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EL PUMA Y EL COLIBRÍ

Autor: Arnaldo Quispe

Tata Inti el majestuoso Sol convierte la noche en día. La jornada comienza con el trazo de un haz de
luz sobre las siluetas de los grandes apus andinos. La tierra todavía fresca y fría espera calentarse
con los primeros rayos de luz brillante. El alba se abre paso descubriendo un paisaje accidentado
siempre lleno de vida y color. El puma es el mayor felino que habita en las grandes montañas, un
depredador dotado de un olfato muy agudo y una poderosa visión nocturna ideal para la caza.

Esta es la historia de un joven puma que durante la noche había estado acechando a un grupo de
vicuñas sin haber obtenido mayor fortuna. Ya con el alba encima y aún con la esperanza de llevar
algo de comida para su guarida se inmoviliza en la cima de un gran peñasco esperando la
oportunidad para saltar encima de su presa. Cuando el momento era el indicado y su paciencia
parecía darle una magnífica recompensa, sucede algo inesperado, pues en el preciso momento que
se disponía coger el lomo de una vicuña adulta, un colibrí de pecho gris lo interrumpe con un
picotazo en su hocico, el impacto genera un gruñido de dolor que lo delata y el clan de vicuñas huye
poniéndose a salvo. El puma con un zarpazo veloz logra golpear al valiente colibrí que caería
desmayado sobre el follaje, luego observaría contrariado como sus presas se alejarían de su
alcance. Con el desaliento entre los dientes decide arremeter en contra del privado colibrí,
cogiéndolo de la cola lo llevaría muy resignado a su guarida. La presa capturada era mucho más
pequeña de lo que esperaba.

Cuando el cautivo colibrí se repone, se da cuenta que está en manos del puma, quién al verlo en
pie, le dice: – “has interrumpido mi desayuno y tú que eres tan pequeño mi hambre no me vas a
calmar”, luego el puma agrega: – “¿qué podría hacer un pequeño colibrí para quitar el ansia de un
cazador?”, diciendo esto lo deja libre y el colibrí vuela veloz perdiéndose en el inmenso horizonte
andino.

Días después, el mismo colibrí de pecho gris observa como un cazador humano apuntaba con su
arma a un puma, que desprevenido descansaba tomando el sol matinal en una peña de copa plana.
Cuando la oportunidad se transformaría en un trofeo de caza, el colibrí decide intervenir distrayendo
al cazador, quién agitado pensando se tratase de un avispón lograría golpearlo con su sombrero.
Este acto delataría su posición y el puma escaparía del alcance del depredador. El moribundo colibrí
no soportaría el impacto del fuerte golpe y muy mal herido es socorrido por el puma solo cuando el
peligro ha pasado.

El puma no era otro que el que había dejado libre días atrás al colibrí y con la indignación en su
corazón levanta al pequeño animal y le dice: – “¿porqué has hecho eso?”, el colibrí responde: – “yo
siempre cuidando de mis hermanos los animales”. Luego, dijo antes de morir: – “este cazador de
dos patas te acechaba y quise distraerlo, para que tuvieras la oportunidad de escapar, mientras lo
hacía me preguntaba: ¿qué podría hacer un pequeño colibrí para quitar el ansia de un cazador?”.
Diciendo esto el colibrí yace inerte sin vida y el puma muy acongojado decide darle sepultura
posando su pequeño cuerpo en la madre tierra.

