You are on page 1of 55

El Mundial es Historias

Por Ariel Senosiain


Prólogo 3
“El coro quedó para el post partido, desde atrás del micro” 4
“El inesperado jugador del pueblo” 7
“Los que no les reprochan a los jugadores” 9
“La historia de Rusia presente aunque también ausente” 11
“Bienvenidos al show” 13
“¿Esto puede continuar cuando nosotros no estemos?” 15
“¿A todos nos preocupó que lo errara más de lo que nos entusiasmó que lo convirtiera?” 17
“El tanque rescató a los estetas” 19
“Si planifico me pongo en el lugar de un oficinista” 21
“Queremos tener opinión” 24
“Si Dios tiene preparado algo para mí, me lo tiene que dar ahora” 26
“La herida de la generación mexicana” 27
“Los ingleses, mal que les pesara, se habían portado mejor” 29
“Creímos sólo porque quisimos creer” 31
“El padre de Leo solía chiflarle para que se moviera” 33
“Uruguay contra Cristiano, el nosotros contra el superyo” 35
“Como Alemania, España envejeció” 36
“Corazón le sobró, pero la élite expone” 38
“Veintidós meses de seriedad” 40
“Cuando Argentina quiso parecerse a Alemania, se pareció a la peor Argentina” 41
“Le dijo a la madre que me sacaría el puesto y le compraría una casa” 42
“En el fútbol, a los detalles los ordena la lógica” 44
“¿Cuántos goles le importan al lado de esos tres que erró?” 46
“Si quieren que me vaya, el dinero no será un problema, pero…” 48
“Un show de gentilicios” 50
“A la final, sin mucho más proyecto que sacarle el jugo a una gran generación” 52
“El fútbol que se impuso en el Mundial” 53
“Fue el Mundial de los hinchas, no de los jugadores” 54
Prólogo

Onetti le decía a Galeano que no le interesaba que el público leyera sus obras. Que
le bastaba con escribir. Galeano le respondió que en ese caso, una vez terminado lo que
estaba escribiendo, podría realizar sólo una impresión, llevarla al correo y apuntar la
dirección de su casa.
Escribir es, entre tantas cosas, una descarga. Pero lo que nació como una idea de
libro no podía quedarse sólo allí. Por eso la invitación a leer el repaso casi diario del
Mundial, pese a que la eliminación temprana de Argentina a muchos los motive a no
querer saber nada con lo vivido.
Escribí mientras sucedía y ustedes leen cuando saben qué pasó. El relato podría
ganar suspenso, pero sería un suspenso ficticio: se trata de llevar al lector con los ojos
cerrados al lugar que igualmente ya conoce, casi un pacto.
Son 28 capítulos, crónicas, simples pareceres, sobre el Mundial y su escenario.
Una tierra que (mal) conocimos primero por el cine.
Por aquí aparecerán miradas distintas. Diego Serpentini, el chico de talle baja que
sorprendió a Messi en el entrenamiento despedida. La directora de un colegio de
Montevideo. El primer representante de Messi. El primer consejero de Romelu Lukaku,
que además puede contar a la perfección la evolución del fútbol belga. Y un par de
decenas de testimonios en off que contaron situaciones y pintaron contextos. De eso
probablemente se trate el periodismo: hechos, tiempo y espacio.
1.

“El coro quedó para el post partido, desde atrás del


micro”

Inédita forma para que irrumpan las musas: durante la lectura de diarios españoles
por parte del técnico de la selección argentina, en pleno vuelo a Quito. En el cielo hay
wifi.
Sampaoli descubrió la tapa del diario Sport del 10 de octubre del 2017 a diez mil
metros de altura: “El fútbol te debe un Mundial”, se leía con la espalda de Messi.
Enseguida le dijo a quien tenía a su lado: “Gran frase, les tengo que hablar de esto”. Ya
cerca del decisivo partido en el estadio Olímpico Atahualpa, comenzó a marcarles:
“Ustedes tienen que llevar a Leo al Mundial, muchachos”, para luego individualizar: “Si
ustedes la rompen en sus equipos, hoy la tienen que romper acá y que él festeje por
ustedes”. Pensó una referencia especial a Angel Di María, una a Darío Benedetto y así
con varios de los que saldrían junto al 10. Si el fútbol le debía a Leo un Mundial, sus
compañeros estaban incluidos.
La charla la escucharon todos, obviamente también Messi, que empató el partido,
lo dio vuelta y lo definió. Si la idea era no depender alguna vez del 10, volvió a quedar
para otro momento.
Más allá de actuaciones individuales convincentes en Quito, la individualidad
nuevamente rescató a la selección. El coro quedó para el post partido, desde la parte de
atrás del micro que los retiró del estadio: “Vamo’ a ser feliz, vamo’ a ser feliz, con línea
de cuatro”, en la adaptación de la canción de Maluma. En el campo de juego se había
lucido el solista de siempre.

--

El Eurostars Tower de Madrid es un coloso. Impresiona desde sus 30 pisos en la


avenida Castellana. No sería la mejor escenografía para pintar lo que sucede adentro. Las
charlas de pocas palabras que allí suceden, apenas entrado el 28 de marzo del 2018, pintan
a un plantel nuevamente golpeado. Entre los jugadores sobrevuela un recuperado temor:
“Sin Messi no podemos”. Sin el solista argentino, el coro fue español con el 6-1 en el
Wanda Metropolitano.
Así, con esa dependencia, había jugado la selección argentina en los últimos
partidos de las Eliminatorias, esperando cada uno de los jugadores que el 10 los salvara.
Quizás no en los inicios de los partidos, sí cuando corría el tiempo y la mente paralizaba
las piernas.
Así, sin el 10, le había ganado 2-0 a Italia en Manchester, un resultado que había
mejorado la autoestima general. Por un casillero avanzado, más de dos perdidos.
En el Eurostars desfilaban familiares, representantes, empleados de
representantes, periodistas y varios “allegados”, la mejor forma de definir a ese grupo sin
una función específica, que se saludan entre sí ignorando sus nombres y no tienen recibo
de sueldo pero sí muy buen pasar económico; generalmente son intermediarios, no
necesariamente en transferencias de jugadores, porque el fútbol les abre la puerta a todo
tipo de operaciones.
Algunas conclusiones ya estaban claras. Tagliafico sería titular. Lanzini y Lo
Celso estaban a punto. Todos se convencían de que a los del fútbol argentino estaban un
escalón abajo pero se habían sorprendido con Maximiliano Meza, el mejor en Madrid. La
defensa dejaba dudas por la manifiesta falta de actividad de Rojo y sobre todo de Funes
Mori. El arco quedaba en veremos.
Sin dejarse ver, los jugadores hablaban entre ellos, de a grupos. Ninguno podía ni
quería dormir. Eran charlas de pocas palabras: es un grupo de letras justas.
Dos ejemplos que luego tendrían distintos capítulos. Aquella madrugada, a
Mascherano quizás le haya brotado la duda de si iría al Mundial, como antes de aquel
partido en Madrid estaba seguro de que no sería titular en Rusia.
Mientras, Sergio Romero rengueaba lo poco que podía caminar tras el choque de
su rodilla y los tapones de Diego Costa, en el primer gol español. Donato Tucho Villani,
el médico de tantas generaciones de la selección, recordaba que “Grondona se murió
puteándome por la salida de Abbondanzieri. ¿Qué puedo hacer cuando un arquero dice
que no está para seguir? Le dolía, si le pateaban de afuera no iba a llegar. Pero el Viejo
igual me puteaba”.

--

El de Jorge Sampaoli es el cuerpo técnico más numeroso de la historia de la


selección. Lógico, el fútbol corre y las funciones son cada vez más específicas. El
profesionalismo incluye la atención de los detalles. Aun así, durante abril, Sampaoli
camina por las canchas de entrenamiento en soledad, despegado de quienes lo rodean,
confiado sólo en su jefe de prensa Ezequiel Scher y para colmo, bajoneado como nunca
en su carrera tras el 1-6.
Desde hace años los ayudantes comenzaron a tener cada vez más injerencia en la
planificación. Muchas veces son directamente quienes se encargan del estudio del rival y
desde allí el armado propio. Dentro del cuerpo técnico de Sampaoli, Sebastián Beccacece
tenía esa tarea en la Universidad de Chile y en la selección chilena. Luego se independizó
y el entrenador lo reemplazó con Juan Manuel Lillo en su intento de torcer su estilo de
juego del bielsismo al guardiolismo.
Sampaoli necesita un segundo fuerte para encauzar sus libres y alborotados
pensamientos. Por eso fue a buscar nuevamente a Becaccece cuando asumió en el
seleccionado argentino. Pero la pasión con la que vive el fútbol no fue su mejor
presentación. Y la famosa línea defensiva de tres o cuatro hombres resultó un
desencadenante para que Messi le apuntara especialmente.
Beccacece acompañó a Sampaoli en el viaje previo a esos amistosos contra Italia
y España. Entró en todas las reuniones, salvo la más importante, la mantenida en
Barcelona con el capitán; Sampaoli no hizo demasiado para juntarlos. Tanto es así que su
supuesto asistente principal no estuvo ni en los entrenamientos en Manchester y Madrid.
Y el técnico promovió a Pablo Aimar, hasta ese momento en las selecciones menores,
con gran llegada a los jugadores, calidez en las relaciones y clara visión de fútbol, aunque
sin recorrido en cuerpos técnicos.
Dispuesto a irse si no cambiaba el panorama, Beccacece recuperó la buena
relación con Messi. Sin embargo, con Sampaoli tuvo un momento pronunciado de
relación quebrada. Tanto que éste meditó contratar a Mariano Soso, ex técnico de
Gimnasia: hasta le habló de sondeos que ya había recibido para después del Mundial,
incluido un llamado del Chelsea inglés.
A dos meses del Mundial, aquello era un reflejo del momento: la selección no
tenía claro por lo menos tres de sus titulares, varios nombres de la lista de 23 y ni siquiera,
el ayudante del entrenador.
2.

“El inesperado jugador del pueblo”

A la vuelta de Europa, Sampaoli tenía claro los tres arqueros para el Mundial pero
no el orden. En su borrador ya había anotado a Sergio Romero, Wilfredo Caballero y
Nahuel Guzmán. De los dos primeros saldría el titular; sobre el último, teniendo en cuenta
que el tercer arquero no suele atajar en un Mundial, no le preocupaba su nivel en México
porque le bastaba con su liderazgo.
Franco Armani cambió los planes. Su nivel en River llevó a Sampaoli, que había
meditado llevarlo a la gira previa, a incluirlo entre los 23. Ya pensaba en Caballero como
un posible titular y no podía arrastrar a Romero de la titularidad a la marginación total.
Pagaba Guzmán, de tanta ascendencia que había encabezado la charla grupal antes de
salir a jugar en Quito, el día de la clasificación.
Las 48 horas posteriores a comunicar la lista expusieron la enorme lista de
situaciones problemáticas que marcó la previa del Mundial. El 21 de mayo, se conocieron
los 23 que irían a Rusia. El 22, el padre de Guzmán caricaturizó en sus redes a Sampaoli
con los logos de los canales de televisión tatuados, en probable alusión a haberse dejado
influir por el periodismo en el armado del plantel, y con la chomba del seleccionado
chileno. El 23 a la mañana, mientras Guzmán donaba una biblioteca deportiva a su colegio
primario (tardó en convencerse en hacerlo en esa escuela por el nombre que lleva:
Cristóbal Colón, “un asesino de indios”), Romero sentía molestias en su rodilla y las
disimulaba porque justo el periodismo observaba a un costado. A la tarde se haría estudios
que diagnosticarían un bloqueo articular y antes de la noche quedaría desafectado.
Romero le juró a Sampaoli que llegaría en condiciones para el debut: “Faltan más
de tres semanas, en menos de dos estoy”. Pero el técnico no dudó, le explicó que
necesitaba a todos entrenándose normalmente y lamentó su exclusión. El arquero de los
últimos dos mundiales no puso reparos; así como lo escuchó se fue a su casa.
Y otra vez, la chance fue para Guzmán. La vida es circular. Y la selección
argentina, un espiral.

--

Guzmán pasó de ser el 24 a llevar la 1. Así Sampaoli no daba indicios de quién


sería el titular. El resto, en orden numérico, también tenía su explicación.
Gabriel Mercado, el que Sampaoli había usado de central en Sevilla y no quería
usar de lateral en la selección. Hasta que cambió de idea.
Nicolás Tagliafico, citado de entrada, desestimado luego y considerado de titular
desde que el Ajax holandés lo moldeó como el lateral de ataque. El que durante medio
año vio al Barcelona para mirar a Jordi Alba.
Cristian Ansaldi, “diestro pero le pego mejor de zurda”.
Lucas Biglia, el 5 que no entraba en la gente pero sí en todos los técnicos.
Federico Fazio, de techo no tan alto pero piso garantizado.
Ever Banega: “Muy bueno aunque intermitente. Si quiero uno menos intermitente,
tendré que buscar uno menos bueno”.
Marcos Acuña, que arrancó el ciclo como volante por la derecha y en la lista
definitiva quedó de lateral por la izquierda suplente.
Gonzalo Higuaín, reciente papá. (Imposible saber si tendrá su capítulo en el
Mundial, sí en el libro.)
Lionel Messi.
Angel Di María, con su terapia a cuestas.
Franco Armani, el inesperado jugador del pueblo.
Maximiliano Meza, porque era injusto competir por un lugar contra España sin
Messi en Madrid, pero también era una posibilidad muy propicia: tenía todo para ganar.
Javier Mascherano, pese a que un mes antes el entrenador pensó verdaderamente
si lo llevaba o no.
Manuel Lanzini, ¿el nuevo socio de Messi? “Messi va a elegir a su socio, no yo”
(Sampaoli dixit).
Marcos Rojo, porque ninguno conformó mientras él estaba lesionado.
Nicolás Otamendi, y otra vez Sampaoli: “La única vez que vi a Cruyff me dijo
que los buenos juegan atrás; que arriba juega cualquiera”.
Eduardo Salvio, de wing a lateral.
Sergio Agüero, con el deseo de que Argentina aproveche lo que aprovecharon
España en el 2010 y Alemania en el 2014: la coincidencia de Guardiola en el día a día de
los jugadores.
Giovani Lo Celso, el último enganche del fútbol argentino (aunque no juegue de
enganche).
Paulo Dybala, del deseo de compinche de Messi a “no supimos ubicarlo o no se
adaptó a nuestra idea”, de “pensábamos que era top” a volver a verlo interesante.
Cristian Pavón, con la bendición futbolera del 10.
Wilfredo Caballero, el más silencioso en la pelea más ruidosa.
3.

