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EL ESPEJO DE LOS MÁRTIRES

Los mártires cristianos y el reino de este mundo


ÍNDICE GENERAL
PRIMERA PARTE LOS MÁRTIRES EN EL PERIODO DE LA IGLESIA PRIMITIVA

CAPÍTULO 1

LOS MÁRTIRES DEL SIGLO I


El apóstol Felipe, con su cabeza atada a un pilar fue apedreado en Hierápolis, Frigia, el 54 d.C
Jacobo, hermano del Señor, arrojado del templo, apedreado y azotado a muerte con un garrote, 63 d.C.
Marcos el evangelista, murió en camino al ser arrastrado hasta llegar a la estaca en Alejandría, 64 d.C
La primera persecución imperial contra los cristianos bajo el emperador Nerón, 66 d.C
Pablo, el apóstol de Cristo, perseguido y finalmente decapitado en Roma, bajo el emperador Nerón, 69
d. C.
El apóstol Andrés crucificado en Patras, Acaya, 70 d. C.
Tomás, apóstol de Cristo, echado al horno y su costado traspasado con lanzas por los salvajes en
Calamina alrededor del año 70 d.C.
La segunda persecución contra los cristianos bajo el emperador Domiciano que comenzó el 93 d.C
Lucas el evangelista, colgado de un árbol de olivo en Grecia, 93 d.C
El apóstol Juan desterrado a la isla de Patmos, 97 d. C.

CAPÍTULO 2

LOS MÁRTIRES DEL SIGLO II


La tercera persecución contra los cristianos bajo el emperador trajano que comenzó el 102 d.C
Ignacio, discípulo del apóstol Juan, devorado por las fieras salvajes en el circo de Roma, 111 d. C.
Una descripción del estilo de vida de los cristianos
Policarpo, discípulo del apóstol Juan y obispo de la iglesia de Esmirna, martirizado con la espada y el
fuego, 155 d. C
Otra descripción del estilo de vida de los cristianos en el Imperio Romano en el siglo II.
Felícita con sus siete hijos, martirizados por la fe en Roma, 164 d.C
La cuarta persecución contra los cristianos bajo Marcos Aurelio y Lucio Vero, la cual comenzó cerca
del año 166 d.C.
Átalo, asado en una silla de hierro, tostado, arrojado a las bestias salvajes y decapitado por el río
Rhone, cerca del año 172 d. C.
Maturus, Santos, Blandina y un joven del Ponto, cruelmente atormentados por el río Rhone cerca del
año 172 d.C

CAPÍTULO 3

LOS MÁRTIRES DEL SIGLO III


La quinta persecución imperial contra los cristianos bajo el emperador Severo, la cual comenzó el 201
d.C
Perpetúa y felícita de Tuburbi, Mauritania, y otros, violentamente martirizados cerca del año 201 d.C
La sexta persecución contra los cristianos, bajo el emperador Maximiniano en el año 237 d.C
Miles de personas quemadas en sus lugares de reunión en varias ocasiones por la verdad del evangelio,
bajo los decretos del Emperador Maximiniano cerca del año 237 d.C.
La séptima persecución contra los cristianos bajo el emperador Decio, 251 d.C
La octava persecución contra los cristianos bajo el emperador Valeriano y su hijo galeno, 259 d.C.
La novena persecución contra los cristianos, bajo el emperador Aureliano, 273 d.C.
Dos mujeres martirizadas por el testimonio de Jesucristo en Cilicia, 285 d.C.

CAPÍTULO 4

LOS MÁRTIRES DEL SIGLO IV


La décima persecución contra los cristianos bajo el emperador Diocleciano, iniciada en el año 301 d.C.
Eulalia, una joven cristiana, quemada con lámparas y antorchas y asfixiada en Lusitana en el año 302
d.C.
Pancracio, un joven de catorce años, decapitado por el testimonio de Jesucristo fuera de la ciudad de
Roma, el año 303 d.C.
Julieta de Iconio, una honorable viuda, después de haber huido mucho, fue decapitada por el nombre
del Señor en Tarso, Cilicia, 304 d.C.
Cuarenta jóvenes arrojados a una piscina de agua fría y quemados vivos al día siguiente en Antíoco,
304 d.C.

SEGUNDA PARTE LOS MÁRTIRES EN LA EDAD OSCURA

CAPÍTULO 5

LOS MÁRTIRES DE LOS SIGLOS V-XV (400-1500 d.C)


Sobre los tiranos y su tiranía en el año 401 d.C
Una invitación a una viaje por los lugares donde anduvieron y murieron los queridos mártires en los
días pasados y oscuros
La gran crueldad de Elvelid, el musulmán, el cual mató a todos los cristianos que se hallaban
encarcelados, 739 d.C.
Nunila y Aloida, hermanas jóvenes, ejecutadas por la espada en la ciudad de Osca por el nombre del
señor Jesús, cerca del año 857 d.C
Pelagio, un joven de trece años; le cortaron las piernas y los brazos y luego lo decapitaron, Córdova,
925 d.C.
Arnaldo de Brescia, después de mucha persecución, quemado en Roma por sus enseñanzas contra la
Iglesia Católica, 1145 d. C.
La conversión de Pedro Valdo y el surgimiento de los valdenses
El testimonio de escritores antiguos acerca de las vidas virtuosas de los valdenses.
Gerardo, con treinta personas más, hombres y mujeres, marcados con hierros candentes, azotados y
expulsados de la ciudad para morir en la miseria del frío en Oxford, Inglaterra, en el año 1161 d.C.
Ciento ochenta discípulos llamados albigenses, quemados fuera del castillo Minerve, 1210 d.C.
244 Valdenses quemados en la plaza cerca de Toulouse, 243 d.C
Katherine de Thou, en Lorain, quemada por la fe en Montpelier, en Francia, en el año 1417 d.C.

TERCERA PARTE LOS MÁRTIRES ANABAPTISTAS DEL SIGLO XVI

CAPÍTULO 6

LOS MÁRTIRES DE 1520-30 d.C


Hans Koch y Leonardo Meister: descendientes de los antiguos valdenses, ambos, llevados a la muerte
en Ausburgo por causa de la verdad del evangelio, 1524 d.C.
La sentencia de muerte contra los mártires anabaptistas, 1527
George Wagner, 1527 d.C.
Weiken: una viuda quemada en la hoguera, 1527 d.C.
Dieciocho personas quemadas en Salzburgo, 1528 d.C.
Hans de Stotzingen, 1528 d.C.
Vilgard y Gaspar de Schoeneck, 1528 d.C.
La llama del movimiento anabaptista
Trescientas cincuenta personas llevadas a la muerte según el mandato imperial, 1529 d.C.

CAPÍTULO 7

LOS MÁRTIRES DE 1531-40 d.C


El segundo edicto emitido por el consejo de Zúrich, en el cual los anabaptistas son amenazados con la
muerte, 1530 d.C.
Los mártires y su celo para difundir el mensaje de Cristo
Cristina Haring, 1533
Hans Estiert y Peter, 1538
Lutero, Zwinglio y Calvino contra los mártires anabaptistas
Gran persecución en Austria: condenados a la esclavitud en la galera, 1539
Espantosamente odiados sin causa
Anneken de Rotterdam, horas antes de su muerte escribió un hermoso testamento a su pequeño hijo,
1539 d.C.

CAPÍTULO 8

LOS MÁRTIRES DE 1541-1550 d.C


Leonardo Berkop, 1542 d.C.
María Bekun y su cuñada Úrsula, 1544 d.C.
Francis de Bolswirt: ¡Éste es el único camino!,1545 d.C.
Hans Blietel: 1545 d.C.
Richst Heynes: después de haber dado a luz en la cárcel, la torturaron, 1547 d.C.
Seis hermanos y dos hermanas quemados en la hoguera en el mismo día en Ámsterdam el 20 de marzo
de 1549
Dos jovencitas, enfrentaron alegres el reproche del viejo mundo, 1550 d.C

CAPÍTULO 9

LOS MÁRTIRES DE 1551-56 d.C


Guillis y Elizabeth: un joven y una joven fieles hasta el final, 1551
Gerónimo Segers y su esposa Lijsken Dirks y Big Henry, 1551
María de Monjou 1552 d.C.
Simón, el vendedor de telas 1553 d.C.
David y Levina 1554
Agustín, el panadero 1556 d.C.
Tres mujeres quemadas en la hoguera 1556 d.C.
Gerardo Hasenpoet 1556 d.C.

CAPÍTULO 10
LOS MÁRTIRES DE 1557-58 d.C
Algerio: un joven quemado miserablemente, Roma, 1557
Hans Brael: un sufrimiento prolongado y espantoso, 1557 d.C.
Joris Wippe, ahogado en secreto, Holanda 1558 d.C.
Hans Smith, Hendrick Adams, Hans Beck, Mathijs Smit, Dileman Snijder y siete otros, 1558 d.C

CAPÍTULO 11

LOS MÁRTIRES DE 1559-65 d.C


Jacks: traicionado y decapitado, 1559
Jans Jans Brant, sur de Holanda, 1559 d.C.
Adrián Pan y su esposa embarazada: ambos encarcelados, 1559 d.C
Andrés Langedul, Mateo Potebaker y Laurens Leyen, decapitados, 1559 d.C
Soutgen van den Houte: una viuda apartada de sus pequeños hijos; y Martha, 1560 d.C
Joost Joosten, un adolescente quemado en Veer, Holanda, 1560 d.C
Lawrens, Antonis, Kaleken y Mayken Kocx: la mirada puesta en la eternidad, 1561 d.C.
Hendrick Emkens, 1562 d.C

CAPÍTULO 12

LOS MÁRTIRES DE 1566-69 d.C


Cristian Langedul, Cornelio Claes, Mateo de Vick y Hans Simons, torturados horriblemente, 1567
Jacobo Dircks, con sus dos hijos, Andrés Jacobs y Jan Jacobs en el año 1568
Peter Beckjen, quemado vivo por el testimonio de Jesucristo en Ámsterdam, Holanda, 1569
Dirk Willems, en el año 1569
Jacob de Roore y Hermán van Vleckwijck, quemados vivos en la estaca en Flandes por el testimonio de
Jesucristo el 10 de junio de 1569
Abraham Picolet, Hendrick van Etten y Maeyken van der Goes, 1569

CAPÍTULO 13

LOS MÁRTIRES DE 1570-73 d.C


Arent van Essen, su esposa, Úrsula; Neeltgen, una anciana y Trijntgen, su hija: quemados en chozas de
paja, 1570 d. C.
Joost Verkindert y Lauwerens Andriess martirizados por el testimonio de Jesucristo en Antwerp el 13
de setiembre 1570
Gerit Cornelio, colgado de su pulgar, 1571
Anneken Hendricks, 1571 d.C
Doce cristianos en Deventer en el año 1571
Jan Smit, 1572 d.C
Maeyken Wens y algunas de sus compañeras creyentes, quemadas por el testimonio de Jesucristo en
Antwerp, 1573

CAPÍTULO 14

LOS MÁRTIRES DE 1573-92 d.C


Cinco piadosos cristianos: Hans van Munstdorp y Janneken Munstdorp su esposa, Mariken, Lijsken y
Maeyken, todos quemados en estacas en Antwerp en el año 1573
Hans Bret, atornillaron su lengua en el año 1576
Lawrens Jans Noodtdruft de Delft, en el año 1577
Mattheus Mair, 1592

CAPÍTULO 1
LOS MÁRTIRES DEL SIGLO I
El apóstol Felipe, con su cabeza atada a un pilar fue apedreado en Hierápolis, Frigia, el 54 d.C

El apóstol Felipe siendo apedreado hasta morir con su cabeza atada a un pilar.

Felipe, nativo de Betsaida, Galilea, tuvo una esposa e hijas de vidas honorables. Juan 1:44. Cristo lo
llamó para ser su discípulo, y él lo siguió durante los tres años de su ministerio en la tierra.

Después de haberse distribuido los países, enseñó por varios años en Cintia, donde fundó muchas
iglesias; y desde Siria hasta la parte más alta del Asia cayó en su parte, donde cimentó la fe en muchos
de esos lugares.

Finalmente vino a Frigia e hizo muchas señales en Hierápolis. Allí, los ebionitas1, quienes no sólo
negaban la divinidad de Cristo, sino también adoraban ídolos, continuaron obstinadamente en sus
doctrinas blasfemas e idolátricas, y no escucharon a este apóstol de Cristo; sino que lo aprehendieron, y
habiendo atado su cabeza unida a un pilar, lo apedrearon. De esta manera pasó la muerte por él y cayó
dormido en el Señor. Y su cuerpo fue enterrado en la ciudad de Hierápolis.

Jacobo, hermano del Señor, arrojado del templo, apedreado y azotado a muerte con un garrote,
63 d.C.
Jacobo, después de haber sido empujado
desde el pináculo del templo y haber sido
apedreado, un hombre le golpea la cabeza con
un garrote, mientras él ora por sus
perseguidores, terminando así con él.

A Jacobo se le llama el hermano del


Señor en Gálatas 1:19. Fue nombrado
por los apóstoles como el primer
obispo de la iglesia en Jerusalén. Esto
sucedió poco tiempo después de la
muerte de Cristo. Él ejerció fielmente
los deberes de su cargo durante treinta
años, llegando a convertir a muchos al
cristianismo. Esto lo hizo no
solamente por medio de la enseñanza
pura de Cristo, sino también por medio
de su vida santa. Fue por eso que se le llamaban el Justo.

Él fue muy firme y santo, un verdadero nazareo, tanto en su vestimenta como en el comer y beber;
oraba a diario por la iglesia de Dios y por el bien común.

Este apóstol escribió una epístola para el consuelo de las doce tribus que se hallaban dispersas por las
naciones. Escribe: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la
dispersión: Salud. Hermanos míos, tengan por sumo gozo cuando se hallan en diversas pruebas”
Santiago 1:1-2.

Pero aunque consolaba a los que creían en el nombre de Cristo con muchas y muy excelentes razones,
los judíos inconversos no podían sufrir sus enseñanzas. Entonces Ananías, audaz y cruel, hombre joven
entre ellos, siendo el sumo sacerdote, lo ordenó a que se presentara delante de los jueces para que lo
obligaran a negar que Jesús es el Cristo, y lo forzaran a renunciar al Hijo de Dios y al poder de su
resurrección. Con estos propósitos, el sumo sacerdote, los escribas y los fariseos lo plantaron sobre el
pináculo del templo durante el tiempo de la pascua para que renunciara a Cristo delante de todo el
pueblo. Pero cuando estuvo de pie delante del pueblo, confesó con mayor confianza que Jesucristo era
el Mesías prometido, el Hijo de Dios, que Él está sentado a la diestra de Dios, y que volverá otra vez en
las nubes del cielo para juzgar a los vivos y los muertos.

Escuchando el testimonio de Jacobo, la multitud del pueblo alabó a Dios, magnificando el nombre de
Cristo. En consecuencia, los enemigos de la verdad clamaron: “¡Oh, el Justo también ha errado!
¡Saquémoslo de aquí, pues es peligroso!” Entonces lo arrojaron de allí y lo apedrearon.

Pero no murió por la caída y el ser apedreado, sino que solamente las piernas se le habían fracturado. Él
entonces, arrodillado, oró por aquellos que lo habían apedreado, diciendo: “Perdónalos, Señor; pues no
saben lo que hacen.”

A cuenta de esto, uno de los sacerdotes pidió salvarle la vida, diciendo: “¿Qué hacen? El Justo ora por
nosotros. ¡Dejen de apedrearlo!” Pero otro de los que estaba presente, teniendo en la mano un garrote,
lo golpeó en la cabeza hasta hacerlo morir. Durmió en el Señor y lo enterraron en el sitio donde había
sido arrojado del templo. Esto sucedió en el año 63 d.C. Fue el año séptimo del reinado de Nerón. El
sumo sacerdote Ananías instigó este lamentable hecho.

Marcos el evangelista, murió en camino al ser arrastrado hasta llegar a la estaca en


Alejandría, 64 d.C

Marcos, siendo arrastrado con garfios y cuerdas hasta las afueras de la ciudad, Alejandría.

Marcos el evangelista fue sobrino de Bernabé. Su madre, una mujer piadosa, dio su casa en Jerusalén
para reunir allí a los cristianos. Él acompañó a Pablo y Bernabé en sus viajes misioneros, pero en el
viaje a Pamfilia, regresó a Jerusalén. Hechos 12:25; 13:13.

Tiempo después, el apóstol Pablo lo recomendó a la iglesia de Colosas, pidiéndoles que lo recibieran
como a un compañero en el reino de Dios. También ordenó a Timoteo traer a Marcos con él, porque era
útil para su ministerio. Col.4:10; 1 Ti.4:11.

Este Marcos estaba en prisión con Pablo y lo sirvió fielmente en sus cadenas. Filemón 23,24. El apóstol
Pedro en su epístola llamó a Marcos hijo suyo 1 Pedro 5:13; indudablemente porque por medio del
evangelio lo había regenerado en Cristo. Luego, llegó a ser su discípulo, intérprete y escritor del
evangelio que él había enseñado.

Tiempo después, cuando Marcos fue enviado por Pedro a Egipto, viajó a través de Aquilea, la ciudad
capital de Friol, donde convirtió a muchos a la fe y nombró a Hermágoras como obispo de esa iglesia.
Luego viajó a África: Libia, Marmórica y Pentápolis con la enseñanza del evangelio.

Referente al fin de su vida, Galecio declara que él murió como mártir: En el octavo año del gobierno de
Nerón, en la fiesta de la pascua; mientras Marcos predicaba el recuerdo bendito del sufrimiento y la
muerte de Cristo a la iglesia de Alejandría, los sacerdotes paganos y la población entera se apoderó de
él. Con ganchos y cuerdas amarraron su cuerpo, lo sacaron de la congregación arrastrándolo por las
calles hasta fuera de la ciudad. Mientra era arrastrado su carne se adhería a las piedras y su sangre
salpicaba sobre el suelo, hasta que con las últimas palabras pronunciadas por su Salvador, entregó su
espíritu en las manos del Señor.
Luego, los paganos intentaron quemar su cuerpo muerto, pero ya que fueron impedidos por una
tormenta, los cristianos lo tomaron y lo sepultaron. Esto sucedió el 21 de Abril del 64 d.C

LAS DIEZ PERSECUCIONES SANGRIENTAS CONTRA LOS CRISTIANOS


EN DÍAS DEL IMPERIO ROMANO

LA PRIMERA PERSECUCIÓN IMPERIAL CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO


EL EMPERADOR NERÓN, 66 D.C

En cuanto a la manera en que los cristianos fueron torturados y muertos en tiempos de Nerón, A.
Melino da la siguiente narración de Tácito y de otros escritores romanos. Cuatro formas de tortura
extremadamente crueles e innaturales fueron empleadas contra los cristianos.

Primeramente, los vestían con pieles de animales domésticos y salvajes para luego ser despedazados
por perros u otros animales salvajes. En segundo lugar, siguiendo el ejemplo de su Salvador, los fijaban
vivos a cruces de diversas maneras.

En tercer lugar, después de herirlos cruelmente con azotes o varas, los cristianos inocentes eran
quemados y ahumados por los romanos, poniendo antorchas y lámparas debajo de sus hombros y en
otras partes blandas de sus cuerpos desnudos. También los quemaban con virutas de madera encendidas
y con haces de leña. Para eso, ataban a los cristianos a estacas que costaban apenas medio estatero, que
es como un centavo cada una. Por tal motivo, a los cristianos se les consideraba personas de poco valor,
y así eran quemados a fuego lento.

En cuarto lugar, estos mártires cristianos acusados miserablemente eran usados como velas, antorchas o
lámparas, para dar luz y así iluminar de noche los coliseos romanos.

A algunos los ataban o clavaban a estacas, sujetándolos con un gancho que les insertaban por la
garganta para que no pudieran mover la cabeza cuando derramaban sobre su cabeza cera, sebo y otras
sustancias inflamables e hirvientes, y entonces les prendían fuego. Como resultado de esto, toda la
materia untuosa del cuerpo humano, derritiéndose al caer, iba formando surcos largos sobre las arenas
del teatro. De este modo, seres humanos eran encendidos como antorchas y quemados como lumbreras
en la noche para los malvados romanos.

Juvenal y Marcial, ambos poetas romanos, así como también Tertuliano, cuentan esto de manera
diferente, diciendo que los romanos los envolvían en un manto de dolor o de fuego, atando sus manos y
pies, a fin de que se les derritiera el mismo tuétano de los huesos.

Lo que es más, A. Melino declara de los ya mencionados autores, en lo concerniente a aquellos mantos,
que los tales eran hechos de papel o de lino. Los empapaban gruesamente de aceite, brea, cera, resina,
sebo o azufre, y se los rociaba por todo el cuerpo para luego encenderlos.

Para presenciar este espectáculo, Nerón donó sus jardines, apareciendo él mismo entre la gente,
llevando la ropa de un cochero, tomando parte activa en los juegos como cochero y guiando un carro
puesto de pie en el circo.

A continuación una cita de Tácito, un historiador romano no cristiano, describe los tormentos de la
primera persecución imperial contra los cristianos llevada a cabo por Nerón:
A fin de contrarrestar el rumor (que señalaba a Nerón como el culpable del incendio de Roma), él
acusó a personas llamadas por la gente “cristianos” y quienes eran odiados por sus fechorías,
culpándolos y condenándolos a los mayores tormentos. El Cristo de quien habían tomado el nombre,
había sido ejecutado en el reino de Tiberio por el procurador Poncio Pilatos; pero aunque esta
superstición había sido abandonada por un momento, surgió de nuevo, no sólo en Judea, el país
original de esta plaga, sino en la misma Roma, en cuya ciudad cada ultraje y cada vergüenza
encuentra un hogar y una gran diseminación. Primeros unos fueron detenidos y confesados, y,
después, basándose en su denuncia, un gran número de otros, quienes no eran acusados del crimen del
incendio sino del odio a la humanidad. Su ejecución (la muerte de los cristianos) constituyó una
diversión pública; fueron cubiertos con las pieles de fieras y después devorados por perros,
crucificados o llevados a la pira y quemados al venir la noche, iluminando la ciudad. Para este
espectáculo Nerón facilitó sus jardines, y hasta preparó juegos de circo en los cuales se mezcló con el
pueblo con el traje de carretero, o montado en un carro de carrera.

Pablo, el apóstol de Cristo, perseguido y finalmente decapitado en Roma bajo el emperador


Nerón, 69 d. C.

Saulo, después llamado Pablo, era de descendencia judía, hebreo de la tribu de Benjamín. Pero en
cuanto a su padre y madre, no se encuentra ningún registro en las Sagradas Escrituras.

En cuanto al lugar de su nacimiento, sus padres, ya sea por la persecución, o por la guerra romana o por
alguna otra razón, dejaron su lugar de residencia entre la porción de Benjamín, y fueron a vivir en la
ciudad romana libre de Cilicia, llamada Tarso. Allí nació Pablo quien a pesar de ser judío, por razón del
privilegio de nacer en tal ciudad, llegó a ser un ciudadano romano.

En cuanto a su educación temprana, fue diligentemente instruido por el sabio Gamaliel en la ley de sus
padres.

Vivió sin falta, según la ley de Moisés y de los santos profetas, y de la forma más estricta según la
costumbre judía. Pero puesto que aún no había sido instruido correctamente en la doctrina del santo
evangelio, manifestó un celo equivocado, y persiguió a la iglesia de Cristo. Sí, al punto que en la
muerte de Esteban, guardó las ropas de los que le dieron muerte.

El apóstol Pablo, decapitado en Roma, 69 d.C.


Pero después, habiendo obtenido cartas de los sacerdotes de Jerusalén a las sinagogas de Damasco, en
las que se pedía traer presos a hombres y mujeres que confesaban el nombre de Cristo, el Señor del
cielo lo detuvo en su camino, diciendo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él respondió: ¿Quién
eres, Señor?” Y le dijo: “Yo soy Jesús, a quién tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Y el Señor le dijo: “Levántate y
entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.” Los hombres que iban con Saulo se pararon
atónitos, oyendo a la verdad la voz, pero sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo
los ojos, no veía a nadie; así que, lo llevaron por la mano a Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y
no comió ni bebió. Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en
visión:… Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado
Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora… Entonces Ananías respondió: Señor he oído de muchos acerca
de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén… El Señor le dijo: Ve, porque
instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de
los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre. Fue entonces
Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se
te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del
Espíritu Santo. Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y
levantándose, fue bautizado” (Hechos 9:4-18).

Así fue la conversión de Saulo, a quien después se le llamó Pablo y llegó a ser uno de los principales
apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Sí, llegó a trabajar más abundantemente que todos los demás.

De sus viajes misioneros, él da un repaso breve en su segunda epístola a la iglesia de Corinto, donde
escribe así: “De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido
azotado con varas; una vez apedreado, tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado
como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones,
peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto,
peligros en el mar, peligros entre hermanos falsos, en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre
y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez” 2 Corintios 11:24-27.

Según la primera epístola a los Corintios, lo arrojaron a las bestias salvajes en el teatro en Éfeso para
que lo despedazaran, o al menos para que tuviera que luchar por su vida con las bestias, de lo cual Dios
lo libró. En cuanto a esto, él mismo escribió: “Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me
aprovecha?” 1 Corintios 15:32.

En cuanto a su encarcelamiento en Roma, casi todos los antiguos escritores opinan que, aunque casi
todos sus amigos lo habían abandonado cuando le tocó presentar su defensa, habiendo sido llevado ante
el César, se defendió tan inteligentemente contra las acusaciones de los judíos, que se le puso en
libertad por un tiempo. Pero cuán cierto sea, lo dejamos a su propio mérito, y al Dios omnisciente.

Pero lo siguiente es cierto. Mientras estaba preso en Roma, escribió a su hijo espiritual, Timoteo,
diciéndole que ya estaba listo para ser ofrecido como libación y que la hora de su partida estaba ya a la
mano. Dijo que lo confortaba el pensamiento de que había peleado la buena batalla, terminado su
carrera, y guardado la fe, y que para él ya estaba preparada una corona de justicia, la cual el Señor, el
juez justo, le daría en aquel día (2 Ti. 4:6-8).

