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A2plus

Esencia evanescente

LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Juan Alonso Mejías


A2plus Esencia Evanescente
La asesina de cabellos verdes
Copyright © 2015 Juan Alonso Mejías
Segunda edición
Todos los derechos reservados.
serpetiam@hotmail.com

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cabellos/dp/1511950765
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evanescente

Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, sin la autorización escrita del titular de los derechos de autor.
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Autor:
Juan Alonso Mejías

Correcciones:
Antonia Cuenca Honrubia

Ilustraciones:
Isabel Alonso Mejías
Juan Alonso Mejías
Arturo Pahua

Maquetación y diseño:
Juan Alonso Mejías

~5~
Agradecimientos

Este libro está dedicado a todas esas personas que una vez creye-
ron en mí y en mis letras: familiares, amigos, lectores y colegas
escritores. A todos ellos les tengo un lugar especial en mi corazón.
Contenido

Preámbulo El Último Día de los Vivos................................................. 9


Capítulo 0 La pesadilla de Lisa ......................................................... 23
Capítulo 1 Sin piedad, sin alma ......................................................... 27
Capítulo 2 Night Carnival.................................................................. 49
Capítulo 3 La resistencia ................................................................... 81
Capítulo 4 Sospechas ......................................................................... 87
Capítulo 5 El monstruo .................................................................... 101
Capítulo 6 Amigos de infancia ........................................................ 121
Capítulo 7 La mujer de cabellos verdes ........................................... 129
Capítulo 8 SEGDIAN ...................................................................... 135
Capítulo 9 Tras la pista .................................................................... 141
Capítulo 10 El ingenio de Ántrax ...................................................... 157
Capitulo 11 Rastro de Calor .............................................................. 167
Capítulo 12 Un grito en el alma ......................................................... 181
Capítulo 13 ¿Contaminación mental? ................................................ 201
Capítulo 14 El sacrificio .................................................................... 211
Capítulo 15 ¡Al rescate!..................................................................... 225
Capítulo 16 El aliento de los Dragones Negros ................................. 235
Capítulo 17 Hálito de Caronte ........................................................... 247
Capítulo 18 El tercer renacimiento .................................................... 255
Capítulo 19 Aliados por la fe ............................................................. 265
Capítulo 20 Marcados por el destino ................................................. 275
Unas palabras del autor ....................................................................... 318
lIbros recomendados............................................................................ 323
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Preámbulo

El Último Día de los Vivos

Hacía dos años que la guerra había empezado y, desde


aquel fatídico día, la muerte se había extendido a lo largo y
ancho de todo el planeta. Las víctimas mortales se contaban
por centenas de millón y los heridos superaban ampliamente
esa cifra.
La guerra contra A2plus se había convertido en la más san-
grienta que jamás hubiese presenciado el ser humano. Cientos
de ciudades históricas habían sido arrancadas desde sus ci-
mientos por las omnipotentes bombas de ultragravedad.
Grandes y sangrientos campos de batalla plagados de cadáve-
res se extendían por el país más asediado del globo terráqueo:
Estados Unidos.
Y a pesar de todo, nada hacía presagiar una derrota inmi-
nente de A2plus. No existía poder armamentístico más pode-
roso que el que poseía A2plus en Estados Unidos. En espe-
cial, con su gran baza, difícilmente equiparable a cualquier
otra arma que pudiese diseñar la Unión Europea, Rusia o la
devastada China: los nephilim, el salto evolutivo del homo
sapiens sapiens.
Pero el mundo estaba a punto de volver a cambiar...

~9~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Una figura fantasmagórica, casi invisible, rasgaba el cielo a


gran velocidad. El cazabombardero experimental Spectral
001, con salida desde una base aérea secreta en Portugal, cru-
zaba el Atlántico a casi cuarenta mil pies de altura con destino
a Estados Unidos. En su bodega de carga portaba una única
bomba de dos toneladas de peso. Una terrible arma de des-
trucción masiva basada en la gravedad, tan poderosa que in-
cluso las defensas de Estados Unidos quedarían seriamente
dañadas y proporcionarían una oportunidad única para la gran
invasión que llevaba meses gestándose. La tripulación de la
nave sabía que el mundo libre se jugaba demasiado con aque-
lla misión. Si conseguían alcanzar el objetivo sin ser detecta-
dos, serían héroes. Pero si cometían el más mínimo fallo de
trayectoria o la nueva tecnología resultaba ser un fracaso, no
tendrían la más mínima oportunidad de supervivencia.
El capitán Marcos visualizaba desde el ordenador de a bor-
do el itinerario a seguir. Apenas quedaba media hora para
entrar en territorio enemigo y todo seguía según lo previsto.
Miró a su copiloto y trató de sonreír para darle confianza.
—Lo conseguiremos Jean, el Spectral es el mejor bombar-
dero que un humano ha pilotado en la historia.
Su compañero suspiró.
—Yo solo espero que no nos descubran —confesó muy
preocupado—, de nada nos servirá este avión si nos encon-
tramos con cazas de A2plus.
—No pienses así, este cacharro no es manco. Podríamos
defendernos. Sé positivo, hoy haremos historia. Tengo un
presentimiento.
Jean se mostró muy intranquilo.

~ 10 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Yo también lo tengo, Marcos..., pero no me gusta.


El capitán le dio dos palmaditas en el hombro a su compa-
ñero para animarlo y después llamó a través del micrófono de
su casco a los demás miembros de la tripulación.
—¿Cómo va todo por ahí, muchachos? Informad.
—Evans al habla, señor. La ametralladora de cola está cali-
brada, refrigerada y lista para matar sintéticos, al igual que las
laterales.
—Michael en posición. He revisado el sistema de misiles
de masa crítica. Funciona a pleno rendimiento. Todos los
proyectiles colocados en sus compartimentos y listos para
saludar al enemigo.
—Susan informando. Por aquí todo va bien, el escudo anti-
gravedad está al setenta y cinco por ciento de su capacidad y
preparado para ser usado cuando ordene. El camuflaje óptico
y antirradar está al sesenta y seis por ciento de sus reservas
energéticas y funcionando correctamente. Reservas por enci-
ma de lo previsto.
—Tania informando sobre el estado de la bomba Abismo.
Todo se encuentra en perfecto estado. El artefacto está refri-
gerado a menos ochenta grados centígrados. Todos los siste-
mas parecen estar en óptimas condiciones. A la espera de sus
órdenes para armarla.
—Gracias, Tania, esperemos un poco más para eso... Bue-
no, chicos, estad atentos a vuestros terminales, entramos en
aguas estadounidenses. Cualquier cosa extraña que veáis me
lo hacéis saber de inmediato.
Todos mantuvieron un tenso mutismo durante los siguien-
tes diez minutos y entonces... la línea de costa se perfiló en el

~ 11 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

neblinoso horizonte. Habían llegado a Estados Unidos, o, lo


que era lo mismo, al infierno, el lugar más terrible del plane-
ta, donde A2plus había extendido sus terribles raíces. Una
súbita sensación de pavor se adueñó de la tripulación. Aque-
llas tierras estaban plagadas de la más ominosa y cruel tecno-
logía. Millones de soldados habían sufrido incontables horro-
res tratando de conquistarla en los dos años que llevaban de
guerra.
Jean, el copiloto, realizó un zoom en la pantalla de su orde-
nador sobre la costa. Toda la línea de playa estaba fortificada
con extrañas estructuras blancas que no supo identificar. Mu-
chas de ellas se hallaban destrozadas. De los tres puertos que
se podían observar, dos se encontraban prácticamente des-
truidos y solo uno de ellos parecía seguir operativo, aunque
seriamente dañado. Sin embargo, hubo algo mucho más im-
presionante que llamó la atención del copiloto: donde antes
debiera haber estado la gran ciudad de Nueva York, con todos
sus altos y emblemáticos edificios, ahora solo quedaban
kilómetros y kilómetros de escombros.
—¡Dios mío! ¡Qué devastación! —exclamó Jean horroriza-
do—. ¡Nueva York no existe!
Marcos observó el monitor de su copiloto y no pudo evitar
sonreír...
—Eso lo hizo una de nuestras bombas de ultragravedad
hace apenas tres meses, una pequeña en comparación con la
que llevamos. Fue la última que pudimos lanzar antes del
Gran Contraataque de A2plus. Ya sabes cómo terminó China
a modo de represalia. Allí, este paisaje devastado se repite en

~ 12 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

cada una de sus ciudades. Por eso te digo… ¡devolvámosle el


miedo a esa gentuza! —dijo con odio el capitán.
Jean se quedó pensativo, recordando la cantidad de amigos
que habían muerto por culpa de la terrible A2plus. En verdad,
ya era hora de vengarse.
—Sí, señor, eso haremos, acabaremos con esta guerra de
una vez por todas.
El Spectral 001 pasó de largo las ruinas de Nueva York en
cuestión de unos pocos segundos y se internó en el continente
buscando el objetivo de la misión: unas grandes instalaciones
secretas que A2plus tenía en medio del desierto y donde se
estimaba que se fabricaban en serie los nephilims Satán
25, unos despiadados seres vivos de aspecto humano que
habían sido evolucionados hasta límites que la comprensión
del hombre no era capaz de concebir.
No tardarían demasiado en llegar, dada la velocidad del
Spectral, y la perspectiva de cambiar el signo de la guerra en
tan solo unos pocos minutos hizo reflexionar a Marcos sobre
las terribles consecuencias de aquel conflicto. Uno que, sin
duda, tenía mucho de personal.
Más de quinientos millones de muertos. Cientos de ciuda-
des destruidas por completo. Varios intentos fallidos de inva-
dir Estados Unidos para poner fin a la guerra que, como con-
secuencia, había generado multitud de sangrientos campos de
batalla con cientos de miles de cadáveres descomponiéndose;
la total destrucción de la capa de ozono y graves problemas
medioambientales al haberse utilizado, al principio del con-
flicto, armas nucleares. Y, como detonante oficial de las hos-
tilidades, los experimentos con humanos para crear máquinas

~ 13 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

de guerra casi perfectas, por parte de A2plus, y la invasión


injustificada de Irak por razones que nunca quedaron claras.
Marcos toda su vida había creído que la tecnología llevaría
al mundo a un estado de bienestar. Jamás pensó que las cosas
acabarían así. Recordaba a su hermano Carlos cuando juntos
visitaban las ferias de tecnología y se maravillaban con los
videojuegos de realidad virtual. También podía evocar cuan-
do iban de vacaciones con sus padres en aquel vehículo no
contaminante que la propia A2plus fabricaba a precios
económicos. ¡Cuántas cosas habían cambiado! Ya nunca nada
sería igual. La guerra lo había cambiado todo.
Sus padres murieron en el bombardeo que la aviación de
A2plus realizó sobre la ciudad de Cádiz, en España. Carlos,
soldado profesional al igual que él, al enterarse de su muerte
se ofreció voluntario para embarcarse en la primera intentona
de conquista de Estados Unidos. Falleció en combate tras el
desastre de la operación Punto Frío, de la que nadie regresó
con vida y en la que A2plus mostró, por primera vez, su ver-
dadero poder. El resto de su familia, que vivía en Sevilla, mu-
rió al implosionar la segunda bomba de ultragravedad de la
historia. La primera fue sobre Lisboa, dos días antes, con ca-
tastróficas consecuencias. Tenía, pues, razones más que sufi-
cientes para querer vengarse de A2plus. Cuando le ofrecieron
participar en la misión actual, sintió que por fin podría honrar
a toda su familia y a sus amigos fallecidos.
Continuaron viajando a velocidad supersónica atravesando
el territorio americano. Muchas ciudades devastadas se en-
contraron en su periplo por Estados Unidos, casi todas ellas
vacías y muertas. A pesar de todo su poderío, A2plus no ha-

~ 14 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

bía podido evitar la terrible devastación que la guerra trajo


sobre los norteamericanos. Más de la mitad de la población
civil murió en los combates y los intentos de conquista.
Prácticamente todas las ciudades importantes habían sido
bombardeadas en mayor o menor medida y algunas, como
Nueva York o Boston, habían dejado de existir completamen-
te.
Una alarma llamó la atención de Jean.
—Capitán, casi hemos llegado —le comunicó al piloto—.
Recemos por que la base enemiga esté donde los informes
aseguraban.
—Ojalá —suspiró algo nervioso Marcos—. Preparémonos
para cualquier eventualidad. Llega la hora de la verdad.
El capitán se comunicó con la tripulación.
—¡Chicos! ¿Estáis listos?
—Sí, señor, no se preocupe. Procedo a potenciar el escudo
antigravedad a la máxima potencia —informó Susan.
—Muy bien, quiero que lo mantengas así hasta que destru-
yamos el objetivo.
—Capitán, a la espera de órdenes —informó Evans.
—Tú y Michael debéis estar especialmente atentos. Podría-
mos tener problemas.
—Tranquilo, señor —respondió Michael—, si nos atacan se
van a llevar una sor...
Una repentina alerta heló la sangre de la tripulación.
—¡Maldita sea! ¿De dónde ha salido ese puto misil?
—gritó asustado Marcos.
—¡Mierda! ¡Nos han descubierto! ¡Lo tenemos encima!
—alertó Jean.

~ 15 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

En los monitores detectaron un misil que se acercaba por la


cola a gran velocidad.
Evans se situó rápidamente a los mandos de las ametralla-
doras y se puso a disparar como loco para abatirlos. Sin em-
bargo, y a pesar de su buena puntería, sus intentos fueron in-
fructuosos.
—¡Quítanoslo de encima, Marcos! —gritó Jean aterrado.
—¡Ya voy! ¡Maldita sea! —se enfureció el capitán debido a
los nervios.
Marcos viró fuertemente a la izquierda, realizando un giro
para tratar de quitarse de en medio de la trayectoria del misil
enemigo. Justo en ese momento el proyectil erró el objetivo y,
al pasar de largo, implosionó creando un terrible campo de
intensa gravedad. Por suerte para ellos, el novedoso escudo
defensor del Spectral protegió al bombardero de lo que, de
otra forma, habría sido su destrucción completa. La parte ne-
gativa fue que el giro que realizó para evitar el impacto re-
sultó tan brusco y desesperado que, de pronto, el capitán se
vio envuelto en un cúmulo de nubes blancas, y su visión
quedó cubierta por una densa niebla.
—Mierda, no veo absolutamente nada con esta niebla. Tra-
taré de salir de aquí o creo que seremos presa fácil —informó
Marcos angustiado.
—Capitán, paso a visión térmica.
—Sí, mucho mejor, con estas nubes estoy ciego.
Jean cambió de la visión de alta definición óptica a otra de
infrarrojos de alta capacidad de detección. Dos enemigos apa-
recieron entonces en la pantalla marcados en color amarillo
sobre fondo azul.

~ 16 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Son dos enemigos, modelo AG-58, capitán. Los tenemos


a nuestras seis... ¡Oh, mierda! ¡Hay tres más!
—¡¿Qué has dicho?! ¡No me jodas! ¿Dónde están?
—Lejos, pero nos vienen de frente.
Marcos realizó un nuevo viraje, esta vez ascendente, y puso
toda la energía de la nave en los motores de propulsión.
Los dos enemigos que los hostigaban por detrás persiguie-
ron a su presa con sorprendente facilidad.
—¡Morid, hijos de puta! —gritó Evans mientras apuntaba
con las ametralladoras a los AG-58 y trataba de agujerearlos
sin éxito.
—¡Apunta bien, Evans! Hasta que no estemos en buena po-
sición, Michael no podrá centrarlos con los misiles —pidió
exasperado el capitán.
—¡Hago lo que puedo, pero esas máquinas se mueven co-
mo moscas! ¡Son casi impredecibles! —protestó Evans.
Michael, el encargado de los misiles, captó en su monitor a
los cinco AG-58. El ínfimo calor que desprendían sus moto-
res de ultragravedad, a todas luces insuficiente para que un
misil convencional los hubiese podido seguir, fue detectado
por la tecnología especial del Spectral 001. Michael sonrió
satisfecho.
—Es nuestro turno, ahora os tocará huir a vosotros, hijos de
puta.
Michael esperó a que el ordenador centrase sus cinco obje-
tivos y, cuando sonó una alarma de confirmación, apretó el
disparador.
De pronto, del Spectral salieron propulsados cinco misiles
Europa, uno por objetivo, a una velocidad aproximada de cin-

~ 17 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

co mil metros por segundo, dejando tras de sí una estela de


humo gris azulado. Los dos AG-58 de A2plus que perseguían
al Spectral recibieron el impacto de lleno, y una gran bola de
fuego los cubrió cuando la explosión que se produjo los des-
trozó, esparciendo violentamente sus restos en todas direccio-
nes.
La velocidad de los nuevos misiles Europa no les dio opor-
tunidad alguna. Los tres misiles restantes, ligeramente dife-
rentes a los dos anteriores, se dirigieron hacia los tres cazas
que se acercaban de frente. Estos viraron describiendo una
curva imposible. Los misiles pasaron a pocos metros, pero sin
llegar a impactar. Sin embargo, en ese momento, estallaron en
una explosión gigantesca que, a pesar de la enorme distancia,
a punto estuvo de alcanzar al propio Spectral. Una luz cega-
dora, como si de un pequeño sol se tratase, deslumbró a los
tripulantes del bombardero y este se balanceó salvajemente
por la onda expansiva.
Durante un instante, Marcos pensó que incluso perdería el
control de los mandos, a los que tuvo que aferrarse con fuer-
za. Finalmente, la luz desapareció, el fuerte viento cesó y tres
objetos voladores aparecieron convertidos en bolas de fuego,
precipitándose completamente destruidos. Un grito unánime
de júbilo se escuchó entre la tripulación del Spectral.
—Os está bien merecido, ¡hijos de puta! —gritó emociona-
do Michael al ver los pedazos ardiendo.
—No te rías tanto, será una alegría efímera. Aún estoy con
vosotros.
Los ojos de Michael se abrieron en una expresión de pavor.
—¡¿Quién ha dicho eso?!

~ 18 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—¿Decir qué, Michael? —preguntó confundida Susan, que


estaba a su lado.
Michael no contestó, no podía, el miedo le nublaba la
razón. Sentía que algo se estaba metiendo en su cabeza, en
sus pensamientos, y era la experiencia más aterradora que
jamás hubiese experimentado.
—¿De qué hablas, Michael? —quiso saber el capitán.
—Si hay un dios en los cielos, que este acoja vuestra alma.
Ha llegado vuestro fin. ¡Temblad, hijos de Sumer!
Jean, el copiloto, observaba jubiloso como sus enemigos de
A2plus ardían y descendían hacia el suelo montañoso. Una
gran estela de humo negro marcaba la trayectoria mortal que
los aparatos destruidos dibujaban. Y, de pronto, como si de
una ilusión se tratase, se desvanecieron. El cielo quedó lim-
pio, vacío. Las pupilas de Jean se dilataron y su rostro se
perló con diminutas y frías gotitas de sudor.
—Los... Los aviones enemigos... han... desaparecido.
El capitán, que observaba inquieto a Michael, se giró rápi-
damente para observar su monitor. Su sorpresa fue mayúscu-
la.
—¿Qué ha pasado con los restos de esos cazas?
—No lo sé, capitán, han desaparecido delante de mis ojos
sin dejar rastro.
—Mierda..., ¿hemos tenido alguna intrusión en el sistema
informático?
—No, además, yo los vi desaparecer por las ventanillas, no
por el monitor. Se esfumaron como si fuesen ilusiones.

~ 19 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

De pronto, una nueva alerta de misil enemigo les hizo es-


tremecer y ponerse todos a los mandos. Todos a excepción de
Michael, que era incapaz de reaccionar.
—¿Quién eres? —preguntó atemorizado a la voz que
hablaba en su cabeza.
—Mira, ya viene. Adiós, Michael.
Una fuerte explosión se escuchó en el interior del bombar-
dero al impactar un misil en la parte trasera del fuselaje. Su-
san se vio sorprendida por una llamarada que cubrió su cuer-
po por completo, a la vez que multitud de pequeños fragmen-
tos golpeaban, cortaban, quemaban y penetraban su piel. Mi-
chael no tuvo mejor suerte: el fuego también lo alcanzó y la
explosión lo mató al instante.
La sacudida fue tan poderosa que el capitán y el copiloto
quedaron aturdidos al golpear sus cabezas contra los mandos.
Con la visión empañada en sangre, Marcos observó su moni-
tor y en él apareció un avión enemigo que nunca había visto
antes. No pudo identificar el modelo, pero, de haberlo podido
hacer, habría descubierto que se trataba de un prototipo. El
nuevo avión de combate AG-59 Phantom 001 capaz de
—entre otras cosas— crear «fantasmas» para engañar al ene-
migo. Mareado, trató de informarse de cómo se encontraban
los demás.
—¿Estáis todos bien? Necesito un rápido informe de daños
¡Mierda, los mandos están dañados!
Jean trató de observar el cuadro de mandos. Se sentía con-
fundido, pero sabía que se jugaba la vida y la misión.

~ 20 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Tenemos daños importantes en uno de los motores. El


sistema de misiles está dañado. Señor, este avión está herido
de muerte.
La voz de Tania sonó entrecortada.
—Señor, Michael y... Susan están muertos. Creo que Evans
también. Yo... estoy herida... Me encuentro muy mal...
—Tania, estamos perdidos, activa la bomba rápidamente.
Tenemos que vengar a nuestras familias —pidió lleno de ra-
bia e impotencia el capitán.
—A sus órdenes..., Marcos. Os quiero a todos.
—Y nosotros a ti.
Tania se arrastró hasta la bomba Abismo y, con sus manos
llenas de sangre y ampollas, tecleó la clave de activación. La
titánica bomba emitió un estridente pitido y comenzó a hacer
una gran cantidad de ruido. Una multitud de diminutas luceci-
llas se encendieron y un motor en su interior empezó a girar a
cincuenta y cinco mil revoluciones por minuto. Tania sonrió
al comprobar que aún funcionaba. Se dejó caer agotada y ob-
servó, sentada sobre el suelo, como su cuerpo estaba cubierto
de sangre y quemaduras. Ella también moriría, pero, al me-
nos, estaría con su familia.
—Marcos..., bomba activada... —anunció con sus últimas
fuerzas.
Tania perdió el conocimiento.
El caza de A2plus, el flamante prototipo AG-59 Phantom
001, disparó otro nuevo misil de seguimiento por inteligencia
artificial. Y, de nuevo, el Spectral fue alcanzado de forma
certera. Una nueva explosión provocó destrozos en la parte
trasera del avión, rompiendo el fuselaje blindado y cubriéndo-

~ 21 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

lo de llamas. Los motores quedaron completamente destrui-


dos. El avión incendiado descendió a gran velocidad mientras
una estela de humo negro salía de la parte trasera. Una de las
alas se partió violentamente y el aparato se cubrió de una in-
mensa cortina de llamas. Marcos sintió como una gran ola de
calor se apoderaba de la cabina y supo que el fin estaba cerca.
Justo antes de que el fuego alcanzase a los pilotos, Marcos
observó que por fin habían llegado al objetivo. Las instala-
ciones de A2plus estaban justo debajo de ellos. En ese mo-
mento, el, en otro tiempo, as de la aviación sonrió satisfecho
y murió.

El Spectral, completamente destruido, cayó dando vueltas


sin control, iluminado por la gran cantidad de llamas que lo
devoraban. Cincuenta y tres segundos de caída libre después,
la bomba que había en su interior se activó a dos kilómetros
de altura. Una terrible implosión de ultragravedad de potencia
jamás conocida generó un absorbente vórtice oscuro que, en
cuestión de unos pocos nanosegundos, afectó a las instalacio-
nes de A2plus. Instantáneamente, y contra todo pronóstico,
una explosión aún más salvaje y devastadora que la primera
se produjo dentro del objetivo. Una deflagración tan poderosa
que su luz irradiada pudo observarse desde el espacio exte-
rior. América del Norte dejó de existir y el mundo entero se
vio sacudido por los efectos de la titánica onda expansiva y la
total oscuridad que se cerniría sobre la Tierra como una semi-
lla de extinción.

~ 22 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 0

La pesadilla de Lisa

Lisa Easwood, una joven de clase alta, salió del baño con el
rostro pálido y su larga melena caoba empapada de agua. Se
sentía mareada y su visión se tornaba por momentos borrosa.
Caminaba tambaleante, con paso inseguro, apoyando sus del-
gadas manos en las paredes para no perder el equilibrio. Una
mortecina sombra violácea bajo sus ojos daba a su rostro un
aspecto enfermizo.
Vacilante, se acercó a la encimera de la cocina y buscó con
su mano trémula un vaso de cristal. Lo llenó de agua y dio un
largo trago hasta vaciarlo. No sirvió de nada. La sensación de
vértigo no solo no cesó, sino que se agudizó, y Lisa, cons-
ciente de lo que se avecinaba, se echó a llorar desesperada.
De nuevo volvía a ocurrir, otra vez aquel mundo de pesadillas
se cernía sobre ella. Otra vez desearía estar muerta.
La joven sacó un largo cuchillo de un cajón y, fuera de sí,
con los ojos apagados, como si la vida se hubiese esfumado
de ellos, se acurrucó en una esquina de la cocina, esperando
lo que a buen seguro volvería a pasar.
Todo quedó en silencio durante varios minutos y tan solo la
agitada respiración de la joven rompía la opresiva ausencia de
sonidos. De pronto, un doloroso pitido se adueñó de sus oí-
dos. Era tan intenso que Lisa dejó caer el cuchillo para poder
tapárselos mientras gritaba y agitaba violentamente la cabeza,

~ 23 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

como si sus tímpanos fuesen a reventar. Pero aquel intenso


zumbido no solo continuó torturándola, sino que se intensi-
ficó más y más.
A punto estuvo de perder el conocimiento; pero, justo
cuando Lisa llegaba a ese punto límite de agonía, el ruido se
desvaneció y todo quedó en un absoluto mutismo, tan as-
fixiante que incluso ahogó el inevitable agitar de su excitada
respiración, como si de poderosas manos estrangulando sus
vías respiratorias se tratase. Ese corto reinado de mutismo dio
paso, paulatinamente, a un continuo susurro fantasmagórico
que inundó toda la casa y tuvo la cualidad de helar la sangre
de la joven. Lisa, aturdida, volvió a escuchar aquellas voces
que la hacían enloquecer.
—Lisa... Lisa... Tod... est... va... ter... nar... y... ja.
La joven trató de alcanzar el cuchillo que había dejado caer.
Se arrastró por el suelo, incapaz de sacar energía de su cuerpo
para incorporarse, y cuando consiguió obtener la improvisada
arma, la empuñó histérica y gritó con voz amenazante:
—Malditos, salid ya de ahí... ¿Queréis volverme loca, hijos
de puta? ¡Venid! ¡Mostraos ya de una puta vez!
Miles de voces continuaron incitándola, espectrales y dis-
torsionadas, originándose desde un lugar indeterminado, des-
de todas partes.
—Lisa... Lisa... Todo... esto... va... a... terminar... hoy...
Ven..., hija.
Al entender aquella frase, la chica abrió los ojos hasta el
punto de que parecía que fuesen a salirse de sus cuencas. Un
dolor intenso, originado en su pecho, la obligó a retorcerse y
chillar. Comenzó a toser dolorosamente y, al hacerlo, su len-

~ 24 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

gua percibió un regusto férreo. De la comisura de sus labios


manaron finos hilos de sangre. El padecimiento se convirtió
en una tortura inhumana.
—Tu padre y yo te estamos esperando...
Un grito agónico pudo escucharse desde el segundo piso
del bloque de apartamentos número veintitrés del sector Cres-
cendo, en la zona más adinerada de París. Fue tan horrible y
desgarrador que alertó a gran cantidad de vecinos. El silencio
que le sucedió llevó a estos a avisar a las fuerzas de seguri-
dad. Cuando la policía llegó a la vivienda de Lisa, nadie con-
testó a la llamada en la puerta, por lo que la forzaron. Lo que
allí encontraron fue el cuerpo sin vida de la joven, sin aparen-
tes signos de violencia, pero con el rostro contraído en una
horrenda mueca de terror.

~ 25 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 1

Sin piedad, sin alma

—Mírame.
—¿Quién eres?
—¿Aún no lo sabes?
—Creo que sí…, pero me da miedo reconocerlo.
—Llegará el día en que te verás obligado a despertar…

Hans Ansdifeng abrió sus azules ojos de pronto. Unos mor-


tecinos haces de luz solar traspasaban las rendijas paralelas de
una nívea persiana de estilo veneciano y teñían la habitación
de tonalidades anaranjadas.
Se encontraba en una estrecha estancia escasamente deco-
rada, en la que había una pequeña cama arrinconada, una me-
sita de noche sin adornos y una estantería tan blanca y vacía
como el resto de cosas que había allí. La parca decoración se
debía a que aquel lugar no era un hogar, sino una simple es-
tancia circunstancial que quizás no volvería a visitar nunca
más.
Había dormido con la misma ropa con la que había llegado
la noche anterior: un pantalón negro, un jersey de cuello alto
de lana artificial y una larga chaqueta de cuero sintético. En
realidad, no había planeado dormir, pero el sueño había podi-
do con él.

~ 27 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Respiró hondo, angustiado por una molesta sensación de


agobio. Aquella pesadilla volvía a repetirse una y otra vez
hasta la saciedad, y no era capaz de entender cuál era su signi-
ficado. Sudoroso, no tanto por la temperatura del ambiente
sino por efecto de su redundante ensoñación, se incorporó y
se aproximó a la ventana abriendo la persiana, momento en el
que, de nuevo, la visión de un insólito mundo volvió a abru-
marlo traspasando sus retinas.
Un borroso sol naranja se perfilaba cual luminosa silueta
chinesca a través de la colosal cúpula de resina translúcida
que cubría toda la ciudad. Aquella obra maestra de la inge-
niería, sostenida por enormes esqueletos metálicos en forma
de pilares, travesaños y vigas, protegía a los habitantes de la
urbe de los letales rayos ultravioleta que atravesaban la
atmósfera global sin oposición y también de la radiación ase-
sina reinante en todo el planeta. Debajo de esa asombrosa y, a
la vez, monstruosa construcción, existía un mundo no menos
insólito: una ciudad oscura y triste, cimentada sobre las ruinas
de la arrasada Múnich. Esa megalópolis, levantada por una
decadente humanidad que se arrastraba agónica hacia su pro-
pia extinción, representaba uno de los escasos oasis donde la
vida aún era posible. Un lugar donde edificios abandonados y
casi derruidos se mezclaban de forma caótica con residencias
de nueva construcción en las que se usaban materiales mo-
dernos como el merídium, de aspecto metálico pero de ligere-
za similar al plástico, o cristales artificiales capaces de absor-
ber la luz del astro rey para suministrar energía a la urbe. De
hecho, la propia gran cúpula que cubría la ciudad tenía como
misión secundaria ese mismo propósito: captar la energía so-

~ 28 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

lar. Algo que llamaba la atención a simple vista era la ausen-


cia de vegetación allá donde se mirase. Los árboles, en su
gran mayoría, estaban extintos (al igual que muchas otras co-
sas en aquel mundo decadente), y los que quedaban eran pro-
tegidos con mucho celo en invernaderos custodiados por mili-
tares. Lo cierto era que, en general, todos los recursos natura-
les escaseaban. La civilización que una vez fue difícilmente
podría volver a despertar.

Hans Ansdifeng cerró la persiana. Odiaba aquella ciudad


agonizante. Odiaba el mundo que le rodeaba. Detestaba a ca-
da ser humano que conocía. Todos le parecían patéticos,
egoístas y carentes de integridad. Ninguno le había demostra-
do lo contrario. En aquellos tiempos no había demasiado es-
pacio para la virtud, y la supervivencia lo significaba todo.
Hans no recordaba su pasado y, desde luego, solo conocía
aquel mundo agotado y deprimente, pero aun así podía hacer-
se una idea de cómo debió de ser el siglo XXI gracias a la tele-
visión. En los continuos anuncios donde el gobierno dictato-
rial publicitaba sus intentos por volver a los buenos tiempos,
se mostraban viejos vídeos de inicios del siglo XXI, cuando el
auge de la civilización mostraba un panorama infinitamente
más feliz. En ellos, obviamente, se maquillaba un poco el pa-
sado y se lanzaban toda clase de frases esperanzadoras que,
en realidad, no tenían otro propósito más que el de lavar la
cara a un régimen brutal y corrupto, pero que conseguían, no
obstante, dar algo de esperanza a la oprimida población.
Aquellos vídeos les mostraban a las gentes de aquellos tristes
días idílicos paisajes del pasado plagados de árboles y anima-

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A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

les, bellos y límpidos ríos y océanos, y cielos claros y solea-


dos donde la luz del sol no producía cáncer de piel y la radia-
ción exterior no mataba poco a poco a las personas.
Aquella era una visión extraña y desconocida por la huma-
nidad contemporánea, como si de una feliz leyenda del pasa-
do se tratase, algo que solo bisabuelos o tatarabuelos de las
actuales generaciones podrían haber experimentado. Sin em-
bargo, para Hans Ansdifeng era como si aquellas imágenes
televisivas las hubiese soñado o vivido en una vida anterior,
algo que producía en él una incómoda sensación de añoranza.
La misma nostalgia que le había llevado a aceptar un encargo
en aquel país.
Y es que, cuando casi había dado por imposible que existie-
ra una posibilidad de desvelar su pasado (y, aún más impor-
tante, sentir algo por alguien), apareció aquella misteriosa
joven en las noticias. Se trataba de una extraña fugitiva de
cabellos teñidos de verde que estaba acusada de dos asesina-
tos brutales y de causar una veintena de heridos. La policía
había iniciado un dispositivo especial para capturarla e inclu-
so se habían visto obligados a advertir a la población de que
extremase las precauciones si alguien llegaba a verla, ya que
se trataba de una psicópata extremadamente peligrosa y letal.
Hans no tenía ni idea de qué podía conocerla, pero, al ver su
fotografía en las noticias, y sin comprender bien por qué, de
sus ojos cayeron lágrimas que lo conmocionaron. No recor-
daba haber llorado nunca antes. Jamás entendió el porqué de
aquella reacción. Y es que ignoraba quién era aquella mujer a
la que todo el mundo temía y buscaba. Solo sabía que quizás,
y solo quizás, ella podría tener respuestas sobre su pasado, y

~ 30 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

eso era algo que para él tenía un valor incalculable. Las últi-
mas noticias que escuchó sobre ella hablaban de que había
sido vista deambulando por Berlín y que había herido a dos
policías en la parte antigua de la ciudad, cerca de los subur-
bios, cuando estos intentaron detenerla. Hans, enseguida, de-
cidió que debía dar con ella y descubrir qué tenían ambos en
común, aunque tuviese que usar la fuerza para ello. De todas
formas, para él, que no creía tener siquiera sentimientos, nada
tenía que perder.
Con aquello en mente, se había movido desde Francia hasta
Alemania aprovechando un trabajo que su organización cri-
minal, Night Carnival, le había encomendado en Múnich:
matar a un famoso concejal de la ciudad, llamado Johan Ni-
derheim, que había estado dando problemas. Ese objetivo es-
taba muerto y aún no lo sabía. Hans tenía una oscura fama
entre sus compañeros. De él se decía que cualquier persona
que acabase en su lista de trabajo era irremediablemente un
futuro cadáver. Se rumoreaba que había sido adiestrado tan
duramente que nunca dudaba a la hora de apretar el gatillo,
aunque su víctima suplicase de rodillas. Mataba con tal frial-
dad y precisión que entre los asesinos de su gremio lo llama-
ban Nephilim, como los míticos e infames seres creados por
la compañía norteamericana A2plus que casi extinguieron a la
raza humana hacía ya más de cien años.
Hans ya poseía todos los datos que necesitaba para aquel
trabajo. El plano de la zona lo tenía detalladamente grabado
en su cabeza y había memorizado hasta la última facción del
rostro de su víctima, así como sus hábitos, para evitar un error
fatal. Sabía que su presa se alojaba en un hotel que había a

~ 31 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

unos quinientos metros aproximadamente del suyo y que des-


de el tejado del edificio en que se encontraba tendría un buen
ángulo de tiro.
Johan Niderheim era un hombre de costumbres, mucho más
desde que se había enamorado de una jovencita burguesa de
veintidós años en un bar de copas. Tras salir de su casa, y an-
tes de presentarse en el ayuntamiento, iría al hotel de lujo
Freier Himmel para encontrarse con Sabine, su amante, donde
pasaría al menos las dos horas siguientes. La clave de todo su
plan se basaba en que Sabine odiaba el olor del tabaco y que
Johan era un fumador consumado. Siempre salía en algún
momento a la terraza a fumar sus adorados y extremadamente
caros cigarrillos, momento ideal para que Hans le volase la
cabeza de un certero disparo. La policía tardaría en llegar
porque sus camaradas tenían previsto organizar disturbios por
toda la ciudad para mantenerlos entretenidos. Comparado con
otras veces, aquel era un trabajo sencillo, salvo quizás por la
notoriedad de la víctima, ya que era la primera vez que iba a
eliminar a un cargo político. Algo que seguramente le crearía
muchos problemas en el futuro, pero que poco le importaba.
Generalmente, solían ser trabajos destinados a eliminar a
miembros de facciones enemigas o clanes de narcotráfico.
Para la ocasión, los esbirros de Night Carnival le habían
preparado una identidad falsa y suministrado apoyo logístico,
así como una vía de escape con varios vehículos esperándole
en diferentes puntos de la vasta ciudad. Y para poder llevar a
cabo la misión, en aquel cuarto de espartano mobiliario, sus
camaradas habían conseguido infiltrar el arma de francotira-
dor que usaría para el asesinato. Un antiguo rifle ruso semiau-

~ 32 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

tomático: un SVD134e, también conocido como Dragunov,


conseguido en el mercado negro.
Hans se sentó en la cama agachando la cabeza y cubriendo
su rostro frío con las manos. Sus negros cabellos caían pesa-
dos y humedecidos por un sudor febril sobre sus hombros.
Sus ojos turquesas permanecían fijos en algún lugar más allá
del propio suelo. No se encontraba todo lo bien que desearía y
era la primera vez que le pasaba antes de una misión. Resul-
taba desconcertante. Desde que había visto a aquella mujer de
cabellos verdes en televisión, su mente no había dejado de
jugarle malas pasadas. Especialmente con aquel extraño sue-
ño recurrente en el que alguien que no alcanzaba jamás a ver,
y que se mostraba como una sombra borrosa, le pedía que lo
mirase y le advertía que la verdad estaba muy cerca. Una ver-
dad incómoda, sin lugar a dudas, pues parecía como si no qui-
siese reconocerla.
Perdió la noción del tiempo, sumido en un mar de dudas,
hasta que la alarma de su reloj de pulsera le devolvió a su te-
nebrosa realidad. Había llegado la hora: las diez en punto de
la mañana. Ansdifeng salió de su trance y, sin meditar en ello,
con un movimiento casi automático, como si de repente
hubiese perdido toda humanidad, se arrodilló, y estirando uno
de sus brazos por debajo de la cama, extrajo un largo maletín
de un metro y veinticinco centímetros de largo. Sacó unas
llaves de su bolsillo y soltó los dos candados que lo man-
tenían cerrado. Al abrirlo, observó un enorme Dragunov 134e
con su característica mira PSO-3D de retícula retroiluminada,
similar a la PSO-1 del arcaico original, pero mejorada para
llegar hasta los treinta aumentos. También el propio sistema

~ 33 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

interno del arma estaba mejorado para ampliar la precisión


del disparo y disminuir el retroceso, aunque eso era algo que
no se podía averiguar a simple vista. Junto al arma, había un
cargador con diez proyectiles Romedou del calibre 7,62
milímetros, de alto poder de penetración, una pequeña pistola
Brakefield 34 con dos cargadores eléctricos, una correa de
nailon de dos puntos para llevar el rifle y un efectivo silencia-
dor capaz de ahogar casi por completo la detonación del dis-
paro. Hans lo sacó con rapidez del maletín, le instaló la correa
a los puntos de sujeción y enroscó con cuidado el silenciador.
Dejó el fusil sobre la cama y rellenó de munición el cargador
antes de ajustarlo al rifle. Después, cogió la pistola, le intro-
dujo una batería eléctrica y se guardó el arma en uno de los
bolsillos de su chaqueta negra de cuero sintético. Estaba pre-
parado, era la hora de llamar a Night Carnival.
Sacó un delgado teléfono de su pantalón y, tecleando en la
pantalla táctil un largo número, realizó una llamada.
—Hola, Jonathan, ¿qué tal? ¿Cómo va la fiesta? —preguntó
Hans.
—Todo bien, pero el pequeño Steve sigue sin aparecer.
—Su comida se va a enfriar y los invitados se pueden que-
dar sin sorpresa.
—No te preocupes, cuando el niño aparezca encenderemos
las velas y podrás salir a recibirlo.
—Dale recuerdos de mi parte.
—Se alegrará. Bueno…, ya te aviso, amigo.
—Gracias.
Ansdifeng colgó el teléfono. Nunca más volvería a llamar
con aquel terminal, pero aún no podía deshacerse de él, ya

~ 34 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

que debía recibir el aviso de que su objetivo había llegado al


hotel. Sabía que podrían rastrear sus llamadas si cometía el
error de usar aquel número de nuevo, por lo que se limitaría a
recibir la señal y después buscaría la forma de deshacerse de
él.
No tuvo que esperar mucho. Su móvil sonó con una melo-
día estridente que dio inicio al plan. Hans colgó sin contestar
y se lo metió en el bolsillo interior de su chaqueta. Acto se-
guido, se hizo con el Dragunov y se lo colgó a la espalda.
Después, arrancó la persiana de sus anclajes, tratando de no
hacer demasiado ruido, y abrió la ventana. Una fuerte ráfaga
de aire frío inundó la habitación al tiempo que el bullicio de
la monstruosa ciudad llegó a sus oídos. El asesino se asomó y
miró hacia abajo. Se encontraba en uno de los edificios más
altos de la urbe, en el antepenúltimo piso del hotel. Desde
aquella altura las personas eran poco menos que puntos en
movimiento, hormiguitas moviéndose de un lado a otro, to-
talmente ignorantes de su presencia. Buscó con la mirada a su
alrededor y encontró lo que estaba buscando. Ignorando una
posible caída, salió por la ventana y, con sorprendente agili-
dad, se aferró a una tubería de desagüe que había anclada en
la pared exterior del edificio. Sin aparente dificultad, como si
de un gato se tratase, Hans Ansdifeng ascendió hasta llegar al
tejado del hotel. La hora del concejal Johan Niderheim había
llegado. El Ángel de la Muerte lo esperaba…

Johan Niderheim era un hombre soltero de cuarenta y tres


años que siempre se había caracterizado por su gran capaci-
dad para embaucar a las personas para que realizasen tareas

~ 35 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

que le beneficiasen. Era un personaje que, a pesar de presen-


tar sus primeras canas, resultaba atractivo para las mujeres.
Poseía un físico atrayente. Era alto y delgado, con un gusto
exquisito por la buena ropa, por lo que era normal verlo ata-
viado con costosos trajes de chaqueta y corbata. En tiempos
pretéritos había procurado ser una persona discreta, tratando
de mantenerse en un segundo plano, aunque siempre mane-
jando una gran cantidad de hilos. Tan bien lo había estado
haciendo que los ciudadanos casi ignoraban quién era real-
mente aquel que controlaba el urbanismo de la ciudad de
Múnich. Johan había sido una persona precavida y escurridi-
za, difícil de localizar. Sin embargo, con el tiempo, se volvió
una persona tan vanidosa y segura de sí misma que olvidó
quiénes lo habían alzado hasta su actual posición.
Sabiéndose protegido por la todopoderosa SEGDIAN
—una empresa privada vinculada estrechamente al gobier-
no—, había declarado la guerra a sus antiguos camaradas con
la intención de olvidar su oscuro pasado mafioso y limpiar la
ciudad de todo crimen organizado. Del anonimato casi abso-
luto, había pasado a convertirse en una especie de adalid con-
tra el mal, y ese repentino cambio tenía una explicación muy
evidente: Johan Niderheim se había enamorado de una joven-
cita de veintidós años a la que había conocido en un bar de
copas. Desde ese momento, el en otro tiempo maquiavélico y
prudente concejal de urbanismo pasó a convertirse en un pro-
blemático caballero de gentiles ideales que trataba a todas
horas de impresionar a su amada para que esta lo admirase.
Una traición que, sin duda, molestaba enormemente a las ma-
fias que operaban en la ciudad. Pero, en aquel cambio de acti-

~ 36 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

tud, el concejal había cometido un gran error: descuidó su


seguridad y se volvió previsible. Y esa falta de cuidado le
había llevado a repetir, día tras día, el patrón que últimamente
había estado llevando su vida.
Como cada mañana, se había levantado a las nueve en pun-
to en su enorme ático, ubicado en una de las zonas más ricas
de la ciudad, y había tomado un escueto desayuno que pre-
paró uno de sus sirvientes. Después, ojeó el periódico y la
siguiente hora la dedicó a ponerse sus mejores galas para la
cita diaria con Sabine. El dandi procuraba no repetir traje
cuando iba a verla, pues, a pesar de su aparente confianza,
temía perderla si dejaba de impresionarla. Así que aquella
mañana puso bastante interés en su vestimenta. Una vez estu-
vo acicalado, escogió uno de sus vehículos y marchó en di-
rección al hotel de lujo Freier Himmel. En él, concretamente
en una de las mejores suites, esperaba Sabine ansiosa por vol-
ver a verlo.
El viaje por la ciudad duró media hora y se le hizo eterno.
Cuando llegó a su destino, aparcó frente a las lujosas puertas
de mármol de la entrada. Un botones, vestido con el clásico
uniforme rojo, lo esperaba como siempre para abrirle la puer-
ta y aparcarle el auto. Johan salió del coche, sonriente, y le
dio una sustancial propina al empleado a cambio de que le
otorgase un trato especial a su vehículo. Impaciente, entró en
el hall principal sin percatarse de que, al otro lado de la calle,
alguien había estado esperando su llegada y telefoneaba para
dar el aviso.
El encuentro entre Johan y Sabine fue apasionado. Ella
sentía una profunda admiración por el concejal y lo deseaba

~ 37 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

ardientemente. Joven e ingenua, Sabine estaba fascinada por


los exquisitos modales y formas del político convertido en
galán. Hicieron el amor varias veces hasta quedar exhaustos y
después charlaron animadamente como dos adolescentes
enamorados.
En su disfrute mutuo, nada de los acontecimientos que ocu-
rrieron en varios lugares de la ciudad, a muchas manzanas de
allí, llegó a sus oídos. Tampoco el ruido de las sirenas de los
bomberos y de la policía, que quince minutos después reco-
rrieron las calles a gran velocidad, pudo traspasar las paredes
insonorizadas del Freier Himmel, por lo que la feliz pareja
permaneció ignorante a los extraños sucesos que, en realidad,
conspiraban contra el concejal.
—Sabine, ¿tú crees que un hombre puede cambiar?
—preguntó de pronto Johan.
La joven, desnuda y echada sobre la cama, lo miró extraña-
da.
—¿Por qué me preguntas eso?
El concejal acarició sus rubios cabellos y observó su rostro
alemán con cierta preocupación.
—Bueno, es solo una duda que tengo: si el ser humano es
capaz de cambiar y ser mejor persona.
—¿Qué es lo que te preocupa?
El hombre suspiró y se dejó caer sobre la cama, con las
manos entrecruzadas bajo la nuca.
—El futuro —reconoció finalmente—. He recibido amena-
zas serias desde hace tiempo y temo ponerte en peligro.
Ella sonrió.

~ 38 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—No creo que debas preocuparte por mí, sé cuidarme sola.


Además, ¿quién querría hacerte daño, si eres un encanto? Esta
ciudad te adora.
—No he sido tan bueno como crees… Quiero serlo.
—No me importa lo que hayas sido…, sino lo que eres aho-
ra, y yo te adoro.
Johan sonrió y le dio un beso a Sabine.
—Ojalá todo el mundo pensase como tú. Realmente, has
cambiado mi vida.
Johan, algo más animado, se incorporó y sacó de uno de sus
bolsillos su acostumbrado paquete de cigarrillos. Se lo mostró
a su amante burlonamente y esta, nada más verlo, hizo un
mohín y le recriminó.
—¿Otra vez con ese asqueroso vicio?
—Un caballero como yo siempre debe fumar después de
hacer el amor con semejante mujer.
—¿Ah, sí? Pues ya sabes lo que toca.
El hombre suspiró fingiendo fastidio. La joven, al ver su
actitud, negó con la cabeza.
—Deberías dejar de fumar. Por muy atractivo que creas que
resulte, es un vicio inmundo.
Johan mostró una sonrisa socarrona.
—Sabine…, ya no es por eso. Simplemente, me es muy
difícil dejarlo a estas alturas.
—¿Sabes qué?
—Dime
—Yo creo que sí, que el hombre sí puede cambiar. ¡¡Si se
lo propone!!
Johan entornó los ojos.

~ 39 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Muy bien…, muy bien…, consejo entendido. Pero, al


menos, deja que hoy me fume uno.
—Eso mismo dijiste ayer… ¡Cabeza hueca!
Sabine le sacó la lengua, resignada. Después le señaló con
el dedo la terraza.
El político se dirigió hacia el balcón con paso tranquilo.
Abrió la puerta y la cerró tras de sí. De pronto, llegó a sus
oídos el bullicio de la ciudad, algo más ajetreada de lo habi-
tual. Se aproximó a la barandilla y observó la magnificencia
de Múnich desde las alturas. Era su ciudad, la que con tanto
esfuerzo estaba diseñando para que resultase habitable, con
cientos de miles de hogares extendiéndose hasta donde llega-
ba la vista. Observó también la enorme cúpula traslúcida que
cubría la metrópoli. Los haces solares, dorados por la acción
del material cristalino con el que estaba construida, teñían
toda la urbe, proporcionándole una tenue iluminación anaran-
jada. Tener aquella colosal estructura de millones de tonela-
das a tan solo cuarenta metros de su cabeza resultaba amena-
zador. Pero más atemorizante resultaba pensar que, al otro
lado, la enfermedad y la muerte eran la única realidad. Nider-
heim trató de quitarse ese pensamiento de la cabeza y, en ese
momento, a su olfato llegó un inusual olor a quemado. A lo
lejos, divisó un par de columnas de humo ascendente y se
preguntó qué podría haber pasado. Al salir del hotel le pre-
guntaría a algún empleado. Con cierta curiosidad, pero pen-
sando que quizás fuese algún accidente, sacó uno de sus ciga-
rrillos del paquete y se lo puso en la boca. Encendió su me-
chero y…

~ 40 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

…Su vida se apagó para siempre.

Hans había permanecido quieto como una estatua durante


cuarenta y cinco minutos, con su rifle SVD134e aguardando
pacientemente a que su objetivo apareciese y se pusiera a tiro.
Escondido entre unas enormes máquinas de ventilación, vio
como Johan salía sonriente hacia el balcón y como se queda-
ba un instante frente a la barandilla, contemplando el paisaje
urbano. Observó como Niderheim sacó uno de sus cigarrillos
y se lo puso en la boca. Justo cuando iba a encenderlo con el
mechero, Ansdifeng presionó sin piedad el gatillo de su po-
tente arma y una poderosa detonación surgió del interior del
cañón. Un proyectil de punta de tungsteno salió despedido
hacia su víctima a más de mil quinientos metros por segundo.
El disparo impactó sobre el pecho del político, que fue lanza-
do hacia atrás con violencia, mientras la bala traspasaba el

~ 42 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

cristal de la puerta del balcón y se incrustaba en la pared


opuesta de la suite, dejando un orificio a tan solo dos metros
de donde se encontraba Sabine, que vio como saltaban pe-
queños trozos de pared. Niderheim quedó tendido en el suelo,
atravesado por una herida mortal y sufriendo horriblemente.
Conmocionado, pero consciente de lo que estaba pasando,
trató de gritarle a su novia que huyese, pero la sangre inunda-
ba su boca y sentía como la vida se le escapaba. Un segundo
y certero disparo le alcanzó en la cabeza y acabó con su
agonía.

Sabine estaba vistiéndose cuando el sonido de un impacto


seco le puso el corazón en un puño. El cristal de la puerta del
balcón se melló y quedó salpicado de minúsculas gotas de
sangre al mismo tiempo que de una pared de la habitación
saltaban pequeños trozos de yeso. La joven observó aterrada
como su amante caía al suelo bruscamente, con su espalda
apoyada sobre la puerta transparente y dejando un rastro de
sangre cuando su cuerpo herido se deslizó sobre el cristal has-
ta descansar en el suelo. Johan aún se movía cuando un se-
gundo disparo le alcanzó la cabeza, destrozándosela y espar-
ciendo materia gris por todas partes. Sabine se quedó parali-
zada, incrédula de que algo tan horrible estuviese pasando,
espantada por lo que estaba viendo en aquel momento. Sus
ojos quedaron fijos en su novio, en lo grotesco de su muerte,
en aquella mancha de sangre que teñía el cristal de la puerta,
con sus pupilas fijas, como las de un muerto, sobre el cuerpo
inerte de Johan. Tardó mucho en reaccionar. Temblando, trató

~ 43 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

de avanzar, pero se dejó caer de rodillas al suelo, emitió un


grito de rabia maldiciendo a Dios, y rompió a llorar de forma
desconsolada. Aquello no podía estar pasando.
Hans se mantuvo a la espera: si la joven se ponía a tiro, y
estaba convencido de que eso podía ocurrir, la mataría tam-
bién, pues cabía la posibilidad de que el concejal hubiese
hablado más de la cuenta con ella.
A través del visor óptico se mantuvo a la expectativa, pero
Sabine no aparecía. Si en un minuto no salía, tendría que
marcharse o su ruta de escape se vería comprometida. No
obstante, la suerte se puso de su lado. La puerta del balcón se
abrió y pudo ver a una joven que se arrodillaba frente al cuer-
po destrozado del concejal. Hans observó con frialdad a la
mujer y trató de centrarla en su punto de mira. Debía tener en
cuenta tanto la gravedad como el muy escaso viento para que
el disparo diese en el blanco. Contuvo la respiración y apoyó
su mejilla sobre la almohadilla de la culata del SVD134e, re-
lajando a su vez todo el cuerpo para evitar el más mínimo
movimiento. Sabine quedó atrapada en el punto de mira del
Ángel de la Muerte y una sonrisa de satisfacción se dibujó en
los labios de Hans.
Pero, justo en el momento en que iba a apretar el gatillo,
ocurrió algo que dejó desconcertado al asesino. Como si de
una alucinación se tratase, el rostro de Sabine se transfiguró
completamente. Ya no era una joven rubia de pelo largo y
facciones alemanas, sino que, de pronto, se convirtió en otra
persona muy diferente: una adolescente de cabello corto y
pelirrojo, facciones suaves, de fisonomía delgada y casi sin
curvas. La visión tuvo la particularidad de helar la sangre a

~ 44 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Ansdifeng, no ya por lo insólito del suceso, sino por una ex-


traña sensación de haber visto aquel rostro antes.
¿Quién era aquella chica? ¿Por qué estaba ahora allí, delan-
te de sus ojos, sustituyendo a su víctima? Hans fue incapaz de
responder a esas preguntas, todo su pasado era un misterio
para él. Su rostro se contrajo en una expresión de frustración
por no poder recordar; furioso y, al tiempo, espantado, apretó
el gatillo.
Un nuevo proyectil salió disparado del Dragunov y recorrió
los quinientos metros de distancia en escasas décimas de se-
gundo. Un fuerte impacto hizo saltar trozos de pared en el
balcón del hotel Freier Himmel. Hans parpadeó, le dolían los
ojos y, al hacerlo, la visión por fin se desvaneció. El rostro de
aquella adolescente se esfumó y volvió el de Sabine, aún vi-
va, completamente ilesa. Hans no fue capaz de disparar a
aquel rostro ilusorio, e iracundo por sentir algo parecido a la
piedad, disparó a un lado para que la joven de veintidós años
se asustase y saliese corriendo al interior del hotel. Algo que
sucedió acto seguido.
Casi de inmediato, con los dientes apretados por la ira y la
frustración, Hans realizó un segundo disparo, arrepentido por
su falta de decisión, pero este no fue todo lo resuelto que
hubiese querido y, de nuevo, erró el tiro. Sin saber por qué,
había dejado escapar a un objetivo. Era la primera vez que le
ocurría. ¿Cómo podía ser? Hans se sentía muy desconcertado.
Algo le estaba pasando y tenía que descubrir qué era antes de
que cometiese un error fatal y acabase muerto. En su profe-
sión los fallos se pagaban con la vida.

~ 45 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Varios fueron los minutos que pasó inmóvil observando


con la mirada perdida el cuerpo inerte del concejal. Viendo
sin ver, a través de la mira telescópica, a la víctima que yacía
en el suelo, sin vida. Sin darse cuenta, estaba perdiendo un
tiempo precioso que necesitaría para escapar de la escena del
crimen. Por fortuna para él, una inesperada llamada a su telé-
fono lo sacó de su ensimismamiento. Hans no respondió.
Simplemente, colgó la llamada, se levantó y recogió sus cosas
lo más rápido que pudo. Era el momento de salir de allí.

~ 46 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

~ 47 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 2

Night Carnival

Canal Europa TV, Noticias.