“Los que no les reprochan a los jugadores”

Diego Serpentini, 15 de edad y un metro de altura, no era parte del show. Pero
está formado para rebelarse.
Estaba cerca del alambrado en el estadio de Huracán, aunque del lado de la platea.
Con la misma predisposición con la que encaró la vida, con la misma sonrisa, primero
habló con el que cuidaba la puerta. “En ese momento Chiqui Tapia me pateó una pelota.
Y como me puse a hacer jueguitos, Messi me miró. Se ve en todas las fotos que Messi me
está mirando”.
El resto fue natural: Diego, el 5 de la selección de talla baja, junto a Messi sentado
arriba de la pelota (“acá estoy, en mi oficina” decía Cruyff sobre esa pose).
Diego es natural. Hacer jueguitos le resulta espontáneo: “Hacía poco me había
filmado y había llegado a 500, puedo hacer más”. No se pregunta por qué carga con
semejante limitación, sólo se lamenta porque “con mi altura no puedo jugar al fútbol
profesional”. Nació así, con displasia acromesomélica; es decir, “me tocaron las
articulaciones cortas”. Juega con amigos de diferentes edades y alturas: “Nos juntamos
enfrente de mi casa. En La Plata, donde vivo, todavía hay lugar para algún potrerito. Me
llevan 40, 50 centímetros”, que en realidad son más.
Messi le dijo que conoce la selección de talla baja, que vio la noticia de que habían
sido campeones meses antes. A propósito, ¿cuánto dura un tema en la agenda mediática?
¿Cuánto nos sirve? Pasearon en algunos medios para rápidamente volver a desaparecer.
Diego imaginó que su exposición sería un impulso. Que quizás ahora la AFA los
apoye. Que dejarán de hacer rifas para armar un torneo nacional.

--

Aquel domingo 27 de mayo sucedió la mejor idea de la AFA de la que tengamos


memoria. La selección armó un entrenamiento abierto no al público en general sino a los
niños. Cada diez, recién podía entrar un adulto. La consigna no fue obedecida, pero la
idea resultó: el estadio de Huracán se pobló de los que no les reprochan a estos jugadores,
aquellos que no tienen presente las finales perdidas ni se cansaron de la repetición de
nombres. Al Ducó fueron los pibes, los que juegan a ser ellos.
La vieja guardia del seleccionado nunca se sintió en falta; al contrario, muchas
veces creyó poca valoración. Eso seguramente habrá armado un equipo distante. En una
charla inicial del ciclo, Sampaoli se los había marcado con criterio aunque con poco éxito:
“Hay que acercarse a la gente, eso no quiere decir que se acerquen al periodismo”.
En Huracán se acercaron. Con el gesto suficiente de haberse prestado a un
entrenamiento en una cancha en mal estado. Sin armar show, apenas devolviendo saludos.
Y lo mismo se vio en la Bombonera dos días después en el muy amistoso 4-0 a Haití. El
plantel viajó a Rusia envuelto en respaldo, no en memes ni en la devolución de redes
sociales.

--
La falta de entendimiento con el Vaticano para que quedara claro que la
delegación no podría visitar al Papa. La exposición millenial de Cristian Ansaldi
mostrándose en la bañadera junto a su esposa (y su pedido de disculpas público: ¿a quién?,
¿por qué?). Los gritos de veinte palestinos al costado de un entrenamiento para que la
selección no viajara a jugar contra Israel en Jerusalén, histórica discordia entre los
pueblos. La viralización de las imágenes, la conciencia general (y tardía) del malestar que
causaba el partido, los comentarios a los jugadores por parte de sus familiares. El planteo
de los futbolistas, no necesariamente una orden, de revisar la cancelación del amistoso.
El dinero cobrado con anterioridad por parte de la AFA.
La lista es amplia. Pero ni todos los capítulos de la convivencia en Barcelona
juntos alcanzan mínimamente el efecto que generó la rotura de ligamentos de Manuel
Lanzini.
A muchos les brotó el recuerdo de la lesión de Gago. Aquella, a la vista de todos
y en pleno partido; ésta, en un entrenamiento más. Ambas similares, sin disputa de pelota,
apenas un giro rebelde y el destino cruel; las dos, con consecuencia de llanto.
Un instante es suficiente para frustrar lo que se esperó una vida. Sólo la partida a
Rusia cambió el eje. La presencia en Barcelona quedaría directamente relacionada al
dolor de Lanzini. La selección, además, perdía un titular. Sin un claro reemplazo a la
vista.
4.

“La historia de Rusia presente aunque también


ausente”

Ezeiza tiene usos múltiples. En la jerga periodística-futbolera, es la referencia a


donde se entrena y descansa la selección. En el lenguaje coloquial, la salida de la
Argentina, para muchos, no sólo está en sino también es Ezeiza. Que puede significar el
lugar de un reencuentro. Como también de despedida, y forzada; para todos aquellos que
alguna vez vivimos la partida de un ser querido sin fecha de vuelta en el pasaje, la imagen
no deja de asociarse.
Argentina sufrió exilios políticos y económicos. Rusia también.
El tema está bien tratado en Limónov, el libro biográfico que escribió el francés
Emanuel Carrére sobre Eduard Limónov, un artista y activista ruso que sueña a toda hora
con la revolución. Carrère asegura sobre las despedidas: “Los últimos días antes de partir
son desgarradores. Reír con un amigo, sentarse debajo de un tilo (...) Te percatas con una
especie de estupor de que todo eso, que habías hecho miles de veces sin darte cuenta, lo
haces por última vez. Cada partícula de este mundo tan familiar estaría pronto y
definitivamente fuera de tu alcance: sería un recuerdo, una página pasada que no podrás
releer, un objeto de nostalgia incurable. Abandonar la vida que siempre habías conocido
y partir hacia otra de la que esperabas mucho pero no sabías casi nada, era una forma de
morir”.

--

Ezeiza, esta vez, es el puente hacia el Mundial. El único posible: hace cuatro años
a Brasil llegaron miles de argentinos por diferentes vías. Espera Rusia, imponente,
interminable, con su historia siempre presente aunque también ausente.
En el impacto de ingreso en Moscú, la historia se palpa en las construcciones. Pero
todo ha pasado por el tamiz del cambio de época. La revolución bolchevique de 1917,
que dio paso a la Unión Soviética hasta hace menos de treinta años, ese Estado obrero
generador de otros que luego se activaron, queda mucho más en el recuerdo nostálgico de
las generaciones mayores que en la vida diaria.
Lo explica el cambio de uno de las gemelas de Stalin, así llamados los siete
rascacielos que el general de la revolución mandó a construir cuando percibió que estaban
en desventaja en escenografía. Se llamó Hotel Ukraina, imponente por construcción pero
sin lujo interior durante el comunismo; luego, como parte de la cadena internacional
Radisson, pasó a tener detalles de ostentación supuestamente necesarios, por ejemplo,
para recibir a funcionarios durante el Mundial. El comunismo dejó tremendas
construcciones y el capitalismo les puso los nombres.
Las costumbres claramente son otras. Al ruso le basta con lo propio; el soviético,
así lo notó Gabriel García Márquez en 1957, “parecía desesperado por tener amigos”. El
colombiano se sorprendió con un pueblo ávido de conocer otras culturas, de entenderlas.
Y regaló esta anécdota para dimensionar el límite y la inocencia de, hasta allí, cuatro
décadas de comunismo. Preguntó a un grupo de moscovitas por qué Andres Toupolev,
inventor de los turboreactores, no podía invertir lo mucho que había ganado. Básicamente
encendió un debate, que terminó rápido:
-¿Una persona puede tener cinco departamentos en Moscú?- les consultó.
-Naturalmente, pero ¿cómo haría un hombre para vivir en cinco departamentos a
la vez?

--

Daniel Utrilla nació en España, conoció Rusia a partir de corresponsalías para


medios de su país y se quedó para siempre. Explica el post comunismo en su libro de
crónicas A Moscú sin kalashnikov: “A Gorbachov le echan en cara que la caída del
imperio haya sido tan traumática. Como si hubiera abierto la escotilla del submarino antes
de subir a la superficie. Con el primer Mc Donald’s en Moscú, el capitalismo se le vino
encima a Gorbachov: fue como poner a Messi frente al arco, pedirle al arquero que se
aparte y decirle que la empuje”.
Boris Yeltsin, primero neoleninista y luego neoliberal, combatió un Golpe de
Estado en el final de la Unión Soviética y posibilitó las nuevas riquezas en el arranque de
Rusia. Carrère redactó sobre su final: “Encerrado en el Kremlin, sin más interlocutores
que su familia y el responsable de su seguridad, se cura de lo que él llama sus ideas negras
y que a todas luces es una depresión masiva bebiendo más de lo razonable”.
El siglo XXI le pertenece a Vladimir Putin, Primer Ministro en los dos períodos
entre 2000 y 2008, y Presidente desde 2012. Le perteneció también en el espacio medio,
en esos seis años de presidencia de Dimitri Medvedev. Lo definió Gary Kasparov, ícono
del ajedrez en el mundo: “Medvedev le devolvió el país a Rusia como el perro que le
devuelve al dueño el palo que le tiró”. Kasparov, uno de los pocos opositores, repite que
“la Rusia de Putin es una dictadura de una sola persona”.
No es casual que no haya un segundo bando. De allí la reflexión de la argentina
Hinde Pomeraniec en su libro Rusos: “En la Rusia de Putin los opositores deben pedir
permiso para manifestarse en lugares públicos. Una verdadera paradoja porque, cuando
lo hacen, el permiso no es otorgado. Les prohíben manifestarse en lugares céntricos, les
exigen cifras desenfrenadas de formas para consagrarlos como partido válido para
competir electoralmente y buscan además por todos lados evitar que aparezcan en
público. A los opositores les cuesta mucho encontrar salones para sus actos: nadie quiere
alquilarles las salas. En la medida en que se les traba la libertad de acción, no logran
cuajar en la sociedad. Es un juego perverso, no los dejan mostrarse y después dicen que
en realidad no existen”.
En el Mundial tendrán menos espacio para hacerse sentir. De hecho Kasparov
sentencia desde donde vive: Nueva York. Mitad bienestar seguramente, mitad exilio
también.
5.

“Bienvenidos al show”

Rusia al mundo. El mundo en Rusia. A Vladímir Vladímirovich Putin ya no lo


echan del G7; aunque tiene que convencer al resto, Donald Trump lo quiere de vuelta.
Mientras, el local recibe en el palco central a Gianni Infantino, presidente de la FIFA y el
más político de todos, y a Mohamed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudita,
que meses atrás le prometió un estadio a Irak. El fútbol une. Sobre todo al poder.
Se trata del último plantel mundialista de Rusia con jugadores nacidos durante el
comunismo. El técnico, Stanislav Cherchesov, fue el primer arquero en el post Unión
Soviética. Ya se partió la historia. Pero el que suena es el himno soviético, recuperado
por Putin, que siempre tuvo claro cómo llegarle a esa generación nostálgica. Como le
atribuye que dijo Emmanuel Carrère en el comienzo de Limónov: “El que quiera restaurar
el comunismo no tiene cabeza; el que lo extrañe no tiene corazón”.
Los rusos se levantan. Sin verborragia sudamericana, a su manera. Pese al
prejuicio son sentimentales. Daniel Utrilla, el periodista español que primero fue
corresponsal y luego un ruso más, los definió en A Moscú sin kalashnikov: “Son volcanes
con las laderas cubiertas de nieve”.
Empieza el partido, el inaugural de la Copa del Mundo, el 14 de junio del 2018, y
Rusia, aun sin saber cómo, se dirige hacia adelante. Como manda su historia no
futbolística sino política: simplemente obedeciendo a Lenin, inmortalizado en tantas
estatuas apuntando con un dedo, marcando el camino.
El plan que mejor le sale, obvio, es conquistar el campo contrario. Rusia distrae
por izquierda y ataca por derecha, un resumen de sus últimas tres décadas. En el mundo
de los nuevos mestizajes y las dobles nacionalidades, recibe lo mejor: un lateral brasileño.
Y golpea por arriba, claro.
Dos goles de cabeza ante la selección más baja del Mundial, de 1,76 en promedio,
20 centímetros menos que Artem Dzyuba, que necesitó 88 segundos desde su ingreso
para convertir. Dzyuba tiró abajo lo que se aprecia en el día a día: los rusos no suelen
tener éxito en el primer intento. Así fue de generación en generación: necesitan un guía,
alguien que les indique cómo, un zar.

--

Bienvenidos al show. A los rostros pintados para salir en cámara. A la cuenta


regresiva de 10 segundos para dar inicio al partido, propia de cualquier deporte menos
del fútbol. A las butacas desocupadas durante el entretiempo y hasta los 10 minutos del
complemento porque quienes las pagaron están comprando cerveza; o en el baño después
de comprar cerveza. A la música que se escucha en cada gol.
Rusia jugó como para ganar 2-0 pero Arabia Saudita jugó como para perder 5-0.
Juan Antonio Pizzi sabía que su selección sería una de las dos o tres peores del
Mundial. Que sin Salah, Egipto podía estar en ese lote, pero con el del Liverpool en
condiciones había que investigar cuál podía ser la otra.
Uno de los suyos se resbaló en el primer gol. Otros dos siguieron de largo, ambos
en el piso, en el segundo. Después llegarían los otros tres, un par de ellos en el descuento,
para que la moral se arrastrara. En ataque, ningún árabe le acertó al arco rival.
El técnico argentino tiene dos formas de hablar con sus jugadores: el lenguaje
universal del fútbol y Elías, un viejo amigo, santafesino como él, hijo de sirios y profesor
de árabe. Pizzi se llevó a Elías como parte del cuerpo técnico: le traduce cualquier charla
individual o grupal con el plantel, y debe hacerlo con un pedido. Le solicitó copiar su
énfasis, para que a los futbolistas les llegue lo que quiere decir. Dicen lo mismo mientras
hablan en distintas lenguas, agitan los brazos casi a la par, son espejos, sombras, casi
siameses.
Lo que no puede incorporar y copiar es el estado de ánimo. Pizzi, que nota miedo
escénico, se va golpeado, preocupado pero también con bronca. Contrato no mata
vergüenza deportiva.
6.

“¿Esto puede continuar cuando nosotros no


estemos?”

Hay un uruguayo al que siempre le preocupó el Maracanazo. No la gesta, sí la


leyenda. Un uruguayo que, como todos, venera a Obdulio Varela y Pepe Schiaffino. Pero
que separa realidad y mito. Como el médico que rechaza la idea de milagro. Oscar
Tabarez, Washington para los suyos, al fin de cuentas maestro, prefiere saber las causas.
“Tenía tres años cuando empecé a vivir el post Maracaná. Me quedaron un montón
de ideas en la infancia y en la adolescencia que después, por haber sido entrenador de la
selección, tuve la oportunidad de saber que no eran ciertas. Como que los brasileños eran
diez veces superiores a nosotros, que ellos jugaban al fútbol y nosotros sólo metíamos. Si
no éramos mejores, al menos no éramos menos. Pensaba que había sido una carnicería, y
Uruguay hizo 11 fouls en la final, la mitad que hizo Brasil”, relata en el libro
Conversaciones, las que entabla con Horacio Tato López.
El éxito magnifica, confunde. Será porque lo tiene presente que le escribió una
carta a Pepe Mujica, entonces presidente de Uruguay, presente en el recibimiento luego
del cuarto puesto en Sudáfrica 2010: “No nos quedemos sólo con los resultados para
valorar lo se hace. El éxito no son sólo resultados, sino las dificultades que se pasan para
obtenerlos”, aconsejó.
Uruguay ganó dos de los primeros cuatro mundiales y ninguno después de aquel
de 1950. El triunfo a veces queda en el triunfo en sí, no edifica. Será porque lo sabe que
pone reparos a futuro: “En cierto sentido me halaga, pero también me preocupa que se
hable del proyecto Tabarez. ¿Esto puede continuar cuando nosotros no estemos? Lo que
me gustaría es que tenga cada vez más fundamento el orgullo de ser una persona de este
país”.

