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Introducción:
Lo primero que habría que señalar (aunque parezca obvio decirlo) es que jóvenes y
juventud(es) son conceptos relacionados; en segundo lugar cabe afirmar que ambos
conceptos están en crisis. Nos referimos a “crisis” en tanto que las actuales reflexiones
sobre dicha categoría van complejizando las definiciones de un fenómeno que durante un
tiempo largo fue considerada como “dado”, “evidente”, “lógico”, o “natural”, con sus
límites y limitaciones.
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Lo más simple es considerar a la juventud sólo como una categoría etaria, como si el dato
de la cantidad de años que tiene una persona (la edad) definiría de por sí y ante sí el
conjunto de características de un período/proceso de suyo complejo. Sin embargo,
debemos reconocer, que la simplificación y reducción de la juventud a una categoría
etaria es muy útil para aquellos que definen políticas públicas, puesto que les facilita
considerar y determinar quiénes tienen derechos a determinados beneficios y quiénes no.
Por ejemplo, en la antigüedad, “la juventud era considerada una etapa de la vida. En la
antigua Roma se era ‘puer’ hasta los 15 años; la adolescencia (adulescentia) se extendía
entre los 15 y los 30 años y la juventud (iuventa) de los 30 a los 45 años. Esta extensión
(aparentemente excesiva) del periodo juvenil está íntimamente ligada a otra institución
romana, la ‘patria potestas’, es decir, ’el poder de los padres’”. (Sandoval, 2007)
En el caso de Chile, el INJUV establece que son considerados jóvenes las mujeres y los
hombres, entre 15 a 29 años, pertenecientes a todos los niveles socioeconómicos,
residentes en todas las regiones del país, en zonas urbanas y rurales.
Por su parte, en Guatemala son jóvenes las personas entre 15 y 29 años (ENJU, 2011). En
España, los jóvenes son las personas entre 15 y 29 años (INJUVE). En México, los jóvenes
tienen entre 12 y los 29 años (IMJUVE, 2010). En Colombia, las personas jóvenes tienen
entre 14 y 28 años (Programa Colombia Joven, 2012). En Costa Rica, los jóvenes son los
que tienen entre 12 y 35 años (LGPJ, 2002). En Perú, entre los 15 y 29 años (ENAJUV,
2011). En Uruguay se consideran jóvenes a las personas entre 12 a 29 años (INJU, 2010).
Más allá del tramo etario, Sandoval (2007) considera a los jóvenes como sujetos de
derecho pleno; al respecto señala que no deben ser considerados solamente como
‘beneficiarios’ de políticas públicas, si no que como un actores estratégico del desarrollo
del país.
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A partir de una crítica a las concepciones que fijan y estereotipan a la juventud, se han
desarrollado perspectivas teóricas que intentan comprenderla como producto histórico y
social, considerando las vivencias de los sujetos, abarcando múltiples dimensiones. Estas
perspectivas críticas van desde considerarla como una “palabra”, a otras concepciones
que ven a las juventudes como conjuntos heterogéneos y plurales de prácticas, estilos de
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En este mismo sentido, los ‘ideales’ pueden ser considerados como campo de gestión, en
tanto involucran una determinada política de los cuerpos y de las emociones; en
consecuencia la juventud como ideologema designa, a la vez que estructura, el sistema
de valoración social que una sociedad posee.
En ese sentido, dicha interrogación se ancla en las características de las políticas de los
cuerpos y de las emociones que se inscriben como pautas que regulan (aceptan/rechazan,
permiten/prohíben, valoran/desechan, incluyen/excluyen) el ser y estar en/con los otros
y consigo mismo en un espacio-tiempo específico.
Por política de los cuerpos entendemos aquellas estrategias que una sociedad acepta
para dar respuesta a la disponibilidad social de los individuos. La misma se anuda con una
política de las emociones tendiente a regular la construcción de la sensibilidad social.
(Scribano, 2007; 2008; 2009).
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Una simple opinión de observador común diría que ser joven hoy se debate, por una
parte entre vivir el presente: pasarlo bien, vestirse bien, bailar, consumir drogas, tener
sexo, hacer deporte, jugar, chatear, usar las redes sociales y por otra, prepararse para el
futuro: estudiar, ser disciplinado, acostarse temprano, ser responsable, moderado,
respetuoso, tranquilo, constante, todo ello bajo la atenta mirada y control parental.
Es por ello que se puede constatar que son numerosos los planteamientos que conciben a
la juventud como ‘sujeto/objeto’ de prácticas investigativas y/o de intervención social,
política, económica, cultural o religiosa. Estos planteamientos ven a la juventud como un
fenómeno ‘aislado’, muchas veces sólo como ‘conejillo de indias’, como cliente o
consumidor, o como espectador; nunca como ciudadano dotado de deberes y derechos.