Según los registros antiguos, él fue entonces decapitado a órdenes de Nerón, a las afueras de Roma, en
el camino a Ostia, llamado Vía Ostiense, donde los romanos tenían el lugar de las ejecuciones, en el
último año de Nerón, el 69 d. C.
El apóstol Andrés crucificado en Patras, Acaya, 70 d. C.

Andrés, el hijo de Jonás y hermano de Pedro, era nativo de Betsaida, Galilea. Primeramente había sido
discípulo de Juan el Bautista. Y ya que era mayor que Pedro y llegó a conocer a Cristo antes que aquel,
llevó a su hermano a Cristo, el verdadero Mesías. Siendo pescador como Pedro, el Señor le llamó
prometiendo hacerlo pescador de hombres. Juan 1:40-44; Mateo 4:18-19

Él, junto con sus compañeros en el ministerio, recibió orden de predicar el evangelio en todo el mundo
y en todas las naciones. Con este fin recibió el Espíritu Santo en toda su plenitud el día de Pentecostés.

Crucifixión del apóstol Andrés en Patras, Acaya, 70 d.C


Habiendo marchado en obediencia al mandato de Cristo, fue a enseñar a muchos lugares, tales como
Ponto, Galacia, Bitinia, Antropofagia, y Escitia. También viajó por los países nórdicos y por los del sur,
llegando a Bizancio, y más lejos aún, hasta Tracia, Macedonia, Tesalia y Acaya. Por todas partes
predicaba a Cristo, convirtiendo a muchos al reino de Dios.

En cuanto a la causa y manera de su muerte, poseemos el siguiente relato: En Patras, ciudad de Acaya,
convirtió a la fe cristiana, entre muchos otros, a Maximilia, esposa de Agueo, el gobernador. Por esta
razón el gobernador se enfureció contra Andrés y lo amenazó de muerte en la cruz. Pero Andrés dijo al
gobernador: “Si hubiera temido a la muerte de cruz, no habría predicado la majestad y la gloria de la
cruz de Cristo.”

Los enemigos de la verdad, habiéndolo apresado, sentenciaron de muerte al apóstol Andrés. Él fue
gozosamente al lugar donde iba a ser crucificado. Llegando a la cruz, dijo: “¡Oh, amada cruz!
Grandemente te he anhelado. Me gozo al verte aquí alzada. A ti me acerco con una conciencia pacífica
y con alegría, deseando yo ser también crucificado, como discípulo de Cristo quien fue colgado en la
cruz.” Y el apóstol entonces dijo más: “Cuanto más me acerco a la cruz, más me acerco a Dios. Y entre
más lejos esté de la cruz, más lejos permanezco de Dios.”

El santo apóstol estuvo colgado en la cruz durante tres días. Sin embargo, no se calló y, mientras podía
mover la lengua, instruía a los que venían junto a la cruz a creer en la verdad, diciendo entre otras
cosas: “Gracias a mí Señor Jesucristo que, habiéndome usado por algún tiempo como embajador de su
Palabra, me permite ahora tener este cuerpo, para que yo, por medio de una buena confesión, pueda
obtener la gracia y la misericordia. Manténganse firmes en la Palabra y en la doctrina que han recibido,
instruyéndose los unos a los otros, para que puedan vivir juntamente con Dios en la eternidad y recibir
el fruto de sus promesas.”

Los cristianos y otras personas piadosas suplicaron al gobernador que les entregara a Andrés para
bajarlo de la cruz. (Pues al parecer, a él no lo clavaron en la cruz como Cristo, más bien lo amarraron.)
Pero cuando el apóstol se enteró de aquello, alzó la voz a Dios, diciendo: “¡Oh, Señor Jesucristo!, no
permitas que tu siervo que aquí cuelga de este árbol por tu nombre, sea soltado otra vez para morar
entre los hombres; sino recíbeme. ¡Oh mí Señor, mí Dios! A quien he amado, a quien he conocido, a
quien me aferro, a quien deseo ver, y en quien soy lo que soy.” Y habiendo dicho estas palabras, el
santo apóstol entregó su espíritu en manos de su Padre celestial.

Tomás, apóstol de Cristo, atormentado con fierros al rojo vivo, echado al horno y su costado
traspasado con lanzas por los salvajes en Calamina alrededor del año 70 d.C.

Tomás, llamado Dídimo, era nativo de Galilea y su ocupación, según parece, era pescador (Juan 11:16).
De sus padres y del tiempo de su conversión, no nos informan nada los evangelios. Solamente hacen
mención de su llamamiento al apostolado (Mateo 10:3).

Él mostró su amor y afecto ardiente que tenía para Cristo cuando exhortaba a sus hermanos que fueran
a Jerusalén para morir con él (Juan 11:16). Pero puesto que aún no había resistido hasta la sangre y
habiendo obrado mal en la muerte de Cristo, él y los demás discípulos abandonaron al Señor en tiempo
de prueba (Juan 14:5; Mateo 26:31).

Después, cuando el Señor había resucitado y aparecido a los demás apóstoles en ausencia de Tomás, él
no podía creer, como dijo, “si no metiere mi dedo en el lugar de los clavos” con los cuales el Señor
había sido crucificado y “metiere mi mano en su costado, no creeré”. Pero, cuando el Señor vino de
nuevo y apareció también a él, Tomás le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:24-28).

El apóstol Tomás siendo llevado al horno ardiente en la India.


Después de esto, él junto con los demás apóstoles recibió mandamiento de predicar el evangelio por
todo el mundo y bautizar a los creyentes. Para este fin, diez días después, en el día de Pentecostés, él y
sus condiscípulos recibieron el Espíritu Santo en plena abundancia (Mateo 28:19,20 y Marcos
16:15,16).

Según otros libros históricos, a Tomás le tocó evangelizar a las naciones de la India, Etiopía y muchas
más. Parece que tenía miedo de los árabes y de los pueblos salvajes de la India. Sin embargo, habiendo
sido fortalecido por Dios, obedeció; y muchos abrazaron a la verdad por medio de su obra.

Respecto a la muerte de Tomás, la historia más verídica encontrada es la siguiente: En Calamina, una
ciudad de las Indias Orientales, él puso fin a la idolatría abominable de los paganos, quienes adoraban a
una imagen del sol. Por medio del poder de Dios obligó al maligno que destruyera la imagen. Por tanto,
los sacerdotes paganos lo acusaron delante de su rey, quien lo sentenció a ser quemado con fierros
calentados al rojo vivo y después a ser echado a un horno de fuego ardiendo. Pero cuando los
sacerdotes idólatras, parados delante del horno, vieron que el fuego no le dañaba, traspasaron su
costado con lanzas y de esta manera él dio testimonio del Señor Jesucristo, siendo constante hasta el
fin. Según la historia, su cuerpo fue sacado de las ascuas y sepultado en el mismo lugar.

LA SEGUNDA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO EL


EMPERADOR DOMICIANO QUE COMENZÓ EL 93 D.C

Lucas el evangelista, colgado de un árbol de olivo, Grecia, 93


Lucas, según el testimonio de los antiguos, nació en Siria, Antioquía. Fue médico de ocupación y
parece que no tenía esposa. Fue la voluntad de Dios usarlo como un médico de almas. Con dicho fin,
dejó a la humanidad dos libros excelentes de medicina espiritual: el Evangelio y los Hechos de los
apóstoles.

Según la opinión de Jerónimo, antes de su conversión, fue un judío prosélito, descendiente gentil; lo
cual es bastante probable, ya que de acuerdo al juicio de los lingüistas, su estilo es más excelente y
perfecto en griego que en hebreo.

Después de lo cual, se convirtió al cristianismo por medio de la predicación de Pablo el 38 d.C Llegó a
ser un discípulo de los apóstoles, pero especialmente un compañero de viajes del apóstol Pablo; pues él
estuvo con el apóstol en muchas dificultades y peligros por mar y tierra.

Lucas estuvo unido a Pablo y fue su especial amigo en tal grado que, según los antiguos, él escribió el
Evangelio bajo su dictado e instrucción. Lucas, por tanto, no sólo acompañó a Pablo en sus viajes, sino
también durante su encarcelamiento en Roma. Él compareció dos veces junto con Pablo ante el
emperador Nerón.

Respecto a su fin, algunos escribieron que, mientras predicaba en Grecia, fue colgado a un árbol de
olivo por los paganos impíos.
Lucas, colgado de la rama de un árbol de olivo por los griegos incrédulos.

El apóstol Juan desterrado a la isla de Patmos, 97 d. C.


Juan, apóstol y evangelista, fue uno de los hijos de Zebedeo y hermano de Jacobo el mayor. Nació en
Nazaret y era pescador de oficio (Mateo 4:21). A él lo llamó Cristo cuando lo vio ocupado junto con su
padre, remendando las redes para la pesca. En seguida dejó las redes, el barco y su padre, y, con
Jacobo, su amado hermano, siguió a Cristo.

Después de ser discípulo, se convirtió en apóstol de Cristo y fue contado entre los doce que el Señor
había escogido para su servicio.

Después de la resurrección de Cristo, se mostró tan ansioso que al correr hacia la tumba del Señor
juntamente con Pedro, su compañero apóstol, se le adelantó a Pedro, mostrando así el afecto que sentía
por su Señor quien había sufrido una muerte deshonrosa y que había sido enteramente abandonado por
sus demás amigos. Juan 20:4

Años más tarde, a fin de refutar los errores hechos por Ebión y Cerinto, 3 quienes negaban la divinidad
de Cristo, él escribió su evangelio para glorificar y exaltar a su Salvador, comenzando de esta manera:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con
Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” También
leemos: “Y aquel Verbo fue hecho carne” Juan 1:1-14. Con estas palabras, nos da a entender la
verdadera encarnación del Hijo de Dios, a quien sea la alabanza y la gloria para siempre. Amén.

A Juan se le llama en el evangelio el amado del Señor, o el discípulo a quien Jesús amaba, porque el
Señor amó a Juan de manera especial.

Pero ya que es la voluntad de Dios llevar a sus hijos a la gloria por medio de mucha tribulación y
aflicción, este amado amigo de Cristo tampoco se pudo escapar, sino que a través de toda su vida fue
probado con diversas tribulaciones, según lo que el Señor les había dicho a él y a su hermano Jacobo:
“A la verdad, del vaso que yo bebo, beberán, y con el bautismo con que yo soy bautizado, serán
bautizados” Marcos 10:39. Es decir, serán sujetos al sufrimiento y aflicción como fue sujeto Cristo.
Esto llegó a cumplirse en él de varias maneras. Los antiguos escritores escribieron que en Roma lo
metieron en una tina llena de aceite hirviendo, pero que milagrosamente de ella fue salvo, el mérito de
lo cual dejamos sin dudarlo. También según las Escrituras, es cierto, que a él le tocó pasar largo tiempo
en la desértica isla de Patmos, donde había sido desterrado por causa del testimonio de Jesucristo. Con
respecto a ello, Juan mismo hace esta declaración: “Yo Juan, su hermano, tengo parte con ustedes en la
tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la
palabra de Dios, y el testimonio de Jesucristo” Apocalipsis 1:9.

Pero por quién o por qué había sido desterrado a esa desértica isla, no nos dicen las Escrituras, excepto
que él estaba en tribulación por la Palabra y por el Señor. Algunos de los escritores antiguos, sin
embargo, sostienen que el emperador Domiciano desterró a Juan en 97 d.C, quien lo había sentenciado
y desterrado allí en su ira y disgusto, porque Juan predicaba la Palabra de Dios.

En dicha isla, situada en el Mediterráneo entre Asia menor y Grecia, aproximadamente a unos ciento
noventa kilómetros hacia el noroeste de Jerusalén, fue en verdad abandonado por todos, quedándole
solamente la compañía de fieras salvajes y animales venenosos que habitaban aquel lugar. No obstante,
el Señor habitó junto con él, dándole su consuelo celestial. Durante su destierro, el Señor se le presentó
y reveló a Juan muchas cosas hermosas y visiones gloriosas en cuanto a la condición de la iglesia de
Dios hasta el fin del mundo.

El apóstol Juan desterrado a la isla de Patmos, 97 d.C

Él escribió su Apocalipsis o Revelación, un libro excelente, lleno de divinas y verídicas profecías,


procedente de las visiones y celestes apariciones. Algunas han sido ya cumplidas, pero otras aún faltan
por cumplirse.

Cuando la hora de su partida se acercaba, el Señor le habló en esa isla, diciendo: “Ciertamente vengo
pronto”, y Juan contestó con un alma llena de consuelo: “Amén; sí, ven Señor Jesús” Apocalipsis
22:20.
Cuando el emperador Domiciano, quien lo había desterrado a esa isla, murió y Nerva reinaba en su
lugar, Juan fue librado y llevado de vuelta a Éfeso, donde antes había sido obispo de la iglesia. Esto
ocurrió como en el año 99 d. C. según la historia. Consecuentemente, el confinamiento de Juan duró
dos años allí. Los antiguos escriben que todavía sufrió mucho por el nombre de Cristo y fue obligado a
beber veneno. Pero el veneno no le hizo daño según la promesa de Cristo. Finalmente murió en paz en
Éfeso, durante el reinado del emperador Trajano, después de haber servido en el santo evangelio por
cincuenta y un años, siendo ya de la edad de ochenta años. Y así, esta gran luz reposa en el Asia.

NOTAS:
1. Los ebionitas fueron una secta herética que creía en Jesús como el Mesías judío. No obstante, no aceptaban su
divinidad y continuaron guardando la ley de Moisés. Si desea tener mayor información sobre las enseñanzas de
los ebionitas, le recomendamos leer el Diccionario de la iglesia primitiva bajo el tema “Herejes, herejías.” II.3.1.
ebionitas
2. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Persecución, publicado por
laiglesiaprimitiva.com
3. Si desea saber más sobre las enseñanzas de estos falsos maestros de los siglos uno y dos, le recomendamos
leer el Diccionario de la iglesia primitiva bajo el tema “Herejes, herejías.”

CAPÍTULO 2
LOS MÁRTIRES DEL SIGLO II
LA TERCERA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO EL
EMPERADOR TRAJANO QUE COMENZÓ EL 102 D.C
Con el comienzo del segundo siglo, 102 d.C, surgió la tercera persecución pagana contra los cristianos
bajo el Emperador Trajano.

Estando instigado por Mamertinus, el gobernador de Roma, y Targuinus, el encargado de la adoración


de los dioses paganos, persiguió a los cristianos en una manera horrible, y les dio una muerte indigna.

Era llamado un buen emperador, pero era muy supersticioso en cuanto a la adoración pagana. Por esta
razón fue persuadido más fácilmente a emprender este lamentable trabajo. Otra cosa que no ayudaba a
los cristianos era que los sacerdotes paganos y los idólatras pagaban grandes impuestos para extirpar
por medio de sufrimientos y de la muerte a los cristianos, como si éstos fueran enemigos de Dios y del
hombre, porque se oponían a sus dioses.

Ignacio, discípulo del apóstol Juan, devorado por las fieras salvajes en el circo de
Roma, 111 d. C.

Ignacio, un discípulo del apóstol Juan, y sucesor de Pedro y de Evodio, estuvo en el servicio de la
iglesia de Cristo en Antioquía, Siria. Era hombre muy temeroso de Dios, fiel y diligente en su obra. Se
le apodaba Teóforo, que quiere decir “el portador de Dios,” aparentemente debido a que con frecuencia
portaba el nombre de Dios y su Salvador en la boca y porque llevaba una vida notablemente piadosa. A
menudo se le oía decir: “La vida del hombre es una muerte continua, a menos que Cristo viva en
nosotros.” También: “El Cristo crucificado es mi único y completo amor.” Y: “El que se permite llamar
por alguien que no sea Cristo, no es de Dios.” Y también: “Como el mundo odia a los cristianos, así
Dios los ama.”

Habiendo escuchado que el emperador Trajano después de las victorias que había obtenido frente a los
dacianos, los armenios, los asirios, y otras naciones del Oriente, había dado gracias a los dioses en
Antioquía, habiéndoles ofrecido gran sacrificio como si estas victorias hubieran provenido de ellos,
Ignacio reprobó por ello al Emperador, y esto, abiertamente en el templo.

El Emperador, sumamente enfurecido debido a aquello, mandó que apresaran a Ignacio. Pero por temor
a un alboroto, ya que Ignacio era estimado por la gente de Antioquía, no hizo que lo castigaran allí,
sino que lo encomendó en manos de diez soldados, trayéndolo prisionero a Roma, para ser castigado
allí.

Mientras tanto, se le hizo saber de la sentencia de muerte que le habían impuesto, diciéndole de qué
manera y dónde habría de ser martirizado: iba a ser despedazado por las fieras salvajes en la ciudad de
Roma.

En su camino a Roma escribió varias epístolas de consuelo a sus amigos, los fieles en Jesucristo, y
también a las distintas iglesias de Esmirna, Éfeso, Filadelfia, Tralla, Magnesia, Tarso, Filipos, y
especialmen-te a la iglesia de Cristo en Roma, a la cual envió su carta antes de su llegada.

Bien parece que la idea de ser despedazado por las dientes de las fieras salvajes estaba constantemente
en su mente durante el viaje, pero no como asunto que le causara desaliento, sino como un deseo
sincero. A esto se refiere en su carta a la iglesia de Roma, escribiendo:

Viajando de Siria hasta Roma, por agua y por tierra, de día y de noche, lucho con fieras salvajes,
apresado entre diez leopardos, a quienes cuanto más me acerco y les muestro amistad, más crueles y
malignos se vuelven. Sin embargo, a través de las crueldades y tormentos que a diario me infligen, me
encuentro cada vez más ejercitado e instruido; sin embargo, no me justifico. ¡Ojalá que ya estuviera
entre las fieras, las que están listas para devorarme! Bien espero que dentro de poco tiempo las
encuentre tal como deseo que sean: crueles y dispuestas a destrozarme rápidamente. Pero si no se
abalanzan sobre mí y me desgarran, entonces con bondad habré de incitarlas para que no me dejen
salvo, como ya a varios cristianos han dejado, sino que rápido me despedacen y me devoren.
Perdónenme por hablar así. Bien sé lo que necesito. Apenas ahora comienzo a ser un discípulo de
Cristo, no siento apego por lo visible ni por lo invisible, de lo cual el mundo se asombra. Para mí es
suficiente llegar a tomar parte con Cristo. Que el diablo y los hombres malvados me aflijan con toda
forma de dolor y tormento, con fuego y con la cruz, con la lucha contra fieras salvajes, con el
desparramamiento de los miembros y los huesos de mi cuerpo; todas estas cosas las tengo en poca
estima, si al menos llego a disfrutar de Cristo. Sólo oren por mí, para que me sea dada fortaleza
interna y externamente, no solamente para hablar o escribir estas cosas, sino también para cumplirlas
y poder soportar. Deseo no solamente ser llamado cristiano, sino en verdad ser hallado como tal. 4

Llegando a Roma, fue entregado por los soldados al gobernador junto con las cartas del Emperador que
contenían la sentencia de muerte. Lo mantuvieron en prisión durante varios días, hasta cierto día festivo
de los romanos, cuando el gobernador, siguiendo la orden del Emperador, mandó traerlo al anfiteatro.
Primero, buscaron por medio de muchos tormentos hacerlo blasfemar el nombre de Cristo y ofrecer
sacrificios a los dioses. Pero ya que Ignacio no se debilitaba en su fe, sino que cuanto más lo
atormentaban más fortalecido parecía estar negando ofrecer sacrificios paganos, fue condenado en
seguida por el Senado romano a ser arrojado a los leones.

Cuando Ignacio fue llevado de la presencia del senado, hacia el anfiteatro romano, con frecuencia iba
repitiendo el nombre de Jesús en la conversación que él sostenía con los creyentes en su camino a la
muerte. Además, repetía el nombre de Jesús en su oración secreta a Dios. Habiéndosele preguntado por
qué repetía eso, respondió así: “Mi amado Jesús, mi Salvador, está tan profundamente grabado en mi
corazón, que yo tengo la confianza de que si me abrieran el corazón y lo cortaran en pedazos, el
nombre de Jesús se hallaría en cada pedazo.” De esta manera, el hombre piadoso indicó que no
solamente la boca, sino también lo interno de su corazón estaban lleno del amor de Jesús, pues de la
abundancia del corazón habla la boca. Así también Pablo, lleno del amor de Jesucristo, ha usado en sus
cartas, como doscientas veces las palabras “nuestro Señor Jesucristo.” El nombre “Jesús” escribe como
quinientas veces.

Cuando toda la multitud se había reunido para observar la muerte de Ignacio (pues la noticia se había
difundido por toda la ciudad que un obispo había sido traído de Siria, que según la sentencia del
Emperador habría de luchar contra las fieras salvajes), trajeron a Ignacio y lo pusieron en medio del
anfiteatro. Entonces, Ignacio, de todo corazón, se dirigió a la multitud reunida: “A ustedes, romanos, a
todos ustedes quienes han venido a ser testigos de este combate con sus propios ojos, sepan que este
castigo no se me impone por mala conducta o algún crimen, pues de ninguna forma he cometido, sino
para que vaya a Dos, a quien mucho recuerdo y a quien llegar a disfrutar es mi deseo insaciable. Pues,
yo soy el grano de Dios. Molido soy por muelas de bestias para que sea hallado pan puro en Cristo,
quien es el pan de vida para mí.”

Ignacio, devorado por los leones en el año 111 d.C.

Estas palabras habló Ignacio cuando se hallaba de pie en medio del anfiteatro y escuchaba los rugidos
de los leones, que también escucharon los hermanos de la iglesia que estaban en medio de la gente. Así
testificaron ellos.

Terminado esas palabras, dos espantosos y hambrientos leones fueron soltados hacia él de sus fosos.
Instantáneamente lo despedazaron y devoraron, sin dejar casi nada, ni de sus huesos. Y así durmió feliz
en el Señor este fiel mártir de Jesucristo en el año 111 d. C. en el año duodécimo del emperador
Trajano.

Una descripción del estilo de vida de los cristianos


(Los cristianos) son los que más que todas las naciones de la tierra han hallado la verdad… Los
mandamientos del mismo Señor Jesucristo los tienen grabados en sus corazones y los guardan,
esperando la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir. No adulteran, no fornican, no
levantan falso testimonio, no codician los bienes ajenos, honran al padre y a la madre, aman a su
prójimo y juzgan con justicia. Lo que no quieren que se les haga a ellos no lo hacen a otros. A los que
los agravian, los exhortan y tratan de hacérselos amigos, ponen empeño en hacer bien a sus enemigos,
son mansos y modestos... No desprecian a la viuda, no contristan al huérfano; el que tiene, le suministra
abundantemente al que no tiene. Si ven a un forastero, le acogen bajo su techo y se alegran con él como
con un verdadero hermano. Porque no se llaman hermanos según la carne, sino según el alma. Están
dispuestos a dar sus vidas por Cristo, pues guardan con firmeza sus mandamientos, viviendo santa y
justamente según se lo ordenó el Señor Dios, dándole gracias en todo momento por toda comida y
bebida y por los demás bienes. Arístides (125 d.C.) 5

Persecuciones severas de los creyentes cerca del año 130 d.C


Por este tiempo, escribe P. J. Twisck, los instrumentos del diablo no pudieron inventar castigos
suficientemente severos para lo que merecían los cristianos, según ellos pensaban. Pues fueron
vigilados, tanto dentro como fuera de sus casas. Los hombres gritaban contra ellos en todo lugar
público; eran azotados, apedreados, arrastrados y apresados; placas de hierro al rojo vivo eran aplicados
a sus cuerpos desnudos; luego eran colocados dentro de un cierto instrumento diseñado para torturar a
los criminales y echados a los lugares más profundos y más oscuros de las prisiones donde eran
ejecutados y afligidos por medio de tormentos dolorosos.

Policarpo, discípulo del apóstol Juan y obispo de la iglesia de Esmirna,


martirizado con la espada y el fuego, 155 d. C.
Leemos en el Apocalipsis que el Señor mandó a su siervo Juan que escribiera ciertas cosas al ángel de
la iglesia de Esmirna, para amonestación del maestro, así también para el beneficio de la iglesia:
“Escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el último, el que murió y ha vuelto a vivir, dice
esto: Yo conozco tus obras, y tus sufrimientos, y tu pobreza… No temas en nada lo que vas a sufrir. He
aquí, el diablo meterá a algunos de ustedes en la cárcel, para que sean probados, y tendrán tribulación
por diez días. Mantente fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:8-10). Estas
palabras del Señor Jesús indican que los creyentes de Esmirna, y el maestro de ellos, se hallaban en la
tribulación y la pobreza y que se acercaba aún más sufrimiento para ellos. Por tanto, los exhortaba a la
constancia, prometiéndoles la corona de la vida.

En cuanto al maestro de esta iglesia, muchos de los escritores antiguos dicen que era Policarpo,
discípulo del apóstol Juan, por cuanto había escuchado a Juan predicar la Palabra de Dios y se había
asociado con algunos de aquellos que habían conocido personalmente al Señor Jesucristo. También
dicen que Juan lo había nombrado obispo y maestro de la iglesia de Esmirna.

En cuanto a los sufrimientos, el Señor dijo que iban a azotarle a él y a la iglesia donde era maestro; esto
comenzó tiempo después. Sucedió que este buen pastor precedió, y muchos de los corderos de su
rebaño lo siguieron fielmente. Sin embargo, es nuestro intento hablar aquí únicamente del obispo
Policarpo.

Dicen que tres días antes de ser arrestado y sentenciado a muerte, de repente cayó dominado por el
sueño mientras oraba. Y mientras soñaba, tuvo una visión en la cual vio la almohada sobre la que
dormía, que comenzó de repente a arder hasta ser completamente consumida. Habiéndose despertado
instantáneamente por la visión concluyó que a él lo iban a quemar por el nombre de Cristo.