--

Sobre el juego de Uruguay en el Mundial 86, Eduardo Galeano escribió que “fue
el fútbol más conservador de la historia de nuestro país. Se proponía romper el juego y
no se avergonzaba de ser incapaz de crearlo. Fue el contrafútbol”. Tabarez asumió
después de aquella Copa y quiso cambiar de estilo en la selección: “Alguno dijo que
proponíamos un fútbol para señoritas. En realidad era lo que hacían en aquellos tiempos:
grandes jugadores que se dedicaran a jugar, a meter y no a dar patadas descomunales”,
recuerda.
Su nuevo intento para Rusia 2018 es darle matices a la garra charrúa. Hay una
generación nueva en el mediocampo de la Celeste. Los vigorosos Arévalo Ríos, Diego
Pérez y Walter Gargano les dieron paso a los más elegantes Rodrigo Bentancur y Matías
Vecino. Es una transición que no asegura que se puedan mezclar los mejores momentos
de los nuevos con la vigencia de los mejores: los volantes (aquellos dos más Nahitan
Nandez y Giorgian De Arrascaeta) promedian 23 años, Luis Suárez y Edinson Cavani
tienen 31. Mientras, el equipo aprende una manera distinta sobre la marcha del gran
evento; de entrada no se lo ve cómodo.
En el debut, el gol llega agónicamente, justo antes de la nostalgia: Uruguay intenta
jugar como nunca, pero gana como siempre.
Le cuesta 88 minutos. El 9 del Barcelona, una de sus cartas habituales, parece otro.
El periodista Bruno Scelza definió lo que iban sintiendo los uruguayos: “Luis Suárez está
jugando mal. No lo decimos, nos cuesta hacerlo y sabemos que nos puede tapar la boca
en cualquier momento, pero lo estamos pensando. Al final esto de jugar tocando y no
reventarla para arriba no es para nosotros. Tampoco lo decimos, pero poco a poco la
frase ‘tirala para adelante’ empieza aflorar en nuestro interior”.
Última bola. José María Giménez, “que no es Godín pero sí su mejor alumno”,
fuerza un foul, se posiciona en el área para esperar el tiro libre, salta más que nadie y
cabecea al triunfo. Los centrales y la pelota parada, la mezcla que proporcionan la otra
carta letal.
Tabarez se despega de su asiento. “¡Uruguay nomá!”, grita. Se olvida del bastón
que lo ayuda contra el síndrome de Guillain-Barré. Y al rato, vuelve a su eje como si
nada.

--

Tenía que ser un colegio. El video que más reproducciones consiguió de los
festejos populares de ese gol de Giménez fue en un colegio. En un par en realidad. En el
71 de Paysandú, por ejemplo. Y sobre todo en el Colegio del Sur, en Malvín.
Se trata de una escuela “relativamente chica, de 270 alumnos entre inicial y
primaria” según la directora María José Ospitalechte. Los chicos se juntaron a la mañana,
cada uno con algo para compartir en el desayuno. Vieron el partido en un salón separado
del patio por un ventanal, abierto para que corriera aire seguramente, y para que salieran
corriendo los chicos si había un festejo agónico. Fue un hormigueo, una estampida, todos
corrían en círculos sin chocarse, como alarmados por una alarma pero con júbilo.
Tenía que ser en un colegio esa celebración por el equipo del Maestro. Tabarez,
que dio clases por primera vez en su vida en un instituto para ciegos, estudió Magisterio
para darle el gusto de una carrera a su madre y después se recibió de director técnico “para
ganar un pesito más. Ya habían nacido tres de mis cuatro hijas”. Se había retirado como
futbolista a los 30 años. “No juego más al fútbol”, le dijo a su mujer de regreso de un
entrenamiento en Liverpool. “¿Y qué vamos a comer?”, le respondió ella. La economía
siempre fue un tema a tener en cuenta. De chico había tenido algunas carencias, aunque
“ser pobre en aquellos tiempos era comer puchero todos los días. Ahora hay formas de la
pobreza que son insultantes”.
Hoy dirige un equipo que intenta cambiar de estilo y le cuesta, pero no deja de
estar prendido en la identidad del uruguayo. La directora del colegio lo sabe: “Nos
impactan el compromiso y los valores que tratan de bajar. No cuesta más una respuesta
antipática que una amable, y ellos lo recuerdan. Los jugadores y el técnico nos sirven de
ejemplos. Te juro que cuando gana la selección, somos todos un poco más amables en
Uruguay”.
7.

“¿A todos nos preocupó que lo errara más de lo que


nos entusiasmó que lo convirtiera?”

“Los propios españoles nos dicen ‘todo bien con la posesión, pero en el Mundial
2010 ganamos todos los partidos 1-0 y salimos campeones’”. Alguna vez se escuchó una
frase así en la intimidad del plantel argentino. Sirve para entender la formación, con más
precauciones de lo que se creía, para el debut en el Mundial.
Es extraño: cuatro años atrás, en Brasil 2014, el núcleo de los jugadores le hizo
entender a Alejandro Sabella que no había necesidad de protegerse tanto tras su idea, casi
sin ensayo, de cinco defensores contra Bosnia. Después, las lesiones de Sergio Agüero y
Angel Di María fueron moldeando una formación más parecida a lo que pretendía el
entrenador. Pero de entrada los futbolistas se habían hecho sentir: para ganar había que
atacar.
“No es mi selección, es la selección de Messi”. Nadie puede dudar de la sinceridad
de Jorge Sampaoli. Lo dijo él mismo y sin que nadie lo forzara; simplemente le habían
preguntado en qué aspectos creía que había logrado imponerle su sello al seleccionado y
en cuáles no.

--

Las autoridades de la pequeña y despoblada Bronnitsy se enfocaron en que la


llegada de la selección para concentrarse allí fuera un evento histórico para la ciudad.
Cualquier pedido de la delegación argentina era ejecutado con velocidad. Así fue como
prohibieron el ascenso a la Torre del Reloj, desde la cual un espía de otra selección
hubiese podido observar el entrenamiento.
Aquel que hubiese querido hacerlo, igualmente, habría tenido que subir
diariamente: lo que se entrenaba un domingo, cambiaba un lunes. En este caso no para
confundir o desorientar, sí por las características de un entrenador que vive el día a día.
Que piensa un equipo y lo fundamenta, y al rato piensa otro con nuevos argumentos, pese
a enfocarse en el mismo partido y el mismo rival.
La expectativa para el debut desbordó lo imaginado. El primer cálculo fue de
diecinueve mil argentinos en el Spartak Stadium de Moscú a juzgar por las entradas que
se habían vendido, pero la cifra probablemente se haya estirado a más de veinticinco mil.
Desde Francia 1998, con la excepción de Corea-Japón 2002 por costos y contexto
nacional, comenzó a ser costumbre de compatriotas nutrir de camisetas celestes y blancas
el color del Mundial. Ya no sólo es propio de estratos acomodados, también viaja una
clase media que debió haber sufrido hacer un presupuesto en dólares, verlo multiplicado
antes de subir al avión y saberlo crecido al aterrizar.
Aquel sábado 16 de junio, la selección decepcionó. Jugó con exasperante lentitud.
La falta de funcionamiento era consecuencia del escaso ensayo. De repente había
aparecido Lucas Biglia en la formación.
No podía entenderlo todo aquel que hubiera hablado con el entrenador en los seis
meses anteriores. Tampoco el rival ameritaba mayor protección en el mediocampo.
Desde el 2002 hasta mediados de la década, Islandia pasó a tener 5 canchas de
fútbol a 23 y de 7 a 136 de dimensiones más reducidas. El Gobierno había encarado la
difusión del fútbol para que el handball no fuera el único deporte elegido por la juventud.
Los islandeses defendieron, justamente, a la manera de un férreo equipo de handball. El
área resultó un territorio prohibido, como si fuera otro deporte.
El partido nos llevó a los libros de autoayuda. “La gota perfora la roca no por su
fuerza sino por su constancia”, sugiere el proverbio anónimo. Estaba claro que en fuerza
no ganaría Argentina; tampoco fue constante. Apenas sirvió para destacar un rato previo
al gol, ni siquiera aprovechado porque enseguida empató Islandia, y los arrestos de todo
conjunto de jugadores cuando no arman un equipo.

--

¿Qué nos pasó cuando Messi se paró para patear el penal? ¿A todos nos preocupó
la posibilidad de que lo errara por encima de lo que nos entusiasmó la chance de que lo
convirtiera? ¿Y por qué entonces odiamos que lo critiquen si ya todos estamos de su lado?
¿O lo que nos duele es saber que a veces merece la crítica? ¿En qué época se quedó el
periodismo extranjero cuando asegura que a Messi lo aman en todos lados salvo en su
país si lo amamos todos? ¿Y si lo amamos cómo lo vamos a criticar? ¿Lo queremos todos?
¿Cómo puede alguien no quererlo?
Fue el día después de una nueva jornada heroica de Cristiano Ronaldo, el hombre
más decidido a ser el mejor futbolista del mundo que se conoce. Tres goles, entre ellos el
penal que se le negó a nuestro genio y el tiro libre al ángulo, distinto a los que Leo dejó
en la barrera. El tiro libre que en la noche de España 3-Portugal 3, todos (todos equivale
a Cristiano y a los españoles) imaginaron que sería gol.
En la competencia entre ellos de la última década, Messi mejoró a Cristiano más
de lo que Cristiano mejoró a Messi. Messi mejora a sus equipos, Cristiano “sólo” los hace
ganadores. Messi hizo de un gran equipo el probablemente mejor de la historia y de una
selección vulgar, una que interesa ver. Le dio vida. Si se apaga ese motor, se apaga todo
lo demás. Si el ánimo del que los empuja cae, el carro se estanca.
Hannes Halldorsson atajó el penal que anunció Messi y la selección se dirigió, 1-
1 y victoria de Croacia a Nigeria, demasiado rápido a la necesidad de un resultado para
seguir con chances.
¿Qué será de la cabeza de estos jugadores? ¿Y de este libro? ¿A alguien podrá
interesarles las crónicas de un olvidable Mundial?
8.

“El tanque rescató a los estetas”

Desde 1970 hasta el miércoles 20 de junio inclusive, Uruguay ganó ocho partidos
por mundiales. Siete fueron por diferencia de un gol. Por si no quedó claro la extensión
de la estadística: desde 1970.
Este miércoles 20 de junio, contra Arabia Saudita, no se vio que quisiera jugar
distinto a su reciente historia. Cambia de ropa y vuelve a su overol. Nuevamente ganó
como siempre: 1-0, y gracias a una pelota detenida.
Juan Carlos Osorio, el colombiano que dirige a México, contó en su libro: “Diego
Lugano me dijo que la clave de la pelota parada es la determinación, la voluntad de llegar
primero a la pelota y exponerse a un choque o a unos puntos de sutura teniendo en cuenta
que son más importantes los puntos en juego en la competición. También me contó que
en Uruguay, el abuelo le dice al nieto desde el baby que se puede errar un pase pero no
una dividida. Concluyo que la competitividad envidiable de los uruguayos, que son de los
mejores del mundo en eso así como en pelota parada, se origina en edades tempranas,
entre los 5, 6 y 7 años”.
La pelota parada ya es la costumbre del torneo. Aunque en este caso no hubo un
gran salto del cabeceador sino uno pésimo del arquero, Mohammed Al Owais.
Partido minimalista de Uruguay, pero que ya está en octavos. Con Tabarez, la
Celeste llegó a octavos en Italia 90. Sin él, ni siquiera se clasificó a dos mundiales (94 y
98), no pudo pasar la primera ronda en el 2002 y tampoco conoció el del 2006. Una vez
más con el Maestro, fue cuarto en el 2010, avanzó a octavos en el 2014 y ahora la misma
historia. Ya lo dijo Tabarez: “Me halaga, pero también me preocupa que se hable del
proyecto Tabarez. ¿Esto puede continuar cuando nosotros no estemos?”.
Por lo pronto, en Rusia sí continuará.

--

El Mundial repite partidos entre equipos de propuestas y de respuestas. Los


primeros avanzan con impotencia, los otros defienden como si les fuera la vida en esa
tarea. De Argentina-Islandia a España-Irán.
Carlos Queiroz se declaró admirador de sus dirigidos en la previa de la Copa:
“Nunca en mi vida vi jugadores que se ofrezcan tanto al fútbol y a una selección a cambio
de tan pocas compensaciones como los futbolistas de Irán. Se entregan con tantas ganas
y al final no hay ni un gracias”. Así se ofrecieron.
Fue un partido histórico: las mujeres iraníes volvieron al estadio en su país. Las
autoridades permitieron el ingreso de ellas en el estadio Azadí de Teherán, pese a la
prohibición que se inició con la Revolución Islámica en 1979.
En Kazán, España movía la pelota, la llevaba de un costado del área a otro. Parecía
un gran entrenamiento de precisión, pero en realidad era un partido. Un partido imposible.
Se pasaba de juego previo. Desoía aquel viejo consejo de hermano mayor: “Es preferible
quedar como zarpado que como dormido”.
Ante el repliegue unánime de Irán, no podía entre tantas piernas. Hasta que le pegó
a una de esas tantas y fue gol; una propia, la de Diego Costa. Para demostrar su estado de
gracia, se la sacaron, no sintió que el rechazo le había rebotado y recién la vio cuando se
dirigía al arco. El tanque rescató a los estetas españoles.

--

“A un fútbol tan lírico que ignoró a los arcos durante treinta y seis años, un
argentino escueto empezó a hablarle con mesura. A un país que infla el pecho por la
variedad de bocados con los que infla su panza, un flaco, largo como un fideo, le enseñó
cómo redondear una campaña. A un deporte marchito de gloria, un sesentón arrugado
aceptó el desafío de rejuvenecerlo. A un juego visto con resignación, un tipo que no sonríe
cuando dice estar feliz comenzó a restituirle la alegría”.
Ese es el comienzo del libro Benditos, el libro que los periodistas Renzo Gómez
Vega y Kike La Hoz escribieron con 13 historias no aptas para incrédulos, la gratitud
hecha prosa para contar la clasificación del Perú de Ricardo Gareca al Mundial.
Así como llegó, prácticamente se fue. Dos derrotas en los primeros dos partidos
fueron suficiente. Pero la espera de 36 años llenó Rusia de franjas diagonales rojas en
pechos blancos. Ya lo había advertido Gareca: “El peruano es más hincha de la selección
que del equipo”. Sólo había que darles un equipo con el cual se identificaran.
“Perú vivía del pasado como aquellos que añoran un único viaje, un único gran
trabajo, o un único amor”, definieron Gómez Vega y La Hoz. La clasificación fue
histórica. Provocó un feriado por decisión presidencial.
Gareca, el mismo que los había privado de México 86, dio en la tecla apenas
asumió. Dijo lo que nadie decía: “Creo en el jugador peruano”. El jugador le devolvió la
confianza. En el Mundial no tuvo área, ni cuando Paolo Guerrero, “el que se merece el
apellido”, fue titular contra Francia.
Veinte mil incas agradecieron igual. Existen distintas maneras de quedar
eliminados.
9.

