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Sobre El Libro del Mar

Un texto que pone al alcance de la opinión pública, nacional y extranjera, los elementos de
juicio imprescindibles para conocer el origen y proyección de la demanda histórica boliviana.
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domingo, 14 de agosto de 2016

Gustavo Fernández excanciller de Bolivia

Carlos Mesa, expresidente de la República, es un personaje por derecho propio. Apasionado, entregado sin
cálculo a las tareas que su impulso o el destino le han puesto por delante, ya abrió senda en el cine, el
periodismo, la literatura, la historia y la política boliviana. Y no se debe hablar de él en tiempo pasado. Aquí
está presente y lo estará por un buen rato, para satisfacción de sus amigos y pesar de sus detractores.

Desde luego, no requiere presentación. Sin embargo, quisiera agregar un par de referencias personales a las
muchas razones por las que tengo respeto y afecto por Carlos. Ambas recientes.
La primera, por su papel en La Haya, en 2015, en ocasión de los alegatos de Bolivia y Chile en el incidente
preliminar con el que el país vecino pretendía descarrilar la demanda nacional. Compartimos con Carlos,
Javier y el recordado Armando Loayza las deliberaciones del extraordinario equipo jurídico y político que el
país desplegó entonces y conocí de primera mano, sin intermediarios y en silencio, la auténtica unción cívica
con la que asumió su papel de vocero de la causa marítima, en una tarea de información y comunicación
exigente y delicada.

La segunda, la entrevista en la televisión chilena, en la que enfrentó -solo- más de un siglo de desfiguración
de la causa boliviana. Lo hizo con autoridad, con brillo, con vigor, con profundo conocimiento del
planteamiento boliviano y de sus múltiples implicaciones. Movilizó detrás de su argumento a millones de
compatriotas que siguieron cada una de sus palabras y dejó las semillas de la verdad y la duda en la opinión
pública de Chile. Esa hora tuvo el valor de años de gestiones diplomáticas y resumió la esencia de muchas
bibliotecas.

Ahora nos entrega La Historia del Mar, que recoge, sistematiza y completa la tarea que comenzó antes con el
Libro Azul, que publicó al término de su mandato presidencial y El Libro del Mar, que contribuyó a preparar, en
su condición de vocero de la causa marítima en el gobierno del presidente Evo Morales, que se convirtió en
un instrumento nuclear de la política de comunicación que llevó adelante en ese periodo.

La Historia del Mar es, en sus palabras, "una recopilación histórica del mar para que cualquier lector boliviano
tenga un conocimiento integral de qué representó el mar para Bolivia y cuáles fueron los episodios más
importantes de Bolivia, tanto en el momento en que estuvimos vinculados como propietarios del mar hasta el
momento en que se nos fue arrebatado y cuáles son las perspectivas que Bolivia tiene y cómo se desarrolló el
papel desde Sánchez Bustamante hasta el presidente Morales, de la reivindicación de un acceso soberano al
mar”.

En sus páginas, que resumen una larga y compleja historia, el lector encontrará personajes, documentos,
acontecimientos históricos, análisis de contexto, en un libro extraordinario, por la riqueza de su información y
la lucidez del análisis. De esta manera, aunque no lo dice, Carlos hace un nuevo aporte en su triple rol de
comunicador, historiador y político, al poner al alcance de la opinión pública, nacional y extranjera, los
elementos de juicio imprescindibles para conocer el origen y proyección de la demanda histórica boliviana.

En su relato se verá, como telón de fondo, la dramática travesía de la nación boliviana, desde el pasado
distante de los reinos aymaras, del Imperio incaico, de la Colonia, del periodo tormentoso de la formación del
Estado, de la República oligárquica en el periodo liberal, del despertar de la conciencia nacional en las
guerras del Acre y del Chaco, del esfuerzo monumental de la Revolución Nacional, de las dictaduras militares,
de la reconstrucción democrática y del ciclo de transformación económica y social de estos años.

Y en toda esa travesía está el mar. Con su llamado. Por cierto, el punto de quiebre de este testimonio es la
segunda guerra del Pacífico -la de 1879-, la invasión de Atacama y la pérdida del mar. Bolivia de aquellos
años era una presa relativamente fácil. Un país de extenso territorio y población pequeña, de grandes
recursos naturales, con fronteras vulnerables. Seguros de su superioridad militar, los gobernantes chilenos
estaban convencidos que podrían hacer valer su ley, por la razón o por la fuerza. Tenían además una llave
maestra. El vencido dependería de su voluntad para usar los puertos que lo comunicaran con el mundo.
Podían asfixiarlo cuando quisieran. Y por un tiempo se propusieron seriamente colocar a Bolivia bajo el cono
de sombra de su zona de influencia, expandir su espacio económico y controlar los ferrocarriles y la minería
boliviana, hasta el día en que un señor llamado Simón Patiño hizo polvo sus planes, en una dramática reunión
del directorio de la Compañía minera "Llallagua”, en Santiago.

Del documento se desprenden algunas lecciones. La más importante. Bolivia no renunciará nunca a su
demanda de recuperar el acceso soberano al océano Pacífico, con el que nació a la vida independiente. En
circunstancias extraordinariamente difíciles, cuando toda la esperanza parecía haberse perdido, denunció por
todos los medios a su alcance, la injusticia de la que había sido objeto. Algunos la escucharon, otros miraron
a otro lado. Pero eso no la desanimó. La conciencia nacional se movilizó para mantener encendida la tea de la
reintegración marítima -en una admirable epopeya del pueblo boliviano y de su diplomacia- y el reclamo se
incorporó para siempre en el código genético de la patria.

Esa intransigencia centenaria es un dato inexcusable en el diseño de la política exterior de Chile. Ya sabe
que no puede esperar que Bolivia se canse de reclamar y acepte el statu quo. Que está fuera de su alcance
silenciar o aislar a Bolivia, asfixiarla económicamente o someterla por la amenaza o la fuerza. Que es ilusorio
confiar en que Bolivia renuncie a su demanda histórica a cambio de mejoras en el régimen de libre tránsito o
ventajas comerciales.

No debe escapar de la memoria de Chile que, al cumplirse 100 años de la invasión, los países del continente,
reunidos en La Paz, declararon que es de interés hemisférico permanente encontrar una solución equitativa
mediante la cual Bolivia obtenga acceso soberano y útil al océano Pacífico, ya que su enclaustramiento
amenaza la paz y frena la integración regional. Y está fresco el dictamen de la Corte Internacional de Justicia,
que tuvo efectos demoledores para la tesis que había servido como refugio y escudo para Chile, ya que
estableció, para que no queden dudas, que no todo había sido resuelto para siempre en la relación bilateral y
que el acceso soberano de Bolivia al océano Pacífico es una controversia pendiente, posterior y diferente del
Tratado de 1904.

Desde luego, Chile tiene la opción de resignarse a vivir con un factor de irritación constante en sus fronteras y
negarse a negociar. Asumir el costo político, financiero y de imagen internacional que esa decisión supone.
Pero no es la determinación más inteligente. A diferencia del famoso nudo gordiano, éste no es un nudo que
se pueda cortar con la espada. Sólo se puede desatar.

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