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Onetti le decía a Galeano que no le interesaba que el público leyera sus obras. Que
le bastaba con escribir. Galeano le respondió que en ese caso, una vez terminado lo que
estaba escribiendo, podría realizar sólo una impresión, llevarla al correo y apuntar la
dirección de su casa.
Escribir es, entre tantas cosas, una descarga. Pero lo que nació como una idea de
libro no podía quedarse sólo allí. Por eso la invitación a leer el repaso casi diario del
Mundial, pese a que la eliminación temprana de Argentina a muchos los motive a no
querer saber nada con lo vivido.
Escribí mientras sucedía y ustedes leen cuando saben qué pasó. El relato podría
ganar suspenso, pero sería un suspenso ficticio: se trata de llevar al lector con los ojos
cerrados al lugar que igualmente ya conoce, casi un pacto.
Son 28 capítulos, crónicas, simples pareceres, sobre el Mundial y su escenario.
Una tierra que (mal) conocimos primero por el cine.
Por aquí aparecerán miradas distintas. Diego Serpentini, el chico de talle baja que
sorprendió a Messi en el entrenamiento despedida. La directora de un colegio de
Montevideo. El primer representante de Messi. El primer consejero de Romelu Lukaku,
que además puede contar a la perfección la evolución del fútbol belga. Y un par de
decenas de testimonios en off que contaron situaciones y pintaron contextos. De eso
probablemente se trate el periodismo: hechos, tiempo y espacio.
1.
Inédita forma para que irrumpan las musas: durante la lectura de diarios españoles
por parte del técnico de la selección argentina, en pleno vuelo a Quito. En el cielo hay
wifi.
Sampaoli descubrió la tapa del diario Sport del 10 de octubre del 2017 a diez mil
metros de altura: “El fútbol te debe un Mundial”, se leía con la espalda de Messi.
Enseguida le dijo a quien tenía a su lado: “Gran frase, les tengo que hablar de esto”. Ya
cerca del decisivo partido en el estadio Olímpico Atahualpa, comenzó a marcarles:
“Ustedes tienen que llevar a Leo al Mundial, muchachos”, para luego individualizar: “Si
ustedes la rompen en sus equipos, hoy la tienen que romper acá y que él festeje por
ustedes”. Pensó una referencia especial a Angel Di María, una a Darío Benedetto y así
con varios de los que saldrían junto al 10. Si el fútbol le debía a Leo un Mundial, sus
compañeros estaban incluidos.
La charla la escucharon todos, obviamente también Messi, que empató el partido,
lo dio vuelta y lo definió. Si la idea era no depender alguna vez del 10, volvió a quedar
para otro momento.
Más allá de actuaciones individuales convincentes en Quito, la individualidad
nuevamente rescató a la selección. El coro quedó para el post partido, desde la parte de
atrás del micro que los retiró del estadio: “Vamo’ a ser feliz, vamo’ a ser feliz, con línea
de cuatro”, en la adaptación de la canción de Maluma. En el campo de juego se había
lucido el solista de siempre.
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A la vuelta de Europa, Sampaoli tenía claro los tres arqueros para el Mundial pero
no el orden. En su borrador ya había anotado a Sergio Romero, Wilfredo Caballero y
Nahuel Guzmán. De los dos primeros saldría el titular; sobre el último, teniendo en cuenta
que el tercer arquero no suele atajar en un Mundial, no le preocupaba su nivel en México
porque le bastaba con su liderazgo.
Franco Armani cambió los planes. Su nivel en River llevó a Sampaoli, que había
meditado llevarlo a la gira previa, a incluirlo entre los 23. Ya pensaba en Caballero como
un posible titular y no podía arrastrar a Romero de la titularidad a la marginación total.
Pagaba Guzmán, de tanta ascendencia que había encabezado la charla grupal antes de
salir a jugar en Quito, el día de la clasificación.
Las 48 horas posteriores a comunicar la lista expusieron la enorme lista de
situaciones problemáticas que marcó la previa del Mundial. El 21 de mayo, se conocieron
los 23 que irían a Rusia. El 22, el padre de Guzmán caricaturizó en sus redes a Sampaoli
con los logos de los canales de televisión tatuados, en probable alusión a haberse dejado
influir por el periodismo en el armado del plantel, y con la chomba del seleccionado
chileno. El 23 a la mañana, mientras Guzmán donaba una biblioteca deportiva a su colegio
primario (tardó en convencerse en hacerlo en esa escuela por el nombre que lleva:
Cristóbal Colón, “un asesino de indios”), Romero sentía molestias en su rodilla y las
disimulaba porque justo el periodismo observaba a un costado. A la tarde se haría estudios
que diagnosticarían un bloqueo articular y antes de la noche quedaría desafectado.
Romero le juró a Sampaoli que llegaría en condiciones para el debut: “Faltan más
de tres semanas, en menos de dos estoy”. Pero el técnico no dudó, le explicó que
necesitaba a todos entrenándose normalmente y lamentó su exclusión. El arquero de los
últimos dos mundiales no puso reparos; así como lo escuchó se fue a su casa.
Y otra vez, la chance fue para Guzmán. La vida es circular. Y la selección
argentina, un espiral.
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Diego Serpentini, 15 de edad y un metro de altura, no era parte del show. Pero
está formado para rebelarse.
Estaba cerca del alambrado en el estadio de Huracán, aunque del lado de la platea.
Con la misma predisposición con la que encaró la vida, con la misma sonrisa, primero
habló con el que cuidaba la puerta. “En ese momento Chiqui Tapia me pateó una pelota.
Y como me puse a hacer jueguitos, Messi me miró. Se ve en todas las fotos que Messi me
está mirando”.
El resto fue natural: Diego, el 5 de la selección de talla baja, junto a Messi sentado
arriba de la pelota (“acá estoy, en mi oficina” decía Cruyff sobre esa pose).
Diego es natural. Hacer jueguitos le resulta espontáneo: “Hacía poco me había
filmado y había llegado a 500, puedo hacer más”. No se pregunta por qué carga con
semejante limitación, sólo se lamenta porque “con mi altura no puedo jugar al fútbol
profesional”. Nació así, con displasia acromesomélica; es decir, “me tocaron las
articulaciones cortas”. Juega con amigos de diferentes edades y alturas: “Nos juntamos
enfrente de mi casa. En La Plata, donde vivo, todavía hay lugar para algún potrerito. Me
llevan 40, 50 centímetros”, que en realidad son más.
Messi le dijo que conoce la selección de talla baja, que vio la noticia de que habían
sido campeones meses antes. A propósito, ¿cuánto dura un tema en la agenda mediática?
¿Cuánto nos sirve? Pasearon en algunos medios para rápidamente volver a desaparecer.
Diego imaginó que su exposición sería un impulso. Que quizás ahora la AFA los
apoye. Que dejarán de hacer rifas para armar un torneo nacional.
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La falta de entendimiento con el Vaticano para que quedara claro que la
delegación no podría visitar al Papa. La exposición millenial de Cristian Ansaldi
mostrándose en la bañadera junto a su esposa (y su pedido de disculpas público: ¿a quién?,
¿por qué?). Los gritos de veinte palestinos al costado de un entrenamiento para que la
selección no viajara a jugar contra Israel en Jerusalén, histórica discordia entre los
pueblos. La viralización de las imágenes, la conciencia general (y tardía) del malestar que
causaba el partido, los comentarios a los jugadores por parte de sus familiares. El planteo
de los futbolistas, no necesariamente una orden, de revisar la cancelación del amistoso.
