global que le es propia, aunque por su contenido espacial se
advierten diferenciaciones zonales. En tal sentido, en la frontera argentina que acompaña al límite
internacional en la porción americana no marítima a lo largo de aproximadamente 9.400 km
—cartilla IGM, 1978— hemos distinguido once sectores para una adecuada descripción de la realidad,
a saber: del río Uruguay, septentrional misionero, del Alto Paraná-Paraguay, del río Pilcomayo,
de la frontera abierta con Bolivia, de los valles y las quebradas, de la puna, de los Andes áridos,
de los Andes de transición, de los Andes patagónicos, de la frontera abierta con Chile (De Marco,
Duran, Sas-sone, 1979). Cabe señalar que la materialización de la frontera implica, a nuestro entender,
la exis-tencia de un Estado limítrofe o sea la continuidad territorial; es por ello que debemos recordar
que el perímetro marítimo y el perímetro fluvial del Río de la Plata constituyen un caso sui géneris,
en el cual no se distinguen sectores sino fachadas la fluvial rioplatense y la atlántica, a las que
debemos añadir la fachada antártica si consideramos a la Argentina un país bicontinental.
En la mayor parte de la frontera argentina son en primera instancia los rasgos naturales los que
han permitido distinguir sectores diferenciados que forman parte de las tradicionales regiones
adyacentes. Posteriormente ha sido posible avanzar sobre esa base fisiográfica hacia caracteri-
zaciones o consideraciones atrópicas que señalan distinciones areales y que se aproximan a la
realidad vital de la frontera en su heterogeneidad espacial.
Previo a la enunciación de los problemas de la frontera más significativos deberán tenerse en
cuenta las siguientes consideraciones:
Por razones de índole histórica, la periferia de la Argentina, en términos generales, no atrajo las
oleadas de población que se instalaron en otros lugares del país. Desde sus albores nuestro país creció
de forma desigual, con centros dinámicos en los que se concentraron la población y la riqueza y
otros que languidecen en el atraso. Muchos de esos núcleos y o regiones se hallan localizados en la
frontera del territorio nacional y, al problema económico y social de su postergación, se agrega el de la
38
fragilidad geopolítica que implica para el Estado. En la última década, la depresión económica se
profundizó y las regiones postergadas, fronterizas o no, conocieron un retroceso sin precedentes;
dentro de ese espectro, el caso de las provincias lindantes con el Brasil es especialmente
significativo.
El proceso de poblamiento de los varios sectores de la frontera se ha desarrollado en diferentes
momentos históricos, adquiriendo características peculiares según los tramos considerados. Inte-
riorizarnos de los mismos resulta de singular importancia para comprender por qué muchas de las
situaciones problemáticas del presente se explican a través del análisis de las estructuras here-
dadas del pasado. Por ejemplo, en el sector de la frontera septentrional misionero hemos llegado a
detectar la existencia de aproximadamente 900.000 hectáreas de tierras privadas (De Marco, iné-
dito). De la comparación con la extensión de la provincia de Misiones —29.000 km2— se desprende
que casi la tercera parte de la superficie provincial está constituida por tierras privadas que se
localizan en el ámbito de este sector fronterizo. Es sintomático el hecho de que este sector fue el
último en integrarse a la provincia y por ello continuó con una estructura casi Original descendiente
de aquella venta de la tierra fiscal efectuada por la provincia de Corrientes en el año 1881, antes de
que Misiones fuera declarada Territorio Nacional. Esta venta configuró el primer hito de creación de
los grandes latifundios de la provincia. En primera instancia fueron 38 los adjudicatarios de las
tierras, pero luego de diferentes maniobras quedaron unos pocos individuos como propietarios de las
mismas. Los procesos lógicos de ventas, herencias y transferencias permitieron arribar, luego de
transcurridos 100 años, al estado actual de las tierras privadas, donde coexisten la pequeña
propiedad rural y la gran propiedad, con toda la serie de problemas originados por este estado
particular de apropiación de la tierra.
tamentos de la frontera Oeste argentina, como por ejemplo en Antofagasta de la Sierra, en la pro-
vincia de Catamarca, y en los departamentos Lago Buenos Aires, Río Chico y Lago Argentino, en
jurisdicción de la provincia de Santa Cruz. Vacíos relativos se presentan en otros tramos de la
frontera, como acontece en el septentrional misionero, en los departamentos San Pedro y General
Manuel Belgrano, donde coexisten grandes propiedades privadas y tierras fiscales provinciales.
La frontera también se caracteriza por la presencia acentuada de población extranjera en al-
gunos departamentos fronterizos. Las jurisdicciones políticas secundarias que, por la cuantía,
superaron a la media nacional para 1980 (7%) se ubican en Misiones —casi toda la
provincia— ; el oriente formoseño; el departamento Yavi en la provincia de Jujuy; Oran en Salta;
Calingasta en San Juan; Aluminé y Los Lagos en Neuquén; Bariloche en la provincia de Río Negro;
todos los depar-tamentos periféricos de Santa Cruz, y toda la Tierra del Fuego.
Entre los problemas derivados de la apropiación y explotación de la tierra figuran la marcada
pasividad en el uso del suelo y el acentuado predominio de las grandes propiedades con mante-
nimiento de tierras improductivas en diversos sectores de la frontera como sucede, por ejemplo, en
el sector septentrional misionero.
También puede mencionarse la proliferación de parvifundios en algunos departamentos fron-
terizos; en consecuencia, han dejado de constituir unidades económicas por la pérdida de rentabi-
lidad de los cultivos tradicionales, por el empobrecimiento de los suelos, por las malas prácticas
agrícolas, etcétera.
Las áreas de frontera pertenecen, en general, a economías regionales relativamente aisladas de
los centros dinámicos y de decisión nacionales. Su potencial de desarrollo suele encontrarse
reprimido por esa circunstancia y por la ausencia de políticas específicas de promoción. Al colindar
con áreas similares conforman espacios más extensos sometidos a diferentes regulaciones
económicas, hecho que genera movimientos de bienes, de servicios y de personas que procuran
aprovechar las distintas oportunidades que les confiere esa particularidad.
En lo que respecta a la conciencia territorial de los argentinos cabe señalar que hasta no hace
muchos años ha existido una actitud poco diligente con relación a la frontera argentina; no hemos
internalizado con suficiente precocidad el «Sentido del espacio», ese sentido del que nos hablara F.
Ratzel hacia fines del siglo pasado y que no podía estar ausente en ningún gobernante idóneo,
según señalaba este destacado autor alemán, padre de la geografía política.
Todo país debe tener una actitud de vigilia frente a sus fronteras. Ello se plasma en una co-
herente política de frontera, de implementación segura, eficaz y continuista. Si bien muchos esta-
distas y organismos oficiales y privados velaron por nuestro patrimonio territorial, faltó
durante mucho tiempo una acción coordinadora superior que armonizara tantos esfuerzos, a
veces en-contrados o superpuestos, no encauzados hacia la dirección más conveniente para el país.
El primer antecedente de significación se remonta al año 1944 (decreto 15.385/44) cuando se
crean las «zonas de seguridad» o sea las fajas territoriales de ancho variable contiguas al límite
internacional. El decreto 14.587/46 fija en su ancho variable, según el país enfrentado, y en la ribera
del Río de la Plata y frente marítimo, los dos decretos fueron convalidados por la ley 12.913 sa-
ncionada en 1946.
A partir de 1967 se realizaron estudios integrales que se cristalizaron años más tarde en varios
documentos legales, los cuales constituyeron la materialización de una real política de fronteras.
Los documentos son varios, principalmente la ley 18.575 sobre zona y áreas de frontera —en
realidad es la ley madre de toda la política de fronteras— y, junto con su decreto 568/70, elaboran
un sistema de promoción del desarrollo en función de la seguridad nacional. Esta legislación
se complementa con la ley de educación en zona y áreas de frontera, la ley de promoción industrial
y la ley de promoción minera; sus decretos reglamentarios, y la circular del Banco de Desarrollo
que a manera de «digesto», sirve para aplicar la política de fronteras.
En Conjunto, tales disposiciones superiores fijan con toda claridad una política destinada a
lograr seguridad a través del desarrollo. Dado que ello no puede acontecer al mismo tiempo en toda
la frontera nacional, se ha fijado un orden de prioridades que contempla las diferentes urgencias de
las carencias detectadas. Así, por ejemplo, frente al vacío poblacional se favorece la colonización
en sus diferentes tipos; la ausencia de cohesión interior en la frontera se trata de neutralizar a través
del desarrollo de la infraestructura de circulación y las comunicaciones; la ausencia de valores
inherente a nuestra cultura por medio de un régimen de escuelas de frontera, etcétera.
40
Los problemas más significativos de las áreas fueron enunciados, descriptos e incluidos en una
planificación adecuada tras exhaustivos estudios económico-sociales de las áreas de la frontera,
lo que dio lugar en su oportunidad al Plan de mediano plazo 1979 -1981.
En los últimos años se han producido cambios en la legislación que modifican los límites o los
unifican. Así, el decreto 193/82 unifica los límites de las zonas de seguridad y de la zona de frontera,
denominando a la nueva zona unificada «zona de frontera». A su vez el decreto 2486/83 señalaba que
la experiencia de los procesos de desarrollo en curso y los estudios realizados indicaban, la
conveniencia de proceder a crear y/o a delimitar áreas, proponiendo el establecimiento de ámbitos de
aplicación más favorables para el logro de los objetivos fijados.
El decreto 1003/85 determina la creación de tres áreas de frontera en jurisdicción de la pro-vincia de
Corrientes, existiendo, en consecuencia y en conjunto, veinte áreas de frontera, a saber:
En el territorio nacional de la Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur: área de
frontera Isla Grande Tierra del Fuego; en la provincia de Santa Cruz las áreas de frontera Río
Turbio, Calafate y Perito Moreno; en la provincia de Chubut las áreas de frontera Senguer, Cor-
covado y Epuyén; en la provincia de Río Negro el área de frontera El Bolsón; en la provincia del
Neuquén las áreas de frontera Aluminé y Chos Malal; en la provincia de Mendoza el área de
frontera Malargüe; en la provincia de San Juan el área de frontera Jáchal; en la provincia de Jujuy el
área de frontera La Quiaca; en la provincia de Salta el área de frontera Tartagal; en la provincia de
Formosa las áreas de frontera Ingeniero Juárez y Clorinda, y en la provincia de Misiones el área de
frontera Bernardo de Irigoyen. Por último, en la provincia de Corrientes, las áreas de frontera Bri-
gadier general Ferré, Combate de San Joaquín y Presidente Ilia.
Cabe destacar, asimismo, la creación de los Comités de Frontera cuya expansión significativa data
de mediados de la década del ochenta. Estos comités se han originado en todos los casos en
instrumentos bilaterales suscriptos por los gobiernos nacionales si bien algunos tienen su génesis en
acuerdos sectoriales.
Estos organismos deben resolver —o encauzar para su decisión— asuntos referidos al
movimiento de personas, bienes y vehículos, las comunicaciones, la cooperación en servicios, la
gestión de proyectos y asuntos referidos a las manifestaciones culturales y sociales de la frontera
(Valen-ciano, 1989).
Entre la Argentina y Chile funcionad comité de frontera para el Sistema del Cristo Redentor
(Caracoles); entre la Argentina y el Uruguay funcionaban el Comité Gualeguaychú-Fray Bentos, el
Comité Concordia-Salto, el Comité Colón-Paysandú. Hacia fines de 1989 se hallaban en actividad
cinco comités entre la Argentina y el Paraguay: Posadas-Encarnación, Clorinda-Colonia Falcón,
Formosa-Alberdi, Puerto Bermejo-Pilar, Itatí-Itacorá. Entre la Argentina y Bolivia se habían sus-
cripto notas reversales para la creación de comités en tres ejes: Villazón-La Quiaca, Bermejo-Orán y
Yacuiba-Pocitos.
El 23 de agosto de 1991 los presidentes Carlos Menem y Patricio Aylwin pusieron en marcha en
forma simultánea sendos comités de frontera en Bariloche y Antofagasta destinados a facilitar la
integración geográfica y económica entre los dos países.
La República Argentina ha debido superar diversas cuestiones de límites con todos sus veci-nos.
Esas cuestiones se han resuelto siempre por medios pacíficos y han representado, en todos los casos,
graves derrotas diplomáticas para nuestro país y pérdidas territoriales significativas.
En nuestros días puede manifestarse que está definida —en relación con los países limítrofes—
toda la porción americana emergida del territorio argentino; solo restan algunos problemas de poca
monta, que deberán ser resueltos mediante la buena voluntad de las partes involucradas.
Entre las nacientes de los ríos Pepirí-Guazú y San Antonio, en una extensión de aproxima-
damente treinta kilómetros, se presenta la usualmente denominada «frontera seca» argentino-
brasileña. Se trata del único tramo que reviste esa característica en el largo deslinde entre los dos
países.
41
parte de Chile. Asimismo, reiteradamente surgen cuestiones ante la comprobación de serios deterioros
en hitos que señalan el límite internacional en numerosos lugares, lo que obliga a realizar una
permanente tarea de vigilancia y de reposición de esas señales.
En agosto de 1991 los presidentes de Chile y de la Argentina resolvieron poner fin a todas las cuestiones
limítrofes entre ambos países en la parte emergida de América que les corresponde. Para ello resolvieron
solucionar de la siguiente manera las veinticuatro cuestiones existentes:
Con respecto a 22 lugares se resolvió establecer de inmediato la demarcación definitiva pues se
trata de problemas técnicos menores.
En la tradicionalmente denominada "Laguna del Desierto" (que en verdad es un lago por sus
características geográficas) y sus aledaños -aproximadamente 530 km2—se resolvió someter la
zona a un arbitraje que deberá resolver un tribunal integrado por cinco juristas latinoamericanos,
cuyo fallo será inapelable,
Con respecto a una nueva traza del límite internacional que Chile propone unilateral-mente en
los hielos continentales, entre los montes Fitz Roy y Stokes (asunto resuelto en 1981 y
convalidado posteriormente por el laudo inglés de 1902), ello significa un des-plazamiento
hacia el Este del deslinde tradicional y acordado e involucra a más de mil kilómetros
cuadrados. Ésta nueva traza que propone Chile está representada por una poligonal no
suficientemente conocida al momento de redactarse estas líneas. El Con-greso Nacional
argentino deberá rechazar o ratificar, oportunamente, esta propuesta chilena según le
corresponde en mérito a sus atribuciones constitucionales.
La Convención del Mar, aprobada en 1982, ha establecido pautas precisas para que los países costeros
determinen sus respectivas jurisdicciones tanto en las masas oceánicas como en los fondos marinos que
les incumben. Dado que la República Argentina firmó esa Convención en oc-tubre de 1984 —con la
reticencia conocida acerca de la Resolución III (Rey Balmaceda, 1983:144-146)— corresponde
ponderar las pautas a que deberá sujetarse en el futuro. En tal sen-tido recordemos que se ha establecido lo
siguiente:
a). Se reconoce la existencia de un mar territorial de doce millas marinas de ancho, medidas a partir de
las líneas de base;
b) Se reconoce la existencia de una zona contigua, también de doce millas marinas de ancho
medidas a partir del término del mar territorial, en la que el Estado ribereño podrá ejercer cierta
fiscalización;
c). Se reconoce la existencia de una zona económica exclusiva de 200 millas marinas de
ancho (200 x 1.852 m = 370,4 km), contadas a partir de las líneas de base, en la que el Estado
ribereño, tiene derechos de soberanía para la exploración, explotación, con-servación y
administración de los recursos naturales (vivos y no vivos), tanto de las aguas como del
lecho y del subsuelo;
d). Se reconoce la existencia de una plataforma continental que comprende el lecho y el
subsuelo de las áreas submarinas que se extienden: hasta el borde exterior del margen continental
(para los países con plataformas extensas) o bien, 2) hasta una distancia de 200 millas marinas
contadas a partir de las líneas de base (para los países con plata-formas exiguas). En cualquier
caso los países con plataformas extensas tienen un límite máximo que no puede extenderse a más
de 350 millas marinas de la línea de base o bien a no más de 100 millas marinas con respecto a la
isobata de 2500 m;
e). Se reconoce la existencia de la zona, o sea, los fondos marinos situados fuera de las plataformas
continentales que puedan reivindicar los países ribereños.
Se advierte que la clave para incorporar efectivamente el patrimonio oceánico reside, para nuestro
país, en la definición de las líneas de base que sirven de mojón inicial para ejecutar las mediciones
previstas en la Convención del Mar. Esas líneas descase coinciden con la línea de más
43
bajas mareas salvo en los sectores en que las escotaduras y sinuosidades de la costa permiten
definir aguas interiores, como ocurre por ejemplo en el golfo San Jorge; en este caso se deberá
definir la línea de base recta.
En el Congreso Nacional se encuentran en proceso de estudio dos proyectos de ley presen-
tados por el señor diputado Jorge O. Ghiano que, por una parte, establecen las líneas de base y, por la
otra, determinan las jurisdicciones de nuestro país sobre masas oceánicas y fondos marinos
(Diario de sesiones, Cámara de diputados de la Nación, sesión del 6 y 7 de marzo de 1986,- págs.
7349-7352).
Mientras se realizan los trámites pertinentes que conduzcan a la aprobación de las mencio-
nadas leyes, la situación es incierta e imprecisa en la porción oceánica argentina. Los usurpadores
británicos de las islas Malvinas han establecido unilateralmente una denominada «zona de exclu-
sión» alrededor del archipiélago, con un radio de 150 millas marinas, zona en la que se efectúa una
sobrepesca y en la cual nuestro país no ejerce jurisdicción alguna. Por lo demás, navíos de distintas
nacionalidades han sido sorprendidos en el resto de la zona económica exclusiva en reiteradas
oportunidades realizando tareas de pesca que, por sus características, son depredatorias.
Se ha considerado que estas incursiones en aguas ajenas —moderna forma de piratería— es
resultado de la imposición de las zonas económicas exclusivas en muchos lugares del mundo, que se
realiza desde varios años atrás (Hodgson; Herold, 1975, Smith, 1979). Algunos países, como por
ejemplo Estados Unidos (Smith, 1981) e Italia (Cavallaro, 1979) han realizado precisas tareas para
definir sus respectivas jurisdicciones.
En aguas argentinas la pesca foránea se ha intensificado en los últimos años y en el primer
semestre de 1984 fueron identificados en operación más de 170 barcos, de los cuales la mayoría eran
barcos factoría con capacidad de procesamiento de 10.000 toneladas anuales cada uno.
En julio de 1986 se firmó un convenio de pesca con la URSS —que el Reino Unido se apresuró
en desconocer— por medio del cual nuestro país otorga permisos de pesca dentro de su zona
económica exclusiva (incluyendo el área malvinense) con ciertos recaudos que permitan la pre-
servación de la biomasa oceánica. Es posible que a este tratado sigan otros, actualmente en tra-
mitación, Con Polonia, Japón, Corea, Bulgaria y la Comunidad Económica Europea.
Es necesario que los argentinos tomemos conciencia de la responsabilidad que nos compete —
frente a la irresponsabilidad británica— en el mantenimiento y conservación de un patrimonio
biológico que, en alguna medida, es también patrimonio de la humanidad.
La cuestión suscitada acerca de las islas Malvinas se origina en la usurpación realizada por el
Reino Unido en 1833, cumplida como parte de su política de apropiación de territorios de alto valor
estratégico para el dominio de las rutas oceánicas. Se agravó como consecuencia natural del con-
flicto desencadenado en 1982.
No es oportuno describir los detalles de este engorroso asunto, sobre lo que existe una
abundante bibliografía, recopilada en distintas circunstancias (Torre Revello, 1953; Geoghegan,
1976; Laver, 1977; Rey Balmaceda, 1982). Atenderemos, por ello, sólo a la situación actual, que
conviene ponderar en los tres ámbitos pertinentes: las Naciones Unidas, el Reino Unido y la Re-
pública Argentina.
El 9 de noviembre de 1982 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución
37/9 (reproducida en Rey Balmaceda, 1985:126-127) por la que se pide a los gobiernos de los dos
países en conflicto que «reanuden las negociaciones a fin de encontrar a la mayor brevedad una
solución pacífica a la disputa de soberanía respecto de la cuestión de las islas Malvinas (Falkland)».
Esta resolución fue aprobada por 90 votos a favor (entre ellos los de Estados Unidos y la Unión
Soviética), 12 en contra (Reino Unido y países satélites sin relevancia alguna), 52 abstenciones
(Francia, Italia y Portugal entre las más importantes) y 2 ausencias.
Este llamado a negociaciones se repitió con resultados parecidos en oportunidad de celebrarse las
Asambleas Generales de 1983, 1984 y 1985 (cuadro N°2).
44
CUADRO N° 2
El aumento producido en 1985 en los votos a favor se debió a los votos de países de la Co-
munidad Europea que abandonaron su posición abstencionista y se volcaron en favor de la rea-
nudación de las negociaciones (casos de Italia, España, Francia y Grecia) y también al cambio
similar efectuado por países de la Commonwealth (Canadá y Australia). Los votos en contra fueron los
del Reino Unido, Belice, Islas Salomón y Omán. Entre las abstenciones significativas sólo pueden
computarse los votos de Bélgica, Dinamarca, Portugal, República Federal de Alemania e Israel.
Es motivo de controversias entre los tratadistas el valor efectivo que corresponde atribuir a
estas resoluciones que rutinariamente aprueba todos los años el mencionado organismo internacional.
También en el Comité de Descolonización (o Comité de los 24) se aborda rutinariamente el
problema de las Malvinas. En agosto de 1986 este Comité aprobó, por 20 votos a favor y 4 abs-
tenciones, una resolución cuyo artículo 1o establece:
Reitera que la única manera de poner fin a la especial y particular situación colonial de las islas
Malvinas es el arreglo pacífico y negociado de la disputa de soberanía entre los gobiernos de la
Argentina y del Reino Unido. [...]
Esta intervención del citado Comité es resultado del hecho de que oportunamente el Reino
Unido elevó una lista de territorios a descolonizar en la que incluyó a las Malvinas.
Veamos ahora cómo se plantea la cuestión de las Malvinas en el Reino Unido. En base a la
información recogida en mayo de 1986 por cinco distinguidos argentinos que viajaron a Londres y
elaboraron un minucioso informe (síntesis en Pineda, 1986) puede manifestarse que:
a). El 70% de la población del Reino Unido apoya la reanudación de relaciones con nuestro
país, pero un 38% de los encuestados considera que las islas deben ser siempre británicas;
b). No debe desdeñarse la presencia de una minoría renuente a cualquier tipo de relación
con nuestro país;
c). Se considera de que existen pocas posibilidades de que el actual gobierno (conservador) o el
que eventualmente le suceda tras próximas elecciones pueda aceptar una discusión sobre la
soberanía en las islas;
zona económica exclusiva alrededor del archipiélago con el propósito de aumentar sus
recursos, propuesta que la cancillería británica rechaza para evitar nuevos roces con la
Argentina. Las empresas pesqueras también presionan en favor de la declaración de la
zona económica exclusiva de 200 millas marinas de ancho;
h). Las declaraciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas y de otros organismos
no inquietan en modo alguno.
Frente a este actualizado cuadro que ofrece el informe que reseñamos convendrá ponderar
la actitud argentina sobre el asunto. Nuestro país adopta una posición de intransigencia absoluta
(no declara el cese de hostilidades, dispone veedores, en, empresas británicas y mantiene la
indisponibilidad de bienes del Reino. Unido) convalidada, además, por la imposición de tratar
inicialmente el tema de la soberanía en cualquier contacto (recuérdese la, frustración de la reunión de
Berna.
Tal parece, lamentablemente, que la intransigencia argentina (sobre cuya justificación no
es necesario extenderse) es respondida por la intransigencia británica, por lo que es difícil que
en un futuro inmediato se reanuden las negociaciones bilaterales, Se enfrentan en la emergencia,
como, bien lo señalara Adrián, F. J. Hope (1983), dos principios: el de la autodeterminación
(sostenido por los, británicos) y el de la integridad territorial (sostenido por los argentinos), ambos
insertos, en la famosa declaración general de las Naciones Unidas de 1960 destinada a poner, fin al
colonialismo.
En. 1991 cesará la vigencia del Tratado Antártico. Es posible que entonces se, decida
su prórroga o, bien la redacción de otro similar, pues no están dadas las condiciones., en
nuestra opinión, para, resolver de otra manera el destino de la más extensa masa, emergida, en
condición de res nullius que subsiste en nuestro planeta.
La lista de la treintena, de países que han manifestado su decisión de participar
ostensible-mente en las determinaciones que puedan tomarse sobre la Antártida; (cuadro, M°3)
demuestra no sólo, el creciente interés mundial por el asunto; sino también la, heterogeneidad de
los intereses en juego. Las reclamaciones territoriales, realizadas por siete países, entre ellos el
nuestro, por el momento no tienen validez práctica.
Es posible, de todas maneras, que se pretenda ampliar el área que esté sometida, al
nuevo tratado, antártico, es decir, es posible que el actual límite septentrional representado por el
paralelo de 60° Sur sea reemplazado por otro en latitud: menor. Fundamentan esta presunción
varios hechos.
Recordemos, en primer término, que en la reunión consultiva celebrada en Canberra en 1980
se aprobó una Convención sobre conservación de los recursos vivos antárticos destinada a pre-
servar el ecosistema marino antártico y con tal propósito se definió una línea que amplia significa-
tivamente el área antártica. Nuestro país adhirió a esa Convención por medio de la ley 22584,
Apuntemos, en segundo término, que el Bureau Hydrographique International realiza
consultas destinadas a establecer una actualización de los límites entre océanos y mates. Nos
interesa par-ticularmente la propuesta del Reino Unido, que cuenta con varios apoyos, que lleva
los límites del océano Antártico a latitudes inferiores a la de la convergencia antártica e incluso
a las de la con-vergencia, subtropical en algunos sectores.
Señalemos, en tercer término, que el distinguido geógrafo contemporáneo Harm J. de Blij
ha sostenido (De Blij, 1978) que la «región austral» está constituida tanto por la Antártida
propiamente dicha como por las masas oceánicas que la rodea, unidad que ocupa una quinta parte
del total de la superficie de nuestro, planeta., El límite septentrional de esta unidad está,
representado por la convergencia subtropical en opinión de dicho autor.
46
CUADRO N° 3
Participación de los Estados en el Tratado Antártico
Argentina,
Tres hechos dispares que confluyen, por cierto, en una posible ampliación del territorio sometido a
lo que establezca el nuevo tratado antártico. Cabe preguntarnos: ¿qué objetivos pueden satisfacerse
con una ampliación de ese tenor? Podemos anotar dos objetivos básicos sin perjuicio de que existan
otros que desconocemos:
a). Se disminuirán las áreas oceánicas (zona económica exclusiva y fondos) que puedan
reivindicar los países por aplicación de la Convención del Mar;
b). Algunas islas que están fuera de la Antártida (latitud menor a 60° Sur) pasarían a parti-
cipar del área antártica y como la soberanía de algunos países poderosos no es en ellas
discutida (caso de Noruega en Bouvet, de Francia en Kerguelen, etc.), esas islas serán bases
ciertas para operaciones antárticas de cualquier naturaleza e, incluso, para intentar
apropiaciones mayores.
Adviértase, a mayor abundamiento, que las islas Georgias del Sur y Sándwich del Sur pasan de esta
manera a integrar el área antártica y así quedarían irremisiblemente perdidas para la República Argentina
junto con la zona económica exclusiva y los fondos marinos que normalmente pueden definir para
nuestro país por aplicación de la Convención del Mar.
La mera posibilidad de que ocurra lo que acabamos de señalar obliga a una vigilia permanente.
El problema del emplazamiento de la Capital Federal, como sede de las máximas autoridades
nacionales y centro de poderes de distintos órdenes, ha sido tema de controversias permanentes entre los
argentinos y sobre ello existe un libio reciente que registra los pormenores de la cuestión (Rey
Balmaceda, 1982), que nunca se suscitó en torno a una posible ineficacia de la ciudad de Buenos
Aires como capital natural de la Argentina sino más bien acerca de una presunta conveniencia en
quitar esa función administrativa a dicha ciudad para disminuir así su peso relativo en relación con
otras ciudades del país. De todos modos cabe puntualizar que en ese peso relativo debe computarse
también la parte que le corresponde a la porción bonaerense del Gran Buenos Aires, cuyo crecimiento
ha sido incesante en las últimas décadas hasta duplicar con creces actualmente a la población de la
ciudad fundada por Juan de Garay en 1580. Por el contrario, la ciudad de Buenos Aires permanece
estacionaria en su población, próxima a tres millones de habitantes desde 1947.
47
La cuestión del traslado de la Capital Federal es compleja, ofrece numerosos aspectos y permite una
discusión desde muy diversos puntos de vista. No es posible, en esta ocasión, abordarla en detalle y
sólo corresponde señalarla por todo lo que implica para un análisis de la realidad argentina desde la
óptica de la geografía política.
Cabe manifestar que durante la presidencia del Dr. Alfonsín se propició un proyecto de traslado de la
Capital Federal, convalidado por una ley nacional. El emplazamiento elegido fue un sitio localizado en
ambas márgenes del curso inferior del rio Negro, entre la ciudad de Viedma y el océano, donde se
realizaron algunas obras preliminares. Este proyecto fue resistido -por distintas razones- por la
población argentina y fue finalmente anulado en 1990
5. Conclusiones
Pp = (C+E+M) x (S + W)
donde: Pp es el poder percibido
C es la «masa crítica» (población más territorio del Estado) E
es la capacidad económica del país
M es la capacidad militar
S es el conjunto de propósitos estratégicos
W es la fuerza en lograr la estrategia nacional.
1. Las características analizadas del sustento territorial (extensión, forma, posición, des-
prendimiento geográfico, cohesión interna, clima y recursos naturales) han demostrado
palmariamente que la República Argentina posee un conjunto de condiciones favorables tanto
para el desarrollo del poder nacional como para su proyección internacional, al margen de
los desaciertos administrativos que debemos soportar desde hace bastante tiempo;
2. La Argentina ocupa una posición céntrica con respecto a los cinco Estados vecinos. En
algunos sectores de esa extensa periferia existe un evidente desprendimiento geográfico,
pero en otros la facilidad de los contactos ha favorecido la inmigración limítrofe hacia
nuestro país, los traslados de los trabajadores de temporada y los intercambios vecinales. Esa
atracción que ejerce nuestro país genera una problemática fronteriza que es necesario atender;
3. En su porción americana emergida la Argentina se distingue por su condición prevalente
de país templado, con una buena aptitud general desde el punto de vista bioclimático. Ello
obliga a concretar una ocupación efectiva de todo el territorio, que en algunos lugares
deberá efectuarse en forma discontinua pero no por ello menos efectiva;
4. Las redes ferroviaria y vial poseen una relativa eficacia pero será necesario acordar con Chile
una eficaz salida al Pacífico; como contrapartida, nada obsta para que Chile logre por
intermedio de la Argentina una adecuada salida al Atlántico;
5. El hecho de pertenecer a la cuenca del Plata conmina a nuestro país a ejercitar todas las acciones
que sea menester para que esa privilegiada unidad natural sea idónea para fundamentar el
bienestar de todos sus habitantes;
6. La Argentina debe ser concebida como país bicontinental y su proximidad a la Antártida
deberá jugar un papel relevante en el futuro;
7. La Argentina posee una fachada atlántica de singular extensión, privilegiada por la carencia
de vecinos próximos. La presencia ilegítima del Reino Unido en las islas Malvinas debe
considerarse como una expresión de un colonialismo que ha perdido por completo su vigencia;
8. Un territorio amplio y variado, si bien árido y semiárido en grandes sectores, es un aval que
justifica cualquier pretensión de grandeza. Si a ello agregamos las características positivas de
la población, comprobamos que todo confluye en favor de un futuro pro-misorio que
demandará esfuerzos, pero que no es inverosímil.
Como consideración final cabe insistir en que sólo la reafirmación de la identidad nacional
será la garantía de una sobrevivencia feliz en la compleja antroposfera política mundial de nuestros días.
49
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50
Geomorfología
En el extenso territorio argentino los factores estructurales tuvieron suficiente espacio para
crear grandes dominios, en su mayoría compartidos con países vecinos. Por el desarrollo latitudinal
(más de 32°), ha reinado en su ámbito una variada gama de climas y paleoclimas que han mode-lado las
estructuras primitivas dando lugar a diferentes unidades geomorfológicas (Fig. 1).
Las montañas
A) Jóvenes, plegadas
Los Andes constituyen la gran montaña argentina, por la magnitud y variedad de las formas (Fig.
2).
En conjunto, su estructura plegada en sedimentos mesozoicos es esencialmente terciaria,
complicada por erupciones que han formado los grandes volcanes andinos, especialmente los
recientes.
La sucesión de paleoclimas áridos y glaciares ha dejado sus huellas en el modelado y junto con los
climas actuales, más los diversos factores estructurales, han dado lugar a diferencias morfológicas en
toda su extensión latitudinal.
Los Andes áridos (27° a 37°) constituyen un grandioso conjunto de cumbres elevadas, las mayores
56
de América y aun de muchas partes del mundo. El Aconcagua tiene 6.960 m sobre el nivel del mar.
Los cordones longitudinales se encuentran aislados, y en parte ramificados en macizos, se-
parados por valles de rumbo norte-sud y este-oeste.
Los sedimentos mesozoicos fueron plegados por un empuje desde el oeste. Donde las ondas
chocaron con la rígida cordillera frontal los pliegues se hicieron estrechos y alcanzaron la mayor
altura.
Caracterizan a estos Andes cumbres empinadas y crestas agudas a las cuales se suman los picos
esculpidos en potentes masas eruptivas. Sin embargo, tales cumbres no han podido borrar las amplias
formas redondeadas de los pliegues sobre los cuales se yerguen.
Los movimientos epirogénicos del cuaternario les dieron el porte final y la sucesión de climas el
modelado glaciar que alterna con las formas áridas.
A la glaciación cuaternaria, de escasa potencia, se deben las cumbres piramidales (matter-
horn), los circos glaciares, los nichos de nivación, los valles en auge, las morenas, terrazas fluvio-
glaciares y algunas que otras cuencas lacustres reducidas. No parecen haber sufrido más de dos
glaciaciones, sino una sola con dos empujes, de los cuales el primero fue más potente.
Bajo el clima árido postglacial, los hielos se redujeron y se elevaron a grandes alturas (más de
3.800 m), y sólo alimentan una red de drenaje relativamente pobre, ajustada a la estructura (valles
longitudinales y transversales).
Bajo un clima árido y frío, sin cubierta vegetal o muy escasa, los procesos periglaciares,
de-bidos al congelamiento y descongelamiento periódico o diario, sobre rocas desnudas, han
generado las grandes acumulaciones de materiales (taludes de escombros, vertientes de reptación,
conos de deyección, coladas de barro, suelos estructurales, etc.) que en parte ocultan el
modelado glaciar preexistente.
Los Andes de transición (37° a 40°), con un marcado descenso altitudinal, muestran relieves
mesetiformes y mesetas escalonadas, profundamente disectadas por sistemas complicados y
desfiladeros de altas y abruptas paredes. El límite de las nieves desciende a niveles muy bajos
(2.000 m). Los ríos son más frecuentes y caudalosos.
57
COSTAS
A) Consecuentes, maduras, adaptadas a la acción de las fuerzas marinas: 12) Costas playas, con médanos y estuarios, de la llanura; 13)
Costas acantiladas, con estuarios, de las mesetas patagónicas; B) iniciales, jóvenes, no adaptadas a la acción del mar, de los canales de
Moat y Beagle y otros sectores de Tierra del Fuego,con modelado glaciar y fiordos: 14) Iniciales, jóvenes, no adaptadas a la acción del mar
y fiordos.
58
Los Andes húmedos (40° a 53°), contrariamente a los áridos, se caracterizan por la frecuencia de
infinitas crestas aserradas, surcos, quebradas, abruptos y picos esbeltos de cumbres nevadas.
Proliferan aquí los valles de brecha (clusa) y de capturas de escasa altitud.
Las nieves perennes descienden a los 1.100 m y los glaciares se multiplican y alcanzan altitudes
de 370 m. Relictos del período glaciar, dos campos de hielo sobre los cuales se levantan desnudos
nunatacks, de 200 y 400 km de largo por 20 y 50 de ancho, se extienden entre los 46° y 52° de latitud.
Situados en gran parte en territorio chileno, hacia Argentina bajan en forma de lenguas glaciares de
valle para quebrarse en los lagos y generar témpanos.
Del intenso glaciarismo dan testimonio los circos, valle en auge, rocas aborregadas, varves
espesos, bloques erráticos, morenas, etc. Tampoco parece seguro el esquema de las cuatro glaciaciones.
El clima húmedo (más de.2.000 mm. de precipitaciones) y una vegetación arbórea muy rica
(bosque cerrado y selva) patentizan el cambio climático que distingue estos Andes de los áridos. Pero
el rasgo fundamental, junto a un drenaje abundante, lo constituye la multitud de lagos extensos que
ocupan valles transversales y rematan en anfiteatros moreníticos.
Los Andes fueguinos, aparte del cambio de rumbo, se distinguen por la intensificación de los
caracteres propios de los Andes húmedos. Las rocas están más disectadas por la erosión y las
montañas tienen alturas modestas (1.000 m). Las nieves descienden a 900 m. y los inmensos
glaciares, a veces imponentes, llegan hasta el Beagle, donde liberan sus témpanos.
sus bordes están constituidos por construcciones volcánicas de conos frescos, que se prolongan en
mesetas basálticas.
Si bien los Patagónides constituyen una unidad orográfica, no tienen unidad estructural ni
morfológica, por lo cual conviene indicar las subunidades que los integran; es decir, la plegada y la
peniplanicie en bloques antiguos.
Los últimos, o sea los Patagónides de bloques o centrales, son una ancha peniplanicie de unos 1.200
m, término medio, elaborada en rocas cristalinas antiguas (cuarcitas, gneis y esquistos
precámbricos), además de masas intrusivas paleozoicas muy antiguas (especialmente granito).
Los caracteres geomorfológicos de estas montañas —destrucción de masas graníticas y perfiles
serranos resultantes de la erosión de su borde oriental— los asemejan a los paisajes de los macizos
antiguos de Córdoba y Tandil.
Son, sin dudas, bloques del antiguo basamento patagónico, fracturados y levantados en
tiempos muy antiguos.
Los Patagónides plegados, al N y S de la unidad anterior, se formaron, a causa de movimientos
orogénicos procedentes del oeste, de los sedimentos acumulados en cuencas originadas por
hundimiento de bloques del antiguo basamento. Dichas cuencas o grandes bolsones fueron invadidos
por el mar desde el Pacífico y rellenados por sedimentos marinos, intercalados con continentales
(jurásicos y cretácicos), en sus bordes.
Las pilas sedimentarias plegadas y aun sobre-escurridas contra el basamento patagónico,
durante el terciario, formaron pliegues, a veces complicados. En ocasiones fueron fracturados y
hundidos formando cuencas luego rellenadas por sedimentos continentales (cretácicos y terciarios).
Estos sedimentos, a su vez, fueron dislocados por movimientos andinos del terciario y fracturados por
epirogénesis en el cuaternario. Todo este largo proceso guarda ciertas similitudes con el que originó las
sierras subandinas.
La resistencia a la erosión de algunas rocas ha formado crestas y cumbres peñascosas. Diques,
filones, chimeneas eruptivas despojadas de las cubiertas sedimentarias han dado perfiles rígidos y
abruptos, mientras que a las fallas se deben las rupturas de pendientes.
En general predominan anticlinales amplios, en los cuales se intercalan cuestas originadas por
bancos más resistentes. Los sinclinales han sido rellenados por sedimentos fluviales del cretácico
superior y terciario.
Ambos grupos, del N y del S, difieren geomorfológicamente a causa de matices litológicos y
estructurales. En el grupo septentrional predominan los arcos de pliegues del mesozoico, mientras en el
austral lo hacen los relieves en bloques limitados por fallas a causa de la epirogénesis
pleistocénica.
B) Macizos antiguos arrasados en el mesozoico, fracturados y ascendidos en bloques por la
tectónica terciaria
Los procesos tectónicos que dieron origen a los Andes repercutieron en gran parte del territorio
argentino creando nuevas montañas con los antiguos trillizos paleozoicos arrasados durante el
mesozoico, cuyas diferencias fundamentales dependen de los sistemas de erosión a los cuales han estado
sometidos.
La cordillera frontal, al este de los Andes áridos, se extiende, de norte a sur por las provincias de
San Juan y por la de Mendoza hasta el río Diamante. Es una alta montaña de bloques, cuyas
cumbres alcanzan a los 6.000 m.
Contrariamente a los Andes áridos, es una estructura vieja rejuvenecida en forma violenta por la
tectónica del terciario superior y cuaternario (Fig. 2).
Plegada a fines del paleozoico y expuesta a la erosión desde el pérmico, al final del mesozoico era
una peniplanicie de escasa altura cuyos restos se encuentran aún a gran altura (5.000 m). La tectónica
del terciario la elevó a gran altura, mientras se hundía el piedemonte, lo cual explica el enorme
desnivel (3.000 m, en parte), entre este y el borde oriental de la montaña.
La resistencia de los materiales antiguos (rocas efusivas: pórfidos cuarcíferos y porfiritas) a la
erosión ha dado lugar a la elaboración de crestones y picos elevados, paredones abruptos, gar-gantas
y quebradas estrechas por las cuales descienden torrentosos los ríos.
60
Los glaciares, en niveles superiores a los 3.800 m, han dejado sus huellas entremezcladas con las
formas típicas de la erosión normal y climas áridos.
5. La Precordillera, una montaña de bloque semejante a las sierras pampeanas con escasas
disecciones transversales
Desde el borde austral de la Puna hasta el río Mendoza, entre valles longitudinales que las
separan de la cordillera frontal y las planicies pedemontanas o las sierras pampeanas, se levantan los
altos bloques (4.000 m) de la precordillera.
Compuesta de una potente serie sedimentaria paleozoica (silúrica, devónica, carbonífera y
pérmica), plegada por movimientos hercínicos, fue arrasada primero por la erosión mesozoica y
reelaborada por la tectónica terciaria y cuaternaria que la levantaron en bloques o la hundieron
dando lugar a la formación de cuencas de sedimentación o bolsones.
Fig. 2. Perfil geológico de la cordillera de los Andes, según F. González Bonorino, simplificado por N.
Salomón.
A. Paleozoico: 1. Pórfidos y granodioritas; 2. Grauvacas.
B. Secundario: 3. Calcáreos, areniscas y yesos; 4. Turbas y brechas volcánicas; 5. Andesitas y brechas volcánicas.
C. Terciario y Cuaternario: 6. Formación mogotes; 7. Depósitos aluviales.
Desde el punto de vista geomorfológico, estas montañas se caracterizan por la culminación en las
antiguas peniplanicies, los domos anchos de grandes abovedamientos y cimas redondeadas. En
suma, un zócalo elevado en cuyas superficies superiores, se notan los paisajes antiguos se-
midesérticos que ya en el terciario, alcanzaron un estado de plena madurez, los cuales aún se
conservan bajo clima árido o semiárido. Los amplios valles se pierden en relieves densos y suaves de
escasa altura relativa (200 a 300 m), con divisorias de aguas muy bajas y apenas visibles. Sólo en los
bordes, a raíz del levantamiento cuaternario, se nota el rejuvenecimiento incipiente por la erosión
retrocedente.
Los sectores septentrionales y centrales están constituidos por largos cordones subparalelos, en
parte separados por bolsones y en parte por valles longitudinales estrechos. En el sector meridional,
en cambio, los cordones desaparecen sustituidos por el macizo de Uspallata.
Durante el período glaciar andino, el descenso de los pisos climáticos debió dar lugar a pro-
61
Finalmente, cabe destacar las diferencias entre las vertientes orientales expuestas a los vientos
húmedos procedentes del anticiclón del noreste, especialmente en las alturas, y la penetración de
lenguas de masas de aire húmedo ecuatorial en los niveles inferiores. Las abundantes precipitaciones
producidas por estas masas de aire, actuando sobre la montaña a través de una densa vegetación
selvática, han generado formas diferentes a las que caracterizan las vertientes áridas de las sierras
pampeanas del sur.
Las planicies
A) Mesetas
Se llama puna a la parte argentina de un enorme bloque del antiguo basamento cristalino levantado
a gran altura por la orogenia del terciario (3.800 a 4.000 ms/nm.).
Esquemáticamente, es una peniplanicie ondulada y con monadnocks, dividida en cuencas cerradas,
de fondos chatos cubiertos de escombros y a veces con salares, por cordones longitudinales alargados
(1.000 a 1.500 m) y vertientes suaves, como así también por formaciones de origen eruptivo.
En general, las montañas interiores son de estructura antigua, especialmente de esquistos,
dislocadas por la tectónica terciaria (5.600 a 6.000 m). Sus relieves son muy ásperos a causa de la
intensa meteorización bajo un clima árido, frío y ventoso.
Las formaciones volcánicas constituyen grandes cerros (6.700 m), aislados y cónicos, con sus
perímetros circundados de escorias.
Sólo las más altas cumbres (más de 6.000 m) son coronadas por nieves y prácticamente no existe
red de drenaje.
Los suelos son, en parte rocosos y en parte guijarrosos o arenosos. No faltan, como expresión de la
sequedad del clima, los cantos facetados y los médanos.
Un movimiento final, entre el plioceno y el pleistoceno dio al bloque su porte actual, complotado
por el vulcanismo cuaternario.
perímetros variables.
En suma, un conjunto de planicies alternando con cuencas, valles, cerros tabulares, conos
volcánicos abruptos, serranías rocosas, pero en todas partes dominan las mesetas.
Los rejuvenecimientos erosivos cuaternarios —a los cuales no fueron ajenos los glaciares que
cubrieron Tierra del Fuego e incluso la extremidad austral de la Patagonia— intensificados durante las
fases climáticas húmedas, con enriquecimiento de la red hidrográfica, fueron los responsables de los
valles amplios y profundos. Las intensas acciones deflatorias de las fases climáticas secas, retocaron
fuertemente las formas y esculpieron otras propias.
9. La meseta misionera (chapada), disectada con aspectos de sierras
La provincia de Misiones y el ángulo NE de Corrientes, hasta el río Aguapey, más o menos, es una
meseta abovedada, de doble pendiente, que cae en forma abrupta a los ríos Paraná y Uruguay. Inclinada,
además, hacia el SO, sus alturas van de los 800 a los 150 m s/nm, aproximadamente. Es una
prolongación del estilo geomorfológico de las chapadas del Brasil.
El antiguo macizo brasileño fracturado fue cubierto por areniscas y basaltos mesozoicos. Estos
metamorfizaron (meláfiros) y en parte fosilizaron a las primeras. La descomposición de estos ma-
teriales, bajo un clima cálido y húmedo, ha originado los depósitos superficiales de color rojo intenso
(suelos ferralíticos) que caracterizan a Misiones.
Las abundantes precipitaciones (más de 2.000 mm), no obstante la espesura de la selva, han dado lugar
a la disección de los bordes de la meseta por cursos afluentes del Paraná y Uruguay.
En ciertos sectores el proceso de disección ha reducido la meseta a estrechas divisorias de agua
con aspectos de sierras.
Los afloramientos de areniscas endurecidas y de meláfiros resistentes a la erosión han generado
rápidos y cataratas.
B) Cuencas sedimentarias
del loes.
La red hidrográfica, si se exceptúa la mesopotamia, es escasa y los valles muy amplios, con
vertientes suaves y fondos chatos. Los cursos de agua son estrechos, meandrosos y despropor-
cionados. Abundan las aguas estancadas en pantanos, cañadas, esteros y lagunas superficiales. Estas
hacia el sur y el oeste, se tornan salobres bajo un clima de escasas precipitaciones.
En general, es una llanura construida por sedimentación en una inmensa cuenca tectónica muy
nivelada, especialmente por sedimentos continentales. Los pilares de esta inmensa fosa tectónica son
los bloques del antiguo macizo (Fig.3).
Con posterioridad a la acumulación de la gran pila sedimentaria, los bloques del subsuelo
fracturado han sufrido nuevos movimientos epirogénicos reactivando las fallas. De tal modo se ha
producido un cambio de niveles y pendientes recientes que explican la indecisión y falta de orga-
nización del sistema de drenaje.
Son justamente los movimientos epirogénicos recientes, según Frenguelli, los que han dado
lugar a los matices geomorfológicos diferenciales por los cuales se puede subdividir esta inmensa
llanura en unidades geomorfológicas menores bien individualizadas, dentro de una escasez relativa de
contrastes: llanura ondulada y bien drenada de la mesopotamia, llanura mal drenada y endorreica
central y, finalmente, llanura arreica occidental. Estas unidades, aun extensas, admiten di-
ferenciaciones geomorfológicas.
La sección Sur de la mesopotamia —Entre Ríos y Corrientes— es un conjunto de planicies
onduladas (lomadas de bordes suaves y domos de dorsos anchos y bajos que alcanzan a los 100 m s/
nm), dentro de una red de drenaje densa.
La provincia de Corrientes, de menor altura, posee ondulaciones más netas y frecuentes,
aunque de menor extensión, angostas y arenosas, en general restos de antiguos médanos fijados por la
vegetación. También son herencias del pasado, los "cerros" o montículos de arena que se levantan por
encima de los relieves anteriores. El rasgo más característico de Corrientes lo cons-tituyen los grandes
esteros de aguas estancadas que ocupan la mayor parte de la superficie. Lomas y cerros medanosos
semejan una especie de "erg", en abierta discordancia con el clima actual.
La llanura endorreica central, mal drenada, suavemente ondulada o completamente ondulada, es
cruzada, o se agotan dentro de ella, por muy escasos ríos, en su mayoría alóctonos. Algunos
afloramientos rocosos adquieren relieve y rompen la monotonía de la llanura. Tales las sierras de
Olavarría y Tandil, por ejemplo. Dentro de un área central deprimida proliferan las cuencas lacus-tres,
pozos, pantanos, juncales y esteros, etc. Hacia el oeste de esta depresión, en el piedemonte serrano, la
llanura cobra altura, los cauces se tornan profundos y estrechos y cubiertos por aluviones gruesos.
La llanura arreica occidental carece de drenaje superficial. Las cuencas lacustres son escasas y poco
extensas. Es una planicie muy ondulada por médanos, a veces suelos arenosos.
Costas
Del litoral, 3.900 km corresponden al contacto con el océano Atlántico (desde cabo San Antonio
a los 36° 20' hasta el cabo San Pío, a los 55° 03' S) y 141 km a los canales Moat y Beagle (Fig. 1).
Su largo en sentido latitudinal y orientación meridiana (NNE a SSO) tiene gran importancia
geomorfológica dado el rumbo general de propagación de las mareas y el de la corriente fría de las
Malvinas.
En líneas generales se caracterizan por la regularidad del trazado en grandes arcos cóncavos y
convexos, como la bahía de Samborombón, Golfo de San Matías y San Jorge, entre los primeros; las
provincias de Buenos Aires, Río Negro, etc., entre los segundos.
En detalle, caracterizan a diversos sectores los deltas, estuarios, bahías y golfos menores,
cabos, islas y fiordos.
Ejemplos fundamentales distinguen y definen la división geomorfológica del litoral en tres
partes. En primer lugar, el de la costa de la provincia de Buenos Aires pone de manifiesto la exis-tencia
de playas y sus elementos constitutivos (Fig. 4). En segundo lugar, el de la Patagonia, que ilustra con
claridad el tipo de costa acantilada dominante en esta parte del país (Fig. 5). Finalmente, el canal de
Beagle, en la extremidad austral del país, propio de una costa modelada por los hielos (Figs 6 y 7).
66
De acuerdo con la clasificación de Johnson, se pueden distinguir los siguientes tipos de costas: a)
consecuentes, maduras, adaptadas a la acción de las fuerzas marinas, con dos subtipos: 1) playas con
dunas y bahías, de la llanura, y 2) acantiladas, con estuarios, de las mesetas patagó-nicas, b) Iniciales,
jóvenes, no adaptadas a la acción del mar, de los canales de Moat y Beagle y otros sectores de Tierra del
Fuego, con modelado glaciar y fiordos (Fig. 1).
Fig. 4. Costa playa: a) detalle del cabo San Antonio y Punta Rasa, mostrando bancos aledaños y pantanos al oeste; b) vista
general del tramo Punta Rasa, según P. S. Casal.
67
Se trata de un extenso acantilado o sucesión de acantilados separados por valles fluviales, a veces
secos, frecuentemente coronados por médanos y una pobre vegetación. El perfil es generalmente
uniforme y de alturas pocas veces, inferiores a 100 m, con desniveles entre 40 y 150 m. El mar
produce desmoronamientos y forma mantos rodados, gravas, arenas, etc.
Los acantilados actuales son escalones que unen la última terraza emergida con la que aún
permanece formando el suelo marino y constituyendo la extensa plataforma continental, en emersión
y con débil pendiente hacia el mar.
Dentro del cuadro general de regularidad de las costas, es necesario considerar una multitud de
accidentes menores de diversos, orden y origen, que quiebran la monotonía.
Materiales correspondientes a rocas muy duras (pórfidos, granitos, basaltos, etc.) constituyen
salientes entre las cuales el mar, actuando sobre otros más blandos, ha elaborado senos o golfos.
Dentro de éstos menudean bahías y golfos más pequeños, caletas, estuarios, etc. y no faltan extensas
playas extendidas a partir de los acantilados en lugares protegidos de la acción marina, ni sectores
anegadizos (Fig. 5).
Desde Río Gallegos, hacia el sur, nuevos elementos, no bien estudiados todavía, agregan
motivos de diversificación de las costas. Tales los efectos de los hielos pleistocénicos a cuya acción
se debe la aparición de colinas costeras formadas por acumulación de materiales glaciares (mo-
renas) y fluvioglaciares. El cambio de aspecto se acentúa desde Río Grande al Sur. A la desem-
bocadura de este río todavía llegan, durante el verano, los témpanos procedentes del interior de la isla.
A mayor latitud, entre el cabo San Diego y la bahía Buen Suceso, se acentúan los cambios a causa de
los Andes magallánicos y materiales mesozoicos, con modelado glaciar, bajo un clima actual más
húmedo que el de los sectores de costas precedentes.
Desde bahía Buen Suceso, aproximadamente, puede darse por terminada la costa, conse-
cuente, acantilada, que caracteriza a la Patagonia, para ceder lugar a las costas iniciales, jóvenes, de
inerte modelado glaciar, que alcanzan su mayor expresión en los canales Moat y Beagle.
68
14. Costas iniciales, jóvenes, no adaptadas a la acción del mar, con fiordos
En esta parte de la costa austral, especialmente en el sector de los canales, la estructura y los climas
del pasado han jugado un papel diferente a los anteriores, el cual se revela con absoluta claridad en el
canal de Beagle (Fig. 6).
Fig. 6: Costa modelada por los hielos en el canal de Beagle, según Federico A. Daus.
Hacia el final del terciario, el paisaje era de altas cadenas de montañas paralelas, con
valles intercalados a gran altura, por los cuales descendieron los hielos del cuaternario. Estos dieron
al canal su perfil en U, fondo chato y paredes enhiestas, que caracterizan la geomorfología actual (Fig.
7).
A la acción de los hielos se deben también las acumulaciones moreníticas y hasta verdaderos
«nunnataks».
En algunas partes, las orillas del canal son ásperas, de rápido declive y hasta carecen
de desplayados; es decir, verdaderos acantilados, como ocurre en el sector de Almanza. En otras
partes, en cambio, menudean las bahías, como la de Ushuaia y el sector de Gable.
El perfil transversal es de gran interés para la interpretación de la génesis de las formas. Debajo
del nivel de las nieves persistentes, que se encuentra a 900 m, hay un amplio paredón vertical. Al
pie del mismo está la «berma», con leve pendiente hacia el canal, que no es más que un segundo cauce
glaciario incidido en otro que le precedió.
Las formas de acumulación glaciar se manifiestan por las morenas laterales. Además hay
terrazas superpuestas a diversos niveles, algunas de las cuales han sido puestas en evidencia por el
69
proceso de desforestación. A las grandes morenas laterales y de fondo del curso del Beagle se
agregan las terminales del sector Gable. También tiene cierta magnitud la acumulación del te-
rraplén de rodados glacifluviales, al nivel del canal y cuantiosa formación de concheros recientes.
Las bahías se relacionan con la presencia en el antepaís de un cordón montañoso de fuerte
englazamiento, el cual desprende actualmente un río, pero que antes emitía el glaciar que las
formó.
Las altas terrazas obedecerían a niveles de lagos formados detrás de diques glaciar, La exis-
tencia de playas de 6,4 y 2 m habría sido originada por los distintos niveles del mar durante los
períodos de congelamiento y descongelamiento.
Climatología
Una extensa gama de climas en un país de desarrollo latitudinal
Clima zonal
Desde el punto de vista zonal, de acuerdo con la circulación atmosférica general argentina se
encuentra dentro de la zona templada, caracterizada por la variabilidad de los estados de tiempo y la
acción constante del frente polar.
Dominan la zona cuatro centros de acción, cuyas posiciones varían según la época del año y de
acuerdo con el movimiento aparente del sol. Son los anticiclones subtropicales del Atlántico y
Pacífico, la depresión del NO y el surco de bajas presiones de la extremidad austral del país (Fig. 8).
El frente polar, que recorre todo el país de S a N, aproximadamente setenta veces al año, se
presenta bajo formas distintas. Estas se traducen en diferentes efectos e intensidades (Figs. 9 a 11).
Climas regionales
La naturaleza física de las distintas masas de aire movilizadas por los centros de acción,
configuran las grandes regiones climáticas.
70
cada vez menos cálida y húmeda. Las isolíneas de temperaturas y tensión de vapor revelan la
naturaleza e intensidad de las transformaciones (Figs. 12 y 13).
Aportan casi la totalidad del, agua que se precipita en el país, como lo demuestran las líneas de
precipitaciones (Fig. 14).
Fig. 12 .Temperatura media de los meses de enero y julio, período 1901-50, según K. Wolcken.
Sobre él confluyen y se superponen los caracteres del régimen subtropical pacífico y los
del subantártico que dependen del gran anticiclón polar.
Las células ciclonales se desplazan de 0 a E. Es la zona en la cual imperan realmente, durante
todo el año, los vientos de occidente, particularmente intensos en invierno.
Es la región fría y húmeda argentina, donde las precipitaciones se distribuyen a lo largo de todo
el año.
Fig. 13. Tensión del vapor, media de enero y julio, según K. Wolcken.
74
Unidades climáticas
Los climas regionales se subdividen en unidades cuyos caracteres esenciales dependen de los
movimientos anuales de los centros de acción, del recorrido efectuado por las masas de aire y de sus
combinaciones con factores geográficos de menor escala, tales como el modelado del terreno, según
se verá (Fig. 15).
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I) Región subtropical marítima, con precipitaciones máximas en distintas estaciones, de la llanura 1) Sin invierno térmico
yprecipitaciones máximas en primavera y otoño, tipo Paso de los Libres (Corrientes); 2) Sin invierno térmico y con precipitaciones
máximas en verano tipo Ceres (Santa Fe); 3) Con cuatro estaciones térmicas y con precipitaciones máximas en primavera y otoño,
tipo Azul (Buenos Aires); 4) Con cuatro estaciones y precipitaciones máximas en verano, tipo Victoria (La Pampa); 5) Sin verano térmico y
con precipitaciones máximas en primavera y otoño, tipo Mar del Plata (Buenos Aires).
II)Región subtropical continental, con precipitaciones máximas en verano, en un dominio geomorfológico heterogéneo,
a) Subtropical durante todo el año; 6) Sin invierno térmico, de la llanura, tipo Santiago del Estero; 7) Con cuatro estaciones
térmicas,del piedemonte occidental, bolsones y montañas, tipo San Juan; 8) Sin verano térmico, de la montaña (Precordillera); tipo
Villavicencio (Mendoza),
b) Tropical durante una parte del año: 9) Sin invierno térmico, de montañas y bolsones, tipo Catamarca; 10) Con cuatro
estaciones, de montañas y bolsones, tipo Chilecito (La Rioja); 11) Sin verano térmico, de alta montaña, tipo La Quiaca (Jujuy)
III) Región del aire heterogéneo del Pacífico, con precipitaciones de invierno, de la Patagonia 12) Con cuatro estaciones
térmicas,de la Patagonia, tipo Cipolletti (Rio Negro); 13) Sin verano térmico y precipitaciones nivales escasas de los Andes áridos, tipo
Puente del Inca (Mendoza); 14) Sin verano y escasas precipitaciones, de la Patagonia, tipo Colonia Sarmiento (Chubut); 15) Sin verano
térmico, con abundantes precipitaciones nivales y pluviales, de los Andes húmedos, tipo San Carlos de Bariloche (Rio Negro)
IV) Región subpolar de las depresiones australes, todo el año húmedo, con precipitaciones máximas en verano, de Patagonia y Tierra del
Fuego:Sin verano térmico, de la Patagonia, tipo Río Gallegos (Santa Cruz) y 17) Con invierno todo el año, de Tierra del Fuego, tipo Ushuaia.
4. Con cuatro estaciones y precipitaciones máximas en verano, tipo Victo rica (La Pampa)
La temperatura media anual es superior al tipo anterior (15,6°). Posee, además, una
máxima absoluta superior a Paso de los Libres (44,0°) y una mínima absoluta baja (-11,6°).
Esta gran amplitud térmica es característica de los tipos continentales.
La evapotranspiración potencial es alta (814 mm) y las precipitaciones escasas
(517 mm). En consecuencia, el déficit es elevado (297 mm) y en todos los meses las
lluvias son inferiores a las necesidades de agua.
5. Sin verano térmico y con precipitaciones máximas en primavera y otoño, tipo Mar
del Plata (Buenos Aires)
La temperatura media de Mar del Plata es baja (13,6°), pero la máxima absoluta es alta
(41,3o) y la mínima (-6,6°) es media.
Las precipitaciones son elevadas (783 mm) y la evapotranspiración potencial escasa. De
este modo, el déficit de agua es solo de 5 mm, en febrero. El excedente es de 79 mm y
corresponde al período de julio a setiembre y se debe más a las bajas temperaturas que a las
precipitaciones.
Es la región dominada por la depresión del NO, de aire cálido y más seco que en
la región anterior (Fig. 15).
La profundización, durante el mes de enero, de las bajas presiones, por razones térmicas, da
lugar a la existencia de unidades climáticas con fuerte aporte de aire tropical.
En toda la región las precipitaciones alcanzan el máximo en verano, pero
existen grandes contrastes en la cantidad total de las mismas, en función del relieve y la exposición.
Los cambios térmicos, evidenciados por el paso de climas sin invierno (6 y 9) a los de
cuatro estaciones (7 y 10) y, finalmente, a los que carecen de verano (8 y 11), se deben a las
diferencias altitudinales
78
7. Con cuatro estaciones térmicas, del piedemonte occidental, bolsones y montañas, tipo
San Juan
Las temperaturas, todavía altas, (media anual, 17,2°; máxima absoluta, 43,8° y mínima abso-luta,
- 8,0°), son inferiores a las de la unidad anterior. Esto explica el descenso de la evapotrans-piración
potencial (877 mm).
Las precipitaciones son las más escasas del país (92 mm), con lo cual el déficit de agua alcanza el
valor máximo (785 mm). Todos los meses del año son deficitarios.
8. Sin verano térmico, de la montaña (precordillera), tipo Villavicencio (Mendoza)
Las temperaturas son menos elevadas que en la unidad anterior (media anual, 17,2°; máxima
absoluta, 42,6°y mínima absoluta, -9,0°).
Las escasas precipitaciones (195 mm) y el elevado índice de evapotranspiración potencial (826
mm) son las causantes de un déficit anual de 631 mm (Fig. 17).
79
III. Región del aire heterogéneo del Pacifico con precipitaciones de invierno, de la Patagonia y
Andes áridos
Es la región dominada por las masas de aire que tienen su centro de acción en el Pacífico (Fig. 15).
En su mayor parte carece de verano térmico. Sólo en la extremidad norte de la Patagonia,
donde las masas de aire han sufrido las máximas transformaciones en función de la distancia a su
lugar de origen, el relieve y el contacto con el aire caliente septentrional, aparecen las cuatro es-
taciones.
El aire es frío y seco y las precipitaciones son abundantes cuando el relieve les impone fuertes
excitaciones orográficas, como en la cordillera. Por otra parte, como éstas son invernales y de
altura, se traducen en nieves.
Presenta tres unidades diferentes, las cuales se describen a continuación.
12. Con cuatro estaciones térmicas, de la Patagonia, tipo Cipolletti (Río Negro)
La temperatura media anual (13,8°) y mínima absoluta (-10,6°) son bajas, pero la máxima
absoluta (40,3°) es muy alta.
Las precipitaciones son muy escasas (161 mm) y la evapotranspiración potencial elevada (765
mm). El déficit de agua abarca todos los meses del año y alcanza un total de 600 mm.
13. Sin verano térmico y precipitaciones nivales escasas de los Andes áridos, tipo Puente
del Inca (Mendoza)
Es el clima de las más altas montañas de Argentina, y Puente del Inca es solo un ejemplo de sus
múltiples variedades.
Las temperaturas son muy bajas (media anual, 7,4°, máxima absoluta, 29,8° y mínima
absoluta, -19,1°). Las precipitaciones (303 mm) son muy escasas, pero la evapotranspiración,
aunque au-mentada por la sequedad del aire de altura y los frecuentes y violentos vientos, es muy
baja.
En consecuencia, el déficit de agua es de 325 mm, correspondiente a los meses que van
de diciembre a abril. En los restantes las precipitaciones superan las necesidades de la
evapotrans-piración potencial en 102 mm (Fig. 17).
15. Sin verano térmico, con abundantes precipitaciones nivales y pluviales, de los Andes húmedos,
tipo San Carlos de Bariloche (Río Negro)
Las temperaturas son muy bajas (media anual, 8,3°; máxima absoluta, 35,5° y mínima
absoluta, -16,7°). Las precipitaciones son de las más abundantes en el país (1.034 mm).
A causa de la escasa evapotranspiración potencial (588 mm) de mayo a agosto se registra
un exceso de agua (537 mm), valor máximo en Argentina, pero de enero a marzo falta agua
para satisfacer las exigencias de la evapotranspiración potencial (91 mm).
IV. Región subpolar de las depresiones australes, todo el año húmedo, con
precipitaciones máximas en verano, de la Patagonia y Tierra del Fuego
Es la región dominada por masas de aire subpolares, frías y húmedas, sometida a la
acción constante de las depresiones del surco austral, las cuales producen precipitaciones durante todo
el año (Fig. 15).
En la parte norte carece de verano térmico, pero en la extremidad sur todo el año es
invierno, según se verá a continuación.
82
16. Sin verano térmico, de la Patagonia, tipo Río Gallegos (Santa Cruz)
Si bien el ejemplo es poco representativo, da una idea general de la unidad. Más apropiada sería
la localidad de Río Grande (Tierra del Fuego).
Las temperaturas son muy bajas (media anual, 6,9°; máxima absoluta, 32,7° y mínima absoluta,
-16,0°).
Las precipitaciones (240 mm) son inferiores a las necesidades de agua desde octubre a abril,
pero el total del déficit es sólo de 337 mm (Fig. 17).
17. Con invierno todo el año, de Tierra del Fuego, tipo Ushuaia
Las temperaturas son muy bajas (media anual, 5,6°; máxima absoluta, 26,5° y mínima
absoluta,-19,6°).
Las precipitaciones (547 mm), de acuerdo con las temperaturas, son suficientes para satisfacer las
necesidades de la evapotranspiración potencial (505 mm) y aún queda un excedente de 42 mm que se
distribuye en los meses de julio y agosto. No existe déficit en ningún mes.
Hidrografía
Pluralidad de formas de alimentación y regímenes de la red hidrográfica
Las diferencias climáticas y geomorfológicas han generado una red de drenaje extensa y va-
riada.
Si se exceptúan los grandes ríos internacionales que drenan de N a S -Paraguay, Paraná y
Uruguay- en general tienen sus fuentes en los altos relieves de Argentina occidental. Vierten sus
aguas hacia el este, en las cuencas sedimentarias, bolsones y llanuras, o las atraviesan para volcarlas
en el Atlántico. Por otra parte, son casi los únicos que se utilizan para fertilizar las tierras
mediante el riego.
De acuerdo con las formas de alimentación y el régimen, los ríos argentinos se pueden dividir en
cinco grupos (Fig. 18).
Referencias:
1 Ríos de alimentación pluvio-nival y glaciar, con dos períodos de máximos caudales;
2 Ríos alimentados por agua de fusión de los glaciares, con caudales máximos durante el verano.
3 Ríos que se alimentan de las lluvias de verano y tienen sus máximos caudales en esta estación.
4 Ríos que se alimentan de las precipitaciones de otoño y primavera, con máximos caudales en la misma estación. 5 Los
grandes ríos complejos: Paraná, Paraguay
84
Fig. 19.
2. Ríos alimentados por el agua de la fusión de los glaciares, con caudales máximos
durante el verano (Fig. 20).
Tienen sus fuentes de alimentación en los glaciares de las altas cumbres de nos Andes áridos y en el
elevado bloque de la Puna. Si se exceptúan algunos ríos, como el Colorado, son endorreicos.
El aporte de las nieves de los niveles bajos es escaso y el agua procede, en su mayor parte, de los
glaciares.
El régimen es regulado por la marcha de las temperaturas. Debido a las grandes pendientes y la
falta de vegetación, los ríos son torrenciales y las aguas turbias por la gran cantidad de materiales
sólidos que transportan.
Los mayores caudales se registran durante el verano, especialmente en enero. En invierno, en
cambio, los fríos paralizan la fusión de los delos, especialmente en agosto, y los caudales des-
cienden al mínimo, como el río Mendoza (Fig. 20).
3. Ríos que se alimentan de las lluvias del verano y tienen sus máximos caudales en esta estación
Dentro de una extensa área en la cual alternan montañas medias, bolsones y planicies, con
precipitaciones variables (300 a 800 mm), se alimentan de las lluvias que alcanzan el máximo en
verano, especialmente enero y febrero. La época de menores precipitaciones corresponde al in-
vierno y final del otoño.
En general, los caudales son bajos desde abril o marzo a setiembre u octubre. Todos los ríos están
sujetos a fuerte evaporación, la cual da lugar a un balance hídrico deficiente, además de
infiltraciones en suelos muy permeables. Gran parle do las precipitaciones se producen en las
montañas por lo cual tienen un escurrimiento muy rápido o se infiltran en las altiplanicies donde las
aguas circulan lentamente y contribuyen a sostener magros caudales invernales.
Fig. 20
85
Dentro de este régimen existen diferencias, explicables en un área tan extensa y variada desde el
punto de vista geomorfológico, climático, edáfico y biológico, que afectan al volumen total de las
precipitaciones y el escurrimiento, como ocurre en Río Segundo (Fig. 21).
Fig. 21.
En parte de la región climática subtropical, que adquiere caracteres tropicales en verano, es-
pecialmente en enero, ciertos rasgos diferenciales se acentúan y configuran un subtipo hidrográ-
fico.
La causa fundamental es la mayor concentración estacional de las precipitaciones, a la cual se
agrega una mayor intensidad y menor duración. Esto trae aparejado un mayor desnivel entre los
caudales de verano e invierno y crecidas más violentas. El Bermejo, aforado en Manuel Elordi y las
lluvias registradas en Orán, constituyen un buen ejemplo. (Fig. 22)
Fig.22
Ríos que se alimentan de las precipitaciones de otoño y primavera, con máximos caudales
en la misma estación
Corresponden a la parte oriental de la llanura y se alimentan exclusivamente de las lluvias de la
primavera o el otoño, separadas por un periodo de mínimas precipitaciones en invierno.
El río Uruguay, por ejemplo, presenta un mínimo en sus caudales en verano (enero) y otro en
julio o agosto y dos máximos: junio y setiembre-octubre (Fig. 23).
La permeabilidad del suelo y la debilidad de las pendientes superficiales se traducen en un gran
poder de absorción que da lugar a un subtipo especial de escurrimiento.
Como bien lo ha hecho notar Ceppi7 los caudales son mínimos cuando las precipitaciones
alcanzan al máximo. La causa es la infiltración de las precipitaciones y el movimiento lento del agua
en el subsuelo, por lo cual llega al río con retardo.
El Salado aforado en Barranca San Lorenzo, la curva de precipitaciones de Villa Ortúzar y el
nivel de la napa freática en esta localidad y Las Flores, constituyen un buen ejemplo sobre el subtipo
en consideración. (Fig. 24)
86
Fig.23
Fig. 24.
Dada la inmensidad de la cuenca, la enorme extensión latitudinal, dos grandes ríos reúnen las
aguas que aportan afluentes de regímenes diferentes: el Paraná y el Paraguay.
El Paraná, de acuerdo con los datos correspondientes a Corrientes, alcanza a máximos
caudales en el mes de octubre a causa de las crecidas del Iguazú provocadas por las lluvias
subtropicales. Luego las aguas se estacionan pero en el mes de febrero, por las
precipitaciones tropicales, tienen un segundo máximo que es el principal del año. A partir de
este máximo las aguas descienden rápidamente hasta mayo y se estacionan en junio pues la
disminución debida a la falta de lluvias tropicales es contrarrestada por el aumento de las
subtropicales. Finalmente, las aguas descienden hasta agosto para recomenzar el ciclo en
setiembre (Fig-P5).
El Paraguay tiene parte de su cuenca sometida a las precipitaciones tropicales y parte a
las subtropicales. Entre ambas se interpone el Gran Pantanal, un inmenso pantano que regula el
escurrimiento de las aguas.
El máximo de lluvias en Corumbá corresponde a enero, mientras que las alturas hidrométricas
en Asunción alcanzan el más alto nivel en junio.
El río crece lentamente entre enero y junio y luego decrece hasta setiembre, permaneciendo
durante cuatro meses con las aguas bajas (Fig. 26).
87
Fig. 25.
Fig. 26.
Fitogeografía
I. Región neotropical
Ocupa Misiones y se prolonga luego en galerías por los grandes ríos de la mesopotamia, llegando sus
últimas comunidades hasta La Plata.
Selva impenetrable, riquísima en especies, es la parte meridional de la selva austral brasileña. La
componen, según Hauman, por lo menos noventa especies de treinta familias distintas de árboles
de gran porte. Entre los gigantes de esta selva se encuentra el lapacho negro (Tabebuia ipe) y el ibirá-
pitá (Peltophorum dubium). Hay, además, palmeras, helechos, algunos arborescentes, aráceas, lianas
diversas, orquídeas y grandes gramíneas. Se destaca un distrito de montañas bajas con Araucaria
angustifolia.
2. Provincia subtropical occidental
Este tema es una colaboración especial del ingeniero agrónomo Fidel A. Roig.
88
Estrecha faja en montañas que desciende desde Bolivia y penetra en el E de Jujuy, centro de
Salta y Tucumán y E de Catamarca. Paisaje de selvas, bosques montanos y praderas.
Emparen-tada florísticamente con la provincia anterior, sin embargo con géneros propios
como Tipuana, Cascaronia Calycophyllum, Myroxylon, Amburana, etc. La selva impenetrable
es muy rica en epí-fitas, lianas, etc. Por encima del piso selvático aparecen notables bosques
de aliso (Alnus joru-llensis) y prados graminosos. Hacia el sur se va empobreciendo
gradualmente.
Fig. 27
Fig. 27. Bosquejo fitogeográfico (según F. A. Roig).
Referencias
I) REGIÓN NEOTROPICAL. a) Dominio de América subtropical 1 - Provincia subtropical oriental; 2 - Provincia subtropical
occi-dental; b) Dominio chaqueño. 3 - Provincia chaqueña; 4 - Provincia del espinal; 5- Provincia del monte; 6 - Provincia
pampeana; c) Dominio andino. 7 - Provincia alto-andina; 8 - Provincia puneña; 9 - Provincia patagónica.
II)REGIÓN A USTRAL. d) Dominio subantártico; 10 - Provincia subantártica.
89
B) Dominio Chaqueño
3. Provincia chaqueña
Abarca las provincias de Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Norte de San Luis, Córdoba y Santa
Fe, E de Tucumán, Catamarca, La Rioja y San Juan (Valle Fértil). Hacia el E penetra en Corrientes
y Entre Ríos.
Paisaje de bosques xerófilos mezclado con palmeras y sabanas. En los ríos principales hay
galerías correspondientes al dominio subtropical.
La distribución de los quebrachos permite diferenciar un Chaco occidental con Schinopsis ba-
lansae, uno oriental con S. lorentzii y otro montano con S. marginata. El quebracho blanco (Aspi-
dosperma quebracho-blanco) tiene una amplia distribución en las llanuras hasta Mercedes (San
Luis).
4. Provincia del espinal
Forma un arco que rodea a la provincia pampeana incluyendo el S de Corrientes, N de Entre Ríos,
centro de Santa Fe, gran parte de Córdoba y San Luis y centro-oeste de La Pampa. Rodea también a la
provincia pampeana por el este en estrecha faja que se prolonga por el litoral marítimo hasta, Mar del
Plata.
Paisaje de bosques abiertos xerófilos y espinosos de los géneros Prosopis y Acacia.
La flora es muy pobre en endemismos y fuertemente emparentada con elementos de la pro-vincia
chaqueña, de la cual puede considerarse su continuación empobrecida. Se distinguen en ella los distritos
del ñandubay (Prosopis affinis), en Entre Ríos y Corrientes, del algarrobo (Córdoba y Santa Fe)
(Prosopis alba y P. nigra), del caldén (P. caldenia) en San Luis y La Pampa y del tala (Celtis tala)
en el litoral de Buenos Aires. El caven (acacia caven) tiene muy amplia distribución en la provincia.
6. Provincia pampeana
Comprende la llanuras del E del país incluyendo casi toda la provincia de Buenos Aires, sur
deCórdoba, Santa Fe y Entre Ríos, NO de La Pampa y una pequeña parte de San Luis.
Toda la provincia se caracteriza por el predominio de las gramíneas y compuestas, por su po-
breza en endemismos y por la riqueza en especies exóticas que en ella se han naturalizado.
Fisonómicamente son praderas o estepas graminosas sin árboles autóctonos.
Los pastos más comunes pertenecen a los géneros Stipa, Piptochaetium, Arístida, Melica, etcétera.
Se distinguen cuatro distritos: uruguayense, pampeano oriental, occidental y austral, este último
con las sierras de Tandil y la Ventana, que contrariamente al resto tiene numerosas especies
endémicas.
C) Dominio andino
7. Provincia altoandina
Ocupa los Andes desde Bolivia hasta Tierra del Fuego, en estrecha faja. Altitudinalmente comienza
en el N a los 4.400 m s/nm, en el centro (Mendoza) a los 3.000; en Tierra del Fuego a los 600 m s/nm.
Mientras en La Rioja, San Juan y Mendoza es una banda continua, al N de Catamarca aparece como un
archipiélago dentro de la provincia puneña. Hacia el sur vuelve a fragmentarse en pequeñas islas
90
8. Provincia puneña
Incluye las montañas y mesetas del NO por debajo de la provincia alto-andina extendiéndose al sur
hasta la precordillera de Mendoza.
Estepas de extrema aridez ya arbustivas, ya graminosas. Muy emparentada florísticamente con la
provincia patagónica, pero con numerosos géneros característicos como Oreocereus, Lampaya,
Krameria, Chersodoma, etc., y especies de Artemisia, Adesmia, Baccharis, Opuntia, Ephedra,
Atríplex, etc. El cardón, Trichocereus pasacana, es una de las más grandes cactáceas conocidas de la
Puna.
9. Provincia patagónica
Aparece ya fragmentariamente en la precordillera de Mendoza, prolongándose hacia el sur,cubriendo
el centro de Neuquén, occidente y centro de Río Negro, casi todo el Chubut, y Santa Cruz.
Montañas, mesetas y llanuras muy áridas cubiertas por estepas arbustivas o graminosas con
numerosos géneros y especies endémicas. Los pastizales tienden a dominar en el occidente con la
aproximación a los Andes y en las mesetas, constituidas por Stipa, Festuca y Poa, principalmente. Las
estepas arbustivas más comunes son las de Verbena tridens, Nardophyllum obstusifolium, Mulinum
spinosum, Trevoa patagónica, Colliguaya intergerrima, etc., arbustos a los cuales siempre se asocian
gramíneas del género Stipa.
En el mapa se ha trazado el límite norte de la provincia según las conclusiones de Ruiz Leal.
Paisajes naturales
Dos grandes ambientes, seco y húmedo, dominan el territorio argentino. La Argentina seca, la mayor
parte del país, corresponde a la extremidad meridional de la «diagonal árida sudamericana» de De
Martonne. La integran las mesetas (puneña y patagónica), montañas jóvenes y macizos antiguos, sus
piedemontes y bolsones, desde los páramos de altura a los bosques secos pasando por las estepas. En
este extenso ámbito, la «selva hidrófila, subtropical de montaña», constituye una excepción.
La Argentina húmeda es discontinua y menos extensa. La integran dos unidades que flanquean a la
Consecuente con el plan de la obra, el dominio antártico será considerado en el Capítulo II. 9
91
«diagonal árida» por el noreste y sureste. La primera es el dominio de la llanura, con excepción de la
meseta volcánica misionera. La segunda es la franja estrecha de los Andes australes y la isla de
Tierra del Fuego.
En cada ambiente, de acuerdo con los caracteres dominantes, se perciben diversos paisajes
naturales que responden a la combinación particular de los elementos del sistema. Se describirán
solamente los más destacados.
Argentina seca
1. La Puna, un conjunto de bloques cristalinos elevados a gran altura, fríos, secos y desiertos
La Puna es una inmensa cuenca de altura, a más de 4.000 m sobre el nivel del mar, con un borde
oriental cuyas altitudes oscilan entre 5.000 y 6.000 metros, mientras el occidental volcánico se eleva a
6.700 metros. Montañas ni ¡culadas longitudinalmente y montes aislados han parcelado la antigua
penillanura en cuencas cerradas donde menudean lagos y salares.
Los elevados picos volcánicos del oeste tienen casquetes de hielo por encima de los 6.000
metros mientras que las cumbres del macizo del borde oriental solo concentran nieves por encima de
los 5.500 metros, pero el paisaje tiene caracteres glaciares. Contrariamente, las montañas del interior
de la cuenca carecen de hielos y de nieves.
Debajo del piso de las nieves eternas se extiende el desierto. En el fondo de las cubetas se
acumulan los escombros producidos por una intensa desagregación mecánica a causa del clima frío
y seco, barridos por el viento. Hay que agregar a este ambiente, poco acogedor, extensos salares.
También los desmoronamientos que descienden a las «pampas» están cubiertos de escombros. En
las cuencas alargadas no faltan depósitos eólicos que forman médanos vivos en las laderas de
sotavento, acumulaciones de cenizas, conos aluviales y costras de sales de gran espesor,
Hacia el occidente el ambiente se torna más hostil. De aquí la denominación de Puna bravía,
caracterizada por un paisaje de volcanes y productos de efusiones que se levantan sobre la alti-
planicie desnuda.
En el borde oriental de la Puna, el vigoroso macizo ha sido disectado profundamente por los
ríos, algunos de los cuales se adentran al corazón mismo de la unidad siguiendo estrechas que-
bradas, como la de Humahuaca y el Toro, para un nombrar sino las más famosas. En el piedemonte del
elevado borde puneño, estas quebradas se abren en amplios valles surcados por ríos que escurren
ámbitos de excelentes condiciones para las actividades humanas; tales los del Bermejo, Grande y
Juramento.
Al frío, la sequedad y los fuertes vientos casi constantes, la altura agrega la «puna» o «soro-
che» (mal de altura). Arreico y de suelos esqueléticos, el relieve carece de la fluidez necesaria para las
comunicaciones.
Entre el borde inferior de las nieves eternas y la cota de 5.000 m, salpican el suelo pequeñas matas
de un pasto duro llamado ichu (Stipa ichu) y cojines dispersos de yareta (Azorella yareta) que a los
4.500 metros se torna muy rala. Más abajo, sobre suelos pedregosos se encuentra la estepa de añagua
(Adesmia trijuga). Donde aflora un poco de agua por debajo de los campos de detritos se han instalado
«vegas» de vegetación cespitosa. Entre los 3.300 y 3.900 metros, en el ámbito de la Puna propiamente
dicha, los pastos duros se vuelven más densos.
Los salares están rodeados por una faja estrecha de halófilas. Más lejos, ya en las bases de las
vertientes, con mayor humedad, aparece la tola (Eupatoium species) que puede alcanzar los dos
metros de altura, a veces alternando con cortaderas.
Las quebradas tienen climas locales específicos al abrigo de los cuales alternan arbustos de la
estepa con árboles propios de la formación del monte o bosque seco. En niveles inferiores, junto al
lecho de los ríos, aparecen las higrófilas.
La uniformidad de la Puna es más aparente que real. A la diversidad de aspectos ya señalados se
pueden agregar las diferencias capitales entre Puna seca, Puna de transición y Puna salada, de acuerdo
con Bolsi.8
Es Puna seca el tercio septentrional de la unidad. La caracterizan lagunas extensas instaladas en
cuencas alargadas, por lo general. Recibe un poco más de humedad que la Puna salada, pero se vuelve
más seca hacia el sur y el oeste. La red hidrográfica es más extensa y los ríos de mayor caudal son
92
tributarios del drenaje atlántico, por medio del río San Juan, principalmente. La erosión fluvial, por
otra parte, es más efectiva por lo mismo que el nivel de base está más bajo.
La Puna de transición comparte características de la seca y de la salada. Por un lado, el relieve
formado por cuencas alargadas de dirección predominante norte-sur. Las precipitaciones alcanzan a
los 200 mm anuales aproximadamente, y la red hidrográfica está regularmente desarrollada. Se
asemeja a la salada por la proliferación de salares, el arreísmo y las formas volcánicas.
La Puna salada se distingue por la gran extensión que alcanzan los salares. Su parte occidental se
caracteriza por el predominio de formas volcánicas. En el resto, la orientación de los relieves es la
misma que en la Puna seca. En cuencas largas y cerradas se alojan salares, algunos de gran
extensión (Arizaro, 4.500 km2). Menos accesible a las masas de aire húmedo, es la parte más seca de
la Puna en general. Las redes hidrográficas endorreicas tienen un desarrollo muy pobre.
En suma, un medio inconfortable en el cual el hombre soporta grandes penurias para poder
vivir.
2. Los Andes secos, desierto de piedras, escasamente modelados por los hielos, con páramos
de altura
Con el nombre de Andes secos se agrupan aquí los paisajes de tres grupos de montañas cuyo
rasgo dominante es la sequedad. Se trata de la cordillera principal o cordillera del límite (argenti-
no-chilena), la cordillera frontal y la pre-cordillera. La primera ingresa al país, desde el oeste, al sur
de la provincia de San Juan y Mantiene su aridez en toda la provincia de Mendoza. La segunda y
tercera nacen en el borde de la puna y terminan en el río Diamante y Mendoza, respectivamente. Es
un conjunto grandioso de montañas desérticas en las cuales se yerguen las cumbres más empi-
nadas de los Andes. Tales las del Aconcagua (6.959 m), Tupungato (6.600 m). Mercedario (6.700
m), etcétera.
Las estructuras de las cadenas se ponen de manifiesto en sus caracteres geomorfológicos. La
cordillera frontal y precordillera son macizos antiguos con todas las formas propias de una montaña
de bloques cortadas en sedimentos paleozoicos de plegamiento hercínico. La cordillera principal es
un plegamiento joven del borde continental del geosinclinal andino. La principal y la frontal llevan la
impronta de actividades volcánicas que construyeron los inmensos volcanes andinos. En las dos
cadenas perduran formas simples, suaves, monótonas, pero la occidental es más áspera. Los picos
empinados y las crestas rocosas corresponden a las grandes cumbres, especialmente las labradas en
las masas eruptivas. Los valles principales, longitudinales, se orientan de acuerdo con los ejes
orográficos. Los transversales descienden de los flancos orientales de la cordillera Principal, no
disectada, razón por la cual los pasos andinos se encuentran a niveles superiores a los 3.500 me-tros
sobre el nivel del mar. En cambio, la cordillera frontal está profundamente disectada por valles
transversales estrechos de paredes abruptas, rocas desnudas de variados colores, que dan im-
ponencia y belleza al paisaje.
El desierto de piedra guarda testimonios de los hielos del pasado, parcialmente desdibujados por
la deteriorante acción del frío seco actual. Los cuerpos Pie hielo que brillan al sol, colgados por
encima de los 6.000 metros en las vertientes que miran al Norte y a los 4.000 las que miran al sur,
son escasos, pero muchos están ocultos bajo espesas cubiertas de escombros (glaciares rocosos). Las
nieves, también insuficientes, son efímeras. Puede ocurrir que no llueva una sola vez durante todo el
período de actividad vegetativa.
En ciertos lugares (Puente del Inca), las temperaturas son tan bajas como en Tierra del Fuego y en
otros (Cristo Redentor) lo son mucho más. (Tabla 1).
TABLA N° 1
Altitud MediaTemp.
Mín.(C°) Media
Localidad
Latitud m. anual abs. mensual Max. HR Hel. Precip.
Jul Ene
P. del Inca 32°49‛ 2.700 7,3 -19,1 -0,2 14,2 29,8 43 154 263
C. Redentor 32°50‛ 3.832 -1,7 -30,3 -6,9 4,1 20,2 57 319 -•-
Ushuaia 54°49‛ 21 5,6 -19,6 2,0 9,2 26,5 72 117 582
93
Sin embargo, el balance hídrico es francamente deficitario a causa de la escasez de las preci-
pitaciones y la intensidad de los vientos; pero, además, existe la sequedad fisiológica causada por
el congelamiento. Basta recordar, sobre este aspecto, que en Puente del Inca hiela 154 días en el
año y en Cristo Redentor 319. La manifestación más evidente de este clima seco y frío es la des-
nudez del paisaje. Escasea la cubierta vegetal a causa principalmente de la falta de suelos.
En la extremidad sur de estos Andes secos, a la latitud del valle del río Atuel, parte austral de
la provincia de Mendoza, la vegetación se distribuye en tres pisos fundamentales. Hasta los
1.600 metros sobre el nivel del mar penetra la provincia fitogeográfica patagónica. Desde este
nivel, hasta los 3.000 metros, se entremezclan (ecotono) las provincias patagónica y alto-andina.
En este piso la cubierta vegetal es muy abierta, es arbustiva en las laderas y mezclada con coirones
en las plani-cies. De 3.000 a 3.500 m se desarrolla una vegetación típicamente nival, baja,
herbácea, de tallos carnosos y flores vistosas. Por encima de los 3.500 m se enseñorea el páramo
andino, totalmente desprovisto de vegetación. Esta visión macroscópica esconde la existencia de
numerosos ecotonos a los cuales corresponde una riquísima variedad de plantas de singular
belleza que sólo suelen captar los muy advertidos.9 Hauman la ha descrito muy bien, pero aquí
se tomarán las especies más conspicuas.
A lo largo de los ríos existe una cinta angosta de vegetación hidrófita bastante alta,
con gramíneas, Cardamine nivalis (berro), Mimulus luteus, etc. Donde existe un poco de limo
prospera Juncus lesueurii y en otros lugares, altas y poderosas matas de Calamagrostis
eminens, Des-champsia cordillerarum, y otras. En los escasos lugares pantanosos de los valles y
alrededor de las vertientes, sobre las pendientes, aparecen diminutas praderas de una vegetación
densa, pero muy baja (menos de cinco centímetros de altura). Arriba de los 3.000 metros, en las
nacientes de los valles, al pie de las morenas, donde surgen las aguas frías de los ventisqueros
próximos, se forman pequeñas vegas, verdaderos oasis en el desierto de piedra. Hay que
agregar aquí juncáceas Oxychloe (Patosia) clandestina y Andesia bisexualis, formando grandes
cojines convexos, Plantago barbata var caespitosa, Acaena caespitosa formando matas densas
hemisféricas, Senencio cha-maecephalus, cuyos gruesos capítulos amarillos están sentados en
medio de una roseta foliar, y la calicerácea Boopis agglomerata, cuyas inflorescencias blancas
forman como una flor chata y rodeada de hojas depositada sobre el suelo.
Los elementos característicos de los valles y pie de las pendientes son algunos arbustos como
la Adesmia pinifolia, la leña amarilla (2.200 a 3.000 m), acompañada por Ephedra americana
var andina (hasta 2.800 m), etc. y como herbáceas Bromus macranthus, Astragalus
cruckshankii de flores azules, varios Senecio subarbustivos o herbáceos en lugares abrigados del
viento. Rastreras son Tropaeolum polyphyllum y Mutisia taraxacifolia, verdaderas bellezas
florales de la región.
El elemento predominante en las pendientes es la Adesmia trijuga, subarbusto que forma
matas redondas y grisáceas (hasta 3.300 m), acompañado por algunas gramíneas (Stipa speciosa,
Poa chilensis, Hordeum cosmosum), la hermosa Loasácea urticante de grandes flores
blancas Cajophora coronata, y otras.
Entre los 3.000 y 4.000 m, sobre las cumbres, en las nieves y hielos perpetuos existen las
especies andinas más características. En primer lugar, subarbustos enanos, formando cojines o
alfombras, Adesmia hemisphaerica, A. subterránea (cuerno de cabra), Oxalis bryoides y Verbena
uniflora formando un césped muscoide sobre el cual nacen las flores, respectivamente amarillas y
azules.
Entre las herbáceas merece especial mención la calcífera Hexaptera cuneata (2.000 a 4.200
m) en el límite superior de la vegetación, varias Calandrinia, portuláceas de flores frágiles y
vistosas, Astragalus oreophilus, varias plantas en roseta; las extrañas ranunculáceas Barneoudia
chilensis y B. major, cuyas flores azuladas o amarillas atraviesan la nieve a punto de derretirse.
Pero es en las inmensas acumulaciones de rocas de los rodados y morenas movedizas donde viven
las especies más extrañas. Los tallos delgados, ocultos entre las rocas, se alargan hasta llevar a la
luz sus hojas, a menudo arrosetadas, y sus flores: Calandrina pieta, Chaestanthera acerosa,
Nassauvia lagascae, etc.
La precordillera, entre la cordillera frontal y las sierras pampeanas, a veces separada de una
y otra por bolsones, alcanza alturas de 4.000 m. Posee escasas cumbres, predominan las cimas
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redondeadas, los domos anchos de gran abovedamiento propios de la antigua penillanura. Bajo
un clima muy árido, faltan las nieven y los hielos. El escurrimiento es pobre pero con torrentes
de fuertes crecidas en ocasión de lluvias intensas de verano. Las aguas se pierden en las
pendientes áridas o se insumen en las playas de los bolsones luego de atravesar los glacis.
Carece de una formación vegetal que le dé un carácter paisajístico propio. Está invadida desde
el norte y sur por las estepas puneñas y patagónicas, respectivamente desde el este entra el monte
serrano. La estepa arbustiva alcanza su mayor desarrollo en los piedemontes, valles y quebradas
donde se encuentran hasta bosquecillos de arbustos altos y árboles espinosos.10
3. Las sierras pampeanas, macizos antiguos y bolsones, boscosos unos y esteparios otros.
Las sierras pampeanas son, geomorfológicamente, macizos antiguos, montañas de bloques,
como la cordillera frontal y precordillera, tan nuevas como la cordillera principal, no obstante
la antigüedad de los materiales que la componen.
La ubicación de las montañas dentro de una categoría geomorfológicamente conocida (maci-
zos antiguos) y la denominación de bolsones para los espacios intermedios, también incorporada
al vocabulario geomorfológico específico, eximen de consideraciones esenciales relativas al tipo y
la morfogénesis.
En suma, se trata de un conjunto de bolsones e islas cristalinas cuyas penillanuras se elevan a
diversas alturas y sobre las cuales suelen erguirse cumbres. Estas montañas se vinculan a las
llanuras por glacis. Hacia los bolsones lo hacen en la misma forma, a través de «bajadas» que
enlazan las montañas con las «playa» sobre las cuales se han formado lagos o pantanos, gene-
ralmente salares («chotts»), rodeados de médanos. Estas formas constituyen una manifestación
clara de aridez a la cual responde una red hidrográfica densa pero pobre en aguas. Los cauces son
anchos, pedregosos, ordinariamente están secos o se insumen rápidamente a la salida de la
montaña que los nutre. Son verdaderos torrentes que en ocasión de las lluvias estivales ocasionan
grandes crecidas. De todos modos, existen cursos de jerarquía, colectores, que tienen niveles de
base interiores, aunque también algunos llevan sus aguas al mar.
Dispersas en un espacio muy amplio (provincias de Tucumán, Santiago del Estero,
Catamarca, la Rioja, Córdoba, San Luis, San Juan), presentan características muy variadas. Las
alturas van desde pocos metros sobre el nivel del mar a 6.200 m. (Nevado de Famatina), en la
extremidad septentrional de la unidad, donde, como dice Frenguelli, las «moles grandiosas y
grises de los bloques, de líneas simples y macizas, de vez en cuando interrumpidas por los
perfiles abruptos de batolitos y apófisis graníticos, contrastan con la carga sedimentaria plegada
en sus quebradas y vertientes, roja o policromo, de rasgos sumamente complicados y esbeltos; y
con éstos, el fondo de los bolsones tendidos hacia el sur cada vez más amplios, crispados de
arenales o igualados por la desolación de las salinas».11 De acuerdo con la altura, exposición y
formas de las montañas varían los suelos (arenosos, rocosos, limosos, salinos, arcillosos,
cenagosos; etc.) y también se multipli-can, en íntima relación, los climas locales y hasta los
micro-climas. En cortas distancias varían mucho la humedad, precipitaciones y temperaturas. De
aquí la existencia de una «flora muy rica y variada, con elementos venidos de regiones más cálidas
o más frías, más secas o más húmedas». Tendremos, mientras no aumente mucho la altitud,
asociaciones de carácter subtropical, unas casi mesofíticas, otras intensamente xeromorfas, y
asociaciones de carácter templado o templado frío en las partes más elevadas.
Desde el punto de vista de la vegetación, las sierras pampeanas, correspondientes a la pro-
vincia chaqueña y la provincia del monte, son muy complejas. Las combinaciones
geomorfológicas, edafológicas y climatológicas explican la variedad de especies y la
distribución de numerosos cuadros fitogeográficos. En primer lugar, es necesario distinguir los
ambientes de los bolsones de los de las sierras. Los primeros se diferencian por el carácter
xerófilo de la vegetación rala que cubre parcialmente los suelos arenosos y guijarrosos.
Individualiza al monte, formación muy ex-tensa y variada, el chañar, la jarilla, la brea, la tusca, el
espinillo, mientras que el bosque chaqueño tiene como representantes más típicos al quebracho
colorado santiagueño, el quebracho blanco, el guayacán, el palo borracho, además de grandes
95
cactáceas. Las gramíneas reverdecen y empinan sus penachos blancos en los ambientes húmedos a
lo largo de algunos cursos de agua. En los suelos salinos solamente hay vegetación halófila
representada por el jume y cactáceas (cereus), y en los campos arenosos las psamófilas. En los
salares mismos, la vegetación desaparece. El monte penetra en la montaña como bosque serrano.
En las laderas, con variantes según exposición al este u oeste, crecen los algarrobos, los molles,
mistoles, tala y piquillín; también los cardones gigantes. «El bosque serrano adquiere particular
exuberancia en las quebradas húmedas, recorridas por cursos de agua, formando verdaderos
bosques galerías, de tipo casi subtropical, com-puestos por el manzano de campo (Ruprechtia
coryfolia), tala, molle, algarrobo y el coco (Pagara coco). En algunos sitios, por la humedad de
los árboles, crece una vegetación casi higrófila, compuesta de musgos, bromeliáceas, hierbas
tiernas (Oxalis, Bowlesia, Parietaria, etc.) y helechos delicados como los culantrillos (Aplenium
cuneatum, A. chilense, Blechnum hastatus, Woodsia, Cystopteris y Musgos). Entre las rocas
puede encontrarse la bromeliácea Puya spatahcea. El manto, de vegetación dibuja, entre los
trapecios del frente de montaña, la cuenca de recepción y el canal de descarga de los torrentes;
pero se detiene, después del piso del tabaquillo, para ceder paso a las Stipas, en el sector de
surgencias y de las penillanuras.
«Algo más allá de las quebradas, existen espacios fértiles con prados de altas gramíneas al-
ternando con molles aislados y un sinnúmero de arbustos y herbáceas de flores vistosas, entre las
cuales cabe señalar la peperina (Bistropogon mollis) etcétera».
«Entre las orófilas fijadas a las rocas en paredes verticales pueden mencionarse los claveles
del aire (Thillandisias div. esp.), de las cuales algunas especies son indiferentemente saxícolas o
epífitas.
«Sobre los conos de deyección pleistocénicos los árboles más comunes son la tusca (Acacia,
lútea. Mili.) el peje (Jodina rhombifolia, Hoock et arn.), la brea (Cercidium australe, Johnst.), el re-
tamo (Bullnesia retamo, Gris) y el manzano del campo. Además alternan algunos templares del
bosque serrano». En ciertos hilares la nota más característica la ponen las palmeras caranday
(Trithrynax campestris).
El distrito chaqueño-serrano se enseñorea, en condiciones favorables, en las penillanuras.
Arriba de los 1.500 a 2.000 m por lo común hay estepas graminosas con especies herbáceas ex-
clusivamente.
En suma, una extensa unidad de variadas formas físicas y biológicas que condicionan una
multiplicidad de ambientes donde predomina la aridez, y una multitud de oasis de piedemonte, muy
humildes, alternan con quebradas y valles de singular belleza con cierta opulencia turística.13
de rodados, gravas, arenas libres o cementadas, conocidas como rodados patagónicos o rodados
tehuelches.
Los Patagónides, mezcla de montañas plegadas en sedimentos mesozoicos y planicies en
bloques antiguos, constituyen un hecho singular en el ámbito de las mesetas cuya monotonía
quiebran. Son de modestas alturas (1.000 a 1.600 m).
Las depresiones («bajos») y las cubetas cerradas parecen de origen tectónico luego rellenado
por material acarreado por las aguas y finalmente despojado de los elementos finos por el viento,
acentuando la depresión. Un origen semejante pueden tener las cubetas cerradas, de formas y
dimensiones variadas, poca profundidad, pendientes suaves o escarpadas, de las mesetas. Las
aguas se acumulan en éstas formando lagunas que en verano se transforman en salares y hasta
pueden ser ocupadas por verdaderos lagos, como el Colhué Huapi y el Musters.
Las costas, maduras, adaptadas a la acción del mar, presentan trazados regulares en arcos
cóncavos y convexos, extensos acantilados o sucesión de ellos separados por valles fluviales, a
veces secos, coronados por médanos y vegetación pobre. Los acantilados, desmoronados por el
mar, forman mantos de rodados, gravas y arenas. Entre los accidentes menores, proliferan senos,
bahías, caletas, estuarios, playas, etc. Las grandes mareas constituyen un inconveniente para la
instalación de puertos.
Domina el aire heterogéneo del Pacífico, sensiblemente modificado por la montaña. Es frío
y seco, en general, y no existe el verano térmico. El porcentaje de nubes es bajo, los cielos claros y
el foehn de altura es frecuente. En el centro de las mesetas, Colonia Sarmiento es buen ejemplo del
clima. La temperatura media es sólo de 11o, la máxima absoluta de 38o y la mínima absoluta de
20° bajo cero. Las precipitaciones son muy escasas en todos los meses del año y el máximo
corres-ponde al invierno (mayo-agosto). El total es de 142 mm. Los vientos del O son casi
permanentes (450%o).
Bajo tales condiciones climáticas no se forman cursos de agua. Pero cruzan las mesetas ríos
alóctonos que por sus dimensiones, volumen de agua que arrastran y belleza, constituyen motivo
de asombro. Se alimentan en las cuencas montañosas y están regulados por lagos de diversos
tamaños, algunos de los cuales son realmente enormes. Sortean difícilmente el relieve de piede-
monte; luego atraviesan las anchas mesetas sin recibir casi aportes fluviales. Sus valles anchos y
profundos están parcialmente ocupados por lechos ordinarios estrechos, por los cuales fluyen
aguas claras decantadas en los lagos. Terminan, finalmente, en estuarios afectados diariamente
por las mareas que alcanzan alturas considerables. No todos se vuelcan hacia el Atlántico; algunos
lo hacen en el Pacífico.
A los cambios geomorfológicos y climáticos van unidos los edáficos y fitogeográficos.
Las plantas se encuentran adaptadas a condiciones muy severas. Se trata de arbustos enanos
con aparatos subterráneos, ramas cortas y apretadas, áfilas o con hojas pequeñas, coriáceas o
espinosas, casi siempre revestidas de resina o pelos lanosos. En conjunto forman matas
homogéneas más o menos densas, que alcanzan, según las especies, alturas de 2 a 3 cm hasta
cerca de un metro. Es el dominio de la estepa.
Las asociaciones vegetales, vinculadas a los suelos y la topografía, más conocidas son las
siguientes: 1) arbustivas, asociadas a los suelos pedregosos y arenosos. En las cimas y crestas de
los cerros la vegetación herbácea es rala (estepa semidesértica); en los barrancos («cañadones»)
secos, mejor defendidos del viento y con más humedad, las hierbas se entremezclan con arbustos,
presentando un aspecto semejante al monte. Los valles, donde pequeños cursos de agua forman
pantanos, están cubiertos por densas praderas de gramíneas y ciperáceas (vegas) o poligonáceas
(lengua de vaca, Rumex crispas). A veces existen charcos y lagunas con plantas acuáticas. En
suelos bajos y salados crece una vegetación halófila, de plantas carnosas generalmente con hojas
crasas o muy reducidas.
La extremidad norte de la región es una mezcla de Patagonia y pampa, estepa y monte, bajo el
dominio del aire subtropical atlántico del NE, es decir una unidad de transición entre dos
ambientes naturales distintos.
Los procesos morfoclimáticos de la pampa se superponen a los de la Patagonia. El paisaje
comienza a tomar estilo pampeano. Pero su escasa extensión y transformación paulatina no incide
97
Argentina húmeda
enredaderas. Más abajo está ubicado el piso de los árboles cuyas alturas oscilan entre 3 y 10 m, tales
la yerba mate o palo yerba (Ilex paguariensis), a veces helechos arborescentes como el chachí.
En el nivel inferior crece un estrato arbustivo, con ortigas gigantes y cañaverales, a veces de gran
altura, con bambusáceas, tacuarembó o tacuara mansa, tacuapé, yeteró, etc. y una graminácea
gigante, tacuaruzú, que suele alcanzar hasta 30 m de altura. En último término, en ambientes umbríos,
a ras del suelo, el estrato herbáceo de helechos begonias. No faltan los hongos, musgos y líquenes.
Además, proliferan trepadoras de flores multicolores, epífitas tales como el caraguatá, güembé, clavel
del aire y las orquídeas. Pero la selva, desde hace más de un siglo, va siendo objeto de la acción del
hombre ya sea por la madera como por la necesidad de abrir claros para practicar otras actividades,
comenzando con la agricultura. La reposición de árboles con especies maderables no logra cubrir los
claros.17
El resto de la mesopotamia no es una llanura aluvional como la clásica, sino una altiplanicie
arenosa, de escasa elevación reciente. En ella se ha impreso, como consecuencia especial del
clima, una red muy densa de ríos, arroyos, lagunas y esteros. Si bien las pendientes son escasas,
frecuentes afloramientos de rocas duras (meláfiros) dan lugar a rupturas del perfil de equilibrio en los
cursos de agua, que originan torbellinos, «correderas» y cataratas, algunas de gran magnitud y
extraordinaria belleza, como las del Iguazú. Los bosques en galería, de ríos y arroyos, contribuyen a
realzar el paisaje.
De norte a sur, se distinguen tres paisajes singulares: los esteros correntinos, la planicie en-
trerriana de suaves lomadas y el delta del Paraná.
Los esteros constituyen el rasgo dominante de la provincia de Corrientes.
Se trata de una planicie baja y escasa pendiente, anegadiza, sembrada de esteros (pantanos) y lagunas,
orientadas de NE a.SO, entre lomas de arena, bajas pero hasta de cien kilómetros de largo.
Las cuencas fueron excavadas por las aguas en una altiplanicie arenosa levantada por movi-
miento epirogénico. Hoy están colmadas por las precipitaciones que oscilan entre 1.100 y 1.600 mm
anuales.
Elementos esenciales del paisaje, los esteros suelen tener, a veces, grandes extensiones,
como el Ibera, de 20.000 km2. Son más profundos, pero menos numerosos, en las estaciones llu-
viosas, por cuanto entran, por derrame, en coalescencia más de uno de ellos. «Las aguas pro-
fundas, que llegan hasta cuatro y cinco metros, se muestran como órbitas despejadas (“canchas”)
algunas de las cuales tienen los fondos arenosos libres; pero, en general, habita en ellas una ve-
getación sumergida sólo visible en épocas de bajante. Extensas colonias de camalotes flotan en las
aguas con profundidad de dos a tres metros y no es raro encontrar en ellas enormes y hermosas hojas
de Victoria regia Frecuentemente las plantas acuáticas entrelazan raíces y tallos en tan grandes
extensiones, que parecen praderas flotantes (“embalsados”) y retienen los detritos arenosos e
incrementan por floculación su masa compacta junto con el depósito de las partes muertas de las
plantas. En la mayoría de los esteros, con menos de dos metros de profundidad, se des-arrollan
pajonales donde se apretujan totoras (Cyperus giganteus)».
«En las lagunas y esteros penetran lenguas de tierra no inundables pero de poca altura sobre las
aguas ('rincones') y originadas por antiguos bancos de arena consolidados por la vegetación
herbácea, de tal manera que permiten la instalación de árboles. También son numerosas las islas
dispersas que levantan su relieve semejante a un lomo levemente emergido, alrededor de un metro,
sobre la superficie palustre. Ombúes, ceibos y talas dominan en su centro tacuarales en sus alre-
dedores y cortaderas en las proximidades de las playas. Los juncales se afirman en los cienos
periféricos y sólidos embalsados, debajo de los cuales circulan l as aguas, permiten caminar sobre
99
7. Lomadas entrémonos
La meseta correntina se levanta al sur de los esteros. Se trata de una formación dura demeláfiros
y sedimentos del cretácico superior y del terciario con cerros de areniscas resistentes aislados.
Con pendientes al este, oeste y sur, se prolonga en este sentido por Entre Ríos y se bifurca en lomas
("cuchillas") separadas por valles que llevan una frondosa red hidrográfica. Se levantan, a veces,
100 metros sobre el nivel del mar, con solo una altura relativa de diez metros.
Un perfil transversal en el sentido de los paralelos pone de relieve una provincia de ondula-
ciones suaves (lomas chatas y valles anchos) cuyas grandes líneas fueron dadas por movimientos
tectónicos. Pero el modelado actual del paisaje es obra, principalmente, de las aguas. Bajo un
régimen de precipitaciones que, desde el paralelo 31° al sur es de 900 mm anuales, bajo un clima
templado (18°a 20°) y muy húmedo, los suelos son muy variados, pero, en general, espesos y
negros. «El paisaje contiene un monte de algarrobos, ñandubay, talas (Celtis tala) (Acacia caven),
etc. que alcanza entre cinco y seis metros de altura y abundantes enredaderas abrazadas a los
troncos como en la llamada selva de Montiel. Grupos casi puros de yatay (Cocos yatay) se disponen
hacia la galería uruguaya, como en el hermoso palmar de Colón y palmeras caranday se acumulan a
lo largo del Paraná».19
En el norte, hasta el Río Bermejo, el bosque, o selva formoseña como se acostumbra a llamarla,
siempre verde, es denso, enmarañado, variado, con hierbas, malezas y trepadoras. No tiene la
exuberancia del misionero y presenta claros en los suelos salinos o anegadizos. Se destacan, como más
conspicuos, el timbó, la tipa colorada, el biraró colorado, el palo blanco, el laurel, cebil, lapacho y
quebracho colorado. Además, palmeras yatay, pindó y la palma blanca (Copernicia australis),
Al sur del Bermejo, en tierras menos húmedas, reina el bosque chaqueño, más xerófilo. La
disminución de especies revela la existencia de condiciones climáticas menos favorables. Falta la
maraña propia del bosque húmedo. Su límite sur está dado, aproximadamente, por el paralelo 30° y el
meridiano 64°. Tal cual lo ha descripto Daus, se trata de una formación arbórea de talla mediana (12 a
15 m) con claros denominados «abras». Cuando estos claros no corresponden a esteros poseen una
vegetación herbácea propia de la estepa arbolada. Se empobrece, junto con las pre-cipitaciones, de NE a
SO y en algunos sectores de su extremidad austral predomina la estepa y el bosque forma isletas
configurando el parque natural. Con la sequedad se incorporan al paisaje cactáceas de gran tamaño.
Entre los árboles se destacan el quebracho colorado, chaqueño y san-tiagueño, palo santo, guayacán,
timbó blanco, laurel amarillo, biraró, palo borracho, etc. En la zona más seca prosperan el algarrobo,
tala, ñandubay y el itín o jacarandá y entre las cactáceas de gran corpulencia, ucle y quimili. En los
espacios abiertos se encuentran matorrales formados por el chaguar o caraguatá y palmeras.
Finalmente, el parque santafesino, compuesto por manojos de árboles de reducida extensión en
medio de la planicie herbácea, las isletas. Se componen, principalmente, de chañares, arbustos xerófilos
y palmeras caranday.
Entre los 30 y 32° de latitud sur el Chaco cede lugar a la pampa, aunque los caracteres esen-ciales
de uno y otro se entrecruzan en esa ancha franja, a ambos lados del río Salado.
10. La pampa, llanura sin árboles, muy modificada por la actividad humana
Con la misma asombrosa uniformidad topográfica que el Chaco, rasgo esencial de la llanura
argentina, la pampa se distingue de él por la falta de árboles.
De acuerdo con Parodi, «es una dilatada llanura herbosa, originalmente sin árboles, en ciertos
lugares perfectamente horizontal, en otros suavemente ondulada, apenas quebrada en las cercanías
de los pocos arroyos que la cruzan, y excepcionalmente accidentada en la región de las sierras
bonariensis. El suelo está casi a nivel del mar; su altura fluctúa entre algunos metros en la zona litoral y
unos cien a pocos más metros en la región occidental y en los valles serranos».
«Ocupa una superficie de 430.000 km2 y comprende casi totalmente la provincia de Buenos
Aires, el Sur de Santa Fe, el Sur y Este de Córdoba, una estrecha zona oriental de San Luis y el noroeste
de la gobernación de la Pampa».21 Si bien el autor se refiere sólo al ámbito de la estepa pampeana, esta
coincide bastante bien con la pampa. Muchos autores la prolongan más hacia el oeste pero, en verdad, la
extienden a dependencias de los piedemontes de macizos antiguos.
Como bien lo ha hecho notar Enjalbert: «Se trata de un país de limos y de loes pero extendido en
una inmensa planicie cuyo trazo original, desde el punto de vista del modelado, es la ausencia de drenaje,
no obstante la abundancia de precipitaciones todo el año, aunque al Sudoeste el clima se degrada y las
lluvias escasean». En suma, con palabras de Enjalbert, la pampa argentina es un «país de arreísmo
húmedo», sin cursos de agua, sobre todo a partir de la deposición del loes más reciente (período seco del
pleistoceno). No existe, no obstante su con traste con los ríos Paraná y Plata, una red hidrográfica bien
jerarquizada, con lechos fluviales bien diseñados. De allí que el hombre ha incorporado a su
paisaje, canales de drenaje artificiales. A las contradicciones de humedad y arreísmo, carencia de
canales naturales y presencia de canales artificiales, hay que agregar los contrastes frecuentes de
pantanos y praderas inundadas en sectores húmedos con campos de dunas, verdaderos chotts.22
No obstante la uniformidad topográfica y herbácea, y la escasez de energías de los procesos
morfogénicos por la falta de pendientes, existe en la pampa una gran variedad de ambientes físicos
cuyos caracteres esenciales fueron señalados en una lista muy prolija de ellos hecha por Gaiganard (Fig.
28:1) macizos antiguos (afloramientos de zócalo); 2) pampa ondulada (vallonnce); 3 pampa deprimida,
con lagos y lagunas del Salado superior; 4) pampa deprimida de las praderas inundables atlánticas; 5)
depresión central de los lagos, lagunas y pantanos (pampa de las lagunas); 6) pampa encostrada
intermontana; 7) pampa meridional del litoral atlántico; 8) pampa encostrada (causse) de Bahía Blanca;
101
9) pampa occidental de los «valles» con dunas y mesetas encostradas; 10) pampa limosa
encostrada; 11) pampa occidental semiárida de las arenas gruesas, con dunas vivas; 12) pampa
occidental de las arenas, del caldén y de los bloques meridianos; 13) pampa con cobertura arenosa
de la invernada; 14) pampa de las expansiones fluvioeólicas (lagunas y pantanos de las arenas) del
sureste de Córdoba; 15) pampa de las arenas y limos de Córdoba-Santa Fe; 16) domo meridiano
(bloque levantado de la pampa); 17) dorsal de las colonias septentrionales drenadas hacia el Salado;
18) zona de subsidencia y de expansión salada de Mar Chiquita-Río Dulce; 19) pampa con dorsales
drenadas y fondos inundados del norte de Santa Fe (bloques meridianos), entre el Salado y el Paraná;
20) lecho mayor inundable del Paraná; y 21) colinas meridianas de Entre Ríos drenadas hacia el sur-
sureste.23
La estepa pampeana está circundada, en parte, por un anillo arbóreo correspondiente al bosque
ribereño del Paraná y del Plata, y el monte de Santa Fe, Córdoba, San Luis y la Pampa. El litoral
atlántico carece de formaciones arbóreas. Las variaciones del clima, en general benigno, y las
diferencias edafológicas explican las variaciones espaciales de la vegetación, especialmente la
ausencia de árboles en el ámbito de la estepa.
El régimen dé precipitaciones (primavera-otoño) impone a. la vegetación un reposo estival que se
acentúa al sur y oeste debido a la mayor sequedad del clima. El descenso de temperatura en el invierno
favorece el balance hídrico; por eso la vegetación está más verde en esta estación que en el verano. Es
precisamente este reposo estival el que diferencia la estepa de la pradera verde todo el año.
102
La zona del cebil se desarrolla en llanuras y valles cuya altitud no supera los 1.000 m. Las
precipitaciones no alcanzan a los 1.000 mm anuales, y se concentran en los calurosos veranos. La
primavera es húmeda; los inviernos suaves y muy secos, con algunas heladas. Es una zona de
transición entre la provincia fitogeográfica chaqueña y la franja del laurel y de la tipa. La vegetación
natural ha sido muy modificada. Es probable que el aspecto de «parque», y la pradera, sea for-
maciones artificiales debidas al desmonte o a la acción del ganado. Caracteriza a la franja el cebil
(Mimosoidea piptadema). No faltan especies chaqueñas tales como las de Ruprechtia (biraró,
sachas manzana, duraznillo), urunday (Aistroniam urundeuva), etc. Son propios de la zona
algunos arbustos hermosos como la begoniácea que abunda a orillas de los arroyos, el garrache
(Stenolo-bium), varias Solanum y grandes compuestas. Aunque escasas, no faltan las lianas.
La zona del laurel y de la tipa se desarrolla en las vertientes orientales de las montañas, hasta
1.200 m de altura en el sur y 1.500 en el norte, bajo un clima caluroso con lluvias muy abundantes.
Por su belleza puede competir con la selva misionera. Tiene todas las características de las selvas
tropicales, como se las describió en Misiones: complicada estratificación de los árboles, arbustos y
plantas herbáceas, lianas y plantas epífitas. Los árboles mayores, que raras veces pasan los 25 m de
altura, son el laurel tucumano (Phoebe porphyria), la tipa (Tipuana tipu), el cedro (Cedrela
lilloi), el lapacho (Tecoma avellanedae), etcétera.
La zona del aliso y de los prados de altura, bien descrita por Haumann, sigue a un proceso de
degradación de la selva higrófila, la cual en su parte superior se va empobreciendo, a medida que
con la altura disminuye la temperatura, mientras van apareciendo nuevos elementos. La más
notable es la bambusácea caña tacuara (Chusquea lorentiziana), de 4 a 5 m de altitud.
Pero pronto quedan atrás todas las especies que requieren mayor calor y aparece el bosque
templado, menos denso y alto, con pocas epífitas, casi sin lianas y muy pobre en especies
arbóreas. El elemento dominante, casi único, es el aliso (la betulácea Alnus jorullensis), un árbol
no muy alto ni corpulento de hojas caducas que forma bosquecillos bastante espesos los cuales
llegan hasta los 2.300 a 2.500 m sobre el nivel del mar, en las pendientes más abruptas y
expuestas a los vientos. Con él conviven pocas especies arbóreas y son escasas las enredaderas
mientras sobre el suelo numerosas especies herbáceas, altas o Bajas. Entre las epífitas solo
abundan las Tillandsia usneoides, grandes musgos y líquenes. Hacia el límite superior aparece
otro singular de la formación, la rosácea queñoa (Bolylepis australis), árbol pequeño con
frecuencia torcido y achaparrado por efecto de los vientos.
En cuanto a los prados, si bien alcanzan alturas mayores que los bosques (hasta 3.500 m),
alternan con ellos en los pisos bajos, donde, no pueden prosperar los árboles por causa de los
vientos violentos o donde los suelos no son buenos para las hierbas.
Más arriba de la zona del aliso y los prados domina el páramo o desierto de montaña, (la puna).
En suma, una zona compleja, pero de una gran belleza natural, con multiplicidad de verdes
sobre el rojizo de los suelos.
12. Los Andes húmedos: plegamiento joven modelado por los hielos y con bosque húmedo
Los Andes húmedos constituyen, sin lugar a dudas, la unidad paisajística más bella de Argen-
tina. Sus bosques siempre verdes encierran lagos y cubren faldas de montañas sobre las cuales
sobresalen cumbres nevadas.
Son más bajos que los Andes secos. El término medio altitudinal es de 2.500 m sobre el nivel
del mar, pero con cumbres como las del Fitz Roy es de 3.375 m, el Tronador de 3.554 m y el San
Valentín de 4.058 m.
Desde su extremidad norte a los 39° de latitud sur, las nieves se presentan cada vez a menor
altura, a la vez que aumentan el número y extensión de los cuerpos de hielo. Muchos lagos se
nutren de la fusión de los hielos, las nieves y de lluvias. Abundan los ríos afluentes y los emisarios
que integran colectores tributarios del Atlántico o del Pacífico.
Gigantescos glaciares componen el denominado campo de hielo continental patagónico, de
400 km de largo por 50 a 80 km de ancho, situado entre los paralelos 49° y 51°. Emiten lenguas
de hielo que alcanzan lagos Cuyas cuencas son obras de procesos glaciares. Las cuencas lacustres,
105
alargadas, ramificadas, son muy extensas y profundas. El Nahuel Huapi, por ejemplo, tiene más
de 500 km2 y 430m de profundidad
Lo más singular de estas montañas, vistas desde los Andes secos o las mesetas patagónicas, es el
bosque siempre verde, en un ambiente frío y húmedo. Es que las precipitaciones superan los 2.000
mm; llegan hasta los 6.000 mm, con una gran frecuencia durante el año. Por otro lado, las
temperaturas son bajas: en el mes de enero oscilan entre 16° y 14° en el norte, y los 12° y 10° en el
sur y en invierno van de los 4° a los 2o como término medio; en virtud de esto, el balance hídrico es
positivo gran parte del año, con un pequeño déficit en un corto período cálido del verano.
En consecuencia, se trata de un bosque higrófilo siempre verde según se dijo, con árboles que
alcanzan los 25 m de altura en la extremidad norte de la unidad (provincia de Neuquén) y los 60 m
en la del sur (provincia de Santa Cruz) .Este bosque cubre las laderas de las montañas casi hasta el
borde inferior do las nieves permanentes. Su composición varía con la latitud y con la altura. Las
tres partes en que lo han dividido los botánicos han sido bien descritas por Difrieri:
Hasta los 43º 30' de latitud sur, en un a faja de unos 40 km de ancho, con precipitaciones de
hasta 3.000 mm producidos en 200 días, nubosa, con alta humedad relativa y fuertes
vendavales, los árboles dominantes son: roble (Nothofagus oblicua), cohué (Notofagus
dombeyi), raulí (Notofagus procera) y lingue (Persea lingue). Esta cubierta vegetal alterna con
bosques puros o pinares de pehuén o pino del Neuquén (Araucaria araucana. Araucaria
imbricata). Los alerces crecen hasta los 1.000 m. A partir de los 44°, el bosque se empobrece en
especies, «son más abundantes las turberas y numerosos glaciares de valles se abren paso a
través de los bosques, cargados de morenas laterales mezcladas con despojos de la vegetación.
Densos e intrincados son los estratos arbustivos con abundantes espacios turbosos que se
salvan mediante caminos de troncos ('planchados') y pequeños pero numerosos torrentes
('chorrillos') bajo las sombras constantes se despeñan bajo túneles de plantas jugosas o se
deslizan bordeados de gruesos colchones de musgos totalmente embebidos. La selva crece
entre una capa de árboles derribados por los fortísimos vientos y acumulados con frecuencia en
caóticas barricadas impenetrables. En esos ambientes sombríos y húmedos se exhiben enormes
helechos, prosperan hongos y líquenes, parásitas y epifitas trepan por las arboladuras en un
clima donde la vida activa de la vegetación no se detiene, pues el régimen marino corrige las
amplitudes propias de la latitud. Los árboles dominantes son el guindo (Notofagus betuloides), el
canelo (Drymis winteri) y la lenga (Notofagus pumilio), de hojas caducas verde azuladas que
en el verano toman un color rojo. El canelo de hojas grandes coriáceas se reúne en grupos
salteados que se distinguen por el agradable aroma difundido entre ellos en los días de sol».25
El Parque Nacional Nahuel Huapi resume, en cierta medida, todos los atributos que distinguen
el paisaje de los Andes húmedos. Abarca «una extensa superficie, y sus lagos y ríos que se pre-
cipitan en cascadas, así como las altas cadenas de montañas nevadas, los grandes bosques
centenarios, o la imponencia de los glaciares, en lento pero incontenible avance a través del
tiempo, son partes de un espectáculo de grandiosidad inusitada, [...] un verdadero microcosmos de
en-cantadores atractivos. Sus costas, con penachos de bosques que llegan hasta las orillas del
agua, sus penínsulas en miniatura, y las bien protegidas bahías con pequeños y pintorescos puertos
semejan, [...] el fabuloso viaje a través del Egeo mitológico.
"En Nahuel Huapi, como en una suma cosmológica, está presente la naturaleza prístina en toda
su grandiosidad y esplendor. Todo el ambiente parece entretejido con sus lagos, ríos, cadenas
montañosas, valles, volcanes, bosques, praderas" 26, para provocar en el espectador una gama de
profundas emociones.
13. Tierra del Fuego: Andes boscosos y planicies esteparias en la isla modelada por los hielos
Desde el meridiano 68° 36' 38", hacia el este, entre el canal de Beagle y el Atlántico sur, la Isla
de Tierra del Fuego es argentina.
106
Apañe de la insularidad, sin duda, los rasgos físicos de primer orden los constituyen la cordillera
de los Andes —aquí orientada de oeste a este— y las planicies del norte, ambas modeladas por
los hielos pleistocénicos.
Los Andes, de no más de 1.500 m de altura sobre el nivel del mar, alternan con canales y
lagos, cuyos cauces y cuencas fueron labrados por los hielos. Tales el Canal de Beagle y el lago
Cami, siendo éste el mayor de la isla.
De la potente glaciación que afectó a la isla son testimonios diferentes formas de erosión y
acumulación (circos, bermas, morenas, etc.); sólo quedan pequeños restos de hielo,
especialmente en la vertiente sur de la cordillera, El extenso piedemonte septentrional, cuyos
depósitos fluvio-glaciares se extienden hasta el valle del Río Grande, es una unidad complicada.
Disectada por los cursos de agua, está salpicada de colinas moreníticas entre las cuales
alternan verdes praderas con el rojo de los turbales de spagnum.
Las diferencias morfológicas de esta vertiente, respecto de la meridional, van acompañadas de las
climáticas y edafológicas y, consecuentemente, fitogeográficas.
El clima de los Andes es frío, especialmente en las largas noches de invierno, y húmedo. El
tiempo, dominado por las depresiones subpolares, es ventoso y variable, con nieblas, lloviznas y
nevadas, particularmente en los niveles superiores de la montaña.
Sobre suelos ácidos, con variados índices de podzolización, el bosque tiene tonalidades
cambiantes según la estación. Siempre de aspecto frío y solemne, en otoño «es más llamativo, por el
contraste que ejerce el follaje morado de las langas o el amarillo dorado de los ñires, frente a las
rocas oscuras y el blanco purísimo de la nieve».
«El bosque caducifolio de langas y ñires, se opone a la franja siempre verde del bosque
lluvioso de canelos, maitenes (leña dura) y coihues del Sur (o juvido)».
«En el límite de la vegetación (600 a 800 m) de altura, los ñirentales, flexionados bajo el peso
de la nieve invernal, protegen los bosques inferiores de aludes y deslizamientos».
«El calafate abunda en diversos ambientes; en los sotobosques de los lengales crecen mata
negra, chaura, parrilla y otras herbáceas y gramíneas. En los suelos empapados y turbosos pros-
peran el pangue magallánico, el junco, el Senecio y los cojines de musgos y helechos».
«Por su parte, la tundra de altura, musgos y líquenes anuncia el desierto níveo».27 Pero el
bosque languidece en parte por causas naturales y en parte por descuido o mal uso. Como bien lo
describió Difrieri, grandes extensiones están cubiertas por los troncos y ramajes pelados de los
árboles muertos por causa de aludes o ahogados por las aguas de deshielos o elevaciones del
nivel del agua subterránea.
Inmensas extensiones de consociaciones de ñire de hojas caducas, están totalmente
quemadas por el incendio de colchones de hojas secas. Los troncos chamuscados y
derribados se entremezclan con los retoños [...]28 A todo ello hay que agregar la explotación de
los bosques con fines de aplicación práctica o comercialización de la madera.
En la vertiente septentrional, al bosque siempre verde y caducifolio le siguen los arbustos
(calafate). Finalmente aparecen los turbales rojizos de spagnum, alternando con las praderas.
La extremidad norte es una planicie modelada por los hielos del pleistoceno, con colinas mo-
reníticas y depresiones que alojan numerosos lagos. En el ambiente periglaciar actual, los des-
hielos primaverales anegan la planicie y numerosos cauces de agua divagan entre las colinas,
más todavía en verano, cuando la fusión colmata lagos, que se derraman mientras el drenaje se
vuelve anárquico.
Las turberas están segadas por los depósitos eólicos en este clima frío y seco, con vegetación
esteparia en campos pastosos y con arbustos.
En suma, la extensa planicie del norte es ya una forma de transición hacia la Patagonia
austral, más seca y más ventosa.
Las unidades descritas no agotan las diferencias paisajísticas naturales, Son sólo las más ori-
ginales y extensas. Están aisladas en un país de inmensidades, Inmensa la pampa, la Patagonia, los
Andes... En consecuencia, «las tremendas larguedades», como dijera Cuevas Acevedo, dilatan
formas de transición y diluyen los contrastes.
107
NOTAS
1 Mal llamados, del «geosinclinal», por cuanto se formaron con sedimentos del borde continental.
2 Los piedemontes constituyen una unidad geomorfológica muy característica. Sólo la escala de la
carta, que impide su representación, es la causa por la cual no ha sido tratada de modo especial.
3
.FRENGUELLI, J. «Las grandes unidades físicas del territorio argentino», en Geografía de la
república Argentina, T. III, Buenos Aires, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos.
GAEA,1946,p.1 a 114.
Se considera verano térmico al período con temperaturas medias superiores a 20°C: estación
4
intermedia cuando oscila entre este valor y 10°, e invierno térmico cuando es Inferior al último.
5 La heterogeneidad física y biológica de las unidades comporta matices climáticos, por lo cual las
localidades tipo elegidas para ejemplificarlas no son totalmente representativas.
6 Evapotranspiración potencial es la cantidad de agua que evaporarían los suelos y las plantas si la
atmósfera tuviera un contenido óptimo de humedad. Depende, fundamentalmente, de la temperatura.
8 BOLSI, Alfredo S., «La región de la Puna argentina» en Nordeste, N° 10, Resistencia (Chaco) Fac.
de Humanidades,1968, p. 11 a 14.
9
CAPITANELLI, Ricardo G., “Climatología de Mendoza”, (Tesis de Doctorado), en Boletín de
estudios Geograficos , Vol. XIV, Nº 54 a 57, Mendoza, Instituto de Geografía, 1967, p. 1 a 441.
10 HAUMAN, L., «El dominio andino», en Geografía de la República Argentina, T. VIII, Buenos
Aires, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos, GAEA, 1947, p. 119 a 331.
13 CUEVAS ACEVEDO, H., Patagonia. Panorama dinámico de la geografía regional, Buenos Aires,
Sociedad Argentina de Estudios Geográficos. GAEA, 1981. p. 22.
14
CAPITANELLI, R. G., «Patagonia», en Revista Geográfica, N° 95, Instituto Panamericano de
Geografía e Historia, México, 1982, p. 30 a 45.
17 CAMMARATA, Emilce, «Misiones», en Atlas total, Buenos Aires, Centro Editor J de América
Latina, 1981, N° 5 y 6, p. 80 a 83.
18 1DIFRIERI, Horacio A., «Las regiones naturales», en La Argentina. Suma de geografía, Buenos
Aires. Peuser, 1958, T. I, Cap. IV,p. 394.
108
19 DIFRIERI, Horacio A., «Las regiones naturales», en La Argentina, Suma de geografía, Buenos Aires,
Peuser, 1958, T. I, Cap. IV,p. 394.
20
Ídem.
21 PARODI, Lorenzo, R., «La estepa pampeana», en Geografía de la República Argentina, T. VIII,
Buenos Aires, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos. GAEA. 1947, p. 143 a 207.
22 ENJALBERT, Henri, «Les formes du terrain dans la zone tempérée», en Géographie générale,
Encyclopédie de la Pléiade, Belgique, Gallimard, 1966, p. 365 a 506.
23
GAIGANARD, R., «Les types de modelé de la Pampa argentine», Toulouse, Institut de Géographie
de l’Université de Toulouse, Le Mirail (Inédit).
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ZITO, C. A., y otros, Nahuel Huapi, Buenos Aires, Ed. Cuatro Rumbos.
3
Las etapas de ocupación
del territorio argentino,
una rápida expansión
con valoración parcial
del territorio
112
La historia de la acción del hombre sobre el medio en el territorio argentino comienza con sus
primeras habitantes: las civilizaciones indígenas. Estos grupos, que fueron los únicos pobladores
hasta el siglo XVI, cuando comienza la conquista y colonización hispánica tuvieron mayor
«agresividad paisajista»1 en el noroeste y oeste. En ese lugar se hallaban las culturas
poseedoras de «técnicas de encuadramiento y de producción»2 más eficaces, lo que les permitió el
dominio de un amplio territorio y un gran número de habitantes.
Hacia fines del siglo XV, los incas habían logrado conformar su imperio incluyendo el oeste y
noroeste del actual territorio argentino mediante un sistema político-administrativo y una
infraes-tructura de comunicaciones eficientes. La práctica de la agricultura, con
acondicionamientos para riego en un medio árido, que determinó su sedentarización y su pauta de
poblamiento en aldeas; les permitió la concentración de mayor número y densidad de habitantes
e iniciar el modelado del medio (Fig. N° 1).
El resto del territorio estaba habitado por tribus nómadas, de recolectores, cazadores y pes-
cadores con gran aptitud para el desplazamiento, que trasladaban sus tolderías en función de sus
necesidades alimenticias. Se encontraban en la primera etapa de la evolución socioeconómica de la
humanidad, y tenían el dominio exclusivo en el «espacio inorganizado»3, donde no se nota
prácticamente la huella humana. La debilidad en sus técnicas de encuadramiento y producción se
advierte en sus nucleamientos de pocos individuos dispersos en el territorio que, más que
contribuir a su modelado, se hallaban sometidos a la naturaleza, dependiendo de la misma para
su super-vivencia. Tampoco sus técnicas les permitieron advertir las grandes potencialidades de
algunas regiones, como la pampeana, posteriormente tan valoradas. No estaban en condiciones de
perci-birlas.
La diferente capacidad de organización y producción de estos dos grandes grupos se pone de
manifiesto también en los resultados de la colonización hispánica. En el encuentro de ambas cul-
turas los primeros sobrevivieron, dejando los rastros de su cultura y etnia; los segundos desapa-
recieron.
Al producirse la conquista y colonización españolas termina el dominio de los indígenas
en estas tierras, y se inicia una etapa que culminaría a partir de las transformaciones operadas en la
organización del territorio en la segunda mitad del siglo XIX.
113
Fig. 1 Área de dispersión de los principales pueblos indígenas y géneros de vida (según Canal Feijoó y
Academia Nacional de Historia, en Randle, P. H.: «Atlas del desarrollo territorial de la Argentina».
Instituto Geográfico Militar, Madrid, 1981).
114
Con el comienzo del período colonial se inicia la organización del territorio a partir de
decisiones determinadas por la estrategia de la corona española. Esta forma de colonización fue
diferente a la empleada por los ingleses en América del Norte, donde la ocupación del espacio
fue paulatina y continua. «El sistema español era predominantemente administrativo y fue
confiado al soldado, asistido por el sacerdote:..».4 En la primera mitad del siglo XVI, el
territorio estaba poblado por aproximadamente 340.000 indígenas5 Un espacio inmenso y
prácticamente vacío, para ser colo-nizado por los reducidos núcleos españoles. «La fulminante
rapidez de la conquista, impuso una economía muy estricta de la población europea. Era
imposible organizar un frente de colonización continuo. Se trató más bien de una serie de núcleos
que formaban una red metódica, pero de mallas poco apretadas; El fin principal era la posesión
de los puntos estratégicos y de las regiones de producción de los metales preciosos».6
Las potencias coloniales europeas organizaron la colonización en base a la agricultura en
otras partes del Nuevo Mundo, pero en la Argentina, dado sus climas templados y áridos
predominantes la economía de plantación no encontró las condiciones favorables. El móvil
fue entonces la explotación de otros bienes codiciados en la época, como los metales
preciosos, cuyo gran valor justificaba el transporte, dada la precariedad de los medios. Esto hizo
que el centro más dinámico se ubicara en el noroeste del actual territorio argentino, vinculado a la
explotación metalífera del Perú, y que se desarrollaran economías regionales relacionadas con
lo mismo para su abasteci-miento. La consecuencia de este proceso fue la ocupación
discontinua del espacio y su modelado en regiones poco extensas.
El esquema regional de lo que luego sería el territorio argentino, comienza a configurarse a
partir de las primeras fundaciones hispánicas. El avance de la conquista desde el Perú y
desde Chile engendra una corriente colonizadora en el norte, que inicia el proceso fundacional
en 1553 con la ciudad de Santiago del Estero, en un lugar donde se dispone de corrientes
fluviales, las cuales, con la construcción de acequias y gracias a la disponibilidad de mano de
obra indígena, permitieron la expansión de los cultivos. El sistema de colonización urbana
posibilitó que cada ciudad fuera organizando el territorio aledaño. Santiago se convirtió en el
centro colonizador y de avance de la conquista del noroeste, y en proveedora de cereales,
hortalizas y madera, gracias a la valorización de los recursos de la diagonal fluvial que
conforman los ríos Salado y Dulce, nexo interregional para las comunicaciones entre Córdoba, el
Noroeste y Santa Fe.
En un poco más que un siglo se fundaron las primeras trece ciudades. A Santiago del Estero le
siguieron Córdoba (1558), Mendoza (1561), San Juan (1562), Tucumán (1565), Santa Fe
(1573), Buenos Aires (1580), Salta (1582), Corrientes (1588), La Rioja (1591), Jujuy
(1593), San Luis (1594) y Catamarca (1683). De esta manera se constituyeron los asentamientos
puntuales que con-formaron la red urbana que caracterizó al período colonial, el que se estructuró
siguiendo en mu-chos casos los caminos indígenas y las nuevas rutas abiertas por las
expediciones conquistadoras y exploradoras. Estas trece ciudades fueron denominadas «ciudades
territoriales» por Razori,7 en virtud de haber sido los núcleos generadores de las provincias
homónimas cumpliendo la función de ser centros organizadores del espacio en torno de ellas, y
haber atraído población. En cuanto a esto, cabe agregar la opinión de Canal Feijoo quien, en
una investigación a la que califica como intuitiva por no estar documentada, consideró el
problema de la decisión de la localización de las primeras ciudades y arribó a las siguientes
conclusiones: [El español] «aceptó, reconoció y ponderó el nuevo ámbito por complaciente y
despaisada analogía nostálgica; lo dicen bien a las claras sus primeras nominaciones: la Nueva
Granada, Córdoba de la Nueva Andalucía, Santiago de la Nueva Extremadura, Todos los Santos de
la Nueva Rioja…»8. Esta conciencia o sentimiento regional ha influido, según este autor, en la
elección del sitio de las primeras ciudades, las cuales estaban separadas por distancias a las que
denomina como «precisa distancia en que ya cambia la tonada». «Hoy podemos comprobarlo
empírica y turísticamente: un cambio de tonada anuncia la proximidad de otra ciudad» [...], la
tonada es «una localización cultivada en comunidad».9 El conquistador que atravesó el territorio
fue recorriendo las distintas poblaciones indígenas, y de esa manera pudo percibir los cambios
lingüísticos al pasar de una comarca a otra. Comparando el mapa de las principales poblaciones
115
y a Asunción. De esta manera Potosí quedó incluido en su área de influencia al igual que Cuyo, que
se incorporó al Virreinato. La libertad de comercio otorgada a su puerto fue el factor vigorizante
del mismo y la causa del nuevo dinamismo que se opera en su extensa área comercial. No sólo se
liberó del control de Lima sino que en la competencia, se valorizó, su posición geográfica favorable y
atrajo la exportación de la plata potosina. A fines del siglo XVIII, el 80% de las exportaciones del
puerto de Buenos Aires lo constituía la plata.17 Las exportaciones de cueros, sebo y carne salada
repercuten en la estructuración del espacio; se organizó la zona ganadera con el surgimiento de
la estancia colonial como, una unidad de producción más racional.
En el siglo XVIII comienzan a notarse los cambios que producirán el traslado del núcleo, más
dinámico hacia el litoral y provocarán la ruptura del equilibrio regional. Los beneficios del comercio
en Buenos Aires produjeron una mayor demanda de bienes. Procedente de las economías regionales
llegaba aguardiente; vinos y frutas secas de Cuyo; textiles de Córdoba; maderas y cueros de
Tucumán, del exterior, los productos manufacturados. Los flujos cambiaron de dirección; ya no se
dirigían al mercado alto-peruano.