«Esta mañana ha sido asesinado a tiros el concejal de urba-


nismo de Múnich. La víctima, de nombre Johan Niderheim,
era un político de gran renombre conocido por su declarada
guerra contra el crimen organizado que opera en el centro de
Europa y que, últimamente, trata de pervertir la sagrada mi-
sión del Gobierno Europeo para la restauración de la dignidad
humana. Según fuentes policiales, el fallecido fue alcanzado
por dos proyectiles disparados por un francotirador aún des-
conocido. Las autoridades afirman estar tras la pista del sica-
rio, aunque reconocen la dificultad que supondrá dar con su
paradero, ya que este aprovechó la intensa cortina de humo
que supusieron los continuos atentados que se produjeron por
toda la ciudad. Se ha decretado en la ciudad de Múnich dos
días de luto oficial. Mañana, se oficiará el funeral al que se
espera acudan grandes personalidades para ofrecer su pésame
a la familia de tan ilustre héroe de la nación, que ha muerto
por servir con abnegación a su pueblo y a nuestro amado
líder. Horas más tarde de tan deleznable acontecimiento, el
presidente de la nación expresó su malestar por tan terrible
pérdida y declaró: «Este asesinato supone un antes y un des-

~ 49 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

pués». Afirmando, a continuación, que la policía no escati-


mará esfuerzos hasta desarticular la organización que dio
muerte al concejal y condenar a la pena capital a todos sus
miembros, por ser considerado tal golpe como un acto deses-
tabilizador y, por tanto, un delito de alta traición…».

Una detonación apagó al instante el televisor. Un disparo


traspasó el aparato y dio fin a su vida útil. Pronto se cubrió de
llamas y varios hombres corrieron para apagar el pequeño
incendio.
—¡Apagad esa mierda! —espetó malhumorado Klins-
mann—. ¿Dónde demonios está Ansdifeng?
Un hombre de color, vestido con traje y corbata, se acercó a
su jefe.
—Señor Klinsmann, Hans ha llegado hace poco menos de
una hora. Debe de estar aseándose para hablar con usted.
Tengo entendido que su escapada de la zona caliente ha
transcurrido a través del alcantarillado.
—Cuando termine quiero que venga aquí. Tengo que hablar
con él de lo sucedido. Y, Santo…
—¿Sí, señor?
—Quiero que avises a todos. Que estén muy alerta por si
alguien tomase la idea equivocada de vendernos al Gobierno.
—Descuide, así lo haré.
—Ve a llamar a Hans, entonces.
Una tercera voz intervino.
—No hará falta, señor. Aquí me tiene.

~ 50 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Hans apareció tras la puerta del despacho del líder con una
expresión mortecina en su rostro. Klinsmann y Santo se so-
bresaltaron por la repentina aparición y este último desen-
fundó su pistola en un acto reflejo.
—¡Ah! ¡Eres tú! Me has dado un susto de muerte.
Hans sonrió con malicia.
—No tan mortal como el que se ha llevado el concejal Jo-
han —objetó a Santo con la mirada fija en Klinsmann—. Ese
hombre ya es historia.
El líder de Night Carnival se levantó de su asiento y se
acercó hacia el asesino.
—Tienes un negro sentido del humor. Me gusta. Ya me ha
llegado la noticia de tu buen trabajo. La organización está
muy orgullosa de ti, especialmente yo. Ese hombre nos podría
haber causado más de un problema, estaba a punto de descu-
brirnos. Era necesario eliminarle si queríamos seguir siendo
una organización con poder operacional. Sin embargo…
—Sacó un cigarrillo y lo encendió con un mechero tipo zip-
po—. Santo, déjanos solos.
—Sí, señor, voy a avisar a los demás de sus órdenes. Con
su permiso…
El hombre abandonó el despacho dándole dos palmaditas
amistosas en el hombro a Hans. El Ángel de la Muerte lo si-
guió con una mirada llena de frialdad y se mantuvo callado.
Cuando Santo hubo desaparecido por el umbral de la puer-
ta, Klinsmann dio la espalda a Hans, se dirigió a la ventana y
contempló el exterior. Aquella sucursal de Night Carnival se
encontraba en uno de los barrios más sucios y contaminados
de Múnich. Era un edificio de cuatro plantas, de casi cien

~ 51 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

años de antigüedad, que estaba ubicado muy cerca del aban-


donado sector industrial de la parte antigua de la ciudad. A
través de los vidrios, Klinsmann podía observar el caldo de
cultivo ideal para la corrupción y la rebeldía: la pobreza ex-
trema. En la calle había gente de muy humilde condición va-
gando de un lado a otro por un barrio deprimente, gris y ex-
tremadamente contaminado. En aquel lugar el aire era pesado,
en ocasiones aceitoso, siempre impuro, saturado de partículas
en suspensión. El suelo estaba cubierto por una fina capa de
hollín y polvo de óxido de hierro que teñía todo de un color
anaranjado. Eran los suburbios de Múnich y aquella gente tan
desfavorecida era su gente. Sus protegidos y también sus pro-
tectores. En definitiva, su fuente de poder.
—Hans..., ¿qué opinas de nosotros? ¿De las cosas que
hacemos? —le preguntó Klinsmann al asesino mientras con-
templaba los enormes conductos de expulsión de gases, que
en ese sector hacía tiempo que habían dejado de funcionar.
—¿Opinar…? No opino nada.
El líder de Night Carnival esperaba una respuesta así.
—¿No? Alguna opinión tendrás… ¿Nunca has pensado en
por qué hacemos todo esto?
—No. No me interesan los motivos de la organización
—aseguró el sicario toscamente—. Tengo una deuda de honor
con ustedes y es lo único que me retiene aquí.
Klinsmann dio una profunda calada a su cigarrillo y exhaló
una gran cantidad de humo grisáceo que empañó los cristales
de la ventana. Después, encaró a Hans, meditabundo.
—Agradezco tu lealtad. Aunque creo que sería bueno que
entendieras también por qué hacemos las cosas. —Suspiró—.

~ 52 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

En fin, tenía pensado darte unos días de descanso, pero ha


ocurrido algo inesperado y te necesito con urgencia.
—¿Un nuevo trabajo? ¿De qué se trata?
—¿No estás cansado?
—No.
—Bueno… Si has visto la televisión últimamente, habrás
escuchado noticias sobre una misteriosa asesina de cabellos
verdes. La prensa sensacionalista, en un alarde de patética
inspiración, la apoda Clorofila. ¿Te suena?
Hans sintió que un escalofrío recorría su espalda. Era de
nuevo esa mujer…
—Sí… —afirmó algo inquieto el asesino—, conozco el ca-
so. Está acusada del asesinato de dos agentes de SEGDIAN y
de causar una veintena de heridos.
Klinsmann sonrió.
—Eso es. El caso es que la policía lleva una semana tratan-
do de darle caza y lo único que ha conseguido es aumentar el
número de heridos. Eso, al menos, en lo que a la versión ofi-
cial se refiere.
—¿Versión oficial? ¿Qué quiere decir? —preguntó Hans.
Klinsmann dio una profunda calada a su cigarrillo y una
gran cantidad de volutas de humo fueron exhaladas poco des-
pués.
—En realidad, la prensa no está enterada de algunos
hechos. De la mayoría, diría yo. Tanto la policía como SEG-
DIAN han ocultado varios asesinatos más producidos por esta
mujer.
—¿Cuántos?

~ 53 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Diecisiete, que sepamos. Seguramente, más. Todos ase-


sinados con gran brutalidad; algunas víctimas, completamente
despedazadas. La mayoría eran agentes de SEGDIAN, algún
que otro policía e incluso algún soldado del ejército.
—¿Tantos? —se asombró Hans—. ¿Qué armas ha estado
usando?
—Ahí es donde está el gran enigma sobre esta mujer.
—¿Por qué?
—Porque no tenemos ni idea de qué está utilizando.
El rostro de Hans se contrajo en una mueca de extrañeza.
—¿Ni idea?
—No… Y ahí está el quid de la cuestión. Verás, Hans,
hemos robado información catalogada de ultrasecreta sobre
este sujeto. No mucha, la verdad. Al parecer, es un miembro
renegado de SEGDIAN que, tras haber sido objeto de algunas
terapias para potenciar sus habilidades físicas, se dio a la fuga
con secretos de la empresa.
—¿Habilidades potenciadas? —Una sensación de inquietud
se adueñó de Hans.
—Bueno, eso es algo relativamente común en SEGDIAN,
ya sabes. Sus soldados son los mejores precisamente por esas
terapias. Aunque el asunto de esta mujer parece especial. Muy
especial, me atrevería a aventurar. La cuestión es que tenemos
que encontrar a esta traidora antes de que lo haga la policía.
Y, por descontado, antes que las tropas de SEGDIAN. Parece
ser que esta empresa tampoco desea que la policía se les ade-
lante. Imagino que desean guardar sus secretos a buen recau-
do, quizás por ser ilegales o ir contra el propio Gobierno.
—¿La quiere viva o muerta? —preguntó Hans lacónico.

~ 54 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Klinsmann abrió sus grises ojos horrorizado por la pregun-


ta.
—¡Viva, por supuesto! Y bajo ningún concepto debes ma-
tarla. Es más, si en algún momento crees que su vida puede
estar en peligro por culpa del ejército o la policía, deberás
protegerla y eliminar dichas amenazas.
—Entiendo. ¿Puedo preguntarle qué pretende conseguir de
ella?
Klinsmann sonrió.
—¿Tú qué crees? Sacarle toda la información que posea,
exprimirla tanto como sea posible, y después, si lo veo con-
veniente, proponerle que se una a nosotros. Si es enemiga de
SEGDIAN y del Gobierno, muy probablemente quiera acep-
tar nuestra organización como refugio.
Hans se mostró satisfecho. Le agradaba la idea de tener un
encuentro cara a cara con la fugitiva. Desde que la había visto
por televisión, vivía una especie de obsesión con ella. Como
si todo su pasado olvidado pudiese tomar sentido si la encon-
trase.
—Pero, antes de forzarla a venir con nosotros —advirtió
Klinsmann—, quiero que trates de convencerla para que se
una voluntariamente. Como te he dicho, hay cosas que quiero
averiguar sobre ella y sería mucho más fácil obtener respues-
tas si se muestra dispuesta a cooperar.
—Comprendo, así será. ¿Tenemos alguna pista de dónde
puede estar?
—No claramente. Es una fémina muy escurridiza. Se esti-
ma que pueda encontrarse en Berlín, quizás en los suburbios.
Es más fácil que pueda camuflarse entre vagabundos y gente

~ 55 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

de pocos recursos que entre la población adinerada, donde la


policía ejerce un mayor control. Sin embargo, esto son solo
suposiciones.
Hans se quedó meditabundo.
—Esta misión es especial —continuó Klinsmann—. Hasta
ahora, la mayoría de tus misiones han sido de asesinato, pero
esta vez se requiere que el sujeto esté vivo. Más aún, debes
protegerlo de la policía, del ejército y hasta de mercenarios de
élite de SEGDIAN. Además, tenemos el problema añadido de
no saber a ciencia cierta dónde buscar. Demasiados inconve-
nientes para una sola persona. Es por ello que, junto a ti, esta
vez irá el equipo de Pierre para darte apoyo.
Hans enarcó una ceja.
—Me gusta trabajar solo, ya lo sabe. No trabajo bien con
nadie y nadie trabaja bien conmigo.
—Sí, lo sé. Eres Míster Simpatía. Pero, esta vez, hay dema-
siados frentes abiertos. El grupo de Pierre te acompañará para
un propósito distinto.
—¿Cuál?
—Buscar información para ti y protegerte de imprevistos.
Por lo demás, tú seguirás siendo el brazo ejecutor de la mi-
sión. Solo actuarán si tú se lo pides o si Pierre considera que
la misión está en peligro por causas ajenas a tu conocimiento.
Hans guardó silencio. Odiaba compartir misión con otra
gente. Es más, le repugnaban todas las personas que conocía.
Todo el mundo le parecía tan patético como sí mismo. Y él se
odiaba profundamente. Aún no había conocido persona por la
que pudiese sentir un mínimo de afecto. Ni siquiera por
Klinsmann, por el que tan solo se sentía en deuda por aconte-

~ 56 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

cimientos pasados. Sin embargo, a pesar de todo, lo que su


señor le estaba proponiendo tenía sentido. Berlín era dema-
siado grande para una sola persona y necesitaría de más alia-
dos que buscasen a la mujer por él.
—Se hará como usted desee, señor.
Klinsmann se mostró satisfecho. Apagó su cigarrillo en un
cenicero que había sobre la mesa de su despacho y se acercó a
Hans para estrecharle la mano.
—Eres un miembro fiel de esta organización. Creo que
puedo afirmar que eres el mejor agente que tengo. Quiero que
actúes con cautela, eres muy valioso para nosotros. Esa mujer
parece especialmente peligrosa. No quiero que corras más
riesgos de los necesarios. Si te ves en serios problemas, cosa
que dudo tratándose de ti, pide refuerzos.
—No hará falta… —aseveró fríamente —, señor Klins-
mann.

Como le había ordenado Klinsmann, esa misma noche


Hans viajó con cinco compañeros más: Patrick Newman,
Boumann Koenig, Josué Nagar, Larsson Jackson y el líder del
grupo, Pierre Neville. Cinco de los mejores hombres de Night
Carnival, cada uno con unas virtudes distintas. Juntos forma-
ban «Crisol», un equipo de fuerzas especiales.
Crisol se había constituido hacía poco más de un año, aun-
que algunos de sus integrantes ya habían operado juntos mu-
cho antes incluso de que Hans llegase a la organización. De-
ntro de Night Carnival tenían la mejor reputación y sus mi-

~ 57 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

siones se solían contar como éxitos. Entre sus muchas accio-


nes, habían participado en asesinatos de dirigentes empresa-
riales, secuestros, acciones terroristas, lucha armada, guerra
informática y un sinfín de actos fuera de la ley.
Patrick Newman era un hombre de acción, de gran altura y
poseedor de una complexión tremendamente musculosa. El
más grande del grupo, sin lugar a dudas. En el pasado fue un
excelente soldado profesional, hasta que se retiró por motivos
desconocidos. En Night Carnival solía participar en misiones
donde el combate abierto era predominante. Muchos conside-
raban un milagro que aún siguiese vivo, dada su aparente te-
meridad. Era también conocido por no haber abandonado
nunca a un camarada y por su arrogante y, a veces, insoporta-
ble personalidad.
Boumann Koenig, en cambio, era un alemán de mediana
edad, mucho más tranquilo que el enorme Patrick. Poseedor
de un carácter frío y cortante, su especialidad eran los explo-
sivos y la creación de muy diversas trampas que usaba para
cazar a los objetivos designados. Junto con Patrick, participó
en multitud de misiones para el ejército.
Josué Nagar, el más joven del grupo, era un excelente «re-
laciones públicas», especializado en sacar información donde
los demás no podían. Versado en el arte del espionaje, acom-
pañaba su labia y sentido del sigilo con una destreza inusual
en el uso de diferentes armas blancas de pequeño tamaño.
Nada se sabía sobre su pasado.
Larsson Jackson, quizás el más tímido del comando, era
más conocido como Ántrax dentro del mundillo de los hac-
kers donde se solía mover. De una inteligencia admirable, se

~ 58 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

graduó en ingeniería informática en la prestigiosa universidad


de Bruselas con matrícula de honor. Su principal papel dentro
del grupo era acceder a datos y fuentes de información que
facilitasen la tarea al resto del equipo, así como abrir puertas
de acceso, cerradas mediante sistemas informáticos o electró-
nicos.
Por último, Pierre Neville, el líder del grupo, de claro ori-
gen francés, era el segundo hombre de acción del comando,
especialista en todo tipo de armas de fuego y conocedor de
gran cantidad de técnicas de artes marciales. Fue miembro de
una de las mafias más peligrosas y sanguinarias que operaron
quince años atrás, hasta que esta fue completamente desarti-
culada por el ejército. Mucho más metódico y cauteloso que
Patrick a la hora de combatir, era también de carácter más
tranquilo y, en cierta forma, humilde.
En esta ocasión, la misión de Crisol sería buscar a la fugiti-
va conocida como Clorofila, un tipo de encomienda que ya
habían realizado en innumerables ocasiones con gran preci-
sión y acierto. Aquella era la primera vez que no iban a ser
los protagonistas del trabajo, sino que, supuestamente, se li-
mitarían a dar apoyo a Hans. Algo que no les entusiasmaba
precisamente, sobre todo porque ninguno tenía buena relación
con Ansdifeng y no se fiaban de él.
Debido al asesinato del concejal Johan y la cadena de pe-
queños atentados y disturbios que sirvió para distraer a la po-
licía, el grupo tuvo que pasar exhaustivos controles de seguri-
dad e identificación. Algo que hicieron sin mayor problema
gracias a las identificaciones falsas que les había preparado el
tímido Ántrax y que los acreditaba como miembros de la to-

~ 59 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

dopoderosa SEGDIAN. Una vez pudieron viajar, el trayecto


no fue muy largo. El grotesco ferrocarril blindado contra la
radiación, y sin ventanas, circuló bajo tierra a casi trescientos
quilómetros por hora.
El tren llegó a la hora prevista tras un viaje de algo menos
de dos horas. Arribaron sobre la una de la madrugada a una
vieja estación prácticamente vacía. Tan solo unos pocos y
cansados pasajeros vagabundeaban por ella. La policía tam-
bién estaba presente, aunque su presencia era meramente tes-
timonial a esas horas. Así pues, los seis bajaron del tren sin
que nadie diese especial importancia a su llegada. Nadie los
esperaba y, desde luego, nadie sabía quiénes eran realmente.
Iban escasos de equipaje. Las armas y el material informático
que necesitarían estaban esperándolos en un piso franco pre-
parado por Night Carnival.
—¡Vaya ridícula misión nos ha tocado! —espetó el enorme
Patrick—. Perseguir a una simple asesina de policías no creo
que requiera de Crisol. Hubiese sido suficiente con Los In-
adaptados o esos niñatos peliculeros de Los Rojos —se quejó
malhumorado el gigantón nada más pisar el metálico suelo
oxidado de la vieja estación de Berlín.
—Es una misión más compleja de lo que parece, Patrick
—le contradijo Pierre, el líder—. Olvídate de que vaya a ser
algo fácil. Si pusieran a esos niños de Los Rojos, morirían
todos. Tienen mucha voluntad, pero no están preparados para
esto. Tendremos que ocultarnos tanto de la policía como del
ejército, e incluso actuaremos, de forma directa, en contra de
SEGDIAN. Y ya sabes que esa gentuza es problemática.

~ 60 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—¡No me jodas! ¿Y tanto problema por una chiquilla?


—Carraspeó y escupió al suelo con desdén—. ¿Acaso ha ro-
bado algún arma nuclear? —se mofó el gigantón en tono so-
carrón.
—Esa información no está muy clara —reconoció Pierre
con su característico acento francés—. SEGDIAN tiene codi-
ficado todo lo referente a esa mujer. Ni siquiera Larsson ha
podido extraer información de ella todavía. Al parecer, es
información ultrasecreta de nivel seis. Pero creo que, preci-
samente por esta razón, el señor Klinsmann quiere que la
atrapemos antes que nadie. Me imagino que habrá pensado
que lo que es malo para SEGDIAN probablemente sea bueno
para Night Carnival.
—No es por nada, compadres —intervino el joven y rubio
Josué con su desvergonzada forma de hablar—, pero a mí este
tema me huele a mofeta podrida. Y creedme, yo tengo una
intuición que no suele fallar.
—Yo tengo el mismo presentimiento que el chico —se
mostró de acuerdo Boumann—. Klinsmann es un hombre
perspicaz, pero quizás también sea demasiado ambicioso. Me
temo que saldremos quemados de esta misión.
—Sin olvidar que nos vamos a entrometer en el camino de
SEGDIAN —apuntó Josué.
—Estoooo… —balbuceó tímidamente Larsson, el informá-
tico.
—¿Qué quieres, Ántrax? —le preguntó Pierre.
—Eeeeh..., bueno… Esto… Si queréis…, yo podría intentar
averiguar algo más con el computador cuando lleguemos al
piso franco.

~ 61 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Eso es precisamente lo que harás, Ántrax —le aseguró


Pierre —.Y confío en que SEGDIAN no se dé cuenta de tu
intrusión.
—¡No! ¡No! ¡Claro que no! Por eso no te preocupes. Siem-
pre soy invisible.
Ante el mutismo de Hans, que permanecía junto a ellos, pe-
ro ajeno a la conversación, Pierre quiso saber su opinión.
—¿Y tú? ¿No dices nada? ¿Qué piensas de todo esto?
Ansdifeng pareció en un principio hacer oídos sordos. Des-
de que había llegado a Berlín no había dejado de mirar a su
alrededor de forma inquieta. Había algo en el ambiente que le
hacía sentir ansioso, intranquilo. Sin tener una idea clara de
qué podía tratarse, con gesto serio y preocupado, finalmente
respondió.
—¿Que qué opino? Creo que nada en esta misión es lo que
parece. Pero no sé explicaros por qué. Al igual que Josué,
tengo un presentimiento. Desconfío de las razones de SEG-
DIAN y tengo muchas dudas sobre Clorofila y su supuesta
traición.
—¿Qué quieres decir? —quiso saber Pierre.
Hans guardó silencio, sin querer contestar, mientras su mi-
rada observaba la colosal cúpula casi opaca que cubría toda la
urbe. Josué, el más joven, al ver que no tenía intención de
responder, decidió tomar la palabra.
—Creo que sé lo que quiere insinuar, ya que yo también lo
he pensado mientras viajábamos en el tren y leía las órdenes
de Klinsmann. Pensadlo bien, todo este asunto de una supues-
ta traidora de SEGDIAN… Cabría la posibilidad de ser un
intrincado plan para hacer salir a la luz a miembros de la re-

~ 62 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

sistencia o a nosotros mismos, como una especie de anzuelo.


No sabemos si ese concejal llegó a hablar de nosotros o no.
Pero, de ser así, SEGDIAN podría haberse empezado a mover
contra nosotros. Esa mujer podría ser, simplemente, un cebo
para hacer salir a sus enemigos. Resulta razonable pensar que
la resistencia quisiera encontrarla para ponerla de su parte.
—Te equivocas —contradijo Hans Ansdifeng a Josué—.
No creo que sea ningún plan para atrapar a la resistencia. No
es a eso a lo que me refería. Mis dudas se basan, precisamen-
te, en la naturaleza de su traición. Pero, si dudo, no es porque
crea que ella no ha traicionado a SEGDIAN. Me intriga el
hecho de que esa chica sea perseguida así, tan a la desespera-
da. Debe de ser conocedora de secretos que pueden hacer mu-
cho daño a SEGDIAN. Además, está su aparente potencial
para el combate. No olvidemos que esa mujer ha matado, so-
la, a más de diecisiete personas. Algunas de ellas, miembros
expertos de SEGDIAN. Y esa gente no es novata, son la élite
del ejército de esta nación.
Patrick, que anteriormente había sido militar, se ofendió an-
te ese último comentario.
—¡Una mierda! Esa gentuza solo tiene de élite el armamen-
to que usa. Pero, comparados con el ejército, son solo unos
malditos mercenarios. Y si me dejáis deciros algo..., creo que
veis fantasmas donde no los hay.
Josué, al escucharle decir aquello, entornó los ojos y emitió
un largo suspiro.
—Patrick, reconocerás al menos que todo este asunto es un
poco extraño, ¿no?

~ 63 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Pero Patrick ni se molestó en contestar. Simplemente, emi-


tió un leve gruñido, como dando la conversación por finaliza-
da, y se puso a andar abandonando el grupo.
—¡Qué terco eres! —le reprendió Josué mientras fingía
sentirse dolido.
Pierre decidió que ya era hora de marchar hacia el piso
franco donde les habían preparado el equipo necesario para la
misión.
—Bueno, dejad de discutir y movámonos. No podemos
perder el tiempo con especulaciones.
El grupo se dirigió a la salida de la estación. Antes, hubie-
ron de pasar por varios controles policiales automáticos y una
revisión de sus tarjetas de identidad. Algo que sortearon sin
mayor novedad al portar acreditación falsificada de SEG-
DIAN creada por Ántrax. Con dichas credenciales incluso
podrían haber ido armados y haber salido de la estación sin
ningún problema. Pero prefirieron pasar desapercibidos y evi-
tar molestas preguntas.
Cuando hubieron salido al exterior, una fría y majestuosa
ciudad noctámbula los aguardaba iluminada por cientos de
millones de luminarias eléctricas. Una metrópoli gigantesca,
hogar de millones de habitantes, donde luces de neón, lámpa-
ras, farolas y enormes pantallas de televisión colocadas sobre
los edificios eran la única iluminación posible, tanto en el día
como en la noche. Aquello era debido a la cúpula protectora
que cubría toda la ciudad de Berlín, mucho más arcaica que la
que años más tarde se construyó en otras ciudades. Las más
modernas eran translúcidas y dejaban pasar la luz del sol con
facilidad, aunque, debido a los filtros ópticos que usaba, dicha

~ 64 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

iluminación se tornaba, generalmente, anaranjada. En cambio,


la que coronaba Berlín fue de las primeras cúpulas en cons-
truirse, en plena Guerra del Ultimátum, cuando ya empezaba
a vislumbrarse el desastre ecológico que se avecinaba, y eso
se dejaba notar en los anticuados materiales empleados para
su estructura. La más notable consecuencia era su escasa ca-
pacidad para dejar pasar los rayos solares, sumiendo en una
oscuridad perpetua a la vieja capital de la Unión Europea. Esa
falta de luz natural era eficazmente aliviada por el inmenso
potencial eléctrico que suministraban las cinco centrales de
fusión nuclear que rodeaban la ciudad y que alimentaban de
energía tanto a la megalópolis como a, prácticamente, todo el
centro de Europa.
Era la primera vez que Hans viajaba a Berlín —al menos
que él recordase— y aquella visión fantasmal lo dejó sin pa-
labras. Se maravilló y horrorizó al mismo tiempo al contem-
plar la insólita metrópoli extendiéndose hasta donde la vista
permitía, abrigada bajo el cobijo protector de aquella mons-
truosa construcción de forma abovedada. Debajo de esta, to-
rres de oficinas, apartamentos y hoteles, propios de las áreas
más desarrolladas, contrastaban con zonas de extensos y peli-
grosos suburbios donde la pobreza, el hambre y la delincuen-
cia iban unidas de la mano.
—Berlín es realmente inmenso —comentó Hans mientras
sus pupilas observaban unos titánicos ventiladores de extrac-
ción de gases que había sobre sus cabezas y que producían
una corriente de aire ascendente cargada de humo y suciedad.
Boumann se posicionó al lado de Hans y contempló aquella
ciudad luminiscente que a esas horas estaba dormitando.

~ 65 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¿Verdad que sí? Este monstruo de metal, piedra y cristal


es mi ciudad natal. Esta negra tierra es la que me vio nacer y
crecer.
Hans lo miró. De sus palabras pudo adivinar nostalgia y
desprecio a partes iguales. Cualquiera que hubiese sido la in-
fancia de Boumann, sin duda, estaba cargada de recuerdos
contrapuestos.
—No sabía eso.
El alemán sonrió quedamente.
—¿Te extraña? Como puedes ver con tus propios ojos, no
hay nada aquí de lo que uno pueda enorgullecerse.
Hans se arrebujó en su grueso abrigo de piel sintética y, du-
rante unos segundos, se quedó meditabundo.
—No creo que sea el más adecuado para opinar sobre qué
es digno o no de orgullo. Al menos, tú tienes una ciudad na-
tal… —hizo una ligera pausa—. Yo no tengo esa suerte.
A Josué pareció hacerle gracia tal afirmación.
—Seamos sinceros compañeros…, ninguno de nosotros ha
tenido un pasado fácil. A estas alturas, ninguno de nosotros
tiene hogar ni ciudad natal. Somos unos proscritos. Pero es la
vida que elegimos. Justamente, ir contra la ley, ser chicos ma-
los, es lo que nos gusta.
Larsson sonrió ante semejante comentario. Entendía muy
bien a Josué. Para él, burlar con sus ordenadores la ley vigen-
te era un continuo reto. Algo maravilloso que le llenaba de
satisfacción personal. Sin embargo, dada su enorme timidez,
prefirió guardar silencio y observar, algo que hacía muy bien.
A Pierre, en cambio, no le hizo tanta gracia aquel comentario.
Él tenía un concepto diferente de las cosas que hacían. La

~ 66 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

aseveración de Josué se le antojaba la visión de un vándalo o


de un simple delincuente común. Pierre era de esas escasas
personas que quedaban en el mundo que se consideraban a sí
mismas idealistas. Todo lo que él hacía tenía un porqué más
allá del simple y vil dinero. En su fuero interno, quería cam-
biar las cosas. Quería luchar contra el sistema impuesto y en
esa cruzada iban encauzados todos sus esfuerzos.
—No seas frívolo, Josué… No deberías soltar ese tipo de
comentarios despreocupados tan a la ligera. Ser un «chico
malo», como dices tú, no tiene nada bueno si no hay un claro
ideal detrás. Y con «ideal» no me refiero precisamente al di-
nero que te van a pagar por esta misión.
La acusación cambió el rostro alegre de Josué instantánea-
mente.
—Pierre, tú tienes tus razones para estar aquí y, yo, las
mías. Yo no soy un idealista ni tampoco creo que podamos
conseguir un mundo mejor. Puede que haya parecido frívolo,
pero yo también tengo mis razones personales para hacer las
cosas.
—¿Y se puede saber qué razones son esas? —preguntó in-
trigado Pierre.
—No, señor, no se pueden saber, son personales.
Se produjo un incómodo silencio. Pierre arrugó el gesto, al-
go molesto por la negativa de Josué, pero tuvo que admitir
que estaba en su derecho. En Night Carnival nadie estaba
obligado a desvelar su pasado, salvo a Klinsmann.
—Como quieras, Josué, no preguntaré más. Pero mi conse-
jo es que cambies tu filosofía de vida. Yo también, de joven,
fui como tú y la vida me dio muchas dolorosas lecciones.

~ 67 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Tranquilo, jefe, sé cuidar de mí mismo. Yo también he


pasado por cosas desagradables. Quizás algún día se lleve una
agradable sorpresa conmigo.
«Eso espero», pensó Pierre emitiendo un largo suspiro, pe-
ro callándose su opinión personal.
Boumann y Hans decidieron ponerse en camino con la es-
peranza de que el resto se animase a seguirlos y dejar las con-
versaciones triviales para otro momento. Larsson los siguió
en silencio, y Patrick, ansioso por llegar al apartamento y ver
el tipo de armamento que le tenían preparado para la misión,
se unió a ellos. Pierre y Josué observaron como sus compañe-
ros se alejaban. Ambos se miraron y Pierre negó con la cabe-
za.
—Estos cabrones andan con prisa —dijo Pierre al ver como
se iban sin él.
Josué sonrió.
—Sí, creo que te están perdiendo el respeto.
—Eso parece. Debe de ser tu influencia, crío irrespetuoso.
—Seguramente —rio el joven—. ¿Vamos con ellos, jefe?
—Sí, pequeño gamberro, antes de que ese Hans me quite el
puesto.
Josué se quedó mirando a Hans, que caminaba por delante
de los demás en solitario. Después, torció el gesto y negó con
la cabeza.
—No lo creo. Ese hombre no vale como líder.
Los Crisol se adentraron en la vasta ciudad de Berlín. A
esas horas no había servicio de metro, por lo que cogieron un
taxi. El vehículo en el que viajaron era una antigualla de hacía
más de cincuenta años. Uno de esos vehículos de gran tamaño

~ 68 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

que funcionaba con hidrógeno, pero que, poco a poco, iban


quedando en desuso. En su viaje observaron más de cerca la
grandiosidad de Berlín. Recorrieron autopistas anchas y espa-
ciosas, iluminadas por enormes farolas y atestadas de vehícu-
los de múltiples formas y colores. Atravesaron la extensa zo-
na industrial, que jamás dormía y que siempre estaba saturada
de cansados trabajadores, quienes luchaban por dar de comer
a sus familias. Transitaron por parte del centro histórico de la
ciudad, el cual aún tenía claros vestigios de un pasado olvida-
do. Y, finalmente, tras media hora de viaje, el taxi se adentró
en lo más profundo de los suburbios de la zona sur, rumbo al
apartamento que les serviría de centro de operaciones. Los
miembros de Crisol descubrieron rápidamente por qué Night
Carnival había elegido aquel emplazamiento para ubicarlos.
Los suburbios eran una zona oscura, pobremente iluminada y
aún menos vigilada por la policía. Era un caldo de cultivo
ideal para el pillaje, el contrabando y la disidencia política.
En un lugar como aquel había que ser cauteloso, pues todo el
mundo sabía que la zona era ocasionalmente vigilada por
agentes de paisano. Según les comentó el taxista, varias veces
al mes entraba la policía, armada hasta los dientes, con el ob-
jetivo de capturar a determinadas personas de las que luego
nunca más se volvía a saber. Había ocasiones en que, a modo
de advertencia, el Gobierno enviaba a sus temidos escuadro-
nes de la muerte, conocidos como Hades, para hacer limpieza.
Esos escuadrones campaban a sus anchas por los suburbios y
ejecutaban in situ a todos sus objetivos y a cualquiera que se
interpusiese en su camino. Según el taxista, ni siquiera se mo-
lestaban en recoger los cadáveres, sino que los dejaban acribi-

~ 69 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

llados a balazos o abrasados por munición incendiaria en el


lugar de su asesinato para que todo el mundo comprendiese lo
que les podría pasar también a ellos.
Algo que no pareció impresionar a Hans, Patrick, Boumann
y Larsson, que escucharon aquella historia sin darle demasia-
da importancia, como si todo aquello fuese de lo más normal.
En cambio, tanto Pierre como Josué torcieron el gesto.
—Estas cosas son las que me asquean de esta sociedad
—comentó el francés mientras contemplaba a través de la
ventana del coche la pobreza que reinaba en los arrabales.
Josué no dijo nada, pero en su rostro era evidente que opi-
naba lo mismo que Pierre.
El vehículo se detuvo en frente de un viejo edificio de más
de cien años de antigüedad, cuya estructura, basada en hor-
migón, cemento y ladrillo, parecía haber aguantado bien el
paso del tiempo. Tenía una altura de cinco plantas
—alrededor de unos veinte metros— y un aspecto exterior
sucio y lleno de pintadas. Impacientes por llegar al aparta-
mento, bajaron del taxi mientras examinaban la zona con la
mirada. Se encontraban en una estrecha calle en perpetua pe-
numbra, flanqueada por una desgastada acera llena de soca-
vones, con varios coches convertidos en chatarra oxidada,
abandonados sobre la calzada. La basura parecía haberse
adueñado del suelo allá donde se mirase. Un vagabundo que
caminaba borracho con una botella en las manos, al verlos, se
asustó y salió corriendo haciendo eses.
Larsson sonrió, parecía contento con el lugar. Estaba acos-
tumbrado a vivir escondido en lugares así, especialmente
cuando, en el pasado, se dedicaba a piratear información em-

~ 70 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

presarial para venderla al mejor postor. De hecho, la idea de ir


a aquel edificio había sido, en parte, suya. A Patrick y Bou-
mann tampoco les pareció mal el lugar, habituados a condi-
ciones infinitamente más duras de su anterior época de solda-
dos. Josué, en cambio, observó el sitio con cierta decepción.
Esperaba algo más de la generosidad de Klinsmann, aunque
mantenía la esperanza de que el exterior solo fuese una fa-
chada de lo que finalmente se encontraría en el interior del
edificio, especialmente después de lo bien que lo habían
hecho cuando acabaron con el líder enemigo de los Dark
People y todos sus guardaespaldas tan solo una semana antes.
Hans no le daba importancia al lugar en sí, pensó que aquel
era como cualquier otro. Las comodidades carecían de valor
siempre y cuando tuviese en sus manos el equipo necesario
para dar caza a Clorofila. Sentía que esa chica misteriosa se
iba, poco a poco, convirtiendo en una obsesión para él. ¿Por
qué? Esa era una pregunta a la que trataba de dar respuesta.
Se adentraron sin más dilación en el edificio y el aspecto no
mejoró en absoluto. Un amplio y deslustrado portal se extend-
ía veinte metros hasta unas escaleras que ascendían a los pi-
sos superiores. Tanto las plaquetas del suelo como las paredes
empapeladas estaban en un estado lamentable. Todo se en-
contraba cubierto de desperdicios y polvo, y tenían que tener
cuidado al andar o fácilmente podrían tropezar. Tuvieron que
hacer uso de sus linternas al caminar, pues la luz del portal no
funcionaba. Desde luego, si alguien más vivía en aquel lugar,
se aseguraba de no dar señales de ello.
Subieron hasta la tercera planta y allí encontraron la puerta
de su nuevo centro de operaciones, igual de vieja y arruinada

~ 71 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

que el resto del edificio. Pierre sacó una llave de su bolsillo y


la introdujo en la oxidada cerradura. En un primer intento,
pareció atascarse; sin embargo, tras un segundo tanteo, la
puerta emitió un extraño pitido y un ruido metálico la desblo-
queó, quedando entreabierta.
El francés fue el primero en pasar y lo que halló en su inter-
ior no le sorprendió. El apartamento estaba completamente
reformado. Todo el mobiliario era nuevo y las paredes habían
sido pintadas hacía poco tiempo. La decoración, propiamente
dicha, era escasa y austera. No era un hogar para vivir, sino
un lugar para trabajar. Había una cocina bien equipada, con
una mesa grande para que todos pudieran reunirse a comer,
un discreto baño con ducha, un pequeño taller, un laboratorio
para que Boumann preparase sus bombas, más una sala con
varios ordenadores y multitud de material informático para
que Larsson pudiese trabajar. También había otra habitación a
modo de armería donde se encontraban las armas y la muni-
ción que usarían en la misión. Para terminar, el apartamento
contaba con tres pequeños dormitorios donde unas literas y
unos armarios para la ropa eran los únicos muebles disponi-
bles.
—Al menos, todo está bastante limpio —trató de consolar-
se Josué, que esperaba algo más de la grandeza de Klins-
mann.
—No te quejes —le reprendió Pierre—. Aquí tenemos todo
lo que necesitamos para la misión. Además, tú eres el que
menos tiempo va a pasar aquí dentro.
—¿Y eso? —preguntó el joven rubio sorprendido.

~ 72 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Klinsmann quiere que vayas a ver a sus socios contra-


bandistas de esta ciudad y que averigües de ellos todo cuanto
puedas sobre la mujer que buscamos. Ya ha concertado las
citas, por lo que seguramente te hospedes en alguno de los
hoteles contratados por ellos.
—Joder, Pierre, ¿y a qué esperabas para decírmelo?
—No esperaba nada. Cierra el pico y entra de una vez.
Larsson se deslizó como un curioso hurón hacia la zona de
ordenadores, el lugar donde se sentía prácticamente un dios.
Para él, la conversación con sus compañeros había terminado,
ansioso por empezar a trabajar. Boumann entró con paso se-
reno, tranquilo, y, despidiéndose con un gesto de la mano, se
fue a uno de los dormitorios y se echó sobre una de las literas.
Ya tendría tiempo de manipular los explosivos que le tenían
preparados. Lo más importante para él era estar descansado y
con la mente clara.
Josué decidió acompañar a Larsson a la sala de ordenado-
res. Tenía ganas de trastear con alguno de ellos y divertirse un
rato bajándose algún videojuego, viendo alguna vieja película
o contemplar algunas fotografías de mujeres desnudas. Pierre
tenía hambre, por lo que fue directamente a la cocina, abrió el
frigorífico y buscó algo de comer. Había mucho donde elegir,
por lo que, aficionado a la buena comida, pensó en relajarse
pasando un buen rato cocinando para el grupo. Patrick, el más
belicoso de todos con diferencia, fue inmediatamente a la sala
de armas. Quería ver el material que le habían preparado para
la misión. Cuando entró, su satisfacción fue evidente. A su
disposición, Night Carnival había puesto varios rifles de fran-
cotirador, entre ellos el Dragunov personalizado de Hans, va-

~ 73 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

rios subfusiles de asalto especialmente diseñados para el


combate urbano, dardos tranquilizantes y munición real, así
como tres tipos de granadas de mano: cegadoras, explosivas y
de humo. Pero si algo llamó realmente la atención de Patrick
fue la existencia de unas gabardinas negras colgadas de una
pared que llevaban impreso en su reverso el logotipo rojo de
la extinta empresa A2plus. Esas prendas, de las cuales queda-
ban muy pocos ejemplares, estaban fabricadas en fibras sinté-
ticas que, si bien las hacía ver como ropa ordinaria, eran ca-
paces de amortiguar el impacto de una bala o de repeler la
incandescente energía del proyectil de un arma de plasma.
Patrick se sorprendió de que dicha indumentaria fuese puesta
a su disposición. ¿Cómo las había adquirido Night Carnival?
Tales protecciones debían de haber sido robadas a SEGDIAN,
pues eran los únicos que en la actualidad custodiaban reli-
quias de A2plus. Cada una de aquellas prendas debía de valer
una auténtica fortuna. La duda le asaltó de inmediato al pen-
sar en ello.
—¿Y, aun disponiendo de tanta tecnología, los mercenarios
de SEGDIAN no pueden capturar a una simple mujer? —se
preguntó en silencio.
Una creciente preocupación lo llevó a avisar a sus compa-
ñeros.
—¡Venid aquí, cabrones, no os vais a creer lo que nos han
dado como equipo para cazar a esa mosquita muerta! —gritó
con su enorme vozarrón cavernoso.
El grupo no tardó ni diez segundos en llegar a la armería.
Todos observaron el arsenal y, en realidad, la mayoría no vio
nada raro en él. Solo Pierre se percató de la protección extra.

~ 74 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Son gabardinas de fibra de titanio y carbono. ¿Qué está


pasando aquí?
—¿Eso es fibra Titán? —quedó sorprendido Boumann, que
sabía de su existencia, pero jamás las había visto en persona.
—Sí, eso parece… —confirmó el gigantón mientras des-
colgaba una y comprobaba su peso, ligeramente mayor que el
de una prenda convencional.
Hans no había oído nunca antes hablar de aquellas ropas,
por lo que se quedó a la expectativa, al igual que Josué y
Larsson, esperando a que Pierre y Patrick desvelasen el miste-
rio.
—Pierre, ¿no te parece extraño? ¿Quién es realmente esa
mujer y de cuántos aliados dispone? Esto se pone feo —opinó
Boumann.
—Sí, me lo parece. Pero me pregunto cómo habrá conse-
guido Klinsmann estos ejemplares. Debe de haber corrido un
riesgo enorme para hacerse con ellos. Cada una de estas pren-
das tiene un precio desorbitado y es de imaginar que SEG-
DIAN las debe de haber tenido protegidas bajo fuertes siste-
mas de seguridad. Ese Klinsmann ha de saber algo más de lo
que nos ha contado. Creo que no nos ha dicho toda la verdad.
Hans preguntó dubitativo por la naturaleza de la ropa.
—¿Qué tiene de especial la fibra Titán? Nunca había oído
hablar de ella.
Pierre iba a contestarle, pero Patrick se le adelantó.
—Amigo, deja que yo se lo explique.
Se acercó a una pared y descolgó un pequeño subfusil, le
introdujo un cargador y, apuntando a la gabardina que había
recogido, descargó una violenta ráfaga que, sorprendentemen-

~ 75 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

te, quedó amortiguada por la prenda, ahogando la potencia del


impacto. Ni la gabardina ni la munición disparada parecían
dañadas, pues la prenda se veía como nueva y las balas caye-
ron al suelo prácticamente intactas, como si no hubiesen im-
pactado sobre nada.
—¿Te das cuenta, muchacho?
Larsson y Josué observaron totalmente incrédulos la muni-
ción en el suelo, casi intacta, como si simplemente se hubiese
separado del cartucho.
—¡Joder! ¡Menuda pasada! ¡Esto es la rehostia puta!
—gritó eufórico Josué.
Hans, en cambio, se quedó sin palabras: jamás había visto
nada parecido. ¿Qué clase de material podía hacer semejante
prodigio? Un sudor frío perló su rostro. Una extraña sensa-
ción de «haber vivido ya esto» nubló su pensamiento y una
rápida sucesión de imágenes sin sentido golpearon su cerebro
y lo dejaron sin resuello. No obstante, no supo darle signifi-
cado a ninguna de ellas salvo que le habían producido una
mezcla de miedo y una profunda tristeza.
Pierre se dio cuenta del cambio de color de Hans, que se
había quedado pálido, y trató de aclararle el asunto.
—¿Sorprendido? Es un recuerdo que nos dejó la Guerra del
Ultimátum: tecnología punta de la infame A2plus. Aunque no
lo parezca, estas obras de arte tienen más de cien años. Por lo
poco que se sabe, la fibra Titán es mucho más que titanio y
carbono, pero ni siquiera cien años después se ha podido des-
velar su misterio. Tan solo se sabe que, frente a un impacto
potente, disuelve su energía cinética, amortiguando cualquier
impacto. Pero también funciona con los proyectiles de energ-

~ 76 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

ía, aunque el mecanismo parece distinto e igualmente desco-


nocido.
—¿La Guerra del Ultimátum? ¿Cómo puede ser eso posi-
ble? Pensaba que todas esas historias sobre A2plus eran exa-
geraciones.
—¿Exageraciones? No, claro que no. Imagino que algunas
cosas que se cuentan de A2plus son solo parte del inmenso
mito que hay sobre la multinacional. Pero, desde luego, no te
quepa duda de que muchas otras debieron de ser totalmente
ciertas. Y la prueba en sí misma es la Guerra del Ultimátum y
el mundo que nos legó.
—El mundo que nos legó… —repitió Hans absorto en sus
pensamientos.
Josué intervino:
—¡Es cierto! Hans, tú no recuerdas nada de tu pasado,
¿verdad? No sabes de dónde vienes ni quiénes eran tus pa-
dres, ¿me equivoco?
A Hans le molestó la osadía del joven Josué. No le gustaba
hablar de sí mismo ni de sus problemas, y aún menos le gus-
taba Josué, demasiado atrevido para su gusto. Sin embargo,
puesto que se veía obligado a trabajar con aquel grupo, deci-
dió contestar:
—No, no te equivocas. Pero no es un tema del que me ape-
tezca hablar, por lo que te agradecería que no volvieras a sa-
carlo. Es mejor que te metas en tus asuntos.
—¡Eeh! Vale, vale…, tranquilo. No quería molestarte
—aclaró el joven tratando de quitar hierro al asunto.
Hans no se molestó en aceptar sus disculpas; simplemente,
se separó del grupo y se dirigió al dormitorio. El resto se

~ 77 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

quedó mirando incómodo como se marchaba. Lo cierto era


que a ningún Crisol le gustaba demasiado aquel solitario per-
sonaje, no inspiraba ninguna confianza. Josué fue el primero
en quejarse en voz baja.
—¿Quién se cree que es ese capullo? ¡Qué arrogante!
—Tendremos que aguantarle. Nos ha tocado ser su apoyo
en esta misión —aclaró Pierre resignado.
—Joder… Pero ¿por qué precisamente él? Charles era un
tío legal, pero este esbirro del mal es un antipático.
—Sí, pero, desgraciadamente, Charles está muerto y este es
el mejor francotirador que le queda ahora a Night Carnival.
Me imagino que por eso está con nosotros.
—Pufff… Yo creo que nosotros solos hubiésemos podido
llevar esta misión sin ningún problema.
Patrick también opinaba lo mismo.
—No sé para qué demonios queremos un francotirador en
esta misión. Nosotros somos un escuadrón de élite. Cualquie-
ra de nosotros podría hacer un disparo de precisión con un
rifle. Incluso el excéntrico Larsson sabe manejar el condena-
do Dragunov SVD2.
Boumann, tranquilo como era, decidió no decir nada. Para
él, el que estuviese o no Hans le daba igual. Lo que realmente
le inquietaba era la brutal persecución que se había orquesta-
do para atrapar a aquella disidente de SEGDIAN. Le preocu-
paba muchísimo toda la misión y sabía que, más que nunca,
deberían mantenerse alerta o, probablemente, todos morirían.
Las quejas sobre Hans pronto cesaron. Era más importante
descansar para poder rendir al día siguiente que discutir temas

~ 78 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

que no llevaban a ninguna parte. Igualmente, sabían que nada


iba a cambiar por mucho que les disgustase la compañía.
Hans buscó su habitación, molesto y cansado, y se echó en
la parte baja de una de las literas. No tenía ganas de estar con
nadie. Se sentía nostálgico y no sabía bien por qué. Un
montón de dudas se amontonaban en su mente y lo cierto era
que las preguntas del estólido Josué le habían hecho cuestio-
narse muchas cosas sobre su vida y su pasado. De su chaqueta
sacó una vieja fotografía y, durante un rato, se quedó ob-
servándola. En ella había una imagen de su pasado perdido,
algo que debió de ser anterior a la vida que podía recordar: se
veía a sí mismo mucho más joven y delgado, apenas un ado-
lescente, junto a dos mujeres. Abrazada a él, había una quin-
ceañera pelirroja de cabellos cortos ataviada con un liviano
vestido de verano, y detrás de ambos, una hermosa mujer son-
riendo mientras hacía con los dedos el signo de la victoria y
guiñaba un ojo. Nada de aquella imagen tenía significado pa-
ra él. Realmente…, ¿de dónde venía él?, ¿quién era? Esas
fueron las preguntas que trató de contestar antes de quedarse
completamente dormido, ausente a la conversación que esta-
ban teniendo sus compañeros sobre él.

~ 79 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 3

La resistencia

La RDH —Resistencia por la Dignidad Humana— era un


pequeño ejército clandestino formado por miles de milicianos
en toda la Unión Europea que se oponía, a base de acciones
militares y atentados con bombas, a la dictadura impuesta por
el canciller Milosevic y el grupo empresarial SEGDIAN. Du-
rante los últimos quince años habían ido intensificando sus
acciones —cada vez con mejor armamento— hasta convertir-
se en un verdadero quebradero de cabeza para el régimen.
Sin embargo, desde que Milosevic tomó el poder mediante
las armas y derrocó a su depuesto y fallecido padre en el car-
go de canciller, todo se había complicado para los rebeldes. Y
es que el nuevo supremo mandatario de la Unión Europea
resultó ser un muy despiadado oponente. El nuevo líder deci-
dió que el fin justificaba los medios y, desde el principio de
su mandato, se tomó a los rebeldes mucho más en serio de lo
que lo habían hecho sus antecesores. Para exterminar a sus
enemigos, creó una serie de cuerpos de élite del ejército y
dotó de fondos ilimitados a la empresa SEGDIAN para que
los surtiese del armamento adecuado.
La idea de Milosevic era gobernar mediante el miedo. El
miedo extremo. Y, por ello, a los tres meses del inicio de su
mandato, y como muestra de lo que era capaz de hacer con

~ 81 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

todos aquellos que apoyasen a los disidentes, lanzó en Fran-


cia a sus fuerzas militares contra ellos, eliminando de raíz a
sus líderes en ese país, en una extremadamente cruenta batalla
que dejó completamente arrasados los suburbios de Lyon.
Después de aquella aplastante victoria, para afianzar dicho
pavor, creó los escuadrones de la muerte conocidos como
Hades, que, en cooperación con el despiadado SSE
—Servicio Secreto Europeo—, realizaron crueles y sanguina-
rios asesinatos selectivos entre la población civil sospechosa
de ser simpatizante de los revolucionarios.
Sin embargo, y a diferencia de lo que creía el dictador, esto
no solo no acabó con los rebeldes, sino que consiguió radica-
lizarlos aún más, llenándolos de odio a causa de toda la gente
asesinada y consiguiendo un «efecto llamada» entre los des-
heredados de aquella civilización injusta y desigual. Así pues,
los disidentes siguieron luchando a pesar de los peligros que
ello entrañaba, consiguiendo, de vez en cuando, golpear de
forma contundente al Gobierno.
Hacía tan solo unos días, el ejército europeo había frustrado
una operación de la resistencia que pretendía atentar contra la
sede de SEGDIAN en Varsovia, volándola en pedazos con
sofisticados cohetes soviéticos de gran potencia explosiva.
Antes de que el ataque se produjese, el ejército regular en-
contró la base secreta de los insurgentes, donde se almacena-
ba dicho armamento, y se produjo una feroz y muy sangrienta
batalla. Los rebeldes, gracias al material bélico traído clan-
destinamente desde la URSS, plantaron una resistencia feroz
a las fuerzas del canciller Milosevic, pero dicha resistencia se
desmoronó cuando SEGDIAN entró en acción y envió a sus

~ 82 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

experimentadas y bien pertrechadas tropas de élite. Los in-


surgentes se vieron incapaces de hacerles frente y trataron de
huir. Más de la mitad no lo consiguió y fueron dados de baja.
Los supervivientes se dispersaron desorganizadamente y las
fuerzas de Milosevic cerraron todas las salidas de Varsovia
para evitar que pudieran huir y unirse a otras células terroris-
tas ubicadas en las otras capitales europeas. Después, se hicie-
ron por toda la ciudad exhaustivos registros. Uno de aquellos
supervivientes fue descubierto escondido en una casa aban-
donada y llevado a una cárcel militar.

—¿Acaso pensabas que esto era un juego?


En una habitación oscura y húmeda, cargada de un fuerte
olor a moho y sangre, un hombre de aspecto demacrado esta-
ba siendo brutalmente torturado. Encadenado de las manos
con unos grilletes, de forma que su cuerpo quedaba suspendi-
do del techo con el único apoyo de los dedos de sus pies, el
cautivo era continuamente golpeado mientras lo interrogaban.
Tenía el cuerpo cubierto de cardenales y sangre gelatinosa
deslizándose lentamente por su piel lacerada. En el transcurso
del despiadado interrogatorio, le habían sido arrancados algu-
nos dedos de las manos. Dos hombres vestidos de militar pa-
recían estar disfrutando mientras lo torturaban salvajemente.
—¿Ya no tienes más que decir, maldito revolucionario?
—le preguntó con expresión sádica uno de sus torturadores al
tiempo que le pegaba una patada en la entrepierna.
El prisionero emitió un grito y se retorció de dolor. Su ata-
cante, un hombre de gran tamaño y una espesa barba negra, lo
miraba divertido.

~ 83 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¡Por favor, os he dicho todo lo que sé! —gritó angustiado


y casi llorando el cautivo.
El otro soldado, también de gran tamaño pero de cabello
rubio y corto, lo agarró del cuello y se lo apretó con fuerza al
tiempo que acercaba su rostro al de su víctima.
—No me lo trago, Stanley. Creo que todavía quieres salvar
a tus amiguitos. Esto lo podemos alargar todo lo que tú quie-
ras.
—Stan —dijo el de la barba negra—, ninguno de los dos te
cree. Y si no nos dices dónde podemos localizar a esa jauría
de inadaptados, no solo no te vas a salvar tú, sino que,
además, mandaremos al exilio a tus padres. Y ya sabes lo que
significa eso para un par de vejestorios.
Stan miró con los ojos muy abiertos al barbudo. Presa de la
desesperación y, con un hilo de voz, les imploró:
—No, por favor. No le hagáis eso a mi familia, ellos no han
hecho nada malo.
El hombre rubio, un finlandés de nombre Mika Sibelius, le
mostró una torva sonrisa.
—Te equivocas. Ellos cometieron el mayor de los críme-
nes. Tu familia te educó desde niño y era su responsabilidad
el que hubieses salido un miembro útil de la sociedad. Por lo
tanto, tu castigo será también el suyo. —Mika soltó su cuello
y se quedó mirándolo a los ojos durante un instante—. Pe-
ro… si decides colaborar —añadió con una expresión fe-
liz—, entonces tú pasarás unos años en la cárcel siendo re-
educado y a ellos los dejaremos vivir sus miserables vidas
dentro de Berlín.

~ 84 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Sí, Stan, así podrían ser las cosas —le confirmó Abdelaa-
ti, el otro torturador, con una voz que resultaba hasta amiga-
ble, pero que, al poco, se tornó amenazante—. Deberías re-
plantearte tu situación. El juego de los rebeldes se terminó
para ti. Ya has perdido. Ahora, sería bueno que pensases en la
piel quemándose al sol de tus padres cuando, por tu culpa,
caminen moribundos a través de la desolación que existe en la
intemperie. Quiero que pienses en sus cuerpos enfermos y
despellejados cuando la radiación los debilite poco a poco. Y,
por supuesto, quiero que pienses en el salvajismo que hay allá
fuera, en los negreros, los caníbales, los depravados y viola-
dores, y, sobre todo, en las monstruosas cosas deformes que
se encontrarán y que destrozarán a tus padres en cuanto ten-
gan la menor oportunidad. Pero tú solo podrás imaginártelo,
porque, si no hablas, morirás con la certeza de que eso será lo
que ocurra.
En ese momento, la puerta metálica y herrumbrosa de la
celda se abrió y un hombre de aspecto elegante entró. Los dos
torturadores, al verlo, se dieron la vuelta rápidamente y le
hicieron un saludo militar poniéndose muy firmes.
—¿Cómo está nuestro invitado? ¿Ha decidido colaborar?
—preguntó en un tono que denotaba una cierta falta de in-
terés.
Mika se volteó para mirar al preso.
—¿Colaborarás, Stanley? ¿Salvarás a tus padres? —le pre-
guntó con un tono casi amigable.
Stan había sufrido mucho y, en verdad, hubiese aguantado
mucho más si solo su vida fuese la que estuviese en peligro.
Pero que sus padres pudiesen ser enviados al infierno del exi-

~ 85 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

lio, quizás a uno de los muchos campos de trabajo, era mucho


más de lo que él podía soportar.
—Lo… haré —dijo el preso con un hilo de voz mientras de
sus ojos caían lágrimas de rabia—. Os diré dónde se escon-
den.
Abdelaati y Mika Sibelius sonrieron.
—Ya le ha oído, señor.
El hombre trajeado se acercó al preso y lo observó con des-
precio.
—Eres una rata asquerosa, una mugre formada en los des-
perdicios de la sociedad. Pero si estos dos te han prometido
que, si hablas, respetaremos la vida de tus padres, como me
parece haber oído…, lo haremos. Si la información nos lleva
a la localización de alguna célula importante de la resistencia,
no sufrirás más torturas y serás tratado como un prisionero
ordinario. Tienes mi palabra de caballero y lo juro ante el
Altísimo Dios Todopoderoso.
Stan lo observó con miedo y desconfianza. La persona que
tenía delante era Oskar Schlemmer, director del despiadado
servicio secreto de la Unión Europea. Un monstruo que se
escondía detrás de su máscara de hombre educado y cortés,
pero que, en realidad, había mandado matar a miles de perso-
nas por el solo hecho de parecer disconformes con el Gobier-
no del canciller Milosevic. Por eso no quería creerle. Pero
¿qué otra opción tenía? Estaba a su merced. Solo podía con-
fiar en que sus compañeros de la resistencia supieran defen-
derse de ellos.
—Lo haré. Pero no toquen a mi familia.

