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APUNTES SOBRE LA JUSTICIA

En su más amplia acepción, la voz latina iustitia es un término abstracto que significa lo
que se ajusta; una adecuación objetivamente exigible. Viene de ius: derecho. Iustus es lo
ceñido exactamente a su medida o norma. Por eso la voz “justica” expresa en todos los
casos una cabal acomodación o pleno ajuste. Y, por el contrario, la palabra “injusticia” va
asociada a la idea de una cierta desigualdad o falta de adecuación.

1.- La justicia en Grecia

1.1.- La justicia en el pensamiento pre-socrático

La sentencia de Anaximandro dice: “Donde nacen los seres es también a donde van a
morir según lo necesario; pues se pagan unos a otros pena y retribución de la injusticia
[adikía] según el orden del tiempo”.

El poema de Parménides señala:


1. Las yeguas que (me) llevan tan lejos cuanto (mi) ánimo podría alcanzar,
2. (me) iban conduciendo luego de haberme guiado y puesto sobre el camino
abundante en palabras
3. de la divinidad, que por todas las ciudades, (?) lleva al hombre vidente.
4. Por él era llevado. Por él, en efecto, me llevaban las muy atentas yeguas
5. tirando del carro. Unas doncellas empero iban mostrando el camino.
6. El eje en los cubos emitía un sonido silbante
7. al ponerse incandescente -pues lo aceleraba un par de bien torneadas
8. ruedas, una por cada lado -cuando apresuraban la conducción
9. las doncellas Helíades que antes habían abandonado las mansiones de la Noche
10. hacia la luz y se habían quitado de la cabeza los velos con sus manos
11. Allí están las puertas de las sendas de la Noche y del Día
12. Enmarcadas por un dintel y un umbral de piedra.
13. Estas, etéreas, se cierran con enormes hojas
14. de las cuales [ƒke] la justicia, prodiga en castigos, posee las llaves de usos alternos.
15. A ella aplacaron las doncellas con suaves palabras
16. Persuadiéndola hábilmente de que para ellas el cerrojo asegurado
17. Quitara pronto de las puertas. Estas, al abrirse,
18. produjeron un insondable hueco entre las hojas,
19. cuando giraron en sus goznes uno tras otro los ejes guarnecidos de bronce
20. y provistos de bisagras y pernos. Por allí, a través ellas,
21. derechamente las doncellas condujeron por el ancho camino el carro y las yeguas.
22. La diosa me acogió con afecto y tomando mi diestra en la suya
23. Se dirigió a mí y me habló de esta manera:
24. “Oh, joven, compañero de inmortales aurigas.
25. Tú que con las yeguas que te llevan alcanzas hasta nuestra casa,
26. ¡salud! Pues no es un mal hado el que te ha inducido a seguir
27. este camino -que está, , por cierto, fuera del transitar de los hombres-,
28. sino el Derecho y la justicia [Oémis ∆íke]. Es justo que lo aprendas todo,
29. tanto el corazón imperturbable de la persuasiva verdad
30. como las opiniones de los mortales, en las cuales no hay creencia verdadera.

1.2.- La justicia en Platón

Dentro de la terminología de Platón, la palabra “justicia” expresa el atenimiento o pleno


ajuste de cada parte al todo al cual pertenece, pudiendo ser ese todo un hombre individual o
bien la sociedad como conjunto de individuos humanos (Repúbl., IV, 441 e, 444 d). En cada
hombre la justicia consiste en que las diversas facultades se encuentran armonizadas entre sí, para
lo cual requiere que cada una cumpla la función que le es propia. La parte racional del ser
humano deberá, por tanto, comportarse como directiva de las otras, pues lo propio de la
razón –lo suyo, lo que le va o corresponde de una manera objetiva- es dirigir, y no el hacer
de medio o instrumento de las pasiones humanas. A la facultad irascible le compete el coraje o
la fortaleza para mantener y defender la ordenación racional. Y a la facultad concupiscible,
donde se dan todos nuestros deseos de bienes materiales o corpóreos, le atañe el
ocuparse de estos bienes en conformidad con la razón, vale decir, ateniéndose al orden
dictaminado por ésta.

“La justica platónica es, primordial y fundamentalmente, la virtud general de la sumisión


de los elementos al conjunto. Los “derechos” de cada parte frente a cada una de las otras
se basan únicamente en la necesidad de respetarla para cumplir bien el cometido que la
perfección del todo exige de ella. Y, por tanto, el bien particular, el propio de cada parte,
sólo tiene sentido de una manera derivada o indirecta: como reflejo o repercusión del
bien del todo”.