Cuando los que buscaban apresarlo se le acercaban, sus amigos procuraron esconderlo, llevándolo a
otro lugar en el campo. Sin embargo, poco tiempo después fue descubierto por sus perseguidores. Ellos
habían detenido a dos muchachos, a quienes por medio de azotes obligaron a que les dijeran dónde se
encontraba Policarpo. Y aunque de la habitación donde se hallaba fácilmente pudo haberse escapado a
una casa que había en la vecindad, no lo hizo. Más bien dijo: “Hágase la voluntad del Señor.”
Entonces, descendió las gradas para ir al encuentro de sus perseguidores a quienes tan bondadosamente
recibió, que aquellos que nunca antes lo habían conocido, arrepentidos dijeron: “¿Qué necesidad
tenemos de darnos prisa para apresar a un hombre tan anciano?”

Inmediatamente, Policarpo hizo poner la mesa para sus apresadores, insistiéndolos con afecto a que
comieran para poder hacer su oración sin interrupción mientras ellos comían, lo que le fue permitido.
Cuando terminó su oración y se acabó la hora en la cual había reflexionado sobre su vida y
encomendado la iglesia a Dios y a su Salvador, los soldados lo sentaron sobre una asna y lo llevaron de
camino a la ciudad el día sábado de la gran fiesta.

Nicetes y su hijo Herodes, llamado el príncipe de paz, le salieron al encuentro. Lo alzaron de la asna y
le hicieron sentarse junto a ellos en el carro. De esta manera, buscaron hacer que apostatara de Cristo.
Así, a él le decían: “¿Qué importa decir, señor Emperador, y ofrecer sacrificio e incienso a él, para
salvar tu vida?” Al principio Policarpo para nada respondió, pero cuando ellos persistían en preguntar,
exigiéndole que les diera respuesta, finalmente dijo: “Jamás haré lo que me piden y aconsejan que
haga.” Cuando vieron que Policarpo era inconmovible en su fe, comenzaron a insultarlo, y al mismo
tiempo le empujaron del carro. Al caer se le hirió la pierna severamente. Sin embargo, jamás demostró
que se había herido por la caída, sino que al levantarse, otra vez se entregó a los soldados para ser
llevado al lugar de ejecución, caminando tan rápido como si nada le molestara.

Apenas Policarpo había entrado al circo o anfiteatro donde iba a ser ejecutado, cuando se oyó una voz
del cielo, diciendo: “Sé fuerte, ¡oh Policarpo! Sé valiente en tú confesión, y en el sufrimiento que te
espera.” Nadie vio la persona de la cual había salido esta voz; pero muchos de los cristianos que por allí
se hallaban presentes la escucharon. Sin embargo, a causa del gran alboroto que se había creado, la
mayor parte de la gente no escuchó la voz. No obstante, tuvo la tendencia de fortalecer a Policarpo y a
los que la oyeron.

El gobernador lo amonestó a tener compasión de sí mismo por la edad avanzada que tenía, incitándolo
a que jurara por la fortuna del Emperador, y así negar a Cristo. Policarpo le dio la siguiente candorosa
respuesta: “Hasta ahora he servido a mi Señor Jesucristo ochenta y seis años, y jamás me ha hecho
daño alguno. ¿Cómo podría entonces negar a mi Rey, quien hasta aquí me ha guardado de todo mal, y
que tan fielmente me ha redimido?”

Entonces el gobernador lo amenazó con fieras salvajes que lo despedazarían si no desistía de su


propósito, diciéndole: “Frente a mí tengo las fieras, a las que habré de lanzarte a menos que te
conviertas a tiempo.”
Policarpo le contestó sin temor: “Que vengan las fieras; pues mi propósito no cambiará. No podemos
ser convertidos o pervertidos del bien al mal por medio de la aflicción. Pero mejor fuera si ellos, los
hacedores de maldad, quienes en su malignidad persisten, llegaran a ser convertidos a lo que es el
bien.”

El gobernador replicó: “Si aún no sientes pena, y desprecias las fieras salvajes, habré de quemarte con
fuego.”

Una vez más, Policarpo le contestó, diciendo: “Ahora me amenazas con el fuego, que habrá de arder
por una hora, y pronto se apagará. Pero no conoces el fuego del juicio futuro de Dios que está
preparado y reservado para castigo y tormento eterno de los malvados. Pero ¿por qué ahora te detienes?
Trae el fuego, o las fieras, o cualquier otra cosa que hayas de escoger. Por ninguna de ellas me
persuadirás a negar a Cristo, mí Señor y Salvador.”

El martirio de Policarpo: quemado vivo en la hoguera, Esmirna, 155 d.C

Finalmente, cuando la muchedumbre demandaba que lo mataran, fue entregado por el gobernador para
ser quemado. Inmediatamente trajeron un gran montón de madera, fardos de leña, y virutas. Cuando
Policarpo vio aquellas cosas, él mismo se desvistió y se despojó del calzado, para que lo acostaran
sobre las maderas descalzo y sin vestidura. Habiendo ya hecho esto, los verdugos estaban a punto de
echarle mano para clavarlo a los maderos, pero él les dijo: “Déjenme así. Aquél quien me ha dado la
fortaleza para soportar el dolor del fuego, también me ha de fortalecer para permanecer en el fuego, aún
si no me clavan en el madero.” Entonces ellos, según lo pedido, no lo fijaron con clavos a los maderos,
sino que apenas con una cuerda le ataron las manos atrás.

Así pues, preparado ya como un holocausto, y puesto sobre los maderos como cordero de sacrificio,
oró a Dios, diciendo: “Oh Padre de tu amado y bendito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos
recibido el conocimiento salvador de tu bendito nombre; Dios de ángeles y poderes y de todas las
criaturas, pero especialmente de todos los justos que viven al lado tuyo, gracias te doy por haberme
llamado en este día y esta hora y hallado digno para tener parte y lugar entre el número de tus santos
mártires, según como tú, oh Dios de verdad, que no puedes mentir, me has preparado, y me lo hiciste
saber, y que finalmente ahora lo has cumplido. Por tanto, te agradezco y alabo por sobre todo hombre,
y honro tu santo nombre por Jesucristo, tu amado Hijo, el eterno sumo sacerdote, para quien junto
contigo y el Espíritu Santo, sea la gloria, ahora y para siempre. Amén.” Tan pronto que pronunció la
última palabra de su oración (la palabra “Amén”), los verdugos encendieron los maderos sobre los
cuales yacía. Y cuando las llamas circundaban altas sobre el cuerpo de Policarpo, para asombro de
todos, se vio que el fuego poco o nada le había herido. Por tanto, al verdugo le dieron orden de
traspasarlo con la espada, lo cual hizo inmediatamente. Y la sangre le salió a borbotones de la herida a
tal punto que casi llegó a extinguir el fuego. De esta manera, este fiel testigo de Jesucristo, habiendo
muerto a fuego y espada, entró en el reposo de los santos.

Otra descripción del estilo de vida de los cristianos en el Imperio Romano en el


siglo II.

Porque los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en


las costumbres. Porque no residen en ciudades propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna
clase de vida extraordinaria... Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según ha
dispuesto la suerte de cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto al alimento, vestido y otros
arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es
maravillosa (paradójica), y evidentemente desmiente lo que podría esperarse. Residen en sus propios
países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como
ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y
toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se
desquitan de su descendencia. Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa. Se hallan
en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia está en la tierra, pero su ciudadanía está
en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes con sus propias vidas. Aman a todos
los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se
les da muerte, y aun así están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se
les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así son
reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno
son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les volviera a dar
vida. Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo,
los que los aborrecen no pueden dar razón de su odio. Epístola a Diogneto (125-200 d.C.) 6

Felícita con sus siete hijos martirizados en Roma, 164 d.C


Felícita era una viuda cristiana en Roma, madre de siete hijos, cuyos nombres eran Januarius, Félix,
Filipo, Silvano, Alejandro, Vitalis y Martialis. Estos vivieron juntos con su madre en la misma casa,
como una iglesia entera. De la madre se afirma que por las conversaciones que ella tuvo con las
mujeres, convirtió a muchas a Cristo. Los hijos, por su parte se mostraron dignos por ganar a muchos
hombres a Cristo.

Ahora, cuando los sacerdotes paganos se quejaron de esto ante Antonio, el Emperador, el cual revivió
la persecución que había empezado con Trajano pero había perdido su fuerza, diciendo que había no
solamente hombres, sino también mujeres que blasfemaban contra sus imágenes, pisoteaban la
adoración del Emperador de los dioses- la adoración de los dioses según la manera del Emperador- de
hecho alejaron a muchos de la religión antigua de los romanos; se afirmaba que aquello había sido
hecho principalmente por una cierta viuda llamada Felícita y sus siete hijos, y para impedirlo ellos
tendrían que ser obligados a renunciar a Cristo y sacrificar a los dioses, o en caso de rehusar hacer eso,
serían llevados a la muerte. El Emperador, siendo provocado de esta manera, le otorgó a Publio, el
magistrado principal, la absoluta autoridad sobre ellos.

Publio quería perdonar a Felícita, pues era una mujer muy respetable. Primero los llamó secretamente a
su propia casa. Allí él les rogó con palabras agradables y promesas, pero después amenazó castigarlos
con torturas severas a no ser que abandonaran la religión cristiana, y aceptaran otra vez la antigua
adoración de los dioses romanos. Felícita, recordando las palabras de Cristo, “Él que me confiesa
delante de los hombres, yo le confesaré también delante de mi Padre que está en los cielos,” no lo evitó,
usando palabras disfrazadas o indirectas, sino respondió brevemente: “Yo no estoy conmovida por sus
halagos y ruegos, ni atemorizada por sus amenazas; porque yo experimento en mi corazón la obra del
Espíritu Santo, el cual me da un poder vivo y me prepara para enfrentar el sufrimiento y soportar todas
las aflicciones que usted puede causarme.”

Felícita, presenciando la muerte de sus siete hijos antes de ser ella misma martirizada, Roma 164 d.C.

Ya que Publio no pudo mover a la mujer de su firme propósito, él le dijo: “Muy bien; si le parece
agradable morir, muera sola, pero compadécete de tus hijos y pídeles que sacrifiquen a los dioses para
salvar sus vidas.” Entonces Felícita le respondió al juez: “Tu compasión es pura maldad y crueldad,
porque si mis hijos sacrificaran a los dioses, no rescatarían sus vidas, sino las venderían al demonio del
infierno, cuyos siervos en cuerpo y alma serán reservados por él, en cadenas de oscuridad para el fuego
eterno.

Después, mirando a sus hijos les dijo: “Sigan firmes en la fe, porque Cristo y sus santos los están
esperando. He aquí, el cielo está abierto delante de ustedes; por lo tanto, luchen valientemente por sus
almas, y demuestren que son fieles en el amor de Cristo en el cual él los ama a ustedes y ustedes a él.”

El magistrado se llenó de ira contra ella y mandó golpearla en su mejilla, mientras que al mismo tiempo
le reprendía con vehemencia diciendo: “¿Cómo te atreves a exhortar con insolencia a tus hijos en mi
presencia, y hacerlos obstinados a desobedecer los mandatos del Emperador? Sería mucho más correcto
para ti que los incitaras a la obediencia a él.”
Felícita, a pesar de haber sido amenazada con la muerte, respondió con valentía de varón: “Si usted, o
juez, conociera a nuestro salvador Jesucristo y el poder de su divinidad y majestad, sin duda dejaría de
perseguir a los cristianos y no intentaría apartarnos de la religión cristiana obligándonos a blasfemar,
porque cualquiera que maldice o blasfema a Cristo y a sus fieles, maldice y blasfema a Dios mismo,
quien vive por la fe en sus corazones.”

Entonces, aunque le golpearon la cara con sus puños para acallarla, ella no dejó de amonestar a sus
hijos a permanecer fieles y no temer las torturas ni al potro, ni aun la misma muerte, sino morir
voluntariamente por el nombre de Cristo.

Por lo tanto Publio llevó a cada uno de sus hijos separadamente y habló primero a uno y después a otro,
esperando por este último recurso a apartarlos de la verdad, tanto por amenazas como por promesas,
por lo menos a algunos de ellos. Pero como no pudo persuadirlos, mandó un mensaje al Emperador,
diciendo que todos permanecieron obstinados y que él no pudo persuadirlos a sacrificar a los dioses de
ninguna manera. Entonces el Emperador condenó a la madre junto con sus siete hijos para ser
entregados en las manos de los verdugos y ser martirizados de diversas maneras. Sin embargo, la madre
tendría que ver morir a todos sus hijos antes de su martirio.

De acuerdo con esta sentencia, primero azotaron a Januarius el primogénito hasta que murió en la
presencia de su madre. Los azotes fueron diseñados de cuerdas con bolas de plomo atadas en sus
extremos. Los que tuvieron que sufrir este tipo de tortura fueron azotados con ellos en sus cuellos,
espaldas, costados y otras partes tiernas de sus cuerpos, o para torturarlos o para martirizarlos como en
este caso. Félix y Filipo, el segundo y tercer hermano, fueron azotados hasta la muerte con varas.
Silvano fue arrojado desde un lugar alto. Alejandro, Vitalis y Martialis fueron decapitados. Esto
sucedió bajo el emperador Antonio Pio.

LA CUARTA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO MARCOS


AURELIO Y LUCIO VERO, LA CUAL COMENZÓ CERCA DEL AÑO 166 D.C.
Por todas partes y en todas las ciudades, escribe P.J.Twisck, los edictos y decretos contra los cristianos
fueron manifiestos; por esta razón los magistrados y oficiales procedieron cruelmente contra ellos, se
levantaron de una manera muy cruel contra ellos, persiguiéndolos hasta la muerte, con gran atrocidad e
ira. Porque diversos tipos de torturas, castigos y muerte, y sin importar cuán grandes, severos y crueles,
fueron producidos o planeados por estos hombres malvados, tiranos e instrumentos del diablo. Se
pensaba que los cristianos como malditos, como enemigos del gobierno y como la causa de toda
desgracia merecían ser objetos de burla pública, encarcelados eternamente, exiliados, azotados,
apedreados, estrangulados, decapitados y quemados. Además, se pensó que era menos de lo que ellos
realmente merecían.

En ese tiempo empezaron a poner placas calentadas al rojo vivo sobre las pobres personas hasta
hacerlos morir; también arrancaron la carne de sus huesos con tenazas al rojo vivo; fueron colocados en
sillas de hierro y quemados a fuego lento.

Todo esto fue acompañado por una crueldad más: Los cuerpos de los muertos fueron arrojados a los
perros y guardados por soldados para impedir que otros cristianos los llevaran para enterrarlos. En
resumen, tan grande era el sufrimiento que, solamente en la ciudad de Lyon, el obispo Ireneo y
diecinueve mil de sus ovejas fueron cruelmente masacrados.
Átalo, asado en una silla de hierro, tostado, arrojado a las bestias salvajes y
decapitado por el río Rhone, cerca del año 172
En este tiempo, la espantosa presión de conciencia siguió bajo los emperadores Marcos Aurelio y Lucio
Vero; y no cesó hasta que los cristianos terminaron sus vidas bajo muchos tormentos. Y sucedió que un
cierto cristiano piadoso, llamado Átalo, que había sido arrestado por ser cristiano, fue torturado de una
manera muy cruel. Sí, hasta llegó a ser colocado sobre el fuego en una silla de hierro y asado. Cuando
le preguntaron qué nombre tiene el Dios de los cristianos, él respondió: “Donde hay muchos dioses, se
los distingue por nombres; pero donde hay un solo Dios, no se necesita un nombre.” Por fin él fue
llevado al Coliseo para ser devorado por las bestias. Pero ellas, o por la mano de Dios, o porque ya
habían sido saciadas, no lo tocaron, ni con sus garras, ni con sus dientes; así que él, junto con otros
mártires, fue acuchillado por la garganta. Algunos escriben que después fue decapitado.

Maturus, Santos, Blandina y un joven del Ponto, cruelmente atormentados por el


río Rhone cerca del año 172 d.C
Los antiguos escritores atestiguan que cerca del tiempo en que Átalo fue muerto, varios otros también
fueron martirizados por causa de Cristo, como Maturus, Santos, Blandina, y un joven de quince años
del Ponto. En cuanto a las circunstancias de sus sufrimientos y su muerte, ocurrió de esta manera: En
primer lugar, tres de ellos, fueron atormentados cruelmente, especialmente Blandina. Los otros
temieron mucho por ella, pues no pudiendo resistir el dolor, ella podría negar a Cristo. Pero ella
permaneció tan firme en todos sus sufrimientos que las manos de sus verdugos se cansaron antes que su
corazón desmayara. Eusebio Panfilio ha escrito sobre ella que los verdugos en la mañana desde muy
temprano la torturaron hasta la noche y se sorprendieron mucho que ella siguiera aún con vida. Pero él
explica esto, diciendo que cada vez que ella repitió las palabras, “soy cristiana,” su espíritu se fortalecía
y pudo seguir soportando.

Santos, quien era el diácono o el que cuidaba a los pobres, fue atormentado con placas de cobre, al rojo
vivo, los cuales se aplicaron en su abdomen. Siendo interrogado en cuanto a su nombre, su nación, su
ciudad, si era esclavo o libre, no dijo otra cosa, sino que a todas las preguntas respondía en latín: “Soy
cristiano.” Esto era para él su nombre, su patria y su raza, y los gentiles no pudieron hacerle pronunciar
otras palabras. Esto enojó a los tiranos y los llenó de una furia atroz que siguieron torturándolo hasta
que su cuerpo tenía la apariencia de ser una sola herida. Pero él permaneció animado y valiente;
soportó el calor del fuego por las consolaciones celestiales de Jesucristo.

Maturus fue tratado casi de la misma manera y permaneció igualmente firme. Habiendo sido
terriblemente atormentadas, estas tres personas fueron echadas a la cárcel otra vez. Después fueron
sacadas y atormentadas nuevamente. Primero Blandina y después Maturus y Santos. Fueron azotados la
segunda y tercera vez con todo tipo de varas; además fueron golpeados con palos, garrotes, y astillas
afiladas; también fueron pellizcados, cortados y desgarrados con todo tipo de ganchos, cuchillos,
garras, tenazas y peines de hierro. Por fin, cuando muchos miles se habían reunido en el anfiteatro,
Maturus y Santos fueron colocados en sillas de hierro bajo las cuales un gran fuego fue encendido, así
que sus cuerpos, lacerados con muchos azotes fueron inmediatamente consumidos por el fuego; sin
embargo, cuando los enemigos de la verdad vieron que sus espíritus permanecían firmes, los
decapitaron.

De Blandina está escrito que ella fue tendida en diagonal y atada a una estaca, para ser arrojada a las
bestias. Sin embargo, ella fue llevada otra vez a la cárcel. Pero después, en el último día de los juegos,
fue sacada junto con el joven del Ponto el cual había sido ordenado por el juez a ver los sufrimientos y
las muertes de los mártires anteriores para que le infundieran temor. Siendo llevados al centro del lugar
de ejecución delante del juez, fueron ordenados a jurar por los dioses, lo cual se negaron a hacer,
reprendiendo a la vez la idolatría de los paganos. En eso, los paganos se indignaron, y los atormentaron
mucho, tanto que el joven, no pudiendo soportar más, murió.

Blandina, asada en una parrilla y luego arrojada a toros salvajes, 172 d.C

Blandina se regocijó tanto al ver la firmeza del joven muerto que ella había adoptado como hijo, y
también la muerte de sus amigos fieles que ya habían pasado el conflicto, siendo azotados por el tirano,
que ella saltó de gozo. En cuanto a su muerte, se escribe que ella fue asada en una parrilla y después
envuelta en una red y arrojada a toros que la lanzaron al aire con sus cuernos y después la dejaron caer
al suelo. Sin embargo, como ella aún no había muerto, el juez ordenó que le cortaran la garganta, lo
cual hicieron; aunque otros dicen que ella fue clavada con una espada. De esta manera la piadosa mártir
y los otros tres mártires de Jesús terminaron sus vidas, y ahora están esperando el dichoso premio que
el Señor dará en el gran día de la recompensa a todos los que han sufrido y luchado, aun hasta la
muerte, por causa de su nombre.

En las siguientes citas Celso, un filósofo romano incrédulo, crítico del cristianismo,
describe a los cristianos como enemigos del Imperio o revolucionarios; puesto que
ellos no obedecían las órdenes del Emperador tales como participar en la guerra o
en la política, o en la adoración de los dioses del Imperio.
Hay una raza nueva de hombres nacidos ayer, sin patria ni tradiciones, asociados entre sí contra todas
las instituciones religiosas y civiles, perseguidos por la justicia, universalmente cubiertos de infamia,
pero auto glorificándose con la común blasfemia: son los cristianos. Mientras las sociedades
autorizadas y organizaciones tradicionales se reúnen abiertamente y a la luz del día, ellos mantienen
reuniones secretas e ilícitas para enseñar y practicar sus doctrinas. Se unen entre sí por un compromiso
más sagrado que un juramento y así quedan confabulados para conspirar con más seguridad contra las
leyes y así resistir más fácilmente a los peligros y a los suplicios que les amenazan…
Vamos a tratar de otro asunto. Los cristianos no pueden soportar la vista de templos, de altares ni de
estatuas… Los persas comparten ese mismo sentimiento… Sé de buena fuente que entre los per¬sas la
ley no permite construir altares, templos, es¬tatuas. Se considera locos a quienes lo hacen… El
menosprecio que los cristianos muestran hacia los templos, las estatuas y los altares es como el signo y
la señal de reunión, misteriosa y secreta, que entre sí intercambian. (178 d.C.) 7

Por esta y por otras razones, como dice Tertuliano: “Las asambleas paganas tienen todos sus circos
donde están prestos para gritar con alegría: “Muerte para la tercera clase (refiriéndose a los cristianos).”
O se decretaban leyes contra los cristianos de parte del gobierno, como esta: “No es lícito que los
cristianos vivan en el mundo.”

NOTAS:
4. Ignacio, Carta a los romanos
5. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Cristianismo I., publicado por
www.laiglesiaprimitiva.com
6. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Vida de los cristianos, el estilo de., publicado por
www.laiglesiaprimitiva.com
7. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Cristianismo IV.,publicado por
www.laiglesiaprimitiva.com

CAPÍTULO 3
LOS MÁRTIRES DEL SIGLO III
LA QUINTA PERSECUIÓN IMPERIAL CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO
EL EMPERADOR SEVEREO, LA CUAL COMENZÓ EL 201 d.C

Las siguientes citas son fragmentos de una carta dirigida por Tertuliano, obispo de la iglesia de
Cartago, África, a cristianos encarcelados en tiempos de persecución.

Los demás impedimentos y aun sus mismos parientes les han acompañado tan sólo hasta la puerta de la
cárcel. En ese momento han sido separados del mundo. ¡Cuánto más de sus cosas y afanes! ¡No se
aflijan por haber sido sacados del mundo!

Si con sinceridad reflexionamos que este mundo es una cárcel, fácilmente comprenderíamos que no
han entrado en la cárcel sino que han salido. Porque mucho mayores son las tinieblas del mundo que
entenebrecen la mente de los hombres. Más pesadas son sus cadenas, pues oprimen a las mismas almas.
Más repugnante es la fetidez que exhala el mundo porque emana de la lujuria de los hombres. En fin,
mayor número de presos encierra la cárcel del mundo, porque abarca todo el género humano,
amenazado, no por el juicio del procónsul, sino por la justicia de Dios…

En la cárcel se entristece el que suspira por las dichas del mundo; pero el cristiano, que afuera había
renunciado al mundo, en la cárcel desprecia a la misma cárcel. En nada les preocupe el rango que
ocupan en este siglo, puesto que están fuera de él. Si algo de este mundo han perdido, gran negocio es
perder, si perdiendo han ganado algo mucho mejor. Y ¡cuánto habrá que decir del premio destinado por
Dios para los mártires! 8
Perpetúa y felícita de Tuburbi, Mauritania, y otros, violentamente martirizados
cerca del año 201 d.C
Perpetúa y Felícita, dos mujeres cristianas muy piadosas y honorables en Tuburbi, una ciudad en
Mauritania, una provincia de África. Ambas fueron arrestadas sin advertencia para sufrir por el nombre
de Cristo: Felícita estaba a punto de dar a luz y Perpetua había acabado de dar a luz a un niño que ella
estaba amamantando. Pero esto no les causó temor para que abandonaran a Cristo, ni las impidió de
seguir en el camino de la piedad; antes bien, permanecieron como discípulos fieles de Cristo y llegaron
a ser mártires fuertes.

Felícita de Tuburbi, burlada por el carcelero momentos después de dar a luz en la cárcel, Mauritania, 201 d.C

De acuerdo con las leyes romanas, esperaron que la mujer embarazada diera a luz para luego
sentenciarla y condenarla a la muerte. Cuando los dolores de la muerte le sobrevinieron en la cárcel,
ella gritó de angustia y temor. El carcelero le dijo: “Tú tienes tanto temor y angustia ahora, y gritas en
voz alta por el dolor. ¿Cómo entonces soportarás mañana o el día siguiente cuando seas llevada a la
muerte?” Felícita respondió así: “Ahora sufro como pobre mujer el castigo que Dios, debido al pecado,
ha puesto sobre el sexo femenino. Pero mañana sufriré como mujer cristiana.” Con estas palabras ella
demostró claramente que había fundado su fe firmemente e inquebrantablemente sobre Cristo, el cual
nunca abandona a los suyos aunque estén en medio del fuego y sean consumidos. Dios le dio fuerzas
especiales para que ella pudiera soportar sus sufrimientos.

Refiriéndose a todo esto, Tertuliano escribe: “Perpetua, la mártir muy fuerte y firme, tuvo una
revelación o visión del paraíso celestial en el día de sus sufrimientos, en la cual ella vio solamente a sus
compañeros de martirio. ¿Y por qué a ningún otro? Porque la espada ardiente que aguarda la puerta del
paraíso cede la entrada solamente a los que mueren por Cristo.” Después de tantos sufrimientos estas
dos heroínas piadosas de Jesucristo, fueron martirizadas; por tanto, serán coronadas con la corona que
no se envejece como un triunfo sobre los enemigos que ellas vencieron: las crueldades y los dolores de
la muerte.

Los que fueron martirizados junto con ellas fueron cuatro. Se supone que uno de ellos murió en la
cárcel, debido a las extremas circunstancias, pero que los otros fueron arrojados a las bestias salvajes:
toros, leones, osos, leopardos, etc., para ser desgarrados por ellos. Así ellos cambiaron sus vidas por la
muerte, por causa de Cristo.