El dinero cobrado con anterioridad por parte de la AFA.
La lista es amplia. Pero ni todos los capítulos de la convivencia en Barcelona
juntos alcanzan mínimamente el efecto que generó la rotura de ligamentos de Manuel
Lanzini.
A muchos les brotó el recuerdo de la lesión de Gago. Aquella, a la vista de todos
y en pleno partido; ésta, en un entrenamiento más. Ambas similares, sin disputa de pelota,
apenas un giro rebelde y el destino cruel; las dos, con consecuencia de llanto.
Un instante es suficiente para frustrar lo que se esperó una vida. Sólo la partida a
Rusia cambió el eje. La presencia en Barcelona quedaría directamente relacionada al
dolor de Lanzini. La selección, además, perdía un titular. Sin un claro reemplazo a la
vista.
4.
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Ezeiza, esta vez, es el puente hacia el Mundial. El único posible: hace cuatro años
a Brasil llegaron miles de argentinos por diferentes vías. Espera Rusia, imponente,
interminable, con su historia siempre presente aunque también ausente.
En el impacto de ingreso en Moscú, la historia se palpa en las construcciones. Pero
todo ha pasado por el tamiz del cambio de época. La revolución bolchevique de 1917,
que dio paso a la Unión Soviética hasta hace menos de treinta años, ese Estado obrero
generador de otros que luego se activaron, queda mucho más en el recuerdo nostálgico de
las generaciones mayores que en la vida diaria.
Lo explica el cambio de uno de las gemelas de Stalin, así llamados los siete
rascacielos que el general de la revolución mandó a construir cuando percibió que estaban
en desventaja en escenografía. Se llamó Hotel Ukraina, imponente por construcción pero
sin lujo interior durante el comunismo; luego, como parte de la cadena internacional
Radisson, pasó a tener detalles de ostentación supuestamente necesarios, por ejemplo,
para recibir a funcionarios durante el Mundial. El comunismo dejó tremendas
construcciones y el capitalismo les puso los nombres.
Las costumbres claramente son otras. Al ruso le basta con lo propio; el soviético,
así lo notó Gabriel García Márquez en 1957, “parecía desesperado por tener amigos”. El
colombiano se sorprendió con un pueblo ávido de conocer otras culturas, de entenderlas.
Y regaló esta anécdota para dimensionar el límite y la inocencia de, hasta allí, cuatro
décadas de comunismo. Preguntó a un grupo de moscovitas por qué Andres Toupolev,
inventor de los turboreactores, no podía invertir lo mucho que había ganado. Básicamente
encendió un debate, que terminó rápido:
-¿Una persona puede tener cinco departamentos en Moscú?- les consultó.
-Naturalmente, pero ¿cómo haría un hombre para vivir en cinco departamentos a
la vez?
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“Bienvenidos al show”
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Sobre el juego de Uruguay en el Mundial 86, Eduardo Galeano escribió que “fue
el fútbol más conservador de la historia de nuestro país. Se proponía romper el juego y
no se avergonzaba de ser incapaz de crearlo. Fue el contrafútbol”. Tabarez asumió
después de aquella Copa y quiso cambiar de estilo en la selección: “Alguno dijo que
proponíamos un fútbol para señoritas. En realidad era lo que hacían en aquellos tiempos:
grandes jugadores que se dedicaran a jugar, a meter y no a dar patadas descomunales”,
recuerda.
Su nuevo intento para Rusia 2018 es darle matices a la garra charrúa. Hay una
generación nueva en el mediocampo de la Celeste. Los vigorosos Arévalo Ríos, Diego
Pérez y Walter Gargano les dieron paso a los más elegantes Rodrigo Bentancur y Matías
Vecino. Es una transición que no asegura que se puedan mezclar los mejores momentos
de los nuevos con la vigencia de los mejores: los volantes (aquellos dos más Nahitan
Nandez y Giorgian De Arrascaeta) promedian 23 años, Luis Suárez y Edinson Cavani
tienen 31. Mientras, el equipo aprende una manera distinta sobre la marcha del gran
evento; de entrada no se lo ve cómodo.
En el debut, el gol llega agónicamente, justo antes de la nostalgia: Uruguay intenta
jugar como nunca, pero gana como siempre.
Le cuesta 88 minutos. El 9 del Barcelona, una de sus cartas habituales, parece otro.
El periodista Bruno Scelza definió lo que iban sintiendo los uruguayos: “Luis Suárez está
jugando mal. No lo decimos, nos cuesta hacerlo y sabemos que nos puede tapar la boca
en cualquier momento, pero lo estamos pensando. Al final esto de jugar tocando y no
reventarla para arriba no es para nosotros. Tampoco lo decimos, pero poco a poco la
frase ‘tirala para adelante’ empieza aflorar en nuestro interior”.
Última bola. José María Giménez, “que no es Godín pero sí su mejor alumno”,
fuerza un foul, se posiciona en el área para esperar el tiro libre, salta más que nadie y
cabecea al triunfo. Los centrales y la pelota parada, la mezcla que proporcionan la otra
carta letal.
Tabarez se despega de su asiento. “¡Uruguay nomá!”, grita. Se olvida del bastón
que lo ayuda contra el síndrome de Guillain-Barré. Y al rato, vuelve a su eje como si
nada.
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Tenía que ser un colegio. El video que más reproducciones consiguió de los
festejos populares de ese gol de Giménez fue en un colegio. En un par en realidad. En el
71 de Paysandú, por ejemplo. Y sobre todo en el Colegio del Sur, en Malvín.
Se trata de una escuela “relativamente chica, de 270 alumnos entre inicial y
primaria” según la directora María José Ospitalechte. Los chicos se juntaron a la mañana,
cada uno con algo para compartir en el desayuno. Vieron el partido en un salón separado
del patio por un ventanal, abierto para que corriera aire seguramente, y para que salieran
corriendo los chicos si había un festejo agónico. Fue un hormigueo, una estampida, todos
corrían en círculos sin chocarse, como alarmados por una alarma pero con júbilo.
Tenía que ser en un colegio esa celebración por el equipo del Maestro. Tabarez,
que dio clases por primera vez en su vida en un instituto para ciegos, estudió Magisterio
para darle el gusto de una carrera a su madre y después se recibió de director técnico “para
ganar un pesito más. Ya habían nacido tres de mis cuatro hijas”. Se había retirado como
futbolista a los 30 años. “No juego más al fútbol”, le dijo a su mujer de regreso de un
entrenamiento en Liverpool. “¿Y qué vamos a comer?”, le respondió ella. La economía
siempre fue un tema a tener en cuenta. De chico había tenido algunas carencias, aunque
“ser pobre en aquellos tiempos era comer puchero todos los días. Ahora hay formas de la
pobreza que son insultantes”.
Hoy dirige un equipo que intenta cambiar de estilo y le cuesta, pero no deja de
estar prendido en la identidad del uruguayo. La directora del colegio lo sabe: “Nos
impactan el compromiso y los valores que tratan de bajar. No cuesta más una respuesta
antipática que una amable, y ellos lo recuerdan. Los jugadores y el técnico nos sirven de
ejemplos. Te juro que cuando gana la selección, somos todos un poco más amables en
Uruguay”.
7.
“Los propios españoles nos dicen ‘todo bien con la posesión, pero en el Mundial
2010 ganamos todos los partidos 1-0 y salimos campeones’”. Alguna vez se escuchó una
frase así en la intimidad del plantel argentino. Sirve para entender la formación, con más
precauciones de lo que se creía, para el debut en el Mundial.