“Si planifico me pongo en el lugar de un oficinista”

La selección decidió no tener paz y se encargó de alimentar un capítulo negativo


cada día. El previo a jugar contra Nigeria también fue convulsionado.
Jorge Sampaoli y su ayudante Sebastián Beccacece volvieron a enfrentarse, ahora
porque el primero desarmó lo que habían ensayado los dos días anteriores. Heráclito
Sampaoli, el entrenador que todo lo cambia, mientras la selección juega a no naufragar
en el río. Tanto cambia que los jugadores le pidieron, en la noche del miércoles 21, saber
con anticipación cómo sería la formación.
El contexto en Nizhny Novgorod dejaba similitudes con aquella jornada de la
clasificación en Quito. No tanto por las caras del plantel: faltaban 12 de los 26 que habían
estado en Ecuador (3 de ellos se lesionaron: Romero, Mammana y Benedetto); la
selección se renovó en medio del ciclo. Sí eran iguales la presión y la sensación de
cornisa: una derrota dejaría a Argentina al borde de la eliminación en primera ronda.
Se repetía, también, el pedido del cuerpo técnico para que un compañero de Messi
sea decisivo: les mostraron un video de cómo se arma un equipo en Formula 1, donde
todos son importantes para que el piloto sea fundamental. ¿Pero quién podía ser el
salvador de Messi? Argentina saldría a la cancha con un equipo más de esfuerzo que de
calidad. Y con una formación a la que, se notaba, le faltaba ensayo. Otra vez.
En Nizhny Novgorod, Croacia, con sus muy buenos volantes, la dejaría en
evidencia con un 3-0 lapidario.

--

Durante la Unión Soviética, Nizhny Novgorod se llamó Gorki, apellido (de


nombre Maxim) de uno de los pensadores más populares del país. Gorki escribió: “El
miedo es tan saludable para el espíritu como el baño para el cuerpo”. La selección,
temerosa de una derrota que la dejara cerca de la eliminación, sólo podía ilusionar en caso
de que ese miedo la impulsara. No hubo caso. Más bien jugaron para recordar otra frase
de Gorki: “Cuando el trabajo es un placer, la vida es bella. Cuando nos es impuesto, la
vida es esclavitud”.
El destino siempre juega. Wilfredo Caballero, el elegido pese al clamor popular y
mediático por Franco Armani, regaló absurdamente el primer gol. Lo regaló después de
una falla grosera en lo que quiso ser un pase a Mercado, justo el arquero que se había
ganado ese lugar por su virtud del juego con los pies. El guión exagerado. Porque el
destino puede ser todo lo cruel que quiera.
Argentina no había tenido claro cómo llegar al arco rival en el primer tiempo. En
el segundo, ya no tuvo nada. Messi se abstrajo. Recordó a aquella época de la que hablaba
Gerardo Martino: “Es fácil darse cuenta si no está bien. Es cuando mira el piso”.
Descontrolado, Sampaoli insultó al lateral croata Sime Vrsjalko. Al rato, lo que
nunca se había vivido durante un partido mundialista, los hinchas argentinos lo insultarían
a él.
Latidos, el libro publicado antes del Mundial, lo condenaba. Pareció escrito por
alguien que lo quiere poco; Claudio Borghi, tal vez. Pero no, lo escribió el propio
Sampaoli. O por lo menos se lo dictó a alguien. “Si estás nervioso, el jugador lo percibe.
Si el jugador no te cree es imposible que después puedas lograr algo tan importante como
una organización colectiva”. Todo dicho. Pero había más: “Yo no planifico nada. Todo
surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Brota naturalmente en el momento oportuno.
Odio la planificación. Si planifico me pongo en el lugar de un oficinista”.

--

Columna publicada en el diario Olé del viernes 22 de junio:

Argentina llegó al Mundial sin conocer quién sería el arquero, el 4, el 6, el segundo


volante central y el 9. Y con un técnico irreconocible. Imposible distinguir en la figura de
Jorge Sampaoli aquel técnico que el fútbol conoció en la U de Chile y en la selección de
ese país.
Los equipos de Sampaoli presionaban, éste no presiona en ninguna línea. Aquellos
se hacían anchos y el actual no desbordó nunca contra Islandia, que esperaba con 7
jugadores por adentro. Aquellos equipos de este entrenador a veces también confundían
por algunas posiciones de jugadores, pero tenían dinámica y llegaban desde distintos
lugares; la selección actual es esquemática, previsible, con pases al pie, sin jugadores que
puedan romper desde atrás.
Hay una generación a la que debemos destacarles varios años de rendimientos con
la camiseta nacional, no los últimos. Mientras, otra camada todavía no está para estos
niveles: difícil echar responsabilidades a ellos, recién incorporados. A unos y otros los
une la falta total de reservas anímicas. Los primeros contagian a los segundos.
Seguramente Messi en esto también sea un referente: si no aparece, no aparece nadie y si
se pincha (se activó después del 0-1 y se aplastó con el 0-2), se pinchan todos.
¿De qué manera podía tener funcionamiento un equipo que no paró de cambiar y
salió a la cancha casi sin ensayos? En mil pruebas, una de las pocas que no se habían visto
había sido la de incluir a Higuaín y a Agüero. Sin embargo, para tratar de ganarle en los
últimos minutos en el debut, coincidieron los dos. Supuestamente Pavón no fue titular
ayer porque se había chocado con Acuña cuando lo probaron por la izquierda. Entró frente
a Croacia por la derecha y pocos minutos después lo cambiaron de banda. Al único que
no probaban, en esa tanda interminable de ensayos, era a Dybala. Y Dybala ingresó
cuando el equipo se dirigía hacia el abismo.
No hay manera de que, sin equipo, los jugadores puedan potenciarse. Pero también
están las calidades individuales, hoy lejos de lo que fuimos. Salgamos de Messi. Y hasta
de Agüero o de Higuaín, aun con sus irregularidades para la selección. ¿En cuántos otros
puestos Argentina tiene jugadores indiscutidos?
Hay que fallar demasiado para llegar a este momento. Las responsabilidades
obligatoriamente deben ser variadas. Las cargan la figura, sus compañeros, los que
terminan su ciclo o los que podrían seguir, y fundamentalmente el técnico. Es
inconcebible la acumulación de errores y que nadie haya podido cortar la tendencia. No
hay dudas: la selección argentina tiene lo que se merece.
10.

“Queremos tener opinión”

El tren recorre los 370 kilómetros de oeste a este, de Nizhny Novgorod a Moscú.
Puro bosque a los costados. No menos de mil argentinos en el interior, no más de
doscientos de otras nacionalidades. La señal de wifi aparece sólo cuando el tren se acerca
a las estaciones intermedias. En la era de la comunicación, resulta imposible saber si
Nigeria ayuda a Argentina.
Primero Nigeria debía ayudarse a sí misma: una derrota ante Islandia la hubiese
eliminado y un empate, prácticamente también. Los dos goles de Ahmed Musa, que el
mes anterior había sido noticia por regalar bolsas de arroz con su cara en Kano, su pueblo
nativo, también aliviaron a la selección de Sampaoli. Así, una victoria a Nigeria por un
gol más que un eventual triunfo de Islandia a Croacia lo llevaría a octavos de final.
Mientras el Mundial otorgaba una vida, los jugadores pensaron en ejecutar el plan.
Sabían que para afrontar esa vida ya no había posibilidad de cambio de técnico. Pero
creían que ese técnico no podría tener plenos poderes. Lejos de eso, se los querían
recortar.
Muchas veces se habló alrededor de este plantel de su pretendida autogestión.
Quizás naciera de la sensación de superioridad que pudieron tener los jugadores, más
acostumbrados al fútbol de élite que los técnicos de los últimos años de la selección.
Gerardo Martino llegó a proponerles mayor participación, sin recibir nunca una respuesta
positiva. Seguramente más mito que realidad esa famosa autogestión, el planteo de la
noche del viernes 22 de junio igualmente superaría cualquier antecedente.
Los futbolistas citaron a una reunión al técnico y dos de sus ayudantes. Los hijos
querían retar al padre. Allí fueron Jorge Sampaoli, Sebastián Beccacece y Lionel Scaloni.
En no más de quince minutos, escucharían una larga lista de reclamos: las pruebas, la
inseguridad, las formaciones, los cambios, las acusaciones, sus peleas, sus nervios. “Si
estás nervioso, el jugador lo percibe. Si el jugador no te cree es imposible que después
puedas lograr algo tan importante como una organización colectiva”. Sampaoli lo había
dejado escrito.
El discurso del plantel, encabezado naturalmente por Mascherano y Messi, apuntó
justamente a la pérdida de credibilidad: “No nos llega lo que decís. Ya no confiamos en
vos. Queremos tener opinión”.
Lo primero que surgió en Sampaoli fue la sorpresa: “¿Opinión en qué?”.
-En todo.
-¿Y ustedes van a armar el equipo, dirigir los entrenamientos, todo?
Messi apuntó especialmente: “Me preguntaste diez veces a qué jugadores querías
que pusiera y a cuáles no, y nunca te di un nombre. Decime adelante de todos si alguna
vez te nombré a alguien”.
En la sala, además de los veintitrés jugadores y los tres integrantes del cuerpo
técnico, estaba presente Claudio Tapia. El presidente de la AFA sabía de antemano lo que
le dirían al entrenador, a quien sólo le dijo “tenés que ceder”.
El inicio de la reunión tuvo una contundencia claramente mayor a la del final. La
conclusión fue el consenso. Que el técnico se enfocara y no alterara. Y que los escuchara,
prácticamente lo que había querido hacer en otros momentos.
Sebastián Beccacece pensó en renunciar. Sólo lo frenó el pedido de Tapia a su
representante Cristian Bragarnik: “Decile que por favor no se vaya, es al que los jugadores
escuchan”. Beccacece, incluso, le advirtió a Sampaoli que un entrenador no podía
bancarse todo.
No fue la primera vez que la intimidad de la selección llegó a un punto semejante.
En México 86, un Mundial que incluyó enojos con Carlos Bilardo de dos titulares, Héctor
Enrique y Sergio Batista, después de los primeros dos partidos, los jugadores se juntaron
para hablar del técnico antes de los octavos de final. El periodista José Luis Barrio lo
contó en el muy completo libro El partido: “Las paredes eran tan finitas que me enteré de
toda la reunión. Las cosas de Bilardo que escuché ese día… Maradona llegó a decir
‘¡simplemente no le tenemos que dar más pelota!’. Era como un golpe de Estado. ‘Así no
podemos seguir, ¿les parece que un equipo argentino juegue así un Mundial?’, gritaba
Passarella. El único que lo defendía era Brown: ‘Ténganle confianza a Bilardo, yo lo
conozco, ténganle confianza’. ‘No, pero qué confianza, no hay que darle pelota’, gritaba
Maradona”.
La diferencia entre 1986 y 2018 es sustancial: con la proliferación de medios, todo
queda al descubierto. Lo que antes podía esconderse, hoy queda expuesto y hasta puede
amplificarse.
Al día siguiente, Javier Mascherano trataría de disimular lo sucedido: “Los
mejores técnicos del mundo escuchan a sus jugadores, que son quienes luego deciden”.
A esa altura ya sería muy difícil extraer del imaginario popular la injerencia que tuvo en
la selección la vieja guardia, tantas veces denominada “club de amigos”, no sólo en este
momento sino en todos los otros. Para jugar contra Nigeria, la selección saldría a la cancha
con los mismos de siempre.
11.

“Si Dios tiene preparado algo para mí, me lo tiene


que dar ahora”

(En breve será publicado el análisis apenas terminado el partido, en TyC Sports)

--

En pocas ciudades en el mundo está tan incorporado el gen revolucionario como


en San Petersburgo. En 1825 un grupo de oficiales se levantó contra el zar, en 1905 se
movilizaron los trabajadores aunque la brutal represión dejó grabado el rótulo de
“Domingo sangriento”, una huelga en febrero de 1917 resultó el germen de la Revolución
Roja y de allí fue el Soviet de Trabajadores desde donde se armó el triunfo bolchevique.
En la ciudad de la revolución, la selección llevó a cabo el plan consensuado. El
técnico escuchó a los jugadores para el esquema y un par de puestos puntuales. En la ex
Leningrado, salieron al terreno los líderes. La vieja guardia dominó la formación. No por
imposición sino por decantación: el momento, la obligación de la victoria para evitar el
fracaso de la eliminación en primera ronda, necesitaba jugadores experimentados,
curtidos.
Argentina y Nigeria están imantados en los mundiales. El sorteo los cruzó en fase
de grupos por quinta vez en las últimas siete ediciones. Antes de cada una de ellas,
creímos lo mismo: al talento y a la velocidad innata, los técnicos europeos les agregaron
orden táctico y mayor disciplina. Como dos paralelas que nunca se juntan, por lo menos
en Nigeria lo segundo no llega a alcanzar a lo primero.
Juan Sasturain cree que “el viejo fútbol tiene un maravilloso futuro negro. Los
poderosos negros que se vienen tienen todo por hacer y conquistar: tienen hambre,
saludable hambre (que es necesidad más actitud) y potencial. El futuro es suyo. Por
suerte”. Así lo escribió en La patria transpirada, su gran recorrido de la selección por los
mundiales. El futuro no llegó: las cinco selecciones africanas quedaron eliminadas en
primera ronda. En el caso de Nigeria, a 4 minutos del final. Que sin el gol hubiede sido
el final de Argentina en el Mundial.
La selección que reúne una de las mejores generaciones de jugadores de la historia
del fútbol argentino volvió a quedar retratada por lo emotivo antes que por el juego.
Cuando los de más nombre no podían levantar los centros al área, Gabriel Mercado mandó
el de su vida. Cuando el goleador de la Juventus no podía y el del Manchester City no
había tenido ni una chance, Marcos Rojo hizo el de su vida. “Si Dios tiene preparado algo
para mí, me lo tiene que dar ahora”, le había dicho a la madre el día anterior.
Francia esperaba en octavos de final.
12.