“Qué hermoso espectáculo para Dios, cuando el cristiano se enfrenta al dolor, cuando enfrenta las
amenazas, suplicios y tormentos, cuando desprecia sonriente el estrépito de la muerte y el horror que
inspira el verdugo, cuando hace valer su libertad frente a reyes y príncipes y sólo se somete al único
Dios, a quien pertenece, cuando, triunfante y victorioso, desafía a quien pronunció la sentencia contra
él. Porque al final venció quien obtuvo aquello por lo que luchó.” Marco Minucio Félix.

LA SEXTA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS, BAJO EL


EMPERADOR MAXIMINIANO EN EL AÑO 237 D.C

La sexta persecución de los cristianos surgió bajo el emperador Maximiniano, un hombre de carácter
cruel, y fue dirigido contra los cristianos, y especialmente contra los líderes. Afortunadamente él reinó
solamente dos años. Y puesto que era un enemigo violento de los obispos, la persecución comenzó
contra ellos, los autores y maestros de la religión cristiana. Se pensaba que si ellos fueran eliminados, la
gente común fácilmente podría ser persuadida a abandonar el cristianismo. Por esta razón, Orígenes, un
líder de la iglesia, con el fin de exhortar a los cristianos a permanecer firmes, escribió un libro sobre el
martirio y lo dedicó a Ambrosio, el obispo de la iglesia de Milán. Tocando la causa de estas
persecuciones la Introducción del libro dice así: “Los paganos odiaron tanto a los cristianos que cuando
ocurrían terremotos, tempestades, etc., ellos culpaban a los cristianos; afirmando que sus dioses estaban
ofendidos porque su honor entre la población estaba menguando por causa de los cristianos. De lo cual
se deduce que los paganos trataron a los cristianos de la peor manera.”

Miles de personas quemadas en sus lugares de reunión en varias ocasiones por la


verdad del evangelio, bajo los decretos del Emperador Maximiniano cerca del año
237 d.C.
He aquí, un hecho cruel y malvado llevado a cabo por el emperador Maximiniano. Mientras los
cristianos se hallaban reunidos en sus lugares de reunión, el Emperador mandó a sus soldados a
cerrarlos y a amontonar leña alrededor y prenderles fuego para quemar a todos los cristianos dentro de
ellos. Pero antes de encender la leña, él hizo proclamar que cualquiera que saliera y sacrificara a
Júpiter, sería perdonado; además, sería premiado por el Emperador. Los cristianos respondieron que no
sabían quién era Júpiter; que Cristo era su Señor y Dios y por el honor de su nombre iban a vivir y
morir. Es un milagro especial que entre tantos miles de cristianos ni siquiera uno deseó salir y negar a
Cristo para salvar su vida; todos juntos permanecieron fieles, cantando y alabando a Cristo hasta que el
humo y el vapor apagaron sus voces.

“Entre más nos persigan ustedes, más crecemos nosotros. La sangre de los cristianos es una semilla…
Y después de meditar en ello, ¿quién habrá entre ustedes que no quisiera entender el secreto de los
cristianos? Y después de inquirir, ¿quién habrá que no abrace nuestra enseñanza? Y cuando la haya
abrazado, ¿quién no sufrirá la persecución de buena voluntad para que también participe de la plenitud
de la gracia de Dios?” Tertuliano 9

LA SÉPTIMA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO EL


EMPERADOR DECIO, 251 D.C
Los tormentos con los cuales los pobres cristianos fueron llevados a la muerte en aquellos días, fueron
muy severos. Fueron exiliados, despojados de sus bienes, condenados a las minas, azotados,
maltratados, decapitados y ahorcados. Se vertía alquitrán caliente sobre ellos; fueron tostados a fuego
lento, apedreados; pinchados en el rostro, en los ojos y en todo el cuerpo con instrumentos puntiagudos
y filudos; arrastrados por las calles sobre piedras puntiagudas, estrellados contra las rocas, lanzados
desde lugares altos, sus miembros rotos en pedazos, envueltos en mantos con espinas, dados como
presa y comida a las bestias salvajes…

LA OCTAVA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO EL


EMPERADOR VALERIANO Y SU HIJO GALENO, 259 D.C.

Verdaderamente el emperador Valeriano fue un príncipe muy piadoso y digno de elogio, distinguido de
los demás. Pero ¿de qué sirvió? Aunque al principio favoreció mucho a los cristianos y tanto honró a
sus líderes que su casa era considerada una iglesia del Señor; después fue corrompido por un doctor, el
malvado jefe y príncipe de todos los hechiceros de Egipto. Él convenció al Emperador que no iba a
prosperar mientras toleraba a los cristianos en su corte y en el Imperio. Entonces el Emperador mandó
perseguir y matar a estos hombres santos y justos, dado que ellos se opusieron a la hechicería con la
cual él había sido contaminado.

Dicho hechicero también había convencido al Emperador a matar y sacrificar a niños y adultos en
honor de Satanás; y este ordenó matar a niños para realizar sus impuras ceremonias y abominables
sacrificios, arrebatando a los niños de sus padres; tanto despreció y oprimió a los cristianos que no
perdonó a anciano, ni joven, ni hombre, ni mujer. Al contrario, humilló hasta la muerte los que le
trajeron.

En todo el territorio de Roma eran martirizados de diversas maneras: arrojados a las bestias, golpeados,
heridos, ejecutados con la espada, despedazados, pellizcados con tenazas al rojo vivo; otras veces sus
dedos y nervios eran fijados con clavos al rojo vivo. Algunos eran colgados de sus brazos con pesas
atadas a sus pies, y así eran despedazados poco a poco en medio de un gran dolor. Otros, cuyos cuerpos
habían sido cubiertos con miel, eran tendidos en el suelo bajo un sol caliente para ser atormentados y
picados hasta morir por moscas, abejas y otros insectos. Otros eran golpeados con palos y encarcelados
hasta perecer dolorosamente. Muchos cristianos tenían que andar sin rumbo fijo por países extranjeros,
por lugares aislados y cuevas; en medio de pobreza y necesidad; dejando la comodidad, el honor y la
prosperidad, su paz, sus amigos y sus bienes.

Cipriano, un obispo de la iglesia de Cartago, escribió lo siguiente en cuanto a esta


persecución: Valeriano dio una carta al Senado, ordenando que los obispos y ancianos y diáconos
fueran ejecutados al instante, que… debieran ser despojados de sus bienes, además de la dignidad, y,
si perseveraren en su cristianismo, después de despojados de todo, fueran decapitados… Estamos
esperando cada día que llegue esta carta, manteniéndonos en pie con la firmeza de la fe dispuestos al
martirio, y esperando de la ayuda y misericordia del Señor la corona de la vida eterna. 10

LA NOVENA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS, BAJO EL


EMPERADOR AURELIANO, 273 D.C.
P. J. Twisck escribe: “El emperador Aureliano comenzó la novena persecución contra los cristianos.
Por naturaleza él se inclinó a la tiranía; era tan sanguinario que mató a su sobrino. Por fin, por causa de
lo atroz de su propio carácter y los malos consejos que recibió, él llegó a ser enemigo y perseguidor de
los cristianos. Él mandó cartas a los gobernadores en todo el Imperio romano para fastidiar a los
cristianos; pero cuando estaba a punto de iniciar la persecución, no pudo firmar los decretos contra los
cristianos, pues Dios paralizó su mano. Por medio del juicio divino, él fue aterrorizado con truenos,
relámpago y rayos de fuego mientras meditaba en cómo matar y exterminar a los cristianos. Poco
tiempo después, fue asesinado por su notario.

Dos mujeres martirizadas por el testimonio de Jesucristo en Cilicia, 285 d.C.


Eulalio, el carcelero, sacó a Donuina de la cárcel y la llevó a Lisias, el gobernador. Él le dijo: “Mira,
mujer, este fuego y estos tormentos están preparados para ti. Si deseas escapar del dolor, sacrifica a los
dioses.”

Donuina respondió: “No lo haré, pues no quiero caer a los eternos dolores del infierno. Yo sirvo a Dios
y a su ungido Cristo, quien ha creado los cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos. Sus dioses son de
madera y piedra, hechos por manos de hombres.”

Llevaron a Donuina al potro y Lisias ordenó: “Quítenle toda la ropa, estírenla y hieran todos sus
miembros y todo su cuerpo con varas.” Ella murió después de soportar muchos golpes. Entonces el
verdugo le dijo al gobernador: “Gobernador, Donuina ha muerto.” Entonces Lisias ordenó arrojarla al
río.

Después el carcelero dijo al gobernador: “Aquí está Theonilla, la otra mujer.” Lisias le dijo: “Mujer,
has visto el castigo sobre los desobedientes y de qué modo han sido torturados: Honra a los dioses y
sacrifica para escapar de estos tormentos.”

Theonilla contestó: “Yo temo a aquel que tiene poder para arrojar el alma y el cuerpo al infierno y
quemar a todos los que se apartan de Dios y honran a Satanás.”

Lisias ordenó al verdugo: “Golpéala en las mejillas; arrójala al suelo, ata sus pies y tortúrala sin
piedad.”

Theonilla respondió: “¿Te parece bueno tratar así a una mujer respetable? Tú sabes que no puedes
esconder de Dios lo que haces conmigo.”

Lisias mandó colgarla de sus trenzas y golpearla en las mejillas.

Luego ordenó que la torturaran en el potro. Habiendo sido quitada su ropa, Theonilla le preguntó: “¿No
te da vergüenza descubrir mi cuerpo y así deshonrar a tu madre y esposa, quienes son mujeres
también?”

Lisias preguntó si ella tenía esposo o si era viuda.

Theonilla respondió: “Yo he sido viuda durante más de veintitrés años y he permanecido sola para
poder servir mejor a Dios con ayunos, vigilias y oraciones, al Dios que no llegué a conocer, sino hasta
haber renunciado al mundo y a los ídolos.”

Lisias ordenó humillarla aún más. Raparon su cabello, amontonaron espinas alrededor de su cuerpo, la
estiraron entre cuatro estacas, la azotaron en todo el cuerpo, y colocaron carbones al rojo vivo sobre su
cuerpo para que fuera consumida. Después que el carcelero y el verdugo hubieron cumplido todo esto,
ella murió e informaron a Lisias, diciendo: “Señor, ya ha muerto.” Entonces, el gobernador mandó
meter el cuerpo de Theonilla en un costal y arrojarlo al río. De esta manera sufrieron estas dos mártires
puras bajo el gobernador de Cilicia.

NOTAS:
8. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Mártires I., publicado por
www.laiglesiaprimitiva.com
9. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Mártires I., publicado por
www.laiglesiaprimitiva.com
10. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Persecución, publicado por
www.laiglesiaprimitiva.com

CAPÍTULO 4
LOS MÁRTIRES DEL SIGLO IV
LA DÉCIMA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO EL
EMPERADOR DIOCLECIANO, INICIADA EN EL AÑO 301 D.C.

Crucificados de diversas maneras, azotados, devorados por perros salvajes, quemados con agua hervida y con fuego en la
espantosa persecución contra los cristianos bajo los emperadores Diocleciano y Maximiliano, 301 d.C.

Los enemigos de la verdad aprovecharon de un suceso para incitar al emperador Diocleciano a actuar
contra los cristianos. Hubo un incendio en la ciudad de Nicodemia, donde los emperadores solían vivir,
por el cual el palacio del Emperador fue completamente destruido y los cristianos fueron culpados por
esta calamidad. El Emperador, sumamente enojado, fácilmente creyó la difamación, pensando que
había suficiente evidencia para ello.

Por tanto, en el decimonoveno año de su gobierno, él emitió un decreto ordenando que todos en todo
lugar debieran sacrificar a los dioses de los emperadores y el que rehusara hacerlo debía ser matado;
también que las iglesias y los libros cristianos debían ser completamente destruidos. En casi todas las
ciudades del Imperio murieron alrededor de cien cristianos cada día. En un mes, diecisiete mil
cristianos fueron ejecutados. De esta manera la sangre derramada coloreó de rojo muchos ríos. Algunos
fueron ahorcados, otros decapitados, algunos quemados; y hasta hundieron barcos llenos de cristianos
en las profundidades del mar.

Los tiranos arrastraron a algunos por las calles atándolos a las colas de caballos y, después de haberlos
herido y torturado, los encarcelaron para que reposaran en camas de puntas afiladas. Su reposo fue más
doloroso que la tortura. A veces doblaron con mucha fuerza las ramas de los árboles, y amarrando una
pierna a una rama y la otra a otra rama, dejaron que las ramas volvieran a sus posiciones naturales. De
este modo, sus miembros fueron despedazados de una manera horrible. Cortaban sus orejas, narices,
labios, manos y los dedos de sus pies, dejando solamente sus ojos para afligirlos con más dolor.
Afilaban clavos de madera y los clavaban entre las uñas y los dedos; derretían plomo y lo derramaban
lo más caliente posible sobre sus espaldas desnudas.

De esta persecución, Salpitius Severo escribió: “Bajo los gobiernos de Diocleciano y Maximiliano
surgió una persecución muy amarga: por diez años atormentó al pueblo de Dios. En ese tiempo, el
mundo entero fue manchado con la sangre santa de los mártires; los hombres se apuraron heroicamente
para participar en esas famosas luchas; es decir, el martirio por el nombre del Señor, para obtener por
una muerte honrosa y digna el honor que merece un mártir.”

En Egipto, los decapitaron en cantidades tan grandes que los verdugos se cansaron y sus espadas
quedaron sin filo de tanto cortar. Los cristianos iban a la muerte alegremente, sin ser atados; pues,
temían que el tiempo de morir como mártires se acabaría.

Eulalia, una joven cristiana, quemada con lámparas y antorchas y asfixiada en


Lusitana en el año 302 d.C.
Había una jovencita cristiana de 12 o 13 años llamada Eulalia. Ella era llena de fervor en su espíritu:
deseaba morir por el nombre de Cristo. En consecuencia, sus padres tuvieron que llevarla de la ciudad
de Merida a un pueblo alejado y vigilarla con mucho cuidado. Pero ese lugar no pudo apagar el fuego
de su espíritu, ni mantenerla encerrada por mucho tiempo. Una noche escapó y al día siguiente fue al
tribunal muy temprano y con voz alta dijo al juez y a todas las autoridades: “¿No les da vergüenza
entregar sus propias almas además de las de otros a la perdición eterna por negar al único y verdadero
Dios, el Padre de todos nosotros y el Creador de todas las cosas? ¡Oh, hombres desdichados! ¿Buscan
ustedes a los cristianos para matarlos? Aquí estoy, he aquí un enemigo de sus sacrificios satánicos. Con
mi corazón y mi boca yo confieso solamente a Dios; pero Isis, Apolo y Venus son ídolos vanos.”

El juez a quien ella habló con tanta audacia se enfureció y llamó al verdugo ordenándolo llevársela de
una vez, desvestirla y someterla a varios castigos. Él dijo que por medio del castigo ella conocería a los
dioses de sus padres, y aprendería cuán difícil es despreciar el mandato del Emperador Maximiliano.
Pero antes que la llevaran a torturarla, el juez le habló con estas palabras agradables: “¡Cuánto me
gustaría perdonarte! ¡Oh que pudieras renunciar las enseñanzas perversas de los cristianos antes de tu
muerte! Piensa en cuánto gozo podrías experimentar en un matrimonio honroso. Mira, todos tus amigos
lamentan que vas a morir en la plenitud de tu juventud. Mira, los verdugos están preparados para
torturarte hasta la muerte con todo tipo de tormentos. Serás decapitada o desgarrada por las bestias o
quemada con antorchas. Eso te hará gritar y llorar porque no podrás soportar el dolor ni el ser quemada
con fuego. Fácilmente puedes escapar de todo eso. Solamente toma un poco de sal e incienso y
sacrifica a los dioses. Hija, si aceptas, escaparás de todos estos severos castigos.”

La mártir fiel pensó que las palabras del juez no merecían una respuesta. Más bien, empujó las
imágenes, el altar, y otras cosas, volteándolos. Inmediatamente dos verdugos vinieron y desgarraron
sus miembros tiernos y con cuchillos cortaron sus costados hasta llegar a las mismas costillas.

Eulalia, sin responder al juez, empujó el altar y sus imágenes, rechazando así la adoración pagana. Luego fue sofocada y
quemada, Villa Nova, Portugal, 302 d.C

Eulalia, contando los cortes en su cuerpo, dijo: “¡He aquí, Señor Jesucristo! ¡Tu nombre está siendo
escrito en mi cuerpo; cuánto me gozo al leer estas letras, porque son señales de la victoria! He aquí, mi
sangre rojiza confiesa tu nombre santo.”

Ella habló esto con un rostro feliz, sin demostrar la menor angustia, aunque la sangre fluía como una
fuente de su cuerpo. Después de haber sido cortada hasta las costillas, quemaron sus costados y su
abdomen con lámparas y antorchas. Por fin, su cabello, al encenderse, la asfixió. Así murió esta
heroína, joven de edad, pero madura en Cristo, amando más la enseñanza de su Salvador que su propia
vida.

“Pero es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros (los cristianos) lo que nos atrae el odio de
algunos que dicen: miren cómo se aman, mientras ellos se odian entre sí. Mira cómo están dispuestos a
morir el uno por el otro, mientras ellos están dispuestos, más bien, a matarse unos a otros. El hecho de
que nos llamemos hermanos lo toman como una infamia.” Tertuliano 11
Pancracio, un joven de catorce años, decapitado por el testimonio de Jesucristo
fuera de la ciudad de Roma, el año 303 d.C.
Había un joven cristiano de catorce años que fue llevado al emperador Diocleciano. Este favoreció
mucho al joven y prometió adoptarlo si él abandonaba a Cristo y honraba a los dioses romanos. Pero
este joven era maduro en el conocimiento y amor a su Salvador: permaneció firme al defender la
verdad y al despreciar a los dioses. Por lo tanto, el Emperador se enfureció y mandó decapitar al joven
en las afueras de Roma: De esta manera, el joven amó la honra de Cristo más que su propia vida, y
ahora tiene su lugar entre los piadosos mártires.

Julieta de Iconio, una honorable viuda, después de haber huido mucho, fue
decapitada por el nombre del Señor en Tarso, Cilicia, 304 d.C.

Cuando la persecución iniciada por Diocleciano se hallaba en su mayor esplendor, cierta viuda de
Iconio intentó huir de ella. Fue a todo lugar con su hijo de tres años de edad, desde Lyconia hasta
Seleucia, desde allí hasta Tarso en Cilicia. Pero no pudo permanecer en secreto debido a la fuerza de la
persecución: el procónsul de esa región la aprehendió. Después de mucho esfuerzo de persuadirla a
renunciar el cristianismo, mandó a azotarla con fuertes azotes de cuero.

Mientras tanto, el procónsul se esforzó por mantener tranquilo al niño con muchas palabras agradables;
pero el niño lo resistió con sus manos y sus pies, rehusando ser cuidado por un tirano; y finalmente
corrió a su madre. Sin embargo, el tirano lo atrapó otra vez, pero esta vez no se volvió pacífica y
agradablemente, pues el niño había arañado su cara y pateado sus costillas. Por tanto, el dolor lo
enfadó. Luego, tomó al niño de sus piernas y lo lanzó hacia las gradas empedradas. La madre, viendo
esto, se dirigió al tirano, diciendo: “No creas que sea tan tímida para ser rendida por tus crueldades;
pues el dolor de mi cuerpo no me atemoriza, ni el estrangulamiento de mis miembros moverá mi
espíritu, ni las amenazas del fuego, ni la muerte misma será capaz de separarme del amor de Cristo.
Cuanto más me amenaces con tormentos, más aceptables serán por mí; pues espero muy pronto volver
a ver a mi querido hijo y recibir con él la corona de justicia de la mano de Cristo.”

A causa de estas palabras, el procónsul la suspendió a la estaca de tortura, su cuerpo fue desgarrado con
peines de metal, derramaron brea caliente sobre su cuerpo desnudo y sobre sus frescas heridas.
Finalmente fue decapitada.
Julieta siendo azotada mientras su pequeño hijo era arrojado por el procónsul a las gradas de piedra.

Cuarenta jóvenes arrojados a una piscina de agua fría y quemados vivos al día
siguiente en Antíoco, 304 d.C.

Mientras todo el Imperio Romano era muy perturbado por la persecución violenta, cuarenta jóvenes,
como defensores valientes de Jesucristo, predicaron abiertamente y sin temor a Jesucristo en la ciudad
de Antíoco. El gobernador de esa región, después de haberlos arrestado, hizo todo lo posible para
apartarlos de la fe; pero cuando no pudo, los desvistió en el tiempo más frío del invierno y mandó
arrojarlos a una piscina muy fría. Como siguieron con vida, al día siguiente ordenó quemarlos hasta
reducirlos a cenizas.

Uno de ellos, como era muy joven, por compasión, había sido devuelto a su madre; pero ella lo trajo
otra vez y lo puso en el carruaje con los otros jóvenes y le exhortó a terminar la carrera al lado de sus
hermanos.

NOTAS:
11. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Cristianismo IV. , publicado por
www.laiglesiaprimitiva.com

CAPÍTULO 5
LOS MÁRTIRES DE LOS SIGLOS V-
XV (400-1500 d.C)
Una invitación a una viaje por los lugares donde anduvieron y murieron los
queridos mártires en los días pasados y oscuros
Como una introducción a los mártires de este periodo de la historia, Thielman van Braght escribe lo
siguiente:

Con pasos lentos iremos por un largo viaje, un viaje maravilloso y a la vez triste. Los lugares por donde
pasaremos son las montañas de Lombardía, cerca de Novaria, las ciudades de Crema y Steyer en
Austria, Zuidenitz en Polonia, Marsella en Francia. Luego, pasaremos a Bohemia, terminando nuestro
viaje por el Mar Báltico.

¿Qué cosas hallaremos en el camino, queridos amigos? Ciertamente nada que agrada a los deseos
humanos o la carne; el fuego nos amenaza por un lado y las aguas profundas por el otro; y en medio de
ambos solamente se encuentran el cadalso sangriento: las horcas, las estacas e innumerables
instrumentos horribles de la muerte y la tortura, los cuales someten a las personas a una muerte lenta,
que equivale a morir mil veces. Se ve un grupo enteramente compuesto de cuerpos quemados,
ahogados, decapitados o martirizados de alguna u otra manera; así pues, tenemos que caminar por en
medio de cráneos y esqueletos: vemos sangre púrpura que parece fluir como arroyos, a veces hasta
como ríos grandes.

Sin embargo, nuestros corazones se llenan de gozo, nos deleitamos en este viaje, y nos revestimos de
vida en los valles de la muerte; porque aquí está la entrada a los cielos, la puerta al bendito palacio; una
puerta verdaderamente estrecha, en cuyos postes quedan adheridos la carne y la sangre; pero por esta
puerta se entra a espaciosas moradas celestiales y al jardín infinito y eterno del bendito paraíso. Aquí se
escucha con los oídos de la fe las voces alegres de los ángeles, superiores en canto a los cánticos de
pájaros o a la música instrumental más agradable, la cual de hecho suena discordante y desagradable
cuando se la compara con aquellas voces angélicas. Aquí también se ve con claridad la majestad de
Dios, Jesús, el Salvador del mundo y las sociedades celestiales. No nos atrevemos hablar más de ello
porque ojo humano no lo ha visto, y el hombre ni siquiera ha pensado en las cosas que Dios ha
preparado para los que le aman. (1 Corintios 2:9)

Todo esto se siente en el alma, aunque los cuerpos sufran una gran angustia; pues pronto termina. ¿No
debemos anhelar este viaje? ¡Por supuesto! Entonces sigamos adelante. Que el Señor nos guíe y enseñe
el camino correcto.

¡Oh multitudes de mártires! Ustedes han testificado con su sangre el nombre de Dios. Hemos venido a
contemplar sus martirios y darlos a conocer por escrito a nuestros hermanos; no es que pensamos ir de
peregrinación a los lugares donde murieron, para adorarlos; ni queremos traerles ofrendas como hacen
los sacerdotes; de ninguna manera; antes bien, queremos recordar sus buenos ejemplos.

Obre los tiranos y su tiranía en el año 401

Entre los perseguidores sanguinarios de los cristianos cuentan Esdigerdis y su hijo Geroranes, que no
solamente mataron y asaron vivos a los cristianos, sino también cortaron carrizos y los ataron
fuertemente al lado cortado contra los cuerpos desnudos de los mártires, lacerando así terriblemente sus
cuerpos. También los confinaron desnudos en celdas, atando sus manos y sus pies, haciendo entrar
muchas ratas hambrientas que poco a poco los devoraron completamente. Sin embargo, con estas
crueldades y otras parecidas, persuadieron sólo a pocos cristianos a negar a su Redentor.

La gran crueldad de Elvelid, el musulmán, el cual mató a todos los cristianos que se
hallaban encarcelados, 739 d.C.
Se escribe que en el año 739, el príncipe musulmán Elvelid, mandó ejecutar a todos los cristianos en
todas las ciudades.

Ya que los escritores antiguos no nos han dejado información detallada en cuanto a sus enseñanzas y
prácticas, no escribiremos con detalle sobre el obispo de la iglesia de Damasco, Pedro Mavimenus y
otros que en ese tiempo fueron martirizados en el Oriente por el testimonio de Cristo.

¡Oh cuán lamentable es que los escritores antiguos no nos hayan dejado más información clara y
especifica de esos tiempos! Estamos seguros que alentaría muchos corazones sinceros y esforzaría su fe
si ellos pudieran ver que en días pasados y turbulentos muchos de sus hermanos y hermanas amaron
tanto a Cristo, su querido novio de sangre, y las enseñanzas celestiales, que sin vacilar, testificaron por
Él por medio de la muerte, en el fuego y el agua, en los dientes y en las garras de las bestias o en la
espada mortal y de otros modos.