Es extraño: cuatro años atrás, en Brasil 2014, el núcleo de los jugadores le hizo
entender a Alejandro Sabella que no había necesidad de protegerse tanto tras su idea, casi
sin ensayo, de cinco defensores contra Bosnia. Después, las lesiones de Sergio Agüero y
Angel Di María fueron moldeando una formación más parecida a lo que pretendía el
entrenador. Pero de entrada los futbolistas se habían hecho sentir: para ganar había que
atacar.
“No es mi selección, es la selección de Messi”. Nadie puede dudar de la sinceridad
de Jorge Sampaoli. Lo dijo él mismo y sin que nadie lo forzara; simplemente le habían
preguntado en qué aspectos creía que había logrado imponerle su sello al seleccionado y
en cuáles no.
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¿Qué nos pasó cuando Messi se paró para patear el penal? ¿A todos nos preocupó
la posibilidad de que lo errara por encima de lo que nos entusiasmó la chance de que lo
convirtiera? ¿Y por qué entonces odiamos que lo critiquen si ya todos estamos de su lado?
¿O lo que nos duele es saber que a veces merece la crítica? ¿En qué época se quedó el
periodismo extranjero cuando asegura que a Messi lo aman en todos lados salvo en su
país si lo amamos todos? ¿Y si lo amamos cómo lo vamos a criticar? ¿Lo queremos todos?
¿Cómo puede alguien no quererlo?
Fue el día después de una nueva jornada heroica de Cristiano Ronaldo, el hombre
más decidido a ser el mejor futbolista del mundo que se conoce. Tres goles, entre ellos el
penal que se le negó a nuestro genio y el tiro libre al ángulo, distinto a los que Leo dejó
en la barrera. El tiro libre que en la noche de España 3-Portugal 3, todos (todos equivale
a Cristiano y a los españoles) imaginaron que sería gol.
En la competencia entre ellos de la última década, Messi mejoró a Cristiano más
de lo que Cristiano mejoró a Messi. Messi mejora a sus equipos, Cristiano “sólo” los hace
ganadores. Messi hizo de un gran equipo el probablemente mejor de la historia y de una
selección vulgar, una que interesa ver. Le dio vida. Si se apaga ese motor, se apaga todo
lo demás. Si el ánimo del que los empuja cae, el carro se estanca.
Hannes Halldorsson atajó el penal que anunció Messi y la selección se dirigió, 1-
1 y victoria de Croacia a Nigeria, demasiado rápido a la necesidad de un resultado para
seguir con chances.
¿Qué será de la cabeza de estos jugadores? ¿Y de este libro? ¿A alguien podrá
interesarles las crónicas de un olvidable Mundial?
8.
Desde 1970 hasta el miércoles 20 de junio inclusive, Uruguay ganó ocho partidos
por mundiales. Siete fueron por diferencia de un gol. Por si no quedó claro la extensión
de la estadística: desde 1970.
Este miércoles 20 de junio, contra Arabia Saudita, no se vio que quisiera jugar
distinto a su reciente historia. Cambia de ropa y vuelve a su overol. Nuevamente ganó
como siempre: 1-0, y gracias a una pelota detenida.
Juan Carlos Osorio, el colombiano que dirige a México, contó en su libro: “Diego
Lugano me dijo que la clave de la pelota parada es la determinación, la voluntad de llegar
primero a la pelota y exponerse a un choque o a unos puntos de sutura teniendo en cuenta
que son más importantes los puntos en juego en la competición. También me contó que
en Uruguay, el abuelo le dice al nieto desde el baby que se puede errar un pase pero no
una dividida. Concluyo que la competitividad envidiable de los uruguayos, que son de los
mejores del mundo en eso así como en pelota parada, se origina en edades tempranas,
entre los 5, 6 y 7 años”.
La pelota parada ya es la costumbre del torneo. Aunque en este caso no hubo un
gran salto del cabeceador sino uno pésimo del arquero, Mohammed Al Owais.
Partido minimalista de Uruguay, pero que ya está en octavos. Con Tabarez, la
Celeste llegó a octavos en Italia 90. Sin él, ni siquiera se clasificó a dos mundiales (94 y
98), no pudo pasar la primera ronda en el 2002 y tampoco conoció el del 2006. Una vez
más con el Maestro, fue cuarto en el 2010, avanzó a octavos en el 2014 y ahora la misma
historia. Ya lo dijo Tabarez: “Me halaga, pero también me preocupa que se hable del
proyecto Tabarez. ¿Esto puede continuar cuando nosotros no estemos?”.
Por lo pronto, en Rusia sí continuará.
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“A un fútbol tan lírico que ignoró a los arcos durante treinta y seis años, un
argentino escueto empezó a hablarle con mesura. A un país que infla el pecho por la
variedad de bocados con los que infla su panza, un flaco, largo como un fideo, le enseñó
cómo redondear una campaña. A un deporte marchito de gloria, un sesentón arrugado
aceptó el desafío de rejuvenecerlo. A un juego visto con resignación, un tipo que no sonríe
cuando dice estar feliz comenzó a restituirle la alegría”.
Ese es el comienzo del libro Benditos, el libro que los periodistas Renzo Gómez
Vega y Kike La Hoz escribieron con 13 historias no aptas para incrédulos, la gratitud
hecha prosa para contar la clasificación del Perú de Ricardo Gareca al Mundial.
Así como llegó, prácticamente se fue. Dos derrotas en los primeros dos partidos
fueron suficiente. Pero la espera de 36 años llenó Rusia de franjas diagonales rojas en
pechos blancos. Ya lo había advertido Gareca: “El peruano es más hincha de la selección
que del equipo”. Sólo había que darles un equipo con el cual se identificaran.
“Perú vivía del pasado como aquellos que añoran un único viaje, un único gran
trabajo, o un único amor”, definieron Gómez Vega y La Hoz. La clasificación fue
histórica. Provocó un feriado por decisión presidencial.
Gareca, el mismo que los había privado de México 86, dio en la tecla apenas
asumió. Dijo lo que nadie decía: “Creo en el jugador peruano”. El jugador le devolvió la
confianza. En el Mundial no tuvo área, ni cuando Paolo Guerrero, “el que se merece el
apellido”, fue titular contra Francia.
Veinte mil incas agradecieron igual. Existen distintas maneras de quedar
eliminados.
9.
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El tren recorre los 370 kilómetros de oeste a este, de Nizhny Novgorod a Moscú.
Puro bosque a los costados. No menos de mil argentinos en el interior, no más de
doscientos de otras nacionalidades. La señal de wifi aparece sólo cuando el tren se acerca
a las estaciones intermedias. En la era de la comunicación, resulta imposible saber si
Nigeria ayuda a Argentina.
Primero Nigeria debía ayudarse a sí misma: una derrota ante Islandia la hubiese
eliminado y un empate, prácticamente también. Los dos goles de Ahmed Musa, que el
mes anterior había sido noticia por regalar bolsas de arroz con su cara en Kano, su pueblo
nativo, también aliviaron a la selección de Sampaoli. Así, una victoria a Nigeria por un
gol más que un eventual triunfo de Islandia a Croacia lo llevaría a octavos de final.
Mientras el Mundial otorgaba una vida, los jugadores pensaron en ejecutar el plan.
