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DIPLOMADO EN PASTORAL DE JUVENTUD

DEBATE CONCEPTUAL SOBRE JÓVENES Y JUVENTUD

Dr. Mario Sandoval


Debate Conceptual Sobre Jóvenes y Juventud

Introducción:

A continuación se presenta un debate conceptual sobre jóvenes y juventudes. Cabe


señalar que el texto que se expone se elaboró exclusivamente en base a autores
hispanoamericanos, por lo tanto, no es un texto acabado ni exhaustivo, dado que no
contempla perspectivas teóricas de autores europeos, asiáticos y/o africanos.

Lo primero que habría que señalar (aunque parezca obvio decirlo) es que jóvenes y
juventud(es) son conceptos relacionados; en segundo lugar cabe afirmar que ambos
conceptos están en crisis. Nos referimos a “crisis” en tanto que las actuales reflexiones
sobre dicha categoría van complejizando las definiciones de un fenómeno que durante un
tiempo largo fue considerada como “dado”, “evidente”, “lógico”, o “natural”, con sus
límites y limitaciones.

En este sentido, con la discusión teórica buscamos contribuir al esclarecimiento del


fenómeno y establecer el lugar estratégico que dichas discusiones tienen en la actualidad
en tanto configuran líneas desde las cuales se interviene sobre la población joven, desde
el Estado, desde las Fundaciones privadas, desde la Academia, desde las Iglesias y/o
desde la Empresa Privada; es así como iremos de lo más simple a lo más complejo.

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1.1. La Juventud como categoría etaria: Un dato siempre relativo

Lo más simple es considerar a la juventud sólo como una categoría etaria, como si el dato
de la cantidad de años que tiene una persona (la edad) definiría de por sí y ante sí el
conjunto de características de un período/proceso de suyo complejo. Sin embargo,
debemos reconocer, que la simplificación y reducción de la juventud a una categoría
etaria es muy útil para aquellos que definen políticas públicas, puesto que les facilita
considerar y determinar quiénes tienen derechos a determinados beneficios y quiénes no.

Por ejemplo, en la antigüedad, “la juventud era considerada una etapa de la vida. En la
antigua Roma se era ‘puer’ hasta los 15 años; la adolescencia (adulescentia) se extendía
entre los 15 y los 30 años y la juventud (iuventa) de los 30 a los 45 años. Esta extensión
(aparentemente excesiva) del periodo juvenil está íntimamente ligada a otra institución
romana, la ‘patria potestas’, es decir, ’el poder de los padres’”. (Sandoval, 2007)

Contemporáneamente, la ONU (1983) define como jóvenes a las personas en un rango


etario que va de los 15 y a los 24 años de edad, sin perjuicio de que cada país establece su
propia categoría etaria para la concepción de la juventud.

En el caso de Chile, el INJUV establece que son considerados jóvenes las mujeres y los
hombres, entre 15 a 29 años, pertenecientes a todos los niveles socioeconómicos,
residentes en todas las regiones del país, en zonas urbanas y rurales.

Por su parte, en Guatemala son jóvenes las personas entre 15 y 29 años (ENJU, 2011). En
España, los jóvenes son las personas entre 15 y 29 años (INJUVE). En México, los jóvenes
tienen entre 12 y los 29 años (IMJUVE, 2010). En Colombia, las personas jóvenes tienen
entre 14 y 28 años (Programa Colombia Joven, 2012). En Costa Rica, los jóvenes son los
que tienen entre 12 y 35 años (LGPJ, 2002). En Perú, entre los 15 y 29 años (ENAJUV,
2011). En Uruguay se consideran jóvenes a las personas entre 12 a 29 años (INJU, 2010).

Más allá del tramo etario, Sandoval (2007) considera a los jóvenes como sujetos de
derecho pleno; al respecto señala que no deben ser considerados solamente como
‘beneficiarios’ de políticas públicas, si no que como un actores estratégico del desarrollo
del país.

La Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes, es un contrato de acciones en


beneficio de los y las jóvenes en las distintas esferas de la vida; esta Convención se
suscribió entre los Estados participantes en Octubre de 2005, en la ciudad de Badajoz,
España y considera como joven, jóvenes y juventud a toda aquella persona de los Estados
Iberoamericanos entre 15 y 24 años (OIJ, 2005), en esta entidad participan los Estados
partes a través de los Organismos oficiales de juventud de cada país adherido a la
Convención Internacional de Derechos de los Jóvenes (CIDJ), ellos son los siguientes:

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• Chile, a través del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV)


• Argentina, a través de la Dirección Nacional de Juventud (DINAJU)
• Bolivia, a través del Viceministerio de Igualdad de Oportunidades
• Brasil, a través de la Secretaría Nacional de Juventud
• Perú, a través de la Secretaría Nacional de Juventud
• Paraguay, a través del Viceministerio de Juventud y
• Uruguay, a través del Instituto Nacional de la Juventud (INJU)
• Colombia, a través del Programa Presidencial Colombia Joven
• Venezuela, a través del Ministerio del Poder Popular para la Juventud
• Panamá, a través de su Ministerio de Desarrollo Social
• Costa Rica, a través del Viceministerio de la Juventud del Ministerio de Cultura y
Juventud
• Nicaragua, a través del Instituto Nicaragüense de la Juventud y que desde el 13 de
febrero del año 2013 cuenta con Ministerio de la Juventud.
• México, a través del Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE)
• Cuba, a través de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba
• República Dominicana, a través del Ministerio de Juventud
• Honduras, a través del Instituto Nacional de la Juventud (INJ)
• Guatemala, a través del Consejo Nacional de la Juventud (CONJUVE)
• El Salvador, a través del Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE)
• Ecuador, a través de su Dirección Nacional de la Juventud

Además de los países latinoamericanos se suman: Portugal, a través del Instituto


Portugués do Desporto e Juventude; Andorra y España, como sede de la Organización
Iberoamericana de la Juventud, participan a través del Instituto de la Juventud (OIJ,
2013).