“La herida de la generación mexicana”

El calendario azteca en esta era tiene cuatro días. Después vuelve a empezar.
Nunca queda vacío, no saltea ninguna edición. El problema es que no se llena, son
ediciones angostas. Cuatro días, cuatro páginas: tres de fase de grupo y la de octavos de
final. Para el seleccionado mexicano, los cuartos son el horizonte que nunca se alcanza.
La imposibilidad del quinto partido es el desencanto nacional.
Sólo en los dos mundiales que organizó, 1970 y el del 86, México llegó a la luego
utópica línea de cuartos de final. No se clasificó a Italia 90. Y desde entonces, como un
veto del destino, un destino que entusiasma pero se repite frustrante, fue uno de los tres
seleccionados que siempre llegaron a octavos (junto a Brasil y Alemania). Y el único que
nunca pasó esa línea en estas casi tres décadas.
Una vez más, México llegó a octavos. Lo extraordinario es que no lo acompañó
Alemania, al que venció de entrada cuando el rey empezó a entregar la corona.
Los penales de Bulgaria en el 94. Klinsmann y Bierhoff en el 98. El peor rival en
el 2002: el Imperio del Norte, que por una vez no era más poderoso. La volea de Maxi
Rodríguez (¡y de zurda!) en el 2006. Tevez gracias al juez de línea primero y a su pegada
después en el 2010. El colmo en el 2014: de 1-0 a Holanda en el minuto 87 a 1-2 en el
cuarto de descuento. Seis veces la frustración, dos en los diez minutos finales y otras dos
después del tiempo reglamentario.
El quinto partido está lleno de acepciones en México. Se trata de parte del
vocabulario futbolero. Es una obsesión popular. “El equivalente futbolístico de la
reconquista de Texas”, según Juan Villoro. La búsqueda como motor y la decepción como
parálisis. La herida de una generación. El nombre de un libro de cuentos futboleros que
escribieron el periodista César Huerta y su padre (“se llama así porque los cuentos van de
lo claro a lo oscuro. El Quinto Partido encierra la polaridad de la grandeza de nuestros
sueños y la profundidad de nuestras frustraciones”). También el de un portal de noticias.
Hasta el del sorteo de la cerveza Corona, que regalaba tres viajes a Rusia con entrada a
los confiados que quisieran ir al partido de cuartos.
Villoro considera que “tenemos tantos deseos de lograrlo que nos boicoteamos.
La mayor adversidad es nuestra propia fuerza: un sentimiento de culpa atávico nos hace
sentir que no merecemos ese poderío. En el pasado Mundial, México dominó a Holanda
con absoluta jerarquía. ¿Qué sucedió cuando se puso 1-0 al frente? El entrenador sacó al
jugador que cometió el pecado de anotar, todo el mundo se amedrentó ante la posibilidad
del triunfo y el equipo se refugió en su área como en una versión ajardinada del útero
materno. ¿Y qué sucede cuando juegas en tu propia área? Te pueden pasar muchas cosas,
entre ellas que te marquen un penal inexistente. El deseo oculto de los jugadores es no
pasar al quinto partido porque eso los haría excepcionales y los desmarcaría de la tribu a
la que no quieren dejar de pertenecer. Mientras no se venza ese complejo, seguiremos
anhelando lo que en el fondo no queremos obtener”.
César Huerta apuesta a los nuevos: “La evolución de esta generación es la que
alimenta la ilusión del quinto partido. Es el mayor trauma futbolero de México. Lo
soñamos cada cuatro años, pero el camino termina siempre un paso antes. Es un concepto
que nos refleja como sociedad: podemos luchar la mayor parte del tiempo por separado,
pero ante la frustración, siempre terminamos unidos. Hubo episodios de unidad: el ‘No
era penal’ nos acompaña como pueblo desde que Robben cayó en el área y México quedó
fuera en 2014”.
A partir de la exhibición de Brasil en México 70, los futboleros mexicanos son un
poco brasileños. Dos seleccionados hicieron base en Guadalajara en aquel Mundial: el de
Pelé y compañía, ya expertos en carisma y con fútbol como para seducir, y también
Inglaterra, de quienes hasta recuerdan que llevaron agua de su país para no tomar el agua
mexicana. Desde entonces, la verdeamarelha reemplaza a la verde cuando ésta queda
afuera.
Pese a que tenía todo dado para terminar primero, perdió 3-0 ante Suecia. El
segundo gol fue un penal mal cobrado y el tercero, en contra. El destino y el autoboicot.
Así, el rival para buscar el bendito quinto partido será Brasil, el amigo fachero del
que se enamora la que nos gusta.
13.

“Los ingleses, mal que les pesara, se habían portado


mejor”

Japón razonó que la manera más fácil de clasificarse era no atacar. Inglaterra
programó que el mejor resultado que podía obtener era la derrota.
Ninguno podía pactar con su rival: Japón no quería atacar porque su miedo era
que Polonia lo contraatacara, Inglaterra prefería perder pero Bélgica probablemente
también (hasta que vimos que no).
Japón estaba igualado en puntos, diferencia de gol y goles a favor con Senegal,
contra el que había empatado 2-2, cuarto método de desempate posible para el segundo
lugar del grupo. Inglaterra estaba igualado en puntos, diferencia de gol y goles a favor
con Bélgica, contra el que empataba 0-0 en la (no) lucha por el primer puesto.
Con los resultados así, 0-1 el suyo y 0-1 Senegal ante Colombia, Japón se metía
en octavos de final. La razón era el quinto inciso para destrabar la igualdad: el Fair Play,
las tarjetas, el único argumento de la FIFA antes de llegar al sorteo, la moneda al aire.
Inglaterra y Bélgica ya estaban clasificados. El que perdiera, quedaría segundo, y
en ese caso evitaría hipotéticos cruces frente a Argentina, Francia, Uruguay, Portugal,
Brasil y México hasta la final. El empate provocaba que también definieran las tarjetas.
Y los ingleses, mal que les pesara, se habían portado mejor.

--

Desde siempre y más que nunca, el mestizaje condimenta al Mundial. De los 736
jugadores elegidos por las 32 selecciones, 82 nacieron en un país distinto al que
representaron. A partir de la posibilidad de obtener más de una nacionalidad, los
futbolistas se debaten muchas veces entre la identidad y la conveniencia deportiva.
Adnan Januzaj nació en Bélgica. Su padre había llegado a Bruselas desde Albania,
en medio de la guerra por el territorio de Kosovo, del cual no quiso participar; ya tenía
demasiado con el sufrimiento por la militancia de algunos familiares.
Serbia y Turquía habían reparado que podrían sumar a Januzaj a su selección,
debido a la procedencia de sus abuelos. Casualmente también Inglaterra, donde se radicó
cuando tenía 16 años y lo fichó el Manchester United.
El cariño de Adnan por la causa albano-kosovar no resultó suficiente. Decidió
competir para Bélgica, más allá de estar tapado por una gran generación de futbolistas.
La inclusión de habituales suplentes lo llevó a la cancha contra Inglaterra, y su gran
pegada marcó el único gol de la noche.
Si los británicos quisieron empatarlo luego, lo disimularon. Ingresó un delantero
por un defensor: para que no se notara. Harry Kane, autor de 5 goles en los dos partidos
anteriores, transpiró porque trotó a un costado.
Bélgica ganó y terminó primero. Inglaterra perdió y a su manera ganó.

--

El hombre clave de la clasificación japonesa fue el italiano Gianluca Rocchi.


Cuando se jugaba el tiempo de descuento en Japón 2-Senegal 2, Rocchi exageró con las
amonestaciones a Cheikh Ndoye y Youssouf Sabaly. Nadie protestó airadamente en ese
momento, nadie podía imaginar cuánto definirían esas dos amarillas.
Igualados en todos los otros números, Japón acumulaba dos amonestaciones
menos que Senegal. Entonces, los asiáticos pasaron a dormir el juego en los últimos 10
minutos, a llenarlo de pases sin contenido ni compromiso. La paciencia oriental
impacientó al público en Volgogrado.
El Fair Play clasificaba a Japón. Jugar limpio en el fútbol puede ser no jugar.
El técnico Akira Nishino confió más en la debilidad de Senegal para no convertir
que en la fortaleza de los suyos para sí hacerlo. Descartó el intento de cambiar su resultado
mientras imaginó que en otro estadio seguiría igual. Un empate de los africanos frente a
Colombia hubiese expuesto su planteo; lo hubiese condenado a él, que había reemplazado
al bosnio Vahid Halilhodzic dos meses antes.
A Halilhodzic, que le inició juicio a la Federación Japonesa, lo habían echado “por
defensivo”. Nishino prometió cambiar. Hasta que hizo cuentas.
14.

“Creímos sólo porque quisimos creer”

El Mundial es efímero. Tiene lógica el consejo de disfrutarlo mientras dura.


Sucede que siempre algo se interpone en el disfrute: la logística, la ansiedad, la espera, el
sufrimiento, la esperanza, el nocaut. El nocaut.
¿Por qué creímos? Por Messi. Pero a veces confiamos en él más que él mismo. Y
no se puede creer sólo en una persona, menos en un fútbol que desde hace años tiende a
lo colectivo.
Creímos por la soberbia futbolera argentina. Porque Islandia tiene 120 futbolistas
profesionales. Por creer que el talento es eterno y no ver que el fútbol europeo creció en
técnica. Creímos porque el ánimo empuja. Por la épica, como si siempre alcanzara.
Porque Francia perdió muchas veces en su historia en momentos culminantes.
Creímos porque el fútbol disimula. Porque la improvisación de Argentina estuvo
a nada de ganarle la final a la organización de Alemania. Como si fuera la norma y no
una excepción.
Creímos sólo porque quisimos creer.

--

En once minutos pasaron los últimos dos años. Desde que Benjamin Pavard la
empalmó como difícilmente podría hacerlo un lateral argentino para el 2-2 hasta que
Kylian Mbappé coronó una contra con espacios por todos lados en el retroceso argentino
para el 4-2 parcial, todo quedó expuesto.
La interrupción del buen proceso de Gerardo Martino. La injerencia del Gobierno
Nacional para colocar a Armando Pérez al frente del fútbol argentino. El desinterés por
las juveniles. Las múltiples negativas de entrenadores antes de Edgardo Bauza. El ciclo
Bauza. El ciclo Sampaoli. La idea de renovación olvidada. La pérdida de credibilidad. La
soledad del conductor. Y lo futbolístico, claro.
La distinta velocidad de la vieja guardia. El recuerdo y la trayectoria como sus
avales, no el presente.
El nivel de nuestro fútbol local, representado por Cristian Pavón, que nunca pudo
desbordar a defensores importantes y hasta se lo vio poco animado para hacerlo contra
Francia; Enzo Pérez, improductivo y a otro ritmo, y Maximiliano Meza, considerado en
todos los partidos por Sampaoli por encima de Paulo Dybala y Giovani Lo Celso.
La involución en la formación técnica de nuestros jugadores. Los últimos sub 20
sólo le entregaron a Nicolás Tagliafico y Pavón a la mayor.
Las quince formaciones en quince partidos del ciclo. Hasta el cambio del partido
contra Nigeria a Francia, que incluyó dejar a Gonzalo Higuaín y Sergio Agüero en el
banco, y a Messi de falso 9, tan falso que hace años no jugaba de eso.
15.

“El padre de Leo solía chiflarle para que se moviera”

“El que la rompe es el primo, mi ahijado”. Fabián Soldini había escuchado


recomendaciones muchas veces, por eso ya no las creía. Pero en algún lado incorporó lo
que le dijo Claudio Biancucci, padre de Maximiliano, a quien Soldini representaba. Y
cuando vio jugar a la décima división de Newell’s en la liga rosarina, le preguntó si el
ahijado era aquél, el que podía pasar un rato sin tocar la pelota hasta que se activaba y
ganaba el partido solo.
Messi hoy es el que era. “Así como actualmente a veces se lo ve caminando en la
cancha, casi abstraído, en esa época era igual. De repente se la daban, pasaba a los que le
aparecían y el rival sacaba del medio. El padre solía chiflarle para que se moviera, que
corriera. Pero cuando la tenía era increíble”.
Tenía 12 años, edad de décima división, de la que Newell’s no participaba en los
torneos de AFA, “la cuenta pendiente”. Ya llegaría, en septiembre del 2000, el momento
de la decisión trascendental: la necesidad de inyectarle hormonas de crecimiento, la
negativa de Newell’s por afrontar los 960 dólares mensuales (“tenemos muchos como él”
fue la frase del entonces presidente Eduardo López) y el contacto generado para jugar en
España.
En diciembre del 2017, el diario El Periódico de Cataluña publicó que Messi había
caminado el 83% del tiempo que duró el 3-2 al Madrid que él definió (aquel en el que
también inventó un festejo, el de la camiseta al Bernabeu). Según el diario Marca, el 42%
de la distancia que recorrió en los cuatro partidos del Mundial fue entre 0 y 7 kilómetros
por hora, “andando”.

--

Messi es el que era. Un obsesivo por la victoria, un apasionado del juego pero
sobre todo del triunfo. Lo que lo hace un futbolista que podría ser tremendamente vistoso
y elige ser brillantemente efectivo.
“Juega a las cartas y quizás no le vuelve loco ganar. En el fútbol se transforma.
En las primeras semanas en España, jugando en la terraza del hotel, un día le gané y
caliente, revoleó la pelota para abajo”, lo pinta Soldini.
Después de perder la final de la Copa América 2016, lloró “como un nene al que
le sacan el juguete”, según el preparador físico Elbio Paolorroso. Se le juntaron las tres
perdidas. Sobre la del Mundial, llegó a contarles a sus amigos que, meses después, había
noches en las que no podía dormir bien.
Messi llegó a Rusia cargando sus frustraciones y las del resto. Cuando logran
romper su coraza, se le ve su obsesión. A él, que se crió en el club que más cuida las
formas, se le escapaba a días del Mundial 2018 el “quisiera ganar como sea”. Él, que
necesita un equipo protagonista para no quedar aislado, ponderaba la necesidad de llegar
al cero en el arco propio en las canchas de Rusia. Él, que supuestamente está más allá de
un esquema táctico, llegó a decirle al técnico “la idea de tres centrales y carrileros me
gusta, pero no hay tiempo de trabajarla; vayamos a lo fácil”.
Lo definió bien Martín Caparrós: “Es un personaje dramático, aquél que consiguió
todo salvo lo que realmente quería”.
En junio del 2018, estaba dispuesto a cumplir cualquier promesa a cambio del
éxito final. En junio del 2004, había prometido pasar dos años sin tomar Coca Cola, su
viejo vicio, si lo llamaban de la selección juvenil argentina; cumplió.
Ya habría tiempo de que un nutricionista le cambiara los hábitos, hasta allí se los
cambiaban los sueños cumplidos.

--

Messi cambió. De aquel muchacho introvertido que tardó cuatro meses en


relacionarse con los chicos del Barcelona, a éste que genera que los técnicos se eclipsen.
Había estado decididamente de acuerdo con la contratación de Sampaoli en
reemplazo de Edgardo Bauza. Los vaivenes de la previa del Mundial no lo habían hecho
variar de opinión. Pero había advertido, antes de llegar a Rusia, que el técnico de la
selección argentina necesitaba organizarse.
Sampaoli, como antes Bauza, quería saber su opinión al tomar una decisión
trascendental. Y a Messi hay que descifrarlo. Nunca objetará abiertamente una citación o
pedirá algo explícitamente. Las aprobaciones apenas pueden verse en algún gesto.
Conmovió su llanto en el vestuario en el Spartak Stadium, tras el penal que le
atajaron contra Islandia. Sorprendió su quietud frente a Croacia. Se lo vio pletórico ante
Nigeria, después de aquella reunión jugadores-Sampaoli en la que dijo abiertamente que
“éste tenía que ser nuestro Mundial y siento que lo estamos desaprovechando”. Y jugó
aislado por el esquema ante Francia, con signos de rebeldía pero en general bien marcado.
El final volvió a mostrarlo frustrado. Otra vez las cámaras giraban alrededor suyo en una
eliminación, mientras miraba hacia la nada, nuevamente devastado.
16.