Sabían que para afrontar esa vida ya no había posibilidad de cambio de técnico. Pero
creían que ese técnico no podría tener plenos poderes. Lejos de eso, se los querían
recortar.
Muchas veces se habló alrededor de este plantel de su pretendida autogestión.
Quizás naciera de la sensación de superioridad que pudieron tener los jugadores, más
acostumbrados al fútbol de élite que los técnicos de los últimos años de la selección.
Gerardo Martino llegó a proponerles mayor participación, sin recibir nunca una respuesta
positiva. Seguramente más mito que realidad esa famosa autogestión, el planteo de la
noche del viernes 22 de junio igualmente superaría cualquier antecedente.
Los futbolistas citaron a una reunión al técnico y dos de sus ayudantes. Los hijos
querían retar al padre. Allí fueron Jorge Sampaoli, Sebastián Beccacece y Lionel Scaloni.
En no más de quince minutos, escucharían una larga lista de reclamos: las pruebas, la
inseguridad, las formaciones, los cambios, las acusaciones, sus peleas, sus nervios. “Si
estás nervioso, el jugador lo percibe. Si el jugador no te cree es imposible que después
puedas lograr algo tan importante como una organización colectiva”. Sampaoli lo había
dejado escrito.
El discurso del plantel, encabezado naturalmente por Mascherano y Messi, apuntó
justamente a la pérdida de credibilidad: “No nos llega lo que decís. Ya no confiamos en
vos. Queremos tener opinión”.
Lo primero que surgió en Sampaoli fue la sorpresa: “¿Opinión en qué?”.
-En todo.
-¿Y ustedes van a armar el equipo, dirigir los entrenamientos, todo?
Messi apuntó especialmente: “Me preguntaste diez veces a qué jugadores querías
que pusiera y a cuáles no, y nunca te di un nombre. Decime adelante de todos si alguna
vez te nombré a alguien”.
En la sala, además de los veintitrés jugadores y los tres integrantes del cuerpo
técnico, estaba presente Claudio Tapia. El presidente de la AFA sabía de antemano lo que
le dirían al entrenador, a quien sólo le dijo “tenés que ceder”.
El inicio de la reunión tuvo una contundencia claramente mayor a la del final. La
conclusión fue el consenso. Que el técnico se enfocara y no alterara. Y que los escuchara,
prácticamente lo que había querido hacer en otros momentos.
Sebastián Beccacece pensó en renunciar. Sólo lo frenó el pedido de Tapia a su
representante Cristian Bragarnik: “Decile que por favor no se vaya, es al que los jugadores
escuchan”. Beccacece, incluso, le advirtió a Sampaoli que un entrenador no podía
bancarse todo.
No fue la primera vez que la intimidad de la selección llegó a un punto semejante.
En México 86, un Mundial que incluyó enojos con Carlos Bilardo de dos titulares, Héctor
Enrique y Sergio Batista, después de los primeros dos partidos, los jugadores se juntaron
para hablar del técnico antes de los octavos de final. El periodista José Luis Barrio lo
contó en el muy completo libro El partido: “Las paredes eran tan finitas que me enteré de
toda la reunión. Las cosas de Bilardo que escuché ese día… Maradona llegó a decir
‘¡simplemente no le tenemos que dar más pelota!’. Era como un golpe de Estado. ‘Así no
podemos seguir, ¿les parece que un equipo argentino juegue así un Mundial?’, gritaba
Passarella. El único que lo defendía era Brown: ‘Ténganle confianza a Bilardo, yo lo
conozco, ténganle confianza’. ‘No, pero qué confianza, no hay que darle pelota’, gritaba
Maradona”.
La diferencia entre 1986 y 2018 es sustancial: con la proliferación de medios, todo
queda al descubierto. Lo que antes podía esconderse, hoy queda expuesto y hasta puede
amplificarse.
Al día siguiente, Javier Mascherano trataría de disimular lo sucedido: “Los
mejores técnicos del mundo escuchan a sus jugadores, que son quienes luego deciden”.
A esa altura ya sería muy difícil extraer del imaginario popular la injerencia que tuvo en
la selección la vieja guardia, tantas veces denominada “club de amigos”, no sólo en este
momento sino en todos los otros. Para jugar contra Nigeria, la selección saldría a la cancha
con los mismos de siempre.
11.
(En breve será publicado el análisis apenas terminado el partido, en TyC Sports)
--
El calendario azteca en esta era tiene cuatro días. Después vuelve a empezar.
Nunca queda vacío, no saltea ninguna edición. El problema es que no se llena, son
ediciones angostas. Cuatro días, cuatro páginas: tres de fase de grupo y la de octavos de
final. Para el seleccionado mexicano, los cuartos son el horizonte que nunca se alcanza.
La imposibilidad del quinto partido es el desencanto nacional.
Sólo en los dos mundiales que organizó, 1970 y el del 86, México llegó a la luego
utópica línea de cuartos de final. No se clasificó a Italia 90. Y desde entonces, como un
veto del destino, un destino que entusiasma pero se repite frustrante, fue uno de los tres
seleccionados que siempre llegaron a octavos (junto a Brasil y Alemania). Y el único que
nunca pasó esa línea en estas casi tres décadas.
Una vez más, México llegó a octavos. Lo extraordinario es que no lo acompañó
Alemania, al que venció de entrada cuando el rey empezó a entregar la corona.
Los penales de Bulgaria en el 94. Klinsmann y Bierhoff en el 98. El peor rival en
el 2002: el Imperio del Norte, que por una vez no era más poderoso. La volea de Maxi
Rodríguez (¡y de zurda!) en el 2006. Tevez gracias al juez de línea primero y a su pegada
después en el 2010. El colmo en el 2014: de 1-0 a Holanda en el minuto 87 a 1-2 en el
cuarto de descuento. Seis veces la frustración, dos en los diez minutos finales y otras dos
después del tiempo reglamentario.
El quinto partido está lleno de acepciones en México. Se trata de parte del
vocabulario futbolero. Es una obsesión popular. “El equivalente futbolístico de la
reconquista de Texas”, según Juan Villoro. La búsqueda como motor y la decepción como
parálisis. La herida de una generación. El nombre de un libro de cuentos futboleros que
escribieron el periodista César Huerta y su padre (“se llama así porque los cuentos van de
lo claro a lo oscuro. El Quinto Partido encierra la polaridad de la grandeza de nuestros
sueños y la profundidad de nuestras frustraciones”). También el de un portal de noticias.
Hasta el del sorteo de la cerveza Corona, que regalaba tres viajes a Rusia con entrada a
los confiados que quisieran ir al partido de cuartos.
Villoro considera que “tenemos tantos deseos de lograrlo que nos boicoteamos.
La mayor adversidad es nuestra propia fuerza: un sentimiento de culpa atávico nos hace
sentir que no merecemos ese poderío. En el pasado Mundial, México dominó a Holanda
con absoluta jerarquía. ¿Qué sucedió cuando se puso 1-0 al frente? El entrenador sacó al
jugador que cometió el pecado de anotar, todo el mundo se amedrentó ante la posibilidad
del triunfo y el equipo se refugió en su área como en una versión ajardinada del útero
materno. ¿Y qué sucede cuando juegas en tu propia área? Te pueden pasar muchas cosas,
entre ellas que te marquen un penal inexistente. El deseo oculto de los jugadores es no
pasar al quinto partido porque eso los haría excepcionales y los desmarcaría de la tribu a
la que no quieren dejar de pertenecer. Mientras no se venza ese complejo, seguiremos
anhelando lo que en el fondo no queremos obtener”.