~ 86 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 4

Sospechas

Apenas eran las seis de la mañana y todo el escuadrón ya


estaba en pie, preparando el equipo. Hans se había levantado
aturdido y de mal humor, pero eso era algo habitual en él des-
de hacía mucho tiempo. No le gustaba trabajar en grupo, pues
no solía caer bien a nadie. Era demasiado reservado e indivi-
dualista —así como arisco— para entablar una buena relación
con los demás. El resto del comando tampoco parecía estar
mucho más entusiasmado. La idea de trabajar con Hans les
incomodaba, pero hacerlo contra la todopoderosa SEGDIAN
les preocupaba. Quien más y quien menos habían tenido pro-
blemas con la compañía en el pasado y ninguno podía decir
que había sido una experiencia agradable. A parte de eso, re-
sultaba cuanto menos sospechoso todo lo referido a la actual
misión. ¿Por qué la poderosa empresa armamentística SEG-
DIAN quería a esa mujer a toda costa? ¿Por qué no podía
permitir que cayese en manos de la policía? ¿Acaso SEG-
DIAN estaba actuando al margen del Gobierno? Esa era una
posibilidad evidente. Pero, sobre todas las cosas: ¿quién cara-
jos era esa mujer que tenía a todo el mundo revolucionado?
Todos sus recelos se incrementaron cuando un ojeroso
Larsson Ántrax, que no había pegado ojo en toda la noche
buscando datos, los informó de las cosas que había estado

~ 87 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

indagando con su ordenador. El hacker informático había es-


tado investigando cualquier pista que pudiese indicarle la lo-
calización del objetivo. Con su enorme pericia, no le costó
descubrir que un policía fue ingresado aquella misma noche
en un hospital privado de SEGDIAN, lo que inmediatamente
le provocó sospechas. ¿Un policía en un hospital de SEG-
DIAN? ¿Por qué no uno estatal?
Creyendo haber encontrado una pista, decidió piratear la
red de ordenadores de la comisaría de Berlín para leer el in-
forme del suceso. Según este, hubo un incidente con la mujer
conocida como Clorofila, tras haber sido localizada en los
suburbios de la zona oeste de la ciudad. La nota de prensa que
tenía la policía preparada para los medios de comunicación
afirmaba que la mujer de cabellos verdes había atacado a un
policía al verse sorprendida en los suburbios del oeste. Sin
embargo, la realidad era otra. La escurridiza asesina, cierta-
mente, dejó herido a un policía, pero lo que no se contaba en
la nota era que dicho policía, junto con un compañero, habían
ido a investigar a los suburbios porque escucharon una serie
de disparos. Lo que se encontraron al llegar fue el resultado
de una dantesca batalla campal. El documento recogía la si-
guiente declaración del policía que salió ileso:

Llegamos tan deprisa como pudimos después de escuchar los disparos.


Serían sobre las once de la noche más o menos. En realidad, estábamos
bastante cerca, por lo que, a los pocos minutos, nos encontramos en el
lugar del suceso: la plaza de los Anillos, en los suburbios del oeste. La
primera impresión fue mayúscula. Henker y yo quedamos horrorizados al
ver todo aquello. Había un montón de cadáveres, todos ellos armados y

~ 88 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

vestidos con ropa civil, que parecían miembros de algún tipo de mafia o
grupo paramilitar. Aquello fue una batalla campal; había varios coches
ardiendo y todo estaba agujereado por impactos de bala. Había sangre
por doquier. Según salíamos del vehículo, vimos a esa mujer estrangu-
lando a un hombre con todas sus fuerzas hasta partirle el cuello. Era, sin
duda, la asesina de cabellos verdes que todo el mundo está buscando, esa
a la que llaman Clorofila. He de decir que, al verla, sentí como se me
erizaban los pelos del cuerpo. Sus manos y todo su rostro estaban cubier-
tos de sangre ajena, al igual que su ropa, una especie de túnica vieja de
color beis. Alarmados, apuntamos con nuestras pistolas a la sospechosa y
le exigimos que se entregase. Esa mujer nos miró sorprendida y dejó caer
a su inerte presa. Nos observó sin decir nada. Creo que jamás podré olvi-
dar esos ojos ambarinos. Nunca vi una mirada más aterradora que aque-
lla. Era como estar contemplando una bestia salvaje. De hecho, Henker
se puso tan nervioso que le disparó. Creo que llegó a alcanzarla, ya que
la mujer casi perdió el equilibrio y su expresión fue de perplejidad. Hen-
ker iba a realizar un segundo disparo, pero yo le detuve. ¡Ojalá no lo
hubiera hecho! Ella aprovechó esa fracción de segundo en la que me
distraje para abalanzarse contra nosotros a una velocidad inhumana. No
sé muy bien qué pasó. Tan solo sé que sentí a aquella joven cerca de mí y
como si una gran cantidad de aire me rodease con la intención de aplas-
tarme. En ese momento, escuché el grito de dolor de Henker y lo vi volar
como un proyectil contra el coche patrulla. El impacto fue brutal y el
pobre quedó tendido en el suelo en una postura antinatural. Después de
noquear a Henker, y antes de que yo siquiera pudiera reaccionar, la mujer
me zancadilleó, haciéndome caer de espaldas. En un instante, quedé des-
armado. Sin resuello por el golpe, vi, aterrorizado, el cañón de mi propia

~ 89 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

pistola apuntándome directamente a la cara. La asesina se quedó inmóvil,


encañonándome con el arma que me había robado mientras me miraba
fijamente a los ojos. No me mató porque no quiso, pues estaba a su mer-
ced. No sé por qué no disparó. Es todo lo que recuerdo. Después, debí de
perder el conocimiento, ya que me despertaron los de la ambulancia.

—¡Joder! Este asunto es cada vez más raro —maldijo Pa-


trick cuando Larsson terminó de leer.
A Pierre esa historia comenzaba a parecerle surrealista.
Aquel policía, en su declaración, insinuaba que aquella fémi-
na, sola, había eliminado a un nutrido grupo de hombres ar-
mados. Y que aun habiendo sido alcanzada por un proyectil,
fue capaz de aprovechar un descuido para eliminar a su ata-
cante y escapar una vez más.
—Definitivamente, cada vez me gusta menos este trabajo.
De esta no vamos a salir bien parados —se temió Pierre.
Larsson estaba de acuerdo.
—Eeeh… Yo también lo creo. SEGDIAN esconde algo ra-
ro con esta mujer. Algo muy raro. He intentado acceder varias
veces a la información de Clorofila a través de sus ordenado-
res y no he sido capaz de encontrar nada. Tengo un montón
de amigos de confianza buscando por mí y tampoco lo han
conseguido. Si mantienen tanto secretismo sobre esa mujer,
me imagino que querrán silenciar a todo el mundo que se in-
volucre en este asunto.
Boumann opinaba lo mismo que Larsson. En realidad, to-
dos tenían el mismo temor, pero la mentalidad del artificiero,
especialmente analítica y fría y, en cierta forma, pesimista, le
daba la certeza de que así serían las cosas.

~ 90 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Josué negó con la cabeza y silueteó una leve sonrisa nostál-


gica.
—Hace mucho tiempo, cuando aún era un niño, un amigo
mío me dijo una vez: «Si quieres ver, solo tienes que mirar,
pero es más fácil cerrar los ojos a la verdad» —comentó el
joven de cabellos rubios.
La frase dejó pensativo al grupo, tratando de darle sentido.
No se lo encontraron.
—¿Qué quiso decir? —preguntó Hans, que hasta ese mo-
mento se había mantenido en silencio y separado del grupo,
absorto en el mantenimiento de su pistola.
Josué observó a Hans y pareció entristecerse al recordar.
—En su momento, no lo entendí, era muy niño. Me lo dijo
un amigo de la infancia poco antes de desaparecer para siem-
pre. Pero creo que quiso darme a entender que muchas cosas
no las creemos, simplemente, porque es más cómodo no
hacerlo o porque tenemos miedo a hacerlo. Y creo que este
podría ser el caso.
—¿A qué te refieres? —preguntó Boumann, receloso.
Josué miró a los presentes y suspiró.
—Seguramente, muchos de vosotros ya habréis barajado un
montón de hipótesis. Pero una de ellas os debe de haber esta-
do rondando por la cabeza con más fuerza que las demás, a
pesar de haberla querido desechar desde el principio. Pero ahí
sigue todo el tiempo, ¿me equivoco?
—¿De qué coño estás hablando? —le cuestionó Pierre, irri-
tado por el temor de ver su aterradora hipótesis convertida en
palabras—. ¡Habla claro!
Josué dedicó una mirada a cada uno y entornó los ojos.

~ 91 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¡Vamos, chicos! No me diréis que toda esa historia de la


despiadada mujer de cabellos verdes, capaz de matar ella sola
a un montón de gilipollas armados hasta los dientes, no os ha
recordado a ciertas historias del pasado…
Todos callaron durante unos segundos, sobre todo Hans,
que se sentía especialmente involucrado con aquella misión.
Ciertamente, aquello era verdad, todos lo habían pensado.
Patrick rompió el sepulcral silencio con una sonora carcajada
burlona.
—¿Sintéticos? ¡¿Hablas de jodidos pro-humans?! ¡No me
jodas, enano fantasioso! Tienes mucha imaginación, pequeña-
jo —se mofó entre sonoras carcajadas mientras revolvía los
rubios cabellos de Josué con su enorme mano.
—¡¿Qué coño haces, chupa nabos?! —se quejó indignado
Josué, apartando de un manotazo la enorme zarpa del exsol-
dado.
—¡Calma, fierecilla! ¡No te pongas agresiva! —exclamó
con sorna el enorme exsoldado sin dejar de reír.
—Entonces, me temo que yo también tengo demasiada
imaginación, Patrick —intervino serio Pierre, el líder de Cri-
sol.
Patrick se sorprendió.
—No me jodas que tú también crees esas mismas tonterías
—le reprochó Patrick con los ojos muy abiertos por la incre-
dulidad.
—No, ciertamente no. Los pro-humans fueron extinguidos.
Pero sí es cierto que se me ha pasado por la cabeza. A prime-
ra vista, es lo que parece. Sin embargo, seamos sensatos y
pensemos con calma. Lo más probable es que esa misteriosa

~ 92 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

mujer lleve un equipo similar al de las gabardinas que Night


Carnival le ha robado a SEGDIAN. Al fin y al cabo, era una
de sus agentes. Si lo pensáis bien, con algo así, cualquiera de
nosotros podría hacer cosas similares.
Hans colocó una nueva batería a su pistola de energía y
sonrió altanero.
—Y sin esas prendas, también. Yo puedo hacerlo.
Patrick, de nuevo, se echó a reír ante semejante bravucona-
da.
—Tienes mucha confianza en tus habilidades, ¿no? ¿Acaso
te crees el gran dios de la guerra?
Hans negó con la cabeza con gesto de suficiencia, apuntan-
do con la pistola hacia la ventana.
—Realmente no. Pero matar a varios hombres asustados sin
sufrir daño es algo posible —aseveró Hans con toda tranqui-
lidad mientras bajaba el arma y se la guardaba en uno de los
bolsillos de su chaqueta—. Solo hay que saber cómo hacerlo
y, quizás…, ser tan desalmado como yo.
—Aunque seas bueno, no eres ni la décima parte de lo bue-
no que te crees.
Hans, simplemente, se limitó a sonreír con suficiencia, co-
mo mofándose de Patrick. Antes de dirigirse a la armería para
seguir con el aprovisionamiento, dijo unas últimas palabras.
—El ser humano es débil cuando está aterrorizado. Lo he
visto a menudo cuando he trabajado; y le he sacado provecho
muchas veces. Daos prisa, deberíamos empezar cuanto antes
—exhortó a sus compañeros según se marchaba—. Quiero
cazar a esa mujer cuanto antes. Tengo un par de preguntas
que hacerle.

~ 93 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Todos se quedaron mirándole. Si bien los miembros de Cri-


sol no le guardaban aprecio alguno, conocían su fama de ase-
sino implacable y sabían que su apodo, Ángel de la Muerte,
no era un título injustificado. Llevaba más de ochenta asesi-
natos a sus espaldas —en realidad, muchísimos más—, pero
nadie, excepto el líder de Night Carnival, el misterioso Señor
Klinsmann, sabía hasta dónde llegaba dicha cifra, que en ver-
dad se creía astronómica. Era, pues, difícil tomarse como una
simple bravuconada las palabras altaneras que el siniestro
asesino acababa de decir.
—Hans, deberías quedarte a escuchar el plan —le reco-
mendó Pierre al ver que ya se marchaba.
No hubo respuesta. Y no era que Ansdifeng no hubiese es-
cuchado al líder de Crisol, sino que, simplemente, le ignoró.
No quería permanecer junto a ellos y escuchar sus aburridos
planes sin sentido, cuando él solo se bastaba para dar caza a
aquella obsesión en forma de asesina de cabellos verdes.
—Además de fantasma, también antipático. Nos ha tocado
la lotería con este engreído —se quejó hastiado Patrick.
—Basta ya, centrémonos en la misión. Estas cosas no nos
van a ayudar en nada — ordenó el líder—. Si Hans no piensa
cooperar como un equipo, tendremos que hacer el plan como
siempre lo hemos hecho: dependiendo de nosotros mismos.
—Me parece estupendo, la mejor idea del día —confesó
Patrick.
Los demás también se mostraron conformes.
Siguieron debatiendo sobre el objetivo durante un rato.
Después, cada uno continuó con los preparativos para la mi-
sión. Cuando estuvieron listos, se reunieron con Hans en la

~ 94 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

habitación que servía como armería para debatir un asunto


importante. Solo disponían de dos gabardinas blindadas, por
lo que tendrían que elegir bien quién las llevaría. Hans fue el
primero en rechazarlas, alegando que él no necesitaba seme-
jante artilugio, pues no era su estilo dejarse atacar por el ene-
migo, aunque en su sonrisa maliciosa a Patrick se adivinaban
segundas intenciones. Boumann Koenig también declinó la
posibilidad de vestirlas, dado que lo suyo eran, más bien, las
trampas, los explosivos y la artillería, y lo normal era que no
se expusiera directamente al peligro. Larsson quedaba total-
mente descartado, pues, a pesar de saber disparar y trabajar
como parte de un comando, el combate no era su especiali-
dad, y en su tarea de informático ni siquiera tendría que salir
del apartamento durante la misión de búsqueda. La cosa que-
daba entre Josué, Patrick y Pierre, los tres hombres de acción.
Decidieron que lo mejor sería que las vistiesen Josué y Pierre.
Lo ideal hubiese sido que Patrick Newman la llevase puesta
en lugar de Josué, pero, debido a su gran musculatura y altu-
ra, la gabardina simplemente le quedaba muy pequeña.
—Bien, entonces, todo claro. Josué y yo seremos los que
distraerán a la mujer una vez la encontremos. Y Hans aprove-
chará para dispararle un dardo somnífero si decide ser hostil
con nosotros. Con las gabardinas, dudo mucho que pueda
darnos problemas —aclaró Pierre.
Patrick se mostró de acuerdo.
—Pero, sinceramente, no creo que sea necesaria la ayuda
de Hans Dios de la Guerra. La atraparemos fácilmente, al fin
y al cabo, es solo una mujer —opinó Patrick mientras marca-
ba sus enormes bíceps para impresionar.

~ 95 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Joder…, ese comentario tuyo es como de la Edad de Pie-


dra, ¿no? —le recriminó Josué.
—¿Cuál? ¿El de las mujeres? —Se echó a reír— ¡Bah! Me
da igual si suena anticuado. Es una realidad, es imposible que
una mujer pueda superar la fuerza de mis músculos
—fanfarroneó Patrick.
—Pero para disparar un arma no se necesita fuerza, así que,
si subestimas a esa fémina, seguramente te van a agujerear el
culo mil veces. Deberías andarte con pies de plomo con este
asunto —sugirió Josué.
Hans pensaba igual.
—Desde luego, no creo que esa mujer sea para tomársela a
la ligera. Lleva muchos muertos a sus espaldas. O bien hay
gente ayudándola o es excepcionalmente buena y porta algo
similar a esas gabardinas especiales. Si es lo segundo, sería
cuestión de tiempo que la atrapásemos, pero, si hay más gente
detrás, la cosa se puede complicar.
—¡Vaya! El Dios de la Guerra ha hablado. ¿No decías que
era posible hacer todas esas cosas sin protección alguna?
—inquirió con sorna Patrick.
—Sí, para mí sí lo es, y te lo demostraré —afirmó sereno
Hans con una sonrisa cargada de soberbia—. Pero, cuando
abras el pico, que sea para decir algo interesante, ¿no te pare-
ce?
—Interesante sería que dejases de molestar. ¡Gusano!
Pierre se interpuso entre ambos al ver que los ánimos em-
pezaban a caldearse.

~ 96 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—¡Vale! ¡Vale, chicos! Dejad ya de enfrentaros. Así no


vamos a lograr nada. Lo que tenemos que hacer es buscar más
información para saber a qué nos atenemos.
El artificiero alemán, Boumann Koenig, expresó su opi-
nión.
—Y, para eso, deberíamos dirigirnos a los suburbios del
oeste. Es probable que esté escondida allí, en algún lugar. De
todas formas, es la única pista que tenemos y creo que es un
buen lugar para empezar a rastrearla.
—Sí…, yo… Yo también lo creo —aprobó Larsson—. Es
la pista más reciente que tenemos y quizás, por miedo a ser
vista, se haya escondido en algún lugar, ¿verdad? Los subur-
bios del oeste son un buen lugar para desaparecer. Y, bueno,
de todas formas, yo voy a adueñarme de algunas cámaras que
hay diseminadas por la ciudad, por si existiese la casualidad
de que la viese. Y, bueno…, también tengo pirateados los
ordenadores de la policía y… y ellos tienen un sistema fantás-
tico de reconocimiento de rostros a través de su red estatal de
cámaras de vigilancia.
Pierre asintió.
—Bien, Larsson, me parece buena idea. Intenta acceder
también a la base de datos de SEGDIAN por si esos bastardos
encuentran algo. Son más y cuentan con la ayuda del ejército
para localizarla. Nos puede ser de gran ayuda.
—Sí, ya había pensado en ello, jefe.
—Perfecto. Entonces, todos en marcha. Vamos a dar caza a
esa asesina.
Al salir del edificio, se encontraron un panorama distinto al
que hallaron cuando arribaron. La calle, antes desierta, ahora

~ 97 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

mostraba cierta actividad. Varios vagabundos buscaban co-


mida en un cubo de basura sin demasiada suerte mientras un
grupo de jóvenes pandilleros estaban reunidos frente a un
bidón del que salía fuego, escuchando música en un viejo re-
productor. Cerca de ellos, había varios niños jugando con una
pelota, que, en realidad, era la cabeza calva de una muñeca.
Reían y chillaban mientras correteaban aquí y allá. Iban su-
cios y estaban desnutridos, y probablemente fuesen huérfa-
nos, pero parecían estar siendo protegidos por el grupo de
pandilleros, que los vigilaban constantemente.
—Bueno, chicos, yo creo que ha llegado la hora de separar-
nos —dijo Josué Nagar a sus compañeros—. Me toca hablar
con los contactos de Klinsmann. A ver si hay suerte y les saco
algo interesante. De paso, visitaré a un amigo que también
podría ayudarnos.
Pierre asintió y estrechó la mano de Josué.
—Trata de ser cauto con la información que les das, ¿de
acuerdo?
—Claro, jefe, recuerda que aquí el espía soy yo. Estoy
acostumbrado a moverme por este mundillo, no es la primera
vez que saco información valiosa de narcotraficantes y demás
chusma de la ciudad —sonrió mientras se señalaba con el de-
do—. Ya verás como este guaperas regresa con información
valiosa.
—No hagas cosas demasiado evidentes, no seas impruden-
te. Trata de no dar demasiadas pistas. No queremos que esa
mujer se vuelva objetivo apetecible de mafias o mercaderes
de esclavos.

~ 98 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Ya, ya, mi amado papá… ¿Es que no me he portado bien


cada vez que he ido a una misión?
—Precisamente por eso no quiero que te confíes. Si fallas,
en lugar de facilitarnos las cosas, se nos complicarían con
más competidores en esta cacería.
—¡Que sí! —dijo alargando mucho las vocales—. ¡Joder!
¡Confía en mí, que soy la hostia!
Patrick se acercó al joven y le dio un abrazo que casi lo es-
trujó.
—Cuídate, enano cabrón.
—Lo haré, pedazo de gilipollas.
Larsson se despidió también de Josué. Ambos eran muy
buenos amigos; de hecho, el informático entró en Night Car-
nival gracias a él.
—Te estaremos esperando. Sigue siempre los consejos que
te he dado, ¿vale?
—¿Ser invisible? Sí, Lars, siempre lo sigo.

~ 99 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 5

El Monstruo

Una solitaria figura se encontraba entrenando en el gimna-


sio del centro de entrenamiento militar de SEGDIAN. Hacía
rato que todos los demás habían abandonado las instalaciones,
pero aquella persona siempre se exigía un poco más que el
resto. El personaje en cuestión era un joven de diecinueve
años de edad, muy atlético, alto y bastante atractivo. Física-
mente, era un claro ejemplo de lo que en otros tiempos los
nazis hubieran llamado raza aria: ojos azules, cabello rubio y
un rostro que le había valido el apodo jocoso de Carita de
ángel, debido a la belleza de sus rasgos suaves y sin imper-
fecciones. Algo que odiaba. Precisamente por ese tipo de co-
sas, trataba siempre de parecer más adulto que ningún otro.
Su actitud era en todo momento competitiva para con los de-
más y exigente para consigo mismo. Esa era la razón por la
que llevaba media hora pegando puñetazos a un maltratado
saco de boxeo y el motivo de que, en su estado de concentra-
ción, no se hubiese percatado de la llegada de Mike, uno de
sus compañeros de escuadrón.
—¡Jack! ¡Menos mal! Por fin te encuentro. Te he estado
buscando como loco —le confesó Mike con la respiración
algo agitada.
Jack dejó de dar puñetazos al ajado saco. Su blanca piel es-
taba sudorosa por el esfuerzo, y sus músculos, tensos.

~ 101 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¿Qué pasa? —preguntó con la respiración entrecortada.


—Llevo un buen rato buscándote. Debí haber imaginado
que estarías aquí. El sargento ha preguntado por ti varias ve-
ces.
—¿El sargento? —Jack enarcó una ceja.
—Sí, y parece grave —aseveró Mike.
Jack se acercó despreocupado a la esquina del cuadrilátero
y cogió su toalla para secarse el sudor de la frente.
—Ya sabéis que siempre vengo a entrenar tres veces por
semana al gimnasio. No hay mucho misterio. ¿Qué quiere el
sargento?
—Pues, tío, al parecer tenemos nueva misión. Misión de ca-
tegoría cuatro. Debe de ser algo jodido.
—¿Cuatro? ¿Qué tenemos, un golpe de estado? —preguntó
sarcástico Jack.
—No, pero debe de ser importante, ya que nos va a tocar
viajar hasta Alemania, la gran cloaca.
—¡¿Qué?! Joder… —espetó Jack con fastidio—. ¡No me
jodas! Odio ese puto país.
—Sí, macho, yo también.
—¿No tienes ni idea de qué va a ser la misión?
—Algo sobre una mujer que está haciendo de las suyas en
Berlín.
—¿Algún miembro de la resistencia?
—Puede, no sé decirte —confesó Mike.
—Debe de haber jodido bien a SEGDIAN para que haya
provocado una alerta de categoría cuatro.
—Ni idea. Escuché algo sobre traición. Imagino que, cuan-
do nos reunamos con el sargento, nos dará más detalles.

~ 102 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Me pica la curiosidad. Espera un momento, que voy a ver


si me pongo algo de ropa.
—Date prisa, capullo, que el sargento tenía cara de perro.
Media hora después Jack y Mike se reportaron ante su sar-
gento con un saludo militar. Este los recibió algo enojado y
claramente nervioso.
—¿Dónde os habíais metido, panda de vagos? Todo el
mundo os estaba buscando. ¡Estamos bajo alerta de nivel cua-
tro!
Jack se disculpó.
—Lo siento, señor, no estaba al corriente de la grave situa-
ción.
El sargento, un hombre fornido y de gran tamaño, lo ob-
servó con mirada severa.
—No quiero excusas. Eso no habría pasado si portases
siempre tu comunicador. Ya hablaremos de tu castigo más
tarde; ahora, tenemos cosas más importantes entre manos.
—¿Puedo saber de qué se trata, mi sargento?
—En seguida lo sabrás. Entrad a la sala junto a los demás y
allí os informo. Esta misión está catalogada de secreta y debe
quedar entre nosotros.
Los tres se adentraron en una amplia habitación sumida en
la penumbra, donde otros componentes de Urban Eagle esta-
ban sentados esperando impacientes los pormenores de la
nueva misión. Al entrar el sargento, todos se pusieron en pie e
hicieron un saludo militar.
—Pueden sentarse, caballeros —pidió a sus subordinados.
Mike y Jack se sentaron en las dos únicas sillas que queda-
ban libres, al fondo de la sala. Montgomery, que así se apelli-

~ 103 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

daba el líder de Urban Eagle, se acercó a un pequeño proyec-


tor tridimensional que puso en funcionamiento. La primera
fotografía mostró en rojo la leyenda «Alto Secreto», eviden-
ciando que todo lo que iban a visionar los mercenarios en
aquella reunión debía mantenerse confidencial. En ese mo-
mento, el sargento se posicionó delante de todos y, con voz
seria, comenzó a hablar.
—Voy a ir al grano, caballeros. Como algunos de ustedes
ya deben de haber escuchado, hemos sido reclamados por
SEGDIAN para una misión de categoría cuatro sobre cinco.
Con semejante nivel, debemos suponer que el país está bajo
una considerable amenaza. Inteligencia no ha querido desve-
lar la naturaleza real de este peligro, pero debemos confiar en
las órdenes que se nos dan y trabajar pensando que lo hace-
mos por el bien de nuestro país.
Todos los asistentes escucharon en silencio, estaban acos-
tumbrados a ese tipo de cosas.
—Nuestra misión consiste en capturar viva a una única per-
sona. Concretamente, una mujer que se ha labrado cierta fama
en Berlín debido a varios asesinatos, entre ellos, los de varios
policías y algunos mercenarios de nuestra compañía. Tras una
intensa semana en busca y captura, nadie ha sido capaz de
darle caza. Algo que, cuando vean el material que les tengo
preparado, entenderán fácilmente.
El sargento hizo una breve pausa, ojeó unos documentos
que tenía entre las manos y prosiguió con el discurso.
—Bien…, en televisión y radio se la conoce como Clorofila
porque lleva el cabello teñido de verde. La mayoría de uste-
des ya habrán oído hablar de ella. La prensa sensacionalista le

~ 104 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

está dando una buena propaganda. Sin embargo, la razón por


la que SEGDIAN la quiere a toda costa es debido a que, en
realidad, esta mujer era miembro de los servicios secretos de
nuestro Gobierno y nos ha traicionado, llevándose consigo
peligrosa tecnología secreta que creen que podría entregar a
algún grupo terrorista o venderla al bloque soviético, nuestro
mortal enemigo. Precisamente por este motivo, y con la in-
tención de esclarecer todos los pormenores de este hecho,
bajo ningún concepto podemos matarla. Es necesario captu-
rarla viva, interrogarla y descubrir así a qué grupo iba a en-
tregar la tecnología. Dicha tecnología es de carácter militar,
por lo que deberemos extremar las precauciones a la hora de
afrontar la misión, ya que podría usarla contra nosotros. La
naturaleza de esta es considerada alto secreto y lamento decir-
les que, por más que he insistido a mis superiores para que me
suministrasen más información, no he recibido más que excu-
sas por parte de ellos. Tendremos que ser cautelosos. Parece
que SEGDIAN está teniendo mucho cuidado con la informa-
ción que desvela a sus mercenarios, debido, precisamente, a
este incidente. Imagino que no quieren más traiciones. ¿Al-
guna duda?
—Sí, mi sargento. ¿Qué sabemos realmente de esa mujer?
—preguntó Kraken, un hombre de mediana edad con una
enorme cicatriz en la cara.
—Buena pregunta. En realidad, no tenemos muchos datos,
pero sí algunos importantes. Disponemos de varias fotograf-
ías, algún que otro vídeo extraído de la policía y lo poco que
me ha proporcionado SEGDIAN. Imagino que podría haber
tenido mucho más, pero todo lo relacionado con esa mujer

~ 105 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

está bajo secreto. Me han dado lo justo para que podamos


identificarla y hacernos una idea de contra qué nos vamos a
enfrentar. Aquí tenéis las fotos.
Montgomery pasó varias fotografías de la traidora por el
proyector. En ellas, aparecía una joven de mirada melancólica
y tez bronceada, con una piel tan perfecta y cuidada que pa-
recía la de un bebé. Unos ojos algo rasgados y ambarinos, una
nariz delgada, labios carnosos y sugerentes, y unos pómulos
marcados terminaban de configurar un exótico rostro con re-
miniscencias árabes que hipnotizaba por su inusual belleza.
En ninguna de las fotografías daba la impresión de ser una
mujer peligrosa o agresiva. Pero las mejores espías eran jus-
tamente así, de aspecto inocente.
Los hombres allí congregados quedaron pasmados ante el
atractivo de la mujer y no tardaron en bromear sobre el tema.
—Sargento, ¿no podríamos, después de capturarla, pasar un
rato con ella?
—Sí, sargento, esa monada es un bombón. A mí no me im-
porta que me traicione si puedo pasar unas cuantas noches
con ella.
—¡Esa es para mí!
—¿Por qué no cerráis el pico, perros en celo? —espetó
Diana Knudsen, una de las pocas mujeres que había en la
unidad Urban Eagle y también la más temida por su fuerte
genio.
Jack no se unió a los jocosos comentarios de sus compañe-
ros varones, simplemente quedó embelesado. En realidad,
nunca había visto a alguien como aquella fémina. ¿Cómo era

~ 106 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

posible que una mujer tan hermosa fuese capaz de realizar


actos tan terribles como los que ella había llevado a cabo?
El sargento siguió pasando fotografías durante un rato. En
ellas, se veía al objetivo siempre con un pijama blanco y, por
regla general, rodeada de científicos. No había fotografías de
ella en las que apareciese en situaciones cotidianas de su vida
diaria. Todas eran en el interior de instalaciones de SEG-
DIAN y en ninguna de ellas mostraba una mera sonrisa.
Siempre tenía un rostro serio o triste.
El sargento cortó un momento el proyector.
—No os enamoréis demasiado de su aspecto. Este sujeto es
mucho más peligroso de lo que podáis pensar. Más peligroso
que cualquier otra cosa a la que os hayáis enfrentado antes. Es
más, podría decirse que más de la mitad de nosotros morire-
mos. Si estando delante de ella dudáis un solo instante, seréis
cadáveres. Y esto os lo digo muy en serio.
—¡Oh, venga, sargento! No nos subestime de esta forma.
Usted nos entrenó, somos los mejores.
—Sí, sargento, esa puta no nos durará nada. Está perdida y
no lo sabe.
Montgomery volvió a conectar el proyector y, esta vez, pu-
so un vídeo.
—Observad con atención y comprenderéis lo que os digo.
Esto se grabó días antes de que la existencia de Lady Lechuga
fuese conocida por el pueblo y se hiciese famosa en televi-
sión. Uno de nuestros escuadrones especiales fue enviado
para capturarla; con trágicas consecuencias. Han montado los
vídeos del asalto de forma que quede una película ordenada

~ 107 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

para entender mejor lo que pudo pasar. Presten mucha aten-


ción.

El vídeo comenzaba con un escuadrón de quince soldados


fuertemente armados dirigiéndose, en un furgón militar y en
plena noche, hacia un supermercado. Parte de la película es-
taba grabada desde el casco de un soldado de nombre Rad que
en ese momento enfocaba a su líder, un hombre de unos cua-
renta y pocos años, de nombre Érlest, mientras explicaba a la
tropa los pormenores de la misión.
—Caballeros, el sujeto alfa-uno ha sido descubierto, como
ya saben, en un supermercado cerca de la avenida treinta y
cuatro con la treinta y dos. No hace falta decirles que deben
extremar las precauciones. El sujeto alfa-uno es peligroso,
pero debe ser capturado vivo, por lo que las armas que usa-
remos serán de impulsos de energía para aturdir al enemigo y
bloquear así su capacidad de combate. Vlad y Slig, portaréis
los cañones de gas lacrimógeno invisible y dispararéis tres
granadas cada uno, procurando que queden dispersas unas de
otras. Esa cantidad debería ser suficiente para inundar todo el
supermercado y complicarle la vida al enemigo.
Vlad y Slig asintieron. Ambos llevaban los cañones a la es-
palda y sabían de antemano su parte en la misión. El líder
continuó explicando:
—Diez segundos después del ataque con gas, cuando al
enemigo le sea imposible respirar, irrumpiremos en el super-
mercado y buscaremos al objetivo. Tiene que ser una opera-
ción rápida y limpia. Nadie debe saber quién ha estado dentro

~ 108 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

del supermercado, por lo que, una vez capturada la presa, de-


bemos hacernos con las grabaciones de seguridad del edificio.
Esa mujer no debe salir a la luz pública bajo ningún concepto,
¿entendido?
Los hombres respondieron afirmativamente y se colocaron
las máscaras antigás que llevaban al cuello. Al poco, el
furgón se detuvo frente a la puerta principal de un supermer-
cado y todos salieron ordenadamente del vehículo, portando
sus armas. Se colocaron a ambos lados de la entrada y Vlad y
Slig entraron, empuñando los cañones. Ambos se perdieron
de vista desde la cámara de Rad, que permaneció a la espera
de que sus dos compañeros lanzasen los proyectiles de gas. Se
oyeron tres detonaciones y…
—¡Está ahí! —se escuchó la voz alarmada de Vlad.
—¡No te quedes mirando! ¡Dispárale!
Dos nuevas detonaciones retumbaron en el interior del su-
permercado y, al instante, se escuchó un horrible grito. Vlad
salió del edificio, corriendo, con una expresión de terror en
los ojos mientras se agarraba la cabeza, chillando como un
loco.
—¡Sal de mi cabeza! ¡Sal, por favor! ¡No me obligues a
hacerlo!
Pocos segundos después, y ante la atónita mirada de sus
compañeros, el hombre se voló la cabeza con su pistola re-
glamentaria.
—¡Mierda! —espetó Rad, que no se creía lo que acababa
de ver—. ¿Por qué ese cabrón se ha volado la cabeza? ¿Qué
coño está pasando aquí?

~ 109 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

El desconcierto se extendió entre los asaltantes. El líder


trató de poner orden.
—Ya os advertí que este sujeto era peligroso. El gas debe
de estar haciendo su efecto, entremos rápido y capturemos a
la mujer.
El grupo entró en tropel al interior del edificio y lo primero
que se encontraron fue a Slig encorvado frente a ellos, san-
grando. Tenía la máscara quitada y el gas había inflamado sus
vías respiratorias e irritado sus ojos. Una voz ahogada salió de
su boca.
—Ayuda… No puedo respirar...
Rad y otro compañero llamado Flonian sacaron a Slig del
recinto con celeridad mientras el resto de mercenarios se afa-
naba en encontrar a la mujer. Ambos hombres colocaron a
Slig en el suelo del aparcamiento que rodeaba el edificio y se
arrodillaron a su lado. El herido tenía dificultades para respi-
rar y de su boca salía un fino hilo de sangre.
—¿Qué ha pasado, Slig? ¿Qué demonios ha pasado?
—preguntó Rad al tiempo que su compañero desvestía al
herido para comprobar su estado de salud.
—Vlad me ha atacado… Me disparó las granadas de gas.
No sé por qué lo ha hecho —masculló Slig casi sin fuerzas
para hablar. Su respiración emitía pequeños silbidos—. ¡Nos
ha traicionado!
—Vlad se ha volado los sesos mientras gritaba como un lo-
co, no creo que nos traicionase por voluntad propia —le in-
formó Rad.
Flonian se levantó y tiró del brazo de Rad.

~ 110 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Tiene un par de costillas rotas, pero se pondrá bien.


¡Vamos! Tenemos que entrar para ayudar a los demás.
Rad se incorporó, arrastrado por el ímpetu de Flonian.
—¡Slig! Enseguida volvemos a…
Una gran cantidad de disparos y gritos comenzaron a escu-
charse dentro del edificio.
—¡Mierda! ¿Qué coño está pasando ahí dentro? —preguntó
nervioso Flonian.
—¡Vamos a por esa zorra! —clamó Rad con furia.
Flonian y Rad entraron corriendo al supermercado para dar
apoyo a su escuadrón. Al otro lado de la puerta principal del
recinto, un sinfín de destellos intermitentes resplandecían
hacia el exterior. Ambos compañeros empuñaron sus armas e
irrumpieron decididos a disparar antes de preguntar. Lo pri-
mero que la cámara de Rad mostró fue a dos compañeros dis-
parando como locos ráfagas eléctricas sobre una estantería en
la que, aparentemente, no había enemigo alguno. La oscuri-
dad quedaba interrumpida por la intensa luz azul de cada des-
carga que salía propulsada por los fusiles de asalto. A lo lejos,
más compañeros disparaban en otras direcciones. Rad miró en
derredor, nervioso, y comprobó que habían caído dos compa-
ñeros más. Parecían muertos. Uno de ellos tenía el cuello re-
torcido, con la cara mirando a su espalda, y el otro había sido
alcanzado por varios proyectiles en el pecho. El cuerpo de
este último estaba tendido en el piso, rodeado de un gran
charco de sangre.
—Pero ¿qué coño está pasando aquí? —espetó Flonian al
ver los cadáveres.

~ 111 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¡Mierda! Deberíamos tirar a matar. Esto acaba de empe-


zar y ya han caído cuatro.
La voz de su capitán los instó a actuar.
—¡Rad, Flonian! ¡Venid a echar una mano! ¡Esta cabrona
es rápida!
Las descargas eléctricas continuaron durante un par de caó-
ticos minutos. Curiosamente, cada soldado disparaba a un
lugar diferente y cada uno aseguraba haber visto al objetivo
en el sitio donde estaba disparando. Hubo un gran desconcier-
to inicial, hasta que Érlest, el líder, puso orden.
—¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego! —ordenó, enérgico.
La parpadeante iluminación azul de los rayos eléctricos
cesó y fue sustituida por la luz de las linternas acopladas a sus
armas. El supermercado quedó sumido en un tenso silencio
donde cada soldado podía escuchar tan solo su agitada respi-
ración y la de sus compañeros cercanos.
—Recordad que no debéis freírla. Se nos ha ordenado cap-
turarla viva.
—Señor, creo que la he alcanzado —dijo uno de los solda-
dos.
—Imposible —replicó otro a lo lejos—, yo la he visto por
esta zona y juraría que le he dado de lleno.
—¡No puede ser! —objetó otro más—. Yo he visto a una
mujer justo detrás de la zona de congelados. ¿Qué está pasan-
do aquí?
Érlest llamó a su equipo al orden.
—¡Calmaos y abrid bien los ojos! Es probable que haya
usado hologramas para confundirnos. Quizás alguno haya
acertado a la verdadera.

~ 112 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Los soldados iniciaron una búsqueda exhaustiva, siendo lo


más silenciosos posible.
Cada hombre trató de verificar si había dado caza al enemi-
go. Pero, tras un buen rato sin novedades, resultó que ninguno
de los que creían haber visto a su objetivo habían logrado al-
canzarlo con las descargas. La incertidumbre se apoderó de
ellos.
—Esto es de locos, os juro que la había visto por aquí.
—Aquí tampoco está, Érlest —informó desconcertado uno
de ellos desde la otra punta del supermercado, por medio de
la radio.
—Debe de estar usando hologramas de última generación
—comentó Rad con frustración.
—No es de extrañar, teniendo en cuenta que era agente es-
pecial de SEGDIAN —explicó Érlest mientras buscaba con
su mira térmica—. Es probable que haya usado esas imágenes
para entretenernos y poder darse a la fuga. Sigamos buscan-
do; con suerte, solo estará escondida.
El grupo patrulló en binomios por las diferentes zonas del
recinto. Lo hacían nerviosos y deseando que aquella asesina
realmente se hubiese largado. Eran tres ya los muertos y había
un herido grave. Resultaba algo difícil de digerir cuando el
enemigo era una única persona.
Veinte minutos después, la búsqueda terminó sin éxito.
—Creo que se nos ha escapado —concluyó Érlest mientras
bajaba su arma—. Será mejor que evacuemos al herido y re-
cojamos los cadáveres de nuestros compañeros. Nos espera
un buen rapapolvo cuando regresemos a la base.

~ 113 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Pero, en ese momento, un brutal estruendo, acompañado de


un grito agónico, heló la sangre de los mercenarios. Rad vio
como una gran cantidad de estanterías reventaban con una
violencia inusitada al ser atravesadas por el cuerpo destrozado
de uno de los suyos. Millares de envases volaron en todas
direcciones y una lluvia de mercancía se estrelló contra pare-
des y suelos. Todo el piso quedó cubierto de latas de conser-
vas, ropa, galletas, harina, frutas y un sinfín de diferentes
productos. Alertados, los soldados marcharon al origen del
impacto, pero, de nuevo, nada encontraron. Todos quedaron
realmente asustados. La confianza con la que iniciaron la mi-
sión se estaba desvaneciendo. Ya eran cinco los caídos y aún
nadie había sido capaz de verla.
—¿Queréis verme?, ¿queréis cazarme? —dijo Flonian de
pronto, con voz ausente, como drogado.
Los demás, predispuestos al miedo como estaban, sintieron
un escalofrío al escuchar a su compañero hablar de aquella
forma.
—¡Joder, cabrón! No hagas esas bromas ahora, que bastan-
te nervioso estoy ya —le reprendió Rad.
—¿Quién dice que estoy bromeando? —sonrió Flonian jus-
to antes de abrir fuego contra sus propios compañeros.
Tres de ellos recibieron impactos eléctricos que los hicieron
retorcerse de dolor hasta quedar inconscientes.
—¿Te has vuelto loco, Flonian? —vociferó Érlest mientras
disparaba al agresor un choque eléctrico que lo lanzó hacia
atrás, dejándolo fuera de combate.
En ese momento, entre el desconcierto, el hombre que esta-
ba al lado de Érlest cayó abatido por un cuchillo, lanzado

~ 114 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

desde arriba, que atravesó su cuello. Rad miró inmediatamen-


te hacia el techo y, por fin, consiguió enfocar con la cámara
de su casco a la asesina. Estaba en cuclillas, subida encima de
una de las vigas metálicas del alto techo del supermercado.
Sus ojos brillaban como los de un felino al ser iluminados en
la oscuridad. Sin embargo, el agente de SEGDIAN práctica-
mente no tuvo tiempo de avisar a sus compañeros de la posi-
ción de la enemiga; ni siquiera acertó a apuntarle con su ar-
ma. La mujer se precipitó sobre uno de ellos como si de una
fiera se tratase y lo desnucó de una poderosa patada en la par-
te trasera del cuello. En un instante, otro más cayó muerto al
ser seccionada su garganta tras un resplandor metálico, en un
movimiento acrobático que parecía desafiar las leyes de la
gravedad. La mujer de cabellos verdes se detuvo de pronto
frente a los tres hombres que quedaban en pie y, por primera
vez, Rad, muerto de miedo, pudo contemplarla cara a cara. Su
rostro quedaría grabado con detalle por la cámara de alta de-
finición de su casco. La joven aparentaba unos veinticinco
años y llevaba el pelo largo, ondulado y sucio. Era realmente
bella, pero en su mirada de ojos color miel había un extraño
matiz que resultaba amenazante. Ella se quedó mirándolos
con una sonrisa dibujada en sus carnosos labios. Pareciera
que observara a sus próximas víctimas y que estuviese disfru-
tando del momento, antes de despedazarlas.
—Nunca más voy a volver con vosotros. Ya habéis jugado
demasiado conmigo —les aseguró con aparente rencor mien-
tras se acercaba con lentitud.
Sin atender a ninguna razón, ninguno de los tres soldados
fue capaz de dispararle, a pesar del miedo que tenían, o quizás

~ 115 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

precisamente por ese temor abrumador que sentían. En ese


momento, sin motivo aparente, Rad se precipitó contra el sue-
lo y la cámara que llevaba en su casco se apagó. Toda la sala
quedó a oscuras.

El sargento Montgomery desconectó el proyector y encen-


dió las luces de la sala; todo quedó en absoluto silencio. Los
allí presentes apenas podían creer lo que habían visto. Todo el
escuadrón había sido eliminado por esa cosa. El sargento,
consciente de la turbación de sus hombres, decidió hablarles.
—De aquel escuadrón no quedó nadie con vida. Ni siquiera
Slig, el mercenario que fue evacuado del supermercado con
algunas costillas rotas, sobrevivió. Su cadáver fue encontrado
decapitado y su cabeza apareció en el tejado del centro co-
mercial.
El silencio en la sala fue generalizado. Jack se quedó com-
pletamente helado.
—Señores, ahora han visto de lo que es capaz esta auténtica
hija de puta. No es para tomarla a broma. Se enfrentarán a
una mujer que es capaz de eliminar a múltiples enemigos bien
entrenados, con una facilidad pasmosa. No es una linda dami-
sela en apuros, creo que eso ha quedado claro. Imagino que
muchos de ustedes estarán pensando lo mismo que yo y segu-
ramente tengan una pregunta rondando sus cabezas. Y la res-
puesta a esa pregunta es sí, creo que es un pro-human de
A2plus. Pero no puedo asegurarlo con certeza, ya que nadie
me ha querido dar dicha información.
Un murmullo generalizado reinó en toda la sala de confe-
rencias. Era fácil adivinar el temor en sus rostros. Un soldado,

~ 116 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

al que se conocía como Creed, alzó la mano. El sargento le


concedió la palabra.
—Señor, ¿en verdad esa mujer trabajó con nosotros?
¿Cómo es posible que todavía quede una pro-human en el
planeta, después de lo que nos hicieron? ¿Cómo puede aliarse
nuestro Gobierno con algo que casi nos exterminó?
—preguntó el mercenario con el miedo muy alojado en su
garganta.
—No lo sé, Creed. No sé a qué demonios ha estado jugando
nuestro Gobierno. Pero no es nuestra responsabilidad cuestio-
narlo. Al menos, no de momento. Nos limitaremos a cumplir
las órdenes.
Otro más, de nombre Peter, levantó la mano. Nuevamente,
el sargento cedió el turno para hablar.
—Sargento, ¿cómo nos enfrentaremos a ella? Si no me
equivoco, puede hacer que cualquiera de nosotros perdamos
el control de nuestros actos. ¿Cómo vamos a detenerla?
—Obviamente, no por métodos convencionales. Ir de frente
contra ella, como hemos visto en el vídeo, es prácticamente
un suicidio. Tendremos que ser más listos que ella y preparar-
le una buena emboscada.
Peter no parecía muy convencido y replicó:
—¿Más listos que una nephilim? Con el debido respeto, mi
sargento, si de verdad esa mujer es lo que parece ser…
—guardó silencio durante un instante y suspiró nervioso—,
tendremos serios problemas para atraparla viva. Las estima-
ciones más optimistas que tenían los aliados en la Guerra del
Ultimátum, cuando se enfrentaban a esas criaturas, eran espe-
luznantes —señaló Peter—. Cada uno de esos monstruos pod-

~ 117 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

ía matar una media de cien soldados en el campo de batalla


antes de ser neutralizados, y un número imposible de deter-
minar en situaciones donde fuesen capaces de usar el sigilo.
Montgomery se estremeció al serle refrescada la memoria.
—Conozco esas historias, Peter, me he documentado bien.
Pero también te recuerdo que, después de la guerra, muchas
de esas cosas sobrevivieron y trataron de esconderse. Y aun
así, nuestros antepasados los encontraron y los exterminaron
hasta la extinción. Mi abuelo, sin ir más lejos, participó en las
campañas de búsqueda y exterminio de los que quedaron vi-
vos después de la guerra. Si ellos consiguieron darles caza, no
hay razón para pensar que nosotros no podamos.
Jack había estado callado todo el tiempo, oyendo sin escu-
char, pensando en cosas de su pasado. Su amigo Mike lo vio
meditabundo y quiso saber su opinión.
—¿Qué opinas de todo esto? ¿No crees que es espeluznan-
te?
Jack ni se percató de la pregunta.
—¡Eh, tú! ¿Estás en este mundo? —llamó su atención Mike
al ver que no le estaba haciendo ni caso.
—¿Eh?
—¿Qué te pasa? ¡Andas distraído!
Jack torció la boca en un gesto de disgusto.
—Ya… No es nada.
—¿Y bien? —insistió su compañero.
—¿Y bien, qué?
—Pues que qué opinas de todo esto. ¿No crees que es espe-
luznante?
Jack se quedó pensativo, como recordando algo.

~ 118 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Sí, lo es. Lo es… Especialmente, para mí.


—¡Ja! —se indignó Mike—. ¿Y para mí es una fiesta?
Jack le miró con una extraña sonrisa melancólica.
—No. Pero hay una diferencia entre nosotros, Mike.
Su compañero, al verle aquella expresión, se preocupó.
—¿Y cuál es? —le preguntó.
El joven rubio volvió su mirada hacia el sargento Montgo-
mery.
—Ahora no. Estamos en medio de la reunión. Ya te con-
taré.
Mike rezongó contrariado.
—Siempre haces lo mismo. De acuerdo, pero luego no te
vayas a escabullir.

Montgomery seguía contestando a las preguntas de sus su-


bordinados sin ocultar su preocupación. Si de verdad aquella
asesina era lo que parecía y los mitos del pasado resultaban
ser ciertos, aquella misión podría acabar en una auténtica car-
nicería. Todo su esfuerzo estaba, pues, en tratar de concienti-
zar a sus hombres de que era prioritario extremar las precau-
ciones y evitar la subestimación del enemigo.
—Localizar al objetivo será nuestra principal misión. Una
vez conseguido, deberemos ponernos en contacto con
SEGDIAN para que envíen refuerzos.
—¿Y si nos descubre? —preguntó Diana Knudsen con su
habitual mirada asesina.
—Si eso ocurre —respondió el sargento—, tendremos con
qué defendernos. SEGDIAN ha confirmado que nos propor-

~ 119 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

cionará equipamiento avanzado y especializado para enfren-


tarnos a ella.

~ 120 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 6

Amigos de infancia

Nada más despedirse de sus compañeros de Crisol, Josué


tomó un taxi e hizo varias llamadas telefónicas a algunos de
sus extraños, pintorescos y, en algunos casos, peligrosos con-
tactos. Entre ellos había contrabandistas, ladrones, insurgen-
tes, prostitutas y traficantes de armas. A excepción de conta-
das excepciones, ninguna de esas personas era una compañía
recomendable, pero Josué había sabido ganarse su confianza
con su arrolladora personalidad y, a base de hacerles favores,
había conseguido granjearse cierta lealtad de su parte. Con-
sultándolos había podido confirmar que, efectivamente, Clo-
rofila se encontraba en Berlín y que más de una persona creía
haberla visto. También le habían asegurado que había sido
avistada mucha más policía de lo normal y que los suburbios
eran visitados cada noche por grupos de SEGDIAN armados
hasta los dientes.
Tal y como le pidió Pierre, Josué solo les proporcionó la in-
formación imprescindible y fue muy cauto a la hora de mos-
trar un excesivo interés por aquella mujer. Él era un experto
en ese tipo de situaciones, por lo que estaba convencido de
haber logrado el objetivo de no despertar la curiosidad de esa
gente. Una vez hubo terminado con todos, se dirigió a ver a
su más importante contacto. Alguien a quien Klinsmann ni
siquiera conocía.

~ 121 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

A las dos de la tarde había quedado con un escurridizo ma-


fioso de nombre Adolf. Dicho individuo vivía en una de las
zonas más adineradas de Berlín, en un barrio conocido como
El Oasis, tan exclusivo que ni la policía se entrometía en los
asuntos que allí se cocinaban. Josué esperaba recibir algo de
información extra sobre Clorofila como un favor personal, ya
que ambos, en el pasado, fueron amigos de infancia durante
su estancia en un orfanato de París, antes de que Adolf fuese
adoptado por una pareja multimillonaria que no podía tener
hijos y que deseaba un heredero. Solo pasaron dos años jun-
tos, pero ese lazo creado entre huérfanos nunca se rompió a
pesar del largo tiempo sin saber el uno del otro.
Josué se encontraba esperando en un lujoso restaurante. A
su alrededor, todo era opulencia, exquisitez y riqueza. La me-
sa en la que él se hallaba estaba fabricada en madera real: ori-
ginal y genuina madera de roble. Nada de una copia sintética,
tan comercial en esos días. Aquella mesa debía de tener un
precio astronómico, al igual que el resto del mobiliario de
aquel lujoso negocio. Josué sintió incluso la tentación de oler-
la, pues no era algo que uno se encontrase todos los días, pe-
ro, de haberlo hecho, habría llamado demasiado la atención
de los comensales que lo rodeaban, y la gente adinerada odia-
ba y desconfiaba de todo aquel que no se ajustase a su estatus
social. Frustrado por tener que mantener las apariencias, se
dedicó a mirar en derredor disimuladamente.
Estando allí, junto a tales lujos, sentía una mezcla de sensa-
ciones muy fuertes y opuestas. Por un lado, era incapaz de
observar la enorme belleza artística de su alrededor sin quedar
maravillado con lo que sus jóvenes ojos le mostraban. El es-

~ 122 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

tablecimiento se veía tan precioso y brillante que uno fácil-


mente podía caer en el embrujo del deseo, de la envidia. El
restaurante rebosaba belleza artística por doquier. Detalles
dorados, con mosaicos cristalinos decoraban, formando bellas
imágenes, una serie de columnas que se extendían a lo largo
del establecimiento. Suelos de mármol auténtico, pulidos has-
ta parecer espejos, destellaban con la hermosa luz nacida de
unas enormes lámparas, con millares de cristales, que colga-
ban del techo del local. Sin embargo, por otra parte, ver toda
esa ostentación de lujo y poder le causaba una sensación
amarga al recordar el lamentable estado en el que vivía la
gente pobre de la ciudad. Y eso, ciertamente, le llenaba de
rencor.
—Espero no haberte hecho esperar demasiado, Josué —dijo
de pronto una voz a su espalda.
El joven de Night Carnival se sorprendió y se giró. Al ver a
su amigo, su semblante se alegró inmensamente.
—¡¡Adooo!! ¡¿Cómo estás?! ¡Cuánto tiempo!
—¿Cómo estás, amigo? —le preguntó Adolf con evidente
alegría.
—Muy bien. Genial, ahora que te veo —dijo entusiasmado
Josué al tiempo que se levantaba del asiento y le daba un
fuerte abrazo.
—La verdad es que sí que te veo bien. ¿Sigues con el mis-
terioso Klinsmann?
—Sí, claro. Mis objetivos no han cambiado; ya sabes cómo
soy.
—Sí, no te veo cambiando… ¿Y el trato es bueno?

~ 123 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Sí. Ese hombre se porta bien conmigo. Pero ahora estoy


metido en un buen lío y necesito tu ayuda.
Adolf entornó los ojos y se encogió de hombros.
—Me lo imaginé. Somos amigos, pero solo me llamas
cuando me necesitas.
—Resulta peligroso visitar esta zona cuando tienes un tra-
bajo como el mío.
—Cierto… —se mostró de acuerdo Adolf—. Bueno, ahora
me cuentas con más calma. Deja que me siente y pidamos
algo de comer. He tenido un día muy pesado y tengo hambre.
Adolf se acomodó en el asiento enfrente de Josué y palmeó
para llamar a uno de los camareros. Uno de ellos se acercó y
Adolf pidió la comida de los dos. El empleado del restaurante
se marchó y entonces ambos amigos empezaron a hablar.
—Y bien, Josué, ¿qué es eso que te está resultando pro-
blemático? Habla con tranquilidad, aquí nadie se entrometería
en mis asuntos. Me temen lo suficiente para saber que no es
buena idea hacerlo. Igualmente, en este lugar todo el mundo
tiene sus secretos ilegales.
—Prefiero no correr riesgos —le confesó en voz baja.
—Como quieras… Dime qué ocurre.
Josué empezó a hablarle casi en susurros.
—Bueno, tú sabes lo que vivimos cuando éramos niños.
Pasamos por muchas cosas en el orfanato, pero hay una que
fue especial. Es algo que no puedo olvidar y estoy seguro de
que tú tampoco.
Adolf torció la boca, agachó la mirada y negó con la cabe-
za.
—No, no podría olvidarlo.