“Uruguay contra Cristiano, el nosotros contra el


superyo”

Como si estuvieran en la playa, la de Carrasco tal vez. Como si jugaran desde lejos
a tirarse la pelota, por encima de todos los demás que juegan a otra cosa. O como si fuera
una de esas producciones de la televisión japonesa donde uno de los invitados, Luis, tiene
que ir acertándole a Lionel, su amigo argentino, a una distancia cada vez mayor.
Edinson y Luis, Cavani y Suárez, hicieron ese gol. Se buscaron a lo lejos y el
segundo encontró el gol.
Uruguay deja ganas de aplaudir. Aunque como escribió Juan José Panno, “el amor
menos correspondido del mundo es el de los argentinos con los uruguayos”.
Se dibuja desde un rectángulo enorme, con dos columnas en la primera línea,
Diego Godín y José María Giménez, y dos en la de adelante. Para este Mundial, Maestro
Tabarez llenó los espacios interiores con un mediocampo novedoso, con cuatro jugadores
hijos del plan de selecciones juveniles que el mismo técnico ideó en el 2006 bajo una
misma línea; no una línea de juego, lo que ahora impera, sino de conducta.
The players’ tribune no sólo es un original medio de expresión de los futbolistas
sino también oportuno. Allí Cavani relativiza la plenitud de quien tiene su trabajo:
“Vamos del entrenamiento al micro, de allí a un hotel y todo vuelve a empezar. Perdemos
la libertad. Salvo en un lugar: la cancha”. Jugó libre Cavani esos octavos de final,
desatado, silvestre. Y decisivo en el 2-1 a Portugal.
A Messi le queda la esperanza de revertir el estigma de no haber convertido en
fases mano a mano mundialistas en el 2022, cuando tenga 35. A Cristiano Ronaldo, que
tendrá 37, ni eso. Si el portugués no apareció en el resultado frente a Uruguay el sábado
30 de junio, menos en el juego. Ante la individualidad, el antídoto fue -es- el colectivo.
Tania, una de las cuatro hijas del Maestro Tabarez, dice en el libro
Conversaciones: “La valorización del concepto nosotros ha sido una constante en toda su
vida: en casa, en la escuela y en la cancha”. Eso fue, el nosotros contra el superyo.
17.

“Como Alemania, España envejeció”

El extranjero no conocía tanto el orgullo del ruso por serlo hasta la clasificación a
cuartos de final. Intrigados durante dos semanas de por qué argentinos, mexicanos y
colombianos habían desatado una fiesta en su tierra, sorprendidos de ser conquistados,
Moscú volvió a ser de los rusos.
A Putin le cerrarán los números. La euforia del domingo 1º de julio vale el
presupuesto del Mundial. Será difícil volver a leer una editorial como la de Moscow
Times antes de empezar la Copa: “La selección, la peor generación de la historia del
fútbol ruso, está condenada a fracasar”.
Rusia venció por penales nada menos que a España y el público pasó la noche
extasiado. Los volcanes derritieron la nieve de sus laderas. El vodka compitió con la
cerveza. Daniel Utrilla, el periodista español que conoce de sobra a los rusos, ya había
dicho sobre la práctica nacional: “No debe quedar líquido en la botella una vez abierta.
Embriagar a la gente es considerado aquí una señal de honor y estima”.
Mientras la selección anfitriona jugaba (o lograba que no jugara España), el centro
de la ciudad no estaba vacío. La atención sobre el Mundial no era unánime. Cuando se
supieron en cuartos, en el festejo parecían estar todos.
Así la noche entera. Y quizás parte de la mañana posterior. Hay un término con el
que el ruso se diferencia de todas las otras lenguas: opojmelitsa, que se refiere al día
siguiente de la borrachera y se trata de beber más alcohol para quitarse la resaca.
Opojmelitsa para Rusia entera.

--

Rusia armó un Kremlin a la altura del área. Nunca quiso atacar. Encontró el
empate y lo defendió con una multitud. Su público, convencido, festejaba primero los
córners, luego los rechazos y al final los segundos que no volvían.
Quiso un partido largo, como cuando lograron estirarle la guerra a Napoleón y la
descostumbre del frío inclinó la balanza. Ahora lo quiso de 120 minutos porque la
diferencia de potencial del fútbol se acerca en los penales. En general, esos planes no
terminan en el éxito; pero hay excepciones.
Como Alemania, España envejeció. En su caso se espesó. No pudo salir de su
almíbar: prácticamente no pateó al arco. Se tocaron la pelota 1.137 veces entre ellos para
llegar a no más de un puñado de remates y un festejo por un gol en contra. Del lado ruso,
convirtieron de penal el empate y luego los cuatro tiros de la definición, allí donde el local
agradeció a Igor Akinfeev, el arquero que atajó dos de los cinco y tumbó a España del
Mundial.
--

La peor noche de su vida, jura Andrés Iniesta en su autobiografía, fue la primera


que durmió, a sus 12 años, en La Masía, donde duermen los futuros cracks del Barcelona
(y los que no llegan a demostrarlo). “En el canal que hay en el pueblo no caben las
lágrimas que derramó mi nieto”, definió el abuelo de Andrés, que se hizo futbolista para
cumplir el deseo del padre.
Aquella resultó la primera despedida de su carrera: de Fuentealbilla y de su familia
para enrolarse en el Barcelona. Entre la segunda y la tercera pasaron 42 días. La segunda
despedida fue el 20 de mayo, cuando el Camp Nou lo saludó torciendo el 8 de su camiseta
hasta el infinito y él, ya sin público, volvió al campo de juego descalzo, para que el cuerpo
entero guarde las sensaciones de esa última función en el Barça; la tercera, este 1º de julio,
la última vez que jugó para España.
Jugó 54 de los 120 minutos. Fernando Hierro, el técnico que dirigió un
entrenamiento y al primer día su primer partido con España, lo dejó suplente. Cuando
entró, obviamente mejoró a sus compañeros, pero al rato ya era uno más. Diez contagian
a uno en el fútbol, y lamentablemente ya pasó esa época en la que Iniesta, el jugador más
conceptual de una era, contagiaba a cuantos quería.
18.

“Corazón le sobró, pero la élite expone”

“Peleé durante un año para ser uno de los centrales titulares. Pero me di cuenta
que Umtiti es mejor que yo. En tu lugar haría lo mismo, pondría a Umtiti de 6 y
obviamente a Busquets de 5. El problema es que pienso por mí. Y sé que no quiero pasar
uno de mis últimos dos o tres años de carrera en el banco”. Así le habló Javier Mascherano
a Ernesto Valverde al día siguiente de tomar la decisión de irse del Barcelona.
Que su destino haya sido el fútbol chino habla más del contrato firmado que de
otra razón. Pero en ese tema también tenía su explicación: “Barcelona no me dejaba ir
gratis. Y los únicos que podían pagar por mí, a mitad de temporada, eran ellos”.
Así fue como a fines de enero saludó a su familia, incluido su hijo de diez meses,
y los despidió hasta mayo, cuando viajó a Buenos Aires para integrarse por última vez a
la selección argentina. Por entonces ya había ganado la pulseada.
Si en abril la agenda mediática tuvo entre sus temas una posible ausencia de
Mascherano entre los 23 mundialistas, fue porque el propio Jorge Sampaoli la echó a
correr. Quizás haya querido instalar el tema para conocer el rebote popular. No sería ese
el obstáculo sino un par de frases de Messi, cuando el técnico lo visitó a fines de abril, en
las que el 10 habló de la importancia del 5 (o el 14 en realidad). En la exagerada idea de
injerencia de Messi, éste fue uno de los puntos de verdadera implicancia.
Una vez dentro de los 23, mejorado físicamente por un trabajo especial que realizó
en China y mientras duraba la recuperación de Lucas Biglia de una fractura de vértebra
lumbar, Mascherano también entró en los 11. No sólo eso, que ya era mucho. La selección
armó, en éste y en el anterior Mundial, un equipo más para rodear a Mascherano que a
Messi. No tener compañeros cerca desgasta al primero y angustia al segundo.
La relación con Sampaoli no tenía bases sólidas. Conveniencia de un lado y
obligación del otro. Hasta que los parches ya dejaron de tapar.
Mascherano llegó a corregirle al técnico un entrenamiento de pelota parada el día
previo al partido contra Croacia, cuando Sampaoli había vuelto a discutir con Sebastián
Beccacece, que hasta pensó en irse en aquella jornada.
Con la victoria de Nigeria a Islandia y el crédito de clasificación a octavos
extendido, lideró la reunión armada para exhibirle el disconformismo al entrenador. La
reunión que comenzó con el pedido de tener el control y terminó con la idea de “tirar
todos hacia adelante”, como si fuese necesario establecer esa pauta.
Horas después, asumió el liderazgo también en conferencia de prensa. Reconoció
la reunión, aunque la relativizó porque explicó que los mejores técnicos del mundo
escuchan a los jugadores, que “son quienes deciden en la cancha”. Pidió tener “memoria
de pez para salir hacia adelante”. Y hasta trató de “nefasto” a Ricardo Caruso Lombardi,
que había contado (mentido en realidad) en un video casero, luego viralizado, una piña
de Cristian Pavón a Mascherano.
Visto lo posterior, si tuvo un error de conducción, más allá de los múltiples del
campo de juego, fue no generar una nueva reunión previo a enfrentar a Francia.
Probablemente los jugadores hayan creído que bastaba con la inercia positiva. El ánimo,
el sentimiento, es el punto de partida en el fútbol de élite. Lo determinante es la
planificación, el entrenamiento, la jerarquía o por lo menos, la convicción para compensar
la carencia del último ítem.
Del abrazo sentido con Messi en San Petersburgo, Mascherano pasó al quiebre
emocional y su despedida en Kazán: “Es hora de decir adiós”.
Quizás se haya estirado ese adiós. Lo definió bien Roberto Fernández en el sitio
CCCPMundial: “Hasta los metales se fatigan y a veces no consiguen recuperarse
del todo”.
Javier Mascherano, el jugador que más veces vistió la camiseta de la selección
argentina, significó el reflejo del equipo: quiso y no le dio. Corazón le sobró, ahora y
siempre. No alcanza. La élite, lejos de compadecerse, expone a cualquier apellido.
19.

“Veintidós meses de seriedad”

México empezó a perder en octavos el día que se clasificó. Ya lo explicaba la falta


de euforia: el segundo lugar, y no el primero que hubiese asegurado con un empate contra
Suecia, habría evitado su cruce contra Brasil. El amigo fachero. O quizás haya empezado
a perder en 1994. Desde ese Mundial siempre los cuartos de final son sólo el horizonte.
Por séptima vez consecutiva el Tri quedó eliminado en la misma instancia. La herida de
una generación.
La séptima eliminación consecutiva en dicha instancia le sacó el gusto a aquella
victoria inicial a Alemania. Ese resultado le serviría a Brasil y a los otros candidatos para
ya no cruzarse con la bestia mundialista, antes de que pudiera reeditar el concepto que
define a los número uno del tenis: quedan afuera en primera ronda o llegan a la final.
Brasil lleva veintidós meses de seriedad: desde que asumió Tité. La formación se
recita, las características se complementan y el líder es quien debe serlo. Cuando a
Neymar lo invitaron a polemizar con el técnico rival, Tité le sacó el micrófono para decir
que existen distintos pesos en el fútbol, distintas categorías: si el que había hablado era el
entrenador, el que debía responder era el entrenador.
Eduardo Galeano se quejaba de que todos los técnicos de la selección brasileña,
de reputación eterna gracias al talento de negros y mulatos, hayan sido blancos. Tité no
es Dunga igualmente.
Juan Carlos Osorio, el colombiano que dirige a México, llegó vapuleado por la
opinión pública y mediática, y se retira considerado en su punto justo. Difícilmente le
resulte suficiente para continuar. Tampoco se sabe si seguirá José Néstor Pekerman, el
argentino que dirige a Colombia. En su caso, llegó amado y, más allá de haber atacado
recién cuando perdía frente a Inglaterra, se marcha igual de querido.
La revista Don Julio recordó que “en la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales de Colombia en 2014, Juan Manuel Santos venció con el 50,75% de los
votos; Óscar Zuluaga, el otro candidato, obtuvo el 45%. El 2,55% (más de 200 mil
personas) escribió dentro del sobre el nombre de José Pekerman”.
El mestizaje mejora al fútbol. Vean a los japoneses, si no. Se juntan, no erran
pases, hace rato desoyen el preconcepto de que corren y se ordenan como únicas virtudes.
No quisieron atacar en esos últimos minutos contra Polonia, ni siquiera adelantarse: un
posible contraataque rival los sacaba de la Copa. Pero en el último minuto en sus octavos
de final, enviaron un córner al área y Bélgica sacó la contra más perfecta que se haya
visto: 10 segundos y 6 toques en velocidad para sacar a Japón de la Copa antes del alargue.
Entre los clasificados a cuartos, Bélgica merece su mención. Pero seguramente
también la merezca más adelante.
20.

“Cuando Argentina quiso parecerse a Alemania, se


pareció a la peor Argentina”

Fueron eternos los días posteriores a la eliminación en el predio de Bronnitsy. Ya


empalagaban hasta las gigantografías de los futbolistas. Éstos comenzaron a irse en
pequeños grupos. Y quedó el cuerpo técnico, el desmembrado cuerpo técnico.
Con tacto, Claudio Tapia postergó para el regreso a Buenos Aires las charlas sobre
el futuro. Igualmente, la decisión de interrumpir el contrato al que le restaban cuatro de
los cinco años firmados estaba tomada. Cinco años: una vez que Argentina había querido
parecerse a Alemania, se pareció a la peor Argentina.
En Moscú también estaba Daniel Angelici, presidente de Boca y vice de AFA.
Cuando se hicieron dúo con Tapia para ganar las elecciones, resultaron imbatibles. Pasado
el tiempo, pareció que había sido un matrimonio por conveniencia.
Ahora, estaban de acuerdo en prescindir de Sampaoli. En exponerle los defectos
del ciclo (desde la improvisación en las formaciones hasta la pérdida de credibilidad),
también. Así como, obviamente, en que la AFA no tendría cómo costear una
indemnización.
Angelici, que había pretendido a Sampaoli para Boca, fue quien negoció su salida
del Sevilla con el presidente del club español, José Castro, amigo personal. “¿Puede ser
que me haya confundido tanto?”, le preguntó a un amigo todavía en Rusia.
“Mi Mundial será el del 2022. Para el del 2018 tengo poco tiempo de trabajo”, les
había adelantado Sampaoli antes de firmar. El martes 3 de julio, el día de la vuelta a los
pagos, después de abstraerse viendo los octavos de final sin tener que analizar nada, sólo
lo mantenían en el cargo los millones de dólares que podía costar su indemnización y que
no tuvieran un reemplazante a mano.
Antes de viajar a Buenos Aires, el técnico le preguntó a Sebastián Beccacece qué
harían él y los tres integrantes del cuerpo técnico que había acercado. Su ayudante no
tenía dudas: renunciaría apenas llegara al país. Después de que creyera que había
generado el descrédito de los jugadores hacia él, Beccacece nunca volvió a respetarlo.
Sampaoli se despidió simplemente pidiéndole que le dijera si cambiaba de parecer. A esa
altura, ya empezaba a armar su plan de continuidad.
21.