A partir de 1810, el área mercantil porteña pierde extensión por los sucesivos desmembra-
mientos que sufrió el territorio del Virreinato. Cesan las exportaciones de plata al independizarse el
Alto Perú, y son reemplazadas por los productos pecuarios, que pasan a ser el principal rubro y
factor dinamizador de la economía. A pesar de ello, la ganadería todavía se mantiene con carac-
terísticas muy rudimentarias, sin refinación y con escasas inversiones.
La competencia de productos importados y la ruptura del eje Potosí-Buenos Aires debilitaron a
las economías regionales. La importancia de los vinos y aguardientes del Mediterráneo, arruinó a la
economía cuyana; la expulsión de los jesuitas a fines del XVIII provocó la decadencia de las mi-
siones; el Noroeste perdió su mercado en el Alto Perú y su producción no podía competir con la ex-
tranjera.
La organización del territorio durante el período colonial culmina con un período de transición
hacia la nueva etapa que se insinúa. No hubo una valoración total del espacio. En 1857 la
población apenas llegaba a 1.300.000 habitantes.18 Las economías regionales autosuficientes
habían mostrado sus vocaciones diversas, que generaron el intercambio interregional. La
región pampeana, impulsada por un factor exógeno, organizó su territorio con función mono-
productora. La conquista, exploración y reconocimiento del territorio continuaba en la Patagonia
en las costas y en la región chaqueña. También las islas Malvinas participaron tempranamente de la
colonización. La Corona española ejerció su dominio en ellas hasta 1811. La Argentina las
heredó luego por natural sucesión y fueron colonizadas con grupos de familias a las que se les
entregó tierras, hasta 1833, fecha en que el imperio inglés produjo su expulsión por la fuerza.
Las ciudades fueron el soporte de la vida regional; dependían dejas áreas rurales próximas
para su abastecimiento y les proporcionaban servicios. La producción debía satisfacer las nece-
sidades locales, por lo cual era diversa. Los cultivos destinados al mercado eran el producto de la
originalidad del medio que —al ser diverso— provocó el intercambio de complementación, limitado
por la precariedad de los transportes. Las actividades industriales tenían el carácter de
tareas artesanales.19 La dependencia del polo de atracción de Potosí había generado flujos
centrífugos en el territorio; la creación del Virreinato los hizo converger a Buenos Aires. Tal
era la estructura y dinámica del espacio en el periodo colonial (Fig. N° 2)
118
Referencias:
Configuración territorial:
1. Núcleo densamente poblado en los valles del Noroeste, productor de minerales, agricultura diversificada con excedentes, ganadería,
artesanías y desarrollo urbano lineal, con importantes funciones de apoyo al comercio y comunicaciones.
2. Área de las Misiones, densamente poblada, con producción tropical.
3. Región del Plata, con grandes recursos ganaderos y alto valor estratégico. Ciudades-puerto, comerciales y de apoyo al tránsito.
4. Región de Cuyo: producción agrícola diversificada, fabricación de vinos, aguardientes y frutas secas y ganadería. Apoyo al tránsito
hacia Chile.
5. Región Centro: actividad agropecuaria y comercial. Apoyo al tránsito entre el Alto Perú y el Río de la Plata.
6. Región de frontera del Chaco-Gualamba.
7. Región de frontera de la Pampa-Patagonia.
Fuentes: Difrieri, H.: "El Virreinato del Río de la Plata". Ensayo de Geografía Histórica. Ediciones
Universidad del Salvador, Buenos Aires, 1980.
Randle, P. H.: ob. cit.
INDEC: Censo Nacional de Población y Vivienda 1980, Serie D, Población, Total del país.
119
El más importante elemento de la conquista del territorio fue el ferrocarril, que actuó como nexo
entre las unidades de producción y el puerto llevó mano de obra a los campos y permitió la
expansión de la agricultura en territorios más alejados. La mayor parte de la red ferroviaria se cons-
truyó en esta etapa.
La técnica del frigorífico provocó un gran, cambio tecnológico en la ganadería con sus nuevas
exigencias: refinamientos, praderas de alfalfa, potrerización de los campos, molinos. La propiedad
rural, se consolida en la, estructura de grandes propiedades, producto de una ganadería extensiva y
en pocas manos.
La agricultura, que no tuvo una gran expansión en la primera mitad del siglo XIX
—se había mantenido como una actividad destinada a satisfacer los mercados locales, desarrollada
en el área de influencia de los centros urbanos—, comenzó su expansión. La colonización
agrícola en la pampa norte se inició con pequeñas propiedades en Santa Fe y luego adquirió gran
desarrollo en esa provincia y en Buenos Aires, Entre Ríos y Córdoba, colocando al país
entre los principales exportadores mundiales de granos en el comienzo del siglo XX.
El factor fundamental del poblamiento fue la gran inmigración de europeos, como
consecuencia del exceso de habitantes en el viejo mundo, que alcanzó gran intensidad a fines del
siglo XIX y principios del XX La Capital Federal y la provincia de Buenos Aires fueron las
mayores receptoras. Los extranjeros representaron la mano de obra idónea para la agricultura,
aunque la gran mayoría se quedó en las ciudades, dada la escasa posibilidad de acceso a la tierra.
Buenos Aires, boca de salida de la producción agropecuaria, y de entrada de productos ma-
nufacturados, creció en complejidad al concentrar todo el aparato financiero de comercialización,
exportación e importación. Los beneficiarios de todo este crecimiento fueron contados y se cir-
cunscribieron, territorialmente, a una porción del país: la pampa y ciertas organizaciones econó-
micas de tipo agroindustrial, en Tucumán y Cuyo, que constituyeron una excepción en el cuadro
pastoril del momento.
El auge de la civilización del cuero en el litoral y el cierre del mercado alto-peruano ya habían
afectado a las —en otra época— florecientes economías del noroeste y centro en la primera mitad
del siglo XIX. El enriquecimiento de la pampa hizo disminuir la importancia relativa de las
eco-nomías regionales. El paso de. la carreta a la locomotora, la nueva técnica del transporte,
acortó distancias y disminuyó fletes, permitiendo el ingreso de productos manufacturados a todo el
interior, que no pudo soportar la competencia con sus artesanías. La industria textil local
desapareció. «El ferrocarril cortó el antiguo, pero modesto, intercambio interregional».25
El auge de la estructura agro-portuaria, a partir de 1870, condenó a la marginalidad a la po-
blación y regiones que no pudieron integrarse a esta organización económica. Debido a la estre-
chez del mercado local para colocar su producción ya las condiciones naturales, que no se adap-
taban a los nuevos requerimientos, el Noroeste y las sierras pampeanas, que se habían favorecido
con su anterior inserción en el esquema colonial español, no tuvieron esa oportunidad en la nueva
coyuntura. Una excepción en el Noroeste la constituyó Tucumán: bajo un régimen aduanero pro-
teccionista de su producción de azúcar, y gracias al tendido de las vías férreas, vio crecer su
mercado consumidor, hecho que se reflejó en la organización de su territorio. Aumentaron las
hectáreas cultivadas —a pesar de ser una zona marginal para la caña—, generando una
economía mono-productora que no tardaría en manifestar su vulnerabilidad. La población del
Noroeste se concentró en consecuencia, en las zonas de los ingenios en Tucumán y en el valle
del San Francisco.
La región de Cuyo también se benefició, al gozar de un mercado nacional para su producción
de vino. La llegada del ferrocarril a estas comarcas tuvo un doble efecto: produjo el crecimiento
poblacional con la incorporación de inmigrantes y le facilitó el acceso al gran mercado de Buenos
Aires. La mayor, demanda provocó el paso de una agricultura diversificada a una creciente espe-
cialización con el monocultivo de la vid. De 19.700 hectáreas sembradas en 1895, se expandió- a
91.900 en 1937. Luego hubo una mayor intensificación en el uso del suelo. Ello fue acompañado
por un rápido proceso de concentración urbana, sobre todo en Mendoza. Gracias a la Campaña al
Desierto comienza a configurarse un área de expansión agrícola en San Rafael, el nuevo oasis del
sur, también con gran dinamismo poblacional.
121
El sistema territorial, surgido a causa del estímulo exterior que constituyó la demanda de ma-
terias primas agropecuarias, se consolidó a partir de la Segunda Guerra Mundial como conse-
cuencia del cambio en la estructura económica del país.
En la tercera década del siglo XX, la economía agroportuaria, dependiente de los mercados
externos, demostró su vulnerabilidad al variar las condiciones de su entorno. La crisis económica
internacional frenó el dinamismo del comercio mundial. Los países industrializados, como conse-
cuencia de su progreso técnico, consiguieron una mayor productividad que determinó una menor
demanda de los productos agropecuarios de zonas templadas, lo cual condujo a una caída de los
precios, limitando el poder de compra de nuestras exportaciones. El deterioro en los términos del
intercambio cerró definitivamente el ciclo de la estructura agro-portuaria.
La crisis de los años treinta y las dos guerras mundiales fueron factores decisivos en el cambio
de la estructura económica, presionando su evolución hacia una economía mixta al impulsar el
desarrollo industrial, con la consiguiente pérdida de la hegemonía del sector agropecuario de la
pampa y la consolidación de la tendencia en la distribución de la población y actividades produc-
tivas. El desarrollo industrial comenzó a insinuarse a raíz de la Primera Guerra Mundial y de la
crisis económica internacional, pero, es durante el segundo conflicto bélico y con posterioridad,
cuando surge una coyuntura más favorable, debido a la necesidad de autoabastecimiento y a las
medidas proteccionistas que permitieron iniciar el proceso de sustitución de importaciones. El
deseo de continuar con el desarrollo industrial surgido al amparo de la guerra se manifestó en la
decisión genuina de llevar a cabo este proceso nacional —sin aporte de capital extranjero en el
comienzo, y dentro de una estrategia redistributiva de ingresos que actuó provocando una
expansión de la demanda interna—, buscando lograr la independencia económica.28
En un principio se expandieron las industrias livianas, destacándose la textil por su crecimiento
sostenido en correspondencia con la extensión de los cultivos de algodón - en la planicie chaqueña-,
que, junto con las lanas, constituían las principales materias primas. Luego, ante la falta de
industrias básicas de bienes intermedios se trató de producir la integración del proceso con la co-
laboración de capitales extranjeros. Paulatinamente, la estructura industrial fue variando, aumen-
tando la participación relativa de las industrias metálicas básicas.29
Las actividades agropecuarias fueron perdiendo importancia relativa en la generación de in-
gresos. Hacia 1930 se había finalizado con la expansión de tierras, llegando hasta el límite ecoló-
gico de la pampa. Los 17 millones de hectáreas sembradas con cereales en aquel momento, nada
han variado hasta el presente. El aumento la producción pasó a depender de los rendimientos y no
de la ocupación de los nuevos territorios, liste aspecto, unido a la mayor demanda interna por el
aumento de población, limitó los excedentes de exportación.
Este cambio en la estructura productiva tuvo un reflejo territorial que se ha mantenido hasta el
presente. La expansión de actividades típicamente urbanas generó fuentes de trabajo, lo cual se
tradujo en un gran incremento de habitantes en las ciudades. El proceso de urbanización, ya ini-
ciado en la etapa anterior, evoluciona con más intensidad en el período posbélico. De un 62%de po-
blación urbana en 1947, se pasa al 72 % en 1960.
La redistribución de la población es el rasgo dominante de la dinámica demográfica que con-
tribuyó a consolidar el esquema que venía insinuándose, de predominio de la región pampeana.
Esta -sin incluir la Capital Federal y el Gran Buenos Aires—, albergaba en 1869 el 40% de la po-
blación, cifra que se fue elevando con la colonización agrícola hasta 1914, para luego disminuir en
favor del área metropolitana.30 El gran mercado que constituía la Capital Federal, la disponibilidad
de servicios y el hecho de ser los puertos el punto de transbordo para las materias primas de
transtierra y productos intermedios importados configuraron una particular coyuntura, que actuó
como factor locacional de la gran concentración del desarrollo industrial en el frente fluvial del
Plata y en el curso, inferior del Paraná. Se acentuó entonces la tendencia de concentración
demográfica. El proceso de urbanización alcanzó su más alto grado primero en las provincias de
Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, y a partir de 1947 —especialmente— se
generalizó, destacándose, actualmente las provincias de Córdoba, Mendoza, San Juan,
Tucumán y las que integran la región pa-tagónica, además de las nombradas en primer término.31
124
Mundial, atrajo inmigrantes y permitió valorizar sus tierras, pero la decadencia por el agotamiento
de suelos intensamente cultivados, alentó la emigración. Hoy, las dos actividades tradicionales, la
agricultura y ganadería tropicales constituyen los factores de organización del espacio.
Hacia el este, la ciudad de Corrientes ejerce su influencia en el área tropical fronteriza,
que conoció su período floreciente durante la acción misional jesuítica. Los núcleos principales de
po-blamiento y las rutas son periféricos siguiendo el recorrido de los ríos o, en el interior,
esquivando la selva por el norte. Es el territorio de la tierra colorada, productora de cultivos y
ganadería tropicales y con recursos forestales, cuyo manejo racional ha permitido la instalación de
importantes plantas de elaboración de papel. Las grandes potencialidades hidroeléctricas han
sido escasamente aprovechadas aún.
La región del Noroeste, el antiguo núcleo dinámico del periodo colonial, impulsó su
mo-no-producción de caña de azúcar al facilitarse por el ferrocarril su comunicación con el
mercado del litoral. La excesiva dependencia de la demanda tardó en demostrar la fragilidad de
la economía, especialmente en Tucumán Otros cultivos, como el tabaco y la vid, se han
desarrollado en los de las provincias de Salta y Jujuy y se han construido además importantes
obras de infraestructura para riego y energía. El cuadro de la economía regional completa con la
explotación de combustibles en el norte de Salta y en Jujuy y minera en la Puna y la Sierra de
Zapla: esta última ha actuado como actor de localización de los altos hornos en Jujuy. Tucumán,
el nudo colonial de las comunicacio-nes, se ha convertido en la metrópoli regional. Esta situación
geográfico-económica no evita, em-pero, el éxodo de su población.
En la región Central, una vez más, se confirma la evolución seguida por las fundaciones
españolas, Las primeras ciudades coloniales continúan ejerciendo sus funciones de engranaje
central de los sistemas urbanos. La ciudad de Córdoba, que había logrado organizar áreas
agrícolas y ganaderas en torno suyo, se encuentra inmersa en el proceso de industrialización
del país. El temprano aprovechamiento de los recursos hídricos locales convirtió a la energía en
un factor importante de localización de industrias, en especial de las mecánicas. El espacio
sierripampeano se caracteriza por su poblamiento puntual producto del aprovechamiento de los
magros caudales en los pequeños oasis. Estos con escasas posibilidades de expansión, generan
reducidos volúmenes comercializables. La ganadería rústica extensiva es característica de la
economía de subsistencia, que los identifica en su mayoría.
126
Fig. 4
LA ORGANIZACIÓN ACTUAL DEL TERRITORIO
1.- Metrópolis regionales 10.- Predominio de la ganadería
2.- Centros regionales 11.- Predominio de y agricultura
3.- Centros secundarios 12.- Agricultura y ganadería asociadas
4.- Centros terciaras 13.- Área lechera
Ejes de mayor movimiento: 14.- Oasis de regadío
5.- Ferrocarriles 15.- Explotación forestal
6.- Rutas 16.- Combustibles - Minerales
Densidad de población 17.- Industrias
2
7.- Más de 15,5 hab./km 18.- Pesquerías
2
8.- De 3 a 15,4 hab. /km 19.- Turismo
2
9.- Menos de 2.9 hab. /km
127
El gran contraste entre desierto y núcleos de altas densidades es el rasgo del poblamiento en la
región de los ricos oasis cuyanos, a causa de la agricultura intensiva bajo riego. La misma se halla
integrada con agroindustrias. Los oasis se ubican siguiendo el valle de los ríos, en el contacto entre la
montaña y la planicie. La antigua dependencia de Chile encontró un amplio mercado en el litoral,
estrechando su vinculación a partir de la llegada del ferrocarril. El sistema de cultivo se caracteriza por
el predominio de la vid, que se complementa con hortalizas, frutas y olivo, cuyo laboreo e in-
dustrialización amplía las posibilidades locales de generación de empleos. La explotación de
combustibles, con su consiguiente procesamiento, y la de uranio, más otras industrias, han ase-
gurado una base de sustentación más sólida a su economía. Los tres oasis mayores son los de
Mendoza, San Juan y San Rafael, correspondiendo a la primera ciudad las funciones de mayor
jerarquía. Mendoza se halla en la encrucijada de vías terrestres entre Buenos Aires y Chile, y entre el
oasis del norte y el del sur.
La Patagonia es la región con menores densidades de población. En ella se distinguen tres sub-
espacios de homogeneidad:
la cordillera: con clima húmedo, boscosa; con actividad turística y valles dispersos po-
blados, destinados a la ganadería y agricultura intensiva; explotación minera y forestal.
la meseta central: árida y con ríos alóctonos; dedicada a la ganadería ovina extensiva, que
origina un poblamiento disperso, y con valles fluviales densamente poblados debido a la
agricultura intensiva bajo riego.
la costa: acantilada y con grandes amplitudes de marcas; con núcleos urbanos dispersos;
actividad pesquera, minera, industrial y turística.
Estas franjas longitudinales no constituyen espacios funcionales. Las vinculaciones se dan en
sentido transversal; este es precisamente el rumbo que sigue la hidrografía, la cual no es ajena a este
hecho. Los ríos, que nacen en las montañas gracias a las copiosas precipitaciones, drenan hacia el
Atlántico, estableciendo la complementariedad entre las dos grandes unidades físicas. De esta manera,
las áridas mesetas disponen de agua gracias a las montañas. A su vez, el hombre ha aprovechado los
valles fluviales para establecer las vías de circulación en el mismo sentido, con-figurando sub-espacios
que constituyen áreas funcionales que integran la montaña y las mesetas, no existiendo polarización a
nivel regional.
De esta manera quedó consolidado el esquema espacial de la Argentina, como consecuencia de la
ocupación espontánea de su territorio. El ecúmene estatal quedó configurado en la región pampeana,
ya que es la parte del Estado que concentra la mayor densidad y volumen de habitantes, la mayor
producción y densidad de vías de comunicación. Los ecúmenes regionales como núcleos de
dinamismo secundario, proveedores del ecúmene estatal, separados por áreas de menor intensidad
en la presencia humana corresponden a las regiones históricas en unos casos, y a nuevas áreas de
poblamiento en otros. La red urbana está altamente desequilibrada en sus jerarquías superiores, donde
el Gran Buenos Aires, que concentra más de diez millones de habitantes, tiene como ciudades de
segundo orden a Córdoba y Rosario, con un millón cada una. El desarrollo agrícola y el posterior
crecimiento industrial lucieron de estas tres las ciudades más populosas del país.
El desarrollo industrial confirmó la tendencia que se inició en la etapa anterior. La organización
espontánea y vertiginosa del territorio —sin una concepción espacial que orientara el desarrollo
socioeconómico nacional en un esquema de integración territorial y de proyección hacia la com-
plementación económica continental35 - ha culminado en una falta de homogeneidad en la distribución
de la población, actividades y oportunidades territoriales; en una estructura donde las disparidades
regionales constituyen el rasgo característico. Sin esperar nuevas coyunturas históricas, económicas
y sociales -independientes de la situación local-, se hace necesario revalorizar las condiciones
naturales a fin de lograr el desarrollo armónico del territorio y el bienestar generalizado.
128
NOTAS
2 Ob. cit.
3 GEORGE, Pierre, La acción del hombre y el medio geográfico. Editorial Península, Barcelona, 1976.
8 CANAL FEIJOO, Bernardo, Teoría de la ciudad argentina, Editorial Sudamericana, Buenos Aires. 1956
11ZORRAQUIN BECU, Ricardo, la organización política argentina en el período hispánico, Buenos Aires. Editorial
Emecé, 1959, citado por Comadrán Ruiz, Jorge, evolución demográfica argentina en el periodo hispánico (1535-1810),
EUDEBA, Buenos Aires, 1969.
12DIFRIERI, Horacio, Buenos Aires, geohistoria de una metrópoli, Universidad de Buenos Aires, Colección IV
Centenario de Buenos Aires, 1981.1.
14 LEMOINE, Graciela, Integración de la cuenca del Plata. Signos universitarios", Revista de la Universidad del Salvador
Año 1, N° 2, Septiembre-octubre, 1979.
15 DIFRIERI, Horacio, ob. cit.
16 DIFRIERI, Horacio, ob. Cit.
17ROFMAN, Alejandro y ROMERO, Luis A., Sistema económico y estructura regional en la Argentina, Amorrortu
Ediciones, Buenos Aires, 1973.
24 CORTES CONDE, Roberto, El progreso argentino 1880-1914, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1979.
25 FERRER, Aldo, La economía argentina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1975.
26 DAUS, Federico, El desarrollo argentino, EUDEBA, Buenos Aires, 1969.
28 FERRARO, Roque, El desarrollo regional argentino, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1973.
34 DAUS, Federico, Geografía y unidad argentina, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1978.
4.1.
Breve reseña de la
evolución de la economía
argentina
132
Alberto H. Peláez
Con la organización nacional, y a partir de 1860, se inicia en la República Argentina una etapa
de desarrollo económico que consolidará la unidad nacional sobre el predominio económico y
político del centro metropolitano de Buenos Aires y el litoral, basado en la superioridad de sus re-
cursos materiales y de su posición geográfica.
Hasta bien avanzado el siglo XIX la República Argentina era todavía un territorio a ocupar. En
la zona del litoral esta ocupación se va produciendo a medida que cobra importancia la exportación;
de cueros primero y de lanas después. El aumento de la demanda externa por estos bienes, a
precios internacionales rentables, dio lugar al nacimiento de una nueva forma de organización para
la producción de hacienda. Esta forma de organización productiva se conoce con el nombre de
«estancia» e implica la incorporación de capital, mano de obra asalariada, tecnología y el uso pri-
vado de la tierra en la producción de hacienda. La feracidad de la «pampa húmeda» y la explotación
capitalista del suelo a través de la «estancia» van a definir la gran capacidad de cambio y adapta-
ción que estos productores van a mostrar, vista la evolución en los precios relativos que la per-
manente ampliación del mercado mundial iba generando en los bienes que la «estancia» producía
(cueros, lanas, carnes, cereales, oleaginosas).
A mediados del siglo XIX comienza un fuerte proceso de ocupación y apropiación privada
de nuevas tierras en la «pampa húmeda». Este proceso concluirá en el año 1879 con la derrota
del indio y la ocupación definitiva tanto de la Patagonia en el sur como del Chaco interior en el
centro norte del país.
Mientras tanto, en los países europeos —en especial en Inglaterra— el cambio
tecnológico emergente de la revolución industrial impulsaba fuertemente a estos países hacia la
etapa plena de desarrollo capitalista. El aumento de productividad en la industria, y en menor
escala en el sector agropecuario, permitía a los empresarios disponer de un mercado de mano
de obra abundante. Este exceso de oferta actuaba deprimiendo los salarios reales, posibilitando
así el aumento de la tasa de acumulación. La ampliación de los beneficios y su mantenimiento
imponía el aumento de la demanda de bienes de inversión. Este proceso de acumulación y
crecimiento empieza a mostrar ciertas dificultades en su desenvolvimiento cuando el sector
agropecuario productor de alimentos comienza a hacer sentir los efectos de su menor
productividad relativa presionando al alza los precios do los productos alimenticios. Esto hace
peligrar el proceso de acumulación y crecimiento descrito al aumentar el costo de la mano de
obra, el cual estaba constituido básicamente por el precio de los alimentos. Lo que se ganaba en
cuanto a productividad en la industria, por medio de una acelerada división del trabajo apoyada por
las innovaciones, podía quedar en manos del sector terrateniente, que no era precisamente el que
llevaba adelante el proceso de desarrollo iniciado por la revolución industrial. El precio de los
alimentos pasa a ser por ello, un problema central en ese momento del proceso de desarrollo
capitalista.
El adelanto alcanzado en el transporte marítimo, en cuanto a propulsión y a capacidad de carga
primero y en la industria del frío después, permitió incorporar al mercado europeo de alimentos la
producción de amplias zonas inexplotadas de clima templado en América y en Oceanía. Este
proceso de incorporación de nuevas tierras es liderado por Inglaterra, la potencia emergente en esa
época.
La República Argentina contenía en su territorio una de esas zonas aptas para la producción de
alimentos —la pampa húmeda—, constituida por un amplio espacio escasamente poblado,
totalmente apropiado por manos privadas, en un país políticamente estable, donde la limitada
explotación de este recurso abundante se llevaba a cabo con técnicas marcadamente capitalistas.
En estas condiciones el país se adhiere como una franja de tierra fértil de más de 50 millones de
hectáreas a las economías más desarrolladas de la época, especialmente a la economía inglesa. A
partir de ese momento —segunda mitad del siglo XIX—, y hasta 1914, la República Argentina
133
asiste a un crecimiento económico y una modernización que la coloca, según los indicadores de
crecimiento y potencial productivo, en el onceavo puesto del ordenamiento mundial. Dicho
crecimiento se hallaba estrechamente relacionado con el aumento de las exportaciones de bienes
tierra-intensivos (en el sentido de que para su producción la tierra es el insumo más utilizado).
Desde principios del siglo, y hasta el año 1930, tanto el PBI (producto bruto interno) como el
capital y la mano de obra crecieron —al igual que la incorporación de nuevas tierras — a tasas
anuales acumulativas muy similares (PBI = 4,6%; capital = 4,8%; mano de obra = 3,1%; tierra =
4,8%). Estas tasas de crecimiento no son más que una respuesta a la expansión de la demanda
mundial; el comercio internacional creció, entre los arlos 1820-1929, a una tasa acumulativa anual
del 3%.
Como ya se hizo notar, frente a la fuerte expansión, las economías industriales europeas ne-
cesitaban eludir la inevitable transferencia de una parte de los Ingresos aumentados al sector
agropecuario, consecuencia de la rigidez de la oferta de los productos alimenticios que dicho sector
producía. Aumentar la producción de alimentos a costos constantes, o decrecientes de ser posible,
era la única forma de evitar esa transferencia. Por esta razón, la estrategia óptima de los países
industriales, con respecto a las nuevas zonas del mundo que se incorporaban al comercio inter-
nacional como proveedores de productos alimenticios, consistía en hacer que estos países cre-
cieran a una tasa similar a la que ellos lo estaban haciendo, para lo cual era imprescindible dotarlos
de capital, trabajo y tecnología dirigidos a fomentar la expansión de la producción de estos países
agroexportadores, poseedores de amplios espacios vacíos de clima templado y con tierras arables,
capaces de aumentar la producción a costos constantes incorporando nuevas tierras de similar
calidad.
La posibilidad de incorporar nuevas tierras a medida que la demanda de alimentos aumentaba,
impedía un posible estancamiento en su producción y con ello un aumento en los precios de los
bienes importados por los países centrales. Si este aumento se producía, los términos de inter-
cambio de los países industriales se deterioraban y, dado el aumento sostenido de la demanda de
alimentos, se generaba una transferencia de ingresos reales hacia los países agroexportadores. Por
lo tanto era vital hacer todo lo posible (como exportar capital, tecnología y mano de obra) para que
estos países aumentaran al máximo su oferta. Más aun, si los países productores de alimentos
expandieran su producción a una tasa mayor de lo que pudieran hacerlo los países industriales,
aumentaría más la oferta que la demanda de su producto. En estas circunstancias, el deterioro en los
términos de intercambio actuaría en contra de los países productores de alimentos, transfiriendo así
parte de sus ingresos reales a los países industria les. Lo mismo sucedería si las tasas de
crecimiento fueran iguales, ya que la pro porción del aumento del ingreso que se gasta en alimentos
es menor que la que se gasta en productos manufacturados.
Lo dicho trata de mostrar, en una forma breve y sencilla, la lógica interna del funcionamiento de
la economía mundial a la que la República Argentina se adhirió plenamente como país productor
especializado en materias primas alimenticias a partir de mediados del siglo XIX y durante 60 años
aproximadamente. El modelo, entonces, implicaba el mantenimiento de una tasa de crecimiento en
los países productores de alimentos aproximadamente igual o mayor que la de los países centrales,
para que éstos pudieran maximizar su ingreso real.
La exportación de capital, tecnología y mano de obra, por parte de los países centrales, dirigida
a aumentar la oferta de alimentos al mayor ritmo posible, aumentaba simultáneamente la demanda
de importaciones de los países receptores. Este mecanismo amortiguaba en el corto plazo la
pérdida de ingreso real que el comercio internacional le imprimía a los países productores de manu-
factura a través del deterioró de los términos de intercambio, el cual era inevitable mientras la
demanda de alimentos creciera a un ritmo mayor que el de la demanda de manufacturas.
En estas circunstancias, el aumento de la producción agropecuaria en la República Argentina se
transformaba en aumento del ingreso real a causa de los términos de intercambio beneficiosos, y
porque podía aumentar su producción incorporando nuevas tierras fértiles, evitando así el efecto
adverso de los rendimientos decrecientes de la tierra.
Bajo estas condiciones y en una economía de libre comercio, la inversión de capital en la
producción de manufacturas que pudieran sustituir importaciones no era viable. Dados los precios
relativos favorables a los bienes agropecuarios y los costos internos de producir manufacturas
frente a los costos internacionales, la única manera de viabilizar su producción interna hubiera sido
134
imponiendo recargos a la importación de las mismas (protegiendo su producción). Pero este pro-
ceder resultaría en una pérdida de ingresos para el sector agropecuario —por el mayor precio a
pagar por manufacturas—, en beneficio del sector manufacturero interno. Además, disminuiría la
demanda de importaciones de manufacturas, reduciendo el efecto amortiguador que dicha de-
manda ejercía sobre el deterioro de los términos de intercambio de los países centrales. Por ello, todo
intento de posibilitar un desarrollo industrial inducido en ese período debía encontrar necesa-
riamente la oposición del sector agroexportador interno, junto con la del productor externo de
manufacturas y demandante de alimentos.
Esta comunidad de intereses y la ausencia de un sector industrial importante explica una buena
parte del ritmo del crecimiento alcanzado por la República Argentina y de la conformación de su
estructura productiva y de servicios durante este período; el resto lo explica la localización ge-
ográfica de la «pampa húmeda», con su puerto de Buenos Aires.
Queda claro que el país sólo podía mantener esta situación de privilegio por la existencia, en
proporciones importantes, de un recurso natural que resultó clave en esa etapa del desarrollo ca-
pitalista mundial: la posesión de tierras fértiles de zonas templadas incultas. El agotamiento de este
recurso marca el principio del fin del auge que el país experimentó en su expansión económica y la
entrada en una nueva etapa de desarrollo y crecimiento. Alrededor de la primera década del siglo XX
todas las tierras fértiles disponibles estaban explotadas; el stock de tierras fértiles libres se había
agotado. Esto sucedía antes de que el sistema económico mundial —que permitió la
espectacular expansión del país— entrará en crisis o sea, mientras la demanda mundial por
alimentos seguía creciendo.
La inversión de capital en la producción agropecuaria debía afrontar ahora todo el peso de la ley
de los rendimientos decrecientes, mientras que la expansión económica había incrementado el
mercado interno, cuyo tamaño ya permitía que algunas industrias de costos decrecientes alcan-
zaran niveles de rentabilidad suficientes como para competir con los productos importados. Las má-
quinas y los equipos importados, con tecnología de avanzada incorporada, se podían adquirir a
precios relativos favorables para producir con ellos, localmente, ciertos «bienes importables» a
calidad comparable y precios competitivos.
Por otro lado, el capital extranjero invertido para financiar la expansión de la producción
agropecuaria, tanto en inversión física como financiera — para cubrir desequilibrios en la balanza de
pagos— imponía fuertes salidas de divisas en concepto de utilidades, remesas de capital e inter-
eses, las cuales normalmente se cubrían con el producto de las exportaciones de productos agro-
pecuarios y con la entrada de capital financiero.
En períodos de recesión, en los que se reducían los ingresos por exportaciones junto con las
entradas de capital, esos pagos representaban una carga muy importante para la economía del
país, lo que ampliaba los efectos directos de las crisis iniciadas en los países centrales.
Estos acontecimientos favorecieron el surgimiento de ciertos tipos de industrias sustitutivas de
importaciones, que se mostraron capaces de cumplir con los requisitos que el funcionamiento del
modelo les imponía. Básicamente, debían coadyuvar a la solución de los problemas de financia-
miento de la balanza, de pagos, al mismo tiempo que amortiguar la caída de la oferta global frente a
las crisis externas, sin imponer costos adicionales (o lo que es lo mismo, sin protección alguna).
Esta forma de sustitución inducida fue emprendida en la República Argentina por los capita-
listas de las grandes ciudades, en su mayoría inmigrantes, aprovechando la infraestructura de
servicios que estas ciudades presentaban. Se iniciaba así un proceso de sustitución de importa-
ciones en industrias cuyos in-sumos básicos provenían del sector agropecuario, capaces de
competir en precios y calidad con las mercaderías importadas cuyos insumos provenían del mismo
origen. De esta forma se fueron desarrollando un conjunto de industrias para abastecer al mercado
interno en los sectores de la alimentación, bebidas, tabaco, textil, de productos gráficos y de la
construcción, etc., sustituyendo de este modo gastos crecientes en importaciones debido al au-
mento de la población y los ingresos reales. Además, nacían como fruto del ahorro interno y no
estaban ligadas a la corriente internacional de capitales. Por ello, y por usar un alto porcentaje —más
del 60% en el año 1887— de materias primas de origen nacional, el efecto neto que dichas industrias
ejercían sobre el balance de pagos era positivo, en el sentido de que ayudaban a aumentar el
superávit o reducir el déficit.
El proceso de crecimiento y de desarrollo que se ha tratado de d escribir, mostraba el siguiente
135
panorama en el año 1914: los inmigrantes sumaban 2,3 millones de personas sobre un total de 1,8
millones, los ferrocarriles habían pasado de 2.400 km y 800.000 tn transportadas en 1880 a 30.000 km
y 3,5 millones de toneladas transportadas en 1914, y el área sembrada con trigo pasó de
100.000 ha en 1885 a 5,8 millones de hectáreas en 1914. A su vez, la industria abastecía el 71,3% del
consumo de bienes industriales, el salario real había crecido a una tasa anual del 3,2% desde 1896
y la jornada de trabajo se había reducido a 8 horas. El país había alcanzado un alto grado de
modernización y su estructura económica había ganado en complejidad. Por otro lado, su creci-
miento futuro no podía apoyarse más en la incorporación de nuevas tierras fértiles; éstas ya habían
sido totalmente ocupadas.
El sistema económico imperante sufre el primer golpe importante con el inicio de la
guerra mundial que abarca los años 1914 a 1917; este hecho provocó un primer efecto inmediato
en el país: la caída brusca de la demanda de importaciones y la entrada de capitales durante el
período de su duración. A partir de 1917, el país se recupera rápidamente de estos efectos: el
volumen de las importaciones aumentó a una tasa media anual del 6,6% entre 1916/1917 y 1928/
1929, el PBI a una tasa del 6,8% de 1917 a 1929, el sector "industria manufacturera y minería"
creció al 7,8%y el de la construcción al 19,5%.
Pero este impulso no provenía ya del dinamismo de la economía europea y en particular de la
inglesa —que estaba en vías de estancamiento— ni de la expansión del ferrocarril ni tampoco
podía sostenerse por la creciente producción de la pampa húmeda que ya estaba totalmente
ocupada. Algunas cifras mostrarán la importancia que en la expansión registrada durante este
período tuvo el proceso sustitutivo llevado a cabo por los capitalistas argentinos y las inversiones
estadounidenses en industrias sustitutivas: la producción de «productos de la madera» aumentó
durante esos 12 años a una tasa anual acumulativa del 10,3% , la de «papel y cartón» al 12,8% , la de
«imprenta y publicaciones» al 11,8% , la de «petróleo» -de 1922 a 1929- el 144%, la de
«productos del caucho» al 12,7% , la de «metales excluida maquinaria» al 15% y la de «vehículos y
maquinaria excluida la eléctrica» al 20.4% . Durante toda la década del veinte el modelo
liberal económico dominante funcionó a favor de la República Argentina, permitiendo un
importante desarrollo industrial ahorrador de divisas en el mareo do una economía abierta
como un producto endógeno al funcionamiento del sistema. El optimismo podía seguir
reinando.
El financiamiento del crecimiento a trasvés del sector externo podía mantenerse propiciando
acciones tales como la expansión del sector exportador no tradicional, o con la incorporación de
tecnología ahorradora de tierra en el sector agropecuario (aumentando la producción por hectárea y
con ello la oferta exportable), o con el aumento de la participación del sector sustitutivo de impor-
taciones para tratar de disminuir la proporción del ingreso que se gasta en importaciones.
Sin embargo otras cosas estaban pasando no tan prometedoras para el
desarrollo de la economía argentina.
Un primer dato a tomar en cuenta lo constituía el hecho de que las tierras feraces de la pampa
húmeda estaban ya totalmente ocupadas y puestas en producción. Como una consecuencia de ello la
inversión en ferrocarriles comenzaba a declinar. Además el proteccionismo agrícola surgía en
Europa continental como un residuo de la guerra y una manifestación primera del ascenso de los
EE.UU. en su camino hacia la hegemonía mundial, en cuyo transcurso se iría imponiendo una
nueva división internacional de trabajo que tomaría su forma definitiva después de la gran crisis y
terminaría consolidándose con la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
A mediados de la década del veinte nadie esperaba lo que sucedió al finalizar dicha década. En
todo caso podría haberse esperado una crisis de crecimiento, como las ya conocidas, que luego de un
período no muy extenso de ajuste y sufrimiento permitía seguir avanzando con más fuerza.
Después de la caída, una recuperación de los precios y una buena cosecha era la fórmula conocida.
El fuerte crecimiento industrial que experimentó la República Argentina durante los años de la
década del veinte, acompañado por las inversiones directas en el sector industrial y en el sector
servicios realiza das por los EE.UU. y por Europa, produjo un cambio en el desenvolvimiento de la
economía. Este cambio tiene su origen en un aumento de la salida de capitales por remesas de
inmigrantes, intereses, dividendos, y cuotas de capital. La interrelación entre el sector externo y el
sector interno de la economía era ahora más compleja. Una parte importante del nivel de actividad
interno pasaba a depender de las importaciones de insumos industriales. Desde un principio la
capacidad de importar de la economía argentina se sustentó en la entrada de capitales por
136
El sesgo económico del que este escrito adolece hace que se hayan destacado sólo algunos
hechos políticos y sociales que se dieron durante esa década que ayudan a explicar la respuesta que
la República Argentina dio a la crisis, conocida en el país como «crisis del 30». La enumeración
precedente de ninguna manera agota los condicionantes principales de lo que fue para el mundo una
etapa de crisis, con persecuciones, guerras y matanzas que se extendió desde 1930 hasta 1945.
Lo dicho nos permite apreciar que lo que debió afrontar el país a partir de la crisis de 1930 tiene
muy poco que ver con las crisis dé crecimiento del sistema que el país ya había afrontado exito-
samente con anterioridad.
A partir del año 1916 la República Argentina había reforzado su estructura liberal capitalista
adoptando la democracia política como forma de gobierno. Y es durante este período que la in-
dustria sustitutiva de importaciones ahorradora de divisas crece de manera muy importante, como ya
vimos, junto con los primeros intentos de organización obrera.
En el año 1930, un golpe de Estado militar apoyado por el partido político que representaba a la
gran mayoría de los propietarios de la tierra toma el poder.
La respuesta inmediata a la crisis consistió en continuar con la aplicación del modelo liberal de
economía abierta vigente, tomando algunas medidas equilibradoras de la fuerte caída que se había
producido en los términos de intercambio y defendiendo su participación en los mercados de ali-
mentos en primer lunar. Algunas tic esas medidas —el incremento de derechos a la importación, la
implantación de un sistema de tipos de cambio múltiples con tipos de compra (para el exportador)
inferiores a los tipos de venta (para los importadores), más los controles cambiados que elevan los
costos de los importadores—beneficiaron también las actividades sustitutivas de importaciones.
A medida que se tomaba conciencia de la profundidad de la crisis comenzaron adoptarse me-
didas reactivantes del sector interno. Se devalúa el peso en los año 1931-32 en un 42%, pasando el
tipo de cambio de 2,73 pesos por dólar a 3,88 pesos por dólar, parando la caída de precios que
venía produciéndose desde 1930 y desalentando las importaciones. A partir de 1935 —fecha en que
se crea el Banco Central—, la Argentina sigue una política fiscal y monetaria expansiva. Las
políticas internas aplicadas y la mejora en el poder de compra de las exportaciones del país
dieron por re-sultado la recuperación que la economía experimentó en el período 1933-39.
El éxito que obtiene la República Argentina con sus medidas de estabilización se debe al lugar
importante que ocupaba en el abastecimiento de ciertos mercados de productos agropecuarios
como los del maíz, lino v carnes -lo que le otorgaba un margen aceptable de poder de negocia-
ción— y, además a los bajos costos de producción y a la capacidad del sector para adaptarse a los
cambios en los precios relativos, sacando el máximo provecho de la feracidad de la pampa húmeda e
incorporando otras zonas aptas para la producción de cultivos especiales (peras, manzanas,
uvas).
De 1935 a 1939 el volumen de las exportaciones con respecto a un índice de 100 para el
período 1925-29 cayó a 93,5 (en carnes al 89,3 -representaban el 13,6% del total de las exporta-
ciones-, en cereales y en lino al 91,1 -representaban el 54,4% del total de las exportaciones-). Estas
caídas fueron parcialmente compensadas con subidas a 111.5 en lanas —representaban el 11% del
total exportado- y al 176,6; 189,3, y 122,7 en frutas y vegetales frescos; otros productos agrí-colas
(algodón), y otros productos manufactureros (aceites comestibles, conserva de tomates)
respectivamente.
138
impulsaran la recuperación que se experimentó u partir de 1933 sin que se vieran mayormente
afectados los precios relativos. La mejora que so produce en los términos de intercambio, a partir de
1934, facilitó el mantenimiento del salario real a medida que la desocupación disminuía, al abaratar
relativamente los bienes importados que formaban parte de la canasta do bienes de los trabaja-
dores.
Hasta aquí, puede decirse que el resultado del proceso económico era satisfactorio, pero se
produce la Segunda guerra Mundial a partir de 1939 y aparece en forma demasiado violenta la
importancia de ciertas actividades industriales —extracción y refinación de petróleo, acero, pro-
ductos primarios, maquinaria y equipos, etc.— cuya sustitución no había sido encarada en absoluto
porque este tipo de medidas, en Sus comienzos, aumenta los requerimientos de
importaciones.
Durante la década del 30 el objetivo que se perseguía era el de equilibrar el balance de pagos y
dentro de él se contemplaba la meta de reducir la carga de las importaciones a través de un proceso
sustitutivo que redujera el gasto de divisas. El crecimiento económico de mediano y largo plazo se
basaba en la capacidad exportadora del país capaz de mantenerlo y no en el desarrollo de industrias
básicas, que no presentaban un horizonte competitivo cercano por la falta de un mercado interno
lo suficientemente amplio como para sustentarlo, dado el largo tramo de costos decrecientes
que dichas industrias poseen.
Las tensiones políticas que se generaron durante la década del 30, tanto dentro del país (a
partir del golpe de Estado), como en el resto del mundo con la crisis y la segunda guerra, explicarán
más del 90% de los cambios que, en lo económico, se producirían a partir de la revolución de 1943
que derrocara a los últimos representantes de la facción que tomó el poder en el año 1930.
Ese golpe de Estado de 1943 provocará un profundo cambio político y económico en el país a
diferencia del de 1930, que produce un importante cambio político —la ruptura de la democracia
representativa— mientras, en lo económico, comparten la manera de ver al país y su camino hacia el
crecimiento y el desarrollo con sus rivales políticos.
Así, en el año 1946 el peronismo toma el poder a través de las urnas, en un acto de plena
democracia representativa, con todos los avales para dar vuelta en 180° la marcha de la economía del
país y sus bases de crecimiento y de desarrollo. Consecuente con la clase social que lo sustenta, el
peronismo lleva adelante una política de pleno empleo urbano con aumento del consumo interno,
asegurando la posición económica de los trabajadores a través de la seguridad en el empleo, el
sistema de previsión social, los servicios de educación, societarios y educativos, todo ello dentro de
un proceso creciente de estatización de la economía.
Además, incorpora a la clase obrera a la actividad política orgánica a través de su participación en
un partido político.
En lo económico propone un modelo de economía mixta planificada, autónoma de los grandes
centros ,de decisión capitalista —Europa y EE.UU.—; es precursor también de la unión de los
países menos desarrollados para la defensa de sus intereses económicos y políticos frente a las
grandes potencias, sean éstas capitalistas o comunistas (la idea de la tercera posición).
Una de las ideas-fuerza que lideraba el pensamiento económico del peronismo era la de la
«independencia económica», entendida como opuesta a la dependencia de los mercados externos
sobre la que se asentaba el crecimiento económico concebido por los liberales. Al mismo tiempo se
alertaba sobre la no alineación del país en bloque alguno en que se dividiera el mundo desarrollado
como consecuencia de futuros conflictos. Se iba así trabajando en el diseño de un país que ofre-ciera
desde el punto de vista externo el mayor grado de autarquía posible en función del panorama poco
alentador que ofrecía el futuro del comercio internacional. Por un lado, no se podía descartar la
amenaza de una tercera guerra y, aunque ésta no se produjera, los principales clientes europeos del
país estaban arruinados. El único ganador de la contienda, EE.UU., presentaba una economía
altamente competitiva con la economía del país en lodos los mercados externos, mientras que se
protegía con barreras arancelarias en el único mercado compartido donde aparecía como menos
eficiente, el mercado de carnes bovinas.
Con estas ideas de fondo, y sin ninguna experiencia previa con la cual guiarse, se van tomando
distintas medidas de política económica encaminadas a alcanzar los objetivos señalados, medidas que
irán desalentando poco a poco la producción de bienes comercializables y alentando la pro-ducción
de bienes internos.
140
Para eliminar futuras salidas de capital por pagos de beneficios e intereses, se utiliza el su-
perávit en la balanza comercial a través de la nacionalización de empresas extranjeras y la repa-
triación de la deuda externa. Con esta medida trataba de evitarse también la pérdida que le
significaba al país el bloqueo de sus fondos —en libras esterlinas— que había dispuesto Inglaterra
al inicio de la guerra, porque este activo perdía valor ante los continuos aumentos de precios de
los pro-ductos ingleses e importados en general.
Se profundiza el proceso sustitutivo de importaciones, que venía tomando impulso desde el
inicio de la década anterior por medio de protecciones directas arancelarias y no arancelarias,
tratando de excluir de estos beneficios al capital extranjero. Recordemos que en la década anterior el
proceso sustitutivo lo realizaban los capitalistas urbanos nacionales y las radicaciones de em-
presas extranjeras —principalmente estadounidenses— a las que les resultaba más beneficioso
participar en el creciente mercado interno argentino desde adentro de él que a través de sus
exportaciones. Los beneficios eran verdaderos subsidios explícitos, y se elegía subsidiar a los
productos nacionales. El cerrar el mercado a la competencia extranjera a ultranza, aun en algunos
rubros que habían alcanzado el nivel adecuado de competitividad (zapatos, tejidos de lana y de
algodón, etc.), favorecía la pérdida de productividad y la elevación de la tase de ganancia de la
industria en general. Esta pérdida de competitividad se hubiera reflejado en una caída del
salario real en una economía abierta; por lo tanto y ante el objetivo de maximizar el salario real,
la protección a la industria se transformaba en un mecanismo que se autoalimentaba reclamando
cada vez más protección. Este proceso se mantuvo durante los primeros años de esa etapa,
haciendo uso de las reservas excedentes y de los términos de intercambio favorables que se
produjeron para el país durante los años iniciales de la posguerra. El sector agropecuario
subvencionaba este proceso a través de la política de precios fijada por el gobierno, al tiempo que
era descuidado en su capacidad exportadora.
Al finalizar la guerra se insistió en el proceso sustitutivo a cualquier precio, aun protegiendo
industrias altamente ineficientes que habían surgido por necesidades extremas de abastecimiento de
insumos. Al proteger a estas actividades a través del tipo de cambio y de prohibiciones de im-portar,
muchas industrias eficientes que usaban dichos insumos perdían competitividad y prestigio tanto en
el mercado Interno como en el externo, cerrando así otro posible camino hacia las ex-
portaciones, transformando en este caso a posibles bienes transables en bienes Internos. Por otro
lado, el nivel de actividad interno generado por el proceso sustitutivo depende cada vez de más
insumos importados para mantenerse.
A fines de la década del 40 esta situación hace crisis; caen las exportaciones y las divisas
disponibles no alcanzan para financiar los requerimientos de insumos importados necesarios para
mantener el nivel de actividad alcanzado.
A esta situación no se había llegado por un defecto de la demanda externa, como en ocasiones
anteriores (1930). Por primera vez la oferta, la producción agropecuaria, se mostraba insuficiente
para sostener el crecimiento económico del país. El modeló de crecimiento sostenido por el sector
externo había hecho crisis definitivamente.
El proceso sustitutivo había llegado a absorber todas las divisas disponibles sin haber alcan-
zado a producir internamente la maquinaria y los equipos necesarios para ampliar la capacidad
productiva. La transformación operada en la economía durante la década del 40 se mostraba in-
capaz de generar una tasa de crecimiento autosostenido.
El sector agropecuario había sido duramente golpeado. Los términos de intercambio internos
habían variado en su contra, reduciendo sus ingresos reales, mientras las restricciones del sector
externo impedían al sector invertir en ciertos insumos importados (fertilizantes) y bienes (tractores)
que le permitieran aumentar su productividad y, por ese medio, evitar pérdidas. Además, la emi-
gración de la mano de obra a las ciudades influyó también en la caída de la producción rural. El
sector disminuyó su producción en un 10% entre los períodos 1935-1939 y 1950-1954, mientras el
consumo interno de productos agropecuarios aumentó en un 40%. La capacidad de exportar del
país se había reducido fuertemente. Se podía pensar como una solución la incorporación de capital
extranjero, ya sea para financiar o para llevar adelante directamente la expansión de las actividades
sustitutivas de importaciones. Pero esta solución no aparecía como políticamente viable. Por lo
tanto, mientras se iban tomando algunas medidas que favorecían la producción del sector agro-
pecuario, se mantenía el nivel de actividad a través de industrias que absorbieran pocas divisas
141
(construcción, servicios).
Las medidas adoptadas debían apuntar a favorecer un cambio en los precios relativos favora-
bles al sector agropecuario. Cualesquiera que fueran esas medidas, terminarían presionando hacia
abajo a los salarios reales, salvo que el cambio en los precios relativos proviniera de aumentos en la
productividad o de una baja en las tasas de ganancias.
Las rigideces en los precios relativos que la estructura productiva de la economía del país
presentaba en la década del 50, junto con su incapacidad de financiar una tasa de crecimiento
económico mayor que la de su población —y las medidas que se implementaron para solucionarla
—, fueron la base del funcionamiento anómalo de la economía argentina. Esta se caracteriza
hasta el presente por ofrecer un cuadro recurrente de situaciones de inflación con recesión, y en el
promedio de los últimos 30 años, un cuadro claro de estancamiento económico.
Las medidas de política económica que se tomaron a partir de 1955 fueron netamente coyun-
turales y respondían a la profunda inestabilidad política que se desató en el país con la caída del
gobierno peronista. Fue imposible siquiera mantener o alcanzar un mínimo de consenso para llevar
adelante un plan de mediano plazo que pudiera dar solución al problema central que se había
planteado en cuanto al crecimiento: ¿cómo completar la etapa sustitutiva de importaciones?,
¿cómo alcanzar una tasa de crecimiento auto-sostenida a un nivel mayor que el de subsistencia?
La necesidad de solucionar perentoriamente los desequilibrios en la balanza de pagos, imponía
echar mano de modelos de estabilización de corto plazo, generalmente atados a compromisos
contraídos con los prestamistas representados por el FMI. Estos compromisos tenían por finalidad
el asegurar que el país generara las divisas suficientes como para pagar las obligaciones contraídas.
Para ello, era necesario cambiar los precios relativos internos a favor del sector exportador a través
de una devaluación, eliminando los controles tanto del tipo de cambio como de los precios internos.
Para reforzar el efecto de la devaluación sobre el sector externo se imponía la restricción al crédito
privado y público, junto con un drástico recorte o eliminación directa del déficit fiscal, rara ayudar a
la reactivación que debía producirse una vez que se alcanzara el nuevo conjunto de precios
relativos, se procuraba implementar distintos alicientes para las Inversiones de capital ex-
tranjero.
Esquemáticamente, el proceso que se desataba una vez provocada la devaluación e imple-
mentadas las medidas, comenzaba con un aumento de precios de los bienes importados y de los
productos alimenticios, lo que inicialmente producía una redistribución de ingresos hacia el sector
agropecuario. Esta redistribución de ingresos era absorbida por los propietarios de la tierra y por los
intermediarlos, no así por los obreros rurales, cuyos sueldos nominales no aumentaban, lo mismo
que los salarios nominales de los obreros urbanos. El encarecimiento de los alimentos produce la
caída del salario real y con él, el de la demanda de bienes manufacturados. El sector manufacturero
ve por un lado aumentados sus costos por el encarecimiento de los insumos importados y por otro
disminuida la demanda. Ante esta situación procede aumentando los precios (por los aumentos de
costos) y reduciendo la cantidad ofrecida, provocando desocupación y agravando la caída de la
demanda. Las restricciones crediticias y monetarias concomitantes impulsan al alza a la tasa de
interés. Este hecho pone en peligro la reactivación esperada a través de la producción agropecuaria,
a la vez, que desalienta las nuevas inversiones.
Una vez, superado el desequilibrio externo, la disponibilidad de divisas permite continuar con
el proceso de crecimiento, pero para que éste pueda sostenerse, también debe mantenerse la rela-
ción salarios-tipo de cambio con la cual se alcanzó el equilibrio.
Con la reactivación, la imposibilidad de mantener esa relación estable hacía imponible alcanzar
el pleno empleo sin provocar antes un déficit en el sector externo, llegado a este punto, casi siempre
con distintos actores, con otras caras, y con palabras distintas, el proceso se reiniciaba.
Está claro que una de las causas principales que dificulta el desarrollo económico del país ha
sido y es la escasez de divisas y que las medidas que se implementaron para solucionar el pro-
blema planteado, en el contexto en el cual se llevaba a cabo, no hacían más que agravar la posición
del país con respecto al crecimiento y a la tasa de inflación. El último intento novedoso que se llevó
adelante para combatir esta situación de inflación crónica y estancamiento se basó en la aplicación
de un modelo desarrollado en los EE.UU. por economistas de la escuela monetaria para explicar la
inflación mundial de, fines de la década del 60 y principios de la del 70. A la adaptación de este
modelo para aplicarlo a países «pequeños», en el sentido de ser incapaces de influir sobre los
142
papel clásico del Estado como prestador de servicios de seguridad, justicia y defensa, más algún
otro servicio a definir políticamente como subsidiario.
A partir de este esquema de pensamiento se estableció un programa de liberalización de los
mercados, apertura de la economía hacia el exterior y la eliminación de la malla de regulaciones y
subsidios que constituían el sostén del Estado benefactor.
Lo que a partir del plan Austral, y con el surgimiento de la democracia, se conoce como "planes
de ajuste" son la respuesta que los gobiernos democráticos están dando a la violencia con que se
operó sobre la estructura económico-productiva, y no sólo sobre ella, durante el período 1976-1981,
a través de la implementación del modelo económico conocido como el enfoque monetario del
balance de pagos.
A estos planes se los denomina «de ajuste» por simpatía con la «jerga» económica del FMI
(Fondo Monetario Internacional). Lo cierto es que sus alcances van más allá de lo puramente
económico como que implican redefinir el rol del Estado y su financiamiento frente a los cambios
económicos, políticos y tecnológicos que se están produciendo en el mundo, tratando de insertar el
país en el nuevo orden internacional que se está gestando.
El plan de Convertibilidad vigente al momento de este escrito ha tomado en cuenta toda la
experiencia pasada y los condicionamientos y tendencias presentes en el marco de la crisis interna y
externa. En el proceso de cambio se ha puesto énfasis en la estabilidad hacia adentro y en el
fortalecimiento de la integración hacia afuera. Con respecto a esta última se ha concretado el
Mercosur que va definiendo los pasos hacia una unión económica futura con Brasil, Uruguay y
Paraguay, además se estudia la Propuesta para las Américas lanzada por el gobierno de los
EE.UU. con el propósito de alcanzar algún tipo de mercado común americano.
Este es el escenario en el que se mueve la República Argentina al presente en la búsqueda de
retomar su crecimiento y desarrollo detenidos desde hace ya quince años.
144
BIBLIOGRAFÍA
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MANDELL, Robert A. The American Economic Review. "The puré theory of international trade".
IRIGOIN, Alfredo M., La evolución industrial en la Argentina (1870-1940).
JOHNSON, Harry, Comercio internacional y crecimiento económico. Amorrortu, 1971.
FERRER, Aldo, BRODERSOHN, M. S. y otros. Los planes de estabilización en la Argentina.
Paidós, 1969.
DE PABLO, J. C, Política antiinflacionaria en la Argentina 1967-1970. Amorrortu, 1972.
4.2.
Población y poblamiento
147
POBLACIÓN Y POBLAMIENTO
El cuadro que acompaña a estas líneas permite advertir las variaciones que, en los distintos
indicadores que lo constituyen, presentaba la población argentina en 1980 con respecto a los años
censales anteriores. El presidente del Comité ejecutivo del Censo de 1980, Dr. Guillermo C. Bravo,
proporcionó en su momento un buen balance de los resultados de ese censo (Bravo, 1982), que
utilizamos ahora con provecho. Comentarios sobre las características del mencionado censo se
incluyen en una publicación oficial (Argentina. Los censos de población del 80).
La primera cuestión a considerar es el crecimiento de la población que, al alcanzar en 1980 casi 28
millones de habitantes, excedió en 900.000 personas al total esperado, lisa cifra —que implica un
crecimiento anual de 500.000 personas- es resultado de la efectividad de la operación censal y también
del aumento de la tasa de crecimiento medio anual, declinante desde 1914.
El proceso de urbanización siguió su ritmo secular y en 1980 sólo el 17%de la población del
país vivía en áreas rurales. Lo interesante es que el Gran Buenos Aires (que es la gran urbe que resulta
de adicionar a la ciudad de Buenos Aires la parte de los partidos bonaerenses que la prolongan como
mancha urbana) mostró una tendencia declinante con respecto a todo el país, pues, de constituir el 36%
en 1970 alojó sólo al 35% en 1980. Si bien el porcentaje de marras es exiguo, lo que interesa subrayar
es que la tendencia prevalente en las migraciones internas —o sea, la marcha hacia el Gran
Buenos Aires— parece haberse interrumpido o disminuido significativamente. En cambio, las
capitales provinciales han aumentado su población en alto grado, lo que demuestra que subsiste la
migración rural-urbana pero constreñida a los ámbitos provinciales. Tanto es así esto, que
existe una información corroborante: los centros urbanos (localidades con más de 2.000
habitantes) del país pasaron de 589 en 1960, a 612 en 1970 y a 712 en 1980.
Ese crecimiento de la población de las capitales provinciales alcanzó significativa relevancia en
todo el país. Así, no debe extrañar que en el sector de ocupación discontinua, en el que el poblamiento
se presenta en forma de oasis, las ciudades capitales (o bien la más populosa de la jurisdicción)
retengan gran parte de la población provincial: 61,8% en San Juan; 50,2% en Mendoza; 42,8% en
Catamarca. En el sector de ocupación continua los porcentajes también son elevados: 40,8% en
Córdoba; 39,8% en Santa Fe.
148
Desde un punto de vista regional, interesa destacar que tanto la Patagonia como el Noroeste
aumentaron su población relativa, en tanto que la disminuyeron no sólo el Gran Buenos Aires sino
también la región pampeana (Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y La Pampa), la región
cuyana (Mendoza, San Juan y San Luis) y el Nordeste (Misiones, Corrientes, Formosa y Chaco). Será
necesario esperar hasta la realización de próximas operaciones censales pañi aquilatar los
verdaderos alcances de estas comprobaciones, y para ponderar el proceso de desplazamiento del
centro de simetría de la población del país (Rey Balmaceda, 1961).
Con respecto al bajo porcentaje de la población rural (17%), ya señalado, cubo manifestar que el
censo indica que el 27% de los jefes y el 17% del personal de trabajadores agropecuarios viven en
pueblos de más de 2.000 habitantes, es decir, han sido censados como habitantes urbanos aunque
trabajan en el campo. Esta situación no debe asombrarnos, pues se trata de un fenómeno de carácter
mundial.
Un hecho interesante de la población argentina es la detención de su envejecimiento, que in-
interrumpidamente se producía desde 1869. Si consideramos (véase cuadro N° 1) la mediana de
edades (o sea, la edad que divide la población en mitades) comprobaremos que se produjo un leve
rejuvenecimiento en 1980, que puede explicarse por dos razones. Por un lado, el incremento de la
natalidad y por el otro la juventud de la población extranjera proveniente de los países limítrofes,
que efectúa un poblamiento de carácter centrípeto (Rey Balmaceda, 1966).
Interrumpida la inmigración aluvional proveniente de ultramar, los sobrevivientes son personas de
elevada edad que inciden en el envejecimiento de la población, pero su menor número progresivo
hace que esa incidencia sea cada vez menor. Además, la inmigración actual proviene de países
limítrofes y aporta personas jóvenes, pero de todos modos es significativa la disminución relativa de
la población extranjera (sólo un 7% en 1980, repartiéndose un 4% para los europeos y un 3% para los
latinoamericanos); también se ha reducido su número absoluto, que de 2,4 millones entre 1947 y
1970, disminuyó a 1,9 millones en 1980. La localización de esta población extranjera mantiene las
pautas tradicionales (Rey Balmaceda, 1966).
Otro hecho importante para evaluar las características de la población argentina actual es la
disminución del analfabetismo y el aumento —tanto en montos absolutos como relativos— de las
cohortes estudiantiles en todos los niveles. Quedan, empero, graves problemas por superar como, por
ejemplo, el referido a la problemática educativa de la población dispersa (Rey Balmaceda, 1978).
Este aumento tic la población estudiantil trae como consecuencia lógica un ingreso más tardío al
trabajo, hecho que se adiciona a la posibilidad de adelantar el retiro laboral; ambos hechos traen
aparejada, a su vez, una disminución relativa de la población económicamente activa. Los tres
fenómenos mencionados se adicionan en un mismo sentido: los económicamente activos deben
mantener más personas por más tiempo, todo lo cual produce problemas de orden social que no es
conveniente soslayar (cuadro N° 2).
149
* (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (8) (9) (10) (11) (12)
1869 1.905.973 0,6 106 12 29 77,4 - 18,5 2.5 51 12
1895 4.044.911 1,4 112 26 37 53,3 31 19,9 2,7 45 10
1914 8.042.244 2,9 116 30 53 35,9 36 20,4 2,6 41 10
1947 16.055.765 5,7 105 15 63 13,6 21 24.8 1,6 42 17
1960 20.010.539 7,1 100 13 73 - 18 27 1.5 40 -
1970 23.364.431 8,3 99 9 79 7,1 16 27,3 1,4 39 24
1980 27.947.446 10 97 7 83 5,8 18 27,2 ... 39 23
Fuente: Informaciones censales.
* Referencias:
(1) Censo (año)
(2) Población total
2
(3) Densidad (hab/km )
(4) Tasa de masculinidad
(5) Extranjeros(% )
(6) Población urbana (% )
(7) Analfabetismo (% )
Tasa de crecimiento medio anual (‰) para el período
(8) intercensal precedente.
(9) Mediana de edades (años)
(10) Tasa bruta de reproducción.
(11) Población económicamente activa (% sobre total)
(12) Argentinos migrantes (% sobre población total)
CUADRO N° 2
Composición de la población argentina por grupos de edades
Un fenómeno concomitante que merece ponderarse con toda prudencia, por sus múltiples im-
plicancias, es el aumento del denominado «cuentapropismo», que el censo de 1980 indica como
existente en el orden del 19%, pero que ha aumentado significativamente desde entonces.
La interrupción de la llegada de población extranjera proveniente de ultramar, que era preva-
lentemente masculina (tasa de la población extranjera en 1869: 251), ha tenido otras consecuencias.
Actualmente los extranjeros provienen, como ya se ha manifestado, de los países limítrofes y lo hacen
en forma equilibrada varones y mujeres, aunque prevalecen los chilenos y las paraguayas. Esto ha
hecho sentir su peso en la tasa de masculinidad, declinante desde 1914. Conviene puntualizar que,
en 1980, en la población urbana la tasa de masculinidad era de 93,6 en tanto que en la población rural
era de 115,9 (Rey Balmaceda, 1985b), abrupta diferencia que se explica por el éxodo femenino a
las ciudades y porque la población extranjera paraguaya también sé instala en ámbitos urbanos. Las
más altas tasas de masculinidad en 1980 se encontraban en Chubut (108), en Santa Cruz (128) y en la
Tierra del Fuego (154) y en ello la población de origen chileno hacía visible su importancia.
En el censo dé 1980, por primera vez, se ha introducido una pregunta referida a los movi-
mientos diarios de la población de 14 y más años por motivo de trabajo o estudio. Interesa, por
razones obvias, la información brindada (Censo I980, Serie D, Población, pág. CXXV y ss.) acerca
del Gran Buenos Aires, urbe en la que estarían involucradas sólo 932.000personas, de las cuales
444.820 ingresan diariamente a la Capital Federal provenientes de los partidos bonaerenses
próximos. En su oportunidad realizamos un estudio referido a 1960 (Rey Balmaceda, 1964) y
151
La estructura o composición de una población, entendida como una proporción entre los dos
sexos y entre los grupos de edades, constituye uno de los indicadores más valiosos acerca de sus
características. Se la representa por medio de las conocidas pirámides de población.
Con la colaboración de la profesora Silvia Bardomás realizamos recientemente (Rey
Balmaceda, 1985a) un estudio sobre el asunto a nivel político se secundario (departamentos y
partidos), con referencia al censo de 1980. Distinguimos en primer lugar, ocho tipos de estructuras
con sus respectivas pirámides, que clasificamos en rítmicas (simetría entre sexos y disminución
regular de los valores para cada grupo de edades) y en arrítmicas (con distintos grados de
anomalías). Las estructuras rítmicas están representadas por las pirámides que denominamos torre
Eiffel, triangular y campana; las, estructuras arrítmicas por las pirámides urna funeraria,
rectangular, yunque, doble rectangular y atípicas o irregulares.
Elaboradas las pirámides para cada unidad política secundaria, se las clasificó en relación con los
modelos mencionados. Comprobamos, entonces, que en nuestro país, en 1980, no estaban
representadas las pirámides urna funeraria, yunque y rectangular; las restantes ofrecían la fre-
cuencia que indica el cuadro N°3.
152
CUADRO N° 3
Frecuencia de cada tipo de pirámide
Tipo de pirámide Número de depart. %
Campana 182 36
Doble rectángulo 84 17
Atípica o irregular 82 17
Torre Eiffel 76 15
Triangular 75 15
TOTAL 499 100
Fuente: Rey Balmaceda; Bardomás, 1985a
Una veta de trabajo muy interesante, que merece un tratamiento pormenorizado, es la identi-
ficación de líneas de discontinuidad que sirven de límite entre áreas que presentan estructuras bien
definidas. Sin caer en anacrónicos determinismos, es posible advertir que en algunos lugares del país
el cambio de estructura demográfica coincide con cambios de orden físico, particularmente
climáticos y edáficos. Estas líneas de discontinuidad constituyen verdaderos desafíos a la inves-
tigación geográfica.
153
El censo de 1991
A mediados de 1991 se realizó el censo nacional de población y vivienda que debió efectuarse en
1990. Al momento de redactarse estas líneas sólo se conocen algunos resultados provisionales que no
permiten un cotejo cabal con los correspondientes a censos anteriores y ello impide, obviamente,
formular conclusiones definitivas.
Como quiera que sea, puede manifestarse que las cifras conocidas no ofrecen sorpresas con las
que era dable esperar. La población total censada alcanzó a 32.423.465 habitantes, por lo que la
densidad demográfica de nuestro país era de 11,6 hab./km2 en su porción americana emergida. Por lo
demás, la tasa de masculinidad sigue en descenso (es de 96) y en otras fuentes hemos podido
determinar que también ha disminuido la tasa de natalidad (es de 21). Esto permite inferir que la
población argentina continúa permaneciendo dentro de la denominada «transición demográfica»,
acercándose con algunos altibajos a las etapas finales de la evolución demográfica (alcanzada, por
ejemplo, por la República Federal Alemana antes de 1990 con un «crecimiento cero»).
También ha disminuido la tasa de crecimiento medio anual (0/00) con respecto al censo anterior
pues ahora su monto es 14, es decir, el menor de toda la serie histórica.
El crecimiento relativo intercensal (1991-1980) ha sido muy dispar en la última década. Frente a
un promedio del 16% aparece la actual provincia de Tierra del Fuego con el valor mayor del país:
154%. Le siguen con valores mucho menores pero importantes las provincias de Neuquén (58),
Santa Cruz (39) y Chubut (36); es decir, las provincias patagónicas han tenido el mayor crecimiento
relativo en el periodo. En el extremo de esta estadística se encuentra la ciudad de Buenos Aires
(1,3), que prácticamente no ha variado su monto poblacional, que desde 1947 permanece próximo a
los tres millones de habitantes. Han tenido crecimientos exiguos, por debajo del promedio, las
provincias de Entre Ríos, Santiago del Estero, Santa Fe, San Juan, Chaco, Córdoba y Buenos
Aires.
Este dispar crecimiento a nivel provincial no ha modificado mayormente las evidentes des-
igualdades que existen en la distribución geográfica de la población argentina. En efecto, con las
pocas cifras disponibles hemos podido elaborar un cuadro sinóptico que es suficientemente
ex-presivo (cuadro N° 4), cuyos guarismos —si bien sólo aproximados— permiten advertir
rápidamente esas desigualdades. Es oportuno comparar los dos mapas proporcionados en este
capítulo pues aunque no son absolutamente coincidentes de todos modos señalan situaciones que
la historia y la geografía puede explicar de consuno.
Un párrafo final sobre la inmigración es pertinente. Se ha advertido que en los últimos años las
corrientes migratorias hacia nuestro país, provenientes mayoritariamente de los países vecinos y en
menor medida de otros que podemos considerar como «exóticos» para nosotros, se mantuvieron en
valores estables con tendencia a disminuir. Esta situación es significativa por varias razones pero
la principal se refiere a la posibilidad de que en los próximos años se produzcan, a nivel
mundial, muy importantes desplazamientos de población -espontáneos o compulsivos en los que
estará involucrada la República Argentina, país que aparece en las estadistas globales como
«vacío» (Rey Balmaceda, 1979). Sera necesario, en consecuencia, que rápidamente se elabore una
eficaz política de población para atender adecuadamente a los requerimientos que se
aproximan.
155
CUADRO N° 4
Relaciones entre territorio, población y uso de la tierra (valores aproximados / porción
americana emergida)
Territ. Población Densidad demográfica Uso prevalente del suelo Tipo de asenta-
2
% % hab/km miento
-1 Exiguo, severamente Disperso
37 1
condicionado
50 18 1 a 11,65 Agropecuario extensivo Discontinuo
11 19 11,66 a 49.9 Agropecuario intensivo Continuo
2 62 50 y más Urbano e industrial Aglomerado
100 100
Fuente: Elaboración propia.
156
BIBLIOGRAFÍA
ARGENTINA. INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA Y CENSOS. Los censos de población
del 80; taller de análisis y evaluación. Buenos Aires, 1985 (Estudios, 2).
GRAVO, Guillermo C. "Variaciones recientes de la población argentina". La Nación (Buenos Aires),
5 de marzo de 1983.
DAUS, F. A.; GARCÍA GACHÉ, R., "Distribución geográfica de la población argentina y su
representación cartográfica". En GAEA, Soc. Arg, Est. Geográficos. Actas de la XV Semana de
Geografía. Mendoza, 1955, pp. 226-246.
REY BALMACEDA, R. C. "Centros de población de la Argentina, 1810-1960". GAEA (Buenos
Aires), 11,1961: 275-294.
---«Desplazamientos cotidianos en el Gran Buenos Aires, 1960». GAEA (Buenos
Aires), 12,1964:41-91.
—-— "Algunas consideraciones sobre la distribución geográfica de los extranjeros en la
Ar-gentina". Bol. Gaea (Buenos Aires), 68-70,1966: 1-10.
"Problemática educativa de la población dispersa de la provincia del Chubut". En GAEA, Geo-
grafía del Chubut. Buenos Aires, 1978, pp. 62-97 (en colaboración).
"Infrapoblación y sobrepoblación en la República Argentina". GAEA (Buenos Aires), 17,1979:
257-278.
REY BALMACEDA, R. C; BARDOMAS, S. 1985. Estructura de la población argentina y su
distribución geográfica. Buenos Aires, Programa de Investigaciones Geodemográficas.
— La masculinidad en la Argentina. Buenos Aires, Programa de Investigación
Geo-demográficas, 1986 (b).
4.3.
Recursos naturales
potenciales,
parcialmente valorados
158
Las exportaciones de cueros primero y de carnes posteriormente, que han perdurado hasta hoy
como un importante rubro, permitieron valorizar la pampa, desde este punto de vista. La potencia-
lidad agrícola de la misma se vislumbró cuando los países industrializados pusieron su interés en las
áreas templadas del mundo. La Argentina, al igual que Australia, por ejemplo, ingresó a la dinámica
internacional cuando incorporó la tecnología, mano de obra y capitales necesarios para movilizar su
riqueza. Todos estos factores externos permitieron la puesta en valor de las tierras pampeanas.
El tendido de las vías férreas, indispensable para extender la frontera agropecuaria, hizo que se
visualizara un nuevo recurso: los quebrachales chaqueños, cuya explotación intensiva comprueba las
características de relativa renovabilidad de los sistemas naturales frente al accionar irresponsable del
hombre. Maderas de otras características, que cumplían la función de actuar como combustibles,
fueron intensamente, explotadas en las tierras marginales semiáridas.
La industrialización del país en el siglo XX, llevada a cabo en diversas etapas, fue un cambio
técnico que tuvo su reflejo en la organización del territorio y en la incorporación de nuevas áreas a la
explotación. La segunda etapa industrial, luego de la Segunda Guerra Mundial, condujo a la puesta
en producción de los yacimientos de los minerales requeridos y, al mismo tiempo, se visualizó la
importancia que tienen como elementos de base para el desarrollo nacional y que por ello no
pueden estar al servicio de otros intereses.
La expansión de la demanda energética y la conciencia de la no renovabilidad de las fuentes
tradicionales llevaron a aplicar las técnicas apropiadas para el aprovechamiento de los recursos
hídricos, lo cual no está exento de las limitaciones económicas.
El rol que desempeña en las cuentas nacionales la producción agropecuaria ha hecho que se
otorgue valor de primera jerarquía a las áreas productoras. La generación de fines de la centuria
pasuda creó el mito del país inmensamente rico, basándose en su propia percepción. Cabe pre-
guntarse en las circunstancias actuales, en que el mercado mundial está inundado de dichos
productos —cuyos precios están en baja—, si seguimos siendo tan inmensamente ricos. El mito ha
cumplido cien años. Este error en la percepción de nuestro medio nos ha impedido ver que la ri-
queza de las naciones pasa por otros andariveles. Es como si el mito nos hubiera eliminado toda
inquietud con respecto a un futuro que creíamos asegurado. Nos quedamos con la tranquilidad que
nos dio el mito. Una vez más se demuestra la relatividad de los recursos, los cuales dependen de las
circunstancias histórico-económico-sociales.
Si bien es cierto que la Argentina posee un complejo territorial natural diversificado, sus posi-
bilidades no sólo dependen de la evaluación absoluta de sus recursos. Asociado al concepto de
recurso aparece el de restricciones, las cuales son el producto de la valoración humana de la si-
tuación con respecto al bien en cuestión. Las restricciones derivan de la apreciación del esfuerzo que
será necesario incorporar para aprovechar un recurso. El rol de las limitaciones o restricciones va
variando con el adelanto técnico, pero disminuirlas o hacerlas desaparecer implica realizar in-
versiones que son, en general, el factor de mayor peso dentro de las restricciones en un país con
fuerte dependencia financiera. Además, en la valoración de las limitaciones también están pre-
sentes las leyes de la economía; la viabilidad de explotación de un recurso está en función de su
rentabilidad. La puesta en producción de los recursos, aun potenciales, significará enfrentar serias
limitaciones de orden tecnológico-financiero, así como también la necesaria consideración de la
fragilidad de los sistemas naturales para no acrecentar el deterioro del medio.
Las precipitaciones constituyen la única fuente de abastecimiento de agua dulce de los conti-
nentes. Es por esto que adquiere particular relevancia la consideración de la dinámica de las masas
de aire portadoras de humedad en la evaluación de la disponibilidad de este recurso de primer
orden.
La posición geográfica del territorio —en el extremo meridional de América del sur— que se in-
160
troduce como una cuña en la zona templada, constituye un factor determinante, ya que en estas
latitudes intermedias se produce el avance alternante de masas de aire tropical y polar, cuya
interacción es muy intensa.
Por su posición en latitud, la dinámica atmosférica del territorio argentino se rige por la
presencia de dos células anticiclónicas en ambos océanos y por la existencia de la faja de bajas
presiones aproximadamente en la latitud 60° S Las células anticiclónicas son manantiales de
masas de aire cuyas trayectorias están definidas por la circulación antihoraria característica
del hemisferio sur. Por este motivo se distinguen dos sectores, claramente identificables,
atendiendo a la procedencia de las masas de aire marítimas que producen el ingreso de vapor de
agua.
EI centro y el norte del país recibe la influencia de la célula anticiclónica del Atlántico,
que aporta masas de aire húmedo y cálido, que ingresan al territorio por el este, norte y
nordeste y constituyen ramas desviadas de los alisios del sudeste. La célula de alta presión del
Pacífico afecta a la región patagónica, proveyendo de aire frío que penetra desde el oeste y
sudoeste. Según afirma Wolcken4, en invierno, con el mayor enfriamiento del continente
comparado con el mar, existe un puente de alta presión que conecta a los dos anticiclones a
través del territorio, en la latitud del centro de la provincia de Buenos Aires, el cual reduce la
entrada de los vientos húmedos del Atlántico; en cambio en verano, al desaparecer dicho puente
y ser reemplazado por una baja presión, la situación es más favorable para la entrada del aire
húmedo. Estas nociones básicas sobre la dinámica atmosférica permitirán comprender una de
las características del sistema natural.
Nuestro territorio es el escenario que presenta las características que inspiraron al
meteorólogo noruego J. Bjerknes durante la Primera Guerra Mundial, al crear el concepto de
«frente». En las latitudes medias es donde se configura la línea de contacto entre el aire frío, de
origen polar, y el aire cálido, de orinen tropical. Ambas masas de aire libran una lucha a lo
largo que un frente de contacto, al igual de lo que ocurría durante dicho conflicto bélico,
avanzando y retrocediendo, permaneciendo con sus características, pero en interacción5. La
zona donde ambas se encuentran se halla aproximadamente a los 40° S y si el aporte de las
mismas persiste, se forma un contraste de temperaturas bastante pronunciado, constituyéndose
así un «frente»6.
Esta dinámica atmosférica es la que determina, en mayor medida, la distribución de las
preci-pitaciones, en la cual la interacción con la orografía aporta su cuota.
La causa principal de las precipitaciones que se producen en la Argentina obedece a
los avances de aire polar y subpolar, que ingresan por la Patagonia y se desplazan en dirección
ge-neral hacia el nordeste. En invierno estas masas de aire llegan, y aun sobrepasan, el norte del
país y en verano, su frente se detiene al sur del litoral fluvial o antes. Su contenido de humedad
es bajo, debido a que esta se concentra en una capa de 1.000 a 2.000 m sobre el suelo y, por
lo tanto, precipita en los Andes patagónicos —cuya altura oscila en tales dimensiones —
y al mismo tiempo permite el pasaje del aire frío7. El avance del mismo ocasiona
precipitaciones, al provocar el ascenso y desalojo de las masas de aire tropical húmedas
que reinan en las latitudes inferiores a 35°-40° S.
Las masas de aire caliente y húmedo del N y NE generan frentes cálidos cuando
adquieren rasgos de inestabilidad. Al ser alto su contenido de humedad, el aire en ascenso
provoca precipi-taciones en las provincias del litoral. En general, sus características no son tan
bien definidas como en el caso de los frentes fríos y son menos frecuentes que éstos8.
La interacción entre las masas de aire polar y tropical suele ser la causa tic
precipitaciones también en los casos de formación de líneas de inestabilidad o de turbonada9, por
la ocurrencia de procesos convectivos a lo largo de una línea frontal. Es el caso del pampero10.
La formación de zonas frontales estacionarias sobre el territorio puede dar Lugar al surgimiento
de ciclones frontales, es decir, depresiones activas. La zona ciclogénica por excelencia es el
litoral y la región del Río de la Plata.11
Aquí se forman los denominados «ciclones del Litoral», que originan precipitaciones en áreas
extensas, y la mayoría de las sudestadas, siendo éstas un fenómeno menos frecuente que se
161
produce por el viento sudeste, fuerte y sostenido, que aporta aire fresco y húmedo del mar. Las
depresiones formadas en el litoral suelen ser desalojadas por masas de aire frío y seco que ponen fin a
períodos lluviosos prolongados.
En este análisis se han tenido en cuenta las causas principales de las precipitaciones; si bien existen
otras, las enunciadas constituyen el origen del mayor porcentaje de las mismas. Todos los casos citados
implican la intervención de masas de aire de distintas características. También se producen
precipitaciones no frontales, como lo son los procesos de autoconvección o las provocadas por el
efecto orográfico. Los estudios realizados al respecto revelan que los procesos frontales superan
ampliamente a aquéllos producidos en una sola masa de aire, entre los cuales tienen importancia las de
efecto orográfico, en algunas partes del país. Precisamente, nuestro territorio, ante la falta de barreras
orográficas en sentido este-oeste, es favorable como campo de esta batalla que libran las dos masas de
aire y que constituye uno de los fenómenos más importantes para la Argentina, desde el punto de vista
climático.
La Argentina es un país con predominio de climas semiáridos y áridos. Esta es una realidad no
siempre claramente percibida por sus habitantes. El mito de la pampa húmeda ha condicionado la
imagen del propio territorio, especialmente en los pobladores de esta región, y no ha permitido
captar la verdad en su real dimensión. Lo cierto es que la pampa húmeda y la parte nororiental del país
es el sector más extenso que posee excesos de humedad.
En la distribución de las precipitaciones intervienen dos factores fundamentales: la posición
geográfica y la influencia del relieve. En cuanto a la primera, la latitud determina que el territorio
reciba masas de aire húmedas del Atlántico y del Pacífico, cuya acción es consecuencia de la
interacción con el relieve. Las grandes extensiones llanas en la parte oriental permiten la libre
circulación de ambas masas de aire. El contacto entre las mismas ocasiona inestabilidad at-
mosférica y determina que las lluvias frontales sean el proceso genético más frecuente. La función
—más efectiva— que cumplen los Andes patagónicos al impedir el ingreso de vapor de agua desde
el Pacífico, hace que la mayor par te del agua precipitable esté contenida en las masas de aire
caliente que provienen del Atlántico. Estas, al desplazarse hacia el oeste, sólo aumentan el caudal
precipitado ante la presencia de elevaciones que activan nuevamente la condensación debido al
movimiento convectivo.
Básicamente, estos son los procesos que determinan la existencia de porciones del territorio con
lluvias abundantes como las que se registran en Misiones, de más de 1.600 mm, y en la cordillera,
aproximadamente a los 42° S, de más de 4.000 mm. También quedan definidas las áreas de precipitación
mínima, como por ejemplo San Juan, donde hay lugares en los cuales no alcanzan los 100 mm anuales.
Estos datos extremos hacen que la lluvia promedio del país sea de 515 mm12, los cuales están muy lejos
de repartirse equitativamente sobre el territorio. Muy por el contrario, casi un tercio de la superficie
continental recibe menos de 200 mm anuales y existe una concentración en un 1% de la superficie que
recibe más de 1.500.13
En la configuración de la riqueza hídrica superficial, las precipitaciones juegan un rol prepon-
derante, pero no es el único factor interviniente. Las áreas que tienen exceso de agua son las ori-
ginadoras del escurrimiento superficial, debido a que coinciden con las máximas precipitaciones, y en
ellas el balance hídrico resulta positivo, al ser mayor el volumen precipitado que la evapo-
transpiración en el balance anual. Por este motivo, los conceptos de exceso o de déficit de agua son
relativos y resultan de la compulsa entre precipitaciones y evapotranspiración potencial.
La delimitación de las áreas de exceso y de déficit de agua explica la riqueza hídrica superficial,
aunque en algunos casos ésta se ve reforzada por un aporte extraterritorial. El cartograma muestra tres
áreas de exceso de agua. Dos de ellas corresponden a fajas longitudinales, producidas por efecto
orográfico en las Sierras Subandinas y en los Andes patagónicos, y la tercera está constituida por la
mesopotamia y la parte oriental de las regiones chaqueña y pampeana. Los máximos excesos medios
de agua anuales ocurren en Misiones (700 mm), selva tucumano-oranense (200 mm mm) y en el área
162
% DE LA SU- m3 CAUDAL
VERTIENTES O SUPERFICIE CAUDAL ( CAUDAL
2 PERE DEL ESPECIFICO
CUENCAS (km ) /seg) TOTAL /km2
PAÍS (1 /seg.)
Total del país 2.779.500 100 21.686 100 7,8
Cuenca del Plata 918.900 33,1 18.360 84,7 19,8
Vertiente atlántica 1.051.300 37,8 2.349 10,8 2,2
Vertiente pacífica 37.500 1,3 795 3,7 21,2
Cuencas endorreicas 771.800 27,8 182 0,8 0,2
Casi el 85% de los caudales superficiales disponibles se concentran en la cuenca del Plata y
pertenecen a ella el Paraná, el Paraguay y el Uruguay, los tres ríos más caudalosos. Buena parte de la
misma coincide con el área más extensa de exceso de agua pero al mismo tiempo, por pertenecerle
a la Argentina la parte media e inferior, hay que tener en cuenta que estos ríos también son colectores
de las precipitaciones del área tropical más allá del límite internacional. El resto de esta gran cuenca
abarca una extensa área de déficit de agua en la cual se halla uno de los polos de máxima aridez.
Por esta causa, el Chaco occidental presenta características de aloctonía y arreísmo. La
existencia de afluentes del Paraná y del Paraguay en su margen derecha obedece a la presencia de
elevaciones que actúan como superficies de condensación al obligar a las masas de aire atlánticas a
elevarse. Se destacan las Sierras Subandinas por su rol hidrológico al configurar un área de exceso de
agua y las Sierras Pampeanas, por dar nacimiento a los ríos Tercero y Cuarto. De todas maneras, los
caudales que generan son mínimos en comparación con los del sector oriental18.
El 25% restante de los caudales del país, se distribuyen en el 67% del territorio, donde pre-
domina la aridez. Los ríos de la vertiente atlántica, cuyos caudales representan casi el 11%, nacen de
precipitaciones orográficas, tanto líquidas como sólidas. De todos ellos, los únicos que no recorren
desiertos son los pequeños ríos bonaerenses que son el producto de la convección que ocasionan
los sistemas serranos del sur de la provincia de Buenos Aires. Los ríos patagónicos se originan en el
área de exceso de agua que constituyen los Andes meridionales; los aportes níveos y pluviales que
reciben hacen que presenten regímenes mixtos que más al sur se convierten en glaciarios. A esta
pendiente pertenece el Río Negro, que es el cuarto por su caudal. En el caso de los ríos cuyanos, la
existencia de los mismos está estrechamente ligada a la magnitud que adquiere el sistema montañoso
en esas latitudes de América, el cual obliga a las masas de aire atlánticas a efectuar un gran ascenso,
que tiene como consecuencia las precipitaciones nivales que son su uente de alimentación. De no
existir estas cumbres, tal vez, las características hidrográficas del área endorreica se prolongarían
hasta Cuyo, el escaso caudal específico que presenta la vertiente específico que presenta la vertiente
atlántica refleja la gran superficie de zonas áridas que abarca, las cuales contrarrestan la presencia de
la poco extensa región andina de exceso de agua.
163
La diagonal endorreica representa casi un 28% de la superficie del país y menos del 1% de
los caudales superficiales. Las Sierras Subandinas, en Tucumán, es la única región de exceso de agua
que presenta; da origen a la cuenca más importante de este sector. La parte meridional de esta
región hidrográfica corresponde a la pampa occidental, donde la ausencia de corrientes
superficiales se relaciona con la paulatina disminución de las precipitaciones a causa de la
nivelación del terreno que no provoca cambios de altura en el trayecto de las masas de aire del este.
Más al norte, los macizos serranos ocasionalmente se constituyen en barreras para el pasaje de
aire húmedo. El frente oriental sierripampeano puntano-cordobés desempeña un efectivo rol
hidrológico originando cinco ríos notables, dos de los cuales pertenecen a la cuenca del Piala.
Una vez traspuesta esta línea orográfica, en contadas ocasiones se producen
precipitaciones por acción de los relieves, debido a que las masas de aire no encuentran nuevas
oportunidades de convección, al continuar su trayecto hacia el oeste sin ser obligadas a variar su
altura en correspondencia con la magnitud de las elevaciones. La situación se agudiza en los
valles y llanos que se hallan en lugares de sombra pluviométrica. Por estos motivos, esta región
constituye la de mayor pobreza hídrica del territorio.
Un tercio del país tiene exceso de agua y por él se escurre el 85% de los caudales
superficiales. En el resto de la superficie, exceptuando los Andes patagónicos, impera el déficit
de tal recurso. Donde el agua sobra, los suelos sufren erosión huirica. Donde el agua escasea, es
necesario el riego. La ocupación de los dos tercios del país, donde las precipitaciones y los
caudales son mínimos, obliga a un gran esfuerzo técnico y de inversiones para su puesta en
producción, lo cual significa que deben ser valorados en función de sus potencialidades y de esa
manera se demostrará que no existe ningún determinismo físico; sí oponen limitaciones y
requieren un esfuerzo especial. De todas maneras, existen actualmente economías prósperas en los
desiertos argentinos y las había antes de la colonización. Las restricciones a su ocupación
derivan de la necesidad de invertir capitales para aplicar las técnicas apropiadas.
La región desértica argentina forma parte de la denominada diagonal árida sudamericana, que
comienza en la costa septentrional de Perú y se extiende hasta el litoral atlántico patagónico. El
sector norte de la misma está separado de la faja oriental húmeda por un área de transición plu-
viométrica representada por la llanura chaco-pampeana occidental semiárida, la cual, por las limi-
taciones que ofrece a su ocupación, puede ser incluida en esta problemática.
Lu Puna y el cordón prepuneño, las Sierras Pampeanas, la precordillera y los Andes
áridos, con bolsones, valles y llanos interpuestos, comparten las características típicas del
desierto. Depresiones colmadas de sedimentos, producto de la meteorización mecánica
predominante en los territorios en donde el agua escasea, constituyen cuencas endorreicas hacia
donde se escurren las precipitaciones, a veces constituyendo corrientes superficiales,
perdiéndose por infiltración. El balance hídrico negativo quita caudal a los exiguos ríos y la
evaporación, previo ascenso capilar de la humedad existente en los suelos luego de las
precipitaciones, provoca la existencia de mantos salinos en las depresiones. Los conos de
deyección constituyen lugares apropiados para la infiltración de las precipitaciones o del agua
producto de la fusión, por lo cual, ante la pobreza de recursos hídricos superficiales, presentan
situaciones propicias para la existencia de capas freáticas que adquieren gran relevancia
antrópica. Un geoma de tales características determina el desarrollo de una vida vegetal con
características xerófilas. Montes, matorrales, cactáceas, arbustos rastreros, especies áfilas,
halófilas y psamófilas son la expresión de los ambientes heterogéneos, pro-ducto de las
diferentes altitudes, suelos y exposición de los relieves.
El sector sur del desierto se extiende en la Patagonia extraandina con mesetas recortadas por
cañones, morfología fluvial típica de zonas áridas, que tienen pocas posibilidades de presencia de
aguas subterráneas. Ríos alóctonos que pierden parte de su caudal al transitar en ella, representan el
factor físico que ha determinado la complementariedad de los Andes patagónicos húmedos con el
164
desierto de sotavento. Sólo las estepas graminosas y los matorrales arbustivos soportan la escasez,
de agua, las amplitudes térmicas y los fuertes vientos reinantes.
El deterioro natural del medio, provocado por la erosión eólica a través de procesos deflatorios,
afecta al sector semiárido chaco-pampeano y a la Patagonia. Al mismo cabe agregar el producto de
la acción antrópica, como consecuencia de prácticas agropecuarias no apropiadas.
Hablar de desiertos en la Argentina tal vez provoque la extrañeza en interlocutores desaperci-
bidos de esta realidad. Lo cierto es que la mayor parte del país goza de tales características. La
creencia general en cuanto a estos espacios, donde escasea el recurso primordial para el hombre, es
que constituyen territorios homogéneos en cuanto a las manifestaciones humanas en el paisaje y que,
además, el clima es la causa de las bajas densidades existentes. Con sólo retroceder al período
prehispánico caeríamos en la cuenta del error. Las civilizaciones indígenas más desarrolladas
ocupaban las áreas desérticas del noroeste y centro-oeste. Si examinamos la situación actual, nos
excederíamos en las posibilidades de este capítulo al querer explicar el sinnúmero de matices que
presenta la organización de estos espacios.19
En la interrelación del hombre con estos espacios hostiles, los resultados han sido variados. A
las escasas densidades que caracterizan a toda la región se oponen las aglomeraciones de los
valles de regadío. Problemas de deterioro ambiental contrastan con el buen manejo de recursos en
Cuyo. Economías de subsistencia con poblaciones marginadas y emigración en la Puna, bolsones,
llanos y Andes áridos, coexisten con economías que participan del circuito productivo nacional.
Tierras que no han sido objeto de asignación de funciones para integrarlas al quehacer productivo,
comparten el desierto con otras altamente valoradas como la estepa patagónica, capaz de albergar
un cuantioso rebaño que contribuye al producto nacional.
En la caracterización de los espacios hay que tener en cuenta los factores históricos, econó-
micos y sociales que han actuado en su conformación. Las regiones han sufrido diferentes grados de
presión sobre sus recursos. Las tierras áridas, sobre todo, constituyen sistemas muy frágiles
donde las intervenciones parciales del hombre generan fuertes desequilibrios ambientales. Es por
esto que una política de incorporación de áreas marginales requiere un gran esfuerzo técnico que, a
su vez, es financiero. Las prácticas agropecuarias con su correspondiente apoyo, el aprovecha-
miento racional de los recursos hídricos, la incorporación de la producción a los circuitos comer-
ciales, la explotación de recursos mineros, el acondicionamiento para el turismo y otras medidas,
que podrían significar la puesta en valor de éstas extensas superficies, requieren de enormes es-
fuerzos.
Las disímiles condiciones de vida que presenta la región árida contradicen cualquier aprecia-
ción que busque justificar la pobreza de ciertos sectores en las condiciones climáticas, materiali-
zadas por la falta de agua. Herencias históricas, rasgos culturales, modelos de desarrollo adop-
tados, etc., han dejado sus secuelas.
Los factores naturales actúan como condicionantes para la actividad humana, tanto más,
cuando menos se dispone de recursos financieros y técnicos para enfrentarlos. Esto forma parte de
la realidad de los países que soportan un elevado endeudamiento como el nuestro. Enfrentar a la
región árida y desarrollar sus potencialidades con el propósito de hacer más digna la vida de sus
pobladores, que es en última instancia el objetivo de toda tarea de reordenamiento territorial, su-
pone superar los obstáculos de diversa índole que se oponen a esta tarea.
165
166
Las riquezas forestales del país deben apreciarse en función de la existencia de recursos
desarrollados naturalmente y de aquellos fabricados por la mano del hombre, como lo son los
montes de cultivo que han ampliado la disponibilidad de materias primas.
La superficie que ocupan los bosques naturales o nativos ha sido estimada en 44 millones de
hectáreas y dentro de éstas, 30 millones de hectáreas corresponden a los bosques maderables.20 Las
regiones fitogeográficas abarcadas en la primera cifra son las selvas misioneras y tucumano-
oranense, los bosques subantárticos, los parques mesopotámico, chaqueño y punta-no-
pampeano y el monte occidental. Quedan fuera de esta enumeración las estepas pampeanas,
patagónicas y puneñas, por carecer de bosques.
Las diferentes características que presentan los geomas han permitido la, existencia de biomas
diferenciados, aunque no todos ellos presentan especies arbóreas que permitan incluirlos en el
inventario con fines de aprovechamiento forestal. Las diferentes características ambientales que
presentan las regiones con recursos forestales determinan la variedad en las formaciones vege-tales.
Selvas, bosques y montes ofrecen distintas oportunidades de aprovechamiento.
Las provincias que presentan la mayor cantidad de hectáreas de bosques nativos son Santiago del
Estero (18.6%). Chaco (12.4%), Formosa (13,3%). La Rioja (11,4%) y Salta (11.5%); totalizando el
67,2%. En cambio, considerando la posibilidad de extracción anual en m3/rollizos, tanto para
aserrar como para otros usos, la situación es la siguiente: Chaco (23,3%), La Rioja (11.3%), Formosa
(9,6% ), Salta (8,4%), Misiones (7%), La Pampa (6,4%) y Tierra del Fuego (6%): totalizando el
72%.21 Estas cifras demuestran que la productividad de los bosques naturales no sólo depende de la
superficie que abarquen. También evidencian que las mayores superficies y posibilidades de
extracción, teniendo en cuenta la renta forestal, se localizan en las áreas cálidas y húmedas, de donde
surge el predominio de maderas duras y semiduras que caracterizan a nuestros recursos forestales
naturales.
Según los datos que aporta Tinto22, los volúmenes extraídos anualmente son muy inferiores a la
renta anual. Siendo el volumen anual disponible de 4.701.000 m3, en 1982 se extrajeron 1.406.649
m3, o sea que queda un remanente susceptible de ser explotado de 3.294.351 m3 anuales. El mismo
autor señala que la dificultad que se presenta para el aprovechamiento de este recurso es la escasa
accesibilidad de los lugares donde se encuentra y que, por otro lado, esta cifra indicaría que el país
posee especies forestales que aún no tienen demanda y que la mayor presión de explota-ción se está
ejerciendo sobre determinadas especies, lo cual está provocando el empobrecimiento en las maderas
más solicitadas.
Para suplir la escasez de maderas blandas y eliminar la dependencia del exterior, se han rea-
lizado tareas de forestación en las tierras forestales es decir, en aquellas que tienen aptitudes fo-
restables. Estas suman 16 millones de hectáreas. Los montes de cultivo, según las últimas
estimaciones —que corresponden al año 1983—, alcanzan 732.140 hectáreas. De la
comparación de ambas cifras surge que aún no se han aprovechado las posibilidades en este
aspecto. El 85% de la superficie de estas plantaciones se concentra en Misiones (28%),
Corrientes (15%), Buenos Aires (12,8%), Delta del Paraná (11%), Entre Ríos (7,8%), Río Negro
(5,2%) y Córdoba (5%). Las espe-cies plantadas están destinadas a suplir las carencias de los
bosques naturales, especialmente en maderas blandas, y de esta manera sustituir importaciones.
Las plantaciones que abarcan mayor superficie corresponden a las coníferas (43%): luego la
siguen los eucaliptos (28 %), salicáceas (26%) y otras (3%).
La falta de conciencia forestal en el país se ha manifestado a través de la explotación irracional
que se ha hecho, como así también en la imprecisión que existe en la evaluación del real potencial. La
preocupación por un manejo adecuado so puso de manifiesto en 1948, año en que se sancionó la ley
de defensa de la riqueza forestal. Un dato que en ella se aporta, es digno de ser mencionado por
constituir un llamado de atención en este aspecto. Cuando la proporción de superficie boscosa de un
país desciende por debajo del 20% de superficie, se producen lesiones graves al medio ecológico; en
nuestro país, los bosques y matorrales ocupan sólo el 16%. Hay que tener presente aquí que la región
167
árida Incide en (pie esta cifra sea baja. De todas maneras, es preocupante, ya que la explotación de
los recursos forestales puede provocar serios desequilibrios en el ambiente, debido a las múltiples
funciones que desempeñan en el sistema natural.
Muchas veces se ha citado que uno de los rasgos de nuestro país es el potencial de crecimiento
vegetal mayor, comparado con otros territorios. Al mismo tiempo se ha visto la posibilidad que
existe de forestar y reforestar con especies de rápido crecimiento. Por lo tanto, la expansión de este
recurso es posible. En esta acción, no sólo hay que tener en cuenta una mayor provisión de madera
utilizada con distintos usos, sino también las otras múltiples posibilidades que ofrece. Por un lado, la
vegetación constituye un elemento muy importante del ecosistema y una de sus variadas funciones
consiste en frenar los procesos de desertificación. Dadas las características de nuestro país, este
aspecto adquiere particular relevancia. Por otro lado, los bosques cumplen una función econó-
mico-social de indudable valor. El mantenimiento del capital forestal natural y su incremento indu-
cido, pueden tener importantes consecuencias en el abastecimiento interno, ahorro de divisas y
posibilidades de exportación. Por la ubicación extrapampeana de los recursos forestales, la in-
tensificación de estas actividades, con criterio adecuado, puede tener una repercusión favorable al
constituirse en una fuente generadora de empleos y de ingresos regionales.
La región húmeda del país, como quedó visto anteriormente, constituye sólo el 25% de la su-
perficie. En esta parte del territorio se desarrólla la mayor producción agropecuaria, la que, al
estar muy ligada a las contingencias climáticas, se ve afectada seriamente cuando éstas adquieren
valores extremos.
Esta faja húmeda, morfológicamente, se caracteriza por la presencia de depresiones que
presentan semejantes problemas y limitaciones en su uso y manejo, con excesos y déficit de agua en
ciclos bien marcados. Entre ellas se destacan la cuenca del Salado, el noroeste de la provincia de
Buenos Aires y el norte santafesino23. Además, la región presenta problemas derivados de la
erosión hídrica donde las pendientes son más pronunciadas.
La unidad morfológica pampa deprimida abarca una superficie de 90.000 km2, en el centro de la
provincia de Buenos Aires. En ella, los desequilibrios climáticos tienen graves consecuencias de-
bido a la horizontalidad de su relieve y a la escasa pendiente hacia el este, que determina una
deficiencia en el drenaje. Esto se ve agravado por la presencia de cordones costeros de conchillas y
las variaciones de las mareas, que dificultan aun más su llegada al mar24. El área presenta serias
dificultades, dado que se producen ciclos de inundaciones y sequías, lo cual hace necesario
efectuar acondicionamientos para situaciones diametralmente opuestas.
En los períodos en que las precipitaciones son menores, se configuran serios déficit hídricos
porque se combinan con las altas temperaturas y elevada evapotranspiración estivales. En cambio,
cuando son cuantiosas en invierno, las dificultades que ofrece el relieve para la natural evacuación,
provocan el anegamiento de extensas áreas de interés productivo y de asentamiento de población,
dificultándose seriamente también el tránsito carretero y por ferrocarril.
En la pampa deprimida existen dos tipos de tormentas. Las más frecuentes tienen una duración
media de tres a cuatro días; pueden producir inundaciones si el suelo está previamente húmedo, lo
cual disminuye su capacidad de infiltración. El otro tipo corresponde a las de desplazamiento lento y
mucha mayor duración, que generan inundaciones extraordinarias. Las grandes tormentas obe-
decen a una persistente circulación anticiclónica, con flujo de aire húmedo tropical que prevalece
por períodos relativamente largos sobre la cuenca. Las condiciones de inestabilidad que genera el
contacto de esta masa de aire con la de aire frío del sudoeste, al sur de la cuenca del Salado,
provoca las lluvias y tormentas que pueden alcanzar centenares de milímetros.25
Las graves inundaciones se producen con una frecuencia media de cinco o seis años,
aproximadamente. Las grandes pérdidas económicas que ocasionan no sólo se limitan a perjuicios
inmediatos; la posterior evaporación de la humedad de los suelos provoca la salinización, cuya
recuperación es muy lenta y afecta a la receptividad ganadera de esta área, que se especializa en la
168
cría extensiva.
El hecho de poseer la parte media e inferior de la cuenca del Plata constituye un hecho favorable
desde el punto de vista de las mejores condiciones de navegabilidad, pero tiene como efecto contrario
la posibilidad de inundaciones. Guando éstas, alcanzan niveles extraordinarios, tienen
incalculables consecuencias por los daños que ocasionan en áreas agropecuarias, urbanas, obras de
infraestructura, etcétera.
Si bien las mediciones de niveles del río Paraná comienzan en 1901, se tiene conocimiento de
grandes crecidas anteriores, a fines del siglo XIX. Según estimaciones inferidas, se registraron las
siguientes crecidas históricas cuyos valores frente a Corrientes fueron26:
En este siglo se destacan las crecidas de 1905 y 1966 por sus valores elevados, mayor volumen
escurrido y duración más prolongada que las demás. Sus niveles fueron semejantes a los de 1878. La
más reciente fue la ocurrida en 1983 y es la mayor del siglo XX. La altura frente a Corrientes fue
de 9,02 m y el caudal correspondiente en su momento de máxima de 61.000 m3/seg. Las crecidas de
1905 y 1966 tuvieron como máximos caudales 43.000 y 41.000 m3/seg respectivamente.
Teniendo en cuenta que un caudal de 25.000 m3/seg en Corrientes—que corresponde a una altura
local de 5,5 m— constituye el límite a partir del cual comienza el desbordamiento, se puede tener
una idea de la magnitud alcanzada en 1983.
Esta última crecida fue el resultado de la concurrencia de múltiples factores. Una anomalía
climática hizo que las precipitaciones tropicales que normalmente ocurren en la cuenca del Paraná,
sufrieran un significativo aumento en 1983 y se desplazaran hacia el sur27. El comportamiento de los
ríos no sólo refleja la influencia de su fuente de alimentación, sino que cada cuenca constituye un
sistema donde la acción combinada de los elementos integrantes da un determinado resultado. Entre
éstos tienen importancia las características del relieve, de la vegetación, del uso de la tierra, del clima
y de las condiciones de humedad de los sucios. Cuando en una cuenca ocurren precipitaciones y los
suelos se encuentran previamente húmedos a causa de otras ocurridas anteriormente, su capacidad
de infiltración se ve limitada por la hidratación de las partículas coloidales y por otros procesos que
reducen el tamaño de los intersticios. La consecuencia de esta situación es un mayor porcentaje de
escurrimiento superficial. Los estudios realizados en este aspecto revelan que, en 1983, los suelos de
la cuenca registraban altos valores de humedad, lo cual ayudó a que las cuantiosas precipitaciones
se escurrieran, en mayor porcentaje, en forma superficial. Esta forma de drenaje, al ser más veloz, que
la circulación subterránea, provoca una rápida concentración de los caudales en el colector principal,
provocando altos y bruscos niveles.
La vegetación y las modificaciones realizadas por el hombre también intervienen, dándole ca-
racterísticas a las crecidas. La de forestación colabora con el lavado y compactación de los suelos,
disminuyendo su capacidad de infiltración y produciendo los mismos efectos citados en el caso de
estar los suelos previamente humedecidos. Para que un cambio en el uso del suelo afecte el
comportamiento de un río con una cuenca tan extensa como el Paraná, es necesario que el mismo se
efectúe abarcando una gran, superficie. Por otro lado, si esa fuera la única causa de la crecida del 83,
sus efectos debieron hacerse presentes en los años sucesivos. No se puede negar que la tala de
bosques pudo haber intervenido en forma parcial, pero la causa más importante la constituyeron las
anormales precipitaciones, que también afectaron al oriente boliviano, con la secuela de inundaciones,
y a la costa de Perú, a través del fenómeno del Niño que obedece a trastornos atmosféricos.
Como consecuencia de esta crecida extraordinaria, 4.200.000 hectáreas quedaron bajo las aguas
y 250.000 personas debieron ser evacuadas. Las provincias más afectadas fueron Formosa, Chaco,
Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Misiones, pero sobre todo la margen derecha del Paraná, por su
menor nivel. El caudal máximo de 60.000 m3/seg, registrado en julio de 1983, tendría un período de
retorno de 220 años.28.
169
Para la ciencia del paisaje, ampliamente desarrollada en la Unión Soviética, el complejo terri-
torial natural resulta de la combinación, en una superficie determinada, de un geoma o subsistema
abiótico y de una biocenosis o ecosistema. Si a este complejo se le añaden los efectos de la
acción antrópica, se lo define entonces como un geosistema. Este concepto es más amplio
que el de ecosistema de los ecólogos que se reduce a la relación de los seres vivos con el
medio. La ciencia del paisaje incluye en un geosistema todo el espacio en donde existen
movimientos de masa e intercambios energéticos29. Para que la acción del hombre no provoque
desequilibrios en el geosistema, es necesario conocer su dinámica y evitar las intervenciones
parciales en el mismo. Precisamente, esta última ha sido la causa de los deterioros en los
sistemas naturales, por la acción del subsistema económico. La única manera de poder apreciar el
grado de sensibilidad del medio, es decir, su tolerancia a la intervención del hombre, es
comprendiendo su dinámica30.
Por la diversidad de ambientes que tiene la Argentina, a lo largo de la historia de la ocupación de
su espacio, se han producido diversos procesos de deterioro, ya sea por las prácticas irracionales
de explotación o por la falta de conciencia del carácter integrado del sistema natural.
La presión por explotación selectiva que han sufrido las masas forestales, ha producido modi-
ficaciones en las mismas. La región chaqueña ha contribuido en gran medida, con sus recursos
forestales, al desarrollo económico del país. El tendido de las vías férreas, la evolución agrícola-
ganadera que necesitó de postes para la potrerización, el uso de la lefia y el carbón con fines
energéticos para el desarrollo industrial y el transporte en las primeras etapas, son sólo algunos
ejemplos de tal afirmación31. La falta de criterio conservacionista y ecológico llevó a
modificaciones en las comunidades y a pérdidas en la superficie boscosa. En el Chaco occidental la
presencia del fachinal, constituido por arbustos de hojas chicas, es el resultado de un bosque
degradado.
La vegetación cumple una importante misión morfogénica e hidrológica; donde ella existe, los
suelos se hallan protegidos — en las regiones secas de la erosión eólica y en las húmedas de
la erosión hídrica; esto adquiere importancia en nuestro país por los fuertes contrastes que
presenta en la distribución de las precipitaciones.
La franja semiárida ha sido y es sometida a un proceso devastador de sus recursos
forestales. La explotación depredatoria del quebracho, con reducción de la superficie de bosques
irremplaza-bles por su lento crecimiento es un claro ejemplo. En San Luis y La Pampa, la intensa
explotación de que fue objeto el caldén por la introducción del ferrocarril y las necesidades de la
Primera Guerra Mundial, ha provocado un intenso proceso de erosión con formación de médanos. En
la parte oc-cidental de las sierras pampeanas, la práctica de una ganadería rústica, sin
técnicas de manejo adecuadas, ha provocado el deterioro de los campos por sobrepastoreo. Al
mismo tiempo, la explotación forestal en el monte, con criterio destructivo, ha dejado como
secuela la erosión de suelos en los llanos y bolsones, con formación de médanos32. La región
semiárida del país, denominada frontera agropecuaria, presenta los ejemplos más típicos de
voladuras de suelos por eliminación de las formaciones leñosas del bosque y del monte.33
Los geosistemas de las áreas semidesérticas y desérticas son altamente vulnerables;
cualquier modificación introducida por el hombre provoca una rápida desestabilización tendiente al
deterioro. La eliminación de la cobertura vegetal activa la morfogénesis, impidiendo los procesos
pedogénicos. No sólo el talado de bosques y de montes es la causa de tales procesos. La
sobrecarga animal provoca consecuencias. Tal es el caso de la Patagonia, donde una de sus
riquezas más Impor-tantes, los ovinos, son la principal causa de los procesos de desertificación. La
recuperación de los ecosistemas del desierto es lenta y difícil. Inciden las limitaciones de agua, las
amplitudes térmicas, la ventosidad, la gran insolación y la correspondiente evapotranspiración— y las
lluvias torrenciales
La eliminación de la cobertura vegetal en regiones húmedas deja a la vista el rol hidrológico
que la misma desempeña. La falta de vegetación acelérala la compactación de los suelos, dismi-
170
No hace falta aquí transcribir los tradicionales inventarios de nuestros recursos minerales, que reflejan
la amplia gama de los mismos, pero no aciertan en la explicación de la verdadera pro-blemática del
sector.
Examinado el proceso histórico de la evolución de la actividad minera en nuestro país, es de
destacar; el notable impulso que recibió, sobre todo, a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Este
conflicto marca el comienzo de un decidido cambio en la estructura económica del país, dando lugar al
inicio de la segunda etapa de sustitución de importaciones, basada en industrias que utilizaban las materias
primas minerales y sus derivados. Si bien este hecho alentó la explotación de recursos locales, también
incentivó una mayor demanda de productos del exterior. La apertura de un mercado interno para la
producción minera tuvo sus consecuencias en la puesta en producción de yacimientos.
El sólo inventario de las existencias mineras no es suficiente para determinar si los yacimientos son
explotables. Apriorísticamente, puede suponerse que el extenso macizo cordillerano tiene
potencialidades mineras diversas. A pesar de los importantes aportes de los diferentes planes
cordilleranos llevados a cabo por el Estado, a fin de investigar y detectar recursos, la prospección geológica
es aún incompleta, aunque los resultados de los mismos constituyen un importante aporte.
Ante la necesidad de infraestructura, la estructura agroexportadora privilegió la explotación de
minerales relacionados con la construcción; antes de entrar en crisis, proporcionó las divisas para la
importación de manufacturas, entre las que se contaban las que tenían como base a las demás materias
primas minerales. Ante las circunstancias actuales de los mercados para la producción agropecuaria, no son
convenientes para la balanza de pagos las erogaciones que significan las importaciones de minerales; ésta
sería una buena excusa para activar la producción nacional. Sin embargo, el sector minero está reflejando la
situación por la que atraviesa la economía nacional —caracterizada por una recesión industrial que
repercute en la actividad minera—, limitándole el mercado interno.
Pareciera que existe una cierta concordancia entre la falta de una racional prospección y evaluación
minera y la falta de mercado. Si no existe un incentivo en el consumo, resulta explicable la falta de
decisión para precisar los volúmenes minerales explotables.
Todas las apreciaciones sobre la situación de la actividad minera coinciden en que se halla en un
estado de estancamiento. Los factores que intervienen en la explotación de los recursos mineros forman
una trama intrincada en la cual resulta difícil encontrar el determinante. Tal vez, simplemente, pueda
reducirse a uno: la accesibilidad.
171
Un recurso adquiere el valor de tal cuando cumple una función. La recesión industrial ha diluido la
valorización de los recursos mineros, para los cuales el mercado resulta de esta manera inaccesible. Los
costos de producción no competitivos con los precios internacionales alejan también la posibilidad de acceso
al mercado externo. Muchas veces se ha justificado la falta de explotación de yacimientos por su escasa
accesibilidad —haciendo referencia a los factores físicos— sin tener en cuenta que ésta se halla limitada,
en mayor medida, por otros muy distintos de las condiciones naturales. Uno de ellos lo constituye el
mercado; los demás están representados por los recursos financieros y tecnológicos y, también, por los
intereses en juego.
¿Por qué no se han valorado nuestros recursos mineros? Tal vez un error de percepción nos ha llevado a
creer que las riquezas del país se encuentran en el sector agropecuario, lo cual no es del todo desacertado si
tenemos en cuenta que los mayores ingresos de divisas obedecen todavía a él.
Las regiones con potencialidades mineras no han recibido el impulso dinamizador y, precisamente, por
su característica de extrapampeanas se ven afectadas por un menor nivel de desarrollo relativo. La
explotación de los recursos mineros podría significar la ampliación de la base de sus-tentación económica y
propender al desarrollo regional.
Los estudios realizados por la Secretaría de Energía expresan que el país ha llegado prácticamente al
autoabastecimiento y que dispone de una amplia gama de recursos energéticos, los cuales podrían verse
incrementados mediante su uso eficiente y racional.
Todas las fuentes de energía convencionales se hallan presentes en el territorio y su participación
porcentual en las reservas es la siguiente:
Carbón 5,2%
Uranio 9,6%
Gas 20,5%
Petróleo 13,6%
Hidroeléctricos 49,6%
Combustibles vegetales 1,5%
La Argentina posee un extenso litoral marítimo en el Atlántico Sur. El mar argentino tiene
aproximadamente 1 millón de km2 y apropiadas condiciones físicas para la vida marina. La exis-
tencia de corrientes marinas de diferentes temperaturas, debido a sus direcciones opuestas, de aguas
de surgencia en el borde de la plataforma que oxigenan y aportan nutrientes y de las aguas costeras con
características propias, le imprimen rasgos variables a la masa marina que determinan hábitat
diferenciados, apropiados para las distintas especies. Los estudios de las condiciones de temperatura,
salinidad, luminosidad, etc.; del agua de mar permiten diagnosticar la existencia de medios
adecuados para el desarrollo de una vida marina variada. Desde este punto de vista bio-lógico se
establece la riqueza potencial del recurso y se puede afirmar que la Argentina posee zonas
pesqueras, es decir, territorios marinos con condiciones apropiadas para que se desarrolle una mayor
concentración de especies.
Se ha calculado que nuestro mar alberga unas 300 especies, muchas de las cuales son de alto valor
comercial. Las estimaciones realizadas por el Instituto Nacional de Investigaciones y Desarrollo
Pesquero (INIDEP), ubicado en Mar del Plata, sobre las potencialidades y capturas máximas posibles,
se resumen en el siguiente cuadro:
Especies Biomasa (t) Captura Máxima Anual (t)
Merluza común 3.900.000 557.000
Merluza Austral 293.0.00 59.000
Abadejo 246.000 49.000
Polaca 532.000 106.000
Bacalao Austral 202.000 40.000
Merluza de Cola 424.000 85.000
Merluza Negra 69.000 14.000
Granadero 540.000 108.000
Calamar 467.000 ---------
más capturadas son la merluza, el abadejo, la merluza de cola, la polaca, la merluza austral y el
granadero. Ni sus puertos ni sus flotas alcanzan los niveles del sector bonaerense. Sus instalaciones
procesan Cantidades pequeñas de los desembarcos de sus escasas unidades de pesca36. Esta
descripción de las instalaciones terrestres de apoyo a la actividad pesquera nos hace dudar de la
existencia de verdaderas pesquerías en nuestras costas, entendiendo como tales al binomio unidad
pesquera de captura-instalaciones terrestres de procesado, preservado y comercialización37.
La flota pesquera está constituida por:
—flota costera: de tipo artesanal, contribuye con un 18%de los desembarques totales. Son
barcos de autonomía limitada que se hallan en alto grado de obsolescencia. Sus costos de
operación son altos por las necesarias reparaciones, alto consumo de combustible y antigüedad de
los sistemas, y equipos de pesca. El 80% de la flota costera tiene base en el puerto de Mar del Plata;
le siguen en importancia los puertos de San Antonio Oeste, Comodoro Rivadavia y Bahía Blanca.
—flota de altura tradicional: constituida por barcos arrastreros que contribuyen con el 65% de
los desembarques totales. Se especializan en la merluza. Su autonomía está limitada por la capacidad
de conservación del pescado a bordo lo cual, en general, se hace en bodegas refrigeradas. Se
estima que el 60% o 70% necesita ser renovado por sus altos costos de operación debido a su
ineficiencia por antigüedad. Operan casi en su totalidad con base en el puerto de Mar del Plata.
—flota de procesadores-congeladores: está constituida por 44 buques que realizan algunos todos
los procesos a bordo. La mayoría tienen su asiento al sur del paralelo 40°S, utilizando como base los
puertos desde Bahía. Blanca hasta Puerto Deseado. Contribuye con el 17% de los desembarques
totales. También en este caso se hace necesaria la renovación de muchas unidades por su alto costo
operativo.38
La productividad real de la pesca se relaciona con la riqueza biológica, pero si se examina este
aspecto en los países donde la actividad pesquera constituye un renglón activo de la economía, se
caerá en la cuenta que más que el recuso natural importa la tecnología aplicada. Los ultramodernos
buques pesqueros pueden realizar sus operaciones muy alejados de sus puntos costeros de apoyo por
estar equipados para permanecer mucho tiempo en alta mar y poseen variados elementos que les
posibilitan extracciones en distintos hábitat, determinados en algunos casos por las diferentes
profundidades, que determinan artes de pesca especializadas. El poder de captura no depende sólo
del número y tonelaje, de las embarcaciones.39 El examen de las características de nuestra flota revela
su escasa productividad por su bajo poder efectivo de captura y conduce a la reflexión con respecto a
la accesibilidad de este recurso. Llama la atención que un país con un litoral marítimo tan extenso no
se haya convertido en potencia pesquera. Esto demuestra que la sola existencia del recurso no basta,
es necesario poseer la tecnología apropiada. Los datos relativos a la flota pesquera modifican el
concepto del factor distancia. La accesibilidad a los recursos ícticos no puede medirse en la cantidad
de km que separan al puerto de los cardúmenes, sino que depende en mucho mayor grado del nivel
tecnológico de los elementos utilizados. Aunque resulte paradójico, la Argentina posee escasa
accesibilidad al mar. Hay pueblos que no tienen accesibilidad física al océano y a sus recursos, pero
hay otros que no la tienen por su nivel tecnológico, porque el concepto de accesibilidad de una zona
de pesca «gira en torno a la posibilidad de aprovechamiento económico de su riqueza, todo lo que
limite su explotación o la anule, limita o anula la zona de pesca para la economía».40 Si no se cuenta
con artes de pesca adecuadas para la captura de peces que habitan en profundidad, tal recurso es
inaccesible; si no se dispone de sistemas de conservación, las zonas de pesca se restringen a las áreas
costeras cercanas, siendo inaccesible cualquier recurso más alejado.
El factor distancia no sólo influye en el espacio y en el tiempo que separan a la zona de pesca del
punto de desembarco, sino que también afecta a las que median entre el puerto y el consumidor. Esto
conduce a la consideración del hinterland para la actividad pesquera.41 El mismo se define como el
área de alcance de los productos de la pesca, en el cual el sistema de distribución desempeña un rol
174
fundamental, pero no se restringe sólo al concepto de superficie territorial sino que involucra
también aspectos relacionados con las características del mercado consumidor.
Las distancias que separan al puerto de Mar del Plata, principal punto de desembarco y el
más cercano a las mayores densidades de población del país, son grandes medidas en km y
mucho mayores aun consideradas en sus aspectos relativos. Si bien existen rutas pavimentadas,
las dis-tancias se ven afectadas también por el tiempo necesario para su recorrido, el cual no sólo
depende de la cantidad de km sino de las diferentes velocidades posibles, según las características
de las rutas y de los medios de transporte utilizados. El alcance a los distintos mercados
consumidores también depende de las características del producto y del equipamiento del
vehículo utilizado. El pescado destinado al consumo directo tendrá un radio de distribución
diferente si se ofrece enfriado congelado. En cambio, los productos en conserva tienen un alcance
ilimitado.42 Es sabido que en nuestro país no se ha desarrollado la denominada cadena de frío, al
menos en un nivel apropiado para una eficaz distribución de los productos de la pesca; en
consecuencia, el hinterland pesquero está muy limitado por el factor técnico, más que por las
distancias absolutas.
El hinterland también está determinado por factores humanos. El consumo de pescado
por habitante, alrededor de 4 kg anuales, es muy bajo comparado con el de la carne. Las
consideraciones con respecto a la distancia, explican este hecho. Además, el mayor mercado
consumidor —y más accesible desde Mar del Plata —, constituido por el Gran Buenos Aires,
se halla en el área productora de carnes. Por otro lado, pretender que en el resto de las
regiones consuman pescado sin existir la oferta, es un absurdo.43 No puede hablarse de bajo
consumo si no existen sistemas de preservación adecuados para la comercialización y
distribución en un territorio tan extenso. Si se tiene en cuenta el alto precio relativo de los
productos de la pesca, los límites del hinterland se reducen, al quedar amplios
sectores marginados por la inaccesibilidad al producto.
Al considerar los datos de biomasa, capturas máximas posibles al año y el monto total
real anual pescado, se hizo referencia al potencial sin aprovechar. De todas las especies existentes
en nuestro mar, sólo una veintena soporta la mayor presión por capturas. Aquí se hace
necesario revisar los conceptos de improductividad y de sobrepesca. Ambas hacen referencia a
una explotación no acorde con el capital biológico natural. Cuando el volumen extraído es
inferior a lo per-mitido, la actividad es improductiva; en cambio, si se extrae a un ritmo mayor
que el de reproduc-ción, se cae en la sobrepesca. Ambos valores no pueden apreciarse en forma
global sino a nivel de cada especie. Este es un aspecto muy importante a tener en cuenta al
planificar la actividad es decir, en el momento de definir la política pesquera. La
improductividad, que pareciera ser la característica argentina, lleva necesariamente a la
consideración de todos los factores que hacen a la actividad, fundamentalmente el de la
accesibilidad, ya que resume los aspectos tecnológicos y sociales involucrados. Para que nuestra
zona de pesca sea incorporada al campo económico es necesario hacerla accesible.
NOTAS
1BOLOS. J. y CAPDEVILA, M., "Problemática actual de los estudios de paisaje integrado". Revista de Geografía,
Departamento de Geografía, Universidad de Barcelona, Vol. XV, 1981.
2 ZIMMERMANN, Erich W., Introducción a los recursos mundiales, Oikos-Tau, Barcelona, 1966.
3 GOUROU. Pierre. Introducción a la geografía humana. Alianza Universidad, Madrid, 1979. En el concepto de
técnicas, el autor incluye las de producción y las que denomina "de encuadramiento". Dentro de éstas considera los
sistemas políticos y económicos, las instituciones, la organización social, etc.
4WOLCKEN, Kurt, "Algunos aspectos sinópticos de la lluvia en la Argentina", en Revista Meteoros, Servicio
Meteorológico Nacional, Año IV, N° 4, Buenos Aires, 1954.
5 STRAHLER, Arthur N., Geografía física. Ediciones Omega. Barcelona, 1979, p. 216.
6 WOKCKEN, Kurt, "Del tiempo en la Argentina", Revista Sudamérika, julio-agosto, Buenos Aires, 1952.
175
9CEPAL-CFI, Los recursos hidráulicos de Argentina, análisis y programación tentativa de su desarrollo. Tomo 2,
Buenos Aires, 1969.
11 CEPAL-CFI, ob.cit.
12 CEPAL-CFI, ob.cit.
13 CEPAL-CFI, ob.cit.
14BURGOS, Juan J. y VIDAL, Arturo L., "Los climas de la República Argentina según la nueva clasificación de
Thornwaite", en Revista Meteoros, Año 1, N° 1, enero, 1951.
KORZUN, 1. y SOKOLOV, A. A., Balance hídrico y recursos hídricos mundiales. Congreso Mundial del Agua,
17
19ANASTASI, Atilio B., "Propuesta para una clasificación de regiones áridas y en proceso de desertización en
Argentina", Revista Geográfica, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, N° 95, México, enero-junio, 1982.
20TINTO, José, Situación forestal argentina, su inserción en el concierto mundial, Secretaria de Ciencia y Técnica,
1986.
23 BELLATI, Jorge F, BARBAGALLO, José F. y SABELLA, Luis A., "Recuperación de áreas deprimidas
inundables mediante el ordenamiento y manejo racional del recurso hídrico en cuencas organizadas o módulos",
IDIA, N° 367-372, julio-diciembre, I978.
24 BARBAGALLO, José F, "Las áreas anegables de la pampa deprimida, un planteo agrohidrológico para su
solución", UNESCO, Actas del Coloquio de Olavarría, Hidrología de las grandes llanuras, abril, 1983.
25CANZIANI, Osvaldo F, y FORTE LAY, Juan A.. "Estudio de grandes tormentas en la pampa deprimida en la
Pcia. de Bs As. y su incidencia en el balance hidrológico", UNESCO, Actas del Coloquio de Olavarría. Hidrología
de grandes llanuras, abril, 1983.
26 ORGANIZACIÓN TECHINT, "La gran crecida del Paraná de 1983", Boletín Informativo, N° 232, enero-febrero-
marzo, 1984.
28 "La crecida del Paraná", en IDIA. Suplemento N° 40, 1983, pág. 67-69.
BERUTCHACHVILI, Nicolás y PANAREDA CLOPES, José M., "Tendencia actual de la ciencia del paisaje en la
29
Unión Soviética: el estudio de los geosistemas en la estación Martkopi (Georgia)", Revista de Geografía, Vol. XI,
Nos. 1-2, ene-dic, 1977, Depto. de Geografía, Universidad de Barcelona.
30TRICART, Jean y KILIAN, Jean, La eco-geografía y la ordenación del medio natural, Ed. Anagrama, Barcelona,
1982.
31 LEDESMA, Néstor René y LEDESMA, Felipe Antonio, "La degradación del ecosistema en el Chaco seco", IDIA,
N° 417-420, Set-dic, 1983.
176
32 ANASTASI, Atilio B., "Propuesta para una clasificación de regiones áridas y en proceso de desertización en Argentina",
Revista Geográfica, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, N° 95, México, enero-junio, 1982.
33TINTO, José C, Relación del bosque, y las actividades forestales cotí otros recursos naturales y el ambiente humano,
Tercer Congreso Forestal, IFONA, Buenos Aires, 1978.
38FAO, Informe Preliminar sobre la situación del sector pesquero argentino y lineamientos para la formulación de un plan
de ordenación y desarrollo pesquero. Misión multidisciplinaria, Bs. As., 1985.
43
VALDEZ GOYENECHE, Jorge D, ob. cit.
4.4
Economía agroganadera
de vocación exportadora
179
Mirta S. González
1. Introducción
La aptitud natural para la producción agropecuaria de nuestro país y, la inserción del mismo en el
sistema económico internacional —a mediados del siglo XIX— hizo que tradicionalmente la
producción del sector tuviera decisiva gravitación en el funcionamiento de todo el sistema económico
nacional.
El modelo agroexportador implementado a partir de 1860 tuvo un efecto espacial, perdurable
hasta nuestros días: privilegió el desarrollo del hinterland del puerto de Buenos Aires y la concen-
tración en la región pampeana de la mayor parte de las inversiones públicas y privadas. De acuerdo al
rol que le tocó desempeñar en el esquema de división internacional del trabajo —proveedora de
alimentos de clima templado—, se localizó allí la mayor producción de cereales y carnes.
Las zonas extrapampeanas se fueron integrando en forma desigual a la economía del país; hoy son
notables las diferencias que las separan de la región pampeana.
La historia del desarrollo del sector se caracteriza por períodos de esplendor y de estanca-
miento. Hoy, esta producción satisface plenamente la demanda interna de aumentos y es además la
principal fuente proveedora de divisas, ya que concentra aproximadamente las tres cuartas partes
de las exportaciones.
Si bien a partir de la década del sesenta se incorporaron mejoras tecnológicas que incrementaron
la productividad del sector, éste se encuentra aún lejos de su eficiencia; la agricultura en nuestro
país tiene aún un espacio no aprovechado de incorporación de tecnología, que puede mejorar
nuestra competitividad a nivel mundial.
La Argentina tiene el desafío de atender gran parte de la demanda futura de alimentos que
tendrán tanto los países de Latinoamérica como los de otras regiones del mundo. Esta situación
exige incrementar la productividad y ampliar la frontera agrícola con la incorporación de nuevas
tierras a la producción.
A lo largo de toda su historia económica, la Argentina fue definiendo una fisonomía de país
agropecuario que cristalizó en un perfil agroexportador en la segunda mitad del siglo XIX; se es-
tructuró su economía y su espacio territorial en torno a la producción de la región pampeana. En el
esquema de división internacional del trabajo, asumió el rol de proveedora de alimentos e impor-
tadora de productos manufacturados.
La producción agropecuaria conforma en esta etapa (1860-1930) el sector más importante de la
economía nacional y la exportación de productos agropecuarios se constituyó —como lo denomina
Aldo Ferrer— en el elemento dinámico del desarrollo en ese período.1
El incremento de las exportaciones fue posible por la expansión de la demanda mundial de
productos agropecuarios de clima templado, y porque el país disponía de grandes extensiones de
tierras fértiles en su zona pampeana2 parcialmente utilizadas,
En el período que va de 1908 a 1930 la agricultura pampeana creció a una tasa anual próxima al
2,6 %. El aumento de la producción se debió a la expansión de la frontera agropecuaria mediante la
incorporación de tierras para el cultivo de cereales o forrajeras acompañada por un flujo masivo de
capital bajo distintas formas y también a una política inmigratoria que posibilitó un incremento de la
disponibilidad de mano de obra en el sector.
En lo que respecta a las economías del interior del país quedan subordinadas al centro dinámico
del Litoral y su papel es el de abastecer la creciente demanda interna. Así comienzan a desarrollarse
las producciones de fruta del Alto Valle del Río Negro, del algodón en el Chaco y se expanden
los cultivos de la vid y la caña de azúcar, de antigua data en las regiones de Cuyo, y Tucumán y
Salta, respectivamente.
180
Este esquema perduró hasta 1930. El comienzo del agotamiento de esta etapa de la historia
agropecuaria argentina coincidió, a grandes rasgos, con fenómenos de una implicancia funda-
mental en la evolución de la producción agropecuaria en los años siguientes. En efecto, la quiebra de
los mercados externos en la década del treinta primero, y luego el cierre parcial de las exportaciones
durante la Segunda Guerra Mundial, influyeron negativamente en el desarrollo del sector
agropecuario4. Entre 1930 y 1950 el producto generado por el sector en la región pampeana sólo
aumentó un 0,5% su tasa de crecimiento anual, cifra considerablemente menor a la del período
anterior.
En esta etapa que se prolonga hasta 1950 aproximadamente — que algunos autores denominan
de «estancamiento del sector»—, la producción agropecuaria del país, especialmente la de la
región pampeana, debía cumplir dos funciones esenciales: por un lado, el abastecimiento de la
creciente demanda interna de alimentos y materias primas, y por otro, la generación de excedentes
exportables que contribuyeran a generar una capacidad de pagos suficiente para abastecer a la
industria en expansión. El aumento de la producción debía basarse en el aumento de los
rendimientos por hectárea, pues ya se habían incorporado las tierras más aptas para el cultivo
en la región pam-peana.
En lo concerniente al uso del suelo, lo que sí se manifiesta es un desplazamiento de la pro-
ducción de cereales y oleaginosas por la ganadería vacuna en la zona pampeana hasta principios de la
década del Cincuenta5.
En el resto del país la producción del sector agropecuario fue estimulada por la expansión del
mercado interno y del proceso de industrialización. Se introdujeron cultivos no tradicionales — olivo,
tomate, etc.—, lo que trajo como consecuencia una moderada expansión de la superficie cultivada
fuera de la región pampeana.
Esta situación de estancamiento y desvalorización del sector agropecuario perduró hasta co-
mienzos de la década del cincuenta. A partir de allí, tuvo lugar una lenta reconsideración del sector
agropecuario que se tradujo en un mayor interés —por parte del Estado— en lograr la reactivación y
la vuelta del mismo al desempeño de un rol esencial en el desarrollo económico del país.
En la década de los sesenta, la producción agrícola logra recuperar los niveles anteriores a la
crisis de los años cincuenta y comienza un proceso de expansión, basado fundamentalmente en el
cambio tecnológico operado en la actividad agrícola de la región pampeana.
El resultado de este proceso es que, en 22 años (1962-1984), el valor de la producción agrícola
pampeana se ha multiplicado por tres, la productividad de la tierra se ha más que duplicado y la
productividad de la mano de obra casi se ha cuadriplicado. Esto, a su vez, ha provocado reasig-
naciones en el destino de la tierra con aptitud agropecuaria, aumentando la superficie destinada a
agricultura en un 30%6.
En la actualidad, ya no se discute el rol preponderante que le cabe a la actividad agrícola-
ganadera en el desarrollo de la economía argentina, tanto en la provisión de alimentos y materias
primas para el mercado nacional como en la generación de excedentes exportables.
Es necesario incluir esta apretada síntesis de la evolución sufrida por el sector agropecuario en
distintos momentos históricos, a manera de introducción, porque trajo aparejadas consecuencias
espaciales y muestra los factores sobre los que se fueron conformando las distintas estructuras
agrarias de la República Argentina. A estos elementos deben sumársele el régimen de tenencia
imperante y, además, el tamaño y distribución de las explotaciones, que en muchos casos deter-
minaron las actividades productivas y la incorporación de tecnología.
Por último, para poder interpretar la evolución del sector agropecuario en nuestro país debería
incorporarse un análisis institucional que incluya las relaciones entre las distintas organizaciones
corporativas-Sociedad Rural, Federación Agraria, cooperativas- ya que éstas constituyen los ins-
trumentos por medio de los cuales expresan sus estrategias los diversos actores sociales, que con su
comportamiento influyen sobre la capacidad del Estado para llevar a cabo políticas con impacto sobre
la estructura del sector.
181
Fig. A
Fig. B
Fig. A Ganadería extensiva en la pampa deprimida (Cuenca del Salado, provincia de Buenos Aires).
Referencias: Uniformidad en el paisaje debido a la actividad pecuaria, baja ocupación del suelo mayor dimensión
de los predios; hábitat disperso; baja humanización.
Fig. B. Oasis de riego del valle superior del Río Negro (Alto Valle), región patagónica.
Referencias: Elevada ocupación del suelo debido a una actividad agrícola (frutihortícola) intensiva, gran
parcelamiento, hábitat concentrado, alta humanización.
Por último, el hábitat y la vivienda rural constituyen la forma de implantación de las poblaciones
que viven de la actividad agropecuaria. Estos elementos están estrechamente ligados a los sistemas
de cultivos y a la cría de ganado —a las técnicas empleadas para ello—, así como a las condiciones
del medio natural y a los materiales locales.
Para completar el análisis no debe olvidarse el destino de la producción agraria; deben con-
siderarse las relaciones entre este destino, la elección de modalidades de utilización del espacio
182
disponible impuesto por la demanda de esos productos y demás estructuras del mercado.
El estudio de las estructuras agrarias de nuestro país debe efectuarse a través de realidades
concretas, es decir, de los paisajes rurales, atento al origen de esas estructuras, pero dándole un
mayor realce a las transformaciones que han sufrido las mismas hasta llegar a su configuración
actual.
En los esquemas incluidos a continuación pueden observarse dos ejemplos de paisajes rurales
contrastantes en nuestro país; uno correspondiente a un área de ganadería extensiva en la región
pampeana (A) y otro resultante de la actividad agrícola en un oasis de regadío (B) en la región
patagónica.
De esa información se infiere que el 73,84% de las tierras empadronadas en nuestro país se
explotan bajo el régimen de propiedad, el 11,68%en arrendamiento, el 1,3% en aparcería y el
13,34% bajo otras formas no especificadas de tenencia. Estos porcentajes varían si tomamos las
distintas regiones, inclusive en nivel provincial, situaciones que se ven reflejadas en el gráfico
El régimen de tenencia, asociado al tamaño de las explotaciones, influye en la capacidad de los
productores para extraerle a la actividad excedentes suficientes como para llevar un nivel de vida
satisfactorio y poseer capacidad de ahorro como para capitalizarse.
En 1974 se empadronaron 509.817 explotaciones agropecuarias que abarcaban una superficie
de aproximadamente 203.350.000 hectáreas. El gráfico N° 2 indica la cantidad y superficie de las
explotaciones agropecuarias según la escala de extensión.
De acuerdo con los datos del Empadronamiento nacional agropecuario, se infiere que, en tanto
el 41,40% de las explotaciones inferiores a las 25 hectáreas ocupan sólo el 0,90% de la superficie
agropecuaria, en el otro extremo, el 1,3% de los predios superiores a las 5.000 hectáreas concen-
tran el 46,70%de las tierras, lo que resulta en una distribución de las explotaciones en número y
superficie bastante desequilibrada como puede apreciarse en la representación gráfica.
CUADRO N° 1: Cantidad y superficie de las explotaciones agropecuarias según escala de extensión. 1974 (en porcentajes)
Escala de extensión (en hectáreas) Cantidad de explot. Superficie de las
Agropecuarias (%) explotaciones (%)
Desde Hasta
1 25 41,40 0,90
25 100 25,88 3,83
100 400 19,99 10,35
400 1000 6,34 10,07
1000 5000 5,07 28,15
+ de 5000 1,31 46,70
Total país 100 100
Fuente: Elaboración propia en base a datos del Empadronamiento nacional agropecuario. 1974.
Las áreas que presentan una elevada concentración de explotaciones menores a las 25
hectáreas, que ocupan un porcentaje reducido de la superficie total en explotación, corresponden a
los oasis de regadío —oasis cuyanos, islas agrícolas de la región patagónica, etc.— o a las áreas
donde se han registrado importantes procesos de colonización (área nuclear misionera, planicie
algodonera chaqueña entre otras). En el caso de las explotaciones de mayor tamaño, que ocupan
también una mayor superficie en explotación, corresponden en general a las zonas de ganadería
extensiva de baja receptividad, a las ocupadas por la ganadería ovina en la Patagonia, etcétera.
En las economías del interior del país la explotación subfamiliar o de minifundio ocupa un lugar
muy destacado, situación que se ve agravada cuando a estas estructuras se le suman regímenes de
tenencia como la aparcería. Tal es el caso del cultivo del tabaco en Corrientes, por ejemplo,
donde el aparcero que ocupa predios minifundistas debe otorgarle al propietario un porcentaje
importante de la producción.
Estos productores subfamiliares se especializan en una sola especie —en general perenne9- y
raramente poseen una base diversificada de actividades. Ello trae como consecuencia agotamiento
de los suelos, baja productividad y consecuencias económicas con efectos en toda la región.
Estos cultivos agrícolas están enrolados en los llamados de «destino agroindustrial», es decir,
conforman una actividad que produce insumos para su posterior transformación antes de entrar al
mercado consumidor —en su mayoría fuera de la región—, principalmente en la región pampeana.
A partir de la década del sesenta, casi todas estas producciones entran en recurrentes ciclos de
sobreproducción, teniendo los mismos diferentes impactos sobre la economía de los productores
agropecuarios, y también en las regiones. En la última década, a estas crisis recurrentes de los
cultivos industriales —tabaco, yerba mate, vid, caña de azúcar— debe adicionarse el impacto
del crecimiento de producciones como el sorgo, soja, porotos secos, etc., —basadas en
establecimientos empresariales de capitales extra-regionales en la mayoría de los casos—, con
baja demanda de mano de obra.