1.2. Sobre los estudios de juventud:

J. A. Pérez Islas (2006) ha llamado la atención sobre la fragmentación y dispersión de los


estudios sobre el tema en el Continente y sobre cierto estancamiento de las discusiones
en torno al concepto de juventud, el que ha podido sortearse, en parte, a través de la
propuesta de pensar en culturas juveniles, por lo tanto, tratar de reconfigurar el campo
de construcción del mismo implica una revisión significativa del horizonte de sentidos
atribuidos en él, lo que a su vez implica desentrañar relaciones lógico-conceptuales y
contrastarlas con las relaciones empírico-pragmáticas en las que se construye el
concepto.

A partir de una crítica a las concepciones que fijan y estereotipan a la juventud, se han
desarrollado perspectivas teóricas que intentan comprenderla como producto histórico y
social, considerando las vivencias de los sujetos, abarcando múltiples dimensiones. Estas
perspectivas críticas van desde considerarla como una “palabra”, a otras concepciones
que ven a las juventudes como conjuntos heterogéneos y plurales de prácticas, estilos de

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vida, formas simbólicas, tipos de interacción socio-comunicativa y rituales múltiples, o


como un conjunto de ‘ideales’ éticos y estéticos.

En este contexto conceptual la noción de ‘ideales’ la entendemos desde la perspectiva


psicoanalítica de H. Bleichmar (2004) quien considera que los ideales no son individuales,
sino una adquisición de lo que la sociedad, en su conjunto, determina como categorías
valorativas y por ende, como actos performativos. El ideal es el discurso social tomado
como realidad, como referencia última. En este orden de cosas, el ideal/huella de la
realidad del discurso social permite juzgar si un rasgo del sujeto es valioso o no
(Bleichmar, 2004: 85).

En este mismo sentido, los ‘ideales’ pueden ser considerados como campo de gestión, en
tanto involucran una determinada política de los cuerpos y de las emociones; en
consecuencia la juventud como ideologema designa, a la vez que estructura, el sistema
de valoración social que una sociedad posee.

Con lo anterior nos referimos a la operación totalizadora producida por la presentación


del discurso totalizante en torno a cualquier objeto -en este caso la juventud-, en tanto
permite ejercer el control y la vigilancia de las diferencias inevitables que el mismo
sistema produce. La diferencia interrumpe la homogeneidad en la que se basa todo
sistema de dominación, estableciendo niveles, jerarquías, atribuciones, entre ‘formas de
ser’ que se establecen como modalidades del ser, cristalizadas en dicho sistema.

Es por ello que preguntarse ¿qué es lo ‘juvenil’? en un contexto determinado, sigue


siendo una pregunta compleja, dado que articula dimensiones siempre yuxtapuestas y en
tensión, del deseo y del deber ser; es decir, de los mandatos sociales adultocéntricos que
atribuyen unos sentidos específicos a las vez que ambivalentes del lugar histórico-social
de los jóvenes en dicha sociedad y las sensibilidades (siempre vicarias) de un hacer-desear
particular de/en los cuerpos.

En ese sentido, dicha interrogación se ancla en las características de las políticas de los
cuerpos y de las emociones que se inscriben como pautas que regulan (aceptan/rechazan,
permiten/prohíben, valoran/desechan, incluyen/excluyen) el ser y estar en/con los otros
y consigo mismo en un espacio-tiempo específico.

Por política de los cuerpos entendemos aquellas estrategias que una sociedad acepta
para dar respuesta a la disponibilidad social de los individuos. La misma se anuda con una
política de las emociones tendiente a regular la construcción de la sensibilidad social.
(Scribano, 2007; 2008; 2009).

Desde esta perspectiva existe una tendencia en el campo de los estudios


contemporáneos sobre la juventud a una cierta fragmentación-localización de los mismos
(expuesta en la prevalencia de formas de investigación basadas en maneras particulares
de realizar ‘estudios de casos’); a la vez que, complementariamente, no son tan

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habituales las referencias de los mismos a estados y dinámicas de carácter más


estructural, lo que denota cierta ambigüedad de las formas de ‘ser joven’ reconocidas en
una perspectiva más totalizadora.

Una simple opinión de observador común diría que ser joven hoy se debate, por una
parte entre vivir el presente: pasarlo bien, vestirse bien, bailar, consumir drogas, tener
sexo, hacer deporte, jugar, chatear, usar las redes sociales y por otra, prepararse para el
futuro: estudiar, ser disciplinado, acostarse temprano, ser responsable, moderado,
respetuoso, tranquilo, constante, todo ello bajo la atenta mirada y control parental.