~ 124 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Ahora está pasando algo extraño que me recuerda a él. Y


tú sabes lo que eso puede significar para mí.
—¿Algo que te recuerda a él? ¿Qué podría ser?
—¿Has oído hablar de una asesina a la que llaman Clorofi-
la?
—¿Clorofila? —se quedó pensativo—. Creo que algo sí he
escuchado. Poca cosa, la verdad. Pero ¿qué tiene de interesan-
te una vulgar asesina de policías? En estos tiempos, matar
policías es casi un deporte olímpico.
Josué inclinó su torso sobre la mesa para acercarse más a
Adolf y le habló en voz muy baja.
—Antes de venir a verte, me he reunido con varios trafican-
tes y gente similar para pedirles ayuda en nombre de Night
Carnival. Les he pedido información sobre la asesina y me
han confirmado algunos de los datos que Night Carnival tenía
sobre esta mujer.
—¿Y qué datos son esos? —preguntó intrigado el mafioso.
—Bueno, a ellos les solicité que me informasen si la veían,
pero mi organización me pidió expresamente que no les diese
demasiada información sobre ella. Contigo es diferente: en ti
confío más que en el propio Klinsmann.
Adolf sonrió.
—Clorofila no es una asesina normal —continuó Josué—.
Es una fugitiva. Una supuesta traidora que antes pertenecía a
las fuerzas de élite de SEGDIAN.
—¿En serio?
—Al menos, es lo que se ha filtrado a Night Carnival.
—Pero no entiendo por qué eso te recuerda a él.

~ 125 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Esa mujer ha matado a todo aquel que ha intentado darle


caza. Hace poco leí un informe policial y en él se hablaba de
que esa mujer había matado a una docena de mercenarios ves-
tidos de civiles. Seguramente, la habrían emboscado, pero
ninguno sobrevivió. También, un traficante de armas me
contó que el grupo de Ojo de Serpiente se topó con ella por
accidente y trató de capturarla para cobrar una posible recom-
pensa, y todos murieron en el intento… Eran treinta. ¿Qué
cosa en este mundo podría matar a treinta hombres tan arma-
dos como los de la banda de Ojo de Serpiente?
—Bueno, un soldado de élite de SEGDIAN, si va bien
equipado…
—Sí, eso pensé yo también…, pero —Josué negó con la
cabeza— los que la han visto y reconocido, y que aún siguen
vivos, la describen como una mujer harapienta, vestida como
una vagabunda y, en apariencia, desarmada.
—Okay… Empiezo a entender tu interés.
—Sí. Quizás, si la encontramos, ella tenga respuesta a esas
preguntas que nunca pudieron ser respondidas.
—Dime en qué te puedo ayudar, amigo.
—Night Carnival quiere encontrarla y ayudarla a escapar de
SEGDIAN. Estima que si SEGDIAN la está buscando tan
desesperadamente es porque ella debe de tener un potencial
muy fuerte para dañar a la empresa, y eso a Night Carnival le
encanta. Ignoro si Klinsmann es consciente, como nosotros,
de que Clorofila puede ser algo más que una simple traidora.
Aunque conociéndole como creo conocerle, imagino que
también habrá barajado tal posibilidad. Lo que yo te quiero
pedir, Ado, es que, si alguno de tus informantes la ve, me lo

~ 126 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

comuniques inmediatamente para poder alcanzarla antes de


que SEGDIAN y la policía la atrapen o le den muerte.
—Eso dalo por hecho. Si es cierto lo que dices, yo también
tengo mucho interés en que ella escape de esa gentuza. No te
preocupes, te ayudaré en todo lo que esté en mi mano.
—Gracias. Por cierto…, ayúdame en otra cosa.
—Dime.
—Usa tu influencia para evitar que otras organizaciones se
apunten a la cacería.
—Lo haré, no hay problema. Y tú no te olvides de mante-
nerme informado si conseguís atraparla.
—Oki doki, por eso no te preocupes. Bueno…, ¿cuándo
llega esa comida? A mí también me ha empezado a rugir el
estómago.

~ 127 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 7

La mujer de cabellos verdes

Sangre, sangre por todas partes. Paredes ensangrentadas,


agrietadas, agujereadas por cientos de impactos de bala.
Vehículos ardiendo. Cadáveres por doquier, retorcidos, reven-
tados, algunos mutilados. Y en medio de semejante orgía de
destrucción, una mujer de cabellos ondulados y verdes, ata-
viada con una gabardina vieja y sucia, mataba de una terrible
dentellada, con los dientes clavados en su cuello, a un agente
vestido con el uniforme oficial de SEGDIAN. La víctima se
retorcía y pataleaba mientras trataba de gritar y no podía. Los
colmillos de la mujer estaban incrustados fuertemente en su
yugular y de la comisura de sus labios manaba sangre a inter-
valos regulares, al ritmo de los últimos latidos del corazón de
su presa. El agente no tardó en morir y, al hacerlo, la asesina
dejó caer a su víctima y escupió un trozo de carne sanguino-
lenta que tenía en su boca.
Clorofila se quedó mirándolo en silencio, con expresión
neutra. A ojos de cualquier persona, y especialmente después
de lo que acababa de pasar, aquel hermoso rostro joven, de
piel bronceada y sin imperfecciones, manchado de sangre y
con una total falta de expresividad, habría recordado al de un
androide de plástico carente de emociones. No tenía la respi-
ración agitada, no estaba sudando, ni siquiera mostraba apa-
rente ira a pesar de lo que acababa de hacer. Sin embargo, su
actitud insensible tan solo fue un leve espejismo que no re-

~ 129 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

presentaba lo que ella era en realidad. Antes de rematar a esa


persona con la salvaje dentellada, había estado jugando un
rato con él. Tras dejarlo aturdido y herido al principio de la
batalla, lo reservó para el final porque tenía cuentas pendien-
tes con él. Entonces, una vez acabó con todos los demás ene-
migos y se quedó a solas con su desdichada última víctima, se
preguntó hasta qué punto podría aferrarse a la vida un insecto
como aquel.
El hombre que ahora yacía a sus pies, con el cuello destro-
zado, tenía moratones por todo su cuerpo y ambos brazos ro-
tos. Para la temible asesina era un castigo justo, pues ese
mismo individuo era el que, mientras ella había estado cauti-
va, le había suministrado, hora tras hora, las dolorosas drogas
que la habían mantenido siempre enferma y adormilada, y
había consentido, además, que dos de sus soldados, ahora
muertos, la violasen impunemente.
—Sabes que se lo merecía, Ishtar —le dijo aquella voz in-
terior que desde hacía días condicionaba sus actos y la proteg-
ía cuando estaba en peligro—. Esa escoria humana merecía
eso y mucho más. ¿Cuántas veces te violaron hasta que yo
desperté, hasta que yo pude hacer que te defendieses?
La mujer de cabellos verdes y ligeramente ondulados se
quedó mirando el cadáver, sin contestarse a sí misma, y de
sus ambarinos ojos comenzaron a manar lágrimas.
—No llores, Ishtar. Los demás tampoco valían la pena.
Ningún ser humano la vale en realidad. Ellos están degenera-
dos, no son más que carne nauseabunda e, inevitablemente, la
muerte les va a llegar. En cambio, tú, Ishtar, tú eres eterna.
Eterna y perfecta.

~ 130 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Ishtar se secó los ojos con el reverso de sus manos mientras


trataba de evitar el llanto. Todo lo que vivía se asemejaba
mucho a una horrible pesadilla. Nada de lo que estaba pasan-
do lo había iniciado ella. Pero, si algo tenía claro, era que
jamás regresaría con esa horrible gente que con tanta crueldad
la trató. No volvería a dejar que lacerasen su cuerpo hasta que
estuviese cubierta de sangre y heridas abiertas, soportando
oleadas de intenso dolor. Jamás dejaría que le rompieran los
huesos o la violasen de nuevo. Todo eso se acabó. Huiría muy
lejos. Tan lejos que nadie jamás la encontraría.
—Ishtar, no tendrás que huir a ninguna parte. Oigo los
murmullos del mundo. ¿Los oyes tú también? —le susurró a
su cerebro aquella misteriosa voz.
Ella los escuchaba, aunque en verdad le resultaban casi im-
perceptibles, pero sí los escuchaba. Estaban siempre ahí,
inundándolo todo, surgiendo de todas partes, pero no tenía ni
idea de cuál era su naturaleza.
—Los nuestros murieron hace mucho tiempo, Ishtar, pero
se fueron, dejando su legado. Y ese legado me hizo despertar
para protegerte. Ese mismo legado no dejará ningún ser vivo
en este mundo deprimente y acabado —continuó su otro
yo—. Su final está cerca...
Ishtar dejó de sentir a su álter ego. La presencia salvaje que
la defendía no solía ser muy charlatana y, por lo general, solo
aparecía cuando ella se encontraba en peligro. Sin embargo,
cuando estaba presente, su influjo protector era tan fuerte que
ella en verdad perdía el control de sus actos y sentía que hasta
su personalidad cambiaba radicalmente, llenándose de senti-
mientos tan intensos como el odio, el rencor, el desprecio y la

~ 131 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

sed de sangre, obstruyendo por completo otros, como el mie-


do o la piedad.
Ese cambio tan brusco en su personalidad, donde sentía que
su voluntad casi quedaba anulada, no le importaba. Al menos,
de esa forma, no se sentía sola cuando ella la acompañaba. La
hacía sentir querida, y que su vida y su salud le importaban a
alguien. En cambio, fue desaparecer de su mente su otro yo y
sentir inmediatamente el inmenso peso de la soledad a su al-
rededor. Y, de nuevo, el miedo y la desesperanza se instalaron
en su corazón.
La joven se quedó mirando la devastación que había oca-
sionado. ¡Era todo tan horrible! Aún podía escuchar en su
cabeza los pensamientos aterrados de las que ahora eran sus
víctimas. No había perdonado ni siquiera a los que trataron de
huir cuando descubrieron el terrible error que había sido ata-
carla. Los había aniquilado a todos; a algunos, usándolos co-
mo marionetas, con ese tenebroso control que podía ejercer
sobre sus mentes inferiores, y a otros, con sus propias manos.
A los moribundos los había estrangulado hasta partirles el
cuello. Y a ese último degenerado, una increíble sed de ven-
ganza la había llevado a torturarlo antes de arrancarle la vida
de un terrible mordisco en su yugular.
Pero ahora que su instinto casi animal de autodefensa había
dejado paso a su yo más íntimo, y hasta humano, veía los re-
sultados de sus acciones como algo monstruoso que le hacía
sentir una terrible culpabilidad, aun sabiendo que fueron ne-
cesarias para sobrevivir. Al fin y al cabo, ella no había empe-
zado todo aquello. Ella era solo una víctima, o al menos así lo
veía.

~ 132 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Una gran cantidad de sirenas de policía la alertaron de que


volvía a estar en peligro y, una vez más, echó a correr, incan-
sable. No quería matar más y solo podría evitarlo huyendo. Si
la encontraban, tendría que defenderse de nuevo y el resulta-
do sería igual o peor.

~ 133 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

~ 134 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 8

SEGDIAN

En el centro de Berlín, ubicadas en la zona de máxima se-


guridad conocida como La Tierra de Nadie, se encontraban
las oficinas principales y los laboratorios secretos de la corpo-
ración SEGDIAN. Un complejo de edificios que se alzaba tan
alto que no solo llegaba hasta el techo que suponía la colosal
cúpula casi opaca de Berlín, sino que incluso la traspasaba,
quedando sus últimas plantas ocultas a los ojos de los ciuda-
danos de la megalópolis. Debido a que esos últimos pisos
quedaban más allá del «cielo de la ciudad» y, por tanto, inac-
cesibles a la vista de la gente corriente, eran conocidos como
El Eliseo y casi nadie, excepto unos pocos privilegiados, sab-
ía qué había realmente en ellos. Aunque, a efectos prácticos,
esa exclusividad no se limitaba a El Eliseo: el acceso al resto
del complejo también era bastante restringido. Nadie sin la
acreditación necesaria podía entrar, ni siquiera acercarse. To-
do el perímetro de La Tierra de Nadie estaba vallado y señali-
zado con carteles de «Prohibido el paso». Los insensatos que
sobrepasaban sin permiso el límite de seguridad que rodeaba
La Tierra de Nadie se exponían a ser asesinados, sin previo
aviso, por el disparo de algún francotirador. La seguridad de
SEGDIAN era considerada de vital importancia para el Esta-
do. Sus asuntos eran secretos, especialmente los vinculados a
la creación de armamento, y entraban dentro de la seguridad

~ 135 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

nacional. Y es que allí, en aquellas modernas y sofisticadas


instalaciones custodiadas por cientos de soldados fuertemente
armados, se ocultaban algunos de los mayores avances tec-
nológicos de la historia del hombre. Muchos eran creaciones
propias de SEGDIAN, pero existían también entre sus muros
reliquias extremadamente sofisticadas de la extinta A2plus
que eran guardadas con mucho celo a la espera de poder des-
entrañar sus secretos, tan increíbles como cercanos a la cien-
cia ficción. Una de esas reliquias, quizás la más excepcional
de todas las que habían conseguido recopilar de A2plus hasta
la fecha, era la que estaba dando problemas en esos momen-
tos.
De ahí, había escapado, matando y destruyendo todo a su
paso, un espécimen femenino en observación, catalogado co-
mo pro-human de A2plus, sin número de serie de fabricación
y en cuyo código genético se halló el nombre en clave «Ishtar
001a». Su escapada fue, para SEGDIAN, catastrófica en más
de un sentido, ya que no solo perdieron un objeto de estudio
único en su especie con un valor científico incalculable, sino
que, además, si su existencia saliese a la luz pública, podría
hundir completamente la fama y credibilidad que SEGDIAN
tenía entre la clase media y alta de Europa e incluso podría
ponerla en problemas con el propio Gobierno de la Nación
Europea. Y es que si algo en esos tiempos, ya de por sí perni-
ciosos, podía causar rechazo y un pavor más allá de lo com-
prensible era, precisamente, la existencia de pro-humans de
A2plus, o como la desaparecida empresa estadounidense re-
almente los llamó: nephilims, los seres que casi extinguieron
al ser humano y todo rastro de vida en el planeta.

~ 136 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

En el pasado, meses después del trágico final de la Guerra


del Ultimátum, los escasos pro-humans de A2plus que sobre-
vivieron, aun habiendo algunos que durante el conflicto se
unieron a los aliados y ayudaron a crear las armas con que
plantaron cara a la empresa estadounidense, fueron después
traicionados por el hombre, siendo perseguidos y asesinados
por los miembros de una nueva religión extremista que nació
y se extendió con vehemencia entre la decadente población
superviviente del Último Día de los Vivos. Esa nueva reli-
gión, basada en un cristianismo extremista y sectario, renegó
de todas las religiones antiguas por considerarlas herejías ma-
nipuladas por Satán y creyó que la Guerra del Ultimátum hab-
ía sido, en realidad, el evento descrito en la Biblia conocido
como Apocalipsis. Los humanos evolucionados que creó
A2plus en sus fábricas genéticas fueron vistos como esbirros
del anticristo y, a partir de ahí, aquella nueva religión, que se
hizo llamar Los Arrepentidos de Dios, inició lo que dio a co-
nocer como «La purificación humana para el Juicio Final». A
causa de Los Arrepentidos de Dios, entre los que se encontró
gente muy poderosa, incluso antiguos dictadores europeos,
los escasos nephilims supervivientes sufrieron su extinción.
Y, precisamente por esa razón, ahora que no quedaban obje-
tos de estudio debido a los desmanes fanáticos y vengativos
de los supervivientes al Último día de los Vivos, Ishtar resul-
taba un espécimen de un valor imposible de calcular.
En realidad, esa mujer era un verdadero misterio, pues
SEGDIAN, a pesar de haber recopilado gran cantidad de do-
cumentación sobre la desaparecida A2plus, no había conse-
guido encontrar absolutamente nada de información sobre

~ 137 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

ella. Y, por tanto, dejar escapar a un ejemplar tan valioso, con


tantísimos secretos por descubrir sobre su modelo de produc-
ción y sus habilidades, era algo que en verdad tenía furiosos a
los dirigentes de SEGDIAN.

—¡Estoy harto de vuestra incompetencia! —gritó Isaac,


hijo del presidente de SEGDIAN, al tener conocimiento del
último sangriento episodio provocado por Ishtar—. ¿Tenéis
siquiera idea de lo que puede suceder si alguno de esos faná-
ticos religiosos se llega a enterar de lo que está pasando?
—les preguntó iracundo a sus subordinados al tiempo que
lanzaba contra ellos los documentos que le habían dado.
Los cinco hombres que estaban con él se estremecieron.
—Señor… —dijo William, jefe de seguridad de la sede
central—, eso no va a suceder. Ahora sabemos…
—¿Ahora sabemos qué? —le increpó Isaac fuera de sí—.
¡Yo lo que quiero son resultados, panda de inútiles! Si no fue-
seis un completo desastre, esa cosa nunca se habría escapado.
Escuchadme bien, hijos de puta, porque solo os lo voy a decir
una vez —les quiso dejar bien claro—: no tengo ni idea de
cómo el canciller Milosevic aún desconoce la importancia de
esa aberración de la naturaleza, debe de estar muy ocupado
arrasando a esos malditos rebeldes. Si no fuera por la capaci-
dad que tiene mi padre para controlar la información que le
llega a nuestro líder, ahora mismo todos estaríamos teniendo
graves problemas. Pero con episodios como el de hoy, si la
maldita policía empieza a descubrir cosas, pronto no podre-

~ 138 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

mos controlar la información y se dará cuenta de lo que es


realmente esa peligrosa zorra. ¿Y sabéis qué pasará si se ente-
ra? Milosevic se sentirá traicionado si sabe que hemos estado
haciendo cosas sin su conocimiento. Y si eso pasa, creedme,
gusanos, vosotros sufriréis las consecuencias. No esperéis
piedad de mí y, menos, de mi padre ¿Me entendéis?
Los cinco hombres miraron a Isaac muy serios y realmente
asustados.
—Lo entendemos, señor —dijo, casi ahogado por el miedo,
William—. Pero, si me permite…, ya hemos pensado una
nueva estrategia para cazarla.
Isaac negó con la cabeza.
—No voy a volver a haceros caso. Es perder mi valioso
tiempo. Ahora, haremos las cosas a mi manera.
Los subordinados se quedaron en silencio. Isaac continuó.
—Se acabaron las delicadezas con esa puta. El estúpido
plan de Jeremy de usar cazarrecompensas y mercenarios co-
munes para atraparla antes de que me enterase fue un comple-
to desastre. Esa gente, nada más darse cuenta del peligro al
que se habían expuesto temerariamente, empezó a usar muni-
ción real para matarla, y menos mal que esa nephilim sabe
defenderse bien y salió viva, porque muerta de poco me sirve.
Después, no contento con sus fallos, envió a un grupo de élite
con escaso equipo y sin ningún tipo de información de contra
qué se enfrentaba. Por supuesto, ninguno sobrevivió y eso me
molestó especialmente, pues era un buen comando y su entre-
namiento le costó una fortuna a mi padre. ¡Y todo para evitar
que me enterase! ¿Creía el muy estúpido que no me iba a dar
cuenta de su error? Quiero que sepáis, panda de incompeten-

~ 139 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

tes —los señaló con un dedo en actitud amenazante—, que


Jeremy, a estas horas, debe de encontrarse frente a un pelotón
de fusilamiento por haberla dejado escapar y ser tan inútil.
—Isaac miró su reloj y sonrió—. Corrijo: son las siete, ya
debe de estar lleno de agujeros. Será un placer ver esa graba-
ción.
Los subordinados se pusieron pálidos y eso al hijo del pre-
sidente de SEGDIAN le encantó.
—Conocéis mi afición a jugar fuerte. Ya he dado la orden:
voy a usar el escuadrón de Montgomery para cazarla. Ese
grupo está modificado genéticamente para ser mejores solda-
dos que los demás. Nos lo jugaremos todo a una carta. Le da-
remos a esa zorra lo mejor que tenemos.
Uno de ellos replicó.
—¿El grupo de Montgomery? Pero, señor…, con ellos está
ese joven, Jack. ¿Piensa usarlo también? No sabemos lo que
puede pasar si esos dos entran en contacto.
—Jack… —se quedó un instante pensativo—. Lo sé, Jean,
pero será interesante verlo en acción —aseguró Isaac al tiem-
po que su rostro se mostraba divertido—. Ya es hora de que
ese pequeño bastardo salga a demostrar que valieron la pena
todos los millones de euros que pusimos en su entrenamiento
y su salud. Además, creo que nadie odia más que él a esas
criaturas; estará bien motivado.
—¿Y si él la mata?
—¿A Ishtar?, ¿a una pro-human? —Isaac rio burlonamen-
te—. Eso no es tan fácil. Además, llegado el caso, Montgo-
mery lo detendrá. Ese joven ha sido bien adoctrinado como
soldado, cumplirá las órdenes aunque no le gusten.

~ 140 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 9

Tras la pista

Urban Eagle, uno de los grupos más secretos y mejor pre-


parados de SEGDIAN, fue movilizado con urgencia nada más
conocerse la nueva masacre que había provocado la asesina
de cabellos verdes. Dicha masacre los había puesto sobre su
pista y, monitorizando la zona, habían conseguido localizar su
actual escondrijo gracias a varias cámaras de seguridad repar-
tidas por los suburbios del norte de Berlín. Para esa misión
especial, SEGDIAN había equipado a Urban Eagle con lo
mejor que tenía la empresa en sus almacenes: protecciones,
armas, equipos de visión térmica, camuflajes efecto cristal e
incluso apoyo aéreo por si las cosas se ponían feas. El hijo del
presidente había decidido poner toda la carne en el asador y
terminar, de una vez por todas, con ese molesto asunto que
tan intranquilo le tenía. Así las cosas, Urban Eagle había lle-
gado ese mismo día de Viena y, sin tiempo para descansar,
fueron inmediatamente enviados a su peligrosa misión.
Partieron con premura desde el enorme helipuerto de la se-
de principal de SEGDIAN, transportados en una decena de
silenciosos e invisibles helicópteros de combate diseñados
para ataques sorpresa. Su destino era el punto donde había
tenido lugar la última masacre de Clorofila. Para los integran-
tes de esa misión, aquel viaje asemejaba mucho a un paseo
por el corredor de la muerte, y en los rostros serios de la ma-
yoría de los soldados se podía ver que así lo consideraban. A

~ 141 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

pesar de su exigente entrenamiento, la perspectiva de enfren-


tarse a un mítico pro-human, un ser que en verdad existió pe-
ro que casi parecía parte de una terrible leyenda, les minaba la
confianza. Ellos podían enfrentarse a cualquier grupo de
humanos sin sentir miedo, estaban entrenados para ello y eran
los mejores haciéndolo. Pero nunca fueron adiestrados para
luchar contra una terrorífica nephilim de A2plus.
El nerviosismo iba aumentando a medida que se acercaban
al punto de inserción.
—¿Qué opinas, Jack? —le preguntó Mike, que estaba justo
a su lado y se le veía intranquilo.
Jack tenía la mirada perdida y trataba de mantener contro-
lado su miedo. Le contestó, mas no lo miró.
—Lo que vamos a hacer no me gusta. Es amoral.
—¿Amoral? —Mike se sorprendió—. ¡¿Qué importa eso
ahora?! Es necesario, Jack. Montgomery nos explicó las ra-
zones y, si lo piensas un poco, tiene lógica.
—A él tampoco le gusta.
—A nadie nos agrada. Pero si no queremos que esos fanáti-
cos religiosos se levanten contra el Gobierno, tendremos que
hacerlo por el bien de la seguridad nacional. Bastante tene-
mos ya con la puta resistencia que no para de jodernos como
para que, encima, tengamos problemas con Los Arrepentidos
de Dios.
Jack negó, resignado, con la cabeza.
—Esto no habría pasado si SEGDIAN no hubiese jugado
con una aberración como esa, en lugar de exterminarla. Aho-
ra, nosotros tenemos que limpiarle los trapos sucios a la em-
presa. Odio esta puta misión. No hay nada moral en ella.

~ 142 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Es lo que hay, compañero… Somos mercenarios, los te-


mas honorables déjaselos al ejército.
Mike se encogió de hombros y dejó a Jack con sus cábalas
internas. Él, pese a sentirse intranquilo y hasta tener algo de
miedo, estaba entusiasmado con la misión. A diferencia de
otros algo más profesionales, él era adicto a la adrenalina y, al
fin y al cabo, no todos los días uno podía ver con sus propios
ojos a una legendaria nephilim. Suspirando nerviosamente,
contempló a través de la compuerta abierta del helicóptero la
colosal ciudad de Berlín, tan grotesca, oscura, fría y contami-
nada como la recordaba. Volaban a escasos treinta metros de
la cúpula protectora y desde esa enorme altura uno podía en-
tender por qué la llamaban la ciudad luminiscente. Era una
urbe naturalmente oscura, sí, ya que el sol nunca la iluminaba,
pero la energía de cinco poderosas centrales nucleares de fu-
sión la mantenían constantemente alumbrada y a pleno ren-
dimiento energético. Mike observó que el helicóptero amino-
raba la velocidad. Aquel era un vuelo peligroso, pues no solo
había que zigzaguear entre los edificios más altos del centro
de la ciudad, sino que, además, el piloto debía tener cuidado
con las fuertes corrientes de aire ascendente que provocaban
los gigantescos ventiladores de extracción de contaminantes
que estaban repartidos a lo largo del techo de la urbe. Acer-
carse demasiado a uno de ellos podía, fácilmente, significar la
muerte.
—Bien, muchachos, ya estamos llegando —los informó el
piloto—. Preparaos para saltar.

~ 143 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Jack y Mike revisaron apresuradamente su equipo. Todo es-


taba en su sitio, no faltaba nada. Los nervios se pusieron a
flor de piel, la hora de la verdad se acercaba.
Varios helicópteros que iban por delante se aproximaron a
tierra y de ellos comenzaron a bajar, con la ayuda de cuerdas,
otros miembros del escuadrón Urban Eagle. Al verlos llegar,
todos los transeúntes que rondaban por la zona, la mayoría de
muy baja condición social, huyeron despavoridos temiendo
que fuera algún tipo de operación de castigo del Gobierno.
Algo que, si bien no pasaba a menudo, cuando ocurría termi-
naba en verdaderas masacres y excesivos daños colaterales.
Una gran marea de personas se dispersó entre las callejuelas
de los suburbios tratando de buscar refugio en sus miserables
hogares. En cuestión de un par de minutos en los que un
enorme griterío colmó el ambiente, la zona quedó práctica-
mente desierta y en silencio. Cuando casi todos los agentes
habían pisado tierra, llegó el turno de Jack y Mike. Ambos
descendieron rápidamente por las cuerdas y, nada más tocar
suelo, sin darle importancia a lo que acababa de ocurrir con la
población civil, revisaron su armamento al igual que habían
hecho todos los demás.
Cuando estuvieron preparados, Montgomery, que también
iba con ellos, se dirigió a sus hombres.
—¡Vamos! ¡Ya sabéis dónde está el escondrijo de Lady
Lechuga! ¡Repartíos tal como planeamos y tratemos de rode-
arla! El que encuentre alguna pista sobre ella que lo comuni-
que inmediatamente por radio. Aquí, los héroes mueren, no lo
olvidéis. ¡Una cosa más! Si veis cualquier movimiento sospe-
choso entre la población, informad de inmediato. Esta es una

~ 144 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

operación secreta, nadie debería saber que estamos aquí, pero


no debemos confiarnos: podríamos sufrir algún tipo de em-
boscada por parte de la insurgencia. Recordad que en esta
misión es importante el sigilo. ¡A por ella, Águilas!
Montgomery saludó militarmente a sus subordinados y se
marchó con algunos de sus hombres de confianza. Los otros
agentes también se repartieron en pequeños grupos. Jack y
Mike marcharon junto con Diana y Christopher, dos de sus
habituales compañeros y con los que tenían una gran amistad.
Los cuatro eran de edades similares, estudiaron en el mismo
curso de la academia militar y se compenetraban muy bien en
el combate. En decenas de ocasiones habían entrado en ac-
ción contra la resistencia y su eficacia se había cobrado la
vida de decenas de insurgentes, entre ellos, importantes cabe-
cillas.
—Muchachos, hagamos una apuesta —sugirió despreocu-
pada Diana, con una sonrisa en su rostro y los brazos puestos
en jarras.
Jack la miró, pero no dijo nada. Él no estaba para apuestas
ahora. En realidad, ni siquiera se encontraba de buen humor,
tenía otro tema en la cabeza y no se lo podía quitar de encima.
—A ver… ¡Ilumínanos! —le pidió Mike divertido, olvi-
dando por un momento el miedo que le producía la misión.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó Christopher mientras
se ajustaba el casco y tapaba con él su larga y rubia cabellera
atada en una coleta—. ¿Acaso deseas como premio liarte
conmigo si sobrevives?
Diana negó con la cabeza al tiempo que se metía los dedos
en la boca y fingía vomitar.

~ 145 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Ni en tus mejores sueños, Christopher. Hablo de dinero,


como siempre.
—Me lo imaginaba… ¿De cuánto hablamos? —le preguntó
Mike mientras se abrochaba la cremallera de su uniforme an-
tibalas y se ajustaba las correas de su mochila.
—¡Baaah…! ¡Eres muy tímida! —le reprochó a Diana un
decepcionado Christopher.
Diana no hizo caso a este último y le mostró los cinco de-
dos de la mano derecha a Mike.
—Cincuenta mil euros por persona. El que la vea primero
se lo lleva todo.
—Te gusta apostar fuerte… —le dijo Jack en un tono irri-
tado—. Incluso en momentos como este.
—¿Y a ti qué te pasa? Estás todo antisocial.
—¡Bah! No me hagáis caso. Es esta puta misión. Acepto la
apuesta, pero marchemos ya. Quiero acabar con esto cuanto
antes.
Diana se encogió de hombros.
—Y vosotros dos, ¿aceptáis?
—Yo hubiese preferido lo de liarnos y tener sexo loco y
desenfrenado… Ya sabes que me gustan las rubias…, pero
qué remedio —dijo Christopher, consternado.
—Sabes que yo siempre acepto tus apuestas —le contestó
Mike—, por eso siempre estoy pobre.
Diana sonrió de oreja a oreja.
—Entonces…, ¡a por la lechuga!
Los cuatro se ajustaron sus gafas térmicas (de aspecto simi-
lar a unas simples gafas de sol), y marcharon por una estrecha

~ 146 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

callejuela hacia la parte más humilde de los suburbios septen-


trionales.
Todos los mercenarios se alejaron del lugar de aterrizaje sin
advertir que alguien los estaba observando.
Antes siquiera de que SEGDIAN se enterase de la última
masacre perpetrada por Clorofila, Night Carnival ya había
conseguido localizar uno de los escondites que la mujer de
cabellos verdes estaba utilizando para refugiarse. Lo consi-
guieron gracias a la pericia del informático Larsson Jackson,
que pirateó las cámaras que usaban la policía y el Gobierno
para vigilar los suburbios. Valiéndose de ellas, y combinán-
dolas con un programa informático que tenía la capacidad de
reconocer rostros y aspectos físicos, como la altura, las pro-
porciones y el color de la piel, fueron analizadas las cientos
de miles de personas que habían sido grabadas hasta que, fi-
nalmente, la enigmática mujer de cabellos verdes apareció. La
localización exacta no pudo ser determinada, pero sí los luga-
res por los que, durante las últimas horas, se había estado mo-
viendo. Siendo conscientes de que no tenían mucho tiempo
antes de que SEGDIAN la encontrase también, salieron con
extrema premura en su búsqueda, hasta tal punto que no pu-
dieron esperar el regreso de Josué. Al más joven del grupo le
informaron de que la misión de búsqueda comenzaba de in-
mediato y que, por tanto, se mantuviera a la expectativa por si
lo necesitaran.
Pierre Neville observó con unos prismáticos, desde la terra-
za de un edificio cercano, como se alejaban del punto de in-
serción aquellos esbirros de SEGDIAN. Los había descubier-
to de casualidad, aunque estaba esperando su llegada. Sin

~ 147 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

embargo, lo que sí le sorprendió, y para mal, fue ver a ese


escuadrón en concreto. Aquello pintaba mal. La misión parec-
ía que se iba a complicar bastante, pues entre ese nutrido gru-
po de mercenarios había reconocido a su líder, el experimen-
tado Montgomery, y eso eran muy malas noticias. Significaba
que SEGDIAN había decidido poner a una de sus mejores
fuerzas especiales, si no la mejor, en acción. El francés pensó
que sería bueno avisar a los demás.
—Chicos, tengo noticias para vosotros —dijo por radio, en
tono grave y preocupado.
—¿Qué ocurre, Pierre? —le contestó Boumann, que andaba
preparando una bomba de gas somnífero.
—¿Pasa algo? —le preguntó Patrick desde su puesto de ob-
servación.
—Llegaron los de SEGDIAN. Envían a los Urban Eagle
armados hasta los dientes. Deben de ser unos cuarenta. Ex-
tremad las precauciones y no entréis en combate con ellos.
Procurad que no os vean con los visores térmicos y tened cui-
dado al moveros, seguramente algunos tengan camuflajes
CRISTAL. No os quitéis las gafas térmicas cuando salgáis
fuera.
—Entendido —respondió Boumann muy serio.
—¡Ya llegó la escoria! ¡Empieza la acción de verdad!
—espetó Patrick.
—Por lo demás, seguimos con el plan. Cambio y corto.
Hans escuchó la noticia, aunque se mantuvo callado. Estaba
apostado en un edificio ruinoso a unos doscientos metros de
Pierre, dentro de una habitación pobremente iluminada, en
una octava planta. Estaba armado con su rifle de francotirador

~ 148 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

a la espera de que una casualidad hiciese aparecer a Clorofila


en su campo de tiro. Había escogido ese lugar en concreto por
ser un punto donde podía obtener una magnífica panorámica
de los suburbios. Desde esa posición privilegiada, él también
había visto la silueta cristalina de los helicópteros de SEG-
DIAN a través de la ventana sin vidrios de la estancia donde
se encontraba, aunque no había podido ver dónde aterrizaban.
Definitivamente, aquello se iba a complicar. SEGDIAN tenía
fama de dotar a sus agentes de la más puntera tecnología y
eso era especialmente cierto cuando se trataba de un es-
cuadrón de élite como era Urban Eagle. Extremar las precau-
ciones iba a ser primordial si no querían fallar. Un cara a cara
con ellos no era nada recomendable, aun vistiendo Pierre y
Boumann las gabardinas de fibra titán como equipo defensi-
vo. Hans pensó que, de momento, lo mejor sería quedarse
ocultos y permanecer pendientes de lo que les fuese infor-
mando Larsson con sus cámaras pirateadas de la policía.

Montgomery y su grupo de confianza fueron los primeros


en llegar al punto donde se suponía que se escondía aquella
implacable asesina. Se encontraban en una larga y estrecha
calle plagada de edificios antiguos que en el pasado debió de
ser muy comercial y bella, pero que, en la actualidad, formaba
parte de una de las zonas más denigradas y pobres de toda la
ciudad. Allí, el aire olía al moho adherido a las paredes de los
edificios, a la basura abandonada mientras se pudría lenta-
mente manchando el suelo, al polvo de óxido que se levanta-
ba al pisar por aquellas sucias calles contaminadas, a orines y

~ 149 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

heces. Montgomery miró todo aquello con asco, pero no se


dejó vencer por él. Había encontrado lo que buscaba.
El escondrijo en cuestión era una vieja tienda que, por el
aspecto que tenía, debía de llevar mucho más de dos décadas
abandonada. Tenía los vidrios del escaparate rotos y estos se
veían translúcidos por la acción de la contaminación y el pol-
vo urbano. La puerta de entrada había sido reventada a gol-
pes, como si hubiese sido aporreada con un ariete, y era evi-
dente que, en el pasado, el negocio había sido ampliamente
saqueado. Montgomery y sus hombres se adentraron con las
armas preparadas para disparar munición no letal. Era una
tienda pequeña y ruinosa, cuyo interior estaba saturado de un
fuerte olor a humedad y putrefacción. Apenas tenía treinta
metros cuadrados de superficie y no hacía falta ser muy inte-
ligente para adivinar que en sus buenos tiempos se debió de
vender ropa en ella, pues el suelo estaba cubierto de andrajo-
sos y sucios vestidos, perchas para colgarlos y diverso mobi-
liario de ese tipo de empresa. Montgomery, con sus gafas
térmicas, no detectó ningún signo de vida en aquella estancia,
por lo que se quitó los sofisticados anteojos y encendió la lin-
terna de su rifle de asalto. Tras el mostrador que había justo
enfrente de la entrada a la tienda, descubrió un montón de
harapos acumulados formando un mullido colchón. Aquello
era una cama, concluyó Montgomery sintiendo un escalofrío.
Alguien dormía allí, probablemente su objetivo.
—Ella ha estado aquí. Estoy seguro —les afirmó a sus
hombres mientras miraba en derredor con el corazón encogi-
do—. Revisad si veis algún cabello verde entre esos harapos.
Yo me quedaré vigilando la entrada, por si veo algo.

~ 150 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Montgomery salió del establecimiento y se volvió a poner


las gafas para vigilar el exterior. Como se ha mencionado an-
tes, se encontraba en una calle secundaria más bien estrecha,
en un sector que en el pasado fue comercial. Montgomery
atisbó a su alrededor muchas personas agazapadas que mira-
ban a través de las ventanas de los edificios aledaños. Con las
gafas térmicas eran fácilmente distinguibles, pues su rastro de
calor las hacía resaltar de la materia fría e inanimada, dando
como resultado un fuerte contraste. Los estaban observando
escondidos porque, sin lugar a dudas, los temían. Cuando
SEGDIAN aparecía en los suburbios en alguna misión, siem-
pre había muertos y la empresa armamentística no era famosa
por intentar evitar daños colaterales cuando trataban de elimi-
nar un objetivo y se encontraban en zonas pobres.
Uno de sus hombres apareció con un cabello entre los de-
dos.
—Señor, confirmado: es ella.
Montgomery recogió el pelo y se quedó mirándolo con ner-
viosismo. Era verde oscuro, similar al color de un alga mari-
na. No es que entendiera mucho sobre cabello, pero casi podr-
ía apostar que no era teñido. Una rareza que daba aún más
puntos a la teoría de que ella era, en verdad, una pro-human
de A2plus, pero un tipo de espécimen del que jamás había
oído hablar. No podía estar completamente seguro de que su
enemiga fuese un engendro de A2plus, pero sabía que si sus
soldados no tenían una certeza absoluta, si dudaban sobre su
naturaleza, quizás los más escépticos cometiesen el error de
bajar la guardia ante ella. Esa duda era peligrosa. Fuese o no
una nephilim de la compañía norteamericana, no tenía inten-

~ 151 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

ción de correr riesgos. De mala gana, Montgomery decidió


hacer caso a su instinto.
—¡Maldición! ¿Cómo es esto posible a estas alturas? —se
preguntó malhumorado el sargento mientras sacaba una bolsi-
ta de plástico e introducía el pelo en ella. Después, la guardó
en uno de los bolsillos de su chaleco táctico.
—Señor, ¿cuáles son sus órdenes? —le preguntó el soldado
Kraken.
Montgomery miró en derredor, intranquilo, observando
aquel improvisado refugio, y emitió un largo suspiro.
—Avisa a los demás de que, definitivamente, el escondrijo
queda confirmado. Y diles… —se quedó un instante pensati-
vo mientras apretaba el entrecejo en un gesto de profunda
preocupación— ¡…No! Asegúrales que es una pro-human de
A2plus. En el fondo, lo sabemos, Kraken. Lo sabemos…
El soldado, al escuchar a su líder y ver confirmados sus te-
mores, sintió como se le erizaba el vello de los brazos y un
escalofrío le recorría la espina dorsal.
—Eh…, sí…, señor, tiene razón. Como ordene.

Muy lejos de aquel lugar, Jack y su grupo habían tenido que


dar un enorme rodeo para llegar hasta su área asignada de
búsqueda. Una voz en su auricular le hizo detenerse para es-
cuchar.
—Refugio del objetivo confirmado. Repito. Refugio del ob-
jetivo confirmado. Queda confirmado que es una pro-human.
Repito. Es una pro-human de A2plus. Extremad las precau-
ciones.

~ 152 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Jack se quedó pálido al oír el mensaje. Un sudor frío perló


su rostro y, por un momento, sus rodillas flojearon. Los de-
más tampoco se lo tomaron mucho mejor.
—Vaya…, creo que me quedé corta con la apuesta
—afirmó Diana Knudsen, afectada por el pavor, pero tratando
de animar el ambiente.
Mike se restregó las mejillas con las manos y se mordió el
labio en una mueca de ansiedad.
—Joder. ¿Confirmado que es una puta nephilim? ¡Menuda
mierda!
—Ahora sí queda claro por qué esto era un incidente de ca-
tegoría cuatro —concluyó Christopher al tiempo que quitaba
el seguro de su fusil automático de impactos sónicos de alta
frecuencia.
Jack no dijo nada. Tan solo se colgó su fusil a la espalda y
sacó su pistola de munición letal mientras en su mirada se
podía adivinar un odio infinito. Mike lo vio y enseguida se
dio cuenta de lo que pretendía hacer.
—Jack, ¿qué haces? No podemos matarla. Son órdenes de
Montgomery.
—Son ordenes de SEGDIAN, no creo que esto sea del
agrado del sargento —replicó Jack en tono cortante.
—Pero SEGDIAN es quien nos paga y quien costeó nuestro
entrenamiento. ¡Somos mercenarios!
—¡Me da igual! Si la veo, la mato. No permitiré que exista
un puto nephilim en este planeta.
—A mí tampoco me hace gracia —le aseguró Christop-
her—, pero tenemos una misión y nosotros nunca fallamos
nuestras misiones.

~ 153 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—A esa cosa la mato. ¡No me importa lo que me pase des-


pués!
Diana apretó el puño y le golpeó la cara. Jack trastabilló y
casi cayó al suelo.
—Si la matas… —le regañó Diana con furia—, ¿sabes el
lío en el que meterás a nuestro sargento? No solo te afectaría
a ti, que serías duramente castigado, quizás hasta fusilado,
sino que Montgomery también sufriría las consecuencias. ¡Le
debes un respeto a Montgomery!
Jack se pasó la mano por los labios y la sangre tiño sus de-
dos. Después, miró a Diana lleno de ira. Apretó los dientes y,
muy frustrado, le dio una patada con sus botas blindadas a un
viejo vehículo aparcado, abollándole la carrocería.
—¡Mierda! ¡Joder! ¡Odio esta puta misión! —gritó Jack
fuera de sí—. ¡No es justo! ¡Esta mierda no es justa! ¡Quiero
mi venganza! —espetó al tiempo que seguía pegando patadas
al vehículo hasta destrozarle una de las puertas.
—¿Venganza?, ¿de qué hablas? —preguntó perplejo Mike.
—¡Agggh! ¡Dejadme en paz! —gritó Jack.
—No, Jack, ¿de qué demonios hablas? —quiso saber tam-
bién Christopher mientras le ponía una mano en el hombro
para tranquilizarlo.
Jack lo apartó de un manotazo.
—No voy a hablar de ello. No es asunto vuestro.
—Déjalo, Chris… —le aconsejó Diana mientras agitaba su
mano dolorida por haber golpeado a su compañero—. Ya lo
conoces: es un terco en potencia, no va a hablar de sí mismo.
Christopher renegó en silencio.

~ 154 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Está bien. Pero, Diana, si este tema le afecta en lo perso-


nal, al menos debería habernos dicho algo. Somos sus com-
pañeros y nos estamos jugando el cuello.
—Él no nos va a fallar —aseguró Mike muy serio—. Eso te
lo garantizo. Nunca lo ha hecho.
Jack se apartó del grupo, tremendamente frustrado, y apoyó
sus brazos en una farola oxidada. Enterró la cabeza en ellos,
con la frente apoyada en el frío metal, y se quedó mirando el
suelo. Tenía los dientes apretados y en sus ojos azules querían
aparecer lágrimas, pero trató de evitarlo. Él era un soldado, no
un niño; no podía llorar, por mucha rabia y tristeza que sintie-
se. Jamás debía mostrar debilidad ante nada ni ante nadie. Él
era un soldado. Y un soldado, si quería ser respetado, tenía
que mostrar fortaleza en todo momento.

~ 155 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 10

El ingenio de Ántrax

A diferencia del resto de Crisol, había dos miembros que


estaban lejos del área donde se escondía Clorofila. Uno era el
joven Josué Nagar, que, después de charlar con su amigo de
la infancia, regresaba en un taxi al piso franco en espera de
que Pierre solicitase sus servicios. El otro era Larsson Jack-
son, alias Ántrax.
El informático se hallaba distraído, viendo la televisión,
mientras comía un pastel de manzana recostado en su silla.
Estaban dando una película sobre la Guerra del Ultimátum.
Ese nombre tenía su origen en el ultimátum que la coalición
mundial le dio al presidente de A2plus para que Estados Uni-
dos abandonase sus experimentos ilegales con humanos y se
retirase del recién invadido Irak. Era, obviamente, una pelícu-
la dramática, pues esa guerra fue una pesadilla para todo el
mundo. Sin embargo, el régimen europeo le había dado al
largometraje tintes heroicos donde se ensalzaban los valores
que la Unión quería destacar.
El film contaba la historia de un grupo de soldados aliados
que, formando parte de un enorme contingente (solo compa-
rable a los que se desplegaron durante la Segunda Guerra
Mundial), trataron de entrar en el territorio invadido por Esta-
dos Unidos a través del canal de Panamá, llegando desde Co-
lombia. Los aliados, en una coalición prácticamente mundial,
penetraron hasta México tras crueles batallas en las que, gra-

~ 157 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

cias a la enorme diferencia de efectivos, consiguieron hacerse


con la victoria a pesar de disponer de una tecnología infinita-
mente inferior a la estadounidense. Sin embargo, en ese país,
cuando llegaron a la vasta capital y trataron de conquistarla
para establecer en ella un importante cuartel general, apare-
cieron por primera vez los nuevos pro-humans de la serie
Satán 25 de tercera generación, especializados en combate
extremo. El resultado fue una masacre. Los aliados, aterrados
por esa nueva especie de humano evolucionado que los su-
peraba en cualquier faceta física e intelectual, abandonaron la
ciudad tras sufrir miles de bajas al tiempo que unos pocos y
heroicos hombres permanecieron combatiendo y muriendo
para entretener al enemigo dentro de la ciudad. Cuando la
mayoría de las tropas aliadas se puso a salvo, un artefacto
nuclear alojado en el maletín que portaba un soldado fue de-
tonado a modo kamikaze, y la capital de México fue barrida
de sus cimientos junto con los pro-humans y los demás alia-
dos que se sacrificaron por sus compañeros.
Larsson estaba convencido de que más del cincuenta por
ciento de la película era ficción, pues, en realidad, no se sabía
mucho sobre esa guerra. Casi todos los datos que se habían
rescatado tras el cataclismo conocido como El Último Día de
los Vivos eran considerados como secretos de Estado y, como
tal, estaban en posesión del Gobierno y de la corporación
SEGDIAN. Él, con su destreza para piratear cuanta computa-
dora se ponía a su alcance, había conseguido robarles algunos
informes. Sin embargo, Ántrax creía que los más importantes
y secretos no debían de estar alojados en la red de redes, pro-
tegidos por miles de cortafuegos, sino almacenados en memo-

~ 158 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

rias físicas y documentos en papel plástico, dentro de la sede


central de SEGDIAN.
Una vez terminó la película, Larsson se levantó de su asien-
to. Le había entrado sed. Los dulces siempre le provocaban
esa sensación. Bostezó de pura flojera y estiró los brazos para
desperezarse. ¡Qué pocas ganas de moverse tenía! Pero esa
ansia no iba a desaparecer solo porque prefiriese la comodi-
dad de su sillón. Se dirigió a la cocina arrastrando los pies,
con paso lento, cansino. Abrió el frigorífico, sacó un par de
gaseosas y, con sus ojos llenos de emoción, contempló que el
raro de Hans no se había comido los filetes de cerdo trans-
génico que le correspondían. Inmediatamente, pensó que sería
una pena que se estropearan, con lo caros que eran. Sacó el
plato donde estaba la carne y lo metió en el microondas. Des-
pués, cargado con sus dos refrescos y su nueva ración de co-
mida robada, regresó a la sala de computadoras. Fue llegar y
sonar una alarma por los altavoces del ordenador.
Larsson se asustó y casi se le cayó la comida y las bebidas
al suelo. Los dejó apresuradamente encima de una mesita
auxiliar y en seguida se puso al teclado. En el monitor aparec-
ía un texto intermitente sobre fondo negro con las palabras
«Mi amor platónico de cabellos verdes ha aparecido».
Larsson sonrió ampliamente. Él nunca había dicho nada a
sus compañeros porque era demasiado tímido cuando se tra-
taba de hablar con gente cara a cara, pero aquella misión le
parecía una auténtica maravilla. Y es que, desde el día que
Larsson había contemplado las primeras imágenes que consi-
guió robar a SEGDIAN sobre Clorofila, se había quedado
totalmente embelesado con ella. Para él, esa mujer lo tenía

~ 159 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

todo: era enemiga de SEGDIAN y del Gobierno, atesoraba


una tremenda belleza física y, sobre todo, sabía cómo defen-
derse. No era tanto como un amor a primera vista, se trataba
más bien de una extraña y morbosa admiración nacida de su
afición a leer viejos cómics del siglo pasado.
Larsson pulsó el botón «Escape» del teclado y el parpade-
ante mensaje desapareció para dar paso al programa que usa-
ba para piratear las miles de cámaras de la policía. Hecho es-
to, se apresuró a identificar la cámara que la había filmado y
un corto vídeo de unos pocos segundos ocupó toda la panta-
lla. Larsson sonrió. En él se veía, en una esquina del monitor,
a la misteriosa mujer de frente. Había sido grabada por la
cámara de seguridad de una tienda de pasteles. Se había que-
dado mirando los dulces con atención, con las manos pegadas
al cristal. Sin embargo, algo debió de suceder, pues la luna
del escaparate saltó hecha pedazos e, inmediatamente, la
cámara se desconectó. El pirata localizó el punto exacto don-
de se encontraba la tienda. Estaba a tan solo doscientos me-
tros de Patrick y a doscientos cincuenta de Hans Ansdifeng.
Larsson los llamó por radio.
—Estoooo… Probando…, probando… Crisol, ¿me oís?
—Alto y claro —respondió Pierre—. ¿La localizaste?
—Sí. Ha pasado por una cámara hace un minuto. Esperad a
que os pase las coordenadas a vuestros relojes.
Larsson tecleó una serie de datos en su ordenador y se los
envió a sus compañeros de misión.
—Ya está, ahí las tenéis. Estáis casi al lado. Patrick se en-
cuentra a tan solo doscientos metros, y Hans, a doscientos
cincuenta, más o menos.

~ 160 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Iré a por ella —informó Ansdifeng, de pronto, en tono


muy serio.
Larsson, mientras hablaba, observaba las cámaras de la zo-
na por si acaso descubría algo interesante.
—Mmmm… Veo que tenéis también compañía. Acabo de
ver a un par de agentes de SEGDIAN rondando la zona.
—Efectivamente —le confirmó Pierre—. Los hemos visto
llegar, ¿ahora te das cuenta de eso?
Larsson puso cara de susto y trató de justificarse con lo
primero que se le ocurrió.
—Lo siento, jefe, el computador sufrió una sobrecarga de
datos alfa y un sobreflujo logarítmico de intensidad cuántica y
se bloqueó. He tardado en reiniciarlo.
Como Pierre no era precisamente un experto en ordenado-
res, dio la respuesta por válida, aunque esta realmente no tu-
viese ningún sentido.
—Como sea, ahora estate pendiente de ellos también. De lo
contrario, alguno de nosotros va a morir.
—¡Sí, sí! ¡Claro! Descuida, Pierre, trataré de vigilarlos.
Aunque como usen camuflaje CRISTAL no voy a poder
hacer nada con ellos, pues las cámaras normalmente no están
preparadas para ver el espectro infrarrojo, y su resolución
tampoco es la óptima para captar las fluctuaciones visuales
tan leves que produce ese tipo de camuflaje.
Una potente risa resonó entonces por la radio.
—¡Es hora de cazar a esa perra! —espetó de pronto Patrick
sin venir a cuento.
—¡No interrumpas, Patrick! —le reprochó Pierre—. En
fin… Larsson, haz lo que puedas.

~ 161 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Okay, jefe. Estaré superpendiente, no me despegaré del


monitor. Cambio y corto.
Larsson dejó la radio y se quedó mirando el monitor, son-
riendo como un tonto. En él se estaba repitiendo una y otra
vez el vídeo que había grabado a aquella peligrosa fémina.
Emitió un largo suspiro al contemplar su hermoso rostro y
cortó la emisión. Era hora de ponerse serio. Programó las
cámaras en poco más de un minuto para que reconociesen los
logotipos que solían usar los agentes de SEGDIAN en sus
uniformes, así como los de la policía y el ejército. De esa
forma, cualquier posible enemigo sería fácilmente identifica-
do. Después, se volvió a sentar bien cómodo en su sillón,
cambió varias veces el canal de televisión hasta que dio con
otra película interesante y, tras un largo trago a uno de los
refrescos, atacó el par de filetes de carne que el raro de Hans
había abandonado a su suerte.
El Ángel de la Muerte no terminó de escuchar la conversa-
ción por radio que mantuvo Larsson con Pierre. En cuanto
tuvo en su reloj de pulsera las coordenadas de la última posi-
ción en la que había sido detectada aquella enigmática mujer,
se lanzó a la caza de su presa. Sabía que desde su posición
actual era imposible tenerla a tiro, pero, de haber podido,
tampoco habría sido buena idea dispararle desde lejos un dar-
do somnífero mientras SEGDIAN estuviese rondando por la
zona. No quería facilitarle las cosas al enemigo dejando inde-
fensa a Clorofila. Así pues, recogió su largo rifle de precisión
y se lo colgó a la espalda, empuñó su pistola Breakfield eléc-
trica y salió del apartamento donde se encontraba, bajando
aceleradamente las ocho plantas que lo separaban del suelo

~ 162 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

por unas escaleras semiderruidas que amenazaban con venirse


abajo.
—No permitiré que os apoderéis de ella —pensó Ansdi-
feng, refiriéndose a los agentes de SEGDIAN, con una extra-
ña sensación de ansiedad que pocas veces en el pasado había
sentido.
Cuando llegó a la planta baja y se encontraba en el portal
—antes de salir del edificio—, escudriñó, al amparo de la os-
curidad, el exterior en busca de posibles amenazas. No vio a
nadie, aunque algo en su interior le decía que el enemigo es-
taba cerca. Él solía fiarse de su instinto, por lo que esperó
unos segundos para asegurarse y entonces creyó percibir una
anomalía visual. Inquieto, sacó las gafas térmicas de uno de
los bolsillos de su chaqueta y se las puso. Miró en la dirección
donde creía haber visto algo y la silueta de dos soldados se
perfiló claramente. Eran agentes de SEGDIAN usando camu-
flaje CRISTAL, que los hacía parecer casi invisibles. En
cualquier otra misión se habría armado de paciencia y los
habría dejado escapar, pero la ansiedad que sentía por tener
cara a cara a esa mujer de cabellos verdes era demasiado
grande. No quería que la atrapasen y, de esa forma, perder la
única oportunidad que tendría de estar frente a ella. Así pues,
sin pensárselo mucho, salió como una exhalación del edificio
y, en vertiginosa carrera, se abalanzó sobre ellos por la espal-
da. Los dos agentes, confiados por la efectividad de su camu-
flaje óptico, caminaban con la guardia baja, y cuando escu-
charon los pasos de Hans ya fue demasiado tarde para ellos.
Mientras corría, el mortal asesino desenfundó un cuchillo de
combate que llevaba escondido debajo de su chaqueta negra

~ 163 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

y, con gran precisión y brutalidad, se lo incrustó hasta el


mango a uno de sus enemigos en la nuca, causándole la muer-
te inmediatamente. Por efecto del camuflaje óptico que lleva-
ba el agente de SEGDIAN, el filo del cuchillo pareció desapa-
recer en parte, y el mango ensangrentado, estar flotando en el
aire. El compañero, al verlo, trató de reaccionar sacando su
arma reglamentaria, pero con las prisas se le trabó en la pisto-
lera y Hans le disparó una poderosa descarga eléctrica con su
pistola Brakefield. El soldado se retorció de dolor, pero su
ropa protectora lo protegió de una muerte segura. Sin embar-
go, a tan corta distancia, la pistola de Hans era un arma terri-
ble capaz de derretir el acero, y a pesar de que eso no sucedió
con la sofisticada prenda defensiva creada por SEGDIAN,
parte de la carga eléctrica alcanzó a su objetivo y lo dejó
aturdido y sin resuello. Al verlo incapacitado, Hans se agachó
junto al cadáver del agente que acababa de matar y le extrajo
el cuchillo de la nuca. Un reguero de sangre salió del cuello
invisible del yaciente y las manos de Hans se cubrieron de
rojo. Después, con expresión neutra y sin mostrar ninguna
emoción en su rostro, se acercó al que quedaba vivo y,
agarrándolo de la cara con fuerza, sin prestar atención a su
mirada de terror, se acuclilló frente a él y le incrustó el cuchi-
llo a la altura de la papada, con una horrible trayectoria as-
cendente que lo mató al instante.
Hans Ansdifeng tiró con fuerza hacia abajo y liberó el cu-
chillo mientras las manos de su víctima todavía sufrían es-
pasmos. Dejó caer el cuerpo inerte y casi invisible al suelo y,
sin pensar demasiado en lo que acababa de hacer, salió co-

~ 164 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

rriendo y se introdujo en un oscuro callejón, rumbo al lugar


que les había indicado Larsson.