La diversidad de condiciones ecológicas que caracterizan a nuestro país hace que la producción
del subsector agrícola esté compuesta por un conjunto muy vasto y diversificado de productos. Si
bien estas particularidades de orden natural —distintas variedades de clima, suelo y
relieve— favorecen la actividad agrícola, en algunos casos presentan serias restricciones.
La gran extensión del territorio argentino hace que se planteen los dos problemas hidrológicos
opuestos: la escasez de agua por un lado y el exceso por otro. La escasez de agua afecta a más de las
dos terceras partes del territorio, donde los cultivos sólo pueden practicarse bajo riego; ejemplos de
ello se encuentran en las tierras ubicadas dentro de la diagonal árida, en la estepa pampeana, y en las
mesetas patagónicas. El exceso de agua, por su parte, se presenta en varios sectores de la región
húmeda y son tierras que están sometidas a un serlo problema de erosión hídrica. Otro elemento
significativo de orden natural lo constituye la presencia de heladas, ya que la mayor parte del
territorio nacional se ve afectada por este meteoro.
Por último debe atenderse al accionar del hombre, que, con inadecuadas prácticas de manejo,
aumenta los riesgos de los distintos tipos de erosión y salinización de los suelos.
La mayor parte de la superficie agrícola corresponde al área de clima templado, especialmente
de la región pampeana, y aunque dentro de la misma se presentan diferencias entre la calidad de los
suelos— relacionadas con las variedades climáticas y topográficas— se la puede caracterizar de
gran fertilidad y aptitud agrícola10. En ella se genera alrededor del 60% del total nacional de la
producción agrícola —destinada tanto a satisfacer las necesidades alimentarias de la
población, como a la generación de saldos exportables— y el 85% de los cereales y oleaginosas
producidos en el país.
185
Mapa N° 1. Región pampeana. Distribución espacial de los principales cultivos y participación provincial en los
volúmenes físicos de la producción nacional (en porcentajes).
Fuente: en base a datos Bolsa de Cereales; Secretaría de Estado de Agricultura, Ganadería y Pesca e INDEC.
Para evaluar el grado de desarrollo del área estrictamente agrícola en la región pampeana
deben considerarse los cinco cultivos principales: trigo, maíz, sorgo, soja y girasol. La calificación de
«principales» surge tanto por su participación en el área sembrada, cosechada y en la producción,
como por el dinamismo que demostraron durante los últimos veinte años11.
En la campaña agrícola 1969-1970 cubrieron un 82% del área cosechada de cereales y olea-
ginosas, y en la campaña 1982-1983 ascendió a un 89%. La participación en toneladas fue —para
la primera mencionada— del 86%, y del 94% en la campaña 1982/1983 sobre el total de
cereales y oleaginosas.
En el mapa No 1 puede observarse la distribución espacial de los principales cultivos, como así
también el aporte a la producción nacional.
Si se analiza lo ocurrido en distintos períodos (Cuadro N° 1), se observa una participación
creciente del área sembrada con soja dentro del total, pasando del 0,13% al 9,46% en sólo 15 años. En
contrapartida, el maíz baja del 22 al 17% en el mismo período. El resto de los cultivos muestra
comportamientos irregulares, sin una tendencia definida; se observa un incremento importante del
186
Entre las áreas de riego se destacan los oasis cuyanos, por su magnitud; si bien en un
principio se caracterizaron por una monoproducción del cultivo de la vid, en la actualidad
presentan un aspecto diversificado; con su producción de frutales y hortalizas, fuente de una
próspera actividad; agroindustrial.
En el Noroeste del país, en los valles de Lerma y Jujuy, la base agrícola la integran los cultivos de
caña de azúcar y tabaco claro; especial importancia, adquiere en la provincia de Salta la producción
del poroto seco, cuyo principal destino es la exportación. En el caso de la provincia de Tucumán,
si bien la caña de azúcar cubre la mayor parte de la superficie cultivada, a partir de la de cada del
sesenta ha diversificado su producción y hoy es la primera productora de limones del país.
Un verdadero vergel lo constituye la diagonal fluvial de Santiago del Estero, que a
partir del proyecto de colonización a ambas márgenes del Río Dulce se ha erigido en una
zona productora de hortalizas, las cuales, por las características climáticas, adquieren carácter de
«primicias» respecto de los cultivos del área pampeana.
188
En la región del Nordeste del país, de clima subtropical, predominan también los cultivos in-
dustriales. La estructura de la producción de la provincia de Misiones se caracteriza porque sus
productos tienen una gran importancia a nivel nacional —por el aporte de cada cultivo a la pro-
ducción total—: tal es el caso de la yerba mate, el tung y el té; estos dos últimos rubros se
incorporaron a partir de la década del cincuenta como una respuesta de los productores ante
las recu-rrentes crisis de sobreproducción yerbatera.
La provincia del Chaco se particulariza por ser la principal productora de algodón del país
—seguida por Formosa— y en la última década ha cobrado importancia la superficie sembrada con
cereales, entre los que se destaca el sorgo, y con oleaginosas como el girasol.
Las provincias de Entre Ríos y Corrientes son las mayores productoras de naranjas y pomelos;
en la estructura productiva de estas provincias ocupa un importante lugar el sector pecuario. En el
caso particular del Sur de Entre Ríos, su base productiva es asimilable a la de la región pampeana.
Por último, en el Sur del país adquieren relevancia a nivel nacional los oasis de Alto Valle del
Río Negro, en los que las condiciones son altamente propicias para una agricultura intensiva ba-
sada en la obtención de especies hortícolas y frutales; entre estos últimos están los enófilos, como
las manzanas y las peras12.
Si bien la actividad ganadera puede darse eri vastas extensiones del territorio, de acuerdo a las
condiciones naturales, la máxima aptitud ganadera del país en lo que respecta al ganado vacuno se
da en la región pampeana. Abundan las praderas naturales, de pastos tiernos aptos todo el año
para el pastoreo, suelos óptimos que permiten la introducción del cultivo de forrajeras, y clima
templado y húmedo que permite la cría a «campo» sin necesidad de estabulación.
De acuerdo con la información censal del año 1977 —última disponible en nivel nacional— se
registraban 61.053.800 cabezas de ganado vacuno; más del 78% se encontraban en el área
pampeana (ver mapa N° 3) y se concentraba el 37% del total nacional en la provincia de Buenos
Aires.
La orientación de la ganadería en esta región, permite distinguir dos áreas diferenciadas: la de
cría y la de invernada. La ganadería de cría es la orientada a la producción de terneros o novillitos,
los que se engordan en los establecimientos de inverné. Los cabañeros se especializan en la ob-
tención de reproductores para venderlos al criador.
La cría de ganado vacuno para carne se realiza comúnmente en campos naturales más bien
pobres en pastos y, por lo tanto, de baja receptividad. La zona de cría más importante es la ubicada
en el centro-este de la provincia de Buenos Aires —pampa deprimida—, siguiéndole él centro y Sur
de La Pampa, Noroeste de Córdoba, Corrientes, y Norte de Entre Ríos.
La invernada, contrariamente a la cría, se realiza en las mejores tierras, ya sean de praderas
naturales o de pastoreos artificiales cultivados con alfalfa, sorgo, maíz, avena u otras forrajeras.
La región de engorde más importante del país es la del Oeste de la provincia de Buenos Aires;
otros campos propicios para esta actividad se encuentran en el Oeste y Noroeste de la provincia de
La Pampa, centro y Sur de Córdoba y Santa Fe y Sur de la provincia de Entre Ríos.
189
Mapa N° 3. Distribución espacial del ganado vacuno y ovino por provincias (en porcentajes).
Fuente: elaboración propia en base a datos de la Secretaria de Estado de Agricultura, Ganadería y Pesca
de la Nación e INDEC.
En lo que respecta al tipo de ganado vacuno, en esta región se encuentran los más refinados del
país; las razas productoras de carne —Shorthorn, Hereford y Aberdeen Angus— representan valores
que oscilan entre el 27% y 15% del rodeo nacional respectivamente.
El ganado vacuno de la región pampeana está orientado al consumo de los grandes centros
urbanos y a la exportación.
En las regiones extrapampeanas se desarrolla una ganadería marginal, con preponderancia de
razas criollas cuya rusticidad les permite adaptarse a la escasez de agua y pastizales; en los ambientes
más desfavorables, sobre todo en zonas áridas, coexisten con ganado ovino y caprino. En las zonas
donde se practica una agricultura intensiva, bajo riego, se encuentran razas más refi-nadas,
productoras de carne y leche para el abastecimiento de los centros urbanos locales.
En los ambientes de clima subtropical se introdujo el ganado Cebú; mediante cruzas con
animales de raza Brahmán, Nelore, y derivados como el Santa Gertrudis y Bradford, se han logrado
ejemplares resistentes a las prolongadas sequías, escasez de forraje, enfermedades parasitarias e
infecciosas. Es en esta región —Misiones, Norte de Corrientes, Chaco y Formosa— donde se
190
la agricultura hay especies que, una vez plantadas, entran en producción a los cuatro o cinco años;
tales son los casos de los frutales, el olivo, etcétera.
La estructura productiva de la región pampeana —cereales y ganadería vacuna— permite sustituir
a una actividad por otra; no ocurre lo mismo en las regiones extrapampeanas, ya que los cultivos, por
su tipo, en su mayor parte de los denominados «industriales», no permiten tal sustitución.
Históricamente, el uso del suelo en la región pampeana, ha mostrado dos tendencias diferentes.
Entre 1935 y 1954 (como se observa en el Cuadro N° 3) hubo una inclinación a aumentar
evidente del área ganadera a expensas de las tierras dedicadas a agricultura. Desde 1950-1954 la
disminución del área se mantuvo fluctuante en alrededor de un 75% dedicado a la ganadería y un 25%
a la agricultura.
La parte del área agropecuaria total utilizada como pasturas naturales mostró poco cambio
durante todo el período. En cambio, el porcentaje destinado a pasturas sembradas casi se duplicó, hasta
representar en 1960-1963 casi la cuarta parte del área agropecuaria total del país.
Puede decirse que el país entra, a mediados de la década del sesenta en un proceso creciente de
agriculturización que se manifiesta no sólo en el aumento de la superficie sembrada, sino también en la
importancia del subsector agrícola dentro de la actividad productiva y en el incremento de su
producción debido á las diferentes incorporaciones tecnológicas como la tractorización y la in-
troducción de semillas híbridas.
En la década del setenta, la incorporación de la soja en la rotación agrícola —fundamentalmente
en la región pampeana— generó una mayor eficiencia de producción a través de la obtención de
dos cultivos por año, con lo cual se logró incrementar el área cosechada sin que ello implique una
ex-pansión de la superficie real bajo cultivo. Sin embargo, estas innovaciones tecnológicas no
mo-dificaron la función de producción del agro pampeano ya que éste sigue basándose en la
asociación entre agricultura y ganadería; esta estructura productiva dista mucho de generar los
niveles de producción que permitirían las condiciones ecológicas y la tecnología disponible.
Si bien la expansión horizontal está agotada, quedan aún subregiones donde es posible au-
mentar la superficie dedicada a agricultura o lograr mayores rendimientos en la ganadería. Tal es el
caso de la subregión de la pampa deprimida, donde la superficie con aptitud agrícola no utilizada
alcanza al 69% y los rendimientos de carne podrían incrementarse en más de un 40%13.
En el resto del país el área cultivada ha crecido considerablemente basándose en la incorporación
de capital y mediante esquemas intensivos de explotaciones orientadas a cultivos industriales y
frutihortícolas;
En áreas irrigadas o fertilizadas la ganadería no compite en el uso del suelo y esto se traduce en un
aumento de la producción, más dinámico comparativamente que en la región pampeana.
Los cambios unís significativos en el uso del suelo se han dado a partir de la década del se-
senta. En la región del Noroeste argentino, específicamente en la provincia de Tucumán, a partir del
«operativo Tucumán»14 se diversificó la producción agrícola con cultivos como soja, sorgo y cítricos;
por las características extensivas de los misinos, se llevaron a cabo en explotaciones de tamaño
medio y grande, quedando los productores minifundistas atados al monocultivo de la caña de azúcar.
192
Hacia el este de las provincias de Salta, Tucumán y Santiago del Estero, la expansión de la
frontera agrícola —en base a actividades no cañeras— se acentuó en la última década con la
par-ticipación de productores de tamaño medio de la región, y también con el aporte de capitales
extrarregionales, sobre la base de cultivos como trigo, maíz, sorgo granífero y oleaginosas como el
girasol y la soja; los mismos son llevados a cabo en unidades de tamaño medio y grande, con
predominio de mano de obra asalariada y buen nivel tecnológico15.
En la región de Cuyo, durante las dos últimas décadas, la superficie destinada a la frutihorti-
cultura se expandió considerablemente y, en el caso particular de la provincia de Mendoza, a ritmos
superiores al de la vid, hasta representar en la actualidad un 25% de esta última. En la provincia de
San Juan la diversificación ha sido menor a causa de las restricciones impuestas por la escasez de
agua y por la existencia de una estructura agraria más atomizada que en Mendoza. En esta última se
localizan las mayores plantas de procesamiento industrial —de frutas y hortalizas—, las que han
impulsado el desarrollo de manufacturas conexas como envases, equipos rurales, etcétera.
En el Nordeste de nuestro país, la mayor expansión de la superficie dedicada a agricultura se da
en la provincia de Misiones donde, entre 1937 y 1960, casi se duplica la superficie cultivada; esta
expansión es liderada por el tung en la década del cuarenta y por el té en la del cincuenta; en el
último quinquenio del cincuenta, le sigue una nueva etapa de plantación de yerba mate, que duplica
asila superficie cultivada, entre 1955 y 195916. Esta ampliación de la frontera agrícola se realiza
sobre lotes cedidos a colonos.
La incorporación del té y del tung en la provincia no introduce cambios en la estructura agraria,
ya que se realizó mediante la incorporación de tierras dentro de las explotaciones existentes o en
explotaciones nuevas de carácter familiar.
En los primeros años de la década del sesenta se produce un nuevo avance de la frontera
agrícola con la introducción de la soja —32.000 hectáreas—, que se efectúa en establecimientos de
tamaño medio, intensivos en capital y con características similares a los de la región pampeana.
Si se considera al país en su conjunto, es precisamente en las regiones extrapampeanas donde
todavía es posible la expansión de la frontera agropecuaria; con esa finalidad se encuentran en
marcha diversos proyectos. Uno de ellos es el que comenzó en el Valle Inferior del Río Negro, el
Instituto de Desarrollo del Valle inferior (IDEVI), en 1961, que aún continúa. El objetivo es la
transformación de la estructura económica de la zona —que era dedicada a ganadería extensiva— en
una de agricultura y ganadería intensivas, complementadas con una industrialización «in situ» de esos
productos.
Otro proyecto de envergadura —que elevó el nivel económico y social de los productores san-
tiagueños— es el que comenzó en el año 1966 la Corporación del Río Dulce, organismo estatal
autárquico que tuvo a su cargo la planificación y ejecución de las obras relacionadas con el apro-
vechamiento integral del Río Dulce. Dentro de esta zona, la Colonia El Simbolar constituye un
predio demostrativo del nivel de eficiencia que puede lograrse en la agricultura bajo riego mediante
una programación interdisciplinaria y con incorporación de tecnología de avanzada.
Cercana a estas tierras se localiza una de las grandes áreas deshabitadas y subexplotadas de
nuestro país: los bajos sub-meridionales, que se extienden a través de casi 11 millones de hectáreas
comprendidos en las provincias de Santa Fe —parte Norte—, Sur de Chaco y centro-este de Santiago
del Estero, y se encuentran sometidos a los efectos de condiciones hidrológicas extremas que van
desde las grandes inundaciones a las agudas sequías. A esta situación se suman las características
que ofrecen los suelos y otros factores que condicionan a la región y determinan su marginación
económica y social. Es por ello que el Estado nacional, a través del Fondo de Desarrollo Regional y
con la participación del Consejo Federal de Inversiones, ha encarado a partir del año 1972 un Plan de
Desarrollo Integral que comprende obras de infraestructura e incorporación de tecnología adecuadas
a las condiciones del medio y un servicio de extensión agropecuario. La optimización de la
producción está basada en actividades ganaderas y la expansión de cultivos como sorgo, girasol,
trigo y algodón.
Por último, comparable con la región anterior —por su magnitud y por constituir un vacío de-
mográfico—, se localiza el espacio denominado El Impenetrable que ocupa los departamentos
chaqueños de Almirante Brown y General Güemes, el Nordeste de Santiago del Estero, parte oriental
193
de Salta y una franja paralela al río Teuco en la provincia de Formosa. La población que habita
esta región lo hace con un alto grado de dispersión; lleva una vida de subsistencia dedicada a la
explotación del bosque y a la cría de ganado vacuno de baja calidad.
A mediados de 1976, el gobierno de la provincia del Chaco resuelve comenzar la ejecución del
proyecto que con el nombre de «campaña del Oeste»; significa colonizar casi 4 millones de
hectáreas que abarca El Impenetrable en esa provincia. El objetivo fundamental es el de expandir la
frontera agropecuaria, para lo cual se incorporaron tierras fiscales al proceso productivo. Se
mensuró el área en lotes de 10.000 hectáreas, divididas en parcelas de 2.500 hectáreas cada una. El
problema fundamental es el de la disponibilidad de agua, tanto para riego como para consumo
humano, por lo que deben encararse obras de infraestructura. Al respecto, debe tenerse en cuenta que
el aprovechamiento del Río Bermejo es el más indicado para tal fin, pero como el proyecto de
canalización del mismo está aplazado, el gobierno de la provincia debió suplirlo con el control de
aguas de los ríos Teuco y Bermejito.
Hasta el presente, el avance del frente pionero en la región es fundamentalmente ganadero; en lo
que respecta a agricultura, los suelos —de segundo y tercer grado solo permitirían el cultivo de
cártamo, sorgo y girasol.
Un la región pampeana, en el año 1960, se crea la Corporación de Fomento del Valle Bonae-
rense del Río Colorado (Corfo-Río Colorado), entidad autarquía del gobierno de la provincia de
Buenos Aires, que tiene por finalidad fomentar el desarrollo integral de la zona irrigable de los par-
tidos de Villarino y Patagones, al área de influencia de Corfo es de aproximadamente 700 mil
hectáreas. Entre los cultivos, el de mayor difusión es la alfalfa, además de semillas puras y certi-
ficadas de trigo, cebada, centeno y avena; un 10% de la superficie está destinada a frutales —
melones, manzanas, peras— y hortalizas, entre las que se destacan la papa, los pimientos y las
cebollas.
Dentro de la actividad ganadera, se está fomentando la producción de carne vacuna mediante la
incorporación de pasturas artificiales, que harán que en el futuro el engorde de ganado des-
empeñe un rol importante.
Las posibilidades de la agroindustrialización están contempladas en el proyecto: prueba de ello
son las dos industrias envasadoras de tomate y pimiento y la planta piloto de alimentos congelados
existentes.
Hasta aquí se han descrito, en forma muy breve, los programas vigentes —algunos insertos
dentro de un contexto más amplio de desarrollo regional—, con los cuales se busca aumentar la
productividad y expandir la frontera agropecuaria. Como se observa en el mapa N° 4 las mayores
superficies disponibles para esta expansión se localizan fuera de la región pampeana; la posibilidad
de expandir sobre todo el área de cultivos industriales, es muy amplia, pero ello requiere una polí-tica
que contemple aspectos de irrigación, fertilización y mecanización17.
El avance de estos frentes pioneros no puede realizarse solamente por intermedio de los
agricultores-, requiere de un activo papel del Estado. Este debe darse dentro de un contexto plani-
ficado, donde se explicite el rol que deben cumplir las distintas regiones productivas, el cual tienda a
lograr un desarrollo integral de las mismas. Para ello, todo programa de desarrollo para las regiones
no pampeanas deberá basarse —en lo posible— en la expansión de los cultivos locales y con-
templar además la inserción de los pequeños productores.
194
En las páginas precedentes se señalaron —a grandes rasgos— las características de las es-
tructuras agrarias de nuestro país, las principales producciones y su distribución espacial. El análisis
resultaría incompleto si no se tomara en consideración el carácter agroindustrial de la pro-
ducción agropecuaria.
Se entiende por complejo agroindustrial al conjunto articulado de actividades económicas que,
partiendo de la producción de una determinada materia prima agropecuaria, hasta su destino final
incluye la presencia de la industria en la utilización de esa materia prima. Dentro de este complejo se
diferencian tres tipos de actividades: las referidas a la producción primaria, los procesos de
transformación industrial y las actividades complementarias como el abastecimiento de medios de
producción, asistencia técnica, comercialización y financiamiento.
La formación de cinturones de agricultura homogénea especializada ha ocurrido en forma
espontánea en nuestro país —localizados en su mayoría en las regiones extrapampeanas— y la
industria ha surgido para elaborar, en la misma área de producción agraria, productos altamente
perecederos que deben ser tratados inmediatamente después de su recolección; es el caso de la uva,
la caña de azúcar y las hortalizas, entre otros.
En lo que respecta a los productos pecuarios, la primera actividad industrial iniciada en nuestro
país tiene lugar con la instalación de los primeros frigoríficos a fines del siglo pasado. Estas em-
presas eran de origen extranjero y estaban controladas en los primeros decenios del siglo XX— por
capitales ingleses y norteamericanos.
En la etapa de sustitución de importaciones fueron numerosas las empresas extranjeras que
procesan productos del agro que se radicaron en el país: Nestlé y Cía., Bols, Chiclets Adams,
195
Liebig, etcétera.
En la actualidad, dos grandes grupos constituyen la agroindustria en el, país: el de alimentos,
bebidas y tabaco y el de las ramas no alimentarias, que comprenden la producción de textiles,
maderas, papel, etc. La distribución geográfica de estos complejos está determinada por la co-
rrespondiente producción agrícola. Existen grandes diferencias entre el tamaño de los mismos,
grado de integración, composición y origen del capital, nivel tecnológico y tipo de mercado en el
que operan. Estas diferencias también se verifican en la fase de producción agrícola, relacionadas
con las distintas formas de combinación de los factores de producción.
Un ejemplo de integración agroindustrial —por su relevancia— lo constituyen los de los oasis
ricos de Cuyo —San Juan y Mendoza— dedicados a la industrialización de la vid y de la
producción frutihortícola, base de importantes industrias de conservas de frutas, dulces, frutas
desecadas, etcétera.
La dinámica actual de la rama agroindustrial vitivinícola se conforma con un sector viñatero
que entrega uva al bodeguero trasladista para su maquila y un sector bodeguero que elabora su
propia uva o también por cuenta de terceros. En el sector fraccionador están las empresas que
simple-mente se dedican a fraccionar el vino a granel que compran al bodeguero trasladista y
también aquellas que, además de fraccionar vino ajeno lo hacen con la producción de sus propias
bodegas y viñedos18.
Además, la uva ha dado lugar a otros productos como el mosto concentrado, que sirve como
corte en la elaboración de vino, y las pasas de uva, que abastecen a industrias de alimentos.
La producción azucarera da origen también a una de las principales ramas agroindustriales del
país. Las modalidades de articulación se dan de manera diversa según se trate de las provincias de
Salta y Jujuy o de Tucumán. En el caso de las primeras, la integración vertical alcanzada por los
ingenios es mayor, ya que éstos sólo compran un 15% de la caña que elaboran; en el caso de Tucu-
mán el porcentaje de caña comprada asciende al 84%. Estas diferencias se deben a las distintas
estructuras agrarias provinciales.
En la rama agroindustrial azucarera se encadenan varias actividades: producción de azúcar;
obtención de alcoholes destinados a la elaboración de bebidas, medicinas e industrias químicas. El
azúcar refinado se destina a la industria de la aumentación y al consumidor final, a quien llega a
través de distintos intermediarios. El bagazo que se extrae en el trapiche está destinado a la ela-
boración de celulosa y papel.
El desarrollo del cultivo de la yerba mate, del té en Misiones, del algodón en el Chaco, de los
citrus y del tabaco en Corrientes, ha dado origen a una intensa actividad agroindustrial que dina-
miza el espacio rural y lo integra a otros sectores de la economía.
En la región pampeana se encuentran cinturones de agricultura especializada que han surgido
espontáneamente y que, con una adecuada planificación que contemple su articulación con la
industria, podrían erigirse en verdaderos disparadores de desarrollo regional. Se perfilan como
tales: el área papera de Balcarce; el distrito rural de Mar del Plata, ecológicamente apto para la
producción de flores, y la ribera del Paraná entre San Nicolás y San Pedro, con sus plantaciones de
frutales.
El proceso de integración del sector agropecuario al sector industrial es un fenómeno irrever-
sible, que se verifica en los países más avanzados del mundo. En nuestro país, si se pretende un
sector agropecuario tecnificado y moderno, éste debe apuntar a la integración con el resto de los
sectores económicos. Al respecto, cabe puntualizar que el doctor Federico Daus hace más de una
década ha planteado, como parte de una verdadera reforma agraria, la meta de «la integración de la
producción rural con el resto de la economía para dar fuerza a un desarrollo general, que lleve a un
bienestar compartido».19 Esta integración debe buscarse en todo el territorio, alentada por una
legislación que proporcione estabilidad y estímulos suficientes, orientada por una tecnología propia
específica y sin dependencia— que permita reemplazar la exportación de materias primas por
artículos terminados de gran consumo mundial.
La Secretaria de Ciencia y Técnica ha elaborado un proyecto referido a la agroindustria en
nuestro país donde realiza un diagnóstico de las principales ramas agroindustriales y de las
posibilidades de expansión que tendrían algunos productos. Tal el caso de las frambuesas —de alto
196
valor unitario— ya que nuestro país cuenta con zonas óptimas para su cultivo, como así también
detecta importantes perspectivas para el kiwi, frutillas, espárragos, manzanas, frutas de carozo y
pepitas, y papas y hortalizas20, El informe ilustra con un caso que da idea de la magnitud y la
importancia de la agroindustria: la papa vendida por el productor en bolsas de 50 kg, registra un valor
aproximado de u$s 0,05/0,10 el kilo. Este mismo producto al ser comercializado (limpio) en
bolsas de polietileno aumenta a u$s 0,20/0,40 el kilo; si es procesado en la forma de purés
instantáneos y otros productos de papa, adquiere valores entre u$s 5 y 4 el kilo y, en el extremo
de la escala, los productos «snacks», entre ellos la papa frita de la «forma perfecta» alcanza valores
de entre u$s 5 a u$s 30 el kilo.
Este es un caso concreto y evidente de cómo puede incorporarse mayor valor agregado al
costo de la materia prima.
Las demandas externas requieren integrar calidad de la materia prima, en su manipuleo y en los
insumos. Todo ello implica también una «mentalidad» y una cultura empresarial distinta a la de la
actividad primaria tradicional. Por otro lado, las demandas de distintos productos necesitan de
distintas estrategias de comercialización: no pueden cifrarse las expectativas comerciales en pocos
mercados de importación o en un único producto.
Por lo expuesto, se deduce la necesidad de promover y expandir las agro-industrias, como una
forma de lograr un desarrollo más armónico del sector que tienda a atenuar las disparidades re-
gionales. Debe tenerse en cuenta, asimismo, que cada espacio geográfico individualizado es un
ambiente agrario diferente y requiere tratamiento particular.
cipales países exportadores e importadores. Puede observarse que el comercio mundial continuará en
1986/87 en niveles relativamente deprimidos y con tendencias declinantes en las importaciones
soviéticas y bastante reducidas en el caso de Japón y de la República Popular China.
CUADRO N°4. Comercio mundial de trigo
(Millones de toneladas)
IMPORTADORES
URSS 28,1 16,0 16,0
CEE 3,0 2,9 2,6
Japón 5,6 5,4 5,5
Europa Oriental 2,6 3,7 3,5
China 7,4 6,0 7,0
Otros 59,4 53,7 57,1
Total mundial 106,1 87,6 91,7
22
Fuente: Departamento de Agricultura de los Estados Unidos .
CUADRO N° 5
Trigo 1981-82/1984-85 (julio/
junio) (Millones de toneladas)
1981-82 1982-83 1983-84 1984-85 1985-86
Producción mundial 448,4 479,1 490,9 514,6 503,2
Producción argentina 8,3 15,0 12,8 13,2 8,5
Exportación mundial 101,1 98,6 102,0 106,4 89,0
Exportación argentina 4,3 7,5 9,7 8,0 6,1
Existencia mundial 85,0 96,3 101,0 116,0 128,9
Existencia EE.UU. 31,5 41,2 38,1 38,8 51,4
Fuente: Departamento tic Agricultura de EE, UU.
En el caso de nuestro país, de acuerdo a las cifras disponibles (Junta Nacional de Granos), se
estima que la producción total alcanzará en 1985/86 a 8,7 millones de toneladas, exportándose de ellas
aproximadamente 4,3 millones. Esto permitirá abastecer el consumo interno y en cuanto a la
exportación, se obtendrá un volumen que debería poder venderse sin mayores inconvenientes en los
destinos que tradicionalmente han implicado menores descuentos respecto de los otros com-petidores
(Brasil, URSS, Irán, China).
No solamente el trigo registra excedentes en el mercado mundial; podría decirse que el mundo se
encuentra hoy en lo que podría describirse como una situación inédita de excedentes agropecuarios,
que llegan a los 350 millones de toneladas de granos. Estos excedentes con causados, como se
198
se mencionó anteriormente, por el proteccionismo aplicado por los EE.UU. y la CEE, y también por
al cambio tecnológico introducido en la actividad agrícola.
La paradoja de esta situación de exceso de productos agrícolas es que la malnutrición y el
hambre todavía existen en el mundo. Según datos de la FAO, hay 350 millones de personas mal
nutridas en el mundo, es decir, una persona por cada millón de toneladas de excedentes de granos.
En lo que respecta a la carne, también constituye un importante componente de la dieta de la
población mundial. Después de los cereales es la principal fuente de proteínas y ocupa el tercer lugar
—luego de los cereales y el azúcar— como proveedora de calorías. El comercio mundial de carne
fresca, refrigerada y congelada se situaba a fines de la década del setenta en alrededor de 6,5 millones
de toneladas. La FAO estima que las importaciones seguirán creciendo, tanto en los países en desarrollo
como en áreas desarrolladas como Japón y Estados Unidos.
Los aumentos previstos para las importaciones de alimentos están relacionados con el crecimiento
de la población mundial. Según las proyecciones realizadas en el año 1981 por las Naciones Unidas, la
población mundial aumentará el 85% entre 1980 y el año 2025. Casi todo este aumento tendrá lugar en
los países en desarrollo, cuya población se prevé que será el doble en el 2025, mientras que para los
países desarrollados se estima un aumento de sólo el 25%.
Según la misma fuente, en muchos países en desarrollo se registrará un rápido crecimiento de las
ciudades y de sus poblaciones. En el año 2000, la población urbana de los países en desarrollo será el
doble de la de 1980, mientras que la población rural de esos países sólo aumentará un 18% para el
mismo período. Este crecimiento repercutirá en los sistemas de alimentación y en la disponi-bilidad de
tierras agrícolas en la mayoría de los países, ya que la urbanización y la industrialización originan
nuevas demandas de tierras, especialmente en las áreas rururbanas —las mejores tierras agrícolas—,
por lo que las posibilidades de autoabastecimiento se verán reducidas.
Si bien es cierto que en la mayoría de los países no está agotada la expansión de la frontera
agropecuaria, ésta debe hacerse a costa de grandes inversiones y empleo de tecnología, por lo cual
estos países, en un futuro mediato, deberán importar para poder satisfacer sus necesidades alimentarias.
Dentro de este contexto mundial, es promisorio el papel que le tocará desempeñar a nuestro país
como abastecedor, principalmente de cereales y carnes. Si bien en la actualidad posee importantes
excedentes que hacen que ocupe un lugar destacado en el comercio mundial, éste podría verse
privilegiado aun más si encamina su política al fortalecimiento de dos aspectos que hacen tanto al
ámbito interno como externo. En efecto, en lo que hace a la producción interna, ésta debe lograr —con
la incorporación de nuevas tecnologías y mayor aporte de fertilizantes— un aumento de la
productividad y de los rendimientos; en lo que respecta al ámbito externo, todavía le queda una amplia
franja de mercado «no tradicionales» para incorporar en el futuro.
9. Consideraciones finales
de infraestructura para atenuar sus consecuencias. Como contrapartida, estas regiones poseen
extensas superficies aptas para la actividad agraria aún sin utilizar.
En lo que respecta a la función que cumplen los sistemas agrarios de nuestro país producción de
alimentos y materias primas para la industria—, puede decirse que abastecen holgadamente el
mercado interno y generan importantes saldos exportables, en el caso de los primeros. Pero, si se
quieren mejorar los niveles de competitividad en el mercado mundial, deben buscarse menores
costos en la producción y una mayor integración agroindustrial, más aun cuando la demanda de
productos alimentarios preparados o conservados aumentará en los países desarrollados.
NOTAS
1 FERRER, Aldo, La economía argentina. Las etapas de su desarrollo y problemas actuales F C. E. Bs. As 1979.
2 A partir de 1930 la demanda mundial de productos agropecuarios crece muy lentamente (-2 % anual) agravada por
las fuertes políticas proteccionistas de los países desarrollados.
3Se recomienda el trabajo de Roberto NOGUEIRA: "Las organizaciones corporativas del sector agropecuario", en
La agricultura pampeana... ob. cit.
4 Influyó en este hecho la mejora de los precios relativos de la ganadería y la congelación de los arrendamientos
desde principios de la década del 40, que estimuló la retención de tierra por los propietarios y su dedicación a la
actividad ganadera.
5 En los primeros años de la década -debido a una intensa sequía- la producción de trigo resultó insuficiente para
abastecer al mercado interno. Comenzó entonces, una revalorización del sector, que se vio traducida a nivel estatal en
el accionar del Ministerio de Asuntos Agrarios y en la creación del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA) en 1956.
7 LEBEAU, R. Grandes modelos de estructuras agrarias en el mundo. Vicens Universidad. Barcelona, 1983.
9 Una vez implantadas, producen anualmente una cosecha sin necesidad de efectuar nuevas siembras.
10Las mayores restricciones se presentan en la zona costera de la provincia de Buenos Aires; en la depresión ocupada
por el Río Salado (sub-zona pampa deprimida) en los sistemas de Ventania y Tandilia y en el Oeste de la provincia
de La Pampa.
11Al respecto se ha considerado el trabajo de Félix Cirio - "Evolución reciente y perspectivas de crecimiento de la
agricultura en la región pampeana".
12 En conjunto, las tierras cultivadas no llegan al 3 % del total de superficie de la región patagónica.
13 Para una profundización del tema consultar: Plan de gobierno de la Provincia de Buenos Aires. 19.84-1987.
14 Operativo llevado a cabo por el gobierno en 1966, cuyo objetivo fue la radicación de industrias y la diversificación
agrícola. Los resultados no fueron totalmente satisfactorios; se cerraron once ingenios y la instalación de las
industrias se efectuó con un desfasaje temporal que obligó a la mano de obra liberada por los primeros a emigrar de
la región.
17Las mayores exigencias en lo que respecta a fertilizantes, se dan en los cultivos de caña de azúcar (60%), tabaco
(32%) y vid (26%).
20Secretaria de Ciencia y Técnica. Proyecto Pilólo de Innovación en Agroindustria Exportadora. Informe final T.I.
1988.
21 Al comenzar el siglo XX, Argentina era un importante abastecedor, junto con Canadá, Australia y EE.UU.
22Los Cuadros N° 4 y 5, así como las tendencias observadas en el comercio mundial, fueron extractadas de la
publicación Perspectivas agropecuarias 1986. Asociación Argentina de Economía Agraria.
BIBLIOGRAFÍA
SERVANDO R. M. DOZO
1. Generalidades
Entre los recursos que son aceleradores de la actividad económica y que intervienen como
condicionantes de vida y del desarrollo, se destacan los que se clasifican como recursos energéticos.
Su importancia en el mundo actual ha sido reiteradamente destacada desde distintos ángulos. Su
dotación generosa en un territorio constituye sin duda un elemento importante para impulsar el
desarrollo, en la medida que el grupo humano poseedor y propietario de ese territorio, es decir,
soberano en el mismo, sea prudente y racional en su aprovechamiento. A la inversa, su despilfarro o
uso irracional pueden convertirse en fuente de frustraciones, sobre todo si no se aplican dichos recursos
a estimular el propio desarrollo.
La República Argentina tiene una distribución bastante diversa, y comparativamente impor-
tante, de recursos energéticos variados en las distintas regiones de su extenso patrimonio territorial.
Paradójicamente, la región más poblada del país y la de mayor desarrollo —por lo tanto la de mayor
demanda energética— es la que dispone hasta el presente conocido de la menor oferta de recursos
energéticos de tipo convencional: combustibles fósiles sólidos, líquidos o gaseosos. La región
aludida —la pampeana—, posee una cuantía relativamente modesta del total de recursos argentinos
inventariados. En la región, éstos están integrados especialmente por recursos hídricos y geotérmicos,
aunque también son significativos, en la relatividad apuntada, los recursos eólicos, solares y de
biomasa, que pueden alcanzar proporciones interesantes; sobre todo estos últimos —en la medida que
se haga su aprovechamiento racional—, como consecuencia de la capacidad potencial de desechos
agropecuarios y urbanos que tiene la región.
Esta región nuclear de la Argentina, sin embargo, está abastecida de energía de diferente
origen: petróleo, gas natural, carbón mineral, combustibles nucleares (uranio), hidroelectricidad y
combustibles vegetales —de otras regiones del país— y de combustibles importados en
cantidad declinante a medida que las fuentes nacionales fueron siendo explotadas en mayor
proporción. Sin embargo, al presente (1986), todavía absorbe en porcentajes reducidos
hidrocarburos líquidos y derivados de origen internacional, además de algunas variedades de
carbón para uso siderúrgico, fundamentalmente por problemas cualitativos. En este caso, los
abastecimientos de recursos nacionales carboníferos, no satisfacen, sino en porcentaje menor,
la posibilidad de integrarse en mezclas con mayor participación, de acuerdo a la actual exigencia
siderúrgica.
2. Panorama general
Una apreciación global inicial, antes de realizar un análisis más desagregado sin violencia de la
realidad, puede adelantar los siguientes hechos objetivos:
1.-La República Argentina tiene aún un conocimiento imperfecto de su patrimonio geográfico, con
vastas extensiones insuficientemente evaluadas en materia energética —y en otros recursos
minerales y no minerales—, que presumiblemente pueden ser acrecentados con el progreso de las
exploraciones.
2.-Puede considerarse un país subexplorado y subexplotado en materia energética
—opinión técnica que compartimos— y con una política energética errática, que es muy
controvertida en el campo político, en el económico y aun en el técnico, con avances, retrocesos
e indefiniciones que malogran un racional aprovechamiento de sus posibilidades.
3.-Sus recursos energéticos conocidos configuran y muestran, sin embargo entre los ya
in-ventariados como reservas y en los adicionales posibles, con un aceptable grado de seguridad en
las condiciones de la tecnología actual—, una magnitud satisfactoria con relación a sus necesi-
dades actuales. Otorgan, por lo tanto, en casi todos los campos sectoriales, la seguridad de que las
inversiones que se produzcan podrán ser amortizadas razonablemente y brindarán márgenes
de beneficios atrayentes.
205
Es decir que la República Argentina está dotada de recursos energéticos variados en cantidades
significativas, con una distribución regional relativamente compensada y bastante interesante
dentro del cumplimiento del principio de asimetría en la repartición espacial de los recursos. El
análisis posterior fundamentará esta afirmación, que da base cierta a que se pueda aseverar que es uno
de los espacios territoriales en que se dan las condiciones de oferta energética y de dis-ponibilidad
de producción de alimentos para atender un proceso de desarrollo sin angustias si se procede con
racionalidad.
4. Lo afirmado no significa que esa dotación de recursos se pueda aprovechar sin esfuerzo y sin
requerimientos de inversiones y tecnologías importantes.
Por el contrario, la movilización de algunos de sus recursos exige, en esta parte del planeta,
inversiones superiores. Esto ocurre en el caso del controvertido petróleo, por ejemplo, que se halla en
yacimientos —en promedio— más profundos y con rendimientos por pozo inferiores a otras áreas
petroleras de condiciones geogénicas y aun geográficas más favorables, como ocurre con las
privilegiadas del golfo Pérsico, del norte africano o de México y de Venezuela en América Latina.
Igualmente, el aprovechamiento de sus recursos carboníferos, hidroeléctricos (en forma pun-
tual), y aun mareomotrices, puede ser considerado, desde el punto de vista de la rentabilidad en el
mediano plazo, no atractivo para la inversión privada. Algún autor (Guadagni, 1985) ha asentado «que
nuestro país (tapando excesivamente de recursos energéticos escasos y caros»1; exceptúa de esa
afirmación al gas natural. En igual sentido destaca otro analista el alto costo de explotación del
petróleo por razones geográficas y extra-geográficas (Camino, 1986). No son las únicas opi-niones
técnicas al respecto.
Si bien las respetamos, no las compartimos totalmente desde el enfoque geográfico; no siempre
el único elemento de ponderación es la rentabilidad: hay otros parámetros para movilizar
los recursos energéticos y producir la organización del espacio, que pueden derivarse del
aprovechamiento de los mismo y en conjunto satisfacer otros beneficios de real importancia para
producir desarrollo.
5. En el actual estado de ocupación del territorio, tanto en su poblamiento cuanto en la con-
centración industrial, del comercio, y de la mayor parte de su infraestructura de transportes y co-
municaciones, hay un divorcio espacial entre las localizaciones de la oferta espontánea de recursos
energéticos y los principales centros de consumo de la energía. Ello gravita en los precios finales
intermedios de la energía consumida, tanto en su aplicación en la producción de bienes como de
servicios. A su vez tiene repercusiones socioeconómicas obvias; el precio de la energía puede
incidir no sólo en el mercado internacional al dificultar la competitividad, sino al absorber una
proporción gravosa en los niveles de ingreso bajos y medios de la población propia.
Una relocalización de la población y de las actividades energéticointensivas, cerca de los
centros proveedores de energía primaria especialmente, podrís ser coadyuvante a una menor
incidencia del precio de la energía sobre el consumo y a una mejor ocupación del territorio argentino y,
consecuentemente, a una mejor movilización dé sus recursos.
6. En la realidad de cualquier país en general, y para el caso de la Argentina en particular, debe
ser apreciada en su verdadera magnitud la incidencia de los factores reales que pesan para proveer
energía a precios razonables. Se debe tomar en consideración que, por un lado ella no puede ser
gratuita y por el otro, no debe ser obstáculo para posibilitar el desarrollo. De cualquier modo, me-dian
te la eficiencia en el empleó de los factores, se puede aventar el peligro de precios freno para la
actividad económica y para el desarrollo general.
Es por ello que la dotación energética, a través de una racional política para el sector, se con-
vierte en un instrumento idóneo del ordenamiento territorial y de la posibilidad del desarrollo con su
proyección sobre una mejor calidad de vida. En la República Argentina la oferta espontánea de
recursos energéticos en sus variadas formas se muestra favorable para la iniciativa y decisión
humana.
7. Se destaca el hecho de que la variación de la oferta energética —en el sentido de aumento o
fuerte restricción—, así como el fuerte aumento o disminución de los precios finales de la energía,
tienen repercusiones espaciales, sociales y económicas, tanto sectoriales como estructurales, y
pueden provocar caída del producto bruto, disminución del consumo, inflación, caída del salario real y
afectar a las situaciones regionales.
206
Adicionales
Recursos Comprobados Total
posibles
6 6 6
10 tep % 10 tep 10 tep %
Hidroelectricidad 1500 52 500 2000 49,27
Gas Natural
(Invent.) 608 21,1 188 796 19,61
Petróleo 340 11,8 186 526 12,96
Urani 203 7,1 166 369 9,09
Carbón
o 171 5,9 137 308 7,59
Combustibles vegetales 60 2,1 0 60 1,48
TOTALES 2882 100 1177 4059 100
Este cuadro no incluye toda la información fragmentaria de la cual se dispone sobre diversos
recursos que hayan sido detectados en forma imperfecta y por ende sin evaluación satisfactoria. En
alguno de ellos, como ocurre con los recursos carboníferos y el gas natural (y también los termo-
nucleares), pueden ampliar considerablemente los volúmenes inventariados.
Por otra parte, como es fácil apreciar, no están incluidos otros recursos que, como los de
energía solar, eólica, geotérmica, mareomotriz, de biomasa y de otros orígenes, etc., existen
aunque su aprovechamiento es parcial, o inexistente o imperfecto. Estos recursos deben ser
puestos en valor sobre todo para estimular el desarrollo de las economías regionales y una mejor
ocupación del espacio territorial.
El consumo de energía; en la República Argentina, desde el punto de vista global, nos muestra
una tendencia constante al ascenso en períodos prolongados, salvo coyunturas de detención o
caída que coinciden con la recesión de su economía y/o junto con el aumento relativo de los precios
de algunos insumos energéticos, —como en el caso de los carburantes para automotores—, que
provocan una retracción en su consumo. También tienen influencia al no favorecer una expansión
del consumo las políticas del sector público y privado destinadas a ahorrar energía mediante un uso
más racional de la misma. Enfiladas en esa tesitura hay campañas educativas a través de los
medios masivos de comunicación y por el sistema escolar. Aparte, hay esfuerzos de avance tec-
nológico que procuran a nivel empresario reducir las pérdidas de energía y/o utilizar equipos y
maquinarias, motores, etc., de menor requerimiento. Todo esto se proyecta, en cierta medida, en una
reducción del consumo, igualmente, se han reflejado en dicho comportamiento las dificultades
derivadas de hechos externos, como l a Segunda Guerra Mundial, que afectaron al abastecimiento
207
Fig. 1. Comparación entre ¡a estructura de reservas y de consumos por fuentes (en porcentajes).
Fuentes: Ex Secretaría de Energía. Plan Energético Nacional 198512000. Anuario de Combustibles 1984.
209
6. Conclusiones
La República Argentina tiene una oferta natural de recursos cualitativamente importante, pues
los efectivamente comprobados alcanzan para unos setenta años de su consumo actual; es todavía un
país subexplotado, además de subaprovechado.
En el inventario conocido no hay evaluación de otros recursos de los que la Argentina dispone y
utiliza ya en diversa medida, como la energía eólica, la solar y la biomasa, o todavía no utiliza como
la mareomotriz, la geotérmica, la de las olas, etc. Ellas, sin duda deberán participar en el cuadro
total de una política energética integrada y serán muy valiosas en la solución de problemas regio-
nales.
Se deberá dar mayor participación a recursos como el carbón mineral, pese a ciertas limita-
ciones que se derivan de su empleo, tales como el problema de contaminación ambiental, de in-
dudable peso pero solucionable técnica y aun económicamente.
El país tiene un aceptable nivel de autoabastecimiento energético y podría ser mayor en la
medida en que resuelva promover sustituciones de recursos importados. Por otra parte es un
modesto exportador de energía a países vecinos y no vecinos: electricidad, derivados petroleros y
carbón mineral.
En su comportamiento regional de producción, consumo y flujos interregionales hay desequi-
librios en buena parte lógicos, por el principio de asimetría, y en otros casos corregibles para evitar
dependencias innecesarias y onerosas.
Finalmente la mayor parte de la población urbana y rural tiene acceso a energía comercial y de
tecnología avanzada: electricidad, gas, etcétera.
Cabe señalar una acotación adicional importante respecto del ritmo de crecimiento de la de-
manda en la década a partir de 1973: es la referida al débil crecimiento de la misma, que ha sido
estimado en alrededor del 28 % anual acumulativo, cifra que puede considerarse baja para un país
que necesita acelerar su desarrollo. La comparación con otros países como Sudáfrica, el Brasil,
México, Australia, etc., revelan una tasa más elevada en los mismos y una repercusión más fa-
vorable en su evolución, a pesar de diversas dificultades en cada situación nacional que marcan
210
vorable en su evolución, a pesar de diversas dificultades en cada situación nacional que marcan
diferencias entre unos y otros.
La estructura del consumo por sectores muestra, en 1983, que el transporte absorbió el 36,9 %, la
industria el 31,3 %, el sector residencial, comercial y público demandó el 26,4 % y el agropecuario
un5.4% .2
Este esquema se mantiene con relativamente pocas alteraciones en el último quinquenio; no
obstante, cabe advertir que en la etapa de auge de la expansión industrial argentina, entre 1950 y
1965 especialmente, este sector tuvo primacía. Todavía en 1978 la industria y la minería absor-
bieron el 40,8 % y en 1984 el 36,8 %, ambos de energía global, como se puede apreciar en el
cuadro siguiente.3
Esta información se corrobora con mayor énfasis en la estructura de consumo eléctrico (re-
cuérdese que es una forma de energía), en la que, para 1984, la industria absorbió el 48% ; el
sector residencial 28,9% ; el comercial 10,7% y otros sectores el 12,4% (este rubro incluye obras
sanitarias, sector administrativo público, alumbrado público, riego, tracción y otros). El transporte
absorbe poca electricidad en la Argentina: alrededor del 1%4 , pues todavía hay pocas líneas de
ferrocarril electrificadas, los tranvías prácticamente han desaparecido, quedan pocos trolebuses y sólo
es significativo el consumo de las líneas de trenes subterráneos de Buenos Aires. Hay sin
embargo planes de expansión, sobre todo en el sector ferrocarriles interurbanos, como las líneas
Buenos Aires - La Plata, Buenos Aires - Mercedes y Buenos Aires - Rosario.
Volviendo al sector industrial, la mayor demanda de energía global o en la forma eléctrica —en
un total de 81 % —, es absorbida por industrias de cinco grupos: químicas y petroquímicas; ali-
mentos; metales primarios (aluminio); minería (incluidos petróleo, gas natural y carbón mineral), y
cemento. Otros cinco grupos: textiles, madera, papel, fabricación de maquinarias y varios, sólo
absorbieron el 19% restante, siempre para el año 1984.
Como señala Ussher (1986) esta estructura contrasta con la que tenía la Argentina en el inicio de
la Segunda Guerra Mundial, en la cual primaban las industrias de alimentos y su conservación
(frigoríficos), textiles y de la madera. No existían altos hornos, ni petroquímica, ni industria auto-
motriz significativa.
Ahora bien, cabe destacar que el actual panorama argentino incluye, como fuerte consumi-
dores de energía, a algunas industrias de diversa intensidad de requerimiento, algunas clasificadas
como las energo y/o electrointensivas como las del aluminio o del acero, o petroquímicas o química
pesada, que todavía no han logrado un desarrollo en cuanto a cantidad y tamaño de localizaciones;
incluye también a otras medianamente energointensivas como la del cemento o las actividades de
gran minería y tal vez la de celulosa y papel, que en la Argentina tienen un desarrollo importante y en
ascenso, salvo la gran minería. Finalmente, como importantes consumidoras energéticas in-cluye a
las industrias alimenticias que, si bien son de poca intensidad individual en la demanda, por su gran
número y tamaño absorben una proporción importante de la demanda energética del sector,
como igualmente lo destaca Ussher en su análisis citado.
Respecto del transporte hay una demanda energética alta en el sector automotor a través de su
211
expansión a expensas del ferroviario —sobre todo en media y larga distancia—, tanto para el
transporte de cargas como de pasajeros. En la Argentina se puede hacer un importante ahorro de
energía racionalizando, por coordinación y complementación, las áreas de competencia entre los
sistemas terrestres, acuáticos y aéreos.
El consumo de energía por el sector agrario todavía es bajo en forma absoluta, pues hay una
demanda potencial no satisfecha en la medida que no haya una mayor tecnificación de las tareas,
aumento de los sistemas de regadío, protección contra heladas, aumento de consumo de fertili-
zantes, etc., que impulsen al sector como es dable esperar.
Dos acotaciones más sobre el comportamiento de la demanda en la situación argentina actual: ésta
nos muestra que, en algunos sectores como el residencial, la importancia de la misma se apoya en
el consumo del gas para cocinar y para calefacción o para calentar agua para higiene. Ello se explica
por la relativa abundancia del recurso, que condujo a un proceso de sustitución de los artefactos
correspondientes al variar los precios relativos del KWh de energía eléctrica respecto del m3 de gas
natural. Antes de 1950, cuando comienzan a extenderse los grandes gasoductos, eran muy difundidas
en los hogares de las principales ciudades argentinas, especialmente Gran Buenos Aires y La Plata,
las cocinas, estufas y celefones eléctricos. Hoy es a la inversa, pero la formidable expansión de la
oferta hidroeléctrica y nucleoeléctrica, actual en parte, pero también en perspectiva, podría producir
alteraciones futuras por la mayor eficiencia relativa del uso eléctrico respecto del gas en el
rendimiento energético de los actuales artefactos de uno y otro tipo de energía; es alrededor de un
50 % más eficiente en el caso de las cocinas eléctricas. Ello tiene interés indudable en una política
de no despilfarrar recursos que, como en el caso del gas natural, pueden ser convertidos en plásticos,
fertilizantes, etc., de gran repercusión espacial si los utilizamos en la expansión del frente agrario
hacia áreas marginales.
El análisis nos muestra fuertes diferencias en la proporción del consumo global de energía por regiones
en la Argentina. Siguiendo a Lukez (1984)5, vemos que en 1981 el consumo energético, que en aña
trepó a unos 40 millones de tep., fue absorbido por las siguientes regiones energéticas (no geográficas):
Región % Incluye
mientos poblacionales.
En definitiva, el comportamiento del consumo energético regional es un indicador valioso para la
apreciación de dichas realidades y en una apreciación de mayor profundidad puede desagregarse en
el consumo per cápita, por sectores económicos, por fuentes proveedoras, etcétera.
La distribución espacial del consumo global de energía a través del consumo por
unidades políticas de primer rango, para 1983, complementa y ratifica la situación regional comentada.
Consumo global de energía en 1983 por unidad política
Se aprecia que las dos primeras Unidades, provincia y ciudad de Buenos Aires, absorbieron el
54,75% de toda la energía (nacional e importada); junto con santa Fe y Córdoba, que suman el
18,08%, integran el grupo principal de las provincias de la pampa húmeda, que hemos destacado como
la región de mayor población y desarrollo de la Argentina, con economías diversificadas de los
sectores primario, secundario y terciario.
Dieciséis provincias tienen un consumo que no alcanza individualmente al 2% y dentro de ellas la
mitad no supera el 1% cada una. Todo ello es revelador de un amplio espacio de escaso po-
blamiento y de bases económicas poco diversificadas —generalmente extensivas— y sólo formas
parciales de economías intensivas, predominantemente del sector primario, con algunos ejemplos
puntuales de industrias energointensivas, como los altos hornos siderúrgicos de Jujuy.
Las tres regiones de mayor consumo energético del país: Buenos Aires, litoral y centro, son de
escasa producción propia; la región que podrá resolver su autoabastecimiento por la vía hidroe-
nergética es la del litoral.
Tres regiones tienen una producción importante propia y destinan a otras la mayor parte de su
producción: Patagonia, Comahue y Cuyo. Las otras dos regiones, NOA y NEA, no tienen gran
consumo, pero son deficitarias, especialmente la región NEA, a pesar de contar con recursos,
potenciales que podrían revertir ampliamente su situación. En esta última región hay perspectivas de
producir hidrocarburos, en pequeña medida ya evidenciadas por la modesta incorporación de
Formosa entre las provicnicas petroleras.
Finalmente cabe señalar que los datos de consumo por habitante, a nivel de regiones, ponen en
primer término a la Patagonia y en segundo a Buenos Aires, luego siguen Comahue y Cuyo; con menor
consumo encontramos al litoral y al centro, y finalmente NOA y NEA, que son las regiones de
consumo por habitante más deprimido.
10.1.1 Hidroenergéticos
oferta del territorio. En cambio, sí se puede esperar una ampliación significativa de las cifras de
aprovechamiento, algunas de gran cuantía, como las referidas a las posibles obras en el Paraná
Medio, cuencas del Limay, Neuquén y Santa Cruz; Alto Uruguay, Cuyo, etcétera.
La ventaja referida al aprovechamiento de estos recursos distribuidos en diversas regiones del
país se vincula con aspectos de mejor ordenamiento territorial y descentralización poblacional;
aspectos económicos de oferta energética para el desarrollo de economías regionales y nacional; de
regulación de crecientes, control de erosión de suelos, pureza ambiental (brindan KWh limpios), y
beneficios adicionales tales como navegación, turismo, regadío, oferta de agua para uso humano e
industrial, abrevaje ganadero, etcétera, siempre que se compatibilice el uso hidroeléctrico con los
demás y que el mismo no resulte dominante por ser el que recibe beneficios inmediatos.
Cuenca %
Del Plata 54,0
Mediterránea 1,4
Cuyana 15,0
Pampeana 0,1
Patagónica atlántica 27,2
Patagónica pacífica 2,3
La potencia mencionada podría generar una producción anual evaluada en 186.000 GWh (1
GWh = 1.000.000 KWh) en un año hidrológico medio. En 1983 la producción de energía hidro-
eléctrica de servicio público —la más alta registrada hasta entonces— totalizó 18.333,6 GWh que
representan un poco menos del 10% de la energía potencialmente generable. Ello demuestra el
amplio margen que la Argentina dispone todavía en el aprovechamiento de este recurso autorre-
novable que proporciona kilovatios limpios. Dicha producción equivalió al 47,1% de toda la electri-
cidad generada en 1983, ligeramente inferior al 48,4% del año 1982, pero con una cifra absoluta
mayor, habiendo descendido en 1989 a 11.800 GWh, lo que representó el 26,1 %, motivado por
condiciones hidrológicas desfavorables.
La potencia hidroeléctrica instalada sumó 4.820.200 KWh, equivalente al 37,3% del total ar-
gentino. Se repite aquí la participación porcentual de las usinas hidroeléctricas en poco más del
10% de lo posible, pero, en cambio, es necesario advertir que su aporte eléctrico fue mayor que el de
otros tipos de centrales respecto de la capacidad instalada de cada una.
En el cuadro se informa, en orden decreciente, la potencia hidroeléctrica instalada y la pro-
ducción hidroeléctrica por jurisdicción, en centrales de servicio público en operación para 1983; en
total sumaban 67 con 163 grupos electrógenos funcionando, cuya generación conjunta ascendió a
15.178,9 GWh, Debemos agregar que además existen centrales de autoproducción hidroeléctrica en
siete provincias, con una potencia total (1983) de 23.656 KWh instalados, que aportaron otros 84.632
GWh (2/3 en San Juan y 1/4 más en Jujuy). Existen también aprovechamientos individuales modestos
pero útiles, que no han sido computados.
Hay un interesante proyecto auspiciado por la Subsecretaría de Energía —técnicamente
por Agua y Energía—, en conjunción con gobiernos de provincia y organismos (Parques
214
Nacionales, Gendarmería), para poner en marcha mini y/o microcentrales hidroeléctricas que
darían solución provechosa a las necesidades do asentamientos dispersos, de limitada demanda
pero de gran interés económico, poblacional y estratégico. Hay 10 provincias interesadas en
instalar dichos equipos, sobre todo del Noroeste, Oeste y centro del país; en Neuquén hay ya
variasen funcionamiento.
Otras obras de indudable trascendencia son las centrales, de bombeo que existen o están
proyectadas en la Argentina. Existen hoy, habilitadas desde 1983, la central Los Reyunos (Sur de
Mendoza), con una potencia de 224 MWh sobre el río Diamante y desde 1985 la modernísima
central en Caverna de Río Grande (sistema del Río Tercero, Córdoba) con 750 MWh, a la cual hay sólo
siete semejantes en el mundo. Estas obras actúan como compensadoras en el Sistema Eléctrico
Interconectado Cuyo Centro-Litoral, para atender picos de demanda o situaciones de emergencia.
Otra posible es la Brava (provincia de Buenos Aires), con una potencia prevista de 1200 MWh.
En el sector derecho del cuadro se ofrece, para cada jurisdicción, el nombre de la principal central
en operación y la energía generada por la misma, pero en este caso para 1982.
Las variantes que pueden apreciarse dependen, entre uno y otro año, como en el caso de Jujuy y La
Pampa, de diferentes problemas de funcionamiento, por razones técnicas, de hidraulicidad o de la
operación de centrales en sistemas interconectados. En 1983 la central binacional de Salto Grande, por
gran disponibilidad de agua en la represa, tuvo preferencia en el sistema interconectado para generar el
máximo de hidroelectricidad durante algunos meses, restringiéndose paralelamente la energía producida
por otras centrales hidroeléctricas.
Esta fuente alternativa de energía tiene como características ser autorrenovable, no contaminante y
relativamente silenciosa; ofrece energía motriz y eléctrica intermitente y difusa, al par que posee
localización muy amplia.
En la Argentina, a la dilatada extensión del territorio nacional y a la existencia de vastas áreas con
vientos relativamente constantes y de gran potencia media, aptos para su conversión eoloeléctrica o
eolomotriz, se añade la existencia de grandes espacios con escasa población y actividades económicas
dispersas y de demanda energética no concentrada que coadyuvan para que se busque el abastecimiento
requerido en condiciones de economicidad razonable.
Si bien el aprovechamiento de esta energía en su forma motriz —para bombear agua sub-
terránea— está incorporada a la realidad agraria argentina desde principios de siglo, a la vez que se la
utilizó para proveer agua al ferrocarril en zonas secas y para otros destinos, es a partir de la década del
20 y sobre todo de la década del 30 cuando se extienden por decenas de miles los molinos de viento,
—alrededor de 300.000 para ésta última fecha— y algunas estimaciones la acre-centaron hasta entre
400.000 y 500.000 para los años 1940-1950. En este período se produce una innovación, ya que a partir
de la década del 30 se empieza a proveer de electricidad a la vivienda rural, indispensable para dotar de
luz y alimentar a los receptores de radio, etc., a través de los llamados aerocargadores de baterías
eléctricas; éstos cedieron paso, posteriormente, a los grupos electrógenos compactos. La difusión de
estos últimos desarticuló una modesta y próspera industria de aerocargadores que quedó muy
comprimida en su volumen y número de empresas. No obstante, se continúan produciendo equipos
en la actualidad, con tendencia a la expansión, tanto en su potencia como en cuanto a su número.
a la obtenible por más de 32.000.000 m3 de petróleo y casi tres veces la generación de todas las
centrales eléctricas de la Argentina en 1985. De ahí la trascendencia de su aprovechamiento.
La industria argentina está proveyendo de generadores de pequeña potencia para usuarios
individuales y ya hay previstos equipos de mayor envergadura. En la Patagonia, sobre todo en
Chubut, a través del Centro Regional de Energía Eólica se están realizando programas para ins-
talaciones en Comodoro Rivadavia: una granja eólica con 2.000 KWh de potencia instalada para
1987, una central de potencia en puerto Pirámides (Península de Valdés) e instalaciones híbridas
diesel-eólicas para Camarones, Paso de los Indios, Los Altares y Las Plumas. Además se equi-
parán viviendas de guarda-faunas en cuatro reservas faunísticas. Actualmente, el Aeropuerto
General Mosconi de Comodoro Rivadavia dispone de convertidor horizontal de energía cólica de 20
KWh, que funciona con vientos de 40 a 54 km, independientemente de su dirección; dicho conver-
tidor forma parte de un programa experimental de la Comisión Nacional de Investigaciones Espa-
ciales, con colaboración privada.
En definitiva, se está en la apertura de una etapa de mayor intensidad de aprovechamiento de este
recurso en tres aspectos: programas de investigación y Capacitación humana; estímulo a la industria
nacional específica y equipamientos en áreas propicias y dispersas; todo ello sin des-cuidar las
formas tradicionales de aprovechamiento.
10.1.4.2 Conclusión
La vastedad de áreas con altos índices de heliofanía, sobre todo en las 3/5 partes del territorio
argentino sudamericano en condiciones de aridez o semiaridez, y la dispersión del poblamiento y las
actividades económicas, muestran la trascendencia de un aprovechamiento en mayor escala, como
creador de una condición de vida más satisfactoria en esos espacios donde es difícil y cos-toso resolver el
problema por otros medios convencionales.
Es la originada por la transformación de la energía solar en recursos vegetales, los que pueden ser
espontáneos o derivados de la acción humana. Algunos cálculos atribuyen la cuantía de las reservas al
equivalente de 60.000.000 de tep.; otras6 elevan ese total a más de 300.000.000 de tep, pero incluyendo en
esta última evaluación las cosechas de cereales, cuyo destino humano más prudente, por razones
obvias, se vincula con la alimentación humana y como forraje. Esta cifra colocaba en quinto lugar a
la Argentina en América Latina y la mayor parte de la misma corres-pondía a leña, seguida de cereales
y residuos vegetales de agroindustrias diversas.
Los grandes conurbanos argentinos, especialmente el Gran Buenos Aires y los formados alrededor
de otras grandes ciudades como Rosario, Córdoba, La Plata, Mendoza, Tucumán, etc.,tienen una escala
220
de producción diaria de residuos que resulta un verdadero problema eliminar en muchos casos.
Su destino energético sería una respuesta económica y ecológica, tal vez mejor que su utilización
para rellenamiento «sanitario».
10.3 Fuentes agotables con perspectivas parciales de renovación con intervención humana
10.4.1.1 Carbón
10.4.1.1.1 Yacimientos
vicios varios.
Entre los restantes yacimientos hay una veintena de ellos que sobresalen, dentro de modestas
proporciones, distribuidos en 8 provincias que van desde Santa Cruz al Sur hasta Catamarca en el
Norte. El más destacado de este grupo es el de Pico Quemado (Río Negro), con mayor calidad
relativa del carbón pero con sólo 2.640.000 t de reservas. La explotación de estos Yacimientos ha
sido discontinua, con períodos de auge ante la escasez y carestía de los carbones importados o los
recursos sustitutivos y cesando o restringiéndose la producción en situaciones de oferta abundante de
los mismos, en que dicha producción abastece sólo un ámbito local reducido.
Es importante destacar que todos los yacimientos detectados de combustibles sólidos, inclu-
sive los termonucleares, se hallan en la Argentina al oeste del meridiano de 63°O, vinculándose con
estructuras finipaleozoicas o cenozoicas principalmente.
La producción de carbón en Río Turbio se inició en 1951 con una cifra simbólica de 1.000 t En
1961 el yacimiento alcanzó una producción de 235.000 t; en 1971 se produjeron 632.000 t y en
1981 la cifra declinó a 498.000t después de haber alcanzado en 1979 su máximo con 727.000 t. En
1985 la producción cayó a 400.000 t. Las citadas cifras, referidas no a producción bruta sino a
carbón comercial, son evidentemente insatisfactorias y están muy alejadas de los planes que
prevén alcanzar 3.600.000 t y aun 6.000.000 t, los que de haberse logrado hubieran dado al ya-
cimiento rentabilidad financiera además de provocar otros beneficios vinculados al desarrollo re-
gional.
La Argentina realiza importaciones de carbón por razones cualitativas para uso siderúrgico
especialmente, sobre todo para SOMISA. En 1984 se importaron 540.062 t, de las cuales sólo
1.609 se destinaron a otros consumidores; dicho carbón procedió, en su mayor parte, de Estados
Unidos y de Polonia, y en mínima fracción de Panamá; en otros años se ha importado de otros paí-
ses.
Se han hecho, a la vez, modestas exportaciones que con mejor política podrían acrecentarse. En
1983 fueron adquirentes del carbón argentino Dinamarca —casi todo lo exportado— y Uruguay.
Existen, en este aspecto, otras perspectivas.
La Argentina tiene en este rubro tres realidades, a saber: turbas, asfaltitas y pirobitúmenes
asfálticos, y esquistos bituminosos.
La localización de estos recursos se presenta entre un extremo y otro del país al oeste del
meridiano de 63°O, salvo los depósitos turbosos de islas Malvinas y Tierra del Fuego e Isla de los
Estados. Algunos de estos recursos se explotan limitadamente, caso de la turba; otros, como la
asfaltita y los pirobitúmenes asfálticos, con 214 depósitos reconocidos ya en 1965, localizados en
Mendoza y Neuquén principalmente, fueron explotados con cierta intensidad durante la Segunda
Guerra Mundial y actualmente lo son en forma muy restringida, para destino industrial en otros
países y en el propio.
Los esquistos bituminosos, con 95 depósitos identificados principalmente en cuatro provincias:
San Juan (es muy importante el yacimiento de Rincón Blanco), Mendoza, Salta y Jujuy. Existen
otros depósitos menores en La Rioja, Neuquén y Chubut, hasta un total de reservas significativas del
orden de los 1.200 millones de toneladas en todo el país. Este recurso se ha valorizado en los últimos
años, con la crisis del petróleo, ya que de él pueden extraerse aceites lubricantes, nafta, querosene
y parafina. Para Estados Unidos ya es un recurso del presente, mientras que para Argentina sigue
siendo un recurso del futuro.
Respecto de la turba hay identificados unos 120 yacimientos desde la región insular austral
hasta Jujuy, con reservas evaluadas equivalentes a unos 90.000.000 t de hulla.
A modo de conclusión debemos señalar que la disponibilidad de otros recursos más accesibles
222
Este mineral metalífero, de alto valor energético a través de procesos de fisión atómica con-
trolada, con liberación calórica que luego puede convertirse en electricidad en centrales termo-
eléctricas convencionales, ha sido detectado en una amplia extensión de la Argentina. La Comisión
Nacional de Energía Atómica ha dividido el territorio en 2 áreas uraníferas: una de interés inme-
diato, que abarca 400.000 km2, y otra de interés mediato, de 900.000 km2.
En la actualidad hay 45 yacimientos significativos identificados en 9 provincias que van desde
Salta hasta Chubut por el oeste y avanzando hacia el centro hasta Córdoba y San Luis. Las mayores
reservas estarían en el Sur de Mendoza, provincia que dispondría del 75% del total de las mismas.
Los principales yacimientos son: Sierra Pintada, Los Reyunos y Doctor Baulíes. Los yacimientos
explotados se encuentran en Mendoza, Salta y Chubut y algunos depósitos ya han sido agotados en
las citadas provincias.
Las reservas y recursos clasificados como de primera categoría, aquellos de costo de explo-
tación menor a U$S 80por kg de uranio, suman alrededor de 20.000 t y los de segunda y tercera
categoría, hoy englobados, de mucho mayor costo de extracción, se estima en unas 70.000 t más.
Ello ubica a la Argentina entre los países más destacados en este recurso escaso, más allá de sus
amplias posibilidades futuras.
Según la evaluación de la ex Secretaría de Energía al 31/12/83, las reservas comprobadas
equivalen a 203.000.000 tep y las posibles a 166.000.000 tep. En 1984 el peso relativo del uranio en
el total de reservas energéticas se apreció en 7,19%.
La producción de uranio tiene tendencia creciente y fue de 801 en 1980, 90 t en 1981 y 96,5 t en
1984. Ello permite atender las necesidades de las dos centrales atómicas de potencia que ac-
tualmente funcionan en la Argentina: Atucha I (Buenos Aires) y Embalse Río Tercero (Córdoba).
Ambas consumieron en 1983 78,4 t de uranio, generando 3.405.100.000 KWh. con un ahorro de
petróleo de 784.000 tep.
10.4.2 Hidrocarburos
10.4.2.1 Petróleo
Como se ha visto, dentro de las reservas conocidas su participación es modesta: 11,64% del total
para 1984; sin embargo, es el recurso de principal consumo y presumiblemente, lo seguirá siendo
por mucho tiempo, a pesar de la creciente intervención de fuentes sustitutivas, pues la in-
fraestructura de consumo sólo se adapta a este combustible, por lo que, salvo innovaciones tec-
nológicas imprevisibles y de adaptación gradual, el petróleo seguirá siendo importante en la rea-
lidad argentina e internacional.
223
La influencia del petróleo ha sido de gran peso en el ordenamiento espacial, argentino y ha sido una
de las causas, junto con la red ferroviaria, del distorsionamiento de la ocupación y del poblamiento del
territorio nacional. La localización de centrales termoeléctricas, en áreas de cómodos accesos —
primero del carbón importado y luego del petróleo nacional e importado y sus derivados— por vía
acuática, influyó decisivamente en la localización industrial, que, como es lógico, atrajo población y
otras actividades, conformando así un círculo vicioso de localizaciones que produjo la hipertrofia en la
distribución de la población, en la infraestructura, tanto del sistema vial como de depósitos, servicios,
etc., y en diversas actividades, con focalización extrema en el área metropolitana del Gran Buenos
Aires y en menor grado en otras áreas portuarias.
Esta notable dependencia del consumo de petróleo, tomando en consideración los otros recursos
energéticos disponibles, no puede considerarse como satisfactoria al analizar sus efectos.
De haberse dado una participación más relevante a otras fuentes energéticas, en una correcta
política de descentralización y desarrollo, regional, por ejemplo la hidroelectricidad, se hubiera dado
lugar a otras soluciones en el aprovechamiento de recursos, atrayendo actividades productivas y
obviamente la localización de la población en torno a los otros centros generadores. No olvidemos que
la transmisión de electricidad antes de la Segunda Quena Mundial estaba limitada a menos de 500 km y
muchas industrias que requerían oferta eléctrica se hubieran distribuido, por consiguiente, en otras áreas
argentinas.
Hoy, producida la citada hipertrofia de arranque y resuelto, el problema tecnológico de trans-
misión económica de electricidad a grandes distancias, se vuelve a aumentar el desequilibrio, pues la
energía hidroeléctrica es atraída por esos grandes centros consumidores, so pretexto —dura
realidad—, de tener que amortizar las inversiones en busca de un mercado consumidor potente,
desviando la hidroelectricidad de sus minúsculos mercados regionales. Vemos así que los grandes
emprendimientos hidroeléctricos de Chocón-Cerros Colorados, Alicurá y Salto Grande se orientan
principalmente a brindar su energía hacia el Gran Buenos Aires, Gran La Plata y resto del frente
industrial de la pampa. Mientras a través de una política de tarifas diferenciales no haya otras
alternativas, la concentración seguirá favoreciéndose.
224
10.4.2.1.1 Reservas
El conocimiento de las reservas es importante como base para una política petrolera y debe
correlacionarse con la información de otros recursos para obrar racionalmente en consecuencia. En
1984 equivalían al 11,69% del total.
La estimación para 1989 señalaba la cantidad de 344.623.000 m3 en declinación a partir de
1980, en que era de 391. 696.000 m3. Ello significa que las tareas de exploración no avanzan en la
medida de la explotación. Relacionando las reservas con la producción de 1989, también en ligera
declinación —26.714.000 m3—, la duración de las mismas todavía alcanza para casi 14 años. Si
relacionamos las reservas con el consumo, que se halla deprimido, esa cifra se
Es importante señalar que a pesar de las dificultades que afectan al país durante las últimas
décadas se pudo, con grandes esfuerzos, seguir disponiendo de reservas para más de 12 años, lapso
prudente para realizar una política de autoabastecimiento.
226
La producción argentina de petróleo tiene una tendencia histórica al ascenso, ya que ha habido
años de caída, pero con recuperación posterior. Sin embargo, desde 1981, en que alcanzó su
máximo, se halla en un período de declinación que persistía en 1985 y 1989. Veamos la producción
en cortes decenales:
3
Año Producción (m )
1911 2.000
1921 327.000
1931 1.861.000
1941 3.500.000
1951 3.890.000
1961 13.428.000
1971 24.557.000
1981 28.852.000
1985 26.675.000
1989 26.714.000
Fuente: Ex Secretaría de Energía.
Esta producción no alcanzó normalmente para el consumo interno, que dependió de
importaciones hasta que se aspiró al autoabastecimiento cuando se conoció un nivel de reservas
compa-tibles con ese objetivo.
El autoabastecimiento se alcanzó en varias oportunidades, por distintas razones externas e
internas: en la Segunda Guerra Mundial se restringió la importación de petróleo y debimos susti-
tuirlo con aumento de la propia producción y recurriendo a fuentes sustitutivas; otros años
por recesión de la economía, como ocurrió en 1964, en que se cubrió el 94% de la demanda y en
1983, con el 99,49%, situación que se prolongó hasta 1990.
El autoabastecimiento ha sido logrado por pocos países de consumo significativo, tal es el caso de
la Unión Soviética, Canadá, México, Argentina y recientemente el Reino Unido.
La producción que se obtiene es, en alrededor de un 85%, de producción primaria, y el 15%
restante de recuperación secundaria, y se obtiene en yacimientos que se distribuyen en 11 pro-
vincias argentinas en las 5 cuencas en explotación.
Tres provincias, Mendoza, Santa Cruz y Chubut, aportaron en 1984 más del 66% del total
con una producción bastante similar; las siguientes provincias: Neuquén y Río Negro, aportaron
poco más del 24%; el territorio de Tierra del Fuego casi un 5% y las cuatro provincias restantes:
Salta, La Pampa, Formosa y Jujuy, el 5% restante en forma conjunta.
A fines de 1989 existían en producción 9.321 pozos de petróleo, más del 1% mundial, y 1007
de gas natural. La profundidad media de los pozos superaba 2.000 metros y el rendimiento
promedio oscilaba en alrededor de 12 m3 /pozo/día, ligeramente inferior al promedio mundial y
alrededor de 4veces superior al de Estados Unidos de América.
Existen variaciones sensibles de rendimiento de un yacimiento a otro y a través del tiempo. Los
mejores rendimientos actuales corresponden al yacimiento Puesto Rojas, y aledaños del Sur de
Mendoza, que alcanzaron en los últimos años a 500/600 m3 /pozo/día.
Mantener el nivel de abastecimiento exige en la Argentina que se perforen alrededor de
1.000 pozos cada año para poner en producción alrededor de 800 a 850, ya que hay que
descontar los improductivos. Además, hay que reemplazar los pozos que por diversas causas dejan
de operar.
10.4.2.1.3 Importación y exportación
En 1983 la Argentina disponía del 0,39% de las reservas mundiales y más del 1% de los pozos
227
en explotación, ocupando el 18° lugar como productor (1982) en el mundo y el 3° en América La-
tina, sólo superado por México y Venezuela, aunque en 1985 también por Brasil.
10.4.2.1.6 Conclusión
Al disponer de petróleo, en forma casi habitual surge este hidrocarburo gaseoso, el cual tam-
bién puede presentarse en yacimientos gasíferos puros.
Su importancia en el mundo y en la Argentina se ha ido acrecentando por sus cualidades
intrínsecas de combustible de alto rendimiento calórico con posibilidades de uso doméstico e in-
dustrial, y de importante materia prima para destino petroquímico. Su mayor utilidad se puso de
manifiesto cuando a través del transporte por tuberías y mediante envasamiento fuertemente
comprimido —licuado—, fue posible su traslado a grandes distancias y aun fuera de las redes
domiciliarias de distribución, lo que amplió su mercado consumidor.
10.4.2.2.1 Situación argentina. Reservas
A medida que fue progresando la prospección petrolífera, simultáneamente se fueron detec-
tando las acumulaciones gasíferas, que en los últimos tres lustros triplicaron ampliamente sus
registros, sobre todo entre 1977 y 1982 —de 246.177 millones de m3 a 591. 871 millones de m3— en
lo que constituye un máximo histórico. Los dos años siguientes muestran una contracción en
función de que la cuantía de la extracción no fue acompañada de nuevos descubrimientos; sin
embargo, en 1985 hubo una recuperación parcial. El monto de 579.056 al año 1989 está en función
228
del cambio en la metodología de evaluación. La magnitud de las reservas de gas natural es equi-
valente prácticamente al doble de las de petróleo: 2130% en 1984. Al ritmo de su explotación actual
tendrían una duración tres veces mayor. Debemos mencionar que además de las reservas com-
probadas ya mencionadas, existen, como «reservas posibles», 210.926,5 millones de m3 adicio-
nales; casi la cuarta parte de las mismas en el sector marino de la cuenca austral. Todo ello justifica
los planes de sustitución de petróleo y sus derivados por gas, como ya se está aplicando en el
parque automotor de servicios públicos urbanos (taxímetros), en la generación termoeléctrica y con
destinos industriales.
La distribución de las reservas por cuencas es la siguiente:
La producción de gas natural está en continua y explosiva expansión; entre I 979 y 1 983 creció
en un 50%, mientras que la del petróleo lo hizo en sólo un 3,8%. La participación en la oferta
energética ascendió en 1984 al 29,63%.
Lamentablemente, más de la sexta parte del gas producido no se aprovecha, lo que configura una
sensible pérdida en venteo o quemado in situ. La razón de esta falta de aprovechamiento debemos
buscarla en la carencia de transporte hasta centros urbanos o industriales para ser utilizado como
combustible o en la Industria petroquímica. El valor de dicha pérdida es alto, ya que entre 1974 y
1983 se ventearon unos 29.000.000.000 m3, equivalentes en valor actual a unos 5.000.000.000 U
$S; debemos reconocer que porcentualmente, aunque no tanto en cifras absolutas sin embargo, las
pérdidas se van achicando: en 1960, por ejemplo, se venteó el 61,63% de lo producido; en 1965 el
32,30%, en 1975 alrededor del 30% y en 1984 menos del 20%; el porcentaje óptimo no debería superar
el 7%.
Producción y consumo de gas natural (103 m3 )
El destino del gas natural con un total de usuarios en 1989 de 4.254.000, para uso industrial y
doméstico como combustible. Las principales industrias consumidoras son las del cemento, la azucarera,
la de gene-ración termoeléctrica, la panaderil, etc. Los consumidores domésticos representan casi
la mitad de la población argentina. El consumo petroquímico sólo absorbe el 4,5% del total
producido; mediante la puesta en marcha de polos petroquímicos en Neuquén, Campo Durán, San
Lorenzo, Mendoza y Tierra del Fuego, algunos en vías de realización, se espera contar con una
mejor absorción del gas natural, la que posibilitará la producción de fertilizantes, plásticos, etc., de
gran trascendencia para el desarrollo del país.
230
A pesar de nuestra disponibilidad excedente de gas, el país mantiene un convenio con Bolivia
desde hace varios lustros, por cuyo cumplimiento importamos una significativa cantidad: 2.395 mi-
llones de m3 en 1989. Ello supone una onerosa erogación de divisas, agravada como consecuencia del
actual precio internacional del gas, ya que la baja que se ha producido recientemente en dicho precio
todavía no se ha reflejado en una disminución de real significación en lo que se abona a Bolivia. Por
otra parte, el país realiza exportaciones de gas licuado, aunque en cantidades no muy significativas, y
están proyectándose convenios con Uruguay, Brasil y Chile para realizar exportaciones de gas metano
por gasoductos; en tal sentido es menester analizar bien las características, intensidad y duración de
dichos acuerdos en estudio.
Hay casi 10.000 km de gasoductos troncales que integran los sistemas Norte (Campo Du-
ran-Buenos Aires), Centro-Oeste (Neuba II), Oeste y Sur (General San Martín), su capacidad media de
transporte es de 66,0 millones de m3 por día. A los gasoductos mencionados debemos sumar la habilita-
ción del Cordillerano (500 km), el que alcanza a Puerto Deseado (165 km) y Loma de la Lata
(Neuquén) - Bahía Blanca, que empalma con el gasoducto del Sur. Con ellos se resolverían los
crónicos déficits invernales en el Gran Buenos Aires y el Gran La Plata, si bien puede ser requerido
para el balance de la energía eléctrica ante situaciones de riesgo en el parque de generación como
sucedió en 1991.
Hay una importante producción de gas licuado de destilería proveniente de 8 de las 13 desti-lerías
argentinas, que en el año 1989 era de 581.200 tn.; ello se ha difundido y favorecido por una red de
plantas fraccionadoras que permiten su expendio en cilindros y garrafas, las que resultan muy útiles en
los lugares que no poseen red domiciliaria de distribución e inclusive para reforzar las necesi-dades
de calefacción en las épocas en que el suministro por cañería es insuficiente.
En las plantas siderúrgicas se genera como subproducto gas de coquería y gas de alto horno, que
se aprovechan para la generación de termoelectricidad en centrales de autoproducción y para atender
los consumos domésticos de los barrios de viviendas del personal respectivo, inmediatos a las plantas.
Como ya se ha citado, hay consumo de gas metano en las islas del Delta del Paraná, en apro-
vechamientos no comerciales, para atender las necesidades en las viviendas.
La electricidad es una forma de energía -energía secundaria— que supone una avanzada tec-nología
cuando aparece en el espacio geográfico al servicio humano y de la actividad económica, por su
extraordinaria versatilidad en convertirse en nuevas formas: luz, sonido, imagen, movimiento, calor,
frío, etc. Por todo ello es un buen indicador del desarrollo de un país en la mayor parte de los casos. La
generación y el consumo de electricidad han tenido una tendencia ascendente de comporta-miento
similar, en líneas generales, al de la energía global; las caídas coyunturales son indicadoras de
situaciones de detención o receso de la expansión económica, aunque no siempre hay absoluto
paralelismo entre ambas variables, ya que la electricidad se consume también con fines no econó-
micos, por lo que aun en momentos de relativa recesión puede seguir aumentando el consumo, aun-que
no a tasas explosivas. Una tasa de expansión de la demanda anual de energía del 7,4% obliga a duplicar
la capacidad instalada en una década, lo que exige una buena programación y un análisis del
comportamiento de dicha demanda para evitar inversiones inadecuadas; de lo contrario, los perjuicios
que siguen a la improvisación son graves: si la oferta excede las necesidades reales se crea capacidad
ociosa que encarece la electricidad, o bien, si resulta insuficiente, constituye una dificultad para el de-
232
sarrollo. Para brindar seguridad en el sector de energía eléctrica, una medida oportuna seria que las
centrales térmicas fueran de ciclo combinado, permitiendo una mayor flexibilidad y de las cuales carece
el país.
Históricamente la mayor oferta de electricidad ha procedido, en el orden nacional argentino, de la
termoelectricidad hasta el año 1983, pero en forma declinante en favor de una mayor participación de
la hidroelectricidad; si excluyéramos entre la energía termoeléctrica a la de origen nuclear —lo cual no
es correcto porque también es termoeléctrica—, la hidroelectricidad ya la habría sobrepasado.
Veamos el siguiente cuadro, en el que se han volcado los valores de potencia instalada y produc-
ción de electricidad para 1989, según los distintos tipos de centrales que funcionan en el país.
Potencia Producción
Tipo de central
(KWh) (%) (MWh) (%)
Hidroeléctrica 6.472.800 42.5 13.252.500 28,5
Vapor 4.749.500 31,2 21.239.200 45,7
Diesel 683.000 4,5 578.400 1,2
Termoeléctrica Turbo gas 2.288.700 15,0 6.327.800 13,6
Nuclear 1.018.000 6.8 5.039.400 10,9
Totales 15.212.000 100,0 46.437.300 100,0
Fuente: Subsecretaría de Energía Eléctrica.
Actualmente, el proceso de recesión de la economía argentina (1981 1989) ha provocado que una
parte significativa del parque de generación de electricidad, equipado bastante modernamente en los
rubros hidroelectricidad, nucleoelectricidad y parte del termoeléctrico convencional, haya quedado
parcialmente ocioso. Ello es consecuencia, inclusive, del avance de los sistemas interconectados, tanto el
Nacional (SIN) como los regionales (SIR), que permiten una mayor utilización de la hidro y nu-
cleoelectricidad y una disminución de la termoelectricidad convencional, que ha quedado reducida a un
factor muy bajo, de aproximadamente un 25%. En el SIN hay una potencia efectiva de 13.100 MWh
con una demanda de sólo 41.565,3 GWh (1989).
Ello entraña una significativa capacidad de reserva en expectativa de la reactivación económica. A
principios de 1986, hubo un dato alentador que es el aumento del consumo eléctrico industrial.
Cabe destacar la importancia de los sistemas interconectados desarrollados en la Argentina,
tanto el SIN, con comando central en Pérez, cerca de Rosario (Santa Fe), que tiene la responsabilidad
de coordinar el Despacho nacional de cargas (DNC), como los SIR; precisamente el Despacho
regional litoral de Agua y Energía linda con él. En Córdoba (Almafuerte/Río Grande) se produce la
vinculación entre los sistemas regionales Centro-Cuyo y Litoral.
Al presente (1989), están integradas 7 regiones en el SIN, comprendiendo el 93% del consumo total
de electricidad. Sólo faltaría entonces integrar a las provincias de Misiones y Formosa y la Patagonia
(Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego), cuyas áreas están parcialmente integradas entre sí, excepto
Tierra del Fuego y el Sur y Sudoeste de Santa Cruz.
Esta interconexión ofrece la ventaja que las mismas potencias instaladas pueden participar cada
año con diferente proporción, afrontando con versatilidad las variaciones coyunturales por proble-
mas de disponibilidad de agua en los sistemas hidrográficos, por entrada en reparación de centrales, por
accidentes en redes transmisoras, etc. En este último aspecto Hidronor mejoró sensiblemente la
seguridad del sistema al completar nuevas opciones de transmisión de la energía provista por su
importante complejo de centrales en las cuencas del Limay y del Neuquén.
El consumo de electricidad de servicio público por habitante ha ido en aumento, aunque con una
caída a partir de 1980, reflejo de la actual recesión económica. En 1960 el consumo era de 309
KWh/hab/año, ascendiendo en 1970 a 577 KWh y en 1980 a 1.080 KWh En 1982 dicho consumo
descendió a 1.015 KWh, para trepar en 1984 a alrededor de 1.030 KWh (estimado) manteniéndose al
233
rededor de esa cifra. Estas cifras se refieren a energía facturada y no a producción ni a autoproducción,
las que en última instancia también tienen destino humano.
La cantidad de usuarios registrados conectados al servicio público sumaban
en 1989 la cifra de 8.962.564, existen, sin embargo, en suburbios urbanos, conexiones clandestinas
bastante numerosas, las que subsisten por varias razones socioeconómicas y políticas que sin duda no
son saludables a los intereses generales.
En cuanto al destino de la electricidad facturada, el 86,1 % de los usuarios son residenciales,
el 10,2% comerciantes, el 2,6% industriales y el 1,1% restante se agrupa como «otros», incluyendo
obras sanitarias, alumbrado, riego agrícola, tracción, etcétera.
Además de las centrales integradas al SIN y a los SIR que hemos considerado, existen en el país
centrales de autogeneración o autoproducción, tanto de empresas privadas como de empresas y
organismos de Estado. En el cuadro siguiente se han volcado las cifras de potencia instalada y pro-
ducción de las mismas para 1989, con los porcentajes del total correspondientes a los distintos tipos de
centrales:
En el siguiente cuadro se puede apreciar, para 1989, la energía facturada en MWh por sectores
y el porcentaje correspondiente a cada uno de los mismos en relación con la energía facturada total.
Buenos Aires, más Santa Fe y Córdoba, consume el 30,5%, y fuera de él aparecen con relevancia en sus
regiones Chubut —Rio Negro con un 10,8%, Mendoza —San Juan con 8,0% y Tucumán con 2,0%; del
resto, las únicas provincias que exceden el 1% son Entre Ríos, Santa Cruz, Chaco y Neuquén.
En síntesis, aparecen diferenciadas la Argentina de la región pampeana húmeda y el resto del
país, por las razones conocidas de su diferente contenido poblacional y de actividades productivas ya
citadas anteriormente.
Como se ha visto, el territorio argentino tiene una generosa, diversa y complementaria oferta
energética. El hombre la ha aprovechado en parte racionalmente y también la ha dilapidado —lo hace
aún—, al despilfarrar recursos agotables, al no aprovechar los autorrenovables y al no hacer una
distribución más equitativa de los mismos en el cuadro regional y sectorial. En buena medida,
mien-tras no se pueda resolver este factor de infraestructura en forma más racional, seguirán
subsistiendo dos Argentinas contrapuestas y el bienestar compartido no alcanzará a todos los
habitantes y sec-tores; es decir, habrá un limitante del desarrollo.
El sector energético, motor fundamental del progreso y desarrollo es, desde la óptica geográfica,
altamente condicionante de la organización espacial del territorio. Así la extrema situación
económi-ca-financiera que afecta todas las actividades del país ha llevado a una política
de desregulación y privatización, criterios éstos, comunes en gran parte de nuestro continente y
Europa. Ello implicará una acelerada adecuación en el cambio de roles del Estado y el sector
privado frente a un ordena-miento territorial interno y regional lanzado además por el Tratado de
Asunción de 1991 impulsando el mercado común de América del Sur (Mercosur) que aspira sea
implementado en 1994.
En este contexto y para el tratamiento industrial del sector, los procesos de generación, transporte
y distribución adquieren una nueva dinámica, que se pone de manifiesto en el costo de las tarifas de
energía eléctrica, pues en muchos casos la descentralización de la distribución llega al nivel del
mu-nicipio, presentándose tal variedad, que hace que la energía en el interior del país (que no es
provista por SEGBA) alcance niveles desproporcionados que persistirán por largo tiempo hasta que
realmente se generen las leyes de oferta y demanda con criterio de mercado eléctrico.
235
13.1 Fuentes
NOTAS
1 GUADAGNI, Alieto A., "Energía para el crecimiento". Buenos Aires, El Cronista Comercial. 1985.
2 Secretaria de Energía. Subsecretaría de Planificación Energética. "Plan energético nacional
1985/2000". Bs. As., set. 1985.
3 USSHER, Miguel S.: "Utilización de la energía en los sectores económicos", a publicarse en el
1971.
7 ELEZCANO, Elena R. Panorama de las energías cólica y geotérmica. La Plata, instituto de la
BIBLIOGRAFÍA
La etapa de desarrollo industrial de un país supone acceder a una economía de mayor intensidad,
más diversificada y que además de añadir valores agregados a los bienes primarios, cree fuente de
trabajo mejor remunerado, con sus efectos socioeconómicos —reactivar la aceleración de la
economía—, al ir creando un potencial mercado de consumidores que, por su mejor nivel de ingreso,
puedan acceder a la adquisición de más cantidad y mayor diversidad de bienes.
Es, sin duda, una etapa de madurez en la evolución de los pueblos que históricamente pasan de
una etapa pastoril a otra agrícola y más o menos paralelamente a la de explotación —todavía no
aprovechamiento— de sus recursos mineros, forestales, ícticos, etc. Finalmente se produce la
etapa de transformación de sus materias primas; en realidad ella, en sus formas elementales,
domesticas o de taller semi-familiar, con el procesamiento de alimentos, fibras, cueros y pieles,
maderas, arcillas, etc., se produce desde la etapa pastoril y más en la agrícola, en forma de atender a
las necesidades vitales de alimentos, vestimenta, vivienda y posteriormente herramientas, ins-
trumentos, transporte, etc. Es ésta la llamada etapa de la industria liviana, proveedora de bienes
finales requeridos aun en las sociedades primitivas.
En sentido moderno, después de la llamada revolución industrial, la industria supone organi-
zación empresarial, medios financieros, maquinarias, motores, equipos, instalaciones, energía
abundante y tecnológicamente avanzada, transporte y comunicaciones, mercado, legislación
adecuada, emplazamientos no arbitrarios, tecnología en continua evolución, etcétera.
La Argentina ha pasado por esas etapas; seguir afirmando que es un país netamente agro-
pecuario es negar lo evidente, aun en la actual situación de involución, con fuerte retracción in-
dustrial en diversos sectores, lo cual no es una coyuntura agradable pero, sin duda, es superable aun
dentro de un marco interno y externo sumamente duro y complejo, especialmente muy competitivo.
La caracterización de la estructura económica de la Argentina actual, —década del 80—, co-
rresponde a un país de economía mixta, con industria parcialmente integrada y desequilibrios en la
movilización de sus recursos espontáneos —minerales, energías, forestales, acuáticos— y aun los
generables.
Dentro de esta caracterización, la presencia del sector industrial es una realidad en la formación del
producto y su peso relativo, aun en retracción coyuntural, es el de un país en desarrollo. Véase a través
de cortes históricos la evolución del PBI y dentro de él el sector secundario manufacturero y el sector
agropecuario en su peso relativo:
Industria manufacturera Sector agropecuario
(%del PBI) (%del PBI)
1900 19,5 35,5
1910 21,8 pecuario
27,0
1920 20,8 30,0
001930 25,1 27;6
101940 27,8 25,9
201950 27,9 18,8
301960 31,1 16,4
401970 35,7 13,9
501974 38,3 11,7
601975 37,5 12,3
701979 35,3 12,2
741980 34,1 ------
751984 21,4 17,9
79
Fuentes: Banco Central de la República
80 Argentina. Ministerio de Economía. Información económica de la Argentina N° 108.
Nota: La industria manufacturera no incluye el subsector construcción. El sector agropecuario no incluye minería.
Los tratadistas reconocen una primera etapa, coincidente con la Argentina pastoril y primera
parte de la agrícola —durante la época hispánica y en la vida independiente hasta aproximada-
mente el inicio del último cuarto del siglo XIX, en que prosperaron industrias artesanales y
agroindustrias en distintas regiones del país: Cuyo, Noroeste, Centro, Nordeste y pampeana. Ellas
dieron origen u la producción de variados bienes: vinos, azúcar de caña, dulces, tabaco, yerba
mato, harina, tejidos, cerámicas, carretas, barcos, curtido y trabajo del cuero; es la era del cuero
empleado en indumentos, vivienda, calzado, arreos, carruajes, etcétera.
La exposición industrial de Córdoba (1871) y la concurrencia a la exposición de París (1878)
podríamos decir que cierran esta etapa.
La terminación del ciclo de los saladeros y la iniciación de los frigoríficos, la expansión de la
industria molinera para acceder al mercado internacional, la implantación de talleres metalúrgicos y
gráficos, de alimentos y bebidas, de la madera, del calzado, textiles, etc., señalan otro hito en la
coexistencia con una Argentina agropecuaria. La exposición industrial del Centenario de la Inde-
pendencia en Buenos Aires (1910) y la creación, antes, del pomposo Club Industrial (1875) y del
Centro Industrial (1878), mostraron las expectativas y el despertar de una incipiente conciencia
industrial.
El hito de la Primera Guerra Mundial, fue sin duda significativo para un despegue de desarrollo
industrial. La causa fue un hecho externo ajeno a sus decisiones, que provocó la brusca interrupción
de la importación de bienes industriales. Pero había un marco interno que favoreció una rela-
tivamente fuerte expansión industrial, tanto cuantitativa como cualitativamente. Estos factores eran
los naturales: disponibilidad de materias primas, agua, energía, etc., y los humanos: mano de obra,
mercado, infraestructura de transporte moderna (ferrocarriles), segmentos de población con poder
240
Hay una alternativa de expansión de los rubros existentes de industria liviana con nuevos rubros,
como los de la línea blanca (electrodomésticos) en el campo metalúrgico y nacen los primeros altos
hornos, como hecho geográfico notable, fuera de la pampa, en el Noroeste, siendo éste el inicio de
la industria siderúrgica pesada. También hay manifestaciones nuevas de química pesada (agua
oxigenada, ácido sulfúrico, etc.), producción de máquinas diversas y sobre todo repuestos para
sustituir las importaciones casi inexistentes y textiles, con fibras sintéticas.
Se ha señalado que en el orden mundial, en términos relativos, la Argentina fue el país que tuvo la
mayor expansión industrial entre 1949 y 1957: 6%en mano de obra y 73%en volumen físico
de producción.4
Los hechos de tipo externo e interno posteriores a 1950 y hasta la actualidad, muestran una
situación compleja y cambiante en lo político, social, económico y aun en la estrategia de las
grandes potencias industriales.
El ritmo de crecimiento del sector industrial argentino, que tuvo una tasa de crecimiento pro-
medio del 5,2% anual entre 1940 y 1944, se contrae entre 1945 y 1949 al 1,8% y entre 1950 y 1954 al
1%5; ello lleva a realizar una apertura al capital extranjero en la industria automotriz, en la de
maquinaria agrícola, en la del petróleo (1958) y en material ferroviario. El país, sin embargo, tenía
cuellos de botella importantes en cuanto a su infraestructura energética, de transportes y comu-
nicaciones, de depósitos, del sistema portuario, de infraestructura social, etc., que fueron convir-
tiéndose en restricciones diversas para su evolución, al tiempo que el agotamiento de sus divisas
acumuladas durante la guerra y la contracción de una deuda externa cada vez más agobiante, sin
verdadera capitalización en alta proporción, iban aumentando las dificultades.
Hace excepción a esta sintética presentación la modernización de la infraestructura energética,
desde mediados de la década del 60 y sobre todo a partir de la del 70, primero con grandes centrales
termoeléctricas convencionales, luego con nucleoelectricidad y paralelamente hidroelectricidad, no
sólo en parque de generación sino de transmisión. Frente al vencimiento de ese escollo surgen como
contrapuestas una apertura indiscriminada de la economía (1977/ 1980) que obró en forma negativa
en la pequeña y mediana industria, que no pudo soportar una nueva irrupción de bienes diversos de
países de condiciones tecnológicas, financieras, sociales y de organización diferentes y que
determinaron el cese de la actividad de numerosas empresas en las áreas me-tropolitanas del Gran
Buenos Aires, Gran Rosario, Gran La Plata y en las economías regionales. La situación al finalizar el
año 1985 era muy comprometida, a pesar de algunos atisbos de recuperación parcial hasta mediados
de 1986, objetivable en el mayor consumo de energía eléctrica por el sector de industrias
manufactureras.
fabricación de otros bienes, como el hierro esponja, que no se producía en 1960 y, en cambio, en
1979 aportó 806.000 t. Otro rubro significativo fue la fabricación en gran escala de tubos sin cos-
tura. El área desde La Plata (Buenos Aires), con Propulsora Siderúrgica Argentina, hasta Villa
Constitución y Rosario (Santa Fe), con Dálmine Siderca (Campana), Acindar, Aceros Bragado
(Bragado - Buenos Aires) y otras industrias, va dando lugar a importantes realizaciones, incluyendo el
avance errático de la industria naval, sobre todo entre Ensenada y San Fernando (Buenos Aires). No
puede dejar de citarse en esta breve digresión el desarrollo de las industrias petroquímicas, con
arranque modesto en 1943 y expansión fuerte a partir de 1960, en el frente industrial pam-peano;
del caucho y de los metales livianos (Aluar en Puerto Madryn, Chubut) y del papel, in-
cluyéndose ahora el papel para periódicos y diarios que se produce en San Pedro (Buenos Aires).
mente en los indicadores relevantes de ocupación, producción, valor agregado y sueldos y salarios.
1935 1974
LOCALIZACIÓN
Establecim. Ocupación Establecim. Ocupación
Tamaño N° % N° % N° % N° %
ZONA
AVANZADA
Pequeña emp. 27.565 84;3 74.912 18,7 90.055 84,3 273.041 19,8
Mediana emp. 4.546 13,9 129.482 32,4 14.789 13,8 411.342 30,0
Gran emp. 613 1,9 196.264 48,9 2.011 1,9 688.896 50,2
SUBTOTA1 3Z724 80,56 400,658 84,84 106.855 79,77 1.373.279 85,26
ZONA EN
DESARROLLO
Pequeña emp. 6.857 86,8 16.812 23,5 24.405 90,4 70.518 29,6
Mediana emp. 932 11,8 26.504 37,0 2.384 8,5 63.837 26,9
Gran emp. 109 4?4 28.253 39,5 303 1,1 102.763 43,3
SUBTOTAL 7.898 19,44 71.569 15,16 27.092 20,23 237.118 14,72
TOTAL 40.622 100,0 472.227 100,0 133.937 100,0 1.610.397 100,0
Fuente: Kühl y otros, ob. cit., p. 280 y 281. Tomado de R. Ferrucci. "Evolución de la PYME industrial 1935-74".
Aclaraciones:
I. Zona avanzada: Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.
Zona en desarrollo: resto del país.
II. Pequeña empresa: Hasta 10 obreros.
Mediana empresa: Entre 11 y 100 obreros.
Gran empresa: Más de 100 obreros.
III. En el original del que se tomó hay errores en las sumas. La mayor diferencia se halla en el número
de establecimientos para los Censos de 1935 y 1974, pero en general no
afectan a los conceptos.
Fig. 1. Tendencias de evolución en cifras absolutas de la industria argentina entre 1935 y 1985.
Fuentes: Kühl y otros: ob. cit., cap. VI, pág., 288.
Para 1985: Censo Económico Nacional 1985. Cifras provisionales.
Vara 1979: Revistió Industrial de la Nación, 1980.
245
Se puede apreciar que hay una clara diferencia ente el grado de concentración industrial en la
denominada zona avanzada, que corresponde a la pampa húmeda, la cual tiene la mayor cantidad y
proporción de los establecimientos industriales y de la ocupación humana industrial, así como
otros indicadores correlativos tales cómo producción, salarios, energía, etc.
En cuanto al número de establecimientos, en el censo de 1935 más de 4 de cada 5 de ellos
estaban en las provincias de la zona avanzada (pampa húmeda) y en 1974 esa situación se
mantenía, aunque con un pequeño repunte de la zona en desarrollo (resto del país), con algunas
variantes más sensibles en el tamaño de los establecimientos. En ambas situaciones temporales
predominaban en la zona en desarrollo las pequeñas empresas; en cambio predominaba la mediana
en la zona más avanzada. Respecto de la gran empresa, hay un retroceso relativo en la proporción
que tenía con relación a 1935 en 1974, para Ja zona en desarrollo, ocurriendo lo contrario en la de
avanzada.
Respecto de la mano de obra ocupada en todo el país, en los establecimientos grandes se
tenía, en ambos censos, la proporción mayor; en cambio los de pequeña dimensión predominaban en
1974 sobre los de mediana en la zona en desarrollo, pero no así en la zona avanzada, en la que en
ambas fechas la mediana industria absorbía casi un tercio de la mano de obra.
La información para 1985 no está disponible., pero se advierten, por datos parciales de uni-
dades políticas, algunos cambios; sobre todo para la zona en desarrollo en los casos de la provincia de
La Rioja y el territorio nacional de Tierra del Fuego, a favor de la influencia de los regímenes de
promoción industrial que atrajeron localizaciones de industrias de avanzada tecnología, tal es el
caso de lá electrónica, que son de gran intensidad de capital pero no absorben mucha mano de
obra.
Tomando por base los datos de 1974 y 1985 es indudable que hay una localización
concentrada de la industria argentina; se destaca sin duda, no sólo la concentración en la zona de
avanzada de la pampa húmeda sino que, aún dentro de ella, hay anillos y fajas de concentración
realmente importantes alrededor de verdaderas áreas macrourbanas como el Gran Buenos
Aires, Gran Córdoba, Gran Rosario y Gran La Plata. Algunas de ellas han desbordado tanto que
tienden a unirse, como el Gran Buenos Aires con el Gran La Plata, aun dentro de la recesión en la
última fecha.
Fuera del área pampeana sobresalen, en lo relativo dentro de la zona en desarrollo, el Gran
Mendoza y el Gran Tucumán, aunque si consideramos su peso relativo, a bastante distancia de los
anteriores, pero con indudable trascendencia como poder concentrador en sus propias provincias. El
Gran San Juan, en escala más modesta, se destaca en su espacio provincial. Hay situaciones puntuales
que conviene destacar, tanto en una como en otra zona dentro de este breve análisis; pero lo que sin
duda conviene apreciar en la distribución geográfica de la industria en la Argentina, es la existencia
de un verdadero cinturón o faja Industrial de notable relieve, no sólo en el marco interno sino en el
más amplio de América Latina y, aunque más modestamente, en una apreciación mundial. Lisa faja
industrial ha sido identificada con el nombre de costa industrial (Dagnino Pas-tore), región de
industria diferenciada (Brunengo), frente fluvial industrial (Daus y otros), «puertas de la tierra» con
industria diferenciada (Dozo).
Este frente fluvial industrial de la pampa, abarca, una faja del Nordeste de Buenos Aires y del
Centro Este que se apoya en los ríos de la Plata y su afluente, el Paraná, con un ancho de alrededor de
246
de 45 km, angostándose y ensanchándose en línea paralela a los fluvios mencionados. Por el sur
alcanza el Gran La Plata y por el norte el Gran Santa Fe, incluyendo obviamente el Gran Buenos Aires
y el Gran Rosario. Tiene una superficie de alrededor de 70.000 km2, el doble de la de Holanda,
y una población de alrededor de 14.000.000 de habitantes, es decir, alrededor de 200 hab/km2 con
unos 400 km de ribera sobre caudalosos ríos que le aseguran, agua potable y vías navegables, para,
buques ultramarinos con acceso directo al Atlántico Sur. El clima templado húmedo con
precipitaciones de unos 1.000 mm anuales, con estaciones diferenciadas térmica-mente sin
exagerados extremos de calor o de frío y con moderadas amplitudes entre las medias estacionales y
más o menos acentuadas entre el día y la noche. Las condiciones bioclimáticas son moderadamente
energizantes. El relieve de llanura suavemente ondulado en su mayor parte, excepto en los extremos
Norte y Sur, en general coincide y sobrepasa la subregión de la pampa ondulada (Daus).
El hombre ha creado una infraestructura que ha capitalizado y modificado el paisaje primitivo con
ferrocarriles, caminos, ciudades, puertos, aeropuertos, líneas de alta tensión, tuberías para gas natural y
derivados petroleros, centrales termoeléctricas convencionales y una, atómica (Atucha, partido de
Zarate), grandes puentes, el túnel subfluvial, infraestructura de depósitos diversos, etcétera.
La disponibilidad de abundante y capacitada mano de obra, con centros universitarios y tec-
nológicos importantes, gran mercado de consumo y centros financieros y de decisión político-
administrativa a niveles nacionales, provinciales y municipales, se suma a las condiciones naturales y,
finalmente, su posición geográfica como área de concentración y de tránsito interno y externo,
llevan a que sea el centro más importante de la Argentina, con centros de localizaciones variadas de
industrias vegetativas y de base: alimentos, bebidas, tabaco, textiles, de la construcción, siderúrgica,
astilleros, automotriz, de maquinaria agrícola, de equipos y herramientas, química, química pesada y
farmacéutica, del cuero y de la madera, eléctrica, y. electrónica, de computadoras, del caucho, etc. La
localización discriminada de estas industrias llevaría un espacio del que no disponemos.
Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, Chubut,, Neuquén, Salta, Mendoza y San Juan.
La incidencia del costo de la energía es importante para las industrias del aluminio, cinc, etc., en
Chubut, de las industrias químicas energointensivas en Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba, Río
Negro, etcétera.
Es importante la incidencia de la existencia del mercado y la disponibilidad de mano de obra para
las industrias alimenticias, textiles, del calzado, del vidrio y caucho, farmacéuticas, etcétera.
Importa la posibilidad de acceso por vía acuática de materias primas de origen importado, debido a
lo costoso del flete interno por vía terrestre, para siderurgia, generación termoeléctrica
convencional, destilación de petróleo, etc., en Buenos Aires y Santa Fe.
Existen industrias de libre localización, en función de regímenes especiales de promoción; es el caso
de las industrias electrónica, de fibras sintéticas, de ensamblado diverso (automotriz, etc.), en Tierra del
Fuego, Chubut, La Rioja, Córdoba, etcétera.
La disponibilidad de agua abundante y de redes de transporte interno o vecindad portuaria para
exportación, también son factores importantes para de terminar localizaciones en consecuencia, con
los ya señalados, especialmente energía y materia prima, caso típico de la industria de celulosa y papel en
Buenos Aires, Santa Fe, Misiones, etcétera.
Lo citado indica en general, sin discriminación puntual y más detallada, los principales factores que
han incidido en la dispersión espacial de la industria argentina, que también tiene su correlación en otras
realidades internacionales.
Los resultados provisionales del reciente Censo nacional económico de 1985, permiten apreciar en
un panorama sintético algunos hechos: desde el punto de vista global nacional se advierte una coyuntura
de retracción con relación al censo de 1974, que mostraba una tendencia positiva respecto de los
anteriores, aunque ya mostraba en esa fecha algunos problemas en su inmediatez temporal a través de
estimaciones cercanas.
Para 1985, respecto de 1974, se advierte objetivamente: Io) Una reducción en el número de
establecimientos: 111.767 contra 126.388 (cifras definitivas, ya que las provisorias habían dado
134.419), es decir que en 1985 sólo subsistía el 88,43% de los establecimientos que había en 1974. 2o)
Una reducción en el personal ocupado: 1.359.519 contra 1.525.221 (cifras definitivas, ya que las
provisorias habían sido de 1.595.400), es decir, que en 1985 la cantidad de personal ocupado en la
industria era del 89,13%con respecto a 1974.3°) Un menor peso relativo en el producto bruto interno,
como ya se destacó.
Por otra piule, la situación no se presenta igual en todo el país: hay áreas en retroceso, otras en relativo
estancamiento y otras en avance. Véase la ubicación por división política:
Disminuyeron por el número de establecimientos y el personal ocupado, además del conjunto
nacional, la ciudad de Buenos Aires (Capital Federal), los partidos del Gran Buenos Aires, el resto de la
provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Salta, Santa Cruz y Tucumán; disminuyeron sólo en
cuanto al número de establecimientos, pero aumentaron en personal ocupado, Catamarca, Corrientes,
Chubut, La Pampa, Mendoza y San Luis; aumentaron tanto en número de estableci-mientos como en
personal ocupado Chaco, Entre Ríos, Formosa, Jujuy, La Rioja, Misiones, Neuquén, Río Negro,
San Juan, Santiago del Estero y Tierra del Fuego.
La región pampeana tenía alrededor del 75% de los establecimientos, la Mesopotamia casi el 8%,
Cuyo más del 6,5% , el Noroeste casi el 5%,la región chaqueña alrededor del 4%y la Patagonia
aproximadamente el 3%.
En una apreciación global se advierte que las mayores reducciones se han producido en las
unidades políticas más industrializadas del país y también en mayor proporción; tal es el caso de Capital
Federal, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza.
El mayor crecimiento se vincula con las áreas de regímenes promocionales; aunque en el
conjunto nacional no tengan un peso excepcional, sí resultan un estímulo local, como ocurre con Tierra
del Fuego, La Rioja y San Luis. No obstante, cabe advertir que hay cierta artificialidad y endeblez
en esas radicaciones industriales, pues se fincan, desde el punto de vista empresario, en beneficiarse con
reducciones fiscales significativas y si ellas desaparecieran no hay seguridad de su permanencia. Aparte ,
249
y ello es lo más preocupante, hay algunas industrias cuyo núcleo fundamental de capacidad
productiva, equipamiento y personal lo tienen en el Gran Buenos Aires y otras áreas
tradicionalmente industriales, realizándose sólo la terminación del producto en el área
promocionada. En otras palabras, el efecto irradiante de la industria sólo en mínima proporción se
ha trasladado a la nueva localización y esto, por otra parte, no afecta el crecimiento del producto
bruto industrial nacional.
6. Conclusión final
NOTA
1 KUHL,Livio G. y otros. "Una política industrial para la Argentina", Buenos Aires, Club de Estudio, 1983. Síntesis,
p.19
3DI TELLA, G.;ZYMELMAN, M. Las etapas del desarrollo económico argentino. Bs As., Eudeba, 1967 , p.
309/310; aparece la cita transcripta y también un cuadro de A. Bunge de La industria argentina durante la Primera
Guerra Mundial, que corrobora ese aserto y está en contraposición con la interpretaciones aparecidas el estudio de
CEPAL: El desarrollo económico de la Argentina, 1958.
4CARLEVARI, Isidro J. F. La Argentina. Geografía humana y económica, Buenos Aires, Ergón, 1979, 6a. ed., p.
359/360.
5 O.E.C.E.I (FIAT) Argentina economica y social, Buenos Aires, 1973,t. II, p. 293
Juan a. Roccatagliata
Susana Beguiristain
Desde los comienzos de la ocupación del territorio argentino por el hombre blanco, los asen-
tamientos fueron principalmente urbanos. A partir de entonces, y en estrecha relación con los
procesos socioeconómicos del desarrollo, se ha producido un proceso de urbanización de la sociedad
argentina a ritmo acelerado.
Entre 1970 y 1980 el crecimiento de la población que se asienta en centros de 2.000 o más
habitantes ha sido del 25%, es decir mayor que el crecimiento total del país. Según los datos del censo
de 1980, el 83%del total de habitantes vivía en ciudades, por lo cual se lo computa como población
urbana; en 1970 era del 79%.
En esos momentos una tercera parte de la población total estaba asentada en el área metropolitana
de Buenos Aires, otra tercera parte se localizaba en las ciudades medias —que por otro lado son las de
mayor crecimiento— y la tercera parte restante en pequeños poblados y asenta-mientos dispersos.
En efecto, desde 1970 a 1980 ha disminuido, aunque levemente, la proporción de la población
asentada en el área metropolitana de Buenos Aires; 36% y 35% respectivamente. Esa diferencia fue
absorbida por las ciudades medias entre 100.000 y 1.000.000 de habitantes; en 1980 eran 17 las
ciudades que contenían el 22%de la población.
* El aglomerado Gran Buenos Aires figura como dos ciudades: la Capital Federal y
la parteprovincial del aglomerado.
Sin embargo según los datos aún provisorios del censo 1991, la Capital Federal cuenta con una
población de 2.960.976 habitantes con un crecimiento de 1,3. A su vez en el resto del Gran Buenos
Aires (19 partidos), la población para 1991 asciende según la misma fuente a 7.926.379, lo que hace
un total para la aglomeración en su conjunto de 10.887.355 habitantes con una variación 1980-1991
de 15,8.
Proceso acelerado de urbanización ha llevado a un deterioro ambiental creciente y a un déficit en la
prestación de servicios.
La urbanización, como fenómeno socioeconómico, presenta sus aspectos positivos y negativos,
Se puede sostener, según lo dicho anteriormente, que la urbanización es un requisito para el crecimiento
económico. La ciudad es así difusora de innovaciones, condición que favorece la diversificación, el
acceso al Conocimiento científico-tecnológico, a los recursos humanos y al mercado. En las ciudades
se gestan los efectos de aglomeración y las economías de escala.
En lo concerniente a lo negativo, la ciudad de crecimiento descontrolado obstaculiza el desarrollo
económico y social. Las grandes ciudades presentan características de deterioro, demandas
insatisfechas, ponen de relieve las desigualdades inherentes a las estructuras socioeconómicas y la
consiguiente marginalidad.
Los correctivos para solucionar o paliar dichos problemas demandan ingentes inversiones que se
sustraen de los circuitos productivos.
Dentro del proceso de urbanización, y en relación con lo señalado precedentemente, aparece el
fenómeno de la metropolización.
253
En América Latina, a comienzos del siglo, no existían metrópolis. En 1900 ya nueve países
poseían áreas metropolitanas y en 1980 veintiséis metrópolis contienen el 28,5%de la población total
(CEPAL, 1986)1.
En la República Argentina, el área metropolitana de Buenos Aires se presenta como una
exagerada aglomeración, a lo cual se hará referencia más adelante, aunque con indicadores que permiten
sostener que el crecimiento ha cesado.
Otras áreas metropolitanas se insinúan en el interior del país, como el Gran Córdoba, El Gran Rosario
y el Gran Mendoza.
El proceso de metropolización está asociado al tipo de desarrollo predominante. En la Argentina, la
urbanización, la metropolización y la industrialización han sido procesos recíprocos espaciales. La
transformación operada en los últimos anos, con el estancamiento y el retroceso industrial, trajo aparejada
una concentración poblacional con efectos no deseados y, por cierto, degradación y marginación.
Por otro lado, los regímenes de promoción industrial alentados en forma contemporánea, ante el
retroceso general de la industria operado en los últimos anos, tuvieron su efecto sobre la estructura
urbana.
Es así como el Gran Buenos Aires, el Gran Córdoba, el Gran Rosario y Santa Pe poseían el 73% de
la mano de obra industrial en 19742, mientras que en 19853, descendió al 65%. Casi 252.000
personas pasaron de la actividad industrial a los servicios, al comercio y al cuentapropismo.
Junto con ello, surgen las ciudades sometidas a regímenes promocionales para la industria, como La
Rioja, Catamarca, San Luis, Villa Mercedes, Neuquén, Trelew, Río Grande y Ushuaia.
En estas ciudades como en otras, por ejemplo Resistencia y Formosa, ha experimentado un notable
crecimiento el empleo industrial y, por consiguiente, hubo una expansión de las áreas urbanas.
La desaceleración del crecimiento de las grandes áreas urbanoindustriales (252.000 puestos menos),
se operó entre 1970-1980 en forma paralela a lo que crecieron las áreas similares del interior (56.000
nuevos puestos de trabajo).
La estructura urbana en relación con la organización territorial requiere un análisis del conjunto, es
decir, del sistema urbano.
* Cifras provenientes de la agregación de resúmenes censales confeccionados por el personal de campo, sujeto a
eventuales modificaciones. INDEC.
254
Sistema urbano
El análisis del sistema urbano resulta esencial para explicar e interpretar el funcionamiento de un
territorio, ya que implica no sólo las ciudades sino también los vínculos entre ellas, consti-
tuyéndose así en una malla de densidad variable y con una extensión diferencial sobre el espacio
geográfico.
Al hablar de ciudades no sólo se hace referencia al fenómeno urbano en sí, sino a su población, a
sus funciones y a su jerarquía. Los vínculos entre las ciudades se establecen a través de las redes;
es decir, de los medios de comunicaciones y de transporte. A su vez, los centros urbanos delimitan
espacios funcionales, es decir aquellas áreas que se encuentran bajo la influencia de las ciudades. De
este modo, así como hay un área de influencia urbana, la superposición de éstas va creando el área de
influencia de los subsistemas (regiones geográficas funcionales) y finalmente se alcanza la cobertura
territorial por parte del sistema urbano nacional.
Por esta razón, el conocimiento de éste se encuentra relacionado con el grado de ocupación y
organización del territorio, como bien lo señala Racionero4.
El esquema siguiente, (Gráfico N° 1), trata de interpretar los diferentes integrantes del sistema
urbano, concebidos por la rama urbanística de la geografía. El mismo ha sido diagramado sobre la
base de lo oportunamente propuesto por H. Cárter en 19765 y por Ostuni, Manchón y Civit en
1983. 6
El primero, Cárter, sostiene que los centros urbanos deben ser interpretados por su función y por
su morfología. Esto equivale a un problema de escala, por tanto, de percepción; observar la ciudad
en el espacio y la ciudad como espacio individualizado.
Función y morfología están asociados a dos principios ordenadores de la geografía: la posición y
el emplazamiento, respectivamente.
La cobertura territorial está en relación con las funciones urbanas y sobre todo con los servicios
regionales prestados y difundidos por las redes en términos de influencia y afluencia. Así surge el
concepto de región geográfica funcional.
A nivel del territorio nacional interesan las ciudades, su posición, sus funciones, su rango y la
interacción entre ellas, a través de los flujos y de las redes que los sustentan.
Según lo señala A. Bailly: «el sistema urbano tal como se desprende de las teorías y modelos de
la jerarquía urbana es concebido como un conjunto de centros de diferentes niveles, vinculados entre
sí por medio de flujos. Pero estas teorías que privilegian las funciones comerciales y de servicios no
permiten captar la totalidad de los fenómenos económicos»7
GRÁFICO N° 1: Sistema Urbano
POSICIÓN MORFOLOGÍA
Análisis de la
Análisis de la ciudad en el
ciudad en el espacio indivi-
espacio dualizando
Rango
Función (es)
jerarquía Formas Estructura
Arquitectura
Rol en la
Área de organización Análisis del Uso del suelo
influencia regional Trazado complementariedad
Textura movimiento
Perfil
Contorno
Equilibrio o Redes Etc.
competencia Movimientos
255
Más adelante el autor señala que «el principio de la distribución jerárquica de las actividades
supone el conocimiento del conjunto de las interacciones económicas y de las combinaciones de los
diversos modos de relación»8.
De esta forma, las ciudades constituyen estructuras territoriales con cierta unidad funcional y con
estrecha relación regional, nacional y también con el ámbito exterior.
Esto último —las relaciones con el mundo exterior— depende de las funciones no regionales; es
decir, las especializadas, por lo cual desde el punto de vista espacial se trata de relaciones
discontinuas. En las funciones urbanas, las que se dirigen al entorno cercano forman áreas de
influencia con una gravitación permanente y por tanto con continuidad espacial, aunque los iso-
potenciales tienden a decrecer del núcleo hacia la periferia. En cambio las funciones especializadas
tienen un alcance que supera dicha esfera de influencia, siendo espacial-mente puntual y por lo
tanto discontinua.
La dinámica de los centros está en relación con las características de las funciones especia-
lizadas y con la estructura de las relaciones.
Por otro lado, la red urbana cumple su función como tal cuando los centros que la integran
entran en interacción y competencia, generando un equilibrio en el sistema, bis redes, y sobre todo los
flujos, dan sentido a la articulación y a la organización del espacio y todo ello posee gravitación.
Todos los aspectos señalados constituyen un marco teórico de referencia para analizar el
sistema urbano argentino.
Los métodos y las técnicas para determinar las funciones, el rango, las relaciones entre ciudades, y
la cobertura y organización territorial son variadas9: por cierto van desde los métodos inductivos
tradicionales a los deductivos, estos últimos con los más rigurosos procedimientos cuantitativos de
medición e interpretación.
Se suele decir, con razón, que la red de ciudades argentinas corresponde, por su morfología,
centralidad y desequilibrio, a las que caracterizan a los países en desarrollo. Los estudiosos que han
emprendido tareas de investigación con el fin de precisar, interpretar y explicar el sistema urbano
nacional, coinciden sin excepción en que la tarea no puede ser abordada con éxito debido a la falta de
datos estadísticos comparables, lo cual parece ser también característica inherente a los países en
desarrollo.
Pese a ello, no muchos estudios, pero sí de excelente factura, han sido realizados y fueron objeto
de consulta.10 Por esta razón no se ha encarado uno nuevo, lo cual está fuera de los alcances de este
trabajo, si no que se ha tratado de interpretar las conclusiones-clave de dichos autores, con sentido
geográfico y a la luz del problema de la organización territorial.11
Entre los estudios realizados recientemente cabe destacar el desarrollado por la Secretaría de
Vivienda y Ordenamiento Ambiental12 que se comentará más adelante.
Con respecto a la información existente, ésta no abarca todo el ámbito nacional, de suerte que no
puede utilizarse en un mismo nivel para todo el sistema por lo cual resulta difícil describir con cierta
precisión fundamentada el sistema urbano ni su funcionamiento y, más aun, la identificación por la
misma vía de los subsistemas, que lo integran.
Tampoco se conocen las relaciones interurbanas, aunque parcialmente los estudios del Plan
nacional del transporte hoy permiten tener ciertos datos, sólo para determinados productos y algunos
corredores, con los cuales se trabajó en dicho plan. Por ello resulta difícil, casi imposible, cuantificar la
base económica del intercambio, el sentido bidireccional de los flujos, su composición y, por lo tanto,
la complementariedad existente.
De ahí que todo intento de analizar el sistema parte de ciertas ideas supuestas, hipótesis de trabajo,
por las cuales se puede arribar a una aproximación.
256
En el mapa se aprecia la red urbana nacional con su jerarquía de centros; de su análisis pueden
establecerse las siguientes afirmaciones:
El sistema urbano argentino, en cuanto a su morfología, puede ser clasificado como
concentrado.
En lo referente a sus niveles jerárquicos puede indicarse que es altamente desequili-
brado.
En cuanto a su unidad funcional, es centralizado y radiocéntrico.
Si se analiza la caracterización de los subsistemas que lo componen, es dable señalar que
se trata de subsistemas no consolidados, con escasa interacción entre sí y gran
dependencia del área central.
En lo atinente a su textura muestra una diferencial intensidad.
En cuanto a su trama se lo puede clasificar de trama cerrada, en forma de red a medida
que nos acercamos al «core», o región nuclear y de trama abierta, en la medida que nos
alejamos de dicha región.
Como sistema abierto muestra precarias relaciones con los sistemas urbanos de los
países limítrofes.
Al correlacionar el sistema urbano y la extensión territorial, puede argüirse que se está en
presencia de un sistema con intensidad de cobertura variable. En la región nuclear, la
intensidad es continua, en los subsistemas regionales se observa más discontinuidad y en
varias extensiones del territorio, la cobertura es inexistente.
En general, los tratadistas coinciden en destacar que existe una correlación entre las diferentes
etapas del desarrollo de un país —también se podrá dócil de una región— y el grado de evolución de
su sistema urbano.
Existe también consenso generalizado para atribuir a Argentina la categoría de país en desa-rrollo
o país en vías de desarrollo. Daus aborda el tema en uno de sus interesantes trabajos, El desarrollo
argentino13, y tras aplicar el modelo propuesto por Rostow, llega a explicar que la Argentina no
pasó limpiamente de la época de la sociedad tradicional —estructura agroportuaria—, que
indudablemente contribuyó a consolidar a la red urbana, a la sociedad industrial, a través del
crecimiento global. Por esta razón nuestro país se encuentra en esta última etapa, camino al de-
sarrollo. Utilizando datos estadísticos establece un promedio como indicador del desarrollo para lo
económico, para lo social y para el intercambio, y otro indicador promedio para el subdesarrollo. Si se
compara la situación de la Argentina, respecto a uno y a otro grupo, afirma Daus que nuestro país
puede considerarse «en vías de desarrollo».
257
258
Argentina. Distribución por cuartiles, en 1980, de las aglomeraciones de tamaño intermedio (ATIs: 50.000 hasta 999.999
habitantes).
Fuente: Vapnarsky, 1990.
259
Por otro lado Racionero, al abordar el tema que se trata14, relaciona desarrollo con sistema de
ciudades y dice que cada fase del desarrollo económico requiere una cierta estructura del sistema de
ciudades que lo favorezca, afirmando « [...] es indudable que existe una relación entre estructura
espacial urbana y desarrollo económico, ya que el sistema urbano es un elemento causal o ge-
nerador del desarrollo y no su mera consecuencia».
Si la Argentina es entonces, un país en vías de desarrollo y por tanto a mitad de camino entre la
transición o despegue y la industrialización, se verá que, de acuerdo con el Gráfico N° 3, corres-
ponde un sistema urbano con un centro fuerte y subcentros periféricos, lo cual guarda estrecha
relación con la realidad descrita en páginas precedentes.
Por tanto el sistema urbano argentino se caracteriza por un centro fuerte subcentros periféricos y
marcados desequilibrios regionales aunque la tendencia de evolución muestre el crecimiento de los
centros de tamaño intermedio.
Retornando a las afirmaciones ya manifestadas, la morfología concentrada de la red urbana se
caracteriza por tener una mayor aglomeración de ciudades en una porción del territorio, dejando
desprovisto con mayor intensidad al resto. Según Racionero, los sistemas nacionales concentrados son
perjudiciales para el desarrollo, por no poseer canales de difusión que abarquen todo el espacio
geográfico nacional. El peligro se advierte cuando afirma: «En los sistemas concentrados, el desarrollo
quedará limitado al área del país donde se concentran las ciudades, acentuándose una economía dual
sin posible mecanismo auto-compensado de dispersión».
El otro problema, consecuencia del anterior, pero que torna aun más aguda la situación, son los
desequilibrios dentro del sistema.
En efecto, la relación entre el área metropolitana de Buenos Aires y el Gran Córdoba, el Gran
Rosario, o el Gran Mendoza que constituyen el segundo nivel jerárquico es de 10 a 1. A su vez, la
diferencia entre los centros mencionados es significativa con respecto a Tucumán, La Plata y Mar del
Plata, que siguen en la escala de rangos. Este desequilibrio jerárquico pone de manifiesto la
presencia de una economía de escala localizada de tal magnitud que, lejos de ellas se entra en
deseconomías que afectan la localización industrial y demográfica, las cuales deben ser com-
pensadas por «sobrecostos de localización», que contribuyen a la aglomeración y aumentan el
desequilibrio.
Este fenómeno se manifiesta al relacionar el primer nivel jerárquico con el segundo y el tercero y
éstos con los siguientes. Ello lleva a afirmar que Buenos Aires genera acentuados desequilibrios en el
sistema, como los centros regionales lo crean para sus subsistemas.
En consecuencia, el movimiento en el espacio geográfico, que se tratará más adelante, es
atraído por el área central, a la cual convergen las redes y por tanto los flujos; se crea así un sistema
centralizado y radiocéntrico.
Esto atenta contra la complementariedad entre los subsistemas —su desarrollo, especialización y
consolidación—, lo cual genera una escasa interacción entre ellos y, por tanto, una mayor de-
pendencia del área c entral. Así se ha pastado una unidad funcional, difícil de ser modificada, que
260
Los subsistemas
Dentro del sistema urbano nacional, el cambiar la escala o el nivel de análisis, siguen subsis-
temas que, focalizados en sí, constituyen sistemas regionales. Su identificación puede llevarse a
cabo a partir de los centros principales y sus ciudades dependientes. Es así como aparecen los
siguientes subsistemas:
• Subsistema central metrópoli regional Córdoba
• Subsistema Cuyo metrópoli regional Mendoza
• Subsistema Noroeste metrópoli regional Tucumán
• Subsistema Nordeste metrópoli regional núcleo bipolar
Resistencia-Corrientes.
Como puede apreciarse, los niveles jerárquicos de los subsistemas son variados. Si bien se
logra, a nivel nacional, reconocer regiones geográficas formales o uniformes, es difícil, a esa misma
escala, reconocer regiones funcionales o nodales.
Este fenómeno también tiene que ver con el estado de desarrollo y con el grado de organización
del espacio.
En este subsistema debe ser destacado el proceso de formación de un área metropolitana entre Neuquén y Cipolletti y sus
alre-dedores (Vapnarsky y Pantelides, 1987).
262
considerada parcialmente.
Cuyano Concentrado-lineal. La con- Concentración sobre los oasis ricos
centración se realiza en una de piedemonte, con alguna diferen-
pequeña porción del espacio, cia al Sur, San Rafael y Gral. Al-
dejando grandes vacíos re- vear. La circulación en el contacto
gionales. La localización lineal entre la montaña y la playa, y el
o filiforme, implica una orien- mejor sitio de los aprovechamientos
tación en eje. hídricos crean el esquema
lineal de oasis y de centros.
Pampeano Radiocéntrico-regular Cons- La localización es casi indiferente a
telación de ciudades que gra- las condiciones físico-geográficas,
vitan hacia un centro principal, salvo las del frente marítimo o flu-
con convergencia de las mallas vial, o las de contacto interior. La
del transporte. Distribución regularidad de la distribución está
homogénea de los centros, dada por la llanura. Buenos Aires
aproximada a la hexagonal de gravita sobre el esquema por su
Cristaller. Son eficaces para el centralidad.
desarrollo de la región, pues
cubren todo su territorio.
Patagónico Disperso Los subsistemas se instalaron por
Pequeños subsistemas de frentes de colonización o
morfología variada con locali- aprovechamientos de recursos. Las
zaciones diferentes, sin sola- condiciones físicas muy restrictivas
pamiento de sus áreas de y la escasa población e infraes-
influencia y con escasa co- tructura, son determinantes de la
bertura regional. Propio de dispersión y la falta de articulación,
regiones de reciente ocupación respectivamente
pionera.
Según los indicadores seleccionados quedaron determinados así los niveles de prestaciones.
Posteriormente y como aparece en el citado cartograma (Fig. N° 3) se delimitaron las áreas de
confort urbano. En este caso hubo una ponderación de la red vial como soporte de las áreas de
confort.
El resultado general muestra la conformación del espacio nacional por medio del sistema ur-
bano y el grado de cobertura que éste posee de la superficie total del territorio, medido en términos de
confort o áreas de accesibilidad a los servicios básicos.
Como en casos anteriores es dable observar la diferente intensidad espacial de la cobertura
territorial y la concentración de la misma en el frente fluvial, el eje Córdoba-Rosario, Cuyo, Noroeste y
Nordeste.
También aparecen con claridad las repetidas discontinuidades donde culminan las áreas de
confort y se destacan amplios espacios neutros o polivalentes como el vacío chaqueño, los bajos
Submeridionales, la cuenca cerrada de Mar Chiquita, los esteros de Ibera, los llanos de las sierras
pampeanas; el área andina, las travesías pampeano-puntano-mendocinas y, por cierto, la mayor parte
del ámbito geográfico de la Patagonia.
Estas comarcas se encuentran por debajo de la cobertura o umbral de acceso a los servicios y
constituyen, en muchos casos, subespacios para ser incorporados en un plan de acondiciona-
miento territorial.
En síntesis, el trabajo citado resulta muy interesante y pone en evidencia la desigualdad
marcada en la conformación territorial del país desde la dominante del sistema urbano.
En 1990 se publica un interesante trabajo ya citado de Vapnarsky y Gorojovsky, en donde se
analizan las tendencias del crecimiento del sistema urbano y el cambio de tendencias experimentado a
partir de 1950 y que llega hasta 1980, aunque todavía existe una incógnita sobre las cifras del censo de
1991, lo que podrá confirmar las hipótesis de los autores.
Para ellos «... en la transformación del sistema no jugó un papel protagónico Buenos Aires,
como suele creerse, lo jugaron las aglomeraciones de tamaño intermedio, de 500.000 a 1.000.000 hab.
Favorecidas hasta 1975 por un desarrollo industrial progresivamente desconcentrado, se fueron
convirtiendo luego en receptáculo de poblaciones atrapadas entre la incapacidad estructural del sector
agrario para generar empleo y el cierre de las oportunidades de empleo en el sector industrial».
Algunos paliativos
Ellos son:
La planificación y la gestión de las áreas metropolitanas.
Las metodologías de planificación municipal y la participación comunitaria.
El fomento de la investigación y la cooperación horizontal en la esfera de la tecnología
apropiada para la construcción del hábitat y la prestación de servicios.
En el primer caso interesan las interrelaciones entre los diversos estilos de desarrollo econó-
mico y social y el proceso de metropolización.
Lo segundo atiende a la formulación, aplicación y evaluación de programas y proyectos
económico-sociales a nivel municipal y las relaciones entre los municipios y los gobiernos centrales.
En tercer término interesan los aspectos tecnológicos adecuados a las reales necesidades de los
asentamientos y a las posibilidades de ser aplicadas.
En este marco la Argentina necesita de políticas concretas para el sistema urbano nacional.
Estas se relacionarán con los objetivos del ordenamiento territorial y en su contexto aparecen como
prioritarios una serie de programas destinados a:
El ordenamiento y la coordinación del área metropolitana de Buenos Aires.
Programa para las áreas metropolitanas regionales (planes estructurales)
Programa para las ciudades de rango medio
Programa para el desarrollo local (desarrollo integral de los asentamientos humanos),
con participación de la comunidad
Programa de desarrollo urbano habitacional
Estos programas requieren medidas concretas aue respondan a estrategias más amplias de
cambio social y de desarrollo económico. Se trata en definitiva de lograr nuevas formas de orga-
nización de la vida urbana, en el marco de políticas globales de urbanización y de desarrollo ur-
bano-ambiental integradas con las estrategias nacionales de desarrollo integral.
En síntesis, se puede sostener que es necesario llegar a lograr un sistema de asentamientos
humanos en armonía con el medio ambiente, concebido a escala del hombre, coherente con los
objetivos sociales del desarrollo y del logro de la mejor calidad de vida para sus habitantes.
NOTAS
1 INDEC, Censo Económico de 1974.
4 RACIONERO, L.: El sistema de ciudades y ordenación del territorio. Madrid, Alianza Universidad, 1978, p. 168.
5 CÁRTER, R.: El estudio de la geografía urbana. Madrid. Instituto de Estudios de Administración Local, 1976,
Nueva Ed. ampliada en serie Nuevo Urbanismo, Madrid, 1983 p. 381. Versión original inglesa: The study of urban
geography. London, Ed. Edward Arnold, 1972.
6 OSTUNI, MANCHÓN, CIVIT: Técnicas en geografía. Mendoza, Ed. Inca, 1983, p. 204.
7 BAILLY, Antoine S.: L'organisation urbaine, Theories et modeles. París. Centre de Recherche d' Urbanismo.
Edición española: La organización urbana, teoría y modelos. Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local,
Serie Nuevo Urbanismo N° 28, 1978, p. 278.
8 Ob.cit.
268
9El estudio de las funciones urbanas según Cárter (ob. cit.) puede hacerse a través de cuatro caminos
diferentes, el de descripción estadística, el análisis estadístico, por estudios de base económico-
urbanos y por análisis multivariados. Otros métodos propuestos recientemente, consisten en
distinguir cuantitativamente aquellas ciudades que se destacan en ciertas funciones y después
examinar hasta qué punto las demás características de la población están relacionadas con su
especialización. La especialización se indica mediante la desviación porcentual de cada ciudad
respecto a la media.
Las tablas input-output de Leontief permiten analizar lo que ingresa y egresa de los centros y
comprender así la dinámica de los intercambios en el sistema (interdependencia económica)
LEONTIEF, W.: 1953.
Por otra parte el análisis factorial, constituye una metodología más rigurosa para computar la
delimitación de las regiones.
10 ROBIROSA, M.: El crecimiento diferencial de las ciudades argentinas,-en Lépore (Dir.). Análisis
Poblacional de la Argentina. Buenos Aires, FUDAL, 1978.
-RECH1NI de LATTES y LATTES, A.: La población argentina, Buenos Aires, INDEC, 1975.
-LUDUEÑA, Manuel: Análisis del sistema urbano. Buenos Aires.-Secretaría de Planeamiento.
Dirección General de Ordenamiento Espacial, 1982.
-REPÚBLICA ARGENTINA. SUBSECRETARÍA DE DESARROLLO URBANO. SEDUV: Medios
instrumentales para el análisis y diagnóstico de situaciones urbanas y del sistema urbano nacional.
1979.
11 Presidencia de la Nación. Secretaría de Planeamiento, Bases para la formulación de un plan de
ordenamiento territorial. (Documento de trabajo). Inédito, 1980. T. 5. En ese sentido se analiza el-
sistema de ciudades en función a una propuesta, basada en un sistema de corredores.
12 MINISTERIO DE SALUD Y ACCIÓN SOCIAL DE LA NACIÓN. Secretaría de Vivienda y
13 DAUS, F.A.: El desarrollo argentino. Buenos Aires, Edición El Ateneo, 1977, p. 117.
16OSTUNI, J.: La organización del espacio en la faja de las grandes alturas del Oeste argentino. En
"Revista Geográfica" N° 95, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1982, p. 55-93.
18 Ob. cit.
19FERRER, Aldo: La economía argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 10a. ed.,
1975, p. 284.
21 Ob. cit.
269
BIBLIOGRAFIA
JUAN A. ROCCATAGLIATA
Escasa complementariedad
Limitada eficiencia y confiabilidad
Subsidios al sistema con repercusiones regionales (Yanes, L ; Barbero, I. A., 1985)
Considerable consumo energético del sector
Ausencia de planificación en el conjunto
A ello se le debe agregar el impacto no evaluado todavía en el sistema, de las políticas de des
regulación y privatización de servicios públicos del sector.
Cada una de estas hipótesis puede ser analizada en profundidad, pero esa tarea escapa de los
objetivos del presente texto. Por otro lado entre ellos existen profundas interrelaciones. Los pro-
blemas agudos que presenta el sector podían encontrar adecuadas respuestas en un marco de
planificación.