Es por ello que se puede constatar que son numerosos los planteamientos que conciben a
la juventud como ‘sujeto/objeto’ de prácticas investigativas y/o de intervención social,
política, económica, cultural o religiosa. Estos planteamientos ven a la juventud como un
fenómeno ‘aislado’, muchas veces sólo como ‘conejillo de indias’, como cliente o
consumidor, o como espectador; nunca como ciudadano dotado de deberes y derechos.

En cambio, hay otros planteamientos que consideran que la juventud se constituye en un


lugar clave de lectura e interpretación para pensar el estado de las relaciones sociales de
una sociedad determinada y que al hacerlo permite identificar rasgos de la sensibilidad
social de una época.

En esa línea se pueden situar los estudios de la Escuela de Birmingham, la que considera a
la juventud como ‘metáfora del cambio social’ (Clarke et al, 2008), o la propuesta de
Novaes (2009) y Chaves (2010) quienes consideran a la juventud como ‘palanca
metodológica’ y espacio de visibilización del conflicto socio cultural contemporáneo.
Dicho de otro modo, sería necesario observar a los jóvenes en sus conductas colectivas;
ver qué hacen y cómo lo hacen para tener algunos elementos de diagnóstico
socio/político/religioso/cultural de la sociedad en que viven, es decir, las conductas
individuales y colectivas de los jóvenes son un espejo de la sociedad.

Por otra parte, autores como R. Brito (1996) exponen la interrogante sobre la existencia
misma de la juventud, este cuestionamiento proviene desde las ciencias sociales mismas
y de quienes trabajan investigando sobre juventud; al respecto Brito señala lo siguiente:

“Lo que se pone en duda con esta interrogante, planteada desde las
mismas ciencias sociales, es la existencia de un objeto teórico llamado
juventud que problematice la realidad de los jóvenes, e integre con ello un
marco de análisis para su comprensión (…) es común que en las
investigaciones sobre juventud se rehúya su conceptualización y se base en
el empirismo”.

Desde el Siglo XIX, algunas sociedades han permitido a algunos jóvenes espacios de
tiempo y recursos para dedicarlos al estudio y la capacitación, permitiéndoles alejarse de
responsabilidades propias del mundo adulto, tales como el trabajo y la formación de una

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familia (Margulis y Urresti, 2008). Ambos autores señalan un momento en la experiencia


vital de cada ser humano ligado directamente con la juventud al que denominan
‘moratoria social’.

Esta es una etapa de la vida, (que cada vez se hace más prolongada) en la que los jóvenes
de sectores socio-económicos medios-altos, postergan entrar a trabajar, fundar una
familia y/o tener hijos, por estudiar una carrera profesional y capacitarse, con el fin de
entrar al mundo adulto con mejores capitales. Los autores referidos señalan que esta
etapa se prolonga entre el término de la adolescencia y se mantiene hasta que la persona
desarrolla sus roles de adultos.

Contrariamente, los jóvenes de sectores socioeconómicos bajos, por necesidades


económicas del hogar, entran al mundo laboral a temprana edad y tienen hijos
precozmente, sin tener la posibilidad de vivir la ‘moratoria social’.

Dada esta dicotomía podemos afirmar que la condición socioeconómica determina un


abanico de oportunidades diferenciado, permitiendo a los jóvenes de sectores
socioeconómicos medio-altos vivir su juventud, y dificultando u obstaculizándole esa
posibilidad a los jóvenes de sectores socioeconómicos bajos. Es lo que Margulis y Urresti
(2008) denominan ‘moratoria vital’, es decir, el período en que los jóvenes tienen
distintas formas de serlo, período en que las representaciones y signos vienen a
identificar a cada sector juvenil con sus propias estéticas representando sus distintas
realidades.

En relación a la moratoria, Krauskopf (2010) señala lo siguiente:

“La idea de la moratoria psicosocial (Erikson) se instaló a partir de la


postergación de la acción y la toma de decisiones como la estrategia
necesaria en el período de preparación juvenil para la adultez“

Los procesos de globalización y modernización han cambiado el antiguo concepto de


moratoria psicosocial de Erikson (1968) usado para comprender el desarrollo de temas
juveniles durante mucho tiempo. La etapa de la juventud es ‘el tiempo de ser joven’, que
varía según el género de cada uno, su pertenencia a alguna etnia, y el nivel
socioeconómico al que se pertenece. Es así como Liebel, (citado en Krauskopf, 2004)
indica que en las culturas indígenas en que los períodos de vida son más cortos, las
personas pasan de la etapa de la infancia a la adultez joven directamente.

Por otro lado, S. Balardini (2000) señala que: “la juventud como tal (no los jóvenes) es un
producto histórico, resultado de relaciones sociales, relaciones de poder, relaciones de
producción que generan este nuevo actor social”.

Para este autor la juventud es producto de la burguesía y del capitalismo. Plantea la


existencia de jóvenes durante la historia, pero no en el rol de joven como la entendemos

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actualmente. La juventud es planteada como un producto de las relaciones sociales que


se fueron creando a partir de la revolución burguesa y del desarrollo del capitalismo. Una
juventud creada como resultado de las necesidades de capacitar y calificar individuos
especializados en ciertas áreas.