Nunila y Aloida, hermanas jóvenes, ejecutadas por la espada en la ciudad de Osca


por el nombre del señor Jesús, cerca del año 857 d.C.
El Señor preparó no solamente hombres, sino también mujeres y doncellas. Cerca del año 851 entre los
musulmanes, dos hermanas llamadas Nunila y la otra Aloida, no vacilaron en testificar de Jesucristo, su
novio celestial, con su sangre y su muerte.

Su padre era musulmán y su madre una cristiana de nombre, pero no muy piadosa, pues, después de la
muerte de su esposo se casó con un musulmán incrédulo. Así pues, estas mujeres jóvenes piadosas no
pudieron practicar con libertad su vida cristiana debido a las restricciones de su padrastro incrédulo.
Por lo tanto, dejaron la casa de su madre y fueron a vivir con su tía, una cristiana verdadera, la cual les
enseñó más del evangelio.

El enemigo de los hombres se llenó de envidia porque ellas, las hijas de un padre musulmán, se habían
convertido al cristianismo. Él los acusó por medio de personas malvadas ante el policía principal de la
ciudad de Osca; luego ellas fueron llevadas al juez. Éste les prometió muchos regalos para apartarlas de
la fe. También prometió darlas en matrimonio a los mejores jóvenes, si ellas se convirtieran a la fe
musulmana. Pero si ellas siguieran obstinadas, él amenazó con torturarlas y matarlas con la espada. Por
consiguiente, estas doncellas piadosas fortalecidas por el Espíritu de Dios, contestaron firmemente y
sin temor al juez, diciendo:

“¡Oh juez! ¿Por qué nos ordenas a apartarnos de la verdadera piedad? Porque Dios nos ha mostrado
que no hay nadie en todo el mundo más rico que Jesucristo, nuestro Salvador, y que no hay nada más
dichoso que la fe cristiana, por la cual los justos viven y los santos han conquistado reinos. Porque sin
Cristo no hay vida, y sin su conocimiento hay solamente la muerte eterna. Morar con Él y vivir en Él es
nuestro único y verdadero consuelo; pero apartarse de Él es perdición eterna. No nos apartaremos de
nuestra comunión con Él en toda nuestra vida, porque habiendo confiado nuestra inocencia y juventud
a Él, esperamos llegar a ser su novia. Porque la ganancia de las cosas temporales de este mundo, con
las cuales piensas seducirnos, nosotras las vemos como basura para ganar a Cristo; porque nosotras
sabemos que todas las cosas en el mundo son vanidad, excepto Cristo. Ni nos conmueven las amenazas
del castigo, porque sabemos que las torturas duran poco tiempo; aun la muerte que presentas como el
terror más grande, la anhelamos porque sabemos que por medio de ella vamos directamente al cielo y
a Cristo, nuestro novio, para ser abrazados inseparablemente por Él en su amor.”
El juez, viendo su firmeza y convicción, mandó separarlas y entregarlas a mujeres musulmanes para ser
instruidas en la religión musulmana. También las prohibió estrictamente ser acompañada una con la
otra o con cualquier otro cristiano. Las mujeres musulmanes expusieron diariamente su doctrina
idólatra y malvada, buscando envenenarlas con la copa de la ira de Dios por medio de Mahoma, el
profeta de los musulmanes. Pero todo era en vano; ellas permanecieron firmes. Sus enemigos las vieron
como obstinadas.

Por fin, fueron llevadas delante del tribunal; allí, confesaron otra vez a Cristo y afirmaron que Mahoma
era enemigo del cristianismo. Por lo tanto, fueron ejecutadas por la espada en la ciudad de Osca en
España en el año 851 d.C.

Pelagio, un joven de trece años, le cortaron las piernas y los brazos y luego lo
decapitaron, Córdova, 925 d.C.

Pelagio, un joven cristiano, a la edad de trece años fue entregado al rey Árabe en Córdova. Este joven
era muy diligente en el camino del Señor al prepararse para su martirio, que se acercaba. Cuando fue
llevado al rey, se paró e inmediatamente empezó a confesar su cristianismo, diciendo que estaba
disgusto a morir por ello. Pero al rey no le interesó escuchar sus palabras acerca de Jesús y del
cristianismo; y tentó al joven el cual era muy inocente en los caminos de la maldad, a hacer algunas
cosas impuras. Pero este héroe de Cristo valientemente negó hacerlo, prefiriendo morir antes de vivir
vergonzosamente para el diablo, y contaminar su alma y su cuerpo. El rey, deseando persuadirlo,
mandó a sus siervos a prometerle muchas cosas buenas, diciendo que si él rechazara su fe, el rey lo
criaría con mucho esplendor en su corte. Pero el Señor, en quien confiaba, lo fortaleció para resistir
todas las seducciones de este mundo; él les dijo: “Yo soy cristiano, y permaneceré cristiano y
obedeceré solamente los mandamientos de Cristo por toda mi vida.”

Pelagio permanecía en oración mientras el verdugo terminaba de cortar sus brazos. Martirizado en Córdoba, España, 925 d.C

El rey, viendo que permaneció firme, se llenó de ira y ordenó a sus guardias colgarlo con tenacillas de
hierro, pellizcarlo, y levantar y bajarlo hasta que muriera o negara a Cristo. Pero habiendo soportado
todo eso, permaneció sin temor y estaba dispuesto a sufrir más, aun hasta la muerte.
Cuando el tirano vio la firmeza del joven, ordenó cortar sus miembros y echarlos al río. De pie delante
del rey, mientras que la sangre fluía de su cuerpo, oraba a nuestro Señor Jesús: “Oh Señor, sálvame de
las manos de mis enemigos.” Cuando levantó las manos orando, los verdugos jalaron y cortaron sus
brazos y sus piernas y su cabeza; y luego arrojaron los pedazos al río. Así este joven héroe y testigo fiel
terminó su vida en el año 925 d.C. Su martirio duró desde las siete de la mañana hasta la noche.

Arnaldo de Brescia, después de mucha persecución, quemado en Roma por sus


enseñanzas contra la Iglesia Católica, 1145 d. C.

Los verdugos, bajo la inspección de los sacerdotes, sacan del fuego los restos de Arnaldo para luego convertirlos en cenizas y echarlas al río Tíbet.

En el año 1139, Arnald de Brescia, Italia, habiendo sido instruido por Pedro Abelard, empezó a enseñar
contra la misa, la transubstanciación y el bautismo de infantes. Por tanto, el Papa Inocente II le mandó
callarse. Él huyó a Alemania o Suiza, donde siguió enseñando por un tiempo. Después de la muerte del
dicho Papa, regresó a Roma. Pero mucha gente lo seguía y los papas Eugenio y Adrián empezaron a
perseguirlo severamente y el huyó al emperador Federico Barbarossa, quien lo entregó al Papa. De esta
manera finalmente, en Roma, fue atado a una estaca, quemado, y sus cenizas fueron arrojadas al río
Tíbet, para que la gente no lo honrara. Esto ocurrió en el año 1145 d.C. después que él había enseñado
dichas doctrinas durante seis años.

Pedro Bruis quemado en St. Giles; Enrique de Toulouse apresado y martirizado y


sus seguidores perseguidos por los hombres del Papa 1145, 1147 d.C.

P. J. Twisck da el siguiente relato para el año 1145: “Llegaron a ser conocidos en Francia, un ex-
sacerdote, Pedro Bruis y su discípulo, Enrique de Toulouse. Ambos habían sido monjes, eran educados
y grandemente criticaron los errores papales, hablando la verdad sin temor a nadie. Al Papa lo llamaron
El príncipe de Sodoma y a la ciudad de Roma Madre de toda injusticia y abominación. Ellos hablaron
contra las imágenes, la misa, los peregrinajes y otras instituciones de la iglesia romana. Ellos
renunciaron el bautismo de infantes, diciendo que sólo los creyentes deben recibir el bautismo.
Cuando Pedro había predicado por aproximadamente veinte años, desde 1126 hasta 1145 y mucha
gente había llegado a seguirlo, fue quemado públicamente en la ciudad de St. Giles.

Su discípulo, Enrique Thoulouse, que lo seguía en la enseñanza, fue apresado después por los hombres
del papa y martirizado, aunque no se sabe de qué manera. Se supone que esto ocurrió dos años después,
en el año 1147 d.C.

Después de sus muertes, una cruel persecución surgió contra todos los que habían seguido sus
enseñanzas, de los cuales muchos fueron a la muerte llenos de gozo. En breve, por más que los papas,
con todas sus cabezas rapadas y ayudados por sus príncipes y magistrados seculares se esforzaron para
exterminarlos, primero por medio de debates y después por el destierro y la excomulgación, por
maldiciones y cruzadas, y por el dar indulgencias y perdón a todos los que persiguieran dichas
personas, y por fin por toda clase de tormento, fuego, cadalso y cruel derramamiento de sangre, hasta
que en todo el mundo se había producido un tumulto. Sin embargo, no pudieron impedir que sus
enseñanzas se extendieran a todos los países y reinos. Se reunieron tanto en secreto como
públicamente, con pocas personas o muchas, dependiendo de la crueldad o tiranía de los tiempos hasta
el año 1304, de los cuales más que cien personas eran quemadas en París y sus descendientes siguieron
por medio de mucha tribulación hasta el día de hoy.” P. J. Twisck

La conversión de Pedro Valdo y el surgimiento de los valdenses, 1160 d.C

Cerca del año 1160, algunos ciudadanos principales de la ciudad de Lyon, Francia, se encontraban
conversando, cuando uno de ellos repentinamente cayó al suelo y murió. Esta tragedia, un ejemplo de
la mortalidad del hombre y de la ira divina, aterrorizó a uno de ellos llamado Pedro Valdo, un hombre
muy rico. Éste se puso a reflexionar y decidió, impulsado por el Espíritu Santo a arrepentirse y a temer
a Dios. Desde entonces, él empezó a dar muchas limosnas y a enseñar el bien a los de su propia casa y
a otros que venían. Les habló del arrepentimiento y de la verdadera piedad. Siguió ayudando a los
pobres y se dedicó a aprender, además de enseñar a otros con más fervor, ya que más gente se acercaba
a él. Él les enseñaba las Escrituras en francés, el idioma del pueblo. Pero el obispo y sus hombres,
quienes según Cristo, tienen la llave de los cielos, pero ni ellos mismos entran ni permiten entrar a
otros, se molestaron bastante que este hombre común y sin educación predicara las Escrituras en la
lengua común y que muchas personas vinieran a su casa para ser instruidas y amonestadas por él. Él era
muy celoso para honrar a Dios y por mostrar la salvación a los hombres. Las personas deseaban tanto
escuchar la palabra de Dios, la cual no era predicada con pureza en las iglesias, ni públicamente, que no
pudo ser prohibido por la orden de los fariseos y sacerdotes católicos: por lo cual tanto Pedro Valdo
como los que eran enseñados por él, dijeron que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres; pues
él, a pesar de las órdenes de los malvados, decidió sostener a los cristianos no solamente con las cosas
materiales, que por causa de dar mucho fueron disminuyendo cada día, sino también con la palabra de
Dios y buenas instrucciones y amonestaciones. Puesto que los sacerdotes buscaron eliminar con tiranía
y mandatos malvados la enseñanza sencilla y pura de la palabra de Dios, Valdo y sus seguidores
empezaron a examinar la religión y los motivos de los sacerdotes; y sin temor hablaron contra ellos.

El conflicto con los sacerdotes se puso más intenso, y más confusiones y supersticiones en la iglesia
católica fueron descubiertas y atacadas. Valdo también leyó algunos escritos de los líderes apostólicos
y así defendió la verdad con la Escritura y con el testimonio de los antiguos. Cuando el obispo con sus
fariseos y escribas católicos vieron con qué firmeza Valdo y sus seguidores enseñaban la palabra de
Dios, les dolió que la ignorancia y el error de su propia doctrina fueran atacados por Valdo y sus
seguidores. Entonces, los excomulgaron a todos. Viendo que la excomulgación no tuvo ningún efecto,
los persiguieron y usaron la cárcel, la espada y el fuego en maneras atroces para obligarlos a
dispersarse a otros países.

El clero, impotente para detener el avance y, alarmado, pidió al papa Celestino III que tomase medidas
contra ellos. El papa mandó un delegado en 1194, que convocó la asamblea de prelados y nobles en
Mérida, asistiendo personalmente el mismo rey Alfonso II de Aragón, quien dictó el siguiente decreto:

“Ordenamos a todo valdense que, en vista de que están excomulgados de la Santa Iglesia, son
enemigos declarados de este reino y tienen que abandonarlo, e igualmente todos los estados de
nuestros dominios. En virtud de esta orden, cualquiera que desde hoy permita recibir en su casa a los
susodichos valdenses, asistir a sus perniciosos discursos o proporcionarles alimentos, atraerá por esto
la indignación de Dios Todopoderoso y la nuestra; sus bienes serán confiscados sin apelación y será
castigado como culpable del delito de lesa majestad; además cualquier noble o plebeyo que encuentre
dentro de nuestros estados a uno de estos miserables, sepa que si los ultraja, los maltrata o los
persigue, no hará con esto nada que no nos sea agradable.”

El testimonio de escritores antiguos acerca de las vidas virtuosas de los valdenses

Es asombroso que los peores enemigos de los valdenses no encontraran ningún mal en sus vidas
aunque las examinaron con detalle.

Reinerius, un fraile dominico e inquisidor cruel de los valdenses, buscó difamarlos, pues, dijo que ellos
leían frecuentemente las Escrituras: “Cuando los Valdenses quieren demostrar su educación, ellos citan
las palabras de Cristo y sus apóstoles para enseñar muchas cosas acerca de la pureza, la humildad y
otras virtudes, y dicen que hay que alejarse del pecado. También enseñan que solamente los que siguen
la vida de los apóstoles son sus seguidores; que el Papa, los obispos y el clero, los cuales tienen las
riquezas de este mundo y no siguen la santidad de los apóstoles, no son los ministros de la iglesia de
Jesucristo.”

Es sorprendente de qué modo excelente Reinerius, quien solamente trató de calumniar a los valdenses y
comprobar que eran herejes, más bien demostró sus virtudes. Él dijo: “Se puede ver en su
comportamiento y en sus palabras que no son herejes, porque su actitud es muy modesta y seria. Su
ropa no es costosa ni exagerada. No participan en el comercio; no mienten, ni juran ni estafan; antes
bien, se sostienen por el trabajo de sus manos. Sus líderes son tejedores y zapateros que no amontan
riquezas; sólo se satisfacen con las necesidades de la vida. Son puros, moderados en el comer y beber,
y no van a los tabernas, etc.”

En cuanto a su manera de orar, se encuentra lo siguiente en un antiguo libro católico: “Los valdenses
oran así: Se arrodillan, apoyándose en una banca o algo parecido. De esta manera, arrodillados con sus
cuerpos postrados, suelen seguir en oración todo el tiempo que toma repetir el Padre Nuestro treinta o
cuarenta veces. Ellos hacen esto con gran reverencia. No oran ni enseñan, ni tienen otra oración aparte
del Padre Nuestro. Condenan el Saludo angélico y el Ave María.

También fue escrito de los valdenses que ellos ayunaban tres o cuatro veces a la semana, comiendo
solamente pan y agua, a menos que tuvieran un trabajo muy agotador que hacer. Ellos oraban siete
veces al día. El más anciano de ellos empezaba la oración.
Gerardo, con treinta personas más, hombres y mujeres, marcados con hierros
candentes, azotados y expulsados de la ciudad para morir en la miseria del frío en
Oxford, Inglaterra, en el año 1161 d.C.

En el año 1161 cerca de treinta personas, tanto hombres como mujeres, nativos de Alemania,
navegaron a Inglaterra. Los católicos los llamaron espíritus erróneos y publicanos, diciendo que eran de
orígenes desconocidos. Otros los llamaron Petrobrusianos, Berengarianos, hombres pobres de Lyon
(valdenses) etc.; porque se opusieron al bautismo de infantes, a la transubstanciación y a otros errores
de la Iglesia Católica.

“Hubo más de treinta de ellos,” escribe el escritor católico, “que ocultando sus errores, habían entrado
al país pacíficamente para propagar sus enseñanzas. Su líder era Gerardo, pues, sólo éste era un poco
educado, mientras que todos los demás eran necios analfabetos, personas de la clase baja y simples.
Pero no pudieron esconderse durante mucho tiempo, porque algunas personas sospecharon de ellos; y
cuando se enteraron que pertenecían a una secta extraña, fueron apresados.

Habiendo sido sentenciados, fueron llevados al lugar del castigo. Fueron con alegría y presurosos.
Gerardo, el líder, fue adelante, cantando: “Dichosos ustedes, dice el Señor, cuando los hombres los
odian por mi causa.”

Entonces fueron marcados con hierros candentes en sus frentes. Gerardo recibió dos marcas, una en su
frente y la otra en su barbilla para señalar que él era el líder. Después les quitaron sus ropas hasta las
cinturas y públicamente los azotaron y los expulsaron de la ciudad. Y puesto que era pleno invierno, y
nadie les mostró ni la más mínima compasión, todos murieron desdichadamente en el frío intenso.

Ciento ochenta discípulos llamados albigenses, quemados fuera del castillo


Minerve, 1210 d.C.

La quema de 180 albigenses en la gran hoguera preparada por la Iglesia Católica Romana, 1210 d.C
En el año 1210 d.C. tuvo lugar un gran sacrificio de creyentes llamados Perfecti o albigenses fuera del
castillo Minerve. Cerca de ciento ochenta personas, tanto hombres como mujeres, dejando al anticristo
de Roma, se mantuvieron fieles a Cristo y a su verdad divina y fueron quemados públicamente;
habiendo encomendado sus almas a Dios, ahora están esperando la corona y el premio de los fieles.

Los escritores católicos escriben de esta manera: “El Papa de Roma había mandado una segunda
cruzada para exterminar a los albigenses de todo lugar, prometiendo el perdón de pecados e incluso la
salvación eterna a todos los que se involucraran en la matanza y quema de los albigenses.

Había en el castillo de Minerve muchos albigenses llamados Perfecti (los perfectos) que vivieron allí
bajo la protección del señor del castillo. El castillo, situado en una piedra alta fue atacado por los
soldados del Papa. Por fin, el señor del castillo fue obligado a rendirse por la escasez de agua en el
castillo. El comandante del ejército ordenó matar a todos los que no se someterían a la Iglesia católica.

Sin embargo los albigenses respondieron: “No abandonaremos nuestra fe; rechazamos su fe romana; su
labor es en vano porque ni la vida ni la muerte son capaces de apartarnos de Cristo.” Esta era la
respuesta firme de los hombres, todos reunidos en una casa. Las mujeres, en otra casa se mostraron tan
valientes que el abad, con todas sus palabras agradables, no pudo conmoverlas.

Entonces, todos los cristianos fueron obligados a salir del castillo, donde les esperaba un gran fuego y
todos fueron arrojados en él, excepto tres mujeres que apostataron y así escaparon del fuego.

244 Valdenses quemados en la plaza cerca de Toulouse, 1243 d.C

Para llevar a cabo un gran espectáculo abominable como éste, participaba todo el pueblo: sacerdotes,
autoridades civiles y hombres comunes. Todos ellos unidos contra los indefensos seguidores de Cristo.

Cuando el viento norte de la persecución surgió con fuerza en el jardín de los verdaderos cristianos en
1243. Aprehendieron, cerca de Toulouse, a doscientas cuarenta y cuatro personas llamadas valdenses.
Estos inocentes e indefensos corderos de Cristo, habiendo rehusado abandonar al gran pastor de las
ovejas, Jesucristo, y a sus mandamientos, fueron condenados a ser quemados vivos. De esta manera,
ofrecieron a Dios un sacrifico vivo, santo y aceptable.

Katherine de Thou, en Lorain, quemada por enseñar el camino de Dios a las


monjas católicas en Montpelier, Francia, 1417 d.C.
El 2 de Octubre, cerca de las dos de la tarde, en Montpelier, Francia, una mujer recta y temerosa de
Dios fue sentenciada a la muerte y ejecutada en ese mismo día; pues, amando al Señor más que su
propia vida, luchó valientemente hasta la muerte, entrando con fuerza por la puerta estrecha a los
mansiones celestiales, habiendo dejado su carne y sangre en los postes de la puerta, es decir en las
llamas ardientes de Montpelier en Francia.

El 15 de noviembre de 1416, después de la misa en la iglesia de San Fermín en Montpelier, Katherine


Saube, una nativa de Thou en Lorain vino a la iglesia para presentarse. Ella había pedido el permiso de
las autoridades para vivir con las monjas en un convento local. Dichas autoridades llevaron a Katherine
como si fuera una novia al convento y la dejaron allí.
En cuanto a su motivo de entrar al convento, algunos creen que al experimentar los principios de la
verdadera piedad y de una fe ferviente, fue impulsada por un deseo santo a enseñar a las otras monjas el
verdadero conocimiento de Jesucristo. Esto es muy probable, puesto que testigos confiables afirman
que después de su muerte, el convento entero fue quemado, junto con las monjas; sin duda, por causa
de su religión.

Está escrito que el 2 de octubre de 1417 el juez estaba sentado en el tribunal de la ciudad de
Montpelier. Había muchas personas allí; la plaza principal se llenó. El juez sentenció a Katherine
diciendo que ella había pedido vivir en el claustro con las monjas, que era una hereje, que había
enseñado varias herejías contra la fe católica, afirmando que la verdadera iglesia está conformada
solamente por hombres y mujeres que siguen la vida de los apóstoles. También enseñó que es mejor
morir que causar el enojo de Dios o pecar contra Él. Tampoco adoraba la hostia que el sacerdote
consagraba, porque no creía que el cuerpo del Señor estaba presente en ella. Además, enseñó que no es
necesario confesarse al sacerdote porque es suficiente confesar nuestros pecados a Dios; que confesar
los pecados al sacerdote no tiene más valor que confesarlos a algún hermano discreto y piadoso.
También enseñó que el purgatorio no existe.

Ya que esta heroína piadosa de Dios siguió en la fe con toda firmeza, la sentenciaron a morir quemada.

Recordando a un héroe

El siguiente tributo fue escrito por Thielman Jans van Braght, en recuerdo al mártir Gerardo, quien por
el testimonio de Jesucristo fue cantando delante de sus compañeros, cinco varones, dos mujeres y una
niña en el camino para ser quemado en la estaca Colonia, Alemania, 1161 d.C

Escala tus alturas doradas, oh héroe de las almas santas que siguieron la bandera ensangrentada de
Dios en medio de la opresión y la miseria, donde nada sino el humo y el vapor de sacrificios humanos
ascendía a las nubes. Pero tú, héroe, fuiste delante de ellos, sí, peleaste en tu camino para entrar por
la puerta estrecha al espacioso cielo.

El espantoso fuego sacrificial, las estacas resplandecientes, la vergüenza que sufre Sión, no pudo
turbar ni impedir al pueblo escogido de Dios, ni atemorizarlos de llevar el nombre de Cristo, como en
una nube blanca: hasta que una llama ardiente hubo consumido sus cuerpos, por lo cual sus almas se
reconfortaron con Dios.

CAPÍTULO 6
LOS MÁRTIRES DE 1520-30 d.C
Hans Koch y Leonardo Meister: descendientes de los antiguos valdenses, ambos,
llevados a la muerte en Ausburgo por causa de la verdad del evangelio, 1524 d.C.
Martirio de Hans Koch y Leonardo Meister, 1524 d.C

La luz de los antiguos valdenses todavía brillante: se hizo visible en dos hombres piadosos, quienes
amaron la verdad de Cristo, la cual mantuvieron más que sus propias vidas; éstos fueron condenados a
muerte en la ciudad de Ausburgo, Alemania, según la drástica sentencia de la corte en el año 1524 d.C.

Oración de Hans y Leonardo

Escrita por ambos antes de su muerte y enviada para el consuelo de sus hermanos cristianos.

¡Oh Dios, contempla ahora, desde tu alto trono, la miseria de tus siervos, de qué manera el enemigo
los persigue y con qué odio son menospreciados; pues tus siervos tienen el propósito de andar en el
camino estrecho! El que llega a conocerte y se mantiene fiel a tus palabras es despreciado. ¡Oh Dios
del cielo!, todos hemos pecado; por tanto, castíganos en tu misericordia. Te rogamos que permitas
nuestro gozo en tu gracia, y no causar tu deshonra delante de este mundo que parece estar dispuesto
para raer tu palabra. Nosotros podríamos tener paz con el mundo, si no confesáramos tu santo
nombre. La única razón porqué el enemigo muestra su furia hacia nosotros cada día es porque ya no
cumplimos su voluntad y porque te amamos a ti, Oh Dios, lo cual Satanás ni sus seguidores puede
soportar. Por esta razón desean afligirnos con mucha tribulación. Pero si nos entregáramos a la
idolatría y a practicar toda clase de maldad, el mundo nos dejaría vivir en tranquilidad y paz.

Si nosotros rechazáramos tu palabra, el anticristo no nos odiaría. Si creyéramos en sus falsas


enseñanzas y transitáramos con el mundo en el camino ancho, tendríamos el favor de ellos. Pero
puesto que buscamos seguirte, somos odiados y abandonados por el mundo. Pero estos tormentos que
nos trae el enemigo no sólo suceden con nosotros, sino también fueron sufridos por Cristo. Pues ellos
lo afligieron con mucho reproche y sufrimiento; y de esta manera se hizo con todos aquellos que le
siguieron y creyeron en sus palabras. Por esto, Cristo mismo dijo: “No se extrañen si el mundo los
odia; pues a mí me odió primero. No han recibido mis palabras; tampoco recibirán las suyas. Si a mí
me han perseguido, también a ustedes los perseguirán. Y cuando todo esto suceda con ustedes,
alégrense y regocíjense, porque su premio es grande en los cielos” Ya que Dios nos promete descanso
eterno, ¡qué importa si por un breve tiempo somos ridiculizados y menospreciados aquí!
Oh Señor, tú sabes el sufrimiento que padecen tus hijos, pequeños y débiles. Por ello oramos a ti, oh
Dios; protege tu propio honor y santifica tu nombre que aquí en la tierra es profanado, tanto por la
gente noble como por el pueblo común. Ten compasión de tus pobres ovejas que están dispersadas y no
tienen ya un verdadero pastor que les enseñe en los días siguientes. Envíales tu Espíritu Santo, y Él los
alimente; y no oigan la voz de los extraños. Escucha nuestra petición y no nos abandones, puesto que
nos encontramos en gran tribulación y conflicto. Danos una paciencia firme por Cristo. A Él sea el
honor y su santo nombre glorificado. Amén.