En este contexto, es necesario acelerar la complementación multimodal, lo que requiere una
coordinación en función de aprovechar las ventajas técnico-operativas que presenta cada uno de los
modos.
Esto permitiría a su vez canalizar y priorizar adecuadamente las inversiones dirigidas a mejorar
la operatividad general del sistema y el uso racional de los i ocursos, de por sí escasos. La situación
inversa durante muchos años no ha facilitado la racionalidad y sí en cambio la superposición de
inversiones y programas por un lado, y la desinversión por el otro.
Algunos modos resultaron perjudicados por inversiones diferidas, como en el caso del sistema
ferroviario, lo que ha ido traduciéndose en un progresivo deterioro que torna ineficiente al sistema y
que, por las condiciones geográficas del territorio, debería desempeñar un rol sustancial.
En cambio, el automotor se sobredimensionó, llegando a suplantar al ferrocarril y a la nave-
gación en tráficos que, por sus características y por las distancias a recorrer son de escasa renta-
bilidad económica.
A la centralización de la red ferroviaria le siguió la red caminera, que en nada complementó a la
primera; se instaló donde estaban los tráficos y neutralizó al ferrocarril: desde entonces se ha
desarrollado una perniciosa e innecesaria competencia.
Otro sistema desaprovechado es el fluviomarítimo. Los problemas de dragado, de profundidad
portuaria y de equipamiento de las flotas tornaron dificultosa la operatividad del modo acuático, el
cual se presta en forma inmejorable para las cargas masivas de largas distancias. Se ha mencionado y
con razón, el fenómeno de «camionización de los ríos», hecho provocado no sólo por lo pre-
cedentemente mencionado sino también por la burocracia portuaria aduanera y de seguridad en la
navegación junto a la anacrónica situación y normativa laboral. En cambio el transporté aéreo fue el
más favorecido por las inversiones y sufrió una expansión muy amplia, alentado por las grandes
distancias a recorrer, por la demanda de viajeros y por -la modernización de los equipos de vuelo y la
infraestructura.
Lo señalado precedentemente nos permite introducirnos en las características y en la evolución
reciente de cada uno de los modos.
La red ferroviaria de Argentina tiene una extensión de 34.600 km, aunque en sus momentos de
mayor expansión llegó a 46.000 km. El sistema ferroviario comprende varias líneas bajo la admi-
nistración de Ferrocarriles Argentinos. Las líneas que lo componen son: la General Roca, que
atiende al Sur y el Sudoeste de la provincia de Buenos Aires y al Norte de la Patagonia; la línea
General Mitre se extiende al litoral fluvial (Rosario y Santa Fe), a Córdoba y a Tucumán; la línea D.
F, Sarmiento lleva sus rieles al Oeste de la provincia de Buenos Aires, a La Pampa y al Sur de
Mendoza —fue éste el primer ferrocarril argentino, en su trazado hasta Trenque Lauquen fue
construido con capitales nacionales-; la línea General San Martin que atiende al Sur de la provincia
de Córdoba, a San Luis y a Cuyo (Mendoza y San Juan). Todos estos subsistemas son de trocha
ancha. Él ferrocarril Urquiza se extiende a la Mesopotamia salvando el río Paraná por el complejo
274
ferrovial Zarate-Brazo Largo y .bordeando el río Uruguay, llega a Posadas. Es de trocha media.
Finalmente la línea General Belgrano, de trocha angosta tiene una amplia difusión por el país,
construida en su mayor parte por el Estado, para atender a las regiones más necesitadas.
Los ferrocarriles patagónicos del Sur se encuentran clausurados o levantados (Puerto Madryn- Las
Plumas) con la sola excepción del ferrocarril mineralero Río Turbio-Río Gallegos perteneciente a
Yacimientos Carboníferos Fiscales, que será extendido hasta el nuevo puerto de Punta Loyola.
Las líneas de Ferrocarriles Argentinos se vinculan con sus similares de los países limítrofes y se
trata de incentivar sus tráficos en el marco de la Asociación Latinoame-ricana de Ferrocarriles
(ALAF).
Las principales conexiones con otros países son:
Chile: Salta - Socompa - Antofagasta - Mendoza - Las Cuevas – Valparaíso (con in-
convenientes en el sector chileno por derrumbes que desde hace años mantiene inte-
rrumpido el corredor). Zapala - Pino Hachado (proyectado).
Por la red ferroviaria argentina circula tráfico de cargas y de pasajeros, existiendo una red troncal
interregional de cargas y una red con corredores prioritarios interurbanos de pasajeros.
El 75%del volumen total circula por el 42%de la red.
El sistema ferroviario fue objeto de políticas inadecuadas y acciones intermitentes, lo que llevó a su
desaprovechamiento y a la pérdida creciente de su importancia. Esto se manifiesta a través de la
disminución de sus tráficos y en un escaso plan de inversiones.
Mientras los países más avanzados del mundo modernizaron sus ferrocarriles, en la Argentina
éstos fueron prácticamente abandonados, con la sola excepción de inversiones puntuales, entre las que
debe ser destacada la primera etapa de electrificación del sector metropolitano de la línea General
Roca.
En el año 1965 el ferrocarril transportaba el 24% del tráfico de cargas y el 18% de los pasajeros.
En 1980 alcanzaba sólo a un 8% para las cargas y 7% para los pasajeros. Esta declinación de
tráficos señala que, en valores absolutos, entre 1950 y 1980 la disminución operada fue del 40%,
agudizándose más desde 1980 hasta 1991.
La escasa confiabilidad en los servicios, la supresión de muchos de ellos y el avance del medio
carretero han sido las causas de los procesos apuntados. También debe destacarse que el ferro-carril no
se adaptó a la nueva estructura geoeconómica creada por el proceso de industrialización, apareciendo
entonces el relevo automotor.
En los últimos años las cosechas de granos más significativas volvieron a mostrar la impor-
tancia del ferrocarril, que vio repuntar sus tráficos con la incorporación de trenes «block» y de trenes
«operativos».
El sistema atiende en general ciertos productos y corredores significativos en lo relativo a las
cargas y para el transporte de pasajeros atiende también determinados ejes.
En el primer caso predomina el tráfico de granos, petróleo, combustibles, cemento, vino a
granel, piedras, minerales y azúcar. Las distancias medias recorridas son de 600 km; llegan a 1.000
para el azúcar y el vino y disminuyen a 350 en lo concerniente a los granos.
En el tráfico de pasajeros la distancia media es de 450 km; los corredores más atendidos son los
que conectan a Buenos Aires con Mar del Plata, Rosario y Córdoba, Mendoza, Tucumán, Bahía Blanca
y Neuquén, Concordia, Comentes y con Posadas.
Pese a lo sostenido en cuanto a la escasa confiabilidad de los servicios, puede señalarse que el
275
ferrocarril ha visto repuntar sus tráficos en los últimos cinco años, sobre todo en las cargas. No están
exceptuadas de este proceso la introducción de corredores de contenedores, la complementación ferro-
automotor, la corrida de trenes «block» y «operativos» y la electrificación de la línea metropolitana
del Roca.
Transporte automotor
La expansión del transporte automotor en la Argentina comienza a ser explosiva en la década del
60, apoyada en la construcción de nuevas rutas, la pavimentación y la ampliación de las existentes y el
desmejoramiento de los transportes urbanos. No fue ajena al fenómeno, por el contrario lo alentó, la
creciente fabricación de vehículos en el país, con industrias que se sobredimensionaron en las
décadas del 60 y del 70.
El automotor, subvencionado indirectamente a través de la construcción de la infraestructura y del
combustible (Barbero; Yanes, 1965), apoyado en sus ventajas comparativas, eclipsó a los
transportes ferroviarios, fluviales y marítimos en tráficos y distancias que por sus características les
corresponderían a estos modos.
La red interurbana de la Argentina es de algo más de 200.000 km, incluyendo la nacional y la
provincial. El 30% de ella se encuentra pavimentada, con una expansión que la duplicó entre 1960 y
1980. Según datos proporcionados por la Secretaría de Transportes de la Nación, actualmente
Subsecretaría, en 1965 el total pavimentado alcanzaba a 21.400 km y llegó en 1980 a 51.000 km.
El sistema es adecuado a las actuales necesidades y el aprovechamiento es bastante intensivo
durante todo el día, debido al uso nocturno de la infraestructura camionera preferida por el tráfico
automotor de cargas.
El crecimiento del parque automotor se hizo a una tasa del 8,5%anual entre 1965 y 1980, con un ritmo
mayor para los automóviles que para los ómnibus y los camiones, decreciendo hacia 1990.
En 1980 el parque automotor de carga llegaba a 1.150.000 vehículos y el de automóviles pa-saba
los tres millones. En 1980 existían 154 vehículos poicada grupo de 1.000 habitantes.
Según estudios realizados la relación entre vehículos e infraestructura demuestra que la primera
está en condiciones de crecer sin necesidad de una expansión de la segunda.1
Transporte fluviomarítimo
El sistema fluvial del Plata con sus principales afluentes conforma una significativa red nave-
gable de más de 3.000 km de extensión.
1 Se sostiene que en la comparación (vehículos-km de caminos) se puede apreciar que en el caso argentino toma un valor de
20, muy superior al de los restantes países americanos, con la sola excepción de Canadá y de los Estados Unidos, donde el
valor índice es de 25 y en Europa Occidental donde el rango es de 40-50. "El sector transporte en la Argentina", Transporte
en la Argentina, Trans-porte e integración, p., 30, Buenos Aires. 1983.
276
277
El mar Argentino, excéntrico de las grandes rutas oceánicas, es en cambio un área navegable
para el tráfico de cabotaje en el dilatado litoral argentino.
Por el río Paraná se evacúa algo más del 40% de los cereales con destino a la exportación;
productos agrícolas diversos y forestales del Nordeste por medio de los trenes de barcazas, y mi-
nerales y combustibles, sobre todo en su curso inferior.
Los problemas de la profundidad, rectificaciones de meandros y equipamiento portuario res-
tringen el tránsito fluvial. De todos ellos el problema de la profundidad es el más acuciante ya que
los buques de ultramar remontan el río hasta Rosario, a veces hasta Santa Fe, y salen sin completar
carga, lo que hacen en Buenos Aires o en los puertos del litoral atlántico.
El tráfico marítimo de cabotaje está relacionado con la evacuación de los combustibles desde
la Patagonia hacia las refinerías o áreas de consumo del frente fluvial, Bahía Blanca o Mar del
Plata. También es importante el movimiento marítimo de minerales; hierro desde Punta Colorada,
aunque recientemente se desactivó el yacimiento de Sierra Grande, y carbón desde Rio Gallegos.
Los tráficos de cereales desde Bahía Blanca y Quequén, como la lana patagónica y las frutas, que
en los últimos años han encontrado su salida en el nuevo puerto de San Antonio Este, están
destinados a la exportación.
El tráfico marítimo en el litoral patagónico declinó totalmente ante la prevalencia y la
flexibilidad del automotor.
En lo concerniente al sistema portuario, la Argentina carece de un sistema como tal. Posee en
cambio puertos mayores, otros menores y muelles, a veces sin accesibilidad, otras sin equipa-
miento.
Buenos Aires, el gran puerto argentino, es obsoleto, al menos para graneles; la escasa profun-
didad y la necesidad constante de dragado lo tornan caro e ineficiente.
Ello llevó a plantear la necesidad de la construcción de un puerto de aguas profundas en la boca
del Río de la Plata, en un sitio profundo, aunque con dragado, y con buena posición para accede al
hinterland tradicional, la pampa húmeda, y al litoral. Así nació el proyecto de Punta Médanos.
Una tesis contraria sostiene que en el corto y en el mediano plazo lo importante es profundizar
el sistema, dando prioridad a Bahía Blanca y a Quequén. Existen proyectos concretos para la
ampliación de estas estaciones marítimas, lo que comprende profundización, canal de acceso,
muelles, elevadores, red de silos, playas y accesibilidad ferrovial.
En puerto Quequén y en Rosales el esfuerzo cooperativo acaba de lograr el equipamiento y la
mejoría general de sus instalaciones.
El puerto de Mar del Plata, construido en un sitio inadecuado, ve obstruida su boca y en ciertos
momentos torna incluso peligrosa su accesibilidad por fenómenos naturales combinados con la
acción humana, lo que ha perturbado el desplazamiento de la corriente con arenas denominada de-
riva litoral.
Las funciones del puerto de Mar del Plata son diversas, con predominio de la pesquera, de
combustibles, militar y deportiva. Este hecho, acompañado del escaso espacio disponible por la
expansión urbana, es una seria limitación para lograr organizarlo.
La costa patagónica posee una serie de puertos, en sí muelles, de los cuales el más profundo es
el Almirante Storni en Puerto Madryn (Golfo Nuevo).
278
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Por él llega la bauxita que se utiliza en la elaboración del aluminio metálico en la planta de Aluar.
Un puerto frutero y pesquero con 30 pies de profundidad recién terminado es el de San Antonio Este,
en el golfo San Matías. En el mismo ámbito marítimo se localiza Punta Colorada, salida obligada del
hierro de Sierra Grande, previo proceso de pelletización.
Hacia el sur existen varios puertos con diferentes tipos de problemas: Comodoro Rivadavia,
Puerto Deseado, San Julián, Puerto Santa Cruz, Punta Quilla (de reciente construcción) y Río Ga-
llegos. A escasos kilómetros de esta localidad se construyó el nuevo puerto de Punta Loyola, por
donde se evacuará el carbón procedente de Río Turbio y que contendrá un importante parque in-
dustrial.
Finalmente, en la provincia de Tierra del Fuego, los puertos de Rio Grande y de Ushuaia.
Junto a Buenos Aires está el puerto de La Plata, hoy poco activo salvo en combustibles, y aguas
arriba del puerto de Buenos Aires hay una serie de pequeñas estaciones fluviales que acompañan al
Paraná. Las más importantes son Rosario, Santa Fe, Diamante y Barranqueras.
El tráfico portuario movió a un promedio algo superior a 80 millones de toneladas entre 1970 y
1980. En este último año alcanzó a 83.000.000.
Para el mismo año, y según los datos de la Secretaría de Transporte, actualmente Subsecretaría, la
marina mercante estaba equipada con 190 buques mayores, con una capacidad de 2.950.246 tone-
ladas de porte neto, una edad promedio de 12,5 años y una participación algo superior de los armadores
privados sobre la estatal: 1.645.076 tpn y 1.305.170 tpn respectivamente.
Transporte aéreo
El transporte aéreo en la Argentina se remonta a los primeros años de la aviación comercial, pero en las
últimas dos décadas el tráfico ha tenido una magnitud y un ritmo de crecimiento significativos.
Sin duda las condiciones geográficas —sobre todo la extensión territorial— han facilitado
esta expansión, apoyada en la construcción de aeropuertos y en el equipamiento de las líneas aéreas de
cabotaje.
La aviación achicó el espacio, redujo las distancias e introdujo una moderna tecnología en el
transporte que permitió las comunicaciones más directas, junto con el comienzo de una descen-
tralización y desconcentración del área central hacia el interior del país.
Los volúmenes de tráfico se duplicaron cada seis años, transitando de 588 millones de pasaje-
ros-km en 1965 a 3.684 millones en 1980.
El transporte aéreo atiende fundamentalmente los flujos interurbanos de pasajeros, habiendo
aumentado en 15 años un 275%.
Existe una centralización del tráfico en la ciudad de Buenos Aires, que actúa como centro de
origen y destino, aunque a partir de 1984 ha comenzado a desarrollarse una serie de rutas alter-
nativas entre centros del interior, alentando nuevas interconexiones entre regiones sin el paso por
Buenos Aires.
Debe recordarse que el avión tiene más flexibilidad para adaptarse a un nuevo sistema de re-
laciones que los otros modos de transportes, aunque con ciertos costos operativos
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El transporte aéreo en la Argentina para los vuelos de cabotaje están servidos por Aerolíneas
Argentinas y Austral, complementados por L.A.D.E. en la Patagonia. Junto a ellas una serie de
empresas provinciales o privadas completa los servicios. Entre ellas pueden destacarse T.A.Ñ.
(Transportes Aéreos Neuquinos), C.A.T.A., L. A.P.A. y una nueva empresa creada por la provincia
de Río Negro.
Cargas (mill. Ton-km) 8.785 1.977 9.174 8.353 7.639 1.748 970
Total unidades tráfico
(mili. Pas-km +Ton-km) 20.866 19.943 19.361 18.867 18.110 5,044 2.592
Disponibilidad
Material Rodante (en
%)
Locomotoras Die- 65,3 62,6 61.9 58 52,8 57,2 51,0
sel-Eléctricas
Vagones de carga 76,2 75,4 74.3 77 74,1 75,5 72,0
Ventas (1) 3.819,2 3.250,9 3.539,7 3.773 3.887,9 635,5 357
Deudas Totales (1) 18.787.72 21.510,95 14.229 42.891,68 s/d s/d s/d
(1) Miles de millones de australes constantes a precios de marzo de 1991.
(2) Datos estimados.
En el parque móvil existe una disponibilidad de 56% en trocha media, 47% en trocha ancha y de
49% en trocha angosta. El estado de la infraestructura de vías y señalamiento no r egistra mejora
286
alguna en el último año, producto de una caída de la inversión del 47% respecto a 1990.
Según la Sindicatura de Empresas Públicas (SIGEP) 1991, «...La estricta normativa vigente en
cuanto a la contención del gasto y a la restricción del financiamiento externo, agravada por la in-
eficiente asignación de los escasos recursos, inciden negativamente sobre la calidad del servicio
ferroviario».
En lo concerniente al sistema portuario la situación no es más feliz. En los últimos años se
incorporaron un grupo importante de puertos privados entre Rosario y San Lorenzo. Sin embargo
los problemas de infraestructura y operativos se agravaron en los puertos estatales. Como en el
caso del ferrocarril, el bajo nivel de la inversión real no permite subsanar el creciente deterioro en
equipos e instalaciones. Sólo algunas obras puntuales en Buenos Aires, Puerto Galván y Puerto
Deseado, reciben las escasas inversiones. En el sector también existen problemas de planificación y
de formulación de un presupuesto adecuado.
En lo concerniente a la capacidad dinámica de embarque, de las instalaciones portuarias para
granos y subproductos sólidos alcanza en la actualidad a 80.000.000 Ton, lo que resulta suficiente.
Las vías navegables han sido mantenidas precariamente, con disminución consiguiente de la
navegación. Las escasas obras están limitadas y se encararon, la profundización del canal de
acceso a Bahía Blanca, el dragado del río Uruguay hasta Concepción del Uruguay y el estudio
conducente al Proyecto Hidrovía Paraguay-Paraná.
El cuadro adjunto permite observar según datos estimados por A.G.P. y S.I.G.E.P., el movi-
miento realizado por los puertos, como así también otros indicadores relevantes.
Empresa: A.G.P.
1986 1987 1988 1989 1990 (2) Ene-mar Ene-mar
(1990) (1991)
Exportación
(miles de Ton) 29.199 22.675 27.889 26.590 36.200 9.062.8 8.700
Puertos A.G.P. 24.310 14.454 16.241 16.922 23.700 6.233.5 6.000
Otros puertos 4.889 8.221 11.648 9.668 12.500 2.829,3 2:700
Importación
(miles de Ton) 7.071 9.303 8.919 7.748 6.950 1.565,7 1.740
Puertos A.G.P. 2.681 3.951 3.584 2.349 2.100 482,4 525
Otros puertos 4.390 5.352 5.335 5.391 4.850 1.0833 1.215
Removido
(miles de Ton) 44.159 42.663 43.449 41.493 35.100 8.899,3 8.500
Puertos A.G.P. 15.586 15.299 14.883 13.051 10.700 2.626.7 2.500
Otros puertos 28.573 27.364 28.566 28.442 24.400 6.272,6 6.000
Uso de puerto
(miles de Ton
de registro neto
multiplicado
por días) 204.265 149.989 152.110 139.568 156.300 40.566,4 38.500
Puertos A.G.P. 164.538 98.759 94.656 89.597 106.000 27.472,3 26.000
Otros puertos 39.727 51.230 57.454 49.971 50.300 13.094,1 12.500
Ventas (1) 889.440 807.208 851.547 864.680 890.794 122.978 143.074
Personal 4.820 4.616 3.805 3.712 3.080 3.682 2.980
(Núm. de agentes)
Inversiones (1) 127.752 67.521 34.394 3.418 9.682 1.354 4.020
Deudas totales (1) 1.316.454 1.272.946 1.176.183 1.444.940 878.707 1.163.378 781.201
(1)Millones de australes constantes a precios de mareo de 1991.
(2)Datos estimados.
El transporte aéreo aún con dificultades, es el que mostró el mayor crecimiento y evolución en
los últimos tiempos. Tanto el Estado Nacional como las provincias, han realizado inversiones en
infraestructura y equipamiento aeroportuario. En la última década hubo una marcada expansión de
la red, con mayor gravitación geográfica en lo concerniente a la accesibilidad y conectividad en el
sistema de asentamientos humanos. Esto trajo consigo un aumento en los costos fijos de las em-
presas.
En 1990, el gobierno privatiza Aerolíneas Argentinas y a partir de entonces la red se modifica
ajustándose a un criterio de mayor rentabilidad. Austral Líneas Aéreas sigue un camino similar.
287
El aumento de las tarifas por encima de los promedios internacionales, en un país en donde los
ingresos medios están muy por debajo de esos niveles, produjo una restricción de la demanda de
viajes, lo que llevó a una readecuación de la oferta.
Sobre el final del capítulo se retomará la situación del sector en su conjunto, se señala las
actuales orientaciones, proyectos y análisis crítico de los mismos.
El trazado de las redes tiene gravitación decisiva en la organización territorial y constituye uno de
los instrumentos esenciales para el dominio de su espacio geográfico por parte del Estado.
En general, existen diversos tipos de morfología en lo que concierne al trazado de las redes;
además, éstas se ajustan al sistema urbano por un lado y al geoeconómico por el otro, estando todo el
conjunto condicionado por los rasgos ideográficos del territorio.
Es así que al analizar el caso de la red argentina se observa su concentración sobre el puerto de
Buenos Aires y en menor escala en los complementarios de Rosario y de Bahía Blanca. Es normal
escuchar críticas de diversos matices al trazado de la red, que lógicamente fue estructurada en primer
término por el ferrocarril y luego quedó más consolidada con la construcción de caminos, la que,
salvo excepciones, fue paralela a las líneas ferroviarias. Más tarde, los conductos y los corredores
aéreos no variaron la situación, siendo este último modo el más centralizado por ra-zones
operativas. Es así como podemos hablar de una red de tipo radial y concentrada, a la que ya se hizo
referencia, aunque en el análisis de los subsistemas resulte posible observar varios núcleos intermedios
y nudos de mayor jerarquía.
Se suele criticar el concepto de que la red obedeció a un esquema agroexportador-importador,
siendo Buenos Aires el intermediario o punto de transferencia, y que, en definitiva, dicho esquema fue
impuesto desde afuera.
No se está en desacuerdo total con dicha afirmación, pero sí se sostiene que la misma no parte de
un análisis objetivo y científico de lo que es una red de transporte y cuáles son los principios que
gobiernan su funcionamiento. Tampoco se ponderan adecuadamente las características físico
geográficas del territorio. La Argentina es un país «naturalmente» centralizado. Tal vez si la Pa-
tagonia hubiera sido fértil como la región pampeana y la diagonal seca no existiera, la red se
hubiera trazado de otra forma. Lo mismo se podría decir si el Norte argentino hubiera podido acceder
al Atlántico, si el actual territorio de la República del Uruguay y el Estado de Río Grande do Sul, de
Brasil, pertenecieran a la Argentina. En este caso, muy probablemente, la cabeza de circulación no
sería solo Buenos Aires. Si observamos el caso del Oeste, donde la cordillera genera un cabal
desprendimiento se podría argüir que, de no existir, algunas líneas transcontinentales llegarían al
Pacífico, como acaece en los Estados Unidos. Este país posee una verdadera red, por varias razones,
pero sobre todo ha tenido Influencia decisiva el litoral atlántico y el valle del Hudson junto a la
llanura de piedemonte. También gravitó de manera esencial el hecho que al Norte encontrara en los
Grandes Lagos y en el río San Lorenzo una nueva vía hacia el mar, y por el Sur las cuencas del
Missouri, Ohio y Mississippi permitieran acceder al Golfo de México. Finalmente, el disponer del
litoral atlántico y del Pacífico fue decisivo. En definitiva, los subsistemas urbanos significativos de
los Estados Unidos, volcados a cada lado de un territorio de forma compacta y excelente posición
geográfica, diagramaron una red de transporte descentralizada, aunque más densa en el Nordeste
que en las zonas secas y montañas.
Comparando con la Argentina se podrá convenir que la situación es totalmente distinta, como lo es
también la posición geográfica de nuestro país, en el extremo austral de América meridional.
Casi se podría decir que si hoy se tu viera que construir nuevamente la red, no sería muy distinta de
la actual. No se desea insistir más en este tema pues ello se ha tratado en otra oportunidad cuando se
decía que «la configuración de la red fue el resultado de una necesidad económica junto a un
condicionamiento geográfico, se construyó sobre un país casi vacío, no poblado. Ese vacío se extendía
sobre las tierras fértiles y sobre el desierto y sobre sus oasis potenciales. El resultado es la actual red y
tal vez no es aventurado afirmar que de otra manera su construcción hubiera sido improbable».
Sobre las «rutas naturales» más practicables, y que son parte del dispositivo de cohesión in-
288
terior de un territorio, se instalaron las huellas de las viejas carretas; sobre dichas huellas se tra-
zaron los ferrocarriles troncales, no siempre partiendo de Buenos Aires como se sostiene. Luego
vinieron los caminos, sobre los que recae la crítica de que su trazado no tendría que haber sido
paralelo a las vías, sino complementario. Ello era difícil, pues los materiales se llevaron muchas
veces en ferrocarril y sobre todo porque las rutas se trazaron donde estaban los tráficos. Pesé a ello no
se debe olvidar que se construyeron líneas férreas y rutas transversales siendo ambos hoy de muy
débil tráfico.
Ahora bien, lo dicho no impide que se plantee el siguiente interrogante: ¿la actual red de
transporte sirve al país descentralizado al cual se aspira, donde sus regiones se complementen
entre sí, donde el territorio se articule y se domine, donde se den las bases para una comple-
mentariedad periférica con los países limítrofes y donde se intente salir al Atlántico por aguas
profundas y al Pacífico para acceder a los mercados de oriente? Esta pregunta puede tener dife-rentes
respuestas. Sin embargo, la crisis económica, la desconcentración, transición productiva,
reconversión, integración, Mercosur y otros procesos harán posible en el futuro un nuevo estudio de
la evolución del trazado de la red de transporte, como así también de su funcionamiento. En todo ello
tendrán prioridad aquellos proyectos que resulten de interés para el sector privado.
Resulta interesante el análisis de los movimientos, medidos en flujos; las redes por donde éstos
sé encaminan y los nudos con sus jerarquías diferenciales en términos de centros emisores o re-
ceptores de tráfico. Ellos muestran que el sistema de transporte argentino aparece como un soporte de
relaciones de extensión variable, muy condicionada por la localización de las actividades, las
variaciones temporales y estacionales de las mismas, y el monto de los tráficos.
La concentración o dispersión de dichos tráficos. Ha especificidad de la infraestructura y, por
tanto, las características de sus circulaciones —junto a los servicios que implica—, constituyen
elementos a ponderar acicaladamente para comprender la organización funcional de nuestro sis-tema.
En dicho contexto puede observarse un ajuste entre el funcionamiento del sistema, especial-
mente las características del intercambio con las estructuras de la realidad socioeconómica, y las
bases geográficas que las sustentan.
Los movimientos, y por tanto los tráficos, tienen una irregular distribución, lo cual no es una
característica inherente a nuestra red, sino a la conformación geográfica del territorio nacional.
El 70% de los movimientos del automotor y el 80% de los del ferrocarril se generan sobre
16.000 km de la red vial y ferroviaria interurbana e interregional.
Esto también acontece en otros países como en Francia, con gran centralidad en la confor-
mación de su espacio geográfico. Pese a ello, en ese país el ferrocarril, el automotor y por cierto la
aviación acompañaron a las modificaciones que se produjeron en la estructura económica de la
nación y en su configuración geográfica. En cambio, en la Argentina ha sido desfavorable en mayor
medida para el ferrocarril, ya que éste perdió tráfico sin captar otros, sobre todo los del sector in-
dustrial, no manifestando capacidad de readaptación.
El análisis de los movimientos nos muestra que el rol del ferrocarril aparece más consolidado a
medida que las distancias son mayores. Este hecho se manifiesta con más intensidad para las
cargas, siendo las medias distancias las prevalecientes para los pasajeros, aunque depende del tipo
de los tráficos y de las características de los trenes.
El automotor, por el contrario, ha mostrado adaptabilidad para tráficos diversos, aunque pre-
dominan los de productos industriales; las distancias son variables.
El origen y la recepción de los envíos se verifica a través del análisis bidireccional de los flujos,
lo cual permite descubrir la dinámica del fenómeno por medio de interrelaciones. Dicho esquema
funciona en relación con las características de la estructura regional argentina y con las del sistema
urbano nacional, tanto en su conformación como en lo referente al pronunciado gradiente en su
jerarquía de centros. La centralidad del Gran Buenos Aires, por un lado, y la del frente fluvial y
portuario por el otro, condicionan el movimiento de cargas y de pasajeros, a lo cual debe sumársele
la escala de los mismos y su estacionalidad.
289
Argentina muestra dos redes, una destinada a los intercambios, internos y otra constituida por los
corredores de exportación, aunque ambas se superpongan. Estos últimos corredores culminan en los
puertos por donde se encamina algo más del 90% de las exportaciones. Ello lleva a abordar el
problema portuario, esbozado en líneas anteriores, que, junto con el almacenamiento, se erigen en
verdaderos cuellos de botella.
Los puertos están afectados por varios problemas; los principales son: la profundidad (por lo
tanto el dragado), las funciones que desempeñan y la ausencia de una coordinación que les permita
actuar como un sistema. El problema portuario se hace grave para el Noroeste y prácticamente para
todo el Norte argentino por la falta de navegación adecuada en el Paraná, a costos razonables, o de
una salida «franca» hacia el Pacífico.
En consecuencia se puede concluir que la función central de Buenos Aires atrae los flujos hacia
sí, comportándose como «oportunidad intermedia» para las ofertas regionales, las que no alcanzan a
complementarse entre sí, pese a su potencial complementariedad específica. Los puertos, es-
pecialmente Ingeniero White (Bahía Blanca) y Rosario, también se comportan como centros de
atracción, sobre todo de flujos estacionales.
Mientras tanto, y por las razones explicitadas, resultan débiles e inexistentes los desplaza-
mientos interregionales directos, aun donde existen las redes; lo cual demuestra la escasa inter-
acción entre los subsistemas regionales, de suerte que la red de transporte no hace otra cosa que
reforzar la centralidad del área metropolitana de Buenos Aires.
Por todo ello puede argumentarse que existe en la actualidad una real correspondencia entre las
actividades del transporte, la dinámica regional y su resultado en la conformación del espacio.
En este sentido se deberá repensar y diseñar una red y una tipología de tráficos y movimientos en
función de otras interacciones espaciales deseadas y posibles, que surgirán de un modelo de
desarrollo socioeconómico del país y de un esquema de ocupación y ordenamiento del territorio.
Luego de haber realizado un análisis del sector transporte por cada uno de los modos es
conveniente trazar un cuadro sintético de situación a comienzos de la década del 90, tanto de los
problemas como de las posibles soluciones que se ensayan.
En primer término debe señalarse que si se desea un crecimiento de la economía argentina, una
mayor participación de la misma en el comercio internacional y una mayor integración social,
económica y territorial, se le debería prestar especial atención al sector transporte, en ello su rol es
fundamental.
En segunda instancia debe sostenerse que la situación actual es altamente preocupante, y
aunque se perciben algunas perspectivas favorables, se considera que difícilmente puedan con-
cretarse si el Estado renuncia a la planificación estratégica del sector transporte, lo que implica por
cierto, el establecimiento de prioridades.
Se está de acuerdo con las políticas de incorporación del capital privado, pues se necesita
fortalecer la gestión y la inversión. Ello no obsta a que la autoridad pública desarrolle el marco
estratégico, más aún teniendo presente las implicancias del sector transporte en la vida diaria de las
personas, en lo social, lo ambiental, el uso racional de la energía, el desarrollo tecnológico y la
integración y ordenación del territorio.
Hacia fines de 1991, el transporte representaba en casi dos décadas el 11% del PBI y con un
aspecto crítico, consecuencia algo más del 3 8% de la energía utilizada. Esto es así por la parti-
cipación en el sistema de modos de mayor consumo energético por unidad transportada como el
autotransporte, sobre otros en permanente declinación como el ferrocarril y la navegación, de
mayor eficiencia energética y escaso Impacto ambiental.
La inversión en el sector transporte ha ido, salvo excepción disminuyendo paulatinamente, en la
última década, hasta llegar a niveles alarmantes. Como resultado de ello, el deterioro de la in-
fraestructura y el desmejoramiento de los servicios han llegado a niveles preocupantes.
La misma Sindicatura de Empresas Públicas señalaba «...la carencia de políticas públicas definidas
referidas al sector, afecta su planificación y ha contribuido a la falta de coordinación y efi-
294
Transp. aéreo 17 25 29 40
Transp. agua 29.858 20.396 24.580 16.415
Transp. terrestre
Automotor 46.296 49.915 60.290 60.404
Conductos 9.844 16.812 22.635 26.662
Ferrocarril 13.640 10.659 9.804 9.833
TOTALES 99.655 97.807 117.338 113.084
Fuente: SIGEP. Secretaría de Transporte.
En momentos de escribir el presente trabajo, las orientaciones de la política general del país
parecen encaminarse hacia el cambio del modelo socioeconómico y político del país. Este aspecto
escapa a nuestro tema en sí, pero las actuales políticas y estrategias en el sector transporte difícilmente
puedan ser consideradas, sin ser referidas al marco que le da sustento.
La reforma del Estado y la transferencia al sector privado de empresas y servicios hasta hoy en
manos públicas, resulta ser una estrategia general en la economía, reflejándose en el sector
transporte, mediante la descentralización, desregulación, privatización y concesiones de diferente tipo.
Existe consenso en gran parte de la sociedad argentina de que este camino es el correcto, más aún
ante la crítica-situación del sector transporte ya comentada y la casi imposibilidad del Estado por
revertiría. Pese a ello, se discrepa en cuanto a las estrategias y formas de llevar adelante el proceso.
El seguimiento de esas acciones desde el punto de vista geográfico es fundamental, pues las mismas
han de tener una importante incidencia territorial, más allá de que sean o no consideradas en la política
general.
Este impacto, a veces positivo otras negativo, afectará sin duda al sistema de asentamientos
humanos, a los movimientos en el espacio; a la localización y extensión de las fronteras productivas, a la
295
Carreteras
Se procedió a licitar algo más de 15.000 km de la red vial troncal al sector privado mediante el
sistema de concesión, y son explotadas bajo el concepto de peaje.
Ferrocarriles
Se adoptó la figura de transferencia al sector privado por el sistema de concesión a 30 años con
opción a otros 10 años más. Esto implica que no hay venta de activos.
También se reformuló la red ferroviaria. El cambio más sustancial fue la creación de la red
denominada Rosario-Bahía Blanca, sobre líneas de los ferrocarriles Mitre, San Martín, Sarmiento y
Roca. Esta red ya fue adjudicada al grupo empresario TECHINT S.A., IOWA RAILROAD.
El segundo cambio, fue la creación de Ferrocarriles Metropolitanos S.A., lo que implicó una
separación de la red que sirve a la Región Metropolitana de Buenos Aires. Esta empresa será
licitada al capital privado como concesión con subsidio, ya que los ferrocarriles metropolitanos en el
mundo, no son rentables desde la óptica de la contabilidad tradicional.
Las redes de los Ferrocarriles San Martín y Mitre también fueron modificadas. Ambos perdieron
las líneas que pasaron a pertenecer a Rosario-Bahía Blanca (Ferroexpreso Pampeano S.A.). A su vez
dos líneas del Ferrocarril Mitre pasaron al San Martín con el fin de dar salida a este último a los
puertos de Rosario y Villa Constitución. Ambos sistemas licitados serán concedidos al sector pri-
vado.
La red del Ferrocarril Urquiza con trocha internacional y de gran significado en el proceso de
integración regional ha sido licitada al sector privado.
Quedará por decidiré! futuro del Ferrocarril Belgrano y el resto del Ferrocarril Roca. En el primer
caso sería necesario un proceso de racionalización del mismo previo a su licitación. Sería conve-
niente recuperar toda la red de noroeste y asegurar a ésta una salida al Pacífico (vía Socompa), al
Atlántico por Rosario y Barranqueras.
En cuanto al Ferrocarril Roca remanente, aparecen corno interesantes los corredores Buenos
Aires-Bahía Blanca (vía Pringles), la red de acceso al Puerto de Quequén y la red de la Patagonia.
Esta línea también acaba de ser licitada.
El corredor Buenos Aires - Mar del Plata-Miramar, es el más importante en el transporte
de pasajeros ya que mueve anualmente 1,8 millones de personas sobre 8 millones de viajes. El
sector privado explotará comercialmente esta línea.
El resto de los servicios interurbanos esperan decisiones políticas. Sin embargo se considera
fundamental mantenerlo en los corredores troncales.
Cuando quede concluido este proceso habrá desaparecido por fusión el Ferrocarril Sarmiento.
Sobre nuestra opinión más detallada de la reestructuración ferroviaria, el lector podrá consultar
trabajos especializados citados.
Puertos
Transporte aéreo
En este contexto un proyecto de largo plazo que se deberá insertar en un plan de desarrollo del sur
de Santa Cruz lo constituye la navegación del rio homónimo y la construcción de un puerto en su
desembocadura.
Finalmente, debe ponderarse adecuadamente las necesidades de transporte que vayan sur-giendo
de los procesos de integración regional, especialmente el Mercosur y la complementación económica
con Chile.
297
BIBLIOGRAFÍA
Comercio e intercambio
300
COMERCIO E INTERCAMBIO
LUCÍA L BORTAGARAY
La organización del territorio colonial estuvo signado por el sistema económico, mundial mer-
cantilista, imperante en los siglos XVI al XVIII, y por el nivel tecnológico de las civilizaciones pre-
industriales que recién salían de la Edad Media. Las ideas económicas de la época basaban la
riqueza de un país en sus disponibilidades de metales preciosos y moneda. Gracias a la superioridad
técnica de Europa en la navegación, pudo organizar un sistema mundial de intercambios que le daba
la posibilidad de abastecerse de productos orientales a los que otorgaba gran valor, como por ejemplo
especias, telas, sedas y tejidos de algodón, y de conseguir los medios para pagarlos. De aquí surge el
interés por los metales y piedras preciosas de América, que le permitían obtener los productos
asiáticos, y por los cultivos tropicales1. El provecho de este comercio quedaba asegurado con el
monopolio, al evitar la competencia.
Estos objetivos determinaron la localización de los núcleos más dinámicos del territorio colonial
español en aquellas regiones que fueran capaces de satisfacerlos. En este esquema, quedaban fuera
las tierras templadas del Plata, al no ofrecer atractivos por no gozar de los productos codiciados.
En la estructura de flujos del tráfico mundial de entonces figuraban los metales preciosos y los
productos agrícolas tropicales llevados desde América; las especias, sedas, porcelanas y tejidos de
algodón desde el Asia; los negros desde el África; productos de baja calidad hacia el África y los que
formaban parte del abastecimiento de España a sus colonias (productos alimenticios, armas, tejidos,
etc.)2. No integraban estos intercambios, al menos en escala significativa, los productos
agropecuarios de áreas templadas; las características de las civilizaciones tradicionales explican esta
situación. El mundo preindustrial se caracterizaba por el predominio de la población rural. Si bien ya
existían las ciudades, sus habitantes se dedicaban en general a las actividades primarias. Cada
comarca era una unidad de autoabastecimiento, debido a las limitaciones que ofrecían los
transportes para abastecer a las ciudades desde largas distancias, por lo cual su producción debía ser
diversificada y no era común la especialización. No obstante, existía una comercialización de
excedentes que, en general, obedecían a condiciones locales más favorables3. Por lo tanto, no era
indispensable abastecerse de alimentos -que podían obtenerse en el lugar. Sólo aquellos productos de
alto precio por su escasez, como las especias, café y azúcar, a los que se habían acostumbrado los
europeos, justificaban su traslado. Los medios de transporte marítimo de la época impedían los
grandes volúmenes de bajo valor por unidad, desde largas distancias, por lo cual el comercio
mundial se orientó hacia los productos exóticos, suntuarios o a determinadas materias primas y
materiales que soportaban los gastos de fletes y los riesgos de las travesías.
La actividad colonial en América alcanzó gran dinamismo en las tierras cálidas y en las mon-
tañosas. Precisamente el núcleo metalífero de Potosí se destacó por la gran actividad extractiva de
minerales y se constituyó en el mayor mercado a ser abastecido desde el exterior, debido a la
concentración de población que produjo. Esta fue la causa de la rivalidad comercial entre Lima y
Buenos Aires y de la orientación de la producción de las distintas regiones que hoy constituyen el
territorio argentino. La colonización de nuestras tierras, que fue de tipo urbano, produjo una orga-
nización territorial con las mismas características del mundo preindustrial. Se fundaron ciudades
que organizaron el espacio circundante para abastecerlas. También aquí actuó la influencia del
transporte propiciando el surgimiento de comarcas aisladas, autoabastecidas con su producción
diversificada pero con excedentes de aquellos productos para los cuales tenían mejores condiciones y
cuya venta exterior, que les permitía ampliar el mercado, las beneficiaba con ingresos suplementarios.
301
Cabe destacar que no se localizaron aquí núcleos de dinamismo como ocurrió en otras partes de
América, como por ejemplo en Brasil, Antillas, etc., donde el comercio exterior organizó
sociedades activas basadas en un sistema social sustentado en la esclavitud.
Todas las regiones constituidas en el período colonial participaron del comercio hacia Potosí,
además del intercambio interregional que mantenían. De esta manera completaban la demanda, que
era abastecida desde España a través de Lima. Los beneficios que obtenían los comerciantes que
integraban esta cadena desde España, pasando por América Central y luego por Lima, fueron un
factor de presión ante las autoridades para que prohibieran el comercio en el puerto de Buenos Aires.
La carencia de metales preciosos en su región y la falta de interés por las tierras templadas, hicieron
que se mantuviera marginal a la gran corriente comercial del Pacífico de los primeros tiempos.
Los intereses comerciales hispanos en América Central y andina desviaron la atención del Río de la
Plata. Las disposiciones de la corona, prohibiendo el comercio, iban en contra de sus condiciones
naturales favorables a las comunicaciones por el Atlántico y, hacia el interior, por los ríos navegables
de la cuenca. La supresión ocasional, por cortos períodos, de los condicionantes legales y las
necesidades de los pobladores de Buenos Aires permitieron una cierta actividad comercial. Peto
la fuerza de los factores favorables al intercambio provocó el surgimiento del con-trabando, que
actuó como gran dinamizador en el Río de la Plata y que finalizó al eliminarse las trabas legales.
Para medir la Importancia del comercio en el Río de la Plata en los siglos XVI y XVII es con-
veniente su consideración relativa. Ya se apuntó que no participó de las grandes corrientes de
intercambio mundiales, por lo tanto, la comparación con respecto a ellas lo harían parecer insigni-
ficante. Sin embargo, puede considerárselo importante atendiendo a la cantidad de habitantes, a las
limitaciones tecnológicas y a la falta de excedentes de las actividades productivas.
«El 18 6 19 de junio de 1580 —apenas una semana después de fundarse Buenos Aires por
segunda vez— partía rumbo a España la nave San Cristóbal de Buenaventura con un cargamento de
cueros y azúcar».4 El 2 de septiembre de 1587 se produjo la primera exportación industrial de
productos textiles elaborados en Santiago del Estero y Tucumán5. Estos antecedentes, de los más
remotos registrados, dan cuenta de la afirmación anterior.
Uno de los principales mercados para la producción del actual territorio argentino lo constituía el
Alto Perú, que originó flujos comerciales en esa dirección desde las distintas regiones de las que
recibía alimentos, tejidos, ganado en pie, vinos y aguardientes, yerba, carretas, etc. Los menores
precios con que llegaban muchos productos provenientes del litoral, en comparación con los que
provenían de Lima, provocó la instalación de una aduana seca en Córdoba, en 1622, que luego fue
trasladada a Jujuy en 1695 y se convirtió en un aliciente para el contrabando. Esta competencia con
Lima justificaba las prohibiciones comerciales para Buenos Aires. Sin embargo, el litoral se vinculó
al comercio exterior desde el siglo XVII, a través de la exportación de cueros y carne. En las dos
primeras décadas de dicha centuria, obtuvo permisos para exportación a Brasil y Guinea y para
importar elementos necesarios para la población de Buenos Aires: ropas, calzado, hierro y otros
productos. Estos mercados requerían alimento para la mano de obra esclava. El primer embarque de
cecina (carne salada) se produjo en 1603. Entre los años 1603 y 1655 se realizaron 70 embar-ques
con destino a Brasil y África (Guinea y Angola). Los primeros molinos harineros se instalaron en
1580, en Córdoba, y en 1595, en Buenos Aires. Hasta 1640, harinas cordobesas se exportaron a
Brasil6. La gran producción de yerba mate del Nordeste se distribuía en todo el territorio colonial,
alcanzando los mercados de Chile y Perú.
Las existencias de vacunos, los cuales se cazaban libremente en el siglo XVII, permitieron sa-
tisfacer las demandas de cueros. Se exportaron 59 cueros en 1607, 80 en 1609, 27.000 en 1625 y, en
1670, partieron 22 barcos holandeses cargados con dicho producto7. La matanza indiscriminada de
animales determinó la prohibición de las vaquerías a principios del siglo XVIII.
302
Durante el siglo XVII, la plata proveniente de Potosí dominaba las exportaciones, constituyendo el 80%
del total. El 20% restante correspondía a los «productos de la tierra», especialmente cueros8. La creación
del Virreinato del Río de la Plata terminó por confirmar la supremacía de Buenos Aires sobre Lima, que
quedó bajo su jurisdicción. El Reglamento de Libre Comercio de 1778 fa-voreció la expansión de esta
actividad. Para esa época se desarrolló la industria de la curtiembre y se instaló el primer saladero, que
permitió la producción industrial del cuero y la carne en tales condiciones. Las exportaciones de cueros
tuvieron una rápida expansión; 140.000 unidades en 1776; 150.000 en 1778; 800.000 unidades anuales
entre 1778 y 1783 y 1.400.000 en 1785. Entre 1779 y 1795 se exportaron 13.000.000 de cueros9. «Los
precios subieron en proporción a la de-manda y salían anualmente 70 a 80 buques del Río de la Plata para
puertos de España»10.
Entre 1792 y 1796 se embarcaron a España 1478 quintales de carne salada y seca, 29.288 quintales a
La Habana y, en 1795, se exportó harina y cecina a las islas francesas del Caribe.
Buenos Aires, de ser un «nido de contrabandistas» llegó pronto a ser una de las ciudades
mercantiles más importantes del nuevo mundo. Bajo estas circunstancias, la población de la pro-vincia de
Buenos Aires se duplicó: de 37.679 almas en 1778 pasó a 72.000 en 180011.
La ganadería del cuero domina las exportaciones en el despertar económico del litoral
CUADRO 1
Principales exportaciones argentinas entre 1822 y 1850 en pesos fuertes
Fuentes: Cortés Conde, Hispanoamérica: la apertura al comercio mundial, 1850-1930, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1974.
Parish, Woodbine, Buenos Aires y las provincias del Rio de la Plata, Librería Hachette, Buenos Aires, 1958.
La expansión de la frontera ganadera más al Sur del Río Salado y los bloqueos que sufrió el
puerto de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX, fueron factores favorables para la
multiplicación del ganado, que en sus dos terceras partes provenía de Buenos Aires y el resto de
las provincias ribereñas.12 Esta actividad tuvo influencia en la evolución de los puertos fluviales del
litoral.
La apertura del mercado inglés a la importación de lanas, en la tercera década del XIX, significó un
aumento en su participación en el comercio exterior e incentivó la cría de ovinos en la provincia de
Buenos Aires.
303
El bajo costo de la actividad ganadera, realizada sin mayores inversiones de capital y de mano
de obra, permitió una oferta a precios competitivos, orientando al litoral y a Buenos Aires hacia una
actividad monoproductora, beneficiada por los factores locales. Pudo, de esa manera, canalizarse el
excedente de vacunos existentes, producto de la libre reproducción bajo condiciones naturales
favorables de los primeros animales dejados por los colonizadores. Esta expansión del comercio se
basaba en una actividad realizada en condiciones muy rudimentarias, con bajo nivel tecnológico,
que se benefició con el surgimiento de la demanda, la cual permitió su ubicación.
Por el momento, la agricultura permanecía como una actividad de autoabastecimiento. El
atraso tecnológico no permitía mayores excedentes, insumía mucha mano de obra y estaba afectada
por los transportes rudimentarios. Tampoco se dieron circunstancias favorables en la demanda.
La ganadería fue adquiriendo importancia por el impacto del comercio, pero sin salir de sus
moldes primitivos. Se avanzó en la ocupación privada de las tierras más fértiles de la Pampa menos
afectadas por las distancias para el transporte terrestre. Por este motivo, su auge comenzó en las
provincias del litoral (Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe) y en Buenos Aires, en las áreas cercanas a
los puertos por la importancia que revestía el transporte fluvial. La alta rentabilidad de la ganadería
comenzó a concentrar la riqueza en esta región, beneficiándose los sectores ligados a ella (ga-
naderos y comerciantes), lo cual se tradujo en una mayor demanda que se satisfacía con las im-
portaciones. La coyuntura era muy favorable para el incremento de las mismas debido a la falta de
actividades para abastecer las exigencias del creciente, y cada vez más diversificado mercado del
litoral.
La demanda externa y la expansión de los saladeros hicieron subir el precio de los vacunos. La
Aduana de Buenos Aires aumentó sus ingresos. La Revolución de Mayo se produjo en un período de
prosperidad para Buenos Aires13. El libre comercio favoreció al litoral, pero afectó al interior. La
libre importación privó a las economías regionales de este mercado. La ley de aduanas de 1983
estableció un criterio selectivo para las importaciones, beneficiando a algunas industrias del interior,
como el azúcar tucumano y los vinos y licores cuyanos.
A mediados del siglo XIX nuestros mercados los constituían Gran Bretaña, Estados Unidos,
Alemania, Francia, España, Italia, La Habana y Brasil. Estos dos últimos nos compraban la totalidad
de nuestras exportaciones de carne salada y participaban en la adquisición de nuestras ventas de sebo.
El auge que adquirieron las exportaciones desde fines del siglo XVIII parece frenarse a me-
diados del XIX. Las exportaciones de cueros decayeron, todos nuestros compradores disminuyeron
sus adquisiciones, lo cual fue notable en el caso de los tres más importantes importadores: Estados
Unidos, Gran Bretaña y Alemania. Lo mismo ocurrió con la carne salada y en general con el sebo.
En cuanto a las lanas, el mayor importador, que era Estados Unidos, disminuyó sus compras; en
cambio, Gran Bretaña y Francia las incrementaron notablemente. En las tres décadas siguientes a
1820, problemas políticos afectaron la expansión del comercio.
En 1825 las importaciones sumaban 7.825.000 pesos fuertes, discriminados de la siguiente
manera14:
Es muy notorio él predominio del origen inglés de las importaciones de productos manufactu-
rados (géneros de lana, hilo y seda, artículos de ferretería, lozas, cubiertos, espuelas, frenos,
ponchos, etc.). Gran Bretaña estaba en mejores condiciones para ofrecerlos a precios competitivos
para esta época, dada su fabricación industrial. El Río de la Plata fue el más importante mercado
para los productos ingleses desde la independencia de las colonias españolas, beneficiándose no
sólo del comercio, sino de los fletes por los transportes que se efectuaban en buques de su ban-
dera15.
En la segunda mitad del siglo XIX, la revolución industrial, con sus adelantos técnicos, trajo la
solución a la declinación del mercantilismo. En Europa del Noroeste se localizó el foco fabril, de
alta productividad, que necesitó de mercados para canalizar sus excedentes de manufacturas y,
al mismo tiempo, requirió del abastecimiento de materias primas. No sólo se produjo una nueva es-
tructuración de su economía, sino que todo el sistema planetario se modificó. Se inició la etapa de la
gran expansión del comercio mundial, en la cual la Argentina tuvo una activa participación con su
inserción en el nuevo esquema.
Hasta el momento, los productos agropecuarios de clima templado habían sido bienes in-
móviles. Las sociedades preindustriales, con predominio de actividades rurales lograban auto-
abastecerse o, mejor dicho, se veían obligadas a autoabastecerse debido a la barrera que signi-
ficaban los transportes. No ocurría lo mismo con la producción agraria de zonas tropicales, de
menor volumen y mayor precio por unidad, que podía absorber los gastos de fletes. Por este moti-
vo, la Argentina, que contaba con un recurso natural formidable, la pampa, no lo había contabili-
zado como tal.
La revolución industrial, con sus mejoras en el abastecimiento de la población, produjo una
explosión demográfica inicial que condujo a una gran demanda de alimentos. Este hecho es pre-
cisamente el que inspiró al pastor inglés Malthus a esbozar su tesis sobre la desigualdad entre el
crecimiento de la población y las subsistencias, ya a principios del siglo XIX16. Por otro lado,
las fábricas demandaban cada vez mayores cantidades de materias primas y nuevos mercados para
su producción creciente.
Se da, entonces, la conjunción de varios factores: la demanda de productos de zona templada
en los países industrializados, la existencia de la pampa como territorio en óptimas condiciones
naturales para producirla y la conexión entre el núcleo de la demanda y el de la oferta mediante el
avance tecnológico aplicado a los transportes. En la década de 1870 (hay divergencias en cuanto a
taño exacto), se construyeron barcos mercantes transoceánicos propulsados por máquinas a vapor
que permitían transportar grandes cargas alarga distancia17.
Estas circunstancias favorecieron el ingreso de la Argentina en la gran expansión que tuvo el
comercio mundial en la segunda mitad del siglo XIX, que provocó una nueva etapa en su desarrollo
económico, integrada al sistema planetario.
La demanda externa no fue suficiente para la puesta en valor de las tierras pampeanas. Así
como la ganadería del cuero se desarrolló sin la necesaria concurrencia de los factores móviles,
como son el capital, el trabajo y la tecnología no ocurrió lo mismo con la agricultura y la ganadería
de carnes18. Los flujos que unieron a las unidades de producción de materias primas (la Argentina y
de productos manufacturados (Europa), no solamente estaban constituido por estos bienes. Al
abrirse las oportunidades de inversión más rentables que en su origen, se produjo una gran mi-
gración de capitales, cuyo destino fueron la actividades destinadas a satisfacer la demanda de los
países industrializados Entre 1890 y 1913 las inversiones extranjeras tuvieron un notable aumento,
correspondiendo al capital inglés dos tercios del total, de los cuales, el 57% se invirtió en ferroca-
rriles y el resto en otros servicios, obras de infraestructura, actividades relacionadas con el
comercio y finanzas.19 De esta manera, se capacitó al país para movilizar la producción exportable,
305
CUADRO 3: Exportaciones agricologanaderas entre 1880 y 1914 (en miles de pesos oro)
CUADRO 4:
Principales exportaciones ganaderas entre 1876 y 1914 (En % del valor de las principales
exportaciones ganaderas)
Estas cifras indican una mayor diversificación en las exportaciones, de las cuales la única que fue
en baja fue la del tasajo. Esto demuestra la importancia que ha tenido la demanda en la estructura del
comercio exterior. La expansión de la Industria textil británica permitió un aumento en las ventas de
las lanas; en cambio, la eliminación de la esclavitud redujo nuestras ventas de tasajo.25 A su vez, la
incorporación de la técnica del frigorífico a fines del XIX exigió un mejoramiento de nuestras carnes,
el cual se logró con la introducción de reproductores importados. La ganadería ovina, que había
ocupado las mejores tierras pampeanas, fue desplazada por el vacuno al cotizarse mejor las
carnes. Este incremento de los precios tornó inaccesible la carne para los saladeros. La preocupación
por el mejoramiento de la calidad de las carnes exigida por el frigorífico convirtió a la pampa en una
región con integración agrícolo-ganadera, con cultivo de pasturas para mejorar el alimento del
ganado y aumentar la receptividad del campo.
307
Entre 1881 y 1912, nuestras exportaciones se dirigían especialmente a ocho países: Gran
Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos, Bélgica, Italia, España y Holanda. Esta concentración en
determinados mercados se acentuó y en 1912 estos países adquirían el 90% de nuestras ventas.
Este hecho también tornaba vulnerable a nuestro comercio porque, de esta manera, la demanda
estaba condicionada por los ciclos de la actividad económica de nuestros compradores. La expansión
y contracción de sus importaciones afectaba al volumen y al precio de nuestras exportaciones. Los
productos agropecuarios no pueden ajustar, en el corto plazo, el volumen, de la oferta a los cambios
de la demanda y de los precios. De aquí surge la gran dependencia de los volúmenes, precios y
poder de compra de nuestras exportaciones.26
La composición de nuestras importaciones entre 1876 y 1911 puede verse en el cuadro 5. En el
primer año citado se nota una mayor di versificación. En cambio, en 1911, han disminuido su par-
ticipación los productos alimenticios, bebidas y textiles y las importaciones se concentran más en el
rubro materias primas y productos manufacturados. Ello obedeció a una sustitución de impor-
taciones al surgir industrias locales de alimentos y bebidas primero, y luego textiles27.
CUADRO 5:
Composición de las importaciones argentinas (1876-1911) (En porcentajes)
dustrias locales ya dictar leyes proteccionistas, como la ley de aduanas de 1876. Mediante la misma el
desarrollo industrial se circunscribió a una primera elaboración de productos de la tierra yde los
artículos de uso común y producción más simple. No hubo una promoción de industrias básicas30
El gran incremento de las exportaciones de. fin de siglo convirtió en altamente positivo el ba-
lance. La gran pendiente que adquiere la curva de importaciones es coincidente con el comentario
anterior referido a la tasa de crecimiento de la demanda.
Esta evolución del comercio exterior de las últimas décadas del siglo pasado forma parte del
proyecto de la «generación del ochenta». Es evidente la preeminencia que tuvo el desarrollo de los
recursos materiales. Los logros en cuanto a la expansión económica y a la integración en los
mercados mundiales de mercancías y capitales han quedado demostrados en el análisis realizado. Está
a la vista el interés de la clase dirigente por afianzar su relación con Europa. La realización del
programa económico repercutió en medidas de índole política, como lo fue la Campaña al Desierto
con el propósito de rescatar tierras productivas. También la política económica se tradujo en crear
condiciones adecuadas para atraer inmigración y los capitales. La única forma de poner en pro-
ducción las nuevas tierras y satisfacer la demanda era mediante la incorporación de mano de obra y
medios de transporte adecuados. En todo ello se advierte la toma de conciencia de las limitaciones
que frenaban el desarrollo del proyecto y la decisión para eliminarlas. Coincidimos en que se trató de
un plan con gran coherencia, que respondía al modelo de país deseado, pero que condicionó
estructuralmente su evolución posterior. Faltó una promoción industrial; las importaciones, la
condicionaron. Se produjo una concentración del poder económico en la pampa, que inició un
crecimiento mucho más acelerado que el resto. El país pasó a depender de los vaivenes del
mercado internacional, lo cual condujo a crisis económicas como la de 1890 y luego, en 1930,
cuando se quiebran los mercados internacionales de mercancías y capitales, se cierra el período de
nuestro crecimiento, basado en la división internacional del trabajo.31
Fig.; 1. Importaciones argentinas desde países principales (en porcentajes de las importaciones totales en libras esterlinas,
cifras argentinas c.i.f.).
Fuente: Vázquez Presedo, V.: ob. cit.
309
Fig. 2. Evolución de las exportaciones e importaciones entre 1881 y 1912. (en millones de libras
esterlinas, cifras argentinas f,o.b. para las exportaciones y cifras argentinas c.i.f. para las
importaciones).
Fuente: Vázquez Presedo, V.: ob. cit.
Desde comienzos de este siglo, el balance de pagos del país ha experimentado un compor-
tamiento cíclico debido a la incidencia que tienen, en las cuentas internacionales, tres factores:
evolución de los precios de exportación e importación, fluctuaciones de la demanda y de los precios en
el mercado internacional y los egresos de beneficios y servicios financieros de las inversiones
extranjeras en el país32. Esto la configura como una economía abierta, o sea, muy vulnerable a la
estabilidad de la economía mundial y carente de autonomía en cuanto, a las decisiones en política
económica33.
Entre 1915 y 1920, los saldos del balance de pagos fueron favorables (gráfica 3), acompañados por
una evolución del mismo signo en el balance comercial, favorecido con buenos precios para las
exportaciones (gráfica 4).
310
Los primeros seis años de la década del veinte, a pesar de tener períodos favorables en la
balanza comercial, tuvieron un balance de pagos negativo. En este caso fue el egreso de beneficios y
servicios financieros de las inversiones privadas y de la deuda pública él causante del desequilibrio.34
En estos años previos a la gran crisis económica; los precios sufrieron variaciones. Al finalizar la
Primera Guerra Mundial, la puesta en producción de los países involucrados produjo un exceso de
oferta de productos agrarios que se tradujo en una disminución de los precios entre 1919 y 1922. Los
volúmenes exportados disminuyeron, acompañando la curva decreciente de los precios (gráfica 4). Al
no ser muy apreciable el saldo comercial, los egresos por servicios financieros tenían consecuencias
negativas en el balance de pagos.35 La situación se vio agravada por des-favorables términos en el
intercambio.
La gráfica 4 muestra la gran variabilidad en los volúmenes exportados de productos agrícolas, que
reproducen las tendencias de los precios pero, a pesar de la inestabilidad, van en aumento. Las
exportaciones de productos ganaderos permanecieron prácticamente estancadas. Los precios y las
políticas proteccionistas de nuestros compradores provocaban las declinaciones en las exportaciones,
como ocurrió en 1925, 1929, 1935 y 1939. Ello demuestra la gran vulnerabilidad en años de exceso de
oferta en el mercado mundial.
La caída de los precios de exportación ya se había verificado antes de la crisis del treinta
(gráfica.4) y si a ello se añade el balance de pagos con saldo negativo hasta 1926 (gráfica 3), se notará
que las oscilaciones cíclicas de nuestra economía ya habían comenzado a manifestarse.
En los años previos a la depresión, se revierte el proceso. Las exportaciones agrícolas au-
mentaron, alcanzando uno de sus mayores niveles; la balanza comercial fue favorable al igual que el
balance de pagos, favorecido por el ingreso de divisas. También acompañaron los términos del
intercambio, que tendieron hacia un mayor equilibrio. Al mismo tiempo, el incremento de las im-
portaciones no siguió igual ritmo que las exportaciones.
En 1929 se inicia un empeoramiento del balance de pagos. Los valores del comercio exterior
disminuyeron. Las exportaciones agrícolas descendieron sus volúmenes en forma marcada hasta
1930. Los precios mundiales bajaron por un exceso de oferta. El balance comercial de 1929 no deja un
apreciable saldo favorable y los egresos financieros convierten en negativo el saldo del balance de
pagos.36
Los precios de exportación continuaron en baja hasta 1932, su punto más bajo, año hasta el cual el
balance de pagos se mantuvo con saldo negativo. En este período, los términos del intercambio fueron
siendo cada vez más desfavorables, afectando el poder adquisitivo de las exportaciones. En 1930, el
balance comercial fue deficitario. Todo ello condujo a una disminución de las importaciones. Como
consecuencia, este proceso favoreció el desarrollo industrial.
A partir de 1932, los niveles de precios inician su recuperación, alcanzando su punto más alto del
período prebélico en 1937. En la recuperación de la crisis, la suba de los precios internacionales fue un
factor fundamental y la causa de tal hecho se encuentra en la disminución de la oferta de productos
agrícolas en el mercado mundial por una sequía prolongada en los países productores que se inició en
1933 y se extendió hasta 193537. Nada más demostrativo de la gran vulnerabilidad de nuestra economía
a la intervención de factores externos inmanejables; Esta situación favoreció el aumento de volúmenes
exportables; los términos del intercambio favorable, los saldos positivos en la balanza comercial y en el
balance de pagos aumentaron la Capacidad de importar.
Un nuevo ciclo negativo se produce en 1938, con un saldo comercial y de pagos de tal signo. Los
precios cayeron por buenas cosechas en Norteamérica, y la nuestra se vio disminuida por una sequía.38
Al mismo tiempo se mantuvo el nivel de importaciones que, junto con los egresos financieros,
agravaron la crisis del balance de pagos.39 Las políticas proteccionistas de los países compradores y la
caída de los precios provocaron un brusco descenso en las exportaciones. Los términos del
intercambio, que habían sido tan favorables en 1937, poco a poco van ampliando la brecha entre
exportaciones e importaciones, llegando a niveles máximos en 1944-45.
La disminución de las compras durante la Segunda Guerra Mundial tornó muy positiva la balanza
comercial, a pesar de los términos del intercambio de 1944-45. Esta acumulación de reservas, que fue
la causa del balance de pagos muy favorable de 1941-46, permitió el incremento de las importaciones a
312
partir de 1945. También las exportaciones aumentaron notoriamente, llegando a niveles culminantes
en 1947-48.
A partir de 1946 se inicia un período excepcional. En ese año los términos del intercambio se
equilibran y el alza de precios mundiales favorece en mayor medida a las exportaciones que a las
importaciones. Por primera vez, desde 1915, nos son favorables. Esto hace muy propicio el mo-
mento para incrementar las importaciones, cosa que ocurre debido a la escasez de aprovisiona-
miento externo durante la guerra y al aumento de la demanda por el período de expansión que se
inicia en el país. Sin embargo, estos años excepcionales para nuestro poder de compra registraron un
saldo de balance de pagos negativo, configurando un nuevo ciclo. En este caso, la causa no fueron
los egresos de servicios financieros. Los mismos se habían reducido a su mínima expresión gracias a
la nacionalización de empresas y a la cancelación de la deuda pública externa. Precisamente, es la
compra de las empresas extranjeras la que significa una fuerte erogación40.
En 1949 se recupera el balance de pagos, a pesar de una balanza comercial deficitaria y gracias a
la disminución de egresos de divisas por servicios financieros. Este año se presentó desfavorable
para los precios de exportación por su descenso a un ritmo mayor que el de las importaciones. A
partir de entonces se impusieron restricciones a las importaciones. Tal control, junto a la expansión de
las exportaciones por una mejor situación en los mercados, permitió un saldo favorable en los
balances comerciales y de pagos, a pesar de una evolución desfavorable en los términos del
intercambio.
Resumiendo, la dinámica de la economía, configurada a través de la interrelación de las va-
riables intervinientes, en los primeros cincuenta años del siglo XX, ha mostrado ciclos de depresión y
de recuperación. A través del comercio exterior, de las inversiones extranjeras y de las remesas de
divisas por servicios financieros, nuestro país se hallaba intensamente condicionado a los vaivenes de
la economía mundial. Los términos del intercambio han tenido un comportamiento cíclico,
registrándose las mejores condiciones en 1913, 1928, 1937 y 1948. Sólo en este último nos fueron
altamente favorables en estas cinco décadas. Pero en treinta años, desde 1916 a 1946. Los precios de
importación estuvieron siempre por encima de los de exportación, lo cual es indicativo de la pérdida
de valor adquisitivo de nuestras exportaciones. Esto llevó a contraer importaciones en cada etapa
depresiva del ciclo. Los desequilibrios fueron intensificados en más de una vez por los egresos de
divisas por servicios financieros, pero la nacionalización de empresas y la cancelación de la deuda los
han eliminado del pasivo de nuestras cuentas.41 La evolución de la demanda de nuestros productos se
vio afectada por medidas proteccionistas tomadas por los países importadores. Las mismas se
implementaron a través de distintas formas como, por ejemplo, la formación de bloques, la
formalización de acuerdos bilaterales y abandono del multilateralismo, aplicación controles de
cambio, cuotas de importación, aumento de tarifas, etcétera.42
fluctuaciones de los primeros. Desde comienzos de siglo se han incorporado nuevos rubros que,
paulatinamente, van ampliando su proporción.
Las exportaciones agrícolas principales eran el trigo, el maíz y el lino. A principios del siglo
estaban integradas en un porcentaje mayor por el maíz y luego es el trigo, el que tiene una mayor
participación.
En las exportaciones ganaderas se nota un cambio fundamental en su estructura. La carne
vacuna congelada, que a principios del siglo comprendía casi el 40% de las mismas, va disminuyendo
su participación hasta un 8%en 1939 a causa de la expansión de las exportaciones de carne enfriada, que
pasa de un 5% a un 26% en igual período.
En cuanto a nuestros mercados, en esta primera mitad del siglo XX, se nota la preponderancia de
Gran Bretaña, que nos adquirió entre el 30 y el 40% de nuestras ventas. En segundo lugar se hallaba
Estados Unidos, con una participación decreciente desde 1923.
A comienzos de este siglo se produce un gran cambio en la estructura de las importaciones, el cual
es indicativo del proceso sustitutivo. Es muy significativa la disminución en su participación de los
bienes de consumo y el aumento de los rubros materias primas (que incluye hilados, combustibles,
productos químicos, metales no ferrosos, hierro, acero y materiales de construcción) y el de bienes
intermedios, debido a la mayor demanda de las industrias (cuadro 6).
CUADRO 6:
Evolución de la estructura de las importaciones 1876 -1939 (En %de su valor)
Fig. 6. Origen cíe las importaciones 1910-1939. (en cientos de millones de pesos corrientes). Fuente:
Vázquez Presedo, Vicente: Ob. Cit.
tivo a la nueva situación. Por Un lado, buscaron satisfacer sus demandas de productos
alimenticios aumentando su producción y limitando sus compras al exterior. Por otra parte, la
reconversión industrial, orientada a cubrir las nuevas necesidades bélicas, y las restricciones en
cuanto a la exportación de todo cuanto fuera necesario durante la guerra, afectaron a nuestras
importaciones. Nuestro comercio exterior sufrió una reducción, cuyos efectos en los volúmenes
pueden verse en la gráfica 7.
A estas restricciones generales se agregaron otras que particularmente afectaron a las im-
portaciones necesarias para la industria, como lo eran las maquinarias y bienes intermedios. .Ya se
había comentado la situación más favorable de Estados Unidos para aprovisionarnos de productos no
tradicionales. La coyuntura de la guerra fue propicia para el incremento de las compras a este país,
que superaron a las de Gran Bretaña, convirtiéndose en el principal abastecedor (gráfica 8). Esta
concentración en un solo proveedor tuvo graves consecuencias en el proceso de industrialización,
debido a las implicancias políticas de la guerra. Estados Unidos comenzó a presionar para que
la Argentina abandone su neutralidad y aplicó sanciones económicas reduciendo su exportación
de maquinarias hacia la Argentina. La presión política y económica fue en au-meto ante la
intransigencia argentina, que soportó la situación hasta 1945, cuando declaró la guerra a Japón y a
Alemania. La defensa de una posición de independencia en las decisiones políticas tuvo un alto
costo económico, pero estimuló el desarrollo de la industria nacional45. Las consecuencias de
su comercio con Alemania a raíz de este hecho también quedan en evidencia en la gráfica citada.
Fig. 8. Importaciones desde Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania (en cientos de millones de pesos corrientes).
Fuente: Vázquez Presedo, Vicente: "Aspectos de la vulnerabilidad económica de la Segunda Guerra Mundial", XII Reunión
anual de la Asociación Argentina de Economía Política, noviembre de 1977, Santos Rosa, Universidad Nacional de La Pampa.
La posición de la Argentina como exportador mundial ha ido variando en este siglo. En 1928
sus exportaciones representaban el 3,1%del valor total mundial, hallándose en el primer puesto
entre los exportadores de productos primarios y en el sexto lugar con respecto al total mundial. En
1980 dicha cifra se redujo al 0,4%, confirmando la pérdida de su posición relativa46.
La estructura que había adquirido el comercio mundial en la primera mitad del siglo XX,
caracterizada por el intercambio entre países agrícolas e industriales determinada por el esquema
de la división internacional del trabajo, cambia definitivamente luego de la Segunda Guerra
Mundial debido a las políticas adoptadas con respecto al comercio exterior por sus principales
intervinientes: Estados Unidos, la Comunidad Económica Europea y el Reino Unido. El primero
aplicó un régimen de precios garantizados, con lo cual aumentó su producción agrícola, y de
subsidios a la agricultura y a las exportaciones que le permitieron colocar sus excedentes en el
mercado internacional; de esta manera disminuyó la importación y está en condiciones de regular
el mercado mundial de granos mediante el dumping. La Comunidad Económica Europea adoptó
una política agrícola de autarquía mediante precios garantizados, libre circulación de bienes entre
los países miembros y gravámenes a las importaciones; así elevó la producción, redujo las
importaciones y se colocó en posición competitiva en el mercado internacional. El Reino
Unido concentró su comercio en los países del Commonwcalth, Estados Unidos y Mercado
Común Europeo; aplicó también una política de precios garantizados y gravó,las importaciones que
no vinieran de la Comunidad Britá-nica. Todo esto deja traslucir la estrategia adoptada por los
países industriales, que se basa en los objetivos: incentivar el intercambio de bienes
manufacturados entre los países industrializados, aumentar su propia producción interna de
bienes primarios y obstaculizar las importaciones de los mismos.47 De esta manera, los países
desarrollados cerraron el comercio mundial en torno de sí mismos compitiendo, además, por los
mercados con los productores de bienes agropecuarios, los cuales encontraban serias dificultades en
la expansión de su comercio exterior. Las consecuencias de todo este proceso llevaron a una mayor
integración entre los países industrializados y a una disminución de la participación de los menos
desarrollados, tal como demuestran las cifras citadas naja el caso de la Argentina.
La expansión del comercio internacional de posguerra se basó en el rápido crecimiento de las
exportaciones de manufacturas entre los mismos paitos industriales. La creación de la Comunidad
Económica Europea favoreció este proceso. Esta interdependencia creciente entre los países
avanzados se refleja en la composición del comercio, más concentrado en productos
317
manufacturados. Se configuró así un nuevo sistema de división internacional del trato con la
integración de los más avanzados, a través del intercambio de manufacturas, y la marginación de la
periferia48.
En este período las exportaciones muestran tres etapas en la evolución del ritmo de crecimiento de
su volumen físico (gráfica 9). Hasta 1961 puede ubicarse un primer período con crecimiento
moderado. Luego de un repunte en 1962, se inicia el segundo, donde predomina el estancamiento que
se prolonga hasta .1975, año en el cual se registra un muy notorio y sostenido aumento. Este
crecimiento en los volúmenes de exportación ha servido para incrementar nuestro poder de compra,
deteriorado por la evolución desfavorable en los términos del intercambio. De esta manera se
estableció una relación de interdependencia entre la producción agropecuaria y la producción
agropecuaria y la industria; aquella debía abastecer la creciente y diversificada demanda interna de
alimentos y materias primas, y generar excedentes exportables para tener capacidad de pago para
abastecer a la industria en expansión49.
Considerando cada uno de los tres rubros fundamentales de nuestras exportaciones, pueden
hacerse las siguientes observaciones en cuanto a la evolución de su volumen físico. Las de bienes
industriales no tradicionales, que se mantuvieron estancadas hasta 1960, crecen a un ritmo muy
superior a las demás y tuvieron dos desaceleraciones: en 1963-65 y en 1975. En cuanto a los
productores pecuarios, se destaca su estancamiento y su gran variabilidad, derivada de su vincu-
lación con el consumo interno y con las fases del ciclo ganadero. Se advierten las disminuciones por
fases de retención y, luego, los incrementos por liquidación ganadera. Los productos agrícolas
muestran un período de escaso crecimiento hasta comienzos de la década del 60 y luego de un
ritmo más acelerado permanecen detenidos en su expansión hasta 1975, cuando aumentan
bruscamente. En general todos los rubros van incrementando su volumen a partir de 1973. Un
estudio de CEPAL50 revela que, a partir de dicho año, gran parte del esfuerzo productivo se pierde
por el deterioro en los términos del intercambio. Al mismo tiempo, explica la estrecha relación que
hay entre las variaciones del volumen físico de las exportaciones y los ciclos de la economía. Du-
rante las fases expansivas de la economía, aumenta la demanda interna y se reducen los saldos
exportables, sobre todo én aquellas actividades que producen para elmercado interno como lo son las
carnes y los productos agrícolas no pampeanos. Las exportaciones de carnes han tenido caídas
absolutas en todas las fases expansivas del ciclo y han crecido rápidamente en períodos de li-
quidación ganadera que coinciden con recesión industrial, salvo la disminución de 1971 y 1973
cuando la recesión se superpuso con una fase de retención. La combinación de los factores que
influyen en el volumen exportado explica la variabilidad del mismo, en los períodos 1965-70 y
1974-75 hay que tener en cuéntalas dificultades de acceso al Reino Unido y al Mercado Común
Europeo. Fundamentalmente un factor externo es el disparador que inicia un nuevo ciclo ganadero.
Son los incrementos de los precios de exportación los que inducen a la retención.
En el comportamiento del volumen de las exportaciones de productos agrícolas pampeanos, la
variabilidad muestra menos correlación con las etapas de la economía. Han crecido en tres fases de
expansión del ciclo por buenas cosechas: en 1953-54; 1964-65 y 1974 y, en ciertos períodos
recesivos se han incrementado, no por reducción del consumo interno sino por coincidir con fases de
alto crecimiento en la tendencia de tales ventas.
El análisis de la estructura de las exportaciones por su valor (gráfica 10), muestra el continuo
decrecimiento de la participación relativa de los productos licúanos. Las carnes, que representan el
mayor porcentaje de las mismas, se destinan más al consumo interno, el cual, al ser relativamente
estable, traslada sus variaciones en la producción a los márgenes exportables, dándole gran va-
riabilidad a los mismos y a las exportaciones en general. El hecho de haber disminuido su parti-
cipación ha atenuado su influencia cíclica. Los productos agrícolas han mantenido su participación en
todo el período. Con éstos ocurre a la inversa que con las carnes, su producción va destinada en
mayor medida a la exportación, por lo tanto, son menos afectados por factores internos. Otro factor
determina su variabilidad; al ser productos estacionales han acentuado la estacionalidad de las
exportaciones.
318
Fig. 9. Exportaciones clasificadas por tipos de bienes 1953-1980. Evolución del volumen físico (índice base 1970 - 100):
319
En cuanto a nuestros mercados, siete países adquirieron, en 1950, el 70% de nuestras ventas. Ellos
eran los tradicionales compradores: EE.UU., Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Países Bajos y
Brasil. En la década del 70, éstos disminuyeron notoriamente su participación en nuestras
exportaciones, especialmente los industrializados, adquiriendo sólo el 45% de las mismas en
198051. Esto es indicativo de la diversificación del destino de las ventas ya que se ha incrementado la
participación de otros países entre los que se destacó la presencia de la URSS, en 1980, cuando se
integró con el 20% del valor de las exportaciones,
En cuanto a las importaciones, el estudio realizado por la CEPAL explica la gran sensibilidad de
las mismas con respecto al ciclo industrial: aumentan en las fases de expansión, las cuales finalizan con
saldos negativos en el, balance comercial, ello agravado por el descenso de exportaciones en tales
períodos. Una excepción fue la fase expansiva de 1963-65 que no terminó con déficit por el aumento de
las exportaciones debido a la buena cosecha de cereales. Los saldos positivos del balance comercial
se ubican, por lo tanto, en las fases de recesión industrial por disminución de las importaciones debido a
políticas restrictivas ante el descenso de las reservas monetarias, produ-cido por el aumento de las
importaciones en la fase expansiva anterior.
Fig. 10. Estructura de las exportaciones (1953-1980). (En porcentajes de su valor en dólares a precios corrientes).
Fuente: Naciones Unidas, CEPAL, ob. cit.
La evolución de las reservas internacionales se explica a través de los saldos del balance
comercial y del movimiento de capitales como factor adicional especulativo. Al final de las fases
expansivas de la economía, los saldos comerciales son negativos y los capitales se retiran. Esto
provoca crisis en la producción industrial que se halla generalmente asociada a problemas de
capacidad de pagos externos que empiezan a manifestarse al final de las fases expansivas. Las
limitaciones externas de pagos se transmiten al ciclo industrial ya que, ante la disminución de las
reservas, se toman medidas restrictivas que primero actúan sobre los bienes de capital y luego
320
Fig. 11. Estructura de las importaciones 1959-1980. (en porcentajes de su valor en dólares a pesos corrientes). Fuente:
Naciones Unidas, CEPAL, ob. cit. .
Los bienes de capital constituyen el segundo rubro en importancia. En ellos se nota la alter-
nancia de una mayor y menor participación en las importaciones de cada año, cuya explicación a
grandes rasgos se encuentra en párrafos anteriores.
Las importaciones de combustibles (petróleo y derivados) se caracterizan por su gran elasti-
cidad ya que su variación de año en año se relaciona con la compensación de faltantes en la
producción interna. La expansión de la misma en los años 1959-62 se manifiesta en la disminución de
la participación en las importaciones.
En cuanto a los bienes de consumo, exceptuando 1980, nunca han superado en este período el 4%
de las importaciones. Esto refleja la etapa industria! ya consumada en cuanto a estos bienes, por lo cual
han dejado de tener incidencia en el comercio exterior. En 1980 este rubro refleja las políticas
321
El saldo comercial es favorable, no tanto por mejora de las exportaciones, que muestran un
ligero ascenso pero a un ritmo muy lento, sino por la disminución de las importaciones. El descenso
de las reservas monetarias, debido al saldo negativo del balance comercial en los años anteriores, ha
obligado a restringir las compras, lo cual va acompañado por un marco de recesión industrial que
determina una menor demanda en las importaciones. El incremento de las reservas es fundamental en
un momento en que el estrangulamiento externo se manifiesta con extremo rigor como en el
presente. Es innegable el peso que significa la deuda externa para el balance de pagos, asi' como
también la importancia que tiene el balance comercial para hacer frente a las erogaciones que ori-
gina el pago de servicios financieros al exterior. La situación se ve agravada por el panorama que
presenta la evolución de nuestras ventas, afectadas por la caída de los precios internacionales, el
deterioro en los términos del intercambio y la situación adversa de los mercados de colocación de
nuestros productos.
Esto conduce a un panorama sombrío, dado que los saldos extemos en gran medida se utilizan
para el pago de servicios financieros. En 1975, éstos representaban un 14,5% del valor de las
exportaciones y en 1985 el porcentaje ascendió al 63,5%54.
En el quinquenio 1986-90'se nota una continuación de las tendencias ya apuntadas (cuadro 7).
El saldo comercial se mantuvo favorable, con un fuerte incremento hacia 1990 por ampliación de la
brecha existente entre importaciones y exportaciones. Estas tuvieron un notable aumento a partir de
1988 que fue simultáneo con el descenso de las importaciones.
CUADRO 7
Balanza comercial (En millones de dólares corrientes)
CUADRO 8
Evolución de las exportaciones (En % de su valor)
1989 1990
CONCEPTO 1985 1986 1987 1988 1989 Ene-set. Ene-set.
Productos
primarios 43,79 36,85 27,45 26,51 21,75 23,64 31,96
Manufacturas
de origen
agropecuario 30,92 39,21 44,43 43,17 42,00 41,85 37,14
Manufacturas
de origen in-
dustrial 18,37 21,72 26,56 28,73 33,13 31,56 25,27
Ene-set. Ene-set.
Combustibles 6,74 2,13 1.37 1,52 3,09 2,96 5,60
Sin clasificar 0,18 0,09 0,19 0,08 0,01 0,00 0,03
TOTAL DE
EXPORTACIONES 100,00 100,00 100,00 100,00 100,00 100,00 100,00
Fuente: Subsecretaría de Industria y Comercio. Boletín de Comercio Exterior Argentino, Nro. 36, enero-septiembre, 1990.
Las importaciones han descendido notoriamente desde 1987 (cuadro 9) y su principal com-
ponente lo constituyen las materias primas y bienes intermedios (textiles, industria de la madera, papel,
productos químicos, plásticos, caucho, minerales, metales, productos metalúrgicos, bienes intermedios
para máquinas y equipos, etc.). Las importaciones dependen del nivel de actividad del país por lo cual,
una depresión industrial implica retracción en las compras.
CUADRO 9
Evolución de las importaciones (En % de su valor)
1989 1990
CONCEPTO 1985 1986 1987 1988 1989 Ene-set. Ene-set.
Bienes de capital 15,84 11,73 14,71 14,51 14,85 15,22 13,82
Materias primas
y bienes intermedios 67,70 72,80 68,35 71,76 71,86 71,94 72,17
Combustibles y
lubricantes 11,90 8,85 11,29 9,19 8,66 8,67 7,96
Bienes de consumo 4,56 6,63 5,65 4,40 4,38 4,04 5,18
Sin clasificar 0,00 0,00 0,00 0,15 0,21 0,14 0,87
TOTAL DE
IMPORTACIONES 100,00 100,00 100,00 100,00 100,00 100,00 100,00
Fuentes: Subsecretaría de Industria y Comercio. Boletín de Comercio Exterior Argentino, N° 36, enero-septiembre, 1990.
En los primeros cinco meses de 1991 se produjo un importante aumento de las importaciones, como
respuesta a la política de apertura económica. Se trata, en su mayor parte, de bienes de consumo. El
objetivo de las mismas es la reducción de los precios internos pero, el peligro es el deterioro de la
industria nacional y la disminución del superávit de la balanza comercial.
En el ranking de exportaciones en 1990 figuran como principales compradores EE.UU., Brasil y
Países Bajos y, en el de importación, nuestros mayores abastecedores son EE.UU., Brasil y la ex
Alemania Federal.
Con los países integrantes de la ALADI (cuadro 10) la balanza comercial se mantuvo deficitaria en
1986,87 y 88. Dicha situación se revierte al incrementarse las exportaciones y disminuir las
importaciones. Brasil es el país miembro de la asociación con el que la Argentina mantiene el
comercio más voluminoso. El balance comercial bilateral fue deficitario para nuestro país en los años
1987 y 1988. Luego se revirtió por el mismo proceso explicado para la ALADI en general, se consiguió
aumentar las ventas y disminuir las compras.
CUADRO 10
Comercio exterior con la ALADI (En millones de dólares)
Año Exportaciones Importaciones Saldo
1985 1.485,5 1.298,6 + 186,9
1986 1.556,5 1.596,9 - 40,4
1987 1.314,0 1.724,5 - 410,
1988 1.767,9 1.774,5 5
1989 2.388,0 1.389,2 +
- 998,86,6
1990* 2.203,1 918,0 + 1.285,1
* Periodo enero - septiembre.
Fuente: Subsecretaría de Industria y Comercio. Boletín de Comercio Exterior Argentino, N°. 36, enero - septiembre, 1990.
NOTAS
4LEVENE, R., investigaciones acerca de la historia económica del Virreinato del Río de la Plata, en Tomo II de Obras de
Ricardo Levene, p. 163, Buenos Aires, 1962, citado por PUIGBO, Raúl, Historia social y económica argentina, la. Parte.
De la colonia a la inmigración, Editorial Esnaola, Buenos Aires, 1964.
5 PUIGBO, Raúl, Historia social y económica argentina, la. Parte, De la colonia a la inmigración, pp. 26-27, Editorial
Ksnaola, Buenos Aires, 1964.
7 PUIGGROS, R.: Historia económica del Rio de la Plata, Siglo XX, Buenos Aires, 1948.
8 FERRER, Aldo, En economía argentina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1975.
10 PARISH, Woodbine, Hítenos Aires y las provincias del Río de la Plata, Librería Hachette, Buenos Aires, 1958.
17 THOMAN, R. S. y CONKLING, E. C, Geografía del comercio mundial, Editorial Vicens Vives, Barcelona, 1972.
18 CORTES CONDE, Roberto, Hispanoamérica, la apertura al comercio mundial 1850-1930, Editorial Paidós, Buenos
Aires, 1974.
22 VÁZQUEZPRESEDO, Vicente, El caso argentino, migración de factores, comercio exterior y desarrollo, 1875-1914,
EUDEBA, Buenos Aires, 1979.
25DIEGUEZ, Héctor, "Crecimiento e inestabilidad del valor y el volumen físico de las exportaciones argentinas en el
período 1864-1963", Desarrollo Económico, N° 46, Vol. 12, julio-septiembre, 1972, IDES.
28 CAPUTO DE ASTELARRA, Sara, "La Argentina y la rivalidad comercial entre los Estados Unidos e
Inglaterra" (1899-1929)", Desarrollo Económico, V. 23, N° 92, enero-marzo, 1984, IDES. La autora toma las cuatro
grandes regiones económicas definidas por MAIZELS, Alfred, en Industrial Crowth and World Trade, National Institute
of Economic and Social Research, Cambridge University Press, Londres, 1963.
30CORNBLIT, O.; GALLO, E. y O'CONNELL, A., "La generación del ochenta y su Proyecto: antecedentes y
consecuencias", Desarrollo Económico, V. 1, N° 4, enero-marzo, 1962, IDES.
33O'CONNELL, Arturo: "La Argentina en la Depresión: los problemas de una economía abierta", Desarrollo Económico,
IDES, enero-marzo 1987, V. 23, N° 92.
36"Los capitales dejan de afluir, atraídos por los centros financieros de animada especulación" (BALBOA, U. ob. cit.).
"Los comienzos de la Depresión se remontan a 1928 y se deben al auge de Wall Street más que a su colapso".
(O'DONNELL, A., ob. cit.). Con esta expresión ambos autores coinciden con que la Depresión empezó antes en nuestro
país y no fue otra cosa que uno de los ciclos de nuestra economía, pero agudizado.
37 O'CONNELL, Arturo, ob. cit.
45VÁZQUEZ PRESEDO, Vicente, "Aspectos de la vulnerabilidad económica argentina durante la Segunda Guerra
Mundial", XII Reunión Anual de la Asociación Argentina de Economía Política, Facultad de Ciencias Económicas,
Universidad Nacional de La Pampa, Santa Rosa, 1977, publicado por el Instituto de Investigaciones Económicas de la
Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, en 1977.
46Sobre datos de KESMAN, Carlos V. y NAVAS, Oscar, "Estudio de la evolución del comercio mundial de productos
agrícolas en la posguerra y su influencia sobre la Argentina", Revista Estudios, año V, N° 22, abril-junio 1982, Instituto
de Estudios Económicos sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana.
50 NACIONES UNIDAS, "El sector externo: indicadores y análisis de sus fluctuaciones. El caso argentino", Estudios e
informes de la CEPAL. Santiago de Chile, 1982.
327
55 FIDE, "Perspectivas externas para la agricultura argentina". Coyuntura y desarrollo, Nros. 94 y 95,
junio y julio de 1986, respectivamente.
58TOTTI, Paulo, "El tratado de Asunción. Primer paso hacia la integración económica del Cono
Sur". En Comunicación, YPR, Buenos Aires, abril, 1991.
SEGUNDA PARTE
Geografía regional
Regionalización
331
REGIONALIZACION
JUAN A. ROCCATAGLIATA
Consideraciones
sin embargo, en los últimos años se nota un cambio positivo con nuevas perspectivas.
En efecto, el concepto de región es de sumó interés para el conjunto de la sociedad. Ello ha
llevado a que varias ciencias sociales se ocuparan del tema regional. La economía, la sociología y la
ciencia política han incorporado recientemente la dimensión espacial. No sería conveniente que la
geografía, que se preocupó primariamente por el tema regional y para el cual está teórica y
metodológicamente preparada, lo abandone en el preciso momento en que adquiere mayor relevancia
su estudio.
Para bien del tema y por cierto de la geografía, las nuevas corrientes del pensamiento ge-
ográfico y la coexistencia de varios paradigmas en el campo teórico de nuestra ciencia fortalecieron y
ampliaron el concepto y el método regional, aunque bajo enfoques diferentes basados en la
búsqueda de principios explicativos de carácter general.
Así prevalece la integración de superficies sobre el concepto de diferenciación areal, el de
espacio funcional o nodal sobre el de homogeneidad básica. La región es concebida entonces
como un sistema abierto en la interacción con el entorno. El acento se pone pues más en el núcleo que
en los márgenes ó límites, más en las funciones que en el marco natural e interesa la sociedad en
cuanto a su comportamiento espacial. Así la región, como espacio percibido y vivido, es el marco
adecuado para la investigación y la acción.
Nuevas ideas, modernos presupuestos metodológicos, y sofisticadas técnicas, algunas nacidas
en el seno de la revolución tecnológica, han vigorizado al viejo concepto regional.
Como quedó señalado en las líneas precedentes, una profunda transformación y una renovación
teórica y metodológica iniciada a partir de fines de la década del 50 afectó al concepto y al método
regional.
Al definir o al intentar definir la región se adopta una posición filosófica con respecto a la misma
geografía.
Lo esencial consiste en la búsqueda de principios explicativos generales que permitan inter-
pretar la organización de espacio y las estructuras regionales, concibiendo a la región como un
sistema espacial integrado, procedente de procesos comunes, aunque sin negar aquellas indivi-
dualidades que son el «gesto» particular de cada espacio diferenciado.
Todo ello en una diferente valoración del análisis regional, donde éste no se concibe como el fin mismo
de la geografía sino como una contribución en la dilucidación de problemas más complejos.
Así concebida, la unidad regional se basa en dos principios. Uno está referido a la uniformidad y
el otro a la cohesión o funcionalidad, aspectos que muchas veces se combinan y se traducen en
determinadas formas de organización.
Sobre estos conceptos parece existir bastante consenso entre los geógrafos (Civit, M. F. de;
1984) y sobre ellos nos hemos expresado en otra oportunidad.
Así, surgen dos tipos de regiones: las homogéneas o uniformes, también llamadas regiones
formales y las regiones funcionales o polarizadas, también denominadas nodales. Estos dos tipos de
regiones surgen del seno mismo de la geografía, apoyada en su teoría, en su método y sobre todo en su
modalidad operativa.
Tanto el concepto de región formal como el de región funcional son útiles en todas las etapas del
quehacer geográfico en la medida en que sean aplicados oportunamente.
Son útiles también para los propósitos de la investigación y por cierto de la enseñanza, pero
sobre todo para la acción.
Las regiones de planificación, en cambio, obedecen a objetivos políticos y, si bien su
identifi-cación no debe desconocer las bases geográficas, su diseño no responde a la teoría y a la meto-
dología de la geografía sino a las estrategias a seguir.
Las regiones formales obedecen a la concurrencia y a la conformidad entre varios fenómenos
La región de un nuevo proyecto del país; reflexiones sobre una convocatoria "por el país que queremos". (Boletín
Oficial, Re-pública Argentina, 4ta. Sección, 1985).
333
(Rey Balmaceda, R.; 1973, 1980). También a la homogeneidad generada por las condiciones na-
turales o por el tipo de actividades, o a una simbiosis de ambos.
También integra la concepción de región formal la repetición en un espacio determinado de
hechos heterogéneos que guardan estrecha relación entre ellos (Daus, F.; 1969-1982).
La personalidad de la región se percibe en el paisaje. En ese sentido Juillard sostiene: « [...] el
paisaje expresa, pues, el estado momentáneo de ciertas relaciones, de un equilibrio inestable, entre
las condiciones naturales, técnicas de transformación de la naturaleza, tipos de economía y estructuras
demográficas y sociales del grupo humano». (Juillard, E.; 1962).
La personalidad propia, individualizada pero comparable a las demás, donde se acentúa una
comunidad cultural —sentimiento de pertenencia y vivencia— ilutada de cohesión, estructurada por
estrechas relaciones, espacialidad funcional y jerarquizaron, son atributos propios de la región,
pero algunos de ellos anuncian la concepción funcional de la región.
Las regiones funcionales se basan entonces en principios de organización espacial superior: la
existencia de una red urbana; las jerarquías medidas en términos de actividades, población, ac-
cesibilidad; las redes y los movimientos constituyen el diseño básico. Aparecen como destacados los
mecanismos de funcionalidad, lo «invisible» de la geografía.
La región funcional responde a una polarización económica. Así, funcionalidad, vivencia y
comunidad de cultura se constituyen en los factores de la cohesión regional.
Basado en la vida de relaciones, el espacio funcional se expresa más por su centro nodal y las
redes que de él parten y convergen, que por los límites. Resulta significativo el papel de la metrópoli
regional, sus funciones y servicios, lo que permite dotar a la región de cierta autosuficiencia.
Según Juillard la región funcional es el último nivel en el que se encuentran y se coordinan las
diferentes fuerzas que intervienen en la vida económica y social del nivel nacional (Juillard, E.;
1967).
Dumolard a su vez sostiene que la región nodal es un sistema abierto y complejo. La estructura
regional es el estado interno de ese sistema. (Dumolard, P.; 1975).
La región se caracteriza entonces por las propiedades de sus lugares y por las relaciones entre ellos.
En consecuencia, los límites se establecen por medio de la identificación de las relaciones entre
ellos.
La aplicación relativamente reciente de la teoría general de sistemas a la geografía regional ha sido
un paso positivo. «Asimilando la región a un sistema —sostiene Dauphine— el geógrafo posee un
marco teórico formal». (Dauphine, A.; 1979).
Entre nosotros, Difrieri reconoció esa importancia y sostuvo que el verdadero fin del geógrafo es
orientar sus esfuerzos a la investigación adecuada de la estructura regional, más que al estudio analítico
de los elementos en sí. (Difrieri, H.; 1963).
La idea de estructura, sostiene Difrieri, «se corresponde con la de totalidad y comprende
además la idea de las relaciones entre las diversas partes de esa totalidad y la de la totalidad
misma».
La región es un conjunto espacial, es un sistema estructurado y dotado de cohesión y funcio-
nalidad.
En este sentido cabe recordar lo explicitado por Harvey cuando manifiesta que «el concepto de
función supone la noción de estructura, constituida ésta por un conjunto de relaciones entre uni-
dades, manteniéndose la continuidad de la estructura, mediante un proceso vital, constituido por las
actividades de las unidades constituidas». (Harvey, D.; 1969).
La comunidad cultural, la percepción de los habitantes del espacio habitado, la vivencia, el
comportamiento y la herencia social, son variables significativas en el análisis regional, lo que
contribuye a destacar los atributos de la regionalidad.
Para afirmar dichos rasgos, los geógrafos radicales consideran necesario poner el acento en los
criterios socioeconómicos, los que se convierten así en factores de diferenciación.
Ya sea que se aborde la problemática regional desde la homogeneidad o desde la heterogeneidad
de caracteres, con ello se tendrán dos caminos válidos para explicar e interpretar la organización
regional del espacio geográfico.
Por lo dicho, los conceptos de región formal y funcional no son antagónicos, al contrario, son
necesarios ambos para comprender cualquier porción de la superficie terrestre.
334
En un reciente trabajo Hart sostiene que las diferentes ramas de la geografía convergen
cuando intentamos entender un lugar, una región, y al respecto señala: « [...] nuestras ramas sis-
temáticas y las disciplinas afines deben supuestamente generar teorías acerca de procesos que nos
ayudarán a entender lugares, áreas y regiones. La geografía regional, a su vez, deberá su-
puestamente proporcionar una base empírica que permita probar ciertas teorías". (Hart, J.; 1982).
En síntesis, puede sostenerse que el concepto regional ha sido enriquecido en los últimos años y
existe con ello un marco teórico valedero junto a renovados métodos y técnicas que le permiten a la
geografía incursionar en un tema que siempre ha sido su principal preocupación.
Así en la reciente reunión de la Association of American Geographers, celebrada en Miami, uno de
los temas centrales de discusión fue la denominada «Nueva Geografía Regional». En esta
tendencia aparece la idea de considerar a las regiones como construcciones sociales (Murphy,
1989). Es decir, se considera oportuno enfocar las atenciones al contexto local, como la esfera
dentro de la cual la gente experimenta, explica y reconstituye escalonadamente las estructuras
sociales.
Según Murphy, es necesario interrogarse sobre: cómo la región llegó a ser una unidad espacial
socialmente significativa; cómo es percibida, vivida y considerada por sus habitantes y cómo ha
variado esa consideración en el tiempo. Para ello se propone el desarrollo dé una teoría social que,
incorporando la reflexión geográfica permita que los marcos regionales no estén tratados simplemente
como abstracciones espaciales o «dados a priori», si no que se penetre en las causas de su organización
y evolución. El concepto espacio-tiempo es culminante en este enfoque, atendiendo al significado del
proceso de regionalización.
Se trata en definitiva de la identificación de regiones como formaciones geográficas e históricas
socialmente significativas, que están transformándose constantemente.
Para Anne Gilbert, otra autora preocupada por estos temas, las tendencias de los últimos años en la
Geografía Regional, muestra tres aproximaciones al estudio de las regiones: la región como una
reacción a los procesos capitalistas; la región como un foco de identificación y la región como un
medio para la interacción social.
En rigor de verdad, son pocos los geógrafos que han ensayado estudios regionales desde estas
perspectivas, más aún si se desea presentar un cuadro completo del territorio de la República Argentina:
por esa razón, tratándose esta obra de un texto, se deberá recurrir a ciertos enfoques clásicos de la
geografía, que permita mostrar el conjunto de los cuadros regionales, aunque estos resulten ser un telón
de fondo (en el decir de Murphy), en el cual deberán insertarse los nuevos enfoques de la Geografía
Regional, con renovados interrogantes y perspectivas.
La aplicación del concepto regional al territorio de la República Argentina fue una tarea en-
cargada por destacados tratadistas; entre ellos es posible destacar a Daus (Daus, F.A.; 1968);
Difrieri (Difrieri, H.; 1958);Rohmeder(Rohmeder, (G.; 1943), Siragusa (Siragusa, A.; 1968); Chiozza
(Chiozza, E.; 1977) y Zamorano (Zamorano, M.; 1964). Algunos otros autores encararon divisiones
regional en de la Argentina, pero basados en criterios específicos, como la de Frenguelli (Unidades
morfológicas, 1946); Celestina García (Unidades climáticas, 1967); L. Parodi (Unidades fitoge-
ográficas, 1947); Cabrera (ídem. 1958); Galmarini y Raffo del Campo (Regiones geográficas desde la
dominante climática, 1966).
También hubo divisiones regionales realizadas con fines económicos, de desarrollo o planifi-
cación. Entre ellas deben destacarse las del Consejo Federal do Inversiones (1963); la del Instituto
Torcuato Di Tella (1960); la del Consejo Nacional de Desarrollo (1967).
En lo concerniente a las divisiones regionales para, el ordenamiento ambiental y territorial
pueden destacarse los trabajos de Chiozza (Chiozza, E., 1978); Roccatagliata (1976,1984) y de
Allende (Allende, H.; 1980).
Del análisis de las divisiones regionales basadas en el concepto de región geográfica, se deduce
que existen entre los autores, marcadas diferencias, a veces en la identificación de las regiones y la
335
mayoría de las veces en lo concerniente a la extensión espacial atribuida a cada región y a sus límites.
Salvo alguna que otra excepción, los autores no dieron el marco teórico previo a su tarea de
delimitación regional. En consecuencia, campearon diferentes criterios, no sólo en la identificación de
las regiones sino también en su denominación. Han faltado en general un mismo marco y un mismo
criterio para encarar cada tarea.
Por otro lado como el concepto de región es una abstracción, una teoría a los fines del pen-
samiento y de la investigación geográfica, es lícito pensar que han de existir tantas divisiones re-
gionales de la Argentina como geógrafos la encaren y en virtud de la diversidad de criterios que
sustenten.
En ese sentido nosotros no seremos una excepción a la regla y las divisiones regionales que se
encaran para la presente obra serán el resultado de la compatibilización de las ideas propias de cada
uno de los autores.
En las líneas precedentes se han delineado los principales rasgos que deberían caracterizar una
región geográfica; pero si se quisiera sintetizar en un concepto se coincidiría con Juillard en
sostener que «[...] la región está dotada de una cierta autosuficiencia, no en el sentido de una
autarquía económica sino en la medida que la mayor parte de los servicios y funciones más im-
portantes están representados en ella, de manera que la región es capaz de satisfacer la mayor parte
de las necesidades de sus habitantes al poseer su metrópoli, un poder de impulso y decisión, y al no
ser necesario recurrir al escalón superior más que en terrenos especiales o súper especializados».
(Juillard, E., 1967).
Si se admite el concepto transcripto y se lo aplica a la República Argentina surge la duda de la
posibilidad de individualizar autenticas regiones, pues no existen espacios regionales donde se
cumplan cabalmente los principios de regionalidad enunciados. Tal vez, y pasando por alto muchos
factores, se podría convenir que Córdoba, Mendoza, Tucumán y sus regiones inmediatas estarían en
condiciones de acceder medianamente a esos requisitos, y también lo estaría por cierto la región
pampeana.
Por otro lado es dable sostener que todo o gran parte del espacio geográfico nacional «es una
región» con cabeza principal en Buenos Aires (Roccatagliata, J. A.; 1984), pues un gran centro
sobredimensionado, con gran poder de atracción, impide el juego normal de la complementariedad y
la integración nacional.
Al querer diseñar una división regional del espacio geográfico argentino sosteniendo los prin-
cipios de uniformidad y de funcionalidad se presentan varios problemas que deben ser ponderados
adecuadamente. Las dificultades surgen con claridad, ya que debe admitirse que realizarla no es tarea
fácil, como, por ejemplo, que al intentar una delimitación regional no se debe esperar una
aceptación general en el ámbito geográfico.
Los problemas principales para encarar la tarea son de orden metodológico y de información por
un lado, mientras que por el otro las características que asume la organización del territorio
argentino, en término de su evolución y umbrales de ocupación, complican la situación.
En lo concerniente a la delimitación de regiones formales o uniformes el problema estriba en el
criterio a seguir y en la elección de la dominante, Esta tarea no es simple y, si bien los núcleos
regionales pueden establecerse con relativa simpleza, la cosa cambia cuando deben trazarse
límites.
Si se trata de regiones funcionales no todos los métodos y técnicas utilizados resultan apro-
piados para el territorio argentino. Por otro lado las técnicas más sofisticadas requieren un apoyo
estadístico basado en una información muchas veces Inexistente. En otras, la información disponible
no abarca todo el territorio nacional, al menos en el mismo nivel de desagregación. Esto torna
dificultosa la tarea de homologar los datos para el nivel nacional.
En lo atinente a la organización del espacio, aspecto culminante en las tareas de regionalización,
debe destacarse para el caso argentino el grado alcanzado y los umbrales que ello establece.
En efecto, se está ante un extenso territorio, de ocupación moderna, escasamente poblado por
336
una sociedad en desarrollo, con mutaciones socioeconómicas rápidas y con relativas posibilidades
tecnológicas y de inversión.
A su vez el extenso territorio se dilata en el extremo austral de América, en una posición ge-
ográfica periférica, marcada por un significativo desprendimiento y atravesado por una caracteri-
zada diagonal árida.
Todo ello ayudó a consolidar una centralidad política y económica que alentó la desigual dis-
tribución de la población, la gran concentración urbano-demográfica y económica por un lado y las
debilidades de las densidades por el otro.
La presencia de ciudades «metrópolis incompletas», la existencia de una red de transportes,
radial y centralizada y un movimiento convergente hacia el área central metropolitana, se alterna
espacialmente con los extensos espacios indiferenciados y la fragilidad en la epidermis fronteriza.
Es importante advertir que un territorio de más de tres millones de kilómetros cuadrados no
puede ser ocupado a pie firme por treinta y tres millones de habitantes. En consecuencia debe
aceptarse que todo lo expresado marca ciertos «umbrales» que deben ser ponderados adecua-
damente en el momento de identificar los cuadros regionales.
De algo se está seguro y es del error de considerar a toda la Argentina como una región y a
Buenos Aires como su metrópoli; también admitir que existen siete u ocho regiones en total equi-
librio y complementación. En cambio, debe admitirse que la estructura regional de la Argentina
muestra un cuadro regional variado y complejo pero con un grado de evolución y organización
espacial diferencial, con marcados contrastes, producto de las influencias de los condicionantes
esbozados en líneas generales.
Por esa razón, sostenemos que los conjuntos regionales constituyen sistemas de escasa
consolidación y complementariedad interregional con fuerte dependencia del área central.
organización humana del espacio, y desde esa dominante se deben interpretar todas las correlaciones
que generen finalmente un espacio conforme.
338
Las ciudades son significativas en las regiones formales, pero su gravitación no es exclusiva, pues
la actividad dominante y organizadora del espacio concentra sus funciones en las ciudades aunque a
veces éstas, por su posición geográfica en las zonas de contacto de diferentes actividades, adquieren
características polifuncionales o multifuncionales.
Por esa razón, a veces la región formal puede coincidir con la región funcional pero otras veces no,
sobre todo cuando la metrópoli regional se superpone a dos o más regiones uniformes.
Así concebidas, las regiones formales constituyen espacios homogéneos y continuos en las
actividades que las caracterizan, mientras las regiones funcionales se corresponden con espacios
heterogéneos y discontinuos.
Volviendo sobre las regiones geográficas formales y siguiendo los criterios esbozados prece-
dentemente se adopta la división regional de la Argentina diagramada en el cartograma adjunto
(Fig. 1).
En él se identifican las siguientes regiones:
Si bien el Gran Buenos Aires es parte del frente fluvial industrial del Plata-Paraná se la ha
destacado como una región urbana, en tanto los procesos de concentración política, económica y
demográfica generan un particular comportamiento y alientan procesos espaciales característicos de
las grandes aglomeraciones metropolitanas. Sus efectos sobre el resto del territorio argentino son base
de controvertidas opiniones.
A su vez el futuro de la región requiere de un esquema director que regule su desenvolvimiento y
una autoridad que lo rija.
2. La macrorregión pampeana
La macrorregión pampeana reconoce dos subespacios diferenciados que, tratados en sí,
constituyen verdaderos espacios regionales.
El primero (2.1) es el eje urbano industrial del Plata-Paraná. Lo dominante es él lo constituyen la
industrialización y la urbanización como procesos recíprocos espaciales que a partir de ciertas
ventajas iniciales (accesibilidad) gestaron un modelo de crecimiento acumulativo y circular. Ello
condujo a procesos de concentración urbana e industrial, complejidad en los servicios, centralización de
las decisiones y del esquema de circulación.
El fenómeno se sucede sin solución de continuidad desde el Gran La Plata hasta San Lorenzo y
junto con el área metropolitana de Buenos Aires conforman una megalópolis en gestación.
El segundo subespacio (2.2) corresponde a la pampa agroganadera, con industrias urbanas y
portuarias.
En este caso se trata de poner el acento en la organización agraria del espacio, producto de una
agricultura predominantemente cerealera, con ganadería refinada y actividades asociadas, que se
consolidó a partir del esquema agro-portuario que la afectó (Daus, F. A.; 1973) y que incitó,
aunque no en la medida de lo aguardado, a una suerte de integración agroindustrial.
La localización de las industrias fue y es urbana y portuaria y si bien se ha destacado como
unidad regional el frente fluvial del Plata-Paraná no se lo puede dejar de asociar a la pampa
agroganadera con la que guarda estrecha relación.
El fenómeno de las industrias urbanas y portuarias afectó, más allá del frente fluvial, a ciudades del
frente marítimo como Bahía Blanca, modernamente a Mar del Plata y en menor escala a
Quequén-Necochea. A su vez el interior de la región también sufrió el impacto desde Córdoba,
verdadera metrópoli regional del espacio mediterráneo argentino, hasta Río Cuarto, San Francisco,
Villa Marín, Pergamino, Olavarría, Tandil, etcétera.
En 1985 la provincia de Buenos Aires, por medio de la Gobernación, y la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires acordaron
crear el AMBA (Arca Metropolitana de Buenos Aires). Más tarde la Nación adhirió por medio del Ministerio del Interior.
339
3. Región agro-silvo-ganadera con frentes pioneros de ocultación del Nordeste y del Chaco
Existe una tendencia generalizada a denominar «Nordeste» a secas a la porción del espacio
geográfico que polariza el núcleo bipolar Resistencia-Corrientes.
Si bien se acepta ese principio, en este caso se destacan como dominante regional, las acti-
vidades agro-silvo-ganaderas, caracterizadas por la agricultura subtropical, la explotación forestal y la
forestación, y la ganadería de áreas subtropicales. El espacio regional muestra la presencia de frentes
pioneros de ocupación que van modificando, en forma paulatina, la organización del espacio.
Es cierto que los procesos que gestaron la ocupación fueron diferentes en ambas márgenes del
Paraná; por ello se ha destacado el subespacio chaqueño del mesopotámico septentrional.
4. Región de los paisajes heterogéneos con economía mixta del Noroeste argentino
Es por demás aceptada la región del Noroeste, aunque controvertidos sus límites como acaece con
toda región geográfica.
En el espacio que le concierne resultan relevantes tres hechos: la heterogeneidad de los paisajes,
la variada base económica y la carga de la herencia histórica con su impronta cultural en la población.
En el primer caso la complejidad natural muestra marcados contrastes, las montañas y las
llanuras, las altiplanicies desérticas y las sierras, los valles fértiles de climas diferenciados y los
valles y bolsones secos. La selva subtropical montana se da la mano con los arenales y no es
extraño encontrar que en este mosaico de paisajes naturales con sus variados recursos haya
prosperado una economía mixta —agrícola y ganadera, minera y forestal, turística e industrial—
que reconoce sus antecedentes en períodos lejanos de la historia.
A su vez conviven modos de vida diferentes, que incitaron, junto a las distintas producciones, a
gestar un incesante tráfico e intercambio, para lo cual se prestó el dispositivo natural de valles y
quebradas sobre los cuales el hombre trazó los modernos medios de circulación.
La región desborda hacia el naciente con nuevas actividades, mientras coexisten la gran mi-
nería con la actividad pirquinera; el tallado manual de metales con la acería moderna; la agricultura de
subsistencia con los complejos agroindustriales; el riego en terrazas a partir de obras «caseras» con los
grandes emprendimientos hidroeléctricos.
Todo ello gesta una personalidad regional, enraizada aun más en la historia y en los valores
culturales que atesora su población.
La organización del espacio a partir de la agricultura bajo riego, con la presencia predominante de
los viñedos, es el punto de partida para comprender a la región de Cuyo.
Los oasis ricos, gestados al pié de la montaña, se nutren de los caudalosos ríos que de ella
bajan y sin los cuales su existencia sería improbable.
Este fenómeno genera una suerte de cohesión oeste-este —por medio de los ríos— entre la
cordillera, la precordillera y la planicie que se dilata hacia el naciente. Ello produce una articulación
entre espacios heterogéneos. En el contacto entre ambas se estructuran los oasis, en medio de los
cuales surgieron las grandes ciudades. Estos oasis se articulan en el sentido norte-sur, dando así
unidad funcional a espacios homogéneos.
Si bien la agricultura, la industria asociada y los oasis prohijados por ella son los hechos signi-
ficativos, en términos de organización del espacio otras actividades se asocian con peso significa-tivo:
la minería, el petróleo, el turismo. Son los núcleos diversificados y asociados a ellas.
En resumen, se trata de una región histórica, que en este caso abarcaría a San Luis, pero
moldeada geográficamente a partir del espacio vitícola de los oasis (Zamorano, M.; 1974) y con
rasgos acabados de funcionalidad por influencia de su jerarquizado sistema de ciudades.
Los límites varían en función de la ponderación de cada uno de estos aspectos.
340
6. Región de los núcleos económicos fragmentados de las sierras pampeanas, con oasis pobres y
economía de subsistencia.
Se trata de un espacio muy controvertido y que puede perder su unidad en la medida que
porciones de él se adscriban funcionalmente a regiones colindantes.
Pese a ello existe en todo el espacio diferenciado una uniformidad del marco natural con sus bases
y limitaciones, las modalidades que asume la ocupación humana y el grado de desarrollo alcanzado.
El paisaje sierripampeano está compuesto por sierras, valles, llanos y bolsones, por los cuales los
asentamientos humanos se muestran como núcleos económicos fragmentados con escasas
interrelaciones y estrechamente ligados al medio. Los oasis, inversamente a lo acaecido en Cuyo, son
«pobres» (Daus, F. A.; 1953); pobres por sus menguados recursos hídricos, pobres por su escasa
actividad económica en el límite de la subsistencia y pobres por las formas y calidades de vida de sus
habitantes.
Si bien algún asentamiento escapa, en parte, a este rígido esquema, La Rioja, Chilecito, San
Fernando del Valle de Catamarca, etc., no alcanzan para borrar la imagen que preside la caracte-
rización regional.
Sin duda, desde una perspectiva históricocultural y funcional, ciertos subespacios pueden
adscribirse a regiones vecinas. La gravitación de Tucumán, Mendoza y Córdoba se hace notar en este
sentido.
7. Patagonia, un medio duro, dominio de ovejas, con focos pioneros de ocupación e industrias
promovidas.
Al Sur del Río Colorado se dilata la Patagonia, aunque el límite Norte puede extenderse en una
franja de transfiguración que abarque el Sur de las provincias de Mendoza, La Pampa y Buenos
Aires.
La característica de espacio de ocupación pionera es el sello característico, hecho gestado en un
medio duro, dominio de ovejas (Capitanelli, R. G.; 1983). En verdad la extensión patagónica se
encuentra dominada por las formas aterrazadas, secas y agrestes, barridas permanentemente por los
vientos del oeste y que culmina al naciente con un litoral no muy articulado,de altos cantiles, amplias
mareas y escasa accesibilidad.
Los resplandecientes paisajes cordilleranos, al Oeste, no invalidan lo anterior, pues se trata de una
pequeña faja y con ciertas discontinuidades.
La Patagonia agreste y pastoril es «el dominio de las ovejas», con asentamientos dispersos. Sobre
ese escenario aparecen los focos pioneros de ocupación, los grandes valles irrigados, las áreas
petroleras, gasíferas, o mineras; los focos turísticos, agrícolas o forestales y los puertos del dilatado
litoral.
En este caso también deben destacarse las ciudades, algunas de crecimiento sostenido —
Neuquén, Bariloche, Trelew, Comodoro Rivadavia, etc.—, muy relacionadas con la industriali-
zación moderna, producto de los regímenes de promoción, hecho que afectó singularmente a las de
Tierra del Fuego.
La Patagonia no tiene unidad funcional gestada por un armazón urbano. En este caso debe
diferenciarse una Patagonia septentrional organizada alrededor del Alto Valle del Río Negro con una
estructura locacional más apropiada y una Patagonia meridional, minera y pastoril, con industrias
promovidas y en donde las ciudades recién comienzan a organizar tímidamente sus espacios
circundantes.
Todo lo indicado son hechos relevantes que afirman la regionalidad de la Patagonia, aunque ésta
no resulte ser, en sentido estricto, una región de compleja organización.
341
En la geografía campean dos tendencias con respecto a la regionalidad de los espacios marítimos.
La primera de ellas consiste en adscribir los mismos a las regiones colindantes. En este sentido es
lícito hablar de un mar argentino pampeano y de un mar argentino patagónico.
La segunda tendencia se relaciona con la aplicación de los criterios de identificación de regiones
uniformes a los espacios marítimos, diferenciando en ellos subespacios, a partir de las características
oceanográficas, recursos específicos, actividades dominantes y apoyo costanero.
En este caso, primero debe considerarse a todo el mar argentino como una región. Esto es lo que se
sostiene en esta obra, pero se va más allá al considerar como unidad regional a los espacios marítimos
con sus islas y con la Antártida Argentina.
Lo esencial en ello lo constituye el gesto de la sociedad, caracterizado por reivindicar una
pertenencia nacional, permanentemente y con presencia física ininterrumpida en ciertos subespacios
cuestionados, como acaece con las Islas Malvinas, apropiadas ilegítimamente por el Reino Unido de la
Gran Bretaña y el territorio antártico, sometido a las cláusulas del Tratado Antártico.
Las potencialidades actuales como los recursos vivos, las posibilidades energéticas, y los re-cursos
de expectativa como los hidrocarburos, los nódulos polimetálicos, afirman una personalidad sostenida
aun más por la inquebrantable voluntad del hombre argentino de concebir una Argentina continental en
total simbiosis con una Argentina marítima.
Finalmente, y en lo concerniente a las regiones geográficas formales debe advertirse que la
nominación adoptada, diferente y por cierto más extensa que la habitual, responde a la idea de que dichas
denominaciones deben reflejar la aplicación de un mismo criterio, en este caso el que se corresponde
con las características geográficas que dan personalidad definida a cada región, en términos de
organización espacial.
La identificación de las regiones funcionales está estrechamente relacionada con la consideración
del sistema urbano, lo que permite explicar e interpretar el funcionamiento de un territorio. En
consecuencia, tal consideración implica no sólo las ciudades sino también los vínculos entre ellas,
constituyendo el conjunto una malla de densidad variable y con una extensión diferencial sobre el
espacio geográfico.
Al ponderar las ciudades se hace referencia a su población, funciones, jerarquías, los vínculos que
entre ellas establecen las redes y los movimientos.
A su vez, la expresión espacial de las funciones urbanas en términos de afluencia e influencia
delimitan las regiones nodales o funcionales.
El sistema urbano cumple su función como tal en la delimitación de regiones funcionales
cuando los centros que lo integran entran en interacción y dependencia, generando un equilibrio en el
sistema.
Las redes y sobre todo los flujos dan sentido a la articulación y a la organización del espacio.
El cartograma adjunto (Fig. 2) muestra a modo de hipótesis de trabajo la diagramación de
espacios nodales para la Argentina, sobre la base del mapa de áreas de atracción propuesto por Mazeris
y Serer en virtud de la aplicación del modelo teórico de Reyly, aplicado a la distribución de las ciudades
de más de 90.000 habitantes en Argentina (Mazeris, M. B. de y Serer S. S. de; 1984). El mismo tiene
presente el concepto de que la región nodal de un centro depende de una combinación de factores,
entre los que se destaca el tamaño de la ciudad y la distancia que la separa de otros centros
competidores.
El cartograma resultó de la aplicación de criterios como los enunciados en líneas precedentes, lo que
permitió modificar levemente el citado oportunamente.
El resultado está relacionado con las características del sistema urbano argentino de morfología
concentrada , niveles jerárquicos altamente desequilibrados , con unidad funcional radioconcéntrica y
centralizada y de estructura territorial variable (Roccatagliata , J.A. , 1984) .
En consecuencia los subsistema (regiones funcionales) son de escasa consolidación , leve
interdependencia entre si, gran dependencia del área central y precarias relaciones con el entorno.
Las regiones funcionales identificadas lo fueron bajo un mismo criterio pero no responden a una
misma escala.
342
En efecto, a una escala similar pueden ser identificadas regiones formales, pero no así fun-
cionales. Como ejemplo puede tomarse el caso de Córdoba y el de Comodoro Rivadavia con sus
respectivas regiones. La extensión, la densidad poblacional y las actividades presentan diferencias
significativas sin grandes relaciones entre sí.
Ello se explica por el grado alcanzado en la organización del territorio, la diferencial ocupación y
articulación del espacio nacional, los niveles de desarrollo, los condicionamientos naturales y la
influencia de todo ello en la estructuración de los sistemas políticos, urbanos, socioeconómicos y de
circulación.
La identificación de ciudades, «metrópolis regionales», permite dibujar los espacios depen-
dientes, tal como se aprecia en el cartograma mencionado.
Si bien los límites fueron dibujados con cierta precisión constituyendo un conjunto de regiones
contiguas, en realidad los espacios nodales se sobreponen en el área central, aun con intensidad
variable, y pierden contigüidad al alejarse de ellas, mostrando la presencia de extensos espacios
polivalentes como acaece en el Chaco occidental, la Puna, la Patagonia y ciertos parajes de las
sierras pampeanas y los ambientes cordilleranos.
Volviendo a la división regional adoptada puede sostenerse que las grandes y medianas ciu-
dades de la Argentina gobiernan áreas de influencia de extensión relativa: a su peso propio en
términos de rango-tamaño y a la competencia espacial con otros centros en función de la distancia que
los separa.
Es así como se explica que la región de Comodoro Rivadavia resulte ser más extensa que la de
Tucumán. También debe ser admitida la diferencia de escalas.
Tratando de relacionar el mapa de regiones formales con el de regiones funcionales se puede
señalar que:
Si a la región de Tucumán se le adiciona la de Salta - Jujuy y la de Santiago - La Banda se
llegaría a diagramar el Noroeste argentino. En este sentido habría que demostrar que existen re-
laciones de interdependencia entre los centros que eleven a Tucumán al rango de metrópoli re-
gional.
Algo similar ocurre en el Nordeste donde a la región organizada por Resistencia-Corrientes, se le
agrega la de Formosa y la influenciada por Posadas.
En el caso de Cuyo aparece clara la primacía de Mendoza, la que excede el espacio vitícola de los
oasis y se extiende, abarcando, casi en su totalidad, la región histórica y aun el Noroeste de La Pampa.
Resalta en forma significativa la presencia de una región mediterránea, liderada por el Gran
Córdoba que se dilata a través de espacios heterogéneos, pampeanos y sierripampeanos.
La región pampeana tiene una natural metrópoli regional: Buenos Aires. Pese a ello es inte-
resante destacar la fragmentación de regiones nodales, subregiones —si se admite la figura mayor de
la pampa— que gestaron las grandes ciudades como el Gran Bahía Blanca, Mar del Plata, el Gran
La Plata, el Gran Rosario, el núcleo bipolar Santa Fe-Paraná y Concordia en la franja del río Uruguay.
La Patagonia se va definiendo en una porción septentrional polarizada por el eje urbano del Alto
Valle: Neuquén, Cipolletti; General Roca y Villa Regina, y una porción meridional a merced de
Comodoro Rivadavia.
Debe destacarse sin embargo que el crecimiento acelerado y el cambio del rol funcional de
Bariloche se hace sentir como un espacio nodal diferenciado.
Si se incorporaran al presente mapa las ciudades menores, que en el Norte del país no cam-
biarían la situación pero sí que lo harían en el Sur, probablemente en el caso de la Patagonia sería
factible identificar tres espacios nodalesmás. En primer término el de Carmen de Patagones-
Viedma que disminuiría la gravitación de Bahía Blanca hacia el sur; luego el concerniente a
Trelew-Puerto Madryn-Rawson que haría lo propio con respecto a la influencia de Comodoro
Rivadavia hacia el norte y, finalmente, Río Gallegos que con su propia gravitación achicaría la
región de Comodoro hacia el sur, quedando más cerca el verdadero cuadro regional patagónico.
343
344
A su vez los límites podrían precisarse aun más si se considerara a los centros con menor
cantidad de habitantes, es decir, por debajo de los 50.000 habitantes.
De todos modos esto resulta una hipótesis valiosa para trabajar, contrastada con las regiones
geográficas formales.
Las bases metodológicas para el estudio de las regiones resultan ser muy variadas, ya se trate de
un análisis regional destinado a comprender e interpretar las regiones, o de establecer un diagnóstico
para actuar en ellas.
Varios autores se han expedido sobre el tema. En la presente ocasión parece oportuno dejar
planteados algunos aspectos que serán seguidos en el análisis regional de la República Argentina, pero
teniendo presente que si bien todas las regiones obedecen en su conjunto al principio de
organización espacial procedente de procesos comunes, cada una tiene su propia individualidad, lo que
hace variar la perspectiva metodológica.
Pese a ello, y siguiendo lo aconsejado oportunamente por Zamorano (Zamorano, M.; 1985),
pueden ser planteados como valederos los siguientes pasos:
●Presentación global: anticipo de la región y del desarrollo analítico posterior, con inclusión
de hipótesis de trabajo. A su vez deben ser elegidas las fuerzas dominantes (energía) que actúan en
el sistema.
●Proceso de ocupación del suelo: con referencia especial a la difusión de las caracterís-
ticas del poblamiento, la densidad de ocupación como así también a las características es-
pecíficas de la población. Todo ello en relación a las condiciones naturales, las cuales deben ser
introducidas con sentido de oportunidad en temas posteriores a medida que resulte necesario.
●Funcionalidad y dinamismo: Ello debe prestar especial atención a las redes de comuni-
caciones y de transporte en sus formas, densidades, análisis topológicos, intercambio, etc. Otro
ítem significativo lo constituye la escala intraurbana. En ese contenido corresponde analizar la
ciudad en su medio geográfico. Posición y sitio son dos alternativas para interpretar la ciudad en el
espacio y la ciudad como espacio diferenciado. Las funciones, jerarquías, escala interurbana
(tamaño, equipamiento, integración regional) son aspectos a tratar junto con la estructura urbana
y el uso del suelo.
El sistema regional puede presentarse globalmente según el siguiente esquema, en el marco del
cual se esbozarán las consiguientes hipótesis de trabajo.
345
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347
La región metropolitana
de Buenos Aires, una
desproporcionada
concentración
350
Para describir este proceso se recurrirá a la diferenciación en períodos según los cambios in-
troducidos en el uso de las distintas tecnologías de transporte, siguiendo los patrones descriptos
por Borchert5 para las ciudades norteamericanas.
De acuerdo con la expansión de la ciudad de Buenos Aires, centro neurálgico de la región, se
diferencian tres períodos en el proceso de conformación espacial: 1) del transporte de tracción
animal (1580-1864); 2) del transporte ferroviario (1865-1929) y 3) del transporte
automotor (1930-actualidad).
352
La región pampeana —el área del país más favorecida para el desarrollo agropecuario con
saldos exportables acordes con la inserción en el sistema económico mundial—, hinterland de
Buenos Aires y receptora inmediata de las innovaciones y de los inmigrantes europeos, creció más
rápidamente que el resto del territorio. Se dio así el gran empuje para poner en funcionamiento el
circuito de la concentración, que se retroalimenta a sí mismo y produce más concentración.
El ferrocarril, con más densidad viaria en la pampa, estructuró un circuito de alta complejidad de
intercambios, restringido prácticamente al área nuclear.
Buenos Aires, inserta en el nivel urbano mundial, fue el foco de difusión de las innovaciones que
penetraban en el territorio con mayor velocidad a lo largo de los corredores urbanos formados por el
ferrocarril.
La captura de nuevas líneas de actividad o de recursos en la escena nacional dejan sus re-
gistros en el carácter y la estructura de la ciudad nueva o en crecimiento6.
En este período la metrópoli basó su crecimiento en la expansión suburbana radial sustentada en
la posibilidad de desplazamientos diarios por ferrocarril y tranvía.
Los ferrocarriles de larga distancia, paralelos a los antiguos caminos, determinaron la estruc-tura
radial básica de la aglomeración, pero hacia 1890, con la aparición de los servicios suburbanos y los
tranvías, se consolidó la disposición radioconcéntrica.
Con el ferrocarril aumentó la velocidad de las interacciones y la magnitud de los flujos. El
lapso de un día que se tardaba en carreta, para unir Buenos Aires con Tigre, a partir del ferrocarril se
redujo a algo más de 90 minutos.
Se configura la aglomeración con forma estrellada. Las viviendas fueron constituidas una tras otra a
lo largo de los ejes preferenciales de crecimiento a la manera de los brazos de una estrella7.
Con el desarrollo ferroviario se produjo la absorción de los núcleos poblacionales periféricos y
la expansión en banda de extensión axial que dejó de lado a los intersticios subdesarrollados.
Luego, la expansión dendrítica, como consecuencia del complemento tranviario y colectivo y a
modo de prolongaciones a partir de los nodos ferroviarios, comenzó su rellenamiento de baja
densidad y aglutinación de tierras8.
La estructura urbana se complejizó. Sobre la antigua estructura concéntrica se sobreimpuso
una radial que organizó sectores. El sector residencial con población de altos ingresos se extendió a
lo largo del eje Norte en los pueblos y quintas de veraneo y de fin de semana, y el núcleo industrial
del Sur se extendió donde Avellaneda hasta Quilmes.
La desaceleración del ritmo en el crecimiento de la población del Gran Buenos Aires, hasta el
registro de 1980, indica el posible cumplimiento de una función temporal sigmoidea con tendencia
asintótica.
Un crecimiento relativamente menor en cada nueva década supone el paulatino estancamiento
del hecho urbano, que, una vez llegado a su máxima expansión en coincidencia con el punto de
inflexión máximo positivo de una curva de crecimiento, marca el momento inicial de su declinación
urbana.
La metrópoli nacional saturada necesita intentar la dispersión de algunas de sus funciones. La
dinámica interurbana se lo facilita.
Como señaló Difrieri «la ciudad nuclear necesita derivar a otras ciudades funciones simples o
relativamente complejas, pero que se encuentran en niveles inferiores de emergencia»11.
La declinación urbana de un área metropolitana se .manifiesta entre otros hechos en.la pérdida
de población de la ciudad principal pesar del incremento constante de la edificación, en la dismi-
nución de la densidad de población en el centro comercial y financiero de la metrópoli, en el des-
plazamiento espontáneo o dirigido— de la industria hacia la periferia del área metropolitana o hacia
centros urbanos menores próximos, en el constante crecimiento relativo de las actividades tercia-rias
y en los mayores costos de las comunicaciones y de la energía12.
354
Configuración territorial
En este agrupamiento relacionado con la periferia del área metropolitana quedó incluida La
Plata con la cual forma una conurbación, pero que por su individualidad y autonomía no está in-
corporada a la aglomeración de Buenos Aires24.
El grupo 4,en correspondencia con la periferia de la región metropolitana, donde el aumento de la
distancia hace variar negativamente las interacciones y los intercambios diarios, forma una franja
concéntrica continua y homogénea sólo interrumpida al Sudeste por La Plata.
La configuración territorial obtenida a partir de las variables consideradas en la medición de
laconcentración económica, social y cultural y de los cambios en el crecimiento, permite definir una
estructura básica concéntrica.
357
Crecimiento
Con la proporción de población que en 1980 resultaba del crecimiento 1970-80 y la proporción de
viviendas con una antigüedad menor a 10 años en 1980 se manifiestan los cambios espaciales
resultantes de la concentración poblacional. En tanto, con las variaciones 1974-85 en el personal
ocupado en industria (POI) y en comercio y servicios (POCS) se expresan los cambios resultantes de la
concentración funcional.
La ciudad central pierde población. El área consolidada que la rodea y que conforma el núcleo de
la región suma bajas proporciones como resultado de su progresiva saturación, mientras que, casi en
coincidencia con la periferia del área metropolitana se registra la posición de la onda de expansión
urbana (Cartograma 2).
358
Teniendo en cuenta que el crecimiento de una región metropolitana tiende más a un funcio-
namiento basado en centros especializados dispersos que a una congestión de funciones en una masa
urbana de extensión continua, cabe pensar que éste es también el patrón que sigue Buenos Aires.
Funcionamiento
Las múltiples funciones concentradas en la región metropolitana se localizan en su territorio,
estructurando su funcionamiento.
Mediante el cociente de concentración predominante, CP= , donde xi e yi, son los valores de las
variables en la unidad territorial i, y x e y son los valores totales del conjunto territorial de referencia,
se manifiesta en la región y dentro del sistema comparativo nacional el funcionamiento resultante de
su concentración económica, social y cultural25.
360
El estrato social «inferior» predominante (población en hogares con necesidades básicas in-
satisfechas/población total) conforma en cambio un patrón espacial nucleado (Cartograma 7) en el
borde del área metropolitana; en correspondencia con la franja de mayor crecimiento poblacional
1970-80 y con la banda de predominancia de empleados u obreros.
Ambos patrones.se ajustan en una configuración espacial concéntrica donde se superponen un
sector residencial de estrato social «superior» en el núcleo consolidado y núcleos de pobreza pe-
riurbana en la amplia banda donde predominan empleados u obreros, en la periferia del área me-
tropolitana caracterizada por la industria y su zona de expansión.
Integración
El alcance de las interacciones económicas y de población entre las unidades territoriales periféricas
y la ciudad central expresa la integración del espacio metropolitano, marco de los problemas de
congestión y dispersión.
La magnitud de los flujos describe su inversa a la distancia-tiempo expresada por las líneas
isócronas (Cartogramas 9 y 10), y la densidad de población residente (Cartograma 11) enmarca los
problemas de congestión en la ciudad central y de dispersión en la periferia.
En el sector-Norte, donde predomina el estrato social «superior» y una buena accesibilidad, se
distinguen los mayores flujos de automotores y de trenes.
366
Los principales flujos radiales canalizados por los ejes Norte, Noroeste, Sur y Sudeste expresan el
dinamismo que con dirección preferencial noroeste-sudeste afecta al núcleo.
La ciudad central con una densidad bruta de población de 147 hab./ha, que discriminada
alcanza valores máximos próximos a los 2.000 hab/ha en el Barrio Norte, introduce el problema de la
congestión en el núcleo que en horarios diurnos alcanza valores incalculables.
La masa humana que cotidianamente se mueve con sincronización en el Centro es una evidencia
de la complejidad alcanzada por la ciudad. Esta masa necesita un espacio disponible que obliga a
multiplicar su explotación y a expulsar habitantes hacia la periferia, retroalimentando los flujos.
La dispersión adoptó una muy baja densidad bruta de población urbana que oscila entre 7 y 104 hab/ha,
con picos próximos a los 250, que exige una provisión de infraestructura y servicios con alto costo.
367
Buenos Aires, la ciudad «porteña» que da cohesión al espacio metropolitano y regional, no es sólo
un hecho para la abstracción disciplinaria. Es el espacio de sus habitantes, cambiante, heterogéneo,
reflejo de la sociedad que la constituye.
Simultáneamente cosmopolita y provinciana, los hombres de los circuitos internacionales co-
habitan con aquellos que aún «se sientan en la vereda» de sus casas. Pero rara vez manifiestan una real
pertenencia; si alguien la critica probablemente la defiendan casi ciegos aunque cotidianamente el
espacio compartido un ascensor o una plaza —sea «tierra de nadie», donde des-aprensivamente se
tiran papeles o basura.
El «tiempo» es la riqueza que más acapara el habitante de Buenos Aires. El empleo disfrazado, el
subempleo y los magros salarios de una población altamente dependiente del sector público obligan
a consumir relojes; la distancia en tiempo es la única que existe. La complementación de trabajos y la
combinación de transportes conforman los términos de una ecuación alienante.
La masa humana incrementa y complejiza el funcionamiento de la ciudad entre las 7.00 y las 20.00
a un nivel de congestión sobrehumano. Pero la ciudad no languidece por las noches. Los
entretenimientos sustentan el dinamismo nocturno de un Centro todavía bastante seguro para sus
habitantes.
Cualquier cambio se difunde con facilidad. En su «subconsciente colectivo» la sociedad tiene
latente una función lineal del «progreso», con el «cambio» por constante y el «tamaño» por variable.
La ciudad parece no tener historia, es difícil percibir su núcleo hispánico. ¡Es mal fácil
identificarlo a través de su funcionamiento, planificado por las leyes de Indias, que por la edificación!
Es una ciudad donde el diseño urbano es armónico en reducidas áreas afrancesadas, angli-
canizadas o americanizadas de acuerdo con las modas urbanísimas que han influido en nuestra
sociedad, donde la mayor parte del espacio es casi un inarmónico diseño urbano, donde alternan
caóticamente estilos y materiales de viviendas multifamiliares en altura con viviendas unifamiliares de
una o dos plantas.
La «city porteña», el centro generador de las pulsaciones urbanas, responde físicamente a
cualquier criterio de uniformidad generalizado en las principales metrópolis mundiales. El cambio
constante y la magnitud de la edificación nueva, desprovistos de las mejoras en la infraestructura y los
servicios, da como resultado dos elementos permanentes en el paisaje: las reparaciones o agujeros
secuenciales, y una enmarañada red de cables aéreos actualmente en proceso de cambio por unos
«estéticos» cables colgantes de fibras ópticas.
La adaptación característica del habitante de Buenos Aires se manifiesta en la creación de un
medio, la ciudad, donde las funciones nuevas pueden adaptarse a cualquier espacio arbitrario. Lo que
está se adapta o si no se echa por tierra, la consigna es mejorar la «calidad de vida» y construir una
ciudad «moderna» aunque más no sea en apariencia.
En este medio urbano, el más dinámico del país, conviven intrincadamente los problemas del
desarrollo y del subdesarrollo.
El detallado análisis desarrollado por Ricardo Gómez Insausti, casi en nada parece modificarse, en
particular en cuanto a las condiciones frente a otras Áreas Metropolitanas, sus características históricas
(Proceso de Conformación Espacial), y el peso relativo de los aspectos característicos (Configuración
Territorial). Pero si parecen modificarse algunos rasgos de escenarios, futuros, debido a
encontrarnos inmersos en un proceso de cambio cualitativo: el impacto de las políticas vigentes; que
como transición son definidas como de ajuste de la estructura económica (reconversión industrial, y
reinserción en la economía internacional) y políticamente como de tránsito por caminos de
democratización y descentralización en el rol y organización del Estado, tanto Nacional como
Provincial.
369
El coordinador agradece, al Arq. Planif. Manuel LUDUEÑA, su contribución en la conclusión agregada, por encontrarse el autor
fuera del país.
370
NOTAS
1
RANDLE, P. H. et al. Algunos aspectos de la geografía humana de Buenos Aires. Anales de la Soc.
Arg. de Est. Geográficos. GAEA. Bs. As., GAEA. 1969, XIII, pp. 213-271 (p. 247).
2
DAUS, F. El ámbito pampeano. DIFRIERI, H. (Dir.) Atlas de Buenos Aires. Municipalidad de la
Ciudad de Bs. As. I, pp. 21-39 (p.27).
3
COLBY, C. "Centrifugal and Centripetal Forces in Urban Geography". Annals of the Association of
American Geographers. 1933. March pp. 1-20.
4
ISARD, W. Location and Space-Economy. New York, The M.l.T. Press & John Wiley. 1960. 350 p.
5
BORCHERT, J. R. "American Metropolitan Evolution". Geographical Review. 1967. 57(3) July pp.
301-332.
6
PERLOFF, H. S. et al. Regions, Resources and Economic Growth. Baltimore, John Hopkins Press.
1960. 716 p.
7
BEAUJEU-GARNIER. J. y CHABOT, G. Tratado de geografía urbana, Barcelona, Vicens-Vives.
1970. 587 p. (p. 262).
8
HARVEY, R. & CLARK, W. A. The Nature and Economics of Urban Sprawl. Larry S. Bourne (Ed.)
Internal Structure of the City. Rcadings of Space and Environment. New York, Oxford University Press.
1971. pp. 475-482 (p.476).
9
BACIGALUPO, J. L. "Proceso de urbanización en la Argentina". HARDOY, J. E. y TOBAR, C. (Dir.),
La urbanización en América Latina, Bs. As., Editorial del Instituto. 1969. pp. 389-417.