~ 165 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capitulo 11

Rastro de calor

Dos siluetas humanas caminaban tambaleantes en la pe-


numbra a través de una inmensa pradera blanqueada por una
escarcha que empezaba a cubrirlo todo. Al fondo, muy a lo
lejos, se perfilaban las ruinas de una silenciosa ciudad en la
que no habían encontrado superviviente alguno. La inmensa
burbuja de merídium que debía haberla protegido nunca pudo
ser terminada. El cielo se veía oscuro, como si fuese noche
cerrada, sin luna y sin estrellas y, desde hacía días, la atmós-
fera registraba mucha actividad eléctrica, cayendo rayos cada
cierto tiempo, pero sin llegar nunca a llover. En los escasos
oasis en que los relámpagos dejaban de azotar la tierra, el si-
lencio era estremecedor. No se escuchaba nada más que el
leve rumor de una suave y gélida brisa. Nada se movía y nada
más se escuchaba. No quedaban pájaros en el cielo ni anima-
les terrestres de ningún tipo corriendo sobre la crujiente hier-
ba congelada. Era como si toda la vida se hubiese extinguido.
Ishtar no tenía ni idea de qué fue lo que pasó tres jornadas
atrás, cuando llegó aquel poderoso estampido, pero lo había
cambiado todo. Desde que el terrible huracán los azotó de una
manera tan violenta que temieron morir despedazados, todo
se tornó tremendamente extraño. El mundo se volvió loco. La
cúpula celestial quedó cubierta por un velo oscuro que men-
guaba la luminosidad del sol hasta hacerlo parecer la luna, y
esta última había desaparecido de las noches. En los tres días

~ 167 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

que transcurrieron desde que la mortal pared de vientos hura-


canados los sorprendiera y los arrastrase cientos de metros,
hiriéndolos gravemente, ella y su compañero —un hombre de
cuerpo atlético, alto y con los ojos y el cabello grises—, ad-
virtieron una bajada de temperaturas extremadamente brusca.
En esa época era verano en la remota área de Yakutia y, sin
embargo, todo a su alrededor se estaba congelando paulati-
namente por la anómala ausencia de luz solar. La noche se
había vuelto algo perpetuo y lo estaba matando todo poco a
poco. Ambos andaban con lentitud, cojeando. El hombre, con
graves heridas por todo su cuerpo, tenía un aspecto mortecino
y solo podía caminar gracias a la ayuda de la mujer. Ella lo
sostenía con una de sus poderosas garras deformes. La otra la
tenía destrozada, hasta el punto de faltarle dos falanges.
Aquel extraño brazo de desagradable aspecto, cubierto por un
inusual exoesqueleto negruzco, similar al que poseían los es-
carabajos, lo tenía quebrado y colgaba inerte. De él, salía un
extraño líquido entre rojo y verdoso. Casi no le dolía, pero se
sentía muy débil, había perdido mucha sangre y no habían
probado bocado en días. Hacía mucho frío, muchísimo frío,
Ishtar no podía parar de temblar…
La mujer se despertó tiritando. La joven de cabellos verdes
estaba acurrucada sobre un enorme montón de telas, en el
rincón de una habitación del segundo piso de una vivienda
semiderruida, muy cerca de donde se quedó mirando, con
expresión de deseo, la tienda de dulces. A sus pies, estaban
los envoltorios de los pasteles que robó del negocio y que,
con voracidad, había devorado hasta estar saciada. Después,
presa del cansancio por haber estado huyendo de la policía,

~ 168 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

pero también por la somnolencia producida por comer hasta


hartarse, se quedó dormida en aquella habitación abandonada.
Ishtar se arropó con una mugrienta manta que había encontra-
do tirada en la basura. Estaba helada y de su aliento salían
volutas de vaho blanquecino.
«¿Esa era yo de verdad?», se preguntó, al recordar el sueño
que acababa de tener, mientras se miraba las manos de aspec-
to totalmente humano. ¿Sería un simple sueño? No…, en ver-
dad no lo creía. Ella sentía que en realidad vivió algo así. Re-
cordaba el punzante frío tan claramente como el que ahora
mismo estaba sintiendo. Aquello no era un sueño, sino un
recuerdo; ella rara vez soñaba. Pero…, si era un recuerdo,
¿por qué no podía acordarse de lo que ocurrió, tanto antes
como después? No tenía respuesta para eso.
Ishtar suspiró y apoyó la cabeza sobre una de sus manos al
tiempo que encogía su largo y atlético cuerpo, quedando de
costado sobre el suelo y con las rodillas a la altura de su pe-
cho. Con expresión triste, se quedó mirando el vacío mientras
se hacía un sinfín de preguntas.
¿Por qué le había tocado vivir aquello? ¿Por qué no podía
ser como los demás? ¿Qué había hecho para merecer ser
odiada por todo el mundo?
Ella solo quería huir y que la dejasen en paz. Le aterraba
volver a esa habitación infernal en la que solo obtuvo sufri-
miento, humillación y donde se sintió terriblemente ultrajada.
Jamás volvería allí. Ishtar notó como un nudo se le formaba
en la garganta y como la fría humedad de unas lágrimas res-
balaban por sus mejillas.

~ 169 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

¿No era más fácil y simple dejarse morir? ¿Acaso había en-
contrado algo bueno en la vida que llevaba? Podría liberarse
de todo su dolor si ponía fin a su existencia. Esa salida resul-
taba atractiva.
Su entristecido rostro, al borde del llanto, cambió su expre-
sión bruscamente, de una forma poco humana. De pronto, se
puso muy seria, con los ojos entrecerrados. Se incorporó con
agilidad sin hacer ningún ruido y permaneció en silencio, co-
mo un felino al acecho, escuchando. Estaba en peligro.

Los mercenarios de SEGDIAN, Creed y Peter, que iban


acompañados de otros dos de nombre John y Pau-
kas, recibieron la confirmación de la existencia de la pro-
human con gran preocupación. Ante aquella funesta asevera-
ción, el grupo de mercenarios decidió que, mejor que encon-
trarse con ella cara a cara, tenían que buscar un método alter-
nativo menos peligroso que les diese algo de ventaja sobre
ella. Con ese pensamiento en mente, el comando había optado
por interrogar casa por casa a los habitantes de los suburbios
para averiguar si alguien la había visto. Para convencerlos de
que debían colaborar, los mercenarios les advirtieron que
buscaban a una terrorista de primer orden y que, de no encon-
trarla, SEGDIAN sacaría como conclusión que esa zona de la
ciudad estaba influenciada por los rebeldes, algo nada bueno.
Ante semejante amenaza, y conscientes de que SEGDIAN no
solía tener demasiada piedad con los que se interponía en sus
intereses, la gente que no fue testigo de nada pidió clemencia,
a lo que los mercenarios se limitaron a indicarles que ellos no

~ 170 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

podían hacer nada al respecto y que, si no querían acabar de-


portados, más les valía encontrar a alguien que sí la hubiese
avistado y lo comunicase de inmediato. Por fortuna para los
agentes de la corporación, Ishtar no pasó inadvertida para to-
do el mundo. A pesar de que la fémina se había movido con
gran sigilo, hubo vecinos que la vieron y, al saberse amena-
zados con el exilio, no dudaron un instante en indicarles
dónde. Uno de ellos la vio entrar en un edificio casi derruido
tras haber estado robando comida en una pastelería, hacía
menos de una hora, y así se lo hizo saber a los agentes de
SEGDIAN. Creed y su grupo supieron de inmediato que esa
podía ser una pista definitiva y decidieron llamar al sargento
Montgomery para informarle.
—Delta a Alfa, Delta a Alfa —llamó Creed por radio una
vez volvieron a salir a la calle.
—Al habla Montgomery, Delta.
—Señor, soy Creed. Tengo novedades: hemos interrogado
a los civiles y tenemos una pista importante.
—¿De qué se trata? —preguntó Montgomery, interesado.
—Parece que ella está muy cerca de nuestra posición. En
un edificio semiderruido aledaño a la pastelería Dulces y Son-
risas. Le estoy enviando las coordenadas exactas.
—¿Cerca de vuestra posición? ¡Qué extraño! Tenemos un
problema, entonces, porque el grupo de Robert me acaba de
decir que esa mujer ha atacado hace media hora a dos de
nuestros hombres no muy lejos del lugar donde aterrizamos, y
vosotros estáis lejos de allí. La muy hija de puta los ha encon-
trado incluso usando el camuflaje CRISTAL y parece que les
ha atravesado la cabeza con algún tipo de cuchillo.

~ 171 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¡Mierda! ¿Quiénes eran?


—Los dos novatos del grupo de Robert.
—Pobres…
—Ya sabíamos que esto podía pasar, Creed. Ya os avisé de
que esto sería peligroso.
—Sí, señor. Entonces, ¿qué hacemos?
—Mi grupo y otros tres escuadrones nos dirigimos al lugar
donde han sido asesinados esos dos chicos. Vosotros estáis
demasiado lejos, sería una pérdida de tiempo que vinieseis
también. Aseguraos de que esa pista que os han dado es falsa
y, una vez lo confirméis y salgamos de dudas, volved con
nosotros.
—De acuerdo, señor. Cualquier novedad, se lo comunica-
remos de inmediato.
—Tened cuidado. Quedo pendiente de vosotros. Cambio y
corto.
Creed se dirigió a sus camaradas.
—Bueno, ya lo habéis oído. Han caído nuestros dos prime-
ros compañeros. Los han matado con un arma blanca aun te-
niendo activado el camuflaje CRISTAL, por lo que es muy
probable que la asesina haya sido la vegetariana psicópata de
tetas grandes. Sin embargo, no podemos desestimar la infor-
mación recibida, por lo que, aun así, debemos confirmar lo
que nos han dicho esos mendigos.
—¡Vaya mierda! No hemos empezado —dijo con temor
Peter— y ya han muerto los dos primeros. Esto comienza a
parecerse al vídeo ese que nos mostró el sargento en la sala de
proyección.

~ 172 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Cierto —afirmó John, algo consternado—, pero el es-


cuadrón de Érlest no tenía ni idea de a qué se iban a enfrentar
e iban mal pertrechados. Además…, ellos no eran de Urban
Eagle.
—Tenemos un lugar al que ir —les recordó Creed mientras
le quitaba el seguro a su arma—. A partir de ahora, quiero
silencio total.
Los demás asintieron y los cuatro activaron su camuflaje
CRISTAL. De pronto, parecieron evaporarse en el aire y solo
al moverse se los podía detectar, pues sus siluetas traslúcidas
distorsionaban la luz allá por donde se movían. Pero si se
quedaban quietos el efecto de mimetización era tan bueno
que, prácticamente, parecían desaparecer.
Avanzaron con celeridad, pero tratando de no hacer ruido,
extremando siempre las precauciones, a través de varias calles
apestosas y muy estrechas. Tras cinco minutos avanzando,
llegaron justo al frente de la pastelería Dulces y Sonrisas. Al
verla con la puerta de entrada forzada y entreabierta, una
súbita sensación de pavor se adueñó de ellos. Creed les indicó
con un movimiento de mano que se escondieran, aun teniendo
los camuflajes CRISTAL. Peter miró al frente y confirmó
que, efectivamente, había un edificio semiderruido al lado de
la tienda de dulces. Le dio unos toques en el hombro a Creed
y señaló hacia él para que lo observara. Creed asintió en si-
lencio y sacó un artilugio, similar a una cámara de vídeo, de
la mochila que Peter llevaba a la espalda.
Colocó su ojo en el visor del aparato, cuyo nombre real era
detector de vida, y apuntó hacia el edificio en ruinas. Tras
escanear la primera planta un par de segundos con el artilu-

~ 173 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

gio, este reaccionó súbitamente al pasar a la segunda altura.


Un mensaje apareció en la pantalla con las palabras rastro de
vida confirmado. Creed se puso tenso: allí estaba el monstruo.
Informó a sus compañeros que en ese lugar había alguien y
los cuatro se quedaron apuntando, muy preocupados, a las
ventanas sin cristales de ese segundo piso. La información
parecía verídica; lamentablemente, no lo sabrían al cien por
cien hasta que no viesen a la mujer de cabellos verdes con sus
propios ojos, ya que, ciertamente, cabía la posibilidad de que
dentro del edificio solo estuviese un vagabundo durmiendo,
algo no muy raro en aquel apestoso sector.
John escribió un mensaje al sargento Montgomery a través
del teclado de su radio: «Hemos encontrado un rastro de vida
en la posición indicada, nos mantendremos en posición espe-
rando poder corroborar su identidad».
John pulsó la tecla de enviar, sin tener ni idea de que su ca-
beza transparente estaba justo en el centro de la mira telescó-
pica del rifle de Hans. El frío sicario de Night Carnival estaba
dentro de la casa de dos ancianos muertos que habían sido
abrasados por sendas descargas eléctricas de su pistola Brake-
field. Tras haber entrado por la fuerza en el domicilio y
haberlos amenazado con matarlos si decían una sola palabra,
los ejecutó igualmente al concluir que sería peligroso tenerlos
al lado mientras se concentraba en apuntar con su rifle. Hans
seguía a los agentes de SEGDIAN con atención, aunque, de-
bido a su camuflaje, era difícil saber qué estaban haciendo
exactamente. Había llegado hacía tan solo cinco minutos y se
había posicionado cerca de la pastelería, en un tercer piso de
una vivienda aledaña. La única pista que tenía era dicho ne-

~ 174 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

gocio, por lo que decidió quedarse esperando en aquel apar-


tamento desde el que tenía una buena visibilidad, expectante
por ver lo que acontecía. La mujer de cabellos verdes no apa-
reció, pero sí, en cambio, el pequeño grupo de agentes de
SEGDIAN. Los dejaría vivir un poco más. Pensó, al verlos,
que quizás ellos sí supiesen la localización de la asesina, por
lo que decidió ser paciente y esperar novedades.
Hans llamó por radio a Crisol.
—Hans al habla. Tengo novedades, Pierre.
El francés, que no había podido moverse de su posición al
estar la zona infectada de agentes de SEGDIAN, contestó.
—Dime, Hans, ¿de qué se trata? —preguntó el líder de Cri-
sol.
—Estoy al lado del punto donde Larsson descubrió a la mu-
jer. Hay varios agentes de SEGDIAN muy cerca y apostaría a
que saben dónde está ella. No me extrañaría que hayan pedido
refuerzos; necesitaré que evitéis que lleguen o esto se me va a
complicar.
—¿Podrás con los que hay allí o quieres que vaya Patrick
contigo?
—Preferiría que ese loco hormonado se mantenga a un
kilómetro de mí, pero apostaría mi brazo derecho a que ya
debe de estar muy cerca de aquí.
—¡No lo dudes, gilipollas! —le espetó la gutural voz de Pa-
trick a través de la radio—. Yo también estoy viendo a esa
pandilla de maricones en frente de la pastelería.
El rostro de Hans se contrajo en una mueca de desagrado.
—¿Dónde estás? —quiso saber el sicario, bastante preocu-
pado por el futuro de la misión.

~ 175 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Justo delante de la pastelería, en la azotea del mismo edi-


ficio donde esas nenas de SEGDIAN están arrimadas. Justo
encima de ellos. Creo que si dejase caer una simple granada,
me los cargaría a todos.
—¡No lo hagas! —le pidió Hans, alarmado—. Los necesi-
tamos para saber dónde se esconde ella. Creo que la han des-
cubierto.
—Ya lo sé. No soy un sicario de pacotilla como tú.
Hans buscó con la óptica de su rifle en la dirección que le
había indicado el enorme integrante de Crisol. Para su sorpre-
sa, estaba muy bien escondido, apenas se podía ver la punta
de la ametralladora que portaba. Patrick, en verdad, estaba
justo encima de los agentes de SEGDIAN. Con dejar caer una
granada los mataría a todos, pero eso significaría que la escu-
rridiza asesina, si de verdad estaba allí, volvería a huir y
tendrían que empezar a buscarla de nuevo.
—Esperemos a ver qué hacen —le dijo Hans a Patrick.
El grandullón no le contestó, básicamente porque no le dio
la gana, pero era justo lo que tenía intención de hacer.
El Ángel de la Muerte así lo entendió y, más tranquilo, en-
focó con su mira telescópica al grupo de mercenarios enemi-
gos.
—Me alegra que estéis juntos —comentó Pierre, que se
había quedado callado cuando intervino de repente Patrick—,
pero recordad que estamos en una misión importante. No os
pongáis a pelear.
—Tranquilo, Pierre… Ningún Dios de la Guerra, por muy
importante que se crea, me va a hacer perder los papeles en
una misión —le aseguró el grandullón.

~ 176 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Hans entornó los ojos al escucharlo, pero decidió ignorarlo


por el bien de su salud mental.
—No os preocupéis por los agentes de SEGDIAN —
intervino inesperadamente Boumann con su serena y grave
voz—, he estado trabajando en ello. Si van en vuestra direc-
ción, se llevarán algunas sorpresas por el camino.
Hans sonrió al escuchar al alemán. Boumann le caía bien.
Era callado, sereno, serio y, ante todo, útil. De todos los
miembros de Crisol, seguramente sería el único que aceptaría
de buen grado llevarlo como compañero en alguna de sus mi-
siones.
—Cualquier cosa seguimos en contacto. Cambio y corto
—se despidió el asesino toscamente.
Sus compañeros también cortaron la comunicación a la es-
pera de novedades. Hans, entonces, fijó sus azules y extraños
ojos en el enemigo a través de la mira telescópica de su Dra-
gunov.
Creed, que no tenía ni idea de estar siendo observado por el
asesino, recibió un mensaje en la pantalla de su radio. La miró
y se sintió un poco aliviado al leer lo que había escrito: «Os
enviaré como refuerzo a los dos escuadrones que estén más
cerca, no actuéis a menos que sea necesario hasta su llegada.
Montgomery».
John, que también lo había leído, introdujo un proyectil de
gas paralizante en el lanzagranadas acoplado a su fusil.
—Por si acaso… —les dijo a sus compañeros mientras
apuntaba a una de las ventanas del segundo piso, con el dedo
en el gatillo.

~ 177 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Los demás agentes del grupo hicieron lo mismo y todos se


quedaron muy quietos mientras apuntaban al edificio para
maximizar la eficacia del camuflaje. Hans incluso llegó a de-
jar de verlos y se vio obligado a ponerse las gafas térmicas
para asegurarse de que seguían en aquel lugar.
Ansdifeng llamó inmediatamente a Patrick por radio.
—Patrick, ¿me escuchas?
—Alto y claro, excelentísimo Dios de la Guerra.
—Deja de joder…
—De acuerdo, damisela, ¿qué quieres?
Hans cerró los ojos, apretándolos bien fuerte, y trató de
apaciguar su deseo de dispararle con su rifle de francotirador.
—Imagino que, donde te encuentras, no los puedes ver, pe-
ro los de SEGDIAN están apuntando al edificio semiderruido
que hay a dos edificios de la pastelería.
—Entonces, debe de estar ahí —sentenció Patrick como si
fuese una obviedad.
—Sí, yo también lo creo. ¿Puedes ver algo allí desde tu po-
sición?
—Espera, gusano, voy a ver.
Patrick sacó unos pequeños prismáticos que tenía en un
bolsillo de su chaleco de combate y, con ellos, examinó dete-
nidamente el inmueble en ruinas. No veía nada, salvo la pared
exterior, debido a la oscuridad dentro del edificio. Contraria-
do, apretó un botón que había en la parte superior del binocu-
lar y activó el modo de visión térmica. Buscó con detenimien-
to en todas las ventanas sin hallar nada. Mientras seguía escu-
driñando sin mucha esperanza, contestó a Hans:

~ 178 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Nada… No veo absolutamente nada. Si esa putilla salva-


je está ahí, está muy bien escondida.
—¡Mierda! —espetó Hans—. Debe de haber escapado.
—¡Espera! —dijo Patrick, de pronto.
—¿Qué ocurre?
Patrick no respondió. Creyó haber visto algo a través de los
prismáticos y quería asegurarse.
—Patrick, ¿qué pasa? —insistió Hans, más nervioso que de
costumbre.
Finalmente, el enorme soldado respondió:
—Ahí hay alguien o algo. No puedo verlo, pero está pegado
a la pared junto a la ventana, escondido. Veo el rastro de calor
que deja el vaho de su respiración, o al menos es lo que pare-
ce. Con este frío, el contraste de calor es grande.
Hans sintió un escalofrío y pronto se vio asediado por una
ansiedad incontrolable. Un horrible presentimiento se hizo
dueño de su mente. Sus músculos se tensaron y sintió el im-
pulso de salir corriendo en su búsqueda.
—¡Es ella! Estoy seguro. ¡¿En qué planta está?!
—Espera, espera, fierecilla… También puede ser un men-
digo.
—¡¿Qué importa?! Es la única pista que tenemos… ¡Dime
la planta!
—¿Piensas ir tú solo?
—¡La planta, joder! —le espetó Hans, más alto de lo pru-
dente y sintiendo una creciente furia.
—¡Ojalá te maten, mamón! —le deseó Patrick, molesto—.
Segunda planta, en el lado más alejado de tu posición.
—Bien, voy para allá. Informa a los demás y cúbreme.

~ 179 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¿Que te cubra? ¡¿Y cómo vas a entrar sin que te vean los
de SEGDIAN, maldito Dios de la Guerra?!
—Eso es problema mío, tú solo estate atento por si surgen
problemas y te necesito.
—¿Cómo que «problema tuyo»? —le preguntó indignado
el gigantón, pero sin elevar la voz—. ¡Yo también me estoy
jugando el culo, gilipollas!
Pero Hans no escuchó esa última parte. Presa del temor,
había empezado a recoger sus cosas para salir corriendo en
busca de la mujer cuando una súbita arcada casi le hizo vomi-
tar. Su visión se volvió borrosa, translúcida, y sus ojos co-
menzaron a lagrimear. Perdida la fuerza, sus rodillas se hinca-
ron en el suelo. Un súbito y estridente sonido empezó a pitar-
le en los oídos y Hans se preguntó qué demonios estaba pa-
sando. Entonces, de pronto, escuchó claramente su voz, una
voz femenina.

~ 180 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 12

Un grito en el alma

—¿Pretendes capturarme? —inquirió aquella voz de mu-


jer.
Los ojos de Hans se abrieron de par en par y se giró rápi-
damente, pistola en mano, esperando encontrar a alguien justo
a su espalda; algo que no sucedió. Perplejo al no ver a nadie,
buscó con su mirada turquesa en todas direcciones con el
mismo resultado.
—¿Pretendes capturarme? —repitió inquisidora la voz,
como un susurro en su oído.
—¡¿Quién eres?! —preguntó Hans, aterrorizado y con la
voz temblorosa, algo que jamás le había ocurrido antes.
Sin embargo, no hubo respuesta a su cuestión. Y las pala-
bras siguieron llegando de todas partes sin un punto concreto
de origen.
—¿Eres la mujer que ha escapado de SEGDIAN?
—preguntó Hans muy nervioso, suponiendo que el hablante
debía de estar muy cerca, aunque fuera de su rango visual.
Pero, realmente, en aquel pequeño apartamento no había
nadie, salvo los cadáveres de los ancianos que había ejecuta-
do.
—¡¿Dónde estás?! —quiso saber el asesino.
—¿Me ayudarás?
—¡¿Dónde estás?! —repitió frustrado Hans.
—Gracias, Patrick.

~ 181 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Los ojos de Hans se abrieron en una expresión de perpleji-


dad.
—¿Patrick? —murmuró con un hilo de voz.
Sus pupilas menguaron y su rostro se perló de sudor frío.
Se acababa de dar cuenta de qué era lo que estaba pasando y
se temía lo peor. No era a él a quien estaba hablando aquella
voz, ¡sino al insoportable Patrick! Pero… ¿cómo podía escu-
charla él con tanta claridad?, ¿cómo era eso posible? Y fue
entonces, en ese mar de dudas, cuando recordó la hipótesis
que había aventurado el impertinente niñato de pelo lacio y
rubio al que llamaban Josué; y supo, en lo más profundo de su
alma, que tenía razón. Clorofila distaba mucho de ser una
asesina normal, eso ya lo sabía de antemano, lo que no conoc-
ía era que tampoco era humana, sino una pro-human de
A2plus.
Conmocionado ante su aplastante convencimiento, aunque
no tanto como para nublarle la razón, apretó los dientes y se
giró bruscamente para mirar por la ventana. No hizo falta que
buscara mucho: allí estaba Patrick, de pie, demasiado lejos
para verle con claridad el rostro. Nervioso, recogió su Dragu-
nov del suelo y, con la mira telescópica que este portaba, lo
observó preocupado, no porque le importase lo más mínimo
la vida de su compañero, sino por el futuro de la misión.

Instantes antes, Patrick había estado buscando con la visión


térmica al objetivo, tal y como le pidió Hans, y creyó haberlo
encontrado, por lo que le comunicó al Dios de la Guerra que
había alguien en el edificio que tenía en frente. Después de
discutir brevemente con Hans y maldecirlo por lo insoporta-

~ 182 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

ble, engreído y estúpido que podía llegar a ser, sucedió algo


que jamás había experimentado antes: empezó a escuchar una
voz que le hablaba directamente a su mente.
—¿Pretendes capturarme? —le preguntó con un deje de
reproche.
Patrick dio un respingo y miró en todas direcciones con el
corazón en un puño. No encontró a nadie. En aquella azotea
solo estaba él. Un espanto, como jamás había sentido en su
vida, invadió cada neurona de su cerebro hasta el punto de
que, de los ojos del estoico y duro soldado, empezaron a caer
lágrimas de auténtico pavor.
—¿Pretendes capturarme? —repitió la voz, taladrando to-
do su pensamiento hasta conturbarle completamente la razón.
Patrick tartamudeó estremecido.
—No…, no…
—¿Me vas a ayudar? Necesito tu ayuda —le pidió la voz.
El enorme soldado trató de controlar su miedo y poner or-
den a sus ideas, pero, poco a poco, sintió que iba nublándose
su consciencia, como si su cerebro estuviese saturado de
narcóticos y sus efectos aumentasen exponencialmente con el
paso de los segundos. Para cuando llegó de nuevo la voz, la
voluntad de Patrick había desaparecido.
—¿Me ayudarás? —insistió en un tono embriagador, tan
dulce que era imposible resistirse—. Gracias, Patrick.
El gigantón se incorporó con expresión ausente y permane-
ció un instante quieto, como una estatua de mármol. Estaba
en trance y así lo descubrió Hans, segundos después, a través
de la mira telescópica de su rifle.

~ 183 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Patrick se acercó con lentitud al borde del tejado y miró


hacia abajo. Los agentes de SEGDIAN estaban justo debajo
de él, tal y como le había advertido Hans instantes antes. El
soldado de Night Carnival, al verlos, sonrió malévolamente.
Con una mirada cargada de odio, Patrick desprendió un par de
granadas de su chaleco de combate y, con los dientes, les
quitó las anillas de seguridad. Después, extendió los brazos
más allá del borde de la azotea y, gritando de forma tan fuerte
que incluso dañó sus cuerdas vocales, alertó de su presencia a
los agentes de SEGDIAN.
—¡¿Pretendéis cazarme, asquerosos insectos?!
Los agentes de SEGDIAN se llevaron un buen susto cuan-
do escucharon aquella pregunta justo encima de sus cabezas.
Se levantaron, pues todos estaban con una rodilla hincada en
el suelo, encarando con sus fusiles el edificio donde suponían
que se encontraba Clorofila, y apuntaron velozmente hacia
arriba. Con los visores térmicos de sus gafas, pudieron distin-
guir con facilidad al miembro de Night Carnival, que perma-
necía erguido justo al borde de la azotea con los brazos ex-
tendidos hacia adelante.
—¡¿Quién eres?! —gritó Creed mientras lo posicionaba
justo en el centro de la mira de punto rojo de su fusil de asal-
to.
Los demás mercenarios de SEGDIAN también le apunta-
ron.
—Soy la mujer que perseguís. Soy la que os va a extermi-
nar como a ratas —aseguró Patrick a gritos y con expresión
sádica al tiempo que soltaba las granadas que tenía en las ma-
nos.

~ 184 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Los mercenarios, alertados por las palabras del miembro de


Crisol, no se lo pensaron ni un instante y le dispararon dece-
nas de veces, sin darse cuenta de que la fuerza de la gravedad
iba a poner a sus pies dos mortíferos artefactos explosivos
preparados para detonar. La munición no letal de los agentes
impactó en varias ocasiones sobre el cuerpo en trance de Pa-
trick, lanzándolo violentamente hacia atrás y dejándolo mal-
herido e inconsciente. Apenas un segundo después, las grana-
das que había liberado el gigantón cayeron a cinco metros de
los agentes de SEGDIAN y estallaron al unísono en una vio-
lenta explosión. La deflagración fue tan fuerte que todos los
cristales de los alrededores saltaron hechos añicos y el estam-
pido se pudo escuchar claramente en toda la zona de los su-
burbios.
Un sinfín de alarmas de los negocios aledaños empezaron a
sonar y se levantó una gran polvareda. Hans, que justo antes
de la explosión se agachó para ponerse a cubierto, se asomó
un poco para ver los resultados. Al principio, no fue capaz de
distinguir nada, pero una vez se aclaró algo el ambiente, pudo
comprobar las consecuencias de la explosión. El grupo de
Creed había salido catapultado por la onda expansiva a una
decena de metros y, a pesar de todas las protecciones de alta
tecnología que vestían, sus cuerpos quedaron terriblemente
dañados, y los camuflajes ópticos, destrozados. La peor parte
se la llevaron Paukas y John, pues, sin pretenderlo, sirvieron
de escudo humano para los otros dos compañeros. Paukas
murió en el acto; su cara tenía la piel arrancada y los dientes
se podían ver a través de donde debía haber estado su mejilla.
Un grotesco orificio en la frente daba una clara idea de cuál

~ 185 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

fue la herida mortal que puso fin a su existencia. John, que


había quedado tendido boca arriba, perdió las dos piernas y
una mano y gritaba de dolor mientras se desangraba con rapi-
dez. Creed y Peter, de alguna forma, se mantenían enteros,
aunque con graves desgarros por todo el cuerpo. Peter tenía
dificultades para respirar y sufría mucho dolor en el pecho.
Un trozo de metal había atravesado su blindaje y se le había
incrustado en el tórax, rasgándole uno de los pulmones. Yacía
en el suelo en posición decúbito lateral y su boca estaba muy
abierta, tratando de hacer entrar a su organismo la cantidad
suficiente de oxígeno para mantenerse vivo, a pesar del inten-
so dolor que le torturaba cada vez que sus pulmones ejercían
sus funciones. Creed, que había quedado muy herido, pero sin
daños que pusieran en peligro su vida de forma inmediata,
trató de incorporarse sin conseguirlo. La cabeza le daba vuel-
tas y un intenso pitido en los oídos no le dejaba escuchar nada
de lo que ocurría a su alrededor, su visión estaba empañada
de sangre y veía borroso. Estaba muy aturdido y el cuerpo no
le respondía.
Hans observó a los malheridos con frialdad, con sus extra-
ños ojos azules turquesa impasibles ante semejante horror. Su
blanco rostro de textura marmórea parecía tallado en inani-
mada piedra, pues no existía en él el menor atisbo de miseri-
cordia hacia los heridos. El horrible dolor de los agentes de
SEGDIAN no le producía ningún tipo de sentimiento, nada
mínimamente parecido a la piedad. Tampoco le atañía si Pa-
trick estaba vivo o muerto. Lo único que le interesaba era
Clorofila: su obsesión en forma de mujer. Hasta la misión que
le había encomendado Night Carnival dejó de importarle des-

~ 186 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

pués de lo que acababa de ver, escuchar y sentir. Ya todo le


daba igual, tan solo quería obtener respuestas a sus muchas
preguntas.
Tras haber comprobado de lo que esa mujer era capaz,
Hans intuyó que aquella sería su última misión. Tenía la cer-
teza de que moriría ese día, pues sin la tecnología necesaria
no existía ninguna forma eficaz de defenderse de lo que en
tiempos de la Guerra del Ultimátum se llamó contaminación
mental. Y dicha contaminación mental acababa de usarla Clo-
rofila con su compañero de misión, Patrick, convirtiéndolo en
una marioneta de su voluntad.
Hans sonrió, amargado, al tiempo que cerraba los párpados.
Igual no le importaba vivir o morir. En realidad, nunca le hab-
ía preocupado. Desde hacía mucho tiempo había dejado de
tenerle apego a la vida. Siempre se sintió como un cascarón
vacío carente de ambiciones, sin sentimientos, sin esperanzas,
sin anhelos ni satisfacciones, sin eso que todo el mundo llama
alma. Vivir solamente significaba seguir existiendo, seguir
viviendo situaciones que no le emocionaban, hablar de temas
que no le importaban, convivir con personas que le eran del
todo indiferentes. Él era un hombre que jamás deseó existir,
que nunca lo pidió, que jamás sintió apego por algo o alguien,
pero que fue puesto en aquel horrible mundo por alguna ex-
traña razón que nunca había alcanzado a comprender. Y en
ese momento, con la posibilidad tan cercana y certera de fina-
lizar su vida, había encontrado la única cosa que, de forma
genuina, le producía una emoción pura y sincera en su ser,
hasta el punto de hacerle sentir vivo por primera vez en su
insípida existencia. Y esa cosa era justamente Clorofila, la

~ 187 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

mujer que con toda probabilidad lo matase, pero que poco le


importaba si, justo antes, podía recordar quién era él en ver-
dad.
Si ya de por sí tenía el presentimiento de que ellos dos esta-
ban conectados de alguna forma, al escuchar su locución, esa
sensación se convirtió en certidumbre absoluta. Ya no tenía
dudas sobre ello. Aquella voz no era una voz natural, no eran
palabras entrando a través de su oído, sino que llegaban direc-
tas a su cerebro, a la intimidad de sus pensamientos. Él tenía
la certeza de que ya la había escuchado antes, en alguna parte,
de la misma forma en que lo acababa de hacer, y eso no era
precisamente común. Debía averiguar por qué estaba tan con-
vencido de ello, y tenía que hacerlo ya.
Hans se incorporó con lentitud, dejando el Dragunov en el
suelo, mientras observaba, con sus enigmáticos ojos sin alma,
el suplicio de los agentes de SEGDIAN. Ver a sus enemigos
retorciéndose de dolor no despertó en el asesino ni un peque-
ño atisbo de misericordia. Para él, tan solo eran cuatro obstá-
culos menos en su camino. Sus pensamientos estaban enfoca-
dos en cómo enfrentar a Clorofila de forma que pudiera
hacerle las preguntas que necesitaba y que estas fuesen res-
pondidas. Sabía que, sin apoyo, ningún arma podría salva-
guardar su vida frente a una pro-human de A2plus, y tampoco
era su intención tratar de matarla, pues muerta no le servía de
nada. Así pues, era una estupidez mostrarse como una amena-
za frente a ella. Más bien, si quería sacar algo útil de aquel
peligroso encuentro, debía aparecer como alguien inofensivo
que no podía amenazar su vida. Quizás así ella lo escucharía,
aunque solo fuera durante un instante. Si esa mujer tenía las

~ 188 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

respuestas que podían dar sentido a su insípida vida, él gusto-


samente correría el riesgo de ser destruido con tal de tener la
oportunidad de obtenerlas.
Guiado por esa determinación, Hans dejó también en el
suelo su mortífera pistola eléctrica y su cuchillo de combate
aún manchado de sangre. Tenía que darse prisa. La explosión
debía de haber alertado a todo el mundo y no disponía de mu-
cho tiempo antes de que llegaran los refuerzos de SEGDIAN.
Esperaba que Boumann y Pierre los pudieran retrasar, pero no
quería arriesgarse a perder la oportunidad, por lo que decidió
moverse rápidamente para encontrarse con la muerte en for-
ma de asesina de cabellos verdes.

Ishtar sintió el estampido de la explosión de las granadas


que había soltado Patrick. Su plan estaba saliendo tal y como
lo planeó. Había eliminado a dos pájaros de un tiro. Se asomó
por la ventana y observó los resultados: otra masacre. Ishtar
sonrió al ver a sus enemigos destrozados; no obstante, se per-
cató de que algunos aún estaban vivos. No sería por mucho
tiempo, pensó. No sentía ninguna amenaza cercana, por lo
que bajó las escaleras parcialmente derruidas hasta llegar a la
primera planta y salió a la calle. A escasos veinticinco metros
se encontraban los heridos. El escenario que se encontró no
distaba mucho de los otros en los que ella había participado.
Uno de sus enemigos gritaba de dolor debido a la amputación
de sus extremidades, otro parecía querer hacer lo mismo, pe-
ro, sin embargo, solo boqueaba angustiado por la falta de aire,
y un tercero, Creed, trataba de levantarse sin demasiado éxito.
Ishtar centró su interés en este último. La mujer lo observó

~ 189 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

recelosa y se dio cuenta de que aún podía suponer un peligro;


ínfimo, pero un peligro, al fin y al cabo. Lentamente, caminó
hacia él, descalza; sus pasos eran en extremo silenciosos. Su
esbelto y bien proporcionado cuerpo, cubierto por ropa andra-
josa y una larga y sucia gabardina con capucha, avanzaba
tranquilo hacia su presa. En sus ojos del color de la miel se
podía adivinar una fiereza animal, como la de una pantera,
donde no había lugar para la piedad. A medida que se acerca-
ba a Creed, sus labios se entreabrieron en una expresión mez-
cla de deseo y odio.
Cuando Creed finalmente la vio, apenas como una antro-
pomórfica mancha borrosa de cabello verde, se estremeció.
Azotado por una súbita inyección de adrenalina al verse en
peligro de muerte, sacó fuerzas de donde pensaba que no ten-
ía y trató de desenfundar una de sus pistolas. No lo consiguió.
Al instante, una extraña fuerza rodeó su cuerpo y lo empujó
con brutalidad veinte metros hacia atrás, catapultándolo con-
tra la pared del edificio que había en frente de la pastelería
Dulces y Sonrisas. El agente de SEGDIAN se elevó y se es-
trelló con violencia contra el muro, a tres metros de altura.
Después del golpe, cayó inconsciente al suelo. Los huesos de
su brazo izquierdo se partieron en el brutal impacto. Elimina-
da la amenaza más inminente, la asesina se acercó entonces a
Peter, que permanecía tendido en el piso con aquella dolorosa
herida en el pecho. Se detuvo frente a él y miró con curiosi-
dad como cada bocanada de aire le suponía un suplicio insu-
frible.
—¿Pensabais que sería tan fácil? No volveréis a hacer daño
a Ishtar.

~ 190 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Peter la miró asustado. Sus ojos parecían salirse de sus


cuencas. Trató de levantarse y huir, pero su cuerpo estaba
demasiado magullado para poder moverse. La peligrosa mu-
jer de cabellos verdes observó la patética escena como quien
ve una cucaracha mojada panza arriba tratando de darse la
vuelta, y su rostro se contrajo en una mueca de asco.
—Solo eres un parásito.
Ishtar se puso en cuclillas frente a él y lo miró un instante
más. De repente, extendió sus manos y apretó con ellas el
cuello de Peter, estrujándolo con fuerza. Al sentir que se as-
fixiaba, el mercenario empezó a patear frenéticamente y a
tratar, con sus manos, de liberarse de aquella tenaza mortal.
Pero Ishtar reaccionó oprimiendo aún más fuerte sus dedos al
tiempo que apretaba los dientes con ira y se tensaban las fi-
bras musculares de sus brazos. Tras unos segundos, se es-
cuchó un desagradable y grotesco crujir de huesos y Peter
dejó de moverse. Ishtar siguió asfixiándolo hasta que su co-
razón se paró. El soldado de SEGDIAN murió con los ojos
muy abiertos y saltones, en una expresión terrible. Su piel se
tornó azulada y su cuerpo quedó rígido, con las manos crispa-
das. La mujer, entonces, lo soltó, se levantó con lentitud y se
desentendió del cadáver. Después, enfocó su mirada en Cre-
ed, que permanecía inconsciente en el suelo, junto al edificio
contra el que lo había estrellado. Aún vivía, lo percibía, pero
no sería por mucho tiempo. Ishtar empezó a caminar en su
dirección con la cabeza gacha y la mirada resoluta de un de-
predador, pero en ese momento sintió una nueva presencia.
Alertada, se giró rápidamente para averiguar qué nuevo ene-
migo descubría. Su expresión de odio e ira, sin embargo, des-

~ 191 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

apareció de inmediato al hacerlo, y su yo salvaje se esfumó


como si jamás hubiera estado allí. El semblante se le endulzó
al distinguir a la persona que la había alertado. El hombre
estaba de rodillas, con sus ojos turquesas mirándola mientras
un cauce de lágrimas recorría sus blancas mejillas. La obser-
vaba muy fijamente, con el cuerpo estremecido por temblores
involuntarios, como si estuviese en un poderoso trance. No
decía nada, no parecía ser capaz, tan solo la miraba sin poder
apartar la vista de ella. La reacción de Ishtar no fue muy dife-
rente y, durante un instante, solo quiso contemplar aquel her-
moso rostro masculino que tantos recuerdos le traía de pronto.
Sus preciosos ojos ambarinos y su boca quedaron abiertos en
una expresión de incredulidad.
—T-te conozco…

Instantes antes, el Ángel de la Muerte había salido corrien-


do del apartamento y había bajado las escaleras de forma
atropellada. A pesar de que la vivienda en la que estaba le
había otorgado una magnífica vista de los acontecimientos, la
salida del edificio quedaba en el lado opuesto al origen de la
explosión y hubo de rodear una larga manzana de inmuebles
pegados unos a otros para llegar a una intersección que diera
acceso al lugar donde yacían los heridos. Aun así, no tardó
más de cinco minutos en arribar y, al hacerlo, inesperadamen-
te, todo su mundo dio un vuelco de ciento ochenta grados.
La famosa fémina de cabellos verdes estaba estrangulando
a un agente de SEGDIAN. Nada más verla, fue como si algo
muy dormido dentro de sí despertase de repente. Hans sintió
una intensa punzada en su cerebro que le hizo agarrarse la

~ 192 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

cabeza al descubrir su rostro, un rostro en extremo familiar.


De pronto, se puso pálido y quedó paralizado, con las pupilas
dilatadas. La locura pareció instalarse en su faz.
De manera agresiva y dolorosa, cientos de imágenes empe-
zaron a bombardearle la mente y Hans se hincó de rodillas en
la acera, sin fuerzas para hacer otra cosa. Imágenes de suce-
sos que no recordaba haber vivido comenzaron a sucederse
rápidamente. Los cientos de miles de acontecimientos que
vio en solo un par de segundos los sintió como vividos, aun-
que no fuera capaz de rememorarlos. Era como si alguien
hubiese activado un interruptor en su cerebro y este se estu-
viera reiniciando a una velocidad inimaginable. Se vio a sí
mismo de niño, pero en una sucesión de escenas tan rápidas
que apenas era capaz de darles sentido. Contempló, en su en-
soñación, un mundo muy diferente al actual, lleno de vida,
con ciudades a cielo abierto y sin cúpulas protectoras que im-
pidieran el paso del sol o de la lluvia. También hizo acto de
presencia su adolescencia. En ella, lucía como un jovencito
tímido y sin amigos, yendo a un lugar que parecía un instituto
de educación secundaria de principios del siglo XXI, con cien-
tos de muchachos a su alrededor, pero sintiéndose diferente a
todos ellos. Y, por primera vez, la vio a ella. No a la mujer de
melena verde que todo el mundo buscaba, sino a una jovenci-
ta de quince años de edad, de cabello pelirrojo, que debió de
ser muy importante en su pasado. Exactamente la misma chi-
ca que se le apareció como una ilusión cuando acababa de
asesinar al concejal Johan y se disponía a matar también a su
novia alemana.

~ 193 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Cerró los ojos, conmocionado y mareado por el aluvión de


sucesos. Apenas lo hizo, una voz, su propia voz, retumbó en
su pensamiento.
—Lerem, Noa ¡No quiero perderos nunca!
¿Lerem, Noa…? ¡Esos nombres! ¿De quiénes eran? ¿Por
qué le resultaban tan familiares?
—¡Ya verás como hago de ti un verdadero playboy para las
niñas! —resonó entre sus recuerdos la alegre voz de una mu-
jer adulta con un ligero acento ucraniano.
Hans negó con la cabeza al tiempo que apretaba los ojos
como si no quisiera seguir viendo nada más. Como si recordar
fuera en exceso doloroso.
—¿Qué es todo esto?, ¿de quiénes son estas voces? —se
preguntaba en un susurro el asesino, desesperado—. ¿Lerem?
¿Quién es Lerem?
De pronto, la voz familiar e iracunda de una adolescente le
formó un incómodo nudo en la garganta.
—¡O dejas de meterte con mi novio o te cruzo la cara de un
guantazo aquí mismo, cabeza nabo!
Hans no entendía nada. ¿Qué era ese torrente de sentimien-
tos que, de pronto, lo embargaba? ¿Por qué sentía tanta triste-
za al recordar aquellas voces? ¿Por qué el corazón le latía tan
rápido solo con pensar en esa joven?
—¿Noa? ¿Te llamas Noa? —se preguntó a sí mismo, total-
mente confundido.
De repente, una terrible nostalgia se posó como una pesada
losa sobre su ser y de sus ojos manaron melancólicas lágrimas
llenas de pesar y morriña. ¡¡Lágrimas!! Se sorprendió.

~ 194 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Una nueva escena perforó el bloqueo de sus recuerdos y


pudo vislumbrar la silueta borrosa y esbelta de una chica. El
corazón de Hans se aceleró y más frías lágrimas cayeron de
sus ojos cerrados. De pronto, la imagen borrosa de aquella
joven se tornó nítida cual fotografía y sus rasgos se perfilaron
hasta dotarla de una belleza que en un tiempo pasado —ahora
tenía la certeza de ello— llegó a encandilarlo. La imagen
pronto se rodeó de situaciones a su alrededor y pasó, de ser
algo estático, a narrar una situación en movimiento y con so-
nido; tan vívido como estar allí mismo.
Johnson, un alumno grande y musculoso, sujetaba a un jo-
ven Ansdifeng por el cuello de la camisa, y quedaba claro que
tenía intención de golpearle.
—No sé qué demonios eres, marciano cabrón, pero te ad-
vierto que en este instituto no queremos a cosas raras como tú
—le espetó de forma agresiva a Hans.
Ansdifeng lo miraba acobardado, no entendía por qué ese
miserable intentaba agredirle.
—¡No te he hecho nada! ¡Déjame, por favor! —imploraba,
muy asustado.
Hans forcejeaba con todas sus energías, pero era incapaz de
zafarse de los musculosos brazos de Johnson. El joven se
sentía impotente ante la descomunal fuerza y el imponente
tamaño del capitán del equipo de fútbol americano.
A Johnson le hacía gracia la patética actitud sumisa y co-
barde del rarito de la clase, y no dejaba de mofarse del joven.
Su intención era ponerle en ridículo delante de las alumnas
del instituto. Sabía que el novato, aun siendo extremadamente
raro y asocial, gracias a su exótico rostro extranjero había

~ 195 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

atraído la atención de muchas de ellas, y eso le molestaba.


También pretendía vengarse de la humillación que supuso ser
derrotado por un enclenque como él en el campeonato escolar
de atletismo.
Pero su lamentable espectáculo terminó de golpe, concre-
tamente de una potente patada en sus partes íntimas que lo
hizo retorcerse de dolor mientras se agarraba el estómago. Sin
siquiera percatarse de su presencia, Noa Pavlichenko, una
joven rebelde y problemática de origen ucraniano, muy popu-
lar entre sus compañeros, impuso su ley mediante una fuerte
patada con sus botas militares de punta de acero, convirtiendo
aquellos testículos en algo parecido a una tortilla francesa. El
capitán del equipo de fútbol, curiosamente enamorado de ella,
cayó despatarrado al suelo, arrastrándose como un gusano
entre lastimeros sollozos y emitiendo un gemido afeminado.
Gracias al contundente golpe, Hans se vio liberado de las zar-
pas del abusón y observó atónito como su salvadora, que era
también su única amiga, hizo una muy clara advertencia al
capitán del equipo de fútbol americano.
—¡O dejas de meterte con mi novio o te cruzo la cara de un
guantazo aquí mismo, cabeza nabo! ¡Estoy harta de que te
hagas el machito con todos!
—«Su novio» —recordó Ansdifeng con una súbita melan-
colía. Así comenzó a llamarle Noa Pavlichenko cuando se
dio cuenta de que las demás alumnas, a pesar de lo tímido que
era él, empezaban a mirarlo demasiado.
Hans abrió los ojos y sonrió al tiempo que sus mejillas eran
humedecidas por fríos cauces de lágrimas de añoranza. Año-
ranza de tiempos mejores. Aquella chica pelirroja significó

~ 196 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

todo para él en un pasado remoto. Sin embargo, una nueva


punzada en su encéfalo volvió a sumirlo en otro extraño tran-
ce, tan intenso que la ensoñación llegó mientras él tenía aún
abiertos los ojos.
Cadáveres por todas partes. Calcinados, desmembrados, li-
cuados. El suelo estaba cubierto con la sangre de miles de
muertos. La ciudad de McAllen, en el estado de Texas, no
muy lejos de la frontera con México, había sido bombardeada
por los aliados durante su brutal invasión de Estados Unidos
para poner fin al gobierno usurpador de A2plus. Las sirenas
antiaéreas no dejaban de sonar y miles de supervivientes
huían tratando de ponerse a salvo. Cientos de edificios ardían
y muchos otros se habían venido abajo. Él sentía muchísimo
dolor en el estómago y apenas podía caminar. Una gran canti-
dad de sangre manaba de una herida abierta que trataba de
taponar con las manos. Su rostro se veía pálido y tenía los
labios amoratados.
—¡Vamos, Hans, camina! ¡No quiero que mueras aquí, no
me hagas esto! —dijo una desesperada voz femenina.
Hans miró a la persona que estaba ayudándolo a huir del
lugar de la explosión. Era una especie de mujer con horribles
mutaciones por todo el cuerpo, pero cuyo rostro, en cambio,
era en verdad hermoso e inocente. Sus ojos eran del color del
ámbar, los labios, ligeramente carnosos, y su tez lucía bron-
ceada. El largo cabello se asemejaba a una maraña de algas
cayendo en ondas sobre su deformada figura. Vestía una túni-
ca beige desgastada que solo dejaba ver parcialmente los bra-
zos. Estos eran extraños y monstruosos, cubiertos por una
especie de quitina muy dura de color negro brillante a modo

~ 197 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

de exoesqueleto. Sus manos terminaban en unos dedos más


largos de lo normal, que, a su vez, finalizaban en unas uñas
moradas, resistentes como el hierro.
—¡Ishtar, vete! —le pidió Hans a la mujer, sintiéndose muy
débil y mareado—. Si los aliados te ven, te matarán. No tie-
nen intención de dejar un solo nephilim con vida en esta ciu-
dad.
Ishtar negó con la cabeza y siguió ayudándolo a caminar
mientras trataba de reprimir un incipiente llanto.
—¿Crees que podría dejar a la única persona que me impor-
ta? —le preguntó con los ojos aguados—. Después de todo lo
que has sufrido por mí, de todo lo que me has ayudado…,
¿crees que podría abandonar al que me salvó del infierno, al
que me dio una vida?
Hans iba a tratar de convencerla pero, en ese momento, un
enorme resplandor, acompañado de una colosal e instantánea
cortina de llamas, lo interrumpió.
Un nuevo obús termobárico ruso cayó sobre la pequeña
ciudad de McAllen, en su centro geográfico, no muy lejos de
donde se encontraban Hans e Ishtar. La brutal explosión hizo
saltar por los aires decenas de manzanas de edificios,
arrancándolos de sus cimientos y proyectando mortales es-
combros en todas direcciones. El estampido fue titánico. Am-
bos salieron despedidos por la onda expansiva y, tras ser
arrastrados decenas de metros, quedaron tendidos en el suelo,
terriblemente heridos, quemados y sordos. Ishtar desapareció
de la vista de Hans, pero este no llegó a pensar mucho en ello,
pues los ojos fueron cerrándosele poco a poco. Antes de per-
der la consciencia, lo único que pudo ver en el cielo fue como

~ 198 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

A2plus contraatacaba enviando sus temibles cazas de comba-


te para repeler la invasión de los aliados y evitar así que arra-
saran Estados Unidos.
Hans despertó del trance sudando frío. Al hacerlo, se quedó
mirando a la joven. Esa mujer no era idéntica a la de sus vi-
siones. Su cuerpo no estaba deformado, sino que se veía per-
fecto y bello en todas sus proporciones. Pero, a pesar de todo,
era ella a la que acababa de ver en sus recuerdos, de eso no
tenía la menor duda. Sus ojos azules turquesa no podían parar
de contemplarla. Se sentía tan conmocionado que tampoco
era capaz de decirle una sola palabra. Tan solo podía mirarla.
Ahora, tenía la certeza de que la conocía. Así lo sentía. El
inmenso cariño que profesaba por aquella mujer no sabía ex-
plicarlo, pues, a excepción de los vagos recuerdos que había
experimentado en su enigmática ensoñación, no recordaba
nada más. Sin embargo, sí sacó una certeza absoluta de toda
esa experiencia: a partir de ese momento, no dudaría en pro-
tegerla con su propia vida.
Ishtar también se quedó en silencio, contemplándole, con el
rostro iluminado por una preciosa sonrisa, muy lejana a esa
expresión que, instantes antes, les había mostrado a sus ene-
migos. Aquel hombre era Hans Ansdifeng, su salvador, la
persona que más adoró en el universo. Se puso a llorar, sin
dejar de mirarle. Lo hizo con admiración, con intenso amor.
Un amor casi maternal. Durante un momento, ambos conecta-
ron sus existencias por medio de sus miradas y hubo una
complicidad sobrenatural en ellas. Era como si un grito atro-
nador hubiera sacudido sus almas y los hubiera despertado de
la pesadilla sin alegrías en la que habían estado viviendo. Por

~ 199 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

fin, sus ánimas dejaban de ser cascarones vacíos donde todo


era lánguido y amargo; por fin, sus vidas se llenaron del calor
de la esperanza, la ilusión y el cariño.

~ 200 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 13

¿Contaminación mental?