La sentencia de muerte contra los mártires anabaptistas, 1527 13


“Aunque es terrible el mirarlo” admitió Lutero, él dio su bendición sobre la sentencia de muerte de los
anabaptistas, publicada por los electores, príncipes y margraves de la Alemania protestante el 31 de
marzo de 1527. La sentencia estaba basada en los siguientes cuatro puntos:

1. Los anabaptistas convierten en nada el oficio de la predicación de la Palabra.

2. Los anabaptistas no tienen doctrina bien definida.

3. Los anabaptistas suprimen y convierten en nada la sana y verdadera doctrina.

4. Los anabaptistas quieren destruir el reino de este mundo.

“Para la preservación del orden público” tanto Lutero como Zwinglio promovieron la eliminación total
de los anabaptistas a través de la pena capital como un asunto de urgencia suprema. Acusaron a los
anabaptistas de crimen contra la gente en general “no porque enseñan una fe diferente, sino porque
alteran el orden público al socavar el respeto por la autoridad.”

George Wagner, 1527 d.C.


George Wagner, arrestado en Múnich, Baviera, debido a que él sostenía enseñanzas diferentes a las de
la Iglesia de Roma. Como él no cambiaba su posición, fue severamente atormentado, tanto que el
príncipe de Múnich se compadeció de él, y personalmente vino a él a la prisión y con sinceridad lo
amonestó que renunciara, prometiéndole ser su amigo durante toda la vida. Por último, su esposa y su
hijo le fueron traídos a la prisión para que de este modo lo movieran a retractarse; pero no lo lograron.
Él dijo que su esposa y su hijo eran tan queridos para él que el príncipe no podría comprarlos con todo
su dominio; pero aún así, no abandonaría a su Señor y Dios por ellos. Muchos vinieron a persuadirle,
pero él se mantuvo firme en lo que Dios le había enseñado. Finalmente, fue sentenciado al fuego y a la
muerte.

Habiendo sido entregado en las manos del verdugo y llevado en medio de la ciudad, dijo: “Hoy
confieso a mi Dios delante de todo el mundo.” Envuelto de gozo en Cristo, caminó sonriendo hacia el
fuego. Su rostro no palidecía ni sus ojos mostraban temor. El verdugo lo sujetó a una escalera y ató a su
cuello una pequeña bolsa con pólvora, mientras decía: “Sea hecho en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo”. De esta manera, feliz ofreció su espíritu el 8 de octubre de 1527.

A continuación, el himno que describe la muerte victoriosa de este mártir, el cual se encuentra en las
líneas del Ausband, himnario usado por los mártires anabaptistas de esa época.
El que desea seguir a Cristo tiene que ignorar el desprecio de este mundo: tiene que llevar su cruz. No
hay otro camino que lleva al cielo. Esto se nos ha sido enseñado desde nuestra niñez.

Esto también aspiró George Wagner: subió al cielo en medio del humo y el fuego; fue probado por la
cruz como el oro por el fuego. Esto era el deseo de su corazón.

Encarcelado en una torre, su alma encontró la libertad. Ninguna tristeza humana lo desvió: no fue
conmovido por su pequeño hijo, ni por su propia esposa.

Ya tenía que separarse de ellos, aunque deseaba haberse quedado, su amor y tristeza brotaban; se
había esforzado con diligencia en su piadoso matrimonio.
Aunque tuvo que abandonarlos, no fue un sacrificio pequeño, el hecho de separarse de ellos; ningún
príncipe con todas sus riquezas pudo desviarlo de su propósito.
Dos monjes descalzos vestidos de plomo quisieron consolar a George en sus aflicciones: desearon
convertirlo. Él les dijo que volvieran al monasterio, y no quiso escuchar sus palabras.

El verdugo lo llevó con una soga; en la sala del tribunal escuchó cuatro acusaciones, de las cuales
dependía su vida. Y antes de negar aun una verdad, estaba dispuesto a morir.

El primer artículo era de importancia, trató sobre la confesión de pecados, decir que el sacerdote
puede perdonar pecados, es pecar contra Dios, pues sólo en él se encuentra el perdón.

El bautismo es bueno, como Cristo ha enseñado. Cuando se enseña bien, demuestra su muerte
amarga; es un lavamiento de nuestros pecados, por lo cual conseguimos la gracia.

Sobre el sacramento del señor Jesús, George Wagner confesó con alegría: “Yo lo veo como un
símbolo del cuerpo sacrificado de Cristo,” él habló con sinceridad.

En cuarto lugar, él no pudo aceptar que Dios pudiera ser constreñido a descender a la tierra hasta que
cumpliera su juicio de los malos y los buenos.

Algunos verdaderos hermanos cristianos hablaron a George secretamente antes de su muerte (él murió
en el fuego como un verdadero cristiano), pidiéndole una señal.

Él dijo: con mucho gusto lo haré. A Cristo, el verdadero Hijo de Dios, confesaré con mi boca;
mientras estoy con vida, confesaré a Jesús.

Se acercaron dos verdugos, lo amarraron firmemente; él predicó la fe a la gran multitud allí reunida,
tanto hombres como mujeres.

George Wagner miró alrededor sin temor, su semblante no palideció, muchos se asombraron al
escucharlo hablar. Esto ocurrió en el año mil quinientos veintisiete.

En febrero de ese año, el octavo día del mes, públicamente los hombres lo colgaron de un cadalso, una
pequeña bolsa de pólvora le arrebató el alma allí.

Los hombres lo amarraron a una escalera, la leña y la paja comenzaron a arder; ahora se escuchaba
la burla de la multitud. “¡Jesús! ¡Jesús!,” cuatro veces gritó con voz alta desde el fuego.
Elías dice la verdad, que en un carruaje de fuego fue llevado al paraíso. Así también nosotros oramos
al Espíritu Santo que nos ilumine.

Weiken: una viuda quemada en la hoguera, 1527 d.C.


El 15 de noviembre de 1527, una viuda de nombre Weiken fue encarcelada en el castillo de la Haya. El
día 17 llegó el gobernador de Holanda. Al día siguiente, Weiken fue traída delante del gobernador y de
todo el concejo de Holanda. Allí, una mujer le interrogó: ¿Has considerado las cosas que mis señores te
han propuesto?

Weiken: Reconozco todo lo que he dicho.

La mujer: Si persistes hablando de esa manera y no te vuelves de tu error, serás sometida a una muerte
rápida.

Weiken: Si les es dado poder de arriba, estoy lista para sufrir.

La mujer: Entonces, ¿no temes la muerte aún sin haberla probado?

Weiken: Es cierto, y más aún, nunca probaré la muerte; pues Cristo dice: “Si un hombre guarda mis
palabras, nunca verá la muerte.” Juan 8:51 El hombre rico probó la muerte y la probará por toda la
eternidad. Lucas 16:23

La mujer: ¿Qué opinión tienes de los santos?

Weiken: No conozco otro mediador que Cristo.

La mujer: Tú morirás, si persistes en eso.

Weiken: Ya estoy muerta (Gálatas 2:19). El Espíritu vive en mí; el Señor está en mí y yo en Él (Juan
14:20).

La mujer: ¿Quién te ha enseñado todo esto?

Weiken: El Señor, el cual llama a Él a todos los hombres. Yo soy una de sus ovejas, por eso escucho su
voz.

Después de muchas palabras similares, Weiken fue llevada de vuelta a la prisión. Durante los dos días
siguientes fue tentada, y muchas personas: monjes, algunas mujeres y sus amigos más íntimos le
suplicaron a que mejor volviera a su vida antigua. Especialmente una mujer vino, la cual se compadecía
de esta manera: “Querida madre, ¿no puedes pensar en aquello que te agrada y mantenerlo para ti
misma? Entonces, no morirías.”

Weiken le respondió: “Querida hermana me ha sido ordenado hablar y me siento constreñida para
hacerlo. Por lo tanto, no puedo permanecer en silencio.”

La mujer: Temo que serás entregada a la muerte.


Weiken: Aunque me quemen mañana, no me preocupa, pues el Señor así lo ha ordenado. De todos
modos me adheriré al Señor. Para mí no es un problema si pierdo la vida. Aunque cada vez que
desciendo del castillo, lloro sin consuelo, pues me entristece ver que estos hombres buenos sean tan
ciegos. Oraré al Señor por ellos.

A mitad de semana fue traída nuevamente a la corte, y ya que permanecía firme, sin pensar siquiera en
retroceder, la sentenciaron a ser quemada y confiscaron todos sus bienes.

En el lugar de su muerte, el monje la tentaba con la cruz, diciéndole que ése era su Dios. Pero ella la
arrojó de sus manos y le dijo: “¿Por qué me tientas? Mi Señor y Dios está en el cielo.” Luego, siguió
caminando muy alegre hacia la estaca, como si se dirigiera a una boda. Y en su rostro no se notaba
temor alguno al fuego. El monje persistió: “Ahora, irás al fuego, ¿te arrepentirás?” Weiken le
respondió: “Estoy muy contenta. Que se haga la voluntad del Señor” Y luego, ella misma se paró en la
estaca, en la cual iba a ser quemada.

El verdugo, entonces, preparó las cuerdas para estrangularla. Weiken se quitó el velo (de la cabeza) y lo
puso alrededor de su cuello. Por última vez exclamó el monje: “¿Morirás alegre como cristiana? ¿No
renunciarás?” Weiken le respondió: “Sí, moriré. Este es el verdadero camino. Me adhiero a Dios.”
Cuando hubo dicho esto, el verdugo comenzó a estrangularla. Ella cerró los ojos con suavidad como si
hubiese caído en un sueño y entregó el espíritu. Era el 20 de noviembre de 1527.

Dieciocho personas quemadas en Salzburgo, 1528 d.C.

Dieciocho personas quemadas en Salzburgo, 1528 d.C.

Estas dieciocho personas fueron despertadas al temor de Dios, los cuales se volvieron a Dios de este
mundo y su idolatría y fueron bautizadas en Cristo, presentándose ante Él en obediencia a su evangelio.
Los adversarios no pudieron soportar todo esto. Por consiguiente, estos dieciocho fueron encarcelados;
y ya que se adherían a su fe, sufrieron muchas torturas y fueron sentenciados al fuego y quemados en el
mismo día.

Ellos nos dejaron la siguiente oración como un monumento de su seguridad en Dios:

Oh Dios del cielo, protege a tu manada pequeña; líbrales de su gran aflicción, porque la bestia los
persigue aun en la muerte. Pues son echados en prisiones míseras, donde magnifican tu nombre. Ten
compasión; ven rápidamente, y socorre según tu voluntad a estos tus pobres hijos. Ellos desean
apartarnos de ti con su poder y pompa. Oh Señor, concédenos tu divino poder. No tenemos Señor en el
cielo ni en la tierra, sino a Ti.

Cristo envía sus mensajeros y por medio de ellos nos muestra su reino celestial, lo cual es ridiculizado
por el mundo. Pero nosotros hemos aceptado tu reino y gracia con gran gozo. Por esta razón los
sacerdotes rugen contra nosotros y nos odian terriblemente. Ellos han escondido la verdad por más de
quinientos años, desprecian y pisotean la palabra de Dios. Oh Señor, que ellos puedan corregir sus
pasos y hacer tu voluntad.

Estos dieciocho testigos de Salzburgo fueron quemados juntos por causa de la enseñanza de Cristo. Se
adhirieron a Él, y recibieron su marca. Y como soldados cristianos, alcanzaron la corona.

Hans de Stotzingen, 1528 d.C.


Hans de Stotzingen fue encarcelado por la verdad del evangelio en Alsacia, y finalmente condenado a
muerte en 1528. En su camino al lugar de la ejecución, exhortó al pueblo con las siguientes palabras:

Líbranos, oh Señor, de nuestra angustia; pues nuestro corazón desea ofrecerte un sacrificio puro. Este
sacrificio es mi cuerpo entero, mi vida y mis huesos; mi esposa y mis hijos. Estamos dispuestos a
ofrecer libremente nuestros cuerpos porque el amor nos constriñe. Faraón no alterará ni impedirá
esto. No tenemos ni el más leve deseo de renunciar.

Queridos hermanos, Cristo ha preparado una corona gloriosa para aquellos que perseveren hasta el
fin. El Mar Rojo se abrirá; y si Faraón nos persigue, perecerá. No teman, manada pequeña. Cristo nos
promete consuelo y gozo eterno si permanecemos firmes en él. ¡Pero también tenemos que tomar la
copa del sufrimiento y sufrir con Cristo! Por tanto, no teman el dolor ni la muerte. Yo he esperado este
momento, pues morir es ganancia para mí. Oh Dios, permíteme ser un participante en los sufrimientos
de tu Hijo Cristo. Amén

Terminadas estas palabras, Hans fue entregado a la espada para ser decapitado.

Vilgard y Gaspar de Schoeneck, 1528 d.C.


Estos dos hombres fueron decapitados por la verdad en Fluchthal como fieles testigos de Cristo.
Dejaron la siguiente exhortación a sus hermanos:

Oigan, Dios visitará a los pecadores, grandes y pequeños, a aquellos que ahora lo desprecian y se
burlan de Él, y no se fijan en sus vidas pecaminosas.
Si consideramos la enseñanza de los profetas, vemos que este es el último tiempo; y en este tiempo
Dios llama a los hombres a volverse a Él y a vivir de acuerdo a su voluntad y obedecer sus
mandamientos. Si hacemos esto, su ira terminará y será nuestro Padre. Dios está dispuesto a perdonar
a los que abandonan su pecado. Oh Dios, guía a tus hijos hacia tu reino celestial… Amén.

La llama del movimiento anabaptista 14


Martín Lutero y sus colegas se reunieron en Espira en 1529. Se reunieron para definir las libertades
evangélicas de los nuevos estados protestantes de Alemania, y para establecer a la iglesia protestante en
“paz, libertad, y bendición de Dios.” En esa reunión, también firmaron esta resolución: “Todo
anabaptista, varón o mujer, debe ser matado con fuego, espada, o de alguna otra manera.”

Pero Martín Lutero y sus colegas no pudieron llevar a cabo sus planes. Ni tampoco lo pudieron hacer
los católicos romanos, ni Ulrico Zwinglio, ni Juan Calvino. La flama del movimiento anabaptista, en
vez de vacilar o de extinguirse, creció más. Gaspar Braitmichel, escribió:

“Las autoridades querían extinguir la luz de la verdad, pero más y más personas se convertían.
Atraparon a hombres, mujeres, jóvenes y señoritas: a todo el que se rendía a la fe y se apartaba de los
asuntos impíos de la sociedad. En algunos lugares las prisiones se llenaron. Los perseguidores
querían aterrorizar. Pero los hermanos cantaban en la prisión en cadenas de tal forma que más bien
los carceleros temían. Las autoridades de pronto ya no sabían qué hacer.

El Kurfust arrestó, conforme al mandato del Emperador, a cerca de 450 creyentes. Su subordinado, el
señor Diedrich von Shonberg, decapitó, ahogó, y mató de otras maneras a muchos anabaptistas en
Altzey. Sus hombres buscaron anabaptistas, los traían de sus casas, y los llevaban como ovejas al
matadero en la plaza de la ciudad.

De esos creyentes, ninguno se retractó. Todos fueron con gozo a la muerte. Mientras que algunos
estaban siendo ahogados y decapitados, el resto cantaba esperando su turno. Se pararon fuertes en la
verdad que profesaban y seguros en la fe que habían recibido de Dios. Unos pocos de ellos a quienes
no quisieron matar inmediatamente, fueron torturados: les cortaron los dedos, les quemaron cruces en
la frente, y les hicieron otras maldades. Pero el señor von Schonberg finalmente preguntó con
desesperación: “¿Qué más hago? ¡Entre más sentencio a muerte, más se multiplican!”

Entre más rugían los vientos fuertes de la persecución, más se alzaban las llamas del avivamiento
anabaptista. Las cortes alemanas pronto descubrieron que el testimonio gozoso de los anabaptistas
agitaba, movía, despertaba e incitaba a las masas. Esto hizo que los amordazaran, y en algunos casos
les atornillaran la lengua al paladar, o que en otros casos llamaran al ejército para que con sus tambores
y ruido militar impidieran que la gente oyera lo que los cristianos tenían que decir. Pero el testimonio
anabaptista no podía ser extinguido. Incluso con la lengua cortada, manos atadas, y con una bolsa de
pólvora en su mandíbula, todavía podían alzar un dedo y sonreír en señal de victoria.

Las compañías de soldados armados autorizados para matar anabaptistas por sorpresa rondaban en toda
Alemania. Primero, había cuatrocientos soldados, pero pronto el número tuvo que ser incrementado a
mil soldados. Las crónicas de los hermanos de Moravia, al final de un reporte de 2173 hermanos
asesinados por lo que creían, dicen:
Nadie podía arrancar de su corazón lo que habían experimentado… El fuego de Dios ardía dentro de
ellos. Antes, morirían la muerte más violenta. De hecho hubieran muerto diez veces, antes que
abandonar la verdad a la que se habían adherido y con la que se habían casado… Habían bebido de la
fuente del agua de la vida de Dios y sabían que Dios nos ayuda a llevar la cruz y a vencer la amargura
de la muerte.

Trescientas cincuenta personas llevadas a la muerte según el mandato imperial,


1529 d.C.

350 cristianos ejecutados por turno en Altzey, 1529d.C:

En un corto tiempo, cerca de trescientos cincuenta personas, fueron ejecutadas por la verdad debido a
una orden imperial. Los gobernantes de la ciudad de Altzey causaron que muchos sean decapitados,
ahogados y ejecutados. Estos cristianos se vieron separados de sus hogares y llevados como ovejas al
matadero. De ningún modo podían ser persuadidos a apostatar. Al contrario, gozosamente enfrentaban
la muerte. Mientras unos eran ahogados y puestos a muerte, los demás, que aún estaban con vida y
esperaban la muerte, cantaban hasta que el verdugo intervenía para cumplir su misión.

Ellos torturaban y mutilaban sus cuerpos o les cortaban los dedos y quemaban cruces en sus frentes,
sometiéndolos a humillantes sufrimientos. Sin embargo, ellos permanecieron como soldados valientes,
con gran firmeza en la verdad y seguros en la fe que habían recibido de Dios. Los eruditos y los
grandes de este mundo se encontraban confundidos a causa de aquellos mártires. E incluso el mismo
gobernador se expresó: “¿Qué haremos? ¡Cuanto más ordeno matarlos, más se multiplican!”.

Este Magistrado Dietrich, el cual había derramado mucha sangre inocente, sufrió una muerte repentina
y terrible, cayéndose después que hubo terminado de comer.

NOTAS:
13. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 7 La convicción de Miguel
Sattler y Hans Denk ; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com
14. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 17 Los mártires perseguidos
por los Protestantes y los Católicos ; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com

CAPÍTULO 7
LOS MÁRTIRES DE 1531-40 d.C
Lutero, Zwinglio y Calvino contra los mártires anabaptistas

El segundo edicto emitido por el consejo de Zúrich, en el cual los anabaptistas son amenazados
con la muerte, 1530 d.C.

En las iglesias de Zwinglio (de línea protestante), desde sus inicios ha habido un gran odio contra los
llamados anabaptistas, lo cual se evidencia por la tiranía que mostraron hacia ellos desde sus primeros
años de surgimiento. Dicho abuso se prolongó y llegó al extremo que, en el año 1530, emitieron un
edicto muy semejante a los decretos sangrientos de los emperadores romanos. A continuación se
transcribe literalmente:

“Por tanto, ordenamos estrictamente a los habitantes de nuestro país y a aquellos que de alguna manera
están en contacto con ellos (los anabaptistas); particularmente a los magistrados de alto y bajo rango,
oficiales, jueces y autoridades eclesiásticas: Si oyen de algún anabaptista, infórmennos. Que en ningún
lugar sean tolerados, sino arrestados y entregados a las autoridades. Pues hemos decidido castigar con
la muerte a los anabaptistas y a los que se unen a ellos. Castigaremos sin misericordia según lo que
merecen a quienes no los reportan ni los traen como prisioneros; puesto que, violarían la fe y el
juramento con el cual juraron a sus autoridades”.

Los mártires y su celo para difundir el mensaje de Cristo 15

Menno Simons, un líder anabaptista, dijo: “Predicamos donde podemos, tanto de día como de noche;
en las casas y en los campos; en bosques y en terrenos baldíos; en este país y en el extranjero; en
prisiones y en cadenas; desde el agua, el fuego y la estaca; desde la horca y sobre la rueda; ante
príncipes y señores; oralmente y por escrito, arriesgando posesiones y vida. Hemos hecho esto ya por
varios años sin cesar.”

Entre más se acrecentaba el gozo de los anabaptistas en el Señor y entre ellos como hermandad, y entre
mayor era su deseo de traer almas a la comunidad con Cristo, más terrible era la persecución que
enfrentaban. Lutero los llamó Schwarmer (un enjambre malo). Tanto los protestantes como los
católicos los llamaron bichos, chusma, pandilleros, y ladrones. Sebastián Frank escribió en 1531: “Los
anabaptistas se multiplican tan rápido que su enseñanza pronto ha cubierto la tierra… Han ganado a
muchos y bautizado a miles… Crecen tan rápido que el mundo teme que se levante una insurrección
organizada por ellos, pero yo sé que ese temor infundado no tiene justificación alguna.”

Wolfgang Capito, un líder protestante en Estrasburgo, escribió en 1527: “Francamente confieso que en
la mayoría de los anabaptistas se puede ver sólo la piedad y la consagración. Son celosos de tal manera
que no puede uno sospechar que haya entre ellos hipocrecía. ¿Qué ganancia terrenal esperan recibir por
soportar exilio, tortura, y un castigo inenarrable de la carne? No es por falta de sabiduría que ellos se
muestran indiferentes hacia las cosas terrenales. Es por su motivación divina.”
Cristina Haring, 1533

En el año 1533, una hermana llamada Cristina Haring, fue arrestada y luego atada a una cadena. Ella
permaneció firme en la fe. Pero ya que estaba embarazada y pronto iba a ser confinada, le permitieron
ir a su hogar hasta que diera a luz a su bebé. Aunque ella sabía que iba ser detenida otra vez, no huyó;
al contrario, permaneció con osadía en el mismo pueblo. Y cuando vio al oficial venir, Cristina salió
para recibirlo y le preguntó qué deseaba. Él respondió: “He venido para llevarte otra vez”. Y de este
modo la llevaron a la ciudad de Kitzbul, donde, corto tiempo después, le quitaron la vida con la espada
(lo cual no se solía hacer con una mujer). Su cuerpo fue después quemado.

Esta mujer valiente y heroica dejó atrás a su esposo, a su hijo recién nacido y todas las cosas
temporales, fortaleció su corazón de mujer. De esta manera cumplió su voto al Señor; y gozosamente,
con su lámpara ardiendo y su luz brillante, fue a encontrarse con Cristo su novio. Muchos se llenaron
de asombro.

Hans Estiert y Peter, 1538


Cerca de este año hubo dos vecinos en Miredor, Flandes, uno llamado Hans y el otro Peter. Estos dos
jóvenes, buscadores de Dios, residían con sus padres en este pueblo. Y como mostraban celo por las
cosas de Dios, compraron una Escritura y pronto percibieron que la fe, según las enseñanzas de Cristo,
era una señal de haber sepultado los pecados pasados y levantados con Cristo para caminar en una
nueva vida, y los creyentes y regenerados tenían que recibir el bautismo en agua.

Y puesto que estos dos jóvenes lo deseaban, viajaron a Alemania para buscar a otros cristianos. Pero
como no hallaron a ninguno, regresaron a casa, donde buscaron al Señor su Dios con toda honestidad,
haciendo mucho bien a los pobres y diciendo como Zaqueo que si ellos hubiesen defraudado a alguno,
lo devolverían cuadruplicado. Y cuando los católicos ciegos, seguidores de los papas, quienes odiaron
más amargamente la luz de la verdad, al darse cuenta del estilo de vida de estos dos corderos, los
apartaron de las casas de sus padres y los encarcelaron en otro pueblo.

Cierto día, cuando sus hermanas vinieron a traerles algunas prendas finas a la cárcel, ellos les dijeron
que si las recibían, no podrían protegerlas de los gusanos, los cuales se arrastraban entre sus alimentos,
ropas y cuerpos.

Hans fue una vez liberado de la prisión, pues se había enfermado gravemente. Y aunque ya había
obtenido su libertad, voluntariamente regresó a la prisión, deseando alegremente morir al lado de su
querido hermano Peter por el nombre de Cristo.

Después de cierto tiempo ambos fueron llevados para ser ejecutados. Peter, el cual caminaba primero
hacia su muerte, fijando su mirada al cielo, atrevidamente gritó a Hans, diciendo: “Pelea valientemente,
mi querido hermano; pues veo los cielos abiertos frente a nosotros”

Juntos fueron sometidos a la muerte por medio de la espada en el pueblo de Vinderhout. Cuando sus
padres llegaron allí, inquiriendo por sus hijos, los pobladores les informaron que ambos ya habían sido
ejecutados con la espada. Así, dichos padres fueron privados de sus hijos por estos tiranos.

Lutero, Zwinglio y Calvino contra los mártires anabaptistas 16


En la Dieta de Augsburgo el 25 de Junio de 1539, los gobernantes y líderes de la iglesia de la Alemania
protestante se reunieron para definir la Confesión de Fe de Augsburgo. Entre sus posiciones
“balanceadas” y “racionales” basadas en las Escrituras, la confesión declara:

Se enseña entre nosotros que todos los gobiernos del mundo y todas las reglas y leyes fueron
instituidas y ordenadas por Dios por causa del orden, y que los cristianos pueden, sin pecar, ocupar
cargos de oficio civil, o servir como príncipes y jueces, tomar decisiones y sentenciar de acuerdo con
las leyes imperiales y de otra índole existentes, castigar a los hacedores de maldad con la espada,
involucrarse en la guerra, servir como soldados, comprar y vender, tomar los juramentos requeridos,
poseer propiedades, casarse, etc.