“EL CONDOR Y EL PICAFLOR”

Autor: Arnaldo Quispe

Un día se reunió la plana mayor de los pájaros en una pradera. Todos estaban presentes: el
cernícalo, el halcón, el búho, el cóndor y el gavilán. El cóndor les contó a los demás que había
hecho un viaje grandioso, el más largo y alto, y había llegado lejísimos, hasta las puertas mismas
del mundo superior. Entonces apareció volando el picaflor y le dijo: -Eso es cierto, hermano cóndor,
pero yo he entrado por las puertas hasta el trono de Dios, que está en el centro del hanaq pacha.
Entonces el cóndor y el picaflor apostaron, poniendo a los demás pájaros de testigos, que cada uno
era capaz de volar al centro del hanaq pacha. Llegó el día que debía celebrarse la competencia y
sólo apareció el cóndor. Todos los pájaros se habían reunido para presenciarla y estuvieron allí
esperando, pero el picaflor no se veía en ningún lado. Los pájaros le dijeron al cóndor que “una
apuesta es una apuesta” y que, aunque fuera sólo, debía intentar volar hasta el centro del hanaq
pacha. El cóndor batió sus enormes alas y se elevó hasta llegar al límite del hanaq pacha. Cuando
se detuvo allí para descansar, salió el picaflor de entre sus alas y voló hasta el mismo trono de Dios.

UNA COMPETENCIA EN LA MONTAÑA


Por Arnaldo Quispe

Érase una vez en las faldas de un acogedor cerro que dos huevos de diferente tamaño eran
empollados celosamente por sus madres. Curiosamente los nidos no se encontraban tan distantes
entre sí y como ninguno de los guardianes encontraba peligro en la otra especie establecieron un
clima de armonía sin igual en la montaña. Prácticamente era un ambiente de paz en donde mamá
cóndor y mamá colibrita trabajaban incesantemente con ayuda de sus parejas, para proteger a sus
futuros herederos.

Los huevos prácticamente se rompieron el mismo día y desde los nidos los polluelos comenzaron
una amistad que los acompañaría en adelante. Cuando estos amigos llegaron a la niñez y
comenzaron sus primeros vuelos descubrieron la enorme diferencia de tamaño. El cóndor había
crecido sin parar hasta multiplicar su tamaño y el colibrí no creció más grande que el pico del
cóndor. Sin embargo eso no dificultó la amistad y ambos fueron dichosos por la algarabía que les
producía encontrarse cada tarde para jugar.

Cuando la juventud hizo su presencia ambos tenían que realizar un gran viaje, de otro modo no
podrían pasar la gran prueba de la madurez. Los padres de estos inquietos amigos les advirtieron
que el viaje debía ser de gran distancia hasta llegar a los mares frescos de la tierra del Norte y para
demostrarlo debían traer de regreso una semilla o un ramo de tundra en el pico – pues esta planta
dicho sea de paso solo crece entre los frescos vientos del norte-. El cóndor pensando en su
pequeño amigo le propuso cargarlo entre sus plumas, seguramente con la idea de ayudarlo, para
que con sus potentes alas el viaje fuese divertido y hasta veloz. El colibrí no solo rechazó la
propuesta de su enorme amigo sino que le propuso llevar a cabo una competencia entre ambos,
para de esa manera culminar la maratónica travesía con éxito.

El cóndor que no pudo contener la carcajada le dijo al colibrí que ganaría la competencia en un abrir
y cerrar de ojos. Lo insólito del testarudo colibrí es que hablaba con un tono serio y también
prometía librar una dura batalla. El cóndor algo orgulloso pero desconcertado rápidamente comenzó
la carrera alzándose en vuelo hasta desaparecer. El colibrí comenzó la competencia con su
conocida característica de ave supersónica y rápidamente desapareció por entre el follaje de la
montaña.

La competencia se había iniciado y ambos ni imaginaban las intenciones del otro. Lo cierto es que
cuando llegó la tarde el cóndor que se encontraba a cientos de kilómetros de ventaja se echó a
dormir muy seguro que ganaría la competencia. El colibrí que –por su parte- iba a gran velocidad sin
detenerse siquiera, tenía un ritmo sostenido y motivado por su poderosa convicción de llegar a la
meta. Este sin saber donde reposaba su gigantesco amigo decidió renunciar al torpor nocturno y
volar toda la noche. Por su parte el cóndor cuando despertó por la mañana pensó que lo primero era
encontrar comida para reparar energías y eso le ocupó toda la mañana, total según sus cálculos el
colibrí se encontraría quizás dónde o muy lejos aún.