“Le dijo a la madre que me sacaría el puesto y le


compraría una casa”

De los treinta y seis futbolistas que el viernes 6 de julio se supieron en semifinales,


sólo dos saben hablar en castellano: Antoine Griezmann, francés nacido en la región de
Borgoña, y Romelu Lukaku, belga oriundo de Amberes con padre congoleño. El Mundial
se convirtió en una Eurocopa.
Griezmann habla el idioma porque se lo enseñaron, paradójicamente, amigos
uruguayos. Por ellos, “que me ayudaron mucho en el fútbol”, desde el técnico Martín
Lasarte que lo hizo debutar y el delantero Carlos Bueno hasta sus actuales compañeros
Diego Godín y José María Giménez, no festejó su gol.
Luis Suárez puso un freno: “No es uruguayo, es francés y nos hizo un gol”. Dos
días antes, Suárez también había dicho que Griezmann no puede sentir como uruguayo
porque no sabe lo que es hacerse de abajo: “No sabe de entrega y esfuerzo”. El mate se
comparte, pero la necesidad no se globaliza.
Lukaku habla en castellano porque lo estudió, apenas después de su adolescencia,
para estar preparado si alguna vez lo adquiere un club español. Así se lo contó a Nicolás
Frutos, el ex delantero argentino que coincidió, en el final de sus cuatro años exitosos en
el Anderlecht de Bélgica, con el inicio profesional de Romelu.
The players' tribune sirve, quedó dicho, para conocer la otra cara de los
deportistas. También para conmover. Allí Lukaku relató que haber visto cómo su madre
mezclaba leche y agua le permitió dimensionar la pobreza. Y le funcionó como un
estímulo. Hoy no tiene problemas en decir que su meta es ser el mejor futbolista de la
historia de su país.
Frutos le conoció enseguida esa mentalidad: “Lo subieron al plantel cuando tenía
16 años. Estaba marcado que llegaría a ser lo que es. Tiempo después vi una entrevista
que le hicieron a la mamá, en la que contó que Romelu le había pedido que no se
preocupara por lo económico, que en un año me iba a sacar el puesto a mí y entonces le
compraría una casa a ella”.
“En el club me dijeron que hable con usted para saber de qué se trata ser
profesional”, fue lo primero que le dijo el 9 que llegaba para hacer historia al 9 que estaba
por retirarse por las lesiones.
Por entonces el fútbol belga había cambiado. Frutos, especializado en
administración deportiva en el alto nivel, ya lo veía: “Los fracasos en torneos de
selecciones los llevaron a mejorar. Mejoraron tremendamente la formación de sus
jugadores. El Gobierno acompañó al reducir las facilidades impositivas a los extranjeros,
lo que hacía que la liga estuviera plagada de refuerzos; el Waasland-Beveren, por
ejemplo, tenía 14 jugadores de Costa de Marfil. El Anderlecht obligaba a marcar con tres
atrás en sus divisiones juveniles para hacerle difícil el aprendizaje a sus defensores. Todos
tuvieron un plan”.
La primera generación de jugadores bien formados llevó a Bélgica a una semifinal
mundialista después de 32 años. Brasil tiene poco para reprocharse. Perdió en uno de los
mejores partidos de la Copa contra un seleccionado de menor historia, es cierto, pero al
que el futuro, queda claro, ya le llegó.
22.

“En el fútbol, a los detalles los ordena la lógica”

Demasiado trabajo había costado como para que no fuera comercializada. Así fue
como el escultor ucraniano Zurab Tsereteli hizo los suficientes cambios en su obra como
para que se la aceptaran. Ya no la vendería en la exposición Sevilla por los 500 años de
la conquista de América sino en Moscú por el 850º aniversario de la capital rusa. Ya no
sería Cristóbal Colón el homenajeado sino, retoques en la estatua de 96 metros mediante,
el zar Pedro el Grande, quien gobernó Rusia entre 1682 y 1725.
Donde debía haber un español, quedó un ruso. Como en los cuartos de final del
Mundial.
A Croacia le sobran futbolistas que son titulares en los clubes más importantes del
mundo. Rusia necesitaría por lo menos uno.
Así juegan. Croacia trata de juntarse, de avanzar en bloque. Rusia ataca el espacio.
No en homenaje a Yuri Gagarin sino como una manera de potenciar sus características (o
disimularlas). Recupera y dispara, sin ingenio, sin anuncio tampoco, simulando el
lanzamiento de cohetes, que en la Unión Soviética no estaba acompañado de la cuenta
regresiva típica de la NASA. Cuando puede contraatacar, genera un griterío creciente
similar al de las pruebas de velocidad en el atletismo.
La noche de Sochi del sábado 7 de julio generó emociones variadas. Ganaba Rusia
y pasó a ganar Croacia. Hasta que los penales, los mismos por los que ambas selecciones
habían pasado octavos, dieron ganadores a los balcánicos.
Hay un tercer futbolista en semifinales que habla en español: Ivan Rakitic, casado
con una sevillana, de la que se le pegó el acento andaluz. La madre de esa sevillana le
había mandado a Rakitic una foto de su perro cuando erró un penal contra el Levante en
el 2014. Una suegra experta en salar heridas: al volante todavía le dolía el fallado frente
a Turquía que valió la eliminación en la Eurocopa 2008. Rakitic tuvo revancha. Convirtió
los de las definiciones frente a daneses y rusos. Como hace 20 años, Croacia quedó entre
los cuatro mejores.

--

Cada uno apuesta a ganar como quiere y como cree que puede. Y el fútbol es
siempre relativo.
Mientras a Rusia no le interesaba la pelota y Croacia la usaba para ordenarse, la
victoria llegó por penales.
Inglaterra juega por abajo (en realidad lo intenta y lo logra de a ratos) pero gana
por arriba. Suecia, sin momento de creatividad alguno, hizo lucir al arquero inglés antes
de quedar eliminado.
Uruguay tuvo actitud y le faltó cerebro. Francia demostró ser superior. Sin
embargo le ganó por una pelota parada y un error del arquero uruguayo.
Bélgica salió a la cancha con un esquema original: Lukaku por la derecha a
espaldas de Marcelo, De Bruyne por el centro del ataque, tres delanteros para contraatacar
mano a mano a los tres defensores brasileños que quedaban. Luego trascendió que el
esquema no había tenido pruebas para no dar pistas; qué cerca estuvimos, entonces, de
asegurar que el técnico Roberto Martínez había improvisado.
El fútbol europeo se distanció del sudamericano. Ya eran superiores en lo físico,
ahora se les nota la evolución técnica. Aun así, Argentina pudo haberle empatado 4-4 en
la última a Francia, Perú le hizo un partido parejo y Colombia llevó a penales a Inglaterra.
En todo caso, el fútbol puede definirse por detalles. Pero al final, a esos detalles
los ordena la lógica. El azar juega. En este Mundial, los que eran mejores necesitaron de
suerte para demostrarlo en el resultado. Otros, Argentina especialmente, sólo dependían
de la fortuna.
23.

“¿Cuántos goles le importan al lado de esos tres que


erró?”

Floyd Patterson pegó la mejor piña de la historia del boxeo. Algún especialista
podrá contarla con detalle, pero lo que la hizo distinta fue el envión de abajo hacia arriba,
afirmado en la pierna izquierda, para terminar en un gancho de zurda a la altura de la
mandíbula de Ingemar Johansson. Merecía una crónica por parte de uno de los más
notables escritores de crónicas deportivas: Gay Talese.
Y Talese la escribió. Aunque el título define la sorpresa de su prosa y sus
enfoques: El perdedor. Es que a Talese siempre le importaron “los rincones, las sombras”.
Después de la cima, viene el abismo. En el deporte, a la gran victoria puede
seguirle la gran derrota. Y Patterson se sintió humillado cuando tres años después (1962),
perdió el título mundial frente a Sonny Liston. Empezó a vivir con barba y bigote postizos.
Se exilió a Madrid. “Al cabo de una semana, comencé a pensar que era otra persona”, le
dijo Patterson a Talese.
Cuando en el 2016 la selección argentina perdió la tercera final consecutiva,
Gonzalo Higuaín no sólo hubiese resignado infinidad de victorias a cambio de ese partido.
Hubiese querido ser otra persona.
¿Cuántas cosas pudo haber pensado en esa carrera hacia el arco chileno? ¿Cuántas
posibles definiciones se le habrán ocurrido? Decidió la opción correcta, pero el arquero
chileno Claudio Bravo lo esperó y se la hizo difícil. Terminó cruzándola demasiado.
Mientras jugaba, no sabía lo que estaba pasando en Buenos Aires: a su mamá la
estaban operando por un maldito cáncer. Pensó en no jugar más; por lo menos mientras
durara el tratamiento. Fue ella quien le pidió que no parara.
Un año antes, no había llegado a tocar al gol un pase de Ezequiel Lavezzi en la
última jugada de los 90 minutos en la final de la Copa América y había elevado demasiado
su penal en la posterior definición.
Dos años antes, había pifiado una inmejorable chance de gol en el primer tiempo
de la final en el Mundial contra Alemania.
De los 280 goles que hizo en su vida en clubes, ¿cuántos le importan al lado de
esos tres que erró? Y los 31 que hizo para la selección, ¿sirven teniendo en cuenta los que
no?
Apenas asumió, Jorge Sampaoli lo había visto fuera de forma física y
condicionado en lo anímico. Llegó a decir que habían acordado que no fuera citado hasta
que se calmara el clamor popular negativo. Higuaín, en realidad, no acordó nada. Y
cuando volvió a la selección, para lo que el técnico consideró el deseo del plantel, bromeó
por lo bajo entre compañeros: “Salió bien la estrategia...”.
En el amistoso en Madrid contra España, otra vez pasó por aquel sentimiento.
Revivió el karma de goles errados ya no sólo en finales sino simplemente en un amistoso
de gran expectativa y repercusión. Otra vez él y el arquero, ahora en una jugada rápida,
sin tiempo para que la mente pudiera cruzar datos al momento de la definición. Otra vez
un posible 1-0, el gol que los equipos necesitan de los goleadores. Otra vez desviado.
Imposible que, otra vez, los pensamientos no acecharan: deambuló el resto del partido.
Hasta contra Haití, un amistoso en el que poco importaba el resultado, le pegó al
palo cuando erró su segunda oportunidad; se sentó en el banco, reemplazado, y se le
escuchó “qué sal, la puta madre”. Necesitaba un festejo hasta en esa instancia.
Al Mundial llegó reseteado. En los esfuerzos de los futbolistas que no se ven, viajó
desde Italia a la preparación en Buenos Aires dos días después de que naciera su primer
hijo. En mejor forma que Sergio Agüero, por la reciente operación de rodilla del Kun pero
sobre todo por su ánimo de revancha, igualmente arrancó como suplente. Fue titular el
día de la formación consensuada entre jugadores y técnico, contra Nigeria. El día de la
eliminación, directamente no jugó ni un minuto. Pese a los dos nueves del plantel,
Sampaoli optó por el falso.
“Ganar y perder están más cerca de lo que parece, caer de un lado o del otro
depende de cosas minúsculas”, dijo Guy Talese. Y así lo pensó también Woody Allen.
En el arranque de su película Match Point, mientras no se sabe si la pelota de tenis va a
pasar la red luego de rebotar en el fleje, la voz en off dice: “El hombre que dijo que
prefiere la suerte sobre la bondad vio la vida a profundidad. A la gente le da miedo saber
que gran parte de su vida depende de la suerte. Da miedo saber cuántas cosas tenemos
fuera de control. Hay veces que en un partido la bola cae en lo alto de la red y durante
una fracción de segundo, puede caer de un lado o de otro. Con un poco de suerte, pasa la
red y ganas; o cae de tu lado, y pierdes”.
La pelota quedó del lado de Gonzalo Higuaín, el ganador, que con la camiseta de
la selección, se convirtió cruelmente en el perdedor.
24.

“Si quieren que me vaya, el dinero no será un


problema, pero…”

Columna publicada en el portal Filo News, el lunes 9 de julio:

Más allá de que según el escueto comunicado de la AFA fueron sólo 60 minutos,
la reunión duró casi tres horas. El final dejó puntos suspensivos, aunque las posturas
siguen siendo las mismas del comienzo: los dirigentes entienden que el crédito del técnico
está agotado, éste pretende quedarse.
Claudio Tapia y Daniel Angelici no fueron decididos a echar a Jorge Sampaoli.
Querían escuchar y sobre todo, hablar y cuestionar. Claro, si el entrenador les hubiese
presentado la renuncia, la habrían aceptado inmediatamente. Pero el casildense tenía otros
planes.
“Soñé mucho este momento y tengo ganas de seguir”, les dijo de entrada. “Si
quieren que me vaya, el dinero no será un problema, pero tengo una planificación para
mi continuidad”, siguió su descargo, como el infiel que asegura que cambiará
rotundamente para que le crean.
Entonces fue el turno del presidente y el vice de la AFA. Las quejas fueron desde
la pérdida de autoridad hasta lo futbolístico. Desde las internas en el cuerpo técnico hasta
los permanentes cambios de formaciones y el elevado promedio de edad del plantel
mundialista.
También le dijeron que debía encargarse del torneo que el sub 20 jugará a fin de
mes en Valencia: “Nosotros contratamos un cuerpo técnico y uno de tus ayudantes dirigía
esa categoría”. Mientras transcurría la reunión, Defensa y Justicia presentaba a su nuevo
director técnico, Sebastián Beccacece, que en dos días había rescindido con la AFA y
había vuelto al club de Florencio Varela. Sampaoli ya estaba preparado para decir que sí.
Les mostró, además, una lista de 60 jugadores que seguiría para el futuro de la selección
mayor.
Tapia y Angelici le prometieron volver a reunirse más adelante, luego de juntarse
con el Comité Ejecutivo para decidir de manera conjunta. Lo económico pesa: el contrato
establece una indemnización de 9,2 millones de dólares si lo echan ahora y de 1,5 millón
luego de la Copa América 2019. Más allá de eso, creyendo que podrían negociar ese
número, lo que sostiene a Sampaoli en el cargo es la falta de un plan B.
Si uno de los técnicos de primera línea (Simeone, Gallardo, Pochettino) hubiera
dado un visto bueno, ya se hubiese interrumpido el ciclo actual. Seguramente ahora
comiencen a pensar qué otro entrenador podría asumir en este momento. ¿Gareca?
¿Pekerman? ¿Almeyda? ¿Almirón? Siguen siendo más ideas al viento que pensamientos
concretos.
A la crisis de la selección siempre se le puede agregar un capítulo. El último es el
que se cerró hoy: el técnico de la mayor dirigirá al sub 20 en un certamen amistoso
mientras sabe que, a la vuelta, probablemente pierda su función original.