Aquí están condenados los anabaptistas, quienes enseñan que ninguna de las cosas indicadas
anteriormente es cristiana. También condenados aquí están los que enseñan que la perfección
cristiana requiere de abandonar el hogar y la casa, la esposa y los hijos, y la renuncia a tales
actividades mencionadas anteriormente. Realmente, la perfección verdadera consiste solamente de un
temor de Dios, porque el evangelio no enseña un modo de existencia externo y temporal, sino interno y
eterno, y una justicia de corazón.

Después de otras cinco condenaciones en contra de los “anabaptistas, donatistas y novacianos,” la


Confesión de Augsburgo fue firmada por los príncipes alemanes. Pero los anabaptistas no les prestaron
atención. Ellos seguían a Cristo.

También, en el lejano sur, en la Suiza protestante, Ulrico Zwinglio y Juan Calvino también se
preguntaban cómo tratar con “la pestilencia anabaptista.” En una carta a Vadián (el cuñado de Conrado
Grebel) Zwinglio dijo: “Mi lucha contra la antigua iglesia (el catolicismo) fue un juego de niños en
comparación con mi lucha contra los anabaptistas.” Juan Calvino, en su Breve instrucción para armar a
aquellos de la fe sana en contra de los errores de los anabaptistas, escribió:

Estos miserables fanáticos no tienen otra meta más que poner todo en desorden… Se descubren ser los
enemigos de Dios y de la raza humana… Si no es correcto para un cristiano el ir ante la ley contra
ninguno para arreglar agravios relacionados con posesiones, herencias, y otros asuntos, entonces
pregunto a estos buenos maestros, ¡¿Qué será de este mundo?!

Los anabaptistas no le contestaron a Juan Calvino con otro tratado. Le contestaron con sus vidas.

Gran persecución en Austria: condenados a la esclavitud en la galera, 1539

La iglesia se había establecido por un corto tiempo en Einsterborn, Austria; y habiendo aumentado en
número, Satanás, la antigua serpiente, no pudo soportar verla. En su ira suscitó a los hijos de la maldad,
especialmente a sus siervos los sacerdotes, los cuales acusaron injustamente a estos piadosos cristianos
ante el rey Fernando. Éste envío al supervisor de los tribunales de Viena con muchos hombres a
caballo. Éstos llegaron en multitud y se precipitaron sobre los cristianos de Esteinborn en la noche del 6
de diciembre; y encerraron a todos los hombres en un cuarto y a las mujeres en otro. Su principal
propósito fue arrestar a los líderes para obtener dinero del pueblo, pero no los hallaron, ni tampoco
encontraron dinero a pesar de haberlo buscado en todo rincón. En su tiranía arrestaron a seis personas,
algunos niños y una mujer embarazada. Estos hermanos estuvieron listos para ofrecer sus cuerpos y
vidas a Dios ya sea por medio del fuego o la espada.
En la noche, en tanto la persecución tomaba lugar, algunos cristianos vinieron a sus opresores con el
propósito de hacerles saber los fundamentos de su iglesia y de sus vidas. De esta manera, cerca de
ciento cincuenta hermanos fueron encerrados y encarcelados en el castillo de Falkenstein. Desde aquí,
escribieron una carta a la iglesia, dirigida especialmente a los que aún no habían recibido el pacto de
gracia del bautismo y a los que habían apostatado de la verdad, exhortándoles que si por el testimonio
del Señor se unieran a Él en todo sufrimiento, angustia y dolor, lo cual les sobrevendría, serían
considerados sus compañeros en el reino de Cristo.

Inmediatamente después la iglesia respondió afirmando que todos estaban de acuerdo con aquella carta
y deseaban demostrar un testimonio honesto de la verdad, sufrir y dar sus vidas por ella y así llegar a
ser compañeros. Cuando los hermanos que se encontraban en la cárcel recibieron esta respuesta,
confiadamente se entregaron al Señor.

En la noche de navidad, sus enemigos les preguntaron en qué se basaba su esperanza y donde se
encontraban sus riquezas y su dinero. Ellos respondieron que Cristo era su única esperanza y tesoro.
Así permanecieron bajo custodia, hasta que al principio del año siguiente, los encargados del Rey y el
Almirante imperial vinieron para examinarlos. Pero ya que confesaban la verdad con firmeza,
rápidamente fueron encadenados de a dos. Allí se hallaban presentes, una gran cantidad de mujeres
creyentes que llegaron al castillo, pues los ciento cincuenta que allí estaban siendo examinados, serían
llevados al mar en marcha por Austria e Italia del norte hacia el puerto de Trieste, sentenciados a una
muerte prolongada de remeros en las galeras contra los turcos.

Algunos oraban y suplicaban al Dios Altísimo que guardara a sus hermanos encarcelados de caer en el
error y pecado tanto en el mar como en la tierra. Y les dé una mente firme para perseverar hasta el fin.
Interrumpiendo esta oración, el Vicerrector del Imperio Español allí presente, ordenó que sacaran a
todos los que habían venido al castillo para ver a los prisioneros. Entonces ellos comenzaron a
despedirse con muchas lágrimas, amonestándose afectuosamente a adherirse firmemente al Señor y a
su verdad. Una y otra vez se encomendaban a la protección de Dios, sin saber si ésa era la última vez
que se iban a ver. De este modo, el hombre y su esposa se separaban el uno del otro y dejaban atrás a
sus pequeños hijos.
Una conmovedora despedida: mujeres y niños llorando al despedirse de sus seres queridos que eran llevados a la
esclavitud por causa de sus vidas cristianas, 1539 d.C

Fue tan conmovedora esta despedida que el Mariscal del Rey y otros como él no podían contener sus
lágrimas. De esta manera, noventa de ellos fueron conducidos de dos en dos desde la torre hacia el
barco, después de haber sido encarcelados por más de cinco semanas en Falkenstein. En tanto, desde
las paredes del castillo, las mujeres veían a los hermanos con mucha tristeza, hasta que en la distancia
desaparecieron de sus vistas.

Después de este acontecimiento, ellas retornaron a los lugares donde vivían. Y los hermanos que no
fueron llevados al mar, debido ya a sus cuerpos enfermos o a su edad joven, permanecieron como
prisioneros en el castillo. Desde entonces, algunos de los más jóvenes sirvieron de esclavos a los nobles
de Austria.

El gran conflicto de estos cristianos se debió simplemente a que ellos testificaron en el reino del
anticristo contra la idolatría y la vida injusta de los sacerdotes.

NOTA: Algunos que viajaron al mar como prisioneros, lograron escapar del puerto de Trieste y
volvieron a la iglesia de Austria, predicando en su camino de regreso por los pueblos italianos. Otros
fueron recapturados y nunca se volvió a oír de ellos.

“Oh Dios, considera la miseria de tu pobre pueblo en estos últimos días en la tierra. Ten misericordia
de ellos y ayúdalos en el amor de tu santo nombre, porque tú les has encargado de dar un testimonio
fiel en este mundo. Padre santo, fortalece y capacita a tu pueblo, lucha por ellos y sé su capitán… no
permitas que los avergüencen. Alabado sea tu nombre a través de ellos y guíalos a tu verdad,
permaneciendo firmes hasta el final.”

Espantosamente odiados sin causa 17


Atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no
desamparados; derribados, pero no destruidos; los anabaptistas llevaban en el cuerpo siempre por todas
partes la muerte de Jesús, para que su vida se manifestara en ellos. 2 Corintios 4:8-11. Menno Simons,
un obispo en Holanda, escribió:

Con mi esposa e hijos he soportado miseria y persecución ya por dieciocho años… Mientras ellos (los
predicadores protestantes) reposan en camas con almohadas suaves, nosotros nos escondemos en
esquinas apartadas y remotas. Mientras ellos oyen música en banquetes y bodas, nosotros oímos a los
perros ladrando, advirtiéndonos de un arresto inminente. Mientras que a ellos se les saluda como
Doctor, Señor, y Maestro, nosotros somos llamados anabaptistas, predicadores nocturnos,
engañadores y herejes. La gente nos saluda en nombre del diablo. Mientras ellos son recompensados
por sus servicios con buenos ingresos, nosotros recibimos como pago sólo el fuego, la espada y la
muerte.

Leonardo Schiemer escribió:

Estamos dispersos como ovejas sin pastor. Hemos dejado nuestras casas y tierras y hemos llegado a
ser como lechuzas o pájaros nocturnos en parajes muy distantes. Andamos furtivamente en los
bosques. Los hombres nos localizan con sus perros, luego nos llevan de vuelta al pueblo como
corderos. Allí hacen un espectáculo de nosotros y dicen que seremos culpables si se levanta una
insurrección. Somos contados como ovejas de matadero. Nos llaman herejes y engañadores.

Oh, Señor, ninguna tribulación es tan grande que pueda alejarnos de Ti… Gloria, triunfo y honor son
tuyos desde ahora y hasta la eternidad. Tu justicia siempre es bendecida por la gente que se reúne en
tu nombre. ¡Vendrás otra vez a juzgar la tierra!

Cristóbal Bauman, un anabaptista suizo, escribió:

¿A dónde iré? Soy tan ignorante. Sólo a Dios puedo ir, porque sólo Dios puede ser mi ayudador.
Confío en Ti, mi Dios, en toda mi angustia. Tú no me abandonarás. Estarás conmigo, incluso hasta la
muerte. Me he entregado y encomendado a tu Palabra. Es por eso que he perdido el favor de toda la
gente en todo lugar. Pero por perder el favor del mundo, he obtenido el Tuyo. Por lo tanto digo al
mundo: ¡Fuera contigo! Seguiré a Cristo.

Ya fue suficiente, mundo; el largo tiempo que anduve flotando en ti, oh mar traicionero. Me engañaste
por mucho tiempo. Me retuviste. Mientras era esclavo del pecado y le hacía daño a Dios, me amabas y
me honrabas. Pero ahora me odias. He llegado a ser un espectáculo para el mundo. Todos en todo
lugar gritan: “¡Hereje!” Porque amo la Palabra de Dios. Pero no tengo mayor tesoro que la Palabra
de Dios, así que no me dejaré ser arrastrado y alejado de ella, de mi Dios y Señor. Seguiré siendo
“obstinado.”

No tengo lugar para morar aquí en la tierra. Adonde vaya, tengo que ser castigado. La pobreza es mi
destino. La cruz y el sufrimiento son mi gozo. Las cadenas y el encarcelamiento han llegado a ser mi
vestidura.

Ni entre los animales del bosque hallo descanso. La gente me persigue allí también, o me expulsa. No
puedo entrar en ninguna casa. La gente no me lo permite, o me echa fuera. Debo ocultarme,
desaparecer, gatear como un ratón. Todos mis amigos me han abandonado. Todas las calles están
cerradas para mí. Le gente está determinada a capturarme tan pronto como me encuentre. Sufro en sus
manos. Me golpean con palos. Me odian sin causa.

La gente me da las migajas de su mesa con desprecio. No me permiten beber agua de sus pozos, y no
quieren que disfrute ni la luz del sol. No tengo paz entre ellos. No me dejan pasar de su puerta. Se
avergüenzan de mí porque he decidido seguir a Cristo.

Soy vendido en manos de mis enemigos y traicionado por todos aquellos a los que les he hecho bien.
Los he servido con gozo día y noche. Pero ahora me llevan como cordero al matadero. Yo busqué su
salvación, pero ellos rechazaron mis esfuerzos. Me maldicen y me echan por ello. Me echan al dolor…
fuera de sus casas, campos, y bosques. A donde llego, me expulsan. Me tratan brutalmente. Me cazan
como a un venado. Me ponen trampas y me buscan, listos para golpearme en la cabeza, atarme, y
apuñalarme. Me veo obligado entonces a abandonar mi casa y abrigo, y salir a la lluvia y al viento.

Incluso los que quieren parecer cristianos me condenan. Por causa del nombre de Dios me han
expulsado de su iglesia. Las masas hipócritas me llaman loco. Dicen que pertenezco al diablo y que no
tengo a Dios. Dicen y hacen esto por sus caminos malos. Y porque yo evito el camino del pecado, la
gente grita en pos de mí: “¡Hereje, vete de aquí!” Me echan en cara mis pecados pasados y dicen de
mí: “¡Que el verdugo dispute con él!” Me han puesto en el potro para torturarme. Quieren despedazar
mi cuerpo. Dios, ¿no verás en tu bondad lo que la gente está haciendo? Me encomiendo a Ti y me
abandono en tus manos.

Dios, oro a Ti del fondo de mi corazón, que perdones los pecados de todos los que me afligen. Y que
guardes a tus hijos a salvo, dondequiera que se hallen dentro de este valle de dolores: evitados o
desechados, torturados, encarcelados y sufriendo gran tribulación. Padre preciosísimo a mi corazón,
guíanos a la tierra prometida. Sácanos de este dolor y martirio, angustia y cadenas, a tu santa
comunidad. Allí únicamente Tú serás exaltado por los hijos a los que Tú amas: ¡los que viven en
obediencia a Ti! Amén.

Anneken de Rotterdam, horas antes de su muerte escribió un hermoso testamento


a su pequeño hijo, 1539 d.C.

Anneken rumbo a su muerte entregando a su niño a un señor panadero con todo el dinero que tenía y la presente carta que se
hallaba en aquel bolso.

En la ciudad holandesa de Briel, Anneken Jans vivía una vida acomodada en una casa grande con sus
padres. Ellos tenían dinero, y ella era hija única. En la flor de su juventud, ella conoció a un joven
llamado Arent. Él era barbero, y su amor los llevó al matrimonio. Pero el dinero, las fiestas, los
vestidos lujosos y los vinos caros, no satisficieron los anhelos de sus corazones.

Una noche un joven llegó a la casa de ellos. Su nombre era Meynart, y él les habló a cerca de seguir a
Cristo. Antes de irse, bautizó a Arent y a Anneken. Pero por haberse bautizado, ambos tuvieron que
huir. Dejaron el hogar de sus padres y escaparon por el Canal Inglés a Londres. Allí les nació un bebé,
al que pusieron por nombre Isaías. Pero Arent se enfermó y murió. Anneken empacó sus pocas
pertenencias y regresó con algunos creyentes de los Países Bajos. De vuelta a Holanda, en un vagón
cargado de gente que se dirigía a Rotterdam, Anneken y su compañera, Cristina Barents, entonaban
cantos cristianos. Era una fría mañana de diciembre. Un pasajero sospechó que eran anabaptistas (ni
católicas ni protestantes) y las reportó tan pronto como llegaron a la ciudad. La policía las arrestó
mientras abordaban una barca para Delft.
Por un mes, ambas hermanas estuvieron en la cárcel. Anneken cuidaba a Isaías que ahora tenía un año
y tres meses. Luego, fueron sentenciadas a morir ahogadas. En la mañana del día de su ejecución,
Anneken se levantó temprano y escribió una carta: un testamento a su hijo. La carta amonestaba al niño
a rechazar el mundo y seguir a Cristo. He aquí una porción de la misma:

“Hijo mío, recibe tu testamento: Escucha hijo mío los consejos de tu madre; abre tus oídos a las
palabras de mi boca. Ahora en este día, voy por el camino de los profetas, apóstoles y mártires, para
beber de la copa de la que ellos bebieron. Voy por el camino de Cristo, que tuvo que beber de esa copa
Él mismo. Puesto que Él, el pastor, ha ido por ese camino, Él llama a sus ovejas a seguirlo por donde
quiera que va. Éste es el camino a la fuente de la vida.

“Es el camino de los muertos que claman debajo del altar: ‘Señor, ¿cuándo tomarás venganza por la
sangre que ha sido derramada? Y se les dieron vestiduras blancas y se les dijo que esperaran un poco
más de tiempo hasta que se completara el número de sus hermanos que habían de ser muertos por el
testimonio de Jesús’ Es el camino de aquellos que están sellados en sus frentes por Dios mismo. He
aquí, todos éstos no habrían podido alcanzar la ciudad celestial sin primero sufrir el juicio y castigo en
el cuerpo. Pues Cristo, la eterna verdad, fue el primero. Mira, todos ellos tuvieron que beber de la copa
amarga como ha dicho el que nos rescató: ‘El siervo no es mayor que su señor, sino debe conformarse
con llegar a ser como su señor’ También Pedro dijo: ‘Ya ha llegado el tiempo en que el juicio comience
por la propia familia de Dios. Y si el juicio esta comenzando así por nosotros, ¿cómo será el fin de los
que no obedecen al mensaje de Dios?’ (1 Pedro 4:17) Nadie viene a la vida eterna excepto por este
camino. Entra, pues, por esta puerta estrecha y agradece la disciplina del Señor.

“Mira, hijo mío, el camino del Señor no tiene desviaciones. El que lo deja, sea por un lado o por otro,
heredará la muerte. Este camino es hallado por pocos y caminado por aún menos. De veras, hay
muchos que saben que éste es el camino a la vida. Pero el camino es demasiado duro para su carne.

“Por esto, hijo mío, no te fijes en la gran multitud de pecadores. No andes en sus caminos. Apártate de
la senda de ellos, porque van al infierno como ovejas a la matanza. Como el profeta Isaías dijo: ‘Como
una fiera, el sepulcro abre su boca sin medida, para tragarse al pueblo y a sus jefes, a esa gente que vive
en juergas y diversiones.’ (5:14)

“Donde oigas de un rebaño pequeño, pobre, sencillo y rechazado por el mundo, únete a ellos. Pues
donde oigas de la cruz, allí está Cristo. No te apartes de ellos. Huye de la oscuridad de este mundo,
uniéndote a Dios. Teme sólo a Él, observa todas sus enseñanzas, obedece sus mandamientos y
escríbelos en la tabla de tu corazón; habla de su ley día y noche y serás un árbol frondoso en el tribunal
de Dios. Que el temor del Señor sea tu padre; y la sabiduría, la madre de tu entendimiento. Si sabes
esto y lo haces, hijo mío, serás dichoso. No te avergüences de confesar a Dios delante del mundo. No
tengas miedo de los hombres. Abandona tu vida antes que apartarte de la verdad. Si pierdes tu cuerpo,
lo cual es terrenal, el Señor tu Dios te ha preparado uno mejor en el cielo.

“Hijo mío, lucha por la justicia ¡hasta la muerte! Ponte la armadura de Dios. Evita la injusticia, el
mundo y todo lo que está en él; y ama sólo lo que es de arriba. Recuerda que no perteneces al mundo,
así como tu Amo y Señor tampoco perteneció a él. Sé un verdadero discípulo de Cristo y no tengas
ninguna comunión con el mundo.

“No fijes tu atención en las cosas que están delante de tus ojos, sino sólo en las cosas de arriba.
Recuerda mis instrucciones y no las abandones. Que Dios permita que crezcas para temerle. Honra al
Señor con el trabajo de tus manos. Que la luz del evangelio brille en ti. Ama a tu prójimo, alimenta al
hambriento y viste al desanudo. No tengas dos del mismo artículo, pues alguien lo necesitará más que
tú. Comparte todo lo que Dios te da como resultado del sudor de tu frente. Distribuye lo que Él te dé.
Dáselo a los que aman a Dios y a los que no atesoran nada, ni para la mañana siguiente; entonces, Dios
te bendecirá. ¡Oh hijo mío, vive una vida digna del evangelio, y que el Dios de paz te haga santo en
cuerpo y alma! Amén.”

Rumbo a su muerte, Anneken dijo al gentío allí congregado: “Aquí tengo un bebé de quince meses
¿Quién lo quiere? Voy a dar todo mi dinero al que le da un hogar.” Entonces, un panadero de seis hijos
tomó al niño, junto con la pequeña bolsa de dinero. En ella halló esta carta, la cual Anneken había
escrito aquella mañana. Era el 24 de enero de 1539.

NOTAS:
15. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 16 El mensaje de los mártires ;
publicado por www.laiglesiaprimitiva.com
16. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 6 La oposición de Martin Lutero a
los mártires ; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com
17. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 17 Los mártires perseguidos por los
Protestantes y los Católicos ; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com

CAPÍTULO 8
LOS MÁRTIRES 1541-1550 d.C
Leonardo Berkop, 1542 d.C.

Leonardo Berkop, quemado costado por costado, 1542

En la ciudad de Salzburgo en 1542, Leonardo Berkop fue arrestado por la fe. Muchos lo indujeron a
apostatar, pero él se paró firme en el camino estrecho de la verdad de Dios. Entonces, lo condenaron a
muerte. Después, lo llevaron al lugar de su ejecución, en el cual prendieron fuego muy cerca a él e
inmediatamente lo asaron. Pero Leonardo se adhirió firmemente a Dios y dijo a sus verdugos mientras
quemaban su cuerpo: “Este lado ya está quemado, voltéenme y quémenme también del otro lado. Pues,
este sufrimiento es insignificante en comparación con el eterno.”

De esta manera, él obtuvo la victoria sobre la bestia y su imagen. En lugar de recibir su marca o actuar
en contra de Dios, su Padre celestial, semejante a los siete hijos valientes que temían a Dios (2
Macabeos 7), entregó su cuerpo para ser quemado en el fuego. Todo este sufrimiento de ningún modo
pudo separarlo del amor de Dios.

María Bekun y su cuñada Úrsula, 1544 d.C.

La madre de Úrsula no pudo hacer que su hija renunciara a la vida que había encontrado en las enseñanzas de Cristo, lo cual
causaba conflicto con el mundo.

María Bekun, expulsada de su hogar por su madre debido a que ella se había unido a los anabaptistas,
escapó de Frisia a casa de su cuñada Úrsula, cerca a Deventer. Su madre puso a la policía tras su rastro.
Una mañana muy temprano, una cuadrilla armada rodeó la casa y capturaron a María, sacándola de la
cama. María pidió a Úrsula que la acompañara a ir con ellos. El amor de ambas era más fuerte que la
muerte. La madre y la hermana de Úrsula vinieron a verla, pero no pudieron conmoverla, porque ella
había escogido sufrir la aflicción en lugar de tener el gozo del mundo y fue con María a la ciudad de
Deventer. Allí, los líderes ciegos del mundo buscaron con sutileza ganarlas para las instituciones
humanas. Pero ellas respondieron: “Nosotras no hacemos caso de los decretos del Papa ni de los errores
del mundo”

Ya que ellas consideraban a todas las instituciones del papado como casas de herejía, fueron llevadas al
tribunal de Delden. Los hijos de Pilato y Caifás las sentenciaron a morir en la hoguera, lo cual les
produjo gozo: el ser dignas de sufrir por el nombre de Cristo y llevar su reproche con Él. Cuando
fueron llevadas a la estaca, mucha gente lloraba al ver su firmeza. Pero ellas cantaban y decían: “No
lloren. Nosotras no sufrimos por ser criminales, sino porque nos unimos a Cristo.”
Cuando la muerte se acercaba, María dijo a Úrsula: “Querida hermana, el cielo está abierto para
nosotras; pues si sufrimos por un corto tiempo ahora, seremos siempre felices al lado de nuestro
Novio.” Luego se dieron el beso de la paz, y oraron a Dios que perdonara a sus jueces, los cuales como
el mundo estaban hundidos en la ceguera.

Primero tomaron a María, quien suplicaba a las autoridades que no derramaran más sangre inocente. Y
con gran alegría caminó hacia la estaca, diciendo: “Oh Cristo, a ti me he entregado. Estoy segura que
viviré contigo por siempre. Dios del cielo, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Después de quemar a
María, las autoridades preguntaron a Úrsula si iba a renunciar. Ella respondió: “No, no renunciaría las
riquezas eternas por la muerte. Mi carne es también buena para ser quemada por el nombre de Cristo.”

De este modo ambas permanecieron firmes hasta el fin y sellaron la palabra de Dios con su muerte,
dándonos ejemplo.

Francis de Bolswirt: ¡Éste es el único camino!,1545 d.C.

En Bolswirt, Friesland, vivía un verdadero cordero de Cristo, íntegro en el temor de Dios. Fue arrestado
y llevado a Liwarden, donde fue interrogado por el concejo de la ciudad. Francis era acusado de no
prestar juramento, ni participar de la santa cena en las iglesias del Estado. A esto, él respondió: “Cristo
nos enseña que no debemos jurar en ninguna manera; y puesto que ustedes son incrédulos e impuros,
yo no tendré comunión con ustedes.” Con estas palabras, las autoridades se ofendieron y dijeron:
“Nosotros no somos ladrones ni asesinos. Entonces, ¿por qué nos llamas impuros? Más bien, nos
parece que tú sostienes una falsa doctrina; y herejes como tú hay muchos, a los cuales pensamos
exterminarlos por completo.”

Por tanto, las autoridades, aconsejadas por los sacerdotes de Jezabel, se expresaron acerca de Francis,
diciendo: “Él desprecia nuestra misa y condena nuestras costumbres. Y nosotros, según una orden
estricta, hemos llegado al acuerdo que él merece la muerte.”

De esta manera, fue sentenciado a morir en la hoguera el domingo de Ramos de 1545. Después de oír
su sentencia, Francis se dirigió a las autoridades y les dijo: “Yo les perdono de todo corazón por lo que
harán conmigo, deseando que puedan arrepentirse y vivir según las palabras de Dios. Yo, ahora voy a
la santa ciudad, a la heredad de mi Padre.” Entonces, fue conducido a la muerte como una oveja al
matadero. Muchos que lo vieron lloraron. Pero él les decía: “No lloren; más bien, prepárense ustedes
mismos y mueran a sus pecados. Este es el verdadero camino para entrar a la vida.”

Después que hubo orado abiertamente y entregado su alma a la paz de Dios, el verdugo comenzó su
trabajo. Fue la voluntad de Dios que de este modo él sea contado entre los mártires.

Hans Blietel: 1545 d.C.