“El ‘hacer cada cual lo suyo’ significa, en Platón, cabalmente lo más opuesto al ideal de
individualismo. Ese “lo suyo” no es el que se concibe como el propio de cada hombre en
la actitud individualista, donde cada uno va a su bien, sin preocuparse del bien de la
sociedad, salvo que éste le resulte imprescindible para sus particulares intereses. La
actitud individualista es compatible con el altruismo, si el bien particular de un cierto
hombre incluye, de alguna forma, la satisfacción o complacencia ante el bien propio de
otro y hasta de todos los individuos humanos. Pero es claro que entonces el bien ajeno
queda subsumido en el bien propio y que éste no se subordina al bien común. El
individualismo consiste, de manera esencial, en negar esta subordinación, siendo una
forma de ello el invertirla. Pues, aunque puede ocurrir que el individualismo quiera el
bien común, solamente puede quererlo en función de su propio bien. De lo contrario, no
es realmente individualismo, o no se comporta como tal.

Y, sin embargo, la teoría platónica de la justicia no contiene realmente una verdadera


subordinación al bien común, sino una subordinación al bien del todo llamado sociedad. Lo
que Platón sostiene es la primacía de la sociedad sobre sus miembros, no la primacía del
bien común sobre el propio. Para afirmar la segunda, se ha de comenzar por admitir que
estos bienes, sin justificarse solamente por servir como medios para el bien de la
sociedad, han de subordinarse, sin embargo, al bien común de todos los miembros de
ella, y no porque los individuos humanos consistan en simples medios para la sociedad
que los abarca, sino al contrario, porque ésta es tan sólo un medio, aunque ciertamente
indispensable, para el bien de los individuos humanos que la forman. La intelección
exacta de esta tesis requiere el distinguirla claramente, por un lado, del totalitarismo y,
por otro, del individualismo.

La subordinación de los bienes particulares al bien común no es subordinación de los


individuos humanos a la sociedad. El bien común no consiste en la sociedad, sino que ésta es
un medio para él (la razón de ser de la sociedad es, como ya se ha dicho, su carácter de
medio para el bien de los hombres que la integran, y la sociedad tiene ese carácter porque su
objetivo lo es directamente el bien común, e indirecta o mediatamente sus beneficiarios);
porque el bien común no es el bien de la sociedad como entidad independiente y
separada de los individuos humanos que la forman. Un bien ‘de la sociedad’, sin ningún
posible beneficio para los ‘miembros’ de ésta, no sería verdaderamente bien común. Sólo
es común el bien del cual pueden beneficiarse los elementos de una comunidad.

1.3.- La justicia en la República de Platón

Aunque el diálogo en sí concluye -sobretodo en el libro I- sin definir con exactitud que es
la justicia, podemos sostener, que de él se deriva con claridad, que:

a) La justicia no es hacer el bien a los amigos y mal a los enemigos.


b) La justicia no es la utilidad del superior
c) La injusticia no hace más feliz al los seres humano
d) El injusto no es superior al justo.

2) La justicia queda en claro, es un bien moral, y como tal es un bien espiritual y por ello
esta sujeto a la decisión personal, por tanto solo puede llegar a él quien posee el
conocimiento adecuado, es decir, el sabio, el filósofo.
3) La justicia con Sócrates, desde este importante trabajo, se inserta como un asunto
también de prioridad política, que no queda en el vacío o suspendido en la metafísica,
sino que debe ser resuelto de manera práctica, en la cotidianeidad de hombre, que se
reafirma por todo ello, como un ser social por naturaleza.

4) Se demuestra, que la justicia como objetivo para la polis, fue uno de las principales
preocupaciones y metas de la filosofía de Platón.

2.- La justicia en el Nueva Testamento

1."Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.» 2.Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, 3.danos cada día
nuestro pan cotidiano, 4.y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación». (Lucas 11:1-4).

11.Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; 12.y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la
parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. 13.Pocos días
después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su
hacienda viviendo como un libertino. 14.«Cuando hubo gastado todo, sobrevino un
hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. 15.Entonces, fue y se ajustó
con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
16.Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se
las daba. 17.Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! 18.Me levantaré, iré a mi padre y le
diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. 19.Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame
como a uno de tus jornaleros." 20.Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él
todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó
efusivamente. 21.El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser
llamado hijo tuyo." 22.Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y
vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. 23.Traed el novillo cebado,
matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, 24.porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la
vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta. 25.«Su hijo mayor estaba en
el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; 26.y
llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27.Él le dijo: "Ha vuelto tu
hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." 28.El se
irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. 29.Pero él replicó a su padre: "Hace
tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un
cabrito para tener una fiesta con mis amigos; 30.y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha
devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" 31.«Pero él
le dijo: "Hijo querido, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32.pero convenía
celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida;
estaba perdido, y ha sido hallado."» (Lucas 15:11-32).

La justicia en el N. T. traduce habitualmente la preocupación por vivir la vida en una


total conformidad con el proyecto de Dios, estar «ajustado» a la vocación de hijos de Dios y de
hermanos de los hombres. San Pablo enfatiza la gracia: «Porque pensamos que el hombre es
justificado por la fe, sin las obras de la ley» (Rom 3,28; ef. Gal 2,16).

