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A
1 ¡Oh corazón [proveniente] de mi madre, oh corazón [proveniente] de mi madre, oh víscera de mi
corazón de mis diferentes edades! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio, no os opongáis a
mí ante el tribunal, no demostréis hostilidad contra mí en presencia del guardián de la balanza [del juicio]!
(...) No digas falsas palabras contra mí en presencia del Gran dios, Señor del Occidente. ¡Mira, el ser
proclamado justo se basa en tu lealtad!
2 He aparecido –dice el difunto- como un halcón divino, (porque) Horus me ha dotado de su ba para llevar
sus pensamientos a Osiris y a la Duat.... Horus me había dotado de su ba y vi lo que había allí dentro; [pero],
si [lo] digo, los poderosos de Shu me expulsarán y quebrantarán mi arrogancia. Soy el que ha sido encargado
de traer sus pensamientos a Osiris y a la Duat. Soy yo, halcón que habita en la luz, el que es poderoso gracias
a su diadema, el que es poderoso gracias a su resplandor [y] realizaré la ida y el regreso hasta los confines
del cielo.
3 Este es el lugar de un espíritu transfigurado que sabe como entrar en el fuego y atravesar las tinieblas
[pero] que no tiene el conocimiento para subir a este cielo de Ra-Horus el Antiguo, en el cortejo [de Ra-
Horus el Antiguo] en medio de las ofrendas (...).
5 Y formó el Eterno, Dios, a la persona del polvo de la tierra, e insufló en su nariz aliento de vida.
Entonces fue la persona un alma viviente. (Gen. 2,7)
6 Había formado el Eterno, Dios, de la tierra a todo animal del campo y a toda ave del cielo. Entonces los
trajo donde la persona para ver cómo los llamaría. Y a todo, así como lo había llamado la persona, a las
ánimas vivientes, ese era su nombre. (Gen. 2,19-20)
7 Cualquier hombre de la Casa de Israel, o del peregrino que habitare dentro de ellos, que comiere
cualquier sangre, pondré mi enojo en el alma que comiere la sangre, y cortaré a ella dentro de su pueblo.
Porque la vida de la carne está en la sangre; y Yo la dispuse para ustedes sobre el Altar, para hacer expiación
de vuestras almas, porque la sangre por el alma de la persona hará expiación. (…) Porque la vida de toca
carne es su sangre, con su vida está ella la sangre. Entonces, digo a los hijos de Israel: La sangre de toda
carne no comerán, porque la vida de toda carne es su sangre. (Lev. 17, 10-14)
C
8 (…) [Se dice]: ‘Extrajo Dios un montón de tierra para moldear al ser humano y le insufló en su rostro
hálito de vida’ (Gen. 2,7). Con total claridad representa también a través de esto que la diferencia entre el
hombre plasmado ahora y el nacido a imagen de Dios es inmensa. En efecto, el moldeado sensible, porque
participa ya de esa cualidad, está compuesto (συνίστημι) de alma y cuerpo, varón o mujer, es de naturaleza
mortal, mientras que el hecho a imagen es una cierta idea de género o sello, inteligible, incorpóreo, ni varón
ni mujer, incorruptible por naturaleza. Dice que la estructura del ser humano sensible y parcial está formado
de la sustancia terráquea y del aliento divino. (…) Su alma en absoluto proviene de nada generado, sino del
padre y señor de todas las cosas. Lo que hizo crecer en el interior del hombre no era sino el aliento divino, un
asentamiento colonial de aquella naturaleza beata y feliz que fue enviada hacia aquí en beneficio de nuestra
raza, para que, aunque mortal, en la parte visible, al menos en la invisible sea efectivamente inmortal.
9 (…) [Las almas] que reconocieron su gran frivolidad, llamaron al cuerpo cárcel (δεσμωτήριον) y
tumba (τύμβος), huyeron de él como de una prisión o sepulcro (μνήμα), ascendieron al éter con sus alas
ligeras y recorrieron el aire toda la eternidad.
11 Pero, ¿es acaso el cuarto elemento que hay en nosotros, la mente rectora (ὁ ἡγεμῲν νούς),
comprensible? Ciertamente no. ¿Qué creemos que es su esencia? ¿Un soplo de viento, sangre o un cuerpo
entero –no es un cuerpo, ha de decirse que es incorpórea- es un límite, una forma o un número, una
continuidad, una armonía o qué si no? ¿Está en nosotros al punto de nacer o penetra del exterior, o la
naturaleza caliente que hay en nosotros se templa fortaleciéndose por el aire que nos rodea, como el hierro
candente en la forja del herrero con el agua fría? Por eso parece que el alma recibe su nombre del frío. ¿Pues
qué? ¿Cuándo morimos se apaga y destruye con los cuerpos o sobrevive mucho tiempo o es completamente
incorruptible? ¿Y dónde se oculta la mente en el cuerpo? ¿Acaso le ha tocado en suerte una morada? Unos le
han consagrado la acrópolis que hay en nosotros, la cabeza, en torno a la cual están apostados los sentidos, y
piensan que es natural que estén cerca, como vigilan los protectores de un gran rey. Otros pensando que su
santuario es el corazón, combaten esta opinión. El cuarto elemento, que es siempre incomprensible, es el
cielo en el mundo; frente a la naturaleza del aire, la tierra y el agua, y lo es en el hombre frente al
cuerpo y la percepción sensible, la mente y su intérprete, la palabra. (…) Pues lo que es santo entre las
cosas creadas es el cielo en el cosmos, en el que giran las criaturas incorruptibles inmortales, y en el hombre,
la mente, siendo una emanación divina, sobre todo según Moisés, que dice: ‘insufló en su cara un sopló de
vida y se hizo el hombre un alma viviente (Gen. 2,7)’.
Génesis, 28:10-22
13 (…)[Hay que] examinar por qué de los cuatro pozos cavados por las gentes de Abraham e Isaas (Gen.
21,26; 19-23) el cuarto y último se llamó ‘Juramento’. Quizá Moisés quiere demostrar, explicando por
alegoría aquello, que hay cuatro elementos de los que está compuesto éste mundo, y también en nosotros
mismos un número igual, de los que hemos sido creados y hemos sido moldeados con forma humana. De
ellos, tres son por naturaleza comprensibles en cierto modo, pero el cuarto es incomprensible para todos los
juicios. Pues acontece que todo el mundo es estas cuatro cosas: la tierra, el agua, el aire y el cielo, de las que
unas han merecido la suerte de ser difíciles de indagar, pero no absolutamente imposibles de analizar.
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