Lo cierto es que cuando el cóndor se propuso alzar vuelo para continuar la competencia se encontró
con el colibrí que ya venía de regreso con la señal de la tundra en el pico, como para no dudar de su
capacidad. El cóndor no lo podía creer y de modo vehemente se apuró en alzar vuelo para llegar al
punto más lejano de la madre tierra del norte y encontrar la posta que debía portar hasta la meta, en
su mente no existía otra cosa que ganar. Cuando el colibrí llegó practicamente a la meta vió que el
cóndor venía muy rasante por detrás con la prueba en el pico. El colibrí que esperó a su amigo para
cruzar juntos la meta y sin sentirse victorioso le dijo “ambos hemos venido juntos a este mundo y por
ello en esta competencia no hay perdedores, hoy ambos somos ya maduros y nuestra amistad será
imperecedera, hoy eso hemos ganado”.

EL CONSEJO DE LOS ANIMALES (Cuento)

Por Arnaldo Quispe – Takiruna.

Un joven que estaba culminando una experiencia iniciática con chamanes andinos, llegó por
indicación de uno de estos hasta las faldas de un imponente cerro. La prueba final consistía en
contactar con el espíritu de la montaña y recibir de parte de este “Apu” la llave para responder la
pregunta sobre ¿cómo acceder a la verdad de las cosas?.

El Apu, que es el espíritu del cerro, le propuso en primer lugar escuchar la voz de los animales que
habitaban en sus inmediaciones, ya que según este eran los animales quienes mejor conocían de
estos argumentos. No tenía idea de qué animales tendría que encontrar a su paso, pero era una
empresa que solo podría descubrir caminando por entre las laderas, grietas, elevaciones y
manantiales de la gran montaña.

El joven encontró en primer lugar a la serpiente y este le dijo que la verdad podría encontrarla toda
vez que ingrese a una caverna o grieta a meditar y ser uno con la madre tierra.

Cuando encontró al puma, este le dijo que la verdad podía conseguirla en las faldas del apu,
reposando en las rocas y contemplando el presente en absoluto silencio.

Cuando encontró al condor este le dijo que toda vez que desee saber la verdad debía subir y
meditar en la cima de la montaña, para sentir las ráfagas de viento y entrar en contacto con cada
elemento de la madre tierra.

Antes de terminar el día encontró al colibrí que le dijo que todos los animales tenían la razón de
cuanto dicen y que la verdad la podía obtener contemplando el universo, en cualquier lugar y
cuando lo desee.

En adelante todo era claro para el joven iniciado, debido a que la montaña era un lugar en donde
cada espacio era sagrado, factible de meditar y alcanzar la verdad sin ninguna dificultad.

Entonces se dio cuenta que la lección de la montaña era solo una metáfora que podía aplicar a cada
aspecto de la realidad, de tal modo que podía alcanzar la verdad contemplando el universo
independientemente del lugar donde se encontrase.

El gato soñador

Había una vez un pueblo pequeño. Un pueblo con casas de piedras, calles retorcidas y muchos,
muchos gatos. Los gatos vivían allí felices, de casa en casa durante el día, de tejado en tejado
durante la noche.

La convivencia entre las personas y los gatos era perfecta. Los humanos les dejaban campar a
sus anchas por sus casas, les acariciaban el lomo, y le daban de comer. A cambio, los felinos
perseguían a los ratones cuando estos trataban de invadir las casas y les regalaban su
compañía las tardes de lluvia.

Y no había quejas…

Hasta que llegó Misifú. Al principio, este gato de pelaje blanco y largos bigotes hizo
exactamente lo mismo que el resto: merodeaba por los tejados, perseguía ratones, se dejaba
acariciar las tardes de lluvia.