En esa línea se pueden situar los estudios de la Escuela de Birmingham, la que considera a
la juventud como ‘metáfora del cambio social’ (Clarke et al, 2008), o la propuesta de
Novaes (2009) y Chaves (2010) quienes consideran a la juventud como ‘palanca
metodológica’ y espacio de visibilización del conflicto socio cultural contemporáneo.
Dicho de otro modo, sería necesario observar a los jóvenes en sus conductas colectivas;
ver qué hacen y cómo lo hacen para tener algunos elementos de diagnóstico
socio/político/religioso/cultural de la sociedad en que viven, es decir, las conductas
individuales y colectivas de los jóvenes son un espejo de la sociedad.
Por otra parte, autores como R. Brito (1996) exponen la interrogante sobre la existencia
misma de la juventud, este cuestionamiento proviene desde las ciencias sociales mismas
y de quienes trabajan investigando sobre juventud; al respecto Brito señala lo siguiente:
“Lo que se pone en duda con esta interrogante, planteada desde las
mismas ciencias sociales, es la existencia de un objeto teórico llamado
juventud que problematice la realidad de los jóvenes, e integre con ello un
marco de análisis para su comprensión (…) es común que en las
investigaciones sobre juventud se rehúya su conceptualización y se base en
el empirismo”.
Desde el Siglo XIX, algunas sociedades han permitido a algunos jóvenes espacios de
tiempo y recursos para dedicarlos al estudio y la capacitación, permitiéndoles alejarse de
responsabilidades propias del mundo adulto, tales como el trabajo y la formación de una
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Esta es una etapa de la vida, (que cada vez se hace más prolongada) en la que los jóvenes
de sectores socio-económicos medios-altos, postergan entrar a trabajar, fundar una
familia y/o tener hijos, por estudiar una carrera profesional y capacitarse, con el fin de
entrar al mundo adulto con mejores capitales. Los autores referidos señalan que esta
etapa se prolonga entre el término de la adolescencia y se mantiene hasta que la persona
desarrolla sus roles de adultos.
Por otro lado, S. Balardini (2000) señala que: “la juventud como tal (no los jóvenes) es un
producto histórico, resultado de relaciones sociales, relaciones de poder, relaciones de
producción que generan este nuevo actor social”.
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Para Balardini (2000), el lugar propicio para construir/vivir la juventud es la Escuela. Dicho
de otro modo, desde que en la historia una Institución especializada comenzó a quitarle a
los jóvenes al mundo del trabajo para prepararlos de mejor manera para entrar al mundo
adulto, se creó la juventud.
Sin embargo, a pesar de todos los avances científicos, del desarrollo tecnológico, de los
cauces que ha tomado la modernidad, de los procesos de modernización, del crecimiento
y desarrollo, aún existen muchos jóvenes en nuestro continente que no van a la Escuela,
es decir, que no viven su juventud, son jóvenes sin juventud.
Pedroza y Villalobos (2006) señalan que la modernidad fue un proyecto del Siglo XVIII de
actualización de la vida social, económica y política, en la elaboración de un nuevo
concepto de hombre occidental universal. La modernidad fue presentada como la
emancipación y racionalización del hombre guiado por el progreso para alcanzar la
felicidad humana. (Terren en Pedroza, et al., 2006).
Brito (1996), por su parte, indica la falta de un marco referencial para la comprensión de
la juventud y los jóvenes para las investigaciones en esta área; en sus palabras: “La
mayoría de ellas se ‘brincan’ este paso y trabajan con el objeto real: los jóvenes”. La tarea
de conceptualizar a la juventud no es fácil, reconoce el autor, ya que el sentido común y
los conceptos vagos sobre juventud hacen imperante precisar una definición conceptual y
de consulta referencial.
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Este autor indica que la juventud es un producto social, que se delimita por un proceso
biológico y otro social y que se establece una relación causa-efecto entre estos dos
procesos, de niño a joven, después de la maduración de los órganos sexuales y la
capacidad de procreación y de joven a adulto, con la capacidad de reproducción de la
sociedad.
Sandoval (2007) señala que la persona pasa por un proceso de maduración (transición)
que tiene “énfasis en los procesos ligados a los cambios fisiológicos y psicológicos que
repercuten en la forma de ser joven.” Esta etapa, dice el autor, incluiría las áreas de
desarrollo, sexual, afectiva, social, intelectual y físico-motora, etapa que terminaría su
desarrollo con la entrada al mundo laboral; todo ello en términos abstractos y teóricos, ya
que en términos fácticos este proceso/tránsito está lleno de sinuosidades, atajos,
dificultades, problemas, según sea la clase social a la que se pertenezca. Es lo que Dávila y
Ghiardo (2008) denominan las trayectorias.