10
YUJNOVSKY, O. "Del conventillo a la villa miseria". ROMERO, J. L. y ROMERO, L. A. (Dir.),
Buenos Aires, historia de cuatro siglos, 1983. II pp.; 451-464.
11
DIFRIERI, H. Buenos Aires. Geohistoria de una metrópoli. Universidad de Buenos Aires. 1981. (p.
152).
12
BRADBURY, K. L.; DOUNS, A., SMALL, K. A.: "Urban Decline and the Future of American Cities".
Washington, D.C., The Brookins Institution. 1982, 309 p.
13
Algunos estudios específicos que acerca del Gran Buenos Aires se han realizado en los últimos años así
lo demuestran:
● Buenos Aires. Provincia. Ordenanza General 285/80 de radicación, ampliación, relocalización y
transformación de establecimientos
industriales; y sus sucesivas modificaciones.
● BONDEL, C. S. El crecimiento del eje sur del Gran Buenos Aires y su configuración espacial. Bs. As.,
Oikos, 1982,68 p.
● GÓMEZ INSAUSTI, J. R, Caracterización del sector norte del Gran Buenos Aires, Bs. As., Oikos,
1982, 50 p.
● LARA, A. I., Dinamismo funcional del eje de crecimiento sudeste del Gran Buenos Aires: Avellaneda-
La Plata. Bs. As., Oikos,
1982. 86 p.
● Buenos Aires. Municipalidad. Consejo de Planificación Urbana, Esquema Director de la Ciudad de
Buenos Aires. Industria y
Empleo. Informe 4. Actividades terciarias. 1983. 100 p.
● BARRIO, P. y REGÓ, J. C, Relación centro-suburbio supuesta por Forrester y el caso del Gran
Buenos Aires. Bs. As., Oikos,
1984, 14 p.
● KRALICH. S., La movilidad diaria hacia la Capital Federal. Bs. As., Oikos, 1985, 33p.
14
MUMFORD, L, Perspectivas urbanas. Bs. As., Emecé. 1969, 348 pp. (p. 199).
15
DIFRIERI, H. A. y KOLLMANN de CURUTCHFT, M. I., Hacia la megalópolis. DIFRIERI, H. (Dir.)
Atlas de Buenos Aires. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. 1981. 1 pp. 495-500 (p. 498).
371
16
GOTTMANN, J. Essais sur l'aménagement de l'espace habité. París, Mouton & C.D. 1966, 347 p. (p.
311).
17
GOTTMANN, J., Megalopolitan Systems Around the World. L. S. Bourne & J. W. Simmons (Ed.)
Systems of Cities. Readings on Structure, Growth and Poliey. New York, Oxford University Press. 1976.
pp. 53-60. (p. 60).
18
YEATES, M. H., GARNER, B. J., The North American City. New York, Harpers & Row, Publishers.
1971,536 p
19
GOTTMANN, J.. Megalópolis. The Urbanhed Northeastern Seahoard of the United State.
Massachusetts.The M.l.T. Press..1967, 810 p.
20
KOLLMANN de CURUTCHKT, M. I., Buenos Aires y su sistema urbano. DIFRIERI, H. A. (Dir.)
Atlas de Buenos Aires. Municipalidad de la Ciudad de Bs. As. I, pp. 445-467 (p. 445).
21
La limitación territorial surgió en base a los siguientes antecedentes
● Argentina. Consejo Federal de Inversiones. Bases para el desarrollo regional argentino Bs. As., C.F.I.
1963. 1, 144 p. II, 2/p.
● Argentina, Poder Ejecutivo Nacional. Decreto 1907/67. Parte III, Regiones de desarrollo.
● Argentina Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Organización del Plan Regulador. Informe
Preliminar. Etapa 1959-1960.
1968, 246 p.
● Argentina. Consejo Nacional de Desarrollo. Oficina Nacional de Desarrollo Área Metropolitana.
Organización del espacio de la región metropolitana de Buenos Aires. Esquema director año 2000, Bs.
As., ORDAM, 1969. 144 p. Síntesis estadística s/p, Cartogramas 1.
● Argentina. Ministerio de Obras y Servicios Públicos. Estudio preliminar del transporte de la región
metropolitana. Bs. As., MOP, 1972. I, 325 p., II, 318 p.
● Argentina. SETOP, MOP, Bs. As., PNUD, Programa CONHABIT. Sistema metropolitano bonaerense
(SIMEB) D.E. 03 11. Cap. 4, Bs. As., CONHABIT. 1977, 90 p. Cartogramas y gráficos s/p.
● CURTO de CASAS, S.; FRANZINI MENDIONDO, E., y LORENZINI, H. N. "El límite funcional del
Gran Buenos Aires". Anales de la Soc. Arg. de Est. Geográficos-GAEA. Bs. As., GAEA. 1979. XVII, pp.
157-176.
22
1. Capital Federal, 2. Vicente López, 3. San Isidro, 4. San Fernando, 5. Tigre, 6.Escobar, 7. Campana,
8. Zarate, 9. Exaltación de la Cruz, 10. Pilar, 11. Gral. Sarmiento, 12. Gral. San Martín, 13. Tres de
Febrero, 14. Morón, 15. Moreno, 16. Gral. Rodríguez, 17. Lujan, 18. Gral. Las Heras, 19. Marcos Paz, 20.
Merlo, 21. La Matanza, 22. Esteban Echeverría, 23. Cañuelas, 24. San Vicente, 25. Alte. Brown, 26.
Lomas de Zamora, 27. Lanús, 28. Avellaneda, 29. Quilmes, 30. Florencio Várela, 31. Berazategui, 32. La
Plata, 33. Ensenada, 34. Berisso, 35. Cnel. Brandsen.
23
Para ajustar el análisis en los aspectos económicos, sociales, culturales y de crecimiento, deben
agregarse a las variables enunciadas anteriormente las siguientes: patrón o socio (1980), empleado u
obrero (1980), personal ocupado en comercio y servicios (1985), población resultante del crecimiento 70-
80 (1980), acervo de libros en bibliotecas y centros especializados (1979/81), así como densidad de
población.
24
LARA. A. L., Dinamismo funcional del eje de crecimiento sudeste del Gran Buenos Aires Avellaneda-
La Plata. Bs. As., Oikos, 1982., 86 p.
25
Los valores del cociente superiores a 1 indican la predominancia de la concentración de xi, sobre la de
yi y los inferiores su inversa; mientras que el valor 1 señala la situación idéntica a la media del conjunto
nacional.
26
SMITH, W. F., Filtering and Neighborhood Change. L. S. Bourne (ed.). Internal Structure of the City.
Readings on Space and Environment. New York, Oxford Univesity Pre.ss. pp. 170-179 (p. 171).
372
FUENTES DE INIORMACION
Argentina, Ministerio de Economía, INDEC, Censo Nacional de Población y Vivienda 1980, Serie C,
Vivienda (II), Departamentos y Localidades. Serie D, Población, total país.
Argentina, Ministerio de Economía, INDEC, Censo Nacional Económico 1974; 1985, Resultados
Provisionales.
La macrorregión
pampeana agroganadera
con industrias urbanas y
portuarias
375
FEDERICO A. DAUS
con la colaboración de
ANA DEL C. YEANNES
Introducción
Dos circunstancias destacadas concurren en la pampa para hacer de ella la región nuclear y
más importante de la Argentina: primero, la posición en el territorio nacional, que es justamente
céntrica, geográficamente hablando, es decir, lo es con respecto del resto del territorio; segundo, por
sus calidades para el poblamiento y la producción, lo cual surge de sus rasgos fisicogeográficos parti-
culares.
Esta región nuclear de la Argentina tiene jerarquía antropogeográfica mundial. Hay escasas
comarcas en el dominio de las latitudes medias del globo que ofrezcan al hombre —como la pampa—,
un ambiente natural tan vasto, coherente, de clima confortable y de productividad primaria cuantiosa.
Se suman elementos para que el crecimiento de la población de la pampa haya excedido al de todas las
demás regiones.
La posición geográfica de la pampa es excepcional; si consideramos que es la comarca argentina
que limita con el mayor número de las restantes y se comunica con todas por rutas naturales o caminos
rasos y de la hidrografía que hacia ella convergen; que las vías primarias de circulación se hallan, por
añadidura, en el sitio en que se abre una escotadura en el litoral atlántico —el Río de la Plata— con los
caracteres de un acceso libre desde el mar al cual se asocia en una función geográfica que
aumenta la importancia regional.
La definición elemental de la pampa, como unidad geográfica, es la de una planicie naturalmente
sin árboles, de clima templado sin estación seca —lo cual entraña particulares consecuencias en
la hidrografía— y con una cobertura continua y permanente de pastos que impiden ver el suelo.
Como factor de organización del espacio pampeano, la actividad agraria es la cúspide de una in-
tegración compleja que parte de la integración física antes citada.
En resumen, los rasgos de regionalidad de la pampa quedan fijados por la integración física en el
gran espacio y la unidad funcional por la homogeneidad de una organización agraria de marco muy
definido, transcendente a todo el sistema regional, rural y urbano-portuario. Dentro de estos con-
ceptos definitorios, es posible precisar el límite de la pampa en la parte controvertible de su marco pe-
riférico, es decir, en sus porciones del Norte y del Oeste. La estructura agraria pampeana tiene un
término suficientemente claro por el Oeste, donde la integración física sufre un cambio reflejado en el
paisaje y en la ocupación agraria. Ello originó los topónimos regionales de pampa húmeda y pampa
seca. También hay diferencia del paisaje natural en el límite con el Chaco; pero en este caso la
colonización ha tendido a borrarlo, con la eliminación del bosque y la incorporación de los claros
sobrevinientes a la actividad agrícola. Por esto, ese límite no puede representarse en forma muy
exacta; es más bien fluctuante. La posición de la comarca de la urbe cordobesa y su región le
otorga la condición de engranaje interregional; al pie de las sierras, de cuyos derrames h í d r i c o s es
resultado, guarda más afinidades funcionales con la pampa que con las sierras pampeanas, por la
poderosa fuerza expansiva de la actividad de la gran región de la llanura argentina.
La inclusión de casi toda la provincia de Entre Ríos —al Sur del paralelo de 31° S, encontraría su
fundamentación en ciertas afinidades en la fisonomía agraria de esos dos espacios: la evolución más
precoz de la pampa la puso en condiciones de integrar a esta sección a su unidad funcional; con esta
incorporación ha entrado en algún programa de planeamiento. Desde el punto de vista de la
producción, de la estructura agraria y del sistema agrario vigente no hay Objeciones que oponer a
la citada solución1. Pero en contra de ella pueden presentarse argumentos de gran solidez
376
conceptual. En primer término, el aspecto morfológico, en una integración con el clima, vegetación y la
red fluvial que le dan cohesión interior en la vida general de la mesopotamia, y, por otra parte, el
proceso de colonización independiente y no sincrónico con otros espacios extraregionales.
Mientras en ciertas comarcas montañosas del suelo sudamericano, incluso en el ámbito del
Noroeste argentino, los habitantes primitivos habían alcanzado, antes de la llegada de los europeos,
un alto grado de civilización, los no muy numerosos moradores de la planicie pampeana eran tan sólo
cazadores nómadas; no conocían los metales ni la industria del tejido. La pampa no ofrecía más que muy
escasos recursos de subsistencia y progreso, razón por la cual eran numéricamente muy escasos.
El establecimiento de los europeos fue lento y penoso en los primeros tiempos de la colonización.
La primera fundación de Buenos Aires fracasó literalmente por hambre. En los dos siglos que siguieron
a la segunda fundación de esta ciudad, es decir, hasta 1780, la ocupación del territorio había cubierto
casi justamente la pampa ondulada más el territorio que la prolonga hasta la bahía de Samborombón, El
Río Salado era, pues, el confín de la colonización en aquel importante momento histórico,
caracterizado por grandes reformas políticas y económicas, entre las cuales la creación del Virreinato
del Río de la Plata fue la más trascendental (1776) pues señaló la consti-tución de una grandiosa
unidad política, que tenía por núcleo precisamente a la pampa y por capital a la ciudad de Buenos Aires.
La explotación rural se basó casi exclusivamente en el producido de la explotación de, cueros
cobrados de los ganados vacunos que se criaban en la pampa, descendientes de los animales
introducidos por los primeros conquistadores. A este lapso se lo ha llamado la «edad del cuero» y puso
de manifiesto la singular aptitud de la pampa para alimentar una economía simple y holgada.
Esta modalidad esencialmente pastoril ejerció una poderosa influencia en las condiciones de vida
y de temperamento del gaucho argentino. También fue ponderable la influencia de este subestrato
pecuario de la economía pampeana en el progreso del centro urbano exportador de los frutos de la
tierra: el puerto de Buenos Aires.
El proceso posterior del progreso económico y de la ocupación de la totalidad del suelo pampeano
fue retardado por el esfuerzo que exigió la Guerra de la Independencia y por las luchas intestinas
que la siguieron. Aproximadamente medio siglo llenaron estas cruentas vicisitudes, de las cuales el
país surgió, poco después de promediar el siglo XIX, con su unidad política consolidada y en
condiciones de adoptar un sistema económico concordante con los grandes progresos técnicos
alcanzados por entonces en el mundo. En una sola campaña militar, en 1879, se eliminó el peligro de
las depredaciones de los indios, que habían logrado contener durante tres siglos la expansión
colonizadora en la región. Se pudo así cubrir rápidamente el territorio de la planicie con una red'
ferroviaria tendida hacia los puertos del Plata y del Atlántico, casi al mismo tiempo en que las colonias
de inmigrantes se diseminaban en todo ese ámbito de tierras fértiles. La navegación de vapor hacía
posible el traslado de grandes masas de inmigrantes, principalmente desde Italia y España, que
contribuyeron a difundir la agricultura en vastas proporciones y formas extensivas. Los mismos medios
modernos de transporte hicieron posible el transporte de las magnas cantidades de granos que la región
comenzó a producir a raíz del complejo proceso esbozado.
Muy ceñida a la vida de la pampa se halló siempre la colonización de las lomadas entrerrianas. En
la banda del Paraná frente a Santa Fe, las primeras estancias, embrión de futuras ciudades, se poblaron a
partir del núcleo originario pampeano. En la banda de Uruguay hubo poblaciones y misioneros que
irradiaron desde Buenos Aires, lo que también proveyó al poblamiento del territorio uruguayo. Los
mismos métodos de explotación pecuaria y agrícola que se difundieron en la pampa prosperaron
también en Entre Ríos, y la localización de los principales núcleos de población está regida por los
hechos de circulación e intercambios fluviales. En este sentido las obras de infraestructura constituyeron
un nuevo jalón en el proceso de integración, como el túnel subfluvial Hernandarias y el complejo
ferrovial Zarate-Brazo Largo2.
377
El Delta del Paraná presenta una dificultosa repartición política entre las provincias de Entre
Ríos y Buenos Aires. Es el intermediario entre el Paraná y el Plata, y señala el confín de las in-
fluencias antropogeográficas del mundo guaranítico, traídas por el río, y la toponimia de ese origen así
lo demuestra. Para la colonización hispana no fue fácil poner la planta en el Delta; la ganadería no tiene
facilidades permanentes en tierras expuestas a inundación y la agricultura; por lo mismo, requiere de
costosos trabajos previos que sólo interesaron muy recientemente. No obstante, el clima es propicio
para la fruticultura. Por este camino progresó, desde antes de la vuelta del siglo, la ocupación de las
islas. Actualmente se considera muy propicia, desde el punto de vista ecológico, la explotación forestal
racional de madera blanda, que puede cubrir el déficit de nuestro país de madera, celulosa y papel.
La población del Delta en su porción próxima a la pampa, muestra un ejemplo de prolija dispersión
en el espacio geográfico bien delimitado. No hay centros urbanos en las islas, pero las ciudades
finítimas cercanas las asisten como emporios de comercio. La circulación fluvial es casi exclusiva para
miles de embarcaciones que intercambian personas y artículos. Esta característica ha originado un tipo
peculiar de poblador.
La ocupación global de la pampa fue el hecho más importante acaecido en la Argentina después de
la organización nacional. Desde la transfiguración del paisaje natural hasta la transformación étnica,
económica y cultural; la de las costumbres, de la alimentación, de la idiosincrasia de los
habitantes, todo lo ha operado esa rápida diseminación del hombre blanco en las tierras que, antes de la
«conquista del desierto» ya aludida —por la decisiva campaña militar del general Julio A. Roca en
1879-, eran dominio más o menos efectivo de los indios salvajes.
La colonización de la pampa tuvo otra consecuencia singular, al poner de manifiesto, en un
plano de realidad económica y demográfica, una diversidad física yacente entre las regiones argen-
tinas: creó desniveles de medios de vida que no existieron con anterioridad.
Fig. 1, Etapas de la conquista de la planicie argentina por la colonización de los blancos, según Torre Revello.
Poco a poco, gracias al esfuerzo de los colonos para adaptar sus cultivos y sus métodos de ex-
plotación a las condiciones del suelo y del clima de cada zona de la planicie, se tornó posible distinguir
netamente en la pampa algunas subdivisiones de indudable significado natural. A la vez, trocaron la
vieja aventura colonizadora en la pampa arrancada al dominio salvaje en una empresa altamente
dotada de un contenido técnico y social.
378
La región metropolitana, o Gran Buenos Aires3 reúne 10.039.827 habitantes. La densidad de po-
blación de la Capital Federal es de casi 15.000 hab./ km2 y la de los 19 partidos que la integran, de unos
1.860 hab./km2.
Un significativo cambio en la tendencia poblacional se pone de manifiesto al observarse por vez
primera una alentadora disminución en la concentración, quebrando la tendencia que desde el
primer censo de 1869 hasta 1970 —con 35,8%— se venía registrando. Los próximos años revelarán si
persiste o no el cambio que significaría un mayor equilibrio en la distribución dentro del territorio
nacional. Esto se repite en el resto de la región pampeana, con el 36,7% para 1970 y el 35,8% para 1980.
Hoy, la Argentina es un país de economía mixta, agropecuario-industrial, y esto se refleja en el
índice del 85% de población urbana de la región pampea-
379
Fig. 3, Evolución y participativa de la población de la región pampeana en el total del país. Fuente: INDEC.
eliminación de las materias ricas del suelo, con pérdida de fertilidad; la fertilidad del suelo pampeano es
uno de los rubros más importantes en el inventario de la riqueza natural de nuestro país.
El desagüe incompleto de vastas superficies da curso a la inserción de cauces de corrientes
temporarias; el suelo permanentemente húmedo se cubre así de vegetación higrófila en la que se
destacan los penachos puntiagudos de las cortaderas, juncos y cañas. Forman así las cañadas, que
suelen dilatarse hasta unirse con una laguna permanente. Esta vegetación proveyó al poblador primitivo
del material de construcción que sustituyó a la inexistente madera en la planicies sin árboles,
mientras la alfombra de gramíneas permanentes fue el lecho que acunó la prodigiosa multiplicación
de los rebaños silvestres que hicieron la riqueza precoz de la economía pastoril de la Argentina.
El clima, se puede incluir, considerados los tipos universales, entre los llamados «templado
húmedo» (CP) de Köppen, o templado de transición por de Martonne, o CB'r subhúmedo meso-
termal con lluvias en toda estación por Thornwaite.
A pesar de su gran extensión, presenta pocas diferencias. En el sentido N-S, la diferencia la-
titudinal seda en el rigor del invierno y en la duración de la estación-cálida. De E. a O se pronuncian
diferencias pluviométricas, tanto en monto como en régimen. Es así como su paulatina disminución
llega al límite crítico de la aridez en el confín con la región de la estepa. Esta degradación del clima al
tipo árido trasciende tanto a la hidrografía, a la fitogeografía, como al aspecto morfológico, edáfico, y
tiene proyecciones en los rasgos de la ocupación del suelo por el hombre.
En su sección central, maciza, el clima de la pampa tiene, los caracteres típicos derivados de su
proceso térmico anual moderado —Buenos Aires: 23°— de temperatura media en enero y 9o en
julio-, con oscilaciones medias diarias inferiores a la amplitud anual. La diferencia entre las tem-
peraturas absolutas máxima y mínima no y pasa de 45° en esa ciudad —enero 40° y julio -5°—.
Asimismo, es significativa la ausencia de estación seca definida, si bien se registran dos mínimas
alternadas que coinciden en Buenos Aires, la una con el final de verano —enero-febrero— y con el
invierno, la otra —julio-agosto—. Mientras en el frente marítimo de la pampa el régimen pluviométrico
aparece más regular -Mar del Plata- del otro extremo, en el linde con las sierras, manifiesta una clara
tendencia a definir una estación seca en el invierno —Córdoba—. Pero las precipitaciones se mantienen
entre sumas anuales superiores a 600mm. La isohieta de 500 mm define el confín occidental de la
pampa:
Entran en la caracterización del clima pampeano la variedad y la frecuencia de los vientos;
principalmente debido a la situación en latitud, batida en invierno por masas de aire de origen
antártico que producen repentinos y acentuados cambios de tiempo. De esa procedencia son el
pampero y la sudestada. El pampero consiste en un avance de aire frío a través de la estepa y la pampa,
con rumbo SO a NE, que desplaza y levanta masas de aire caliente, originando lluvias en su frente
avanzado y una brusca caída termométrica. El llamado sudestada se desplaza inicialmente en el
mismo rumbo que el anterior, pero a través del Atlántico Sur, y se abate finalmente, por inflexión, sobre
la cuenca fluvial del Plata, donde se localiza intermitentemente un centro ciclónico. Asimismo, el
viento norte, de influencia en la elevación térmica y enervante, converge hacia las templadas aguas
de origen tropical, arrastrando corpúsculos orgánicos provenientes de las florestas tropicales, los
cuáles se supone que provocan los efectos fisiológicos perniciosos que son su característica principal.
La pampa argentina es por excelencia la región de la planicie, espaciosa y monótona, que sin duda
el paisaje cultural ha modificado sustancialmente desde que los primeros viajeros la describieran. Pero
la monotonía morfológica es evidente, especialmente en sus partes central y occi-dental. Hay en
cambio, áreas bien diferenciadas por su relieve, ya se trate de sierras como las de Tandilia y Ventania
conocidas como "relieves inclusos", o comarcas donde el modelado fluvial ha gestado un relieve
ondulado.
Las lomadas de Entre Ríos son resultado de una disección avanzada de un sistema fluvial
nutrido y en red, que atacó un relieve formado por sedimentos modernos a raíz de un levantamiento en
bloque del territorio. El modelado ha progresado a partir del nivel de base local, especialmente del lado
381
del Paraná, donde dicho levantamiento reciente ha provocado la formación de una empinante
barranca de varias decenas de metros. El relieve de lomadas y las abundantes precipitaciones, que
aumentan hacia el norte, son causa de que se haya formado una red hidrográfica tupida y una rápida
escorrentía que origina una inquietante erosión hídrica de los suelos. Los ricos suelos y el clima
generaron una vegetación arbórea profusa y variada, con extensos bosques ribereños definiendo un
ameno paisaje. Como relicto de condiciones climáticas pretéritas, se esparcen palmares asociados a
manchones de suelo arenoso.
Los espacios diferenciados en la pampa son los relieves serranos ya mencionados. Se trata de dos
sistemas aislados, distintos genéticamente, ubicados en la mitad meridional de la provincia de Buenos
Ares. Los caracteriza un común rumbo NO a SE.
El más septentrional, llamado académicamente de Tandilia, se dilata desde el centro de la
provincia hacia el litoral, rematando en suave declinación, que altera la morfología costanera,
medanosa y monótona. En el cabo Corrientes que es un pronunciado vértice en ese litoral, se
hunden en el Atlántico las últimas manifestaciones del sistema.
Este conjunto de modestas sierras, de modelado maduro y superficies desgastadas, ya sean
tabulares si corresponden a cuarcitos, o de cerros con peñascales cuando asoman granitos, hallan su
máxima altura en la zona granítica de Tandil (sierra La Juanita, 52.4 m). La derivación económica del
bloque la constituyen el aprovechamiento del granito (Tandil), areniscas y cuarcitas (Mar del Plata) —
como piedras de construcción— y de calizas y dolomitas (Olavarría) para la fabricación de cemento.
Geológicamente está considerado como estructura antigua, acaso perteneciente a Brasilia.
El grupo orográfico de Ventania es más compacto y elevado, pero ocupa menor área. Sus series
estratigráficas han sido homologadas a las de la precordillera argentina, a las islas Malvinas y las
sierras de África del Sur. Los cordones agrestes conservan muestras de intensos plegamientos y
corrimientos antiguos. No se conocen rocas efusivas portadoras de recursos metalíferos en estas sierras
de Tandilia y Ventania.
La planicie interpuesta entre estos dos grupos es suavemente ondulada, por erosión fluvial
reciente de una serie de ríos y arroyos consecuentes que echan sus aguas al Atlántico. El tramo
costanero, entre cabo Corrientes y Bahía Blanca, se expone directamente hacia el sur, recibiendo
influencias climáticas marinas de origen austral. El litoral alterna formas abarrancadas, como en
Monte Hermoso y Chapadmalal, y de playas con dilatados arenales.
Limitado por la línea fluvial Paraná-Plata y el Río Salado de Buenos Aires, aparece el sector de la
pampa ondulada. La primera línea es el frente fluvial de la pampa, con una característica barranca
casi continua. Reiterados ciclos de erosión fluvial han ondulado la topografía. Geológicamente y
en cuanto al aspecto morfológico, tiene una importante pila sedimentaria: la formación pampeana, serie
estratigráfica de enorme interés paleontológico que se apoya sobre el basamento cristalino precámbrico
fracturado. Este sector se concibe como un horst hipogeo, entidad movida independientemente del
resto; de un ascenso diferencial ha resultado el ciclo de erosión fluvial que gestó el modelado de valles,
sobreexcavados.
También en la red hidrográfica ha influido la fracturación del fundamento cristalino Los surcos
fluviales del sistema del Plata —el Paraná, el Uruguay y el mismo lecho del Plata— están definidos
por líneas de fractura del basamento cristalino, de lo cual se deduce el carácter estructural y firme de
estos rasgos tan importantes del territorio argentino. Como, por otra parte, las masas de rocas antiguas
identificadas con el sector periférico del cratón Brasilia aparecen al poniente de la planicie
Chacopampeana, en las sierras pampeanas, se ha llegado a concebir el conjunto del territorio
como un dispositivo estructural de un inmenso graben, hundido diferencialmente en escalones por una
serie de fallas que corren de N a S en la sección chaqueña y describen luego un arco hacia el SE; la
parte más profunda de este graben, considerado, claro está, el fundamento cristalino, coincide con una
serie de accidentes hidrográficos, como la laguna de Mar Chiquita, en Córdoba, la cuenca del Salado
de Buenos Aires y remata en el Atlántico, en la Bahía de Samborombón. Así es, pues, como el factor
estructural ha definido la individualización de este sector de la pampa.
Es admisible que, además de las fracturas indudables de la ribera platense y de la cuenca del
Salado de Buenos Aires, concurran a constituir la periferia tectónica del mismo macizo otras frac-turas,
de rumbo perpendicular a las anteriores, en las cuales se apoyan los surcos fluviales de los ríos
Carcarañá y Riachuelo. Además de la topografía, que consideramos un rasgo morfológico
382
En el caso del eje urbano-industrial del Paraná-Plata, surgen como dominantes la industriali-
zación y la urbanización. Se trata de un espacio geográfico que, no obstante sus rasgos complejos posee
homogeneidad significativa, definida por caracteres de integración fisicogeográfica y an-
tropogeográfica localizados. De esa integración surge la importancia destacada de esta unidad
espacial en el territorio argentino y se pueden enumerar múltiples motivos interrelacionados, a
saber: la tendencia a la formación de concentraciones urbanas con función de puertos y de polos de
industrialización, con su secuela de rasgos de la estructura y del paisaje agrario que la diferencian de los
espacios confinantes. Paisaje portuario industrial y paisaje agrario de especialización son las improntas
salientes de individualidad del frente fluvial, uno de los espacios singulares de mayor importancia
demográfica y económica del territorio argentino. Si a sus caracteres intrínsecos se añade que este
frente fluvial es la franja de contacto entre la pampa ondulada —el espacio agrícola más rico del país—
y la vía de circulación Paraná-Plata —que por su parte es uno de los ejes maestros del intercambio
384
del territorio— se tienen configuradas las circunstancias por las cuales aquel espacio, en forma de
cinta ribereña, merece ser estudiado según las pautas de la metodología regional que trata de
puntualizar los rasgos de unidad y cohesión que dan fuerza y vitalidad propias a ciertas
áreas aparentemente indiscriminadas.
Si bien el Gran Buenos Aires es parte del frente fluvial, el área reúne caracteres de
aglomeración metropolitana, por ser centro de decisiones políticas, económicas y por su alta
concentración demográfica4 Es por ello que esta región será tratada en capítulo aparte.
El frente, fluvial de la pampa ondulada es el tramo que va desde la boca del río Carcarañá hasta la
del Riachuelo, en unos 270 km lineales. En el contacto entre la pampa ondulada y los ríos Paraná-
Plata, se halla la raíz de la definición y extensión del concepto regional en cuestión; el contacto es el de
las entidades geográficas dispares, de enorme significación cada una de ellas.
Concurre a definir su singularidad el hecho de constituir una franja de avance del
ambiente subtropical en las tierras templadas de la pampa. Por otra parte el eje comporta una detención y
un cambio brusco en la circulación de la pampa ondulada que es en el sentido SO-NE, ó sea desde la
pampa hacia el eje, desde las tierras agrícolas hacia los puertos; al alcanzar la línea fluvial la
circu-lación cambia en dirección NO-SE.
Puede admitirse, en términos sinópticos, que la pampa ondulada termina en el frente fluvial en
una barranca continua; que el análisis de este importante rasgo morfológico obliga a discriminar
algunas particularidades, por lo que con-, viene distinguir: a) barranca viva; b) barranca muerta;
c) terrazas ribereñas, y d) bajos querandinos.
• La barranca viva aparece en el tramo superior del frente, continua y enhiesta en ciertos parajes,
con sitios donde su desgaste determina desmoronamientos. Su confín meridional se da en la zona de
Ramallo-San Pedro, desde donde la ribera pierde contacto con los brazos principales del Paraná que
son quienes poseen fuerza erosiva como para mantener el desgaste y, consecuen-temente, la
barranca viva, El Río de la Plata, sin fuerza de desgaste, ha determinado una barranca muerta. Lugares
característicos de la barranca viva son los que se hallan al N de Rosario, el puerto de esta ciudad, Villa
Constitución, San, Nicolás, Ramallo, Vuelta de Obligado y San Pedro. En Zarate y Campana,
donde la barranca adquiere prestancia de cantil, se da la concomitancia entre barranca y puertos,
registrándose gran densidad portuaria, ya que existe uno por cada 20 km.
El significado antropogeográfico de la barranca viva es de suma importancia ya que el
hombre encuentra incitaciones para implantar sus instalaciones en contacto directo con el río; por
ella se han creado los puertos fluviales sobre los brazos navegables del Paraná. A ello se suma una
amplia capacidad de expansión para la instalación humana, por lo que se convierte éste en uno de
los espacios de mayor potencial futuro del país.
• La barranca muerta es propia de la ribera del Plata, y se desarrolla en los, tramos en que el suelo
de la pampa ondulada pierde contacto con los brazos caudalosos del Paraná. Morfológicamente,
constituye un estado avanzado de extinción de la barranca viva que la precedió. Se ha convertido
ahora en una bajada al nivel del río de suave declive y está prácticamente fijada y a ello alude su
nombre. Es discontinua pero en general no se aleja mucho de la corriente principal, como se ve en
Campana o en el área metropolitana de Buenos Aires. Su función antropogeográfica específica
la constituye su valor como mirador hacia el río, por lo que desde la época hispana fue
escogida como emplazamiento residencial, rasgo que define el carácter de la ribera Norte de la
ciudad de Buenos Aires.
• Las terrazas ribereñas se interponen entre la barranca muerta y la ribera fluvial. Niveladas y
demasiado bajas, tanto las crecientes, en el tramo inferior del frente fluvial, como las
tormentas, provocan inundaciones particularmente notorias, debido a una imprudente instalación
humana. La parte más alta, confinante con la barranca, puede brindar mayor seguridad. El límite entre
la porción inundable y la exenta se refleja en el uso de la tierra y el valor de la propiedad raíz.
385
• Los bajos querandinos, identifican a las planicies de acumulación fluvial, que se han formado
en la desembocadura de los ríos que terminan en el río de la Plata, en el tramo correspondiente al
frente fluvial. El bajo es un verdadero «golfo» de terreno aluvional, notablemente plano y situado a
muy escaso nivel por encima de la base de erosión; su gestación está relacionada con un proceso de
modelado fluvial, que escapa a lo que es más corriente en la formación de desembocaduras
fluviales.
El nivel de los bajos apenas supera al del Plata, y esta circunstancia, así «mío la composición de
los sedimentos, la base impermeable constituida por la losa de tosca y el confinamiento entre
barrancas, son los factores por los cuales los bajos se hallan expuestos a asoladoras inundaciones
generales, a raíz de lluvias torrenciales en la cuencas de los ríos. Es el caso de La Boca y de San
Fernando. Se presenta un paisaje de vivienda de emergencia junto al grupo residencial suntuoso. En el
bajo Arrecife-Tala, a 150 km de la ciudad de Buenos Aires, el espacio adquiere un sentido apropiado
a su naturaleza; la ganadería, con exclusión de los cultivos. Ante inundaciones invernales es
factible sacar los rebaños que tienen allí buenos pasturajes en verano. Las vías férreas y los caminos
que cruzan estos espacios deprimidos los salvan con terraplenes y puentes, que durante las
inundaciones son lo único que emerge del agua.
Desde el punto de vista de las funciones económicas tiene importancia destacada la variedad
climática del frente fluvial porque ha permitido la implantación de un tipo de fruticultura y horticultura
favorecido por el alto coeficiente de^ humedad en las estaciones intermedias —primavera y oto-ño
— que dilata el período libre de heladas, a lo cual se debe la localización en la franja de aquellos
plantíos sensibles a las heladas prematuras y tardías. La porción del frente, comprendida entre San
Nicolás y San Pedro, por la conjunción del factor climático con otros rasgos igualmente pro-picios,
como la topografía libre de la interrupción de los bajos, se ha convertido en un espacio de fruticultura
subtropical intensiva.
Puede afirmarse que la franja inmediata al frente fluvial figura entre las áreas de paisaje agrario
más intensamente humanizado de la Argentina. Los espacios arbolados del bosque ribereño ori-
ginario han desaparecido casi completamente y numerosas comarcas fértiles de la trastierra —San
Pedro, Pergamino, San Nicolás y Rosario— se convertirá en una ringlera continua de poblaciones
erizadas de chimeneas, con puertos repletos de barcos de ultramar, surcadas por autopistas que
comunicarán ciudades y predios dedicados a la horticultura intensiva. O sea que, en esa ribera
privilegiada, surgirá el parque industrial argentino.
Se han considerado para su comparación en cuanto a la estructura agraria, tres divisiones
políticas que participan del frente y una de un partido vecino a fin establecer comparaciones que
serían mucho más notables si se hubiera escogido un partido bonaerense del Oeste, de la Pampa de las
invernadas, o de la cuenca del Salado.
En los cuadros precedentes se advierten algunos rasgos peculiares del estado agrario del frente
fluvial, como el alto índice de extensión de los plantíos, que son una manifestación de agricultura
especializada, notable en San Nicolás y San Pedro. Análoga jerarquía alcanzan los cultivos hortícolas,
desarrollados sobre todo en el departamento de Rosario; en ambos casos, la consecuencia es la
creación del paisaje rural denso y cerrado. En cuanto a la tenencia de la tierra se advierte, por
comparación, la homogeneidad de los coeficientes de las tres unidades administrativas del frente fluvial,
en los cuales la mayor parte de las explotaciones rurales tiene superficies comprendidas, entre 5 y 25
hectáreas, en una proporción que está entre el 40 y 60 por ciento del total de las explotaciones. Tales
proporciones no se encuentran en otras comarcas de la pampa ni aun en las de agricultura especializada.
En Pergamino esas explotaciones sólo representan el 23,5% y, en cuanto a las explotaciones de
superficie superior a 100 hectáreas, las proporciones son realmente bajas en los tres departamentos
escogidos, si se las compara con las de Pergamino.
Como rasgo altamente significativo de homogeneidad existe, en el frente fluvial, una, llamativa
alineación de los centros urbanos en el veril de contacto tierrarío. En tal caso los factores de in-
tegración son evidentes. La evolución del proceso de poblamiento y del crecimiento portuario-
industrial pone de manifiesto con toda claridad tales interrelaciones.
En todo el frente fluvial el proceso de instalación humana denota un ritmo de crecimiento superior a
los promedios típicos de las comarcas puramente agrarias de la pampa, como se advierte en los dos
centros urbanos de los extremos, Buenos Aires y Rosario, que si bien deben su crecimiento o motivos
inherentes, en sus orígenes avanzaron merced al impulso que les proporcionó la posición que ocupan en
los extremos del frente.
Del análisis de las cifras censales comparativas de la población de las principales urbes, se advierte
el alto crecimiento de los centros de reciente industrialización, San Lorenzo, San Nicolás y Campana, y
se excluye el caso de Escobar, dependiente de la influencia de Buenos Aires. Se insiste en la
comparación con Pergamino, centro de la pampa ondulada, para justipreciar el crecimiento del frente,
ya que la misma es un destacado centro agrario y nudo de comunicaciones.
En la ya destacada densidad portuaria, que aparte de poseer dos de los más importantes puertos
del país, añade unos diez menores —sin contar los que dependen directamente de los primeros,
como Olivos y San Fernando—, intervie ne el aporte de las plantas fabriles que instalan su propio muelle
que no tarda en convertirse en un núcleo poblado y centro fabril.
Proceso de industrialización
La pampa reúne el 86% del total de los establecimientos y el 81 % de los obreros industriales del país
y en este espacio regional el frente con sus industrias de base (siderurgia, petroquímica, de equipos y
química pesada) provee de materiales a las numerosas fábricas de sus alrededores. La industrialización de
la pampa ha pasado por tres etapas principales:
• Una primera etapa de dependencia de la producción agraria local, en que la industria fue variando
a medida que se diversificaba la producción agrícola. Su más lejano antecedente lo constituyen los
saladeros, que con gran impulso se iniciaron en 1815, en Quilines. Reemplazaron a las "vaquerías'' en la
explotación pecuaria, y se adueñaron del frente, ya que el tipo y modalidad de trabajo exigían la
cercanía del río, en contraste con la actividad en el interior de la pampa de aquéllas.
Sus sucesores, los frigoríficos, se sometieron a la misma imposición geográfica en la parte media
del frente; en San Nicolás hacia 1882, en Campana en 1883 y en Zarate, en 1886. Como resultante
florecieron las curtiembres, sucedidas luego por manufacturas de cuero. También las fábricas de aceite
de lino se instalaron en los puertos por su destino de exportación, y las de aceite comestible y alcohol
utilizando el maíz del cinturón de la zona; sumándose además las de productos lácteos.
• La tercera etapa se relaciona con la localización de las industrias pesadas de base y de equi-
pos,factible debido a una previa organización industrial, fundada por disponibilidad de energía, un
sistema energético interconectado; un complejo sistema de comunicaciones marítimas, fluviales y
terrestres ferroviarias y carreteras; además de abundante mano de obra y un gran mercado
consumidor.
Así, desde San Lorenzo a Ensenada, las industrias de base (fabricación y elaboración de acero)
en San Nicolás de los Arroyos y Ensenada —puerto y zona industrial de La Plata—, de automotores,
astilleros, de equipos, petroquímica (Campana, Ensenada, San Lorenzo), constituyen los grandes
complejos industriales, En la etapa actual, la radicación de «industrias madre», como la de acero y la
petroquímica, genera por sí misma otras radicaciones que acuden al frente sin motivación geográfica.
Se está, pues, en la etapa de interacción.
En el rellano de esta rica actividad industrial diversificada el frente tiene, pues, el más amplio espectro
de posibilidades en los más diversos ramos de industria, Y por añadidura, tiene a su al-cance los más
importantes mercados de consumo de la República y los medios de exportación.
Las cifras arrojadas en los últimos censos indican que la región pampeana participa con al-rededor
de 100.000 fábricas en el PBN, y de éstas aproximadamente un setenta por ciento son producto de la
Capital Federal y Gran Buenos Aires, En lo que respecta a la ocupación de personal afectado a dichos
establecimientos, la región ocupa aproximadamente 1.000.000 de personas de las cuales un setenta por
ciento proviene también de los sectores mencionados. El consumo energético, obviamente es
igualmente significativo para el área industrial, y varía desde menos de 10.000 x 1.000 Kw hasta alcanzar
388
Una individualidad comparable, en cierta medida, a la del frente fluvial tiene otra banda mar-
ginal en la Pampa, que podemos designar el frente oceánico, o sea la comarca costanera com-
prendida entre Mar del Plata y Bahía Blanca, señalando estas ciudades la proyección hacia el mar de
las sierras de Tandilia una, y una escotadura del litoral que origina una profunda entrada del mar en
tierras bajas, la otra.
Argentina es un país ribereño con recursos pesqueros en concentraciones y accesibilidad que
posibilitan la operación eficiente de la flota, que justifican la existencia de una importante infraes-
tructura de extracción, pero no se lo puede considerar un país pesquero por excelencia, ya que lejos
se encuentra de los principales países del mundo en este orden. Se puede decir que es un país
eminentemente exportador de productos congelados, considerando los valores de las capturas, el bajo
consumo interno y los valores de exportación (figura 6).
Las aguas que recorren la amplia plataforma submarina argentina, son en general, de origen
subantártico, ya que la corriente de Malvinas que avanza hacia el norte siguiendo el talud conti-
nental deriva deja corriente de Cabo de Hornos. La corriente de Malvinas se encuentra con la co-
rriente cálida de Brasil a la altura de la provincia de Buenos Aires, variando en latitud según la
estación del año y formando en este litoral la convergencia tropical. Esto explícala riqueza de es-
pecies deteste sector de la plataforma bonaerense y su desembarco se realiza en los puertos de Mar del
Plata y Quequén. Del análisis de la evolución de las capturas totales del país y puerto de Mar del
Plata, se observa que un 80% desembarcaban en este puerto considerándoselo hasta 1977 el polo
pesquero del país5. Sin embargo últimamente están alcanzando mayor preponderancia puertos del
litoral patagónico, marcando una leve disminución que puede ir en aumento debido a las actuales
dificultades de la flota de altura para obtener capturas en el litoral bonaerense, desplazándose hacia el
sur, aumentando costos operativos y mermando la calidad de la captura.
El incentivo de la demanda externa, ha desarrollado un sector industrial tecnológicamente
evolucionado y dedicado a tal fin, y otro que sustenta el mercado interno que presenta un bajo
consumo. El consumo por año y por habitante oscila entre los 4 y 4,5 kg (C.M.I.P., 1970-1986)
debido a la preferencia hacia el consumo de carnes rojas, la escasez de redes de frío, y el precio no
siempre resulta competitivo con respecto a otros sustitutos. Del análisis estadístico se desprende que,
antes de 1963 las capturas eran limitadas y respondían a los requerimientos del mercado interno. A
partir de 1965 se suma a la primera la demanda externa, favoreciendo el desarrollo de las líneas de
producción, incorporación de flota de altura y aumentando la captura, que disminuirá en el período
1967-1969 debido a menor consumo interno y crisis en el mercado internacional, para aumentara
un 87,80% entre 1970 y 1981.
Es de vital importancia evaluar correctamente los recursos pesqueros, su difusión y considerar el
«rendimiento máximo sostenible» que atiende al volumen máximo posible de capturas por especie,
sin afectar la normal reproducción de este recurso renovable, y sin peligro de extinción por sobrepesca.
La anchoíta (E. anchoíta) es la especie que presenta mayor biomasa y el mayor rendimiento
máximo sostenible y se la considera subexplotada, y que juntamente con otras especies pelágicas como
la caballa (Scomber japonicus marplatensis), bonito (Sarda sarda), y atún (Thunnus spp.) constituye
la base de la industria conservera de pescado, y se usa también en elaboración de filetes sajados y
madurados.
La flota pesquera se compone por embarcaciones de altura y costeras. Dentro de las primeras se
puede mantener el pescado con hielo hasta llegada a puerto, o se puede contar con congeladores y
factorías que procesan el mismo a bordo. Estas efectúan la pesca de especies demersales (media agua)
preferentemente y bentónicas (de fondo) y son las responsables del 75% al 90% de las capturas totales,
que se destinan fundamentalmente a la exportación. La flota costera presenta lanchas de pequeño
tamaño y capacidad, que no llevan hielo y no siempre su antigüedad y estado aseguran una óptima
operabilidad y seguridad. Asimismo, los problemas de embancamiento originados por el
emplazamiento del Puerto de Mar del Plata, ocasionan altos costos que demoran el periódico dragado
390
la agricultura pampeana la creación de una red ferroviaria interna, con la cual se pudo transportar las
cosechas hasta los puertos de exportación.
Todos los requisitos de la moderna agricultura se configuraron entre 1880 y 1900. Casi junto con
la gran expansión comienza el proceso de diversificación de la agricultura pampeana. Como en realidad,
en términos generales, la agricultura coexiste en la región asociada a la ganadería, la diversidad de la
actividad rural es uno de sus rasgos más singulares en cuanto atañe a las formas de ocupación del suelo.
Sin perjuicio de que en algunos sectores exista predominio de una u otra
o de un determinado cultivo, algunos rasgos definidos de especialización agropecuaria se manifiestan
en la ganadería de ciertas zonas, que sirven exclusivamente para «engorde» de animales destinados a
producir carne; en tal caso las reses son llevadas allí desde los campos de cría, generalmente más
pobres.
La diversificación agrícola, su trascendencia, ha delimitado zonas de especialización de cultivos, y
creado variedad de formas y técnicas de trabajo agrícola, de explotación rural y es fundamento
creciente de industrias varias. Ha dado mayor base de sustentación económica a todo el país y tiende
a proporcionar un cuadro de utilización más racional del suelo.
El mapa ecológico de la pampa muestra las múltiples oportunidades que el clima y los suelos de esta
región pueden ofrecer todavía al trabajo sistematizado del hombre. Así, a los cultivos de granos se
agregan los de tipo industrial como el lino y el girasol, los cultivos hortícolas y las plantaciones
frutales.
En ciertas zonas, la agricultura nació asociada a la ganadería y se practicó una suerte de rotación
caracterizada por varias cosechas consecutivas de trigo, seguidos por la implantación de sembradíos
semiperennes de alfalfa. Ya en 1872 el área triguera cubría una extensión poco superior a 200.000 ha
y ésta era la casi totalidad del área sembrada en el país. Apenas quince años, en ese período de la fase
ascendente de la agricultura, y el maíz y luego el lino —cultivado para aprovechamiento de la semilla
— compartieron con el trigo la posesión del suelo pampeano; por entonces el área en conjunto de
ambos era casi diez veces superior a la cifra antes mencionada. En otros quince años se añadieron a la
trilogía primitiva la cebada y la avena, y debieron pasar otros dos ciclos más para que hiciera su
aparición en 1920 el centeno, al que se sumaron el mijo, girasol, maní, nabo, cebada cervecera, maíz de
guinea y los sorgos. Todos cultivos de importancia propia, y que proveen a la exportación o a la
industria local en gran medida, mientras los extensos cultivos de huerta, los de papas y las arboledas de
frutales proveen al consumo de las grandes ciudades pampeanas y a industrias de elaboración de
alimentos.
Con respecto al trigo, este cereal, una de las primeras siembras de los españoles, constituye una
producción fundamental para el país y es de la región pampeana de donde surge aproximadamente el
89%del total.
El maíz, por su parte, se distribuye extensamente en el territorio argentino, especialmente en el
Norte y Noroeste, pero la mayor concentración de cultivo corresponde a la pampa ondulada a causa
de sus favorables condiciones climáticas, como son las lluvias tardías de verano y de otoño. En la
comarca comprendida entre Pergamino, Venado Tuerto y Rosario la mayor parte del suelo se dedica a
este cultivo.
En ambos casos se ha logrado una eficiente selección de semillas que ha determinado el
aumento en el tonelaje de las cosechas. En el caso del maíz supera al aumento de la superficie
cultivada, debido a la mayor productividad por hectárea. También las máquinas cosechadoras —
actualmente de origen nacional conllevan a un significativo mejoramiento de la producción.
También la región mantiene la más alta proporción de cultivos de avena; centeno y cebada. En
cuanto a la distribución geográfica, la avena se difunde en toda la región cerealera y particular-
mente en el sector comprendido entre Coronel Pringles y Lobería en la provincia de Buenos Aires. El
centeno resiste el tiempo seco y por ello prefiere la franja marginal de la pampa húmeda: en el Oeste de
la provincia de Buenos Aires, el Sur de Córdoba y el Nordeste dé La Pampa. La cebada, por su parte, se
393
cultiva en el Oeste y Sur de la provincia de Buenos Aires; la cebada cervecera, de gran valor como
gran valor como cultivo industrial, tiene su área de difusión en las provincias de Buenos
Aires, Córdoba y La Pampa.
El lino, repite la misma zona óptima de los cereales en su difusión. Planta anual de gran ren-
dimiento, exige el suelo, lo que impide su siembra consecutiva en los mismos predios. Coincide su
área con la zona granera por excelencia, pero no se extiende a la franja marginal de la Pampa. Se
utiliza la semilla como aceite industrial y su fibra para tejidos, siendo la primera la producción casi
exclusiva.
Gracias al cultivo de oleaginosas la Argentina dejó de importar aceite de mesa. Parte de ese
resultado se debe a los cultivos de algodón del Chaco; asimismo han contribuido otros cultivos que
prosperan en la pampa como el girasol y el maní. La soja ha tenido una amplia difusión en años
recientes, debido a su gran valor y aplicabilidad diversa.
Mucha menor importancia adquiere la producción de frutales de la región, con respecto a los
cereales. Sin embargo se ha logrado una diversificación que determina una franja de la pampa
ondulada, con centro en San Pedro, con existencia de plantaciones de citrus; San Nicolás de los
Arroyos con sus viñas; en el contorno de la gran aglomeración metropolitana de Buenos Aires se di-
funden frutales de clima templado; en Mercedes (Buenos Aires) se producen duraznos, y en Do-
lores hay plantaciones de manzanas.
La horticultura, de gran valor económico, y bajo agricultura intensiva, se da generalmente en las
zonas suburbanas de las grandes ciudades, debido al carácter perecedero de sus cosechas, que
requieren, también, gran cantidad de trabajo rural especializado. La pampa produce el 35% del total
nacional. Se dan casi todas las variedades de huerta y en algunas especies, como la papa tardía y
semitardía, la producción llega al 90%. En los distritos hortícolas se advierten
características especiales en la subdivisión de las tierras. Se distinguen, en la región, las
áreas periféricas de Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata y Córdoba; los distritos paperos de
Rosario y Balcarce, y los frutillares de Coronda y Chivilcoy. También es destacable la producción de
citrus de Concordia, que dio origen a la industrialización de concentrados y jugos cítricos.
La difusión de la floricultura presenta analogías con la horticultura y coincidencias en su área de
explotación. Se destacan, por sus óptimas condiciones distritos como Escobar, Villa Elisa y Mar del
Plata.
Con la ocupación agrícola, fueron plantados muchos árboles en la región pampeana —llanura
sin árboles— para cumplir una función protectora. Los tramos arbolados primitivamente eran el
bosque ribereño del Río de la Plata y el bosque xerófilo pampeano-puntano, o selva ranquelina, en el
Oeste. Sumamente densa era la selva de Montiel. En todos los casos, la explotación indiscri-
minada, ya sea para la obtención de madera o para abrir paso a la instalación humana en el área de
mayor densidad de la Argentina, pone de manifiesto la acción antrópica en detrimento del recurso.
Es de señalar que las regiones que actualmente ofrecen mayores volúmenes de material leñoso,
son el Delta del Paraná, Concordia (Entre Ríos), Norte de Buenos Aires y Sur de Santa Fe.
En la pampa, la ganadería ha influido sobre la agricultura, al destinar grandes extensiones de
tierra al cultivo de plantas forrajeras que sustenten aquella actividad, Y es la pampa la región que
reúne entre el 90 y 95% de la producción nacional, en que se destacan los alfalfares. La alfalfa, que
encuentra condiciones óptimas para su desarrollo en la región, ha sido base de colonización y
asentamiento definitivo de la población. Los campos con forrajeras se utilizan para pastoreo,
además del corte y preparación de forraje y, obtención de semilla, Todo ello con el asesoramiento de
instituciones6 como INTA o los grupos CREA que brindan un valiosísimo aporte a la actividad
agroganadera nacional.
En suma, la agricultura pampeana representa las dos terceras partes del total del país. Si
globalmente la agricultura y la ganadería participan con el 12% en la formación del producto interno
regional, el porcentaje de la primera es del 58% sobre un 42% de la segunda. Consecuentemente el
PB está representado por la agricultura en un 7% y la ganadería en un 5%.
394
A lo largo de los últimos tiempos, se ha hablado de la «cuestión agraria»7, con marcada di-
versidad de criterio e infaltable parcialización de los problemas implicados, bajo el rótulo común de
reforma agraria. Es necesario realizar una reforma agraria, en procura de metas posibles beneficiosas
para el país. Es indispensable tratar esta cuestión con claridad y sin intereses partidarios o parcialistas, a
fin de lograr objetivos alcanzables.
En la futura etapa económica, que debe planearse con participación de una reforma agraria
argentina, la meta de la integración de la producción rural con el resto de la economía para dar fuerza
a un crecimiento general, debe encontrar senderos inéditos –y si se puede, obligados— para lograr
concurrencias estructurales, positivas, realistas y de gran espectro productivo, en medida suficiente
para imprimir un ritmo nuevo de crecimiento nacional. Debe buscar una integración agroindustrial,
desparramada en todo el territorio, con una legislación que brinde estabilidad y estímulos
suficientes, orientada por una tecnología propia, y dotada de un ordenamiento integral de muy amplias
vistas y recursos. Se tratará de aprovechar la gran riqueza argentina que es la pro-ducción agraria
multiplicando el valor original por transformación industrial, para reemplazar la exportación de
materias primas por artículos terminados de gran consumo mundial. Un proyecto de creación de
«cinturones de integración agroindustrial», sería una solución auténticamente argen-tina por su base y
su naturaleza, con atrayentes fases de viabilidad y eficiencia multiplicadora (ob. cit.)
dibujo de las parcelas de campo no obedeció, en forma general, sino a un parcelamiento geométrico
efectuado en cuadrados, lo que fue regla común originaria, a excepción del fraccionamiento «de
suertes de estancias» que hizo Juan de Caray, que semeja cintas alargadas. Esta parte del territorio
ha sufrido la subdivisión de predios más intensa. Su comparación con las formas cuadrangulares
de las otras subregiones, indica un grado de diferenciación que justifica ciertas conclusiones.
Intervinieron, en esté cambio, entre otros factores, el grado de humanización del paisaje al-
canzado en las diferentes subregiones:
Fig. 8. Estructura agraria de la región pampeña y algunas de sus subregiones (en porcentajes). Fuente:
Daus, F.; Rey Balmaceda, R.; Morell, B.; Cotroneo, D.; Palacio, H.; Ferrari, E.:
"Aspectos de la geografía agraria de la Región Pampeana", en GAEA, Anales, tomo XIII, Buenos Aires,
1969.
396
A medida que se avanza hacia la cuenca del Salado, el grado de humanización del paisaje
disminuye y los establecimientos de cría, con algo de agricultura, corresponden a los grupos de 400 a
1000 ha y de 1000 a 2500 ha.
Hay descenso de la población activa agropecuaria, que emigra hacia los centros urbanos y es
reemplazada por medios técnicos.
La integración regional
Paraná-Plata, y b) las de las líneas de penetración hacia el interior de la pampa que son en su
continuidad, las arterias maestras de las comunicaciones argentinas. Tanto los ferrocarriles como los
caminos y las rutas aéreas tienden actualmente a provocar una descentralización de este
dispositivo, pero en verdad sus rasgos capitales, dictados por factores naturales, no pueden borrarse
artificialmente. Así, al tornarse más completa y tupida la red de comunicaciones adquiere el aspecto de
un canevás, cuyas líneas se mantienen persistentemente ceñidas a las dos direcciones mencionadas al
principio, que son, en definitiva, las líneas fundamentales de los rasgos geográficos. En el dispositivo
general descrito se insertan la pampa ondulada y en especial Buenos Aires como nudos de un sistema
bidireccional que tiene por ejes el Río de la Plata y las líneas que surcan la planicie con rumbo
transverso al de esa vía fluvial.
EL, sistema urbano de la región tiene características radiocéntricas y hacia el centro principal
convergen las redes de transporte. Los centros urbanos presentan una distribución homogénea y la
llanura propende a la regularidad de esa distribución.
La centralidad, representada por la ciudad de Buenos Aires, es un espacio urbano limitado
administrativamente por la avenida General Paz y el Riachuelo. Es la Capital Federal desde el año
1880; fundada por segunda vez por Juan de Garay en 1580. Ha mantenido su población en una
cantidad de alrededor de 3.000.000 de habitantes desde 1947 hasta la fecha.
En el origen de la prosperidad de la capital argentina, la ciudad desempeñó el papel de ca-
becera en el esquema agroportuario en el cual se expresó el sistema económico de todo el país, no
obstante que lo verdaderamente implicado en él, como masa de maniobra, era la producción rural de la
pampa, en función de la cual operaba el puerto exportador: en cuanto a la capacidad importadora de
todo el país, estaba constituida, consecuentemente, en parte elevadísima por la cuota pampeana
respectiva. Trazado de vías férreas troncales en todo el país, y descongestión portuaria inducida fueron
aspectos congruentes del esquema agroportuario original. La función de capital nacional rio ha hecho
sino añadir factores accesorios de engrandecimiento de la ciudad del Plata, que no fueron
indispensables ni decisivos en el arranque inicial. Buenos Aires esquite todo, el gran centro urbano de
la pampa y esa es la condición necesaria de su prosperidad. Su posición perifé-rica no resta fuerza al
argumento de su condición de foco regional y a su entera coherencia con la totalidad del espacio
individualizado.
Buenos Aires es la Capital Federal de la República Argentina, centro político del país y resi-
dencia de los poderes federales. Cuenta con las tradicionales construcciones de su vieja condición de
capital, como la Casa de Gobierno, en el antiguo solar donde se ubicó el Fuerte y residencia de los
gobernadores, y el Cabildo. Es el «centro geográfico» del territorio, el punto al cual convergen por rutas
naturales, las más constantes manifestaciones de vida de la Nación.
Es el centro de comunicaciones del país: los ferrocarriles, caminos y las vías aéreas nacionales
tienen su kilómetro cero en Buenos Aires. Posee, por lauto, instalaciones portuarias, ferroviarias,
grandes caminos de acceso, autopistas, una amplia red de subterráneos, y aeropuerto.
Es el centro cultural de la Argentina, siendo sede de universidades estatales y privadas, posee
museos, bibliotecas e institutos científicos de primer nivel y es el centro editorial de la República;
también residencia de las máximas autoridades de la Iglesia católica argentina. Conserva templos de la
época colonial que testimonian las construcciones del siglo XVIII. La Catedral, cuya Construcción
demandó más de dos siglos, guarda los restos del Libertador, general José de San Martín.
Por ser el centro económico del país, las principales instituciones bancarias nacionales tienen sus
casas matrices en la ciudad, y es aquí donde se centralizan las operaciones y transacciones que abarcan
todo el país, a través de organizaciones financieras, mercado de valores, bolsas, instituciones de
seguro y de comercio.
Como el Gran Buenos Aires es el principal centro industrial de la República, la capital y el anillo
urbanizado concentran casi la mitad de los establecimientos fabriles de todo el país y el mayor
número de obreros industriales.
El amplio espectro edilicio permite diferenciar un distrito céntrico con el trazado de la vieja
ciudad hispánica con sus calles cortadas en ángulo recto, y donde las avenidas y diagonales del radio
céntrico debieron ser abiertas a partir de fines del siglo pasado, presentando una apariencia distinta en
los tramos exteriores, los distritos residenciales en el sector Norte de la ciudad, que conserva aún
edificios de estilo francés levantados en este siglo y donde otros han sido reemplazados por amplias
construcciones de departamentos. Hacia el Oeste y el Sur, barrios populosos se convierten en centros
400
locales de actividad comercial, con la alternancia de una gran cantidad de espacios libres de
edificación como son las plazas, parques y campos de esparcimiento y de deportes.
La ciudad provee a sus habitantes de los servicios urbanos que le asignan una jerarquía de
primera magnitud. No obstante, se repiten también en Buenos Aires, los problemas de todas las
grandes ciudades del mundo, y es obvio que el Húmero de habitantes en un área de crecimiento como
la considerada hace que los costos sociales —contaminación, hacinamiento, congestiona-miento,
etc. — Originen inversiones estatales cada vez más significativas orientadas a la solución de los
problemas. Sin entrar en la consideración particular del problema, es importante deducir que muchos
de ellos dejarán de serlo en cuanto se adopte un Ordenamiento voluntario al cual se llega mediante la
aplicación de estrategias v modelos de planificación adecuados.
Como centros urbanos destacados del frente urbano-industrial descuellan Rosario y La Plata.
La ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe, es una de las ciudades nuevas del país —
declarada ciudad en 1852— aunque sus orígenes se remontan a los fines del siglo XVII como un
pequeño agrupamiento rural. Su rápida prosperidad se halla vinculada con la expansión agrícola del
distrito del cual es cabecera. Actualmente es la tercera, después de Buenos Aires y Córdoba; con los
departamentos de Rosario y San Lorenzo, el Gran Rosario cuenta con 957.301 habitantes para el año
1980; el registro para la década anterior era de 813.068 habitantes, con una variación intercensal del
18%.
Si bien Rosario no tiene categoría de centro político, ya que la capital de la provincia es la
ciudad de Santa Fe es un centro cultural muy importante por la actividad de institutos de altos es-
tudios pertenecientes a la Universidad Nacional de Rosario II parque Independencia constituye uno de
los más extensos espacios urbanos forestados del país, donde funciona el Museo de Historia
Provincial, notable por sus colecciones prehispánicas y coloniales. Cuenta con el Monumento a ll
Bandera, emplazado en las barrancas sobre el río Paraná, donde se produjo el primer izamiento de la
bandera por el general Manuel Belgrano.
El puerto de Rosario, uno de sus factores de progreso, está construido en la barranca viva de la
pampa ondulada, en el lugar donde el río tiene profundidad junto a los muelles como para permitir el
amarre de embarcaciones de ultramar. Tiene asimismo carácter de puerto internacional, ya que se ha
concedido una franja portuaria libre a la República de Bolivia.
Siendo nudo de una trama ferrovial centrípeta, y con un amplio hinterland agrícola que destina
gran parte de su producción a la exportación, constituye un área de localización industrial Este
centro de la industria nacional se compone, de instalaciones frigoríficas, molinos, refinerías, y otras-
plantas manufactureras y de elaboración de materias primas de la zona y de otras regiones del país:
tales los casos de refinerías de azúcar de origen tucumano y salteño, molinos de yerba mate procedente
de Misiones, y la refinería de petróleo de San Lorenzo , principal suburbio industrial de Rosario.
Su prosperidad le ha permitido convertirse en un centro financiero y comerciar de todo el país, ya
que sus capitales, bolsas y mercados abarcan intereses de toda la República.
La Plata, ciudad capital de la provincia de Buenos Aires, fue, fundada para dicho fin en 1882, a
raíz de la federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880. Fue trazada con criterios urbanís-ticos,
lo cual la diferencia de las viejas ciudades de fundación hispana. Se caracteriza por espacios libres
amplios y avenidas y diagonales magníficamente arboladas. Desde sus orígenes adquirió prestigio
como centro cultural por su Universidad Nacional, su famoso Museo de Ciencias Naturales en, el paseo
del Bosque, y el Observatorio Astronómico de la Plata.
El Gran La Plata, que incluya los partidos de La Plata, Berisso y Ensenada —éstos últimos
centros industriales por sus frigoríficos; talleres navales, y astilleros, y destilería y complejo pe-
troquímico—, cuenta, según censo de 1980, con 564.750 habitantes, indicando una variación in-
tercensal del 16% , ya que en el anterior su población era de 485.939 habitantes.
La ciudad de Córdoba fue fundada en 1573 por Jerónimo Luis de Cabrera, en el lugar donde el
Río Primero deja la Sierra Chica después de cruzarla por una estrecha garganta. Su posición ge-
ográfica le permite polarizar las actividades de las sierras y las de la comarca de planicie que se
extiende al oriente y es el ejemplo más significativo de centro floreciente en las franjas de transfi-
guración, por haber servido de vínculo entre las dos regiones tradicionales de la Argentina, la
401
pampa y las sierras pampeanas, y fue la docta ciudad en los tiempos en que se gestó la unidad
argentina. Su Universidad fue creada en 1613.
La suavidad del clima, la abundancia de aguas —sus aprovechamientos hidroeléctricos y
embalses la habilitaron para su gran expansión industrial—, los recursos forestales y minerales; las
facilidades para las granjerías, hicieron de la ciudad, ya desde tiempos precolombinos, un centro de
atracción para el poblamiento de notable vida autónoma en los siglos XVII y XVIII.
Su trazado y edificación llegaron a adquirir cierto grado de esplendor; actualmente se con-
servan algunos edificios de estilo hispanoamericano de indudable valor artístico e histórico, como la
Catedral, inaugurada en 1758 y la Iglesia de la Compañía de Jesús.
Con su posición geográfica que la ha convertido en un nudo del sistema ferroviario argentino,
del., que. parten líneas hacia el norte, noroeste y oeste del país; sus amplios recursos turísticos; su
disponibilidad de energía hidroeléctrica proveniente de los ríos serranos, que ha propulsado un
crecimiento industrial en el cual se destaca la industria automotriz y subsidiarias, aeronáuticas, y
metalmecánicas relacionadas con el agro debido al florecimiento de la economía agropecuaria
exportadora, con la consecuente demanda de técnicos y profesionales y nuevos barrios para al-
bergar a una población creciente, Córdoba, para el censo de 1980, registra una cantidad de
983.969 habitantes, dejando atrás la cifra de 792.925 de la década anterior, con una variación
intercensal del 24%, y se erige como centro organizador de la campaña.
Enfrentadas por el río Paraná, dos ciudades se destacan: Santa Fe al occidente y Paraná al
oriente.
La ciudad de Santa Fe ocupa el extremo Norte del frente fluvial de la pampa ondulada. Fundada
en 1573 por Juan de Caray, tiene los rasgos de las viejas ciudades coloniales. La ciudad prosperó
gracias a las tierras semiboscosas que la rodean, aptas para la agricultura, la ganadería y el
aprovechamiento forestal. Es centro agrícola y comercial; en ella se asienta la Universidad Nacional
del Litoral.
El censo de 1980 arrojó la cantidad de 291.966 habitantes, con una variación intercensal del
19%, dados los 244.655 habitantes del anterior censo.
Gracias al túnel subfluvial Hernandarias, construido en el lecho del río Paraná, se ha conver-tido,
desde su construcción en 1971, en el nexo vial que establece las comunicaciones con el Noroeste
y Noreste del país. Se ve favorecida además por el apoyo que presta el puerto de Santa Fe, que sirve
de punto de salida a la producción de ambas regiones y en general de todo el Norte argentino.
La ciudad que completa el enlace es Paraná, la ciudad más importante de la subregión de las
lomadas. Es la actual capital de la provincia de Entre Ríos y tiene 161.638 habitantes para el año
1980, siendo para 1970 de 127.835, con una variante intercensal del 27%.
Tiene una alta significación cultural debido a los establecimientos universitarios de que es sede, y
se halla emplazada inmejorablemente sobre la barranca del Paraná. Fue sede del gobierno de la
Federación argentina en el período de la separación de Buenos Aires entre 1853 y 1861.
Dos centros de considerable significación delimitan el frente oceánico: Mar del Plata y Bahía
Blanca.
La ciudad de Mar del Plata se creó como tal en 1874; desde 1856 existía un núcleo de población
junto a la Laguna de los Padres. Esta ciudad, cabecera del partido de General Pueyrredón, ha logrado
convertirse en poco tiempo en una de las más importantes y bellas ciudades argentinas. Prueba de
ello es el crecimiento de su población que, para 1980,arrojó una cifra de 414.696 habitantes,
habiendo sido para 1970 de 302.282, lo cual pone de manifiesto una variación del 37% entre ambos,
harto demostrativa. Ocupa el séptimo lugar entre las ciudades más populosas del país.
Es la Ciudad turística más importante del país, pero su característica de ciudad balnearia es uno
de sus aspectos, ya que es un verdadero centro multifuncional debido a sus servicios de nivel cultural,
sanitario y comercial, con una intensificación en la instalación industrial. Su puerto es el primero
del país en cuanto a actividades pesqueras, también polifuncional: incluye actividad industrial,
cerealera, deportiva, militar, de combustibles y de cabotaje10.
Cuenta con una Universidad Nacional y centros de investigación, muchos de los cuales se
orientan hacia la problemática del mar y su aprovechamiento.
402
Por su parte, Bahía Blanca, fundada en 1828 con el nombre de Fortaleza Protectora Argentina,
constituyó un puesto avanzado en la lucha contra los indígenas. La posición se consideró excelente
por el puerto natural existente sobre la bahía denominada Blanca, denominación que luego adoptó.
Es puerto de exportación de granos de toda la franja meridional de la pampa, núcleo industrial
(frigoríficos), y desempeña además un papel culminante en el enlace interregional de la pampa con la
Patagonia. En tal aspecto su función principal se concreta en la exportación frutícola del Alto
Valle, que exige una adecuada instalación de depósitos frigoríficos.
403
carretero el carácter de una verdadera red, cuya mayor densidad corresponde precisamente a la región
pampeana11.
La circulación fluvial de la región sigue el eje Plata-Paraná y sirve especialmente a los puertos del
frente fluvial. También los puertos marítimos de todo el país sostienen un sistema de circulación
estrechamente relacionado con la pampa.
La circulación aérea del país también se centraliza en esta región. Sus aeropuertos —Buenos
Aires, Rosario, Córdoba— son terminales de las líneas que cubren el servicio regional, interregional y
también internacional.
La prolongación del sistema radial de comunicaciones de la pampa, permite que se alcancen, en
forma llana y directa, todas las demás regiones del país. Esto determina uno de los rasgos
capitales de la geografía de la Argentina, que tiene a la pampa como región nuclear del territorio.
Conclusión
La conformación fisicogeográfica del territorio argentino —de tipo complejo— ha creado cauces
naturales por los cuales se desenvuelve con destacada intensidad la vida general de la población, en
sus manifestaciones de la circulación e intercambio económico. Estas líneas, los «centros» en que ellas
terminan y los intermedios o «engranajes» deben ser considerados localidades de importancia
relevante en la organización planificada del país. Obviamente se destaca la función nacional de Buenos
Aires como máximo «centro» territorial en el país.
405
Referencias:
A- Actividades agropecuarias
1 - cultivo con predominio de trigo; 2 - cultivo con predominio de arroz; 3 - cultivo con predominio de maíz; 4 -
Cultivo de frutales y hortalizas; 5 - Cultivos con predominio de girasol; 6 - silvicultura; 7 - ganadería, con
predominio de cría; 8 - ganadería extensiva mixta con cría e invernada; 9 - ga-nadería de invernada
predominantemente (pasturas); 10- cuencas hulleras. - 11 - actividades mineras: extracción de rocas de
aplicación (dolomitas, granitos, cuarcitas, arenas) y minerales no metalíferos.
B- Actividades industriales:
Parques y complejos industriales:
12 - petfoquímico; 13 - agroindustrial; 14 - metalmecánico; 15 - varios; 16 - textil; 17 - complejos agroindustriales; 18 -
siderurgia; 19 - petroquímica; 20 - frigoríficos; 21 - molinos; 22 - fábricas de cemento; 23 - astilleros; 24 - pesqueras;
25 - alimenticias; 26 - químicas.
C- Infraestructura; 27 - puertos de ultramar; 28 - puertos fluviales; 29 - ferrocarriles; 30 - Caminos
pavimentados; 31 - aeropuertos internacionales.
407
NOTAS
1
DAUS, F., Fundamentos para una división regional de la Argentina. En: GAFA. Serie Aportes al
Pensamiento Geográfico N° 1. Buenos Aires, 1982.
2
El túnel subfluvial une, desde 1971, bajo el río Paraná las ciudades de Paraná en Entre Ríos y Santa Fe.
El complejo ferroviario Zarate-Brazo Largo atraviesa el Delta desde 1978 y reemplaza al ferryboat,
agilizando las comunicaciones. Su altura sobre el río no interrumpe la navegación fluvial.
3
Región metropolitana: Capital Federal y 19 partidos: La Matanza, Morón, Lomas de Zamora, General
Sarmiento, Lanús, Quilmes, General San Martín, Tres de Febrero, Avellaneda, Almirante Brown, Merlo,
Vicente López, San Isidro; Tigre, Berazategui, Moreno, Esteban Echeverría, Florencio Varela y San
Tornando. Superficie: 3.879 km2
4
En 1985 se ha creado el AMBA (Arca Metropolitana de Buenos Aires) como ente que atienda a la
regulación de su crecimiento.
5
YEANNES, María I., "El sector pesquero argentino". En: Ciencia tecnología y aparato productivo.
Interacciones locales con las tecnologías del hemisferio Norte. Situación Argentina. Vol. II Cap. II
Buenos Aires, julio 1989. Ed. Preliminar. Circulación reducida.
6
INTA: Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (1956). CREA: Consorcios Regionales de
Experimentación Agrícola privados. (1957).
7 DAUS, F., "La cuestión agraria". En: Problemas argentinos y sus soluciones. Tomo I. Ed. Pleamar.
Buenos Aires, 1975. Pág.
40-71.
8
DAUS, l., REY BALMACEDA, R., MORELL, B., COTRONEC, D- PALACIO, H., FERRARI, E.,
"Aspectos de la geografía agraria de la región pampeana". En: GAEA. Anales. Tomo XIII. Buenos Aires,
1969.
9
PREGO, A. y otros, El deterioro del ambiente en la Argentina. Coordinador A. PREGO. Centro para la
Promoción de la conservación del suelo y del agua (PROSA). FECIC. Buenos Aires, 1988,497 págs.
10
ACIN, M. GARCÍA y otros; Mar del Plata y su región, Coordinador JUAN A. ROCCATAGLIATA,
Sociedad Argentina de Estudios Geográficos, Serie Especial, N° 10, Buenos Aires, 1984 ,26 9 págs.
11
En la Capital Federal, des de la Estación Constitución de ferrocarriles parte el F.C. Gral. Roca con
destino a la región patagónica. Desde Estación Retiro, al F.C.G. Belgrano hacia el Noroeste, Chaco,
sierras pampeanas, Cuyo y Repúblicas de Chile y Solivia; y el F.C. San Martín hacia Cuyo. Desde 11 de
Setiembre, el F.C. Sarmiento lleva destino a Cuyo; de Federico Lacroze, el F.C. Urquiza con rumbo a la
mesopotamia y República del Paraguay. La red caminera representada por las rutas nacionales Ruta N° 1
a La Plata, N° 2 a Mar del Plata; N° 3 hacia la región patagónica; N° 7 hacia Cuyo y Chile; N° 9
Panamericana hacia La Quiaca y Bolivia; N° 11 a Clorinda y Paraguay; N° 12 Puerto Iguazú, y N° 14 a
Bernardo de Yrigoyen.
408
BIBLIOGRAFÍA
1950
--La barranca del Puerto de Rosario. Buenos Aires, 1936.
GAIGNARD, Romain. "L'Economie de la Répulbique Argentine". Extrait de la Revue Les Cahier
D'Autremer. T. XIII. Bordeux, 1960.
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GALMARINI, A. G. Climas humanos. Anales de la Soc. Arg. de Estudios Geográficos, T, X,
Buenos Aires, 1955.
GlBERTI, H. Historia de la ganadería argentina. Buenos Aires, 1954.
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GONZALEZ BONORINO, F. y OESTERHELD, H. G. Resumen de la obra. Geología y aguas
subterráneas de la pampa, de Ricardo Stappenbeck. Servir, año IV N° 41-42. Buenos Aires, 1939.
GORI, G, La pampa sin gaucho; influencia del inmigrante en la transformación de los usos y
costumbres en el campo argentino en el siglo XIX. Raigal, Buenos Aires, 1952.
Región agro-silvo-ganadera
con frentes pioneros de
ocupación del Nordeste
414
ENRIQUE BRUNIARD
ALFREDO S. BOLSI
Las provincias del Nordeste argentino —Corrientes, Chaco, Misiones, Formosa y el Norte de
Santa Fe— ocupan un dilatado territorio, del orden de los 340.000 kilómetros cuadrados, que se
articula sobre un variado mosaico de paisajes geográficos; éstos resultan de diversas asociaciones de
formas naturales y culturales regidos por factores de escala diversa y con desiguales consecuencias
para la génesis del conjunto. La comprensión de este contexto regional gestado dentro de un área
periférica con ciertos síntomas de subdesarrollo respecto del resto del país y éste, a su vez, con
síntomas semejantes en relación a los países centrales del mundo, orienta la búsqueda de las energías
intervinientes en su proceso geográfico dentro de un ámbito que excede a la propia región y puede
ensancharse a escala nacional y extra nacional.
Tanto el marco natural como el estado actual de la organización del espacio muestran ejes de
asimetría que responden a patrones de distribución cuyos efectos se revelan en diferentes grados de
generalización.
Entre la plataforma, estructural misionera con sus paisajes serranos; la planicie correntina,
donde se ensamblan esteros lagunas y lomadas arenosas, y la cuenca sedimentaria chaqueña,
nivelada y monótona, se pueden, advertir diferencias manifiestas a través de algunos escalones
morfológicos marcados. Estos obedecen a un pasado complejo donde los derrames basálticos del
triásico y los movimientos diferenciales de bloques de los últimos tramos de su historia geológica han
dejado huellas perdurables: se destacan la franja de contacto entre las sierras de Misiones y la planicie
del Nordeste correntino y también la gran falla del eje fluvial Paraguay-Paraná, que señala la línea de
oposición entre la alta barranca correntina y la ribera baja e inundable del Chaco oriental.
A estos contrastes definidos se superpone un factor diferencial de primera magnitud; se trata del
gradiente climático —especialmente hídrico— que impone notables contrastes entre el Este y el Oeste;
desde el confín oriental de la densa selva de Misiones, con lluvias abundantes y grandes excesos de
agua, hasta el occidente chaqueño, donde los signos de la continentalidad de la aridez creciente y del
arreísmo revelan una imagen diametralmente opuesta.
415
416
417
La disparidad natural entre las comarcas húmedas del oriente y las secas de occidente fue
vigorizada por la presencia de los primeros grupos humanos que se asentaron en ella. En el Nordeste
de Corrientes y en Misiones, los guaraníes agricultores constituyeron células de
poblamiento bien organizadas, mientras que al otro lado del Paraná las considerables
extensiones boscosas y la carencia de agua en gran parte de la planicie estimularon un género de
vida nómade que desconoció el asentamiento persistente y la propiedad de la tierra y opuso una
tenaz resistencia a los frentes civilizados de ocupación.20
La penetración hispánica, que a partir del Río de la Plata contó con el eje fluvial como vía obligada
de acceso al subtrópico, acentuó aún más las diferencias con la fundación de la ciudad de Corrientes
(1588) en el área más apta de la confluencia fluvial Paraguay-Paraná. Este fue el punto de partida
para la ocupación territorial del Nordeste y debieron pasar más de 300 años para que el impulso del
centro pionero, mediante el lento y penoso avance de sus estancias, incorporara a la civilización lo
que es hoy su territorio provincial; hacia 1800 la población de la provincia de Corrientes alcanzaba
sólo las 20.000 almas.21 Ello evidenciaba la inercia del país colonial en una época carente de medios
y de estímulos para acometer una empresa de ocupación territorial efectiva de esa envergadura;
todavía no estaban dadas las condiciones: fue necesario esperar el largo proceso de la independencia
y de la organización institucional y política del país.
419
habían alcanzado las fronteras políticas del Nordeste. Se entró así en una nueva etapa
caracterizada por la emigración rural, por una urbanización creciente, por una diversificación de
las bases económicas con resultados desiguales en cada una de las provincias y de sus res-
pectivas áreas. Salvo algunos estímulos limitados —en años recientes—, ésta es la tónica que vive
el complejo geográfico del Nordeste. La construcción de rutas pavimentadas a partir de 1960
constituye un factor que tiende a una integración regional incipiente, a la que se opone el fuerte y
persistente esquema centralizador elaborado en las etapas anteriores.
Este proceso de ocupación y organización territorial, movido por energías extrarregionales o
por demandas alóctonas, ha convertido a las provincias del Nordeste en lo que Ferraro
llama «típicos enclaves de drenaje», ya que no existe una aceptable integración
agroindustrial27. La marcada especialización de la producción de cada provincia advierte sobre el
bajo nivel de cohesión de la economía regional28.
El destino de la mayor parte de la producción subtropical —al mercado nacional, fuertemente
concentrado— no sólo ha privado a las provincias del Nordeste de los establecimientos de trans-
formación de su propia materia prima sino que ha generado una relación de dependencia
marcada respecto de Buenos Aires y de la región pampeana que se evidencia en la estructura de los
sistemas de transporte y en los flujos económicos convergentes en el Sur29. Sólo los
productos pesados, de menor valor relativo, como son los derivados de la explotación forestal
—maderas misioneras o quebracho chaqueño—, permitieron la elaboración in situ o, por lo menos, las
etapas iniciales de la transformación industrial. Los productos livianos de mayor valor, por
ejemplo el al-godón chaqueño o las lanas correntinas, alimentan, en tanto, los complejos textiles
extrarregio-nales. La escasez de excedentes del productor regional de materia prima y la falta de
reinversión de los excedentes industriales en las provincias productoras contribuye al
estancamiento y la profun-dización de la brecha interregional.30
Si bien la posición geográfica de las provincias del Nordeste y su estructura y función
productiva nacional —proveedora de materia prima subtropical— permitió su reunión, en un
intento de planificación nacional, en un conjunto denominado «Región de Desarrollo
Nordeste» (NEA)31, por otro lado, el esquema centrífugo e independiente de sus flujos
económicos interfiere la integración efectiva de sus componentes en una región funcional
articulada.
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NOTAS
1 Las unidades naturales responden a los "tipos de vegetación" representados en la Fig. 5. Se trata de una
compilación cartográfica compuesta por "H Chaco argentino. Mapa preliminar de subregiones" de MORELLO,
J. (Las grandes unidades de vegetación y ambiente del Chaco argentino, 1968, ed. 1NTA, Bs. As.) y por el mapa
fitogeográfico de FRENGUELL1, J. ("Rasgos principales de fitogeografía argentina", 1949. en Revista del
Museo de La Plata, T. III, N° 13).
2 KUHN, F., Fundamentos de fisiografía argentina (1922, ed. Biblioteca del Oficial, Bs. As., p. 68-69);
FRENGUELLI, J., "Las grandes unidades físicas del territorio argentino" (1946, en Geografía de la República
Argentina, ed. Soc. Arg. de Estudios Geográficos, Bs. As., T. III); PAPADAKIS, Juan, "Informe preliminar
sobre los suelos de Corrientes" (1960, en Revista ID1A, ed. Inst. Nac. de Tecnología Agropecuaria, Bs. As.,
Suplemento N° 1, p. 157).
3 MARTÍNEZ CROVETTO, Raúl, "Esquema fitogeográfico de la provincia de Misiones (República Argentina)",
(1963, en Bonplandia, ed. Fac. de Agronomía y Veterinaria, UNNE, Corrientes).
4HAUMAN, Lucien, "La selva misionera" (1947-1950, en Geografía de la República Argentina, ed. Soc. Arg.
de Estudios Geográficos, Bs. As.).
5 BONARELLI, Guido y LONGOBARDI, Ernesto, Memoria explicativa del mapa geo-agrológico y minero de
la provincia de Corrientes (1929, ed. Provincia de Corrientes, Imprenta del Estado, T. I y II).
6 SÁNCHEZ, Zacarías, Notas descriptivas de la provincia de Corrientes (1894, ed. Moreno, Bs. As., p. 12).
7CASTELLANOS, Alfredo, "Morfología general-de la provincia de Corrientes" (1959, en Boletín de la Soc.
Arg. de Estudios Geográficos, Bs. As., N° 41-42).
8CABRERA, Ángel, "Vegetación y fauna" (s/f, en Geografía de la Provincia de Corrientes, ed. preliminar,
Imprenta Prov. De Corrientes).
9CABRERA, Ángel, "Fitogeografía de la República Argentina" (1971, en Boletín de la Soc. Arg. de Botánica,
Bs. As., vol. XIV, N°1-2).
10 CASTELLANOS, Alfredo, "Apuntes sobre potamología argentina" (1935, en Revista Tecnia, Rosario).
11 MORELLO, Jorge y ADAMOLI, Jorge, Las grandes unidades de vegetación y ambiente del Chaco argentino
(1974, ed. INTA, Bs. As, Serie Fitogeog. N° 13).
12 MORELLO y ADAMOLI,(1974, ob. cit.)
13 CERANA, Luis, "Suelos de la fracción Norte de los bajos Submeridionales de la provincia de Santa Fe" (1960,
en IDIA, ed. INTA, Buenos Aires, Suplemento N° 1, p.180).
14 MANZI, Rubén y GALLARDO, Mabel, El paisaje geográfico del Noroeste santafesino (1962, ed. Univ. Nac.
del Litoral, Santa Fe, p. 30 y ss.).
15 FRENGUELLI, Joaquín, "Rasgos principales de fitogeografía argentina", ob. cit.
16 MORELLO y ADAMOLI (1974, ob. cit.)
17 CASTELLANOS, A., "Observaciones sobre la vegetación del occidente de Formosa" (1958, en boletín de la
Acad. Nacional de Ciencias, Córdoba, T. XL, p. 230).
23 Situación
actual y perspectivas de la economía argentina (1966, ed. Centro de Investig. del Inst. de Desarrollo
Económico y Social, IDES, Bs. As., p. 12-13).
24 GOTTMANN, Jean, América (1972, ed. Labor, Barcelona, p. 386 y 390).
25 DAUS, Federico, El desarrollo argentino (1969, ed. EUDEBA, Bs. As., p. 19).
26KUHN, Franz.-capítulos de "Geografía económica argentina" (1928, en Anales de la Fac. de Ciencias de la
Educación, Univ. Nac. del Litoral, Paraná, T. IH).
27 FERRARO, Roque, El desarrollo regional argentino (1973, ed. Plus Ultra, Bs. As., p. 19).
28 La
cohesión es tanto menor cuanto mayor sea el grado de especialización de la producción regional. SZALAI,
Alexandre, índices de cohesión para la determinación de regiones (1971, ed. Nueva Visión, Bs. As., trad. de
Mario Bronfman).
29 Bases para el desarrollo regional argentino (1963, ed. Consejo Federal de Inversiones, Bs. As.).
BESIL, Antonio, "La economía de la región NEA" (1976, en Revista de Estudios Regionales, ed. CERNEA,
30
Corrientes, vol. I).
31BRUNIARD, Enrique y REY, Walter, "El carácter regional y la regionalización del Nordeste argentino"
(1969, en Revista Nordeste, ed. Fac. de Humanidades, UNNE, Resistencia, N° 11-13).
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En las provincias del Nordeste argentino el proceso de ocupación del espacio ofrece marcadas
diferencias entre los ámbitos mesopotámico y chaqueño, tanto desde el punto de vista cronológico
como en las condiciones que caracterizaron cada período y en los resultados que interesan desde el
punto de vista geográfico. Es por ello que los trataremos en forma separada.
Las corrientes colonizadoras del siglo XVI formaron el marco externo de ocupación a través de
las ciudades de Asunción, Corrientes y Santa Fe, sobre el eje fluvial Paraguay-Paraná; por el oeste lo
hicieron desde Santiago del Estero y Tucumán. Aventurada sobre el mismo centro de la planicie, la
ciudad de Concepción del Bermejo (1585) no corrió la misma suerte de las anteriores y fue
abandonada en 16322. Ésta ocupación perimetral no había variado fundamentalmente hasta las
últimas décadas de la dominación española: la línea guarnecida por fortines corría desde San
Ramón de la Nueva Oran, en Salta, por los valles de los ríos Grande, San Francisco y Río del Valle
hasta empalmar con el Salado; por el sudoeste penetraba en Córdoba hasta el Sur de Mar Chiquita y
desde allí se acercaba al Paraná a la altura de Santa Fe. Los intentos de instalación sobre la
margen derecha del Paraná, como fue la reducción de San Fernando del Río Negro, frente a Co-
rrientes, no alcanzaron permanencia.
Producida la independencia del país y la organización nacional, y cuando las provincias ge-
neradas en aquellos centros periféricos fueron ocupando efectivamente parte de las extensiones que
nominalmente habían heredado de la época del Virreinato, se hizo necesario deslindar sus
respectivas áreas de influencia; el gobierno central dispuso en 1862 que «fueran nacionales todos los
territorios fuera de los límites de las provincias»3
Tiempo después, la finalización de la Guerra de la Triple Alianza apuró las decisiones prácticas y
el gobierno argentino, precisado a reforzar su soberanía sobre el llamado Chaco boreal y central, creó
el «Gobierno del Chaco» (1872) con capital en Villa Occidental, sobre la ribera izquierda de las bocas
del Pilcomayo. Años más tarde, a raíz del laudo arbitral que fijara en este río el límite con la
República del Paraguay, la nueva capital se asentó en Formosa4. La jurisdicción asignada a la
nueva entidad se extendía desde el Arroyo del Rey, en su linde con la provincia de Santa Fe, hasta el
Pilcomayo por el norte, y desde el Paraguay-Paraná hasta los imprecisos límites orientales de Salta y
de Santiago del Estero.
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Desde el occidente, las activas fronteras salteñas ya habían bajado los flancos subandinos al amparo
de los fortines, hasta llegar a los llanos pedemontanos que nutren el Bermejo; allí se fundó Colonia
Rivadavia (1862). En el Sudoeste, la franja interfluvial del Dulce y del Salado concentraba un caudal
demográfico creciente sustentado en los beneficios que brindaban los lechos de inundación de ambas
arterias para el cultivo sobre bañados, y las estancias apenas se aventuraban más allá del Salado, río
que por mucho tiempo constituyó la frontera de la ocupación santiagueña.
Sobre el borde chaqueño oriental los asentamientos se iniciaron hacia 1875 con la mensura de las
colonias Timbó, frente a Coya; Las Toscas, frente a Bella Vista, y San Fernando (Resistencia), frente a
Corrientes. Estas colonias de avanzada se ofrecieron en venta a colonos inmigrantes y se
complementaron, junto a Formosa, con una serie de colonias particulares intercaladas en virtud de la ley
Avellaneda (1876), que dispuso que los territorios nacionales se dividieran en secciones cuadradas
de 20 kilómetros por costado y cada sección dividida en 400 lotes de 100 hectáreas cada uno5. Si
bien estas colonias perimetrales no tuvieron un auge inmediato, constituyeron las sufridas avanzadas
que valorizaron las tierras desiertas de las adyacencias. En 1878 arribaron los primeros inmigrantes
italianos a la Colonia Resistencia.
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Luego de la gran campaña militar de 18846,que alcanzara hasta el centro mismo de la planicie, se
crearon las gobernaciones nacionales del Chaco y de Formosa, con sus capitales en los pueblos recién
creados sobre el eje fluvial, y se perfilaron sucesivamente sus límites con las provincias
tradicionales a medida que las tierras fueron ocupadas: en 1886 se Concedió a Santa Fe la zona
comprendida entre el Arroyo del Rey y el paralelo 28°; en 1902 se modificó el límite entre Santiago
del Estero y la gobernación del Chaco7.
Las provincias tradicionales por una parte y el Gobierno Nacional —en los territorios recién
creados-, por otra, se repartieron la administración de la planicie chaqueña, originando con ello el
primer gran marco de diferenciación en el proceso de división y enajenación de la tierra.
En un lapso inferior a 20 años el casi desierto Chaco santafesino paso totalmente a manos
privadas; a fines de 1863 «la ambición —afirma Gori— mira hacia las tierras del Norte, sobre el río
Paraná y el Salado»8. Los campos del Nordeste santafesino que acompañan a la ribera paranaense fueron
vendidos en fracciones rectangulares perpendiculares al río. Las tierras más próximas aí Salado, en
el ámbito mejor drenado del Noroeste provincial, fueron adquiridas hacia 1866 por la Sociedad de
Crédito Territorial en lotes de 8.000 hectáreas, hasta completar un total de 400.000 hectáreas9. El
amplio espacio intermedio, ocupado por los bajos Submeridionales y parcialmente por la cuña
boscosa, fue adquirido en 1881 por una empresa londinense en un solo bloque de 1.800.000
hectáreas10.
En Santiago del Estero, mediante una ley provincial de 1898, se autorizó la venta de 1.870.000
hectáreas situadas al NE del Salado, en pleno ámbito chaqueño, y en los años siguientes fueron
fraccionados y vendidos en lotes no inferiores a las 10.000 hectáreas11.
Hacia 1895 aún restaba un margen considerable de tierras fiscales sobre los «chacos sálte-nos»,
pero el avance de los ganaderos «fronterizos» cambió la situación y a principios de siglo sólo cinco
propietarios contaban con más de 700.000 hectáreas12.
En los territorios nacionales de Chaco y Formosa, en virtud de la misma ley Avellaneda, se
otorgaron concesiones de 40.000 hectáreas cada una para colonización particular y, más tarde, la
llamada «ley de liquidación» facilitó la enajenación sin obligación de colonizar de numerosas
concesiones situadas en la franja húmeda oriental. A ello se agregó la venta en remate público de
480.000 hectáreas, con lo que se totalizaron 3.300.000 hectáreas de tierras privatizadas en el
oriente del Chaco y de Formosa, es decir, en el Chaco de esteros, cañadas y selvas de ribera13.
El proceso latifundista reseñado —coincidente con la corriente de especulación desatada en las
últimas décadas del siglo pasado—, a medida que se ensanchaba la frontera agropecuaria
pampeana, concluyó con la enajenación de una corona perimetral de tierras en fracciones que
oscilaron entre 8.000 hectáreas la menor y más de 1.800.000 hectáreas la mayor. A principios de siglo,
cuando empezaba a insinuarse el poblamiento de los territorios nacionales, se prohibió por disposición
del gobierno central la venta de la tierra pública y se afectaron 15 millones de hectáreas a la zona de
influencia de los futuros ferrocarriles de fomento a construirse14.
De este modo quedaron perfilados en el ámbito chaqueño tres grandes marcos fundiarios: las
primitivas colonias agrícolas y pastoriles formaron el marco externo sobre el eje fluvial (Recon-
quista, Florencia, Resistencia, Formosa, entre las más importantes); avanzando hacia el interior se
formó la ancha corona de latifundios, y en el mismo centro de la planicie quedó libre un amplio sector
de tierras fiscales.
El valor adquirido por las maderas del bosque chaqueño se manifestó en la penetración ferroviaria
desde los puertos del Sur a través de líneas troncales que prolongaron la cerrada malla pampeana
con algunos salientes hacia el norte La «Compagnie Française des Chemins de Fer de Santa Fe» penetró
los latifundios norteños hasta llegar a la cuña boscosa y alcanzar la sabana, al norte del paralelo 28°, en
1892; años más tarde esta línea terminó en el puerto de Barranqueras. Simultáneamente la misma
empresa construía el ferrocarril de San Cristóbal a Tucumán, pene-trando los bosques xerófilos del
occidente; en 1891 llegó a Fortín Inca y luego se amplió la red con ramales desde Añatuya a Quimilí y
Tintina en el Nordeste santiagueño16.
En pocos artos la profunda penetración de la actividad forestal diseminó en los bosques chaqueños
miles de hacheros correntinos, santiagueños, santafesinos y paraguayos que acompañaron la ocupación
de los latifundios. La exportación de rollizos de quebracho colorado, para su elaboración en
Europa, aumentó de 7.000 unidades en 1.888 a 250.000 en 1894. Para esta fecha se inicia la radicación
de fábricas de tanino en el ámbito boscoso del Norte. La primera de ellas lo hizo en Fives Lille, en
189517.
El aprovechamiento del bosque entró en el régimen de las grandes industrias ligadas al capital y al
comercio internacional. Inversiones de origen francés, alemán e inglés impulsaron vigorosamente la
actividad forestal sobre la cuña boscosa y ganaron luego los latifundios del oriente del Chaco y de
Formosa. Al promediar la década del 20 se cuentan diseminadas en este ámbito 25 fábricas de tanino
en funcionamiento; era el momento de mayor auge y se había alcanzado el máximo de la capacidad
productiva, hasta superar incluso la demanda mundial de curtientes Es-pecialmente en el Norte
santafesino surgieron las ciudades fábricas, verdaderas factorías que contribuyeron a una
urbanización prematura en medio del monte agresivo; ciudades sin región en muchos casos (Villa Ana.
Villa Guillermina, Tartagal. etc.,) y con un futuro tan efímero como el bosque taninero que las
sustentaba18.
La explotación del quebracho colorado santiagueño, especialmente para la provisión de dur-
mientes, alcanzó también su etapa culminante en las primeras décadas del siglo siguiendo el
mismo ritmo de la construcción de la red ferroviaria nacional y, concluida ésta, empezó su decli-
nación.
Se advertía entonces un agotamiento de las energías sustentadas en la demanda extrarregional y
extranacional que iniciaran el ciclo de la penetración forestal. La ganadería extensiva, que fuera un
complemento de la actividad de los obrajes, se extendió entonces sobre las tierras vacantes del
oriente húmedo, aunque reteniendo sólo el mínimo indispensable que puede sustentar esta actividad
económica de una masa pobladora que se desplazaba tras las explotaciones de los nuevos bosques
vírgenes.
Esta conjunción de causas inauguró un proceso de ocupación de las tierras fiscales del interior con
caracteres peculiares por sus consecuencias económicas, sociales y geográficas.
Los primeros pobladores se concentraron preferentemente sobre la línea que partía de Ba-
rranqueras hacia Avia Terai, postergando la línea formoseña, puesto que aquélla reunía condi-
ciones más favorables: por un lado se vinculaba directamente, a través de Barranqueras y Resistencia,
a la red ferroviaria nacional y a la región nuclear del país, y por otro se encontraba más próxima a
los obrajes, de donde provenía gran parte del grupo pionero, y también enlazaba dos áreas de
estancamiento económico y de emigración como eran los casos, por entonces, de las provincias de
Corrientes y de Santiago del Estero.
Se originó así una etapa de acelerado poblamiento de la planicie centro-chaqueña que duplicó el
activo humano del territorio en sólo siete años (de 21.157 habitantes en 1905 se alcanzó en 1912 a
43.002); de esta última cifra casi 34.000 son argentinos y, entre los extranjeros, figuran 4.413
paraguayos. Se trata de un frente pionero netamente nacional constituido en un 80% por correntinos,
y el resto por santiagueños, santafesinos, etc.22. La presión del frente agrícola desbordó el ámbito de
las colonias y se extendió hacia las abras y las pampas de las tierras fiscales vecinas. En 1921 se
aprobó la habilitación de nuevas colonias en el centro chaqueño (1.453.750 hectáreas) y también en
Formosa (822.050 hectáreas)23.
Este frente pionero fundamentalmente nacional fue reforzado con la entrada de inmigrantes
extranjeros, patrocinada por el Estado nacional, que logró radicar —entre 1923 y 1930— 16.000
europeos, entre los que se incluyen polacos, italianos, yugoslavos, búlgaros, etc., que se afincaron en
el centro de la provincia del Chaco, en las áreas de influencia de Sáenz Peña, Villa Ángela y
Charata. Entre 1931 y 1936 concluye la entrada masWa de extranjeros con el aporte de 4.118
pobladores ucranianos, polacos y checoslovacos.
La población, que en 1922 sumaba 60.564 habitantes en el territorio del Chaco, alcanzó en 1935 a
los 276.343. La extensión cultivada con algodón, que en 1910 sumaba 1.738 hectáreas diseminadas en
las primitivas colonias del oriente, alcanzó en 1935 a 245.625 hectáreas distri-buidas en 13.673
chacras. En el mismo año los cultivos de algodón en Corrientes, Formosa y Santa Fe alcanzaban
respectivamente a 24 078,12.240 y 2.648 hectáreas.
Las cooperativas agrícolas, las desmotadoras de algodón y las fábricas del aceite contribu-yeron a
consolidar los centros urbanos nacidos en el interior chaqueño e hilvanados por la vía férrea como un
complemento necesario de la actividad rural.
Esta etapa expansiva de poblamiento y de producción algodonera empezó a declinar hacia la
década del 50, cuando se alcanzaron las 100.000 toneladas de fibra que consume habitualmente por
año el país. El exceso de producción y la consecuente caída de los precios marcaron una etapa de
estancamiento y de emigración rural. La reorientación de la actividad agrícola y la adopción de
cultivos pampeanos desembocan en el momento actual cuando, con altibajos y con lentitud, se intenta
continuar el proceso de ocupación y valorización económica del Chaco leñoso.
El resultado geográfico de la superposición de los ciclos económicos descritos nos muestra hoy un
marco externo de mayor densidad de ocupación sobre las primitivas colonias agrícolas del oriente; allí
se desarrollaron los centros urbanos que forman las capitales regionales del Norte: Reconquista,
Resistencia, Formosa y Clorinda. Hacia el interior una franja de baja densidad de población,
coincidente con los latifundios forestales y pastoriles y, ya sobre el corazón mismo de la provincia del
Chaco, un núcleo agroindustrial con centro en Sáenz Peña .
2 a. La estructura misional.
Esta circunstancia es importante para comprender dos procesos de ocupación disímiles. Las
misiones organizaron a los pueblos guaraníes en una estructura particular — vocacionalmente
aislada del mundo colonial—, apoyada en el momento de máxima expansión en 30 centros po-
blados que en conjunto albergaban 130.000 habitantes dedicados a la vida agrícola y ganadera para
sostener —además de a su propia población— un importante comercio externo. Los sistemas misionero
y colonial entraron en colisión en varias oportunidades. Cada una de ellas se refleja en la curva de
evolución de la población guaraní a través de caídas bruscas del total de efectivos. El último
enfrentamiento —que alcanzó su punto culminante con la expulsión de la orden en 1767— marcó el
comienzo de un crítico proceso de disgregación de la sociedad y del espacio geográfico24. La corona
española primero y los estados circundantes al área misionera después provocaron una acelerada
desarticulación de la estructura y, en un período relativamente breve —donde predominaron las
invasiones violentas, los saqueos, los incendios y las matanzas—, el territorio quedó vacío y los pueblos
en ruinas. Los pocos que, a mediados del siglo XIX, persistían en el área de la Misiones actual, a
pesar de las estrictas disposiciones en contrario del gobierno paraguayo, conformaban una débil
población dé criollos que extraía la yerba mate y alentaba un tímido comercio con las comarcas
vecinas25.
Con la culminación de la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) se inició un nuevo período que
tiene como punto de partida un espacio desquiciado y prácticamente sin población.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX las diferencias entre ambos procesos de ocupación se
profundizaron aun más.
En la provincia de Corrientes, por su parte, los cambios no fueron tan sustanciales. La ganadería,
que había dominado prácticamente todo su espacio, se consolidó, pero persistiendo en sus caracteres
originales. En efecto, en la década de 1930 el 70% de los vacunos eran todavía criollos sin mestizar.
Esta ausencia de desarrollo tecnológico en la principal actividad de la provincia profundizó aun más el
proceso de expulsión de población.
Hubo, sí, algunos cambios de menor magnitud en diversos sectores de la provincia que con-
tribuyeron a atenuar la imagen marcadamente ganadera y tradicionalista de Corrientes, Así por
ejemplo, en el sector Noroeste del territorio (durante la segunda mitad del siglo XIX) se crearon
algunas colonias agrícolas, se habilitó un ferrocarril rural y se instaló un ingenio azucarero. A los
cultivos de caña de azúcar, tabaco y algodón se agregaron los de maíz, avena y alfalfa. Sin embargo,
la expansión económica fue sólo pasajera; el desarrollo pampeano y la colonización del Chaco
significaron una fuerte competencia para los cultivos cerealeros y del algodón.30 Además, en la década
de 1920 el ingenio había llegado a su máxima expresión a raíz de la carencia de tierras para expandir los
cultivos y, seguramente, debido a la fuerte competencia de los ingenios del Noroeste argentino, de Santa
Fe y del Chaco.31
Otra área de cambios fue la comarca meridional de la provincia. Es el llamado Paiubre y con-siste
en un bloque elevado con escasa proporción de cuerpos de agua. Hacia fines del siglo XIX este espacio
estaba plenamente ocupado y la actividad se repartía entre la cría del ganado vacuno —que representaba
el 60% del total de cabezas— y el ovino, que alcanzaba el 40%. Pero el des-alojo del ovino de la pampa
húmeda —y su posterior dispersión— pronto alteró las cifras, para hacer del Paiubre una comarca
dominada por la cría de ovejas. Además, a diferencia de otros sectores de Corrientes, la ganadería se fue
refinando desde temprano y en forma constante. En las primeras décadas del siglo XX la proporción de
ganado mestizo era elevada.
Finalmente, el Sudoeste de la provincia fue también escenario de algunas transformaciones. Sobre
la base dominante de la ganadería, la construcción del ferrocarril —que reforzó la conexión de ciudades
como Goya, por ejemplo, con el resto del país— y la creación de algunas colonias estatales y privadas
alentaron la vida agrícola basada principalmente en el tabaco. Localizado originalmente en el Noroeste
de la provincia, desde fines del siglo pasado el tabaco se fue exten-diendo a todo el territorio, aunque
con mayor énfasis en el Sudoeste; ya en 1914 se cultivaba aquí el 50% del total provincial y en la
década de 1930 alcanzaba al 79%. La instalación fabril, sin duda, fue uno de los factores que alentó su
desarrollo.
Así pues, en la década de 1920 la provincia, ocupada con la actividad ganadera que por su escasa
tecnificación ofrecía magras perspectivas a su fuerza de trabajo, había buscado algunas alternativas en la
agricultura. Pero la débil incorporación de Corrientes al proceso de colonización que había dominado
buena parte de la pampa húmeda —más tarde del Chaco y Misiones—, la escasez de vocación y hábitos
agrícolas de su población ganadera; la falta de capitales y comu-nicaciones, y los relativos fracasos que
acusaron varios intentos (cereales, algodón, etc.) —debido a la competencia extraprovincial—, no
ofreció un marco de perspectivas favorables para el desarrollo económico sostenido.
Los factores que influyeron en estos cambios fueron de diversa índole; al mismo tiempo, es
evidente que se lograron tales resultados a medida que los dichos factores actuaron en el seno del
proceso particular que se desenvolvía en el territorio misionero.
La creciente participación de la producción misionera de yerba en el mercado nacional fue uno de
esos factores; una consecuencia de ello fue la disminución de las exportaciones brasileñas, que
dominaban el mercado rioplatense. Coincidentemente, Brasil otorgó preferencias arancelarias al trigo
y a las harinas norteamericanas, país que se comprometía a comprar café brasileño. Este sistema de
preferencias repercutió en los productores y exportadores nacionales de trigo y harinas, que buscaron y
lograron rebajar los aranceles de la yerba mate canchada (materia prima de los molinos) importada de
Brasil. Además, influyeron en la determinación del tipo de yerba —y aun de envases— que se
consideraban apropiados para la venta al público.
La rebaja de aranceles y la normalización del tipo de yerbas dejaban totalmente fuera de
competencia a la producción de Misiones. De esta manera se intentaba salvar —como decía un
conocido diputado de la época— a la «producción noble» del país, es decir, la de la pampa húmeda.
La otra línea de factores surge a partir de la nueva situación que aquella defensa pampeana
desencadenara entre los integrantes de la actividad yerbatera. Los productores de yerba —por sus costos
más altos que los de los brasileños-corrían el serio peligro de no poder entrar en el mercado; los
industriales molineros, por su parte, quedaban decididamente más a merced de los productores
brasileños. Los intereses de unos y otros —muchas veces fusionados en empresas únicas— se
combinaron con las presiones políticas para sortear y superar este gran obstáculo. Se supo —y pudo—
convencer al gobierno de que pusiera en marcha la colonización yerbatera, mediante la cual los colonos
accedían a la tierra asumiendo la obligación de plantar con yerba mate entre el 50% y el 75% de la
superficie del lote concedido.
Como resultado de esta intervención estatal se incorporaron a la agricultura unas 200.000 hectáreas
de nuevas colonias o de ensanches de colonias antiguas. Así se alcanzó a las cifras de cultivos y de
producción vistas antes. Se inicia de esta manera el período que se conoce como el del oro verde, que
supo alentar, entre otros aspectos, la colonización privada. La duración de este período sin embargo fue
breve, ya que el caos del mercado, la imprevisión en materia de ritmo de plantación y la derivación
lógica en la superproducción determinó una nueva intervención del es-tado. Con la creación del CRYM
(Comisión Reguladora de la Producción y Comercio de la Yerba Mate), se puso en marcha un sistema
que desde fines de la década de 1930 interviene en la vida yerbatera de Misiones.
El paisaje resultante de este breve e intenso proceso era ya decididamente agrícola. Pero se
sumaban otros caracteres: además de la yerba, acompañaron a la vida agrícola el maíz, la planta de los
pioneros; el arroz, de vieja tradición en Misiones, y otros cultivos como el tabaco o la caña de azúcar.
Se sumó —a fines de este período, cuando la CRYM prohibió la plantación de yerba— el cultivo del
tung que, por los buenos precios internacionales, creció rápidamente.
Había, desde luego, grandes plantaciones individuales de cada uno de estos cultivos, pero además
se fueron agregando a la chacra del colono, que se organizó así como un complejo agrí-cola y un
sistema de múltiples apoyos. Miles de chacras de este tipo se diseminaron por todo el territorio: en las
de la sierra central había un dominio de los cultivos de la yerba; en las del Paraná de los cultivos del
tung, y en el Sur el arroz, el ganado y, en parte, la yerba mate.
El segundo de los momentos se desarrolló a partir de 1940 y se caracterizó por la coexistencia de
dos procesos simultáneos: uno, el de la yerba mate, bajo el signo de la CRYM; otro, el de la
diversificación de la economía, con el agregado de otras actividades agrícolas e industriales.
Con respecto al proceso yerbatero, a lo largo de estas décadas recorrió reiteradamente los estadios
de agotamiento de los yerbales (en muchas oportunidades por la persistencia burocrática de la
prohibición de plantar), con la secuela de disminución de rendimientos, y también los estadios de
crecimiento de la superficie cultivada; fueron la mayoría de las veces superiores a los calculados como
suficientes debido al desajuste entre la decisión burocrática, la imposibilidad de hacer cumplir las
órdenes correctamente y la decisión del plantador. Este tiende a incrementar el área de cultivo porque
casi siempre tiene asegurada la venta del producto como resultado de la protección que implica el
sistema yerbatero organizado por la CRYM. Inevitablemente esto lleva a la acumulación de existencias
y, a través de ellas, a las más variadas prácticas de limitación de cosechas que constantemente el
agricultor trata de obviar. El circuito se cierra con la prohibición de plantar, que persiste más allá del
435
tiempo necesario y provoca el agotamiento anteriormente señalado. Muy pocas veces, en estas
décadas, se supo alcanzar el equilibrio justo.
A su vez, el proceso de diversificación fue —en buena medida— iniciado con los cultivos de
tung. Cuando el mercado entró en dificultades por la finalización de la Segunda Guerra Mundial
comenzó el cultivo de té, que se extendía hasta alcanzar el techo fijado por el consumo nacional.
Entre ambos cultivos incrementaron la superficie agrícola —hasta 1955— en unas 80.000 hectáreas,
reforzando la instalación humana a lo largo del Paraná, con las características de gran plantación
o de la chacra diversificada, y avanzando hacia el norte por la sierra central.
A la expansión trunca del té y del tung se añade la reforestación: como complemento de la
importante actividad maderera de Misiones, esta actividad no parece reconocer límites de creci-
miento. A tono con los casos mencionados precedentemente, la forestación acusó un gran ritmo de
crecimiento. En 1948 los bosques reforestados cubrían unas 600 hectáreas y en 1980 alcanzaban las
180.000. La reforestación completa el espectro más importante de la economía misionera que acompañó
a la culminación del proceso yerbatero. Con ello se acentúa la diversificación que, a su vez, asegura un
buen ritmo de desarrollo industrial. Sólo en materia de pasta celulósica y papel se instalaron en
Misiones, en los últimos años, Celulosa Argentina S.A. (Puerto Piray), Papel Misio-nero (Puerto
Mineral), Alto Paraná S. A. (Puerto Esperanza) y Celulosa Puerto Piray
En Corrientes, por el contrario, dominada su economía por una actividad ganadera fuertemente
tradicional, los cambios fueron de menor magnitud.
Sin embargo, sobresalen tres comarcas que han logrado superar el ritmo de crecimiento del
conjunto provincial33.
Una la constituye el Noroeste de su territorio, donde se localiza la ciudad capital. Las distintas
actividades, especialmente los servicios y el comercio, sostienen la población creciente de la ciudad,
ubicada problemáticamente con respecto al territorio que gobierna. Por su parte, en el área rural se
destacó el crecimiento de la superficie algodonera, que alcanzó la supremacía provincial; se consolidó
además el desarrollo de los cultivos de citrus, con centro dominante en la localidad de Bella Vista. Sin
embargo otros cultivos —el arroz por ejemplo— declinaron en su importancia; en las últimas décadas la
superficie cultivada del Noroeste correntino sólo aumentó de 83 mil a 87 mil hectáreas, lo que
configura en panorama poco alentador para la población del área.
La otra comarca es el Nordeste, que paulatinamente fue adquiriendo la fisonomía agraria de
Misiones, A partir de la década de 1930 se incorporaron los cultivos industriales que dominan la
provincia vecina, incluida la última fase del desarrollo de la reforestación. Ello repercutió también en la
mejora de las perspectivas industriales. En cuanto a la ganadería, cabe apuntar que a raíz del proceso de
refinamiento de sus efectivos, se ha convertido en un importante foco de difusión del cebú,
La tercera comarca es la del Sudoeste, es decir el área de los bajos del río Corrientes. Ya
concentra el 90% de la producción de tabaco de la provincia; además, crecieron los cultivos de
arroz, sorgo y maíz. Todo ello se complementó con el desarrollo industrial: basta señalar que hoy en día
solamente el departamento Goya concentra el 55% del valor de la producción industrial de la provincia.
En el resto del territorio correntino se han detectado intentos débiles de cambios y modifica-
ciones. En la cuenca Iberana, por ejemplo, el arroz no logró desempeñar el papel colonizador que se
esperaba de él; el tabaco tuvo éxito, pero sólo hasta 1930. Los puntos de esperanza de este sector
están puestos en la reforestación —que se encuentra asociada a la ganadería— y en la presa
hidroeléctrica de Yacyretá.
En el Sudeste, la expansión del arroz —que en la década de 1930 acompaño al proceso rio-
grandense— sufrió la competencia de otros sectores de la provincia, lo que provocó su decadencia: el
cultivo no supera actualmente las 2.000 hectáreas. En esa comarca es destacable el desarrollo de la
ciudad de Paso dé los Libres, en consonancia con el fluctúan te comercio con Brasil.
En el Paiubre ganadero se han detectado leves aumentos en el cultivo de sorgo, citrus y arroz; esto
no ha significado, sin embargo, una alteración radical de la fisonomía tradicional del área.
436
NOTAS
1
MIRANDA, Guido, Tres ciclos chaqueños, crónica histórica regional (1955, ed. Norte Argentino,
Resistencia); BRUNIARD, Enrique, "El Gran Chaco argentino" (1975-1978, en Geográfica, Revista del Instituto
de Geografía, Resistencia, N° 4).
2
MORRESI, Eldo, las ruinas del km. 75 y Concepción del Bermejo (1971", ed. Instituto de Historia, UNNE,
Resistencia).
3
MAEDER, Ernesto J, "Historia del Chaco y de sus pueblos, 1862-1930" (1967. en Historia argentina
contemporánea, ed. El Ateneo, Bs. As.).
4
FONTANA, Luis Jorge, "Formosa, nueva capital del Chaco" (1879, en Boletín del Instituto Geográfico
Argentino, Bs. As., T. I, cuad. 1).
5
GARCÍA VIZCAÍNO, José, Tratado de política económica argentina (1974, ed. EUDEBA, Bs. As.).
6
SCUNIO, Alberto, La conquista del Chaco (1972, ed. Círculo Militar, Buenos Aires).
7
LOPEZ PIACENTINI, Carlos P, El Chaco y su división política (1968, ed. El Territorio, Resistencia).
8
GORI, Gastón, Inmigración y colonización en la Argentina (1964, ed. FUDFBA, Bs. As. p. 77).
9
PIZARRO, Néstor, Valor de la propiedad rural en Santa Fe, 1903, (1944, ed. Cuadernos de Economía y
Finanzas, Univ. Nac., de
Córdoba).
10
"Los campos de Murrieta" (1884, nota en Revista de la Sociedad Geográfica Argentina, T. II, Cuad. XVI).
11
RODRÍGUEZ, Luis D., La Argentina (1908, Ed. Rodríguez Giles, Bs. As.).
12
"Mapa del departamento de Orán y parte del Chaco occidental 1889-1895" (1897, en Boletín del Instituto
Geográfico Argentino, Buenos Aires, T. XVIII, N° 1).
13
CARCANO, Miguel Ángel, Evolución histórica del régimen de la tierra pública 1810-1916 (1972, ed.
EUDEBA, Bs. As.) y
CENOZ, Pedro, El Chaco argentino (1913, ed. Peuser. Bs. As.).
14
CENOZ, Pedro, ob. cit.
15
COZZO, Domingo, La Argentina forestal (1967, ed. EUDEBA, Bs. As.), y MARZOCCA, Ángel, Historia de
plantas tintóreas y curtientes (1959, ed. INTA, Bs. As.).
16
BIALET MASSE, Juan, El estado de las clases obreras argentinas a comienzos del siglo (1968, ed.
Universidad Nacional de Córdoba).
17
La Forestal al servicio de la grandeza argentina (s/f. ed. La Forestal Argentina, Bs. As.).
18
AGNES, H., HICKS,. O.B.E., The Story of The Forestal (1956, ed. The Forestal Land, Timber and Railways
Company Limited, Londres).
19
MIRANDA, Guido, Las tres tendencias colonizadoras (1969, ed. El Territorio, Resistencia) y SCHALLER,
Enrique, La colonización en el territorio nacional del Chaco en el periodo 1869-1921 (1986, Tesis de
Licenciatura, Depto. de Historia, Facultad de Humanidades, Resistencia).
20
PÉREZ, María Emilia, "El desarrollo de las redes vial y ferroviaria en el NEA 1872-1980" (1986, en
Suplemento de historia de los correntinos y de sus pueblos. Corrientes, N° 5).
21
Según el informe elevado al Departamento de Comercio de Estados Unidos (PHOEBUS, M A., Desarrollo
económico de la República Argentina desde 1921), citado por DORFMAN, Adolfo, Historia de la industria
argentina (1970, ed. Solar, Buenos Aires).
Entre los factores del desarrollo algodonero Morrone menciona "el interés de las Compañías Norteamericanas,
abocadas a resolver el problema de la obtención de fibra a precios inferiores a los de Norteamérica, primero por
el mayor rendimiento de fibra por hectárea (250 Kg); segundo, 'standard de vida' inferior; tercero,
arrendamientos bajos en tierras fiscales..." (MORRONE, Amelia, "Cultivo de las oleaginosas en la Argentina"
(1938, en Revista Geográfica Americana, Buenos Aires, año V, N°59).
22
MUELLO, Carlos Alberto, Geografía económica del Chaco y Formosa (ed. Estable cimiento Gráfico Oceana,
Buenos Aires).
437
23
MIRANDA, Guido, "Las tres tendencias colonizadoras", ob. cit.
24
MAEDER, Ernesto J. A., y BOLSI, Alfredo, "Evolución y características de la población guaraní de las
misiones jesuíticas, 1671-1767" (1973, en Historiografía, Bueno» Aires, n° 2, pp. 113-150).
25
BOLSI, Alfredo, "El proceso de poblamiento pionero en Misiones, 1830-1920" (1976, en Folia histórica del
Nordeste, Resistencia- Corrientes, N° 2, pp. 9-69).
26
El tema de las vaquerías y estancias fue tomado de MAEDER, Ernesto J., Historia económica de Corrientes
en el período virreinal 1776-1810, (1981, ed. Academia Nacional de la Historia, Bs. As.).
27
MAEDER, Ernesto J. A., La población del Paraguay en 1 799. En censo del Gobernador Lázaro de Ribera
(1975, en Estudios Paraguayos, Asunción, vol. III, N° 1, p. 67) y MORA MERIDA, José Luis, Historia social
del Paraguay 1600-1650 (1973, Sevilla p. 61).
28
BRUNIARD, Enrique D., "Bases fisiogeográficas para una división regional de la provincia de Corrientes"
(1966, en Revista Nordeste, Resistencia, N° 8).
29
Este punto fue tomado de BOLSI, Alfredo S. C, El primer siglo de economía yerbatera argentina (1980, en
Folia Histórica del Nordeste, Resistencia, n° 4, pp. 121-182).
30
Este punto fue tomado de BRUNIARD, Enrique, Bases fisiogeográficas..., ob. cit.
31
RAMÍREZ, Mirta B., "La actividad azucarera en et Nordeste, 1870-1930", (1983, en Cuadernos de
geohistoria regional, IIGHI, Resistencia, N° 9).
32
Este punto fue tomado de BOLSI, Alfredo S. C, "La yerba mate y la ocupación del espacio misionero" (1983,
en Boletín de Estudios Geográficos, Mendoza, vol. XXI, N° 80. pp. 7-65).
33
Los aspectos de la persistencia ganadera fueron tomados principalmente de BRUNIARD, Enrique, Bases
fisiogeográficas..., ob. cit.
438
Los distintos procesos descritos —procesos de ajuste y combinación entre las distintas so-
ciedades, sus culturas y los diferentes matices del medio natural— han configurado los paisajes que
hoy caracterizan al Nordeste argentino.
En una planicie tan nivelada, es la cobertura vegetal la que señala las diversas formas naturales
—montes y pampas— que se disputan el dominio del suelo chaqueño. Ambas formas respondieron
a los diversos estímulos alóctonos adaptándose a las necesidades de los procesos geoeconómicos
mediante la explotación forestal y el cultivo del algodón. Puede afirmarse que los rasgos más
salientes de la geografía chaqueña actual llevan la impronta de esos dos pilares sobre los que se
apoyara su proceso de desarrollo. Se comprende así el valor y el sentido globalizador de la
denominación que Zamorano utilizara para referirse al espacio chaqueño —«región algodonera y
de explotación forestal»—, en cuanto no se trata sólo de una referencia a sus atributos económicos,
sino de una exacta apreciación de los elementos motrices de la vida regional.1
Llegaría luego el turno de los espacios abiertos para recibir los cultivos de algodón; si bien éstos se
extienden en varias áreas de la franja húmeda oriental y en las viejas colonias agrícolas del Nordeste de
Santa Fe, la mayor concentración se localiza en la planicie centro chaqueña, con núcleo en el área que
se extiende desde Villa Ángela a Quitilipi y Sáenz Peña. Degrada paulati-namente hacia el oeste hasta
terminar en una franja irregular diseñada por varios factores, de los cuales el fundamental se asocia a la
aridez creciente y otros se vinculan con el latifundio ganadero, sobre todo a partir del Sur de General
Pinedo7.
El paisaje agrario se ajusta a la línea férrea —antecesora del poblamiento—; ésta se ha cons-tituido en el
eje de roturación y del catastro, originando un cuadriculado regular de las chacras y una dispersión original
del hábitat rural según un modo de colonización fundado en el homestead. El parcelamiento regular,
sobre las áreas centrales de las pampas extensas, se complica en sus bordes, donde el algodonal se
adapta a la irregularidad del contorno de las isletas arbóreas.
El algodón upland, difundido en la planicie chaqueña, se siembra después de las lluvias de
primavera y fructifica en verano; continúa floreciendo y fructificando durante el otoño, hasta que las
primeras heladas detienen su desarrollo, La cosecha manual concentra los máximos requerimientos de
mano de obra: un período tan largo de floración y fructificación despareja determina la posibilidad de dos
o más subcosechas para extraer uno por uno los lóculos maduros.
Cuándo la superficie de la chacra algodonera supera las posibilidades del trabajo familiar, se recurre a la
mano de obra adventicia. Durante la década del 30, en la época del auge algodonero, la extensión promedio
cultivada por chacra alcanzaba las 18 hectáreas en el Chaco; en el resto de las provincias del Nordeste
oscilaba entre 4 y 7 hectáreas. Esta circunstancia determina un movimiento anual convergente hacia el
interior chaqueño dé miles de braceros; dada la facilidad de la recolección manual, muchos ingresan con sus
familias. En la campaña 1939-1940 entraron a la provincia del Chaco 55.000 braceros, de los cuales 25.000
procedían de Corrientes, 25.000 de Santiago del Estero y el resto dé otras provincias.8 Muchos de ellos
alternan el trabajo forestal durante el invierno con la cosecha algodonera en verano.
Estas migraciones estacionales contribuyeron a incrementar el área algodonera con el establecimiento
definitivo de los braceros en las tierras fiscales que, año tras año, se incorporaban a la actividad agrícola. La
repetición de este proceso explica el rápido poblamiento y también el particular régimen de tenencia de la
tierra: más de la mitad de las explotaciones corresponde a ocupantes de tierras fiscales.9
440
La etapa de desmotado, que consiste en separar la fibra de la semilla, constituye el cuello de botella
en el proceso de comercialización: en ese sector se junta la oferta de los productores primarios de la
región y la demanda representada por las hilanderías, que en más del 80% se localizan en la Capital
Federal y en la provincia de Buenos Aires, o sea, en el área consumidora. El mercado del algodón en
bruto se caracteriza por una oferta atomizada representada por más de 36.000 productores primarios,
y por una demanda fuertemente concentrada en 134 desmotadoras; 37 pertenecen a cooperativas, 7
son estatales —especialmente en la provincia de Formosa— y las 90 restantes son privadas10.
Una vez que la producción alcanzó, hacia la década del 50, los niveles del consumo de fibra de
algodón de la industria textil nacional —estabilizado en 110.000 toneladas anuales—, se produje-ron
marcados desequilibrios entre oferta y demanda y la consecuente reducción de los precios. La
intervención del Estado nacional no ha sido favorable a la región productora, dado el mayor peso
político de la industria textil11. Los industriales hilanderos son propietarios, a la vez, de desmota-
doras: «esta integración vertical de la industria refuerza su poder negociador [...]»; son los «actores de
mayor poder y control en la fijación de los precios y, por ende, en la determinación del destino de los
beneficios». Las series históricas de precios de venta de los dos eslabones del circuito corroboran esta
afirmación: desde 1956 a 1972, los precios del algodón en bruto y de la fibra se vieron deteriorados, y
los precios del hilado fueron favorables; éstos se distancian sistemáticamente de aquéllos de la materia
prima regional, lo que evidencia una transferencia de beneficios a la región nuclear y la postración de la
actividad algodonera primaria12.
La persistencia de esta situación y los altibajos de las últimas décadas han generado un proceso de
reorientación económica que consiste en la adopción de cultivos pampeanos: girasol, sorgo, trigo y
maíz. Estos son posibles sólo en las chacras de mayores dimensiones, donde la rentabilidad pueda
justificar el cambio, con lo cual se ha alentado una ampliación de la superficie agrícola total. En la
campaña 1939-1940 se sembraron en la provincia del Chaco 350.300 hectá-reas de algodón y 56.984 de
otros cultivos, lo que hace un total próximo a las 400.000 hectáreas; en la campaña 1969-1970 los
cultivos de algodón se redujeron a 267.000 hectáreas y los restantes cultivos aumentaron a 419.954
hectáreas, es decir, un total de 686.954 hectáreas. En los últimos años la superficie cultivada total se
acerca a las 900.000 hectáreas.
Este proceso de «pampeanización» del Chaco13 y de ensanchamiento de su base económica está
generando, paralelamente, un nuevo tipo de infraestructura: a los obrajes y a la red de desmotadoras,
exponentes típicamente regionales de la economía de la década del 40, se han agre-gado en estos años
los elevadores de granos —localizados en el puerto de Barranqueras—, lossilos en las áreas
productoras, los molinos harineros, etc., es decir, los elementos de fijación que tienden a dar cierta
estabilidad a este nuevo tipo de explotación de la tierra. El mapa geoeconómico regional, como fiel
imagen de una realidad geográfica dinámica, resulta así de una superposición de estilos de
aprovechamiento del suelo que derivan a su vez de distintas etapas del proceso de desarrollo económico.
Por un lado, el estilo subtropical representado por la explotación forestal, los cultivos de algodón, de
caña de azúcar, de tabaco, etc. y sus industrias derivadas, y por otro el estilo pampeano, con su
característica ganadería refinada y sus cultivos de granos. En el futuro este mapa —siempre provisorio—
puede intensificarse en uno u otro sentido, según sean los nuevos estímulos de la demanda externa.
Al oriente del río Paraná puede reconocerse una clara oposición entre la planicie correntina, cubierta
por numerosos cuerpos de agua y dominada por la actividad ganadera, y el relieve montañoso dé
Misiones, con sus selvas y «campos», donde los cultivos industriales constituyen la nota sobresaliente.
En el interior de cada una de esas grandes unidades es posible, a su vez, identificar algunos paisajes
de menor magnitud.
del terreno y la extensión de los cuerpos de agua; la reducida extensión de la colonización agrícola,
la escasa expansión del área cultivada, y la fuerte competencia del Chaco y del área pampeana. Si a
esto se agrega la escasa tecnificación del agro y los problemas de reducción de las unidades de
explotación, se llega a comprender un panorama desolador que repercute en la sociedad y en la
demografía14. Entre 1960 y 1980 la población total del Triángulo de la Capital aumentó de 219.000 a
296.000 habitantes, Pero si restamos a esas cifras la población de la ciudad de Corrientes —con otros
recursos para su desarrollo—, el campo y los pueblos de esta comarca albergaban 113.400
habitantes en 1960 y 110.900 en 1980. Está claro que en este caso la emigración superó los valores
del crecimiento natural, acentuando el proceso de des población, el éxodo rural, acelerado por la
cercanía de la capital, parece indicar la conclusión del proceso de ocupación bajo las circunstancias
actuales; las escasas modificaciones de la superficie cultivada y del número total de bovinos, y la
disminución de ovinos está señalando el camino inverso, es decir, el de regresión.
En el Sur del Triángulo —y siempre sobre el occidente de la provincia—, se extienden los bajos
del río Corrientes donde el desarrollo agrícola e industrial constituye una nota destacada en el
espacio provincial. Es evidente, sin embargo, que el proceso económico no tuvo el vigor suficiente
para retener la población del área. Los cultivos de algodón y de arroz no crecieron como era de-
seable. El, tabaco, base fundamental de la economía de gran parte de la población, conforma junto a lo
anterior una circunstancia crítica y poco promisoria en las condiciones actuales. La industria, a pesar
de su crecimiento, no se ha desarrollado con el ritmo necesario. Todo ello se pone de manifiesto en el
exiguo crecimiento medio de la población entre 1960 y 1980: el 6,7 por mil de dicha tasa señala el
dominio de la corriente emigratoria en el área.
En el centro de la provincia los caracteres ganaderos que dominan a Corrientes se acentúan mucho
más. Sin embargo, hay que distinguir en ése sector el área deprimida del Norte que conforma la
cuenca Iberana del bloque elevado que constituye el Paiubre. Existen, además, otras diferencias
entre ambos paisajes: la cuenca Iberana se caracteriza por el bajo nivel de reinversión de los
propietarios de las estancias ganaderas (principalmente de ganado bovino) y la reducida tecnificación
de las unidades de explotación. Se ha señalado, al respecto que la explotación típica tiene una
superficie de unas 4.000 hectáreas, con 1500 animales y se maneja con un capataz y dos peones
generales.15 Esta circunstancia pone de relieve la fuerte incidencia de la ganadería (y más aun si se
trata de la ganadería «tradicionalista», de escaso nivel de tecnificación): es una actividad de gran
consumo de espacio y fuertemente expulsora de población por el nivel de empleo. De allí que la crisis
de la cuenca —desde el punto de villa poblacional fuera persistente. A modo de ejemplo podemos
señalar que entre 1960 y 1980 el crecimiento natural medio de su población fue cercano al 30 por mil;
sin embargo, el crecimiento total medio, en el mismo lapso, alcanzó apenas el 6,6 por mil. Esta
diferencia se explica por el carácter fuertemente centrífugo del área.
Por su parte el Paiubre conforma un paisaje donde domina la ganadería ovina sobre la bovina pero
con un mayor nivel de mestización. Sin embargo, las posibilidades de desarrollo de esta actividad son
menores que las de otras comarcas argentinas; en tanto que la base de la cría son los pastos naturales,
el período crítico —la sequía invernal— alarga la etapa de crecimiento. Además, se ha señalado que la
división en potreros es deficiente y se pierden muchas cabezas de ganado por la elevada mortalidad.
Este obstáculo natural —agregado al tecnológico— conspira contra el progreso; sumado a la temprana
saturación de los campos (fines del siglo XIX), determinaron el estancamiento de la actividad
ganadera. Ello se combina con el escaso desarrollo agrícola e in-dustrial para definir una base poco,
sólida para el desarrollo general y poblacional, signado éste último por un profundo proceso
emigratorio.
El paisaje ganadero se prolonga hacia el sector oriental de la provincia. Pero allí debemos
distinguir el extremo Norte, que se confunde con el paisaje misionero no sólo por la presencia de
lomadas cubiertas por vegetación herbácea sino, además, por la amplia difusión de los cultivos
típicos de aquel territorio. La industrialización que éstos implican ha eliminado la sombra de la
fuerte emigración.
Hacia el sur del sector oriental de la provincia las ondulaciones del terreno se hacen mucho más
suaves; el suelo arcilloso y el drenaje precario favorecieron el desarrollo de una estepa xerófila,
conocida como los malezales del Aguapey-Miriñay. Conforma, por la expansión ganadera y la
concentración de las propiedades, un vacío demográfico. Existen más de una docena de estable-
442
cimientos de más de 10.000 hectáreas, de los cuales tres tienen entre las 30.000 y 40:000 hectá-reas
de extensión. Las actividades básicas del área no lograron absorber el crecimiento vegetativo; aun
varios centros poblados sintieron los efectos de esta situación. Alvear y La Cruz tuvieron un
crecimiento mínimo entre 1960 y 1980 y Yapeyú perdió población. La excepción fue Paso de los
Libres, cuyo desarrollo urbano está vinculado al comercio con Río Grande del Sur.
En Misiones, a su vez, es posible identificar el paisaje de los «campos», el valle del Paraná y la sierra
central16.
Los campos -lomadas cubiertas con vegetación herbácea e isletas de árboles- ubicados al Sur de
Misiones, se definen por su carácter ganadero, y también por los cultivos de arroz y yerba mate
realizados en las típicas chacras misioneras, en este caso ubicadas en el área de Apóstoles.
El valle del Paraná constituye el paisaje nuclear de Misiones, la nota
característica son los cultivos industriales, dominados por el tung. La reforestación irrumpió
fuertemente en el área, es-pecialmente en el sector Norte. Tanto los cultivos industriales
como la forestación alentaron el desarrollo fabril que transformó el valle en un área de
permanente y fuerte dinamismo, con apoyo en la ciudad de Posadas.
En la sierra central de Misiones es posible identificar un paisaje meridional de colonias en su
mayoría estatales — su centro en Oberá— donde se han acumulado los cultivos de todos los ciclos
misioneros.
Este paisaje sufre dos transfiguraciones. Hacia el sur, hacia la zona de los campos, se degrada en
una amplia franja que se extiende también hacia el Paraná y el Uruguay, dominada por un serio
proceso de deterioro. Tanto los ciclos yerbateros —típicamente desequilibrados— como el uso poco
adecuado de los recursos, y otros factores como, por ejemplo, las reducidas dimensiones de las
parcelas de las colonias, influyeron en aquella degradación. La erosión, el empobrecimiento de los
suelos, la emigración o el abandono son hoy los rasgos más comunes de esta franja; la localidad de
Bonpland, tal vez, sea una buena muestra de ésta situación.
Hacia el norte, hacia donde la sierra va adquiriendo la conformación del «planalto», encon-
tramos primero la especialización tealera del área de Aristóbulo del Valle y luego, con centro y apoyo
en San Vicente, una de las franjas pioneras más activas de Misiones, con un alto ritmo de crecimiento
económico y poblacional.
El sector septentrional de la sierra central, al Norte del frente pionero de San Vicente, es un gran
vacío —la «tierra muerta»— presionado desde el este por el poblamiento espontáneo de Brasil y
desde el sur por aquel frente pionero. Este vacío está constituido por las grandes propiedades
derivadas de la venta de Misiones realizada por Corrientes en 1881, cuando todavía integraba su
territorio y buscaba retenerla oponiéndose al proyecto del gobierno central de convertirla en territorio.
Estas tierras no se han incorporado activamente a la estructura económica de la provincia y por lo
tanto permanecen deshabitadas e inertes. Sin embargo, hace algunos años, buscando alterar esta
tendencia negativa en el proceso de ocupación del espacio, se reinició la colonización estatal en el
extremo Norte de este gran vacío. Varias decenas de miles de hectáreas fueron mensuradas y
entregadas en lotes a los nuevos colonos misioneros. Se abre así un nuevo punto de esperanza en el
progreso agrícola e industrial de Misiones.
443
NOTAS
1
ZAMORANO, Mariano, Las Regiones geográficas de la República Argentina (1964, ed. Seminario de
Geografía, Murcia).
2
BRUNHES, Jean, La Géographie Humaíne (1925; ed. Alean, París).
3
La explotación forestal ha sido tratada desde el punto de vista geográfico en los siguientes trabajos: DAUS,
Federico, "Los bosques del Chaco" (1940, en Revista Humanidades, ed. Univ. Nac. de La Plata, T. XXVI),
BRISSET, P., "Economie et vie forestiére en Argentíne" (1966, en Acta Geographica, ed. Soc. de Géog. de
París, n°62-63); BUNSTORF, Jürgen, "Tanningewinnung und Landerchliessung im Argentinischen Gran Chaco"
(1971, en Geographische Zeitschrift, Weisbaden).
4
SEWAR, Eric, La industria del extracto de quebracho en la República Argentina (1957, ed. Instituto de la
Producción, Fac. de Ciencias Económicas, Buenos Aires, Publ. N° 52).
5
AGNES, H., HICKS, O. B. E, The Story of The Forestal, ob. cit.
6
COZZO, Domingo, La Argentina forestal, ob. cit.
7
GUTIÉRREZ, Manuel, "Importancia socioeconómica del algodón en la Argentina" (1964, en Revista IDJA, ed.
INTA, Bs. As., n° 202).
8
GARCÍA MATA, Rafael y FRANCHELLI, Rómulo, Cosecha mecánica del algodón (1942, ed. Junta Nacional
del Algodón, Bs. As., n° 62).
9
BESIL, Antonio, La economía de la región NEA, ob. cit.
10
Los problemas relativos a la comercialización del algodón han sido tratados en JONES, Valentín,
Reestructuración del mercado algodonero argentino (1965, tesis doctoral, Rosario, T. I y II); BESIL, Antonio,
Análisis de las causas del actual cambio en la estructura del sector agrícola en la provincia del Chaco (1969,
ed. Facultad de Ciencias Económicas, UNNE, Resistencia); GIANNESCHI, Mario y LEZCANO, Antonio, El
algodón en la economía regional (1970, ed. Facultad de Ciencias Económicas, UNNE, Resistencia).
11
LARRAMHNDY, Juan Carlos, La economía algodonera chaqueña y sus perspectivas (s./f., ed. Cosecha,
Resistencia).
12
ROFMAN, Alejandro, Dos ensayos sobre planificación regional (1982, ed. Centro de Est. Urbanos y
Regionales CEUR, Bs. As., Cuad. N° 3).
13
BRUNIARD, Enrique, "El Gran Chaco argentino" (1975-78), en Geográfica, Rev. del Instituto de Geografía,
UNNE, Resistencia, N° 4).
14
BRUNIARD, Enrique, Bases fisiogeográficas... Ob. cit.. Ver además MEICHTRY, Norma C, "Corrientes,
espacio, población y migraciones" (1980, en Estudios Regionales, Corrientes, N° 14).
15
FORNI, Florea] et al., Situación y problemática del empleo agropecuario en la provincia de Corrientes (1981,
ed. CE1L, documento de trabajo n° 12, Bs. As., p. 101).
16
Este punto fue tomado de BOLS1, Alfredo S. C, Misiones (una aproximación geográfica al problema de la
yerba mate y sus efectos en la ocupación del espacio y del poblamiento).
444
445
446
La integración mediante rutas de comunicación permanente entre las diversas provincias del
Nordeste es un hecho reciente que todavía no ha logrado superar el dispositivo geográfico que se
generara en el largo período de aislamiento y de vinculación independiente de cada provincia con el
área nuclear del país. La persistencia de este modelo espacial subintegrado y los efectos derivados del
gran eje fluvial permiten reconocer dos grandes ámbitos dinámicos a ambos lados del río Paraná.
Si bien las líneas de circulación presentan diferencias jerárquicas según una amplia escala,
pueden distinguirse dos grupos que responden a funciones-específicas en la organización del
espacio: en primer lugar los ejes de jerarquía nacional, que hacen fundamentalmente a la integra-ción
del país; son los ejes o vectores, de desarrollo por donde se canalizan los flujos de bienes y servicios de
escala nacional; en segundo lugar están los ejes de alcance regional o de penetración. Ambos, pueden
diferenciarse, en una primera aproximación, por la disposición meridiana (N-S) de los primeros y zonal
(O-E) de los segundos.
La integración, del espacio chaqueño a la estructura geográfica argentina se realizó a partir de dos
ejes, periféricos de jerarquía nacional y aun internacional: el oriental sigue la ruta natural del Paraná-
Paraguay, y se complementa con la traza paralela del ferrocarril Santa Fe-Resistencia y con la ruta
nacional N° 11; el eje occidental sigue los faldeos y valles subandinos, por el antiguo «camino real»,
al Alto Perú (Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy). Ambos ejes flanquean el Gran
Chaco y se concentran en el puerto de Buenos Aires; entre esas vías troncales comienza a afianzarse un
incipiente eje intermedio, centro chaqueño, a través de la ruta nacional N° 95 y de los tramos
ferroviarios paralelos a ella.