La explosión pudo escucharse con claridad en todos los su-


burbios del norte de Berlín. Montgomery, nada más oír la de-
tonación, trató de ponerse en contacto con Creed, pero tanto
él como sus compañeros tenían sus trasmisores destrozados y
Montgomery no recibió señal de ellos. Al no obtener ninguna
respuesta, supo que algo malo había pasado y se puso inme-
diatamente en contacto con los demás grupos para ordenarles
que debían ir de inmediato al lugar del incidente.
Como precaución, y viendo cómo se estaban poniendo las
cosas, Montgomery llamó a la sede central de SEGDIAN para
solicitar refuerzos extra. Le sorprendió que no se los negaran,
sino, más bien, todo lo contrario. El propio Isaac, vicepresi-
dente de la compañía, que fue el que le contestó, le informó
que estaba alistando una fuerza operativa de apoyo para poner
fin al peligro que suponía esa pro-human. También le sor-
prendió al sargento que la compañía les diera permiso para
utilizar a su discreción gases nerviosos potencialmente mortí-
feros para el ser humano, a pesar de combatir en una zona tan
profusamente habitada. Estaba claro que SEGDIAN iba a por
todas con aquella misión. Sin embargo, a Montgomery no le
acababa de hacer gracia eso de gasear a civiles que nada ten-
ían que ver con todo aquello, por muy de baja clase social que
fueran. Haría todo lo que estuviese en su mano para evitar tal
extremo. Supuso que la empresa estaba desesperada por sacar

~ 201 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

de las calles a esa mujer y evitar un peligroso escándalo. Y es


que si la población descubría que aquella asesina era en reali-
dad una pro-human, el caos se adueñaría de Europa, y aún
peor: la credibilidad del Gobierno y de SEGDIAN se vendría
abajo, perdiendo el apoyo de las clases adineradas de la
Unión Europea. Tema aparte, y quizás incluso más grave,
sería que entrarían en acción los integristas neoprotestantes
conocidos como Los Arrepentidos de Dios, y eso era un pro-
blema que, solo de pensarlo, producía escalofríos.
—¡Escuchadme! —exigió con voz autoritaria el sargento—
. SEGDIAN va a enviarnos unidades de apoyo para esta mi-
sión. Serán como cincuenta hombres de la ciudad de Varsovia
y otros cincuenta de las tropas de asalto de Frankfurt. Así que
puede que hoy salgamos de esta con vida.
La felicidad de su equipo fue instantánea. La confianza re-
gresó y todos gritaron de alegría.
—¡Vayamos a la plaza de la vieja iglesia! Ahora que sabe-
mos dónde está esa loca desquiciada, ya no hace falta seguir
buscando a pie. Allí nos van a recoger helicópteros artillados
que nos dejarán alrededor de la zona de contacto y nos prote-
gerán desde el aire por si estamos en peligro. ¡Vamos a hacer-
le a ese engendro una encerrona de la que no pueda escapar!
—arengó Montgomery a su grupo.
—¡A por Lady Lechuga! —gritaron al unísono, recordando
la original forma que tuvo de llamarla en la sala de conferen-
cias, cuando les explicó la misión.
Sin perder tiempo, se pusieron en marcha a toda velocidad,
siguiendo el paso decidido de su carismático líder. Montgo-
mery ejercía un liderazgo tan fuerte sobre sus tropas que el

~ 202 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

miedo desaparecía estando a su lado. Era un soldado casi le-


gendario para ellos, y todos los miembros de Urban Eagle
confiaban ciegamente en él y en sus órdenes. Sin duda, morir-
ían gustosos por él.
Pierre observó la escena con unos prismáticos, desde su es-
condite, a más de quinientos metros de distancia. Lo hizo con
la preocupación esculpida en su delgado rostro. Estaba angus-
tiado por la suerte que Patrick hubiera podido correr. Había
escuchado la explosión, al igual que todo el mundo, y aunque,
en un principio, imaginó que debía de haber sido provocada
por los agentes de SEGDIAN al atacar a Ishtar, su ánimo
cambió al no recibir respuesta alguna cuando trató de contac-
tar con Patrick para enterarse de qué había pasado. Inmedia-
tamente, llamó a Hans, pero este tampoco contestó en ningún
momento. Como último recurso, se comunicó con Larsson
por si él había visto algo con su red de cámaras pirateadas,
pero ninguna había captado nada salvo la poderosa explosión,
que, dicho sea de paso, estropeó las que instantes después
podrían haber arrojado un poco de luz sobre el asunto. Así las
cosas, Pierre, frustrado, pero sobre todo preocupado por su
buen amigo Patrick, decidió que era momento de actuar, y
rápido. Llamó a Boumann.
—Boumann, ¿tienes todo listo?
—Pierre, ¿qué ha sido esa explosión? No puedo contactar
ni con Patrick ni con Hans.
—Lo sé, yo tampoco. Ha debido de pasar algo muy grave.
Esperemos que no estén muertos.

~ 203 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Tenemos que ayudarlos —afirmó Boumann con su voz


de hielo—. A Hans no le debo nada, pero Patrick nunca ha
dejado a un compañero atrás, no podemos traicionarlo.
—Descuida, no vamos a dejarle sin luchar. ¿Cómo van esas
trampas?
—Todo listo. He utilizado el programa informático de
Larsson para fabricar un nuevo estilo de trampas. He ubicado
mis bombas con explosivos cerca de las cámaras que tiene
pirateadas el informático. Larsson va a estar pendiente de las
cámaras, o eso, al menos, es lo que me ha prometido, y cuan-
do vea a un enemigo cerca, lo hará saltar por los aires a través
de radiofrecuencia, desde un emisor instalado en su ordena-
dor. Ahora, Ántrax tiene pleno control sobre ellas. Aparte, he
colocado otras bombas no letales, pero con una gran área de
efecto. Estas se activarán en cuanto detecten las pequeñas
emisiones radioactivas de las cédulas de energía de sus camu-
flajes ópticos y de los cargadores de sus armas. Eso me ase-
gurará que, si pasa un soldado de SEGDIAN y no cualquier
otra persona, se active el detonador y deje al enemigo fuera
de combate.
—Boumann, ¿te he dicho que eres un genio?
—Sí, muchas veces. Por eso estoy en Crisol —le contestó
con su habitual seriedad y sin ningún sentido del humor—.
Pongámonos en marcha, Pierre. ¿Qué sugieres?
—¿Tienes puesta la gabardina de A2plus? —preguntó el
francés.
—Sí, no había razón para quitársela —le contestó el alemán
como si fuera algo obvio.

~ 204 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Entonces, no perdamos tiempo y vayamos directamente


hacia el lugar. Con ellas puestas, no tenemos disparos que
temer, salvo que nos vuelen la puñetera cara.
—De acuerdo. Te paso al transmisor, el mapa donde están
instaladas las bombas. Ten cuidado con eso. Si empieza a pi-
tar tu transmisor, aléjate o lo vas a pasar mal si resulta que un
SEGDIAN se te acerca y activa la bomba.
—Sí, no te preocupes, Boumann. Escucha: como tú estás
más cerca, iré yo a tu encuentro y de ahí salimos los dos bus-
car a Patrick.
—Bien, te espero. No tardes.
—No lo haré. Cambio y corto.
A diferencia de su amigo alemán, Pierre no se había puesto
la gabardina de A2plus en todo el tiempo que llevaban de mi-
sión. La tenía embutida en su mochila de combate, metida
dentro de una bolsa de tela, que a su vez estaba metida en otra
bolsa, también de tela, un poco más grande. Él tenía ciertas
supersticiones con respecto a ella. Había escuchado tantas
cosas malas de la extinta compañía norteamericana A2plus
que sospechaba que esa prenda, de alguna forma, debía de ser
nociva para la salud. Quizás emitiese algún tipo de radiación
extraña e indetectable que solo soportaban los pro-human, a
modo de defensa contra humanos, o como realmente temía:
tal vez, poco a poco, absorbiese la vida de quien se la ponía.
El francés tenía el miedo de que, al vestirla, su alma sería tra-
gada por ella y lo dejaría babeando y con la mirada perdida.
Pero en vista de que Boumann se la había puesto y seguía
vivo sin aparentes efectos secundarios, decidió que era el
momento de ser valiente y ataviarse con ella. Abrió su morral

~ 205 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

y, con cierto mosqueo por su parte, también las otras bolsas


protectoras. Allí estaba aquella fabulosa prenda negra.
Haciendo acopio de valor, agarró la gabardina y la sacó. De
inmediato, sintió un incómodo cosquilleo en los dedos al to-
car la parte externa del abrigo. Suspirando, nervioso, mientras
apretaba los ojos esperando una sensación horrible, metió su
brazo izquierdo en el interior de una de las mangas. Para su
sorpresa, no percibió nada extraño al hacerlo. Dedujo, pues,
que aquel desagradable cosquilleo solo se podía apreciar si se
palpaba la parte externa de la fibra titán. Sonriendo más tran-
quilo, se terminó de acomodar aquella armadura, más propia
de ciencia ficción, cerrando la cremallera que iba desde las
rodillas hasta el cuello. Después, se ajustó la capucha sobre la
cabeza y, sintiéndose protegido e inesperadamente cómodo,
cogió su mochila y se la colgó de la espalda. Dispuesto a salir
a toda velocidad y sintiéndose invulnerable, recogió su rifle
de asalto Emc2 (un arma electromagnética de riel) y salió co-
rriendo a la calle sin importarle demasiado cuántos enemigos
podría encontrarse por el camino.
Muchísimo más cerca del sitio de la explosión que Pierre y
Boumann, se hallaba otro grupo de SEGDIAN. Jack y sus
compañeros, los más próximos al escondite de Ishtar, ya se
estaban dirigiendo a aquel lugar debido a la petición de re-
fuerzos que hizo Creed poco antes de caer herido. El grupo
avanzaba corriendo para ayudar a sus compañeros y evitar
que el enemigo escapase. Sin embargo, la repentina detona-
ción los había dejado preocupados. Especialmente porque
Montgomery había ordenado no usar fuego letal contra el
monstruo y, sin duda, aquello que habían escuchado era po-

~ 206 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

tencialmente mortífero. Poco después, su sargento los llamó y


los informó de las malas noticias. Creed no contestaba, por lo
que las expectativas no eran muy halagüeñas. Ordenó a todos
los grupos de SEGDIAN que fueran al punto donde se había
producido la deflagración. Jack, Mike, Diana y Christopher
ya estaban llegando.

—¿Qué crees que habrá pasado, Jack? —preguntó Diana


con la voz agitada de tanto correr.
Jack negó con la cabeza y su rostro se arrugó en una mueca
de rabia.
—Están muertos, sin duda —sentenció el joven, muy se-
rio—. Un pro-human no conoce la piedad, es lo que los dife-
rencia del ser humano.
—¡Joder, Jack! Ojalá te equivoques —deseó Mike, preocu-
pado—. Creed es uno de los veteranos y un buen compañero.
—Yo no me haría ilusiones, es poco probable que siga vivo
—se mostró pesimista Jack—. Ha habido una explosión y
nadie contesta a la radio. Están muertos.
—¡No seas pájaro de mal agüero! —le reprochó Diana, en-
fadada—. Puede que estén en plena cacería y no puedan des-
velar su posición hablando por radio.
Christopher negó apesadumbrado.
—Si fuera así, podrían haber contestado mediante un men-
saje escrito. No, Diana… Algo grave ha pasado.
—¡Qué mierda! —espetó la rubia.
—Sí, una auténtica mierda —se mostró de acuerdo Chris-
topher.

~ 207 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

A Mike empezaba a entrarle el pánico. Saber que estaba tan


cerca de encontrarse con una pro-human cara a cara le ponía
bastante nervioso. Jack, en cambio, pese a estar también asus-
tado, se dirigía al lugar con una resolución inquebrantable.
Tenía que ver a ese monstruo con sus propios ojos, solo en-
tonces podría matarlo. Quería hacerle desaparecer para siem-
pre, así podría sentirse bien consigo mismo.
—¡Con lo a gusto que estaba yo dando matarile a los insur-
gentes! —se lamentó Diana, maldiciendo su mala suerte—.
¡Menuda mierda de misión!
—Vamos a salir de esta, Diana —le aseguró Christopher
con los pulmones ardiendo de tanto correr—. Tenemos una
apuesta, ¿recuerdas? Y una apuesta no se deja a medias nun-
ca.
Diana se quedó callada un instante, pensativa.
—Pues, entonces…, haremos lo que tenemos que hacer.
Nos limitaremos a localizarla y nada más —señaló la fémina
en tono severo—. ¡No pienso enfrentarme a esa loca hormo-
nada hasta que no lleguen los refuerzos! Así que os lo advier-
to, panda de locos… ¡No pienso morir aquí! Al primer capu-
llo que vea que intenta hacerse el héroe lo castro voltaicamen-
te. ¿Entendido?
Sus compañeros masculinos la miraron acojonados. La sola
imagen mental ya dolía, pero lo peor era que ella sería muy
capaz de hacerlo. Ya lo había hecho antes con un novato que
cometió el error de acosarla y que no tenía idea de con quién
trataba y del mal genio que se gastaba. Ella los miró con el
ceño fruncido y, al saberse temida, añadió:

~ 208 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Soy demasiado genial para desperdiciar mi vida aquí,


junto a una panda de frikis como vosotros —aseguró mal-
humorada.
Siguieron avanzando un rato más, hasta que Mike, que iba
por delante, les pidió con un gesto de su mano que se detuvie-
sen. Muy pronto estarían en el lugar de la explosión. Casi
habían llegado, era el momento de extremar las precauciones.
Los cuatro activaron sus camuflajes CRISTAL y caminaron
pendientes del menor ruido o movimiento.
Mientras tanto, el frío asesino de nombre Hans Ansdifeng
seguía inmóvil, todavía en trance. Su mente seguía apa-
bullándolo con miles de millones de imágenes sobre aconte-
cimientos que no recordaba haber vivido y que se sucedían a
una velocidad vertiginosa. A nivel físico, tenía el cuerpo rígi-
do en extremo y su sangre parecía hervir en el interior de sus
venas, que estaban inusualmente hinchadas. Se sentía muy
extraño, como si todo su organismo hubiese entrado en una
revolución, con un estrés interior tan grande que incluso le
costaba respirar con normalidad, como si estuviese saturado
de fuerza y esta le quisiera reventar por dentro para salir de
forma salvaje. Y mientras tanto, aquella mujer de cabellos
verdes avanzaba hacia él con los ojos encharcados en lágri-
mas.
—Hans… ¿En verdad eres tú? —le preguntó emocionada la
joven.
El Ángel de la Muerte no le contestó. En realidad, ni siquie-
ra la había escuchado bien. Seguía sumido en aquel extraño
trance que lo tenía expuesto al peligro. La podía ver, pero no
era capaz de discernir si lo que contemplaban sus azules ojos

~ 209 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

era otra ilusión más o algo que en verdad estaba pasando. De


cualquier forma, de ser real, tampoco habría podido actuar.
Estaba paralizado por completo. Y entonces, al darse cuenta
de su indefensión, una terrible duda comenzó a intrigar en sus
pensamientos y se llenó de pavura. ¿Y si era eso a lo que lla-
maban la contaminación mental de los pro-human? ¿Y si todo
ese maremágnum de imágenes y sentimientos no era más que
puro control mental que estaba ejerciendo esa mujer sobre él?
Si era así, entonces estaba perdido. Hans vislumbró, entre el
torrente incesante de escenas que se grababan en su retina
como vívidas experiencias, a aquella mujer que se acercaba a
él con paso lento. Su mente estaba siendo bombardeada con
luminosos y cegadores flashes de fragmentos de historias
pretéritas, tan ilusoriamente refulgentes que le provocaban un
intenso dolor de cabeza y apenas le dejaban seguir a la mujer
de cabellos verdes con la mirada. De nuevo, intentó moverse,
pero no fue capaz. Comprendió, para su desesperación, que
estaba a merced de aquella temible pro-human y sintió, por
primera vez en mucho tiempo, algo parecido al miedo autén-
tico.

~ 210 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 14

El sacrificio

Mike caminaba con cautela, con el fusil de asalto empuña-


do entre las manos, encabezando el avance del grupo de
SEGDIAN que más cerca estaba de Ishtar en aquellos mo-
mentos. A cada paso que daba, la tensión y el miedo que sent-
ía eran mayores. Estaba nervioso y su agitada respiración la
percibía como demasiado ruidosa para su gusto. A pesar de
que todos tenían activado el camuflaje CRISTAL, temía que
aquel monstruo pudiera escucharlos hasta respirar y matarlos
a todos en un instante. Detrás de él, extrañamente calmado, lo
seguía de cerca Jack, que no quitaba ojo a todo lo que acon-
tecía por encima de sus cabezas. Sin embargo, no veía movi-
miento alguno. Si en los edificios que rodeaban al grupo hab-
ía civiles, estos debían de estar realmente aterrados, pues, ni
siquiera con sus gafas de visión térmica, el joven mercenario
podía verlos curioseando al amparo de la oscuridad de sus
casas. Diana era la siguiente, muy pegada a Jack; su labor era
asegurarse de proteger los flancos de la avanzada. Y, por
último, Christopher vigilaba para evitar un posible ataque por
la retaguardia que los cogiera por sorpresa. Gracias a las gafas
térmicas que todos llevaban, se podían ver entre ellos con
nitidez, aunque sin poder apreciar colores ni detalles excesi-
vos. No hubieron de caminar mucho más cuando, de repente,

~ 211 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Mike alzó la mano y les hizo un gesto insistente y frenético


para que se agachasen y se pegasen contra la pared. Después,
muy nervioso, se giró y les hizo señas.
Con la mano apuntando para sí, extendió dos dedos, se-
ñalándose a los ojos; después, les mostró el puño con el pul-
gar hacia arriba.
Jack interpretó las señas en su mente y, por un momento, se
le cortó la respiración.
«¡Veo al objetivo!».
Mike se quedó muy quieto, observando. Era el único que
podía, desde su avanzada posición, dar reconocimiento al lu-
gar, pues solo era posible ver algo tras torcer una esquina y
sus compañeros iban detrás de Mike.
Dos dedos señalaron sus ojos otra vez, y después mostró el
índice levantado. Para terminar, hizo como si dos de sus de-
dos anduviesen.
«Veo una persona desarmada».
Mike siguió escrutando y entonces negó con la cabeza.
Volvió a apuntar a sus ojos con dos dedos y, de inmediato,
extendió la mano hacia ellos y mostró cuatro. Seguidamente,
dejó caer la mano hasta tocar el suelo con la palma hacia arri-
ba y después se señaló el pecho, a la altura del esternón, con
los cinco dedos juntos.
Jack, entonces, cerró los ojos y sonrió con amargura: odia-
ba tener razón con ese tipo de cosas.
«Veo cuatro hombres abatidos. Son nuestros».
Los compañeros se asomaron un poco para observar la es-
cena y se volvieron a ocultar, preocupados.

~ 212 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Mike sacó su radio y retrocedió unos veinte metros ante la


mirada atenta de sus colegas. Tratando de no elevar mucho la
voz, llamó por radio a su líder.
—Señor, soy Mike. ¿Me escucha?
—Alto y claro, Mike.
—Tenemos contacto visual con el objetivo. Hay otro hom-
bre cerca, no sabemos si aliado o enemigo de la mujer.
Montgomery se puso muy tenso.
—¡Escúchame con atención, Mike! Poneos inmediatamente
las máscaras de gas.
—¿Cómo dice, señor? —le preguntó sorprendido Mike.
—Iba a llamaros ahora mismo, ya que acabo de recibir la
noticia. Ha habido un severo cambio de planes.
—¿Un cambio de planes?
—Los refuerzos que os van a llegar no son agentes de
SEGDIAN, sino escuadrones de la muerte Hades. Vendrán
volando en varios helicópteros artillados que, previamente a
aterrizar, van a contaminar el área con bombas de gas nervio-
so.
Mike se horrorizó.
—¡Pero esto está lleno de civiles!
—Lo sé, pero no quieren correr riesgos. Si la mujer vuelve
a escaparse, y es descubierta su verdadera identidad, toda Eu-
ropa se podría volver un caos, algo que aprovecharían nues-
tros enemigos de la Unión Soviética para destruirnos. He tra-
tado de convencerlos, pero no me han hecho ni puñetero caso.
Ese Isaac es un cabrón sin escrúpulos.
—¡Pero tiene que haber otra forma!

~ 213 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—No puedo hacer nada, Mike, en este tema ni pinto ni bai-


lo, es decisión del vicepresidente Isaac. Poneos las máscaras y
esperad a que los helicópteros lleguen y hagan su trabajo. Se-
guramente, nosotros lleguemos después del bombardeo. En-
tonces nos llevaremos a la mujer, que habrá quedado incons-
ciente, pero su vida, al ser una pro-human, no correrá peligro.
—Señor…, esto es repugnante —protestó Mike, enfadado.
—Sí, lo es —se mostró de acuerdo el sargento—. Colocaos
las máscaras y cumplid las órdenes. Los helicópteros tardarán
unos cinco minutos en llegar, según me aseguró Isaac. Ya
deben de estar despegando del helipuerto de la sede central.
No hay nada que podáis hacer para evitar lo que va a pasar, lo
lamento. Cambio y corto.
Mike se quedó en silencio durante un rato. Sus compañeros,
que no habían escuchado la conversación, lo miraban intriga-
dos. Se acercaron a Mike y este les contó todo lo que le había
dicho su sargento.
—Increíble —dijo escuetamente Diana, negando con la ca-
beza—. ¿De verdad van a hacer eso?
—Sí —le aseguró Mike—. Montgomery trató de convencer
a SEGDIAN, pero parece ser que no le han hecho mucho ca-
so.
—A ellos solo les importa ella —aseguró asqueado Jack—.
La quieren viva a cualquier precio, a pesar de lo terrible que
es. Todos los demás no importan, nosotros no importamos
—se mostró furioso mientras apretaba su rifle de asalto con
fuerza.
Mike entonces cayó en la cuenta de algo.
—Esperadme aquí un instante. Quiero comprobar una cosa.

~ 214 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Mike se alejó del grupo y se aproximó a la esquina desde la


que podía ver a Ishtar. Sin embargo, no era ella el objeto de
su duda. Se descolgó la mochila de la espalda y, de ella, sacó
un sofisticado detector de vida. Después, con el visor del arti-
lugio, enfocó a las víctimas de la explosión y examinó los
cuerpos. John y Peter estaban muertos. Paukas, con unas
horribles mutilaciones, también había fallecido desangrado.
Pero Mike se sorprendió al comprobar que Creed aún vivía.
—¡No puede ser! —se dijo a sí mismo.
Después, retrocedió y se acercó a sus compañeros.
—Creed aún vive —dijo Mike, estupefacto.
—¿Vivo? —se sorprendió Jack.
—Sí…, pero no por mucho tiempo: si gasean el área, no
sobrevivirá. No tiene puesta la máscara de gas y está incons-
ciente.
Sus compañeros compartieron su preocupación.
—Llamemos a Montgomery —sugirió Diana.
Christopher negó, pesaroso, con la cabeza.
—No servirá de nada. Las órdenes las da directamente Isa-
ac. Y los helicópteros estarán tripulados por un piloto de un
escuadrón Hades, que son unos auténticos cabrones sádicos y
solo obedecen órdenes directas de la cúpula directiva de la
empresa o de la cancillería. A Isaac le da igual la vida de
mercenarios como Creed, ya lo ha demostrado muchas veces.
—¿Y, entonces, vamos a dejar que se lo carguen como si
tal cosa? —le recriminó Diana, muy molesta.
—No. No he dicho eso. Algo se nos ocurrirá —le aseguró
Christopher, meditabundo.

~ 215 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Yo tengo una idea —los informó Mike—, pero será peli-
groso.
—Cuenta —le pidió Diana.
—Nos quedaremos observando la situación hasta que apa-
rezcan los helicópteros. En cuanto lleguen, si la mujer sigue a
la vista, dos de nosotros la atacaremos y los otros dos, que
deberán posicionarse lo más cerca posible de Creed con ante-
lación, correrán hacia él y le colocarán la máscara de gas que
probablemente lleve guardada en la mochila. Si lo hacemos
bien, la enemiga no tendrá mucho tiempo de reacción y estará
más preocupada por la llegada de los helicópteros y de nues-
tros ataques que de los dos que irán a rescatar a Creed. Si to-
do sale según lo planeado, el gas dejará fuera de combate al
enemigo y todo habrá terminado.
Los tres compañeros se quedaron pensando un instante.
—No parece tan mala idea —reconoció Christopher—.
Podría funcionar.
—Sí, a primera vista se ve bueno —se mostró de acuerdo
Jack.
—Entonces, no perdamos tiempo y hagámoslo —los ex-
hortó Diana mientras se ponía la máscara antigás.
—¿Cómo nos repartimos? —preguntó Mike.
—Tú y yo nos quedamos aquí —dijo Jack—, Diana y
Christopher que vayan juntos y se ocupen de salvar a Creed.
—Por mí, bien —admitió Diana.
Christopher se mostró encantado de formar pareja con su
compañera.
—Entonces, decidido —sentenció Mike—. Jack y yo nos
quedaremos vigilando desde aquí y, en cuanto aparezcan los

~ 216 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

helicópteros, atacaremos para distraer al monstruo. Así, os


daremos tiempo para que le pongáis la máscara a Creed y lo
evacuéis.
—¡Vámonos ya, Christ! —le instó Diana a su compañero al
tiempo que salía corriendo para dar un rodeo y poder acercar-
se al herido sin ser vista.
—¡Suerte, compañeros! —les deseó Christopher a Mike y
Jack mientras trataba de alcanzar a su malgeniada compañera.
Jack observó como sus compañeros se alejaban a la carrera
y, una vez estos desaparecieron al torcer una esquina, avanzó
hasta un lugar donde pudiera observar bien al enemigo.
Arrastrándose lentamente, con el fusil entre sus manos, buscó
situarse entre los destartalados restos de un vehículo abando-
nado que estaba cerca. Mike lo siguió y se posicionó a su la-
do. Desde esa ubicación —en la que tenían un excepcional
ángulo visual— vieron con sus propios ojos a la mujer de ca-
bellos verdes y a aquel inesperado civil desarmado.

Hans miraba a Ishtar, temiéndose lo peor. La joven avanza-


ba en silencio en dirección a él, con el cuerpo ligeramente
encorvado hacia adelante. No había nada que él pudiera hacer
para defenderse, por lo que, ya cuando ambos estaban separa-
dos por tan solo un par de pasos, Hans cerró los ojos y esperó
a que la fría muerte le llegase. Le resultaba irónico que esta
fuese a llegarle justo después de que la contaminación mental
de la pro-human le hubiese mostrado el valor de la vida. Era,
en verdad, una crueldad que lo matase así. Sin duda, habría
sido mucho más fácil para él dejar de existir cuando aún todo
le daba igual.

~ 217 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Con los ojos cerrados y muy apretados, no tardó en sentir


las delgadas manos de la mujer rozando sus brazos, y una
fuerte descarga de energía le hizo estremecerse. ¿Iba a morir?
¿De verdad iba a morir en ese instante? Los brazos de la pro-
human lo rodearon como una serpiente rodea a su presa para
matarla, y las imágenes en su cabeza, poco a poco, se fueron
ralentizando. Empezó a sentirse mareado, como sin fuerzas, y
en ese momento escuchó la voz de Isthar.
—Me has hecho tanta falta, Hans… —le confesó la mujer,
llorando y temblando, con su rostro apoyado en el pecho de
Ansdifeng—. Te he echado tanto de menos… Me he sentido
tan sola sin ti. Creí que habías muerto, pero… —Se abrazó
con fuerza a él mientras oprimía su enrojecida cara contra el
asesino—. Siempre tuve la esperanza de volver a encontrarte.
Las visiones cesaron y Hans se quedó muy quieto, con los
ojos bien abiertos. Podía percibir su olor, lo reconocía… El
asesino dejó escapar lágrimas de sus ojos. Sin embargo, el
contacto con la mujer lo sumió de nuevo en un trance tan
fuerte que sus globos oculares quedaron en blanco; algo que
no pareció percibir la mujer de cabellos verdes, que simple-
mente sonreía, con el rostro apoyado en el pecho de Hans y
los párpados cerrados.

—Son aliados —concluyó con rabia Jack a Mike entre su-


surros, al ver a ambos asesinos abrazados.
—Eso parece, sí. Ese otro debe de ser de la resistencia. Se
va a llevar una desagradable sorpresa cuando todo esto sea
gaseado.

~ 218 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Jack dejó que el veneno de su odio empezara a invadir sus


pensamientos y eso le hizo cuestionarse la situación de mane-
ra diferente: SEGDIAN pretendía capturar a la mujer en lugar
de eliminarla, lo cual no solo era inmoral, sino que, además,
ponía en peligro a sus compañeros y amigos. La empresa ar-
mamentística prefería mantenerla con vida, a pesar del riesgo
existente de que otra vez se pudiera escapar. ¿Por qué? No
hacía falta ser muy inteligente para saberlo: querían investi-
garla y conocer sus secretos, que, al fin y al cabo, serían los
de la infame A2plus. ¿Y para qué? Jack no tenía dudas al res-
pecto: para reproducir la tecnología que fue capaz de crear a
los pro-humans y acumular así aún más poder del que ya ten-
ían. ¿De verdad iba a permitir que eso ocurriese? ¿De verdad
iba a consentir que el mundo se enfrentase de nuevo al apoca-
lipsis por culpa de las ambiciones de un ser tan deleznable
como Isaac, el vicepresidente de SEGDIAN? No, un no ro-
tundo.
Mike, entonces, le dio unos golpecitos en el hombro a Jack
con su dedo.
—¿Lo escuchas?
—No… ¿Qué…? —Los ojos de Jack se abrieron en una
expresión de sorpresa.
—Llegan antes de lo esperado.
El leve rumor de los helicópteros de ataque empezó a escu-
charse. Eran casi inaudibles todavía, pero eso no significaba
que tuvieran que llegar hasta el lugar para empezar a bombar-
dear la zona.
Sin que Mike se diese cuenta, y suponiendo que el ataque
era inminente, Jack cambió su cargador de munición no letal

~ 219 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

por uno que había llevado escondido todo el tiempo en su


chaleco: un proveedor de impactos plasmáticos. Después,
pensando que aquella era la oportunidad de coger despreveni-
da a la mujer de cabellos verdes, que estaba de espaldas a
ellos y, al parecer, completamente distraída, apuntó a través
del visor de punto rojo de su rifle.

—Mírame —le dijo una voz distorsionada a Hans, quien


permanecía con los ojos en blanco. La misma voz que tantas
veces aparecía en sus sueños.
—¿Quién eres?
—¿Aún no lo sabes? —le preguntó con cierto tono burlón
la voz.
—Creo que sí…, pero me da miedo reconocerlo.
—Ha llegado el día en que estás obligado a despertar…

Al mismo tiempo que el sonido de los helicópteros de com-


bate se pronunciaba como algo claramente audible e Ishtar,
sorprendida, abría los ojos preguntándose qué era aquello,
Jack situó el punto de su mira justo donde debía de quedar su
corazón. El joven soldado sabía que si iba a arriesgarse a des-
velar su posición, el disparo debía ser letal. Quitó el seguro
del rifle y lo puso en modo de tres proyectiles. Su dedo se
deslizó por el gatillo con suavidad.

—¡Despierta, Hans! —le gritó la voz de su ensoñación a


Ansdifeng.

~ 220 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Los ojos de Hans volvieron a la normalidad y, nada más


hacerlo, sintió que ambos estaban en peligro. En un acto ins-
tintivo, sus corneas enfocaron la fantasmal silueta de Jack y
Mike equipados con el camuflaje CRISTAL. En ese instante,
Jack se supo descubierto y, siendo consciente de que se le
acababa el tiempo, apretó con odio el gatillo. Del cañón del
arma salieron tres proyectiles de plasma incandescente.
Décimas de segundo antes de que Jack disparara, Hans sintió
un torrente de adrenalina por su organismo que lo hizo reac-
cionar de forma instantánea. Sin pensar en las consecuencias,
empujó con fuerza hacia un lado a Ishtar para ponerla a salvo
y los impactos lo alcanzaron a él en su lugar. Los proyectiles
atravesaron su vientre de parte a parte, prendiéndole fuego a
la ropa y cauterizando al instante los orificios en su cuerpo.
Hans se quedó de pie, con pequeñas llamitas saliendo de la
carne socarrada de los agujeros de su vientre. Ishtar miró a
Hans sin entender qué era lo que acababa de pasar. Lo vio
herido y desplomándose en el suelo, sin fuerzas. Entonces
comprendió.
Jack, rabioso por haber fallado a su objetivo real, apuntó de
nuevo a la mujer y disparó. Pero, justo en ese momento, Mike
desvió su arma violentamente, errando así el tiro, que impactó
a tan solo unos centímetros de la mujer.
—¿Qué coño haces, Mike? ¿No ves que esa zorra nos va a
matar? —le espetó furioso Jack al tiempo que trataba de vol-
ver a apuntar para dispararle de nuevo a la pro-human.
—Tienes razón —dijo Mike, con una expresión de locura
en su rostro —, te voy a matar por lo que has hecho.

~ 221 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Jack sintió un escalofrío y miró sorprendido a su amigo. De


pronto, con la culata de su rifle, Mike golpeó tan fuerte en la
cara a Jack que le destrozó la máscara de gas y lo dejó in-
consciente. Tras hacerlo, el inesperado agresor cayó a plomo
al suelo, también fuera de combate.
Ishtar se levantó corriendo en auxilio de Hans, cuyas pren-
das habían empezado a arder. Las apagó con sus propias ma-
nos, sufriendo dolorosas quemaduras. No le importó. Igno-
rando el dolor, se abrazó con fuerza al hombre y empezó a
hablarle entre llantos.
—¡Hans! ¡Hans! ¡No te duermas, Hans! ¡No te duermas!
¡Esto no puede matarte, Hans! ¡Esto no es suficiente para ma-
tarte! —insistía la mujer mientras lo abrazaba y lloraba.

El sicario de Night Carnival, muy débil, la miró conmovi-


do. Hacía mucho tiempo que nadie lloraba por él. Solo por
volver a sentir algo así de bello, había valido la pena el sacri-
ficio que acababa de hacer. En el último instante, justo antes
de ser alcanzado por los proyectiles de plasma, había com-
prendido muchas cosas sobre sí mismo y sobre Ishtar. Por eso
se había lanzado a protegerla como lo había hecho.
—Ishtar…, huye. Te matarán si te quedas —le pidió con di-
ficultad Hans, soportando un gran dolor.
—¡No sin ti! ¡Te necesito a mi lado! Nunca me iré sin ti
—le confesó la mujer, con el rostro enrojecido y llorando tan-
to que sus lágrimas humedecían el pecho de Hans.
—Yo estoy acabado. Si te quedas, ambos moriremos y no
habrá servido de nada.

~ 222 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

De pronto, a lo lejos, una cadena de fuertes explosiones


hizo retumbar todos los suburbios del norte de Berlín: eran las
bombas de Boumann, que habían empezado a hacer su traba-
jo. Una gran cantidad de llamas empezó a verse entre los edi-
ficios, al sur de la ubicación donde se encontraban Ishtar y
Hans. En aquel lugar, otra batalla acababa de empezar.

~ 223 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 15

¡Al rescate!

Pierre y Boumann se movían entre los destrozos ocasiona-


dos por una cadena de explosiones que había desatado Lars-
son. El informático, tal y como había acordado con su buen
amigo Boumann, había utilizado como guía su red de cámaras
pirateadas para detectar a un grupo de agentes de SEGDIAN
que habían cometido la negligencia de no llevar activado el
camuflaje óptico. Ni corto ni perezoso, en un gesto aburrido,
los exterminó pulsando un solo botón, con toda la tranquili-
dad del mundo, mientras con la otra mano se metía una patata
frita en la boca. Los efectos para aquellos pobres desgracia-
dos fueron devastadores. Los explosivos que utilizaba Bou-
mann, que tenía amplios conocimientos químicos, eran de
creación propia y tenían la particularidad de que, con muy
poca cantidad de material, se conseguía una onda expansiva
brutal, generando, además, unas temperaturas por encima de
los dos mil grados en las primeras décimas de segundo que
ayudaban a su letalidad. Para conseguir el mismo poder des-
tructor de un kilo de trinitrotolueno, solo se necesitaban trein-
ta gramos del compuesto químico creado por el alemán, cua-
lidad que facilitaba mucho el fabricar bombas de pequeño
tamaño que pudieran ser escondidas en los más inesperados
lugares.

~ 225 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

El alemán y el francés observaron el estado en el que hab-


ían quedado las víctimas. La mayoría de los esbirros de
SEGDIAN murieron o resultaron gravemente heridos.
—Tenemos que darnos prisa, Boumann —le insistió Pierre
a su sereno compañero mientras se agachaba a revisar el
equipo de los cadáveres enemigos, buscando algo muy con-
creto: máscaras de gas.
Instantes antes, Larsson se había puesto en contacto con
ellos de manera urgente. Les informó que había interceptado
información de SEGDIAN en la cual se daban a entender
órdenes para un próximo ataque aéreo. SEGDIAN iba a bom-
bardear con gases potencialmente letales una amplia zona
alrededor del punto donde había sido localizada Clorofila.
Eso significaba que, si querían rescatar a Patrick de lo que
pudiera haberle pasado y atrapar a la mujer, deberían aden-
trarse con máscaras antigás en la zona bombardeada, algo que
no habían previsto y que, por tanto, debían arrebatárselas al
enemigo.
—Aquí encontré una intacta —le informó Boumann al
francés, mostrándole una que acababa de sacar del morral de
uno de ellos.
—Perfecto, yo tengo aquí otra. Pongámonoslas de inmedia-
to.
Ambos se bajaron las capuchas de sus gabardinas y se colo-
caron las máscaras.
Para lo feas que eran, resultaban bastante cómodas y,
además, al estar construidas con la alta tecnología de SEG-
DIAN, incluían un modo de visión térmica opcional que, en
verdad, les podía resultar útil contra camuflajes CRISTAL, ya

~ 226 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

que hubiera sido incómodo llevar sus propias gafas debajo de


aquellas máscaras tan ajustadas.
Una vez se apretó las correas de la protección antigás, Pie-
rre se volvió a colocar la capucha de la gabardina. El experto
en explosivos lo imitó.
—Ahora parecemos limpiadores de zonas radioactivas
—bromeó Pierre.
A lo que Boumann no dijo nada; simplemente, se limitó a
quitarles a algunos cadáveres las granadas que portaban e
instó a Pierre a seguir.
—Vámonos. Patrick nos espera.
—Sí, no hay tiempo que perder.
El francés se puso a correr, ignorando por completo el sigi-
lo. Quería llegar cuanto antes al lugar donde estaba el gi-
gantón, pero, por encima de todo, quería comprobar qué tan
efectivas eran esas gabardinas en combate. El alemán le si-
guió al mismo ritmo.
—Boumann, corriendo tardaremos una eternidad. Consi-
gamos un vehículo.
El alemán asintió. Allí había varios, pero hechos pedazos.
Era evidente que, con las ruedas a quince metros de distancia
de donde debían estar ubicadas, aquellos automóviles no iban
a correr mucho. Los había usado como coches bomba, por lo
que muy útiles no iban a resultar. Tendrían que buscar en otra
parte.
De pronto, una nueva explosión se escuchó cerca de su po-
sición. Boumann y Pierre, instintivamente, se agacharon, pro-
tegiéndose la cabeza. Después, al darse cuenta de que era en
otro lugar, se irguieron.

~ 227 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Ese Larsson se está divirtiendo con mis bombas —dijo


Boumann al ver salir una luz anaranjada por encima de los
edificios que tenía en frente, pero que, no obstante, provenían
de una ubicación mucho más lejana.
—Sin duda —estuvo de acuerdo Pierre—, ese escurridizo
hurón debe de pensar que está jugando a uno de sus videojue-
gos. Seguro que hasta está disfrutando.
—Probablemente.
—Bueno…, dejemos que siga creando desastres. ¡Vamos,
Boumann, movámonos!
No tardaron mucho en encontrar un viejo vehículo aparcado
sobre una acera. El automóvil tenía la puerta del conductor
entreabierta y las llaves puestas. Aún ronroneaba su motor.
Pierre pensó que aquello era un verdadero golpe de suerte.
Supuso que lo que había ocurrido era que, cuando aparecieron
los esbirros de SEGDIAN, el conductor, aterrado por saberse
en peligro, salió despavorido del auto, buscando refugio en
alguna vivienda.
—Este nos puede servir, ¿no, Boumann?
El alemán miró con desconfianza el vehículo y sacó un ex-
traño aparato de su bolsita de herramientas que llevaba atada
al cinturón de su pantalón. Su aspecto era similar al de un
pirómetro o un medidor de la contaminación del agua, con
una pequeña pantalla digital y una sonda alargada que seme-
jaba la antena de una radio.
—¿Qué es eso? —preguntó Pierre, que nunca lo había visto
antes.

~ 228 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Lo usábamos en el ejército para detectar el olor que dejan


diferentes tipos de explosivos. Es muy sensible a los aromas,
lo llamábamos Perro Artificial.
—Menudo nombre más ridículo.
El alemán no hizo ningún comentario, se limitó a apuntar
con la sonda hacia el vehículo y a esperar un resultado. El
detector permaneció inerte.
—Está limpio —sentenció Boumann con una muy fugaz
sonrisa
Justo cuando iba a guardar el Perro Artificial en su bolsa,
escuchó un rápido petardeo y sintió como si alguien le estu-
viese dando golpecitos en la espalda. Boumann torció el ges-
to, extrañado, y se giró.
También Pierre se dio rápidamente la vuelta para observar
qué era lo que ocurría. Mientras lo hacía, más sonidos pareci-
dos a pequeñas detonaciones se escuchaban al tiempo que
sentía en sus pantorrillas y su trasero algo parecido a unos
dedos indiscretos manoseándolo.
Tanto el alemán como el francés se quedaron estupefactos
al escuchar un tintineo metálico. ¡¿Qué demonios estaba pa-
sando?!
Los dos se quedaron con la boca abierta al comprobar que
lo que había a sus pies era una decena de balas humeantes
pero en perfecto estado. Ambos se miraron pasmados al tiem-
po que más detonaciones se escuchaban y más caricias toque-
teaban sus cuerpos. De nuevo, los proyectiles caían intactos a
sus pies, emitiendo un agradable sonido metálico, como pe-
queñas campanillas. Sonrieron sin creerse demasiado lo que

~ 229 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

estaba pasando e, inmediatamente, buscaron con su mirada el


origen del ataque, empuñando sus armas.
Los agentes de SEGDIAN que les habían disparado se en-
contraban apostados entre los materiales de construcción de
una obra que jamás se había llegado a concluir. Estaban, pues,
cubriéndose detrás de grandes bloques de hormigón, acero y
merídium que, en otras condiciones, les habrían dado una
ventaja táctica increíble. No obstante, en vista de los resulta-
dos de su ataque, miraron atónitos a aquellos dos individuos
que parecían invulnerables. ¿Acaso eran ellos también pro-
humans?
En seguida comenzó un rabioso tiroteo. Los dos miembros
de Crisol se arrodillaron para resguardar sus piernas y, mien-
tras se protegían el rostro con uno de sus brazos, con el otro
no dejaban de apretar el gatillo de sus rifles de asalto. La pre-
cisión en aquella postura tan rara no era la mejor, pero esta-
ban tranquilos porque se creían invulnerables y tenían muni-
ción de sobra. Los agentes de SEGDIAN, en cambio, no las
tenían todas consigo. Acobardados, los acribillaron a balazos,
pero, dado que todos los proyectiles impactaron en lugares
protegidos por las magníficas gabardinas creadas por A2plus,
el resultado fue algo parecido a un delicioso masaje sobre los
dos hombres de Crisol.
Ante tan irreal situación, Pierre se empezó a reír a carcaja-
das. Aquello era, quizás, lo más loco y divertido que había
hecho en su vida. Sin embargo, sabiendo que, en el fondo,
tenían bastante prisa y que la vida de Patrick podría estar en
serio peligro, decidió acabar con sus enemigos de inmediato.
—Cúbreme, Boumann. ¡Voy a acabar esto rápido!

~ 230 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—¡Ten cuidado, Pierre!


El francés se lanzó al ataque de una forma que, de no llevar
semejante protección, habría sido kamikaze. Avanzó corrien-
do hacia ellos mientras una lluvia de proyectiles era disparada
por su compañero para obligar al enemigo a permanecer aga-
chado. Pierre acortó distancias a pasos agigantados y sonrió
pensando que aquello iba a terminar pronto. Todo resultaba
tan fácil cuando uno luchaba haciendo trampas… Pero cuan-
do más confiado se sentía, sus ojos se abrieron en una expre-
sión de terror. Uno de sus enemigos gritó «¡Al suelo!» a sus
compañeros y, por encima de la barricada de materiales de
construcción, lanzó una granada. Pero no una cualquiera. Pie-
rre, asustado, pudo ver con claridad, mientras esta volaba
hacia él, que se trataba de una pequeña, pesada y destructiva
Erizo. El artefacto voló unos treinta metros, haciendo una
gran parábola, y cayó a pocos pasos delante de él, rodando,
ominosa, con un ruido metálico. Pierre observó con espanto
como el artefacto empezó a brillar con un fulgor rojizo. En un
acto desesperado, creyendo que aquello era su fin, el francés
se lanzó al suelo y se acurrucó contra su gabardina, tratando
de aprovechar todo lo posible su protección.
De pronto, la granada se activó y se formó una enorme ma-
raña de finos láseres, naciendo radialmente de la detonación,
como si fuese un gigantesco erizo luminiscente. Cientos de
miles de diminutos proyectiles metálicos en estado gaseoso
salieron a su vez en todas direcciones de forma bastante si-
lenciosa, atravesando, al igual que los haces de luz roja, todo
cuanto tocaban. En solo un segundo, los rayos desaparecieron
y solo quedó una inofensiva y pequeña esfera de aspecto cris-

~ 231 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

talino en el lugar de la detonación. Instantes después, atrave-


sadas por aquella infinita maraña de poderosos haces de luz
carmesí, todas las paredes frontales de los edificios de alrede-
dor se vinieron abajo al quedar reblandecida su estructura por
el intenso calor producido por cada láser. Una gran cantidad
de escombros cayó a la calle y se levantó una monumental
cortina de polvo en suspensión al tiempo que varios vehículos
aparcados estallaban envueltos en llamas. Se hizo, entonces,
un moderado silencio.
Para su asombro, Pierre no sufrió un solo daño. A pesar de
que la explosión había ocurrido delante de sus narices, la ga-
bardina lo había protegido completamente. Ni siquiera sintió
la fuerza de la onda expansiva. No podía creerlo: había sobre-
vivido a una granada Erizo. ¡Nadie sobrevivía a una Erizo! Se
levantó, ileso, y buscó con la mirada a sus enemigos. El polvo
levantado no le dejaba ver gran cosa y la visión térmica no
funcionaba bien, pues, por efecto de la explosión, todo a su
alrededor había quedado recalentado. Avanzó hacia el lugar
donde recordaba haber visto a sus enemigos, casi a ciegas,
con la infinita confianza que le proporcionaba su maravillosa
protección. ¡Amaba a A2plus!
Los agentes de SEGDIAN se incorporaron muy asustados.
Lanzar una Erizo tan cerca les podría haber costado la vida,
pues, de no haberse aplastado a sí mismos contra el suelo, sin
duda habrían sido alcanzados por algunos de sus peligrosos
rayos. En efecto, a pocos centímetros de donde habían estado
sus cabezas antes de tirarse al suelo, los muros de hormigón
tras los que se protegían estaban humeantes y habían sido
atravesados por varios lugares.

~ 232 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—A eso no ha podido sobrevivir ese monstruo —aseguró el


que había lanzado la granada.
—¡Casi no sobrevivimos nosotros, cabronazo! —le espetó
uno de sus compañeros mientras señalaba los orificios al rojo
vivo que había en el muro de hormigón.

—¡Ni vais a sobrevivir, maldita basura de SEGDIAN!


—sentenció, de pronto, Pierre mientras se subía al muro que
les servía de protección a sus enemigos y apuntaba hacia aba-
jo con su arma. Acto seguido, apretó el gatillo sin piedad y
los acribilló a balazos.
A pesar de que la armadura especial que llevaban los mer-
cenarios era muy efectiva, a esa distancia tan corta, y siendo
atacados por un tremendamente poderoso rifle de riel —capaz
de descargar treinta proyectiles de merídium por segundo—,
sus cuerpos fueron atravesados múltiples veces y murieron
agujereados prácticamente en el acto.

~ 233 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 16

El aliento de los Dragones Negros

Hans sentía como las fuerzas le iban abandonando. Sus ma-


nos, sujetas a los brazos de Ishtar, cayeron al suelo, inertes e
insensibles. Un frío intenso recorriendo todo su maltrecho
cuerpo comenzó a asediarlo, hasta tal punto que empezó a
tiritar sin control. Sus labios se pusieron morados y toda su
piel pronto quedó perlada de diminutas gotitas de gélido su-
dor. Sus extraños ojos turquesas comenzaron a perderse, a
mirar sin mirar, desenfocados, y sus párpados hicieron el
amago de cerrarse.
Ishtar lo observó angustiada. Debido al tipo de munición
utilizada, sus heridas no sangraban apenas, aunque sí des-
prendían un líquido transparente similar al que llevan en su
interior las ampollas producidas por quemaduras.
—¡No cierres los ojos, Hans! —le gritaba Ishtar al tiempo
que le abofeteaba la cara—. Debes mantenerte despierto.
Hans volvió a espabilarse un poco, aunque solo fue un es-
pejismo. La sensación de sueño iba en aumento y apenas pod-
ía resistirse a su embrujo.
—Tenemos que salir de aquí —le dijo la mujer mientras
trataba de incorporarlo.
Hans casi no podía ejercer fuerza con sus piernas para ayu-
darla. Su presión arterial estaba bajo mínimos y sus ojos vaci-
laban sin brillo. Tenía una intensa sensación de querer vomi-
tar, pero no las energías para hacerlo.

~ 235 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Déjame…, no quiero seguir, Ishtar. Así está… —empezó


a decir Hans.
—¡Ni lo sueñes! —trató de interrumpirle la fémina.
—… bien para mí. No quiero seguir ya… —continuó Hans,
febril y delirante, sin siquiera llegar a escuchar a su nueva
compañera.
—¡Nunca! ¡Jamás te dejaré! —le aseguró la mujer al tiem-
po que rodeaba con el brazo del asesino su propio cuello,
buscando una forma de poder sostenerle más cómodamente.
A lo lejos, una nueva explosión pudo escucharse, e Ishtar
giró su rostro en aquella dirección. Una gran humareda y pol-
vo en suspensión subían por encima de los edificios, ascen-
diendo con lentitud. Un incendio parecía haberse iniciado en
el lugar de la detonación. Clorofila observó preocupada el
fulgor anaranjado en aquel desconcertante horizonte urbano.
Tenían que salir rápido de allí; aquello solo podía ir a peor.
Diana y Cristopher, que también se sorprendieron por la re-
pentina serie de explosiones, observaban en silencio y con los
nervios a flor de piel a la pro-human. Tal y como habían
acordado con sus compañeros, acababan de llegar después de
pegarse una buena carrera dando un gran rodeo por detrás de
los edificios. Durante su marcha a pasos apresurados para
llegar al punto establecido, no habían escuchado nada de lo
que acababa de acontecer con sus dos camaradas. Los silen-
ciosos disparos plasmáticos que el imprudente Jack realizó no
llegaron a oídos de Diana y Christopher, que continuaron con
el plan tal y como habían convenido. Estaban, pues, esperan-
do pacientes a que Jack y Mike crearan la distracción necesa-

~ 236 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

ria para que ellos pudieran aventurarse al rescate del malheri-


do Creed.
Christopher, entonces, se preguntó por qué aquel humano
que la acompañaba estaba, de pronto, herido. Tuvo un mal
presentimiento. Quitó el seguro de su rifle, posicionó el regu-
lador de potencia al máximo y apuntó al pecho de su enemi-
ga.
Diana lo vio nervioso y trató de calmarlo.
—Tranquilo, Christ —le pidió la mercenaria mientras le ba-
jaba suavemente el arma con la mano a su binomio—. Espe-
remos a que llegue el apoyo aéreo y a que Jack y Mike creen
la distracción.
—No… Algo ha pasado, Diana —la advirtió en susurros
Christopher—. Mira a ese hombre: ahora está moribundo.
Diana asintió al verlo, perpleja.
—Pregúntale a Mike qué ha ocurrido.
—De acuerdo —contestó intranquilo.
El agente de SEGDIAN tecleó en su radio un mensaje diri-
gido a su compañero, pidiéndole una explicación de lo que
acababa de pasar durante el tiempo que ellos se habían estado
moviendo. Tras un tenso rato de espera, no hubo respuesta.
—¡Mierda…! Diana, no contestan.
—¡Aaagh! ¡Exterminemos a esa puta! —convidó rabiosa a
su acompañante.
Ambos, temiendo que sus amigos estuviesen muertos o
heridos de gravedad, apuntaron con sus rifles en dirección al
pecho de la mujer, lamentando en lo más profundo de su co-
razón no tener munición explosiva para reventar a la pro-
human en cientos de pedazos de carne sanguinolenta. Tan

~ 237 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

solo disponían de esa maldita munición no letal que, a pesar


de todo, era muy efectiva para incapacitar enemigos.
De pronto, un gran estruendo lejano detrás de ellos llegó
hasta sus oídos, como si hubieran colapsado varios edificios y
se hubiesen precipitado contra el suelo. Eso los puso aún más
nerviosos de lo que ya de por sí estaban. ¿Qué había sido
aquello?, se preguntaron perplejos. Sin embargo, dicha cues-
tión dejó de tener importancia cuando se dieron cuenta de que
la ominosa mujer de cabellos verdes miraba en su dirección.
La pro-human tardó en verlos, pero lo hizo y, cuando eso su-
cedió, sus ojos se abrieron en una expresión de sorpresa con
tintes de pavor.
Los mercenarios, al saberse descubiertos, dispararon sobre
Ishtar dos poderosas y amplias olas ultrasónicas. Ella, en un
acto reflejo, trató de cubrir con su propio cuerpo a Hans, con-
siguiéndolo solo en parte. Ambos recibieron el choque de
fuerza con toda su intensidad y salieron proyectados varios
metros hacia atrás con violencia, estrellándose contra unos
cubos de basura que había junto a la pared de uno de los edi-
ficios que conformaban aquella calle convertida en campo de
batalla. Para alivio de Diana y su compañero, el arma resultó
efectiva. Ambos enemigos quedaron inconscientes, tirados de
cualquier manera sobre un montón de desperdicios y cubier-
tos de sangre por las heridas superficiales que les había pro-
vocado la intensa ola de ultrasonidos y la gran cantidad de
materiales que había arrastrado consigo.
Como los mercenarios no querían correr riesgos con seme-
jante criatura, para asegurarse de haber obtenido la victoria
sobre ella, cargaron en los lanzagranadas acoplados a sus ri-

~ 238 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

fles sendas granadas de gas lacrimógeno y las dispararon con-


tra los yacientes. Toda el área se vio bañada por un fluido
incoloro, insípido e invisible que, sin embargo, resultaba en
extremo doloroso al ser respirado. Si la enemiga hubiera fin-
gido estar inconsciente, el gas la hubiese obligado a revolcar-
se angustiada. Tras un momento de precaución, donde sus
rifles siguieron apuntando a su objetivo esperando algún tipo
de reacción, la euforia estalló finalmente.
—¡Genial! ¡Chúpate esa, perra! —gritó jubilosa Diana
mientras mostraba su dedo corazón en un gesto ofensivo—.
¡Soy la mejor! ¿Me entiendes, lechuga hormonada? ¡La me-
jor!
—¡Lo logramos, Diana! —dijo alegre su compañero, aun-
que mucho más comedido. Enseguida se puso serio de nue-
vo—. Diana, no disponemos de tiempo. Tenemos que ponerle
la máscara a Creed y ver qué ha pasado con nuestros compa-
ñeros.
La mercenaria cayó en la cuenta y se calmó un poco.
—Cierto, yo me encargo de eso —dijo la mujer, preocupa-
da pero orgullosa de sí misma, mientras se incorporaba.
—Me quedo vigilando al objetivo por si acaso. Si se mue-
ve, lo fulmino de nuevo.
—Yo la fulminaría aunque no se moviese, la verdad. Espe-
cialmente como les haya hecho algo malo a Jack y a Mike.
Pero órdenes son órdenes, y con esto creo que nos darán un
sobresueldo.
El sonido de los helicópteros de ataque comenzó a aumen-
tar a un ritmo exponencial. Ya casi estaban allí.

~ 239 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Angustiada al escucharlos tan cerca, Diana comenzó a co-


rrer, pero sin ser capaz de apartar la mirada de su enemiga
inconsciente. A pesar de verla así, cubierta de sangre y en
apariencia inerte, temía que solo fuese un truco raro de pro-
human para que se confiase y que, de pronto, aquella aberra-
ción de la naturaleza hiciese algo excepcional que acabara
con la vida de ambos. Ese miedo incontrolable hizo que apre-
surase aún más, si cabe, su paso.
En ese momento, hicieron su majestuosa aparición cinco
enormes y pesados helicópteros artillados de doble hélice
cargados de bombas. Eran de un color negro brillante y emit-
ían un extraño sonido similar al barrito de un elefante, pero en
un tenebroso tono constante que producía escalofríos.
—¡Diana, date prisa, ya están aquí! —chilló Christopher
para hacerse oír por encima del poderoso estruendo.
—¿Crees que no me he dado cuenta? —le gritó ella, con
sus dos coletas rubias moviéndose al ritmo salvaje del viento
producido por las aeronaves.
Diana no perdió tiempo y se arrodilló en frente del malheri-
do Creed. Acuciada por la prisa, giró con cuidado el cuerpo
del herido y, con la ayuda de su cuchillo de combate, cortó
los correajes de su mochila. Se la arrebató y, una vez tuvo
acceso a ella, encontró con facilidad la máscara de gas.
Apenas se la acabó de ajustar a su compañero de armas,
uno de aquellos aparatos voladores disparó un misil que en
décimas de segundo impactó a veinte metros del lugar donde
se encontraba la agente de SEGDIAN. Un intenso zumbido
de doscientos decibelios, acompañado de una intensísima luz
de más de doce millones de candelas, restalló en el lugar.

~ 240 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Diana, deslumbrada y sorda, perdió el equilibrio y cayó de


bruces sobre el inconsciente Creed. Algo similar le pasó tam-
bién a Christopher, que quedó cegado al llegarle a los ojos la
luz amplificada por efecto de la mira de aumentos de su rifle.
—¡Malditos imbéciles! —espetó Diana, aturdida y furio-
sa—. ¿No se suponía que iban a usar gas? ¡Nadie dijo nada de
bombas aturdidoras!
Un segundo helicóptero, algo distante del que disparó pri-
mero, iba a bombardear otra área distinta cuando, de pronto,
saliendo de un tejado lejano y dibujando una estela de humo
anaranjado y brillante, un cohete se estrelló contra aquella
aeronave, provocando una potente explosión que iluminó to-
do a su alrededor. El rotor de cola quedó destrozado y el apa-
rato empezó a dar vueltas sin control, cubierto de llamas, al
tiempo que iba descendiendo vertiginosamente. Al cabo de
unos pocos segundos, se perdió de vista tras unos edificios y
se produjo una gran explosión.
Diana y Christopher no pudieron ver ni escuchar nada de
aquello, pues estaban sordos y ciegos por efecto de la bomba
aturdidora. Lo que sí pudieron sentir fue el suelo temblar bajo
sus pies cuando la aeronave se estrelló y explotó con violen-
cia.
Uno de los pilotos, un agente de HADES, al ver como uno
de sus compañeros había sido destruido, llamó alarmado a la
sede central de SEGDIAN para informar de que estaban sien-
do atacados con armas antiaéreas y pidió permiso para con-
traatacar con fuego real. El permiso les fue denegado tajan-
temente por miedo a que Ishtar resultase muerta por acciden-
te.