Por otra parte, Alvarado, Martínez y Muñoz (2009), delimitan ‘lo juvenil’ como: “una mera
ubicación psico-evolutiva en un determinado rango de edades, para incluirse en la
dimensión de ciertas formas o estilos de vida”. Es así como entienden a la juventud como
un proceso, que procede entre ciertos años de vida de un sujeto.
Joven es todo aquel que se considera como tal dentro de la sociedad donde vive. Se
reconoce como todo aquel que se representa bajo en conjunto de creencias y que vive
como joven, que participa de la sociedad usando ciertos signos, sociales,
comunicacionales, de lenguaje, verbales y no verbales. (Alba, citado en Alvarado et al.
2009).
Lo juvenil desde las distintas realidades en que viven las juventudes, se reconoce como
una etapa con oportunidades y limitaciones. La construcción de la identidad, el
reconocimiento en los niveles de participación social (individual, grupal, familiar,
generacional), la identificación de género e identificación de los roles sexuales, son
características propias de esta etapa. (Dávila, Ghiardo y Medrano, 2008)
Por su parte, Margulis y Urresti (2008) reconocen a la juventud como una categoría falta
de una definición, indican que múltiples investigaciones realizadas en su nombre (el de la
juventud), utilizan este concepto ambiguamente, confundiendo al lector. Ambos autores
coinciden con Balardini (2000) en el sentido que ven a la juventud como un producto que
tiene que ver con ciertas características:
“La juventud aparece entonces como valor simbólico asociado con rasgos apreciados -
sobre todo por la estética dominante, lo que permite comercializar sus atributos (o sus
signos exteriores) multiplicando la variedad de mercancías -bienes y servicios- que
impactan directa o indirectamente sobre los discursos sociales que la aluden y la
identifican”.
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Por su parte, Alain Touraine (1998), define a la juventud no como una categoría social,
sino, como una construcción cultural y administrativa de la sociedad.
“Un estudiante se asemeja más al ingeniero o al abogado que va a ser, que al joven
«poblador», y éste tiene a su vez tiene más afinidades con el obrero o trabajador del
sector no oficial en que se va a convertir muy probablemente. ¿Y qué pueden tener en
común un muchacho o una muchacha de quince años y jóvenes adultos de 28 años, que
tienen ya por lo general desde hace ya tiempo una vida profesional y familiar?” (Touraine,
1998).
Este autor propone abandonar el “realismo ingenuo” de la sociedad que busca encontrar
los problemas de la juventud y darles solución a través de la creación de políticas.
Los adultos ven a la juventud lejana o cercana, como una continuidad o discontinuidad de
sí, la diferencia de clases sociales que el mundo adulto ve en los jóvenes de clase media y
los jóvenes ‘marginales’ es una realidad construida y no observada, en el fondo son las
dos imágenes que la sociedad tiene de sí misma (Touraine, 1998).
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El mundo adulto convive con estos ‘otros’ que además son un conjunto de signos que los
caracterizan e identifican. Fernández (2003), señala por su parte, la doble interpretación
de los jóvenes dentro de la sociedad: “La Juventud es un problema, pero, a la vez, es signo
de esperanza, pues son las jóvenes generaciones las que serán los adultos en el mañana”.
Esta autora señala que los jóvenes están en una fase de transición en la que se
desarrollan, no por lo que son hoy (jóvenes), sino que por los adultos en que se
convertirán mañana.
Recordemos que tanto la idea de ‘Estado’, ‘ciudad’, ‘individuo’, ‘juventud’, ‘niñez’, ‘vejez’,
entre otros, son conceptos ‘modernos’; surgen en el marco de la complejización de las
formaciones sociales como lugares claves para las operaciones de los poderes
disciplinarios/de control, en tanto objetos de intervención para el desarrollo de la gestión
poblacional en su conjunto.
Entre los estudiosos del fenómeno juvenil hay coincidencia en utilizar la categoría
juventudes (en plural), constatando que hay juventudes distintas en un mismo presente,
que coexisten con formas diversas de ampliar/extender esa experiencia (según clase y
generación) pero que tienen en común el ‘no-querer-salirse’ de ese lugar discursivo en un
sentido material.
En este sentido, podemos decir que uno de los dictum actuales del Capital es ‘¡no deje de
ser joven!’, como lugar de una posible inclusión y deseabilidad de los cuerpos. Una de las
razones más potentes de este imperativo categórico contemporáneo es que la juventud
es un gran mercado de bienes y servicios.
Es por eso que el tiempo de ‘ser joven’ se despliega en un espacio de vida determinado y
si se realiza/vive de diferentes maneras, según sea el lugar geográfico, el género, la clase,
la cultura y la religión que le toque vivir.