--

La idea duró dos días. Ya había quedado claro, durante su ciclo, que a Jorge
Sampaoli no le sobra constancia en sus pensamientos. Que no planifica, como escribió en
su libro. O sí, pero sólo para el día a día.
Dos mañanas después de haber coincidido en que dirigiría al sub 20, cambió de
parecer. Lógico: entendió que podía desgastar aun más su imagen. No sabía si los clubes
cederían a los jugadores. El torneo era de menor relieve. De entrada no le habían
asegurado pasajes de avión en primera línea. Hasta temía que alguien lo insultara a
pedido. ¿Qué sentido tenía tapar ese hueco si nada le aseguraba continuidad?
Dos días después de que terminaran de forma amena aquella reunión, Sampaoli le
comunicó a Tapia que en L'Alcudia dirigiría Lionel Scaloni y el presidente de la AFA
estalló. La relación volvía a romperse, pero para siempre.
Comenzarían a filtrarse más datos para incomodar al entrenador. Ya había
trascendido que Sampaoli intercedió a principios de año para que su sobrina, Lucrecia
Bonavera, entrara a trabajar en la AFA como asistente del seleccionado femenino. Luego,
se supo cuánto le pagarían con detalles de indemnización, que en realidad no era más que
lo que querían pagarle. A Tapia ya no le importaba consultarle al Comité Ejecutivo; sólo
le repetía a Angelici su idea de interrumpir el contrato cuanto antes. En el fútbol, estas
decisiones nunca incluyen a más de dos o tres personas.
El sábado 14 de julio a la noche, Fernando Baredes, representante de Sampaoli,
comunicó que aceptaban la propuesta económica de indemnización. Cobraría el
proporcional de seis meses y medio de sueldo, casi la misma cifra que sólo un año antes
la AFA le había pagado como resarcimiento al Sevilla. Nuevamente acéfala, la selección
argentina, en vez de avanzar, había quedado en el mismo lugar. En el medio de ese año
pasó nada menos que un Mundial.
25.

“Un show de gentilicios”

A la selección de la República Democrática del Congo le faltó un punto para


clasificarse al Mundial. Quizás, con Steve Mandanda, el segundo arquero de Francia que
nació en Kinshasa, le hubiese bastado para empatar ese partido clave que perdió ante
Túnez. Seguramente también lo hubiesen potenciado Steven N'Zonzi, de padres
congoleños, o Presnel Kimpembe, el central del PSG, que llegó a jugar en las selecciones
juveniles de RD Congo por su padre y más allá de su madre haitiana.
Ellos podrían haber hecho lo que hicieron Neeskens Kebano, volante del Fulham,
o Cedric Bakambu, delantero de la liga china. Los dos nacieron en Francia pero respetaron
la sangre de su ascendencia y son parte de la selección congoleña.
Incluso allí podría haber jugado Blaise Matuidi porque sus padres, luego del
desprendimiento de su Angola natal, primero vivieron en la ex Zaire antes de afincarse
en Toulouse.
Samuel Umtiti es camerunés. Thomas Lemar, guadalupeño. Los padres de
Raphael Varane son martiniqueses. Los de N'Golo Kanté, malienses. Los de Paul Pogba,
guineanos. Los de Alphonse Areola, filipinos. Los de Benjamin Mendy, senegaleses. Los
de Djibril Sidibe, malienses. Los de Adil Rami, marroquíes. Los de Nabil Fekir, argelinos.
El padre de Kylian Mbappé, camerunés y su madre, argelina. El de Corentin Tolisso,
togolés. El de Ousmane Dembelé, maliense y su madre, mauritana.
La selección francesa, como la campeona del mundo en 1998, es un show de
gentilicios. La demostración de la Europa de hoy aunque potenciada. Diecisiete de sus
veintitrés futbolistas son extranjeros o hijos de. Proporción claramente mayor que en la
sociedad. El talento en el fútbol brinda mejores posibilidades que la vida. Primera
generación de franceses en familias que, por exilio político o sobre todo económico,
recalaron en el país.
Incluso un décimo octavo, Lucas Hernández, pudo haber tenido otra camiseta.
Nació en Marsella pero se crió en Madrid (su padre jugó en el Atlético). Tres meses antes
del Mundial, la FIFA no lo autorizó jugar para España. Hernández se quedó con las ganas
de ser el suplente de Jordi Alba. Y se convirtió en el titular del primer finalista del
Mundial.

--

Quizás la mezcla más determinante para el estilo de la selección francesa hayan


sido los cinco años de Didier Deschamps como jugador de la Juventus (ganó tres ligas) y
la temporada como técnico allí (una Champions y una Intercontinental). Francia tiene el
orden italiano para defenderse. Si consigue ponerse en ventaja, el resultado está
encaminado. Y cuando un rival consigue impensadamente darle vuelta el resultado,
primero debe creer que es posible; Argentina no lo creyó.
Antes del gol con el que le ganaría a Bélgica, se había dado la pulseada de los
espacios: el equipo que circunstancialmente perdía la pelota retrocedía en su campo,
preparado para salir de contra; si éste recuperaba, el otro se replegaba. Duelo de
acordeones.
Los mundiales no suelen imponer la tendencia hacia dónde irá el fútbol sino que
demuestran hacia dónde ya estaba yendo. La tendencia es previa al Mundial, que la
amplifica por su caja de resonancia. Los equipos que mejor compiten, ahora y siempre,
son aquellos que manejan los dos recursos: pueden asumir la iniciativa y también, atacar
de contra. Lo cual también significa que sepan defender lejos de su arco y cerrarse en su
campo.
Francia convirtió mediante la herramienta por excelencia de la Copa, la pelota
parada, y resistió. Protegió su área. Para ambas tareas fue clave el camerunés Umtiti. En
el palco festejaba el presidente Emmanuel Macron, que a su regreso esperaría que el
Senado aprobara la ley de inmigración que los diputados ya habían aprobado. La habían
rechazado la derecha “por blanda” y la izquierda “por inhumana”. En la cancha, como en
1998, la Francia “azul-blanca-roja” se convirtió en una exitosa Francia “negra-blanca-
árabe”.
26.

“A la final, sin mucho más proyecto que sacarle el


jugo a una gran generación”

El fútbol a veces tira abajo concepto arraigados. A Croacia le iba a costar un


partido largo después de haber definido dos series por penales; pues bien, lo merecía en
el segundo tiempo y lo ganó en el alargue. En el Mundial, el que hace el primer gol sabe
cómo jugar; Inglaterra vencía desde los 4 minutos y se dejó estar. Y cuando sólo
queríamos entender a los ganadores de la Copa como la resultante de un pensamiento a
mediano plazo, emergió Croacia hacia todo el mundo, apenas nueve meses después de un
cambio de técnico, sin mucho más proyecto que sacarle el jugo a una gran generación.
Lejos de descartarse, la planificación debe ser el punto de partida. Pero el fútbol
se sigue decidiendo en 90 minutos. O menos todavía, los que van desde que Mario
Mandzukic, agotado como varios de sus compañeros, le dijo al técnico que no lo
cambiara, que podía seguir, hasta que convirtió el gol que llevó a la selección de su país,
el miércoles 11 de julio, a la primera final de su historia.
Historia corta, la de un seleccionado que tiene 27 años, la edad de la independencia
del país. El promedio de los que jugaron la semifinal es mayor: supera los 31. La
consecuencia, supuestamente, sería padecer los partidos largos. No fue así porque
prevaleció el orgullo, el sentimiento, el plus.
El futbolista más laureado es Luka Modric, difícil de editar en un video que lo
promocione pero tan completo que no necesita espectacularidad. Lo que sobresale
igualmente es el espíritu colectivo. Hacia allí volvió a girar el fútbol hace años.
Las grandes figuras llegaron a Rusia con la presión de Messi por coronarse en la
selección, la liberación de Cristiano por ya haberlo logrado, la muy buena temporada
personal de ambos y la relajación que sumió a Neymar en París en el último año. Dio lo
mismo. Los tres tuvieron un muy buen partido y un discreto o flojo resto del Mundial.
Entre Modric, Mbappé y Griezmann se debatirá en la final quién es el mejor de la
segunda línea actual. El podio sigue siendo de aquellos tres porque todavía no los eclipsan
en el balance. Pero los equipos se entrenan cada vez más y mejor para neutralizar a las
figuras. Nadie sale a una cancha sin conocer detalles del rival. Más que nunca, las
individualidades ganan partidos y los conjuntos ganan torneos.
En la semifinal, el bloque inglés retrocedió en el segundo tiempo y perdió el
control. Volvió a empujar en el suplementario, ya sin consistencia. Después de
Mandzukic, no hubo centro que salvara a la Reina. Inglaterra volverá a enfrentarse a
Bélgica después de aquel encuentro en el que no se lo vio fanático de la victoria para,
segundo puesto mediante, medirse a rivales más accesibles. Ganadores y especuladores
se encontrarán en el séptimo partido que ninguno quería jugar.
27.

“El fútbol que se impuso en el Mundial”

“Cuando ganan es la Francia ‘negra-blanca-árabe’; cuando ganan, es la gentuza


de los guetos”, dispara Eric Cantona en el documental Les Bleus para continuar aquel
capítulo. Es que el cambio no fue definitivo: después del título de 1998, cada vez que
perdieron, varios jugadores fueron acusados de “no ser franceses”.
Laurent Blanc, el antecesor de Deschamps, les entregó a los jugadores una copia
de La Marsellesa apenas asumió, según recuerda el documental. Enfocar a los jugadores
durante el himno se convirtió en un tema de Estado.
No importaba que Michel Platini nunca lo hubiera cantado mientras fue jugador.
Ni que Fabian Pelous, récord en cantidad de presencias y capitanías en la selección de
rugby, tampoco lo hacía porque no le gustaba la letra.
Lo importante era si lo cantaban los hijos de los inmigrantes. Más allá de las
razones que podían esgrimir. Christian Karembeu, por ejemplo, no se unía porque le
recordaba que sus ancestros de Nueva Caledonia habían sido exhibidos en una especie de
zoológico humano en Francia en 1931.
Libertad, además de igualdad y fraternidad, se impone en el lema de la República
Francesa. Libertad, se supone, para hacer lo que les surja y lo que sientan. Siempre y
cuando ganen.

--

La final mundialista de 1930 la vieron 60 mil personas en el estadio y nadie en


vivo fuera del Centenario de Montevideo; ésta del domingo 15 de julio del 2018 tuvo a
81 mil personas en el estadio y a mil millones fuera del Luzhniki. Es el fútbol globalizado,
el que se ve por televisión. También se decide de esa forma: fue la Copa del Mundo de la
asistencia de la tecnología, el famoso VAR (Video Assistant Referees).
La tecnología, por lo menos en el fútbol, reduce las injusticias. Achica el margen
de error de los árbitros. Si uno de ellos, Néstor Pitana, no observa un penal, un
compatriota, Mauro Vigliano, lo ayuda desde una cabina. Antoine Griezmann lo convirtió
y dos desventajas en un partido fueron demasiado para el tremendo espíritu de lucha
croata.
Hasta allí, Croacia había jugado mejor. Se había impuesto en la clave línea de
volantes. Desde el 2-1, Francia desplegó su característica principal. Justo en Moscú,
armaron el pozo para hacer la trinchera. Con la idea de cortar y salir rápido, el fútbol que
se impuso en el Mundial. Todos comprometidos para la recuperación. Como recuerda el
libro Legado la frase de Brad Thorn después del título mundial con los All Blacks: “Los
campeones siempre dan un poco más”.
Griezmann maneja el tiempo y el resto maneja el espacio. Francia se comprime
para robar y se expande para contraatacar. Justifica las victorias después de conseguido
el gol. La acumulación de ese tipo de triunfos lo llevó a su segundo título mundial.
28.

“Fue el Mundial de los hinchas, no de los jugadores”

Rocky es el bueno. Su éxito proviene del esfuerzo y la escasez de recursos. Se


entrena subiendo escalones. Iván Drago es el malo. Está armado para matar, de hecho
mata. El Imperio soviético lo impulsa. Del Gobierno estadounidense no hay referencias,
salvo que leamos entre líneas la típica propaganda.
No hay equivalencias en la fuerza del mensaje. Años de construcción de una idea
sólo pueden ser desactivados conociendo el país, caminándolo.
Rusia no sólo organizó el Mundial, también lo hospedó. La fiesta de los pueblos
tuvo un escenario a la altura. Quedó clara la predisposición a recibir la mezcla de culturas
y, por qué no, a cambiar aquellos viejos conceptos que les apuntaban.
No se movieron de su idiosincrasia. Hablan en ruso; el inglés es excepcional. Con
ellos les basta. Así fue durante gran parte de su historia reciente y no tienen por qué
cambiar. Nadie puede pretender que los locales cambien sus modos.
Moscú impacta. Obliga a mirar hacia arriba permanentemente. Mezcla las eras
como ninguna ciudad del mundo: el zarismo, el comunismo y el capitalismo. Junto a los
recuerdos de los antiguos zares, se levantan las construcciones de los bolcheviques, sin
retoques por parte de los políticos liberales. Junto al Kremlin, en pocos metros coinciden
la estatua del príncipe Dmitry Pozharsky (la primera escultura monumental de Rusia), la
increíblemente colorida Catedral de San Basilio y el centro comercial Gum, inaccesibles
para todas clases bajas y medias.
En el Gum, dónde si no, Qatar lanzó su Mundial. Mostró maquetas de los estadios
que le cuestan cientos de millones. También gastaron otros millones en comprarles a
coleccionistas las camisetas de Pelé, Garrincha, Maradona, Zidane y Messi.
Queda lejos Qatar. En todo sentido.

--

Este ¿libro? podría servir para dejar testimonio de la presencia de la selección


argentina en el Mundial 2018. No se trata de presumir sino de dimensionar la actuación
del equipo nacional: prácticamente pasó inadvertido por la Copa.
Se trata de una generación de jugadores que fue la excepción del fútbol argentino
en estos años. Que se diferenció de sus dirigentes. Que volvió a acostumbrarnos a los
partidos decisivos. A ellos, gratitud por el pasado. Aunque a varios seguramente les haya
sobrado un par de temporadas con esta camiseta.
Fue el Mundial de los hinchas, no de los jugadores. Mejor marco que cuadro. La
selección, antes excepción, también se hizo parte de lo que es el fútbol argentino hoy.
La procesión de los hinchas generó el único punto en el que Rusia no estuvo a la
altura de la organización de un Mundial. Los desbordó, porque nunca lo imaginaron, que
más de veinte mil personas quisieran viajar de San Petersburgo a Kazán, de fase de grupos
a octavos.
Quedarán el mítico banderazo, la Plaza Roja colonizada pese a las advertencias
gubernamentales de no festejar en espacios públicos y en masa, las canciones en las
eternas escaleras mecánicas de los subtes.
De repente todo es un recuento. Ni siquiera se sabe qué es de la vida de Messi, de
cómo terminó. Didier Deschamps, cuando asumió en la selección francesa, apuntó a
acercar al plantel al público. Ojalá sea una de las virtudes del próximo ciclo. La principal
tendrá que ser el ojo para ver talentos donde no parecen sobrar.
Los escritores, muchos de ellos por lo menos, prefieren escribir a haber escrito.
Cualquiera preferiría vivir el Mundial que haberlo vivido. Queda el recuerdo. Pero se
acaba el encanto.

You might also like