César Huerta apuesta a los nuevos: “La evolución de esta generación es la que
alimenta la ilusión del quinto partido. Es el mayor trauma futbolero de México. Lo
soñamos cada cuatro años, pero el camino termina siempre un paso antes. Es un concepto
que nos refleja como sociedad: podemos luchar la mayor parte del tiempo por separado,
pero ante la frustración, siempre terminamos unidos. Hubo episodios de unidad: el ‘No
era penal’ nos acompaña como pueblo desde que Robben cayó en el área y México quedó
fuera en 2014”.
A partir de la exhibición de Brasil en México 70, los futboleros mexicanos son un
poco brasileños. Dos seleccionados hicieron base en Guadalajara en aquel Mundial: el de
Pelé y compañía, ya expertos en carisma y con fútbol como para seducir, y también
Inglaterra, de quienes hasta recuerdan que llevaron agua de su país para no tomar el agua
mexicana. Desde entonces, la verdeamarelha reemplaza a la verde cuando ésta queda
afuera.
Pese a que tenía todo dado para terminar primero, perdió 3-0 ante Suecia. El
segundo gol fue un penal mal cobrado y el tercero, en contra. El destino y el autoboicot.
Así, el rival para buscar el bendito quinto partido será Brasil, el amigo fachero del
que se enamora la que nos gusta.
13.
Japón razonó que la manera más fácil de clasificarse era no atacar. Inglaterra
programó que el mejor resultado que podía obtener era la derrota.
Ninguno podía pactar con su rival: Japón no quería atacar porque su miedo era
que Polonia lo contraatacara, Inglaterra prefería perder pero Bélgica probablemente
también (hasta que vimos que no).
Japón estaba igualado en puntos, diferencia de gol y goles a favor con Senegal,
contra el que había empatado 2-2, cuarto método de desempate posible para el segundo
lugar del grupo. Inglaterra estaba igualado en puntos, diferencia de gol y goles a favor
con Bélgica, contra el que empataba 0-0 en la (no) lucha por el primer puesto.
Con los resultados así, 0-1 el suyo y 0-1 Senegal ante Colombia, Japón se metía
en octavos de final. La razón era el quinto inciso para destrabar la igualdad: el Fair Play,
las tarjetas, el único argumento de la FIFA antes de llegar al sorteo, la moneda al aire.
Inglaterra y Bélgica ya estaban clasificados. El que perdiera, quedaría segundo, y
en ese caso evitaría hipotéticos cruces frente a Argentina, Francia, Uruguay, Portugal,
Brasil y México hasta la final. El empate provocaba que también definieran las tarjetas.
Y los ingleses, mal que les pesara, se habían portado mejor.
--
Desde siempre y más que nunca, el mestizaje condimenta al Mundial. De los 736
jugadores elegidos por las 32 selecciones, 82 nacieron en un país distinto al que
representaron. A partir de la posibilidad de obtener más de una nacionalidad, los
futbolistas se debaten muchas veces entre la identidad y la conveniencia deportiva.
Adnan Januzaj nació en Bélgica. Su padre había llegado a Bruselas desde Albania,
en medio de la guerra por el territorio de Kosovo, del cual no quiso participar; ya tenía
demasiado con el sufrimiento por la militancia de algunos familiares.
Serbia y Turquía habían reparado que podrían sumar a Januzaj a su selección,
debido a la procedencia de sus abuelos. Casualmente también Inglaterra, donde se radicó
cuando tenía 16 años y lo fichó el Manchester United.
El cariño de Adnan por la causa albano-kosovar no resultó suficiente. Decidió
competir para Bélgica, más allá de estar tapado por una gran generación de futbolistas.
La inclusión de habituales suplentes lo llevó a la cancha contra Inglaterra, y su gran
pegada marcó el único gol de la noche.
Si los británicos quisieron empatarlo luego, lo disimularon. Ingresó un delantero
por un defensor: para que no se notara. Harry Kane, autor de 5 goles en los dos partidos
anteriores, transpiró porque trotó a un costado.
Bélgica ganó y terminó primero. Inglaterra perdió y a su manera ganó.
--
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En once minutos pasaron los últimos dos años. Desde que Benjamin Pavard la
empalmó como difícilmente podría hacerlo un lateral argentino para el 2-2 hasta que
Kylian Mbappé coronó una contra con espacios por todos lados en el retroceso argentino
para el 4-2 parcial, todo quedó expuesto.
La interrupción del buen proceso de Gerardo Martino. La injerencia del Gobierno
Nacional para colocar a Armando Pérez al frente del fútbol argentino. El desinterés por
las juveniles. Las múltiples negativas de entrenadores antes de Edgardo Bauza. El ciclo
Bauza. El ciclo Sampaoli. La idea de renovación olvidada. La pérdida de credibilidad. La
soledad del conductor. Y lo futbolístico, claro.
La distinta velocidad de la vieja guardia. El recuerdo y la trayectoria como sus
avales, no el presente.
El nivel de nuestro fútbol local, representado por Cristian Pavón, que nunca pudo
desbordar a defensores importantes y hasta se lo vio poco animado para hacerlo contra
Francia; Enzo Pérez, improductivo y a otro ritmo, y Maximiliano Meza, considerado en
todos los partidos por Sampaoli por encima de Paulo Dybala y Giovani Lo Celso.
La involución en la formación técnica de nuestros jugadores. Los últimos sub 20
sólo le entregaron a Nicolás Tagliafico y Pavón a la mayor.
Las quince formaciones en quince partidos del ciclo. Hasta el cambio del partido
contra Nigeria a Francia, que incluyó dejar a Gonzalo Higuaín y Sergio Agüero en el
banco, y a Messi de falso 9, tan falso que hace años no jugaba de eso.
15.
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Messi es el que era. Un obsesivo por la victoria, un apasionado del juego pero
sobre todo del triunfo. Lo que lo hace un futbolista que podría ser tremendamente vistoso
y elige ser brillantemente efectivo.
“Juega a las cartas y quizás no le vuelve loco ganar. En el fútbol se transforma.
En las primeras semanas en España, jugando en la terraza del hotel, un día le gané y
caliente, revoleó la pelota para abajo”, lo pinta Soldini.
Después de perder la final de la Copa América 2016, lloró “como un nene al que
le sacan el juguete”, según el preparador físico Elbio Paolorroso. Se le juntaron las tres
perdidas. Sobre la del Mundial, llegó a contarles a sus amigos que, meses después, había
noches en las que no podía dormir bien.
Messi llegó a Rusia cargando sus frustraciones y las del resto. Cuando logran
romper su coraza, se le ve su obsesión. A él, que se crió en el club que más cuida las
formas, se le escapaba a días del Mundial 2018 el “quisiera ganar como sea”. Él, que
necesita un equipo protagonista para no quedar aislado, ponderaba la necesidad de llegar
al cero en el arco propio en las canchas de Rusia. Él, que supuestamente está más allá de
un esquema táctico, llegó a decirle al técnico “la idea de tres centrales y carrileros me
gusta, pero no hay tiempo de trabajarla; vayamos a lo fácil”.
Lo definió bien Martín Caparrós: “Es un personaje dramático, aquél que consiguió
todo salvo lo que realmente quería”.
En junio del 2018, estaba dispuesto a cumplir cualquier promesa a cambio del
éxito final. En junio del 2004, había prometido pasar dos años sin tomar Coca Cola, su
viejo vicio, si lo llamaban de la selección juvenil argentina; cumplió.
