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Cómo afrontar la muerte: 4 claves a tener en

cuenta
La idea de que algún día desapareceremos puede llegar a causarnos un profundo dolor
emocional.

Platón decía que aprendiendo a morir se aprende a vivir mejor. Y, si lo pensamos, a este
pensador no le faltaba razón: la idea de morir es un ruido de fondo que nos acompaña a lo
largo de la vida y que hay que saber gestionar. A veces, evitamos lidiar con el malestar que
nos produce esta realidad, y optamos simplemente por no pensar en ella. Pero llega un
momento en el que es necesario plantearse la pregunta: ¿cómo afrontar la muerte?

En este artículo repasaremos algunas reflexiones y claves psicológicas útiles para saber
cómo convivir con la idea de que algún día tanto nosotros como nuestros seres queridos
desapareceremos.

Varias claves para saber cómo afrontar la muerte


El miedo a la muerte es, por lo que se sabe, un fenómeno universal. Está presente en todas
las culturas que han sido estudiadas y, curiosamente, no se salvan de ella ni las personas
con unas creencias religiosas más fuertes. De hecho, una investigación reciente ha mostrado
que los monjes budistas que viven en monasterios tienen un mayor miedo a la muerte que la
media, a pesar de que teóricamente la doctrina que siguen les lleva a no centrarse en el
“Yo” y por consiguiente a no preocuparse por su propia desaparición.

Ahora bien, que sea prácticamente imposible valorar positivamente la muerte no significa
que debamos resignarnos a sufrir por esta hasta límites insospechados. Hay varias maneras
de hacer que el impacto negativo del fin de la vida quede amortiguado, y todas ellas pasan
por la aceptación. Veámoslo.

1. No tomarse la vida como una lucha


Hace ya tiempo que se viene criticando que nos refiramos al hecho de tener cáncer como
una “lucha” contra la enfermedad. Esto es así porque pensar en estos términos lleva a
asumir un marco de referencia según el cual quienes sobreviven son los fuertes, y quienes
perecen son los débiles: no han sido capaces de sobreponerse y han perdido una batalla.

Lo mismo puede aplicarse a cualquier causa de muerte, incluyendo la muerte por causas
naturales. Como seres humanos no tenemos ninguna capacidad de controlar
voluntariamente todos los procesos biológicos necesarios para mantenernos con vida; es
algo que, simplemente, escapa a nuestros intereses, y por consiguiente por mucho que nos
esforcemos no podemos evitar que el fin de la vida nos alcance.

2. Asumir que lo normal es no vivir


A causa de nuestra tendencia a construir un fuerte sentido de la identidad formado por la
memoria autobiográfica de cada uno, damos por sentado que lo normal es existir, poder
mirar de tú a tú a la misma naturaleza que seguirá estando ahí durante cientos de millones
de años. Sin embargo, esto es una ilusión, y por otra parte es una de las cosas que nos
llevan a sufrir más cuando la idea de la muerte se acerca a nosotros.

Si creemos que por defecto nosotros mismos estamos en la categoría de “lo que existe”, el
fin de nuestra ida es algo que socavará los cimientos de todas nuestras creencias. No solo
tendremos que enfrentarnos al temor de sufrir físicamente; además, nos puede llevar a una
crisis existencial.

Por consiguiente, es necesario asumir que nuestra consciencia y sentido de la identidad no


son más que frágiles realidades montadas sobre un complejo entramado de procesos
corporales que no tienen por qué funcionar siempre.

3. Cerrar nuestra historia personal, pero no del todo


En los procesos de muerte, se da una paradoja: es bueno que quien va a morir pase por
fases de despedida, si puede ser tanto de sus seres queridos como de lugares y objetos por
los que siente apego. Sin embargo, a la vez es bueno que no se limite a esperar la muerte.
La inactividad absoluta lleva a la rumiación y a los pensamientos obsesivos, y de este modo
la ansiedad se mantiene siempre muy alta.

Es bueno sentir que hay siempre algo que hacer, en la medida de las posibilidades de uno
mismo. Eso significa que ni siquiera es necesario tener un buen grado de movilidad. Si uno
quiere, es posible encontrar cosas que hacer. Eso sí, nadie debe insistir en que una persona
enferma haga cosas simplemente por seguir este principio; es uno mismo quien debe elegir.

4. Conocer la naturaleza del miedo


Por definición, nadie sufre por el hecho de estar muerto. Lo que produce malestar es tanto
la perspectiva de dejar de existir y de sentir sufrimiento físico, por un lado, como el dolor
emocional que produce en los seres queridos la muerte de alguien, por el otro. Buena parte
de lo que significa perecer tiene que ver con cómo experimentamos la muerte de otros, algo
que en la mayoría de los casos nos hace sentir muy mal.

Sin embargo, en lo que respecta a la muerte de uno mismo, la muerte ni siquiera tiene por
qué llegar con sufrimiento físico. Su efecto sobre nosotros puede ser el mismo que perder la
consciencia, algo que ocurre cada noche cuando empezamos a dormir. Mucha gente sufre
más por experiencias de las que sale viva que por la propia muerte. Hay que asumir que las
emociones a gestionar están relacionadas más bien con la vivencia comunitaria de la
muerte, y con el hecho de ser la persona que está en el centro del ritual del duelo de los
demás.

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