Pero pronto, el gato Misifú se aburrió de hacer siempre lo mismo, de que la vida gatuna en
aquel pueblo de piedra se limitara a aquella rutina y dejó de salir a cazar ratones. Se pasaba las
noches mirando a la luna.

– Te vas a quedar tonto de tanto mirarla – le decían sus amigos.


Pero Misifú no quería escucharles. No era la luna lo que le tenía enganchado, sino aquel aire
de magia que tenían las noches en los que su luz invadía todos los rincones.

– ¿No ves que no conseguirás nada? Por más que la mires, la luna no bajará a estar contigo.

Pero Misifú no quería que la luna bajara a hacerle compañía. Le valía con sentir la dulzura con
la que impregnaba el cielo cuando brillaba con todo su esplendor.

Porque aunque nadie parecía entenderlo, al gato Misifú le gustaba lo que esa luna redonda y
plateada le hacía sentir, lo que le hacía pensar, lo que le hacía soñar.

– Mira la luna. Es grande, brillante y está tan lejos. ¿No podremos llegar nosotros ahí donde
está ella? ¿No podremos salir de aquí, ir más allá? – preguntaba Misifú a su amiga Ranina.

Ranina se estiraba con elegancia y le lanzaba un gruñido.

– ¡Ay que ver, Misifú! ¡Cuántos pájaros tienes en la cabeza!

Pero Misifú no tenía pájaros sino sueños, muchos y quería cumplirlos todos…

– Tendríamos que viajar, conocer otros lugares, perseguir otros animales y otras vidas. ¿Es que
nuestra existencia va a ser solo esto?

Muy pronto los gatos de aquel pueblo dejaron de hacerle caso. Hasta su amiga Ranina se cansó
de escucharle suspirar.

Tal vez por eso, tal vez porque la luna le dio la clave, el gato Misifú desapareció un día del
pueblo de piedra. Nadie consiguió encontrarle.
– Se ha marchado a buscar sus sueños. ¿Habrá llegado hasta la luna?– se preguntaba con
curiosidad Ranina…

Nunca más se supo del gato Misifú, pero algunas noches de luna llena hay quien mira hacia el
cielo y puede distinguir entre las manchas oscuras de la luna unos bigotes alargados.

No todos pueden verlo. Solo los soñadores son capaces.

¿Eres capaz tú?

El gato y las aves


OBRAS DEL Charlatanes se ven por todos lados,
AUTOR
En plazas y en estrados,
157 Fábulas
Ordenadas: Que ofrecen sus servicios ¡cosa rara!
Alfabéticamen A todo el mundo por su linda cara.
te Éste, químico y médico excelente,
Tomo y Cura a todo doliente;
número Pero gratis: no se hable de dinero.
El otro, petimetre caballero,
LE PUEDE Canta, toca, dibuja, borda, danza,
INTERESAR Y ofrece la enseñanza
Colecci Gratis por afición, a cierta gente.
ón de Veremos en la fábula siguiente
Fábulas
Si puede haber en esto algún
Cuentos
Infantile y
engaño.
Juveniles La prudente cautela no hace daño.
Cuentos
y Dejando los desvanes y rincones,
Leyendas El señor Minimiz, gato de maña,
Populares Se salió de la villa a la campaña.
Cuentos En paraje sombrío,
de
Navidad A la orilla de un río,
Misterio De sauces coronado,
y Terror En unas matas se quedó agachado.
Poesía El Gatazo callaba como un muerto,
Escuchando el concierto
De dos mil avecillas,
Que en las ramas cantaban
maravillas;
Pero callaba en vano,
Mientras no se acercaban a su mano
Los músicos volantes, pues quería
Minimiz arreglar la sinfonía.
Cansado de esperar, prorrumpe al
cabo,
Sacando la cabeza: Bravo, bravo.
La turba calla; cada cual procura
Alejarse o meterse en la, espesura;
Mas él les persuadió con buenos
modos,
Y al fin logró que le escuchasen
todos.
«No soy Gato montés o campesino;
Soy honrado vecino
De la cercana villa:
Fui Gato de un maestro de capilla;
La música aprendí, y aún, si me
empeño,
Veréis cómo os la enseño,
Pero gratis y en menos de una hora.
¡Qué cosa tan sonora
Será el oír un coro de cantores,
Verbigracia calandrias ruiseñores!»
Con estas y otras cosas diferentes,
Algunas de las aves inocentes
Con manso vuelo á Mirrimiz llegaron;
Todas en torno a él se colocaron.
Entonces con más gracia
Y más diestro que el músico de
Tracia,
Echando su compás hacia el más
gordo,
Consigue gratis merendarse un tordo.