Ya habría tiempo de que un nutricionista le cambiara los hábitos, hasta allí se los
cambiaban los sueños cumplidos.
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Como si estuvieran en la playa, la de Carrasco tal vez. Como si jugaran desde lejos
a tirarse la pelota, por encima de todos los demás que juegan a otra cosa. O como si fuera
una de esas producciones de la televisión japonesa donde uno de los invitados, Luis, tiene
que ir acertándole a Lionel, su amigo argentino, a una distancia cada vez mayor.
Edinson y Luis, Cavani y Suárez, hicieron ese gol. Se buscaron a lo lejos y el
segundo encontró el gol.
Uruguay deja ganas de aplaudir. Aunque como escribió Juan José Panno, “el amor
menos correspondido del mundo es el de los argentinos con los uruguayos”.
Se dibuja desde un rectángulo enorme, con dos columnas en la primera línea,
Diego Godín y José María Giménez, y dos en la de adelante. Para este Mundial, Maestro
Tabarez llenó los espacios interiores con un mediocampo novedoso, con cuatro jugadores
hijos del plan de selecciones juveniles que el mismo técnico ideó en el 2006 bajo una
misma línea; no una línea de juego, lo que ahora impera, sino de conducta.
The players’ tribune no sólo es un original medio de expresión de los futbolistas
sino también oportuno. Allí Cavani relativiza la plenitud de quien tiene su trabajo:
“Vamos del entrenamiento al micro, de allí a un hotel y todo vuelve a empezar. Perdemos
la libertad. Salvo en un lugar: la cancha”. Jugó libre Cavani esos octavos de final,
desatado, silvestre. Y decisivo en el 2-1 a Portugal.
A Messi le queda la esperanza de revertir el estigma de no haber convertido en
fases mano a mano mundialistas en el 2022, cuando tenga 35. A Cristiano Ronaldo, que
tendrá 37, ni eso. Si el portugués no apareció en el resultado frente a Uruguay el sábado
30 de junio, menos en el juego. Ante la individualidad, el antídoto fue -es- el colectivo.
Tania, una de las cuatro hijas del Maestro Tabarez, dice en el libro
Conversaciones: “La valorización del concepto nosotros ha sido una constante en toda su
vida: en casa, en la escuela y en la cancha”. Eso fue, el nosotros contra el superyo.
17.
El extranjero no conocía tanto el orgullo del ruso por serlo hasta la clasificación a
cuartos de final. Intrigados durante dos semanas de por qué argentinos, mexicanos y
colombianos habían desatado una fiesta en su tierra, sorprendidos de ser conquistados,
Moscú volvió a ser de los rusos.
A Putin le cerrarán los números. La euforia del domingo 1º de julio vale el
presupuesto del Mundial. Será difícil volver a leer una editorial como la de Moscow
Times antes de empezar la Copa: “La selección, la peor generación de la historia del
fútbol ruso, está condenada a fracasar”.
Rusia venció por penales nada menos que a España y el público pasó la noche
extasiado. Los volcanes derritieron la nieve de sus laderas. El vodka compitió con la
cerveza. Daniel Utrilla, el periodista español que conoce de sobra a los rusos, ya había
dicho sobre la práctica nacional: “No debe quedar líquido en la botella una vez abierta.
Embriagar a la gente es considerado aquí una señal de honor y estima”.
Mientras la selección anfitriona jugaba (o lograba que no jugara España), el centro
de la ciudad no estaba vacío. La atención sobre el Mundial no era unánime. Cuando se
supieron en cuartos, en el festejo parecían estar todos.
Así la noche entera. Y quizás parte de la mañana posterior. Hay un término con el
que el ruso se diferencia de todas las otras lenguas: opojmelitsa, que se refiere al día
siguiente de la borrachera y se trata de beber más alcohol para quitarse la resaca.
Opojmelitsa para Rusia entera.
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Rusia armó un Kremlin a la altura del área. Nunca quiso atacar. Encontró el
empate y lo defendió con una multitud. Su público, convencido, festejaba primero los
córners, luego los rechazos y al final los segundos que no volvían.
Quiso un partido largo, como cuando lograron estirarle la guerra a Napoleón y la
descostumbre del frío inclinó la balanza. Ahora lo quiso de 120 minutos porque la
diferencia de potencial del fútbol se acerca en los penales. En general, esos planes no
terminan en el éxito; pero hay excepciones.
Como Alemania, España envejeció. En su caso se espesó. No pudo salir de su
almíbar: prácticamente no pateó al arco. Se tocaron la pelota 1.137 veces entre ellos para
llegar a no más de un puñado de remates y un festejo por un gol en contra. Del lado ruso,
convirtieron de penal el empate y luego los cuatro tiros de la definición, allí donde el local
agradeció a Igor Akinfeev, el arquero que atajó dos de los cinco y tumbó a España del
Mundial.
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“Peleé durante un año para ser uno de los centrales titulares. Pero me di cuenta
que Umtiti es mejor que yo. En tu lugar haría lo mismo, pondría a Umtiti de 6 y
obviamente a Busquets de 5. El problema es que pienso por mí. Y sé que no quiero pasar
uno de mis últimos dos o tres años de carrera en el banco”. Así le habló Javier Mascherano
a Ernesto Valverde al día siguiente de tomar la decisión de irse del Barcelona.
Que su destino haya sido el fútbol chino habla más del contrato firmado que de
otra razón. Pero en ese tema también tenía su explicación: “Barcelona no me dejaba ir
gratis. Y los únicos que podían pagar por mí, a mitad de temporada, eran ellos”.
Así fue como a fines de enero saludó a su familia, incluido su hijo de diez meses,
y los despidió hasta mayo, cuando viajó a Buenos Aires para integrarse por última vez a
la selección argentina. Por entonces ya había ganado la pulseada.
Si en abril la agenda mediática tuvo entre sus temas una posible ausencia de
Mascherano entre los 23 mundialistas, fue porque el propio Jorge Sampaoli la echó a
correr. Quizás haya querido instalar el tema para conocer el rebote popular. No sería ese
el obstáculo sino un par de frases de Messi, cuando el técnico lo visitó a fines de abril, en
las que el 10 habló de la importancia del 5 (o el 14 en realidad). En la exagerada idea de
injerencia de Messi, éste fue uno de los puntos de verdadera implicancia.
Una vez dentro de los 23, mejorado físicamente por un trabajo especial que realizó
en China y mientras duraba la recuperación de Lucas Biglia de una fractura de vértebra
lumbar, Mascherano también entró en los 11. No sólo eso, que ya era mucho. La selección
armó, en éste y en el anterior Mundial, un equipo más para rodear a Mascherano que a
Messi. No tener compañeros cerca desgasta al primero y angustia al segundo.
La relación con Sampaoli no tenía bases sólidas. Conveniencia de un lado y
obligación del otro. Hasta que los parches ya dejaron de tapar.
Mascherano llegó a corregirle al técnico un entrenamiento de pelota parada el día
previo al partido contra Croacia, cuando Sampaoli había vuelto a discutir con Sebastián
Beccacece, que hasta pensó en irse en aquella jornada.
Con la victoria de Nigeria a Islandia y el crédito de clasificación a octavos
extendido, lideró la reunión armada para exhibirle el disconformismo al entrenador. La
reunión que comenzó con el pedido de tener el control y terminó con la idea de “tirar
todos hacia adelante”, como si fuese necesario establecer esa pauta.