Para Balardini (2000), el lugar propicio para construir/vivir la juventud es la Escuela. Dicho
de otro modo, desde que en la historia una Institución especializada comenzó a quitarle a
los jóvenes al mundo del trabajo para prepararlos de mejor manera para entrar al mundo
adulto, se creó la juventud.

Sin embargo, a pesar de todos los avances científicos, del desarrollo tecnológico, de los
cauces que ha tomado la modernidad, de los procesos de modernización, del crecimiento
y desarrollo, aún existen muchos jóvenes en nuestro continente que no van a la Escuela,
es decir, que no viven su juventud, son jóvenes sin juventud.

Dado que Balardini (2000) se refiere a la juventud y a la modernidad, Follari (1992)


reseña que cualquier referencia al respecto en “Latinoamérica nada tenemos que ver”
porque es importado, afirma. Se vive en una modernidad incumplida, influida por toques
básicos, las tecnologías, pero que se vive concomitantemente con la extrema pobreza,
con recursos escasos y con problemas estructurales.

Pedroza y Villalobos (2006) señalan que la modernidad fue un proyecto del Siglo XVIII de
actualización de la vida social, económica y política, en la elaboración de un nuevo
concepto de hombre occidental universal. La modernidad fue presentada como la
emancipación y racionalización del hombre guiado por el progreso para alcanzar la
felicidad humana. (Terren en Pedroza, et al., 2006).

Respecto de la modernidad y la juventud, Pedroza y Villalobos (2006) mencionan:

En la modernidad la juventud, en general, fue identificada bajo una visión de progreso en


la que al joven habría que conducirlo bajo los canales de la superación y el logro
individual, en búsqueda de prestigio y realización social. Si salía de ese canon entonces
era considerado como algo negativo, causante de violencia ante la ausencia de valores
que le brindaran una identidad acorde a las reglas establecidas.

Brito (1996), por su parte, indica la falta de un marco referencial para la comprensión de
la juventud y los jóvenes para las investigaciones en esta área; en sus palabras: “La
mayoría de ellas se ‘brincan’ este paso y trabajan con el objeto real: los jóvenes”. La tarea
de conceptualizar a la juventud no es fácil, reconoce el autor, ya que el sentido común y
los conceptos vagos sobre juventud hacen imperante precisar una definición conceptual y
de consulta referencial.

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Este autor indica que la juventud es un producto social, que se delimita por un proceso
biológico y otro social y que se establece una relación causa-efecto entre estos dos
procesos, de niño a joven, después de la maduración de los órganos sexuales y la
capacidad de procreación y de joven a adulto, con la capacidad de reproducción de la
sociedad.

Sandoval (2007) señala que la persona pasa por un proceso de maduración (transición)
que tiene “énfasis en los procesos ligados a los cambios fisiológicos y psicológicos que
repercuten en la forma de ser joven.” Esta etapa, dice el autor, incluiría las áreas de
desarrollo, sexual, afectiva, social, intelectual y físico-motora, etapa que terminaría su
desarrollo con la entrada al mundo laboral; todo ello en términos abstractos y teóricos, ya
que en términos fácticos este proceso/tránsito está lleno de sinuosidades, atajos,
dificultades, problemas, según sea la clase social a la que se pertenezca. Es lo que Dávila y
Ghiardo (2008) denominan las trayectorias.

Por otra parte, Alvarado, Martínez y Muñoz (2009), delimitan ‘lo juvenil’ como: “una mera
ubicación psico-evolutiva en un determinado rango de edades, para incluirse en la
dimensión de ciertas formas o estilos de vida”. Es así como entienden a la juventud como
un proceso, que procede entre ciertos años de vida de un sujeto.

Joven es todo aquel que se considera como tal dentro de la sociedad donde vive. Se
reconoce como todo aquel que se representa bajo en conjunto de creencias y que vive
como joven, que participa de la sociedad usando ciertos signos, sociales,
comunicacionales, de lenguaje, verbales y no verbales. (Alba, citado en Alvarado et al.
2009).

Lo juvenil desde las distintas realidades en que viven las juventudes, se reconoce como
una etapa con oportunidades y limitaciones. La construcción de la identidad, el
reconocimiento en los niveles de participación social (individual, grupal, familiar,
generacional), la identificación de género e identificación de los roles sexuales, son
características propias de esta etapa. (Dávila, Ghiardo y Medrano, 2008)

Por su parte, Margulis y Urresti (2008) reconocen a la juventud como una categoría falta
de una definición, indican que múltiples investigaciones realizadas en su nombre (el de la
juventud), utilizan este concepto ambiguamente, confundiendo al lector. Ambos autores
coinciden con Balardini (2000) en el sentido que ven a la juventud como un producto que
tiene que ver con ciertas características:

“La juventud aparece entonces como valor simbólico asociado con rasgos apreciados -
sobre todo por la estética dominante, lo que permite comercializar sus atributos (o sus
signos exteriores) multiplicando la variedad de mercancías -bienes y servicios- que
impactan directa o indirectamente sobre los discursos sociales que la aluden y la
identifican”.

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Debate Conceptual Sobre Jóvenes y Juventud

Pedroza y Villalobos (2006) consideran que el concepto de juventud integra la idea de


momento de vida que se construye socialmente con base en referentes biológicos,
sociales, psicológicos y culturales.