~ 241 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¡Ayame! ¡Le he dado a uno! —dijo sonriente un hombre


delgado, que estaba subido en una azotea, a través de un
transmisor de radio.
El varón no era muy alto, apenas superaba el metro setenta.
Era de piel oscura y llevaba barba de chivo. Iba ataviado con
ropas de estilo árabe y portaba un vetusto lanzacohetes ruso
RPG-7 sobre su hombro.
—¡Bien hecho, Karim! ¡Eres un cabronazo! ¡Que les den
por culo a esos lamepollas y ardan en el puto Infierno hasta
desaparecer! —clamó una voz femenina.
—Parece ser que la información era correcta —le dijo el
hombre al tiempo que abandonaba la azotea desde donde
había disparado el mortal cohete.
—Sí —dijo la voz de mujer—, no sé quién coño será ese
Ántrax, pero ya es la quinta vez que nos echa un cable. Tengo
ganas de conocerle y pedirle que se una a la resistencia.
—Alguien así nos sería de mucha ayuda. Debe de ser un
hacker excepcional.
Mientras los dos rebeldes conversaban, un nuevo cohete
apareció de la nada, saliendo de la terraza de otro edificio y
dirigiéndose con endiablada velocidad hacia otro helicóptero.
El piloto de este, sabiéndose en peligro, al instante desplegó
una nube de cientos de minúsculos señuelos cuya finalidad
era distraer al cohete con infinidad de rastros de calor diferen-
tes. Pero aquello fue un error mortal, pues el proyectil no ten-
ía un sofisticado sistema de seguimiento por calor, muchísimo
menos por inteligencia artificial, sino que era un arcaico y, en
apariencia, obsoleto cohete del tipo «o apuntas bien o fallas».

~ 242 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Y este no falló. En su recta trayectoria ignoró —como no


podía ser de otra forma— los señuelos y siguió su mortal tra-
yectoria contra su objetivo. El proyectil de punta perforadora
detonó, inyectando, a través del blindaje de la cabina, un flujo
de material incandescente que atravesó el helicóptero de parte
a parte, matando a toda su tripulación. El aparato estalló des-
pués en mil pedazos y, en la violencia de la deflagración, otro
helicóptero cercano sufrió graves daños en su rotor doble.
Pronto, este empezó a perder altura y, con una tremenda em-
bestida, se estrelló contra la pared de un edificio para después
caer a plomo al suelo, convertido en un informe amasijo de
hierros retorcidos y cables chispeantes. Los restos pronto se
incendiaron e hicieron explotar las bombas convencionales
que portaba. El gas nervioso que también llevaba como arma,
al ser un extraño gas combustible, se evaporó por completo en
la explosión.
—¿Has visto eso, mi amor? —preguntó exultante otro re-
belde después de ver la baja doble que había conseguido con
su disparo.
El hombre, que sonreía satisfecho mientras sostenía otro
lanzacohetes, tenía un cigarrillo en la boca y barba de tres
días. Era un tipo de casi cuarenta años, con el pelo largo y
liso, nariz afilada y ojos marrones. Iba vestido con pantalones
vaqueros desgastados y llevaba un abrigo largo y mullido de
imitación de piel de ante.
—No, payaso —le contestó la voz femenina que antes hab-
ía hablado al otro rebelde—. ¿Cómo voy a verlo? ¿Acaso es-
toy ahí, subnormal?

~ 243 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Tranquila, mi amada fierecilla rabiosa. Ayame, ¡ha sido


maravilloso! ¡Dos Dragones Negros por el precio de uno!
—¿En serio, Thomas? —se sorprendió la mujer.
—¡Oh, sí, mi vida! Ha sido casi artístico verlos saltar en
pedazos. La información que nos dio ese misterioso hacker ha
sido magnífica para joderlos bien —le aseguró Thomas al
tiempo que también abandonaba la azotea y se escondía en el
interior del edificio.
—Sí, de eso hablaba con Karim —le manifestó la voz fe-
menina a través de la radio—. No sé qué hace aquí esa gentu-
za de SEGDIAN, pero con esos tres Dragones Negros des-
truidos le debemos de haber dado una buena patada en los
cojones al capullo de…
—¡Ey, Ayame! ¡Los helicópteros se alejan! ¡Huyen como
nenazas! —le interrumpió de pronto Karim por radio mientras
observaba alegre, a través de la ventana de un apartamento, a
los helicópteros alejarse.
En efecto, las dos aeronaves restantes comenzaron a alejar-
se hasta casi desaparecer de la vista, pero al rato giraron sobre
sí mismas y, de súbito, dispararon a la vez todos sus misiles
cargados con gas. Doce proyectiles autopropulsados ascendie-
ron hasta casi chocar con la cúpula de la ciudad para, acto
seguido, descender con rapidez, casi en vertical, contra el sue-
lo, formando un gigantesco círculo cerrado alrededor de la
zona donde había sido detectada la pro-human. Un gas inco-
loro, y solo un poco más pesado que el aire, empezó a exten-
derse lentamente por los suburbios como una nube invisible
de muerte. Todas las calles empezaron a cubrirse con un aro-
ma similar al que produce el aceite quemado y pronto comen-

~ 244 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

zaron a escucharse los primeros gritos de dolor y asfixia entre


la población civil.

~ 245 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 17

Hálito de Caronte

El suburbio norte de Berlín empezó a llenarse de gritos y


gemidos de dolor y terror. La nube invisible y mortal de gas
nervioso comenzó a colarse en el interior de los edificios a
medida que iba avanzando. Aquel desagradable olor a aceite
quemado se extendió por todas partes causando una matanza
generalizada. A los pocos segundos de percibir el tóxico aro-
ma, las víctimas sentían arder su garganta y sus pulmones
como si hubiesen respirado ácido clorhídrico pulverizado y
los estuviese quemando desde dentro. La mortífera arma quí-
mica se deslizó por debajo de las puertas y a través de las
ventanas entreabiertas de las viviendas e invadió la mayoría
de las casas que se encontraban dentro de su rango de acción,
cada vez más extenso. Mujeres, niños, hombres y ancianos
empezaron a sufrir sus devastadores efectos. El Hálito de Ca-
ronte, nombre con el que había sido bautizada esta arma quí-
mica por SEGDIAN, no era de origen natural, sino que estaba
constituida a base de moléculas artificiales fabricadas con
sofisticada nanotecnología heredada de A2plus.
A todos los efectos, el Hálito de Caronte parecía un gas na-
tural y actuaba como tal, con la mayoría de sus virtudes y de-
fectos, pero la gran diferencia era que podía ser neutralizado
por sus creadores (sufriendo una súbita reacción química que
lo volvía inofensivo), emitiendo una señal codificada que
deshacía las moléculas artificialmente compuestas. En cuanto

~ 247 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

a sus cualidades para dañar, el gas no solo producía una pará-


lisis completa de todo el sistema nervioso, incluyendo aque-
llos nervios esenciales para la vida como los que controlaban
los pulmones, sino que, además, provocaba, debido a su gran
acidez, laceraciones importantes en el sistema respiratorio.
Los pobres desgraciados que inhalaban el fluido tóxico empe-
zaban a toser sin control y, a causa de esa dolorosa tos, aca-
baban esputando una horrible sangre negruzca. Una exposi-
ción prolongada al químico provocaba, inevitablemente, la
muerte a un humano.
—¿Qué han lanzado esos cabrones? —preguntó el insur-
gente Karim, horrorizado, mientras veía desde la ventana del
apartamento donde se encontraba a la gente tambaleante salir
de sus casas, tratando de buscar una salida.
Ignoraban que no había escapatoria en el exterior, pues el
gas había negado cualquier posible vía de escape y avanzaba
poco a poco, cerrando su círculo mortal.
—¡Parece algún tipo de gas venenoso! —le contestó Tho-
mas muy angustiado por radio, al ver, desde su posición, co-
mo la gente caía al suelo con la piel azulada, las venas abulta-
das y retorciéndose de dolor.
—¿Gas? —se preguntó estupefacto Karim—. ¡Qué hijos de
puta! ¿Cómo pueden hacerle esto a la gente? brotadas
La voz de Ayame los instó a reaccionar.
—¿Trajisteis máscaras de gas? —les preguntó la mujer,
preocupada.
—¡Claro que no, Ayame! Ni tuvimos tiempo. Salimos co-
rriendo cuando recibimos el chivatazo de ese Ántrax —le
contestó Thomas.

~ 248 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—¡Seréis gilipollas! ¿Cómo se puede ser tan bruto? —los


cuestionó enojada la fémina—. Meteos en algún puto sitio,
rápido, y cubrid todas las entradas de aire. Si no, la vais a
palmar por idiotas.
Ambos, sabiendo el inminente peligro que corrían, dejaron
la radio y trataron de protegerse. Karim ya estaba dentro del
apartamento de una familia afín a la resistencia, por lo que
solo tuvo que darles unas breves indicaciones de lo que deb-
ían hacer y todos se pusieron manos a la obra para hermetizar
aquel hogar. Thomas, en cambio, lo tenía bastante peor, pues
en el bloque de apartamentos donde se encontraba no conocía
a ningún simpatizante de los rebeldes, por lo que se vio obli-
gado a improvisar un lugar que le pudiera servir de protec-
ción. Tras dar unas cuantas vueltas por la planta alta del edifi-
cio, lo único que encontró como respuesta a su problema fue
un cuarto de mantenimiento pequeño y maloliente. Entró co-
rriendo, sin pensar demasiado en el hedor a humedad y moho
que lo ambientaba, y cerró la puerta tras de sí, asustado al
empezar a escuchar los primeros gritos y lamentos provenien-
tes de los pisos inferiores. Como no halló nada dentro que le
pudiese servir para taponar las entradas de aire, se vio obliga-
do a quitarse la ropa a pesar del intenso frío que hacía y, con
ella, tratar de hermetizar lo más posible su improvisado refu-
gio. Si el gas alcanzaba aquella planta, con toda probabilidad
lo atraparía y le afectaría, pero esperaba detenerlo tanto como
fuese posible y, así, poder salvar la vida. El miedo empezó a
acuciarlo a medida que los gritos de la gente (y las espantosas
toses) se hacían cada vez más intensos y cercanos.

~ 249 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Esto es horrible, Ayame —le aseguró el hombre de piel


oscura, mirando con unos prismáticos por la ventana con ex-
presión triste.
—¿Qué ves, Karim? —quiso saber la mujer.
—¿Qué veo? Bufff… ¡Y qué he escuchado! Los que salie-
ron de sus casas están tirados ahora en el suelo. Son unos cua-
renta o cincuenta los que puedo distinguir desde aquí, pero
seguramente sean muchos más. Salvo tres o cuatro, los demás
ya no se mueven. ¡No! ¡Qué hijos de puta! Veo a una adoles-
cente con un bebé en brazos, aún están vivos; están tirados en
el suelo, se mueven, pero no creo que duren mucho. A ambos
les sale sangre por la boca. ¡Es horrible!
—¡Hijos de perra desalmados! —espetó la mujer, enfureci-
da—. Juro que algún día tendré a ese puto Milosevic delante
y le arrancaré la cabeza. No pienso parar hasta matar a esa
cucaracha y a sus esbirros de SEGDIAN.
El gas siguió avanzando lenta pero inexorablemente, agran-
dando el área de efecto y pronunciando la tragedia. Hasta que,
al final, el mortal veneno cerró su trampa y llegó al lugar
donde se encontraba la pro-human. Diana y Christopher, sor-
dos y ciegos, empezaron a sentir, a pesar de tener las másca-
ras puestas, algunos de sus efectos nocivos. Una ligera que-
mazón comenzó a afectar las partes de piel que quedaban más
desprotegidas de sus cuerpos. Diana, al sentir la desagradable
sensación, supo que había sido lanzado el gas nervioso, y sus
dientes se apretaron con ira. No quería creer que SEGDIAN
hubiese decidido exterminar a todo el mundo con tal de atra-
par a aquella mujer de cabellos verdes. ¿Qué hacía ella traba-
jando con semejantes carniceros? Con las manos temblorosas

~ 250 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

por la impresión que le suponía imaginar cómo deberían so-


nar los gritos de las víctimas, palpó casi a ciegas el rostro de
Creed para asegurarse de que la máscara estaba bien coloca-
da, y su sistema de filtrado, activado. Al menos, lo salvaría a
él.
El gas cubrió por completo también a los inconscientes Mi-
ke y Jack. Este último, para su desgracia, tenía parte de la
máscara rota por el brutal golpe que le había dado su amigo
Mike con el rifle, por lo que, sin la adecuada protección,
pronto su cuerpo empezó a sentir los letales efectos del Hálito
de Caronte y comenzó a convulsionar mientras le salía san-
gre de la nariz.
Ishtar y Hans, sin protección de ningún tipo, fueron envuel-
tos como todos los demás por aquella impiadosa arma de des-
trucción masiva. Su desagradable hedor hizo que la mujer
recuperase la consciencia tras tener un intenso ataque de tos
sanguinolenta. El sabor férreo de la sangre inundó su sentido
del gusto, y sus ojos rojos, por la quemazón del gas, se mos-
traron fieros y salvajes, pero también aterrados. Se encontraba
fatal. Le pitaban los oídos y no sabía por qué. Estaba casi sor-
da. Su cuerpo se hallaba, además, cubierto de sangre debido a
los dos poderosos impactos de ultrasonido que había recibido
de sus enemigos. La dulce Ishtar de momentos atrás, que se
abrazaba a Hans con expresión tierna, había vuelto a desapa-
recer y su lugar lo ocupaba su versión más inmisericorde: esa
que estaba dispuesta a sobrevivir a cualquier precio y por en-
cima de cualquier ser.

~ 251 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Miserables insectos —dijo con un siniestro hilo de voz


ahogado mientras se pasaba el brazo por la boca y este que-
daba manchado por su propia sangre.
Volvió a toser con violencia y se encogió de dolor. Si no
salía de allí rápido, ya no tendría fuerzas para hacerlo.
Fue cuando trató de incorporarse que se dio cuenta de que
estaba sobre un inconsciente y muy malherido Hans, que
mostraba unos letales orificios socarrados en su vientre. La
mujer, en su afán instintivo de supervivencia, se había olvida-
do por completo de la persona que había dado su vida por
ella. Nada más contemplar el bello rostro del asesino y obser-
var las terribles heridas que había sufrido al sacrificarse por
protegerla, la expresión salvaje e impiadosa de la mujer se
desvaneció y fue sustituida por otra cargada de intensa pre-
ocupación. ¡Debía salvarle a cualquier precio! Incluso por
encima de su propia existencia. Aquel era Hans Ansdifeng, no
un hombre cualquiera. Él era como un dios para ella, su pa-
dre, y gracias a él empezó su vida. Le debía todo, jamás lo
abandonaría.
Haciendo acopio de fuerzas, y azuzada por una inquebran-
table determinación, se incorporó, no sin dificultad, y buscó
con la mirada algo que le diese una idea de cómo salir de
aquella peligrosa situación. Conteniendo la respiración, algo
que una pro-human podía hacer fácilmente durante varios
minutos, dirigió su atención hacia sus enemigos. Primero,
debía acabar con ellos. Sin embargo, los efectos nocivos del
gas que ya había respirado la hicieron caer al suelo. Un horro-
roso hormigueo empezó a extenderse por sus piernas. ¡Ya no

~ 252 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

las podía mover! Muy asustada por sentir tan terrible sensa-
ción, imploró ayuda.
—Ayúdame —se dijo a sí misma muy angustiada—. Ayú-
dame a encontrar una solución. Te necesito más que en
ningún otro momento.
Entonces, su otro yo le habló con voz sibilina.
—Úsalos a ellos. Son solo herramientas, objetos que pue-
des manejar, recuérdalo —le respondió su propio pensamien-
to—. Pero después mátalos, no los tengas en tu conciencia.
Entonces Ishtar, desde el suelo, observó, de forma un tanto
borrosa debido a los daños que el Hálito de Caronte había
hecho a sus corneas, a los agentes de SEGDIAN que instantes
antes la habían atacado.
Diana había recuperado un poco el sentido del oído y co-
menzaban a llegarle los lamentos de la población que estaba
siendo masacrada. Especialmente intenso y perturbador para
ella fue escuchar a niños y bebés tosiendo y gritando de dolor.
Sus ojos, que también habían empezado a recuperarse de la
bomba aturdidora, lloraban de culpabilidad al contemplar, en
una expresión casi de locura, toda la calle llena de cuerpos
que aún se movían agonizantes. Fue entonces cuando irrum-
pieron en su cabeza miles de susurrantes y pavorosas voces, y
la mujer, sobrecogida, apretó los párpados y se tapó los oídos
con una expresión aterrada.
—Me vas a ayudar, Diana. Me vas a ayudar. Tú no existes.
No existes. Tu mente no existe. No eres «nada». Tu espíritu es
mío y yo lo controlo a mi antojo —le retumbó de manera au-
toritaria la voz de Ishtar a la mercenaria, de forma tan sinies-
tra y a la vez omnipotente que ni siquiera la voz de los pro-

~ 253 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

pios pensamientos de Diana podían ser escuchados por ella


misma, al quedar eclipsados por completo.
La mujer de coletas rubias, en un gesto trastornado, se
quedó mirando a un lugar mucho más lejano que los límites
de la ciudad. Más allá incluso de las estrellas. Su faz, al prin-
cipio deslucida por el pánico, quedó serena y ausente. A
Christopher, su compañero de armas, le pasó lo mismo: sus
ojos semejaban ser de vidrio y parecía como si le hubiese sido
arrancada el alma. Ishtar, haciendo gala de su increíble habi-
lidad, tenía bajo su poderoso influjo mental a los dos merce-
narios al mismo tiempo.
Los cuerpos de Diana y Christopher, afectados por la con-
taminación mental, empezaron a moverse en contra de la vo-
luntad de sus dueños. Aunque quizás fuese más correcto decir
que dicha voluntad había sido exterminada y, por tanto, no
podía ofrecer ningún tipo de resistencia. Los mercenarios, con
pasos rápidos, se acercaron a los cadáveres de Paukas y John
y rebuscaron con torpeza en sus mochilas. Tardaron un poco
en encontrar lo que buscaban debido a que aún no veían del
todo bien, pero, gracias al sentido del tacto, consiguieron lo-
calizar y sacar las máscaras de gas que cargaban las dos
víctimas. Para entonces, Ishtar ya estaba al borde de perder la
consciencia y no dejaba de toser y escupir sangre, sintiendo
como sus vías respiratorias se quemaban por dentro. Los
agentes de SEGDIAN, con aquella expresión ausente, se
acercaron a Ishtar y a Hans corriendo y, rápidamente, les pu-
sieron las máscaras antigás.

~ 254 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 18

El tercer renacimiento

En un lugar yermo y sin vida, excavado en la tierra a unos


setenta metros de profundidad y perdido en el tiempo, se ubi-
caba un viejo búnker centenario de tiempos de la Guerra del
Ultimátum. Una fortificación en cuyo interior se encontraban
secretos perdidos y tecnología ahora desconocida, clasificada
de ultrasecreta mucho tiempo atrás. Sin embargo, tras cien
años en el olvido, algo estaba a punto de cambiar en aquella
instalación…

—Alerta… Reserva de energía en estado crítico… Alerta…


Reserva de energía en estado crítico. Integridad del sistema
en peligro.

Una voz grave, monótona y masculina llevaba anunciando


periódicamente ese mensaje por unos altavoces desde hacía
seis horas. No obstante, las personas que debían haberlo escu-
chado hacía mucho tiempo que dejaron de existir: sus cadáve-
res momificados se hallaban repartidos a lo largo y ancho de
las instalaciones. El anuncio, que en realidad era producido
por un antiguo sistema computarizado, estaba a punto de ter-
minar. Una cuenta atrás se había activado dos horas atrás,
mostrando el tiempo que restaba para que se acabara la energ-
ía que había preservado la tecnología que en aquel búnker se
guardaba. Dicha cuenta estaba tocando a su fin.

~ 255 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Cinco minutos para la desconexión del soporte vital. In-


tegridad de Aululim en peligro. Iniciando protocolo trescien-
tos dos de supervivencia. Necesaria conexión urgente a
módulo energético para cancelar protocolo crítico de super-
vivencia.

Una débil luz roja parpadeaba junto a un viejo ordenador


cuántico cuyo delgado monitor se encontraba cubierto de una
espesa capa de polvo. En su pantalla se escribían a gran velo-
cidad millones de extraños caracteres de aspecto indescifra-
ble.
En un rincón, rodeado de una enorme cantidad de cables,
había un habitáculo ovalado y metálico, anclado en vertical a
una de las paredes de hormigón, con una gran compuerta de
grueso metacrilato. En su interior, en un inducido sueño cen-
tenario, se hallaba un hombre de rasgos completamente simé-
tricos, casi divinos, sin imperfecciones de ningún tipo, que
atesoraba una belleza hipnotizadora. Su alto y atlético cuerpo,
que semejaba al de las canónicas estatuas griegas en cuanto a
su contextura, estaba cubierto de cables y vías intravenosas
clavadas a cientos sobre su piel. Aquel prodigioso ser se en-
contraba enclaustrado vivo en esa cámara de criogenización
desde hacía ya un siglo. Un largo sueño artificial lo tenía su-
mido en una especie de cárcel para su mente, completamente
aletargada, que se encontraba desactivada por intensos cam-
pos electromagnéticos dirigidos a zonas específicas de su ce-
rebro.

~ 256 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—… Dos minutos para la desconexión. Riesgo de contami-


nación psíquica inminente. Activando protocolo de emergen-
cia Gamma fase uno. Todo el personal no imprescindible de-
be evacuar las instalaciones.

La voz electrónica se volvió más grave y cavernosa a causa


del descenso de potencia. Varios ordenadores se apagaron de
repente y la luz roja parpadeante que iluminaba aquel lugar
perdió intensidad. Unos brazos articulados mecánicos, ubica-
dos dentro de la cabina con puerta transparente, inyectaron
una serie de líquidos de naturaleza desconocida en el orga-
nismo del durmiente…

—Treinta segundos. Protocolo de emergencia Gamma fase


dos activado. Imposible recuperación del sistema. Todo el
personal debe evacuar inmediatamente las instalaciones.
Riesgo de contaminación psíquica inminente…

El extraño sonido de algún tipo de motor perdiendo veloci-


dad hasta detenerse se escuchó en aquel búnker. Más compu-
tadoras se apagaron de repente.

—Quince segundos. Protocolo Gamma fase tres activado.


Liberación de Aululim en… diez, nueve, ocho, siete, seis, cin-
co…, cuatro…, tre…

La energía se agotó y todo quedó en silencio.


En ese momento, los cinturones que mantenían erguido el
cuerpo del durmiente en el interior del sofisticado habitáculo

~ 257 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

vertical se desbloquearon, y el hombre cayó tan pesadamente


contra la cubierta cristalina de la cámara de criogenización
que esta giró con brusquedad sobre sus goznes y le hizo caer
al suelo. El centenar de cables y vías que tenía incrustados
fueron arrancados de golpe y dejaron multitud de pequeños
orificios en su piel, de los que no tardaron en manar pequeñas
gotitas de sangre. El dolor inicial fue tan intenso que el cau-
tivo despertó de su largo sueño, y sus azules ojos, brillantes
en la penumbra como los de un felino, se abrieron sobresalta-
dos. Gesticuló un grito del que no nació sonido alguno y, muy
dolorido, se encogió en posición fetal tratando de darse con-
suelo. El sufrimiento cesó a los pocos segundos; sin embargo,
él permaneció en esa posición durante un largo rato, asustado
y sin entender qué hacía allí y extrañado de todo cuanto esta-
ba pasando. No entendía nada. ¿Quién era él? ¿Dónde se en-
contraba?
Justo al lado del receptáculo del que había caído, expulsado
por la acción de la gravedad tras su largo sueño, había unas
láminas de metal muy pulido de gran tamaño ancladas a la
pared. Tirado en el suelo, todavía en aquella encogida posi-
ción, se vio reflejado en ellas a pesar de la ligera capa de pol-
vo que las cubría y, al hacerlo, fue incapaz de reconocerse a sí
mismo.
No recordaba casi nada salvo un nombre, el cual no estaba
seguro de que fuera en verdad suyo: Hans Ansdifeng. Todo lo
demás era extraño para él. Su mente estaba prácticamente en
blanco, casi como si acabase de nacer. Es más, este mismo
concepto, «nacer», era algo que tampoco podía entender.
Según su actual y simplón punto de vista, él había aparecido

~ 258 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

en aquel lugar y el tiempo de su existencia había empezado a


correr, nada más.

Aburrido de estar tirado de esa manera durante tanto rato,


apoyó las manos en el suelo y alzó el torso para poder mirar
mejor a su alrededor. Se encontraba en una pequeña sala de
unos treinta metros cuadrados, plagada de todo tipo de extra-
ña maquinaria y avanzados ordenadores, todos ellos apaga-
dos. Gran parte de las paredes estaban cubiertas de densos
manojos de polvorientos cables entrecruzados, recorriéndolas
de lado a lado, excepto una, que, en su lugar, tenía un enorme
cristal blindado que dejaba ver, a través de él, un pasillo de
paredes de hormigón que conducía a un destino incierto. La
iluminación era exigua, apenas había una bombilla de LED
roja parpadeante y otras cinco de muy escasa potencia pega-
das a la pared. Todas las demás o se habían estropeado o no
tenían energía. El silencio era total. Un desagradable y denso
olor rancio colmaba el aire pobremente oxigenado. Tal hedor
provenía de la docena de cadáveres momificados vestidos con
batas blancas que yacían esparcidos por el búnker. No tenían
ningún tipo de marca que aclarase una posible muerte violen-
ta. Simplemente, estaban tirados en el suelo o aún sentados en
sus sillas, como si hubiesen caído presas de alguna extraña
enfermedad súbita que los había matado en un instante.
Ante tal grotesca visión, Hans no mostró más asombro con
ellos que con cualquier otra cosa que estuviese viendo en
aquel momento. En su completa ignorancia del mundo que le
rodeaba, no sabía que esa visión debiera impactarle, pues, en
realidad, la muerte le era tan ajena como el propio nacimien-

~ 259 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

to. Todo era nuevo para él, ni siquiera sentía que fuera de la
misma naturaleza que los cadáveres a los que veía tan arruga-
dos, malolientes y secos. No, ellos no eran como él, eran bas-
tante feos desde su punto de vista. Por lo que, de forma sor-
prendente para una persona normal, no les dedicó más que
unos pocos segundos de su interés. También a una persona
normal le hubiese resultado cuanto menos curioso comprobar
que le causaban mayor admiración las bombillas de emergen-
cia, que iluminaban escasamente aquella sala, que las decenas
de ordenadores y paneles de control de avanzadísima tecno-
logía, aunque apagados, que atestaban el angosto búnker.
Se incorporó con torpeza y, durante un buen rato, fisgoneó
por la habitación como un niño chico lleno de curiosidad, pe-
ro sin saber bien con qué objetivo. Tecleó en varios ordenado-
res sin tener ni idea de su uso, rebuscó dentro de algunos ar-
marios, encontrando en ellos toda clase de cosas raras cuya
utilidad desconocía, y abrió un sinfín de libros sin saber leer.
Al cabo de un rato, tras hacer mucho destrozo aquí y allá, se
dio cuenta de algo muy importante: tenía hambre. Algo que,
si bien nadie le había explicado lo que era, tenía bien grabado
entre sus más primarios instintos. Por lo que si antes empezó
a rebuscar cosas por el mero hecho de satisfacer su curiosi-
dad, volvió a repetir la búsqueda, pero esta vez con la sana
intención de meterse algo nutritivo en la boca. Y puede que
quizás no recordase casi nada anterior a aquel lugar y mo-
mento, pero tal limitación no le había negado el recuerdo de
sabores y cosas que se podían comer. Tenía la certeza de que
si encontraba algo digno de ser zampado, lo reconocería.

~ 260 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Con cierta tranquilidad, estuvo buscando alimentos por to-


das partes, pero tras mucho trastear, su estómago emitió un
rugido quejumbroso y Hans empezó a sentir impaciencia por
llevarse algo a la boca. Tenía que encontrar comida, pero no
sabía cómo. Se hallaba enclaustrado entre cuatro paredes,
pues, aunque una de ellas parecía tener un gran agujero de
salida, era una pared traidora y engañosa, ya que, tratando de
atravesarla, se había aplastado la nariz contra ella. Así pues,
se encontraba sin salida aparente y eso le ponía nervioso.
Comenzó a moverse de un lado a otro, cada vez más acu-
ciado por una creciente sensación de miedo. Miedo a no po-
der saciar su hambre y a quedarse allí encerrado. Su ingenuo
plan de buscar comida cambió radicalmente por el de salir de
aquel lugar tan rápido como fuese posible. Fuera de ese sitio
debía de haber comida, estaba seguro de ello. Sin embargo,
no veía forma de escapar. La sala se hallaba cerrada a cal y
canto con una enorme puerta de acero que, para alguien que
no sabía qué era, parecía una porción más de pared, pero con
distinto color y aún más dura.
Fuera de sí, como un animal salvaje acorralado, emitió un
grito frustrado y comenzó a destrozar todo cuanto se puso a
su alcance: sillas, monitores, armarios, libros, cables; todo era
susceptible de ser arrasado. Fue entonces, en aquella vorágine
destructiva, justo en el momento en que estaba a punto de
golpear con sus puños una estantería metálica, cuando algo le
dejó completamente paralizado y tembloroso. Junto a unos
antiguos libros de Física reposaba una fotografía de la que no
se había percatado en los escrutinios anteriores. Fue verla y
un escalofrío recorrió todo su cuerpo con tanta fuerza que

~ 261 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

sintió que iba a perder el conocimiento. Sus piernas flaquea-


ron y tuvo que sostenerse en el mueble metálico para no caer.
La fotografía, descolorida y algo deslustrada por el tiempo,
mostraba tres personas posando juntas, sonriendo y cogidas
de la mano. Una de ellas parecía una mujer de no más de
treinta años, embellecida con un atrevido vestido rojo con un
corte lateral que dejaba ver claramente una de sus largas pier-
nas. Tenía unos ojos grandes y grises, la piel muy blanca y los
labios pintados de un rojo intenso. Una larga cabellera negra
y ondulada terminaba de darle un aspecto similar al de una
actriz de cine de principios del siglo XXI. Junto a ella, con una
apariencia mucho menos ostentosa y sencilla, había una ado-
lescente pelirroja de catorce o quince años de edad ataviada
con un corto vestido de verano amarillo, que estaba abrazada,
sonriente, a un chico más alto que ella, pero que, sin duda, era
todavía menor de edad. El joven en cuestión tenía un parecido
exagerado con Hans Ansdifeng, solo que más delgado. El
hombre se quedó mirando la fotografía, muy impactado. La
impresión fue tan fuerte que la dejó caer al suelo, rompiéndo-
se el marco que la protegía. Un estallido de imágenes golpeó
violentamente su cerebro hasta el punto de sentir la necesidad
de apretar su cabeza con las manos y clavarse las uñas en la
carne.
¿Quiénes eran esas personas? ¿Por qué aparecía alguien
como él en aquella imagen? ¿Por qué no era capaz de recor-
dar quién era?
De pronto, se vio sacudido por una sensación de enorme
melancolía y, sin saber bien por qué, se dejó caer al suelo de
rodillas, acuciado por una gran tristeza.

~ 262 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Una oleada de conocimientos llegó a su cerebro de manera


inesperada y, acto seguido, apareció una voz en su cabeza.

El sueño se fue diluyendo al tiempo que diferentes ruidos


exteriores parecían sacarle de su letargo. Hans Ansdifeng,
echado sobre una superficie dura y fría, recuperó el conoci-
miento y abrió lentamente los ojos… Dos siluetas borrosas se
perfilaban justo frente a él.
—¿Está despertando? —dijo una voz masculina.
—Sí, eso parece —contestó otra femenina.
—¿Cómo puede ser eso? ¿Has visto las heridas que tenía en
el estómago?
—¿Cómo no verlas? —le preguntó la mujer—. Debe de ser
igual que ella.
—¿Y ella?
—Ya sabes lo que nos dijo: que no la esperásemos. La prio-
ridad es él.
—Lo que no entiendo es por qué ahora estamos de parte del
enemigo —le comentó el varón.
—¿Acaso podrías atacarla?
—No, la verdad es que no —confesó el hombre—. No
después de saber lo que sabemos de ella.
—Ella nos ha abierto su alma, nos ha contado todo lo que
recuerda. Es como si la conociese desde hace años.
—Nos está mirando…

~ 263 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 19

Aliados por la fe

Los ojos de Hans se abrieron de par en par al percatarse de


que aquellas dos personas con máscaras de gas puestas sobre
sus rostros eran dos esbirros de SEGDIAN. Alertado, trató de
moverse, pero su cuerpo apenas le hizo caso.
—¡Quieto ahí! —le ordenó la mujer al tiempo que le apun-
taba con su fusil.
—¡Ni te muevas! —le advirtió el hombre.
Hans, que también llevaba protección antigás, se quedó in-
móvil y callado. Era inútil resistirse, estaba demasiado débil y
mareado para poder hacer absolutamente nada contra ellos. Se
hallaba a su completa merced.
Contrariado, y algo asustado, miró de reojo a su alrededor
para hacerse una idea de cuál era su situación actual. Lo que
vio lo dejó bastante perplejo. Se encontraba en un amplio y
largo túnel húmedo de hormigón y ladrillo, con una especie
de canal en el centro. De su interior, escuchaba el transcurrir
de un cauce de agua, aunque por la escasez de luz no podía
ver más que unos ocasionales reflejos que parecían confirmar
tal hipótesis. Hans no entendía nada. Aquel sitio parecía ser
parte del sistema de alcantarillado de la ciudad. Por suerte, su
apestoso hedor no le llegaba al olfato gracias a la máscara
antigás. Pero ¿qué hacía él ahí? ¡¿Y por qué estaba junto al
enemigo?! ¿Acaso le habían capturado? Todo se hallaba muy
oscuro y solo podía ver algo con la ayuda de los haces de luz

~ 265 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

de las linternas que los dos agentes de SEGDIAN habían de-


positado en el suelo.
—Así que te llamas Hans… —comentó la mujer en tono
cáustico—. No tengo ninguna simpatía hacia ti, pero puedes
estar tranquilo: no vamos a hacerte ningún daño.
Ansdifeng la miró con desconfianza.
—¡Je, je! Diana, no se fía de ti. No me extraña, tienes una
cara de cabrona… Es normal —bromeó el compañero de la
rubia.
—¡Cierra el pico, Christopher!
El mercenario sonrió y se puso de cuclillas frente a Hans.
—Imagino que por nuestra vestimenta te habrás dado cuen-
ta de que somos agentes de SEGDIAN, tus enemigos —le
comentó Christopher con un ligero tono de resignación—. Y
tienes razón, al menos de manera oficial. Sin embargo, parece
que todo ha cambiado para nosotros: ahora, estamos metidos
en un buen lío.
Hans no dijo nada, le observó en silencio, y después, sin-
tiendo dolor, se quedó mirando extrañado su vientre, que aho-
ra estaba cubierto por un grueso vendaje humedecido con
algún tipo de ungüento. Diana, que no le quitaba ojo de enci-
ma, se percató de ello.
—Te lo hemos puesto nosotros, aunque te parezca increíble
—le aseguró ella, sin dejar de apuntarle con el fusil—. El un-
güento que llevan las vendas ayudará a regenerar tu piel. Es
una creación de SEGDIAN para sus tropas en combate. Ayu-
da a tratar heridas graves, aunque me temo que no tan graves
como las tuyas. No me extrañaría que tuvieses dañada la
médula espinal.

~ 266 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Christopher negó con la cabeza y sonrió.


—Debes de ser prodigioso si Ishtar tiene esperanzas de que
te puedas curar de esas heridas.
Hans reaccionó enseguida al escuchar el nombre de la mu-
jer de cabellos verdes.
—¡¿Ishtar?! ¡¿Qué sabéis de ella?! —preguntó alterado
mientras trataba de incorporarse.
Diana, con su bota militar, le empujó el hombro contra el
suelo y lo forzó a permanecer echado.
—Cálmate, hermosura. Te dijimos que no te movieras —le
recordó Diana en tono agradable, aunque con un matiz autori-
tario.
Hans, fastidiado por encontrarse en semejante situación,
sintió deseos de matarlos, pero no se hallaba en condiciones
de plantarles cara. Tampoco estaba armado, aunque eso no
hubiese sido un inconveniente de estar en plenas condiciones
físicas. Christopher contestó, en parte, la pregunta del asesi-
no.
—Estamos ayudándote porque Ishtar nos lo pidió.
Hans lo miró incrédulo. El mercenario continuó:
—No sabemos cómo lo hizo. Imagino que debe de ser
algún tipo de habilidad especial que tienen los pro-humans.
De alguna forma, ella nos ha hecho partícipes de cosas que
nosotros no hubiésemos creído de otra manera. Cosas del pa-
sado, cosas de antes de que siquiera hubiésemos nacido. Aho-
ra sabemos lo que ella siente y ella sabe lo que nosotros sen-
timos. Y eso ha cambiado completamente nuestro mundo,
hasta tal punto que ya no podemos seguir haciendo lo que
hacíamos. Esa verdad que nos ha mostrado no sé explicarla

~ 267 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

con palabras —confesó el mercenario—, pero, si tuviese que


elegir una forma de describirlo, diría que es la verdad que hay
detrás de la fe. Diana y yo, ahora, tenemos fe en ella y ya no
somos capaces de desearle ningún mal.
Hans los miró extrañado, pero en silencio. Al hablar de
aquello, Christopher tenía una expresión en su rostro similar
al éxtasis de un creyente que asegura haber visto a su dios y
está lleno de gozo espiritual. Aunque eso era algo que Hans
no podía ver tras la máscara antigás del mercenario. Solo pod-
ía imaginarlo por la intensidad de sus palabras. Con un pen-
samiento mucho más racional que ellos, supuso que el cambio
brusco de actitud debía de ser producto de la contaminación
mental de los pro-humans. Finalmente, se atrevió a preguntar:
—¿Y ella? Si lo que decís es cierto, ella tendría que estar
aquí.
Los agentes de SEGDIAN se quedaron callados durante un
rato.
—Debes de ser muy importante para ella —aseguró Chris-
topher al fin.
Esa afirmación preocupó a Hans.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó temeroso.
Diana negó con la cabeza.
—Pasa que tú eres todo para ella —aseveró Diana, mal-
humorada—, y no es estúpida. Sabía que, mientras no la loca-
lizasen, SEGDIAN no iba a parar de buscar. De nada nos
habría servido escondernos de ellos en las alcantarillas. En
SEGDIAN estamos acostumbrados a que las ratas de la resis-
tencia tengan rutas de escape por sitios como estos; más pron-
to que tarde, nos habrían atrapado. Ella pareció comprender

~ 268 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

esto y, al darse cuenta, nos pidió que huyésemos y te prote-


giésemos. Nos dijo varias cosas, pero la que más recuerdo,
porque me llamó mucho la atención, es que era imprescindi-
ble que sobrevivieras, que nadie en este mundo era más im-
portante que tú, no solo para ella, sino para todos nosotros.
No tengo ni idea de por qué, pero nos aseguró que eras dema-
siado importante para caer en manos de ellos. Nosotros nos
quedamos sorprendidos, pero ella no nos quiso contar más.
Simplemente, nos abrazó, nos deseó suerte y se marchó. Eso
fue hace ya cuatro horas.
—¡¿Cuatro horas?! —se espantó Hans, que de nuevo hizo
ademán de levantarse, aunque la bota de Diana volvió a im-
pedírselo.
—Eres duro de mollera, ¿eh, guapito de cara? —le dijo la
mujer—. Te he dicho que no te muevas. No esperes cortesía
de mi parte. Solo te ayudo porque ella me lo pidió.
Christopher, al ver el nerviosismo de Hans, intervino.
—Escuchamos una explosión mientras estábamos aquí aba-
jo, pero no sabemos qué es lo que ha pasado. En cuanto nos
despedimos de ella, te llevamos lo más lejos que pudimos.
Igual de eso hace ya mucho, creo que ya es tarde para hacer
nada. En cuatro horas pueden haber pasado miles de cosas. Si
te sirve de algo, te diré una algo…: Ishtar está viva. SEG-
DIAN la quería viva. Si la han atrapado, no debe de haber
sufrido muchos daños. Mi consejo es que te tranquilices, te
cures si de verdad puedes, y luego ya veremos si es posible
hacer algo para ayudarla.
Hans quería ignorarlos. Ansiaba levantarse y salir corriendo
para auxiliar a la mujer de cabellos verdes, sin importar las

~ 269 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

consecuencias. Pero sabía que no podía hacer nada. No era


capaz de mover sus piernas, casi no las sentía. Así que no
había nada que pudiera hacer de momento. Frustrado, se man-
tuvo en silencio, observando a aquellos dos agentes de SEG-
DIAN. Le intrigaba sobremanera que Ishtar pudiera mantener
la contaminación mental incluso no estando cerca de ellos.
¿Acaso los había hipnotizado?
—Estoy preocupada por Mike y Jack —confesó Diana—.
Espero que no les haya pasado nada. Ojalá la resistencia no
los haya matado.
—Sí, yo también lo espero —se mostró de acuerdo Chris-
topher mientras se sentaba en el suelo, cansado de estar de
pie—. ¡Joder! Aún me pitan los malditos oídos y estoy medio
sordo. Esos cabrones de Hades…
—A mí también me molestan todavía. Voy a tener unas
cuantas palabras con ellos si los vuelvo a ver —afirmó Diana,
enfadada al recordar la bomba aturdidora.
—Por cierto, Diana…, deja ya de apuntarle —dijo el mer-
cenario refiriéndose a Hans—. No se va a mover de ahí y
tampoco tiene razones para atacarnos.
La mujer de coletas rubias miró fijamente al sicario de
Night Carnival, y tras encogerse de hombros, hizo caso a su
compañero, bajó el rifle y se sentó a su lado. En el fondo, es-
taba bastante cansada. Christopher sonrió tras su máscara.
—Esto es lo más cercano a una cita que he tenido contigo
nunca —comentó en tono jocoso el mercenario.
Diana negó con la cabeza.
—¿En qué se parece esto a una cita?, ¿en la mugrienta agua
llena de heces trituradas que tenemos delante?

~ 270 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

El mercenario no contestó, solo levantó la mirada hacia el


húmedo y mohoso techo verdoso y sonrió. Se alegró de llevar
la máscara puesta y no tener que oler semejante pestilencia.
Estaba agotado. Había cargado a Hans sobre su espalda du-
rante tres horas y media, recorriendo casi ocho kilómetros, y
se sentía dolorido, por lo que tan solo quería descansar un
rato antes de tener que volver a cargarlo y salir de las alcanta-
rillas.
—Por cierto, Hans —dijo de pronto Diana mientras, senta-
da, se abrazaba las piernas con los brazos—. ¿Eres un pro-
human?
La pregunta pilló por sorpresa al asesino, que sintió un es-
calofrío por todo su cuerpo; incluso por sus insensibilizadas
piernas. Le tomó un rato responder, pues en su cabeza empe-
zaron a llover las dudas. Las extrañas evocaciones que tuvo
cuando se reencontró con Ishtar dejaban claro que así lo era,
pero también el fresco recuerdo de cómo despertó en ese ex-
traño búnker suponía una contundente confirmación de aque-
llo. Entonces, ¿por qué dudaba? Si él siempre se había sentido
diferente a los demás, si no se creía uno más, ¿por qué duda-
ba?
—No lo sé —le contestó finalmente a la mujer.
—¿No lo sabes? —se extrañó Diana—. ¿Cómo no puedes
saber algo como eso?
—Creo que sí —aclaró el asesino, muy serio—, pero no lo
sé a ciencia cierta. Solo tengo vagos recuerdos.
Christopher, aún mirando al techo con su cabeza apoyada
contra la pared, habló.

~ 271 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Yo estoy seguro de que lo eres. Solo hace falta verte:


eres tan perfecto como ella —confesó el mercenario—. Aun-
que todavía no podía controlar mis movimientos, me fijé en
vuestros rostros antes de que os pusiéramos las máscaras. No
tenéis ni una sola cicatriz. Ni un lunar ni una peca ni una
mancha en la piel. Es como si esta se os pudiera regenerar a la
perfección. Y esos ojos… Tenéis ojos extraños, ojos que dan
miedo mirarlos de frente, ojos intimidantes que hacen sentir
inferior al observador. Parecéis humanos, pero no lo sois.
Sois otra cosa.
Hans lo escuchó con atención, pero no comentó nada. Le
sorprendía lo que decía aquel hombre, pero no quería mostrar
sus sentimientos. Él no era de mucho hablar. Cerró los parpa-
dos y suspiró. ¿De dónde venía él realmente? ¿De verdad era
un pro-human?
—Será mejor que durmamos un rato —aconsejó Diana—.
Al menos, un par de horas, hasta que sea bien de noche y todo
el mundo arriba esté durmiendo. Luego, saldré yo e iré a ver a
mi amiga, que está estudiando aquí en Berlín. Traeré su vehí-
culo, suponiendo que tenga, y con él llevaré a Hans hasta su
casa. Allí estará seguro. SEGDIAN no sabe que existe otro
pro-human, por lo que no lo estarán buscando.
—Me parece bien —dijo Christopher mientras cerraba los
ojos—, necesito descansar.
Hans mantuvo su mutismo, acuciado por las dudas y la pre-
ocupación. ¿Qué habría sido de Ishtar? Resultaba tan frustran-
te no poder hacer nada por ella. Si en verdad era un pro-
human, debía recuperarse cuanto antes para auxiliarla. Sabía
que dormir le ayudaría a conseguirlo, por lo que se dejó llevar

~ 272 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

por la somnolencia que sentía y pronto su mente se desco-


nectó parcialmente del mundo real.
Diana se quedó mirando a Hans. Estaba convencida de que
aquella persona debía de ser un pro-human de la legendaria
A2plus. Pocas veces había visto a un hombre con una piel tan
cuidada como la suya. Emitiendo un largo aunque silencioso
bostezo, programó la alarma de su reloj de pulsera para que
sonase pasadas dos horas. Después, sin quitarse la máscara,
debido al nauseabundo olor de las cloacas, apoyó la cabeza
sobre el hombro de Christopher y, observando a Hans Ansdi-
feng, pronto quedó sumida en un profundo sueño.

~ 273 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Capítulo 20

Marcados por su destino

Cuatro horas atrás…

Un antiguo vehículo de hidrógeno circulaba a una media de


cuarenta kilómetros por hora por los intrincados y sucios su-
burbios del norte de Berlín. En su interior, Boumann y Pierre
se afanaban por llegar lo antes posible al lugar donde se en-
contraba su compañero. Sin embargo, no podían ir más rápido
debido a la estrechez de algunas calles y las muchas curvas
que se veían obligados a tomar.
—Estamos tardando mucho —le reprochó Boumann al
francés.
—¡Lo sé! —dijo exasperado Pierre—. ¡Ha sido mala suerte
que la maldita calle principal estuviese cortada por obras!
¡¡Por obras!! ¡¿Cuándo hay obras en los suburbios?! —se
preguntó Pierre, indignado.
—Creo que nunca —contestó Boumann con su habitual se-
riedad.
Pierre rezongó algo ininteligible y siguió conduciendo lo
más rápido posible. Mientras lo hacía, sintió como la radio,
que estaba debajo de su gabardina, vibraba. La de Boumann
también recibió la llamada.
—Alguien nos llama. Responde tú, Boumann, que yo no
puedo conduciendo por esta mierda de laberinto.
—Bueno…

~ 275 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Boumann cogió su propia radio y, al hacerlo, observó sor-


prendido que quien llamaba era Patrick. Inmediatamente, con-
testó.
—¡Patrick!, ¿eres tú? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo estás?
Patrick había recuperado el conocimiento hacía solo unos
instantes y tenía la ropa destrozada por los impactos no letales
de las armas de Creed y su grupo. Su cuerpo se veía lleno de
cardenales y le dolía al respirar. Se encontraba muy magulla-
do y desorientado y apenas podía moverse.
—Sí, Boumann, soy yo —dijo el gigantón en tono quejum-
broso.
—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó el alemán, tratando de
parecer sereno.
—Daos prisa —les pidió con la voz ahogada Patrick—.
Creo que han gaseado todo esto; aquí huele fatal.
—¿Dónde te encuentras? —preguntó Boumann, preocupa-
do, al ver que Patrick les pedía ayuda. ¡Patrick nunca pedía
ayuda!
—Os dejo la baliza activada. Estoy en la azotea de un edifi-
cio. —Patrick tosió varias veces y emitió un ligero quejido—.
En frente de la pastelería donde localizamos a esa cosa de
pelo… —Un acceso de violenta tos le interrumpió.
—¡Patrick!, ¿estás bien?
—Joder… Escupo sangre —dijo con la voz muy ronca—.
Traedme una máscara de gas o de esta no salgo.
—Ya te la traemos. Tan solo aguanta y trata de buscar refu-
gio en algún lugar, ¿de acuerdo?
No hubo respuesta.

~ 276 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—¿Patrick? ¿Qué pasa? —preguntó preocupado Bou-


mann—. ¡Patrick!
Pierre, que seguía conduciendo, miraba de reojo a su com-
pañero.
—¿Qué ocurre con Patrick? —preguntó el líder de Crisol.
—Aceleremos, se está muriendo. Han gaseado la zona.
—¡Hijos de puta! —gritó furioso Pierre al tiempo que pe-
gaba un puñetazo al volante. Enseguida, hundió el pie en el
acelerador del vehículo.
El auto incrementó su velocidad hasta la temeridad, cho-
cando de vez en cuando con pequeños obstáculos urbanos
como cubos de basura, papeleras, desperdicios, y tomando las
curvas con sonoros y peligrosos derrapes. Finalmente, tras
muchos desvíos más, consiguieron alcanzar una calle princi-
pal y el vehículo pudo acelerar hasta los cien kilómetros por
hora. Pierre estaba iracundo y conducía con los dientes apre-
tados.
—Boumann, ten el arma lista, y bien colocadas esa gabar-
dina y la máscara. Haya o no bloqueos de SEGDIAN, los
pienso atravesar.
—No te preocupes. Ya estoy listo —le informó al tiempo
que quitaba el seguro de su arma.
El alemán se asomó por la ventana y observó a lo lejos un
retén de agentes de SEGDIAN apostados en la carretera,
quizás para impedir que otras personas entrasen en la zona
gaseada. El retén estaba formado por dos vehículos civiles
—colocados de tal forma que bloqueaban la calzada— y por
siete agentes de SEGDIAN que no pertenecían al equipo de
Montgomery.

~ 277 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¡Fuego! —gritó Pierre al estar a menos de cien metros de


ellos.
Boumann, sin dudarlo, apretó el gatillo de su rifle de asalto
y una larga ráfaga de proyectiles ametralló el área donde se
encontraban sus enemigos. Dos de ellos cayeron al suelo por
la fuerza de los impactos, aunque sus excepcionales protec-
ciones les salvaron la vida y casi no sufrieron daños. Los
otros cuatro que vigilaban respondieron al fuego y comenza-
ron a disparar como locos. El automóvil de Pierre pronto em-
pezó a llenarse de agujeros. El francés se agachó para prote-
gerse el rostro y aceleró aún más para arrollar el retén. El in-
terior del vehículo, debido al intenso ataque enemigo, se con-
virtió en una vorágine de cristales, proyectiles y trozos de
metal volando en todas direcciones. Boumann, tapándose la
cara con un brazo y disparando casi a ciegas con una sola
mano, acabó por obligar al enemigo a ponerse a cubierto.
Hecho esto, se metió raudo en el vehículo y se encogió al ver
lo que se avecinaba.
El vehículo, lleno de agujeros y sin cristales, se abalanzó
como un poderoso ariete contra el retén a gran velocidad y
chocó con violencia contra él, justo donde los dos vehículos
civiles que servían como barricada se unían. Al instante, fue-
ron apartados con un sonoro impacto, y cientos de trozos de
pequeños metales y vidrios salieron despedidos en todas di-
recciones. Algunos agentes resultaron atropellados y queda-
ron inconscientes en el suelo; los que salieron indemnes se
dieron la vuelta y siguieron disparando al vehículo sin dema-
siada puntería, hasta que lo perdieron de vista.

~ 278 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—¡Adoro estas gabardinas! —gritó eufórico Pierre cuando


pasó el peligro.
—Sí, son muy útiles —reconoció el alemán en su habitual
tono tranquilo—. Lástima que no cubran la cara: me han llo-
vido los cristales sobre la máscara.
Pierre lo miró un instante y volvió a poner su atención en la
carretera.
—Tranquilo, tu máscara está intacta, al menos yo no veo
nada roto. Estarás bi… —El vehículo, de pronto, dio un brin-
co—. Pero ¿qué demonios…?
—Parece que hemos cogido un bache —comentó Bou-
mann, que no tardó en darse cuenta de la naturaleza del suso-
dicho.
Al doblar una esquina, el aterrador espectáculo creado por
el Hálito de Caronte dejó sin palabras a los dos miembros de
Crisol. Lo que habían creído un bache a buen seguro debió de
ser una persona, pues ante sus ojos, a cada pocos metros, hab-
ía más y más cadáveres tirados en el suelo, muchos de ellos
sobre la carretera, con torturadas expresiones en sus rostros.
Pierre detuvo el motor del vehículo y se hizo un silencio casi
absoluto. Había demasiados cuerpos como para poder pasar
con él sin atropellarlos y destrozarlos.
—Esto es espantoso —dijo Pierre, que se sentía impresio-
nado al ver la cantidad de gente inocente muerta en las calles.
Boumann miró en derredor, observando la masacre. Allí se
podía ver de todo: niños, mujeres, estudiantes, ancianos, va-
gabundos, trabajadores…

~ 279 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—No es la primera vez que SEGDIAN o los militares


hacen algo como esto —afirmó circunspecto el alemán—. Es
una de las razones por las que me salí del ejército.
Las calles estaban en completo silencio. No se percibía ni
un solo signo de vida. Los lamentos y gritos que minutos
atrás inundaban agónicos las callejuelas de los suburbios ya
quedaron silenciados. El Hálito de Caronte había finalizado
cruelmente su trabajo, aunque aún seguía envenenando el ai-
re. Pierre quedó impresionado por aquel espeluznante silencio
y lo que significaba. Era tal la ausencia de sonidos que podía
escuchar con claridad su propia respiración y hasta los latidos
de su corazón. No quedaba nada vivo.
—Vamos, Pierre, aquí ya no hacemos nada. Patrick nos ne-
cesita. No hay supervivientes, los muertos no sienten dolor y
necesitamos el automóvil para llegar a tiempo. Arranca y
vámonos.
Pierre miró los cadáveres y se horrorizó con la idea de pa-
sar por encima de ellos.
—No, Boumann, no pienso atropellarlos, yo no puedo con
eso. Estamos muy cerca ya, vayamos corriendo. No tardare-
mos más que unos pocos minutos en llegar.
Boumann revisó en su reloj las coordenadas de la posición
donde se encontraba la baliza de Patrick y observó que en
verdad se hallaban muy próximos. Mirando los cadáveres,
asintió.
—Como quieras, Pierre, pero démonos prisa o nos queda-
remos sin tiempo para ayudarle.
Pierre se puso a correr de inmediato. Boumann le siguió.

~ 280 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Lo que me pregunto es qué habrá sido de Hans


—comentó el francés mientras corría.
—A saber. Ese hombre es extraño. Es posible que esté
bien, pero que haya decidido hacer las cosas por su cuenta.
—La verdad, me da igual. No voy a llorar si le ha pasado
algo —confesó Pierre.
—No, yo tampoco. No se lo merece —se mostró de acuer-
do el alemán.
Tal y como calcularon, no les llevó mucho tiempo llegar
hasta el lugar donde instantes antes Hans e Ishtar se encontra-
ron. En su carrera, descubrieron que la terrible matanza había
sido algo generalizado y, en más de una ocasión, los dos
miembros de Crisol casi cayeron al suelo al pisar una mano,
un brazo o una pierna de alguno de los cientos de cadáveres
que yacían esparcidos por la calle. También habían empezado
a sentir la quemazón que provocaba el gas en la piel expuesta,
aunque estaban tan preocupados por llegar a tiempo, y tan
impactados por la carnicería, que no se fijaron demasiado en
el leve pero continuo dolor que su piel irritada les provocaba.
—Debe de estar en esa azotea —opinó Boumann, con la
respiración agitada, mientras apuntaba al edificio que había
en frente de la pastelería Dulces y Sonrisas—. La señal de la
baliza viene de allí.
Pierre miró en derredor, temiéndose que pudieran aparecer
enemigos por cualquier parte, incluida la peligrosa mujer de
cabellos verdes. No vio nada de eso, pero sí descubrió el
cuerpo inmóvil de Creed y a sus compañeros muertos.