Horas después, asumió el liderazgo también en conferencia de prensa. Reconoció
la reunión, aunque la relativizó porque explicó que los mejores técnicos del mundo
escuchan a los jugadores, que “son quienes deciden en la cancha”. Pidió tener “memoria
de pez para salir hacia adelante”. Y hasta trató de “nefasto” a Ricardo Caruso Lombardi,
que había contado (mentido en realidad) en un video casero, luego viralizado, una piña
de Cristian Pavón a Mascherano.
Visto lo posterior, si tuvo un error de conducción, más allá de los múltiples del
campo de juego, fue no generar una nueva reunión previo a enfrentar a Francia.
Probablemente los jugadores hayan creído que bastaba con la inercia positiva. El ánimo,
el sentimiento, es el punto de partida en el fútbol de élite. Lo determinante es la
planificación, el entrenamiento, la jerarquía o por lo menos, la convicción para compensar
la carencia del último ítem.
Del abrazo sentido con Messi en San Petersburgo, Mascherano pasó al quiebre
emocional y su despedida en Kazán: “Es hora de decir adiós”.
Quizás se haya estirado ese adiós. Lo definió bien Roberto Fernández en el sitio
CCCPMundial: “Hasta los metales se fatigan y a veces no consiguen recuperarse
del todo”.
Javier Mascherano, el jugador que más veces vistió la camiseta de la selección
argentina, significó el reflejo del equipo: quiso y no le dio. Corazón le sobró, ahora y
siempre. No alcanza. La élite, lejos de compadecerse, expone a cualquier apellido.
19.
Demasiado trabajo había costado como para que no fuera comercializada. Así fue
como el escultor ucraniano Zurab Tsereteli hizo los suficientes cambios en su obra como
para que se la aceptaran. Ya no la vendería en la exposición Sevilla por los 500 años de
la conquista de América sino en Moscú por el 850º aniversario de la capital rusa. Ya no
sería Cristóbal Colón el homenajeado sino, retoques en la estatua de 96 metros mediante,
el zar Pedro el Grande, quien gobernó Rusia entre 1682 y 1725.
Donde debía haber un español, quedó un ruso. Como en los cuartos de final del
Mundial.
A Croacia le sobran futbolistas que son titulares en los clubes más importantes del
mundo. Rusia necesitaría por lo menos uno.
Así juegan. Croacia trata de juntarse, de avanzar en bloque. Rusia ataca el espacio.
No en homenaje a Yuri Gagarin sino como una manera de potenciar sus características (o
disimularlas). Recupera y dispara, sin ingenio, sin anuncio tampoco, simulando el
lanzamiento de cohetes, que en la Unión Soviética no estaba acompañado de la cuenta
regresiva típica de la NASA. Cuando puede contraatacar, genera un griterío creciente
similar al de las pruebas de velocidad en el atletismo.
La noche de Sochi del sábado 7 de julio generó emociones variadas. Ganaba Rusia
y pasó a ganar Croacia. Hasta que los penales, los mismos por los que ambas selecciones
habían pasado octavos, dieron ganadores a los balcánicos.
Hay un tercer futbolista en semifinales que habla en español: Ivan Rakitic, casado
con una sevillana, de la que se le pegó el acento andaluz. La madre de esa sevillana le
había mandado a Rakitic una foto de su perro cuando erró un penal contra el Levante en
el 2014. Una suegra experta en salar heridas: al volante todavía le dolía el fallado frente
a Turquía que valió la eliminación en la Eurocopa 2008. Rakitic tuvo revancha. Convirtió
los de las definiciones frente a daneses y rusos. Como hace 20 años, Croacia quedó entre
los cuatro mejores.
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Cada uno apuesta a ganar como quiere y como cree que puede. Y el fútbol es
siempre relativo.
Mientras a Rusia no le interesaba la pelota y Croacia la usaba para ordenarse, la
victoria llegó por penales.
Inglaterra juega por abajo (en realidad lo intenta y lo logra de a ratos) pero gana
por arriba. Suecia, sin momento de creatividad alguno, hizo lucir al arquero inglés antes
de quedar eliminado.
Uruguay tuvo actitud y le faltó cerebro. Francia demostró ser superior. Sin
embargo le ganó por una pelota parada y un error del arquero uruguayo.
Bélgica salió a la cancha con un esquema original: Lukaku por la derecha a
espaldas de Marcelo, De Bruyne por el centro del ataque, tres delanteros para contraatacar
mano a mano a los tres defensores brasileños que quedaban. Luego trascendió que el
esquema no había tenido pruebas para no dar pistas; qué cerca estuvimos, entonces, de
asegurar que el técnico Roberto Martínez había improvisado.
El fútbol europeo se distanció del sudamericano. Ya eran superiores en lo físico,
ahora se les nota la evolución técnica. Aun así, Argentina pudo haberle empatado 4-4 en
la última a Francia, Perú le hizo un partido parejo y Colombia llevó a penales a Inglaterra.
En todo caso, el fútbol puede definirse por detalles. Pero al final, a esos detalles
los ordena la lógica. El azar juega. En este Mundial, los que eran mejores necesitaron de
suerte para demostrarlo en el resultado. Otros, Argentina especialmente, sólo dependían
de la fortuna.
23.
Floyd Patterson pegó la mejor piña de la historia del boxeo. Algún especialista
podrá contarla con detalle, pero lo que la hizo distinta fue el envión de abajo hacia arriba,
afirmado en la pierna izquierda, para terminar en un gancho de zurda a la altura de la
mandíbula de Ingemar Johansson. Merecía una crónica por parte de uno de los más
notables escritores de crónicas deportivas: Gay Talese.
Y Talese la escribió. Aunque el título define la sorpresa de su prosa y sus
enfoques: El perdedor. Es que a Talese siempre le importaron “los rincones, las sombras”.
Después de la cima, viene el abismo. En el deporte, a la gran victoria puede
seguirle la gran derrota. Y Patterson se sintió humillado cuando tres años después (1962),
perdió el título mundial frente a Sonny Liston. Empezó a vivir con barba y bigote postizos.
Se exilió a Madrid. “Al cabo de una semana, comencé a pensar que era otra persona”, le
dijo Patterson a Talese.
Cuando en el 2016 la selección argentina perdió la tercera final consecutiva,
Gonzalo Higuaín no sólo hubiese resignado infinidad de victorias a cambio de ese partido.
Hubiese querido ser otra persona.
¿Cuántas cosas pudo haber pensado en esa carrera hacia el arco chileno? ¿Cuántas
posibles definiciones se le habrán ocurrido? Decidió la opción correcta, pero el arquero
chileno Claudio Bravo lo esperó y se la hizo difícil. Terminó cruzándola demasiado.
Mientras jugaba, no sabía lo que estaba pasando en Buenos Aires: a su mamá la
estaban operando por un maldito cáncer. Pensó en no jugar más; por lo menos mientras
durara el tratamiento. Fue ella quien le pidió que no parara.
Un año antes, no había llegado a tocar al gol un pase de Ezequiel Lavezzi en la
última jugada de los 90 minutos en la final de la Copa América y había elevado demasiado
su penal en la posterior definición.
Dos años antes, había pifiado una inmejorable chance de gol en el primer tiempo
de la final en el Mundial contra Alemania.
De los 280 goles que hizo en su vida en clubes, ¿cuántos le importan al lado de
esos tres que erró? Y los 31 que hizo para la selección, ¿sirven teniendo en cuenta los que
no?