Por su parte, Alain Touraine (1998), define a la juventud no como una categoría social,
sino, como una construcción cultural y administrativa de la sociedad.

“Un estudiante se asemeja más al ingeniero o al abogado que va a ser, que al joven
«poblador», y éste tiene a su vez tiene más afinidades con el obrero o trabajador del
sector no oficial en que se va a convertir muy probablemente. ¿Y qué pueden tener en
común un muchacho o una muchacha de quince años y jóvenes adultos de 28 años, que
tienen ya por lo general desde hace ya tiempo una vida profesional y familiar?” (Touraine,
1998).

Este autor propone abandonar el “realismo ingenuo” de la sociedad que busca encontrar
los problemas de la juventud y darles solución a través de la creación de políticas.

Los adultos ven a la juventud lejana o cercana, como una continuidad o discontinuidad de
sí, la diferencia de clases sociales que el mundo adulto ve en los jóvenes de clase media y
los jóvenes ‘marginales’ es una realidad construida y no observada, en el fondo son las
dos imágenes que la sociedad tiene de sí misma (Touraine, 1998).

Al parecer, la necesidad de estudiar a los jóvenes viene a revelar la carencia de


definiciones referenciales sobre juventud como el proceso, condición o paso de cierta
etapa del ser humano. Qué características tiene la juventud como concepto?, para
considerar si una persona ha sido un joven con o sin juventud y ¿a qué obedece social y
culturalmente ‘vivir’ esta etapa? la inexistencia del objeto teórico, dice Brito (1996),
delimita la definición a datos empíricos como los utilizados en las encuestas sobre
juventud.

Como se señaló anteriormente, para Balardini (2000) la juventud es una construcción


producto del capitalismo y de la burguesía, para Margulis y Urresti (2008), la juventud es
un producto aprovechado por el mercado para expandir sus productos, bienes y/o
servicios que sean consumibles por la juventud de la sociedad como los aparatos
tecnológicos, juegos, música, capacitación, etc.

La juventud, identificada como una ‘dimensión simbólica’ se compone socialmente de una


categorización etárea y responde a los procesos políticos, históricos y sociales donde se
desenvuelve (Margulis y Urresti, 2008). Los jóvenes son ‘nativos del presente’ señalan
estos autores, postulando el concepto de multiculturalidad temporal, en que cada
juventud siente y se expresa de distinta forma, porque cada generación de jóvenes
responde adecuadamente de forma cognitiva y sensorialmente de acuerdo al proceso
histórico y socio-geo-demográfico en que se desarrolla su juventud.

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El mundo adulto convive con estos ‘otros’ que además son un conjunto de signos que los
caracterizan e identifican. Fernández (2003), señala por su parte, la doble interpretación
de los jóvenes dentro de la sociedad: “La Juventud es un problema, pero, a la vez, es signo
de esperanza, pues son las jóvenes generaciones las que serán los adultos en el mañana”.
Esta autora señala que los jóvenes están en una fase de transición en la que se
desarrollan, no por lo que son hoy (jóvenes), sino que por los adultos en que se
convertirán mañana.

1.3. La juvenilización de la cultura:

En el marco de una cultura juvenilizada, ‘ser joven’ se constituye en un nodo ideológico


y/o en una expresión sintomática que evidencia operatorias de regulación sobre los
cuerpos y las sensibilidades, que tiene como uno de los rasgos centrales una extensión
‘hacia delante’ y ‘hacia atrás’ en el tiempo de dicha categoría, como instancia donde se
materializa el deseo de ‘vivencia’ de una multiplicidad de corporalidades/subjetividades.

Sin embargo, esta ‘juvenilización’ de la cultura implica reconocerla como campo de


gestión de los dispositivos de control, seguridad y disciplina, y por lo tanto, como
instancia de dominación de las subjetividades/corporalidades posibles y deseables en un
orden social determinado (Foucault, 2006).

Recordemos que tanto la idea de ‘Estado’, ‘ciudad’, ‘individuo’, ‘juventud’, ‘niñez’, ‘vejez’,
entre otros, son conceptos ‘modernos’; surgen en el marco de la complejización de las
formaciones sociales como lugares claves para las operaciones de los poderes
disciplinarios/de control, en tanto objetos de intervención para el desarrollo de la gestión
poblacional en su conjunto.

Entre los estudiosos del fenómeno juvenil hay coincidencia en utilizar la categoría
juventudes (en plural), constatando que hay juventudes distintas en un mismo presente,
que coexisten con formas diversas de ampliar/extender esa experiencia (según clase y
generación) pero que tienen en común el ‘no-querer-salirse’ de ese lugar discursivo en un
sentido material.

En este sentido, podemos decir que uno de los dictum actuales del Capital es ‘¡no deje de
ser joven!’, como lugar de una posible inclusión y deseabilidad de los cuerpos. Una de las
razones más potentes de este imperativo categórico contemporáneo es que la juventud
es un gran mercado de bienes y servicios.

Es por eso que el tiempo de ‘ser joven’ se despliega en un espacio de vida determinado y
si se realiza/vive de diferentes maneras, según sea el lugar geográfico, el género, la clase,
la cultura y la religión que le toque vivir.