~ 281 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—En este lugar ha habido una batalla. Algo parece haber


explotado aquí —sentenció Pierre al ver que había un cuerpo
mutilado.
—Eso da igual. Vamos, Pierre, subamos cuanto antes.
—Sí.
Entraron en el edificio que marcaba la señal de la baliza y
descubrieron que en el portal de entrada también había algu-
nos cadáveres. Los ignoraron y llamaron al ascensor del edi-
ficio con la esperanza de no tener que subir once plantas, pe-
ro, tal y como se temían, no funcionaba en absoluto. Resigna-
dos, pero sin perder una pizca de tiempo, se dirigieron, enton-
ces, a las escaleras y comenzaron a ascender a toda velocidad.
Diez plantas de interminables peldaños, más la carrera que
antes se habían dado, los dejó sin aliento. El último piso lo
subieron casi andando.
—Mierda, ¡qué oxidado estoy! —confesó Pierre, que casi
no podía ni con su alma.
Boumann también estaba extenuado, pero, fiel a su estilo,
no dijo nada. Tan solo siguió subiendo los últimos peldaños
hasta que alcanzaron la puerta de la azotea.
Pierre, que iba delante, la abrió con las pocas fuerzas que le
quedaban y, al hacerlo, frente a él, descubrió a su amigo Pa-
trick tirado en el suelo boca abajo, con sangre en la boca y
parte de su ropa destrozada.
El francés corrió hacia él y, sacando rápidamente una de las
máscaras que había robado a sus enemigos, se la puso al ya-
ciente. Apretó el botón que la activaba y una ráfaga de aire,
limpia de veneno, empezó a llegar a los pulmones del herido.

~ 282 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Estando en esta posición no creo que pueda respirar bien.


Ayúdame a darle la vuelta, que pesa demasiado para mí —le
pidió Pierre al alemán.
Ambos miembros de Night Carnival juntaron las pocas
fuerzas que les quedaban y consiguieron poner boca arriba a
su buen amigo. Al terminar, se quedaron tirados en el suelo,
exhaustos.
—Joder…, ¡cómo pesa el cabrón! —dijo Pierre casi sin re-
suello.
Boumann comprobó el pulso de Patrick con los dedos pues-
tos sobre su cuello. El gigantón tenía mal aspecto, pero su
pulso, sin embargo, era más o menos normal. Eso le hizo son-
reír.
—Creo que llegamos a tiempo, aunque no nos podemos fiar
—advirtió el alemán.
—Este mulo no se muere tan fácilmente. Tiene una vitali-
dad inhumana —bromeó Pierre, sonriendo, mientras extendía
su cuerpo en el frío suelo de cemento para descansar y recu-
perar un poco el aliento.
Boumann se sentó sobre una oxidada tubería de refrigera-
ción para coger también algo de aire.
—Esta misión está siendo un verdadero desastre —afirmó
pensativo el líder de Crisol mientras trataba de discernir con
la mirada la cúpula casi opaca de la ciudad, oculta en la pe-
numbra. Se podía intuir que había anochecido en el mundo
exterior, ya que, aunque muy poca, de día la bóveda dejaba
pasar una insignificante cantidad de luz. No obstante, en ese
momento, el colosal domo que cubría Berlín se veía tan negro
como un abismo.

~ 283 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Entonces, mientras se preguntaba cómo debía ser vivir en el


mundo fuera de las ciudades, el francés creyó ver algo en el
cielo, como un extraño reflejo y, alertado, activó el modo de
visión térmica de la máscara de gas.
La imagen natural dio paso a una realidad expandida en la
que las fuentes de calor dotaban a los colores originales de un
matiz fluorescente que los hacía resaltar sobre todas las de-
más cosas. Con ese tipo de imagen artificial, Pierre descubrió
las siluetas de tres helicópteros volando en modo sigilo,
acercándose a ellos a gran velocidad. Por su forma, parecían
un tipo de aeronave de vigilancia y transporte de tropas utili-
zado a menudo por Hades.
Pierre se incorporó raudo.
—¡Mierda! Boumann, ayúdame a meter a Patrick en el in-
terior del edificio. Helicópteros Centinela vienen hacia noso-
tros, nos detectarán por nuestro calor si nos quedamos aquí.
Boumann se apresuró a levantarse de la tubería en la que se
había sentado a descansar y, a toda prisa, sujetando los enor-
mes y musculosos brazos de Patrick, tiraron de él hasta meter-
lo en el edificio, en el pequeño descansillo que había antes de
salir a la azotea. Una vez hecho, entrecerraron la puerta, con
ellos dentro del inmueble, y Pierre trató de ver algo a través
de la pequeña abertura que había dejado a propósito.
Los aparatos voladores surcaron el cielo a gran velocidad y
el francés no tardó en perderlos de vista por culpa de su redu-
cido campo de visión. A dos manzanas de donde estaban los
miembros de Crisol, los centinelas se detuvieron en el aire y
empezaron a descender casi en completo silencio. Una gran
cortina de aire contaminado removió la basura y los desperdi-

~ 284 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

cios del suelo. Estos volaron en todas direcciones, alejándose


de las aspas de los rotores de las tres aeronaves. Al poco, con
los helicópteros flotando a quince metros del suelo, se abrie-
ron las compuertas laterales y, con la ayuda de cuerdas, des-
cendieron más y más escuadrones de Hades, ataviados con
sus habituales ropas negras acorazadas y su característico es-
cudo de la guadaña, el águila bicéfala y la calavera en la es-
palda.
Una vez creyó Pierre que los helicópteros habían pasado de
largo, cerró completamente la puerta.
—Boumann, la misión va directa al fracaso. Hemos perdido
el factor sorpresa y solo quedamos nosotros dos y Larsson.
Tenemos a Patrick herido y Josué es mejor que no se arries-
gue a venir tal y como están las cosas. Además, Hans ha des-
aparecido. Creo que las cosas no pintan muy bien.
—Ciertamente —se mostró de acuerdo el alemán.
—Voy a llamar a Klinsmann y le voy a exponer la situa-
ción.
Pierre se abrió la gabardina y cogió la radio que había deba-
jo de ella, sujeta a su chaleco militar mediante un sistema
MOLLE. Pulsó una serie de números y empezó a hablar.
—Aquí Crisol llamando a Guarida del Lobo. Crisol a Gua-
rida del Lobo. —Nadie contestó y Pierre volvió a repetir su
llamada—. Aquí Crisol llamando a Guarida del Lobo. Crisol
a Guarida del Lobo.
—Guarida del Lobo al habla. ¿Eres tú, Pierre?
—¿Santo? —preguntó el francés al reconocer la voz.
—Sí, Pierre, ¿cómo van las cosas por allí? Nos están lle-
gando noticias muy oscuras de ese lugar.

~ 285 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Todo se ha ido al infierno. Santo, ¿puedes ponerme con


el señor Klinsmann? No tengo mucho tiempo.
—Ahora mismo, espera un momento.
Pierre se quedó a la espera mientras contemplaba preocu-
pado el enfermo cuerpo de Patrick, quien seguía inconsciente.
Aun habiéndole puesto la máscara de gas, su estado era cada
vez más y más delicado.
—Parece que el gas que ya ha respirado lo sigue envene-
nando —le comentó el francés mientras observaba que la piel
de Patrick se iba tornando color ceniza.
—Como siga así, Patrick no sobrevivirá. Tenemos que sa-
carlo cuanto antes de aquí.
La radio volvió a sonar.
—Pierre, ¿eres tú? —le preguntó la voz del líder de Night
Carnival.
—Sí, señor Klinsmann.
—¡¿Qué puta mierda son esas noticias que me llegan de
Berlín?! —inquirió alterado el líder de la oscura organización.
—Son ciertas, señor. La misión está siendo un desastre.
Nos enfrentamos a Urban Eagle y a Hades. Han enviado
helicópteros de combate y han gaseado toda el área donde nos
encontramos. Esto es un campo de batalla. Lo han convertido
en una tumba colectiva.
—¿Gaseado? —se sobrecogió Klinsmann—. Entonces, los
rumores que me han llegado son ciertos.
—Sí, señor. Solo quedamos Boumann y yo. Patrick está
herido por el gas y Hans ha desaparecido.
—¡¿Que Hans ha desaparecido?! —exclamó horrorizado
Klinsmann—. ¿Lo han capturado?

~ 286 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—No lo sabemos. Hemos perdido toda comunicación con


él.
—¡Me cago en la puta! —gritó Klinsmann en un arranque
de furia, y a través de la radio se pudo escuchar como algo se
hacía pedazos—. ¡Tenéis que encontrarlo como sea!
—Lamento decirle que es imposible. Como le digo, Patrick
ha sido gaseado. Si no le evacuamos, morirá.
—¡Mierda! Veo que no tenéis ni puta idea de lo importante
que es Hans. ¿Y qué sabéis de Clorofila? —preguntó como si
no diera importancia a la situación del gigantón, algo de lo
que se percató el francés y que no le hizo demasiada gracia.
—Ni idea, señor. No sabemos dónde puede estar. Quizás
haya escapado de nuevo.
—Eso espero —deseó Klinsmann—. Esa mujer es impor-
tante para los intereses de Night Carnival.
—Señor, la zona está invadida por tropas gubernamentales,
calculo que deben de rondar entre setenta y cien efectivos.
Hemos perdido el factor sorpresa y no hay forma de que po-
damos llevar a buen término la misión. Pido permiso para
abandonar la zona y llevar a Patrick al piso franco.
Se produjo un largo silencio que puso incómodo al francés.
¿Acaso se lo estaba pensando? ¿Tanto valoraba la captura de
Clorofila que estaba dispuesto a sacrificar a sus hombres de
una forma tan tonta? Al cabo de medio minuto, hubo contes-
tación.
—De acuerdo, Pierre —cedió al fin Klinsmann, en tono pe-
saroso—. Salid de ahí y poned a salvo a Patrick. Ya con más
calma veremos qué hacemos con respecto a Hans y Clorofila.
—Recibido, señor. Cambio y corto.

~ 287 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Pierre zanjó la comunicación de mal humor. El desinterés


de Klinsmann por la vida de sus hombres le había mosquea-
do. ¿A qué venía esa obsesión por Hans y esa fugitiva de pelo
verde?
—Boumann, tenemos permiso para marcharnos, pero va-
mos a esperar un poco a ver si se calman las cosas —le co-
municó el líder de Crisol al artificiero.
El alemán observó el tono grisáceo que había tomado la
piel del convaleciente y negó con la cabeza.
—Patrick no tiene demasiado tiempo.
—Solo un poco. Ahora, ahí afuera debe de ser un enjambre
de avispas.

* * *

A punto de salir a la superficie, a escasa distancia del lugar


donde se ocultaban los tres componentes de Crisol, Ishtar
subía las oxidadas escaleras que la conducían fuera de las
fétidas alcantarillas y la devolvían a la silenciosa tumba co-
lectiva en que se habían convertido los suburbios del norte de
Berlín. Ascendía casi sin fuerzas, con la respiración silbando
sonora al pasar el oxígeno con dificultad por sus inflamados
bronquios. Un hilo de sangre manaba de la comisura de sus
labios, provocado por la gran cantidad de veces que había
estado tosiendo. Se encontraba muy mal, débil en extremo,
tanto física como anímicamente. Tenía ganas de llorar de la
desesperación que sentía. Le dolía todo el cuerpo como pocas

~ 288 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

veces le había dolido antes, y la falta de aire era angustiante y


aterradora. Pero, por encima de todo, estaba asustada, muerta
de miedo, temblaba como un solitario cordero delante de una
manada de lobos famélicos. Sentía pavor de imaginarse lo
que le esperaba si era atrapada de nuevo, auténtico terror de
sufrir lo que soportó en manos de SEGDIAN. ¿Qué destino le
aguardaría, ahora que se les había sublevado? Sin duda, uno
aún peor. Y, sin embargo, sabía que debía ser fuerte y resistir
lo que se le avecinara, por muy horripilante que resultase.
Hans Ansdifeng debía sobrevivir a cualquier precio, incluso a
costa de su propia felicidad. Se lo debía. Él la vio nacer. Pudo
abandonarla, pero no lo hizo. Él fue la primera persona que
vieron sus ojos cuando de verdad ella empezó a existir. Hans
la salvó cuando los humanos la habían desechado y olvidado
como basura genética. Por él, haría lo que no sería capaz de
hacer por nadie más. Y, con eso en mente, había tomado la
más difícil de las decisiones: exponerse a la axiomática certe-
za de ser capturada. Era necesario si quería mantener a esos
monstruos lejos de Hans y de sus peligrosos secretos. Sabía
que tenía que distraer la atención de su enemigo y eso la obli-
gaba a exponerse de manera casi suicida en un enfrentamiento
cara a cara para el que no le quedaban ni salud ni energías.
Después de retirar bruscamente, con el poder de su mente,
la pesada tapa de mugriento hierro forjado y escalar el último
peldaño de la escalera de metal oxidado de la alcantarilla,
alcanzó la superficie asfaltada y, tras gatear apenas un metro,
se detuvo para recuperar el aliento con sus cuatro extremida-
des apoyadas en el suelo y la cabeza gacha.

~ 289 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Su ondulado cabello de diferentes tonalidades verdes caía


de tal forma que ocultaba casi por completo la máscara de gas
que llevaba sobre su rostro. Jadeaba sibilante. A través de su
boca abierta, intentaba hacer llegar aire a sus pulmones en un
esfuerzo cada vez más titánico. Aunque hacía rato que el oxí-
geno que respiraba estaba limpio de sustancias nocivas, el
Hálito de Caronte que había respirado seguía envenenándola,
quemándole con su acidez las vías respiratorias. Sus labios se
habían tornado morados y su faz mostraba una lividez morte-
cina. Ishtar sabía que se encontraba al límite de sus fuerzas,
casi al borde de la inconsciencia. Aun así, haciendo un gran
esfuerzo, y llorando desesperada, se puso de pie.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto, Ishtar? —le pre-
guntó aquella voz enigmática en su cabeza—. Sabes lo que te
van a hacer cuando te atrapen.
—Lo sé —contestó Ishtar en un susurro ronco, casi sin po-
der hablar—, pero tengo que hacerlo.
—Entonces, duerme, pequeña, no sufras más. Déjame que
yo te ayude en esto. Les haré pagar con la mayor cantidad de
sangre posible lo que nos van a hacer.
Ishtar cerró los parpados un instante y, al abrirlos de nuevo,
sufrió un cambio muy sutil en su mirada. Los ambarinos ojos
gentiles y asustadizos que había tenido hasta ese momento
adquirieron la fiereza de una pantera a punto de clavar sus
dientes sobre su presa. Una sádica sonrisa enferma se dibujó
en sus labios. Era consciente de que el enemigo se encontraba
cerca. Podía escuchar el murmullo de sus pensamientos. Sab-
ía que estaban a punto de aparecer justo frente a ella. Y tam-
bién sabía cómo los iba a destrozar. Ishtar se giró y alzó la

~ 290 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

mirada: aún más soldados se aproximaban. A lo lejos, vio


otros diez helicópteros de transporte que se acercaban presu-
rosos hacia ella. Eran demasiados, estando tan débil no podría
con todos, pero al menos les haría pagar cara su osadía.

Los escuadrones Hades avanzaban deprisa, como una ma-


nada de hienas impacientes por despedazar a su objetivo.
Eran hombres duros e inmisericordes y habían sido entrena-
dos desde niños para sentirse superiores a la población civil y
no conocer la piedad. Se dirigían al punto donde el grupo de
Creed informó que había localizado a Ishtar. Iban comanda-
dos por el teniente de origen francés Maurice Chavanel, un
hombre nervudo y muy alto que tenía una pésima fama de
genocida, pues en el pasado dirigió, con extrema crueldad, la
búsqueda y exterminio de toda la población gitana en los
arrabales de Belgrado.
Mientras sus hombres corrían, él paseaba acompañado de
su segundo al mando, el sargento austriaco Franz Oehler.
Hablaban distendidamente mientras observaban el fuego de
los tres helicópteros siniestrados ascendiendo por encima de
los viejos edificios del suburbio. Algunos de esos incendios
se habían propagado a las viviendas adyacentes y varias ard-
ían también. Ambos oficiales de Hades caminaban por las
calles salpicadas de cadáveres, con morbosa satisfacción.
—Con esto habrán muerto esas cucarachas de la resistencia
que derribaron nuestros Dragones Negros. El Hálito de Ca-
ronte es uno de los mejores desinfectantes que tenemos
—afirmó Maurice en tono jocoso, como quien hace una gro-
tesca broma, al ver la efectividad del arma—. Ya era hora de

~ 291 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

que alguien limpiase esta zona de vagos, ladrones y rebeldes


—añadió mientras, al andar, aplastaba con su pesada bota de
cuero sintético los dedos de la mano de una víctima—. Si por
mí fuera, repetiría esto en cada ciudad. Berlín será un lugar
mucho más habitable ahora que no hay que mantener a esta
escoria.
—Cierto, señor —dijo Franz mientras se aseguraba de que
su máscara antigás estaba bien sujeta—. Aun así, resulta sor-
prendente que nos hayan dejado usar el gas. El canciller
siempre ha evitado este tipo de ataques generalizados, por
miedo a una rebelión.
Maurice negó con el dedo.
—El canciller no ha tenido nada que ver, Franz. El vicepre-
sidente de SEGDIAN me autorizó, asumiendo toda la respon-
sabilidad del ataque. Isaac me llamó personalmente y me pre-
guntó si podríamos usar el mismo tipo de gas que utilizamos
para sofocar la rebelión en Helsinki. Decía que era para atra-
par a una mujer especial. Yo le contesté que si no le importa-
ba atraparla muerta, no había problema. —Maurice suspiró—.
Ante mi comentario, Isaac tan solo se echó a reír como si
hubiese dicho algo divertido o ridículo. Después, fue cuando
me contó lo de que esa mujer era en realidad una valiosa pro-
human.
Los escuadrones de la muerte de Maurice no debieron
avanzar demasiado para encontrarse cara a cara con su objeti-
vo. Localizaron a la fugitiva reconociéndola de inmediato por
su llamativo cabello. Más de cuarenta soldados se detuvieron
a unos cincuenta metros de ella y le apuntaron con sus rifles.
No tenían ni idea de a qué clase de enemigo se estaban en-

~ 292 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

frentando, pues subestimaban, con mucho, el peligro que su-


ponía una pro-human de A2plus. Las historias que de ellos se
contaban en el pasado eran poco creíbles para los agentes, por
lo que apenas tomaron precauciones, sintiéndose seguros con
su enorme superioridad numérica.
—¡Estás rodeada, perra! —gritó con acento italiano un ca-
bo de Hades de nombre Oliviero—. Tírate al suelo y ríndete o
abriremos fuego.
Ishtar no hizo ningún caso. Dominada por su lado más san-
guinario y altivo, alzó la mirada y observó a sus enemigos
con profundo odio. Casi sin fuerzas, pero con una notable
determinación, siguió avanzando hacia ellos, dando tumbos,
al tiempo que el silencio del lugar se veía interrumpido por el
sonido de los diez helicópteros que antes hubiera visto Ishtar
acercarse. En ellos, viajaban al completo los miembros del
grupo de fuerzas especiales Urban Eagle, liderados por Mont-
gomery.
—Mujer, no te lo voy a repetir más —advirtió el oficial de
Hades al ver que llegaban aún más refuerzos—. Estás acaba-
da, cualquier resistencia es inútil. O te tiras al suelo y te rin-
des sin oponer resistencia o abriremos fuego.
La mujer de cabellos verdes hincó una rodilla en el suelo,
en una acción que Oliviero entendió como de sumisión. Nada
más lejos de la realidad. Ishtar, enferma y sin fuerzas, sintió
que las piernas le flaqueaban y que casi no podía respirar. Un
súbito acceso de tos hizo que se encorvara y que de su boca
salieran esputos sanguinolentos. Sabía que su fin se acercaba,
pero, aun así, sonrió con los dientes apretados, la boca man-
chada de sangre y los ojos muy abiertos. Inmediatamente, el

~ 293 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

cabo enemigo sintió como algo delgado y rígido presionaba


su espalda y escuchó un sonido parecido al de un interruptor
duro al ser presionado.
—Perdido estás tú, asqueroso humano inferior —le susurró
de pronto un agente de Hades que se encontraba a su espalda,
después de haber quitado el seguro que bloqueaba el modo de
potencia letal de su rifle.
Oliviero, acto seguido, recibió una ráfaga de impactos sóni-
cos tan mortíferos que, al impactar a bocajarro en su espalda,
le partió por la mitad, estallando su vientre en una traumática
escena de vísceras y sangre volando en todas direcciones. Un
suspiro después, otros cinco soldados más fueron abatidos por
el inesperado traidor. Los escuadrones de Hades, sorprendi-
dos, lo atacaron en cuanto se dieron cuenta de que el que dis-
paraba era uno de los suyos. El poseído cayó al suelo, abatido
por varios disparos sónicos no mortales, pero, al instante y sin
ningún tipo de piedad, dos de sus compañeros se abalanzaron
sobre él, empuñando cuchillos de combate, y lo apuñalaron en
el cuello y en el estómago varias veces hasta matarlo. Tras el
sangriento espectáculo, el desconcierto entre la tropa fue
mayúsculo y, durante un valioso tiempo, los hombres queda-
ron paralizados a causa de la insólita escena. De pronto, uno
de ellos pareció darse cuenta de la realidad.
—¡Ha sido esa perra! —gritó, señalando con el dedo a la
mujer—. ¡Esa maldita pro-human! ¡Ella lo ha controlado!
Otro soldado, que creyó entrever algo arriba, miró por en-
cima de su cabeza y se estremeció.
—¡¡Huid todos!! —gritó asustado mientras echaba a correr,
al ver lo que se les venía encima.

~ 294 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Pero ya fue demasiado tarde para muchos de sus compañe-


ros. Ishtar, con sus últimas energías y justo antes de caer in-
consciente derrotada por el veneno, subyugó la mente del pi-
loto de uno de los helicópteros que traían a los refuerzos de
Urban Eagle y lo obligó a dirigir la aeronave en un vuelo ka-
mikaze contra el grueso de los escuadrones Hades. Las ame-
tralladoras tipo Gatling del aparato escupieron cientos de pro-
yectiles sobre ellos, acribillando a varios hombres en su vuelo
suicida. El descenso del helicóptero fue vertiginoso, y el cho-
que que le sucedió, brutal, de extremada violencia, matando
al instante a toda la tripulación de la aeronave y a casi tres
decenas de agentes de Hades. No hubo una gran explosión,
aunque sí un pequeño incendio que se propagó a uno de los
edificios afectados. Varios de los heridos salieron ardiendo y
corrieron en todas direcciones envueltos en llamas hasta caer
al suelo, incinerados. El caos fue total. Maurice y Franz, que
se salvaron por haberse demorado en llegar, corrieron hacia
sus subordinados al ver el helicóptero caer sobre sus hombres.
¡¿Qué había pasado?!
Ishtar estaba inconsciente, tirada en el suelo, inmóvil y casi
sin respirar. Su piel se tornó gris y parecía un cadáver. Ya no
podía defenderse más, su resistente organismo para subsistir
entró en un estado de animación suspendida. La pro-human,
finalmente, se rindió, pero lo hizo cumpliendo su promesa de
cobrar muy cara su captura.

El teniente Maurice se quedó impresionado por lo que aca-


baba de pasar. Que un helicóptero se estrellase contra sus

~ 295 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

hombres y matase a tantos de una sola vez era algo que no


había previsto. Conociendo la naturaleza de la enemiga a cap-
turar, dudó mucho de que aquello fuese un accidente. Miró
con frialdad un instante a los heridos y muertos y, en seguida,
mandó a su subalterno:
—Franz, ve corriendo a poner orden entre tus tropas. Que
disparen a la mujer con la munición no letal hasta que estén
seguros de que ya no se podrá levantar.
El sargento, que se había quedado con la boca abierta al ver
descender el helicóptero de manera tan extraña, obedeció de
inmediato y echó a correr hacia los hombres que aún queda-
ban ilesos.
—¡La mujer ha provocado el accidente! ¡¿Dónde está?!
—gritó a los supervivientes mientras marchaba hacia ellos a
gran velocidad.
El desconcierto entre sus hombres era generalizado. Mu-
chos de ellos se habían lanzado a apagar las llamas de sus
compañeros heridos y la mayoría miraba en todas direcciones
sin fiarse ni de su propia sombra. Era comprensible, al fin y al
cabo, les acababa de atacar uno de sus compañeros y caído un
helicóptero encima, ¿qué nuevas sorpresas desagradables les
esperaban?
—¿Dónde está la mujer? ¡Ella ha hecho todo esto!
—repitió Franz al ver que entre el alboroto y la intensa corti-
na de humo nadie le hacía caso.
Un soldado se le acercó y le contestó como buenamente
pudo:
—Señor, lo cierto es que la hemos perdido de vista. Hace
un momento estaba por ahí, pero con este humo no la vemos.

~ 296 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Señaló con un dedo el último lugar donde la había locali-


zado.
Franz activó la visión térmica de su máscara antigás, pero,
con el humo caliente del incendio rodeándolo todo, no era
fácil seguir un rastro de calor humano.
—¡Argh! ¡Maldita tecnología inútil! —se exasperó el sar-
gento de Hades, apagando la visión térmica—. Llama a los
demás y seguidme. ¡Vamos a neutralizar al enemigo!
—Sí, señor.
Franz, con su pequeña pistola de oficial desenfundada,
avanzó un poco para salirse de la intensa cortina de humo que
se había levantado y que no le dejaba ver. En cuanto lo hizo,
miró en la dirección donde su subalterno le indicó que habían
avistado a la mujer de cabellos verdes y no vio nada en un
primer instante. ¿Se habría escapado?
—Mire, señor —le dijo uno de tantos soldados que pronto
lo alcanzaron—. ¡Es la del pelo verde! ¡Está en el suelo! —le
indicó a su superior al tiempo que, sin pensárselo dos veces,
le disparaba una ráfaga de impulsos sónicos no letales.
Las múltiples ondas sónicas alcanzaron el cuerpo incons-
ciente de Ishtar y este se agitó por la fuerza de los impactos.
Los demás supervivientes, con ánimos de venganza, lo imi-
taron al instante gritando como locos.
—¡Muere, puta! ¡Pagarás por lo que le has hecho! —espetó
uno de ellos a la vez que acompañaba los disparos de los de-
más.
Una treintena de impulsos sónicos golpearon con violencia
a la yaciente, despedazando su ropa y dejando a la mujer se-
midesnuda y con el cuerpo cubierto de sangre.

~ 297 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego! —ordenó enérgicamente


Franz al darse cuenta de que estaban dispuestos a matarla si
no los paraba.
Los hombres dejaron de disparar de inmediato: desobedecer
la orden de un superior en Hades era sinónimo de pelotón de
fusilamiento.
—SEGDIAN quiere al objetivo vivo, ¡inútiles! —les gritó
furioso—. Si ella muere, todos vosotros morís también, ¿en-
tendéis?
—Sí, señor —contestaron acobardados los agentes de
Hades.
En ese momento, el teniente Maurice llegó andando tran-
quilo.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó sosegado—. Me ha
parecido escuchar a algunos hombres gritando «Muere, puta».
El sargento Franz se puso tenso.
—Señor, hemos encontrado al objetivo inconsciente y los
soldados le han disparado.
El teniente buscó con la mirada a la mujer de cabellos ver-
des.
—No la veo… —confesó.
El sargento le señaló con el dedo el lugar donde debía mi-
rar.
—Está allí, señor —le indicó nervioso.
Maurice observó a lo lejos el cuerpo cubierto de sangre y
semidesnudo de la mujer y arrugó el entrecejo.
—Pensé que había quedado claro que la queríamos viva
—comentó en tono monótono—. Y me parece haber escucha-
do varias ráfagas de fusil a demasiada potencia.

~ 298 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Sí, señor, lo sé —le aseguró el sargento—. Pero han dis-


parado sin yo dar la orden.
Maurice se quedó mirando a la yaciente y, mientras lo hac-
ía, volvió a preguntar muy tranquilo.
—¿Y quién ha abierto fuego? ¿Quién ha tenido la genial
idea?
—El soldado Joseph —le informó Franz.
El militar nombrado comenzó a temblar de miedo. Maurice,
entonces, miró a su sargento y le habló.
—¿Sabes qué es lo que más me molesta? —le preguntó en
tono casi amigable.
—No, señor.
—Me molesta tener que dar explicaciones. Me molesta
haber perdido a más de veinte valiosos hombres que obedec-
ían las órdenes y que, sin embargo, se haya salvado… —hizo
una ligera pausa y suspiró para, inmediatamente, gritar— ¡¡un
pedazo de basura que se piensa que vivimos en anarquía!!
El teniente se giró rabioso y se acercó iracundo hacia el
soldado Joseph. Con gran fuerza, le dio un empujón que casi
lo tiró al suelo y, sacando su más preciado tesoro, una anti-
quísima Luger alemana de la Segunda Guerra Mundial, le
disparó dos tiros en las piernas, uno en cada rodilla. Joseph
cayó al suelo con las rótulas destrozadas y empezó a gritar de
dolor mientras sus piernas se llenaban de sangre. Maurice
metió de nuevo su pistola de nueve milímetros en su pistolera
de cuero negro y, recuperada la tranquilidad, le dijo a su sar-
gento:

~ 299 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Si esa mujer muere, asegúrate de que este idiota acabe en


un pelotón de fusilamiento, y los demás, tres meses en la pri-
sión subterránea de Frankfurt a base de pan y agua.
Franz asintió.
—Sí, señor, me encargaré en persona.
El teniente sonrió satisfecho, en un cambio súbito más pro-
pio de alguien bipolar. Con los gritos del soldado herido de
fondo, caminó hacia la mujer con paso lento, agarrándose las
manos tras su espalda.
—Id a ver cómo ha quedado la mujer —ordenó Maurice en
tono sosegado—, y rezad por que sea tan resistente como ase-
gura el vicepresidente Isaac.
Los agentes de Hades se adelantaron a su teniente y, tras
llegar hasta donde se encontraba Ishtar, hicieron un corrillo a
su alrededor con ella en el centro. La nephilim permanecía
boca abajo, casi desnuda y con la piel cubierta por hilos de
sangre y moratones por todas partes. Su ropa había quedado
hecha jirones. Angustiado al ver su lamentable aspecto, uno
de los soldados con rol de sanitario sacó, apremiado, un apa-
rato de uno de los bolsillos de su chaleco militar y lo acercó a
la figura herida de la pro-human. Al pasarlo por encima de
varias partes de su cuerpo, una pequeña pantalla se iluminó y
no tardó en ofrecer toda clase de datos vitales, tales como
ritmo cardiaco, impulsos nerviosos, nivel de oxígeno en san-
gre, actividad cerebral, tensión ocular, etcétera. El soldado
suspiró aliviado al verificar que la criatura continuaba con
vida.
—Señor, todavía vive —dijo sonriendo y con la voz que-
brada.

~ 300 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

El teniente se acercó a ella y, colocando su bota de cuero


por debajo de la barbilla de la mujer, elevó el rostro de Ishtar
con la intención de verle la cara, pero esta aún seguía cubierta
por la máscara de gas. Maurice se quedó mirándola, absorto y
lleno de curiosidad.
—No cabe duda de que es resistente. Resistente y perfecta
—comentó mientras contemplaba la atlética forma de su des-
nudez—. Quiero ver su rostro, nunca he visto una pro-human;
dicen que son hermosas.
—Sí, señor. Yo también lo he oído —le confesó su sargen-
to.
Maurice sonrió.
—Franz, desactiva el Hálito de Caronte —le ordenó el te-
niente.
El sargento sacó un dispositivo emisor poco más grande
que un llavero, que poseía un pequeño panel numérico. Pulsó
varias teclas y le dio a un botón rojo que tenía a un costado.
Enseguida, se encendió una lucecita verde que iluminó el
terminal. Una súbita reacción invisible tuvo lugar en el arma
química que asolaba los suburbios del norte de Berlín. Las
nanomáquinas que mantenían unidas las moléculas artificiales
del Hálito de Caronte recibieron, del control remoto, una se-
ñal electromagnética con la orden de desconectarse. Al ins-
tante, el peligroso gas se convirtió en algo inofensivo allá
donde se encontrase.
—Hecho, señor. Hálito de Caronte desactivado con éxito.
—Gracias, Franz. Caballeros, quítense las máscaras, ya no
son necesarias.

~ 301 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

Todos obedecieron sin demora. El teniente también se quitó


la suya y dejó ver sus rasgos faciales. Era un hombre de piel
muy blanca con una enorme cicatriz que le recorría la mejilla
derecha. Tenía un rostro delgado y anguloso y en él se dibu-
jaba una expresión severa. Su cabello era rubio, aunque con
algunas canas, y sus ojos grises y hundidos estaban bordeados
por oscuras ojeras.
—Quitadle la máscara y dadle la vuelta —ordenó a sus
hombres.
Varios soldados giraron el cuerpo de la mujer hasta dejarla
boca arriba. Su torso semidesnudo despertó los instintos más
pervertidos y sucios de los soldados, pero con su siniestro
teniente al lado no se atrevieron a soltar ni un solo comenta-
rio. Después, uno de ellos le arrebató la máscara que ocultaba
su rostro, y sus bellos rasgos quedaron al descubierto. Mauri-
ce Chavanel, al verla, se quedó durante un instante sin pala-
bras. Se la imaginaba hermosa, pero no de aquella forma. Su
aspecto distaba mucho del de cualquier mujer que hubiese
conocido antes. Ishtar no tenía una belleza cotidiana. En rea-
lidad, no se parecía a ningún rostro que el veterano Maurice
hubiese contemplado antes. No se podía decir que fuese la
más hermosa mujer que jamás hubiese conocido, pues había
conocido mujeres espectaculares; simplemente, era tan exóti-
ca y atractiva, tan distinta a todas las demás, que quizás por
eso resultaba tan impactante.
—Dios… —balbuceó.
Maurice se agachó y, quitándose uno de sus guantes, posó
su fría mano sobre una de las mejillas de la mujer y luego
sobre su pecho desnudo. Sus manos se llenaron de sangre.

~ 302 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Y pensar que eres tan peligrosa… —le dijo en susu-


rros—. Pero estoy seguro de que te gustaría pasar un rato
conmigo, ¿verdad?
Después se levantó y, tras emitir un suspiro, dio una nueva
orden.
—No podemos permitir que se despierte de nuevo. Llevé-
mosla a mi cuartel y, tras drogarla, que SEGDIAN se la lleve
—dijo mientras seguía observando a la joven.
—Eso no será necesario —le contradijo de pronto una voz
grave a su espalda.
Maurice se sobresaltó y se giró para encarar al estúpido que
había osado llevarle la contraria. Para su sorpresa, se encontró
de frente, a poco más de quince metros, con el sargento
Montgomery acompañado de casi cincuenta de sus Urban
Eagle.
—No dejaré que te lleves a la mujer —le aseguró el líder de
Urban Eagle—. Tú y yo sabemos lo que le harías antes de
entregársela a SEGDIAN. Eres un maldito sádico.
Maurice sonrió jocosamente, con actitud altiva.
—¿Y eso qué más da? ¿Acaso te importa esta pro-human?
No le haría nada que no le hayan hecho ya muchas veces.
Además…, yo la he capturado, así que es mía.
Montgomery lo miró con asco. Odiaba a ese hombre y a sus
perversos Hades.
—Tengo órdenes de llevarla conmigo y conozco cuáles son
las tuyas: darnos apoyo y nada más. Jamás debieron bajar tus
tropas a tierra.
El gesto de Maurice se endureció. Ese hombre empezaba a
fastidiarle de verdad.

~ 303 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—¿Tengo que recordarte que yo soy teniente, y tú, un sim-


ple sargento?
Montgomery le contestó con una sonrisa torva.
—¿Y yo tengo que recordarte que soy un agente de SEG-
DIAN no supeditado al Gobierno, que, por tanto, tus órdenes
me dan risa y, sin embargo, cobro tres o cuatro veces más que
tú?
Ante semejante atrevimiento, el teniente lo miró con odio,
pero se mantuvo en silencio con los puños apretados. Si no
hubiese testigos, lo habría ejecutado allí mismo.
—Si tanto la quieres, llévatela. Pero para que luego no me
llames traidor, te advierto que tengas cuidado conmigo. No
me gustan los mercenarios de SEGDIAN. Algún día el canci-
ller Milosevic se cansará de vosotros y nos enviará para ma-
sacraros. Algo que haré con gran gusto.
Montgomery le ignoró como quien ignora a un anciano
contando batallitas. Simplemente, puso sus musculosos bra-
zos en jarras y, a todo pulmón, habló con energía a sus hom-
bres.
—¡Vamos, águilas! Olvidad a estos psicópatas y recoged
con cuidado a Lady Lechuga.
Sus hombres empezaron a moverse hacia la mujer de cabe-
llos verdes. Los Hades les dejaron paso tras un gesto de mano
de su superior. Montgomery, satisfecho, siguió dando indica-
ciones a sus subordinados.
—Hay que sedarla para impedir que se despierte de nuevo.
En cuanto a vosotros —señaló a un pequeño grupo de sus
hombres—, mirad si hay supervivientes de nuestro grupo y
recoged los cadáveres. Buscad a Creed y su equipo, y también

~ 304 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

a Jack, Diana y los demás. Quiero salir de este matadero


cuanto antes. Necesito unas putas vacaciones.
Los mercenarios de Montgomery obedecieron ipso facto
mientras uno de los sanitarios del grupo se acercaba a Ishtar
y, con una pequeña pistola médica, le inoculaba una poderosa
droga que la mantendría sedada durante las próximas horas.
El teniente Maurice, por su parte, aceptó la situación de bas-
tante mal humor, aunque trató de que no se notase en exceso.
Sabiendo que ya no había nada que hacer en aquel lugar, or-
denó a sus hombres que recogiesen tanto a los heridos como a
los muertos y los llevasen a los helicópteros para regresar al
cuartel general de Hades. Antes de marcharse, habló con al-
gunos de sus hombres y después se dirigió al líder de Urban
Eagle.
—Sargento Montgomery —llamó su atención en tono des-
preocupado—, me dicen mis subordinados que no hay super-
vivientes en ese helicóptero vuestro que se estrelló. Una pena.
Y todo por culpa de esa preciosa pro-human que quieres lle-
varte. Todos tus hombres están carbonizados, lo lamento. Por
eso, te digo: ¿de verdad esa mujer merece tu piedad? Si estu-
viese en tu lugar, me tomaría alguna venganza antes de en-
tregársela a SEGDIAN. Pero en fin, nunca entenderé tu anti-
cuado estilo de hacer las cosas. Nos volveremos a ver —le
aseguró mientras se marchaba andando tranquilo hacia el lu-
gar donde debían recogerlos los Dragones Negros.
Montgomery no le dirigió la palabra, prefirió ignorarlo,
aunque en sus entrañas sentía que en cierta forma aquel
monstruo tenía razón. Esa mujer había eliminado a muchos de
sus hombres. Algunos de ellos, buenos camaradas que echaría

~ 305 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

de menos. Sin embargo, en la guerra esas cosas pasaban todo


el tiempo. Aunque odiase a esa mujer por haber matado a sus
mercenarios, había sido en defensa propia. No la iba a tratar
bien, no con el rencor que sentía hacia ella, pero tampoco la
torturaría ni la vejaría. Ese no era su estilo. Además, sabía
que el teniente se lo había comentado para mortificarlo, para
hacerle sentirse idiota por proteger la honra de aquella criatu-
ra. La enemistad entre sus dos grupos ya venía de lejos, aun-
que esa era la primera vez que se encontraban sus dos líderes
cara a cara. El desagradable encuentro, sin duda, no ayudaría
a mejorar la relación en un futuro, más bien lo contrario.
—¡Señor! ¡Aquí hay un superviviente! —le informó uno de
los sanitarios en voz alta—. ¡Creed está muy herido, pero si-
gue vivo! Los demás de su grupo han muerto.
Montgomery se acercó corriendo y pudo ver el estado de
Creed con sus propios ojos. Su aspecto no era muy alentador.
Tenía un brazo torcido en una posición antinatural, como si
sus huesos hubiesen quedado triturados, y había perdido bas-
tante sangre. Su cuello parecía roto también. Sin embargo,
gracias a Dios, al menos tenía la máscara de gas puesta.
—¿Está muy grave? —le preguntó preocupado el sargento.
El soldado miró al yaciente y asintió.
—Sí, sí, está grave... —reconoció, torciendo la boca—.
Mantiene las constantes vitales y no parece correr un peligro
inminente, pero si no recibe asistencia médica en unas horas,
se podría morir.
Montgomery, aun así, se sintió aliviado. Su estado era gra-
ve, pero se salvaría. Su amigo se salvaría.

~ 306 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

—Entonces, mejor no pierdas tiempo. Llama al helicóptero


médico y que lo recojan sin demora.
—Sí, señor —contestó al tiempo que sacaba su radio.
Un par de hombres, a lo lejos, llamaron a su líder e hicieron
gestos con las manos. Montgomery vio como uno de ellos
corría hacia él.
—¿Qué ocurre, Jonas? —le preguntó el sargento cuando se
acercó lo suficiente para no tener que dar gritos.
—Hay dos compañeros más allí. Acabamos de encontrar-
los, pero están inconscientes. Luca los está examinando.
Montgomery acompañó a Jonas para ver a los heridos.
Cuando hubieron llegado, el sanitario que los atendía negó
con la cabeza con expresión pesarosa. Montgomery, preocu-
pado, quiso ver a las víctimas. El médico les había quitado la
máscara y, por tanto, sus rostros eran identificables. Una sen-
sación de pesar atenazó el corazón del sargento al descubrir
de quiénes se trataba: dos de sus pupilos directos.
—Mike y Jack… —dijo con la voz quebrada.
—Sí, son ellos, señor. Mike respira y no parece tener daños
visibles, pero no responde a ningún estímulo, ni siquiera a la
inyección de reanimación que le he suministrado. Es como si
estuviese en coma. En cuanto a Jack…
—¿Qué ocurre? —preguntó el líder, temiéndose lo peor.
El médico rebuscó en el suelo y le mostró la máscara an-
tigás que había llevado el joven. Montgomery la cogió y, al
examinarla, pudo comprobar, sintiendo gran tristeza, que es-
taba rota. Eso, por desgracia, solo podía significar una cosa.

~ 307 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

—Señor, con esa máscara rota, inevitablemente debe de


haber respirado el Hálito de Caronte. No hay esperanza para
él; no tiene pulso, está muerto —le informó su subalterno.
Los párpados de Montgomery se abrieron y sus pupilas
empequeñecieron. De súbito, sintió un gran peso sobre sí,
hasta el punto de que tuvo que contener la pena que sentía
para evitar que se le aguasen los ojos. A ese joven rubio e
impetuoso lo conocía desde niño. Le habían asignado a ese
huérfano cuando tan solo era un microbio irrespetuoso, rebel-
de y melancólico. Sin embargo, pronto vio en él un sinfín de
virtudes entre las que se encontraba un gran sentido de la leal-
tad. Siempre había pensado que con su actitud llegaría lejos.
No esperaba que, entre todos, él fuese a ser uno de los que
falleciesen en aquella peligrosa misión. Montgomery arrugó
el entrecejo por la pena y observó pesaroso el rostro lívido del
joven. Cerró los ojos un momento y después, haciendo acopio
de moral, tratando de ser fuerte, se dirigió al sanitario.
—¿Sabes si alguien se ha podido comunicar con Diana y
Christopher? ¿Alguien los ha visto?
—Ni idea, señor —reconoció Luca—. De momento, no han
aparecido entre los heridos o muertos.
Montgomery sacó la radio y trató de llamar a los compañe-
ros de Mike y Jack, pero aunque lo intentó varias veces no
hubo respuesta alguna. Contrariado y preocupado por los dos
jóvenes desaparecidos, dio una orden a Luca.
—En cuanto llegue el helicóptero médico, llévate a Mike y
el cuerpo de Jack. —Suspiró, sintiendo un gran peso al pro-
nunciar el nombre del fallecido—. Asegúrate de que se evac-

~ 308 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

úen todos los cadáveres que hay aquí. Aunque solo sea para,
al menos, darles un entierro digno de su heroísmo.
—No se preocupe, señor. Yo me encargaré de que así sea.
Esto ha sido un duro golpe para todos.
Montgomery, con el ánimo por los suelos y lleno de odio
hacia Ishtar y Hades, se alejó de Luca y, cabizbajo, se acercó
al cuerpo de la mujer de cabellos verdes. Estaba siendo custo-
diado por dos soldados que no dejaban de apuntarle con sus
fusiles mientras uno de sus hombres analizaba sus constantes
vitales con un moderno artilugio médico similar al que poseía
Hades. Montgomery observó a la prisionera lleno de rencor.
En verdad, deseaba estrangularla con sus propias manos, pero
el honor se lo impedía.
—Flavio, ¿en qué estado se encuentra? —le preguntó al
soldado que la analizaba con aquel detector de constantes vi-
tales.
—No lo sé, señor. Lo que puede ser normal para ella, sin
duda, no es normal para nosotros. Yo diría que se ha inducido
a sí misma a un estado de animación suspendida.
El sargento enarcó una ceja.
—¿Animación suspendida? —preguntó extrañado—. ¿Qué
es eso?
Flavio titubeó un momento y después le contestó:
—Pues creo que ella misma, de alguna forma insólita, ha
dejado sus constantes vitales bajo mínimos para ralentizar el
avance del veneno del Hálito de Caronte y poder enfrentarlo.
Es solo una suposición, pero es lo que parece. Con ese ritmo
cardiaco, cualquier persona ya habría muerto, pero es eviden-
te que ella aún está viva. Mmmmm… —Se quedó pensativo

~ 309 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

un instante—. Es como si hubiese entrado en estado vegetal


para economizar energías y asegurarse la subsistencia. Aun-
que esto es solo una opinión personal.
El líder de Urban Eagle miró al soldado con expresión per-
pleja.
—¿De verdad crees que ella puede hacer eso? —le pre-
guntó incrédulo.
—Teniendo en cuenta que su corazón solo late una vez ca-
da minuto y aún sigue viva… Sí, diría que es capaz.
Montgomery se quedó contemplando el sangriento y mal-
trecho cuerpo de Ishtar. Sin dejar de odiarla, tuvo que recono-
cer que aquella maldita mujer era un prodigio de la humani-
dad. El ser humano llevado hacia la divinidad. Observándola
echada en el suelo, boca arriba y casi desnuda, Montgomery
sintió que tenía a un ser sobrenatural frente a sus oscuros
ojos. La nephilim era bella, asombrosa y equilibrada en cada
una de sus formas y facciones. Eso era apreciable incluso en
su lamentable estado de salud.
—Es una psicópata lechuga hermosa —comentó a sus sol-
dados, impresionado por su inusual perfección—. A pesar de
lo apaleada que está, uno puede darse cuenta de ello y quedar
hipnotizado. Lástima que sea una hija de puta asesina y trai-
dora.
Los dos que la custodiaban y el mercenario que la había
examinado asintieron en silencio sin apartar la mirada de la
mujer. Ellos opinaban lo mismo, pues también habían caído
bajo su influjo. Montgomery mantuvo su mirada sobre Ishtar.
Se fijó en su figura semidesnuda, perfectamente simétrica y
sin una sola mancha en la piel. Resultaba impresionante. En

~ 310 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

verdad, era demasiado canónica como para tratarse de una


simple humana, opinaba el sargento: casi parecía un ángel o
una muñeca.
—Steven…, nosotros no somos como esa gentuza de Hades
—le recordó el sargento a uno de los que custodiaban a la
mujer—. Hazme el favor y busca algo con lo que podamos
cubrir a Lady Lechuga. Ahora es nuestra prisionera y noso-
tros tenemos reglas morales para con los prisioneros.
—Enseguida, señor.
Para ese entonces, los miembros de Hades ya habían reco-
gido a sus heridos y algunos de sus cadáveres y se estaban
marchando. Montgomery, al escuchar los rotores de los Dra-
gones Negros, se alegró de verlos desaparecer en el horizonte.
Ojalá no tuviera que volver a encontrárselos, pero sabía que
no tendría esa suerte.
El helicóptero médico apareció poco después, sobrevolando
a los miembros de Urban Eagle. Pasó de largo y aterrizó a una
escasa manzana de su posición, en un pequeño aparcamiento
con apenas el espacio necesario para que la aeronave pudiera
tomar tierra. Un par de minutos más tarde, cinco enfermeros
militares, llevando cada uno una camilla rígida, varias man-
tas, así como diverso material médico, se acercaron corriendo
hacia ellos.
Los heridos y muertos fueron evacuados en menos de quin-
ce minutos. Montgomery ordenó a sus hombres regresar de
inmediato a la sede central de SEGDIAN con la cautiva. To-
das las tropas se introdujeron en los helicópteros con la sen-
sación de que aquella misión había salido demasiado cara.
Tanto para ellos como para la desdichada población civil. Al

~ 311 ~
A2PLUS ESENCIA EVANESCENTE

tiempo que se elevaban los aparatos, formando fuertes remo-


linos a su alrededor, los miembros de Urban Eagle pudieron
observar la desolación dejada atrás, bajo ellos. Las calles mo-
teadas de cadáveres y varios incendios aquí y allá constituían
la marca que habían dejado en su batalla por capturar a la pro-
human. Aquel día, sin duda, no lo olvidarían con facilidad.

Pierre y Boumann, al final, consiguieron rescatar a Patrick.


Aunque no fue tarea fácil arrastrar su enorme corpachón —de
más de cien kilos de peso— escaleras abajo sin lesionarlo
más de lo que ya estaba. Sin embargo, la lealtad hacia su buen
compañero fue más fuerte que la penuria de cargar con su
peso y, tras muchos esfuerzos, pudieron meterlo en un vehí-
culo robado y sacarlo de los suburbios. Mientras lo evacua-
ban, observaron con alivio que su estado de salud no siguió
empeorando, sino que se estabilizó e incluso su color de piel
mejoró, algo que les alegró sobremanera. Al ser desactivado
el Hálito de Caronte, este dejó de envenenar el organismo del
gigantón, lo que le dio una oportunidad para sobrevivir.
Más o menos lo mismo ocurrió con Karim y Thomas, los
dos rebeldes de la resistencia que momentos antes atacasen a
los Dragones Negros de Hades con lanzacohetes. Ambos, a
pesar de tratar de protegerse del gas hermetizando sus refu-
gios, no pudieron evitar que el Hálito de Caronte penetrase en
ellos y les afectase. Sin embargo, al igual que había pasado
con Patrick, la repentina desactivación del arma les salvó la
vida justo cuando esta empezaba a correr peligro. Thomas y
Karim, agotados y medio asfixiados, se mantuvieron ocultos
esperando a que algún camarada llegara a auxiliarlos. Pero

~ 312 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

dicha ayuda nunca llegó. Ayame, la malhablada fémina con la


que se comunicaron por radio y que debería haber dado la
orden de ir a ayudar a sus compañeros, se vio repentinamente
envuelta en una de las mayores emboscadas que el Gobierno
de Milosevic jamás hubiera orquestado contra la cúpula mili-
tar de la RDH (Resistencia por la Dignidad Humana). Las
indicaciones del militante de la disidencia en manos del Ser-
vicio Secreto Europeo, el cautivo Stan, que fueron sacadas a
base de crueles torturas y amenazas, dieron como resultado
una de las más importantes operaciones antiterrorismo del
Gobierno contra los rebeldes. Una gran batalla se estaba pro-
duciendo en esos momentos y Ayame luchaba por salvar su
propia vida y la de sus compañeros.
El destino, finalmente, había marcado la vida y muerte de
cada una de las personas que participaron en la conflictiva y
peligrosa cacería de la mujer de cabellos verdes. Un terrible
destino que, lejos de haber finalizado para Hans e Ishtar, tan
solo acababa de comenzar, pues no olvidemos que la Tierra se
moría y aún lo hacía en silencio.

~ 313 ~
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

Continuará…
~ 315 ~
Unas palabras del autor

Querido lector, muchas gracias por haberme acompañado


en esta historia que con tanto cariño e ilusión he creado para
lectores como tú. Como imagino que habrás intuido, esta dis-
tópica historia aún no ha finalizado. Es más, todavía hay mu-
chos misterios que deben ser desvelados. Por tanto, la pregun-
ta que me imagino debe de estar rondando en tu cabeza tras
haber leído el final de este libro probablemente sea: ¿habrá
una continuación?

Y la respuesta es sí. Actualmente me encuentro corrigiendo


el borrador de una continuación que tendrá casi el doble de
páginas. El segundo volumen de la saga tendrá un nombre
bastante exótico. Su título completo será: A2plus Esencia
Evanescente II El extraño Síndrome de los Cristales Fantas-
mas. Intrigante, ¿verdad?
Mi opinión personal es que en esta mencionada secuela he
logrado crear una trama mucho más compleja y profunda que,
por ya haber sido planeada desde el principio, logra continuar
y expandir el mundo y la trama del primer volumen.

Gracias por leer A2plus Esencia Evanescente.

Juan Alonso Mejías


A2plus: Esencia Evanescente
Volumen 2

El extraño Síndrome de los Cristales


Fantasmas

Sinopsis:

La corporación SEGDIAN ha vuelto a hacerse con el control


de uno de los mayores milagros biotecnológicos de la historia
del hombre y se prepara para exprimir todos sus secretos.
Mientras tanto, el sicario Hans Ansdifeng —herido grave-
mente tras recuperar parte de sus recuerdos— es trasladado
por dos mercenarios de SEGDIAN a casa de Odelia Speer,
una joven estudiante de clase alta que vive sola en un exclusi-
vo barrio de Berlín. Allí, el sombrío asesino sufre un inespe-
rado incidente que, de pronto, le abre dos caminos opuestos:
el de la redención de su alma, o, como muestran sus pesadi-
llas más siniestras, el que lleva al fin del género humano. Y es
que hay algo ominoso avanzando desde oriente que el mundo
europeo desconoce.
En un apartado rincón del imperio neocomunista de los so-
viets, en las heladas tierras de la Siberia más profunda, está
emergiendo un peligro en forma de extraña enfermedad invi-
sible, indetectable, incurable y mortal. Conocida por los rusos
como Síndrome de los Cristales Fantasmas, esta dolencia es
llamada así porque sus víctimas, poco antes de morir, sufren
unas extrañas alucinaciones en las que todo lo que ven a su
alrededor está infestado de unos extraños cristales que nadie
más puede detectar.
¿Será este misterioso síndrome un legado tardío de la extin-
ta A2plus?

Versión en borrador de
El extraño Síndrome de los Cristales Fantasmas
LA ASESINA DE CABELLOS VERDES

~ 321 ~
LIBROS RECOMENDADOS

Si te has quedado con ganas de leer más historias


llenas de sorpresas y emociones, te recomiendo
los siguientes libros. Pasa la página y encontrarás
otras novelas que, sin duda, te harán pasar grandes
momentos llenos de emociones.
La Legión de los Olvidados

Clase: fantasía
Autora: Claudette Bezarius

Sinopsis:

Dahlia nunca ha sido una persona muy sociable. Disfruta mu-


cho de salir a pasear sola por el bosque durante las noches. Le
encanta contemplar el cielo estrellado y el reflejo de la luna
en el agua quieta. El estanque siempre tiene oídos para todo
cuanto ella quiera contarle.
Déneve, su madre, era su única amiga. Sin ella, no tiene a
nadie más. En la escuela, nadie es capaz de notar su presen-
cia. Su padre parece no recordar que tiene una hija a quien
cuidar y querer. Sintiéndose más abandonada que nunca an-
tes, recibe una inusual visita.
Un inquietante ser con forma femenina le ofrece la posibili-
dad de unirse a La Legión de los Olvidados.
¿Quién es ella realmente? ¿Qué es esa legión de la que tanto
le habla? ¿Por qué la escogieron? ¿Debería aceptar o rechazar
la oferta?
Así comienza el increíble viaje junto a Dahlia Woodgate...
Círculo de las Hadas

Clase: vampiros
Autora: Lynn S.

Sinopsis:

Tras la muerte accidental de su novio Esteban, Maritza Sal-


gado descubre que la familia del mismo trajo algo más que
recuerdos y costumbres del viejo continente. Respondiendo a
la invitación de Isabel O'Reilly —la madre de Esteban— Ma-
ritza se presta a pasar un fin de semana de recordación en In-
nisfree, la casa de campo de la familia. Durante su estadía
habrá de descubrir detalles que pueden costarle la vida. Des-
arrollándose en Nueva York, esta novela mide vampiros con-
tra hadas oscuras a la sombra de una ciudad cuyas calles am-
paran a más de una criatura nocturna.
Ardith

Clase: vampiros.
Autora: Rosa Aimeé

Sinopsis:

Ardith es una historia de vampiros como nunca antes has leí-


do. Una trama llena del romanticismo clásico característico
del medioevo con aires de terror y suspenso. Ardith es la hija
del poderoso Lord Aelderic, duque de Harzburg, región de
Sajonia. Pierde a su madre, Doña Edwina, cuando apenas era
una adolescente, y cuando cree que por fin será feliz al cono-
cer a quien será el amor de su vida, Edmund Wigheard, este
es enviado a liderar una batalla como heraldo del rey, al ex-
tremo sur del Sacro Imperio Germánico. Una batalla de la
cual no se sabe si regresará con vida.
Un día, Ardith, al caminar por el bosque que rodea su castillo,
encuentra a una deslumbrante mujer muy mal herida llamada
Leila y decide llevarla consigo para cuidarla. Pero Leila es-
conde un gran secreto; un terrible secreto que pondrá a más
de uno a temblar. Basada en el poema clásico Christabel de
Samuel Taylor Coleridge.

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