Entre los ejes regionales pueden reconocerse varias jerarquías en función de su antigüedad
relativa y de la riqueza de las áreas que interconectan; en primer lugar debe mencionarse el que va de
Resistencia al Noroeste, constituido por la línea férrea Barranqueras-Metan y la ruta nacional N° 16, y
en segundo lugar el que parte de la capital formoseña, vertebrado sobre el ferrocarril Formosa-
Embarcación y la ruta N° 81. Ambos siguen la dirección del drenaje de la planicie y se reúnen con el
eje occidental penetrando en el ámbito montañoso del Noroeste por las entradas naturales que ofrecen
las «puertas» de los ríos Bermejo y Salado. En otro orden se encuentran los ejes de Clorinda, al Oeste,
a través de la ruta N° 86; de Reconquista a Tostado, mediante la ruta N° 96, y otros menores que se
intercalan entre aquéllos siguiendo los albardones de la red fluvial autóctona1.
El desarrollo económico proyectado a través de estas vías casi zonales de penetración se ha
manifestado más intensamente desde el oriente hacia el occidente, es decir, desde el Chaco
húmedo —de mayor potencialidad natural- hacia el Chaco seco, más pobre, y aun carente de or-
ganización.
447
Mientras los ejes meridianos, de jerarquía nacional, tuvieron como función básica evacuar la
producción regional hacia el sur, los ejes regionales, complementarios de aquéllos, fueron los
promotores del desarrollo, los ejes de penetración y de efectiva puesta en valor de la tierra cha-
queña.
Los puntos de intersección de los ejes nacionales y regionales constituyeron los lugares privi-
legiados del espacio para ensamblar los flujos económicos correspondientes a ambas escalas. En esos
puntos se establece la interconexión entre los flujos nacionales y regionales, de manera que la
concentración y redistribución de bienes y servicios se constituye en una función básica que es-
timula el crecimiento urbano en esos lugares determinados. Este dispositivo ha favorecido el de-
sarrollo de una trama urbana particular: en el Chaco húmedo los principales centros se localizan
—como verdaderos reíais— en los puntos de contacto de eje nacional del oriente y los arranques de los
principales ejes regionales hacia el oeste, estos son los casos de Clorinda, Formosa, Resistencia y
Reconquista.
En el interior de la provincia del Chaco, donde el área organizada es más extensa, la línea
férrea Barranqueras-Metan y sus ramales fueron jalonados por numerosas estaciones, separadas por
distancias técnicas más o menos semejantes, pero no todas ellas tuvieron las mismas posibilidades de
desarrollo. Aquellas que quedaron insertas en los grandes latifundios del oriente o en tierras
anegables, si bien fueron las primeras en conectarse a la red nacional, no encontraron las condiciones
favorables que ofrecían las tierras fiscales del centro chaqueño, allí donde se asentó el denominado
«domo algodonero». Estas estaciones se convirtieron en los centros de acopio de la producción
regional —mercados locales del algodón— y de redistribución de los bienes de consumo en las
áreas agrícolas adyacentes.
Aquellas estaciones que fueran elegidas para desprender algún ramal ferroviario de penetración,
pudieron capitalizar un área de influencia más amplia, desarrollar servicios e iniciar ciertas
actividades industriales; éste es el caso de Presidencia Roque Sáenz Peña, en cuyo entorno las tierras
fiscales ofrecían posibilidades de expandir los cultivos y proyectar su irradiación hacia el norte
mediante el ramal, Castelli concluido en 1937. Villa Ángela, situada en la misma franja de contacto
entre el domo algodonero y los grandes bajos Submeridionales, y favorecida por su condición de punta
de rieles desde 1914, tuvo posibilidades semejantes. Ambos centros, del noveno y decimo lugar,
respectivamente d e n t ro de la jerarquía urbana provincial de 1920, pasaron al se-gundo y tercer
lugar en 1947, inmediatamente detrás de Resistencia2.
La habilitación de las tierras del Sudoeste provincial, mediante el ramal ferroviario Avia Te-
rai-Pinedo (1914) y la conexión de esta última con Quimili (1912) y con Tostado (1934), posibilitó la
instalación de nuevos centros de actividad agraria tales como Charata y Las Breñas; la primera
prácticamente inexistente al inicio del siglo y la segunda en el vigésimo tercer lugar de la jerarquía
urbana de 1920, pasaron a ocupar, en 1960, el cuarto y quinto puesto respectivamente; en el
mismo período General Pinedo ascendió del vigésimo noveno al undécimo lugar3.
Sobre este dispositivo de base se asienta la red comercial y bancaria es decir, los elementos
motrices que animan esta trama urbana regional y empalman los, circuitos económicos que integran
la región y el país. La producción exportada por Formosa y el Chaco hacia otras provincias
argentinas consistía en la década del 60 en fibra de algodón, tanino y productos derivados de la
ganadería en más de un 80% ; mientras que las importaciones, procedentes en su mayor parte del área
metropolitana (Buenos Aires y Gran Buenos Aires), están representada en más de un 90% por
productos industriales4; es decir, una relación comercial semejante a la que se produce a nivel
mundial entre países periféricos y centrales.
La capacidad de distribución de cada centro está limitada por la capacidad de absorción de la
región sobre la que cada uno proyecta su irradiación; dentro de este esquema general sobresale la que
cada uno proyecta su irradiación; dentro de este esquema general sobresale la región comandada por la
448
Dos ciudades capitales comandan estos dos grandes paisajes. Posadas, por su parte, ubicada en el
área de contacto entre Misiones y Corrientes —también entre Argentina y Paraguay— domina
fácilmente, por su excelente situación, los flujos que vinculan a la provincia con el resto del país. Es el
principal centro de acopio —o redistribución, según el sentido de la circulación— de bienes,
personas y servicios10.
A partir de este centro rector se ubican Oberá y Eldorado, que se han convertido en los dos
centros de redistribución más importantes del interior. El primero ejerce su influencia, a partir de una
situación ventajosa, en el área meridional de la sierra central ocupada por numerosas colonias
estatales y sus ensanches. El segundo, ubicado en el norte del valle del Paraná, cubre con sus
servicios el área densamente poblada de las importantes colonias privadas que la rodean, y
cómpite con Oberá en la sierra y en las nuevas colonias del Nordeste misionero.
Las circunstancias con la ciudad de Corrientes, que comanda el otro gran paisaje, son
algo distintas. Lo mismo ocurre con los centros secundarios.
La situación de la ciudad de Corrientes, en primer lugar; no es tan favorable como la de Posadas.
Si bien tiene una posición excéntrica similar, se encuentra a trasmano de los grandes flujos nacionales.
Corrientes no se interpone, como Posadas, entre su hinterland y los grandes centros de producción y
Consumo del país; de ello resulta un dominio algo más forzado de las corrientes de bienes y servicios
que circulan hacia el interior de la provincia o que salen de ella. El gran cuerpo de agua que constituye
el Ibera contribuye a debilitar más aun las relaciones de la capital con los centros del interior.
Además, se encuentra sometida a la competencia de la vecina ciudad de Resistencia de si-tuación
similar a la de Posadas- que posee por ello una estructura capaz de asegurar una irradiación espacial de
sus servicios mayor que la de Corrientes.
A su vez, los centros urbanos secundarios que conforman la red provincial no son tan solidarios
con el centro urbano principal como es el caso de Misiones. Las ciudades meridionales de Corrientes
449
acusan los efectos de las grandes ciudades pampeanas dejando a sus espaldas a la ciudad capital. El
esquema jerárquico se debilita también en el caso de las ciudades alineadas a lo largo del Uruguay,
pues se sienten absorbidas por el movimiento generado entre Misiones y el área pampeana. El
puente ferrovial Zarate-Brazo Largo y el túnel subfluvial Santa Fe - Paraná son obras que
han contribuido a fortalecer los circuitos extra capitalinos.
Se destacan, por último, otras diferencias importantes. Los caracteres del proceso de ocupación del
espacio correntino contribuyeron a definir un ámbito rural con muy baja densidad de población y
principalmente ganadero. Una consecuencia es la mayor dispersión de los centros, pero también su
menor complejidad de equipamiento y un menor número de funciones; la función industrial, por
ejemplo, no es tan común como en las ciudades misioneras.
Como resultado de todo, ello, se han constituido dos esquemas urbanos diferentes, tanto en su
relación interna como en su caracterización funcional.
NOTAS
1 BRUNIARD, Enrique, El Gran Chaco argentino, ob. cit.
3 Ibidem.
6 BRUNIARD, Enrique y BOLSI, Alfredo, "El proceso histórico y los caracteres demográficos y
socioeconómicos de la ciudad de Resistencia" (1975, en Folia Histórica del Nordeste, ed. Inst. de
Historia, UNNE, Resistencia, N° 1).
7BRUNIARD, Enrique y BOLSI, Alfredo, "La: región funcional de Resistencia" (1974, en Revista
Geográfica, ed. Inst. Panamericano de Geografía e Historia, México, N°81).
V. CONCLUSIONES:
EL RESULTADO DEL ESQUEMA DUAL
El proceso de ocupación del espacio del Nordeste argentino fue condicionado, como se ha
visto, por numerosos factores pero el esquema dual —el esquema de las dos Argentinas— se
constituyó en la «fuerza» ordenadora de mayor importancia.
Los resultados que hoy se observan ponen de manifiesto las falencias de dicho proceso, pero
también el carácter frustrante de aquel esquema. De los diversos testimonios que expresan esa
circunstancia crítica se destacan el de la producción y el de la población.
1. El testimonio de la producción
En virtud de los caracteres del proceso de ocupación del espacio, las explotaciones agrope-
cuarias han cubierto las tres cuartas partes, aproximadamente, de la superficie total del Nordeste.
Queda, por lo tanto, una considerable reserva aún fiscal sobre la que se puede planificar un eficaz
mecanismo de ocupación y valoración del espacio. Buena parte de esa tierra —conviene seña-larlo-
no reúne condiciones apropiadas para el desarrollo agropecuario tal como es norma en otras partes de
la llanura argentina; pero hay suficientes ejemplos —aun en el Nordeste-- de buenos resultados que
se logran con inversiones adecuadas.
De la superficie que cubren las explotaciones agropecuarias —21 millones de hectáreas— las
formas de ocupación del suelo que han requerido modificaciones sustanciales y esfuerzos consi-
derables, esto es, las actividades de la agricultura, tienen una extensión espacial muy reducida. En
efecto, 9,5 millones de hectáreas —casi el 45% del total —no han sido todavía ocupadas ya sea
porque no son «tierras aptas» o porque están cubiertas por bosques naturales. A ello se agregan 10
millones de hectáreas —el 47% del total— que son praderas naturales.
Por lo tanto, las transformaciones más profundas del medio natural para su aprovechamiento
cubren sólo 1,5 millones de hectáreas (entre los cultivos y las forrajeras); esto significa menos del 7%
de la superficie total explotada.
Esta cifra pone de relieve la pobreza en materia dé resultados, pero también las posibilidades de
expansión de la agricultura. Sin embargo esas posibilidades están fuertemente vinculadas con el
desarrollo de toda una nueva tecnología de aprovechamiento de un medio natural que ofrece más
obstáculos que otros sectores del país para el avance agrícola. Están relacionadas también con el
clásico problema de la debilidad —o ausencia— de reinversiones y, entre otros aspectos, con los
problemas de la tierra, tanto de los grandes latifundios como de los minifundios centro-chaqueños.
Pero también debe advertirse que, según lo hemos visto, las opciones agrícolas se reparten entre la
pampeanización, que involucra el empobrecimiento de amplios sectores de la población rural, y la
persistencia de los cultivos tradicionales, que encierran numerosos obstáculos para su desarrollo.
La ganadería ocupa casi la mitad del espacio agropecuario del Nordeste. Aparte de la estrecha
relación entre proceso ganadero y emigración persistente, cabe apuntar la desproporción e in-
congruencia entre el espacio que ocupa y su participación en la producción y en la riqueza. El caso
de Corrientes es ilustrativo: allí los campos ganaderos cubren 5,5 millones de hectáreas (el 63% de
la superficie de la provincia) y participan con el 10,7% en el producto bruto. Con la actividad
agrícola las cifras son otras. Por ejemplo, en la provincia del Chaco el área bajo cultivo abarca el 7,5%
de la superficie total y participa con un 16,4 % en el producto bruto.
Como generadora de riquezas para la sociedad, la ganadería tiene una intervención algo
mezquina y los obstáculos para modificar esta situación son numerosos, Entre ellos puede men-
cionarse la aptitud del medio (valoración esta inducida por el hábito), los intereses de los pro-
pietarios de la tierra, el «tradicionalismo» ganadero, la escasa capitalización, etc.
Ambas actividades, pues, definen hoy un panorama crítico para el Nordeste, que además, no ha
podido desarrollar su sector industrial. Esta circunstancia puede explicar, como lo indica el
Anuario Estadístico de la República Argentina 1981-1982 (ed. INDEC), que la producción por
habitante en el Nordeste es prácticamente la mitad del promedio nacional.
451
Los rasgos apuntados del proceso de ocupación del espacio y de los paisajes resultantes lle-
varon a constituir al Nordeste en una comarca débilmente habitada —con excepción de
Misiones— ya que su densidad media (7,7 habitantes por kilómetro cuadrado) es inferior a la
media nacional, en un paísque, a su vez,se lo considera como despoblado. Este hecho deriva,
lógicamente, de un ritmo muy lento de crecimiento del total de habitantes, que resulta, a su vez,
de un alto incremento natural y de fuertes saldos emigratorios. En 1980, por ejemplo, había 850 000
personas nacidas en provincias del Nordeste que vivían en otras provin-cias; el total que residía
en la comarca era levemente superior a los dos millones. Además, debemos agregar la tendencia
al envejecimiento de la estructura como resultado, principalmente, del descenso de la
fecundidad. En este proceso Corrientes alcanzó los mayores valores y Misiones se mantiene
con la estructura más joven. Los efectos, pues, del proceso de ocupación del espacio y del desarrollo
económico en el poblamiento y en los caracteres de la población del Nordeste son inquietantes:
la emigración es sinónimo de insuficiencia y testimonio de una estructura económica incapaz de
retener la pobla-ción; la evolución de la estructura por edades es desfavorable al futuro
crecimiento natural, único sostén demográfico del área: la distribución, señala al Nordeste
como un vacio poblacional sin cambios sustanciales en las últimas décadas; las tasas vitales,
especialmente la de mortalidad infantil,expresancircunstanciascríticas. Por otra parte, algunas
evidencias sobre el nivel de vida de los habitantes del Nordeste son igualmente inquietantes.
Además de las pruebas que pueden obtenerse a partir de la simple observación de la
realidad, es ilustrativa —por ejemplo— la información que brinda el Censo de Población
realizado en 1980. De ella puede señalarse:
a. El nivel de hacinamiento del Nordeste (indicado ya sea por personas por vivienda o por
cuarto) es el más alto del país.
b. La proporción de viviendas ocupadas por sus propietarios (que en el país en conjunto
aumentara considerablemente entre 1960 y 1980) en las provincias del Nordeste se mantuvo
invariable o disminuyó.
c. Mientras que los valores promedios señalan que en el país más del 50% de la población
vive en condiciones «aceptables», en las provincias del Nordeste esa proporción no supera el
32%.
d. A su vez, si en el Nordeste la población que vive en ranchos llega al 30%, en el conjunto
del país no alcanza al 5%.
e. En cuanto al equipamiento de la vivienda, las provincias del Nordeste figuran entre las más
desprovistas del país. A modo de ejemplo, puede señalarse que mientras el 76% de los
habitantes de la Argentina tiene sus viviendas con agua corriente por cañería; en Misiones y
Formosa no superan el 26%, en Chaco el 30%y en Corrientes el 37%.
Tanto los caracteres de la producción como las condiciones de la población reflejan los resul-
tados mediocres alcanzados por el proceso de ocupación y organización del espacio. Advierten
también que no se ha superado la vieja dicotomía que significan la «porción feliz» y la «porción
pétrea» del país como lo señalara Daus e indica además la persistente ausencia de una política
regional que busque el reencuentro y la soldadura equilibrada de las dos Argentinas. Hasta ahora
sólo se han profundizado las diferencias.
Una modificación sustancial del equilibrio regional y del sistema de relaciones de la
pampa húmeda con el resto del país puede proporcionar el marco para una marcha menos
crítica de la economía del nordeste En tales condiciones, se abrirían numerosas perspectivas
donde la ex-pansión de las fronteras agropecuarias, la canalización del Bermejo, la construcción
de presas hidroeléctricas en el Paraná y en el Uruguay y el desarrollo industrial son sólo algunos
aspectos del futuro al que aspiran las provincias del Nordeste argentino.
5
La región del
Noroeste argentino:
paisajes heterogéneos
con economía mixta
454
Otra de las regiones geográficas dentro del espacio argentino es la del Noroeste. Entendemos como
tal el ámbito donde se cumplen un sinnúmero de interrelaciones, que van tejiendo tramas de flujos, que
se densifican absorbiendo toda la vida cultural, social y económica de la población. Espacio
organizado donde el conjunto tiene cierta unidad, nacido de una cierta uniformidad que ha ido creando
paisajes, verdadero contexto tangible de la asociación del hombre con el hombre, y de él con el
territorio; estado momentáneo de ciertas relaciones entre las condiciones naturales, las técnicas de
transformación, los tipos de economía, o sea, las combinaciones de rasgos físicos y humanos que dan
al espacio fisonomía propia, como lo expresara James Houston1.
Por encima de estos paisajes, como acontece en toda región geográfica, se ha gestado por la
cohesión originada en la acción coordinadora desde centros, un espacio funcional organizado, que se
expresa menos por sus límites que por la vida de relación que en ella se cumple, noción consubstancial
de la geografía.
Dentro de la región Noroeste subyacen diferentes unidades estructurales: la Puna y su borde
oriental, o sea el sector de la cordillera andina oriental; parte de las sierras subandinas; la sección
septentrional de las sierras pampeanas; un pequeño sector del borde Norte de la precordillera y la
planicie pedemontana tucumano-salto-jujeña, que se proyecta hacia la llanura santiagueña y
chaco-formoseña, esta última en su extremo Oeste.
Antecedentes históricos y actuales han generado el crecimiento y desarrollo de este espacio
regional, a partir de polos. La intensidad de cohesión se va debilitando, en tanto aparecen nuevos y
poderosos polos de desarrollo, como es el caso de las ciudades de Córdoba y Mendoza, que extienden
su influencia, creando nuevas regiones geográficas; la primera, la región del Centro y la segunda, la
región de Cuyo.:
En efecto, la fuerza expansiva de la región Noroeste, declina paulatinamente hacia la planicie
santiagueña, hasta pocos kilómetros más allá de la población de Villa General San Martín (Loreto); la
zona de las Salinas Grandes, elemento geomorfológico de gran influencia negativa en las co-
municaciones y en el poblamiento, marca el rompimiento relativo de esta influencia para, en el
extremo opuesto, sentirse la atracción de la región del Centro, notable desde la población de Ojo de
Agua; es una realidad concreta que se expresa con el mayor número de relaciones que mantiene con la
ciudad de Córdoba.
En la planicie salteña, la región se delimita de la misma manera que en la planicie santiagueña,
pero aquí el límite no es fijado por un rasgo geomorfológico, sino que se diluye en tanto las dis-
tancias, y el subdesarrollo especialmente, son tan grandes, que pierde fuerza por inercia, existiendo
por ello una zona en que no se puede definir netamente si es área de influencia de la región Noroeste o
si ya entra en el dominio de la región del Nordeste.
Por el Sur, si bien es cierto que la dependencia del territorio catamarqueño con el Noroeste es neta,
no sucede así con el área riojana, en que entran a jugar elementos poco definidos, emanados de la
región que nos ocupa, de la región del Centro y de la región de Cuyo. Por ello, debemos pensar que
se trata de un área de transición o de transfiguración, sin definición regional, por cuanto, como en el
caso del Este salto-jujeño, no ha surgido un polo de desarrollo fuerte como para configurar una
fisonomía definida.
Los primeros intentos de organización del Noroeste, considerado por los españoles como un
«espacio vacío» ya que desconocieron la organización prehispánica, fueron las disposiciones pu-
ramente jurídicas por las que otorgaban concesiones a los conquistadores del Tucumán. Así fue la
455
de Núñez del Prado, que no implicaba de ninguna manera la creación de una gobernación orgánica,
sino una comisión de fundar un pueblo en el Tucumán. Concesión sin límites precisos, tal vez para no
suscitar litigios con las vecinas gobernaciones del Paraguay del Río de la Plata y de la Capitanía
General de Chile. Lo interesante de esta concepción es que comprendía un área casi idéntica a lo que
es hoy la región Noroeste, excediéndose sólo en la inclusión de Córdoba y la totalidad de la actual
provincia de La Rioja; interesa además porque esta autorización de La Gasea marcará el surgimiento de
la futura gobernación que dominaría los tres caminos: hacia el Cuzco, Charcas y Río de la Plata; esta
última también a Santiago de Chile.
Posteriormente y sin tener en cuenta los litigios surgidos con la Capitanía General de Chile, sino la
posición geográfica, las provincias del Tucumán, Juries y Diaguitas, fueron erigidas en Gobernación,
con su propia y definida jurisdicción y estructura legal, en dependencia de la Audiencia de Charcas,
posibilitando el tráfico comercial y las relaciones judiciales.
Muchas serán las ciudades que surgirán en este espacio durante los siglos XVI y XVII, ver-
daderos «focos» para afirmar la dominación y ocupación definitiva de esta gran región, en una
cadena coherente y armónica de mutuo apoyo, concreción acertada de la ideología de La Gasea primero,
que quería poblar el Tucumán; descongestionando de soldados el Perú, iniciando a la vez una economía
agrícola en la zona más propicia y asegurando la defensa del camino del Perú; esta ideología se tradujo
en la fundación de Barco I, la que fuera tres veces trasladada; luego seria aspiración del virrey Don
García de Mendoza y de Juan Pérez de Zurita, la de poblar asientos estratégicos en el Tucumán para
la defensa de la ciudad de Santiago del Estero, atacada con frecuencia por los calchaquíes e indios del
Chaco y para facilitar las comunicaciones y el comercio entre Chaco y Chile, aspiraciones que
motivaron las fundaciones de Londres, en el Valle de Ca-tamarca, Córdoba de Calchaquí, en el valle
homónimo y Cañete, en el piedemonte oriental del Aconquija, formando el célebre «triángulo»
poblacional; tuvo también incidencia en los primeros núcleos de población, la ideología de Valdivia y
de Francisco de Aguirre, que pensaban establecer la línea de fundaciones Copiapó-Buenos Aires, con
ciudades que se fundaran en el Centro y en El Tucumán, uniendo los dos océanos y asegurando contactos
entre Chile y El Tucumán. «Entrada de mercaderías y ayudas por los puertos en el Paraná y en el Río de
la Plata», evitando la navegación por Portobello y Panamá; como consecuencia de este proyecto San
Miguel de Tucumán fue fundada por Diego de Villarroel y se proyectaron otras fundaciones de ciudades
en el centro y litoral del actual territorio argentino.
Pero la ideología que lleva a la ordenación más coherente de esta región es la del virrey
Francisco de Toledo, quien deseaba fortalecer esta región frenando la expansión de la conquista hacia el
sur, para la cual ordenó la fundación de ciudades en los valles jujeños, en valles de Salta y Calchaquí y
zonas comarcanas, para asegurar lo ya existente y facilitar el comercio y paso de viajeros, socorro y
justicia, desde Lima y Audiencia de Charcas a Tucumán y a Chile.
En consecuencia, se fundaron las ciudades de San Francisco de Álava, en el extremo Norte (actual
provincia de Jujuy), por el capitán Pedro de Zárate, en el año 1575: San Clemente de la Nueva
Sevilla, por Guillermo de Abreu, que fuera tres veces destruida y trasladada, entre lósanos 1574 y 1577
(en la actual provincia de Salta), San Felipe de Lerma. más tarde llamada Salta, en el año 1582, y el
cumplimiento total del plan, con la fundación de Todos los Santos de la Nueva Rioja, en 1591,
reedificación aproximada de Londres; Nueva Madrid de las Juntas, por Ramírez de Ve-lazco en 1592
en territorio salteño y San Salvador de Jujuy por Don Francisco de Argañaraz en 1593.
Esta red de ciudades viene así a complementar las ya fundadas ciudades de Santiago del Estero
en el año 1553, la de San Miguel de Tucumán en 1565 y la de Córdoba en 1573.
En este proceso, la ciudad de Santiago del Estera funcionaba como polo desde donde partían las
huestes fundadoras de estas ciudades, que perduraron en su mayoría.
Cumplidas las fundaciones, la consolidación social y económica de las mismas, correspondió al
período de gobierno de Ramírez de Velazco entre los años 1586 y 1590. Este gobernador se
preocupó fundamentalmente de la buena administración; trató de solucionar los problemas entre
encomenderos e indígenas: regularizó la vida económica con medidas de protección y progreso e inculcó
el sentido de cooperación colectiva.
Paulatinamente, la organización de la región siguió en marcha. Las ciudades surgidas del plan del
virrey Toledo se afianzaron y cada una generó su propia área de influencia (su «umland») fin efecto,
456
fundadas las ciudades, como era normal legal se procedía a la división de la tierra, que en conjunto se
repartía luego de separar los solares para el pueblo y el ejido en cuatro partes, reservando una
para el fundador del pueblo o ciudad, y las otras tres partes para repartir en «suertes» iguales entre los
pobladores. Con estas disposiciones se daban las bases iniciales de la organi-zación de las pequeñas
«células regionales», con una economía agrícola de subsistencia, espacio funcional donde se calcó la
administración señorial hispánica. En ella, los servicios eran elementales y reducidos, adecuados a
una vida de horizontes pequeños, que no afectaban a la totalidad de la población. Las ciudades
principales emergían con más vigor, pero todavía no se desarrollaba una vida regional, debido a las
dificultades de los desplazamientos, de modo que las radiaciones de relaciones fuera del «umland» de
cada ciudad, quedaban limitadas a aquellos de tipo administra-tivo, político y judicial. Con el tiempo,
a medida que las comunicaciones se agilizaban, cada una de estas ciudades dejó sentir mayores efectos
sobre su área de dominio, extendiendo sus contactos a través de una corta red de comunicaciones, las
cuales fueron auxiliándose paulatinamente o interpenetrándose hasta constituir una unidad
coherente, de fisonomía propia de relativa fuerza, de tal modo que lograron disimular el hecho de
que dentro de esta región quedaban áreas de gran heterogeneidad desde el punto de vista del medio
natural. Por encima de ellas, pues, se lia orga-nizado una estructura que es propia de la región
Noroeste y diferente de otras regiones geográficas que conforman actualmente el territorio argentino.
Pero aquella vieja fisonomía de organización emanada desde la ciudad de Santiago del Estero fue
alterada en parte cuando el polo de desarrollo, espontáneamente, se trasladó a la ciudad de San
Miguel de Tucumán.
En efecto, el proceso de polarización, que había jugado un papel primordial por la existencia
desde un comienzo de centros urbanos bien definidos, permitió la extensión de la organización en un
espacio de gran proporción (700.000 km2) donde el medio físico y luego el geográfico originó en parte
las peculiaridades específicas que diversificaron los paisajes. Como veremos más adelante, éstos
discurren en las variaciones del relieve, de los suelos, de los climas locales, de la vegetación, de modo
que las relaciones entre estos elementos y el hombre creaban condiciones ecológicas y culturales
diversas en el proceso de ocupación. Del entrelazamiento de las particulares características
locales resultaron condiciones de vida humana que se reflejan de manera particular en la ocupación
territorial de la región.
La actividad de la población del Noroeste se ha especializado fundamentalmente en la agri-
cultura, que más que otras actividades sufre la influencia del medio natural y humano; sus carac-
terísticas imprevisibles e inciertas hacen más difícil una automatización y una regularidad en su
ritmo, de ahí que la perennidad de los polos originales ha dependido en cierta manera de la natu-raleza
del suelo, del costo del transporte de los productos agrícolas hacia los mercados de con-sumo o
puertos de exportación, de la aptitud de la población para esa actividad, del espíritu de empresa y,
por supuesto, del contenido demográfico.
Con la construcción de ferrocarriles y caminos, las ciudades y centros menores dejaron de ser
consecuencia de las necesidades de coordinación de sus campañas, simples lugares de consumo de la
producción del suelo, para comenzar a desarrollar una economía específica, absorbiendo parte de la
población rural y empezando recién a jugar un papel motor esencialmente activo.
El desarrollo económico, especialmente basado en cultivos industriales en algunas áreas y
ganaderas en otras, ha promovido la jerarquización de los centros. En efecto, la ciudad de San
Miguel de Tucumán se ha transformado en el centro de servicios de primer orden, verdadera
metrópoli regional de todo este espacio, al que directa o indirectamente todos los demás centros se
encuentran en dependencia y relación constante; le sigue en segundo lugar la ciudad de Salta; en
tercero las ciudades de Santiago del Estero y de Jujuy; existen otros centros de cuarto, quinto y
sexto orden y, finalmente, aquellos núcleos locales cuya función organizativa queda circunscripta a
pequeñas áreas. El desarrollo económico, además, ha acelerado los medios de circulación de
hombres y de mercaderías, de capitales, sobre vastas zonas. Los servicios se diversifican y concentran
en sentido longitudinal, uniendo aquellas primeras ciudades fundadas a lo largo del camino a Charcas
o hacia el Río de la Plata, estando centrada la densidad mayor en la metrópoli regional.
457
458
459
Sin duda existen en el Noroeste algunas zonas menos desarrolladas, que presentan una je-
rarquización difusa, porque las mismas han conservado un carácter esencialmente agrícola en su
economía y por lo tanto, la urbanización es débil y el cuadro normal de la vida de relaciones queda
limitado a un pequeño espacio; muchas veces se confunden con sus respectivas jurisdicciones. Han
conservado actividades tradicionales, formas de vida rudimentarias, por lo que quedan sin centros
de gravedad complementarios que los puedan incorporar a la economía regional, quedando por lo
tanto marginadas y, en consecuencia, la influencia de la región se ejerce a través de la absorción de
mano de obra, como sucede en el Este de la planicie salteña, con los indios matacos, tobas, charotes,
chiriguanos, que arriban y regresan en sincronización con la zafra azucarera (hoy excepcionalmente); la
recolección del tabaco y del poroto, de modo tal que no se incorporan per-manentemente al trabajo; o el
caso de los «coyas» bolivianos, cuya área ocupacional llega hasta el Sur de la provincia de Salta y en los
últimos años hasta la misma provincia de Tucumán y que, en un 15%,quedan incorporados a la población
residente en ella: o en la zona Sur de la región que provee de mano de obra a las áreas más
desarrolladas del Noroeste o de otras regiones vecinas, y, en fin, las migraciones internas en la región
incorporados al trabajo industrial, elemento ordenador y civi-lizador de las áreas de cultivos
industriales23.
Por lo antedicho, una de las características más distintivas del Noroeste es la poco equilibrada
distribución de la población. Existen zonas de altas densidades en torno a las áreas urbanizadas de las
ciudades capitales de provincia y de la metrópoli regional —San Miguel de Tucumán—, donde viven
de 3.000 a 4.000 habitantes por km2. Arcas de 300 a 400 habitantes por km2 en coincidencia con las
planicies pedemontanas del sistema del Aconquija en Tucumán, y de las sierras subandinas en territorio
salteño y jujeño. Rápidamente esta densidad disminuye en 30-50 habitantes por km2 en las zonas
envolventes a las anteriores y sobre todo en vinculación a los valles fluviales que transcurren en
plena zona montañosa, constituyendo verdaderos oasis poblacionales. En contraste, en la montaña
media y alta así como en la zona puneña, las densidades disminuyen tanto que apenas alcanzan a un
habitante por km2, y hasta por cada 10 km.
Esta particular distribución de la población del Noroeste puede explicarse en parte por el hecho de
que una vez superada el estado de una economía de subsistencia, el espacio humanizado se ha
organizado en base a economías más evolucionadas con estructuras socio-profesionales más
complejas, generando un mosaico de paisajes, como ser los gestados en torno a la actividad
azucarera, al tabaco, a los cultivos mixtos, a las hortalizas, al banano, etc., consecuencia de la
diversidad de condiciones naturales, de las mayores o menores supervivencias y modalidades
prehispánicas e hispánicas, de transformaciones de los circuitos comerciales de carácter regional,
nacional e internacional, causas que determinaron no sólo las desiguales presiones demográficas, sino
también el desigual desarrollo económico de cada paisaje.
A través de los diferentes censos realizados en el país, se puede comprobar la evolución de la
población de la región y sus connotaciones económicas. En el año 1869, el Noroeste contenía el 26% de
la población total del país o sea. 499.871 habitantes. Este porcentaje es revelador de un cambio en la
estructura económica, que ha sido señalada por Ferrer4, cuando a la economía primaria de
subsistencia sucede la etapa de transición a la economía primaria exportadora. La composición de
las exportaciones había cambiado; de la plata procedente de Potosí y de los productos de la tierra
que absorbían el 80% de las mismas, so había pasado a la actividad agrícola especializada,
desapareciendo los productos tradicionales que no podían sufrir la competencia de los importados.
Mientras, se vigorizaban las exportaciones de productos agropecuarios de la zona pampeana, afianzada
y fomentada por la estructura ferrocarrilera, que permitía a la Argentina integrarse al mercado
internacional; la región del Noroeste, así como olías regiones del país, pasa a cumplir un papel
satelitario en el proceso de desarrollo.
A fines del siglo XIX, en 1895, al realizarse el II Censo Nacional, se constata que la región del
Noroeste argentino contenía el 17,42% del total de la población del país, unos 704.635 habitantes. Hacia
1914 la misma sólo representaba el 12,58% del total, es decir 994.801 habitantes. En los sucesivos
censos, la población del Noroeste pasa a representar el 11,95%del total, el 10,8%; el 10.2% y finalmente
460
se sabe mucho de sus potencialidades. Las reservas uraníferas tienen una particular importancia dentro
del espectro general de este rubro dé producción, así como la enorme gama de evaporitas y las
extensas superficies con emplazamiento de salares.
No cabe duda que el desarrollo minero futuro, sobre todo cuando entre en producción activa
Farallón Negro y El Bajo de la Alumbrera; cuando se incentive aun más Zapla y Unchimé, y se
complete en forma integral la explotación de El Aguilar, será promisorio.
Pero no todo en el Noroeste es la actividad agropecuaria, minera y forestal, sino también (a
consecuencia de las crisis cíclicas de los últimos veinte años) se ha robustecido la actividad in-
dustrial, a tal punto que el Noroeste participa con más del 25% en el total del producto bruto interno. Se
tiene un índice más cabal cuando analizamos la producción de energía que actualmente genera la región:
357 Mw instalados aunque el consumo de energía por habitante sea relativamente bajo (420 kw/h).
La composición del sector industrial del Noroeste, según la mano de obra empleada, revela que la
más importante es aquella referida a las industrias alimenticias y de bebidas, que ocupa el 48% de la
mano de obra, lo cual no es extraño pues en este rubro entran las industrias azucarera, citrícola,
plantas embotelladoras de gaseosas, hortícolas, fábricas de galletitas, plantas elaboradoras de sal,
etcétera.
Las otras industrias que se destacan en la región son la maderera, que ocupa el 8,7% de la mano de
obra; la industria de productos metálicos y maquinaria el 6,9%; la industria de minerales no
metálicos (excepto petróleo), con el 7,7%. Las industrias: manufactureras varias, textil e industrias de
productos metálicos básicos, están en el orden del 6%; la del papel en el 3%, y la química en el 1%.
Luego de este breve análisis de la economía, podríamos decir que el futuro desarrollo integral de la
producción del Noroeste, dependerá del incremento de los medios de transporte, especialmente de las
dos líneas internacionales que completan el ferrocarril: la línea Antofagasta-Socompa en Chile, que nos
permitirá la agilización de la comunicación con el Pacífico y que eventualmente puede ser com-
plementada con las rutas por el Paso de San Francisco (Catamarca) y el de Jama (Jujuy), y la línea de
Pocitos-Santa Cruz de la Sierra, también complementada por rutas en parte ya trazadas, que nos
conectará con el orienté boliviano. La primera línea mencionada, fomentará el intercambio de los
productos minerales con los agropecuarios y la segunda, de productos eminentemente tropicales, el
petróleo y el hierro.
462
Referencias:
1. Puna.
2. Quebrada de Humahuaca.
3. Valle Calchaquí.
4. Valle de Lerma.
5. Cuenca de Metán-Güemes.
6. Planicies chaco-pampeanas: chaco-salteñas; santiagueñas; catamarqueñas-riojanas.
7. Sierras y valles cordilleranos y pampeanos:
a-b-c- Catamarqueños: cordillerana; Tinogasta-Fiambalá; Andalgalá-Belén-Mazán; Valle de San Temando; Campo
de Pozuelos y Valle de Yocavil.
a-d-c Riojanos: cordillerana; Vinchina-Villa Unión; Cuenca de Velazco.
8. Sierras Subandinas y valles.
Paisajes tucumanos:
9. Sierras Subandinas del noreste (caleras y bosques).
10. Cuenca Tapia-Trancas (ganadería).
11. Llanura oriental (policultivos-ganadería).
12. Llanura fértil central (caña de azúcar).
13. Llanura fértil austral (tabaco-ganadería).
14. Valle de Yocavil (oasis frutihortícolas).
15. Alta montaña y altivalles (oasis frutihortícolas-ganadería).
463
Los paisajes
Habíamos dicho anteriormente que toda la región se caracteriza por la complejidad y diversidad de
sus paisajes, nacidos del proceso organizativo y orientado en gran medida, por las características
naturales del medio. Por ello, de la confrontación de esas comarcas hemos distinguido los siguientes
paisajes:
La puna
La Quebrada de Humahuaca
El valle Calchaquí (jurisdicción salteña)
El valle de Lerma
La cuenca de Güemes-Metán-Rosario de la Frontera.
El frente tropical pedemontano subandino
Las cuencas y valles catamarqueños y riojanos
Llanuras, cuencas y valles tucumanos
La planicie oriental chaco-salteña, santiagueña y catamarqueño-riojana.
La puna
Se ha conservado esta denominación, porque se trata de un paisaje que revela, en general, una
gran debilidad en los lazos organizativos y consecuentemente, «deprimidos» desde el punto de vista
económico, lo que dificulta el poblamiento que en general queda «determinado» por las difíciles
condiciones naturales del medio.
Corresponde al rincón extremo noroccidental de la región del Noroeste, limitando en gran parte
con Bolivia y Chile. Durante mucho tiempo ha constituido un espacio vacío dependiente
directamente del gobierno central como territorio nacional de Los Andes, que fue repartido en el año
1943 entre las provincias de Jujuy, Salta y Catamarca.
La puna constituye un resto sobreelevado del antiguo macizo de Brasilia y cubre aproxima-
damente unos 90.000 km2 de superficie y una altura media de 3.800 s/nm. Su morfología movida, donde
se destacan largos cordones montañosos de cumbres englaciadas, con gran cantidad de volcanes y las
depresiones y valles que, en la zona Sur especialmente, contienen salares y en la Norte son recorridos por
escasos ríos que forman verdaderas vegas atractivas para la instalación humana, todo esto crea
condiciones muy particulares para su incorporación y anexión al resto de la región.
El clima, de gran rigor, caracterizado por grandes amplitudes térmicas diarias (25°C durante el día,
— 12°C durante la noche), sequedad, ya que las lluvias, en la mayor parte de su ámbito, no pasan de 250
mm anuales e incluso, en el sector sudoccidental apenas alcanzan 50 mm por año; sequedad acentuada
por la frecuencia de los vientos especialmente desde el oeste, lo cual de-termina una magra
vegetación caracterizada por asociaciones muy dispersas e integrada, por gramíneas duras, arbustivas.
Bajo estas condiciones, la ordenación del espacio, ha obedecido casi fatalmente a la posibilidad de la
existencia del agua. En consecuencia, la localización de la población se ha cumplido en las vegas, hoyas,
cerca de los ríos y arroyos, ya desde épocas prehispánicas y el período colonial, y aún en la actualidad.
Estos pequeños y aislados núcleos poblacionales, que en total apenas alcanzan a albergar 38.284
habitantes. (Censo 1980), se hallan en su mayoría en la puna jujeña, ya que representan el 87% del total
de la población de este paisaje como respuesta a las condiciones naturales más propicias, mientras que
desde las Salinas Grandes hacia el sur y en jurisdicción salteña, se encuentra el 10% de la población y
sólo el 3% en la puna catamarqueña.
La marginalidad de la puna, no solo se manifiesta en la escasa y particular distribución de la
población, sino en la gran movilidad espacial que drena continuamente la población joven,
económicamente activa, que se dirige hacia otros paisajes más evolucionados del Noroeste. El poco
arraigo de la población se explica por las limitaciones que impone este medio tan difícil, que rechaza la
ocupación intensiva de los hombres. Al respecto debemos decir que la mayor parte de ella está centrada
en la explotación minera, en la agricultura de manutención y en la cría de ganado, sumamente extensiva y
pastoril.
464
La Quebrada de Humahuaca
De gran trascendencia histórica y con antecedencias de la ocupación precolonial, constituye hoy un
paisaje empobrecido por la poca evolución de una economía de mercado.
La quebrada principal nace en Tres Cruces y se extiende por 180 km hasta las proximidades de León,
Amplio valle tectónico recorrido por el río consecuente, Río Grande, perteneciente a la subcuenca
del Bermejo, se caracteriza por la presencia de quebradas laterales que surcan el paisaje por el Oeste
y se vierten hacia el valle central.
Todas estas quebradas secundarias son recorridas por ríos que son posteriormente colectados por el
Río Grande. Si bien la red hidrográfica se presenta jerarquizada, responde al tipo de clima que impera en
esta zona. Con temperaturas medias máximas de 20°C y medias mínimas de —10°C, frecuentes
vientos que se orientan en el sentido de las quebradas, precipitaciones del orden de los 350 a 100 mm
anuales y una vegetación, acorde a estas características, representada por estepas arbustivas, en íntima
relación no sólo con la sequedad sino también a las diferentes altitudes, han creado condiciones
particulares para la instalación humana.
465
Es conocido el papel de conexión o entrada y salida por este paisaje, para las relaciones entre el resto
del Noroeste y el Alto Perú, que generaron la instalación de postas, especialmente durante los siglos
XVI, XVII y XVIII.
Una vez perdido el papel original, se produce una revalorización de este paisaje por la explotación
sistemática, en el siglo XX, de los yacimientos de plomo, zinc y plata de mina El Aguilar, que inserta a
este paisaje en la coyuntura económica de la provincia de Jujuy, generándose un nuevo y poderoso
elemento de crecimiento, a tal punto que, en 1980, la población había alcanzado a 39.128 personas, lo
que representa el 9,58% del total de la provincia de Jujuy. Los pueblos qué se des-tacan son El Aguilar
(Veta) con 3.829 habitantes y El Aguilar (Molinos) con 2.953 habitantes, (en conjunto 6.782
habitantes); Tilcara con 2.177 habitantes; Maimará con 1.699; Volcán con 1.107; Humahuaca con
3.973, y Tumbaya con 400 habitantes.
A pesar de las limitaciones desde el punto de vista morfoclimático, los habitantes han des-
arrollado actividades agropecuarias de relativa importancia, aunque se debe señalar que la dis-
ponibilidad de espacio para las tierras agrícolas especialmente, queda enmarcada en las planicies de
pequeñas dimensiones formadas por los ríos, donde se cultivan con riego aproximadamente 3.145 ha y
sin riego una 2.575 ha. En el resto de las tierras ocupadas por bosques y montes naturales se cría una
ganadería extremadamente extensiva, que aprovecha los pastos naturales y que se orienta sobre todo a
la cría del ganado caprino (33% de la provincia de Jujuy), de las llamas, del ganado lanar, caballar y, en
última instancia, de los vacunos.
Sin embargo, debemos afirmar que la economía de este paisaje, está centrada fundamentalmente en
la minería y en el turismo. La primera, con la explotación de Sierra Aguilar, de donde se extrae el plomo,
el zinc y la plata, lo cual se realiza a cielo abierto o por galerías y donde trabajan argentinos, bolivianos y
chilenos. El producto, en el caso del zinc, está en el orden de 46.000 t, cuyo proceso final es realizado en
Comodoro Rivadavia, mientras que la concentración de la blenda se hace en la provincia de Santa Fe.
El cobre es otro mineral de importancia, especialmente el contenido en las gangas de cuarzo y
baritina.
Además de la actividad minera otra actividad introducida en este paisaje, como se ha dicho, es el
turismo. La belleza y colorido de cada uno de sus sectores y el clima de verano, atraen anual-mente a un
importante número de turistas.
Debemos decir que, modernamente, el esquema tradicional se ha modificado. Los pobladores
tienden a vivir en núcleos elementales y pequeños centros urbanos. Sin duda en todo el paisaje, la
población de mayor importancia es Humahuaca que tiene su área de influencia hasta Tres Cruces y Abra
Pampa y en menor intensidad, hasta más allá de la frontera con la República de Bolivia. Por el Sur,
anexa a su influencia a las poblaciones de Tilcara, Maimará, Purmamarca y Tumbaya hasta Volcán y
León, debiéndose aclarar que este paisaje está bajo la directa y frecuente influencia de la ciudad de San
Salvador de Jujuy.
La localización de los centros poblacionales está en íntima relación a las vías de comunicación,
caminos y ferrocarriles que se han trazado en sentido longitudinal siguiendo la orientación de la
quebrada y complementariamente con algunas quebradas laterales. El paisaje organizado, aparece sin
embargo en manchas discontinuas, interrumpido por la presencia de prolongaciones de formas de
relieve abruptas, presentando el aspecto de una guirnalda de oasis en toda su extensión, donde se suceden
las áreas verdes de los cultivos y los principales centros de población. Se trata, en suma, de un paisaje
humanizado en las planicies aluviales de los principales ríos y afluentes.
El valle Calchaquí.
Se trata de un paisaje, que ha quedado rezagado en el proceso de desarrollo general del territorio
salteño y del NOA.
El valle o los valles Calchaquí(es) corresponde a la jurisdicción salteña y se extiende a lo largo de 220
km de Norte a Sur, desde el Nevado de Acay hasta la Quebrada de Quiaca, enmarcado por altos cordones
montañosos pertenecientes a la cordillera oriental de los Andes, en el borde Este de la puna argentina.
466
A través de su colector, el río Calchaquí, se ha ido ordenando este espacio —desde la época colonial,
en que desempeñó un papel conductor en el esquema organizativo provincial— a pesar de sus
posibilidades agroganaderas y especialmente turísticas, ha perdido actualmente su viejo papel, para quedar
algo rezagado, a pesar de sus posibilidades económicas.
Este paisaje se caracteriza por un tipo de instalación humana muy particular, en íntima relación a las
planicies aluviales formadas principalmente por el río Calchaquí y sus importantes afluentes como el
Luracatao, el Humanao-Tacuil, etc., que confluyen al colector por su margen derecha. Impera un clima
semiárido de altura (BW de desierto y BWk, Gb, de acuerdo a Köppen). Aquí, las precipitaciones son del
orden de los 400 mm al Sur y van disminuyendo hacia el centro y el Norte hasta los 200 mm anuales.
En íntima relación con las condiciones morfológicas y climáticas, los suelos se presentan muy
variados, y de poca profundidad, donde se desarrolla una vegetación de monte en el fondo del valle, el
prepuneño hasta los 3.400 metros de altura, el puneño hasta los 5.000 metros y más arriba el andino y
subandino. El valle cobijó desde muy temprano (8.000 a.C.) a cazadores nómadas, que se sedentarizaron
a partir de los siglos XII y XIII. A la llegada de los españoles se calcula que existían alrededor de
veinte pueblos, pertenecientes al etnos diaguita.
Descubierto el paisaje en el año 1536 por los españoles, fue rápidamente valorizado,
fundándose ciudades como Barco II, Córdoba de Calchaquí, San Clemente de la Nueva Sevilla,
procediéndose de inmediato al reparto de las tierras en «mercedes» y «suertes», donde se implantó una
economía señorial y solariega, que utilizaba como mano de obra a los pueblos indios que se habían
arraigado en esta zona.
La economía, desde los comienzos, estaba fundamentada en la actividad agrícola (viñas, árboles
frutales, cereales, legumbres y hortalizas), y en una ganadería extensiva (cría de vacunos, caballares,
ovejas y cabras).
En torno de la creciente importancia de esta área, que proporcionaba productos derivados del agro al
valle de Lerma, y para el comercio con Chile, se había radicado una importante población que
representaba a mediados del siglo pasado, el 25% del total provincial y que, en 1980, sólo llegaba al
3%. Este fenómeno se puede explicar por un despoblamiento paulatino y por crecimiento poblacional en
las demás áreas de la provincia de Salta. Hoy viven (censo de 1980) unos 24.954 habitantes, con una
bajísima densidad bruta de 1,41 hab/km. Las mayores concentraciones de la población, muy
desigualmente distribuida, corresponden a la cuenca de Cafayate, donde viven hasta 100 hab/km y
donde se ha formado el centro más importante del paisaje: la ciudad de Cafayate con 7.204 habitantes.
Paulatinamente y en forma de manchas discontinuas, se presenta una segunda concentración en el sector
Norte, con su núcleo en Cachi con 4.756 habitantes. En el centro-Sur del Valle se encuentran
Seclantás, San Carlos, Molinos y Angastaco. Sin embargo, existen muchos centros elementales que
cuentan entre 500 y 1.000 habitantes cada uno.
La unidad económica de toda esta zona, la constituyen las «fincas», generalmente con una
organización más sistemática en la zona vecina a los ríos, que proporcionan el agua para riego
indispensable para la práctica de los cultivos especializados: forrajeras (53% del área cultivada), vid para
vinos (14%), vid para uva de mesa (2,2%), cultivo de pimiento para pimentón (7,4%), comino, (2,3%) y
frutales (1%).
Queda como rubro importante la actividad ganadera, aunque debemos destacar que todo el sector
Sur y prácticamente hasta más al Norte de Angastaco, domina el cultivo de la vid (cuya producción
puede determinar la elaboración de 9 a 10 millones de litros de vino por año, de alta calidad,
especialmente los torrontés, cabernets, etc., procesados en nueve grandes bodegas y alrededor de
veintisiete pequeñas. Inscrito en el área de los cultivos de vid, aparece el de pimiento para pimentón, que
se transforma en cultivo dominante desde la finca de El Carmen hasta Payo-gasta. La producción es
molida en el mismo valle o en la provincia de Tucumán. Cultivo comple-mentario es el comino y la
alfalfa, para semilla y como forrajera, que va tomando importancia hacia el porte del valle en coincidencia
con la cría de ganado, especialmente ovino (40%), caprino (40%), vacuno (10%), asnos (2%), llamas (2,
%) y el resto (6%), de equinos porcinos y mulares.
Al Norte de La Poma y en las zonas montañosas marginales, la cría de ganado se vuelve ex-
tremadamente extensiva y casi, pastoril, subsistiendo algunos cultivos de manutención vinculados con
467
algunos «puestos».
Este paisaje se articula con el resto del territorio provincial, por medio del importante camino
Cuesta del Obispo-Quebrada de Escoipe y por Alemania hacia el Valle de Lerma.
Sin duda, se trata de un paisaje, con una cohesión más definida en el sector Sur, comandada por la
ciudad de Cafayate y en el sector Norte por la ciudad de Cachi, en el que faltan medidas
infraestructurales, especialmente para el dominio hídrico, lo cual solucionaría el principal problema de
los vallistos, que sin duda es el agua.
El valle de Lerma
La actividad ganadera ha, tenido relevancia desde la época colonial ya que en el valle existían los
potreros para invernada de los animales que se enviaban al Alto Perú y a Chile. Tradicionalmente el
hombre salteño ha seguido vinculado a la cría de ganado en las estancias y hoy el valle contiene
aproximadamente 120.000 cabezas de ganado vacuno, 40.000 de lanares, 14.000 de yeguarizos y
31.000 de ganado caprino.
La actividad tambera, si bien es poco significativa en la provincia, se concentra en relación a los
centros urbanos, en especial en la ciudad capital.
La actividad intensa que se cumple en todo este paisaje, queda revelada porque en él se ha
localizado casi todo el parque industrial de la provincia, el 50% de la ganadería bovina, el 98% del
cultivo del tabaco y el 49%de la población, todo lo que configura variables que lo colocan dentro de unos
de los paisajes más jerarquizados de la región del Noroeste argentino.
donde se encuentran precisamente, los tres núcleos urbanos más importantes del paisaje: Güemes, Metan y
Rosario de la Frontera.
La ciudad de Güemes concentra el 53% de la población del departamento homónimo, y en él se
encuentran además Cabeza de Buey, Palomitas y Cruz Quemada, que son centros elementales, a los que se
debe agregar El Bordo. Metán alberga el 61% de la población del departamento y el resto se distribuye en
El Galpón y en otros villorrios de menor categoría. El 65% de la población del departamento de
Rosario de la Frontera se localiza en la ciudad homónima y numerosos centros elementales como Balboa,
Almirante Brown, Puente de Plata, El Naranjo, La Candelaria absorben, junto con algunos puestos, el resto
de la población.
Los habitantes de este paisaje, en gran medida, se dedican a las actividades agrícolas, debiéndose
destacar el cultivo del poroto seco, que proporciona el 50% de la producción provincial. La soja, en los
últimos años (1980), también interviene en la producción provincial con el 50%. Otros cultivos como el
tabaco, el tomate y la caña de azúcar, participan sólo en un 10 a un 12%.
Todos estos cultivos se han localizado en aquellos sectores que corresponden a las bajas planicies
aluviales e incluso en las suaves lomadas que anteriormente han estado ocupadas por el monte.
También es importante la actividad ganadera en el área, a tal punto que aquí se cría el 30% de los
vacunos de la provincia de Salta, el 24%de los yeguarizos, el 19% de los mulares y el 19% de los porcinos.
El ganado caprino (4%), el lanar (3%) y el asnal (2,5%) han sido relegados a las zonas marginales del
paisaje
En la rama agroindustrial ha tomado importancia, especialmente desde 1970, la industrialización de
oleaginosas y leguminosas, (porotos y garbanzos).
Complementan estos rubros los recursos forestales, que cubren las áreas pedemontanas.
En suma, se observa en este paisaje una reciente dinámica, que está transformando su fisonomía y
especialmente, desde la inauguración de los diques de El Tunal y de Miraflores, que no solamente
regulan el caudal de los ríos, sino que proporcionan energía y riego amas de 110.000 ha en el primer caso,
y en el segundo, 11.000 ha en la zona de influencia de El Galpón.
En el borde oriental montañoso de la región Noroeste se desarrolla una serie de valles esca-lonados
(del Río Seco; del Alto Bermejo; del huya-Negro-, Pescado; del río San Andrés-Blanco; del río Santa
María-Colorado, que concluye en el mencionado valle del Alto Bermejo, y el importante valle recorrido
por el río Lavayén-San Francisco).
Acá se han definido dos áreas humanizadas, en íntima relación a los recursos naturales;
podríamos distinguirlos como dos ejes diferentes dentro de este paisaje. Al Este, la organización se ha
producido, en relación al ferrocarril de ahí que se lo haya llamado «el ramal» y se fundamenta en la
explotación del petróleo, que ha generado núcleos poblacionales corno: Campo Durán Madre- jones,
Icúa, Vespucio, a los que se suman la ciudad de Embarcación y de Tartagal, dos núcleos de fundamental
importancia en este sector junto al más septentrional, representado por Estación Pocitos (Gobernador
Maza).
El otro eje se ha organizado en relación con los cultivos tropicales de plantación, donde domina una
población rural cristalizada en torno a las fábricas azucareras, a los secaderos de tabaco, y plantaciones
de citrus, hortalizas y bananos.
Este paisaje, es dominio de las sierras correspondientes al sistema subandino, con una rica red hídrica,
con suelos evolucionados muchos de ellos, limo-loéssicos, con clima subtropical y tropical caracterizado,
por temperaturas máximas absolutas de 39°C y mínimas absolutas de 5°C, con humedad relativa alta y
con precipitaciones del orden de los 500 a 800 mm anuales producidas un 80% entre diciembre y marzo.
Se ha desarrollado al Este la provincia chaqueña, en la que se dis-tinguen los distritos: Occidental y
chaco-serrano. Hacia el Oeste, y en vinculación a la zona mon-tañosa, se ha desarrollado la provincia
fitogeográfica correspondiente a la selva tucuma-no-boliviana, subdividida en dos distritos: la
selva basal y el bosque montano.
Todas estas formaciones tienen fundamental importancia para una de las actividades, que se
desarrollan en la zona de la planicie, que es la explotación de los bosques, la cual hacia el año 1980
470
proporcionó más de dos millones de varillas, 105.000 t de leña; 78.000 t de carbón; 96.000 uni-
dades de durmientes; 330.000 unidades para, postes y 11.500 m3 de rollizos. Esta actividad forestal ha
sido punto de partida del «desbosque», que sistemáticamente ha abierto áreas ocupadas luego por
cultivos.
En la zona pedemontana inmediata se han ido desarrollando las plantaciones tropicales, de-
biendo anotarse, cronológicamente, la propagación del cultivo de la caña de azúcar, desde Cabeza de
Buey, donde existe el ingenio San Isidro hasta las proximidades de la ciudad de San Ramón de la
Nueva Oran. En esta actividad existen los ingenios Esperanza, Río Grande, San Martín del
Tabacal, debiéndose mencionar el más importante, ya que constituye un verdadero emporio in-
dustrial, el ingenio Ledesma. En total, en este paisaje, se cultivan alrededor de 180.000 ha de caña de
azúcar, lo que representa aproximadamente el 50% de los cultivos de este paisaje.
Inserto en el mismo, se encuentran importantes cultivos de citrus, que cubren una superficie de
15.000 ha de hortalizas, especialmente tomates, ajo, zapallitos de tronco, berenjenas y algo de
poroto.
En el tramo correspondiente al Valle de Los Pericos, en territorio jujeño, se cultiva el tabaco, que
cubre, aproximadamente 12.000 ha con una producción anual de quince millones de kilogramos. En el
sector septentrional se ha definido en los últimos años, el área de las plantaciones de bananos, luego
de la tala de la selva que cubría este espacio; la producción es superior a las 70.000 t. anuales,
destinadas casi en su totalidad al consumo del mercado interno, compitiendo con éxito con la
importación de banana del Brasil y Bolivia. En combinación a estas plantaciones se encuentran
otras plantas tropicales como la chirimoya (10.000 t), paltos (12.000 t) y mangos (600 t).
En todo este paisaje la población se ha ido arraigando en íntima vinculación a las tareas
agropecuarias e industriales. Hoy viven aquí (censo 1980) alrededor de 660.000 habitantes con una
densidad bruta de 15 hab/km2, de modo que reside aquí el 55% del total de la población de ambas
provincias. Jerárquicamente el centro de primera magnitud es la ciudad de San Ramón de la Nueva
Oran, que cuenta con 33.000 habitantes, situada al pie de la Sierra de la Mesada y de la Sierra Baja de
Oran. La segunda población corresponde a General San Martín, con 32.000 habitantes y que si se
considera su conurbación con Pueblo Ledesma con 5.000 habitantes, superaría, con 37.000
habitantes, al primer núcleo urbano mencionado.
Otras poblaciones son San Martín de Tabacal, Yuto, Calilegua, Pichanal, Colonia Santa Rosa,
Urundel, nacidas en su mayoría en relación a las actividades agrícolas. En el extremo Norte merece
destacarse, por su papel fronterizo, el pequeño pueblo de Aguas Blancas.
Entramando todas estas poblaciones, existe una red caminera y ferroviaria de tendido longitu-
dinal, que permite el rápido desplazamiento de gentes y de productos. Debemos agregar que esta
infraestructura se ha complementado activamente con el moderno aeropuerto de El Cadillal, unido por
autopista a la ciudad de San Salvador de Jujuy.
En el Valle de Los Pericos y en torno de la actividad tabacalera, donde se han instalado las
plantas acopiadoras Piccardo, Imperiales y Nobleza, se destacan tres ciudades que nuclean la
mayor parte de la población, aparte de la ciudad capital de la provincia de Jujuy: Perico de San
Antonio, Perico del Carmen y Ciudad Perico, esta última de mayor importancia (13.000 habitantes).
Existen además otros núcleos de población como: Pálpala (28.000 hab.) surgida en relación a la
explotación del hierro de Zapla, y con un nuevo elemento de crecimiento desde la instalación de su
planta siderúrgica; Puesto Viejo, Monterrico y Agua Caliente, que pueden ser considerados como
centros elementales.
Al Norte de esta área, surge la ciudad de San Pedro (37.000 hab.), con una función
subpai-sajística de ordenación. Cercana a ella se encuentran otros núcleos elementales como El
Quemado, Chalican, Fraile Pintado, Caimancito.
Podríamos concluir que, este paisaje caracterizado por la agricultura tropical, por la explotación
petrolera y por las actividades industriales conexas, no sólo se ha fortalecido económicamente sino que
se encuentra en pleno crecimiento, transformándolo en uno de los espacios más dinámicos e
importantes de la región del Noroeste.
471
Esta comarca en su zona austral, corresponde al Campo de los Pozuelos, mientras que el centro
y el Norte se definen en los Valles del Cajón y de Yocahuil, donde abundan los nachos intermitentes que
descienden de las sierras de Belén y del Aconquija, que rápidamente se infiltran en los potentes mantos
de sedimentos que rodean a esta cuenca. Un río importante para la localización de cultivos y
poblaciones es el río Colorado-Santa María, que recibe todo el drenaje de la vertiente occidental del
Aconquija y ya en el límite del mismo, el del río Amaicha.
472
El clima es netamente árido (200 mm anuales). La temperatura media alcanza 16°C. Dominan los
suelos arenosos neutros y alcalinos, donde se desarrolla la vegetación del monte.
La población que constituye el verdadero centro de este paisaje es la ciudad de Santa María (5.380
habitantes), que coordina toda esta zona y se caracteriza por los cultivos de vid, pimiento para
pimentón y frutas de carozo (el 4% de las plantas de vid; el 15% de nogales; el 68% de hortalizas; el
52% de plantas de durazno; todos los porcentajes en relación a la producción provincial). Industrias
conexas destacables son la fabricación de vinos, y de pimentón.
Una ganadería extensiva, mayor y menor, se desarrolla tanto en las pasturas naturales como en los
prados artificiales.
En razón de su gran aridez, los asentamientos tienden a nuclearse en pequeños centros que se
organizan en los oasis discontinuos, destacándose Chañar Punco, Villa San José, Loro Huasi,
Fuerte Quemado y otros.
En el resto del territorio catamarqueño se perfila otro paisaje, en relación a los cordones
montañosos.
Al Este del cordón montañoso de la Sierra del Ancasti, en el piedemonte propiamente dicho, o
antepaís, debido a la humedad que transportan los vientos iluminantes y a la existencia de una red
hídrica que avena la mencionada sierra, se han formado «oasis» donde se practica la agricultura,
especialmente en base al riego proporcionado por los diques de Ipizca, Motegasta, Alijilán, Co-
yagasta, éste ya en el interior montañoso. En este espacio se cultivan de preferencia el maíz y los
árboles frutales, permitiendo el crecimiento de algunos núcleos poblacionales como Recreo, Icaño, La
Dorada, Esquiú, San Antonio, Ancasti y otros.
Donde no existe el riego, se practica la cría de ganado en forma extensiva, bovinos, caprinos y
ovinos, muchas veces bajo un sistema pastoril.
Este paisaje se desarrolla enmarcado por la Sierra del Ambato hacia el Oeste y del Ancasti
hacia el Este, sorpresivamente complementado por valles laterales y longitudinales de menor im-
portancia, como el Valle de los Ángeles.
En toda esta área se concentra más de la mitad de la población de la provincia de Catamarca,
afianzada en una activa agricultura especializada en frutales, hortalizas, plantas industriales, acti-
vidades conexas.
El clima semiárido exige que las actividades agrícolas deban ser practicadas bajo riego, pro-
porcionado fundamentalmente por el Río del Valle y sus afluentes, que en su cabecera contiene los
hermosos pequeños valles de Singuil y Paclin.
Todo este paisaje está comandado por la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca,
capital de la provincia, con 88.432 habitantes. Un número importante de pequeños núcleos se
«desparraman» en toda esta área como Ambate, Paclin, Fray Mamerto Esquiú, Valle Viejo, Ca-
payán, San Isidro, Chumbicha y otros.
En síntesis, todos estos paisajes desarrollados hasta aquí en el territorio catamarqueño, no están
debidamente cohesionados con lo que debería ser su ciudad dominante, la capital, ya que sus lazos de
vinculaciones más frecuentes se cumplen prácticamente en el ámbito del Valle de Catamarca.
Subsidiariamente, otros núcleos urbanos subdominantes comandan cada uno de los paisajes que
hemos mencionado. El caso de Andalgalá-Belén en la cuenca homónima, el de Ti-mogasta en el
Bolsón de Fiambalá-Tinogasta y el de Santa María en el Valle de Yocahuil, situación explicable en
parte, por una deficiente articulación entre ellos.
473
Corresponde al ámbito que se extiende más allá de los 600 km, desde el piedemonte oriental de las
sierras subandinas y de la Sierra de Ancasti, hacia el Este, abarcando por razones organizacionales ya
explicadas, la planicie del extremo Oeste del Chaco formoseño al Norte y la planicie que se desarrolla
totalmente en el territorio de la provincia de Santiago del Estero, proyectada hacia el Sur en el
«antepaís» del sector montañoso de la provincia de Catamarca y parte de La Rioja.
Considerando su gran extensión conviene el tratamiento de esta amplia comarca en subpaisajes,
que si bien presentan caracteres de homogeneidad, debido a su extensión latitudinal tienen algunas
particularidades que se deben destacar. Así, el subpaisaje de la planicie salteña corresponde a una gran
cuenca sedimentaria, recorrida por ríos alóctonos, no bien definidos, por lo que muchas veces, incluso
los principales ríos como el Pasaje-Juramento, Bermejo y Pilcomayo, «divagan» en cauces poco
definidos. Bajo un clima continental semiárido, cálido, con inviernos secos (temperatura media
máxima. 29°C en enero; temperatura media mínima de 17°C en julio; máximas absolutas hasta de 48°
C; precipitaciones que de este a oeste van, de 500 mm hasta 1000 mm anuales, estas últimas en íntima
vinculación a la morfología montañosa), se desarrollan suelos de textura fina arcillo-limosos con gran
aporte de sedimentos eólicos y donde crece una vegetación correspondiente a la provincia chaqueña,
caracterizada por bosques xerofíticos con algunos palmares, estepas halófitas y donde la comunidad
climax es el bosque de quebracho colorado san-tiagueño.
El poblamiento en este ámbito ha tenido una marcada inestabilidad, ya que en el período pre-
hispánico cobijaba a indígenas nómadas chaqueños y en el período de la colonización española estuvo
signado por numerosas instalaciones, reducciones y fuertes, que muchas veces fueron destruidas por
estos indígenas indomables, situación que se prolonga hasta la primera mitad del siglo XIX, en que
con el florecimiento de núcleos poblacionales situados en el mismo pie de monte, sirvieron de apoyo
para la dominación efectiva de este gran espacio.
Actualmente cerca de 838.000 individuos viven en la planicie chaco-salteña, de los que co-
rresponden específicamente al subpaisaje unos 42.000 habitantes, que se localizan preferentemente a
lo largo de las rutas y de los ríos principales. La ciudad de Tartagal, cuyo análisis ya se hizo en el frente
tropical del Noroeste, ejerce sin duda una acción coordinadora juntamente con San Ramón de la
Nueva Orán, Embarcación, Pichanal, en ese espacio donde no se han perfilado otros centros, lo que está
marcando una etapa de subdesarrollo en este sector Norte de la planicie, mientras que al Sur, la
ciudad de Joaquín V. González cumple una función organizativa respaldada más al Oeste por la ciudad
de San Pedro de Jujuy. Rivadavia ejerce su influencia en un reducido espacio.
En general la población se localiza en pequeños núcleos que apenas tienen de 1.000 a 3.000
habitantes y se caracterizan por el poco arraigo en el paisaje, que tiene una gran potencialidad
productiva especialmente en la agricultura (granos, soja, sorgo, porotos, etc.) y en la ganadería.
Podríamos decir que se trata de un área de gran expectación si se cumplen los planes de desarrollo, de
infraestructura caminera y de riego, basados fundamentalmente en el proyecto en marcha que propende
a la expansión de la frontera agropecuaria de ese sector y a la utilización sistemática de la actividad
forestal.
El subpaisaje correspondiente a la planicie pampeana-santiagueña y al antepaís del Ancasti y del
oriente montañoso de La Rioja, es otra de las unidades que se han distinguido en el análisis de este
paisaje. Corresponde a la totalidad de la provincia de Santiago del Estero, donde viven 600.000
individuos, caracterizado fundamentalmente por una ordenación espacial-lineal, en el corredor
mesopotámico de los ríos Salado del Norte y Dulce y algunas áreas discontinuas vinculadas a los ejes
de comunicaciones (estaciones ferroviarias, caminos, etc.), interrumpidos en ge-neral en el sector
Noroeste por la frecuencia de bañados.
Una zona particular constituida por el ambiente montañoso correspondiente a las sierras de
Sumampa y Ambasgasta, crea un ambiente propicio para la instalación de algunos núcleos ele-
mentales, si bien aquí también un elemento fisiogeográfico negativo, como las Salinas de Am-
basgasta, dificultan la concreción de núcleos poblacionales a pesar de su significación económica
centrada en la explotación de sales.
La morfología de planicie, los potentes suelos limo-loéssicos y el clima continental acentuado
474
(temperaturas medias anuales de 23°C), lluvias desde 800 mm anuales (sector Oeste) a 450 anuales
(sector Este), han creado condiciones para el desarrollo del parque chaqueño occidental, compuesto por
bosques caducifolios donde la comunidad climax es el quebracho colorado santiagueño y en el cual
penetra, en algunos sectores, el parque chaqueño oriental. Arbustos, pastizales y estepas halófitas, se
intercalan en estas formaciones fitogeográficas, que han servido de base para una intensa actividad
forestal y para una ganadería extensiva que proporciona el 10% del ingreso a lá región Noroeste. Esta
actividad económica es complementada con la agricultura, que en chacras y quintas se dedican al cultivo
bajo riego de frutales, alfalfa, legumbres, algodón, maíz, etcétera.
En esta zona de la planicie santiagueña, actúa una institución organizativa denominada
«Corporación del Río Dulce» para la promoción racional del área.
En cuanto a la actividad industrial, podemos decir que todas están vinculadas a la elaboración de
productos alimentarios, a la explotación de los bosques y a la industria textil.
La población se ha organizado bajo el comando de la ciudad de Santiago del Estero, fundada en
1553. Muchos pueblos «costeros» como Azogasta, Matará, Atamisque, Salavina, surgieron antes de
la llegada del ferrocarril que, en cierto momento, determinó su declinación cuando el trazado de esta
ruta ferrocarrilera, impulsó el crecimiento de otros núcleos poblacionales.
Hoy, la segunda ciudad del ámbito santiagueño es La Banda (46.994 habitantes), que se ha
conurbado con la ciudad de Santiago del Estero, que contiene así el 25% del total de la población de la
provincia.
En el sector occidental se destacan las ciudades de Frías (20.891 habitantes); Termas de Río Hondo
(20.652 habitantes). Hacia el centro, la ciudad de Añatuya (15.025). El resto de la población se organiza
en núcleos menores de 9.000 a 1.000 habitantes y un hábitat de gran dispersión que se encuentra
«salpicando» el resto del territorio santiagueño.
La zona del piedemonte orienta] de las provincias de Catamarca y de La Rioja, corresponde al típico
ambiente de un antepaís subárido, en el que las condiciones naturales determinan una localización
poblacional muy particular (oasis de conos) que, en el sector catamarqueño reúnen unos 23.112
habitantes y en el territorio riojano unos 106.553 habitantes. Los núcleos poblacionales que se destacan
en el primero de los sectores son Los Altos, Alijilán, San Pedro, Lavalle, Bañado de Obanta,
Manantial, etc. todos núcleos elementales, a los que debemos agregar El Recreo, Icaño, San Antonio y
otros muchos pueblitos que son simplemente «caseríos» dispersos en este ámbito.
En el antepaís riojano, donde queda incluida la ciudad capital de la provincia, que contiene más del
40% de la población total, se han formado núcleos importantes como Chepes, Chamical, Milagro y
Olta. Se debe aclarar sin embargo, que si bien históricamente este sector estaba cohesionado
íntimamente a la región del Noroeste argentino, por razones de facilidad de contacto y nuevos intereses,
tanto económicos como educacionales, se están cohesionando más con la región del Centro
comandada por la ciudad de Córdoba. En consecuencia podemos considerarla como un área
transicional desde el punto de vista de la organización del espacio.
Consideración aparte merece el tratamiento de los paisajes del ambiente tucumano por la gran
variedad que presentan en un pequeñísimo espacio.
En este ámbito nos detendremos primeramente en el subpaisaje de la caña de azúcar, que ocupa
la llanura fértil central pedemontana de la provincia, correspondiente en realidad a una gran zona de
conos coalescentes, con una morfología suavemente inclinada hacia el Este, con ricos suelos
profundos, temperaturas medias anuales de 18°C y donde se ha organizado una población, que se destaca
por su alta densidad, cristalizada en torno a la actividad azucarera, signada por una estructura
agroindustrial que la tipifica notablemente.
En 250.000 hectáreas esta actividad ha dado homogeneidad al subpaisaje, con su cultivo
dominante alternado con manchas de citrus y fincas de hortalizas, y donde se ha concentrado todo el
sistema urbano provincial en el que se destaca su ciudad dominante, San Miguel de Tucumán la cual en
su área metropolitana contiene más de la mitad de la población de la provincia, que ac-tualmente
supera el millón de habitantes. Esta ciudad, metrópoli regional, se extiende sin interrupción hacia el
475
este, más allá del río Salí, donde aparece conurbana con la ciudad de La Banda del Río Salí que tiene
alrededor de 33.000 habitantes. Hacia el norte y también en un proceso de expansión tentacular, aparece
apenas, separada la ciudad de Tafí Viejo con 31.000 habitantes. Hacia el oeste, el caso metropolitano
se extiende a lo largo de la avenida Mate de Luna-Aconquija, englobando núcleos como Marcos Paz y
Yerba Buena y hacia el sur el proceso urbano marca tendencias a conurbarse con San Pablo.
A lo largo de la ruta N° 38, se destacan las ciudades subdominantes de Concepción con 31.000
habitantes, Aguilares con 20.300, Monteros con 16.000, Juan Bautista Alberdi con 20.000 entre las que
se intercalan otros núcleos urbanos del urden de 10.000 habitantes como Famaillá y Lules. En general en
este subpaisaje se encuentra el 87% de la población total de la provincia el 100% de sus ciudades, el
90% de la infraestructura caminera, el 100% del parque industrial, el 80% de los ferrocarriles y
prácticamente se puede considerar que genera el 90% del producto bruto provincial.
El subpaisaje de los policultivos y ganadería de la llanura oriental y meridional tucumana co-
linda con el de la caña de azúcar y en realidad pertenece a la planicie oriental del Noroeste pero, como
ya se señaló oportunamente, en base a suelos aptos, temperaturas medias de 22°C en el año, lluvias
del orden de los 600 a 700 mm anuales, se ha organizado una agricultura especializada en cultivos de
trigo, maíz, soja, algo de girasol. Todo esto a expensas del monte, que ha ido retrocediendo a medida
que se formaba el paisaje agrario. Debe destacarse además la importancia especial de la ganadería
(bovinos, cabras y ovejas), organizada en los establecimientos denominados «estancias» y «puestos»:
éstos han requerido, por la ausencia de ríos, riego artificial para la agricultura, derivando canales del
dique de El Cadillal, en parte; utilizan también el agua subte-rránea por medio de los clásicos molinos
de viento, los pozos o almacenamiento del agua de lluvia en represas.
Actualmente, en este subpaisaje se cultivan aproximadamente 75.000 ha con soja, siguiéndole en
importancia el poroto alubia y el negro, además de los ya mencionados cultivos del maíz, trigo, alfalfa y
sorgo.
La reciente transformación de estas llanuras orientales, sin embargo, no ha definido la orga-
nización de núcleos urbanos, aunque proliferan centros elementales de 1.000 a 2.000 habitantes como
Las Cejas, Garmendia, Siete de Abril, Piedrabuena, Los Puestos.
Este subpaisaje se articula todavía en forma elemental por medio de algunos caminos principales y
toda su infraestructura está muy lejos del subpaisaje de la caña de azúcar, por lo que podemos
considerarlo dentro de una etapa pionera de evolución.
Similar característica tiene la llanura del Sur de la provincia, aunque la ordenación del espacio gira
en torno al cultivo dominante del tabaco, que se ha localizado en esta zona pedemontana con ricos
sedimentos aluviales, en el que la proximidad de los cordones montañosos asegura un riego permanente
mediante la utilización de ríos y arroyos que avenan esos cerros. En esta pequeña porción viven
aproximadamente 31.0.00 habitantes, destacándose la ciudad de Juan Bautista Al-berdi (10.645 hab.),
donde todavía encontramos al ingenio Marapa, lo que denota el área de tran-sición entre el subpaisaje de
la caña de azúcar y el del tabaco.
Una segunda población es la de La Madrid, siguiéndole en importancia La Cocha, Graneros, Taco
Ralo y pequeños núcleos como La Cañada, Campo Bello, Arboles Grandes y numerosos caseríos,
entre los que se intercalan viviendas aisladas.
La superficie cultivada en este subpaisaje es de 40.000 ha, de.las cuales 9.000 están ocupadas por el
cultivo de tabaco y aseguran una producción de siete millones de kilos anuales. En el resto de la
superficie mencionada se cultiva la papa, el maíz, la alfalfa, el sorgo, la avena, la cebada y como
reciente incorporación, el cultivo de la soja (7.000 ha), el poroto y el trigo (13.000 ha).
Una ganadería destinada a la producción de carne, ha tomado importancia en los últimos años a
pesar de que se trata de una cría extensiva, alimentada con pasturas naturales y en pocos po-treros,
donde se ha comenzado una mestización debido a la orientación del comercio hacia Chile, además de
Bolivia y Perú, y aquélla que está destinada al consumo local.
Otro subpaisaje es el de la ganadería lechera (tambos) y agricultura especializada en la cuenca de
Tapia-Trancas que se encuentra enmarcado por las cumbres calchaquíes (Oeste) y las Sierras de
Burruyacu (Este). En realidad se trata de la parte meridional de la subcuenca vinculada a la de Metan y
Güemes en territorio salteño, que ya han sido analizadas. La morfología movida por los
desprendimientos de cordones de las mencionadas sierras y el «cerramiento» determinan un clima
476
particular, donde las precipitaciones de este a oeste van aumentando de 400 a 800 mm anuales y que sin
embargo marcan un clima semiárido, por lo que los habitantes se ajustan en su asentamiento a los ríos
principales y a la parte más deprimida de la cuenca, por donde cruza el ferrocarril y el camino
principal. Actualmente viven aquí unas 12.000 personas que se concentran en pequeños núcleos en
Trancas, Choromoros, San Pedro, Zarate Norte y Sur, San Fernando, Chuica, El Simbolar, Esquina,
Rodeo Grande. El resto de la población se encuentra en pequeños caseríos, «puestos», y en hábitat
disperso, especialmente en la montaña.
La actividad económica, está centrada en la cría de ganado, para la producción de leche. (3
millones de litros por año), en pequeñas y medianas explotaciones que cubren aproximadamente un total
de 6.000 ha con un plantel de 5.000 vacas de raza holando-argentina en su mayoría. Una actividad
agrícola complementaria con la cría de ganado se orienta hacia el cultivo de la alfalfa cebada, trigo
forrajero, centeno, avena y sorgo.
Además de esta agricultura hay otra dedicada al cultivo del poroto (3.000 ha), de la papa, del
pimiento, del zapallo, de la arveja y del garbanzo. Esta agricultura, sin embargo, apenas cubre
pequeñas superficies, discontinuas debido al poco desarrollo de las planicies aluviales.
Podemos considerar que se trata de un subpaisaje dentro del territorio tucumano, que se encuentra
en una etapa intermedia de desarrollo económico-demográfico, si se lo compara con el subpaisaje de
la caña de azúcar y del Este y Sur de la provincia.
El subpaisaje de explotación forestal y canteras en las sierras del Nordeste de Tucumán, co-
rresponden al conjunto formado por los cordones de las sierras de Medina, del Campo, Nogalito y
Ramada con sus valles y quebradas intermedias y en los que las temperaturas medias oscilan entre 20° y
22°C y las precipitaciones entre 400 y 600 mm anuales. En este ámbito, y debido a las características
morfológicas y al déficit hídrico, la población aparece muy diseminada y las mayores
concentraciones en las zonas pedemontanas, especialmente en el borde oriental de las sierras de La
Ramada y del Campo, así como en el borde oriental, por donde transcurren los ríos principales como el
Medina-Calera. En las cuencas intermedias se destaca la de Chorrillos-Nío. En este sector en general
vive el 5% de la población del departamento de Burruyacu. Se han organizado aquí núcleos
embrionarios a los que podemos calificar como centros elementales como El Naranjo, El Sunchal, El
Timbó y Villa Padre Monti. Algunos pequeños caseríos se desparraman en este ámbito, aunque lo
común es la población dispersa que se dedica a cultivos de manutención y a la cría de ganado. En esté
subpaisaje la actividad más importante es la forestal y la minera, esta última con la explotación de
piedra caliza, extraída superficialmente con un tratamiento en «hornos criollos» diseminados en el
Sudoeste de la Sierra de La Ramada. La explotación de la sal ha determinado la localización de una
fábrica en El Timbó que utiliza el agua salada extraída en estado natural de las napas profundas
mediante perforaciones, donde se la industrializa: «Sal Cerebos», «Celusal» y «Sal Alberdi», son
destinadas al mercado local, aunque también al nacional y al de exportación.
Este subpaisaje ha sido clasificado como primario, donde en forma muy marcada se nota la
disociación entre la ocupación humana y las condiciones naturales fuertemente resaltantes.
En cuanto al subpaisaje hortifrutícola y de ganadería extensiva con veranadas en los altivalles, y de
explotación forestal y cultivos de subsistencia en el área montañosa del Oeste, debemos decir que
corresponde al gran conjunto del sistema del Aconquija y de las cumbres calchaquíes. Estos cordones
montañosos cumplen con una función fundamental en lo que hace a la distribución de los vientos, las
temperaturas y las precipitaciones. Las temperaturas estivales son moderadas por la altura de modo que
las medias anuales oscilan entre 20° y, 23° C, mientras que las precipitaciones, en los faldeos orientales,
pueden superar los 1.500 mm, disminuyendo rápidamente en las cumbres y en los valles situados a
sotavento. En coincidencia con estas características se desarrollan los bosques subtropicales en los
faldeos orientales, que son sustituidos más arriba por los bosques uniespecíficos y los prados de altura.
Toda la cuenca imbrífera del Salí medio se encuentra en este sector, determinando uno de los
elementos significativos de este ámbito. La población se ha organizado adaptándose a las condiciones
morfoclimáticas, concentrándose de preferencia en los valles de Tafí, Siambón, Raco, San Javier. En el
primero se destaca la villa veraniega homónima, de gran trascendencia turística, con una población
estable de 800 habitantes, respaldada por núcleos menores que se cristalizan en torno a las estancias
tradicionales o al pie del cerro Ñuñorco Grande, en El Mellar, incentivados en los últimos años por el
dique de La Angostura. El Valle de Tafí alberga una población dedicada a actividades ganaderas (vacu-
477
Conclusiones
Por todo lo expresado hasta aquí debemos señalar, una vez más, que la región del Noroeste
argentino presenta una variedad de paisajes bien definidos por las distintas cualidades físicas y
humanas que han intervenido en el proceso de ocupación, consecuencia además de antecedentes
históricos, psicológicos, económicos y espirituales. La diferente intensidad con la que se ha cumplido
la ordenación de este amplio espacio, determina una rica gama de jerarquizaciones paisajísticas,
cohesionadas por el sistema de relaciones que singularizan a la región y la diferencian de otras
regiones geográficas del espacio argentino.
NOTAS
1 HOUSTON, James: "Paisaje y síntesis geográfica", En Revista de Geografía, Vol. IV, N° 2; Julio-
Diciembre 1970. Departamento de Geografía, Universidad de Barcelona
2 SANTILLAN de ANDRES, Selva: "La región Noroeste del territorio argentino". en
Geographica Varia Opera, Tomo Especial IV; Departamento de Geografía, Facultad de filosofía
y Letras U.N.T., S. M. de Tucumán, 1972.
3 RICCI, Teodoro Ricardo: "Desarrollo regional equilibrado e integración nacional", En Anales
de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos; Tomo XV. Buenos Aires, 1972.
4 FERRER, Aldo: La economía argentina, En fondo de Cultura Económica, México.
6
Mariano Zamorano
El término Cuyo —desierto de piedra y arena según la etimología indígena— ha adquirido, en virtud
de su uso secular, connotaciones que deben ser aclaradas para justificar el criterio con que se lo utiliza
en este capítulo. En principio, tiene resonancias netamente históricas que nos retrotraen al período
hispánico, cuando constituyó el corregimiento de esa denominación dependiente de Chile hasta 1776, y a
la confirmación posterior, en 1813, por el segundo triunvirato, mediante la creación de la provincia de
Cuyo, integrada por los pueblos de Mendoza, San Juan y San Luis.1
Dentro de esa unidad histórica latente y del contorno político-administrativo que le compete, hay
rasgos que lo singularizan y se tornan exponentes representativos de su identidad, A ellos se acude para
enfocarlo geográficamente. Resalta entonces el papel sustancial de los oasis situados en las provincias de
San Juan y Mendoza, no sólo por su relevancia paisajística y su gravitación económica, sino también
por la irradiación de sus ciudades, cuyos flujos conforman una región funcional que, en medida
apreciable, resucita el viejo hogar forjado por la historia.
Una hipótesis resultante de lo dicho es, pues, que la importancia de los oasis excede am-
pliamente la superficie en que encierran sus actividades y trasciende, en un medio árido, hasta
intervenir dinámicamente en la organización del espacio incorporado al área de influencia que
gestan la metrópoli y los centros regionales nacidos en ellos.
Conviene reiterar esta desproporción entre los espacios irrigados y la extensión total de nuestra
región. En efecto, para nuestro manejo estadístico, abarcaremos las dos provincias andinas, San Juan y
Mendoza, restándoles lo que debe considerarse, hacia el este de San Juan, como penetración de la
sierras pampeanas (departamentos de Valle Fértil y parte de Jáchal, Angaco y Caucete) y, en el Sur de
Mendoza, la cuña de características patagónicas que, aproximadamente, se asimila al departamento de
Malargüe. Este conjunto, si nos atenemos a la suma de sus unidades administrativas, comprende 166.626
kilómetros cuadrados, de los cuales sólo alrededor de 7.000 son cultivados con aguas superficiales o
subterráneas. Resulta, en consecuencia, que la más intensa actividad agrícola se concentra en un 4,2 %
del territorio.
Un segundo planteamiento surge de la apreciación liminar de que, en dichos oasis, el soporte
indudable, económico y vivencial, es la práctica de la vitivinicultura, arraigada por más de cien años,
aunque otras tareas y otras posibilidades tiendan hoy a limitar este absorbente monocultivo.
El estudio de los oasis y de la vitivinicultura parte de una guía dominante, últimamente co-
nectada, por cierto, a las condiciones naturales y que, en el intento de adaptarse a ellas su-
perándolas, recurre a la sistematización del riego. La presencia del agua es de una necesidad
insoslayable, pero lo que tipifica la conquista del suelo mendocino y sanjuanino es su empleo inte-
ligente, denotativo de una lucha encarnizada para someter un ambiente seco, pero que cuenta con la
bendición aportada por los deshielos cordilleranos.
Corresponde, en consecuencia, anticipar que la consideración de los oasis nos servirá de base para
engarzar la temática humana y física de nuestra región, en primera instancia más ceñidos a un enfoque de
diferenciación por homogeneidad, que debe tomar en cuenta la franja montañosa occidental, con su estilo
peculiar, y las extensiones no irrigadas, hacia el este, dedicadas a fórmulas mal precarias de existencia.
El conjunto necesita del estímulo organizativo de las ciudades mayores enmarcadas en los oasis,
por lo cual el enfoque funcional arranca también de esos espacios irrigados, de la decisión de los grupos
dirigentes instalados en ellos, para tratar de conseguir una red de asentamientos coherente, que facilite
la integración elevando el nivel de vida general.
El papel protagónico de los oasis se evidencia desde un principio en el proceso de ocupación del
territorio, especialmente con la llegada del conquistador español y su lógica preferencia por tierras
prometedoras, y culmina en nuestros días en un patente desequilibrio, como la atestiguan el hábitat y la
distribución de la población.
481
Desde el fondo de su historia las dos provincias cuyanas parecen signadas por una hermandad con el
agua y una orientación agrícola. Sin entrar en análisis etnológicos que no nos conciernen, nuestro interés
geográfico rescata los anuncios premonitorios de los menguados grupos indígenas que habitaron la
reglón, Las huellas más concretas arrancan, como se sabe, de parcialidades Indígenas que vivían allí a
la llegada de los españoles: capayanes al norte de San Juan, puelches al sur de Mendoza; pero sobre todo
los más representativos, los huarpes, cuya área de instalación era amplia, desde el río Jáchal en San Juan,
hasta el Diamante en Mendoza, hacia el sur, y desde la cordillera andina hasta San Luis, Varios sectores
guardan testimonios claros de su presencia, di-seminados dentro del marco señalado: Valle de Uco,
lagunas de Guanacache, Uspallata, Iglesia, Calingasta. Algunos de ellos muestran elementos incaizantes,
en una influencia que se manifestó en la segunda mitad del siglo XV y que queremos destacar porque
entronca con los antecedentes cuyanos del uso racional del agua: «la tradición mendocina atribuye a los
incas la construcción de algunos canales de irrigación que los españoles encontraron en la zona en que se
asentó la ciudad»2. Han persistido los nombres de varias de las acequias que surcaban la zona
poblada: Allaime, Tobar, Guaymaye.
A partir del siglo XVI, tanto la provincia de Mendoza como la de San Juan tuvieron su ciudad
generadora, refugio y punto de apoyo desde el cual el avance hispánico afirmó derechos sobre las tierras y
obtuvo recursos de ellas. Este embrión urbano extendió los límites jurisdiccionales en tal medida que pre-
anunciaban lo que luego serían las provincias respectivas. En el acta de fundación de San Juan, por
ejemplo, el 13 de junio de 1562 señalaba el capitán Juan Jufré: «... a la cual doy por términos y
jurisdicción con mero misto imperio treinta leguas hacia la banda de Lampa ques a la banda del Este e
hacia la banda del norte hasta el valle de Catalve y hacia la banda del Sur hasta el valle de Guanacache y
por aquel distrito y hacia la banda del Norte otras treinta leguas»3. El mismo Jufré había ya llevado a cabo
el traslado de Mendoza —inicialmente instalada por Pedro de Castillo el 20 de marzo de 1561— en lo que
sería el verdadero punto de partida de la metrópoli de nuestros días y, en esa ocasión, el 28 de marzo de
1562, con el nombre de «ciudad de la Resurrección, provincia de Guarpes», «... daba y dio por términos
de norte a sur, por la banda del norte hasta el valle que se dice de Huanacache, y por aquella comarca del
dicho valle, hacia abajo, y por la banda del sur hasta el valle del Diamante, y por la banda del este el cerro
que está junto a la tierra de Cayo Canta, y por la banda del ueste hasta la cordillera Nevada»4.
En la lenta y dificultosa conquista del suelo que entonces se inicia, podríamos esquematizar una
evolución de más de cuatro siglos en dos etapas que responden a situaciones muy contrastadas.
Hasta la centuria pasada, el aislamiento era una consecuencia forzosa de las enormes y de-soladas
extensiones por dominar, de la escasez de población y de la falta de comunicaciones adecuadas. De
los acompañantes de Juan Jufré a Mendoza —22 en total— sólo 9 se avecindaron en ella y, si
incorporamos a los 14 que permanecieron desde la primera fundación, significa que la ciudad contó con 23
pobladores estables en 1562; en San Juan, únicamente 9 quedaron, de los 22 que traspasaron inicialmente
la cordillera, y 14 vinieron desde la bautizada Resurrección, nombre que no prosperó5. "Mendoza y San
Juan tendrán hacia 1588-90, entre 28 y 30 vecinos —y ‛todos encomenderos’— la primera; y no más de
20 la segunda».6 Las dificultades mencionadas explican también que, al sur del río Diamante, en donde en
los siglos XVII y XVIII la presencia del pehuenche araucanizado creaba una gran inseguridad para el
poblamiento blanco, sólo el 2 de abril de 1805 Teles Meneses instaló el fuerte que ha de constituir la base
del futuro centro regional de San Rafael. Pero hasta fines del siglo XIX, luego de la expedición de Roca,
no se afianzó suficientemente la ocupación.7
La actividad agropecuaria de la época tenía un horizonte limitado y estaba destinada
fundamentalmente al autoabastecimiento. Se conocían las técnicas primarias de utilización del agua, que
los españoles habían perfeccionado, en cierto grado mediante prácticas de conducción y derivación con los
primitivos pies, de gallo o con los muros construidos con piedras y vegetales, de lo que resultaban los
denominados diques criollos. Poco a poco, el paulatino mejoramiento de los caminos hacia Córdoba,
Santa Fe y Buenos Aires unido a los tradicionales contactos con Chile, permitieron un intercambio
destacable en el caso de vinos y aguardientes, que presagiaban un auspicioso porvenir, y de ganado
482
El censo de 1914 muestra también otras dos facetas destacables en Mendoza: la superioridad
incontestable de españoles (41.534) e italianos (28.646) a los cuales siguen a distancia los franceses
(2.741); y el pico máximo en la tasa de crecimiento medio anual intercensal, con el 47 por mil. La
provincia de San Juan, en cambio, denota un ritmo más lento en su crecimiento y una menor
intervención de inmigrantes. En 1914, poseía un 14% de extranjeros (sólo un 2% proveniente de
países limítrofes), lo cual, representa una afluencia apreciable comparada con el resto de las provincias
argentinas, pero no alcanza —como se ha visto— la importancia de Mendoza.
El incremento natural y la incorporación de inmigrantes permiten a ambas provincias un au-
mento de población en gran parte similar o superior al del país contemplado en su totalidad, como
puede verse en el cuadro siguiente14:
Censo Año Población de Tasa de Población Tasa de Tasa de
Mendoza crecimiento de San Juan crecimiento crecimiento
medio anual medio anual medio anual
intercensal intercensal intercensal
% % %
1869 65.413 60.319
1890 116.136 22 84.251 13 30
1914 277.535 47 119.252 18 36
1947 588.231 23 261.229 24 20
1960 824.036 26 352.387 23 19
1970 973.075 17 384.284 9 14
1980 1.196.238 21 465.976 19 13
Para este caso tomamos cada provincia completa, lo que nos permitirá tener la idea de la
evolución en cifras absolutas de pobladores y el modo en que se relacionan con las variantes po-
blacionales de la Argentina. El cuadro permite aprehender esos matices, sin que obste para ello la
inclusión de los departamentos adjudicados a la región de las sierras pampeanas (Valle Fértil,
Angaco, Jáchal y Caucete) o a la Patagonia (Malargüe). En líneas genérales se advierte el incremento
desde 1895, sin fisuras en Mendoza y con altibajos en San Juan, el cual acusa retroceso marcado en
dos períodos intercensales: 1895-1914 y 1960-1970. Luego de un arranque parecido en número de
habitantes en 1869, hay aquí la evidencia —al menos mediante este indicador— del superior proceso
de desarrollo de Mendoza. A las diferencias promovidas por una menor afluencia de extranjeros se
añaden factores depresivos que explican, para San Juan, los elevados saldos negativos acumulados en
el lapso 1960-1970, con una tasa media anual de —11,5 por mil hecho que en Mendoza no asumió
caracteres tan agudos: — 1,3.15
Desde el punto de vista espacial pos interesa mucho más mostrar la distribución, para justi-preciar
el grado de supremacía de los oasis, A primera vista (Fig.3) se nota el contraste entre las áreas
cultivadas, con densidades superiores a 100 hab/km2; y el resto del territorio, con índices muy bajos
en este aspecto —inferiores siempre a 5— como se visualiza palmariamente hacia el oeste de San
Juan, en los departamentos de Iglesia, Calingasta, Ullún y Zonda. A mayor abundamiento, puede
marcarse esta concentración en las circunscripciones ceñidas a los oasis con el ejemplo del de San
Juan. La división administrativa de la provincia de Mendoza no se presta para este tipo de
demostración, porque varios departamentos (Las Heras, Lujan de Cuyo, Tupungato, Tunuyán y San
Carlos) comparten zonas irrigadas con enormes extensiones en el oeste montañoso y habría que
descender al nivel de distrito —no manejado en el censo— para afinar la interpretación. En San Juan,
por el contrario, las unidades vinculadas al espacio bajo riego (Capital, Rivadavia, Chimbas, Santa
Lucía, Rawson, 9 de Julio, Albardón y Pocito) suman 2.239 km2 en los que viven 357.562 personas,
es decir hay una densidad de 159,7 hab/km2. En la superficie restante (87.412 km2) sólo se encuentran
108.414 habitantes y, por lo tanto, resultan 1,24 hab/km2.16
Por cierto que, teniendo en cuenta la ubicación expectante de las capitales provinciales, en la
cúspide de la organización de los oasis, basta recurrir a su peso demográfico para que se trasluzcan las
diferencias en la distribución poblacional y las antinomias en la ocupación del suelo: el Gran Mendoza
(596.796 habitantes en 1980) posee por sí solo el 50% —exactamente el 49,88— del total provincial;
el Gran San Juan (290.479 habitantes), el 62,34%.
484
En el concierto nacional suele identificarse a Mendoza y San Juan como el dominio vitícola por
excelencia, Esta afirmación tiene sólido respaldo dado que, desde hace varios decenios, ambas
totalizan el 80 o el 90% de la superficie cultivada del país. En 1983 reunían el 91,14% (72,13
Mendoza y 19,01 San Juan) con 232.265 hectáreas en la primera y 61.220 en la segunda. En
materia de producción, en 1.986, Mendoza contribuyó con 15.880.121 quintales (64,7% del país) y
San Juan con 7.824.971 (31,9%) 17
En la apreciación de la relevancia geográfica de esta actividad hay que tener en cuenta su
papel protagónico, en diversos aspectos, para animar la vida de la región. Por eso reiteramos algo ya
escrito: «La vitivinicultura es clave para comprender el panorama socioeconómico de estas dos
provincias andinas y sus características se inscriben profundamente en el paisaje. Lo es con claridad, a
despecho de otros horizontes de actividad que la acompañan en lo agrario —horticultura,
olivicultura, fruticultura— y de la gran importancia de Mendoza en el concierto petrolífero nacional.
En este último caso, el sistema de regalías diluye la aportación para la provincia misma. En con-
secuencia, la vitivinicultura continúa siendo el soporte de la economía, tanto a través de los in-
gresos por su comercialización como por el movimiento que engendra, con una intensa moviliza-ción
financiera estatal, empresarial privada y con una intervención decisiva en la captación de la mano
de obra de las dos provincias. Los flujos financieros, ocupacionales y de otra índole que podemos
adjudicar al cultivo de la vid trascienden los límites de su presencia paisajística y conciernen no
sólo a la totalidad de las provincias vitícolas mencionadas sino a otras que se vinculan funcionalmente
a esta línea agroindustrial (caso del Gran Buenos Aires)»18. Basta señalar que, en país funcionan 335
plantas fraccionadoras —de las cuales 202 en la capital Federal y provincia de Buenos Aires— que
manejan anualmente más de 4.000.000 de hectolitros.19
485
1. Hacia la monoproducción
La viña y el parral llenan los ojos, con su intenso verde veraniego, en un mar de cepas matizado por
caminos, canales, enhiestas líneas de álamos y viviendas dispersas. Para quien guarda esta imagen que
tipifica las rutas más transitadas de Mendoza y San Juan, ha de resultarle difícil comprender que esta
majestuosa preeminencia de la vid es, en realidad, reciente: En efecto, aun a principios de este siglo,
la ganadería era la principal actividad económica. Lo denota el predominio de la alfalfa que, en 1908,
de una superficie total cultivada de 194.014 ha, ocupaba.el 71% (137.905), muy superior a la del
viñedo (31.793). Igualmente, para el año citado, llama la atención la importancia de los cereales (10.185
ha de maíz, 7.165 de trigo)20, antes de que la especialización regional condujera a las provincias
occidentales a depender enteramente del trigo proporcionado por sus proveedores pampeanos.
La serie de circunstancias favorables ya enunciadas en páginas anteriores dio lugar a un in-
cremento considerable desde principios del siglo XX. Si en 1887 se contaba en Mendoza con 4.721
hectáreas de vid, en 1910 la cifra era de 44.722. A mediados de la centuria, la viña comanda in-
cuestionablemente, con más del 50% de la superficie dedicada a la agricultura, así como a partir del
1930 decae la orientación ganadera a causa de coyunturas muy inconvenientes: erupción del
volcán Quizapú en 1932 y su perjuicio enorme para los pastos, medidas legales que traban la libertad
de exportación a Chile y obligan a utilizar sólo el paso de la Cumbre, falta de estímulo oficial... Todo
llevó a la subalternización de una actividad que, posteriormente, por muchos años, fue desdeñada, entre
otras cosas porque se admitía, erróneamente, que su desarrollo era casi innecesario y su práctica
reservada a las llanuras orientales del país.
Ya en la década del 50, el valor de la producción de uva representaba el 59% del total agrí-
21
cola . En años subsiguientes ha superado muchas veces el 65%. Aun con pronunciados altibajos la
vitivinicultura —uva y vino— ha tenido una fuente participación en el PBI, la cual puede estimarse en
un 30%, aunque posteriormente ha experimentado una caída con la crisis del último lustro.
Serias dificultades coyunturales y defectos de estructura no impiden a este monocultivo ab-
sorbente continuar siendo el pulso vital de la región.
Temperaturas adecuadas y agua suficiente: ambas exigencias son satisfechas por distintas vías,
para la actividad agraria en los oasis mendocinos y sanjuaninos.
En el caso particular de la vid, el período vegetativo va acompañado, en Mendoza, de niveles
térmicos que se ajustan con cierta holgura a las necesidades de la planta: 20°9 de media en no-
viembre, mes de la floración; 20°5 en el lapso que va de la brotación a la madurez (setiembre-
febrero); y 22°4 el período noviembre-marzo, desde la floración a la cosecha. Con mayor razón, estos
requerimientos se cumplen en San Juan, en donde los registros correspondientes son 21°8, 21°5 y 24°1.
Las variantes en la temperatura son lógicas, en función de la latitud, en una región que se estira desde
los 28°40' hasta los 38° S. Esto se traduce, entre otras cosas, en las diferencias en la graduación
alcohólica de los vinos.
Por el contrario, la falta de humedad ambiental es terminante. Nos encontramos en la diagonal
árida, en donde el juego de las masas de aire relega a Mendoza y a San Juan a una situación
marginal con respecto a la principal fuente proveedora de agua, esto es, el anticiclón subtropical
semipermanente del Atlántico sur. Como dice Capitanelli, a pesar de la gran distancia a que se
encuentra —2.000 km en verano y 1.350 en invierno— «la masa de aire subtropical cálida y húmeda
que dicho centro derrama sobre gran parte del país alcanza hasta la cordillera mendocina.Es, por otra
parte, no obstante la transformación sufrida en su largo recorrido, prácticamente la única fuente de
487
viento cálido y desecante en la planicie, pero que ofrece la compensación de nevadas en la alta
montaña, preludio de agua para el verano28.
El marco natural, en las áreas vitícolas, nos introduce también en otros elementos, como la
altura y los suelos. Topográficamente, una leve influencia sobre el cultivo emana del hecho de que
comúnmente se lo radica entre los 600, y los 800 m s/nm; pero no faltan, instalaciones, hacia el
oeste, que ascienden hasta algo más de 1000 m (La Consulta, Pareditas, Tupungato en Mendoza, por
ejemplo). En cuanto a los suelos, dadas, las características de aridez, de larga data incluso hablando
geológicamente, no son formados insitu, sino que resultan, sobre todo los utilizados en el centro y este
de las provincias, de depósitos aluviales, lacustres y eólicos. En general, son suelos ricos en elementos
nutritivos mayores, como nitrógeno, fósforo y potasio; pero en el noreste de Mendoza y en San
Juan, en las partes bajas, pueden presentar una salinidad que se combate con excavaciones o «sangrías»
y que no perjudica ostensiblemente a la vid. La mayor o menor fertilidad, en consonancia con una
textura que suele apoyarse en elementos más finos a medida que se avanza hacia el este o a
depresiones colmadas, ejerce influencia —como ya es sabido agronómicamente— en la calidad de
los vinos, en su rendimiento y en su graduación alcohólica.
En una visión global del paisaje vitícola, se destacan las parcelas dedicadas a la especulación
principal y su encuadre por hileras de árboles, especialmente álamos. Dichas parcelas están
agrupadas en extensiones a veces considerables que forman los llamados paños de cultivo, divididos
en porciones menores, los cuarteles. Estos, últimos, por lo general, tienen de 100 a 125 metros de
largo y un ancho variable, que depende del tamaño de la propiedad. Entre ellos se intercalan los
callejones, destinados al desplazamiento de personas y vehículos, imprescindible durante la
cosecha. Los álamos del contorno se denominan trincheras, porque se les adjudica un valor defensivo
frente a los vientos. En realidad, fijan más bien el límite de los predios y son plantados en vista de su
utilización en la viña misma o su venta para otros fines, como el empleo de su madera en la
construcción. Un elemento menor, no tan visible, establece comúnmente el deslinde correcto de las
propiedades: el alambrado.
Una separación paisajística neta entre Mendoza y San Juan se refiere a los modos de con-
ducción de la planta. En Mendoza, según datos de 1982, la viña es conducida en un 59,7% en
espaldera (47,2% baja) y en un 40,0% en parral; en San Juan, por el contrario, hay un 95,5% de
parral29. Dadas las características diferentes de ambos sistemas, la apreciación visual permite una
distinción que no resta homogeneidad, sin embargo, a la trama constituida por todos los com-
ponentes de la combinación. Incluso cabe mencionar que, en Mendoza, en los últimos tiempos
existe una preferencia marcada por el parral tipo sanjuanino al cual se le reconocen, ventajas
prácticas, y sobre todo, rendimientos muy satisfactorios. Es interesante señalar que, en el censo
vitivinícola nacional de 1968, los porcentajes correspondientes al parral, eran de un 22,6% para
Mendoza y un 87,7% para San Juan.
La espaldera baja, también llamada contra espaldera, es de clara herencia francesa, especí-
ficamente de Burdeos, aunque hay variantes en su adaptación. Se trazan las hileras —después del
desmonte y nivelación del terreno— con dirección norte-sur, para aprovechar mejor los beneficios del
sol. Geométricamente, se otorga una separación de 1,80 a 2m entre las hileras, y 1m a 1,40m entre una
y otra cepa. Esto implica que el número de plantas oscila entre 4.500 y 5.000 por hectárea. A medida
que crece, la vid es soportada por tres alambres tendidos a lo largo de la hilera, uno a 70 cm del suelo y
los otros con una diferencia entre sí de 35 a 40cm, lo cual da una altura total de 1,40 a 1,50m. En
espaldera alta suelen agregarse dos alambres. Para sostenerlos y guiar los sarmientos se requieren
también tutores, que se colocan distanciados de 6 a 8m. Los postes, terminales se llaman cabeceros, los
internos rodrigones, y los materiales más empleados para ellos son el algarrobo, retamo y álamo, este
último convenientemente sulfatado en el trozo enterrado. Esta disposición en contra espaldera se
adapta al riego por surco y facilita las labores según un orden ya tradicional.
En cuanto al parral, lo más difundido es el tipo español y su variante el sanjuanino. Ante todo,
suponen una mayor altura, que en el primer caso llega a 2m o 2,20m; el sanjuanino, en cambio, más
sencillo, alcanza a 1,80m. Los postes conductores, a los cuales se aferran las cepas, se disponen en
489
Tenemos pues, una dispersión en el poblarniento rural, lo cual no obsta para que haya un
apreciable grado de densidad de población, cosa que se evidenció el apartado correspondiente. En zonas
netamente agrícolas no son raras las cifras de 100 a 150 hab/km2. Conviene añadir otras dos
connotaciones. En primer lugar, dados los beneficios de toda índole que representa la utilización de los
caminos, es muy frecuente una dispersión lineal a lo largo de ellos, o bien por la aproximación repetida
a los canales; en segundo término, no faltan los motivos para agrupamientos pequeños —negocios de
comestibles, bombas de nafta, focos de recreación y de culto— que dan lugar a caseríos que se
intercalan para cumplir servicios mínimos indispensables. Más allá, pero no a mucha distancia los
oasis, son los centros urbanos, con su equipamiento más completo, los que satisfacen las necesidades
más complejas. En los espacios irrigados en consecuencia, cabría hablar de extremos en cuanto a
fórmulas de poblamiento: las casas dispersas en el agro; las ciudades que concentran la industria y las
funciones financieras, comerciales, administrativas y culturales.
Este paisaje, creación que arranca desde el gran impulso agrario del siglo XIX ha sufrido, en su
expansión de los últimos 25 años, transformaciones profundas, aunque no constituyan aún la tónica
dominante, que ocupan un espacio restringido en el conjunto. Las conquistas de zonas nuevas, sin
disponibilidad de agua superficial, se han basado en el empleo de agua subterránea y han reque-rido
poderosas inversiones. Las implantaciones de este tipo van acompañadas de cambios en las técnicas de
distribución del riego, a la vez que se tiende si una pronunciada concentración, mediante un monocultivo
en grandes superficies, un solo sistema de conducción (el parral) para lograr muy elevados rendimientos,
un agrupamiento de la mano de obra y la instalación del establecimiento vinícola dentro de la
propiedad.30
Con la salvedad apuntada cabe, no obstante, reafirmar que las labores del agro siguen los li-
neamientos tradicionales, renovados en algunas técnicas y en una mayor mecanización. El sustento
inicial, la nervadura del sistema, reside en la organización del riego, apoyo indispensable para llevar
adelante la serie di larcas que lograrán el fruto transformable en vino.
El riego es el basamento insustituible para hacer posible la viticultura y se practica en San Juan y en
Mendoza mediante una racionalización inteligente aunque perfectible, con el uso del agua superficial y
subterránea. Su fuente principal, sin duda, la constituyen los ríos ya mencionados, en los cuales el
hombre ha creado las primeras obras para almacenar, conducir y distribuir adecuadamente el líquido.
Numerosas construcciones hidráulicas forman parte de la historia mendocina y sanjuanina desde el
siglo pasado, en una secuencia que persigue sin pausas la ampliación de posibilidades de riego. Se
entiende que, en varios casos, se asocia la búsqueda de producción de energía, de lo cual son testimonios
valiosos, por su alta capacidad, las usinas del Nihuil, en el río Atuel, y la de Agua de Toro, en el
Diamante, además de otras menores que forman parte del sistema interconectado. En lo que atañe a la
irrigación, nos interesa destacar las obras más significativas en los cinco ríos principales: en el San Juan,
el dique nivelador, y distribuidor José Ignacio de la Roza, complementando por el partidor San Emiliano
y el embalse de Ullún; en el Mendoza, el dique derivador, Cipolletti en el Tunuyán, la amplia área
cubierta por el Valle de Uco, Tiburcio Benegas. Las Tunas, Philips, más el reciente Carrizal; en el
Diamante, aparte de los más antiguos —Ing. Vitali, Vidalino y Rincón del Indio— embalse Agua del
Toro y su compensador Los Reyunos; en el Atuel, el embalse el Nihuil y el compensador Valle Grande.
No es, por cierto, una lisia exhaustiva.
A partir de estos emplazamientos directos sobre los ríos, arrancan una serie de conductos que, en
definitiva, enlazan la fuente proveedora mayor con los cultivos. Es un tejido de acueductos, complejo y
extenso que totaliza dimensiones considerables: el río San Juan, por ejemplo, posee una red de 1.500
km. de la cual un tercio es impermeabilizada.31
La sistematización del riego comprende toda una trama de cauces, la mayoría artificiales, de diferente
jerarquía. Del dique se deriva el canal matriz y a éste le siguen luego la rama o canal secundario y,
finalmente, la hijuela, con la cual termina comúnmente la red controlada por los poderes públicos, antes
del acceso a cada propiedad. Ya en relación con los cultivos, en las parcelas, se abren la acequia, la sobre
acequia y el surco.32 El mecanismo del riego supone tener en cuenta los avances o cortes en la
491
continuidad del desplazmiento del líquido, para lo cual se emplean reguladores como compuertas o se
recurre a medios más primitivos (el tapón de tierra); la forma de llegar, a la planta, que en el caso de
nuestras provincias andinas es predominantemente la infil-tración por surco; la cantidad total de agua y
las dotaciones progresivas que se requieren, estimado en unos 4.800 m3 por hectárea al año; los turnos y
sus posibilidades efectivas de acuerdo con la disponibilidad de agua, etcétera33.
El empleo del agua subterránea en algunos sectores y explotaciones, modifica el esquema
anterior. El punto de partida es, entonces, la boca de perforación dentro de la propiedad y, en los
sistemas más modernos con la desaparición de los conductos abiertos, se recurre a cañerías bajo tierra y
a válvulas exteriores, que facilitan el manejo de líquido en cualquier momento y un riego por
inundación o «a manta».34
El trabajo campesino, en el cuidado de la vid, tiene un ritmó adaptado a los estados habituales del
tiempo que inciden directamente en su secuencia vegetativa y cuya culminación es la cosecha del fruto.
Una serie de tareas se eslabonan durante el año, permitiendo algunos respiros, en el receso invernal y
exigiendo, por el contrario, una intensificación a medida que, se aproxima la vendimia. Hay que advertir
que la marcha del ciclo biológico acusa, necesariamente, diferencias entre las zonas septentrionales y
meridionales de la región, como consecuencia, en primera instancia, de la situación en latitud. En ese
sentido, puede haber una diferencia de 15 a 20 días entre los extremos norte y sur.
Riegos, labradas, o araduras, amugronamientos, podas, atadura, combate de las plagas, cosecha...
etapas de un proceso teñido de esperanzas pendiente de las amenazas del cielo y quebrado a veces por
flagelos climáticos o crisis de comercialización. El riego se conecta a las araduras, una de las labores
más anquilosadas por el sentido rutinario de la vida campesina. Responder a la alternancia de tapado y
descalce de las cepas, procedimiento que constituye una de las tantas herencias técnicas de Francia, en
donde se practica tradicionalmente este doble juego de chaussage y déchaussage. En nuestra región,
poco más de un mes después de completada la cosecha y luego, también, del riego otoñal, es decir,
mediados de mayo, se lleva a cabo una aradura profunda. El tapado de la cepa persigue la finalidad de
protegerla contra el frío. Un efecto opuesto se busca con la segunda labor, en la primera quincena de
setiembre, cuando se descalza la planta y se forma el camellón central, para favorecer la acción del calor
en oportunidad de la brotación y aprovechar mejor los beneficios del agua, cuya provisión se intensifica
hasta, la vendirnia. Por último, la tercera y cuarta aradura tienen lugar a fines de noviembre y unos
quince días antes de la cosecha. En el primer caso, se trata de impedir un exceso de humedad en el
momento de la floración; el descalce posterior tiende a facilitar la recolección del fruto.
Los amugronamientos o acodos son indispensables si se pretende mantener un nivel adecuado de
productividad, eliminando para ello las plantas deficientes y colocando otras en su reemplazo. Esto se
efectúa preferentemente en otoño o a comienzos de la primavera. En cuanto a la poda seca se realiza
normalmente en julio. Las variantes de fecha ocurren en los lugares más expuestos a las heladas tardías,
donde se posterga o bien son provocadas por la dificultad de conseguir mano de obra. La poda en verde
actúa sobre las plantas en la fase final de su ciclo anual, desde octubre, y comprende prácticas —algunas
discutibles en cuanto a su conveniencia— entre, las que son co-munes el desbrote y el despampanado, el
primero de octubre y el segundo repetido cuantas veces se estime, necesario, a partir de diciembre. Una
vez efectuada la poda invernal se procede a la atadura de los cargadores en los alambres, como un
medio para dirigir adecuadamente su desarrollo. Para dicha atadura suele emplearse la totora (Typha
sp.).
Un capítulo importante de la larga serie de cuidados que exige la vid es el relativo a la prevención y
tratamiento de las enfermedades, aunque estas tareas no adquieren la intensidad y la frecuencia que es
habitual en regiones vitícolas con climas húmedos. La lucha más notoria es contra dos enfermedades
criptogámicas: la peronóspora o mildew, y el oidio o quintal. Sin embargo, salvo años anormalmente
lluviosos, bastan 3 ó 4 tratamientos para impedir el avance de este peligro.
Numerosas tareas menores se requieren para mantener en forma satisfactoria este cultivo
permanente. Su atención prolija es un galardón de las buenas explotaciones. Entre esas ocupaciones se
anotan la destrucción de hormigueros sobre todo a comienzos de la primavera, la eliminación de
malezas, la limpieza de los cauces de riego en,invierno, la reposición de cabeceros y rodrigones, el
traslado, y, depósito de los .sarmientos provenientes de la poda, el estiramiento de alambres, el arreglo e
higiene de callejones, etc. El respeto hacia estas labores menudas y absorbentes es muy desigual.
492
Tales sociedades poseen cientos de hectáreas de viña y, además, compran materia prima a
viñateros o vino a bodegueros trasladistas. Emplean, en sus cultivos, técnicas eficientes, que in-
cluyen un alto grado de mecanización y un mejoramiento de los suelos. Industrialmente, disponen de
instalaciones funcionales, poderosos cuerpos de bodegas, destilerías y otros anexos, para lograr una
producción masiva y, asimismo, un cierto cupo de vinos finos. Desde el punto de vista comercial están
organizadas generalmente con transportes propios haciaios centros consumidores, especialmente al
Gran Buenos Aires, en donde han erigido plantas fraccionadoras. Para toda esta actividad recurren a
una abundante mano de obra, que a veces excede con amplitud las 1.000 personas.
En lo que respecta a las bodegas, cabe distinguir las individuales, las pertenecientes a sociedades
de diferentes tipos, las cooperativas vitivinícolas, y los entes estatales. El peso de las dos primeras es
considerable y se patentiza en primera instancia en la posesión de viñedos, cuya superficie conjunta se
estima en un 50% del total provincial; aproximadamente un 40% pertenece a propietarios sin bodega.
La disponibilidad propia y su control decisivo en la comercialización explican que los grandes
bodegueros ejercieran una supremacía irritante en el marco global de la vitivinicultura. Desde hace
unos 30 años esa influencia ha decrecido notoriamente a causa de una mayor fiscalización y de la
intervención directa de bodegas oficiales o cooperativas —Giol en —Mendoza, CAVIC en San Juan—
que han incidido en la regulación del juego de la oferta y la demanda mediante dos procedimientos
principales: fijación de precios compensatorios para la uva y elaboración por cuenta de terceros. Este
papel es fundamental, si se tiene en cuenta que en Giol se calcula una capacidad de producción de
4.000.000 de hectolitros y que CAVIC supera los 2.500.000.
Estas desigualdades que plantea, pese a todo, la posición privilegiada de los grandes empresarios,
se inscriben dentro de un panorama más amplio de estructura social agraria, en la cual, sucintamente,
podrían establecerse cinco niveles: los bodegueros más importantes, los trasladistas (que producen sólo
para terceros encargados de la comercialización final), el viñatero sin bodega con propiedad mediana o
grande, los pequeños propietarios en un mismo peldaño que los aparceros y contratistas, y los obreros
rurales. Entre estos grupos las tensiones y enfrentamientos son frecuentes.
Una reflexión surge a propósito de la situación actual en la conquista del espacio y su influencia en
la movilidad social. Muchas grandes propiedades de nuestros días son la herencia de pioneros que, en
sus comienzos, a fines del siglo pasado y principios de éste, trabajaron como humildes contratistas. Las
posibilidades de mejoramiento en lo económico —con su repercusión en lo social—; eran amplias y
debe ponderarse el espíritu de aquellos hombres, en cuanto su legítimo ascenso fue el fruto de una
contracción honesta a su labor agraria. Hoy, en estos oasis ya bastante densificados y utilizados, el
desborde hacia zonas marginales, con dificultades en la irrigación, exige enormes inversiones y es obra
de sociedades que emplean recursos técnicos poderosos, Esto representa una limitación a la iniciativa
individual y frena, en gran medida, los saltos rápidos hacia los estratos de encumbramiento
socioeconómico.
6. Una gran subdivisión del área vitícola y la atención directa de las propiedades
Es muy ilustrativa la compulsa del tamaño de las explotaciones vitícolas, es decir, su cantidad en
cada escala y las superficies que les corresponden. Hay que advertir, por cierto, que explotación y
propiedad no son lo mismo aunque a veces coincidan. Por una parte, un propietario puede, tener más
de una, explotación; por la otra, se presentan los casos de personas que trabajan tierras que no son de
su pertenencia.
El análisis de las cifras aportadas37 demuestra la gran subdivisión del áreavitícola, cosa que es
corriente en las zonas de riego. En muchos aspectos se reiteran esas dimensiones pequeñas: en San
Juan, por, ejemplo, el 96,5% de las explotaciones no supera las 25 hectáreas; en Mendoza, el 95%.
Además, en la evolución de la propiedad, se nota una peligrosa tendencia hada el minifundio, ya que en
Mendoza, según el censo provincial de 1947, el tamaño medio de la explotación era de 8,3 ha, había
disminuido a 7,7 en el censo de 1968, y se mantiene en 7,84 en 1983. En San Juan, la media de, 5,81
en 1968 bajó a 5,25 en1983. Esta tendencia la indican, igualmente, los niveles de hasta 1 ha, 2,5 ha, y 5
ha. En fin, las conclusiones de este orden podrían multiplicarse, como lo sugiere también el hecho de
que en Mendoza el 82% de las explotaciones tiene menos de 10 hay,en San Juan, el 74,6 menos de 5
ha.
494
SAN JUAN
Hasta 1 1.813,52 2,97 3.391 29,13 0,5348
De 1,0001 a 2,5 5.000,45 8,17 2.805 24,10 1,7826
De 2,5001 a 5,0 9.392,93 15,34 2.497 21,45 3,7616
De 5,001 a 7,5 5.725,54 9,35 921 7,91 6,2918
De 7,5001 a 10,0 5.260,22 8,59 596 5,12 8,8258
De 10,0001 a 15 7.035,68 11,49 570 4,89 1 2,3432
De 15.0001 a 25 8.821,04 14,41 453 3,89 19,4724
De 25.0001 a 50 10.438,39 17,05 306 2,63 34,1123
De 50.0001 a 100 5.925,59 9,68 91 0,78 65,1163
De 100,0001 a 250 1.224,70 2,00 10 0,08 122,4700
De 250,0001 a 500 581,64 0,95 2 0,02 290,8200
De 500,0001 a 1.000 --- --- --- --- ---
61.219,98 100,00 11.642 100,00 5,2585
Según datos de 198238 el régimen de contratos se utiliza en Mendoza en el 33,7% de las ex-
plotaciones, lo que representa el cuidado de 48,8% de la superficie cultivada con vid en la provincia;
495
en San Juan, los porcentajes son más bajos: 28,8 y 34,2. Predomina la atención directa de las
propiedades por parte de sus dueños: 63,8% de los viñedos y 49,9 de las hectáreas cultivadas en
Mendoza; 70,6 y 65,3 en San Juan. La tenencia directa puede ejercitarse mediante el trabajo del mismo
propietario; pero hay otros casos en que éste es representado por un administrador con amplias
facultades; o bien el dueño, actúa como empresario, dirige y vigila, y encarga las tareas a personas ajenas
a la familia.
Finalmente, además del contrato, otro sistema de tenencia indirecta es el del aparcero, quien recibe
la tierra y entrega luego un porcentaje de lo producido, variable, aunque suele oscilar entre el 20 y el
50%. La aparcería se da, más bien, en la horticultura, ya que para la viña se practica en muy pequeña
escala y sólo en Mendoza (2,08%). El arriendo es, igualmente, casi inexistente (37 ex-plotaciones en
Mendoza y 12 en San Juan).
En principio, el trabajo directo de la propiedad es más común cuando ésta es pequeña, por
razones obvias. Recurren al contrato, sobre todo, las grandes empresas que dividen las decenas o cientos
de hectáreas que poseen, dándoles dimensiones (8 a 12 ha, por ejemplo) susceptibles de ser cuidadas por
un contratista, ayudado, por su esposa e hijos de mediana edad. Los casos de tenencia directa por
administración coinciden especialmente con las fincas extensas, demás, de 100 hectáreas. De todos
modos, no faltan los poseedores de pequeñas explotaciones que des-cargan sus tareas en obreros
permanentes o temporarios, o en contratistas. Estos últimos sistemas corresponden a personas que, por
supuesto, no viven en el campo y, la mayoría de las veces, guardan sus tierras como un elemento de
prestigio, una fórmula incluso nostálgica de apego a la vida campesina, o un complemento de sus
recursos principales obtenidos en otra actividad.
En Mendoza y en San Juan hay, evidentemente, dentro de los oasis, otros horizontes agrícolas,
además de esta viticultura dominante en el paisaje y en la dinámica de toda la región. Olivos, frutales y
hortalizas salpican aquí y allá, con retazos definidos, el manto extenso tejido por las cepas, o bien se
entremezclan íntimamente con ellas. Pero —una insistencia más— la vid es el punto de mira
indiscutible y es sintomático destacar cómo se la tiene en cuenta, por ausencia o por pre-sencia, en
las restantes especulaciones.
Si nos atenemos a los datos de 1983, Mendoza y San Juan mantienen su papel protagónico en la
olivicultura. La introducción masiva del olivo, desde hace unos 50 años, se entrevio —sobre todo en
Mendoza— como un sucedáneo de la vid en ciertos sectores amenazados por la filoxera, es-
pecialmente en los departamentos con viñedos más antiguos, como Maipú y Lujan. La intención era
balancear las posibles pérdidas si el insecto provocaba efectos irreparables en el cultivo principal y, con
esa finalidad, se prefirió muchas veces una consociación vid-olivo en las parcelas. Sin embargo, los
males calculados no tuvieron carácter de desastre y la vigencia vitícola prosiguió sin pausas. La nueva
planta, por la virtud de ese impulso y de sus posibilidades iniciales, adquirió auge en la década de los
cincuenta; pero luego decayó ante la escasa aceptación del aceite de oliva y las dificultades de su
comercialización. En 1953, en Mendoza, había 51.103 hectáreas destinadas al olivo; en 1983, sólo
18.230.39 Hoy es dable observar, en las mismas zonas que potenciaban antes su implantación, la
erradicación de robustos ejemplares y su reemplazo por el preferido y más estable asegurador de
ingresos, la viña, cuando no la incorporación directa de las tierras al uso urbano, en las áreas
periféricas de la aglomeración. No obstante, Mendoza sigue ocupando el primer lugar en el país, con
el 49,1% de la superficie plantada, y San Juan es la tercera provincia, después de Córdoba, con un
14,8%. La decadencia general está muy vinculada a las crisis en lo comercial, a la falta de arraigo del
aceite de oliva en el gusto argentino y a las dificultades que crea la política económica nacional, con sus
recargos arancelarios para la exportación del producto. De tal modo, la industria respectiva ha decaído
notoriamente en los últimos años y son muy escasos los establecimientos que subsisten, en una actividad
que fue floreciente.
Los frutales siempre han sido estimados en este ámbito pleno de sol y con suelos apropiados para
496
diversas especies. La radicación de ellos, ya con fines comerciales, se orienta hacia los que poseían
superiores rendimientos e incluso son acogidos en áreas con visos de especialización marcada, como
ocurre con el manzano en Tunuyán. La provincia de Mendoza es la principal productora argentina de
damasco, durazno, membrillo, ciruela y cereza, y ocupa el segundo rango en la pera. En 1984 se
recogieron 29.900 toneladas de ciruela (52,5% del país), 20.000 de damasco (69,9%), 76.500 de durazno
(31,7), 4.300 de cereza y guinda (74,1), 9.800 de membrillo (48,3) y 25.400 de pera (16,4). A ello debe
agregarse la importancia de la manzana (tercer lugar en el país), con 119.000 toneladas, que dan lugar a
una significativa producción de sidra. En San Juan, destaquemos la presencia del damasco (6.100 t en
1984), durazno (2.700), manzana (2.600) y membrillo (2.600)40. Por añadidura, se ha desarrollado el
desecado de frutas y una industria de con-servas y dulces de apreciable desarrollo, sobre todo en lo
que respecta a absorción de mano de obra en núcleos urbanos.
La horticultura posee una proyección en alza constante, particularmente en Mendoza. Su alcance
se acrecienta por la necesidad de proveer a ciudades cada vez más populosas. El suburbio hortícola
mendocino ha adquirido un alto grado de especialización y, en conjunto, la provincia toda desempeña un
papel destacado en este rubro, en algunos casos con apertura internacional. Es la primera en el país en lo
que se refiere al tomate, con una superficie sembrada de 9.600has en 1983 y 8.100 en 1984, lo cual
condujo a una producción de 145.600 y 90.700 toneladas, con una industrialización conexa que
insume normalmente 80% de lo recolectado y tiene su asiento principal en los departamentos sureños de
San Rafael y General Alvear. San Juan dedicó, en 1984. 2.800 hectáreas a esta hortaliza, y logró una
producción de 30.000 toneladas. Igualmente, es de primer plano, en ambas provincias, la cebolla (San
Juan 73.800 toneladas y Mendoza 62.000, o sea el 56,3% de la Argentina). En Mendoza cuenta
también la papa, con más de 6.000 ha sembradas, y el ajo (4.350), el cual —lo mismo que la cebolla— es
vendido en el exterior, especialmente en Brasil. Otras hortalizas señalables en Mendoza son,
finalmente, el zapallo (1.600 ha), pimiento (1.540), poroto verde, melón, sandía y apio41. Por tratarse de
cultivos anuales, las cifras correspondientes al área cultivada experimentan variantes lógicas, pero la
tónica de aumento se mantiene en Mendoza, convertida en foco esencial de esta actividad y proveedora
de provincias vecinas. Las hectáreas sembradas se estiman en la actualidad, en 35.000. Pero,
además, las técnicas modernas de conservación de alimentos han dado margen a una industrialización
que seguramente acrecentará su importancia en el futuro.
A propósito de horticultura, sus altibajos son una evidencia más del permanente punto de mira
económico de la región, es decir, del carácter absorbente de la vitivinicultura. En efecto, el principal
obstáculo que enfrenta el cultivo de hortalizas, pese a su rentabilidad inmediata, es la inseguridad en la
comercialización, en gran parte por los vicios de estructura, que dan una intervención exa-gerada a
acopladores e intermediarios, La retracción del chacarero, a causa de estas dificultades, se refuerza ante
el horizonte más firme que ofrece la vid en todo sentido, no obstante sus fallas de funcionamiento. Suele
ocurrir, en consecuencia, que el horticultor, con dos o tres años de esfuerzo en esa dirección, recaude
fondos suficientes para comprar las hectáreas de viña que le aseguren un porvenir sin tantas
incertidumbres. Es cierto que los últimos años, con una crisis general que afecta sin duda a la
viticultura también, son atípicos y han creado un hiato en esa modalidad; pero esto no invalida la
evolución comentada para el actuar respectivo de ambas actividades42.
En el contexto de una agricultura dinamizadora del paisaje, germen de industrias y justificadora
principal de los cuadros urbanos, la viticultura reivindica su condición primacial. No en vano más del
60% de la superficie cultivada corresponde al mar de cepas y aproximadamente el 80% del valor dé la
producción agrícola le pertenece. Por eso su problemática es vital.
Si utilizáramos una marcha deductiva para apreciar el diseño de las redes de circulación de las
provincias de Mendoza y San Juan, y de su enlace interregional, la posición de los oasis de regadío
serviría para anticipar su papel esencial de foco de confluencia y de engarce hacia el exterior. En efecto,
en un trabajo en equipo realizado en el Instituto de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional de Cuyo47, partiendo de la teoría de los campos gravitatorios, pudieron
advertirse con claridad los hechos relacionados con los niveles de interacción: «la forma alargada norte-
sur, el descenso brusco del gradiente; hacia el oeste, y un campo muy extendido hacia el este»48. La
conclusión con respecto a la incidencia de los espacios irrigados fue que ellos habían generado la
estructura de la red.
Ocurre que dichos oasis se encuentran justamente en la zona en que la montaña desciende, en su
piedemonte y planicie próximas, a niveles factibles de ocupación, al este de la isohipsa de 1.000 m, lo
cual conforma en esencia un largo camino natural orientado de norte a sur. Por otra parte, en su avance
hacia el este, los ríos han abierto paso a instalaciones a las que servían de apoyo y han actuado como
ejes transversales apuntados hacia el oriente por las extendidas travesías, desérticas por antonomasia,
cuyos campos intermedios no ofrecían condiciones propicias a los asentamientos. En fin, la misma
naturaleza abrió un paso valorado desde el primer momento, por el valle del río Mendoza, hasta Chile.
El dispositivo natural, pues, sirvió de guía y apoyo para que los grupos humanos tendieran la trama
de las vías de circulación que el acontecer histórico requería, afirmando un abanico interno y apéndices
tramontanos en la medida en que los progresos técnicos lo facilitaron. Pero en este transcurrir, dos
núcleos cobraron mayor significación: Mendoza, situada en la convergencia de dos ejes naturales, de los
cuales el transversal, unión del Atlántico y el Pacífico, se vio favorecido por las fuerzas político-
económicas que gravitaron desde el período hispánico; San Juan, un poderoso bolsón en donde
abunda el agua, reforzado en su atracción por las dificultades de instalación hacia otros rumbos, en
especial al naciente.
El proceso de consolidación de los movimientos y de la red que los apuntala muestra bien cómo
estas encrucijadas fluviales van paulatinamente asumiendo su papel polarizador y ampliando los
tentáculos con rieles, rutas y, por cierto, canales de navegación aérea.
Los caminos se fueron forjando durante la época hispánica, en su carácter de enlaces im-
prescindibles para una economía básicamente de subsistencia, pero que necesitaba establecer
contactos de diversa índole. Las ciudades —refugio y garantía— canalizaron entonces movi-
mientos centrípetos. La adaptación a las posibilidades del medio, y los intereses políticos, escogen ya los
ejes naturales: hacia el oeste por el paso de la Cumbre, hacia el este buscando, vía San Luis, la salida al
Atlántico, en respuesta a otros estímulos, sobre todo mineros, los senderos se aventuran a lo largo de los
valles longitudinales: Uspallata, Barreal, Calingasta, Rodeo, Iglesia, como si si-guieran las huellas que
los incas, hombres de Montaña, habían dejado antes de la llegada de los españoles49.
Quedan así delineados los trayectos troncales, sobre los cuales se apoyaría lo más gravitante de la
trama ferroviaria y vial de los siglos XIX y XX. Cuando las paralelas de hierro surcaron el país, se
produjo —como se ha repetido— el diseño en abanico con una extremada concentración en la Capital
Federal, mientras que las provincias andinas sólo recibieron, en 1885, en sus capitales Mendoza y San
Juan, la trocha ancha de lo que hoy constituye el F.C. General San Martín. La orientación transversal
proseguirá, luego de realizada la conquista del desierto, con los ramales provenientes del litoral que en
1903 y 1912, atravesaron el sur de San Luis para conectarse con San Rafael y General Alvear. Poco
antes, en 1910, se había construido el F.C. Trasandino que, remontando el valle del río Mendoza,
conduce a Santiago de Chile.
Los claros dejados por el ferrocarril han sido luego cubiertos por numerosas rutas, cuyo número y
su funcionalidad se acrecienta sin pausas. Sobre todo a partir 1930, con la difusión del pavimento, se
ha ido estructurando una red que, en lo que atañe a las provincias de San Juan y Mendoza, puede
considerarse satisfactoria, aunque sea perfectible y exija una atención mayoren mejoras y en manteni-
499
La enumeración anterior, por cierto selectiva, no nos hace penetrar en el entretejido menor
correspondiente a los espacios más limitados, al servicio de los oasis. En este aspecto, es previsible que
la mejor infraestructura caminera resida en estos focos de concentración del poblamiento y de las
actividades esenciales los enlaces de nivel local se practican mediante la trama viaria, ya que el
ferrocarril, en la actualidad, no aparece rentable en los trayectos cortos y ha sido implantado en un cien
por ciento por los medios de transporte —ómnibus, camiones, automóviles— que des-plazan a
pasajeros y cargas procurando un contacto de punta a puerta. Los caminos son, pues, los
grandes protagonistas y su mejoramiento es un imperativo en relación con la agricultura,
particularmente con los movimientos que engendra la vitivinicultura, máxime a causa del
indispensable traslado de la materia prima hacia las bodegas. Por otra parte, es indudable que la
abundancia de rutas ha sido estimulada por una clase dirigente que detentaba, por lo común,
tanto el poder económico como el político.
500
una forma manifiestamente radial y el diseño sólo traduce coincidencias en donde se superponen los
ejes regionales con los nacionales e internacionales. Quedan reafirmadas así las apreciaciones sobre la
gravitación de los canales de movimiento, el N-S, que une espacios homogéneos y el E-W, que enlaza
los heterogéneos»52.
En función de estos movimientos y de estas redes, el gran desafío para las provincias de
Mendoza y de San Juan es extender el dinamismo de las zonas irrigadas, en donde anidan las clases
dirigentes, a los otros espacios de más difícil conquista, signados por la altura y la aridez, pero no
exentos de posibilidades.
Mientras se operaba el tránsito hacia una agricultura de mercado, en el siglo XIX y parte del XX,
antes de la especialización regional argentina y la consiguiente complementación, la actividad
ganadera mantuvo su prestigio como estilo de vida y recurso económico efectivo. Tempranamente este
llamado de lo pastoril, de honda raigambre desde que los españoles introdujeron sus planteles, se
afirmó en Mendoza y San Juan. Vacunos y ovinos dieron origen a un comercio con Chile, utilizando los
pasos cordilleranos, lo cual dio vida especial a valles enclavados al reparo de la cordillera como el
de Tupungato, entre otros.
Pero lo más destacable es que, incluso en los oasis, la ganadería dominó hasta bien entrada esta,
centuria. Ya se aludió a la presencia significativa de la alfalfa y a las razones que condujeron a una
decadencia a partir de 1930. Áreas favorecidas del sur mendocino, en extensiones poco pobladas,
cobijaron la economía pecuaria. Pero entre los ejemplos no faltan los ligados a zonas cercanas a la
ciudad de Mendoza, como un testimonio elocuente del apoyo ancestral a esta actividad. A 38 kilómetros
de la capital, el Carrizal mantuvo por siglos la orientación ganadera. Un buen resumen de esta evolución
encontramos en las siguientes líneas: «A fines del siglo XIX la organización de estas estancias no difería
fundamentalmente de las del litoral. Las tierras bajo riego fueron trans-formadas en ricos potreros
destinados al engorde del ganado vacuno y equino preferentemente. La cría se hacía en estancias
cercanas con pastos más pobres y los animales se trasladaban a Carrizal en invierno, o cuando debían
reponer peso antes de ser vendidos. Carrizal comenzó a desarrollar una economía de mercado. El ganado
era colocado a buen precio en Chile y su traslado se hacía en tropas que conducían arrieros a través de
los pasos cordilleranos»53. Y aunque la vid fue introducida ya en esta época «en el Carrizal la
vitivinicultura no era una actividad que pudiera competir con la ganadería. Esta mantiene su
hegemonía hasta el primer tercio del siglo XIX»54. Una conjunción de circunstancias desfavorables
—cuyo detalle obviamos— trajo un corte drástico, irreparable por varios decenios, a una vocación
arraigada y volcó decididamente las preferencias hacia la agricultura y, particularmente, al cultivo de la
vid.
El ámbito montañoso ha ofrecido desde siempre sus abras para la comunicación con Chile y el
envío de ganado en pie las aprovechó permanentemente desde el período hispánico. Pero,
además, la vida pastoril ha encontrado allí un medio que acoge formas extensivas típicas. En este
sentido, a lo largo de los alineamientos de nuestra región —cordillera al oeste, precordillera al este
— se ha desarrollado fundamentalmente una trashumancia bien definida, con signos de primitivismo
que aún hoy tiene plena vigencia. El desdoblamiento del hábitat adopta la conocida alternativa de
veranadas e invernadas, al estilo de lo que Daus estudió —con su participación activa —más al sur, en
Neuquén55. En el paraje invernal se localizan las viviendas permanentes y se llevan a cabo los
cuidados principales al ganado, a 1.300 -1.800 m de altura, aunque, dentro de la variedad de ejemplos,
no faltan los descensos al piedemonte y la recurrencia a la alfalfa para mantener en buenas condiciones a
los animales.56 Con la liberación de la nieve, a partir de noviembre, comienza el período de veranadas,
que suele extenderse hasta abril, con movimientos horizontales de algunas decenas de kilómetros, hasta
arribar a alturas de 2.300 a 3.000 metros, según los casos. Se aprovechan entonces las vegas y altos
valles cordilleranos.57
502
Un rasgo original, con implicaciones que obligan a meditar, lo constituye el traslado fácil de
animales desde la vertiente chilena a la Argentina, en algunos sectores tanto de Mendoza como de San
Juan, mientras que del lado argentino los obstáculos topográficos y la inexistencia de todo enlace
vial, torna esto extremadamente complicado. Esta circunstancia, repetidamente comentada58, es
denunciable en estas zonas de frontera porque supone un verdadero desgajamiento de la
territorialidad de nuestro país, hasta «crear la conciencia colectiva de que se está pisando tierra
chilena y que el gendarme argentino —único bastión efectivo de nuestra soberanía— es un ex-traño,
impuesto artificialmente en el medio».59
La trashumancia se mantiene, con fórmulas precarias, incluyendo sobre todo el manejo de
caprinos y ovinos y, en menor grado, de vacunos. Las cifras correspondientes son prácticamente
imposibles de determinar en tan amplio frente y con variantes anuales pronunciadas. Pero, en los casos
estudiados, individualmente, no son extrañas las cantidades de 30.000 o 50.000 cabezas y hasta se
indican 150.000 para San Juan.60 Por cierto que tal estilo de vida es poco rentable y la escasa
receptividad de los campos lo demuestra. Sin embargo, la limitación corriente al autoconsumo no
obedece exclusivamente a una imposición de las condiciones naturales, sino que «existe una estrecha
relación entre este problema y el marco técnico y jurídico en que se desenvuelve»61.