De esta manera, la juventud se transforma en ‘la’ instancia experiencial donde ‘querer


estar-siempre’: acelerando/anticipando su llegada y tratando de permanecer allí el mayor

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tiempo posible (alargamiento del período juvenil -por arriba y por abajo-), realizando los
cambios posibles/deseables según los escenarios y trayectorias de los sujetos en el marco
de sociedades clasistas: cambios en el cuerpo, en la imagen de sí, en las relaciones e
interacciones, en las formas de presentación social y del verse social, en las formas de
consumo, entre otros.

De allí que percibirse, sentirse y vivenciarse en tanto cuerpo joven requiere al menos
problematizar la experiencia que en la actualidad establece una corporalidad juvenil, que
estructura un régimen de sensibilidad social ligado a la clase social a la que se pertenece,
y ubicarla en el marco de una restructuración del Capital, en tanto condición de
experienciabilidad geo-políticamente diferencial y desigual.

Lo anterior se expresa de diversas formas, pero, sin lugar a dudas, es en el campo


publicitario donde se exponen más claramente las formas de dominación socio-discursiva
que estructuran los dispositivos de regulación de las sensaciones, atravesando las
diversas prácticas juveniles, en tanto modalidades y estrategias que organizan el decir y
el hacer actual; incitando a ciertas formas de consumo que cristalizan una posible
ontología de los cuerpos ‘incluidos’ y ‘deseados’ y ‘exitosos’, y por el otro, los ‘excluidos’,
‘indeseables’ y ‘fracasados’.

Los dispositivos de regulación de las sensaciones consisten en procesos de selección,


clasificación y elaboración de las percepciones socialmente determinadas y distribuidas.
La regulación implica la tensión entre sentidos, percepción y sentimientos que organizan
las especiales maneras de ‘apreciarse-en-el-mundo’ que las clases y los sujetos poseen. En
conjunción con los mecanismos de soportabilidad social, disponen aquellas prácticas que
le permiten a los sujetos evitar el conflicto social (Scribano, 2007: 123).

Actualmente podríamos afirmar que las juventudes se condensan en un cuerpo de


prácticas y en unas prácticas de los cuerpos (Espoz, 2010) donde lo que predomina es la
lógica del consumo, desarticulada de la lógica productiva, no ya como una moratoria
social de un conjunto poblacional sino como la condición misma de la vivencialidad
actual. Y es precisamente en los cruces entre vivencialidades posibles donde se pueden
leer los regímenes actuales que regulan sensibilidades sociales en torno a la vitalidad
socio-histórica de una sociedad.

Margaret Mead ya describió la sociedad de su época como pre-figurativa, dado que los
adultos pueden aprender de los jóvenes. Para Mead, esta manera de establecer
relaciones intergeneracionales se vincula con la aceleración de las transformaciones
socioculturales (Pérez Islas, 2008).

Desde este lugar de interpretación hablar de ‘juventudes’ se resignifica; la pluralidad no


da cuenta tanto de la multiplicidad diferencial sino más bien de las heterogéneas y
conflictivas interrelaciones entre ellas, que se une a la dinámica actual del desarrollo del
Capital expresadas también en la dimensión cultural. En esa dialéctica se estructuran las

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sensibilidades sociales que hacen de la juventud un conjunto de categorías y


categorizaciones, un sistema valorativo, para pensar la sociedad como totalidad.

En una cultura juvenilizada, las unidades generacionales son un espacio interpretativo


para la comprensión del núcleo problemático de deseos, miedos y expectativas sociales
que echa luz sobre los mecanismos que regulan las percepciones, sensibilidades y
trayectorias, no sólo de quienes se consideran jóvenes (con criterios sociodemográficos o
considerando su auto-adscripción), sino de la sociedad en su conjunto.

Desde esta perspectiva se puede considerar a la juventud como operador simbólico-


material de los dispositivos de regulación de las sensaciones, ya que éste se establece
como lugar estratégico para mirar la sensibilidad social actual. Operador que anuda
‘fantasmas y fantasías’ sociales porque actualiza, reprime o reproduce los tópicos
sociales, como gnoseologías que estructuran el campo de acciones posibles en el marco
del capitalismo neo-colonial, donde la lógica de la mercancía se extiende a todo tipo de
relaciones sociales.

1.4. La juventud como experiencia:

Plantear la juventud como experiencia es reconocer en principio la polisemia de los


sentidos -siempre conflictivos- que se producen en torno a ella, sobre ella y a través de
ella. Desde nuestro dispositivo de lectura e interpretación, experiencia, clase y
expresividad se relacionan de manera tal que las preguntas en torno a qué se entiende y
vivencia por joven en una sociedad -y por ende, qué se valora de los cuerpos y de las
vidas-, implica articularla con interrogantes estructurales del modo de producción en el
que esa pregunta se ancla. ¿En qué sentido -y cómo- la hegemonía encuentra en la
conformación de una sensibilidad social legítima y válida en el tópico juventud, un lugar
clave para comprender el valor de unos cuerpos sobre otros, de unas vidas por sobre
otras?

En este contexto, “la hegemonía constituye todo un cuerpo de prácticas y expectativas en


relación con la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones
definidas que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo. Es un vívido sistema de
significados y valores -fundamentales y constitutivos- que en la medida en que son
experimentados como prácticas parecen confirmarse recíprocamente (…) Es decir que, en
el sentido más firme, es una ‘cultura’, pero una cultura que debe ser considerada
asimismo como la vívida dominación y subordinación de las clases particulares” (Williams,
2000: 131/132).