Apenas asumió, Jorge Sampaoli lo había visto fuera de forma física y
condicionado en lo anímico. Llegó a decir que habían acordado que no fuera citado hasta
que se calmara el clamor popular negativo. Higuaín, en realidad, no acordó nada. Y
cuando volvió a la selección, para lo que el técnico consideró el deseo del plantel, bromeó
por lo bajo entre compañeros: “Salió bien la estrategia...”.
En el amistoso en Madrid contra España, otra vez pasó por aquel sentimiento.
Revivió el karma de goles errados ya no sólo en finales sino simplemente en un amistoso
de gran expectativa y repercusión. Otra vez él y el arquero, ahora en una jugada rápida,
sin tiempo para que la mente pudiera cruzar datos al momento de la definición. Otra vez
un posible 1-0, el gol que los equipos necesitan de los goleadores. Otra vez desviado.
Imposible que, otra vez, los pensamientos no acecharan: deambuló el resto del partido.
Hasta contra Haití, un amistoso en el que poco importaba el resultado, le pegó al
palo cuando erró su segunda oportunidad; se sentó en el banco, reemplazado, y se le
escuchó “qué sal, la puta madre”. Necesitaba un festejo hasta en esa instancia.
Al Mundial llegó reseteado. En los esfuerzos de los futbolistas que no se ven, viajó
desde Italia a la preparación en Buenos Aires dos días después de que naciera su primer
hijo. En mejor forma que Sergio Agüero, por la reciente operación de rodilla del Kun pero
sobre todo por su ánimo de revancha, igualmente arrancó como suplente. Fue titular el
día de la formación consensuada entre jugadores y técnico, contra Nigeria. El día de la
eliminación, directamente no jugó ni un minuto. Pese a los dos nueves del plantel,
Sampaoli optó por el falso.
“Ganar y perder están más cerca de lo que parece, caer de un lado o del otro
depende de cosas minúsculas”, dijo Guy Talese. Y así lo pensó también Woody Allen.
En el arranque de su película Match Point, mientras no se sabe si la pelota de tenis va a
pasar la red luego de rebotar en el fleje, la voz en off dice: “El hombre que dijo que
prefiere la suerte sobre la bondad vio la vida a profundidad. A la gente le da miedo saber
que gran parte de su vida depende de la suerte. Da miedo saber cuántas cosas tenemos
fuera de control. Hay veces que en un partido la bola cae en lo alto de la red y durante
una fracción de segundo, puede caer de un lado o de otro. Con un poco de suerte, pasa la
red y ganas; o cae de tu lado, y pierdes”.
La pelota quedó del lado de Gonzalo Higuaín, el ganador, que con la camiseta de
la selección, se convirtió cruelmente en el perdedor.
24.
Más allá de que según el escueto comunicado de la AFA fueron sólo 60 minutos,
la reunión duró casi tres horas. El final dejó puntos suspensivos, aunque las posturas
siguen siendo las mismas del comienzo: los dirigentes entienden que el crédito del técnico
está agotado, éste pretende quedarse.
Claudio Tapia y Daniel Angelici no fueron decididos a echar a Jorge Sampaoli.
Querían escuchar y sobre todo, hablar y cuestionar. Claro, si el entrenador les hubiese
presentado la renuncia, la habrían aceptado inmediatamente. Pero el casildense tenía otros
planes.
“Soñé mucho este momento y tengo ganas de seguir”, les dijo de entrada. “Si
quieren que me vaya, el dinero no será un problema, pero tengo una planificación para
mi continuidad”, siguió su descargo, como el infiel que asegura que cambiará
rotundamente para que le crean.
Entonces fue el turno del presidente y el vice de la AFA. Las quejas fueron desde
la pérdida de autoridad hasta lo futbolístico. Desde las internas en el cuerpo técnico hasta
los permanentes cambios de formaciones y el elevado promedio de edad del plantel
mundialista.
También le dijeron que debía encargarse del torneo que el sub 20 jugará a fin de
mes en Valencia: “Nosotros contratamos un cuerpo técnico y uno de tus ayudantes dirigía
esa categoría”. Mientras transcurría la reunión, Defensa y Justicia presentaba a su nuevo
director técnico, Sebastián Beccacece, que en dos días había rescindido con la AFA y
había vuelto al club de Florencio Varela. Sampaoli ya estaba preparado para decir que sí.
Les mostró, además, una lista de 60 jugadores que seguiría para el futuro de la selección
mayor.
Tapia y Angelici le prometieron volver a reunirse más adelante, luego de juntarse
con el Comité Ejecutivo para decidir de manera conjunta. Lo económico pesa: el contrato
establece una indemnización de 9,2 millones de dólares si lo echan ahora y de 1,5 millón
luego de la Copa América 2019. Más allá de eso, creyendo que podrían negociar ese
número, lo que sostiene a Sampaoli en el cargo es la falta de un plan B.
Si uno de los técnicos de primera línea (Simeone, Gallardo, Pochettino) hubiera
dado un visto bueno, ya se hubiese interrumpido el ciclo actual. Seguramente ahora
comiencen a pensar qué otro entrenador podría asumir en este momento. ¿Gareca?
¿Pekerman? ¿Almeyda? ¿Almirón? Siguen siendo más ideas al viento que pensamientos
concretos.
A la crisis de la selección siempre se le puede agregar un capítulo. El último es el
que se cerró hoy: el técnico de la mayor dirigirá al sub 20 en un certamen amistoso
mientras sabe que, a la vuelta, probablemente pierda su función original.
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La idea duró dos días. Ya había quedado claro, durante su ciclo, que a Jorge
Sampaoli no le sobra constancia en sus pensamientos. Que no planifica, como escribió en
su libro. O sí, pero sólo para el día a día.
Dos mañanas después de haber coincidido en que dirigiría al sub 20, cambió de
parecer. Lógico: entendió que podía desgastar aun más su imagen. No sabía si los clubes
cederían a los jugadores. El torneo era de menor relieve. De entrada no le habían
asegurado pasajes de avión en primera línea. Hasta temía que alguien lo insultara a
pedido. ¿Qué sentido tenía tapar ese hueco si nada le aseguraba continuidad?
Dos días después de que terminaran de forma amena aquella reunión, Sampaoli le
comunicó a Tapia que en L'Alcudia dirigiría Lionel Scaloni y el presidente de la AFA
estalló. La relación volvía a romperse, pero para siempre.
Comenzarían a filtrarse más datos para incomodar al entrenador. Ya había
trascendido que Sampaoli intercedió a principios de año para que su sobrina, Lucrecia
Bonavera, entrara a trabajar en la AFA como asistente del seleccionado femenino. Luego,
se supo cuánto le pagarían con detalles de indemnización, que en realidad no era más que
lo que querían pagarle. A Tapia ya no le importaba consultarle al Comité Ejecutivo; sólo
le repetía a Angelici su idea de interrumpir el contrato cuanto antes. En el fútbol, estas
decisiones nunca incluyen a más de dos o tres personas.
El sábado 14 de julio a la noche, Fernando Baredes, representante de Sampaoli,
comunicó que aceptaban la propuesta económica de indemnización. Cobraría el
proporcional de seis meses y medio de sueldo, casi la misma cifra que sólo un año antes
la AFA le había pagado como resarcimiento al Sevilla. Nuevamente acéfala, la selección
argentina, en vez de avanzar, había quedado en el mismo lugar. En el medio de ese año
pasó nada menos que un Mundial.
25.
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