Por sí mismo, este hecho humano señala la adecuación a características geomorfológicas y
climáticas de la montaña. Conviene reiterar brevemente al respecto lo que ya se ha aclarado en otras
páginas de este libro, es decir, la presencia majestuosa y continua de la cordillera principal, de
dirección meridiana, formada por el plegamiento andino, que establece el divortium aquarum y sirve de
límite con Chile. Flanqueada al naciente por la cordillera frontal, entre los 29 y 34° de latitud, las
diferencias radican en las vicisitudes geológicas y la composición litológica, ya que la frontal fue
plegada en el paleozoico y dislocada luego en bloques por los movimientos del terciario, lo cual le
confiere una estructura más discontinua. Como es sabido, encontramos en ellas las alturas mayores,
que culminan en el Aconcagua (6.959 m), pero también numerosos pasos transversales practicables,
de los cuales el más utilizado es el del Bermejo, que sigue el valle del río Mendoza. Finalmente,
desde La Rioja hasta Cacheuta, en el norte de Mendoza, aparece la precordillera, de menor altura
(3.000 m), plegada por la orogenia hercínica y, luego de peneplanizada, elevada nuevamente en el
terciario.
Más que los recorridos y detalles descriptivos de estos encadenamientos62 , nos interesa para
nuestro objetivo destacar la considerable altura general de las dos cordilleras, sobre todo desde el río
Diamante hacia el norte, y la existencia de depresiones intermontanas que han facilitado los
asentamientos humanos, particularmente resaltantes en los valles longitudinales que se interponen entre
cordillera y precordillera —Uspallata, Calingasta, Iglesia, Rodeo— cuya amplitud ha permitido la
constitución de pequeños oasis de regadío, con orientación en parte agrícola. La utilización de
estas áreas con sus limitadas posibilidades agropecuarias, se comprende a partir de las
características climáticas. Estamos en el dominio glaciar y periglaciar, según los niveles de altitud, bajo la
influencia predominante de las masas de aire provenientes del anticiclón del Pacífico, que se traducen
esencialmente en precipitaciones invernales de tipo nival. Esto da idea de las limitaciones térmicas
en las partes más bajas. No existe un verano térmico. El ajuste de las actividades humanas
encuadra en estas unidades morfoclimáticas y en los ciclos anuales de estados del tiempo. «En primer
lugar, se distinguen las altas cumbres y planicies situadas por encima de los 3.500 m término medio,
violentamente azotadas por los vientos, bajo un clima glaciar y periglaciar. En segundo lugar, entre los
3.000 y 2.000 m el clima se vuelve menos glacial o simplemente peri-glaciar atenuado. Finalmente, por
debajo de estos niveles, hasta los 1.800 m aproximadamente, junto con el relieve, las condiciones
atmosféricas se vuelven menos rígidas y se puede hablar de un clima de veranadas, con todos los
caracteres que el nombre sugiere».63
La actividad ganadera tiene un último reducto, fuera de sus modalidades de adaptación a los oasis y a
la montaña. Se trata de las planicies orientales, en donde las condiciones de aridez se acrecientan, con
precipitaciones medias estimables en 200 mm —aunque se elevan hacia el SE a 300— y aun inferiores a
100 en la zona de contacto entre el norte de Mendoza y el corredor subsiguiente de San Juan. La
vegetación climax lo certifica con la evidencia del monte, matorral xerófilo que en condiciones
extremadas se diluye en la estepa psamófila o halófila. En este medio, la imagen de desolación en las
503
travesías sólo encuentra los reparos humildes del puesto aislado, que vive a veces sólo de la cría de
cabras. Toda la franja oriental que acompaña al Desaguadero posee manifestaciones muy extensivas,
con una subsistencia apoyada básicamente en el caprino, y algunas estancias con vacunos, de
comercialización local, enfrentadas a la falta desaguas superficiales que se intenta suplir con aguadas y
pozos de menguado rendimiento.
En el panorama general, pues, el ganado no asume significación apreciable en la economía,
aunque constituya una actividad presente por doquiera. En los ingresos agropecuarios provinciales sólo
representa el 2%. Ganado lechero en los oasis, trashumancia especialmente ovina en la montaña,
caprinos y lanares en la patagónica Malargüe y en la serripampeana Valle Fértil. El número total
de cabezas puede estimarse, para la región, en unas 300.000 de cabras y ovejas, y alrededor de 200.000
bovinos.
No obstante, merece destacarse el empuje con que se promueve insistentemente, en nuestra década,
esta alternativa que se considera .válida para la diversificación de la economía provincial, en los
departamentos de General Alvear y San Rafael, que tienen tierras favorables aún no utilizadas, como
corresponde y en las que, cabe consignarlo, el 95% de la superficie muestra una orientación
pecuaria, extensiva. Los empresarios, han acometido mejoras sustanciales en la búsqueda del
mejoramiento de razas y pasturas, con lo cual se ha logrado, por lo pronto, una reducción considerable
de la cantidad de hectáreas por unidad vaca, que de 12 ha pasado a 6. Estas iniciativas, patentizadas en
el último lustro en cinco ferias remates en General Alvear, con partici-pación de ganaderos de La
Pampa y Buenos Aires, procuran ahora una ayuda financiera con la mira de convertir al sur
mendocino en una zona ganadera expectable, como lo fue hace sesenta años.
Las cuantiosas y variadas reservas mineras que encierran las montañas mendocinas y san-
juaninas son previsibles. Pero, al igual que en el resto del país, su aprovechamiento es mínimo, no sólo
por las dificultades de extracción y comercialización que entraña comúnmente la posición de los
yacimientos., sino también por la falta de espíritu inversionista en una actividad que se considera
mucho más azarosa que los pilares económicos tradicionales. Esto no supone, desde un punto de
vista relativo, desconocer el rango que tanto Mendoza como San Juan han alcanzado en el panorama
nacional, indicativo de una potencialidad virtual, Según la Dirección Nacional de Economía
Minera, Mendoza era, en 1981, la cuarta provincia en este rubro (4.483.115 toneladas) —luego de
Buenos Aires, Córdoba y Entre Ríos— seguida de San Juan (2.497.904 t). Más aun, Mendoza estaba
a la vanguardia en la producción de metalíferos (299.3161), era la cuarta en rocas de aplicación
(3.924.807 t) y quinta en no metalíferos (298.992 t).64
Teniendo en cuenta la gravitación de Buenos Aires, en tonelaje, con sus rocas de aplicación
(19.157.699 toneladas sobre un total de 20.846.228), una discriminación más pormenorizada y otras
variables darían margen a diversos comentarios. Si bien es éste, pues, un indicador no definitorio, es
demostrativo de posibilidades. Pero es indudable que un mejoramiento requiere cambios estructurales
de fondo que conciernen al plano nacional.
Quedan al margen de nuestra región, de acuerdo con la delimitación adoptada, dos distritos mineros
abordados en otras páginas: el de Malargüe, el más importante y prometedor de la provincia de
Mendoza, y el de Valle Fértil. Bastaría destacar en Malargüe la trascendencia de la primera
explotación, cronológicamente, de uranio en la mina Huemul, con instalaciones para su
aprovechamiento inmediato en la ciudad cabecera; o los yacimientos de manganeso (Santa Cruz, Ethel)
hoy cerrados por disminución de reservas y falta de rentabilidad; o la activa extracción a cielo abierto
del azufre del volcán Overo, por la Compañía Sominar, a 4.300 metros, abandonada en 1979.65
De todos modos, es promisorio que San Juan haya expandido apreciablemente su minería, que
representa el 5% del producto bruto interno. Se tienen cifradas muchas esperanzas en el yacimiento El
Pachón, en el suroeste de San Juan a 90 km de Barreal, actualmente en proceso de explotación a cargo
de la Compañía Minera Aguilar, y con reservas estimadas en 30.000.000 de toneladas de cobre, que le
acuerdan un sitial de privilegio en el plano mundial. El rubro más fuerte, de conjunto, lo constituyen las
504
las rocas de aplicación, en especial las dolomitas (148.882 t en 1981, 70% del país) y la piedra laja
(20.831 t, 28,5%), a lo cual se agregan las calizas y canto rodado66. También son destacables algunas
aportaciones en minerales no metalíferos, ya que es la provincia que más produce en bentonita (41.467
t, 33,5%), calcita, sulfato de aluminio y sulfato de magnesio67.
La sierra pintada de San Rafael representa una contribución relevante en potencial minero
mendocino, vinculada al uranio, en el cual Mendoza es prácticamente la única productora (289.009. t en
1981). En el renglón metalífero aún mantiene vigencia el plomo de Paramillos de Uspallata (8.500 t)
—un distrito muy explotado a fines del siglo XIX, con variedad de minerales extraídos— mientras que
las estadísticas acreditan un papel declinante al manganeso (1.210 t en 1979 e in-actividad en1981) y
al cobre (307 t en 1981, 11.099 en 1976)68. En minerales no metalíferos, Mendoza aporta la fluorita
del distrito 25 de Mayo, y las arcillas y caolines de Los Reyunos ambos en San Rafael; así como tiene
destacada participación en el amianto (635 t en 1981, 5% del país) y en el yeso (100.445 t, 15%).
Contribuye también con rocas de aplicación: areniscas (105 t, 65.t 5%), canto rodado, caliza, arenas y
mármol. Asimismo, son señalables las salinas del Diamante, cerca de San Rafael, proveedoras
importantes de cloruro de sodio.
Hay, por cierto, una cantidad de explotaciones no dignas de mención especial, pero el cuadro
general es el de una actividad carente de envergadura, salvo alguna excepción, y cuyas instalaciones
limitadas parecen acentuar el carácter puntual en este apoderamiento tan diseminado en el espacio. Este
conjunto montañoso aparece, así, salpicado por puestos y focos mineros que no se compadecen con su
grandiosidad.
Desde otro ángulo, las cordilleras imponentes, los valles acogedores, suman un escenario de belleza
muy particular que a la vez exalta el corazón del montañista y seduce al amante de la serenidad. En
nuestros días, espacios naturales y espacios adaptados son una incitación al turismo. Sólo faltan más me:
dios de acercamiento para disfrutar los infinitos rincones agradables que depa-ra la montaña.
Algunos paisajes han sentado fama desde hace mucho tiempo, como los valles de Uspallata, Barreal
y Calingasta, o, siguiendo el río Mendoza, Puente del Inca y Las Cuevas. Un venero inagotable
—Valle Hermoso en la cuenca del Río Grande, el colorido cañón del Atuel, El Nihuil, la villa
Veinticinco de Mayo, Tupungato, Potrerillos, la quebrada del Zonda, Ischigualasto (Valle de la
Luna), la cuesta de Huaco...— que requiere a veces accesos camineros, hotelería, pero que reúne lo
básico para un turismo de notables proyecciones.
Un examen detenido de este turismo vigente y del potencial exigiría una descripción minuciosa que
aquí no cabe. Así, por ejemplo, el mejoramiento sustancial de la ruta 7 hacia Chile ha facilitado en gran
medida el engarce de parajes hoy mejor aprovechados turísticamente: Potrerillos, Uspallata, Penitentes,
Horcones, Puente del Inca.
En el movimiento más reciente con esta aspiración, dos objetivos son dignos de ser retenidos, como
concreciones valorizables para ese turismo bien encauzado: la nieve y el deporte, por un lado; el
termalismo, por el otro. En el primer caso, además de algunas pistas de esquí tradicionales, como la del
Vallecitos, se han creado dos centros con perspectivas de atracción en el plano na-cional e internacional:
Penitentes, rumbo a Puente del Inca, y Las Leñas, en Malargüe, ambos con un equipamiento de superior
nivel y, al mismo tiempo, posibilidades de apertura masiva.
En cuanto al termalismo, Mendoza y San Juan disponen de fuentes altamente apreciadas, cuya
diferenciación radica sólo en su accesibilidad y en su capacidad hotelera. Han trascendido más, por esas
causas, las vinculadas con las rutas más conocidas de Mendoza —Villavicencio, Cacheuta y Puente del
Inca aunque acaban de atravesar un período de decadencia y hoy están en proceso de revalorización.
Pero hay que añadir otras, más lejanas y menos equipadas: las de Tupungato utilizadas por YPF, los
baños de Cápiz en San Carlos, El Sosneado en el alto valle del Atuel, Los Molles y Lahuen-Có en el
Salado, El Borbollón, todas ellas en la provincia de Mendoza. Las termas sanjuaninas son más modestas:
Agua Negra en Jáchal, Agua Hedionda en Huaco, Talacasto, La Laja a 25 km de la capital... Vale la
pena destacar, sin embargo, un avance de la renovación en este campo, que alcanza a los baños de
Pismanta, en las proximidades de Iglesia, y muy particularmente al ambicioso proyecto, en plena
realización, de dotar a Cacheuta de una jerarquía empinada como centro completo de reposo y de terapia
termal.
505
No puede dejar de mencionarse, en su condición de centro receptor de una población pasiva que se
renueva constantemente, a uno de los lugares de peregrinación más conocidos de la Argentina:
Difunta Correa, en Vallecito de San Juan, una pequeña localidad con matices distintivos en su
estructura, enclavada en una zona inhóspita, que acoge a muchos miles de promesantes al año.
3. Petróleo e industrias
La producción mendocina de petróleo —no la hay en San Juan— con leves oscilaciones y a
partir de un máximo de 1971 (7.098.538 m3), se ha colocado en el orden de los 6.500.000 m3
anuales. Con ello, ocupa el primer lugar en el país, superando 1 otras provincias importantes como
Chubut y Santa Cruz (aproximadamente 6 millones cada una) y Neuquén. Por cierto que, en su ca-
rácter de cuenca integral, la del golfo San Jorge sigue siendo la más importante de la Argentina.
Este dato fríamente estadístico, sin embargo, esconde interrelaciones significativas de este
combustible cuyo reconocimiento y utilización en el suelo cuyano se remite a 1857, en Cacheuta. En
efecto, las concomitancias paisajísticas y las incidencias económicas requieren aclaración. En este
último aspecto guarda conexiones especiales con el despegue industrial.
Con todo, los hidrocarburos no son grandes protagonistas de la organización del espacio de
Mendoza. Los más destacados distritos de la llamada cuenca cuyana se ubican al norte —
Lunlunta-Barrancas, Vizcacheras, La Ventana y Tupungato— y si bien muestran sus perfiles
característicos, quedan diluidos dentro de la más amplia articulación —parcelas, caminos, hábitat—
que acompaña a los cultivos dominantes, entre los cuales se encuentran inmersos o bien situados en
zonas vecinas. Podría decirse, en cambio, que su nota paisajística parece consustanciada con la estepa
herbácea a la que suele adosarse en Malargüe, presencia clara y manifiesta, pero que corresponde al
marco patagónico.
Por añadidura, los yacimientos septentrionales son los más antiguos, ya que funcionan desde 1926,
y aportan el mayor volumen, aunque es factible una variante considerable teniendo en cuenta que los
del sur —Llancanelo y Puesto Rojas— acusan reservas cuantiosas y su valor relativo se acrecienta
sin pausas desde su incorporación efectiva en 1976.
En el plano económico, Mendoza no recibe beneficios equivalentes a esa potencialidad pe-
trolera. El sistema de regalías impuesto por las disposiciones nacionales sólo permite rescatar
alrededor de un 25% del valor de la producción. Por lo demás, el manejo de estas disponibilidades es
bastante aleatorio, por lo que no se incorpora con cohesión y permanencia al manejo
presupuestario. Por consiguiente, en la relación dialéctica vitivinicultura-petróleo —dos grandes
riquezas— la primera sigue siendo el soporte, en principio estable, aun con sus altibajos.
En materia industrial, pues, esta vitivinicultura es claramente fundamental en Mendoza y San
Juan, por lo que representa en el circuito económico, en el paisaje, en la demanda de mano de obra y
en el ritmo de vida de la mayor parte de la población. Lo sugiere con elocuencia, entre otras cosas, el
número de establecimientos vinícolas registrados: 1.25.1 en Mendoza, 370 en San Juan.69 Tal primacía
desdibuja a otras actividades hasta el extremo de que muchas de ellas pasan inadvertidas.
Precisamente la existencia del petróleo abre perspectivas a Mendoza por intermedio de las
derivaciones en el procesamiento, que generan un 25% del producto industrial. La concreción visible
de ello es la destilería de Lujan de Cuyo, puesta en marcha en 1940 y ampliada sucesiva-mente hasta
permitir el tratamiento diario de 18.000 metros cúbicos.70 La creación de esta planta obedeció a la
necesidad de satisfacer el abastecimiento de una amplia zona de influencia; pero también, a la
característica viscosidad de este petróleo, que hizo aconsejable la ubicación cerca de los yacimientos y
el envío de los subproductos resultantes por medio de poliductos que enlazan con Córdoba (Monte
Cristo), con San Lorenzo y con La Matanza. Otra consecuencia ha sido la instalación conexa de un
parque petroquímico de 500 hectáreas y, en definitiva, la consolidación de un polo energético con
utilización de la central térmica del lugar. Para esto último se ha acudido a un moderno ciclo
combinado de generación de electricidad, de costo reducido y rápido montaje, que permitirá una
potencia total de 400 megavatios, esto es, tanto como Los Reyunos y Agua del Toro reunidos, y más
que el complejo de El Nihuil (260 Mw)71 Vale la pena señalar esta alternativa porque reafirma la
capacidad y las posibilidades de Mendoza en energía, tanto más destacable cuanto que el 55% es de
506
origen hídrico. Una mención especial merece, en Mendoza, la creciente participación de la elaboración
de carburo de calcio y ferroaleaciones, cuyos establecimientos más representativos son las fábricas de
Carbometal y Grassi, junto al embalse El Nihuil. Esta actividad —cuyo origen se remonta a 1954 a
través del complejo que la primera firma citada construyó en Chacras de Coria— desemboca en una
minisiderurgia apoyada en los recursos energéticos, hacia la cual se dio un paso decisivo en 1974
mediante la construcción del horno más grande de Lati-noamérica, especial para estos fines, con una
potencia de 20.000-Kwh, susceptible de ser em-pleado en la obtención de cloruro de calcio,
ferroaleaciones o arrabio.
Sobre la base de la minería es de gran valor la producción de cemento en ambas provincias
andinas. Cerca de la dudad de San Juan, a 12 kilómetros, en la quebrada del Zonda y en relación con las
calizas y arcillas serranas, se encuentra la fábrica de Loma Negra, que produce 190.000 toneladas al
año y cubre con exceso las demandas de la provincia. En cuanto a Mendoza las firmas Minetti y
Corcemar, en el departamento de Las Heras, cumplen un objetivo similar, sumando
aproximadamente 320.000 t de cemento.
El grueso de la producción y, sobre todo, la mayor absorción de mano de obra corresponde a las
industrias de transformación de materias primas agrícolas —excluida la vitivinicultura— que en
Mendoza atañe a un amplio espectro en consonancia con el desarrollo acrecentado de la fruticultura y
la horticultura: elaboración tradicional de sidra, y subsidiariamente de jugo de manzana
concentrado, en Tunuyán y Tupungato; envasado al natural, dulces y mermeladas en lo que concierne
al uso de frutas; industrialización del tomate en diversas modalidades, particularmente en San Rafael
y General Alvear; plantas de deshidratación de hortalizas, etc. La misma orientación, en escala más
reducida y acorde con las expectativas agrícolas, se aprecia en San Juan, lo cual se evidencia en el
aceite de oliva; la sidra (Calingasta) o la cerveza.
Admitida la gravitación de la vitivinicultura, queda sobreentendida su influencia en la aparición de
industrias que la complementan o implican un más sofisticado aprovechamiento del fruto. Por eso han
cobrado cierta relevancia la fabricación de maquinarias e implementos para equipar bodegas, la del
vidrio, o del papel y cartón, por ejemplo; y aun las especialidades químicas revelan su afinidad con la
industria madre, por medio de la destilación vínica y la obtención de aceite de uva. Hay, en este
sentido, una extensa lista, de incidencia variada, en estos derivados químicos, con una utilización
amplia desde el orujo agotado y el alcohol, hasta el hipoclorito de sodio y la resina y Policloruro de
vinilo.
La situación reciente y la etapa deprimida de la industria sanjuanina fue considerada por la Nación
y se tradujo en la sanción de la ley de promoción industrial, con las franquicias comunes en este tipo de
medidas, cuyo efecto más inmediato ha sido la creación del parque industrial de Chimbas, con
infraestructura preparada, que ha acogido a manufacturas de base muy diversa.
El proceso de conquista del territorio se apoyó, desde el período hispánico, en las actuales
ciudades cabeceras y, en razón de las fuentes de recursos básicas —agricultura de subsistencia,
artesanías, ganadería, vitivinicultura— no salió prácticamente del marco consolidado por el uso de las
aguas. Aún hoy se buscan las fórmulas para lograr la expansión, en vista de un aprovecha-miento
con di versificación, de superficies marginales.
La densidad de población, el acercamiento, el reticulado caminero, han traído aparejados la
difusión de formas urbanas en los oasis, advertibles no sólo en el paisaje sino especialmente en las
ventajas de la trama viaria y en la disponibilidad, en grado aceptable, de servicios públicos vitales
como el agua y la electricidad. No se limita esto a los núcleos masivos de edificación, sino que se
propaga en las franjas rururbanas y en la incorporación de exponentes que testimonian, intercalados
con los campos cultivados, la vigencia de lo urbano: la autopista, la confortable residencia
secundaria de un ciudadano, un restaurante, una moderna institución deportiva, un supermercado...
El contraste es terminante si establecemos la comparación con los desprotegidos puesteros o con las
precarias y, en principio, inestables instalaciones mineras. Salvo algunos asentamientos provisorios,
pero de buen nivel, que forman parte de las poderosas inversiones de complejos hidroeléctricos, por
ejemplo, o el caso de construcciones, destinadas al turismo, es poco común encontrar una
confortabilidad mínima en la montaña o en las travesías desérticas.
Las funciones primordiales en vista de la organización regional tienen sus bases en las urbes de los
oasis: conducción político-administrativa, impulso financiero, dirección comercial, estímulos
educativos y culturales, coordinación asistencial. Es una lógica consecuencia de contar con las
ciudades de mayor jerarquía.
La red de poblaciones de esta región cuyana tiene indiscutiblemente como metrópoli al Gran
Mendoza, una aglomeración que suma 596.796 habitantes según el censo nacional de 1980. En la
escala jerárquica vienen luego el Gran San Juan (290.749 hab.) y San Rafael (70.477 hab.) a los cuales
—con las diferencias de nivel de equipamiento que sugiere de por sí la población —se los puede
considerar centros regionales secundarios. En un peldaño inferior, son centros locales, de irradiación
menor, las otras ciudades que, estadísticamente, cuentan con más de 2.000 habitantes y, en esta
condición, aparecen 10 en San Juan y 20 en Mendoza72. No siempre las cifras traducen el papel
polarizador de la urbe y cabría aquí hacer la salvedad de San Martín (29.746 hab.), a la cual puede
atribuirse el rango de centro regional, teniendo en cuenta que no se ha considerado en el censo la
atracción funcional que ejerce sin solución de continuidad —adscribiendo a La Colonia (4.142 hab.),
de Junín, por ejemplo— y su gravitación casi exclusiva, sin competidor a la vista, en los departamentos
de San Martín, Rivadavia, Santa Rosa y La Paz.
De acuerdo con la cifra tope convenida (2.000 hab.) resultaría que en la provincia de San Juan
—salvo San José de Jáchal (8.832 hab.), que preside su propio espacio irrigado— sólo hay dos centros
locales alejados de su gran oasis: Barreal (2.739 hab.) en la montaña, en el departamento de Calingasta,
y Villa San Agustín (2.524 hab.) al naciente, en Valle Fértil. Por lo tanto, los proveedores inmediatos
de necesidades a los que acuden los moradores de caseríos y viviendas aisladas, a veces a costa de
largos desplazamientos, lo constituyen agrupamientos situados en los enclaves de mayores
posibilidades (Villa Calingasta (1.758 hab.) y Rodeo-Colola (1.042 hab., en Iglesia), o bien en la
periferia de los espacios irrigados, desde la cual alargan sus servicios a zonas más desprovistas:
Caucete (14.512 hab.) hacia una abierta zona oriental; La Laja-Las Lomitas (2.547 hab.) y Villa
Albardón (1.408 hab.) en los departamentos de Albardón y Angaco; y Centro Ullún (2.034hab.) y
Basilio Nievas (Zonda) (1.128 hab.). en jurisdicciones de Ullún y Zonda. La cinta verde que se
prolonga hacia el sur ubica en su extremidad a Villa Media Agua (2.587 hab.), jalón urbano final antes
del ingreso en Mendoza, centro principal de servicios de una amplia superficie correspondiente a los
departamentos de Sarmiento y Veinticinco de Mayo, con un radio de acción que llega también en parte
al nordeste mendocino. En el resto de la provincia —al margen de lo ya mencionado— los lugares
centrales que toman a su cargo la satisfacción de requerimientos pri-marios, albergan a lo sumo
algunos cientos de pobladores y disponen sólo del equipamiento ele-mental propio de un pueblo o
aldea, con sus connotaciones rurales.
Conclusiones similares podrían extraerse en la provincia de Mendoza en cuanto al dispositivo
concentrado en los oasis, con una gama más variada de centros jerarquizados: la metrópoli regional y
dos centros regionales ya citados, San Rafael y San Martín. En este caso, los centros locales asumen un
508
papel destacado cuando orientan a ricas y extensas áreas cultivadas: General Alvear (21.250 hab.),
Tunuyán (14.665 hab.), Palmita (13.601 hab.) y Rivadavia (10.953 hab.) Más de una decena de
centros, que oscilan entre 2.000 y 4.500 habitantes, se entremezclan en los oasis mayores, comandan
de modo directo algunas zonas más reducidas y, complementados por pueblos, sirven también a
parajes alejados. De todos modos, la concentración de los agrupamientos principales es tan ostensible
que, de todas las localidades con más de 1.000 habitantes insertas en el censo de 1980 —44 en total—
únicamente dos no pertenecen a los oasis en sentido estricto: Villa Malargüe (9.496 hab.) y Uspallata
(1.292 hab.)73.
En consecuencia, el hecho urbano en nuestra región cobra sus rasgos definitorios en relación con
el cuadro general que cobija a las categorías más importantes y se traduce incluso en aspectos de su
estructura interna.
Por otra parte, la índole del avance urbano, a veces lleno de imprevisión, confiere matices
peculiares a las franjas y aureolas rururbanas, en las que se superponen actualmente funciones
diversas —horticultura, industria, recreación, barrios residenciales— suplantando muchas veces las
uniformes parcela; consagradas a la vid. Un suburbio, en suma, poco organizado, con una marcha
a la deriva que altera la imagen de la ciudad de principios de siglo, porque introduce
modificaciones profundas.
En rigor de verdad, la interferencia de lo agrario ya se puede anotar en una serie de compo-
nentes del paisaje urbano, pero con un movimiento inverso a ya comentado y sin esa invasión
confusa, sobredimensionada, de nuestros días. Nos referimos al hecho de que la simbiosis se
materializó inicialmente en la intervención de ciertos lineamientos y ciertos ingredientes del campo
en la ciudad. La antigua villa de San Martín, por ejemplo, aún retiene en su paisaje céntrico canales
abiertos vinculados al riego de zonas vecinas77. San Rafael sigue en su trazado la orientación del
catastro primitivo, como dice Denis «Cabe recordar que el parcelamiento que dio lugar a dicho
catastro había sido realizado en relación estrecha con la dirección dada a los canales, hijuelas
acequias y desagües en función de la mayor pendiente. Por lo tanto, la orientación misma de las calles
y avenidas ha sido mantenida paralelamente a la orientación de los canales vecinos, Cerrito al W y
Pavez al E»78. Por otro lado, la penetración del árbol en el recinto urbanizado es infaltable tanto en
pueblos como en aglomeraciones importantes. El símbolo más cabal de esa ambientación que trata de
introducir el verde entre las masas edificadas es, justamente, Mendoza, que justifica así su fama de
ciudad-bosque. Todas las calles mendocinas poseen sus hileras de árboles, para cuyo riego se los
acompaña con un entretejido completo de acequias en sus bordes. Esto se ha tornado una exigencia
ineludible en la planificación de los nuevos barrios.
Las características del oasis están presentes en la ciudad. Más aun, son esenciales en las
vivencias de los habitantes, hasta el punto de que son apreciadas como las que le otorgan su
personalidad. Un estudio reciente, con enfoque geográfico perceptivo, mediante encuestas, confirmó
la imagen colectiva sustentada en los árboles y las acequias, expresiones esenciales de una Mendoza
enmarcada por el oasis y la montaña.79
ciera de organismos públicos y privados, la fiscalización comercial mayorista, centros médicos más
especializados, un más completo espectro educativo y cultural, etcétera.
De todos modos, el área de influencia de Mendoza debe delimitarse tomando igualmente en
consideración los otros sistemas comandados por metrópolis cercanas. A este respecto caben dos
aclaraciones. En primer lugar, el otro centro regional sanluiseño, Villa Mercedes, depende
fundamentalmente de Córdoba; en segundo término, todo el sur de la provincia de San Luis está
ligado funcional-mente a lugares centrales de la zona meridional de Córdoba o a La Pampa81.
La actual red de ciudades, en consecuencia, no coincide con lo que anticipa el término Cuyo,
porque obviamente la región histórica, en su proceso de moldeamiento geográfico, ha sufrido mo-
dificaciones, dentro de su contorno político-administrativo, que configuraron espacios homogéneos
diferenciados y, a la vez, una integración particular generada por la solidaridad funcional.
511
NOTAS
1
ZAMORANO, M., Cuyo, Una región histórica y su moldeamiento geográfico, 1a parte, en "Limen. Revista de
Orientación Didáctica", Año IX, N° 31, Buenos Aires, Kapelusz, 1971, pp. 69-70.
2
CANALS FRAU, S., Etnología de los huarpes. Una síntesis, en "Anales del Instituto de Etnología Americana",
T. VII, Mendoza, 1946, p. 140.
3
LEVILLIER, R., Guerras y conquistas en Tucumán y Cuyo, Buenos Aires, 1945, p. 202.
4
Ibidem, p. 200.
5
ZULUAGA, R. M., El cabildo de la ciudad de Mendoza. Su primer medio siglo de existencia, Mendoza,
Instituto de Historia de la Universidad Nacional de Cuyo, 1964, pp. 73-83.
6
COMADRAN RUIZ, J., Evolución demográfica argentina durante el periodo hispano (1535-1810), Buenos
Aires, Eudeba, 1969, pp. 16-1 7.
7
DENIS, P. Y., San Rafael. La ciudad y su región, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. XVI, N° 64-65,
Mendoza, Instituto de Geografía, 1969, pp. 215-232.
8
COMADRAN RUIZ, J., ob. cit., p. 66.
9
VIDELA, E., Descripción de la ciudad de Mendoza, en COMADRAN RUIZ, ob. cit., p. 93.
10
Ibidem, p. 94.
11
Ibidem, p. 80-81.
12
SABELLA, P. F., Tratado de geografía general, física, humana, económica y corográfica de la provincia de
Mendoza, Mendoza,
Imprenta Oficial, 1936, pp. 168-179.
13
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA Y CENSOS (INDEC), Censo Nacional de Población y
Vivienda 1980, Serie B. Características generales. Provincia de Mendoza, Buenos Aires, 1982, p. XVIII.
14
INDEC, Censo Nacional... cit., Provincia de Mendoza. Provincia de San Juan, passim
15
INDEC, La migración interna en la Argentina 1960/70, Buenos Aires, s. d., p. 19.
16
Cálculos sobre la base de INDEC, Censo Nacional... cit., passim.
17
INSTITUTO NACIONAL DE VITIVINICULTURA, Datos del Departamento de Divulgación Técnica y
Ordenamiento de la Información.
18
ZAMORANO, M., La organización espacial tic los oasis irrigados de Mendoza y San Juan. República
Argentina, en "Paralelo 37, N° 8/9, Volumen de homenaje a Manuel de Terán, Almería, 1985, p. 667.
19
Guía Industrial del vino, Mendoza, Editorial La Provincia, 1982, passim.
20
Álbum argentino, Número extraordinario. Provincia de Mendoza, Buenos Aires, 1909.p. 15,
21
ZAMORANO, M., El viñedo de Mendoza, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. XIV, N° 54-57,
Mendoza, Instituto de Geografía, 1967, p. 8.
22 CAPITANELLI, R. G., (Director) Uso del agua en las regiones secas, en "Boletín de Estudios Geográficos",
Vol., XIV, N° 54-57, Mendoza, Instituto de geografía, 1867, p, 8.
23
Ibidem, p. 15.
24
CAPITANELLI, R. G. (Director), Uso del agua en las regiones secas, en "Revista Geográfica", N° 95,
México, IPGH, 1982, p. 123.
25
PANNOCCHIA, S. A., Geografía agraria de la zona bajo riego del departamento de Jáchal (San Juan), en
Cuaderno del CEIFAR, N° 4, Mendoza, Centro de Estudios Interdisciplinarios de Fronteras Argentinas, 1979,
pp. 75-109.
26
MARZO, M. y ARIAS, H., Ríos del sistema hidrográfico andino, en Geografía de la República Argentina, T.
VII. Segunda parte. Hidrografía, Buenos Aires, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos GAEA, 1975, pp.
471-570, passim.
27
CAPITANELLI, R. G., Climatología... cit., p. 31.
512
28
Ibidem, pp. 281-307.
29
INSTITUTO NACIONAL DE VITIVINICULTURA (INV), Datos del Departamento de Divulgación Técnica
y Ordenamiento de la Información.
30
ZAMORANO, M., Les transfomations récentes du paysage agraire à Mendoza (Argentine), en Etudes
géographiques offertes à Louis Papy, Bordeaux, Institut de Géographie. 1978, pp. 277-284.
31
MARZO, M. y ARIAS, U., ob. cit., p. 502.
32
LUQUE, J. A., Manual de agricultura bajo riego, Mendoza, Ediciones Riagro, 1955. passim.
33
LUQUE, J. A., Manual vitícola, Mendoza, Ediciones Riagro, 1957, p. 62.
34
ZAMORANO, M., Les transformations... cit., p. 280.
35
INV, Datos del Departamento de Divulgación Técnica y Ordenamiento de la Información.
36
Guía industrial... cit.
37
INV, Datos del Departamento de Divulgación Técnica y Ordenamiento de la Información, complementados
con cálculos propios.
38
Ibidem.
39
INDEC, Boletín estadístico trimestral, Buenos Aires, 1984, p. 21.
40
Ibidem, pp. 26-28.
41
Ibidem, pp. 29-38.
42
VELASCO, M. I., La horticultura en Mendoza, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. X, N°
39,'Mendoza, instituto de Geografía, 1963, pp. 41-89.
43
INV, Los productos vitivinícolas argentinos en ios mercados mundiales. Año 1984. Mendoza, 1985, passim.
44
Ibidem.
45
INV, Datos...
46
Ibidem.
47
ANASTASI, A. B., FURLANI de CIVIT, M. E„ GUTIÉRREZ de MANCHÓN, M. J., OSTUNI, J., REGÓ, J.
y ZAMORANO, M., Ejes y campos en la articulación del espacio cuyano, en "Actes du XLIle. Congrès
International des Américanistes", Vol. I, París, 1976, pp. 569-582.
48
Ibidem, p. 579.
49 HUERTAS, M.M., Los caminos incaicos en territorio argentino, en Cuaderno del CEIFAR, N° 5, Mendoza,
1979, pp. 93-126.
50
ZAMORANO, M., FURLANI de CIVIT, M. E., GUTIÉRREZ de MANCHÓN, J. J., OSTUNI, J. y REGÓ, J.,
Hormas y proceso de la red de circulación de Cuyo, en "Cuadernos", N° 3, Mendoza, Centro de Investigaciones
Cuyo, 1978, pp. 106-133.
51
Ibidem, pp. 108-119.
52
Ibidem, p. 117. .
53
VELASCO, M. I., OSTUNI, J. y FURLANI de CIVIT M. E., Estudio de geografía agraria de Carrizal y
Ugartcche, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. XIII, N° 50, Mendoza, Instituto de Geografía, 1966, p.
29.
54
Ibidem, p. 30.
55
DÁUS, F. A., Trashumación de montaña en Neuquén, en "Anales de la Sociedad Argentina de Estudios
Geográficos GAEA", T. VIII Segunda entrega, Buenos Aires, 1948, pp. 383-426.
56
PANNOCCHIA. S. A., Geografía agraria de la zona bajo riego del departamento de Calingasta. San Juan, en
Cuaderno del CEIFAR, N° 8, Mendoza, Centro de Estudios Interdisciplinarios de Fronteras Argentinas, 1981, p.
100.
57
CAPITANELLI, R. G., El rio Atuel en su curso de montaña, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. VII,
N° 29, Mendoza, Instituto de Geografía, 1960, pp. 211-289.
513
58
BARRERA, R, O., Estudio preliminar sobre las características geográficas de Valle Hermoso en la alta
cuenca del rio Grande, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. VI. N° 24, Mendoza, Instituto de Geografía,
1959, pp. 120-156.
59
PICKENHAYN. J. A. La frontera argentino-chilena en San Juan: tierra de nadie, en RANDLE. P. H., La
geografía y la historia en la identidad nacional, T. II, Buenos Aires. Oikos, 1981. pp. 167-182.
60
Ibidem, p. 181.
61
OSTUNI, J., La organización del espacio en la faja de las grandes alturas del oeste argentino, en "Revista
Geográfica", N° 95, México, Instituto Panamericano de Geografía o Historia, 1982, pp. 55-92.
62
GONZÁLEZ BONORINO, F.. Orografía, en La Argentina. Suma de Geografía, t. III, Buenos Aires, Peuser,
1958, pp. 21-37 y pp. 54-57.
63
CAPITANELLI, R. G., Geomorfología y clima de /« provincia de Mendoza, en "Boletín de la Sociedad
Argentina de Botánica", Suplemento Vol. XIII, Mendoza, Imprenta Oficial, 1972, p. 35.
64
Atlas de la actividad económica de la República Argentina. Volumen 1. Los recursos, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1983, p. 128.
65
CAPITANELLI, R. G., La explotación de azufre del volcán Overo, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol.
IV, N° 17, Mendoza» Instituto de Geografía, 1957, pp. 157-169.
66
Atlas de la actividad... cit., pp. 108-111.
67
Ibidem, pp. 90-93.
68
Ibidem, pp. 65-66.
69
Guía industrial... cit., passim.
70
Atlas, económico de la República Argentina, Vol. 2, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983, p.
256.
71
Inauguran nuevo sistema en la central de Lujan, en "Los Andes", Mendoza, 17 de abril de 1986, 2a. sección,
p. 1, col. 1-3.
72
INDEC, Censo nacional... cit., Provincia de Mendoza. Provincia de San Juan, p. XVI y p. XVII.
73
Ibidem, Provincia de Mendoza, pp. XVI-XVII.
74
RODRÍGUEZ de GONZÁLEZ, M. B., La articulación vertical de ¡a ciudad de Mendoza, en "Boletín de
Estudios Geográficos", Vol. XX, N° 79, Mendoza, Instituto de Geografía, 1981, pp. 215-257.
75
SCHILAN de BECETTE, R. C, El Gran Mendoza; veinticinco años de acelerado crecimiento espacial, en
"Boletín de Estudios Geográficos", Vol. XX, N° 79, Mendoza, Instituto de Geografía, 1981, pp. 173-214.
76
INDEC, ob. cit., passim.
77
EURLANI de CIVIT, M. E., La ciudad de San Martin. Polo de la vitivinicultura en el este mendocino, en
"Boletín de Estudios Geográficos", Vol. XI, N° 42, Mendoza, Instituto de Geografía, 1964, pp. 1-60.
78
DENIS, P. Y., San Rafael. La ciudad y su región, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. XVI, N° 64-65,
Mendoza, Instituto de Geografía, 1969, p. 381
79
ZAMORANO, M., BERRA, M. T., CORTÉLLEZZI de BRAGONI, M., RODRÍGUEZ DE GONZÁLEZ, M.
y STURNIOLO de PÉREZ VENTURA, M"„ 1.a percepción como pauta geográfica: identidad, estructura y
significado de la ciudad de Mendoza, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. XXI, N° 81, Mendoza,
Instituto de Geografía, 1982, pp. 123-186.
80
ISNARD, P., L'espace géographique, Paris, Presses Universitaires de France, 1978, p. 213.
81
ZAMORANO, M., La red de poblaciones de Cuyo, en Homenaje al profesor Romualdo Ardissone, Buenos
Aires, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos GAEA, 1973, pp. 413-428.
7
Mariano Zamorano
Fin la literatura geográfica argentina este espacio que procuramos delimitar e interpretar ha
adquirido difusión, sobre la base de sus características geomorfológicas con la denominación de
sierras pampeanas. En tal sentido la consideraron dos de los geógrafos más prestigiosos de la
Argentina: Federico A. Daus1 y Horacio A. Difrieri2, respaldando el nombre propuesto inicialmente
por Stelzner, en alusión a las montañas «que se levantan en medio de las pampas, como las islas en el
mar»3.
Una segunda connotación, de firme raigambre en el paisaje, tiene que ver con la presencia
distintiva de oasis irrigados que se intercalan entre las sierras, en las tierras propicias. Por lo general,
dichos oasis no poseen, relativamente, grandes dimensiones, si se los compara con otros existentes
en diferentes ámbitos de la Argentina. Por tal razón, Daus señalaba «las diferencias entre los ríos
prohijados por las sierras y los que nacen al arrimo de las cordilleras con nieves persistentes:
aquéllos engendran los oasis chicos y menguados, como imagen de los ríos, sus progenitores; los
otros dan vida a los grandes oasis, rebosantes y sanguíneos, como sus ríos padres. Frente a frente, los
oasis pobres y los oasis ricos no parecen ser especies del mismo géne-ro»4. Esta distinción liminar
debe retenerse para comprender la caracterización geográfica actual de la región.
Quedan sobreentendidos en lo anterior dos rasgos definitorios esenciales: la compartimenta-
ción provocada por una geomorfología peculiar y la escasez de recursos hídricos, íntimamente
relacionada, por cierto, con las condiciones climáticas. Con tales elementos y otros imputables al
proceso de desarrollo de la región —que veremos más adelante— es explicable que las actividades de
los grupos hayan experimentado limitaciones en los tres horizontes principales de aprovechamiento
económico: ganadería extensiva, agricultura adaptada y minería incipiente.
La conjunción de estas variables, que confieren un sello propio a la región, autoriza a titularla
según lo propuesto en este capítulo. Tomando como base esa conexión entre las actividades y el
marco natural, eventualmente aplicable a otros sectores situados en el Noroeste argentino, ya
habíamos adoptado una delimitación equiparable en cierto grado a la que se seguirá en este caso5.
Toda región, como sistema abierto, mantiene contactos estrechos con los espacios inmediatos y
crea flujos dinámicos de intercambios de diferente tipo. Esto es mucho más destacable en las
sierras pampeanas, enclavadas totalmente en el interior de la Argentina y conectadas de modo
estrecho a cuatro regiones colindantes. Las imbricaciones son claras con respecto al Noroeste,
definido históricamente, con el cual se superponen prácticamente en toda la parte occidental de
Catamarca. Cabe también apuntar el tránsito espacial poco advertible hacia lo pampeano, en
Córdoba y San Luis6.
Seis provincias argentinas quedan insertadas en esta delimitación: La Rioja casi completa-
mente, salvo una delgada faja occidental en la cordillera; la mitad norte de San Luis; la franja de
ubicación longitudinal al este de la Sierra de Comechingones, en Córdoba; el este de Catamarca,
prolongado hacia el poniente en una estrecha banda meridional; el ángulo suroeste de Santiago del
Estero; y el este de San Juan vertebrado por la sierra de Valle Fértil. Lo adoptado según esta
perspectiva basada en criterios de homogeneidad pretende condensar las incidencias de lo físico, de
las modalidades de la ocupación humana y del grado de desarrollo. Con respecto a lo que, de acuerdo
con las condiciones naturales, suelen llamarse sierras pampeanas, a veces no hay coin-cidencia por
defecto, como ocurre con el norte de Catamarca, en donde se soslayan algunos cordones como los de
Belén y Fiambalá; otras, por exceso, como se advierte en La Rioja, en la cual son verdaderos espacios
limites los representados, por ejemplo, por las sierras de Jagüel y Umango, pertenecientes
geológicamente a la precordillera.
A los efectos del manejo estadístico, este cuadro ya descrito no se adecúa, como es lógico, a las
divisiones administrativas provinciales, en este caso a las áreas departamentales. Con esta salvedad,
517
Para poder interpretar la organización de este espacio regionales prioritario ocuparse de las
condiciones naturales. Esto no significa subalternizar la acción de.los grupos humanos, sino elegir,
como guía de demostración de un complejo, aquello que orienta en mayor medida la incorporación
explicativa de los diversos ingredientes. En efecto, son las características especiales de la geo-
morfología de las sierras pampeanas y la escasez de los recursos hídricos —ambos por otra parte,
compenetrados— las dos variables más significativas, que intervienen no sólo en el proceso de
poblamiento sino también en la integración actual del sistema: sus movimientos, sus redes de
comunicación, las jerarquías funcionales de sus centros de población, y la acentuada diversifica-ción
de las superficies ocupadas por los diferentes usos del suelo. La relación espacio-tiempo apunta
aquí a señalar el escaso progreso, el mantenimiento de fórmulas económicas aparente-mente
anacrónicas; pero que en realidad responde a la herencia del medio físico y de una evolución en gran
parte bloqueada.
Desde el punto de vista geomorfológico, el estudio de la estructura actual de las sierras pam-
peanas debe partir del basamento cristalino de Brasilia, en cuyo borde occidental se encontraba la zona
que ríos ocupa. Litológicamente toda el área muestra la presencia llamativa y dominante de las rocas
metamórficas esquistosas, representadas esencialmente por el gneis, en sus diversos tipos, y de las
intrusiones graníticas que dan lugar a relieves singulares. Sobre estos testimonios del precámbrico, los
períodos geológicos posteriores colocaron en discordancia una gran variedad de materiales, cuya
descripción detallada excede los alcances y los objetivos de este capítulo y ha sido objeto de
numerosas investigaciones. Suele darse relevancia a los rojos estratos de Paganzo, permotriásicos,
ostensibles por su colorido en varios sectores; a los estratos terciarios calchaqueños, constituidos
por areniscas, arcillas y conglomerados, y a las efusiones volcánicas coincidentes con el plegamiento
terciario, con las andesitas que forman, por ejemplo, la serie de cumbres volcánicas que se desarrollan
en San Luis, desde el Tomolasta hasta El Morro, y en Córdoba, al oeste de la sierra de Pocho,
siguiendo la línea de fracturas que permitió la ascensión de los mate-riales.
Tectónicamente, cabe señalar los dos movimientos principales que elevaron las sierras: en el
paleozoico, con el plegamiento caledónico, y en el terciario, con la orogenia que influyó decisiva-
mente en la conformación presente. La historia geológica se completa, brevemente, teniendo en
cuenta la acción erosiva que en el mesozoico redujo el relieve a peniplanicies, superficies arra-
sadas que forman hoy, en gran medida, el techo de bloques elevados.
Hay que detenerse, pues, en la modificación profunda que significaron los movimientos más
modernos, porque allí está la clave de las formas actuales. Esto lo resume muy bien Frenguelli, con
respecto a lo que él denomina sierras peripampásicas: « [...] forman un arco abrazando la gran
llanura pampásica con su concavidad. Parecerían escalonadas alrededor de un antiguo borde
continental rígido o, si se prefiere, representan el borde mismo de este continente roto por intensos
procesos diastróficos. Los bloques, derivados de su fragmentación epirogénica, durante los tiem-pos
geológicos recientes (terciarios y cuaternarios) en parte se levantaron, formando relieves a menudo
con forma de pilares (Horst), y en parte se hundieron constituyendo depresiones en forma de fosas
(Graben) o de cuencas (Wannen), en ambos casos con caracteres de 'bolsón' »7. El contraste entre
las partes elevadas y las deprimidas está marcado claramente por el rechazo vertical de las fallas, que a
veces acusa miles de metros. Las sierras, por lo demás, han alimentado a esas depresiones relativas,
rellenándolas con depósitos provenientes de su desgaste por diversos agentes de erosión. La rigidez
de los materiales subyacentes, en relación con el impacto de las fuerzas tectónicas actuantes desde
occidente en este plegamiento de la cordillera andina, ha provocado la existencia de fallas, sobre
todo de dirección meridiana, y un alineamiento consiguiente de las montañas, aunque localmente se
notan diferencias sobre las cuales se insistirá.
Nos interesa ahondar en la morfología resultante de estos vaivenes estructurales, porque po-see un
gran valor de demostración para las hipótesis generales que nos habíamos planteado. Una intrincada
alternancia de montañas y planicies, entendiendo estas últimas en el sentido genérico de superficies
520
inmediato de la sierra de Comechingones. Del mismo modo, se toma en cuenta lo que representa,
posicionalmente, la punta o puntilla de la sierra, donde ésta se sumerge en los bolsones, en alturas
variables, no inferiores a los 500 m. Esta última precisión ha quedado clara-mente en el frondoso
nombre que se impuso, al fundarla, a una capital provincial: San Luis de la Punta de los Venados
Nueva Medina de Río Seco.
La necesidad de tipificar este cuadro sierripampeano no debe hacernos olvidar que hay nu-
merosos matices que marcan diferencias en lo físico y, por supuesto, en lo humano. Basta señalar, por
lo pronto, el agudo contraste de tamaño de los bolsones, de tanta proyección en las posibili-dades
de aprovechamiento. Entre los estudios con metodología regional consagrados a estos espacios
característicos, podemos contraponer —en este aspecto de las dimensiones— los ejemplos de
Sanagasta y Velasco. El primero, un pequeño oasis en el centro de la provincia de La Rioja, a 27 km
de su capital, tiene un eje mayor N-S de 7 km y un ancho máximo de 3 km11. Por el contrario, el
campo de Velasco, también riojano, extendido entre las sierras de Famatina y Velasco, posee una
longitud de 150 km en el sentido N-S, y un ancho variable entre 15 y 30 km, con una superficie
estimada de 3.000 km2.12 Con mayor razón al lado de oasis «confetti» —como se los denominó
mucho tiempo en la literatura geográfica francesa13— están los amplios valles tectónicos, como el de
Concarán14, con más de 5.000 km2, o la depresión de Balde, entre el bloque de San Luis y el
alineamiento Gigante-Alto Pencoso al oeste, que abarca alrededor de 6.000 km2. Por cierto que el
entremezclamiento, sobre todo en La Rioja y Catamarca, multiplica la escala factible en la sec-
torización, por cuanto los conjuntos mayores pueden ser divididos para abocarnos a la considera-ción
de reductos muchas veces minúsculos. El bolsón de Andalgalá, por ejemplo, con sus sub-cuencas,
suma más de 10.000 km2
La compartimentación repetidamente mencionada es, pues, una característica muy destacable de
la morfología y lleva en sí dificultades para los movimientos de los grupos humanos. A ello debe
agregarse —como un efecto derivado de la conjunción de clima y relieve— la escasez de recursos
hídricos.
Toda esta región fragmentada queda incluida en la llamada diagonal árida sudamericana. Tal
como ha sido precisada en la división regional de Roccatagliata que guía a este libro, se extiende más
o menos entre los 27°30' y 33°,30' de latitud sur. Para Una primera aproximación de sus ca-
racterísticas térmicas y pluviales, podrían indicarse de entrada los recorridos de isotermas medias
anuales —10° y 20o— y de isohietas también anuales —500 mm y 200 mm— que la circunscri-
ben15.
Este espacio está sometido a cuatro centros de acción que generan los tipos de tiempo que se
eslabonan a lo largo del año. Por un lado, se trata de las masas de aire provenientes del Atlántico Sur,
cálidas y húmedas, cuya gravitación es decisiva para explicar las condiciones térmicas y la
distribución de las precipitaciones; por el otro, el aire frío y seco del SW arriba, desde el Pacífico,
después de haber descargado su humedad en los contrafuertes montañosos de la cordillera aus-tral. A
ello incorporamos los avances aportadores de frío y humedad desde el SE (sudestadas). Finalmente,
una influencia que afecta especialmente a esta área es la que corresponde a la de-presión del noroeste,
con airé cálido y seco que origina a veces períodos prolongados de buen tiempo, acentuadamente
calmo.
En lo que concierne a la temperatura se pueden marcar las lógicas diferencias entre sierras y
bolsones, debidas a la influencia de la altura. En sí, el régimen térmico no representa obstáculo para la
instalación del hombre, si bien en ciertos sectores del norte se dan máximas absolutas, en verano, de
más de 40°, lo cual suele ir acompañado de una continentalidad acusada que da lugar a descensos
pronunciados en las noches. El invierno es suave en las zonas más bajas y sólo en contadas
oportunidades se registran mínimas de hasta -10°C. Por cierto, es prácticamente impo-sible realizar un
balance válido para una región tan vasta -240.000 km2, como se dijo- y con tal multiplicidad de climas
locales. A modo de ejemplo y para indicar marcas que se reiteran en otros lugares, valgan los registros
522
siguientes, que tratan de abarcar, como muestras, puntos situados en el centro y márgenes de la
región16:
TEMPERATURA (°C)
de San Luis, pero su trayecto principal lo efectúa luego por la llanura, hasta terminar en el sur de
Córdoba, en los bañados de La Amarga.
En el marco mismo de los bolsones, los cursos de agua poseen características muy particu-
lares, entre las cuales cabe destacar el escaso caudal y la disimetría ue las vertientes, por cuanto los
más importantes son generados en los faldeos orientales de las sierras. Lo más ilustrativo, por sus
implicaciones terminantes en materia de posibilidades de aprovechamiento, es el magro caudal
señalado. A modo de ejemplo, citemos en La Rioja al Famatina (0,8 m3/seg.), de Oro o Sarmiento
(0,6). Miranda (0,6) y de los Sauces (0,3), que surte a la capital; en Catamarca, al Andalgalá (0,9 m3/
seg.), Belén (1,6), Albigasta (2,1) y del Valle de Catamarca (4,5); en San Luis, al Quines (2,0 m3/
seg.) y Conlara (1,9); en Córdoba, al Cruz del Eje (3,0)20. La provincia de La Rioja, incluida
prácticamente en su totalidad en esta región, suma caudales de escurrimiento superficial de sólo 13
m3/seg., los más bajos del país. Bastan tales datos para confirmar aquella caracterización de oasis
pobres a que se aludió al principio. En efecto, el contraste es enorme si comparamos con Mendoza y
San Juan, cuyos ríos, alimentados por los deshielos cordilleranos, alcanzan módulos anuales que
oscilan entre los 30 y 40 m3/seg., e incluso se adjudican al San Juan 68 m3/seg y al Mendoza
53m3/seg.21
El panorama acuífero no es, en definitiva, alentador., Se ha apelado a dos opciones obvias para
mejorarlo; el atesoramiento del líquido en embalses y, la sistematización del riego, por un lado; la
utilización de las napas subterráneas, por el otro. Las variadas formas de contención y de
conducción del agua se advierten en la construcción de presas importantes y, en otros casos, de
derivaciones sencillas en cauces menores, como lo sonlos llamados diques de parrilla. Sin llevar a
cabo un inventario, merecen mención las obras sobre el río Primero (dique San Roque), Segundo
(Los Molinos), Quinto,(La Florida), Cruz del Eje (de igual nombre), Los Sauces; en Villa Dolores
(Las Viñas), Conlara (San Felipe), Volcán y Puquios (Cruz de Piedra), del Valle (Pirquitas)22. Estas
realizaciones —y otras menores cuya enumeración sería extensa— cumplen con la finalidad,
lograda integral o parcialmente según los casos, de servir de protección frente a las crecidas, aportar
al riego sistematizado y producir energía. Con respecto a este último objetivo, con la
hidroelectricidad se han conseguido producciones altamente significativas, especialmente las
obtenidas en la Córdoba serrana.
El riego es esencial en estás extensiones en las que los cultivos de secano, son excepcionales,
limitados por el monto y la distribución de las precipitaciones a lo largo del año. Pero la capacidad
de irrigación en los reducidos ambientes áridos se mide en cantidades pequeñas, pese a la
ampliación conseguida con obras especiales y con el auxilio del agua subterránea. No obstante, en
los oasis evolucionados que disponen de infraestructura favorable, el paisaje muestra la trama de
canales y acequias que procuran un mejor aprovechamiento. En los medios más secos, con gran
escasez de aguas superficiales —como ocurre en los llanos de La Rioja— se recurre a fórmulas
precarias, con simples represas excavadas en el terreno, para utilizar las crecientes.
El empleo del agua subterránea se ha acrecentado en los últimos años en todas partes. Responde
a una demanda en progreso irreversible, porque ya no se trata sólo de agricultura sino también de
satisfacer las exigencias del aprovisionamiento de las ciudades, cuyo constante au-mento de
población significa una competencia temible. En las urbes más populosas, el consumo de agua por
habitante es apreciable y alcanza características de despilfarro por la desaprensión con que se
maneja en el uso doméstico, y en el riego privado y público. La capital de La Rioja, por ejemplo,
que en 1970 tenía 40.836 pobladores, en 1980 llegó a 66.826. En ella, se calcula el consumo medio
diario de agua en más de 600 litros por persona, y los apremios fueron agobiantes hasta obligar a
perforaciones en pleno centro, lo cual proporcionó un alivio, al menos momentáneo.23
Colocadas las condiciones naturales en primer plano, porque pensamos que han constituido un
impedimento considerable para la organización del espacio sierripampeano, habría que analizar a
continuación cómo el hombre ha enfrentado este marco y hasta dónde ha arribado en el intento de
ordenarlo.
525
El proceso del poblamiento en esta región fragmentada se identifica con la insuficiencia, tanto
de habitantes como de horizontes económicos. Ambas circunstancias han impedido una apertura amplia
al exterior y han conducido a la constitución de colectividades enclavadas, en muchos casos
orientadas hacia una economía de subsistencia.
Estas dificultades tienen históricamente una larga vigencia. Desde un punto de vista relativo,
el ámbito sierripampeano conoció épocas en que gravitó en mayor medida en el plano
interregional, acompañando en esto al auge, en el período hispánico, del actual Noroeste argentino.
La cons-tante, sin embargo, ha sido esta especie de marginación provocada, en primera instancia, por
un medio natural de difícil penetración y sin riquezas ostensibles.
A la llegada de los españoles a estas tierras, no existían indígenas a los que puedan
atribuirse manifestaciones culturales empinadas. Nos interesan, por cierto, geográficamente, desde el
momento en que entroncan con algunas modalidades de ocupación del suelo que llegan hasta
nuestros días. Comechingones en las sierras de Córdoba y en el oriente de San Luis, olongastas en
los llanos de La Rioja, sanavirones en el sur de Santiago del Estero, diaguitas en el oeste de La Rioja
y en Catamarca: todos ellos eran cultivadores sedentarios y algunos habían recibido la influencia
incaica. Son dignos de mención sus sistemas de riego, aunque incipientes, y la construcción, de
andenes para la actividad agrícola.
A partir de la llegada de los conquistadores hispanos, que utilizaron a los aborígenes
como mano de obra, comienza un lento y complicado proceso de instalación. En aquel siglo XVI,
con el apoyo vital del agua, se crean modestos oasis dedicados a la agricultura de
subsistencia, que contemplaba la producción de cereales, de frutas y hortalizas, y de la vid
impulsada, sin duda, por razones religiosas.
Como es sabido, en los comienzos de la penetración, el poblamiento del noroeste argentino
provino de Lima, sea directamente o, a través de la vía del Pacífico, por Chile. Una serie de
fundaciones —algunas de corta existencia— expresan ese impulso, pero sólo dos de ellas —
Londres, en Belén, (Juan Pérez de Zorita, 1558) y La Rioja (Juan Ramírez de Velazco, 1591) —
correspon-den a la región que hemos delimitado. El resto la contornean por el este Santiago del
Estero (1553), San Miguel de Tucumán (1565),Córdoba del Tucumán (1573), Salta (1582) y San
Salvador de Jujuy (1594), así como otras diez que desaparecieron o fueron trasladadas.
Posteriormente, hasta mediados del siglo XVIII, la conexión con el Alto Perú se refuerza
con-siderablemente y una nueva actividad se incorpora, esta vez reclamada por una fuente de
riqueza que adquiere una expansión notable: la plata de Potosí. Aun con altibajos, esta explotación
llenó un período importantísimo de la historia de la actual Bolivia y dio lugar a la constitución de una
extensa área a su servicio, para el abastecimiento, por medio de una verdadera red de localidades y de
comunicaciones. A mediados del siglo XVII, la ciudad de Potosí contaba con 160.000 habitantes y era
un polo vitalizador: «Sucesivas corrientes colonizadoras extendieron un rosario de poblaciones hacia
el sur, varias de ellas capitales provinciales de la Argentina contemporánea. Durante dos siglos
tuvieron como principal rubro de comercio la exportación de muías a Charcas».24
Toda la gobernación del Tucumán participó de este impulso que dio fuerza a la ganadería
ex-tensiva y. en particular, a la cría de mulas. Durante mucho tiempo el traslado hacia el norte
alcanzó anualmente una cifra aproximada a 30.000 mulas. Este lapso coincide con la fundación
de asen-tamientos que han subsistido hasta nuestros días, entre ellos Andalgalá (1657), San Fernando
del Valle de Catamarca (1683) y Chilecito (1715).
La decadencia de la actividad minera de Potosí se produce en el siglo XVIII en relación dialéctica
con el encumbramiento de Buenos Aires y la pampa, que significará un vuelco definitivo del centro de
gravedad hacia el Atlántico. Son muy conocidas las razones de esta profunda transformación,
que debemos recalcar porque condujo al estancamiento, e incluso en ciertos aspectos al
retroceso, del ámbito sierripampeano. El cierre de la etapa hispánica, en 1810, encuentra a esta
región privada de
526
posibilidades de despegue. La interrupción del tráfico con el Alto Perú y la mira puesta
decididamente en los países europeos, acarrearán, por varios decenios, un descuido del interior, un
abandono a su propia suerte, en la medida en que la Argentina se incorpora a los circuitos
internacionales por la vía atlántica. Esto trajo, necesariamente, el bloqueo de esta eco-nomía basada
en fórmulas agropecuarias extensivas y en una artesanía que no podía competir con estructuras más
evolucionadas.
Interiormente, este ensamble intrincado de montañas y planicies no logró superar, en el período
hispánico, sus limitaciones. La escasa densidad demográfica es causa y efecto, a la vez, de un muy
modesto desarrollo. Las cifras de población son muy expresivas, como lo son asimismo las
modalidades en el uso del suelo y el ínfimo aprovechamiento de los recursos naturales.
Es prácticamente imposible obtener datos exactos de población, por razones obvias, así como
discriminar con claridad los porcentajes de blancos, indígenas, mestizos, negros y mulatos. No
obstante, frente al deslinde adoptado para nuestro caso, un cálculo grueso basta para demostrar el
desamparo en que vivían aquellos pobladores. Según la estimación de Diego G. de la Fuente25, en
1809, la población total, en el territorio que hoy constituye la Argentina, era de 405.611 habitantes. Si
consideramos las jurisdicciones que nos interesan -pertenecientes en aquel momento a las
intendencias de Salta del Tucumán y Córdoba del Tucumán —y eliminamos en el caso de Córdoba y
San Juan un buen porcentaje que, sin duda, correspondería al área de atracción de sus capitales, nos
quedarían más o menos 120.000 habitantes, es decir, uno cada dos kilómetros cuadrados. Esto
sugiere, indudablemente, un desgranamiento de instalaciones humanas que, en respuesta a tendencias
gregarias, se materializó en pequeños caseríos y en unos pocos núcleos mayores,
fundamentalmente en las cabeceras: Santiago del Estero (3.220 hab.), La Rioja (2.021), San
Fernando del Valle de Catamarca (5.971) y San Luis (3.818).26
Más cerca de nosotros, el siglo XIX introdujo modificaciones sustanciales en el panorama so-
cioeconómico de la República Argentina, las cuales también alteraron, lógicamente, las condiciones
de existencia de nuestra región central, pero no produjeron una remoción altamente transformadora en
ella, a diferencia de lo que ocurrió señaladamente en la pampa y en Cuyo.
Tanto el ferrocarril como la inmigración, dos circunstancias de influencia decisiva en otras partes,
apenas rozaron el mundo sierripampeano. Sólo aparecerán, con intermitencias, los intentos en pos de
una minería descollante, intentos que, salvo florecimientos puntuales en el siglo XX, caerán en un
aletargamiento general, aún hoy a la espera de una revitalización anhelada.
Con respecto a esto último, forma parte de las virtualidades que permitirían el mejoramiento
económico de la región, pero que sufren los inconvenientes de una carencia de espíritu empresarial y el
relegamiento frente a otras actividades arraigadas en las tradiciones argentinas. Hay logros rescatables
signados, lamentablemente, por la discontinuidad históricamente, cuatro ejemplos pueden ser
destacados, desde comienzos del siglo XIX, los cuales atestiguan la potencial riqueza minera. El cobre
de Famatina, cerca de Chilecito (La Rioja) fue explotado con intensidad en la mina La Mejicana en la
centuria pasada, incluso con inversiones considerables en instalaciones, posteriormente abandonada
ante la falta de rentabilidad de la explotación. Cerca de Andalgalá (Catamarca), la mina de Capillitas
dio lugar desde 1856 a una prometedora extracción de cobre, que fue fructífera hasta principios de este
siglo y permitió exportaciones que alcanzaron cifras apreciables (3.100 t en 1908), así como favoreció
la implantación de fundiciones como la de Pilciao. Esta actividad continúa hoy, en una escala reducida.
En fin, en San Luis trascendieron ya desde 1784 las perspectivas muy alentadoras de obtención de oro
en San Antonio de las Invernadas, lo cual otorgó fama al distrito La Carolina durante todo el siglo
XIX, en un tono menor, hasta desaparecer casi por completo al término de la centuria.27 También en
San Luis, la historia del wolframio o tungsteno señala períodos positivos, pero muy vinculados a
coyunturas favorables. Desde principios de nuestro siglo, su explotación cobró vuelo, con intervención
de capitales extranjeros, en directa relación con las dos guerras mundiales y con la de Corea. La mina
Los Cóndores, próxima a Concarán, centro de la actividad, hoy está prácticamente abandonada,
víctima de las manipulaciones de los consorcios internacionales, y han pasado al recuerdo, en un
paisaje sugestivo, los albergues que llegaron a recibir a 1.500 obreros.28
Una ganadería extensiva como fondo expandido prácticamente por toda la región, una agricultura
de subsistencia apoyada en los menguados recursos acuíferos, una minería llena de altibajos y presente
sólo en reductos aislados, una artesanía consumidora del excedente de mano de obra: tales son,pues,
527
los legados transmitidos hasta nuestros días a esta región central argentina, como resultado de una
conquista del espacio enfrentada a obstáculos naturales y a un proceso de desarrollo económico que la
fue relegando.
Un reflejo de estas circunstancias se evidencia en las pautas de población.
Conviene retomar algunas connotaciones poblacionales y buscar ahora las bases para su
interpretación en las fuentes confiables proporcionadas por los siete censos nacionales: 1869, 1895,
1914, 1947, 1960, 1970 y 1980.
De acuerdo con los objetivos de este estudio y las hipótesis trazadas, dos aspectos merecen
una mayor atención dentro de este tema: el débil potencial demográfico y la permanente pérdida de
población originada por una emigración impulsada por la inexistencia de factores sólidos de arraigo.
Ante todo, y en comparación con otras regiones de, la Argentina, hay que mencionar la reducida
cantidad de habitantes que alberga. Nuestros cálculos, para los 52 departamentos que compo
nen administrativamente la delimitación escogida, dan para el censo de 1980 una población total
de 1.822.835 habitantes, lo cual representa porcentualmente el 2,95 del país. Una doble reflexión
surge, según se anticipó en páginas anteriores: el retroceso en la importancia relativa de este conjunto,
que en 1869 cobijaba al 14,2% de los argentinos y aun en 1914, al 5%; su posición re-zagada si
le oponemos el caso de la pampa (35%de la población total en 1980) y, por cierto, el del Gran
Buenos Aires (35,8%).
Este retraso es el resultado de tasas de crecimiento permanentemente bajas y muy inferiores a las
generales del país en los diferentes censos, como se puede entresacar de las cifras que se consignan y
de la comparación en lo que concierne al aumento medio anual intercensal:
Los crecimientos medios anuales son manifiestamente inferiores a los del país salvo en el último
período intercensal. Sin duda, esto guarda íntima relación con los movimientos migratorios, de efecto
visiblemente negativo. La región que nos ocupa se ha beneficiado muy escasamente con
la incorporación de extranjeros en el período de la gran inmigración y, en consecuencia, su dinamismo
demográfico quedó librado al juego de la natalidad y la mortalidad de los nativos, perjudicado a su
vez por un éxodo continuo de población, la mayoría en las edades productivas. El porcentaje de
extranjeros ha oscilado en los últimos cien años entre 0,5 y 1, y sólo en el momento culminante en que
la Argentina contaba con un 30% de ellos (censo de 1914), La Rioja y Catamarca llegaban al 2%,
Santiago del Estero al 4%, y San Luis, la provincia más directamente vinculada a las corrientes
pobladoras del este, al 9%. Sobre un fondo racial muy mezclado, que registra en la etapa hispánica las
aportaciones apreciables de negros y mulatos —añadidas a blancos y naturales—, la composición
étnica mantuvo el mestizaje intenso de esa época, con el exiguo agregado de nuevas nacionalidades
528
durante el siglo XIX. Este panorama forma parte de la llamada «revolución demográfica»
provocada por la incorporación masiva de europeos hasta 1930, que favoreció sobradamente el
desarrollo de la región pampeana y perjudicó al ámbito sierripampeano con el doble impacto de la
desorganización económica y de la emigración hacia esas zonas prósperas.
Es un lugar común referirse a las provincias de La Rioja, Catamarca, Santiago del listero y
San Luis como expulsoras de población. Con algunos altibajos y variantes locales, es tónica
consustancial a ellas. Esta situación repetida concierne a migraciones internas ya
manifestadas desde principios de esta centuria, pero que al comienzo no respondían tan
claramente a una desigual fuerza de atracción. Desde 1914 se advierte cada vez más
nítidamente el papel polarizador de Buenos Aires, el cual se acentúa desde la década del 40 en la
medida en que su función industrial y de servicios se magnifica. Para nuestro caso, el impacto es
muy llamativo en el período inter-censal 1960-1970, durante el cual la región tuvo una tasa de
crecimiento medio anual de 2,60% (19.311 habitantes de incremento en números absolutos) frente
a un 14,3% del conjunto del país. El saldo de migración neta de nativos fue negativo para las
cuatro provincias mencionadas: La Rioja -27.397, Catamarca -31.332, San Luis -25.396 y
Santiago del Estero -104.675, con tasas corres-pondientes de -20,8% -23,1, -14,2 y -21,3 por
mil31. Por cierto que no fueron las únicas provincias que sufrieron éxodos considerables, pero el
gran receptor fue, en este lapso, Buenos Aires, que recibió el 86% de los migrantes, de los cuales el
50%oscilaba entre 15 y 29 años.32
Cabe consignar que en el período 1970-1980 se ha producido una recuperación notable, que señala
tanto una pérdida de dinamismo de las áreas tradicionalmente acogedoras como la resonancia evidente
de un mejoramiento expectante de la economía, especialmente con el impulso industrial de los últimos
años. En este sentido resultan sintomáticos los incrementos casi espectaculares de las capitales
provinciales.
Ya se aludió al débil potencial demográfico. Se traduce en laxa ocupación del territorio. Si para
1869 los cálculos arrojan una densidad de 1,13 habitantes por km2, poco se ha progresado poste-
riormente, ya que en 1947 se había llegado a 2,58 y en 1980 a 3,49. De todos modos, está superación
cuantitativa no significa un refuerzo organizado del poblamiento, sino que el problema entronca
directamente con la repartición de los habitantes y, muy en particular, con las relaciones entre
población urbana y rural. En efecto, si dejáramos de lado la concentración en las capitales provinciales
insertas en nuestra delimitación —La Rioja, San Fernando del Valle de Catamarca y San Luis— esa
densidad disminuiría, en 1980, a 2,84. Se mantienen, por consiguiente, las modalidades predominantes
de instalación en viviendas aisladas, caseríos o pueblos que fincan la ex-plotación de su suelo en
fórmulas precarias.
Lo anterior queda atestiguado por la primacía, acrecentada sin pausas, de la población urbana, con
su concentración y sus funciones características, frente a lo cual el resto de los pobladores se dispersa,
sumido a veces en un verdadero desamparo espacial. Si aceptamos el criterio estadístico de considerar
como ciudades a aquellos asentamientos que registran más de 2.000 habitantes, nos encontraremos con
que, en el censo más reciente, hay un 62,8% de urbanos y un 37,2 de rurales. Pero, al mismo tiempo, la
ciudad no aparece sino esporádicamente como forma de ocupación; por el contrario, como si fuera una
respuesta a este espacio físicamente compartimentado, se enseñorean las extensiones vacías y los
grupos menores. La Rioja y Catamarca ejemplifican este contraste. La primera, además de su capital
(66,826 habitantes en 1980), únicamente ostenta seis centros que superen los 2.000: Chilecito
(14.010), Chamical (6.333), Chepes (4.775), Aimogasta (4.640), Villa Unión (2.356) y Nonogasta
(2.154). Por su parte, Catamarca alberga en su cabecera provincial a 88.432 habitantes y luego acusa
también seis localidades con más de 2.000 personas; Tinogasta (7.859), Belén (7.411), Andalgalá
(6.853), Santa María (5.380), Recreo (3.502) y Chumbicha (2.473). Aunque algunas de estas
poblaciones escapan a nuestra jurisdicción, expresan igualmente esa comentada centralidad. En La
Rioja hay once localidades con cifras de pobladores que varían entre 1.000 y 2.000; en Catamarca, 17.
Aun teniendo presente que, en estas provincias, estos nudos mayores suman el 70% de la población, la
superficie que abarcan es reducida y queda, por lo tanto, un enorme espacio librado a otros modos de
ocupación.
529
530
De acuerdo con una característica general en nuestro tiempo, también aquí se ve confirmada la
preferencia por las grandes aglomeraciones, manifestada por el papel absorbente de las tres que están
incorporadas al área sierripampeana; pero que incide, igualmente, de modo ostensible a través de la
atracción que ejercen las capitales de San Juan, Santiago del Estero y Córdoba, las tres en posición
expectante en la periferia de nuestra región. En 1980, el Gran Córdoba poseía el 40,78% de la
población total de su territorio provincial; Santiago del Estero, el 24,93%; y el Gran San Juan, el
62,33%. La absorción creciente se evidencia en el proceso de crecimiento. San Fernando del Valle
de Catamarca aumentó su población en un 27% entre 1960 y 1970, y en un 37% en el último período
intercensal 1970-1980; La Rioja lo hizo en un 30 y un 45% en los mismos lapsos; y San Luis, en
un 26 y un 39%. Como culminación, en 1980 San Fernando del Valle de Catamarca albergaba el
42,57% del total provincial; La Rioja, el 40,69; y San Luis, el 32,94.
En suma, en el plano espacial, la población se inscribe muy débil y desigualmente, mostrando una
desequilibrante macrocefalia, y un hábitat disperso para asentamientos normalmente separados por
distancias considerables, lo cual crea inconvenientes. Esta ocupación precaria del suelo trasunta, entre
otras cosas, dificultades en los movimientos y redes de circulación, escasa y malamente articuladas.
En esta región, los problemas para la comunicación interna y para los contactos con el exterior
quedan ya esbozados de entrada si tenemos en cuenta la estructura compartimentada en sierras y
bolsones. Por otra parte, extensas superficies de difícil ocupación y travesía se presentan reite-
radamente, sean los campos áridos y extremadamente desolados —como el del Arenal—, sean los miles
de kilómetros cuadrados invadidos por las salinas.
Los movimientos de todo tipo se han visto, pues, trabados por estos impedimentos. Pero,
además, la impronta humana atestigua una gran reticencia en el apoderamiento efectivo de este
espacio, casi constantemente soslayado por las corrientes de circulación. Se ha mantenido así, a lo largo
de la historia, una configuración particular que prácticamente reforzó el tendido oriental y
meridional de vías de comunicación, envolventes con respecto a estas sierras pampeanas cercadas
al oeste por los inmensos vacíos de franjas montañosas de complicado acceso33. Así se actuó,
durante el período hispano tanto como durante la irrupción pobladora del ferrocarril y la
consolidación de la trama caminera en este siglo.
Las corrientes conquistadoras y colonizadoras de los siglos XVI y XVII, provenientes del Perú y de
Chile, procuraron afirmarla presencia española con una serie de fundaciones que, obviamente,
respondían a los patrones materiales y espirituales que los guiaban. Sin entrar en el detalle de las
ciudades creadas, es muy sabido que la línea orientadora, estratégicamente adoptada34, prefirió la
inflexión hacia el sureste anudada por urbes, vigentes hasta hoy —Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del
Estero, Córdoba— y la marcha hacia el este marcada por San Juan, Mendoza y San Luis. En las sierras
pampeanas sólo supervivió La Rioja, mientras que otros asientos tuvieron existencia efímera,
señaladamente en el caso de Londres, cuyo traslado final sería, bastante más tarde, el origen de San
Fernando del Valle de Catamarca (1683)35. Los caminos principales, en consonancia con lo anterior,
bordean nuestra área y digitan tímidos apéndices hacia el interior.
El mismo diseño se percibe si aludimos a la red ferroviaria nacional. Es de sobra conocido que
razones de tipo económico y, en algunos casos, estratégico, condujeron a la elección de los tramos
considerados vitales. También en este caso es la región pampeana la que muestra una densificación
mucho mayor, incorporando líneas que unen los puertos y las zonas de cultivos, como lo testifi-ca el
croquis ferroviario del área de los cereales36. En contraposición, la extensión serrana central, falta de
incentivos en vista del comercio exterior de la época, sólo fue rozada tangencialmente. Hacia el
oeste, desde Buenos Aires, el tendido hacia la cordillera de los Andes se hizo tomando como
eslabones principales a Justo Daract, Villa Mercedes, San Luis, La Paz y. Mendoza (hoy F. C. G. San
Martín); con rumbo norte, se pasó por el borde oriental de las sierras en Córdoba, La Rioja y
Catamarca, para proyectarse desde la ciudad de Córdoba hasta Tucumán, Salta y Jujuy (hoy F.C.G.
Belgrano). Ésta trama sustancial, llevada a término fundamentalmente entre 1875 y 1900, se
complementó, sin mucha convicción, con ramales que penetraron, sorteando las sierras, para alcanzar
531
ciertas localidades: desde Villa Mercedes hacia el norte a La Toma y Villa Dolores; desde Córdoba,
por Cruz del Eje, con trocha angosta, hasta Chilecito, Tinogasta y Andalgalá, empalmando con las
capitales provinciales. La Rioja y Catamarca, así como a partir de Serrezuela se procuró la conexión
con San Juan y Mendoza, con apéndices hasta San José de Jáchal y Quines. Cabe acotar que todos
estos ramales llenaron una sentida necesidad, aun con su funcionamiento precario, en el primer tercio
de este siglo; pero posteriormente fueron limitando su misión al transporte de cargas y,
finalmente, perdieron gravitación hasta el extremo de que ciertos recorridos se han eliminado.
Mientras tanto, los caminos han ido cobrando creciente importancia y hoy vertebran lo esencial de
los movimientos. Las rutas, particularmente desde que la pavimentación ha agilizado conside-
rablemente el tránsito, son el elemento de apertura más utilizado y más eficiente. No obstante, cabe
distinguir dos alternativas, ambas igualmente incorporadas al paisaje sierripampeano e insertas
claramente en su identidad.
En primer lugar, la vinculación de ciertos valles y planicies, sin obstáculos significativos de
montañas intermedias, ha facilitado la construcción dé rutas troncales, cuyo trazado responde
también a solicitaciones de tipo histórico, político y económico, en cuanto unen los núcleos de más
intensa gravitación. En el último decenio se ha completado el asfaltado de carreteras que han re-
forzado los ejes longitudinales N-S, conectando así a La Rioja y San Fernando del Valle de Ca-
tamarca, entre otros, con las principales urbes de Mendoza, San Luis y Córdoba, lo cual implica un
logro ponderable para la desconcentración en el plano nacional y para los acercamientos interre-
gionales. Desde Mendoza, las rutas nacionales 40, 141 y 38 completan —ya finalizado el tramo
Chepes-Patquía— una excelente unión directa hasta La Rioja, San Fernando del Valle de Catamarca e
incluso Tucumán; desde Córdoba, la misma ruta 38 enlaza con La Rioja, así como su variante No 60
conduce, pasando por las Salinas Grandes, a Cata-marca; en fin, desde San Luis hacia el NW se
extienden la 147 y la 20 a San Juan y, en dirección NE, la 146 y la 20 llevan a Villa Dolores, en dónde
se reúnen con la 148, de sentido meridiano, que viene desde Villa Mercedes. Si agre-gamos algunas
variantes como, por ejemplo, las prolongaciones a Tinogasta (ruta 60) y a Chilecito (ruta 74), debe
reconocerse una mejora apreciable en las redes, lo cual ha beneficiado a las ciu-dades mayores en sus
aspiraciones comerciales e industriales. Esto permite un entronque fluido con la trama vial que
perpetúa el dispositivo consolidado desde siglos anteriores, es decir, el eje oeste-este (Mendoza-
Buenos Aires), representado por la ruta 7, que llega a Chile; y el sur-norte (Córdoba-Santiago del
Estero-Tucumán), constituido por la ruta 9.
Si hablamos de una segunda alternativa, adentrada firmemente en el paisaje, es porque las cintas
asfaltadas conviven con los dificultosos trayectos terrosos, que se ciñen obligadamente a las curvas de
nivel para poder tramontarlas sierras en zonas de geomorfología más complicada. Estos caminos
empinados, cuyo recorrido exige precaución permanente e insume un tiempo considerable, son los
únicos practicables en algunos sectores. Son las conocidas cuestas, nombre de resonancia regional
que evoca las serpenteantes sendas en la montaña, algunas de ellas muy fa-mosas: en Catamarca, la
del Portezuelo, que trepa a la sierra de Ancasti para conducir a La Mer-ced; la del Clavillo, que cruza
el Aconquija, para descender a las planicies tucumanas; la de Zapata, puente entre Belén y Tinogasta;
la de Belén, enlace de Belén y Andalgalá; en La Rioja, la de Miranda, que debe ser ultrapasada para ir
de Chilecito a Villa Unión; la de los Sauces o del Dique, que se cruza para ir de La Rioja a Sanagasta;
y muchas más, que la cartografía de gran escala recoge y las vivencias de los lugareños identifican.
La simple visión cartográfica de la red caminera37 ilustra adecuadamente acerca de la escasa
densidad de vías de circulación pavimentadas o consolidadas, acrecentadas sólo en la franja
central de la región, en un conjunto que muestra dos deficiencias llamativas: la falta de ejes
transversales E-W, y las grandes extensiones occidentales prácticamente carentes de comunicación
rutera aceptable, en las áreas cercanas a las fronteras.38
En suma, la conformación y las densidades de las redes al servicio de la comunicación terrestre
ofrecen un rosario de posibilidades, según la calidad y el enclavamiento relativo para cada caso, desde
urbes bien conectadas y una buena infraestructura en la zona turística cordobesa, hasta reductos
Undantes con el aislamiento que obliga casi a la subsistencia. Todo esto influye en las actividades que
desarrollan los grupos humanos.
532
Los imperativos de una presión demográfica acuciante podrían, eventualmente, haber llevado a
una mayor intensividad en el uso del suelo. Como tal presión no se da, en el marco general de la
región, sus escasos habitantes, enfrentados a un medio natural de difícil conquista sin un apunta-
lamiento económico y técnico compensatorio, han debido recurrir a fórmulas extensivas para su
subsistencia. Una vida recogida y una muy incipiente apertura. A este esquema escapan única-
mente algunos oasis agrícolas bien organizados, así como los focos más dinámicos estrechamente
ligados a las capitales provinciales y ciertos valles de turismo pujante, como los de Punilla y Ca-
lamuchita en Córdoba.
Evidentemente el ganado tiene una enorme significación en la economía local de subsistencia. Así
lo demuestra la amplia difusión de los vacunos, lanares y caprinos, aunque difiera el hábitat
preferido para cada uno de ellos. En la zona serrana, el ganado menor, por su mejor adaptación, es un
recurso esencial dentro de un régimen de autoconsumo, mientras que los bovinos aparecen en los
valles y aun asociados en sectores de regadío, de acuerdo con mejores posibilidades para su cría,
aunque sea con pasturas naturales.
En lo que se refiere al vacuno, tiene un acusado predominio en toda la región. Apelando a es-
timaciones basadas en estadísticas de los departamentos que hemos agrupado, se puede hablar de un
total aproximado de 1.200.000 cabezas; pero algo más de la mitad de ellas se encuentra en el norte de
San Luis (430.000) y en el este serrano de Córdoba (225.000), lo cual no deja de ser una nota
pampeana en estas dos provincias, acorde con una bien definida vocación pastoril. Los llanos de La
Rioja también son netamente ganaderos y allí se ubican el 80% de los rebaños de la provincia. En
fin, la misma orientación ganadera se advierte en la porción oriental de San Juan y en Catamarca, en
donde el 95% de las explotaciones son pecuarias.
Por cierto, no debe perderse de vista la diferencia sustancial con el panorama ganadero de las
regiones manifiestamente especializadas, para lo cual basta señalar que, sobre un total de
55.355.742 vacunos en el país, las provincias de Buenos Aires y Santa Fe registran 21.508.157 y
7.072.587. La misma Córdoba, en su zona pampeana, acoge el grueso de su potencial, o sea, más de
8.000.000 de cabezas en esta extensa franja oriental39. Pero no se trata sólo de cantidades sino también
de los sistemas de explotación. En el conjunto sierripampeano dominan las fórmulas extensivas y
puede decirse que la receptividad de esos campos con pastos naturales es muy reducida, hasta el
extremo de que, término medio, se habla de un vacuno por cada 20 hectáreas, dejando a salvo el
hecho de que tal estimación se apoya en variantes pronunciadas y que las posibilidades de cría
decrecen notoriamente de este a oeste.
Las dificultades del medio natural se ven agravadas por la escasa tecnificación, la rusticidad de los
planteles y la reticencia hacia mayores inversiones. En ciertos sectores, como en el noroeste de San
Luis, se configura el latifundio en el más lato sentido, al estilo hispanoamericano, en propiedades de
varios miles de hectáreas en las cuales no se introducen mejoras y que se ligan históricamente a viejas
mercedes o concesiones graciables que sólo conservan el valor territorial. Algunas explotaciones
de los valles, sin embargo, han racionalizado su actividad, incorporando formas diversas de
aguadas, procurando una difusión de forrajeras (sorgo especialmente) e intensificando una
mestización que tiene como razas preferidas, actualmente, al Aberdeen Angus y Hereford. Pero no es
ésta la tónica dominante.
La relación dialéctica con estas economías de subsistencia, atribuible al ganado vacuno, se
acrecienta en el caso de ovinos y caprinos, particularmente de estos últimos. En el ámbito serrano la
cabra es sustento invalorable, acompañante casi ineludible en los modestos puestos perdidos en
extensiones desoladas. Su dominio corresponde a la mayor aridez y al relieve accidentado. Para
nuestra región podemos calcular más de 850.000 caprinos y alrededor de 500.000 ovejas.
Si la ganadería extensiva conlleva las menores densidades y una acentuada dispersión de la
población, la presión demográfica se manifiesta puntualmente, por el contrario, en las áreas bajo riego
y en los oasis fluviales. Por otra parte, ln proliferación de sectores de reducida superficie consagrados
a la agricultura, sobre todo de autoconsumo, ha conducido a una diversificación acentuada, pero con
533
una producción escasa, generalmente de alcance local o, mucho Minios comúnmente, regional o
nacional. Esta presión demográfica y esta diversificación se relacionan directamente, también, con
el predominio de explotaciones pequeñas, lindantes con el minifundio subfamiliar. En las serranías
cordobesas, por ejemplo, dichas unidades ínfimas «constituían (1974) el 66,3 por ciento del total y
abarcaban apenas el 1 por ciento de la superficie zonal»40 La situación es parangonable en las otras
provincias de la región y certifica la conocida dualidad de pocas grandes explotaciones que
acumulan la mayor extensión y muchas de reducidas dimensiones, que subdividen
antieconómicamente una escasa superficie cultivada.
En cuanto a los cultivos, un inventario minucioso es imposible, teniendo en cuenta la atomiza-
ción de las explotaciones y la comentada diversificación en pequeña escala. El patrón de productos
más difundidos tiene sus excepciones ostensibles: el algodón de Cruz del Eje, el tabaco de Villa
Dolores (hoy en decadencia), el monocultivo del maíz en la planicie sur del Valle de (Toncarán… y
no faltan reductos menores de sorgo, alfalfa, trigo o centeno. Con todo, esta economía fragmentada
descansa en tres pilares arraigados desde el período hispano: vid, olivo y frutales. El olivo tiene
firme tradición en La Rioja y es allí donde se rehízo en este siglo hasta ocupar hoy una superficie
estimada en 2.500 ha, con plantas destinadas fundamentalmente a la comercialización de la
aceituna.
Por su mayor difusión y su aprovechamiento industrial cabe destacar especialmente a la viti-
cultura, dado que las provincias de Catamarca y La Rioja constituyen un dominio importante en el
concierto nacional, lo cual ha dado margen a una pujante agroindustria, con proyección en au-
mento. La producción riojana y catamarqueña de uva representa el 5,3% de la nacional41. Hay
zonas altamente especializadas, en las que, si bien existe un régimen de pequeña propiedad (1,5 ha
promedio) no faltan empresas modernas que consiguen elevados rendimientos y han consoli-dado en
los respectivos oasis un paisaje agrario típicamente vitícola. Así ocurre, sobre todo, en los
departamentos de Chilecito y General Lavarle (Villa Unión) en La Rioja, y en el de Tinogasta, en
Catamarca, los cuales acreditan el 90% (830.299 quintales) y el 82% (143.190) del total provin-
cial.42 Esto señala una concentración inusual de un cultivo en la región.
En efecto, la variedad de frutales es muy grande y son plantados, por lo común, en pequeñas
explotaciones, aunque en algunos casos su producción global puede ser importante incluso en la
escala del país, como sucede con el nogal. Este árbol, tan consustanciado con el paisaje agrario de los
oasis cultivados, registra una producción destacable: 4.500 toneladas frente a un total de
5.900.43 Pero, además, los vegetales cobijan otras frutas como el durazno, damasco, membrillo y
ciruelo. Por último, la horticultura es un complemento para el consumo local que, recientemente, ha
incrementado su volumen con la intención de una comercialización mayor, especialmente en lo que
concierne al pimiento, zapallo, cebolla, papa y tomate.
Desde hace 20 años han cobrado impulso los proyectos de colonización auspiciados en dis-
tintas provincias por el gobierno y que han permitido experiencias valiosas para el mejoramiento de
las condiciones de desarrollo de la agricultura, con adelantos genéticos y técnicos, sistematización
adecuada del riego, empleo racional del agua subterránea e incorporación pionera de nuevas
especies. De ello dan cuenta las casi 20.000 ha implantadas en las colonias de Catamarca, para
hortalizas, frutales y diversos cultivos industriales.44
Las innovaciones señaladas no deben hacernos olvidar la caracterización más válida de los
sistemas de cultivos, como nota dominante que involucra a la actividad agropecuaria de la región.
Todavía, en los oasis agrícolas abandonados a su suerte y con mayor razón en las prácticas de la
ganadería extensiva, los trabajos se apoyan en fórmulas rudimentarias, en técnicas atrasadas; en
rutinas poderosamente enquistadas, sin otro incentivo que el de subsistir. Como dice la doctora
Santillán de Andrés a propósito de Catamarca: «No se emplean abonos para el mejoramiento de los
suelos excepto en los departamentos más evolucionados y con mayores asesoramientos técnicos.
Muchas áreas acusan bajos índices de productividad y trabajo. Las rutinas y hábitos agrícolas están
además profundamente arraigados y el campesino con los mismos conocimientos y métodos de hace
años trabaja la tierra».45
El estancamiento parece una muestra resignada del peso de ciertos elementos naturales.
Aletargamiento que, encadenado a otros factores actuantes se traduce también en la evolución de la
minería y en la tradicionalmente muy escasa participación de la industria.
534
Una doble paradoja se liga al procesó y. a las condiciones actuales del desarrollo minero en
nuestra región.
En primer lugar, una verdadera involución ha ido restando vigor a esta actividad, paralelamente
al vuelco hacia el papel agroexportador asignado a la Argentina en la división internacional del
trabajo, que condujo al desinterés por otro tipo de orientaciones. En páginas anteriores quedó
expresado este retroceso en cuatro ejemplos altamente demostrativos: el cobre de Famatina y
Capillitas, el oro de La Carolina y el wolframio de Los Cóndores. Catamarca y La Rioja constituían
hacia 1880 las más encumbradas potencias mineras del país; hoy, manifiestamente a la inversa,
ocupan un nivel inferior y sólo aportaban, en 1981, el 2,0% y 0,49 de la producción minera total46, y
el 3,14 y 1,03 del personal ocupado47.
Por otra parte, en nuestros días, si bien estamos ante provincias ricas en yacimientos inactivos de
diversas categorías, en la práctica —como pudo advertirse— la explotación es muy reducida y
dedicada definidamente hacia las rocas de aplicación, cuya incidencia volumétrica es obvia, por lo
que constituyen más del 90% del tonelaje obtenido. Faltan, en cambio, casi por completo, tanto los
hidrocarburos como los combustibles sólidos y un mineral básico, el hierro, lo cual anticipa la in-
existencia de las industrias vitales que se apoyan en esa materia prima.
Tienen tradición y vigencia las explotaciones de ciertas rocas de aplicación como las calizas
(Sierra Chica en Córdoba, sierras Gigante y de la Estanzuela en San Luis, El Alto en Catamarca) y el
mármol ónix, tan representativo de San Luis; y minerales no metalíferos como la sal común
(Bebedero en San Luis, Salinas Grandes en Córdoba) y el cuarzo, feldespato y mica (La Discutida,
San Fernando y otras en San Luis, ceno Blanco en Córdoba, sierra de Ambato en Catamarca, Valle
Fértil en San Juan). De menor proyección es el aprovechamiento —diríamos infaltable— de arcillas y
caolines, mármol, piedra laja, yeso, granito, arena y cantos rodados, que aparecen espaciada-mente.
Con una perspectiva más alentadora cabe referirse a yacimientos trabajados últimamente con
intensidad, como el uranio de Los Gigantes, en Córdoba, que cuenta con una planta de refi-nación
desde 1982; o el manganeso de Ojo del Agua, en Santiago del Estero. Finalmente, por su tipicidad,
merece mención la rodocrosita, apreciada como piedra semipreciosa, extraída en Capi-llitas
(Catamarca) y que, con producción oscilante (164 toneladas en 1970, 30 en 1981), es objeto de
exportación a países de Europa y Asia. Sobre base mineral se han consolidado, precisamente, algunos
trabajos artesanales cuya nombradla trasciende, al menos, al plano nacional, como sucede con el ónix
y la rodocrosita. Esto nos da pie para introducirnos en una característica resaltante de la vida
sierripampeana, las artesanías, que arrancan desde el período prehispánico y, profundamente ligadas
a la actividad lugareña, se han difundido por los rincones aislados de este espacio tan dividido. El
cuero y los textiles, especialmente, dieron margen a esos productos prototípicos que, como es sabido,
en el plano competitivo de su escasa irradiación comercial, fueron aplastados por la producción en
serie, cuando se produjo la especialización por regiones en el país o se recurrió a la importación. No
obstante, siguen fieles a su arraigo telúrico, consumidoras de tiempo y escasamente rentables, atentas
hoy a los productos agrícolas (desecado de frutas, elaboración de dulces),a las variadas
presentaciones del cuero, a la lana o al moldeo de minerales. Presentes por doquiera, estilo emergente
de la tierra, las artesanías proliferan vinculadas estrechamente al circuito de comercialización
ampliado por el turismo.
La industria, en sentido estricto, desempeña un papel muy subordinado en la economía re-gional,
Puede estimarse, grosso modo, con las lógicas variantes provinciales, que en el PBI sólo representa
alrededor del 15% y que ocupa sólo un 10% de la población económicamente activa, esto último si
incorporamos el incremento provocado por iniciativas recientes. En este espectro poco satisfactorio
se traslucen las dificultades de diversa índole: una población escasa y, sobre todo, no calificada para
la industria, la insuficiente infraestructura en distintos aspectos, los costos más elevados para la
implantación y la financiación, el alejamiento con respecto a los centros consumidores más
importantes, y una organización empresarial poco eficiente, que se traduce en el predominio de los
muy pequeños establecimientos, lindantes en muchos casos con 16 artesanal.
535
El tipo de industrias expresa claramente todas estas condiciones, entre otras cosas por la su-
premacía neta de rubros consagrados a la transformación de productos agropecuarios, en com-
paración con los de otro origen. Si tomamos el ejemplo de una provincia bien representativa -La
Rioja-, esa superioridad la señalan tanto el número de establecimientos (278 y 110), como el
personal ocupado (1.273 y 520) y el valor de la producción (202.193.000y 13.049.000)48; lo más
destacable, en el rubro principal, es el alcance de la vitivinicultura que logró en 1981 el 57,74% del
valor de la producción manufacturera, con una elaboración de 57.167.770 litros de vino49.
De todos modos, en los últimos años se ha producido una modificación positiva en el panorama
industrial, de la cual no pueden apreciarse aún todos los efectos; pero que significa una aportación
estimulante para las economías provinciales. Se trata de las leyes nacionales de promoción, que han
beneficiado a Catamarca y San Luis (Ley 22.702/82) y a La Rioja (Ley 22.021/79). Las ventajas
acordadas han permitido la instalación de una gran cantidad de establecimientos; algunos de en-
vergadura, aunque las preferencias conduzcan a una concentración en las ciudades capitales. Esto ha
favorecido también la planificación de parques industriales, como el Pantanillo en San Fernando del
Valle de Catamarca. La Rioja ha aprovechado plenamente estas posibilidades y se han radi-cado
más de 200 industrias, gran parte de ellas orientadas a los textiles.
La belleza del paisaje serrano, multiplicada en cientos de lugares individualizables, con sus
matices de verde y sus cintas de arroyos y ríos, han atraído siempre al viajero. Esta apreciación
vale para todas las provincias, que se esfuerzan por fomentar el turismo con incitaciones variadas.
Pero, evidentemente, la mayor proyección se ha logrado, hasta ahora, en Córdoba y San Luis. En el
caso de la primera, deben agregarse razones terapéuticas que dieron fama a muchos puntos,
situados a una altura ideal, entre 1.000 y 2.000 metros, reconocidamente beneficiosos para en-
fermedades del aparato respiratorio. Han contribuido también a reforzar el atractivo, las abundantes
obras hidráulicas, entre las cuales merecen mención muy especial el lago San Roque (rio Primero), el
dique Los Molinos (rio Segundo) y el Embalse del rio Tercero. Por cierto, no faltan en Córdoba las
motivaciones histórico-culturales, como lo son los numerosos restos arqueológicos o las grandes
estancias jesuíticas. Por éstas y otras razones las montañas cordobesas han concitado un turismo que,
desde fines del siglo pasado, se rodeó de una infraestructura favorable hasta convertirse, sin duda, en
la primera específicamente preparada para ese fin y cuya irradiación es de alcance nacional,
señaladamente visitada por la gente de las llanuras orientales y de Buenos Aires.
En este sentido deben destacarse, sobre todo, las áreas situadas en la franja occidental
montañosa: Tras la sierra, al oeste de los alineamientos de Comechingones y Grande, pleno de
tradicionalismo, cuyo exponente principal es Villa Dolores (21.508 habitantes en 1980); el valle de
Calamuchita, renovado en sus modernas y pujantes localidades como Santa Rosa (7.261 hab.),
Embalse (0.749), Villa General Belgrano (3.468), Los Cóndores (2.308) y Villa del Dique (2.109); y
el valle de Punilla, de estirpe antigua, actualizada en su dinámica Villa Carlos Paz (29.553 hab.), en
la «capital del folklore», Cosquín (13.929) y en las bien conocidas y equipadas La Falda (12.502),
Capilla del Monte (6.779), La Cumbre (6.110), Santa María (5.745) y Valle Hermoso (4.114), entre
otras, Se entiende que el número de pobladores indicado es el permanente, acrecentado en la época
veraniega con la incorporación, global para esta área, de alrededor de 2.500.000 personas, cantidad
que corresponde más o menos al 85% del turismo de toda 'la provincia. La infraestructura vinculada
a lo residencial da un realce ponderable a las sierras y valles cordobeses, porque no se trata tanto de
hoteles como de la presencia predominante de casas individuales de gran prestancia, así como de
colonias y campamentos muy bien diseñados, que acogen a contingentes masivos en virtud de la
acción social del gobierno y de los gremios de trabajadores.
En menor nivel pero con una marcada línea ascendente, se presenta el turismo en San Luis,
preferido por aquellos que valoran un paisaje más agreste, aunque el equipamiento en diversos
órdenes sea inferior al de Córdoba. Con todo, existen allí dos áreas bien reputadas: el noreste, en
parajes cobijados a la vera occidental de la sierra de Comechingones, y el centro, en las inmedia-
ciones de la capital puntana. En el primer caso, la cabeza evidente del movimiento es Merlo (3.278
536
habitantes en 1980, con Piedra Blanca), en un medio serrano contrastado, de gran belleza, y de clima
local muy apreciado, cuyo progreso en los últimos veinte años es notable. Hacia el sur, se brindan
pequeñas localidades hilvanadas en el llamado Camino de la Costa (Carpintería, Los Molles, Cortaderas,
Villa Larca, Papagayos y Villa del Carmen), cada una con el particular encantó de su vegetación frondosa
en laderas y quebradas, y de sus cuidadas huertas. En las cercanías de San Luis, finalmente, gozan ya
de una cierta, tradición y prestigio turístico, sitios con apelativos difundidos: El Volcán, Potrero de los
Funes, Cruz de Piedra, Trapiche...
Las diferencias en la capacidad funcional de estos centros, apreciadas para cada nivel, son
conocidas, por lo cual no creemos conveniente detenernos en ellas50. Sí, en cambio, es importante
destacar hasta qué punto existe coordinación y autosuficiencia regional para la satisfacción de los
requerimientos de los pobladores.
La complementación entre los núcleos, si bien se realiza, no lo es en las mejores condiciones y
con la fluidez deseable. Conspira contra ello un aislamiento que, en casos extremos, obliga casi a
subsistir con los recursos obtenidos en el lugar. Pero la opción por el autoconsumo es también
consecuencia de las dificultades para la circulación. Ya lo expresamos al referirnos a movimientos y
redes. Los ejemplos abundan y guardan relación con la ya comentada escasez de ejes eficientes de
unión en el sentido E-W Así, desde San Fernando del Valle de Catamarca hasta las urbes que le siguen
en importancia en la provincia —Tinogasta, Belén y Andalgalá— situadas al oeste, no hay rutas
pavimentadas de conexión satisfactoria, lo cual debe suplirse con dos opciones: efectuar un rodeo por
el sur, pasando por el norte de La Rioja é incrementando el recorrido en más del 50% ; o seguir los
caminos consolidados que requieren tramontar la sierra, pasando la cuesta de Belén y luego la de
Zapata, antes de llegar a Tinogasta.
En segundo término, debe decirse que nuestra región no dispone de muchos servicios com-
patibles con la satisfacción de necesidades actuales, tanto materiales como espirituales, y por ello se
debe recurrir a aglomeraciones mejor equipadas, situadas fuera de su espacio. Tres metrópolis
regionales constituyen el apoyo indispensable —San Miguel de Tucumán (496.914 habitantes en
1980, en la aglomeración), Córdoba (982.018) y Mendoza (596.796)—, de modo tal que se produce
una dependencia ineludible. El área de influencia de estas metrópolis polarizantes, en condiciones de
ofrecer los servicios superiores y sofisticados, incorpora esos nudos sierripampeanos a su propia
región funcional.
538
En el conjunto, el 50% de las localidades de más de 1.000 habitantes (79), poseen el 15% de la población. A su vez, el 50% de
la población se encuentra en el 87% de las localidades. Ello indica que la población está desigualmente distribuida (la curva
resultante se aleja mucho del lado inclinado del triángulo).
La media aritmética es de 7.121,38; la mediana, 2.447.
En la relación de la media aritmética y la mediana se advierte que más del 50% de las localidades tienen una población inferior
a la de la media aritmética, lo cual señala el predominio de las localidades pequeñas.
539
En consecuencia, esta región fragmentada no posee internamente una red urbana completa y, por
lo tanto, así como debe corregir sus fallas de cohesión, también le es imperioso ajustar su haz de
relaciones interregionales para lograr la coordinación que refluya en su progreso.
Es ésta una cuestión de paisaje urbano, y del proceso, formas y funciones en la escala in-
traurbana.
Hasta nuestros días subsiste el respeto a los patrones urbanísticos legados por España. Dos
componentes inalterables desde el punto de vista formal son el damero o plano ortogonal, y la plaza
central rodeada de los edificios principales. Tanto en San Luis como en San Fernando del Valle de
Catamarca y La Rioja, herencias de los siglos XVI y XVII, el trazado con calles que se cortan en
ángulo recto es de rigor, con muy escasas variantes, así como la plaza matriz contorneada por la
catedral, edificios gubernamentales, bancos y comercios destacados. Pero ese diseño se repite por
doquiera, en ciudades más pequeñas, como San Agustín de Valle Fértil, Quines o Chepes; o en
pueblos como los que se suceden recostados al oeste de la Sierra de Comechingones: Cortaderas,
Villa Larca, Villa del Carmen...
El modelo hispanoamericano se manifiesta igualmente en la estructura, esa correlación espa-cial
de las funciones, en este caso con las diferencias impuestas por la evolución de la ciudad, en una
adecuación a su tamaño. En los pueblos todo es centro, todo es accesible; el comercio y las casas
individuales comparten el espacio. En las urbes sierripampeanas encontraremos áreas más o
menos ,según la cantidad de habitantes, pero que se asemejan en cuanto al esquema que las ha
orientado y rige los usos del suelo: comercio y finanzas en las adyacencias de la plaza central,
viviendas particulares cercanas, zonas industriales —si las hay— en la periferia, barrios comunitarios
recientes implantados sin mucho orden en los terrenos libres aledaños. La impronta ferroviaria, a
diferencia tic otras regiones argentinas, es leve, entre otras cosas porque sólo con-cierne a muy pocas
poblaciones y, en las capitales, se tradujo en su repetido papel de estirar «la calle de la estación», con
su vocación comercial, desde la estación hasta el centro. El incremento del transporte colectivo, de
mediana y gran distancia, así como tiende a alejar ciertas instalaciones de posición, penetra en la
ciudad con la terminal de ómnibus y su infraestructura característica. Hay, en suma, un perfil propio y
una funcionalidad distintiva en estos agrupamientos, en cuya evolución la inexistencia o la tardía
llegada de la industria simplifica el dispositivo estructural.
NOTAS
1
DAUS, F. A., Geografía y unidad argentina, Buenos Aires, Nova, 1957, 211 p.
2
DIFRIERI, H. A., Las regiones naturales, en La Argentina. Suma de Geografía, t. I, Buenos Aires, Peuser,
1958, p. 364.
3
Ibidem, p. 397.
4
DAUS, F. A., Población de los oasis ricos y de los oasis pobres de la región árida argentina, en "Revista de la
Sociedad de Historia y Geografía de Cuyo".
5
ZAMORANO, M., La República Argentina, en Geografía Ilustrada labor, t. IV, Barcelona, 1970, p. 125.
6
CAPITANELLI, R. G. y ZAMORANO, M., Geografía regional de la provincia de San Luis, en "Boletín de
Estudios Geográficos", Vol. XIX, N° 74-77, Mendoza, Instituto de Geografía, 1972, pp. 65-70.
7
FRENGUELLI, J., Las grandes unidades físicas del territorio argentina, en Geografía de la República
Argentina, t. III, Buenos Aires, Sociedad Argentina de Estudios ' Geográficos GAEA, 1946, pp. 55-56.
8
CAPITANELLI, R. G., Geomorfología, en Geografía física de la provincia de Córdoba, Buenos Aires, Banco
de la Provincia de Córdoba, 1979, p. 246.
9
FRENGUELLI, J., ob. cit., p. 60.
10
DIFRIERI, H. A., ob. cit., p. 404.
11
DÍAZ, R. A., El valle de Sanagasta, en "Revista Geográfica", N° 95, México, Instituto Panamericano de
Geografía e Historia, 1982, pp. 110-120.
12
FOCHLER-HAUKE, G., El campo de Velazco. Bosquejo de un estudio cronológico, en Corología geográfica.
El paisaje como objeto de la geografía regional, Tucumán, Instituto de Estudios Geográficos de la Universidad
Nacional de Tucumán, 1953, pp. 142-186.
13
MARTÍNEZ, R. P., Les petits oasis argentins du piémont andin: Medanitos de Fiambalá, en "Les Cahiers
d'Outre Mer", 10e. Année, N° 38, Bordeaux, Institut de la Franco d'Outre Mer, 1957, pp. 107-116.
14
CAPITANELLI, R. G., Carta dinámica del ambiente del Valle de Concarán (San Luis), en "Boletín de
Estudios Geográficos", Vol. XXIII, N" 84, Mendoza, Instituto de Geografía, 1987, pp. 7-80.
15
POLIMEN1, C. M., Las regiones de la zona templada, cálida, árida y semiárida argentinas, en "Revista
Geográfica", N° 95. México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1982, p. 21.
16
CHIOZZ.A, E. M. y GONZÁLEZ VAN DOMSELAAR, Z., Clima, en La Argentina, Suma de Geografía, t. II,
Buenos Aires, Peuser, 1958, p. 172-175.
17
DÍAZ, R. A., ob. cit., p. 114.
18
CABRERA, A. L., Fitogeografía, en La Argentina. Suma de Geografía, t. III, Buenos Aires. Peuser. 1958, pp.
101-207.
19
WÜRSCHMIDT, E., Los ríos de las sierras pampeanas y de la Puna argentina, en Geografía de la República
Argentina, t. VIL Segunda parte. Hidrografía, Buenos Aires, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos
GAEA, 1 975, pp. 433-470.
20
Ibidem.
21
MARZO, M. y ARIAS, H., Ríos del sistema hidrográfico andino, en Geografía de la República Argentina, t.
Vil, Segunda parte. Hidrografía, cit., pp. 471-570.
22
VELASCO, M. L, Los aprovechamientos de agua para riego en la región árida argentina, en "Boletín de
Estudios Geográficos", Vol. Vil, N° 27, Mendoza, Instituto de Geografía, 1960, pp. 65-106.
23
CAPITANELLI, R. G. (director). Uso del agua en las regiones áridas, en "Revista Geográfica", N° 95,
México, IPGH, 1982, pp. 121-145.
542
24
SANTAMARÍA, D. J., Potosí entre la plata y el estaño, en "Revista Geográfica", N° 29, México, Instituto
Panamericano de Geografía e Historia, 1973, p. 86.
25
COMADRAN RUIZ, J. Evolución demográfica argentina durante el período hispano (1535-1810). Buenos
Aires, Eudeba, 1969, p. 115.
26
Ibidem, passim.
27
CAPITANELLI, R. G. y ZAMORANO, M., ob. cit. pp. 208-2) 5.
28
Ibidem.
29
Cálculos propios basados en INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA Y CENSOS, Censo Nacional de
Población y Vivienda. 1980. Serie B. Características Generales (Catamarca. San Juan. La Rioja. Santiago del
Estero. Córdoba. San Luis).Buenos Aires. 1982, passim.
30
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA Y CENSOS, 1.a población de Argentina, compilado por
Zulma Recchini de Lattes y Alfredo E. Lattes, Buenos Aires, 1975, p. 29.
31
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA Y CENSOS, La migración interna en la Argentina 1960/70,
Buenos Aires, s/d, pp. 15-21.
32
Ibidem.
33
OSTUNI, J., La organización del espacio en la franje de las grandes altura del oeste argentino, en "Revista
Geográfica", N° 95, México, IPGH, 1982, pp. 55-93.
34
ZAMORANO, M., Esteco y el sentido de la fundación de ciudades, en "Revista Historia", N° 2, Mendoza,
Instituto de Historia, 1948, pp. 167-183.
35
CENTRO EDITOR DE AMERICA LATINA, Atlas demográfico de la República Argentina, Buenos Aires,
1982, pp. 33-50.
36
CURA, M. R., Ferrocarriles, en La Argentina. Suma de Geografía, Buenos Aires, Peuser, 1961, pp. 367-426.
37
AUTOMÓVIL CLUB ARGENTINO, República Argentina. Red caminera principal, Buenos Aires, 1984,
escala 1:4.000.000.
38
OSTUNI, h, ob. cit., pp. 5.8-59.
39
CENTRO EDITOR DE AMERICA LATINA, Atlas económico de la República Argentina, Vol. 2, Buenos
Aires, 1983, p. 475.
40
Ibidem, Vol. l. p. 108.
41
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA Y CENSOS, Boletín estadístico trimestral, Buenos Aires,
1984, p. 28.
42
INSTITUTO NACIONAL DE VITIVINICULTURA, Boletín informativo oficial, N°33, Buenos Aires, 1983,
p. 915.
43
INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA Y CENSOS, Boletín..., cit., p. 28.
44
CENTRO EDITOR DE AMERICA LATINA, Atlas económico..., cit., Vol. 1, p. 213.
45
SANTILLAN DE ANDRÉS, S., Algunas consideraciones sobre el problema agrario en la provincia de
Catamarca, en Geografía de Catamarca, Buenos Aires, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos GAEA,
1978, p. 229.
46
CENTRO EDITOR DE AMERICA LATINA, Atlas de la actividad económica de la República Argentina,
Vol. 1: Los recursos, Buenos Aires, 1983, p. 54-57.
47
Ibidem, p. 118.
543
48
CENTRO EDITOR DE AMERICA LATINA, Atlas económico..., cit., Vol. 2, p. 230.
49
Ibidem, p. 229.
50
ZAMORANO, M., la red da poblaciones de Cuyo, en Homenaje al Dr. Romualdo Ardissone, Buenos Aires,
Sociedad Argentina de Estudios Geográficos GAEA, 1973, pp. 412-428.
8
Ricardo G. Capitanelli
1. Rasgos inconfundibles
La Patagonia, situada en la extremidad austral del país, es la tierra lejana con fama mal habida de
maldita que ha pesado demasiado en su destino.
Con un sexto del territorio continental argentino, sólo cuenta más o menos con el 3,5% de la
población.
La uniformidad del medio natural y de actividades humanas, a la escala a la cual se los trata, son
condiciones fundamentales en la delimitación de la región. De acuerdo con estos criterios,
comprende no sólo a la Patagonia tradicional, desde el Río Colorado al Sur, sino también a partes de
las provincias de Buenos Aires, La Pampa y Mendoza. (fig. 1) Esta concepción del ámbito pa-
tagónico dificulta la obtención de estadísticas adecuadas, por cuanto es necesario contabilizar
porciones de departamentos, que es el nivel de los censos disponibles. De aquí la relatividad de
muchas de las cifras consignadas. De todos modos no carecen de importancia como indicadoras de la
realidad que se quiere poner de manifiesto.
Si bien factores de orden natural han hecho de la Patagonia una unidad diferente, perfecta-
mente individualizable entre las demás, razones históricas la han convertido en una entidad
humana aun más distinta que el resto del país.
El medio natural es un inmenso espacio con sólo tres unidades bien contrastadas. En cada una de
ellas la repetición incesante de las mismas combinaciones de elementos físicos y biológicos le
confiere homogeneidad, hasta alcanzar una verdadera monotonía paisajística.
La, historia de la conquista del suelo es distinta a la del resto del país y aún campea en las
tierras australes el espíritu de los auténticos aventureros, sacrificados misioneros, científicos y
pioneros de fines del siglo pasado y primeros años del presente, dentro de un marco de estilo
verdaderamente colonial, con una metrópoli extrarregional.
Desde el punto de vista humano es un gran vacío con un tipo de actividad casi exclusiva, sal-
picada de intentos por quebrar la manifiesta homogeneidad de la organización del espacio, y una
trama urbana embrionaria.
En síntesis, el juego de fuerzas geográficas e históricas han dado a la Patagonia un organización
espacial simple integrada por: 1) manchas negras del petróleo y del carbón; 2) oasis agrícolas; 2) el
litoral; 4) los Andes, unidad natural casi virgen, y 5) las desoladas mesetas centrales.
547
Fig. 1 Patagonia.
548
En última instancia, la región es, todavía, una gran reserva nacional que prolonga demasiado su
condición a la espera de una auténtica labor colonizadora, en profundidad y extensión, más justa y
humana que la practicada hasta ahora.
Los fundamentos de la organización regional del amplio espacio natural descrito tienen raíces
profundas en un desarrollo histórico diferente al resto del país.
El descubrimiento
El 31 de marzo del año 1520, después de tocar las islas de los Pingüinos y de los Leones, en puerto
Deseado, la expedición de Fernando de Magallanes arribó a San Julián. Fue ésta la primera vez que los
europeos vieron la costa del inmenso territorio patagónico.
Allí conocieron a los tehuelches, cuyos físicos, especialmente sus pies, apreciados con las
improntas cubiertas de pieles, tanto los impresionaron. Los llamaron patagones, y de aquí derivó, al
parecer, el sustantivo con el cual se designa la extremidad austral de Argentina, una inconfundible
individualidad geográfica: la Patagonia.
Luego de pasar el invierno en San Julián, Magallanes siguió al Sur, descubriendo el río Santa Cruz,
el Cabo de las Once Mil Vírgenes y, finalmente, el Estrecho de Todos los Santos, que hoy lleva su
nombre. Navegando por éste, conoció la isla que denominó Tierra del Fuego.
Una segunda expedición española, al mando de García Jofré de Loaysa y Juan Sebastián
Elcano, arribó a Río Gallegos el 23 de enero de 1526, bautizándolo con el nombre de San Alifonso, para
alejarse luego, como Magallanes, por el Pacífico.
Cuatro jalones más en la historia de la Patagonia pusieron España de manera inmediata. A tres
lustros del descubrimiento, Carlos V, por Real Cédula expedida en Toledo, creó la Gobernación que,
con el nombre de Nueva León, comprendió a la Patagonia de océano a océano, la cual fue adjudicada,
en carácter de gobernador, a Simón de Alcazaba, con instrucciones de conquistar y poblar las tierras al
Sur de la Capitanía de don Pedro de Mendoza, hasta el estrecho.
El Gobernador, que arribó al cabo Santo Domingo el 26 de febrero de 1625, al cual llamó Puerto de
los Leones, tomó posesión de la tierra adjudicada e intentó una exploración del interior. Esta fracasó
a causa de una sublevación que dio por tierra con el primer intento de colonización.
Francisco de la Rivera, que siguió a Alcazaba, tuvo tan poca suerte como éste, y después de
naufragar en el estrecho se perdió en la extremidad Sur de Patagonia dando argumentos a la leyenda de
la «Ciudad Encantada de la Patagonia» o «Ciudad de los Césares» o «Trapalanda», como también se
la llamó.
A mediados del siglo XVI, las expediciones tomaron otro rumbo: Chile se convirtió en el se-
gundo centro de organización de empresas que llegaron, contrariamente a las anteriores, del Oeste.
El mismo Valdivia ordenó la realización de dos expediciones de las cuales una, al mando de
Jerónimo de Alderete, en 1550, fracasó en sus propósitos. La otra, dirigida por Francisco de Villa-gra,
en 1552, llegó al Neuquén y Nahuel Huapi donde fue tenazmente resistida por los indígenas.
En realidad, los intentos chilenos databan de la época de Diego de Almagro, pero sólo en
tiempos de García Hurtado de Mendoza lograron recorrer el estrecho de oeste a este; el primer éxito,
sexto en la historia del mismo, correspondió a Juan Fernández Ladrillero, quien en 1558 tomó posesión
del estrecho —fue el primero que lo cruzó de O a E— y las tierras colindantes. Esta expedición se
distinguió por los descubrimientos, exploraciones y, muy especialmente, por los minuciosos relatos
conteniendo importantes datos geográficos.
España, por estrategia política, tendió luego un manto de olvido sobre el estrecho que se
prolongó por espacio de veinte años. Este largo paréntesis fue interrumpido por los piratas ingleses. En
el año 1572 Francisco Drake visitó San Julián, combatió con los patagones, cruzó el estrecho y saqueó
puertos del Pacífico. La acción de este pirata tuvo la virtud de dar un nuevo empuje a los intentos de
colonizar a la Patagonia.
Pedro Sarmiento de Gamboa, que ya había explorado el estrecho, levantado el primer mapa y realizado
la mejor descripción, fue enviado por España con una gran expedición comandada por Diego Valdés.
549
Intentó el poblamiento fundando las ciudades «Nombre de Jesús» (11 de febrero de 1584) y «Rey
Felipe», el 25 de marzo. Esta terminó en un doloroso fracaso sin más mérito que haber sido la primera
en Patagonia. No se hicieron más intentos en el estrecho hasta 1 843, año en el cual Chile fundó Fuerte
Bulnes en Puerto del Hambre. Este último es el nombre que Cavendish dio a la ciudad Rey Felipe.
En adelante se sucedieron, por más de un siglo, numerosas expediciones, especialmente inglesas,
francesas, holandesas, sin que ninguna efectuara intentos de establecerse en la región; en cambio, este
período fue fructífero en materia geográfica. Se avanzó notablemente en el conocimiento periférico de
la Patagonia y algunas islas, lo cual permitió perfeccionar el mapa de la extremidad Sur de la
Argentina.
Entre estos expedicionarios cabe mencionar al ya citado Tomás Cavendish, quien arribó en 1587
al lugar que denominó Puerto Deseo. A éste le sucedieron Jacob Mahu y el supuesto descubridor de
Malvinas, Sebaldo de Weert. Jacob Le Mayre descubrió el estrecho que lleva su nombre y la ruta
del Cabo de Hornos. Hacia el año 1664, la Compañía de Indias Orientales hizo su aparición en el
Estrecho de Magallanes y la Empresa del Mar del Sur, en 1698, obtuvo concesiones de comercio desde
el cabo San Antonio a la región del estrecho.
En general, hasta la fecha, las expediciones se habían limitado al litoral, quedando el interior
ignorado. A excepción de las excursiones de Alcazaba y Davis, que no alcanzaron a cumplir ningún
propósito práctico, y de otras llegadas a través de los Andes, los demás no se aventuraron en tierra firme.
Hasta el año 1700, más o menos, los viajes fueron puramente periféricos. Salvo raras excep-ciones
(el de Rodrigo de Islas, Alcazaba, Alderete y Villagra) se limitaron a recorrer las costas.
No obstante, del mismo suelo argentino partieron dos expediciones, de las cuales una (año 1604)
fue dirigida por Hernando Arias de Saavedra o Hernandarias. Cruzó el Río Colorado y llegó al Negro,
cerca de su desembocadura. La segunda fue la de don Jerónimo Luis de Cabrera, quien en 1622 llegó
hasta los ríos Neuquén y Limay, en el dominio de los indios pehuenches. Finalmente, Diego Flores de
León, en 1634, descubrió Nahuel Huapi.
Se caracteriza este proceso de reconocimiento por la falta de organización, fruto de esfuerzos
aislados que en muchas ocasiones obedecieron a impulsos personales.
A mediados del siglo XVII el proceso cobró un nuevo empuje ante la necesidad de contener
ambiciones de distintos países, especialmente de los ingleses. Con tal finalidad, España ordenó al virrey
Vértiz establecer fuertes y colonias en las costas del Atlántico Sur. Así fue como Juan de la Piedra arribó
al golfo San José, en el Chubut (7 de enero de 1779), donde dejó a Francisco de Viedma. A partir de
éste, y ya en 1782, se inició el verdadero proceso de penetración total.
La actividad de Viedma, junto con la de Villarino, adquiere particular relieve. Llegaron a la barra del
Curú-Leufú (Río Negro) y se internaron seis leguas arriba. Poco después, Francisco de Viedma fundó
Carmen de Patagones. Al año siguiente, su hermano Antonio trató de establecer una colonia en San
Julián y construyó un fuerte al cual denominó Floridablanca, el 1-12-1780, abandonado por orden de
Vértiz en 1784. Villarino, por su parte, exploró el Río Negro, el Limay el Collón-Curá.
Entre 1860 y 1870 el proceso de penetración total cobró mayor empuje, obedeciendo a diversos
motivos tales como las obras de Falckner, escritas para despertar el interés de los ingleses u otras
realizadas por simple amor a la ciencia, como los viajes de D'Orbigny y Moreno; el patriotismo, como la
acción de Piedrabuena y el mismo Moreno. Funcionarios de gobierno, soñadores, colonizadores,
aventureros, etc. complementaron el cuadro (Fig. 2).
No obstante la falta de organización que ya ha sido señalada, comenzaron a perfilarse los
primeros puntos de partida y líneas directrices del proceso. Carmen de Patagones y Punta Arenas, únicos
dos núcleos de población al promediar el siglo XIX se convirtieron en centros de irradiación y base de
preparación de las distintas expediciones. Además puede mencionarse a Bahía Blanca, como punto de
enlace de los viajeros que procedían del Norte.
De la misma manera se perfilaron las primeras rutas de penetración en el sentido de los paralelos:
los ríos Negro, Chubut, Santa Cruz y Gallegos. Estas ya habían sido utilizadas con anterioridad por
Antonio de Biedma (1782), quien atravesó la meseta y llegó al lago que lleva su nombre; por Villarino,
550
que navegó el Negro, Neuquén, Limay y Collón-Curá. Fitz Roy y Darwin, en 1834, remontaron el Santa
Cruz hasta las proximidades del Lago Argentino. En el año anterior, la expedición de Rosas había
llegado hasta el Negro y el Salado.
Los espacios comprendidos entre río y río estaban, hasta esa fecha, reservados a los caminos de los
indios, únicos seres humanos capaces de aventurarse en las áridas mesetas. No existían prácticamente
rutas longitudinales para los blancos. El tránsito en este sentido fue inaugurado en 1885 por Enrique
Jones, con un viaje entre Valcheta y Río Chubut. En los años 1869-70 Musters, llevando por compañía a
una tribu de indios, unió Punta Arenas con Carmen de Patagones.
Desde Chile se hicieron viajes hacia Nahuel Huapi. Entre éstos, pueden citarse lo de Olavarría,
Fonch-Hess y Cox. El recorrido más extenso se atribuye a Diego de Almeida, quien en el año 1879 habría
llegado a Santa Cruz.
La singular geografía patagónica atrajo, desde muy temprano, la atención de los hombres de
ciencia.
En la historia de la Patagonia argentina han quedado inscriptos los nombres de Antonio de
Córdoba (1785-6-7), de Malaspina (1789) de, Phillips Parker King (1826), de D'Orbigny, Fitz Roy y
Carlos Darwin (1832-34), Musters, etcétera.
Cupo a los misioneros, en el afán de evangelizar, una brillante acción en el descubrimiento,
colonización, conquista, espiritual y cultural de la Patagonia.
Fue el capitán Diego Flores de León, según se ha mencionado, el primer europeo que pisó la zona del
lago Nahuel Huapi en 1621, Mascardi fundó la primera misión jesuítica en la región de los lagos: llegó a
península Huemul, cruzó desde la cordillera al Atlántico y del Nahuel Huapi a la primera colonia
fundada por Sarmiento de Gamboa en el estrecho y de allí a San Julián (Fig. 3)
Diego Rosales alcanzó la región del Lanín y Zúñiga y Guglielmo la del Limay y la Península de San
Pedro. Tomás Falckner (1742), ha dejado una obra titulada Descripción de la Patagonia y de las partes
adyacentes de la América meridional con datos históricos, geográficos y etnográficos de indudable valor.
Los franciscanos iniciaron su actuación en 1767, después de la expulsión de los jesuitas.
Francisco Menéndez fue el continuador (en 1791) de la obra de Mascardi y dejó magníficas des-
cripciones de paisajes de la cordillera y del Nahuel Huapi.
La obra de los salesianos, data del año 1857, fecha en la cual llegaron a Buenos Aires, capitaneados
por el padre Juan Cagliero, el apóstol de la Patagonia. En el año 1879 se incorporaron a la expedición al
desierto que condujo el general Roca poniendo así, junto a la espada, la cruz del misionero, Fueron ellos
monseñor Mariano Espinosa y los padres Santiago Costamagna y Luis Botta.
Al año siguiente (1880) llegó el padre Fagnano a hacerse cargo de la parroquia de Carmen de
Patagones y comenzó su obra evangelizadora. Con el general Villegas arribó al lago Nahuel Huapi. Otros
salesianos se lanzaron al desierto propiamente dicho, en busca de indígenas para atraer a la civilización
cristiana. Viedma y Punta Arenas se convirtieron, como en la labor descubridora, en el centro de la
acción evangelizadora.
No se ha dejado para el final sus nombres por olvido, sino simplemente para destacarlos como
corresponde y porque la obra que realizaron entronca con el presente.
Luis Miguel Piedra Buena, navegante y explorador infatigable, recorrió las costas patagónicas de
Tierra del Fuego y el Estrecho de Magallanes. Su factoría en la isla Pavón del río Santa Cruz, instalada
en el año.1869 levantó en la parte Sur del mismo río fueron factores decisivos en la conquista de la
Patagonia. A sus esfuerzos se debió la exploración del río Santa Cruz llevada a cabo por J. H.
Gardiner, quien llegó hasta el Lago Argentino.
Ramón Lista dedicó casi veinte años a la Patagonia, durante los cuales, por el río Santa Cruz, el
Chico, la isla Pavón, de Patagones a San Antonio, de Bahía Blanca a Tierra del Fuego, Río Negro,
Valcheta, el Deseado, fue recorriendo prolijamente agrestes paisajes y poniendo en evidencia las bellezas
de los lagos Argentino y Viedma. Sus obras El viaje al país de los tehuelches. Una exploración y
descubrimiento en la Patagonia, La Patagonia austral, Vocabulario tzoneka o tehuelche, Plantas
patagónicas, etc., le valieron el reconocimiento de prestigiosos centros científicos del viejo mundo.
552
Carlos María Moyano, a través de muchas expediciones, llegó por el Santa Cruz a los lagos
precordilleranos Viedma, San Martín y Argentino. Recorrió el Río Chico, descubrió el lago Buenos Aires,
visitó el Colhué Huapi y el Musters y la zona comprendida entre el Santa Cruz y el Gallegos. Primer
gobernador de Santa Cruz, cuando sólo tenía veintinueve años, fue gran propulsor de la ganadería
patagónica y animador de los colonos.
553
Francisco P. Moreno es, sin dudas, el más singular de los pioneros patagónicos. Arquetipo de
explorador argentino y científico eminente, dedicó veinte años ininterrumpidos a viajes científicos para
estudiarla Patagonia, especialmente las regiones subandinas. Desde su primer viaje a Santa Cruz (1874)
hasta su segundo viaje a Nahuel Huapi (1879), recorrió gran parte de la cordillera descubriendo,
estudiando, y bautizando lugares con nombres patrióticos, con los cuales fue asentando la
soberanía y adquiriendo el saber, con el cual, como perito argentino, reivindicó gran parte de la
Patagonia. La defensa de los indios formó parte de sus nobles pasiones.
Luis Jorge Fontana fue el primer gobernador del Chubut y le dedico todos sus afanes de
co-lonizador. Fundó colonias como la «16 de Octubre» y descubrió lagos como el que lleva su nombre
(Fig. 4).
3. La colonización efectiva
Los patagones, de lengua tehuelche, eran propensos a la acción individual. Los araucanos, de lengua
mapuche, en cambio fueron grandes guerreros Poseyeron una técnica militar y una capacidad de
organización que los hizo invencibles a las armas españolas en Chile, mientras en Argentina
resistieron hasta 1883, por lo menos.
Los araucanos ingresaron al país por los valles cordilleranos del Neuquén y Sur de Mendoza. En
Patagonia ocuparon la parte septentrional del Neuquén, donde, en contacto con otros pueblos, originaron
un grupo mixto, los pampas, con marcado predominio araucano y lengua mapuche. Aquí adquirieron el
gran motor que completó su impetuosa máquina de guerra y operó las más grandes transformaciones
materiales de su cultura y aun espiritual: el caballo salvaje, que llevaron a las mesetas australes donde
desdibujaron a los antecesores tehuelches.
En el Neuquén hicieron desaparecerla modalidad patagónica. Esta se mantuvo hasta el Deseado en
555
forma inversamente proporcional a la presión araucana. El grupo patagónico más meridional era el
tehuelche, de Musters, de lengua aonikene. Entre éstos y los pampas se encontraban los del grupo
tehuelche septentrional o Guenallende Moreno.
Los tehuelches meridionales salvaron su comprometida libertad ante los araucanos gracias al
general Villegas, con sus campañas de 1881 y 1883 hasta Nahuel Huapi, pero cayeron poste-
riormente bajo la acción más terminante y antagónica de los blancos.
En suma, fue el grupo araucano y aquel otro de aucas o «rebeldes», amalgama de tránsfugas
tehuelches meridionales y septentrionales, araucanos y mestizos, el nervio y motor de los malones y
formaciones militares que el blanco debió enfrentar en la conquista de la región.
Al aproximarse el siglo XIX, la mayor parte del país era dominio del indio que, desde el Sur,
centro de su poderío, caía periódicamente sobre las poblaciones fronterizas en incontenibles malones,
estimulados a veces por inescrupulosos blancos que traficaban con la guerra.
Muchos sistemas de defensa habían fracasado ya cuando el general Roca, inspirado en un plan
de Francisco de Viedma (1784), decidió pasar de la defensiva a la ofensiva; es decir, la inversión del
malón, como se ha dicho.
La idea de Roca era la conquista de 15.000 leguas cuadradas para llevar población al Río
Negro. En 1879 trasladó la frontera al Río Colorado y en el mismo año al Río Negro.
La expedición de Roca no fue meramente militar, sino que tuvo matices de empresa auténti-
camente colonizadora. Al lado de los soldados intervinieron sacerdotes, exploradores, sabios,
mujeres y niños, los cuales, con el aspecto de éxodo de un pueblo, acentuaron el carácter civil de la
historia patagónica.
En breve campaña el ejército selló el destino de una raza. Lamentablemente, no se encontró en el
momento una fórmula menos cruel y más fructífera para salvar á un contingente de hombres bien
dotados que hubieran permitido acelerar el proceso de colonización en esas tierras inmensas y
lejanas. Los tehuelches, especialmente dotados del físico más armonioso del mundo, al decir de
Imbelloni, a la vez que no carecían de capacidad de inventiva e imaginación, no fueron considerados,
equivocadamente, como material humano aprovechable. Moreno, el gran amigo y defensor de los indios,
expresó su «seguridad de que bien pudo evitarse en esa ocasión el sacrificio de miles de vidas, por
supuesto muchas más de indios que de cristianos. Nadie ignora que con mucha frecuencia era el
mismo traficante de la frontera quien alentaba en el indio la inclinación al robo para aprovechar su
producto sin importarle el incendio y la matanza que lo acompañaba»1.
Es necesario recordar que detrás de la línea de choque del ejército con los indígenas, en plena
Patagonia, había blancos, como los galeses, que llevaba años de buenas relaciones con los primitivos.
Los colonos que siguieron a la conquista hicieron el resto. Con impasibilidad culpable,
Schmieder, en su Geografía de América, ha dicho: «Ante el avance de los europeos, los onas no podían
sostenerse. El hecho de que no supieran distinguir un guanaco salvaje de un guanaco blanco, como
solían llamar a la oveja y, por consiguiente cazaran también estos animales, fue la causa de su
perdición, porque los ganaderos los mataban sistemáticamente a tiros de rifles». Probablemente el
prestigioso geógrafo no estaba bien informado sobre la cruel ver dad, más aun cuando los mismos
argentinos han preferido ignorarla. Muchas veces fue solo la ambición del colonizador, la que, en su
afán de conquistar tierras, los llevó a la destrucción del indio, para lo cual puso precio a las orejas al
principio, y a la cabeza más tarde, que obtenían cazadores profesionales. A veces era el mismo colono
quien realizaba la caza del indio o lo abatía en grandes redadas, mediante estratagemas inconcebibles en
un país civilizado y en pleno siglo XIX.
Durante la segunda fase de la campaña militar, llevada a cabo por el general Villegas, los indios más
rebeldes se refugiaron en los contrafuertes andinos, mientras otros se sometieron y convirtieron en
hombres útiles para la conquista cultural de la tierra.
gión, Chile se hizo presente en Puerto del Hambre y fundó fuerte Bulnes, al cual trasladó seis años
después al actual emplazamiento de Punta Arenas. Los primeros años de esta colonia fueron muy
modestos y su principal función fue la de presidio. Solo a partir del año 1877 tuvo iniciación el
desarrollo de una ciudad de tipo moderno. Dieron empuje al establecimiento diversos motivos tales
como la navegabilidad del estrecho, único paso hacia el Pacífico, y el descubrimiento de tierras
auríferas, no muy extensas, pero en parte ricas, al Sur y Norte del Estrecho. Con el andar de los años y
la explotación, los yacimientos que atrajeron numerosos colonos se agotaron y el Canal de Panamá
vino a restarle importancia al estrecho y a Punta Arenas como puerto de recalada. En adelante, el
interés se concentró en la caza de focas y nutrias hasta que, en el año 1877, se introdujeron las
primeras ovejas provenientes de Malvinas. Una década más tarde, éstas dieron lugar a la radicación de
ovejas al pie de la cordillera y en Tierra del Fuego. Entre el último decenio del siglo XIX y el primer
cuarto de siglo XX, el ganado ovino aumentó de 100 a 2.000.000 de cabezas.
Esta colonización pastoril, de tan reciente data y con tan prodigioso avance hacia el Sur, tiene su
explicación, en parte, en la reducción del ganado lanar, a causa de los cultivos, en la pampa oriental
argentina.
Estos progresos justificaron, a corto plazo, la fundación de los puertos de Santa Cruz, Gallegos y
Río Grande, como centros de embarque y comercio de carne de carnero congelada.
Mientras la colonización avanzaba por el Sur, teniendo como punto de partida a Punta Arenas, la
Patagonia septentrional también había cobrado un nuevo ritmo. El centro de empuje era la población
de Carmen de Patagones, la cual, durante toda la época colonial, sin más función que la de puente en el
comercio con los indios, había permanecido estancada.
En su colonia de la isla Pavón, Piedra Buena cultivó un pequeño huerto con buenos resultados y
plantó los primeros árboles, los cuales fueron llevados de Río Negro. Con un pequeño rebaño de ovejas
y algunos caprinos inició un ensayo ganaderil. Los colonos explotaron, además, en la margen
Sur, una salina que cubría las exigencias de la actividad derivada de la caza de focas y lobos. La
fundación del pueblo de Santa Cruz y la llegada de los primeros colonos, llevó al olvido la colonia de
Piedra Buena.
A partir de 1863, más o menos, la colonización cambió de ritmo debido a la llegada de un grupo
de galeses que constituyeron un nuevo centro de expansión. Pronto marcharon, también, hacia el
Oeste, en busca de los valles cordilleranos,
El primer intento gales data, al parecer, del año 1856. En este año el capitán Edmundo Elsegood
llegó al Chubut con un grupo de colonos. Dos años después, vencidos por las privaciones que la rudeza
del medio les impuso, abandonaron la empresa. En 1865 llegó otro grupo a Puerto Madryn. Estaba
constituido por 152 personas y luego de la fundación de Rawson, el 1 5 de setiembre de 1865, el
gobierno les entregó algunos lotes de tierra (Fig. 5).
Largo sería relatar las vicisitudes de estos pioneros que después de años de padecimientos
lograron hacer de un páramo un vergel mediante la pesada tarea de trabajar la tierra y cultivarla, previa
la construcción de canales de riego. Transcurridos veinte años, la colonia, que no hablaba más idioma
que el galés, contaba con casi 1.200 habitantes.
Luego de la campaña del desierto, el triunfo de las armas abrió los diques de contención de las
corrientes colonizadoras y, desaparecido el peligro del indio, algunos fortines se convirtieron en
colonias florecientes.
Ante tales progresos, el gobierno nacional estableció los derechos de los ocupantes de las
tierras, las garantías del fisco y de los particulares. Lo hizo mediante un decreto relativo a la equidad de
precios de los arrendamientos según localidades y donación de lotes a ciudadanos extranjeros
nacionalizados que aceptasen la obligación de poblarlos personalmente.
También Chile alentó una corriente colonizadora compuesta por chilenos y algunos alemanes, los
cuales se establecieron en el occidente de la Patagonia argentina. Sin embargo, entre 1890 y 1895, se
impuso la corriente argentina y detuvo ese proceso migratorio a través de los Andes.
Por otra parte, inmediatamente después de la conquista del desierto, en forma planificada y
previo estudio del terreno, el gobierno nacional dio comienzo a la ocupación y colonización de las
tierras del Río Negro y Neuquén, especialmente las comprendidas entre los ríos Limay y Neuquén.
557
En la novena década del siglo XIX, la Patagonia contaba ya con ocho colonias, donde cerca de
10.000 pobladores cultivaban 320.000 hectáreas de tierra. Al comenzar el siglo XX, el presidente Roca,
en su mensaje al Congreso de la Nación, hacía referencia a las 150.000 almas que poblaban Patagonia y
a los importantes centros industriales y comerciales, además de las ciento cuarenta escuelas y sus
siete mil alumnos.
Más adelante, el mismo gobierno creó las colonias de Choele Choel, Nahuel Huapi, Buena-
ventura y Boer del Chubut.
Cuando en el año 1907 se descubre el petróleo en Comodoro Rivadavia, comienza una nueva etapa
de progreso, pero esto ya no es historia sino parte del quehacer del presente. De todos modos,
Patagonia es todavía una extensa tierra abierta a la colonización. Continúa en los comienzos de su
desarrollo económico y no ha logrado superar problemas como el de la escasa densidad de
población. Su potencial económico aún está basado en la ganadería extensiva, que da la tónica regional.
La agricultura, en cambio, ha quedado circunscripto a los valles húmedos o a los oasis con agua de
riego, Ciertos centros urbanos tienen por base los puertos que comunican el mar con el interior y las
explotaciones mineras. Un mayor interés de parte de las autoridades nacionales va creando una imagen
distinta de la gran región austral argentina.
El desarrollo de Patagonia ha sido demorado, desde los tiempos de la conquista de su territorio, por
numerosos cambios de organización política.