En este sentido, Hall y Jefferson (2010) colocan el énfasis en las transformaciones


vinculadas a la estructura y dinámica de las clases y las relaciones con formas expresivas
de esas modificaciones a nivel cultural. Desde la sociedad de la opulencia de la post-
guerra que expone una manifiesta ruptura en las culturas tradicionales de clase, hasta la
crisis del capitalismo en los años ‘70, el no-lugar de los jóvenes/sin futuro/ y la

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Debate Conceptual Sobre Jóvenes y Juventud

emergencia de formas de identificación que se realizan desde los consumos. Su


perspectiva se orienta a evitar los vaivenes entre posiciones ‘culturalistas’ y
‘estructuralistas’ que han marcado a los estudios culturales en general.

El fundamento de la referencia anterior se sostiene a partir de la necesidad de recuperar


la noción de clase como articulador de las experiencias, en tanto que es un primer punto
de partida si aceptamos el carácter material de los sentidos sociales. Dicha categoría es
fundamental para la configuración de una filosofía del lenguaje -tal como la define
Voloshinov (2009)- que concibe como ‘carente de valor cognoscitivo’ (2009: 38) cualquier
análisis de un fenómeno social aislado del contexto ideológico global.

Por ello es que, cuando hablamos de clase social, ésta ‘no coincide con el colectivo
semiótico’ (Voloshinov, 2009: 47); es decir, como el grupo social que utiliza los mismos
signos de la comunicación ideológica (como la lengua) sino que, ésta es la que produce
diversas acentuaciones ideológicas que remiten a la posición y situación social en que el
sujeto está inserto, acercándose a la concepción de ‘estructuras del sentir’ en términos de
R. Williams (2000) o ‘estructura de la experiencia’ en el sentido de que “el signo llega a
ser la arena de la lucha de clases” (Bajtín y Voloshinov, 2009: 47).

Desde esta perspectiva, la sensibilidad es entendida como el conjunto de percepciones,


sensaciones y emociones por medio de las cuales los jóvenes conocen, organizan y actúan
en y sobre el mundo y los otros. Las percepciones se asocian a las impresiones que surgen
de la dialéctica entre el impacto de las formas de inter-cambio con el contexto socio-
ambiental que los jóvenes experiencian con y en tanto cuerpos. Dichas percepciones (de
objetos, fenómenos, procesos y otros agentes) se acumulan y reproducen de manera tal
que pasan a constituir un modo naturalizado de organizar el conjunto de impresiones que
un joven se da (Scribano; 2009).

Por lo anterior, conocemos el mundo en y a través de los cuerpos, dicho conocimiento


(expresado en sensaciones, percepciones y emociones) es estrictamente material: están
distribuidas de acuerdo a formas específicas de capital corporal, que son las condiciones
de existencia alojadas en el cuerpo juvenil (en este caso).

Es por eso que es importante comprender las conductas juveniles en las políticas de los
cuerpos y las emociones que se aplican cotidianamente desde los regímenes y
dispositivos de regulación y control de la sensibilidad social.

Las maneras de administrar las geometrías ‘entre-los-cuerpos’ y ‘de-los-cuerpos’ implican


un conjunto de prácticas sociales que construyen espacios identitarios (individuales y
colectivos), en el contexto de las proximidades y distancias de esos cuerpos. Dicho
gerenciamiento no proviene de un centro unilineal de comando totalizante sino que se
‘arma’ con (y en) la astucia desapercibida de las memorias experienciales. Son procesos
organizadores de los sentidos que en su cualidad de productos-en-producción,
conforman un ‘más acá’ de las percepciones del mundo. Se trata de formas sociales de

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Debate Conceptual Sobre Jóvenes y Juventud

identificar, organizar y controlar los objetos de deseo, que en el mundo juvenil son
múltiples y diversos, muchos de ellos inoculados por los mass-media.

El lenguaje se presenta como la actividad misma del acontecer social y no como mera
abstracción que rige en paralelo a una praxis socio-histórica. El acontecimiento encuentra
su forma de realización en los ‘actos de enunciación’ que son únicos e irrepetibles y su
unidad radica, precisamente, en ese encuadre espacio-temporal que ancla el contenido
semántico de cualquier expresión.

Por lo expuesto anteriormente, las nociones de experiencia, clase y expresividad


resignifican el abordaje de las palabras que aparecen asociadas a la juventud, ya que lo
que se entiende y vivencia por joven -en su consideración como operador
simbólico/material- permite inquirir algunos rasgos de una sensibilidad social que asocia
al tópico juventud, un estadio de la experiencia al que se pretende llegar para
permanecer.

1.5. Extensión y dispersión en las expresiones sobre el ser joven actual:

En un estudio sobre la juventud en Argentina, C. Braslavsky (1986) señala que pueden


reconocerse tres mitos que atraviesan dicha categoría, tanto en el discurso del sentido
común, como en el académico:

a. El mito de la juventud ‘dorada’


b. El mito de la juventud ‘blanca’
c. El mito de la juventud ‘gris’

La ‘juventud dorada’ remite al ‘ocio’, a la ‘salud’, a la ‘alegría’, a la ‘diversión’ y a los


‘consumos’; es la juventud de las publicidades y de las moratorias sociales y vitales,
objeto de deseo permanente, combustionado por los mass-media.