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tiempo posible (alargamiento del período juvenil -por arriba y por abajo-), realizando los
cambios posibles/deseables según los escenarios y trayectorias de los sujetos en el marco
de sociedades clasistas: cambios en el cuerpo, en la imagen de sí, en las relaciones e
interacciones, en las formas de presentación social y del verse social, en las formas de
consumo, entre otros.
De allí que percibirse, sentirse y vivenciarse en tanto cuerpo joven requiere al menos
problematizar la experiencia que en la actualidad establece una corporalidad juvenil, que
estructura un régimen de sensibilidad social ligado a la clase social a la que se pertenece,
y ubicarla en el marco de una restructuración del Capital, en tanto condición de
experienciabilidad geo-políticamente diferencial y desigual.
Margaret Mead ya describió la sociedad de su época como pre-figurativa, dado que los
adultos pueden aprender de los jóvenes. Para Mead, esta manera de establecer
relaciones intergeneracionales se vincula con la aceleración de las transformaciones
socioculturales (Pérez Islas, 2008).
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Por ello es que, cuando hablamos de clase social, ésta ‘no coincide con el colectivo
semiótico’ (Voloshinov, 2009: 47); es decir, como el grupo social que utiliza los mismos
signos de la comunicación ideológica (como la lengua) sino que, ésta es la que produce
diversas acentuaciones ideológicas que remiten a la posición y situación social en que el
sujeto está inserto, acercándose a la concepción de ‘estructuras del sentir’ en términos de
R. Williams (2000) o ‘estructura de la experiencia’ en el sentido de que “el signo llega a
ser la arena de la lucha de clases” (Bajtín y Voloshinov, 2009: 47).
Es por eso que es importante comprender las conductas juveniles en las políticas de los
cuerpos y las emociones que se aplican cotidianamente desde los regímenes y
dispositivos de regulación y control de la sensibilidad social.
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identificar, organizar y controlar los objetos de deseo, que en el mundo juvenil son
múltiples y diversos, muchos de ellos inoculados por los mass-media.
El lenguaje se presenta como la actividad misma del acontecer social y no como mera
abstracción que rige en paralelo a una praxis socio-histórica. El acontecimiento encuentra
su forma de realización en los ‘actos de enunciación’ que son únicos e irrepetibles y su
unidad radica, precisamente, en ese encuadre espacio-temporal que ancla el contenido
semántico de cualquier expresión.
Por su parte, la ‘juventud gris’ remite a la juventud carente y pasivizada, que sufre y
encarna los malestares sociales. Se la define como una etapa difícil y conflictiva para los
propios jóvenes (‘difícil’, ‘problemas’, ‘conflictivo’), como etapa de ‘dependencia’,
‘vulnerabilidad’ e ‘inestabilidad’ lo que los convierte en objeto de conmiseración, y, por
otro lado, en peligro para la sociedad, en tanto agentes de prácticas perjudiciales, como
‘delincuencia’, ‘droga’, ‘alcohol’.
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Las otras etapas en que la sociedad divide las trayectorias vitales son mucho menos
tematizadas, al menos en el discurso publicitario y mediático en general. Si en un
momento podíamos caracterizar con claridad una cultura predominantemente
adultocéntrica, que suponía la adultez como plenitud, la vejez como decadencia y la
infancia y la juventud como transición, como estados incompletos e inferiores,
podríamos hablar ahora de un proceso de juvenilización de la cultura. Lo joven se
expande para aglutinar diversas trayectorias vitales, más allá de cuestiones etáreas.
En este contexto es posible que nadie se sorprenda cuando para referirse a la ‘vejez’ se
hable de ‘jóvenes de la tercera edad’. Ser joven se torna un estado deseable, al que la
infancia está apurada por llegar y en el que los adultos quisieran permanecer; más aún,
en la que efectivamente se permanece. A pesar del paso del tiempo, las personas pueden
‘mantenerse’ jóvenes (‘verse/sentirse/jóvenes’) en virtud de lo que posibilitan las diversas
prácticas de consumo. La juventud, en tanto operador simbólico, opera como regulador
de las sensibilidades sociales que identifica lo joven con una cierta disposición anímica y
corporal.
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Pero esto no sólo remite a las posibilidades expresivas de los jóvenes, sino también a las
acentuaciones ideológicas que se ponen en juego en las interpretaciones que los
científicos sociales realizan sobre dicho fenómeno: desde este lugar de lectura,
experiencia, clase y expresividad se encuentran fuertemente vinculadas, no sólo para
interpretar qué sensibilidades se generan en torno a la vivencia de la juventud, sino para
interrogar los encuadres disciplinares (como cristalizaciones de sentido de particulares
acentuaciones ideológicas) desde los cuales interrogamos nuestro presente.
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