El gato y el pájaro

Hermosa fábula sobre la libertad, facultad que ningún otro bien -por preciado que sea- puede
sustituir. El cuento toma como leitmotiv una pieza de Paul Klee realizada en una etapa en la
que -tras una estancia en Egipto- su pintura se llenó de color y de una rara alegría; el cuadro
muestra un gato con un pequeño pájaro en la frente, símbolo del deseo felino por atrapar y
comer a su presa; el cuento fabula con la idea de que no sea el ansia de caza lo que haya
colocado el pájaro en la mente del gato, sino el agradecimiento del felino al ave por haberle
hecho conocer el perfume de la libertad, librándolo del encierro en casa de sus dueños. El libro
se acompaña de información -en un tono didáctico y adecuado para público infantil- sobre
Klee y el sentido de su obra, que, en la época en que pintó 'Gato y Pájaro' (1928), se definía
por un imaginario con reminiscencias infantiles -idea que no era ajena al cubismo (una de las
vanguardias históricas por las que estuvo influido)- y que lograba evocar mediante la técnica
del degradado cromático y la ausencia de dimensión espacial. Un álbum lleno de encanto.

El amante de los pájaros

Érase una vez un pequeño ratón que pasaba todos sus ratos libres fuera de su ratonhogar,
observando a los pájaros y diferentes aves que surcaban los cielos. Aquél ratón había quedado
tan impresionado al ver volar a los pájaros que, desde entonces, no tenía otra obsesión que la
de hacer lo mismo. ¡Nada de huir de gatos ni comer queso! ¡Ratón quería volar! «Debe ser tan
maravilloso…» Se decía así mismo completamente embelesado por el ir y venir de las aves.

Tal era su obsesión, que no se le ocurrió otra cosa que empezar a coleccionar plumas que
encontraba por el suelo, caídas por accidente durante el aleteo incansable de los pájaros. Así,
hasta que se hizo con las suficientes plumas como para dar forma a su ansiado sueño, y ni
corto ni perezoso, se construyó dos hermosas y grandes alas de preciosas y suaves plumas. A
dichas plumas les colocó un arnés que había encontrado en la basura, gracias al cual pudo
sujetarse las plumas a la espalda. Tras aquella operación se subió a la rama más alta de árbol
que encontró…

¡Ya está todo listo para volar!- gritó el ratoncillo entusiasmado.

¡Pobre ratoncito! Nada más arrancar sus nuevas y preciosas plumas, estas le dirigieron directo
hacia el suelo. Algo aturdido y con mucho dolor, el ratón comprendió que su plan no había
funcionado. Durante semanas de recuperación en su ratonhogar, el ratoncito comprendió que
se lo tenía merecido por querer ser quien no era. Metido en su camita con forma de queso,
soñaba ahora con salir corriendo de un lado a otro, con recoger los dientes de los niños, y con
comer muuuucho queso.

Pasado un tiempo y completamente recuperado, el ratoncito no paró de correr y de saltar.


¡Estaba muy contento de ser como era! Y a partir de entonces fue muy feliz, y en sus
descansos de tanto correr, siguió observando con deleite a sus amados pájaros.

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