Por su parte, la ‘juventud gris’ remite a la juventud carente y pasivizada, que sufre y
encarna los malestares sociales. Se la define como una etapa difícil y conflictiva para los
propios jóvenes (‘difícil’, ‘problemas’, ‘conflictivo’), como etapa de ‘dependencia’,
‘vulnerabilidad’ e ‘inestabilidad’ lo que los convierte en objeto de conmiseración, y, por
otro lado, en peligro para la sociedad, en tanto agentes de prácticas perjudiciales, como
‘delincuencia’, ‘droga’, ‘alcohol’.

Por último la ‘juventud blanca’ es la redentora, la que va a cambiar el futuro, con su


‘participación’ y ‘compromiso’, con sus ‘ideales’ y ‘militancia’. En esta narrativa mítica la
juventud se hace depositaria de las expectativas sociales de cambio, de renovación y de
mejoría.

En este sentido, es la misma condición de juventud la que se instala como operador


simbólico-material de las experiencias. La figura del consumidor que rige las

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Debate Conceptual Sobre Jóvenes y Juventud

sensibilidades contemporáneas actúa como aglutinador de múltiples experiencias (que se


materializan en formas de atribución de prácticas, procesos, características, estilos de
vida, etc.).

A lo largo de todo el análisis se ha destacado la extensión de la expresividad para referir a


la juventud. Se han señalado afectividades ambivalentes, coexistencia de acentuaciones
opuestas, y una gran dispersión, lo que puede resultar algo desconcertante al momento
de caracterizar las sensibilidades en torno a la experiencia referida.

Las otras etapas en que la sociedad divide las trayectorias vitales son mucho menos
tematizadas, al menos en el discurso publicitario y mediático en general. Si en un
momento podíamos caracterizar con claridad una cultura predominantemente
adultocéntrica, que suponía la adultez como plenitud, la vejez como decadencia y la
infancia y la juventud como transición, como estados incompletos e inferiores,
podríamos hablar ahora de un proceso de juvenilización de la cultura. Lo joven se
expande para aglutinar diversas trayectorias vitales, más allá de cuestiones etáreas.

Lo anterior no implica que ya no se caracterice al joven como ser incompleto o en falta,


dado que persisten resabios de los discursos adultocéntricos, aunque la etapa en que se
sitúa socialmente la plenitud de la vida se desplaza hacia el período juvenil.

En este contexto es posible que nadie se sorprenda cuando para referirse a la ‘vejez’ se
hable de ‘jóvenes de la tercera edad’. Ser joven se torna un estado deseable, al que la
infancia está apurada por llegar y en el que los adultos quisieran permanecer; más aún,
en la que efectivamente se permanece. A pesar del paso del tiempo, las personas pueden
‘mantenerse’ jóvenes (‘verse/sentirse/jóvenes’) en virtud de lo que posibilitan las diversas
prácticas de consumo. La juventud, en tanto operador simbólico, opera como regulador
de las sensibilidades sociales que identifica lo joven con una cierta disposición anímica y
corporal.

De ahí que consideremos a la juventud en tanto operador en nuestra experiencia socio-


histórica contemporánea ya que forma parte de los dispositivos de regulación de las
sensaciones. Éstos nos permiten acercarnos a las modalidades hegemónicas de
configuración de las experiencias (de clase) y sus expresividades sociales. Experiencias
centralmente desplegadas en el tiempo (al que sin embargo se puede detener) que
actúan subordinando el anclaje espacial de las mismas, cuyo carácter de clase se oculta
deliberadamente.

Emociones ambivalentes como la incertidumbre y la libertad, asociadas a un estado de


búsqueda y cambio continuos que, sin embargo, no representan la transición a otro
estado mejor. El cambio se tematiza en sí mismo como deseable, sin que se cuestione qué
es lo que se cambia, cómo y para qué. En el mismo sentido, la acción, la potencialidad, la
energía, no parecieran indicar un rumbo o describir una trayectoria. La juventud se
presenta como estado de disponibilidad y disposición. Disponibilidad de energías

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Debate Conceptual Sobre Jóvenes y Juventud

corporales y emocionales; disposición y apertura a las transformaciones que traen el


futuro al presente.

En conjunción con la interrogación ideológica, el reconocimiento de una suerte de


quiebre de barreras ‘clasistas’ reguladas por la lógica de la diferencia, implica una
extensión (material y expresiva) como multiplicidad de cosas que se ‘suman’ -incluso una
al lado de la otra sin contradicciones- y que remiten una vez más a las experiencias
contemporáneas en torno a cómo se vive, se siente y se expresa una idea en torno a ese
‘ser joven hoy’.

Pero esto no sólo remite a las posibilidades expresivas de los jóvenes, sino también a las
acentuaciones ideológicas que se ponen en juego en las interpretaciones que los
científicos sociales realizan sobre dicho fenómeno: desde este lugar de lectura,
experiencia, clase y expresividad se encuentran fuertemente vinculadas, no sólo para
interpretar qué sensibilidades se generan en torno a la vivencia de la juventud, sino para
interrogar los encuadres disciplinares (como cristalizaciones de sentido de particulares
acentuaciones ideológicas) desde los cuales interrogamos nuestro presente.

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