Santiago, frente a los que se servían de Pablo para predicar una salvación desprovista de
cualquier obligación, recordará, como ningún otro, que "el hombre es justificado por las
obras y no por la fe solamente» (Sant. 2,24).

Para el apóstol Pablo la observancia de la ley por la ley no puede producir más que una
justicia a la medida del hombre, no a la de Dios. Semejante manera de concebir la relación
con la leyes errónea y peligrosa. Por tanto, ya no hay que buscar la justicia en la
observancia de la ley como tal, sino en la acogida de la justificación graciosamente dada.
En otras palabras, la justicia predicada por Pablo es una justicia «independientemente de la
ley» (Rom 3,21), «por el don de su gracia» (3,24), «por la fe» (1,17; 3,26) Y «para la te» (1,17).

A primera vista está bastante lejos de la concepción de Mateo, que enfatiza las acciones.
En efecto, en el núcleo del primer evangelio y de su enseñanza sobre el Reino (ct. Mt 4,23;
9,35; 24,14) se encuentra la proclamación de la autoridad de Jesús sobre la ley, con la
magistral reinterpretación que hace de ella (5,17ss). El cumplimiento de la ley y el
desvelamiento de su pleno sentido, a través de la obediencia ejemplar de Jesús, venido a
«cumplir toda justicia» (3,15), se convierten así en la Buena Nueva que se trata de
transmitir y proclamar hasta los confines de la tierra (28,19-20; ct.24,14). Esta Buena
Nueva es inseparable de la ley que Jesús restableció en su verdad original (Mt 5,17-48; ct.
11,28-30). Por tanto, se entiende por qué se dice a veces que Jesús es, en el evangelio de
Mateo, «la ley hecha carne». La imagen es atrevida, pero traduce perfectamente la
convicción de Mateo de que en Jesucristo la voluntad de Dios se ha manifestado plena y
definitivamente a los hombres. En esta perspectiva, la búsqueda de la justicia a través de la
observancia de la ley reinterpretada por Cristo es una condición de la salvación.

Este reconocimiento positivo de la ley como signo de la voluntad salvífica de Dios a favor
de los hombres ilumina la relación que Mateo establece entre la búsqueda del Reino de
Dios y la de su justicia: «Buscad primero su Reino y su justicia» (6,33). En efecto, para Mateo,
la revelación del imperativo ético en el sermón de la montaña deriva de la gracia
manifestada en el Reino (4,17.23; ct. 5,3-12). Asimismo, siendo consciente de que la
obediencia del discípulo no se hace posible más que por el actuar previo de Dios, que
salva y que se compromete con la humanidad, Mateo quiere recordar a su comunidad
que la búsqueda de la verdadera justicia pasa necesariamente por la acogida y la puesta
en práctica de la voluntad divina, plenamente manifestada en Jesucristo, sobre todo a
través de su reinterpretación de la ley.

A pesar de las diferencia en las mirada, para los que se pregunten cuál es el contenido de
esta justicia, no hay más que una respuesta: es el amor: «Pues toda la ley alcanza su plenitud
en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gal 5,14; Rom 13,8-10).
En síntesis: Solamente el enamorado obra obras de amor. La obras son obras de la
Gracia. El amor es Dios dándose a sus amados y recibido por sus amantes.

3.- La justicia en el pensamiento romano

De una manera vulgar, pero esencialmente correcta, suele definirse la justicia como la
virtud de darle a cada uno lo que le pertenece. Esta definición es una abreviatura de lo que
señalan Ulpiano y Justino: perpetua et constants voluntas ius suum unicuique tribuendi, (la
perpetua y constante voluntad de atribuirle a cada uno su derecho) repetida, de una
manera aproximada, por Agustín de Hipona en La ciudad de Dios, libro XIX, cap. 21:
“Ahora bien, la justica es la virtud de dar a cada uno lo suyo”. (1414). La expresión ius
suum, “su derecho”, significa en esta definición lo que a alguna persona le es debido,
aquello de lo que alguien es el dueño con dominio libre y personal (el derecho supone su
titular el libre arbitrio, del mismo modo en que éste está supuesto en el titular de deber).

La justicia general es la virtud moral cuyo objetivo consiste en el bien común. Esta virtud
se diferencia de una justicia de carácter parcial o particular. Esta justicia es la que se
refiere a los bienes particulares. Esta se subdivide en dos clases o especies: la justicia
“distributiva” y la justicia “conmutativa”. La primera asigna rectamente a cada uno de los
ciudadanos una parte de los beneficios y las cargas que lleva consigo el bien común, y se
llama distributiva por referirse a lo divisible (distribuir=dividir) en las cosas comunes a
que da lugar la convivencia. Mientras la justicia llamada conmutativa regula los
intercambios (conmutar=intercambiar) de los bienes particulares.
La justicia legal aparece en esta concepción como virtud general en cuanto que
imperativa de las otras virtudes éticas.

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