En el año 1534, Carlos V, por Real Cédula, creó la Gobernación de Nueva León, la cual
comprendía toda la Patagonia, de océano a océano y desde lo adjudicado a don Pedro de Mendoza hasta
el Estrecho de Magallanes
En adelante, durante el período hispánico anterior al Virreinato del Río de la Plata, la enorme
extensión de tierra, de contornos borrosos, denominada Patagonia o tierra de los Patagones, figuró en
los mapas agregada a los límites, también imprecisos, de la Capitanía General del Río de la Plata.
Esta se extendía, por la costa del Atlántico, hasta el estrecho y Tierra del Fuego. Una parte del Oeste o
cordillera estaba incorporada a la Capitanía General de Cuyo.
Al crearse el Virreinato (1776) se estableció la denominación de Patagonia y Tierra del Fuego,
dependientes en forma directa del virrey, situación que persistió hasta el año 1810.
Durante los primeros años del período independiente fue el gobierno de Buenos Aires; el que tuvo
bajo su influencia a la Patagonia.
Recién en el período comprendido entre los años 1813 y 1834 se cumplió el proceso de inte-
gración de las provincias argentinas, aproximadamente sobre la base de las antiguas intendencias las
cuales, desintegrándose paulatinamente, se elevaron al número de catorce estados provinciales.
Patagonia, teóricamente, quedó unida a Buenos Aires; una parte a Cuyo, pero ésta, al constituirse
San Luis y San Juan, paso a ser Mendoza. Malvinas y Tierra del Fuego formaron una comandancia civil
y militar dependiente de las autoridades de Buenos Aires. La situación así des-crita permaneció
inalterable hasta la constitución del año 1.853.
558
Las disposiciones constitucionales no fueron tenidas en cuenta durante muchos años. Recién el 13
de octubre del año 1862 se dictó una ley (N° 28), ordenando la nacionalización de todos los territorios
existentes fuera de las provincias. De todos modos, fue necesario esperar hasta el año 1878, ya en los
prolegómenos de la llamada «Conquista del Desierto», para que se dictara la ley (N° 954) creando la
Gobernación de la Patagonia y asignando para sede de las autoridades a Mercedes de Patagones,
actual Viedma. Esta gobernación debía regirse provisoriamente por las disposiciones dictadas en 1872
para la del Chaco.
Por imperio de la ley 1532 del 16 de Octubre de 1884, la Gobernación de la Patagonia fue dividida
en las siguientes gobernaciones: Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Cabe
destacar que, por decreto del Poder Ejecutivo (presidencia de J. A. Roca) del 25 de no-viembre de
1884, la población de Santa Cruz fue declarada capital del territorio, pero, en enero de 1888, el
gobernador Ramón Lista trasladó las dependencias de la gobernación a Río Gallegos. El 20 de
diciembre de 1897, por decreto del Poder Ejecutivo, esta ciudad fue declarada capital de Santa Cruz.
El 31 de mayo de 1944 se introdujeron modificaciones en los límites correspondientes a Chubut y
Santa Cruz. El motivo fue la creación de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia, también
llamada Gobernación Militar, para lo cual se tomó parte del Sur de Chubut y parte del Norte de
Santa Cruz. Pero sus límites fueron modificados en dos ocasiones.
En el mismo año de creación de la Gobernación Militar, el Territorio Nacional de Tierra del
Fuego fue convertido en Gobernación Marítima. Además, sus límites fueron ampliados mediante la
adjudicación de la jurisdicción correspondiente al territorio antártico argentino; es decir, todas las
tierras comprendidas entre los meridianos 25° y 74° y el paralelo 60° Sur y el polo. Finalmente, le
fueron adjudicadas las islas argentinas del Atlántico Sur.
Los habitantes de la Patagonia, por el sólo hecho de estar radicados allí, vivían un tanto al
margen de la Constitución Nacional y otras leyes relativas al gobierno, tales como federalismo,
derechos cívicos, etc. De aquí que, en 1954, se comenzaron a concretar en medidas efectivas
numerosos proyectos tendientes a reparar la injusticia, esbozados en el Congreso de la Nación.
En primer lugar, se ampliaron las facultades de los gobiernos territoriales y, finalmente, se les
concedió representación ante el Congreso de la Nación. Cabe destacar que los gobernadores y demás
autoridades, salvo algunas excepciones relativas a municipalidades, no eran elegidos por el pueblo, sino
designadas por el Poder Ejecutivo Nacional, con lo cual el federalismo argentino era solo parcial. La
mitad del país se gobernaba de acuerdo con la Constitución Federal y el resto, los territorios, por un
régimen unitario no contemplado en la carta magna.
Por la ley 14.408 del 1°de julio de 1955 fueron provincializados los territorios de Río Negro,
Neuquén y Chubut. Con los restantes, Santa Cruz y la Gobernación Marítima de Tierra del Fuego, según
la integración mencionada anteriormente, se formó la provincia de Patagonia. Es decir, se restituyó la
antigua denominación, pero desmembrada en el Norte y ampliada en el Sur.
La constitución de las nuevas provincias dio lugar a la desaparición de la Gobernación Militar de
Comodoro Rivadavia y la restitución del antiguo límite Sur de Chubut y Norte de Santa Cruz, partes de
Patagonia. En consecuencia, esta última provincia quedó integrada por el territorio de Santa Cruz,
parte de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia, Gobernación Marítima de Tierra del Fuego, la
Isla de los Estados, las Shetland y Oreadas del Sur, el sector Antártico y los archipiélagos e islas que
Argentina reclama como suyas.
Al año siguiente de estas reformas (1956), por un decreto del Ministerio del Interior, el antiguo
559
territorio de Santa Cruz, con la categoría de provincia, recobró su nombre y límites y se le asignó por
capital a Río Gallegos.
En suma, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz conservan los antiguos límites asignados en
1884, de cuando eran territorios nacionales, pero con la Jerarquía de provincias. El resto de lo que fuera
provincia de Patagonia es hoy territorio nacional de Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur,
con los límites de la antigua Gobernación Marítima.
En última instancia, la región es, todavía, una gran reserva nacional que prolonga demasiado su
condición a la espera de una auténtica labor colonizadora, en profundidad y extensión, más justa y
humana que la practicada hasta ahora.
5. Potencial humano
No caben dudas que el poblamiento de la región ha sido lento y retardado con relación al resto del
país. Casi puede decirse que está en sus comienzos.
Entre las causas del retraso, que pueden adivinarse por cuanto se ha dicho ya, puede destacarse la
inmensidad del territorio (790.000 km2), con sólo tres unidades naturales bien contrastadas: 1) de los
Andes, el piedemonte y parte de las mesetas inmediatas, modelada por los glaciares, fría húmeda y
boscosa en las montañas; 2) de las mesetas, secas Templadas a frías, ventosas y esteparias, disectadas
por ríos alóctonos o valles secos, y 3) de transición, mezcla de Patagonia y pampa, estepa y monte, bajo
el dominio del aire subtropical atlántico, del Nordeste (Fig. 6). A esto debe, sumarse, junto con la
lentitud de las corrientes de hombres blancos, la escasa cantidad de pobladores nativos. Por otra parte, la
hostilidad de éstos recién fue superada en 1879. La falta de riquezas de fácil obtención y rendimiento,
excepto el fugaz brillo del oro que iluminó los canales fueguinos, es otro motivo de consideración.
La riqueza patagónica, atractivo actual, es el resultado de una forja lenta, de sacrificios en un medio
duro. Los progresos de la agricultura han sido y son muy lentos. Más rápido ha progresado la ganadería,
la cual, por su propia naturaleza, unida a las características del suelo, no favorece la densificación de
la población.
Históricamente constituye una de las regiones argentinas que más temprano vio llegar al
hombre blanco; sin embargo, los problemas políticos enfrentados por España durante el período
colonial no le permitieron llevar adelante una auténtica colonización. Acechada por otras potencias en el
corazón de sus dominios y aun en su mismo suelo, postergó la conquista de la extremidad lejana y
pobre de su vasto imperio.
A partir de 1810, la lucha por la independencia, las guerras civiles, a veces la falta de visión, la
resistencia del indio, obligaron a la joven Nación Argentina a postergar la marcha hacia la región
austral. Agotadas sus fuerzas en casi un siglo de luchas, le faltó vitalidad, densidad de población para
llevar su bandera hacia el sur, a dónde sólo llegaba de tanto en tanto, en manos de sus hijos visionarios y
esforzados, sacrificados y heroicos. Los fuertes que contuvieron el malón fueron, con el andar de los
tiempos, base de algunos centros urbanos.
Los factores naturales han sido y siguen siendo causas preponderantes que definen casi por sí solas el
asentamiento de las poblaciones.
El acceso por mar es muy conveniente, pero el tipo de costas no es favorable para la instalación de
puertos. El hinterland es poco apropiado por razones de topografía y clima, lo cual ha retardado el
desarrollo de las poblaciones. Sin embargo, los puertos son sede de pueblos y ciudades como Deseado,
San Julián, Río Gallegos, Madryn, etcétera.
560
Fig. 6. Unidades naturales de Patagonia: 1 - Modelada por los glaciares, fría, húmeda y boscosa de los Andes, el pie de monte
y parte de las mesetas; 2 - desértica, templada a fría, ventosa y esteparia de las mesetas disectadas por los ríos alóctonos y valles
secos; 3 - de transición, mezcla de Patagonia y pampa, estepa y "monte", bajo el dominio del aire subtropical atlántico, del NE.
Fig. 7 Cuencas hidrográficas de la Argentina y su relación con los grupos autóctonos, según F. Escalada.
La fertilidad de los suelos y la bonanza del clima al pie de los Andes, aunque en espacios
reducidos en valles (vegas), han facilitado el desarrollo de oasis de cultivos en los cuales van
surgiendo núcleos importantes.
La belleza del paisaje andino, sus valles, boques extensos y lagos han dado lugar al
turismo y al asentamiento de centros de fama mundial.
La posición geográfica y las comunicaciones merecen consideración especial. La vecindad de la
costa ha creado puertas de entradas junto a las cuales han crecido centros urbanos de consideración.
Caracteres de la población
El rasgo distintivo de la región es la escasez de población Con el 30% de la superficie del país,
el número de habitantes tan sólo, alcanza a 1.050.000; es decir, el 3,5% nacional, pese a que ha
triplicado la cifra de 1947. La densidad media es 1,3 habitantes por km2.
No obstante, la tasa de crecimiento de la población es muy alta. En la década del 70 al 80 alcanzó
a 38,5; es decir, el doble de la nacional (17,5). Esto se debe al crecimiento vegetativo y al aumento de
los aportes inmigratorios. Desde 1970 Patagonia ha incrementado la oferta de empleos y,
consecuentemente, la atracción y fijación de migrantes.
La distribución de la población es muy desigual. Más del 70% se asienta en el 20% de la región
El 43,8% de los pobladores (460.816 habitantes) puebla el 4,6% de los departamentos (3) sobre un total
de 65. Tales General Roca, en Río Negro (203.684 habitantes), Confluencia, en Neuquén
(156.135 habitantes), —ambos en el valle del Río Negro—, y Escalante, en Chubut (100.993
habitantes) en el área petrolera de Comodoro Rivadavia. El 21,5% vive en el 6,2% de los
departamentos (4) correspondientes a Rawson, en Chubut (67.991 habitantes), Bariloche, en
Río Negro (60.334 habitantes), Güer Aike (56,114 habitantes) y Deseado (40.576 habitantes), ambos
en Santa Cruz. El resto de la población, 34,7% (364.169 habitantes) se distribuye en el 89,2% de los
departamentos (58). Las cifras departamentales no revelan la realidad. La población se
concentra, generalmente, en una ciudad cabecera. Ejemplo de ello son Comodoro Rivadavia,
cuyos 98.483 habitantes significan el 96% del total del departamento de Escalante; Río Gallegos,
con 43.479 habitantes que equivalen al 77% del departamento de Güer Aike; Neuquén, que
tiene 90.037 habitantes, correspondientes al 58% de la población de Confluencia, etc. Estos centros
de población se encuentran a gran distancia unos de otros y entre ellos media el desierto o
semidesierto (Fig. 8).
563
Fig. 9 Desplazamiento del centro de la población en la provincia de Neuquén (según Censo Nacional de Población y Viviendas 1980)
6. Problemas patagónicos
Los recursos
No es esta la región potencialmente más rica de Argentina, sin embargo, en su inmensidad
atesora recursos enormes que sólo esperan una adecuada política de desarrollo.
La actividad dominante, la que le da fisonomía propia, desde los comienzos de la colonización, es la
crianza extensiva de ganado menor en todos los rincones, de la tierra. El rebaño ovino, unos 18.000.000
de cabezas, representa el 52% de todo el país. Contrariamente, la crianza de ganado mayor (vacuno) es
limitada.
Con una posta de casi 5.000 km y un mar epicontinental de 1.000.000 km2, aproximadamente,
comprendido entre la línea de baja marea y la isobara de 200 m, el potencial pesquero es inmenso. Pero, a
causa de una política inadecuada, tanto en el orden nacional como internacional, la pesca no ha alcanzado
una significación acorde con sus posibilidades. No obstante ha llegado al 15% del total del país.
Las características generales de los suelos y las condiciones climáticas no permiten el desarrollo, de
las prácticas agrícolas en grandes extensiones, Desde Aluminé al Sur existen valles pedemontanos de
excelentes condiciones agrícolas. Tales Maipú, El Bolsón, Colonia 16 de Octubre, etc. De todos modos,
estas áreas son tan reducidas que la producción no alcanza para el consumo local.
En el ambiente de las mesetas, la agricultura solo prospera bajo riego, como en el Valle del Río
Negro, especialmente superior, el Chubut inferior, Valcheta, Cañadón León, y otros. Pero siempre estas
áreas son reducidas con relación al tamaño de la región. Únicamente en Río Negro, la magnitud y
calidad de la producción han permitido proyectarla rio sólo en el ámbito nacional sino también en los
mercados internacionales.
La extensión de las tierras irrigadas alcanza solamente a unas 130.000 ha, pero con obras
adecuadas podría elevarse a más de un millón. La cifra indicada en primer término representa nada más
que el 9,0% del total del país, exigua si se tiene en cuenta la magnitud de los caudales
aprovechables.
La producción .de electricidad, servicio público, es de 8.067 Gw h. La potencia instalada, en 1979,
era 2.518.327 kw. El aprovechamiento de la energía eléctrica en Patagonia es mínimo. Es que en este
rubro, lo mismo que con los combustibles (petróleo, gas), debe atender a usos fuera de la región,
especialmente en el Gran Buenos Aires.
Los bosques cordilleranos, si bien estrechos, con una longitud de 1.500 km, abarcan una extensión
566
de 2.140.000 ha, equivalentes al 3,6% del total del país. Por el volumen y la utilidad de las especies
representan una gran riqueza prácticamente intocada.
Después de la ganadería, es la explotación minera la mayor fuente de recursos. La producción de
petróleo alcanzó, en 1979, a 19.311.000m3; es decir, el 70% del total nacional. De este porcentaje, el
27% fue producido por la provincia de Chubut. Las provincias de Neuquén y Río Negro produjeron
18,4% cada una Santa Cruz 19,0% y Tierra del Fuego 7,2%.
De los 12.820.000 metros cúbicos de gas, producidos por el país, el 86% corresponde a Pa-
tagonia.
Si bien los carbones, las asfaltitas, las turbas y los esquistos bituminosos se encuentran dis-
tribuidos en distintos lugares, únicamente la explotación del carbón ha alcanzado significación
económica. La región produce el 100% del país.
La cuenca carbonífera de Río Turbio es la más importante de Argentina. Situada en el Sudoeste de
Santa Cruz a solo 260 km del puerto de Río Gallegos, a 360 metros sobre el nivel del mar, atesora,
según los estudios pertinentes, el 99% de carbón mineral medido y 450 millones de re-serva total
inferida. A comienzos de la década del 70 llegó a producir más de un millón de toneladas anuales, pero
luego decayó notablemente. Otras reservas de carbón han sido localizadas en las cuencas de los ríos
Coile y Santa Cruz.
De acuerdo con Pronsato, el yacimiento siderúrgico de Sierra Grande, suficientemente conocido y
estudiado por más de 25 empresas, la mayoría extranjeras, salta a la vista como una solución ponderable
para conjurar el déficit de este mineral en el país.
Se trata de una reserva probable de 200 millones de toneladas, de las cuales han sido efectivamente
cubicadas unos 100 millones con una ley del 53%; es decir, la más rica del país. El espesor de la
formación ferrífera es de unos 900 m, aunque puede llegar hasta 1.100, siendo el mineral de grano fino a
mediano, formado principalmente por magnetita y martita, con alto contenido de fósforo.
Esos yacimientos están a 123 km de Puerto San Antonio, 140 de Puerto Madryn y 200 de la ciudad
de Trelew. Se ha previsto una producción de 1.000.000 de toneladas anuales. Su ubicación hace posible
la combinación con el gasoducto Buenos Aires-Pico Truncado, el cual dispone de una capacidad de 10
millones de metros cúbicos por día.
La región es poseedora de los más bellos paisajes del país. A lo largo de toda la cordillera, entre los
bosques y el piedemonte, una extensa constelación de lagos y cumbres nevadas, constituyen centros
turísticos de los cuales algunos, Cómo San Carlos de Bariloche, tienen ganada una merecida fama
internacional. Se unen a ellos los atractivos de los parques nacionales, bosques petrificados y canales
fueguinos. Sobre las costas existen playas, como la Rada Tilly, Camarones, Puerto Madryn, etc., que
constituyen magníficos balnearios. Sin embargo, estas fuentes de re-cursos permanecen casi vírgenes,
aunque lentamente va creciendo la corriente de turistas que recién van descubriendo las bellezas
patagónicas.
No obstante los recursos que acaban de señalarse, y por causa de una explotación poco
apropiada, es muy escasa la contribución de la región a la formación del producto geográfico bruto del
país. Alcanza escasamente 3,5%, no obstante la elevada contribución minera. El análisis por provincia
demuestra que la mayor contribución procede de Río Negro (1,51%). Por otra parte, la distribución
geográfica del producto bruto es muy irregular. Se forja en espacios muy reducidos y aislados.
Tierra del Fuego, donde pueden criarse 6.000 ovinos por legua cuadrada Estos valores son muy
inferiores a los de la provincia de Buenos Aries, donde la receptividad alcanza a 12.000 animales por
legua cuadrada.
En general, sobre todo en las mesetas, se puede estimar que una legua cuadrada es una unidad
miserable. Para que un campo comience a ser económico debe constar, por lo menos, de unas 10.000 ha.
División de la propiedad
El repinen de la tierra
Uso de la tierra
Actividad dominante
Los campos han sido considerados, no obstante la baja receptividad, como los más adecuados de
Argentina para la explotación de ovinos. Pero la naturaleza agrostológica de los mismos está muy
lejos de ser uniforme. Las mesetas, al menos en su mayoría, con la infraestructura actual, no admiten
más que ovejas, cabras, a veces en condiciones precarias. En algunos lugares no cuentan con más
alimentos que coirones, de hojas duras y rígidas o espinosas, y aun más xerófilas todavía.
Las depresiones, de los cañadones cortados en las mesetas gozan de mejores condiciones. Están
más protegidos de los vientos y poseen mayor cantidad de agua que las mesetas, por lo cual los pastos
son de mejor calidad. De aquí que en ellos se realiza la mayor actividad ganadera a la vez que son sede
de los cascos de estancias y hasta se practica, en pequeña escala, agricultura mediante riego artificial
para consumo local.
Las vegas, praderas beneficiadas por el agua dejos ríos y abundantes gramíneas de géneros más
apropiados para los ovinos y también vacunos y equinos, presentan mayores posibilidades a la
ganadería. Los más aptos son los del piedemonte y valles andinos pues poseen mejor clima, mayor
abundancia desagua y pastos nutritivos durante todo el año.
En los mallines, terrenos anegadizos con abundantes manantiales, crece un junquillo tierno muy
apetecido por los animales. Además, en sectores favorables, se cultiva alfalfa y otras forrajeras para todas
las especies animales.
Se ha señalado que a la extremidad Sur (Tierra del Fuego y Santa Cruz), se introdujeron los
primeros ovinos desde las Malvinas, consistentes en lanares del tipo conocido como «malvinero». Estas
primeras ovejas, según Helmann, fueron introducidas entre los años 1885 y 1887, cuando emigraron
de las Malvinas a Río Gallegos y sus cercanías los primeros pobladores británicos de origen escocés. El
citado ganado provenía, a su vez, de Buenos Aires y Montevideo y era criollo pampa, más o menos
cruzado y luego vuelto a mestizar en Malvinas con Cheviot, Romney Marsh, Lincoln y Leicester.
A la extremidad Norte (Río Negro, Neuquén y Chubut) llegaron de las provincias de Buenos
Aires y La Pampa. En su mayor parte eran mestizos o «criollos». Sus pasos iniciales se confunden con
las campañas contra los indios y las expediciones de reconocimiento en la segunda mitad del siglo
pasado.
El primer impulso a la crianza de ovinos fue dado por la radicación de establecimientos indus-
trializadores de carne, las «graserías». En segundo lugar contribuyó al perfeccionamiento de la
crianza la construcción de cercos, división de potreros y los cruzamientos con ejemplares ingleses,
neozelandeses y australianos.
569
Los primeros años fueron de desorientación. Los sistemas de crianza y el cuidado de las majadas
eran rudimentarios. A esta etapa de tanteos siguió otra caracterizada por una profunda valorización de
los campos y el ganado. Esta fue una consecuencia directa del aumento de población, subdivisión de
los campos, perfeccionamiento de los sistemas de explotación y mejoramiento de las majadas. Todo
ello acompañado con la instalación de frigoríficos, la ampliación de las comunicaciones, la
formación de núcleos de población de cierta importancia, etcétera.
Por sobre todos los progresos indicados, lo realmente asombroso fue el aumento del número de
ovinos. Desde el año 1895 a 1908 el incremento fue continuo en toda la región, período durante el cual
pasó de 1.790.941 cabezas a 11.251.326. Entre la última fecha y 1514 solamente Santa Cruz
incrementó sus majadas, las demás provincias —territorios en ese entonces— vieron disminuir las
existencias, especialmente Río Negro. Entre 1914 y 1942, con altos y bajos, según provincias, el total
del rebaño ascendió a casi 20.000.000 de cabezas, como consecuencia de cierto aumento en Santa Cruz
y Chubut, pues Río Negro no recuperó la línea de crecimiento y el resto de la región permaneció
estancada. EL año 1947 marca una fecha descendente en toda la región, en el cual se paraliza en
Neuquén y Tierra del Fuego, mientras se recupera en Santa Cruz y Chubut. En dicha fecha el rebaño de
la región pasó los 18.000.000 de cabezas.
Es evidente que la última cifra es inferior a la de 1942. El retroceso es explicado por algunos
técnicos como una consecuencia de haber llegado al tope de la receptividad de los campos. En
realidad, las causas parecen ser más complejas y no escapa a ella la división dé la propiedad, el régimen
de la tierra y la falta de una infraestructura adecuada. De aquí se deduce la necesidad de una reforma
agropecuaria profunda y la realización de obras acorde con la época y las posibilidades.
De acuerdo con las cifras absolutas5, los ovinos se encuentran distribuidos en tres zonas (Fig. 10).
En primer lugar, en la extremidad Sur de la región, donde la cantidad de cabezas por
departamentos oscila entre 1.500.000 y 500.000. Comprende el N de Tierra del Fuego, Santa Cruz
y dos departamentos de Chubut Senguer Y Tehuelches. Los departamentos con más ovinos son los de
Guer Aike y Deseado, seguido de Lago Argentino, y Río Chico La totalidad del rebaño representa un
50% aproximadamente del de toda la región.
570
La segunda zona está integrada por los restantes departamentos de Chubut y todo Río Negro. La
cantidad de, cabezas por departamento oscila entre 500.000 y 125.000 excepto Patagones
(provincia de Buenos Aires), que supera estas cifras, y Viedma, donde es inferior. El porcentaje total
puede estimarse en un 45%.
Finalmente, en la tercera zona, correspondiente a la extremidad Norte de la región, la cantidad de
ovinos, por departamentos es inferior a 125.000 cabezas, excepto Villarino (Buenos Aires). Le
correspondería el 5% restante.
Una representación más minuciosa del ganado permitiría apreciar que la densidad es propor-cional
a la calidad de los campos. Es más baja en el centro de las mesetas que en la periferia de las mismas.
La cordillera húmeda y boscosa no tiene ovinos. Oportunamente se volverá sobre este aspecto.
Los bovinos son escasos, con relación a los ovinos. Se encuentran distribuidos en tres zonas, de
las cuales la septentrional (Fig. 11) tiene el mayor número de cabezas. Claro está que no se pueden
adjudicar todos a la región, pues la mayoría de los departamentos de la zona le pertenecen sólo
parcialmente. La densidad del ganado es muy variable, oscilando entre 15.000 y 180.000 cabezas
por departamento.
La segunda zona es la de la extremidad Sudoeste, pero hay que agregar por el número de
cabezas, dos departamentos de la parte septentrional. La existencia de bovinos varía, según los
departamentos, entre 1.000 y 8.000 cabezas.
El resto de la región tiene menos de 1.000 cabezas por departamento:
Estancia y cabaña
En invierno, cuando las pampas, valles altos y montañas se cubren de nieve, el ganado es,
trasladado a los cañadones, valles bajos o montañas abrigadas para evitar la mortandad de las
ovejas.
Una condición indispensable de un campo para estancia es la disponibilidad de agua suficiente.
Las aguadas naturales (ríos, arroyos, lagunas y manantiales) son frecuentes en las faldas de las
lomas y lechos de los cañadones; pero no siempre alcanzan a cubrir las necesidades ya sea por
escasez, calidad o distancia a las fuentes. En estas circunstancias es necesario construir aguadas
artificiales por medio de perforaciones de pozos. Otras veces se requiere la formación de represas en
lugares apropiados tales como los bajos en los campos ondulados, en los cuales se almacena agua de
lluvia o de manantiales. Los mallines suelen dar buenos resultados en la extracción de agua, pero
el costo es muy elevado (Fig. 12).
La mayoría de los campos están cercados, pero un buen porcentaje carece de divisiones,
especialmente en tierras fiscales arrendadas a particulares. La causa de esta deficiencia es el alto
costo del alambrado, lo más caro en el conjunto de las instalaciones.
573
Fig. 12 y 13 Ubicación y detalle de la estancia Chacabuco (provincia de Neuquén) 1966, según IV. Eriksen.
574
Si bien los potreros comunes tienen una extensión de 2.500 a 5.000 ha, no son raros los de
10.000 y más. Hay una relación directa entre la calidad de los campos y las dimensiones de los
potreros. En los de veranadas, generalmente localizados en las pampas, son de dimensiones
mayores que los ubicados en las vegas y cañadones, poseedores de mejores pastos. En éstos se los
subdivide con el propósito de separar las ovejas de los carneros, y los capones y borregos que se deben
servir todavía.
Una división más cuidadosa se realiza, en relación con determinadas funciones, en los sectores de
campos que presentan mejores condiciones, en potreros pequeños y bien cercados. Uno de éstos se
destina a la población de la estancia, otro para planteles, un tercero para carneros que no están en
servicio o para retener en invierno a aquellos que no deben servir las majadas (sobrantes
o desechos) y a los borregos de un año que no deben efectuar servicios hasta el año siguiente. Un cuarto,
pequeño, que no debiera faltar nunca, es utilizado exclusivamente para separar los animales atacados
de sarna (lazareto), totalmente aislado de los demás potreros por doble alambrado.
La población o casco de la estancia se integra con la administración o casa del propietario y, según
las proporciones de la misma, con casa de huéspedes, de peones y del asado. En el conjunto de la
estancia, las viviendas se completan con los puestos o casas para puesteros distribuidos en distintas
partes del campo, en función de la vigilancia de los animales (Fig. 13).
Contribuyen a humanizar la vida de las poblaciones las plantaciones de árboles frutales, hor-talizas,
como así también los prados naturales (mallines) o cultivados con alfalfa, generalmente.
No siempre pueden realizarse cultivos, especialmente de árboles. En las mesetas, si no existen
«montes altos», como se denomina a los arbustos de distintos tipos de no más de dos metros de altura, es
necesario construir reparos contra los fuertes vientos y nevadas, cuando el natural modelado de los
terrenos no cumple dicha función.
Cuando logran arraigar, los álamos, sauces y algunos otros árboles cultivados en hileras,
constituyen excelentes reparos para las poblaciones y puestos. Pero aun en este caso es común la
construcción de cortavientos o muros de maderas o matas, en forma de ramada sostenida por
armazones de alambre, para reparar las huertas, plantaciones de árboles jóvenes, corrales y en-tradas de
galpones de esquila.
Completan la población los galpones de esquila, para planteles, herrerías, carpinterías, al-
macenes, etc., además de las mangas y baños para animales. La formación, orientación, distribución de
la población está condicionada por factores naturales del sitio: cañadones, valles, vegas, mesetas, etc.
En la extremidad Sur de la región hay magníficos cascos de estancias con sus construcciones de
paredes blancas y techos rojos. Levantados sin reparos en la inmensidad de la estepa herbácea
constituyen una espectáculo realmente insólito para gentes de latitudes menores donde no se concibe la
vida sin la compañía de formaciones arbóreas.
La cabaña es el laboratorio donde se forjan los reproductores para el mejoramiento de los
rebaños. Es la única forma de explotación intensiva. Se realiza en locales cerrados o galpones
especiales, donde el animal pasa las noches y parte de los días. Son relativamente recientes y poco
numerosas.
Es una tarea especializada, que exige fuertes inversiones y «alta moral», como dice Helmann, pues
así como brinda las más grandes satisfacciones al que la práctica, elevándolo a la categoría de la élite de
los ganaderos, determina, a veces, quebrantos que deben afrontar con toda clase de sacrificios y
caballerosidad.
Fuera de la cabaña, la crianza es de tipo extensivo, «a campo» todo el año, sin galpones o
reparos, no obstante las condiciones del clima. La base de la alimentación son los pastos naturales y no
existe ración suplementaria. Todo ello de acuerdo con las condiciones de los campos de reducida
receptividad, el clima que permite la vida al aire libre y la economía de la explotación.
Las majadas, según sexo, y edad, clasificadas en ovejas, carneros, capones, borregos de la última
parición y corderos, si ésta es reciente, están destinados, en general, a. la producción de lanas.
Las carnes de las estancias alejadas de las plantas industrializadoras o mercados, tienen un papel
secundario, casi nulo. En mejores condiciones pueden alcanzar tanta importancia como la producción
de lana.
El manejo y administración de las majadas depende de los fines, calidad de los campos,
etcétera.
575
Las ovejas representan los vientres o madres, a la vez que producen lana, y son criadas a campo.
A los carneros, por su valor, se le dedican los mejores campos y cuidados. Los capones son destinados a
la producción de lana durante una o dos zafras, pues producen vellones más pesados y de buena calidad,
finura y largo de mecha; luego son vendidas para consumo y se crían a campo. Los borregos remplazan a
las ovejas madres; los borregos que no se castran cuando corderos por sus caracteres raciales, remplazan
a los carneros desechados. Estos son castrados para la venta en edad oportuna, por lo general después de
los 4 o 5 meses, o son conservados como capones.
El «plantel» es un lote seleccionado, lo más puro posible, con miras a reproductores de alta
calidad. No es común la formación de «planteles» pues resultan más cómodo y económico adquirir
carneros en los grandes establecimientos.
Las condiciones del medio exigen una cuidadosa selección de razas. A los fines de la deter-
minación del área geográfica de cada una de ellas, Helmann las ha clasificado, según aptitudes y
propósitos, de la siguiente manera: 1) productores de lana (Merino Argentina y Merino Australiana), 2)
de «doble propósito»; es decir, para carne y lana (Corriedale, Romney Marsh y Lincoln); 3) re-
productores de carne (Southdown, Hampshire Down, Shorshire y Oxford) y 4) productoras de
cueros (Karakul).
Al primer grupo corresponden las razas elegidas para las zonas alejadas de los frigoríficos y campos
baratos. La merino australiana se cría en el piedemonte de Río Negro y Norte del Chubut.
La merino Argentina en las pampas de la zona central y atlántica desde el Río Negro. Pero, al N de
Santa Cruz, especialmente en Chubut, o sea en los campos más pobres.
El segundo grupo, el más apreciado por los criadores, se produce en buenas condiciones en Tierra
del Fuego, Santa Cruz y Chubut y en menor escala en ciertas zonas de Neuquén y Río Negro Pero, fuera
de algunos campos de muy buena calidad pertenecientes a Tierra del Fuego y Sur de Santa Cruz,
cercanos a los frigoríficos que pagan precios remuneradores por los corderos de ex-portación; en general
el Corriedale no es estrictamente de doble propósito (50% de carne y 50% de lana). Por otra parte, la
Corriedale ha reemplazado en Chubut y Santa Cruz a la Romney Marsh. La Lincoln es más propia de
ciertos campos de Río Negro, Neuquén y Chubut, especialmente del piedemonte.
El desarrollo de las del tercer grupo sólo es posible en zonas limitadas del piedemonte y valles
cordilleranos de Neuquén, Río Negro, Norte de Chubut y parte de Tierra del Fuego y Santa Cruz.
Además requiere de la cercanía de frigoríficos o puertos de embarque, ferrocarril, u otros medios
económicos de transporte a los mercados. Las «Caras Negras» constituyen las razas típicas de
carnicería.
El Karakul, correspondiente al cuarto grupo, tiene buen porvenir. Se explota casi exclusivamente
en Chubut, Río Negro, Neuquén y Norte de Santa Cruz.
explica que la región, ocupada en todos los rincones por ovejas, carezca de seres humanos.
Ciertas tareas como la esquila, la más delicada de todas, en una estancia de las dimensiones
señaladas anteriormente, es realizada por una cuadrilla de esquiladores volantes en siete días. La misma
cuadrilla realiza la tarea, para una zafra, en diversas estancias.
Economía ovina
La región produce millones de kg de lana, según las zafras, por aproximadamente un tercio .del total
nacional. Su prestigio le ha permitido ganar mercados en cuarenta países, por lo menos.
Depende de distintos factores y merece diversos calificativos.
La mayor parte procede de los tipos merino y cruzas (finas y medianas). Las de algunas zonas y
establecimientos han logrado ser consideradas como las mejores del mundo por la calidad, uniformidad
y acondicionamiento. Pero existe un buen porcentaje de otras zonas y establecimientos, que no han
alcanzado un nivel satisfactorio y una uniformidad adecuada. Son éstos verdaderos mosaicos de tipos,
con algunos rasgos de degeneración, mala presentación y bajo rendimiento.
El conjunto ha sido clasificado por Helmann de la siguiente manera:
2. Cruzas finas y medianas, de Santa Cruz y Tierra del Fuego, con calidad de 56rS a 60' S y 48' S
a 50' S, respectivamente.
Casi 20.000.000 de cabezas se distribuyen entre 12.000 propietarios, sin que se advierta
tendencia a cambios favorables, pues en el año 1937 los propietarios eran 12.700.
El 70,4% de las propiedades tienen rebaños que llegan hasta 1.000 ovinos, los cuales repre-sentan
el 11,4% del rebaño regional. El 25,5%de las propiedades posee rebaños entre 1.001 y 6.000
ovinos, que representan el 49,3 %. Tan sólo el 4,1 % de las propiedades, con rebaños de 6.001 a
más de 50.000 cabezas, se reparten el 39,3 % de los ovinos.
Las propiedades con más de 20.000 cabezas constituyen el 0,6 % pero les pertenece el 15,8 % del
total de los ovinos.
Cabe acá la advertencia hecha respecto de la división de la tierra: algunos propietarios tienen más
de una propiedad. El censo sólo consigna cifras parciales hasta 50.000 cabezas, lo cual impide saber
cuántas propiedades poseen cifras superiores.
La relación ovino, hombre y salario es realmente escalofriante. Una estancia de 250.000 ovejas
produce un millón de kg de lana y puede manejarse con 50 personas, con salarios mensuales muy
escasos.
En suma, la oveja resulta un animal deshumanizante y tiránico, causante de la despoblación de la
región y que condena a la miseria a sus criadores.
578
Las condiciones naturales del medio, la casi exclusividad de una actividad (ganadería menor
extensiva) y los factores históricos mencionados oportunamente, explican razonablemente la escasez
de población.
El reparto, uso y forma de explotación de la tierra dan cuenta, al menos parcialmente, del
predominio de la población urbana (79,3%) sobre la rural (20,7%).
Los centro urbanos (más de 2,000 habitantes) son numerosos, en relación con la población
total, pero muy escasos con respecto a la extensión de la región.
Considerando únicamente los habitantes de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del
Fuego, por razones estadísticas, de acuerdo con el censo del año 1980 no había más que 49 centros
urbanos, con un total de 798.124 habitantes. De éstos, 188.520 (18,0%) vivían en dos centros
(0,4%), Comodoro Rivadavia y Neuquén, de 98.483 y 90.037. habitantes, respectivamente. La ciudad
de Trelew tenía 52.073 (5,0%). Existían 18 ciudades (37%) con población entre 10.000 y 49.999
habitantes que totalizaban 425.865 (40,6%) habitantes. En 28 (57,0%) centros urbanos de 2.000 a
9.999 habitantes vivían 131.666 (12,4%). Los 251.876 pobladores restantes (24,0%) estaban
distribuidos en 170 centros de menos de 1.000 habitantes.
Una simple mirada al grafito (Fig. 14 y 15), en el cual han sido representados, a escala, los
centros de población, pone de manifiesto la existencia de cuatro grupos principales. Se encuentran
localizados en el valle superior de río Negro, el inferior del Chubut, el piedemonte y valles andinos
desde San Martin de los Andes a El Bolsón y alrededor del Golfo de San Jorge. Además existen
núcleos de población aislados, especialmente en la inmensidad de las mesetas.
Fig. 14. Tránsito medio diario de automotores y frecuencia semanal de transporte automotor de
pasajeros (según J. A. Roccatagliata, sobre la base de S. C. de Casas, 19 78).
Los factores de localización de los diferentes núcleos son muy sencillos. En primer lugar los
cursos de agua y la organización del riego, sobre cuya base, se practica agricultura intensiva de
productos de alto valor como en el valle superior del Río Negro y menos intensivos y menor valor
como en el valle inferior del Chubut. Al primer grupo pertenecen Villa Regina, General Roca, Allen,
579
Cipolletti Choele-Choel, etc., que se sirven del agua del primer río y Neuquén, en la confluencia del
curso del mismo nombre y el Limay. Al segundo pertenecen Trelew, en primer lugar, Gaiman y
Dolovan.
La actividad fundamental de. los centros del Golfo de San Jorge, nucleados en torno de Co-
modoro Rivadavia, es la explotación del petróleo. Estos, por su estilo típicamente petrolero, per-
tenecen a una unidad paisajística diferente al resto.
En el piedemonte y valles cordilleranos los factores esenciales son la benignidad del clima y las
tierras fértiles que permiten la práctica de la agricultura, como en San Martín de los Andes, Colonia
12 de Octubre y El Bolsón. Además se agregan los beneficios de la belleza del paisaje en el cual se
funden lagos y bosques dando lugar al desarrollo del turismo. Tales son San Martín de los Andes y
San Carlos de Bariloche, especialmente.
Los mismos factores, a veces combinados, y otros no citados, constituyen motivos de locali-
zación de centros dispersos, en particular en el ámbito de las mesetas. Entre ellos pequeños oasis de
cultivo como Colonia Sarmiento (Chubut), entre los lagos Musters y Colhué Huapi, beneficiada por
las aguas del río Senguer, en el centro de la meseta. Ejemplos fluviales son también Patagones y
Viedma.
Entre los centros más alejados del grupo principal, cabe citar la población petrolera de Plaza
Huincul (Neuquén) y Cutral Có (La Pampa). Especial mención merecen las poblaciones levantadas,
en la extremidad Sudoeste de Santa Cruz, en torno a la explotación carbonífera de Río Turbio.
No son ajenas a los factores de localización la posición y algunas funciones específicas, como,
las de las comunicaciones. A estas condiciones responden algunos centros, tales como, Deseado,
Gallegos, Madryn, etc., vinculados al puerto y otros, como Zapala, Esquel y Jacobacci al ferrocarril.
Finalmente no dejan de tener importancia el atractivo turístico de algunas playas, como las de
Puerto Madryn, San Antonio Oeste, etc., o la condición de capital provincial, como Rawson y
Viedma.
Es evidente el aislamiento, en el cual se encuentran los diferentes grupos de núcleos poblados y
la inmensidad de la distancia que los separa. Además es necesario destacar que aun dentro de un
mismo grupo el aislamiento es grande. Contribuye a ello la falta de comunicaciones. La región
prácticamente carece de caminos pavimentados. Gran parte de ellos son naturales mejorados y el
resto simples huellas. No hay proporción entre la longitud de los caminos y la extensión de la
región a la cual sirven. A lo largo de casi todos ellos faltan garantías elementales para el tránsito
automotor. Los ferrocarriles son escasos, la red de aeropuertos poco densa y la frecuencia de
servicios muy baja. Son deficientes las comunicaciones telefónicas, telegráficas y radiofónicas.
En general, todo el Sistema de comunicaciones está conformado para atender las necesidades
de Buenos Aires, desde la cual se organiza la explotación de la región, con retribuciones mínimas,
según se puede ver de cuanto se lleva dicho. (Fig. 14 y 15).
No existe, en consecuencia, ningún centro en la región con capacidad de organización, en
condiciones de constituirse en polo de desarrollo regional. Comodoro Rivadavia, el centro
principal, la mentada capital del petróleo, es sólo una administración de la central de YPF
radicada en Buenos Aires. General Roca, la capital del valle superior del Río Negro no es más que
un centro regional secundario y San Carlos de Bariloche una ciudad turística.
No hay, en suma, una capital regional y no puede haberla porque los núcleos de la región
carecen de poder económico. Los grandes capitales que tienen a su cargo la explotación están
radicados en Buenos Aires o en el extranjero. Les falta, además, poder político. Las provincias
fueron creadas e incorporadas al régimen federal en época reciente. Las circunstancias especiales
por las cuales ha pasado el país, no les han permitido gozar de las ventajas del nuevo régimen.
En consecuencia, sigue teniendo valor la expresión difundida en la región: «Dios está en todas
partes... pero atiende en Buenos Aires».
Bahía Blanca, la ciudad más próxima a la región, cumple un papel secundario y por razones
que no viene al caso explicar, conviene reemplazarla por algún puerto como el de San Antonio
Oeste o Madryn.
La falta de una verdadera trama urbana es la expresión acabada de la falta de desarrollo de la
región, de su carácter de colonia interior de Buenos Aires.
580
9. Matices paisajísticos
Por sus condiciones naturales, por razones históricas, especialmente las relativas al reparto
original de la tierra, la región de ganadería menor extensiva ha sido y seguirá siendo por mucho
tiempo, el dominio de las ovejas (Fig. 15).
Las mesetas
Enmarcadas por las montañas boscosas del Oeste y los elevados cantiles de la costa del
Atlántico, constituyen el paisaje dominante en el extenso ámbito de Patagonia.
En la extremidad austral de la diagonal árida sudamericana, las mesetas son secas, frías y
ventosas. Pedregosas, sembradas de rocas volcánicas, y rodados fluvioglaciares, carecen de suelos
o los tienen encostrados a causa de la sequedad.
Hacia la extremidad. Nordeste, la Patagonia comienza a volverse «pampa». El aire, más tibio y
sosegado, es menos seco. Los médanos circundan salares. Entonces la estepa amarillenta o ceniza se
entrecruza con el monte.
Contrariamente, en la extremidad Sur el suelo se ondula con las morenas abandonadas por los
suelos que cruzaron hasta el mar. Los cielos son más oscuros y nubosos. La atmósfera, con la
disminución de la temperatura, se torna más húmeda, especialmente en Tierra del Fuego. La estepa
cede espacio a la tundra.
La misma actividad ovejera deja más lugar a los bovinos en el Norte y en el Sur. Pero en la
estepa misma la crianza de ovinos es la labor primordial. Ocupa todo pedazo de tierra con algunas
matas de pasto, mientras el clima no le es adverso, ya sea formando parte de un importante rebaño de
grandes capitales o del mísero «piño» del indígena.
La receptividad de los campos es muy baja. Los 18.000.000 de ovejas son una carga demasiado
pesada, pero pasan desapercibidas en la inmensidad del espacio.
Las propiedades también difieren de Norte a Sur. En la extremidad septentrional los campos
fueron adjudicados, después de la campaña al desierto, por el gobierno. Las unidades fueron
chicas y, a la larga, resultaron poco rentables dada la escasa receptividad de los campos. Al Sur, en
cambio, la colonización fue obra de aventureros europeos del siglo pasado y compañías británicas que
tomaron para sí grandes extensiones de tierra.
Las estepas no admiten más ovinos. Requieren poca mano de obra. Las mesetas, inconfortables,
están desiertas. Los cascos de estancias inmensas constituyen un hecho insólito en la soledad de
esta especie de «Siberia Argentina», como dice Gaignard7.
De allí que en la inmensidad del espacio ovejero, no existen más matices diferenciales que los
centros mineros, oasis agrícolas minúsculos, la línea de la costa y la virginidad de los Andes.
No obstante la importancia de las explotaciones, los recursos mineros no son bien conocidos,
todavía, ni mucho menos explotados convenientemente.
La actividad petrolera no es pobladora, pero la expansión de las investigaciones relativas a la
existencia de hidrocarburos ha promovido el crecimiento de algunos centros urbanos. Comodoro
Rivadavia, una gran ciudad que vive casi exclusivamente de la actividad petrolera, es una excep-ción
en Argentina. Otras ciudades, como Río Gallegos, han podido crecer y acumular servicios que
refuerzan su desarrollo, gracias a las regalías que la Nación les otorga por el petróleo.
La actividad ha impreso un sello especial al paisaje, no obstante el carácter puntual de las
instalaciones. Pero una trama bien cerrada de caminos desolados y oleoductos vinculan pozos
automatizados. La presencia del hombre es suceso.
La explotación del carbón, en cambio, no obstante el volumen de mineral extraído, no es más
581
que un centro minero perdido en la soledad de la extremidad Sudoeste de Santa Cruz. Con aires de gran
campamento, no tiene significación regional.
Todo el carbón se exporta. Los obreros, en su mayoría, son chilenos que gestan sus salarios en
Puerto Natales (Chile). Sólo. Río Gallegos, como puerto de embarque, goza de algunos beneficios con
la explotación.
582
Fig. 15. Croquis regional de Patagonia. A: Actividades industriales: Parques y complejos industriales: 1 - minero; 2 – me-
tal-metalúrgico; 3 - textil; 4 - agroindustrial; 5 - varios; 6 - frigorífico; 7 - fábricas de cemento; 8 - mecánicas; 9 - destilerías de petróleo;
10 - alimenticias; 11 - fábricas de tejido sintético; 12 - aserraderos; 13 - bodegas; 14 - ind. químicas. B: actividades agropecuarias: 15 -
Ganadería menor extensiva (ovinos); 16 - oasis de cultivo (frutícolas y hortícolas y forrajeros); 17 - Reducida explotación de bosque. C:
Actividades mineras: 18 - extracción de petróleo; 19 - extracción de carbón. D. Actividades costeras: 20 - pesca; 21 - banco pesquero;
22 - puerto de ultramar; 23 - puerto costero; 24 - vías de navegación; 25 - Centros turísticos, E: 26 - Aeropuertos; 27 -Camino
pavimentado; 28 - Camino de tierra; 29 - ferrocarriles; 30 - Oleoducto; 31 - Gasoducto; 32 - Presa o dique; 33 - Centrales
eléctricas (usinas).
A la escala de la región, los oasis agrícolas, aparte de escasos, son de ínfima extensión. Excepto el
de Río Negro, apenas alcanzan a producir para el consumo local. Tales los del Chubut inferior,
Colonia Sarmiento, Colonia 16 de Octubre, El Bolsón, etcétera.
El del Valle del Río Negro, con ser el mayor, es para muchos, desconocido; sin embargo, es hoy una
de las zonas frutícolas más importantes del país.
Extendido a lo largo del Río Negro, con un ancho, en su parte más importante, que varía entre 3 y
6 km (alto valle) es, como dice Pronsato, sólo un punto en el país; pero ofrece un espectáculo
extraordinario. «Rodeado de imponentes bardas cuyas alturas no superan los 300 m, contiene un sinfín
de diques, canales y quintas, con millones de plantas frutales y árboles que le dan un colorido especial,
que varía con las estaciones del año, ofreciendo así matices de una belleza cambiante y única»8.
A fines del siglo pasado la producción no alcanzaba para alimentara los productores. En 1912 la
iniciativa privada construyó los primeros canales que tomaron agua del río Neuquén. En la segunda
década del presente siglo se construyeron los canales secundarios para Cinco Saltos, Cipolletti,
Allen y Villa Regina, con lo cual se inició la multiplicación de las chacras. Hoy la longitud, de canales
casi llega a los 700 km y la de desagües pasa los 500.
En 1927-28, la producción de manzanas y peras alcanzó a los 50.000 cajones. Diez años más tarde
solamente la producción de manzanas fue de 1.800.000 cajones; en 1950 de 8.000.000 y en 1960 de
15.000.000. En la cosecha 1968-69 descendió a 13.857.000.
A ellos debe sumarse la producción de 7.280 toneladas (3 500.000 cajones) de peras, 3.500
toneladas de duraznos, 2.300 de membrillos, 171.000 de uvas, 22.000 de papas y 74.950 de to-
mates.
La expansión de la fruticultura se ha visto facilitada por la conquista de mercados extranjeros. En
la década del 30 ingresó en los mercados europeos. Cuándo la guerra del 39 restringió a estos, los
frutos del valle encontraron colocación en Brasil.
Junto a la producción se ha desarrollado la industria de los frigoríficos, empaque, fabricación de
vinos, conservas, etcétera.
El litoral
Sin poseer buenas condiciones para puertos, la costa reúne varios factores que la han con-
vertido en la unidad más dinámica, después del Valle del Río Negro, de toda la región.
Casi la mayoría de las aglomeraciones surgidas junto a los puertos ocupan los primeros lugares en
importancia en la región. De todos modos, para el gran desarrollo costero, las instalaciones
urbanas son limitadas y dominan siempre los grandes vacíos intermedios que caracterizan la soledad
patagónica.
Si bien dichos centros participan, aunque en diversos grados, de las actividades propias de la
región y las subunidades correspondientes, cumplen funciones y realizan otros tipos de tareas que dan
un sello particular al litoral.
Son, en primer lugar, los centros de concentración de la producción de la región para ser ex-
pedida a los mercados. Se advierte en esto una cierta especialización en productos ganaderos y
mineros. En segundo, lugar, son las puertas de entrada de cuanto necesita la región para su
aprovisionamiento. Más aun cuando algunos de estos puertos son punto de partida de ferrocarriles
583
que recorren parte de la meseta, a veces hasta el pie de los Andes. Por otra parte, una de las rutas más
importantes recorre la región de N a S, paralela a la costa y con ramales hacia el interior.
Desde Deseado hacia el Sur, se encuentran localizados, en cada puerto, un frigorífico. De
Comodoro Rivadavia hacia el N han surgido, junto a estos centros, fábricas dedicadas a la pro-
ducción de fibras sintéticas.
Aunque la actividad pesquera es reducida, lo mismo que la industria derivada de ella,
constituye un factor más de ocupación y diversificación de las actividades.
Algunos sectores de la costa poseen playas, que si bien no son aprovechadas por los turistas de
las regiones del Norte del país a causa de las aguas —un tanto—frescas, en cambio son
fre-cuentadas por los habitantes del interior de la región.
Finalmente, aparte de que la mayoría de las capitales políticas se encuentran en el litoral,
son centros principales de comercio.
En conjunto, esta diversidad de circunstancias han dado a la vida del litoral los caracteres
que justifican su delimitación como subunidad diferenciada del resto.
Sin lugar a duda, los Andes constituyen una de las unidades paisajísticas más
bellas del mundo.
Las cumbres nevadas asomándose sobre los bosques que cubren las faldas de las montañas, los
inmensos lagos ramificados que ocupan las depresiones creadas por los hielos hacia los cuales
descienden las lenguas glaciares, los ríos caudalosos e impetuosos, las aguas cristalinas, el manto, de
hielo continental, los prados de tipo alpino, etc., constituyen un hecho insólito en la inmensidad de la
desértica región.
Empinadas agujas graníticas, como el Fitz Roy, son motivos de tentación para los andinistas.
Los lagos y ríos son .verdaderos paraísos de los pescadores. Los ríos atesoran un inmenso po-
tencial energético. Muchos valles poseen tierras fertilísimas, los campos nevados se ofrecen ge-
nerosos a los deportes de invierno, el fresco clima del verano estimula al veraneante, pero el paisaje
permanece casi virgen.
Solamente en algunos valles y sectores limitados del piedemonte apuntan actividades humanas
distintas a las ganaderas, como la explotación de bosques y la agricultura siempre en escala reducida.
Él turismo de dos temporadas (verano e invierno) es una actividad casi incipiente, no obstante
que algunos centros como San Carlos de Bariloche, San Martín de los Andes y Copahue han al-
canzado fama internacional por las bellezas y oportunidades que ofrecen, incluida la caza mayor.
Muchos otros parajes de singular hermosura permanecen casi ignorados por los argentinos, como
Lago Argentino, donde los témpanos del glaciar Moreno despliegan color y sonido en la soledad de la
montaña boscosa constituyendo uno de los espectáculos más sublimes de la naturaleza.
La explotación plena de los valores atesorados por los Andes bastaría para despertar
de su letargo al gigante regional.
La naturaleza no ha sido muy generosa con las dos grandes unidades naturales homogéneas que
integran la región.
En los Andes los espacios favorables para el desarrollo de actividades fundamentales son
reducidos. Las mesetas, con escasos suelos y vegetación, bajo un clima ando y ventoso, no son
fácilmente conquistables. La geomorfología litoral es poco favorable para la instalación de puertos,
la falta de agua potable y vegetación no estimula el crecimiento de centros urbanos de considera-
ción.
Sin embargo, hay aún suelos fértiles aprovechables para regar con los inmensos caudales de los
ríos. Las energías que éstos pueden generar no se aprovechan, los bosques andinos no se explotan
y la riqueza ictícola permanece casi intocada.
584
En suma, nada hay de prohibitivo en el medio natural pero sí riquezas para aprovechar.
Los mismos defectos de los primeros tiempos de la colonización caracterizan el proceso actual de
conquista de la tierra. Tales el exclusivismo pastoril y minero, sin mayor provecho para la región, no
obstante la contribución al desarrollo del resto del país.
Las actividades agrícolas en oasis proporcionalmente minúsculos, si bien han conquistado
mercados internacionales, no satisfacen las necesidades locales. El turismo, no obstante, la magnitud y
belleza de los paisajes andinos, no ha alcanzado un desarrollo acorde con las posibilidades que ofrece.
En síntesis, la región no carece de recursos, pero la explotación de los mismos es inadecuada y las
causas diversas.
En primer lugar, la división y el régimen de explotación de la tierra es antisocial y antieconó-
mico; el uso de la misma, primitivo.
Las ovejas necesitan mucho espacio para vivir y pocas personas para cuidarlas. De aquí que son
factor muy eficiente de despoblación a la vez que dejan poco beneficio a la región.
De todos modos, es considerable el aporte regional a la economía nacional, pero el país no le ha
devuelto en obras su contribución, razón del déficit infraestructural, motivo de atraso.
La región carece de una verdadera trama urbana. Las ciudades, escasas, no tienen poder
político ni económico. En consecuencia, no existe una capital regional. Son indispensables polos de
desarrollo y para crearlos deben llevarse a cabo grandes planes como el del Comahue y el Complejo
Alumínico Puerto Madryn-Futaleufú. El primero debe producir una expansión racional a través de
distintas etapas consistentes en la construcción de diques para colonización, el poblamiento y la
economía, al mismo tiempo que la industria. Pero este proyecto va sufriendo cambios a fin de sa-
tisfacer aspiraciones de otras provincias ajenas a la región, especialmente Buenos Aires y parece ser
que la intención de utilizar los recursos para el desarrollo servirá a zonas más desarrolladas y pobladas.
Además, la región necesita una, profunda reforma agropecuaria y la corrección de la distor-
sionada economía de las lanas y carnes
La capitalización es una necesidad urgente. Las subunidades regionales pueden ser buenas bases
para integrar complejos económicos pujantes mediante la industrialización de los productos de la tierra:
hierro, carbón, petróleo y la energía hidroeléctrica.
Mientras tanto, la región, verdadera colonia interior, sigue siendo, la Publicitada reserva na-
cional, la gran esperanza argentina.
NOTAS
1SCHMIEDER, Oscar, Geografía de América. América del Norte. América Central. América del Sur. (Trad. Pedro R.
Hendrichs Pérez) México, F.C.E. 1946, p. 853.
2 ESCALADA, Federico A., El complejo tehuelche. Estudios de etnografía patagónica, Buenos Aires, Coni, 1949.
6 HELMAN, Mauricio R, Explotación del ganado lanar en la Patagonia (2a. ed.), Buenos Aires. Ed. Americana, 1950.
7 GAIGNARD, Romain, La Patagonia, en "Géographie Régionale '2', France, Enciclopédie de la Pléiade, 1979, p.
1791.
8 PRONSATO, Domingo, El desafío de la Patagonia, Bahía Blanca; Universidad Nacional del Sur, 1969, p. 199.
585
BIBLIOGRAFÍA
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ricano de Geografía e Historia, 1982 ,p. 30 a 45.
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31-32.
DI BENEDETTO, Antonio, itinerarios de los pioneros en la región patagónica, en "Guía de Viaje de
la Argentina. Zona Sur", Buenos Aires, Automóvil Club Argentino, p. 97 a 109.
ESCALADA, Federico, A., El complejo tehuelche. Estudios de etnografía patagónica, Buenos Aires,
Coni, 1949.
GAIGNARD, Romain, L'Argentine, en "Géographie Régionale 2", France, Enciclopédie de la
Pléiade, 1979, p. 1761 a 1791.
HELMANN, Mauricio B., Explotación del ganado lanar en la Patagonia (2a. ed.). Buenos Aires, Ed.
Americana, 1950.
PRONSATO, Domingo, El desafío de la Patagonia, Bahía Blanca, Universidad Nacional del Sur,
1969.
ROCCATAGLIATA, Juan A., La Patagonia posible, 1984 (inédito).
SCHMIF.DER, Oscar, Geografía de América. América del Norte. América Central. América del Sur.
(Trad. Pedro R. Hendrichs Pérez, México, F.C.E., 1946.
CAPITANELLI, Ricardo G. y VELASCO, Matilde. I., Somero estudio climático de los valles de los
ríos Neuquén, Limay y Negro, en "Boletín de Estudios Geográficos", Vol. III, Mendoza, Instituto
de Geografía, 196, p. 19 a 51.
9
La porción oceánica y
la porción antártica,
dos espacios en
cuestión
587
Tres son las porciones fundamentales que un estudio geográfico puede discernir en el
territorio argentino: la porción americana emergida, la porción oceánica y la porción antártica.
Adviértase que empleamos el término territorio en un sentido amplio con omisión de su valor
etimológico.
Esas tres porciones se diferencian no sólo por sus características geográficas sino también
por sus dispares status políticos. Heredada de España, la porción americana emergida
constituye el solar de la República Argentina y es el fundamento de su existencia; la porción
oceánica está supeditada a lo establecido en la Convención del Mar; la porción antártica que
reivindica nuestro país está estrechamente vinculada a las decisiones que se adopten en el
futuro con respecto a la Antártida.
Es innecesario enfatizar que el criterio recto que permite esa diferenciación de tres porciones
es prevalentemente político, pues tanto la porción oceánica como la antártica incluyen
elementos heterogéneos desde una estricta apreciación geográfica.
1. La porción oceánica
La porción oceánica del territorio argentino está constituida por tres elementos: los
fondos marinos, las pocas islas que emergen de esos fondos y las masas de aguas oceánicas
que los cubren.
La línea de costa (coastline en inglés), definida por las máximas pleamares, determina el
límite de las masas emergidas; es la línea que aparece en los mapas y cartas argentinos como
límite entre tierras y mares. Entre la línea de costa y la línea de más bajas mareas se extiende la
playa, o sea la franja anfibia que es suelo marino en alta marea y tierra emergida en bajamar. A
partir de la línea de bajas mareas (shoreline en inglés) —que no debe confundirse con las líneas
de base, que nos ocuparán más adelante— se presentan los fondos marinos, en los que
corresponde diferenciar dos elementos geológicos distintos: el margen continental y las
planicies abisales. Los fondos ma-rinos argentinos se extienden desde el límite lateral
marítimo argentino-uruguayo establecido en 1973 hasta el límite argentino-chileno acordado en
1984.
El margen continental forma parte del respectivo continente aunque hoy esté cubierto
por el mar; está constituido, a su vez, por tres elementos geomorfológicos distintos: la
plataforma, el talud y la elevación continental (o emersión continental). Concebidos de esta
manera, a los márgenes continentales corresponde el 15,6% del total de la superficie de nuestro
planeta, guarismo que es suficientemente expresivo acerca de la importancia de estos
zócalos o bordes continentales (cuadro 1); a los fondos marinos corresponde sólo el 55,2% de
la superficie total.
588
La dorsal del mar Argentino (que no debe confundirse con la dorsal atlántica) ha sido estudiada por
Edgardo A. Rolleri (Rolleri, 1973). Se trata de un «notable accidente positivo que, a manera de larga y
más o menos estrecha dorsal, corre en coincidencia aproximada con el talud continental desde las
islas Malvinas hasta la latitud del extremo Sur de la provincia de Buenos Aires» (Ibidem, 204). Se la
considera una vieja montaña enterrada, desarrollada como resultado de etapas diastróficas que
culminaron en tiempos meso-paleozoicos; cerró, por el oriente, la expansión de algunas de las
cuencas que hoy es posible reconocer en el margen continental argentino. Se estima que está vinculada
con las sierras australes bonaerenses.
El plateau de las Malvinas —a veces denominado «Malvinas Plateau Basinal Complex»—
reconoce un origen eugeosinclinal y es una extensión del continente que estuvo bajo el nivel del mar
recién a partir del jurásico medio (hace 170 millones de años). Posee un área de aproximadamente
500.000 km2 y se extiende, con un ancho de 250 km, hasta unos 2000 km al Este de las islas Malvinas.
Se lo considera como un representante de la más antigua corteza continental (Urien e.a., 1981: 110),
que se, encuentra por debajo de los 2.300 m de profundidad media (Camacho, 1985: 63).
Asimismo se han demostrado que este plateau (meseta o plataforma) es continuación del
mesocratón del Deseado, siendo ambas comarcas cratónicas positivas durante toda su historia
geológica con excepción de un corto período en el devónico y en el carbónico (Turner, 1980: 1522); por
ello se considera que el basamento de las Malvinas «ha estado unido al de Patagonia y, por
consiguiente, al continente sudamericano, durante todo el fanerozoico».
Señalemos, finalmente, que el margen continental argentino es de tipo «atlántico», o sea, se
caracteriza por poseer un perfil morfológico completo, por la amplitud de las plataformas, por el gran
espesor de los sedimentos que aloja, por su condición asismo y por la presencia de extensos ca-ñones
submarinos (Mouzo, 1982: 105; Camacho, 1985: 62).
Fig. 2.
Fuentes: Urien, C. M.; Zambrano, J. J.: "The geology of the basins of the Argentine continental margin and Malvinas plateau".
En:Nairn, A. E. M.; Stehli, F. C. *eds."The oceans basins and margins". New York, Plenum, 1973, pp. 135-169.
Capurro, L. R. A.: "Características físicas del Atlántico Sudoccidental", en Boltovskoy, D. (ed.) "Atlas del Zooplancton".
592
Frente a los grandes ríos actuales que transportan importantes masas de sedimentos (Mississippi,
Amazonas, de la Plata) la plataforma no posee cañones, que recién aparecen alejados de la costa, en el
talud continental. Esto es así porque esos sedimentos han rellenado las cabeceras y tramos superiores de
los cañones.
Los principales cañones submarinos del margen continental argentino se presentan, además del
correspondiente al río de la Plata, a la altura de Carmen de Patagones, de la península Valdés y al Sur
de la Isla Grande de Tierra del Fuego.
Se han expuesto numerosas hipótesis para explicar el origen de los cañones submarinos.
Actualmente se considera que fueron excavados por grandes corrientes de lodo producidas por la fusión
de los importantes glaciares cuaternarios, que pudieron erosionar los materiales existentes en la
plataforma en mérito a su mayor densidad con respecto a las aguas. Por estos cañones se desplazan hoy
las llamadas «corrientes de turbidez», que son masas de agua cargadas con sedimentos que se
desplazan en el margen continental argentino (Rabinowitz, 1978).
El talud es la parte del margen continental que se extiende desde el cantil de plataforma hasta los
fondos oceánicos, aproximadamente hasta 3.000 m de profundidad. No existe coincidencia en las
fuentes sobre la magnitud del declive del talud pero sí hay coincidencia en que el cantil de
plataforma representa una verdadera discontinuidad geográfica. Se estima que el talud del margen
continental americano argentino forma un ángulo de aproximadamente 4o con el plano correspondiente
al nivel del mar.
El talud es escasamente conocido (Lesta, 1980: 1596-1596). En mérito a las investigaciones
realizadas por medio de sísmica de refracción se considera que está constituido, entre 38°S y 48°S, por
«una espesa cuña sedimentaria que en su parte más potente puede llegar a los 10.000 metros». Estos
sedimentos en su parte más profunda son cretácicos y están cubiertos por otros de ori-gen terciario;
presentan una decidida inclinación regional hacia el Este.
La elevación continental (o emersión continental) es una zona de faldeo que se encuentra a
continuación de la base del talud (continental rise, en inglés). Esta zona constituye el borde del
continente o corteza continental (masa siálica), hoy cubierto por el mar. A continuación se extienden las
planicies abisales.
En términos generales esta zona, que posee un ancho variable de 200 a 3000 km, está integrada
por ondulaciones de poca altura, si bien a veces aparecen pequeñas colinas o escarpas de hasta 500 m
de altura (Casellas, 1982: 283).
Fuera del margen continental, pero integrando los fondos marinos que pertenecen a nuestro país,
se encuentra el denominado «arco del Scotia», que es un sistema de elevaciones submarinas —con
algunos afloramientos sobre el nivel del mar— que en forma de un inmenso bucle de 1500 km de largo
empalma batimétrica y geológicamente el extremo oriental del archipiélago de la Tierra del Fuego (Isla
de los Estados) con el extremo septentrional de la península antártica. Algunos autores prefieren
denominarlo «cordillera del Scotia» (Dalziel; Elliot, 1973: 171). Los materiales pétreos que lo
constituyen son variados (Dalziel, 1975: 465-466).
Los trabajos de síntesis geológica regional (Medina, 1981 Caminos y Massable, 1980; Dalziel,
1974) aceptan la antigua idea de una unión geológica intercontinental entre los Andes australes y la
península antártica, unión sugerida por las analogías existentes entre esos elementos. El problema en
discusión se refiere a la forma en que se produjo la separación (posiblemente en el cenozoico) y al
respecto existen, al menos, cuatro hipótesis principales regidas por los principios de la tectónica de
placas (o láminas) y por la existencia anterior del supercontinente de Gondwana (Medina, 1981: 172).
El punto clave en discusión es determinar si la curvatura que presentan en conjunto los Andes
australes, el arco del Scotia y la península antártica es un rasgo original o bien se trata de un rasgo
adquirido como consecuencia de distintos eventos tectónicos. Antaño se sostenía que la cordillera que
representaba esa unión era continua y rectilínea pero sometida, en tiempos geológicos recientes, a
una flexura oroclinal produjo la alineación de casi ángulo recto entre los Andes australes y Georgias del
593
Sur y entre este archipiélago y la península antártica. Más recientemente el geólogo Ian W. D.
Dalziel y otros han puesto en duda la existencia de esa cordillera rectilínea y postulan, por el
contrario, que la forma arqueada en cuestión es original; en tal orden de ideas sostienen que el arco
del Scotia responde a un engolfamiento del Gondwana y que ese arco y la península antártica formaban,
antes de la ruptura, parte de una placa que se encontraba adyacente al cratón de la Antártida oriental,
derivando hasta su posición actual con una rotación de sentido antihorario. En el mismo sentido se
pronuncian geólogos argentinos (Valencio, 1980) que estudiaron rocas recogidas en seis lugares
distintos y las relacionaron con los polos paleomagnéticos, llegando a la conclusión de que la península
antártica es un orógeno, es decir, que no sufrió ningún arqueamiento oroclinal desde la orogenia andina.
Este arco insular activo, que es especialmente apto para estudiar los problemas relativos a los
«cinturones móviles» de la corteza terrestre, a partir de la Isla de los Estados y del banco Burdwood está
integrada por la isla Cormorán (antaño Aurora), las islas Georgias del Sur (antaño San Pedro), el islote
Roca Negra, las islas Sandwich del Sur, las islas Oreadas del Sur y las islas Shetland del Sur.
Se ha estimado (Medina, 1981: 173) que en nuestros días sólo se conoce aproximadamente una
décima parte de la geología de la región y así se justifica la existencia simultánea de varias hipótesis
para explicar la disposición y características de los elementos que la constituyen.
Al concluir los márgenes continentales aparecen los fondos abisales, que son los sectores de nuestro
planeta que están fuera de posibles reclamaciones de soberanía estatal y constituyen una reserva para
toda la humanidad. Es conveniente, de todas maneras, apreciar algunas de sus características.
Estos fondos abisales ofrecen un relieve uniforme (llanuras abisales), con pequeñas ondula-
ciones (colinas abisales), pero esa uniformidad se ve interrumpida en algunos lugares por la presencia
de la cordillera centro-oceánica, que se encuentra en todos los océanos y que corresponde a las franjas
en que se produce el enfrentamiento de dos placas geológicas distintas, con fenómenos sísmicos y
volcánicos habituales. Esta enorme cordillera submarina, que circunda toda la Tierra, tiene una
superficie estimada en 148 millones de km2, cifra que es igual a la correspondiente al área conjunta de
todos los continentes, constituyéndose de este modo en la estructura geológica unitaria más extensa de
nuestro planeta. Se trata de un abombamiento situado aproximadamente en el centro de todos los
océanos —salvo en el Pacífico, donde se aproxima a la costa americana— y constituido por «dos líneas
paralelas de montañas levantadas en bloque y separadas por una gran fosa tectónica central muy
continua y encuadrada por vastas plataformas en gradería» (Doumenge, 1972: 20). En el
Atlántico se produce un fenómeno de expansión de las placas tectónicas, lo que acarrea su
progresiva separación en una magnitud que ha sido estimada en diez a doce centímetros por año.
Integrante de esa cordillera centro-oceánica es la dorsal atlántica, que se inicia en la Isla de los
Osos (75° N y 16° E) y se emplaza aproximadamente en el centro de ese océano, describiendo
curvas, que en términos generales repiten las sinuosidades correspondientes a las costas orien-tales de
América. A la altura de la isla Bouvet (54° S) se dirige hacia el este y penetra en el océano Indico.
Presenta una topografía muy accidentada y alcanza unos 20.000 km de largo si se consideran todas sus
curvaturas, o sea, tiene un largo equivalente a la mitad de la línea ecuatorial; Su ancho promedio es de
1370 km, mucho mayor en la parte meridional del Atlántico que en la sep-tentrional; se encuentra a
unos 4.000 m por debajo del nivel del mayor, pero aflora por medio de quince islas (Santa Elena,
Gough, etc.) que constituyen sus cumbres mayores. Está integrada por materiales que nunca han sido
plegados ni sometidos a esfuerzos de compresión (Bulllard, 1975: 217), es decir, no se trata de
materiales sedimentarios sino, prevalentemente, de rocas basálticas.
En los fondos abisales correspondientes al Atlántico sudoccidental se han distinguido varias
cuencas abisales, entre ellas la argentina y la de las Antillas del Sur. La cuenca abisal argentina se
extiende entre la dorsal atlántica y el talud continental argentino y tiene como límite meridional a la
cresta de las Malvinas; su extensión ha sido calculada en 2,4 millones de km2, su profundidad
media se aproxima a los 5.000 m y existe en ella la mayor acumulación de sedimentos hasta ahora cono-
594
cida, con un espesor de 2.800 m. La cuenca abisal de las Antillas del Sur, enmarcada por los
archipiélagos que reciben esa denominación, presenta la fosa de las islas Sandwich del Sur, que con
sus 8.270 m constituye la mayor profundidad conocida en el Atlántico. Sur.
1.2 Islas
Una de las características del océano Atlántico Sur es la exigua presencia de islas. Sin em-
bargo, atendiendo tanto al emplazamiento como al proceso que les dio origen, podemos clasifi-
carlas en dos grupos principales: islas continentales e islas oceánicas (Wagner, 1911; Stamp,
1962:343).
Las islas oceánicas (Ascensión, Santa Elena, Tristán da Cunha, Gough y Bouvet) son cumbres
aflorantes de la dorsal media atlántica y poseen aparatos geológicos propios. Las islas Fernando de
Noronha, Trinidad y Martín Vaz no son indicadas como integrantes de dicha dorsal pero su exis-
tencia tiene relación con ella (Heinsheimer, 1965). La República Argentina no posee ni pretende isla
oceánica alguna.
Muy otra es la situación de las islas continentales, que emergen de los márgenes continentales,
es decir, forman parte de los respectivos continentes. Algunas se presentan próximas a las costas
(como la Isla de los Estados) en tanto que otras (islas Malvinas) están alejadas. También pueden ser
consideradas como islas continentales las que integran el arco del Scotia por las razones ya
apuntadas.
Dos islas mayores —la Gran Malvina al poniente y la Soledad al naciente—, medio centenar de
ínsulas menores y numerosos islotes constituyen el archipiélago, que alcanza una superficie total de
11.718 km2 o sea, algo más de la mitad de la actual provincia de Tucumán.
Estas islas están emplazadas sobre una plataforma o meseta (plateau de las Malvinas) y se las
considera estrechamente relacionadas con las sierras australes, de la provincia de Buenos Aires y
con el plegamiento del Cabo de África del Sur (Turner, 1980). Son montañas de plegamiento y el
fallamiento desempeña un papel secundario. Soportaron el glaciarismo pleistocénico pero no es-
tuvieron cubiertas por un manto continuo de hielo.
Presentan un relieve maduro, ondulado, constituido por serranías o colinas que alcanzan una
altitud máxima de 700 m. Grandes extensiones de terreno mal avenado, con relieve casi horizontal,
están ocupadas por turberas, con espesores variables que no superan los cinco metros. Esta turba,
cuyo valor calorífico promedio es de 2.000 calorías con un 28% de humedad, ha constituido por la
falta de árboles y aun constituye la principal fuente de combustible. Se ha advertido que la locali-
zación de los asentamientos humanos está estrechamente vinculada con la distribución de los
yacimientos.
Las costas se caracterizan por un intenso festoneo y en algunos lugares el mar se introduce
muy profundamente en las tierras. Se considera que esta elevada sinuidad se debe en gran parte a las
fluctuaciones en el nivel del mar.
El clima es oceánico frío, con una temperatura media anual de 4°C y con precipitaciones de 650
mm de promedio anual. Vientos fuertes, frecuentes tempestades, niebla reiterada y pocos días con el
sol pleno configuran un estado desapacible y hasta hostil de la temperie.
La vegetación es baja y achaparrada, si bien densa. No se desarrollan árboles y los arbustos
perennes predominan; se ha estimado que el 90% de la superficie está dominada por Cortaderia
pilosa y por Empetrum rubrum (Dimitri, 1975: 100). La antigua predominancia de Poa
flabellata (tussock grass o tussac) ha desaparecido pues por su gran adaptabilidad ha sido
intensamente perseguida por las ovejas. La fauna es particularmente rica en aves y en mamíferos
varios en las costas. Hoy en día no existen mamíferos nativos terrestres desde la extinción
(1876) del «zo-rro-lobo malvinero» (warrah), hecho que trajo aparejados sensibles cambios en
los ecosistemas locales (Daciuk, 1975: 157).
595
Las rocas que afloran en el archipiélago van desde el precámbrico (en el cabo Belgrano o
Meredith) hasta el jurásico; el resto de la superficie de las islas «está constituido por sedimentos
cuartarios y recientes en los que predominan los de origen orgánico, sobre todo de turberas pos
pleistocenas y arcillas y limos de fondo de pantano» (Etchevehere, 1975:85); se considera que están
en la etapa evolutiva propia del desecamiento de turberas periglaciales del final del pleistoceno.
Esta condiciones ambientales actuales sólo se muestran propicias para la cría de ovinos, de los que
existen (1974-1975) aproximadamente 644.000 cabezas (Shackleton, 1977: 33). Los intentos efectuados
para diversificar la actividad económica (industria frigorífica de algas marinas, pesca, etc.) no han
dado hasta ahora resultados positivos. El comercio consiste en la exportación de lanas sucias
(aproximadamente 2.000 toneladas anuales) al Reino Unido, que es el principal proveedor de toda clase
de artículos.
La tierra está en su mayor parte en poder de compañías privadas; la denominada Falkland
Islands Company (que pertenece a un grupo empresario británico) es dueña de aproximadamente la
mitad de la superficie total.
La población estable está constituida por ganaderos, comerciantes y empleados burocráticos. El
hecho significativo es su progresiva disminución: 2.399 personas en 1936 (Moreno, 1948:
121-122), 2212 en 1954 (Leguizamón Pondal, 1959), 2.098 en 1970 (Argentina. Censo. Resultados
provisionales, pág. 105) y 1.813 en 1980 (Argentina. Censo. Territorio nacional, passim). Estos
1.813 habitantes se diferenciaban en 992 varones y 821 mujeres; en 1.405 nacidos en las islas y 408 en
el extranjero (23%); de estos últimos, 302 en el Reino Unido. En lo que se refiere a la loca-lización,
1.050 residían en Puerto Argentino (Port Stanley), 441 en el resto de la isla Soledad y otras menores y
322 en la isla Gran Malvina.
Este proceso emigratorio —casi un éxodo— se hizo evidente hacia 1953: falta de oportuni-
dades para los jóvenes, incomunicación y carencia de recreaciones se, aunaron para incitar a
emigrar con destino principal en Australia, Canadá y Nueva Zelanda. El alto nivel de ingresos y las
escasas posibilidades de gasto permitieron acumular ahorros que facilitaban el abandono de las islas.
Este cuadro demográfico ha cambiado notablemente a partir del conflicto de 1982. La pequeña
guarnición de antaño (medio centenar de hombres) ha sido reemplazada por una fuerza militar de
ocupación constituida por varios miles de soldados (las cifras disponibles al respecto no son coin-
cidentes), cuyo monto supera largamente al correspondiente a la población estable y por ello se han
originado problemas de distinto tipo.
Señalemos, finalmente, que los nativos del archipiélago se autodenominan kelpers. Kelp es un
sustantivo inglés que significa «alga» (específicamente Macrocystis pyrifera) y se ha interpretado que
los malvinenses utilizan ese nombre apelativo para expresar —por comparación con las al-gas— la
vida rutinaria, aburrida y carente de atractivos a que están sometidos.
Se encuentran hacia el este de las Malvinas, a unos 1.500 km de distancia. Este grupo está
constituido por una isla mayor —conocida como San Pedro— de casi 4.000 km2 de superficie y otras
menores que la rodean.
La isla San Pedro es montañosa, glaciada. Inhóspita, con picos que alcanzan hasta 2.900
metros. Existe una abundante y variada avifauna. Se han desarrollado, asimismo, dos especies
terrestres exóticas: la rata parda y el reno, liste último fue introducido en 1910 por la Compañía
Argentina de Pesca y abunda en estado salvaje (Guevara; Arcos, 1979: 52). No hay árboles: sólo
fanerógamas y musgos.
No existe información fehaciente sobre el descubrimiento de las islas y una eventual toma de
posesión. Lo cierto es que en 1756 fueron visitadas por el buque mercante español León y que a partir de
ese momento se impuso el topónimo San Pedro. En 1775 el navegante inglés Cook les dio el nombre de
Georgias del Sur.
El primer acto de soberanía efectiva en las islas fue realizado por la República Argentina en 1904 al
otorgar a una empresa privada dedicada a la caza de ballenas —la Compañía Argentina de Pesca— un
596
permiso para instalarse en ellas, que hasta entonces habían permanecido despoblada, salvo una
precaria instalación de una misión científica alemana (1882 -1883).
El Guardia Nacional, transporte de la Armada Argentina, hizo el relevamiento del archipiélago
en 1905 y el Ministerio de Agricultura dispuso la instalación de una oficina meteorológica que sería
atendida por un empleado de la antedicha compañía.
Estos legítimos actos de soberanía fueron desconocidos por el Reino Unido, que en 1906
obligó a la Compañía Argentina de Pesca a firmar un contrato de arrendamiento con el gobernador
inglés de las Malvinas. En 1908, por decreto del 21 de julio, el rey Eduardo VII estableció, en forma
unilateral, su soberanía sobre un conjunto de islas entre las que se incluyeron las Georgias del Sur. En
1917 el Reino Unido emitió una carta patente en la cual declaró que las mencionadas islas
pasaban a integrar la Falkland Islands Dependencies, declaración que se reiteró en 1962. Ac-
tualmente reside en las Georgias del Sur un funcionario inglés en carácter de delegado del go-
bernador de las islas Malvinas.
La Compañía Argentina de Pesca cesó sus actividades hacia 1968 y sus instalaciones han sido
desmanteladas (Guevara; Arcos. 1979:52). De todos modos, el Reino Unidos mantiene en el ar-
chipiélago una población de aproximadamente cien personas —entre funcionarios y pescadores—, que
en el verano aumenta a alrededor de seiscientas. El apostadero principal, situado en la costa
septentrional de la isla San Pedro, se denomina Grytviken (Bahía de las Ollas) y próximo a él se
encuentra otro, llamado Husnik.
Descubiertas en 1775 por James Cook, constituye el grupo que se encuentra más hacia el
levante de los archipiélagos argentinos y sirven de límite oriental del mar del Scotia. En esta con-
dición se basó, precisamente, la definición Éste de la Antártida Argentina por medio del meridiano de
25 °O. Asimismo se considera que constituyen el extremo del margen continental argentino.
El archipiélago está constituido por once islas, que se emplazan entre las siguientes coorde-
nadas: 56° 18' y 59° 28' Sur y 26° 14' y 28° 11' Oeste. Estas islas, que en conjunto alcanzan una
superficie próxima a los 300 km2, forman un arco cóncavo hacia el oeste de unos 350 km de ex-
tensión.
Todas son de naturaleza volcánica y en la mayoría se observan fumarolas, emanaciones de
gases tóxicos, etc. Están constituidas por rocas efusivas: dacitas, andesitas, etc. El clima es hostil
durante todo el año y el acceso es difícil porque sus costas son escarpadas, pues no existe una
plataforma submarina (Heyde Carrigos, 1975: 1) y el mar está constantemente agitado.
Pobladas por una abundante fauna alada, a veces sirven de reparo a leopardos y elefantes
marinos, e incluso a focas.
Han estado deshabitadas y sólo recibieron esporádicas visitas de marinos y científicos. La
República Argentina fue el primer país que instaló un refugio naval, el Teniente Esquivel, estable-cido
en 1955 en la isla Thule o Morrell. Sus tres ocupantes permanecieron varios días en él, pero debieron
ser evacuados en helicóptero al producirse una erupción volcánica en las cercanías.
En el verano 1976-1977 la Armada Argentina instaló, en la misma isla y lugar, la estación
científica Corbeta Uruguay. Este hecho dio lugar a un debate en el parlamento británico (Fraga,
1978) y a la presentación de una protesta por parte del gobierno inglés (véase La Nación, 10 de
mayo de 1978), respondida por nuestra cancillería el 12 de mayo de 1978 por medio de una de-
claración en la que se enfatiza que el archipiélago «forma parte irrenunciable del territorio nacio-
nal».
El status jurídico es semejante al de las Georgias del Sur: forman parte de nuestro territorio
nacional de la Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, pero también son pretendidas por
el Reino Unido. Asimismo, están sometidas a la decisión del Comité de Descolonización de las
Naciones Unidas.
597
Por su carácter de país con costas, la República Argentina tiene legítimos intereses en
todo lo que atañe al océano mundial. Más precisamente, le incumben y recibe directamente
las influencias de dos partes de ese océano, denominadas actualmente océano Atlántico
Sur y océano Antártico (Austral o Circumpolar).
Se trata de dos masas oceánicas que poseen un elevado dinamismo, tanto horizontal como
vertical, que es producto de un intenso intercambio de energía que realizan con la atmósfera.
Entre los movimientos horizontales de superficie corresponde considerar a las olas, a las olas de
marea y a las corrientes de densidad.
Las olas se forman por distintas causas y las partes emergidas de los continentes pagan un alto
costo, en forma de erosión, al constituirse en las barreras naturales a su desplazamiento. En las
costas argentinas existen excelentes ejemplos de estas acciones del oleaje.
Un tipo especial de olas son las denominadas olas de marea o tsunamis, originadas por mo-
vimientos sísmicos producidos en los fondos marinos. Si bien habitualmente se las registra en el
océano Pacífico se ha podido tener una experiencia reciente en costa argentina: años atrás se
produjo en las playas de Mar del Plata un sorpresivo aumento del nivel de las aguas atribuido a un
tsunami proveniente de un lejano lugar.
Las corrientes de densidad constituyen las corrientes principales del océano y estructuran la
circulación oceánica horizontal. Existen Otras corrientes de menor importancia: son las producidas
por el viento, por el proceso de mareas y por las ondas internas (Casellas, 1982:255).
En el Atlántico Sur se desarrolla en su totalidad un circuito de corrientes de densidad que posee
sentido sinistrérsum, es decir, se mueve con sentido contrario al de las agujas del reloj. Puede ser
descripto a partir de la corriente ecuatorial que desde el golfo de Guinea se dirige hacia el oeste,
cruza la línea ecuatorial y pasa a integrar la corriente del Golfo, de tanta significación en el Atlántico
Norte. Esa corriente ecuatorial desprende un ramal cuyas aguas se desplazan hacia el sur en las
proximidades de la costa sudamericana y recibe la denominación de «corriente del Brasil», que
alcanza latitudes de 40° a 45° Sur, en donde tuerce hacia el este y cruza el Atlántico Sur para
confluir con la denominada «corriente de Benguela», cuyas aguas se desplazan de sur a norte en las
proximidades de la costa occidental africana; ambas corrientes siguen hacia el norte y pasan a
integrar la «corriente de Guinea», que recorre el golfo del mismo nombre con un rumbo SE a NO.
Después, esta corriente pasa a integrar la corriente ecuatorial y de este modo se cierra el circuito.
Además de este circuito propio, el Atlántico Sur participa en el circuito circunantártico, integrado
básicamente por la gran corriente circunantártica o de deriva de los vientos del oeste. Esta gran
corriente —que constituye uno de los fundamentos utilizados para sostener la existencia del oc-
éano Austral o Antártico— se desplaza de oeste a este y al cruzar el pasaje Drake (u Hoces)
desprende un ramal denominado «corriente de las Malvinas» (que es de baja temperatura y baja
densidad que se dirige hacia el norte tras bañar las costas orientales del archipiélago del mismo
nombre, o sea, se desplaza fuera de la plataforma submarina (Lusquiños; Váldez, 1971:43). Esta
corriente se aproxima luego al continente emergido y alcanza bajas latitudes, produciendo fenó-
menos de afloramiento de aguas frías en las costas brasileñas (precisamente frente a Cabo Frío, a la
latitud aproximada del trópico de Capricornio). En su marcha hacia el este la gran corriente cir-
cunantártica desprende otro ramal que constituye la ya mencionada corriente de Benguela, que es de
aguas frías y causante principal de la existencia del desierto de Namibia.
Es oportuno destacar que estudios recientes, basados en la utilización de información brindada
por satélites (imágenes infrarrojo) han permitido ampliar los conocimientos acerca de la dinámica de
las masas de agua en el sector sudoccidental del Atlántico Sur (Legeckis; Gordon, 1982), ad-
virtiéndose su extraordinaria complejidad. Sobre las bondades de la moderna técnica empleada
téngase presente que puede ponderar diferencias de temperatura de 0,5° C en un kilómetro.
Se ha podido apreciar que la corriente de Malvinas posee un ancho aproximado de 100 km y se
598
desplaza al oriente de la isobata de 200 m; su encuentro con la corriente del Brasil, según esas
observaciones, se produjo entre los 37° y 39° Sur. Se pudo advertir asimismo que el límite meri-
dional de la corriente del Brasil fluctuó entre los 38° y los 46° Sur, es decir, tuvo una amplitud de casi
900 km. Otros autores (Reid / e.a. /, 1977) ya han señalado que, tras alcanzar esas altas latitudes, la
corriente del Brasil retorna a los 40° Sur para seguir su curso hacia el este como parte del gran circuito
o giro del Atlántico Sur.
Además se pudo apreciar que al sur de los 38° Sur y al este de las aguas frías correspondientes a la
corriente de las Malvinas se forman enormes remolinos (eddies) de aguas relativamente calientes
con forma usualmente elíptica, con un eje mayor de 70 a 350 km y un eje menor de 60 a 230 km.
Estos remolinos, con movimiento anti-horario, se desplazan hacia el sur con velocidades variables,
de 4 a 35 km/día. Existen varias hipótesis acerca de su origen pero hay coincidencia en que están
relacionados con la corriente del Brasil, de la cual se separan; con respecto a su desaparición se
considera que el enfriarse se profundizan y luego son reabsorbidos por el circuito existente en el
Atlántico Sur.
Entre los movimientos horizontales de las masas oceánicas corresponde incluir a los despla-
zamientos que se producen en profundidad, o sea, las corrientes abisales o de profundidad, que
constituyen también verdaderos circuitos todavía escasamente conocidos; el monto de oxígeno
disuelto en el agua es utilizado como indicador en estos análisis (Casellas, 1982: 259). En tal orden de
ideas se ha podido comprobar en el Atlántico Norte que existe una corriente que fluye por debajo de la
conocida corriente del Golfo, pero con sentido contrario. Por su parte oceanógrafos argentinos han
podido determinar que las corrientes profundas en el pasaje Drake (Hoces) tienen una velocidad de
2 a 12 era/ seg. (Casellas, 1982: 262).
Para concluir con los movimientos horizontales de las aguas atlánticas que interesan a nuestro
país, es pertinente que indiquemos la presencia de otras dos corrientes, denominadas corriente del
cabo de Hornos y corriente patagónico-costera.
La corriente del Cabo de Hornos, de pequeña magnitud, se desplaza de oeste hacia el este
lamiendo el mencionado cabo y domina las características de las aguas fueguinas; está constituida por
aguas relativamente cálidas provenientes de la costa chilena, o sea del océano Pacífico Sur. Es posible
que se adicionen a otras aguas de ese océano que penetran en el Atlántico a través del es-trecho de
Magallanes, donde la corriente también es del oeste hacia el este (Krepper, 1977).
La corriente patagónica costera ha sido estudiada por varios autores (E. Boltovskoy, 1981a). Se
trata de una masa de agua de segundo orden constituida por aguas subantárticas que se des-
plazan, de sur a norte y sobre la plataforma, desde 52/53° Sur hasta el comienzo del área de in-
fluencia del Río de la Plata; a veces los vientos y las mareas pueden cambiar, local y esporádi-
camente, ese sentido de desplazamiento La salinidad de estas aguas oscila entre 33 y 33,5 ‰ y la
temperatura de las capas superficiales varía con la latitud (cuadro 3).
Además debe tenerse presente que existen otras aguas, emplazadas en forma adyacente a las
costas septentrionales argentinas, que se consideran como «aguas residuales» y que constituyen la
denominada «provincia argentina» (D. Boltovskoy, 1978:70). Se trata de «aguas viejas», relati-
vamente cálidas y de baja salinidad, cuyo dinamismo consiste —según algunos autores (Gneri;
Nani. 1960: 203)— en un desplazamiento hacia el sur en el verano y hacia el norte en el invierno.
CUADRO 3
Temperatura (°C) mensual promedio de las aguas atlánticas
superficiales próximas a la costa argentina
Corresponde referirnos ahora a los movimientos verticales de las aguas oceánicas, representados
por las mareas, por los fenómenos de surgencia y por los procesos que se producen en las
convergencias.
Las mareas son particularmente significativas en las costas americanas de nuestro país. La
amplitud media de la marea ofrece valores dispares: no alcanza el metro en Mar del Plata pero
aumenta hacia el sur hasta alcanzar el valor de casi ocho metros en Río Gallegos. En algunas
circunstancias excepcionales en esa localidad patagónica se han registrado amplitudes de 12 m. Estas
amplitudes han impulsado estudios para la instalación de una usina mareomotriz en el istmo de la
península Valdés, en donde existe una disparidad horaria de ocurrencia del fenómeno entre golfo San
José y Golfo Nuevo.
Los fenómenos de surgencia (upwelling) —también denominados fenómenos de divergencia—
consisten en el afloramiento de aguas frías profundas como el que se produce frente a las costas de la
provincia de Buenos Aires que incide favorablemente en la vida marina por medio de los nutrientes
que aporta a las aguas superficiales. Con respecto a las causas se han indicado como tales a los vientos
permanentes del oeste —que empujan a la corriente del Brasil hacia afuera de la plataforma
produciéndose un vacío que ocupan las aguas de fondo—, el efecto de Coriolis sobre la corriente del
Brasil en conexión con el movimiento de rotación de la Tierra y, también, el disturbio dinámico y los
torbellinos producidos por las masas de agua que fluyen en sentidos opuestos (co-rrientes del Brasil y de
las Malvinas) (Gneri; Nani, 1960: 200).
Otro movimiento de las masas oceánicas se produce en las franjas de convergencia, de las que
existen cuatro en nuestro planeta: la ártica, las dos subtropicales y la antártica. Podemos definir a estas
franjas como la «zona donde una masa de agua superficial se profundiza con respecto a otra también
superficial para ocupar un nivel intermedio. En esa zona se produce en consecuencia un cambio notable
de algunas variables oceanográficas en un entorno geográfico limitado» (Lusqui-ños; Valdez, 1971:
12).
A nuestro país interesan dos convergencias presentes en el océano Atlántico Sur. En la con-
vergencia subtropical las aguas subantárticas -más frías y por ende más densas— se precipitan hacia
el fondo oceánico por debajo de las aguas tropicales; en la convergencia antártica las aguas antárticas se
precipitan por debajo de las aguas subantárticas. Esta última convergencia, en toda su extensión, es la
más importante del planeta y es responsable de la formación de todas las masas oceánicas de fondo. Se
estima que el ancho de esta franja en que se producen los fenómenos de convergencia es de 15 a 30
millas (Lusquiños; Valdez, 1971:16).
Debe apuntarse que el enfrentamiento de masas de agua oceánica de distintas características no se
resuelve en la forma sencilla que expresa el concepto de convergencia (con penetración de las aguas
frías, más densas, por debajo de las aguas relativamente más calientes) ni tampoco puede ser
considerado en un orden lineal. Existen, por el contrario, fenómenos muy complejos con presencia
simultánea de distintas irregularidades representadas por franjas, lenguas, «bahías», meandros,
remolinos, etcétera.
Por lo demás, esta dinámica de las aguas oceánicas —todavía no suficientemente conocida— se
relaciona con el concepto de «masa de agua» que ha abordado entre nosotros el doctor Esteban
Boltovskoy (1981a), quien distingue entre masas superficiales y subsuperficiales (0-300 m), in-
termedias (500-1.000 m), profundas (1.200-4000 m) y de fondo (más de 4.000 m) y proporciona una
descripción adecuada con respecto a las que pueden distinguirse en el Atlántico sudoccidental y en su
porción americana.
Un problema que ha motivado numerosos estudios es el del emplazamiento de las franjas de
convergencia. Este emplazamiento es producto de varias fuerzas en juego (topografía de los
fondos marinos, desplazamiento de las corrientes de superficie, marcha estacional aparente del Sol,
fuerza y regularidad de los vientos, etc.),pero en términos generales se considera que la
convergencia antártica es más estacionaria que la subtropical. Entre nosotros el doctor Esteban
Boltovskoy ha realizado numerosas investigaciones analizando el comportamiento de foraminíferos y de
otros organismos pequeños y ha llegado a la conclusión de que la distancia que separa a las
convergencias que nos ocupan, en las proximidades de la costa americana, es de quince grados de
600
La descripción de la riqueza biológica existente en las aguas atlánticas y antárticas que in-
cumben a nuestro país debe realizarse, por varias razones de orden práctico, en forma conjunta. Esa
tarea ha sido encarada por distintos especialistas siguiendo procedimientos diferentes.
Uno de ellos consiste en la enumeración y ponderación de los distintos individuos que com-
ponen la flora y la fauna de esas aguas, comenzando por el fitoplancton y concluyendo con los
cetáceos; es el procedimiento adoptado por Norberto Bernardo Bellisio y sus colaboradores (Bellisio,
1982: 395-474).
Un segundo procedimiento, que privilegia los aspectos económicos, realiza la descripción te-
niendo en cuenta los tipos de pesca: de altura (en aguas de la corriente de Malvinas), pelágica (en aguas
subtropicales) y costera (en aguas residuales). Fue utilizado por Francisco S. Gneri y Alberto Nani
(Gneri; Nani, 1960: 175-272) y también, en alguna medida, por Tomás Leandro Marini y Rogelio
Bartolomé López (Marini; López, 1963).
Un tercer procedimiento, por último, tiene en cuenta otros aspectos y privilegia algunos pará-
metros e indicadores como el de «masa de agua» y el de «diversidad especifica», todo lo cual
permite definir áreas biogeográficas con adecuada precisión. Este es el método seguido por Esteban
Boltovskoy y por su hijo Demetrio Boltovskoy, que nosotros resumimos a continuación pro-
porcionando, en primer término, el significado de los parámetros mencionados (E. Boltovskoy,
1981a; D. Boltovskoy, 1978).
El concepto oceanográfico de «masa de agua» se aplica a un volumen relativamente grande de agua
oceánica originada en un área o foco determinado del océano mundial. Este foco se caracteriza por la
uniformidad casi permanente de sus propiedades físicas, químicas y biológicas. Las masas de agua
pierden sus características iniciales a medida que se alejan de su área de origen. Los indicadores que se
usan, simultáneamente, para la identificación dé las masas de agua son temperatura, salinidad y
densidad; también la composición de su mundo orgánico, principalmente el plancton.
El concepto de «diversidad específica» indica la relación cantidad de especies/cantidad de in-
dividuos. Los estudios de Demetrio Boltovskoy se refieren fundamentalmente al plancton pero sus
conclusiones sobre la definición de áreas biogeográficas en el Atlántico sudoccidental y en el
Antártico (sector enfrentado a América) son de gran valor y utilidad.
5 .COMPLEJOS FLORIFAUNISTICOS EN EL ATLÁNTICO SUDOCCIDENTAL ANTÁRTICO
601
602
Teniendo en cuenta estos conceptos, Demetrio Boltovskoy definió cuatro complejos flori-
faunísticos entre la línea del Ecuador y el continente antártico (denominados tropical, subtropical,
subantártico y antártico) cuyas características principales de interés geográfico resumimos en
nuestro cuadro 5.
Además, Demetrio Boltovskoy hizo referencia a los ecotonos, que definió como «áreas transitivas
donde el cambio de las características abióticas condiciona reemplazos de un tipo de complejo
orgánico por otro» (Boltovskoy, 1978:80). En el ambiente pelagial del Atlántico sudoccidental reconoce
dos principales, representados por la convergencia antártica y la convergencia subtropical, y dos
menores correspondientes a la divergencia antártica y a la convergencia tropical Agrega que el
límite de la plataforma coincide, aproximadamente, con el ecotono que separa la zona pelagial de la
zona nerítica; a su vez, dentro de esta última pueden diferenciarse otros eco-tonos menores, como los
límites de las áreas de influencia de los grandes ríos (caso del Río de la Plata).
Con respecto a la diversidad específica, D. Boltovskoy proporciona dos mapas (Boltovskoy,
1978:74) suficientemente ilustrativos; en uno de ellos indica el número de especies, que aumenta como
es sabido en las áreas que presentan las condiciones de vida más normales (Boltovskoy, 1978:84); tal
área, en el Atlántico sudoccidental-antártico, es el área central, en donde se presenta asimismo la mayor
diversidad específica, definida meramente como número de especies/número de ejemplares. El otro
mapa indica el número de individuos —o sea, la biomasa planctónica— en la capa superficial del océano
(hasta 100 metros de profundidad) tomándose como unidad de medida el valor mg/m3 de agua.
Según Boltovskoy (1978:85) la comparación de esos dos mapas permite advertir la existencia de
«una bastante ajustada correlación geográfica entre las áreas de mínima densidad y máxima cantidad
de especies».
En un trabajo posterior, realizado en colaboración entre José R. Dadon y Demetrio Boltovskoy
(Dadon; Boltovskoy, 1982) se realiza alguna modificación con respecto a la división biogeográfica que
hemos utilizado hasta ahora. La modificación consiste en diferenciar, entre el Ecuador y el continente
antártico, no cuatro sino cinco masas de aguas oceánicas al otorgar tal carácter al ecotono de la
convergencia subtropical. Dado que, además, estos autores diferencian —salvo en las aguas antárticas—
las áreas oceánicas y las áreas neríticas, llegan a distinguir un total de nueve «zonas biogeográficas
naturales diferentes», cuyos límites son más precisos en la parte meridional (al Sur del paralelo de 40°S)
que en la septentrional, donde los solapamientos son significativos. En conclusión, no existe una
diferencia fundamental entre la propuesta de 1978 y la de 1982 por lo que hemos considerado oportuno
utilizar en modo preferente a la primera.
Debe advertirse, por último, que las apreciaciones generales sobre la riqueza oceánica están
sometidas en nuestros días a severas revisiones. La idea de un océano mundial con recursos
renovables inagotables está siendo reemplazada por la idea de un océano mundial con posibilidades
limitadas (Boschi, 1984:13) e incluso se llega a sostener que la destrucción antropógena supera a la
producción natural (Greze, 1982), concepto que discute Demetrio Boltovskoy al dar a conocer esa
información. De todos modos, es necesario tomar conciencia de que el futuro de la humanidad está
íntimamente vinculado con las posibilidades del océano mundial como proveedor de alimentos y ello
obliga a nuestro país a cuidar la riqueza que existe en las masas de agua que le incumben, riqueza que
hoy es depredada por naves de otros países con total irresponsabilidad.
Los océanos actúan como reguladores climáticos. Ello es así en mérito a dos hechos: por su
movilidad vertical y su capacidad calorífica las aguas acumulan calor; por su movilidad horizontal, las
aguas distribuyen ese calor tanto en el tiempo como en el espacio, principalmente por medio de las
corrientes oceánicas. Puede manifestarse, en consecuencia, que el comportamiento de la atmósfera
en el área oceánica adyacente a las costas americanas de nuestro país es producto de la dinámica general
de esa misma atmósfera y de las condiciones peculiares existentes en las aguas que integran el Atlántico
sudoccidental.
603
2. La porción antártica
La porción antártica del territorio argentino es la más precisamente definida pero es, al mismo
tiempo, en la que el ejercicio de la soberanía es menos efectivo; ello es así como consecuencia de la
vigencia del Tratado Antártico, del cual nuestro país es signatario inicial.
El conocimiento geográfico de la Antártida en general y en particular del sector que pretende
nuestro país ha aumentado considerablemente en los últimos años y sigue aumentando acelera-
damente día a día; buen registro de ello es la magnífica Current Antarctic bibliography que edita
regularmente la Biblioteca del Congreso estadounidense.
Como es sabido, el continente antártico está integrado básicamente por dos grandes masas -la
Antártida oriental, mayor, y la Antártida occidental, menor— y por una zona intermedia (la Antártida
central), que en conjunto suman poco más de 12.000.000 km2 (cuadro 6), cubiertos casi totalmente por
un espeso manto de hielos (calota polar). Se estima que sólo un 3% de la superficie continental
emergida antártica está exenta de la cubierta de hielos y permite la realización de los estudios
geológicos convencionales; el resto es relativamente conocido por medio de estudios geofísicos.
La Antártida oriental está compuesta básicamente por rocas cristalinas de edad precámbrica que
constituyen un verdadero escudo. El relieve es mesetiforme pero en los bordes está recorrida por
cadenas montañosas que en algunos lugares emergen de la calota de hielo. Particularmente
importante es la cadena denominada Transantártica, que con un recorrido de 4.000 km se extiende
desde el Mar de Weddell al Mar de Ross.
604
La Antártida occidental (también denominada Antártida plegada) está integrada por el tramo
meridional del arco del Scotia y por el área antártica que se enfrenta a América. El hecho geológico-
geomorfológico más significativo es la apófisis aguzada que se emplaza hacia el Norte y recibe el
nombre de península antártica.
La Antártida central (también denominada «fosa antártica») es la faja ubicada entre la Antártida
oriental y la occidental. Se trata de un área deprimida, limitada por grandes fallas y pilares tectónicos
(Caminos; Mussable, 1980: 1 530). Las cuencas de los mares de Weddell y de Ross, mares que
aparecen como profundas entalladuras en el continente, forman parte de esta área de hundimiento
relativo. Alguna vez se especuló sobre la posibilidad de que esta faja fuera el fondo de un brazo de mar
que separase completamente las dos masas antárticas principales pero últimamente prevalece un criterio
negativo hacia esa posibilidad.
Como en todos los continentes, en la Antártida es posible discernir su respectivo margen con-
tinental. Según información que brinda la Dirección Nacional de Antártico de nuestro país ese
margen posee una superficie aproximada de 2.355.000 km2, de los cuales la mayor parte están
cubiertos por barreras de hielo, particularmente en los sectores que ofrecen exigua profundidad. Este
margen continental es angosto en el borde accidental de la península antártica, con presencia de
numerosos archipiélagos, pero es amplio en el borde oriental, con presencia del Mar de Weddell
La Antártida argentina incluye porciones de los tres sectores distinguidos en el continente
antártico. De la Antártida occidental comprende el tramo austral del arco del Scotia y la península
antártica e islas adyacentes; de la Antártida central abarca la cuenca del Mar de Weddell; de la
Antártida oriental, finalmente, comprende su área más occidental, principalmente las montañas
Theron y Pensacola.
El área de mayor interés para nuestro país -y también para los demás que han expresado una
preocupación por la Antártida— es la península antártica, principalmente por razones de orden
climático. A ella dedicamos los siguientes párrafos.
caracterizada por no poseer hielos y en la cual funciona una base argentina que posee una pista de
aterrizaje de aeronaves que puede ser utilizada durante todo el año. En esta costa se encuentra la barrera
Larsen, que aparece como un enorme escalón de hielo, que en muchos lugares supera el medio
centenar de metros sobre el nivel del mar.
Las condiciones ambientales relativamente favorables de la península antártica, particularmente
desde el punto de vista climático, explican que sea el área preferida para la instalación de bases
científicas.
2.2 El hielo
El hielo terrestre se forma a partir de la nieve precipitada, que se acumula en cada nevada
sucesiva. Las capas recientes ejercen un peso sobre las anteriores, que se ven obligadas a expulsar el
aire que contienen y se transforman en neviza (firn o nevé), que es nieve compactada y de mayor
densidad que la original. Esta neviza al alcanzar una mayor profundidad y soportar por ende mayor peso
se hace aun más denso y alcanza el estado de hielo.
El hielo terrestre es una masa que posee plasticidad, es decir, sometido a presiones de distinta
magnitud se deforma y se desplaza hacia los bordes del continente, donde las pérdidas de masa (por
desprendimiento de témpanos y por descongelamiento) es compensada por los aportes de nieve que se
producen en el interior, y de este modo se mantiene el equilibrio actual.
El perfil que incluimos en este trabajo (fig. 2), tomado de la fuente cartográfica más actualizada
(Drewry, 1983: lám. 2.c), es suficientemente ilustrativo sobre la topografía del continente y acerca de las
características de la calota de hielo antártica. Se trata de un perfil que describe un arco; su punto más
occidental es Ronne Entrance (75°) y tras cruzar la barrera Ross (a 80° S) alcanza su punto más oriental
en la bahía Colvocoresses (115°E). Adviértase que en ningún lugar atraviesa la Antártida argentina pero
por su valor y actualización es conveniente reproducirlo aquí.
Con respecto a la Antártida argentina y siguiendo a Jorge Rabassa podemos distinguir cuatro tipos
fundamentales de glaciares (Rabasa, 1982: 502 ss.):
606
Fig. 2 Perfil topográfico de la Antártida y la calota polar.
Fuente: Dewry, 1083: lam. 2. C.
607
a). la calata de hielo continental, que se extiende como un manto continuo desde el
Sur del Mar de Weddell hasta el polo Sur geográfico. Son pocas las crestas que
emergen de este manto, entre ellas las de la cordillera Diamante (Pensacola). El
espesor es variable y sólo en algunos lugares supera los 3.000 m. El movimiento de la
calota es lento, de 10 a 15 m/año, en dirección al mar;
b). el manto de hielo de montaña, de ancho reducido, que cubre el sector central de
la península antártica. Su altura promedio es de 2.000 m s/nm y de él descienden
numerosos glaciares de descarga y pedemontanos que en su casi totalidad' alcanzan
el mar;
c). los glaciares de tipo alpino de la península antártica e islas adyacentes. Son muy
numerosos y presentan gran variedad de tipos morfológicos. La mayoría alcanza el
mar y desprenden témpanos de diversos tamaños;
d). las barreras de hielo que se originan por la coalescencia de las lenguas de los
glaciares continentales. Son gigantescos cuerpos de hielo que flotan en el mar o bien
se asientan en los fondos marinos. A lo largo de la costa oriental de la península
antártica, entre 65° y 72° Sur, se presenta la barrera de Larsen (o de Nordenskjöld),
con un ancho variable, de pocos kilómetros a más de doscientos en su parte central.
En el fondo del mar de Weddell se presentan las barreras Ronne y Filchner, encontrándose entre
ellas la isla Berkner la extensión conjunta de estas barreras se ha estimado en 532.000 km2 (Drewry,
1983: 4a). La barrera Filchner, descubierta en 1912, tiene un frente de aproximadamente 240 km y un
espesor de 250 m (Lisignoli, 1964); se desplaza hacia el norte de 1.000 a 1.500 m2/año pero entrega 90,6
km3/año de hielo al Mar de Weddell en forma de enormes témpanos tabulares. Se ha estimado que drena
un área de aproximadamente 1.700.000 km2, que incluye al polo Sur geográfico. Tanto en la barrera
Ronne como en la Filchner se han emplazado estaciones científicas que cambian permanentemente su
localización geodésica al ritmo del desplazamiento de los hie-los.
A fines de 1985 se desprendió un enorme témpano de la barrera Larsen —por ello mismo
denominado «Larsen 8.5»— con una dimensión de 95 por 80 km observado por satélite y un es-pesor
estimado en 200 m. Con una velocidad de desplazamiento de 3 km/día se considera que deberá tardar
varios meses para alcanzar latitudes menores a la de la península antártica, para luego dirigirse hacia el
norte, donde posteriormente se disolverá.
Una de las características de la Antártida es el anillo de hielo marino que la rodea con anchos
dispares según los años y según las estaciones. Este hielo de mar se forma por congelación del agua de
mar y por adición de nieve recién caída. Su importancia se relaciona con las seguridades de la navegación
marítima en las proximidades del continente, atañe también a las posibilidades de acceso al continente
desde el mar, tiene consecuencias sobre el clima mundial y ejerce influencia en las operaciones de pesca.
Su extensión es variable: desde un mínimo de 3 millones km2 a un máximo de 20 millones km2 (Rayner;
Howart, 1979: 210-211).
El límite septentrional del hielo marino es variable. Cada año el avance hacia el norte comienza en
abril o mayo y se intensifica rápidamente en junio y julio. En noviembre comienza el proceso de
retroceso, por fusión, que alcanza su límite meridional máximo en febrero o marzo. Se ha advertido la
posibilidad de que existan ciclos decenales en estos procesos de avance y de retroceso. Re-
cientemente se han realizado estudios por medio de satélites como el Nimbas V, colocado en órbita en
diciembre de 1972, que en doce horas completa su recorrido orbital sobre la Antártida y proporciona
información válida cualquiera sea la condición meteorológica e incluso durante la noche polar. Así se ha
podido determinar que en los momentos de mayor extensión el hielo antártico (terrestre y marino)
ocupa un área de 33 millones de km2, lo que equivale a un 13%del total del hemisferio meridional
608
(Rayner; Howart, 1979:202). Este avance y retroceso de los hielos y su extensión media permiten
distinguir dos estaciones en la Antártida: la invernal, con una duración de 205 días, y la de verano, de 160
días.
«Fábrica de climas»: con esta frase se ha resumido la importancia que la Antártida ejerce en la definición
de climas en el hemisferio meridional, cuyo conocimiento aumenta progresivamente.
El régimen de vientos se relaciona con el área de altas presiones del interior de la masa continental y
el anillo de bajas presiones que rodea al continente. Esto hace que los fríos vientos del interior (los
blizzards) se dirijan hacia las costas, donde disminuyen su intensidad y cambian sus características pues
se transforman en vientos catabáticos de gran violencia y persistencia. Claro está que esta aserción tan
somera acerca de un complejo proceso en el extenso continente antártico y sus alrededores debe
compatibilizarse con lo que se conoce que ocurre en cada uno de los sectores que lo componen; así, por
ejemplo, Mayes ha estudiado, para un período de veintidós años, lo que ocurre en el pasaje Drake-Mar
de Weddell y ha llegado a la conclusión de que tanto en verano como en invierno en ese sector están
presentes dos ciclones, entre 55° y 65° Sur (Mayes, 1985).
La temperatura disminuye desde las costas hacia el interior y en la meseta polar se encuentra el «polo
del frío»; el mínimo absoluto de la temperatura del aire hasta ahora conocido fue registrado, el 21 de julio
de 1983, en la estación soviética Vostok (78° 28' Sur y 106° 48' Este) con un valor de -89°2 C. En la
meseta polar es frecuente que las capas de aire próximas a la superficie helada estén más frías que las
capas que se encuentran a mayor altura, produciendo el fenómeno cono-cido como «superficie de
inversión»; las diferencias de temperatura, originadas por la pérdida de calor de la calota polar, pueden
alcanzar a 40°C.
El clima antártico es muy seco, salvo en las costas y en la península antártica. En el interior, las
precipitaciones en forma nival alcanzan un promedio de 140 mm.
La limpidez del aire permite la producción de varios fenómenos atmosféricos («blanqueo», halos
luminosos, espejismos, etc.) pero los más interesantes son las denominadas «auroras australes», que no se
relacionan con la salida del Sol, Se trata de un choque —que se produce a gran altura (de 100 a 1.000 km
s/nm de partículas eléctricas (protones y neutrones) provenientes del Sol y atrapadas por el campo
geomagnético terrestre que se encuentran con los gases ionizados de las capas menos densas de la
atmósfera; el resultado de este choque o encuentro es un fenómeno de formas y colores cambiantes que
todavía asombra a sus observadores.
El océano mundial ocupa aproximadamente el 71% del total de la superficie de nuestro planeta
(cuadro 1). En él se han distinguido, desde muy antiguo, varios océanos y mares en mérito a las
separaciones que produce la presencia de los continentes. Más recientemente, y teniendo en cuenta
otros elementos de juicio (temperatura, salinidad, dinámica, etc.) se han propuesto distinciones de océanos
y mares diferentes a las tradicionales y también se han definido regiones en cada océano; estas
regionalizaciones nos han ocupado con mayor detalle en otra oportunidad (Rey Balmaceda,
1983:66-86).
El problema principal en tales regionalizaciones gira en torno de la existencia del océano Austral
(también denominado Antártico o Circumpolar) y en particular acerca del límite septentrional que debe
adjudicársele. Al respecto cabe señalar que en el campo oceanográfico es habitual utilizar la temperatura
y la salinidad de las aguas como criterios básicos para diferenciar masas de agua, que por lo tanto son
ponderados como indicadores de primera magnitud. Es del caso recordar que numerosos navegantes del
océano Atlántico Sur advirtieron un cambio significativo en las condiciones de las masas de agua, con su
correlativo cambio en las condiciones de la temperie y en la ñora y fauna oceánicas, que se producían a
latitudes medias. La literatura especializada, por su parte, puntualiza los aportes realizados por
Meinardus en los informes meteorológicos de la expedición alemana al polo Sur (1923), recogidos en
609
obras oceanográficas de la época, que comenzaron a referirse a una «línea Meinardus». Poco
después se empleó también la expresión «frente polar oceánico», que paulatinamente fue dejada de
lado pues no destacaba el carácter prevalentemente hídrico del fenómeno y producía confusión con las
denominaciones propias de la meteorología. Más recientemente se ha propuesto el empleo del
término convergencia, que fi-nalmente se ha impuesto (Deacon, 1963:283).
En páginas precedentes nos hemos ocupado de la convergencia antártica, que según algunos
tratadistas constituye el límite septentrional del océano Austral, en tanto que otros consideran que ese
límite está representado por la convergencia subtropical (Kort, 1975: 87; Sverdrup, 1942:606). Si se
acepta que esta última convergencia es el verdadero límite, resulta que el océano Austral cubre 75
millones de km2, o sea, un 22% del área total correspondiente a los océanos (Kort, 1975: 89).
El océano Austral es sui géneris pues está constituido básicamente por una corriente marina
horizontal que se desplaza de oeste a este sin interrupción alguna y así rodea por completo a la
Antártida. Es conveniente puntualizar dos hechos importantes: la magnitud y la temperatura. Las
fuentes consultadas no ofrecen coincidencias pues acerca de los volúmenes de agua transportados entre
América y la Antártida —o sea, en el pasaje Drake u Hoces—se indican 75 millones m3/seg
(Whitworth, 1980), o 90 millones de m2/seg (Sverdrup, 1942 o bien 150 millones m3/seg (Kort,
1975), pero de todas maneras se trata de un valor significativo y como elemento comparativo puede
recordarse que la famosa corriente del Golfo alcanza a transportar sólo entre 25 y 30 millones m3/
seg (Fairbridge, 1966: 336): Acerca de esta disparidad sobre los volúmenes involucrados, es-tudios
recientes (Whitworth; Peterson, 1985) han demostrado que las fluctuaciones del orden de la mitad del
valor medio ocurren en breves períodos de dos semana de duración, lo que permite jus-tificar la
desigualdad en los guarismos que hemos rescatado.
El otro hecho se refiere a que el océano Antártico o Austral retiene sólo el 10%, aproximadamente,
del total del calor que almacenan las aguas oceánicas de nuestro planeta, lo que indica su importancia en
la determinación de los climas en el hemisferio meridional o marítimo de la Tierra, del mismo modo que
lo hace —pero con sentido inverso— la corriente del Golfo en el otro hemisferio.
Cabe puntualizar, asimismo, que la circulación de las aguas circunantárticas no está limitada a la
presencia de la gran corriente oeste-este, estrechamente vinculada con los vientos planetarios que soplan
durante todo el año en esa dirección en latitudes medias. En las proximidades de las costas antárticas, en
efecto, soplan vientos con sentido contrario (del este hacia el oeste) que se relacionan con la
divergencia antártica, que es considerada precisamente como una región de transición entre los
vientos del este y los del oeste (Deacon, 1982) y en la que se producen importantes fenómenos de
upwelling (surgencia). Asimismo se producen importantes fenómenos de surgencia en el Mar de
Weddell (Casellas, 1982:261).
Prueba de la complejidad en la composición y dinámica de las aguas circunantárticas es la
determinación —en superficie— de cuatro tipos de aguas diferentes en el angosto espacio co-
rrespondiente al pasaje Drake (Hoces), en el que de norte a sur se distinguen: las aguas sub-
antárticas, las del frente polar (convergencia), las antárticas (corriente circumpolar) y las conti-
nentales (Whitworth, 1980; Nowlin, 1981).
Un hecho novedoso Con respecto a la corriente circumpolar es que se ha comprobado que está
compuesta por varias corrientes angostas de alta velocidad separadas por zonas en reposo. Esta
comprobación, efectuada durante la última década, se ha realizado por medio de boyas operadas durante
el programa denominado First GARP Global Experiment (FGGE) (Hofman, 1985).
La rigurosidad del clima y la exigua presencia de suelos desnudos son las dos coordenadas que
limitan la vida en la Antártida. En suelos esqueléticos es posible encontrar líquenes, musgos, hongos
(micro y macroscópicos) y bacterias, que sirven de sustento y albergue a una pequeña fauna de
invertebrados, cuyos representantes mayores son insectos y ácaros.
El cuadro cambia por completo cuando nos referimos a las costas y al mar, en los que la vida
610
Las tierras antárticas representaron una situación singular en nuestro planeta: fueron las únicas de
gran extensión que los europeos encontraron deshabitadas en su expansión territorial. Esta
situación postergó una ocupación e instalación efectivas y continuas, que recién se produjo a partir de
1904 en las islas Oreadas, a cargo de dotaciones argentinas. Aún hoy, a fines de este siglo XX, la
Antártida sigue sin ocupación salvo las instalaciones correspondientes a las bases científicas que
sostienen una decena de países.
En algunas de estas bases habitan familias e incluso se han producido nacimientos, pero todo ello
es posible merced a una tecnología de apoyo introducida desde el resto del mundo, caracterizada por
no utilizar ningún elemento local con excepción del agua.
La población de la Antártida —si es que puede utilizarse ese concepto— alcanza aproxima-
damente a mil personas distribuidas en casi medio centenar de bases activas. Como esas personas son
reemplazadas anualmente en su casi totalidad no es aplicable el concepto de población estable y sólo es
válido el de «población invernal». Durante el verano, en que se realizan las «campañas antárticas de
verano», y se efectúan las operaciones de abastecimiento y reparación, ese monto de habitantes
aumenta considerablemente y se diversifica en cuanto corresponde a la edad, profesión y sexo de sus
componentes, con la peculiaridad de que su número aumenta año a año.
611
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TERCERA PARTE
Crisis, cambio
económico y político de
ordenación territorial
616
JUAN A. ROCCATAGLIATA
El desarrollo económico y social de un país resulta hoy inseparable de las políticas de ordenación
territorial.
Sobre dicho tema se ha mostrado permanente preocupación, tanto en la sociedad como a nivel
personal (Roccatagliata, J. A., 1984).
Sin embargo existen hoy varias circunstancias que obligan a repensar ciertas situaciones, a replantear
algunos principios y criterios y sobre todo a renovar las propuestas.
En ese sentido tres aspectos aparecen como culminantes. En primer término el diagnóstico, en
cuanto las disfuncionalidades en la sociedad argentina y su reflejo en la organización territorial sé
han agravado y otros elementos aparecen como condicionantes. En segundo lugar el mundo asiste
actualmente a una dramática transformación en sus estructuras políticas, económicas y sociales,
motorizadas por la revolución tecnológica. En ese contexto nuevos valores aparecen como
significativos y otros tienden a derrumbarse. En tercer término y muy relacionados con lo señalado hay
otros objetivos y valores que guían el proceso de desarrollo, la planificación integral y las políticas que los
anima. Así la ordenación del territorio se moviliza bajo renovadas perspectivas. Los modelos de ayer
han perdido su vigencia y todos los estudiosos están obligados a repensar sus propuestas pensando en el
largo plazo pero animados por la coyuntura.
El territorio refleja en última instancia la organización de la sociedad que lo habita, mucho más que su
naturaleza misma, más allá del peso que ésta tiene en el caso argentino.
En consecuencia las disfuncionalidades del territorio argentino son antes disfuncionalidades de la
sociedad argentina en su conjunto.
Es así como no resulta posible diseñar políticas de ordenamiento territorial sin pensaren los
cambios que deben operarse en la estructura socioeconómica. Pero a la inversa, políticas
socioeconómicas sin ordenación territorial pueden conducir a un crecimiento espacial y socialmente
desequilibrado.
Las disfuncionalidades de la organización de la sociedad se reflejan en el territorio por medio de
profundos desequilibrios. Estos desequilibrios, de índole social y económica, vulneran el principio de
igualdad de oportunidades y comprometen el crecimiento equilibrado de la sociedad argentina.
Las desigualdades se manifiestan en diferentes niveles y se expresan en:
― Diferencia cualitativa en los niveles de vida y en el acceso a los servicios básicos y superiores.
Es así como en lo concerniente a las comunidades de las regiones menos desarrolladas deben
ponderarse dos características:
a). «a) las necesidades básicas insatisfechas de la población crecen más aceleradamente que
los montos usualmente disponibles para mitigarlas, con la asistencia técnica y
financiera de organismos nacionales o internacionales; y
b). b) las anomalías registradas, ya sea: desempleo, desnutrición, mortalidad infantil,
analfabetismo, falta de servicios públicos, carencia de viviendas, etcétera, se hallan estrechamente
conectados entre sí, resultando errado atenderlas separadamente» (Speranza, V., 1988).
― Deformaciones estructurales de la población, como lo muestran las pirámides demográficas de
varias regiones argentinas, con sensible disminución de la población activa, con desigualdades
marcadas en lo concerniente a las expectativas de vida.
― También existen desequilibrios en los niveles de productividad, en los niveles tecnológicos y
en el peso político que pueden tener los empresarios.
― Inconsistencia de actividades motrices en las economías regionales, capaces de sustentar un
desarrollo autosositenido de sus respectivos sistemas de producción, a los que se suma el deterioro
creciente de los canales de comercialización.
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Todo ello conduce a una creciente polarización social, productiva y espacial que es necesario
revertir.
Sin embargo esta situación se ha visto agravada. En efecto: la desindustrialización, la crisis
socioeconómica, la deficiencia de los servicios públicos y la impotencia de un estado desarticulado han
dado por tierra con las posibilidades de cualquier estrategia de intervención y de ordenamiento.
La desindustrialización afectó seriamente los asentamientos humanos de rango mayor, espe-
cialmente el área periurbana de la región metropolitana de Buenos Aires y en menor escala el gran
Rosario y el gran Córdoba. El desempleo hizo impacto en las poblaciones de mayor fragilidad so-
cioeconómica, arrastrando con él los niveles alimenticios, nutricionales en los niños, sanitarios y la
deserción escolar. La creciente marginalidad de las poblaciones más carenciadas está mostrando que las
desigualdades ya no son sólo entre Buenos Aires y el país sino entre lugares de la misma Buenos Aires
y entre lugares de las mismas provincias y regiones.
Es así como empujadas por la creciente polarización social, nuestras grandes ciudades son a la vez
áreas de expansión y dinamismo y de destrucción y decadencia.
Todo ello agravado aún más por la espiral hiperinflacionaria.
La crisis de los servicios públicos afecta al conjunto de la sociedad y de la economía. Las dificultades
de las comunicaciones en un mundo donde ésta resulta ser, apoyada en las nuevas técnicas, un
instrumento indispensable del desarrollo.
El transporte muestra marcadas ineficiencias, superposiciones, ya que los modos no participan
según sus ventajas en el mercado, lo que lleva a una escasa complementariedad modal, lo que en un
extenso territorio con enclaves económicos y una desproporcionada aglomeración metropolitana
ayuda poco para la integración y articulación social, económica y geográfica.
Al abultado costo energético del transporte (40% del total consumido) se le debe agregar la
inesperada irrupción de la crisis energética al haber hecho descansar al sector en los recursos
hídricos, que si bien constituye el mayor porcentaje de las reservas, su distribución espacial es
asimétrica, y por las condiciones climáticas del país su permanencia es intermitente.
Todo lo expresado con relación a los servicios afecta profundamente los niveles de producción y de
consumo.
El abastecimiento de agua potable y el saneamiento afectan seriamente a gran parte de la
población.
En este contexto el deterioro ambiental se torna más agudo como lo expresa una reciente y
meritoria obra (Kugler; Prego, 1987).
El Estado muestra cada vez más su incapacidad para actuar en la coyuntura y en metas de más largo
plazo, como agente de equilibrio y de distribución social y territorial del ingreso, mediante
los mecanismos que le son propios y de los, diferentes sectores de la Administración. Más
condicionado está aún para emprender obras públicas necesarias y brindar servicios de carga
pública, allí donde resulta poco probable la intervención de la actividad privada.
Lo expresado hasta aquí muestra cuánto se ha agravado el diagnóstico y cuánto más difícil es
encarar acciones para revertir la situación.
La Argentina, un país con inmensas dificultades pero viable, se encuentra ante la alternativa de
atender urgentemente la coyuntura y repensar su futuro. Ese futuro es inseparable de la necesidad de
renovar viejas rémoras y producir cambios estructurales en la vida argentina.
Todo esto debe ser ponderado equilibradamente a la hora de diseñar políticas y de elegir es-
trategias de ordenación territorial.
Pero no basta. Es necesario mirar al mundo, sometido a un profundo reordenamiento económico y
social, motorizado por la revolución tecnológica, con efectos dramáticos desde la vida cotidiana, los
nuevos sistemas de relaciones entre las naciones, la internacionalización de la economía y las
modificaciones en el contexto estratégico internacional.
La Argentina podrá ver en ello una fuente de inconvenientes y dificultades pero también podrá
plantearse si existe para ella una oportunidad.
Fuera cual fuere el rumbo que elija difícilmente podrá ser excluida de los efectos del proceso.
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proporcionar los bienes servicios y regulaciones que la comunidad demanda, de acuerdo a las
prioridades contextuales y con el mínimo costo».
Todo lo expresado en lo concerniente a las mutaciones mundiales y a la reorientación del rol del
Estado no sólo tiene su influencia en la ordenación territorial sino que ha hecho variar la teoría y la
práctica de la ordenación.
Ya se ha abandonado la idea de la ordenación impulsada por la grandilocuencia geopolítica o de
las inversiones en las grandes obras públicas, orientándose en cambio a partir de las pequeñas
realizaciones; de una visión espacial de las inversiones y del desarrollo local.
Las políticas territoriales parten de la intervención en el territorio de los agentes públicos y
privados presentes en la sociedad, pero le toca al mismo Estad marcar las orientaciones del proceso; la
coordinación de las propuestas sectoriales proveer de una visión espacial la asignación de inversiones y
procura restablecer lo; instrumentos y mecanismos institucionales de compatibilización y de
coordinación.
«Una política territorial debe dar pautas a los sectores pero estos a su vez influyen y conforman
aquella política. Es una relación horizontal permanente.»
En todos los países del mundo, aún en los desarrollados, hay desequilibrios pero son propios del
crecimiento y el desarrollo, con la diferencia de que los desequilibrios de hoy en la Argentina
encuentran primero su origen en las desigualdades creadas por los modelos agroexportador y el
industrial, agudizado en los últimos años por el retroceso y estancamiento.
En el primero de los casos apareció la ventaja de la pampa húmeda. Buenos Aires y el puerto. Ello
llevó a concentrar las inversiones en un lugar o en una región. En el segundo caso el proceso de
sustitución de importaciones se desarrolle en un principio sobre alimentos y textiles, el impacto se
generó en el puerto y luego la integración industrial lo extendió al eje San Lorenzo - La Plata y al gran
Córdoba, Entre 1950 y 1970 los esfuerzos por revertir la situación se vieron impedidos por la
inestabilidad institucional y ciertos impactos favorables a nivel territorial se logró con proyectos
industriales y con las obras de infraestructura.
En los últimos diez años la desindustrialización agudiza los desequilibrios, genera un mayor
gradiente en las desigualdades sociales, con caídas del empleo, del poder adquisitivo de las
economías regionales, de la capacidad del Estado Nacional y de los Estados Provinciales, produ-
ciéndose una desconcentración espontánea con efectos no deseados.
El nuevo modelo de ordenación territorial debe tratar de superar y resolver las disfuncionali-
dades generadas por el esquema agroportuario; urbano industrial y la crisis de la desindustrialización.
Esa estrategia de ordenación territorial debe estar estrechamente relacionada con una renovada
concepción de la sociedad argentina, a la luz de los cambios mundiales, tratando de insertarnos en él,
sin perder nuestra propia identidad.
Las políticas y estrategias de ordenación deben concentrar los diferentes sectores de la economía
de la producción con la de los servicios; el desarrollo científico-educacional con el sistema productivo y
todo ello con la infraestructura y el equipamiento territorial.
Las políticas territoriales deben asegurar:
Es necesaria entonces una renovada política de ordenación territorial para que las nuevas fases
del desarrollo económico y social sean más equitativas y duraderas. Así las políticas territoriales
deberán ser muy dinámicas, flexibles y adquisitivas.
Los cambios políticos, económicos y sociales obligan al planeamiento integral, y al planea-
miento territorial en particular, en nuevas direcciones. Es la hora del planeamiento estratégico,
fijando objetivos sobre metas posibles y alternativas.
Una serie de factores condicionantes y acciones permiten internalizar un mapa posible que en el
futuro será el reflejo del funcionamiento de la sociedad argentina.
Se deberá pensar no sólo en las ventajas naturales que genera en una región la presencia de recursos
sino en las ventajas competitivas que crea la sociedad con su acción política y el hombre mismo con su
conocimiento.
Existirán nuevos factores que condicionarán cada vez más el potencial económico de un espacio
determinado y que surgirán sin duda de los cambios tecnológicos en las comunicaciones, el transporte
y la accesibilidad a la inteligencia artificial. Será necesario adecuar el crecimiento económico
clásico y el que surja de las nuevas tecnologías al medio ambiente natural y al cons-truido.
A ello deberá prestarse especial atención estableciendo estrategias territoriales que aprovechen
las ventajas abiertas por las nuevas tecnologías, evitando los efectos negativos que también pueden
provocar.
La contigüidad geográfica será un factor cada vez menos relevante, como bien lo señala Molini
(Molini, 1988). Las barreras geográficas clásicas, en términos de distancia y de tiempo, sobre el
espacio geográfico, serán particularmente superadas. En el nuevo orden territorial, que proba-
blemente se irá gestando, ya no será tan importante dónde se estará localizado, en los términos de la
geografía clásica, sino si se está en acceso a. las modernas redes de comunicación, de transporte y de
servicios innovadores.
Probablemente las metrópolis regionales tomen el relevo de ciertas funciones, hoy localizadas en el
área metropolitana de Buenos Aires y descentralicen decisiones a los centros medios y a los centros
locales. Estos, junto a los nuevos polos industriales, algunos en gestación, y a los núcleos científicos y
tecnológicos serán los nuevos nodos sobre los que se acumulará, generará y transmitirá la forma
moderna de la vida política, económica y social. Se tratará de un espacio de conexiones y flujos, de un
verdadero territorio funcional.
La descentralización política arrastrará a la desconcentración económica y poblacional. Un
modelo basado en ciertas industrias concentradas podrá ser acompañado por un modelo de in-
dustrialización difusa. Esto se basa en un entramado de relaciones industriales, con beneficios
mutuos en base a la industrialización local, atada a modernos servicios, generadora de nuevos
empleos, estrechamente ligada al territorio y con capacidad para realzar las potencialidades locales.
Las nuevas ventajas locacionales estarán en relación con una población altamente calificada,
con la presencia de centros de investigación e innovación y una provisión moderna de comunica-
ciones y transporte.
La infraestructura pasa a ser así un instrumento importante de la promoción productiva y de la
ordenación territorial. Un crecimiento espacialmente equilibrado requerirá de medios de transmisión
avanzados: digitalización, radiotelefonía celular y de transportes y sistemas energéticos modernos,
satélite y doméstico.
Lo expresado debe entenderse como tendencias a más largo plazo pero que no deben ser
descuidados en el presente cuando se trata de dar los grandes trazos que permitan salir de la crisis,
reactivar el aparato productivo y disminuir la marginalidad y las carencias.
Es así como algunos aspectos que se perfilan como más próximos pueden marcar, en términos de
ordenación; el mapa del futuro argentino.
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Surge así el impacto de la nueva organización económica que parece estructurarse a base de: —
reindustrialización en base a empresas y productos de mayor competitividad en el mercado internacional
con sesgo exportador;
—movilización masiva de los recursos energéticos (petróleo-gas) con parecida orientación; —
expansión vertical y horizontal de las fronteras agropecuarias;
—replanteo de la estrategia de desarrollo de las medianas y pequeñas empresas con dual
orientación, mercados interno y externo, pero el primero notablemente disminuido;
—necesidad de encontrar una vertiente orientada hacia la exportación de ciertos sectores de las
economías regionales, con el fin de actuar nuevamente como motores del conjunto;
—suspensión o reorganización de los regímenes de promoción industrial.
El sesgo netamente exportador debe entenderse como un medio para crecer hacia adentro y no
como un fin en sí mismo.
Junto a estos lineamientos de la organización económica, parecen tener ciertas orientaciones nuevas
los servicios públicos, los que afectarán a la energía, los transportes y las comunicaciones con su
consiguiente impacto territorial.
La organización territorial actual condiciona, en buena parte, la prestación eficiente de servicios y la
rentabilidad de los mismos. En la región metropolitana de Hílenos Aires se requiere tal inversión en los
servicios públicos, que resulta difícil un retorno vía tarifa. Por otro lado esto ocurre en casi todas las
grandes aglomeraciones del mundo, aun la de los países más desarrollados. Tomemos como ejemplo la
electrificación y modernización de los ferrocarriles metropolitanos (servicios de cercanías). Es
impensable que la tarifa cubra los costos que demandan su construcción y operación. Algo parecido
ocurre con el cinturón digital telefónico; las redes domiciliarias de energía eléctrica, etcétera... Es
decir que la gran aglomeración metropolitana ha pasado largamente el umbral hasta el cual los
servicios «se pagan». Por otro lado la larga constelación de pequeñas poblaciones de localización
dispersa sufre el mismo inconveniente, éstas por no llegar al umbral a partir del cual los servicios
comienzan a tener posibilidades de rentabilidad.
Por esta razón será necesario incorporar la dimensión territorial a los servicios públicos y a la
infraestructura, pues añade una concepción horizontal e integral a lo que de otra manera sería sólo
sectorial. La armonización entre objetivos no siempre coincidentes es esencial ya que lo que resulta
óptimo desde el punto de vista empresarial en energía o en transporte no lo es tanto en términos de
integración y desarrollo de los asentamientos humanos.
La incorporación del capital privado a las empresas de servicios públicos debe orientarse no sólo a
operar lo actual en mejores condiciones sino extender los servicios a poblaciones carentes de ellos o de
prestaciones precarias.
En todo ello cumplirá, sin duda, un rol significativo la reorganización del Estado y la adminis-
tración en función de nuevas orientaciones.
Los programas de descentralización del poder político de ciencia y tecnología; de políticas
demográficas; de medio ambiente; de creación de empleo; de asistencia social, etcétera, deberán ser
seguidos cuidadosamente en cuanto a sus repercusiones espaciales e incorporados como instrumentos
de las políticas de ordenación territorial.
La importancia del Desarrollo Local la convierte en una de las estrategias de la ordenación.
Coincidimos totalmente con Vicente Speranza cuando plantea la necesidad de: «...a) atender la
problemática con enfoque global, aplicando metodologías de trabajo comprensivas, que incluyen el
tratamiento conjunto de aspectos de orden social, económico, ecológico, geográfico, legal, de in-
fraestructura, etcétera; y b) actuar en contextos locales, definidos por la propia fuerza histórica, cultural,
institucional y ambiental de sus comunidades, que se destacan por su condición de po-tenciales unidades
operativas para alcanzar el desarrollo integral» (Speranza, 1988).
Esto tiene vigencia para todo el territorio nacional aunque su impacto mayor se da para las áreas
menos desarrolladas.
Muchos modelos y estrategias se han desarrollado últimamente para sustentar el desarrollo local.3
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Si se desea realmente un país federal se debe recuperar el papel que el territorio desempeña en una
sociedad y en su desarrollo.
En momentos que estamos recorriendo él camino de la integración regional en el marco del
Mercosur, debemos pensar que las Políticas de Ordenación del Territorio, deben apuntar a preparar
competitivamente al mismo, para lograr un desarrollo sostenido con equidad y sustentabilidad.
NOTAS
1 Las nuevas tecnologías se muestran en sus principales manifestaciones, más referidas a procesos que a productos. La
microelectrónica ha dado lugar a nuevos lenguajes informáticos. Las telecomunicaciones se han beneficiado por la
microelectrónica, la fotónica y la fibra óptica, resultados de la revolución de los nuevos materiales. Los sistemas de
información interactivos están transformando el funcionamiento de la actividad de servicios. A su vez las aplicaciones
de la microelectrónica y la informática están modificando la automatización industrial mediante la rebotica.
Una serie de descubrimientos fundamentales revoluciona el campo de la energía; el procesamiento de nuevos
materiales (fibra de carbono: más resistente que el acero y más liviana que el aluminio). También las cerámicas
especiales, aleaciones especiales y polímeros. La superconductividad abre, en todos los aspectos, perspectivas
insospechadas, en particular en el campo energético.
Finalmente la ingeniería genética está extendiendo la revolución tecnológica a la materia viva, es el campo de la
biotecnología: donde se destaca el código genético.
2Sólo determinados grupos y regiones son favorecidos por el progreso científico y las innovaciones. Cuando empresas
de una región o país tecnológicamente avanzado se implantan en otra área o en otra nación menos desarrollada,
difícilmente actúen como polo de desarrollo. Por el contrario, en la periferia económica se acentúa la necesidad de
contar con unos bajos costos salariales y una escasa reglamentación ambiental, con el fin de que sus empresas sean
competitivas y atraer así nuevos capitales.
Deben evitarse estos desarrollos muy vulnerables. Se trata de un crecimiento económico mal absorbido por la
población y después sobreviene el período de declive económico.
Es decir que se logra así una desenvoltura económica muy desigual, pues se tiende a una economía muy dualizada. Por
un lado un grupo de empleos bien remunerados que requieren una alta preparación técnica y por el otro, una amplia
base de desempleo o de empleos que no requieren ninguna cualificación y por los que se pagan salarios muy bajos.
3 Se desarrollaron ideas como las de los Centros Rurales de Crecimiento (Johnston); de Ecodesarrollo (Sachi); de
Desarrollo Regional Integrado (Rondinelli); de Enclaves Espaciales Selectivos (Stöhr) y de Desarrollo Agropolitano
(Firedmann-Douglass).
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Madrid, 1988.
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INDICE DE MAPAS,
CUADROS E ILUSTRACIONES
PRIMERA PARTE
7. Comercio e intercambio
Principales exportaciones argentinas entre 1822 y 1850, 390. Importaciones en 1825, 392.
Principales exportaciones entre 1875 y 1890, 394. Exportaciones agrícologanaderas entre
1880 y 1914, 395. Principales exportaciones ganaderas entre 1876 y 1914, 395. Composición
de las importaciones argentinas (1876-1911), 396. Importaciones argentinas desde países
principales, 398. Evolución de las exportaciones e importaciones entre 1881 y 1912, 399.
Balanza comercial y saldo del balance de pagos (1914-1950), 400. Volúmenes de
628
SEGUNDA PARTE
l. Regionalización
Las regiones argentinas, 437. Regiones funcionales (nodales) de la República Argentina, 444.
Sistema regional, 446.