Este hermano fue encarcelado en Ried, Baviera. Se ofreció una suma de dinero por su arresto. Para este
propósito hubo un traidor, el cual, con palabras suaves, pretendiendo ser muy celoso y mostrando
deseos de estar con él, lo llevó a su casa. Hans pensó que aquel hombre estaba preocupado por la
salvación de su alma; y fue con él. Así, dicho traidor, encerrándolo en su casa, le dijo: “Hans, eres
prisionero.” El traidor prometió soltarlo a cambio de dinero. Pero, puesto que Hans rehusó acceder a su
petición, aquél fue a las autoridades y lo traicionó. Mientras éste se dirigía a las autoridades para dar la
información sobre Hans, su esposa pedía lo mismo al hermano. Pero él no quiso darle nada; y con la
ayuda de Dios sufriría cualquier tribulación.

En tanto, las autoridades llegaron acompañadas con un gran número de hombres armados y arrestaron a
Hans, al traidor y su esposa. Atándolos bien, con cadenas y cuerdas, las autoridades castigaron
duramente tanto al traidor y su esposa como al hermano, pues pensaron que ellos habían tomado el
dinero del hermano. Su traición se convirtió en dolor para ellos.

Hans Blietel, después de haber estado en prisión por cuatro o cinco semanas, cerca del día de San Juan,
fue sentenciado a ser quemado vivo. Hacia el lugar de su muerte, los sacerdotes lo sedujeron a
abandonar el anabaptismo. Pero él les dijo: “Ustedes son los que deberían abandonar su engaño
malvado. Yo no oiré a sus falsos profetas. Hoy debo seguir al Señor mi Dios y cumplir lo que he
prometido.” Por consiguiente, los sacerdotes lo dejaron en paz.

En el camino a su muerte, vio a unos de sus conocidos llamado Michael Dirks. Hans lo miró con un
rostro alegre, señalándole el cielo. De este modo se dirigía hacia la muerte y el fuego. Este escenario
produjo una gran tristeza a Michael y su esposa, los cuales no comieron por tres días, y luego buscaron
unirse a la iglesia y llegaron a ser discípulos de Cristo.

Ya en el lugar de su muerte, Hans levantó su voz dirigiéndose a la multitud reunida allí: “Esta es la
verdad divina. Arrepiéntanse, abandonen sus vidas injustas, malvadas y viciosas. Porque si no lo hacen,
el Dios eterno vendrá por sus pecados y los castigará por toda la eternidad y demandará la sangre
inocente de sus manos y los castigará por ello.”

Atado a una escalera, mientras el fuego ardía, él testificaba que ésa era la verdad y el camino a la vida
eterna. Este amante de Dios también cantó en medio del fuego cual oro puro y precioso.

Richst Heynes: después de haber dado a luz en la cárcel, la torturaron, 1547 d.C.

En el año 1547, una mujer piadosa cuyo nombre era Richst Heynes, vivía en el Ilst, en Friesland. Ella
también dobló sus hombros bajo el yugo del Señor Jesús, escuchando y siguiendo su bendita voz,
evitando la voz de todo extraño que se opusiera a Él. Pero los enemigos de Dios, al ver esto,
rápidamente buscaron hacerle daño e impedir lo que hacía. Para este fin, le enviaron siervos tiránicos,
que llegaron como lobos rapaces y apresaron a esta cordera indefensa. Su esposo, al darse cuenta, pudo
escapar con gran peligro de perder la vida. A ella la maltrataron de manera atroz sin la más mínima
compasión, aunque se encontraba embarazada y a punto de dar a luz. Pero a pesar de ello, se la llevaron
con ellos, mientras sus pequeños hijos lloraban y gemían. La llevaron hasta Liwarden y la echaron en
prisión, donde después de tres semanas dio a luz a un hijo varón.

Después, la torturaron tan cruelmente que no podía llevarse las manos a la cabeza. Así ella fue
maltratada con torturas inhumanas, principalmente porque se negaba a traicionar a sus hermanos, pues
aquellos lobos de ninguna manera se sentían satisfechos, sino que tenían más sed de sangre inocente.
Sin embargo, el Dios fiel, quien es una fortaleza en la hora de necesidad y escudo a todos los que en Él
confían, guardaba sus labios para que nadie fuera traicionado por ella. Y siendo que nada podía
separarla de Cristo, después de sentenciarla, la echaron en un saco como si se tratara de una bestia
irracional, y la lanzaron al agua, ahogándola. Todo esto ella soportó con paciencia y firmeza como
cordero inocente de Jesucristo por el nombre del Señor, permaneciendo fiel hasta la muerte. Por esta
razón fue hallada digna de recibir de Dios la corona de la vida eterna.
Seis hermanos y dos hermanas quemados en la hoguera en el mismo día en
Ámsterdam el 20 de marzo de 1549

Mientras el verdugo se calienta las manos y los sacerdotes conversan sobre cosas triviales, los corderos indefensos de Dios
son consumidos por el fuego.

Cerca de veinte personas, entre hombres y mujeres, se hallaban en la prisión de Ámsterdam por causa
de la verdad de Cristo. Y algunos escaparon de ella de la siguiente manera:

Uno de los prisioneros tenía dos hermanos, los cuales pasaban su tiempo en las tabernas. Un día,
sentados en una de ellas, un poco embriagados, pensando en su hermano encarcelado y en el día que
iban a quitarle la vida, juraron rescatar a su hermano de la cárcel aún si eso les costara sus vidas. Y lo
confirmaron levantando sus manos, tirando sus sombreros al aire y poniendo a Dios como testigo.

A la mañana siguiente, estando más sobrios, se turbaron al pensar en su peligroso plan de rescatar a su
hermano de la cárcel. Pero al recordar su solemne juramento y a su hermano, decidieron llevar a cabo
su plan. Tomaron una cuerda, un bloque engrasado y un gancho de metal; los empacaron en una
canasta y las guardaron en la casa de Jan Jans que se encontraba detrás de la prisión.

Cuando llegó la noche, ya listos, lanzaron el gancho atado a la cuerda hacia la ventana que daba a la
celda de su hermano y subieron. Luego, encontraron a su hermano y lo bajaron sirviéndose de la
cuerda. De la misma manera recataron a los demás prisioneros, excepto a Ellert Jan, el cual rehusó salir
diciéndoles que él estaba animado para morir como una ofrenda a Dios, y no esperaba una vida larga ni
mejor. En esto consistía su felicidad. Pues temía que en el camino, a través de este largo desierto, su
coraje decaería y así nunca atravesaría el Jordán ni llegaría a la tierra prometida. También dijo que era
muy bien conocido por su pierna de madera, lo cual facilitaría su captura.

Pero otros ocho de ellos se hallaban en otras mazmorras donde casi no podían escuchar lo que sucedía.
Ellos permanecieron en confinamiento hasta el día de su muerte, excepto Litgen a quien le perdonaron
la vida debido a su embarazo. Ella dio a luz un niño en medio de sus cadenas. El dolor del parto le
afectó de tal modo que causó trastornos en su mente, después de lo cual se estableció por un largo
tiempo en una pequeña casa en Ámsterdam hasta que murió.

Cuando llegó el día de la ejecución de las ocho personas mencionadas, El primo de Ellert Jans, el que
tenía la pierna de madera, vino a ver el espíritu que éste mostraría en la hora de su muerte. Mientras
todo el pueblo oía la sentencia del tribunal, se asombraron al ver el feliz semblante de Ellert Jans. Éste
amonestaba al pueblo reunido allí a no ser seducidos por la Babilonia. Y afirmaba que nunca antes
había experimentado un día tan alegre como ése. Al verlo su primo, lo guardó en su corazón; y desde
entonces llevó sobre sí el peso de la cruz.

De esta manera todos ellos terminaron sus vidas con gran gozo, quemados vivos en la hoguera.

La sentencia de estos mártires obtuvimos del libro de las sentencias criminales de la ciudad de
Ámsterdam. Estos fieles discípulos de Cristo eran considerados criminales por la sociedad medieval.

Dos jovencitas, enfrentaron alegres el reproche del viejo mundo, 1550 d.C
Cerca del año 1550 en Bamberg, dos jovencitas abrazaron a Cristo por la fe y fueron bautizadas según
las enseñanzas de Cristo; y abandonando el pecado, buscaron caminar en nueva vida con Él. Los
anticristianos trataron de impedirles su decisión; y lograron echar a estas dos corderas jóvenes a la
prisión, donde fueron torturadas con gran severidad. También buscaron medios anticristianos para
empujarlos a apostatar. Pero ya que ellas permanecieron firmes durante toda su prueba, las autoridades,
las cuales generalmente siguen el consejo de los falsos profetas, las condenaron a muerte; lo cual
produjo gozo e intrepidez en ellas.

Dos jovencitas, llevando coronas de espinas en el camino hacia su muerte.

Mientras eran llevadas al lugar de la ejecución, sus perseguidores les pusieron coronas de pajas en la
cabeza en son de burla y reproche. Después de lo cual, una le dijo a la otra: “Ya que Cristo llevó una
corona de espinas por nosotras, ¿Por qué no deberíamos llevar estas coronas de paja en honor a Él?”
De este modo, estas dos ramas jóvenes, armadas de paciencia según el ejemplo de su Capitán,
permanecieron fieles en la muerte y obtuvieron la corona de Dios en el cielo. Ellas mostraron mucho
ánimo y firmeza en la muerte. Ellas tenían los verdaderos cimientos de las palabras de Cristo, a quien
invocaron en su angustia: murieron con gran esperanza.

CAPÍTULO 9
LOS MÁRTIRES DE 1551-56 d.C
Guillis y Elizabeth: un joven y una joven fieles hasta el final, 1551 d.C
El 21 de julio de 1551, dos piadosos cristianos: un hermano de nombre Guilis y una hermana llamada
Elizabeth fueron sentenciadas como herejes de acuerdo a un decreto imperial en Ghent, Flandes. Se les
entregó a la muerte a la una de la tarde: una hora no usual. Después que hubieron subido a la
plataforma, ellos oraban a Dios. Allí, el verdugo desató el vestido de Elizabeth el cual calló cuando ella
se puso de pie. Y en son de burla el verdugo le hizo poner pantalones blancos y sueltos. Avergonzada
en esos momentos, inmediatamente caminó hacia la estaca y dijo: “Te agradezco, oh Señor, por ser
digna de sufrir por tu nombre. Ahora estoy parada donde son probados los elegidos de Dios. Oh Señor,
fortaléceme y no me dejes.”

Guilis entonces le dijo: “Querida hermana, ten paciencia en tu sufrimiento. Dios no te abandonará.”
“Oh querido hermano, nunca me apartaré de Él,” dijo ella. Luego Guilis comenzó a llorar: “Oh Señor,
perdona los pecados de quienes me llevan a la muerte. Pues como no te conocen, no saben lo que
hacen.”

Finalmente, ambos levantaron su voz: “Oh Padre celestial, en tus manos encomendamos nuestro
espíritu.” Y así tuvieron una muerte dichosa y agradable a Dios: por medio del fuego.

Gerónimo Segers y su esposa Lijsken Dirks y Big Henry, 1551


Estas tres personas cayeron a manos de los tiranos por el testimonio de Jesús en Antwerp, Brabant.
Ellos sufrieron muchas torturas y detalladas examinaciones; pero por la gracia de Dios lo soportaron
todo. Ya que nada pudo hacerlos apostatar, Gerónimo y Henry fueron llevados al matadero. Puestos en
estacas, con gran firmeza entregaron sus cuerpos a Dios como un agradable sacrificio.

La esposa de Gerónimo Lijsken Dirks, a quien después de dar a luz (pues se hallaba embarazada) la
metieron en un costal y entre las tres y cuatro de la mañana la arrojaron al río Scheldt. Dichos mártires
ahora descansan debajo del altar.

Las siguientes cartas escritas por ellos dan testimonio de su fe fuerte, su firme esperanza y su ardiente
amor a Dios y su verdad.

Una carta de Gerónimo Seger escrita en la prisión de Antwerp a su esposa de


Lijsken, quien se hallaba en la misma prisión, 1551 d.C.

Siempre teme a Dios.


Me encuentro en esta prisión, entre paredes estrechas, por causa de Cristo. Te deseo gracia, paz, gozo,
consuelo, una fe firme, seguridad y un ardiente amor a Dios mi querida esposa Lijsken Dirks. Contigo
llegué al matrimonio delante de Dios y de su santa iglesia de acuerdo al mandamiento del Señor.

Sé muy bien, mi cordera escogida, que te encuentras en medio de gran aflicción por mí; pero deja de
lado toda tristeza y mira a Jesús. Caminemos en toda justicia y santidad como hijos de paz. Usemos
bien el tiempo de gracia considerando cuán gran misericordia nos ha mostrado el Señor. Oh mi querida
esposa, recuerda cuán fielmente servimos a Dios. Él no será confusión para nosotros.

Cuando confesamos la verdad, nos separamos del mundo y renunciamos todos los deseos. Y esto no es
todo. Debemos luchar también contra los enemigos: emperadores, potestades y el príncipe de este
mundo. Debemos sufrir en este mundo, pues Pablo dijo que todo aquel que desea vivir piadosamente en
Cristo, sufrirá persecución. Tenemos que ser mayores que el mundo, el pecado, la muerte y Satanás.
Espero entrar pronto a la ciudad descrita por Juan, la cual está hermosamente adornada; sus
fundamentos son doce piedras preciosas y sus paredes y calles son de oro puro.

Te informo que recibí tu carta por medio de mi madre. La leí con lágrimas. Me sentí consolado por tus
palabras y me alegré oír de tu firmeza. Por otro lado, también me he presentado delante del gobernador.
Con él estuvieron dos monjes dominicos, dos jueces y el escribano de la corte criminal. Sentimos una
gran alegría por riquezas como éstas: nuestra, esperanza y amor. Éstas no nos abandonarían aun si ellos
nos encerraran en prisiones oscuras, separados tú y yo.

He aquí, mi querida esposa, no ceses de servir al Señor tu Dios con todo tu corazón, y sigue sus pasos.
‘Pues lo que sufrimos en esta vida es cosa ligera que pronto pasa; pero nos trae como resultado una
gloria eterna mucho más grande y abundante. Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no
se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas. Nosotros somos
como una tienda de campaña no permanente; pero sabemos que si esta tienda se destruye, Dios nos
tiene preparada en el cielo una casa eterna, que no ha sida hecha por manos humanas. Por eso
suspiramos mientras vivimos en esta casa actual, pues quisiéramos ya mudarnos a nuestra casa
celestial.’ 2 Corintios 4:17-5:2

Por tanto, con diligencia pasa los días de tu peregrinación en este mundo con temor y temblor. Esto es
vivir en obediencia a los mandamientos y leyes de Dios. No temamos al mundo ni temblemos delante
de él. Pues Cristo dijo: ‘No teman a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; teman más
bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.’ Mateo 10:28.

Quienes por un breve tiempo han sido rechazados y despreciados, perseguidos y sometidos a una
muerte humillante, dolorosa y vergonzosa por el testimonio de Jesucristo, triunfarán y vivirán por
siempre con Dios. Nuestras lágrimas y tristezas se convertirán en alegrías.

Oh mi querida esposa, persevera fiel hasta la muerte. La corona no se halla al principio ni en medio de
la carrera, sino al final. Antes que Dios limpie todas nuestras lágrimas, ellas tienen que ser derramadas
primero. Antes que nos libre de nuestros sufrimientos, debemos sufrir en este mundo. Sí, tenemos que
luchar contra leones feroces, dragones y osos. Sí, contra la malvada generación de víboras, contra los
gobernadores que son como serpientes, contra la descendencia malvada de Caín.

Mi querida esposa y hermana, pelea con Pablo la buena batalla, párate firme contra las puertas del
infierno para que puedas recibir la salvación de tu alma. Amén.
Una carta de Lijsken, la esposa de Gerónimo, escrita desde la prisión de Antwerp
1551 d.C.
Gracia y paz de Dios el Padre sea con nosotros.

Mi querido esposo en el Señor, al principio de mi encarcelamiento éste me parecía muy largo. Pues no
estaba acostumbrada a la cárcel y lo único que escuchaba era tentaciones para apartarme del Señor.
Ellos me decían: ‘¿Por qué te preocupas por las Escrituras? Ocúpate en coser tu vestido. Parece que tú
no sigues a los apóstoles. ¿Qué señales muestras? Ellos hablaron en varias lenguas una vez que
recibieron el Espíritu Santo. ¿Dónde están las lenguas que tú has recibido del Espíritu Santo?’ Pero
para nosotros es suficiente haber creído por medio del evangelio de Juan lo que dijo Cristo en su
intercesión por sus discípulos antes de ser entregado: ‘No te ruego solamente por éstos, sino también
por los que han de creer en mí al oír el mensaje de ellos’ Juan 17:20.

Gracias a Dios el Padre; pues Él nos ha dado tal amor, gozo, sabiduría y una mente firme por medio de
Cristo y el poder del Espíritu Santo para prevalecer contra las bestias, dragones, serpientes y las puertas
del infierno, los cuales utilizan gran sutileza para seducir, engañar y destruir nuestras almas.

El Espíritu Santo declara: ‘Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también
reinaremos con él.’ 2 Timoteo 2:11-12. ‘Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe
y él es quien la perfecciona. Jesús sufrió en la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte,
porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría; y se sentó a la derecha del trono de
Dios.’ Hebreos 12:2. Oh mis más querido en el Señor, confío en Dios el cual da su sabiduría sólo a los
sencillos e inocentes y a los despreciados por este mundo, que Él nos animará hasta que nuestro viaje
haya finalizado.

Por eso, mi más querido en el Señor, alégrate y mantente animado delante de Dios, pues Él nos ha
escogido para ser encarcelados por largo tiempo a causa de su nombre, habiéndonos hallados dignos de
él. Aunque los hijos de Israel estuvieron mucho tiempo en el desierto, habrían entrado a la tierra
prometida, si hubiesen sido obedientes a la voz del Señor. De la misma manera también nosotros nos
encontramos en el desierto entre bestias voraces, las cuales diariamente tienden sus redes para
cazarnos. Pero el Señor no abandona a los suyos. Por tanto, perseveremos contentos en Él,
pacientemente y con gozo tomemos nuestra cruz y esperemos con firme confianza lo que Él nos ha
prometido. Amén.

La última carta de Gerónimo a su esposa, escrita en la noche que fue sentenciado, 1


de setiembre de 1551

La gracia y paz de Dios sean contigo para una consolación permanente, gozo y fuerza en tus cadenas y
sufrimientos.

Mi más querida y amada, deseo al Cristo crucificado como un novio para ti, el cual te ha elegido para
ser su hija, novio y reina. Ahora te encomiendo a este Rey: el Padre eterno y celoso amante y Dios. Él
será tu consolador y novio. Puesto que Él me llamó y me toma a mí primero, ahora debo ser un ejemplo
para que puedas seguirme tan valientemente como iré yo antes que tú. Porque el Señor nos hizo dignos
de sufrir por su nombre.
Oh mi querida corderita, sigue fielmente los pasos de tu novio, no temas las amenazas del mundo ni te
atemorices frente a sus torturas; pues ellos no pueden herir un pelo de tu cabeza sin la voluntad del
Padre que está en los cielos. Sigue fielmente la enseñanza de Cristo, pues sus ovejas oyen su voz y lo
siguen; pero no oyen la voz de los extraños. Pelea valientemente para la gloria del Señor así como Él
peleo por la salvación de nuestras almas. Cristo dijo: ‘Dichosos los que son perseguidos por causa de la
justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.’ Mateo 5:11. El Señor dijo también cuando ellos nos
lleven delante de señores y príncipes y nos torturan y matan, pensarán que así rinden servicio a Dios.
Por lo tanto, confía sólo en Cristo: Él no te abandonará.

Yo no espero ver tu rostro otra vez, pero sí espero verte debajo del altar de Cristo. Mi querida esposa,
la hora de mi partida ya ha llegado. Ahora me dirijo con gran alegría y gozo a nuestro Padre celestial, y
te pido que no te entristezcas por esto. Solamente siento tristeza porque te dejo en medio de estos
lobos; pero estoy seguro que el Señor te guardará hasta el fin. Se valiente en el Señor.

Cómo Lijsken Dirks, la esposa de Gerónimo, confesó valientemente los


fundamentos de su fe delante de las autoridades y de todo el pueblo; y cómo fue
puesta en un costal y arrojada en una noche al río Scheldt.
Lijsken, nuestra hermana, quien estuvo en cadenas por un largo tiempo, habló con claridad en la corte
delante de las autoridades y del pueblo común. Ella rechazaba el bautismo de infantes como algo
instituido por los hombres y les hablaba a los jueces sobre el juicio de Dios. Después de lo cual, los
señores ordenaron a los guardias, diciendo: “Sáquenla de la corte.”

Ella regresó a la prisión diciendo que muchas almas fueron asesinadas por ellos. Muchas personas
corrieron a ella para verla. Lijsken hablaba con audacia y valentía a la gente y luego se puso a cantar un
bello himno. Dos monjes vinieron para atemorizarla, pero ella rehusaba completamente escucharlos. Y
la oían asombrada desde la calle. Entonces, ella dijo a la gente desde la ventana de su cuarto: “Los
borrachos, adúlteros y las prostitutas son tolerados; pero los que viven y caminan de acuerdo a la
voluntad de Dios son oprimidos, perseguidos y llevados a la muerte.” Luego comenzó a cantar: “Todos
escuchen. ¡Qué pobres ovejas somos!...” Romanos 8:36. Antes que hubo terminado de cantar, las
autoridades llegaron y la sacaron de la ventana; y ya nadie la volvió a ver.

Muy temprano en la mañana, el pueblo volvió para ver a Lijsken; pero los verdugos ya la habían
ejecutado entre las tres y cuatro de la mañana. Éstos la habían metido en un costal y arrojado al río
Scheldt. Por consiguiente, el pueblo, enojado, decía: “Los asesinos y delincuentes son presentados
públicamente delante de todos.” Algunas personas reflexivas decían: “La razón es que ellos obedecen
los mandamientos de Dios más que los de los emperadores y hombres. Pues ellos se han vuelto a Dios,
de la mentira a la verdad, de la oscuridad a la luz, de la injusticia a la justicia; han corregido sus vidas y
han sido bautizados de acuerdo al mandamiento de Cristo y la práctica de los apóstoles.” También
dijeron que los justos siempre habían sufrido, desde el tiempo de Abel hasta ahora; e incluso Cristo
también tuvo que sufrir y así entrar a la gloria de su Padre, dejándonos ejemplo para seguir sus pasos.
Pues todos los que vivimos piadosamente en Cristo, sufriremos persecución.

María de Monjou 1552 d.C.


María de Monjou, aún momentos antes de ser ahogada los monjes la seducían a abandonar la verdad que ellos llamaban
herejía, 1552 d.C.

Según el testimonio de las Escrituras, todos los que desde el principio del mundo han sido justos y han
vivido piadosamente en Cristo, han tenido que sufrir. María, una mujer piadosa y temerosa de Dios,
tomó parte de dicho sufrimiento. Pues habiéndose ella bautizado según la enseñanza del Nuevo
Testamento y conducido de manera ejemplar entre los hermanos y todo el pueblo, el funcionario de la
ciudad de Monjou la encarceló: ella permaneció en confinamiento por más de un año. Y aunque tuvo
que sufrir mucho, lo soportó con gozo. Constantemente animaba a los hombres piadosos a caminar en
amor y guardar firme el pacto de Cristo. Ella se esforzó para presentar su cuerpo como un sacrificio
vivo, santo y agradable a Dios.

Las autoridades ordenaron torturarla por tres días consecutivos, mas no pudieron inducirla a abandonar
el anabaptismo; porque ninguno que teme a Dios de corazón puede ser confundido. Por fin, la
condenaron a morir ahogada. Y María deseaba dar su vida por la causa de Cristo.

En su camino al lugar donde iban a ahogarla, ella cantaba con un corazón alegre porque aquel día había
llegado; pues ella había vivido para ver esa hora. Y de esta manera procedió en las manos de Pilato
como lo hicieron con Cristo: cual oveja llevada al matadero. Las Escrituras también lo testifican: “Ellos
los matarán a ustedes, y pensarán que así rinden servicio a Dios.” Juan 16:2.

En el camino, María dijo: “Una vez fui la novia de un hombre; pero hoy espero ser la novia de Cristo y
heredar su reino con Él.” Ya acercándose al agua, unos de los hipócritas le decía: “María, arrepiéntete o
no te irá bien.” Ya en el agua, los verdugos retrasaron su muerte por más de dos horas, creyendo que
podrían inducirla a apostatar y abandonar la verdad. Luego, ella les dijo: “Yo me adhiero a Dios. Hagan
lo que tiene que hacer. El trigo debe ser trillado entre la paja. Porque la palabra de Dios tiene que
cumplirse.” Después de tales palabras, se encomendó al Padre celestial y la ahogaron. De este modo
fue entregada a la muerte.

Simón, el vendedor de telas: un desafío al poder de la Iglesia del Estado, 1553 d.C.
En el pueblo de Bergen, Holanda, un vendedor de telas llamado Simón, vendía sus mercancías en un
toldo en la plaza del mercado. Cierto día, los sacerdotes pasaron en procesión 18 con su ídolo cerca de
su mostrador. Simón se negó con desprecio a honrar a este ídolo hecho por manos humanas; pues él
sólo serviría y adoraría al Señor su Dios. Por tanto, fue arrestado por los preservadores de la roma
anticristiana. Al ser interrogado, libremente confesó su rechazo al bautismo de infantes inventado por
ellos mismos juntamente con todos los mandamientos humanos, sosteniéndose solamente con el
testimonio de la palabra de Dios De allí, los enemigos de la verdad lo sentenciaron a morir en la
hoguera. Muchas personas se asombraron al contemplar la grande firmeza y valentía de este testigo de
Dios, el cual obtuvo la corona de la vida eterna.

Simón rechazó la adoración pagana de los católicos, al rehusar arrodillarse mientras pasaba la procesión. Sus vecinos le
piden que se arrodille, 1553 d.C

David y Levina 1554


En el año1554, un hermano joven llamado David fue encarcelado en Ghent, Flandes, a causa de seguir
a Cristo y vivir de acuerdo a los mandamientos de Dios. Cuando fue examinado, le preguntaron qué
pensaba él del sacramento (la hostia). Él les respondió que todo ello era idolatría. Entonces un
sacerdote le dijo: “Te costará la vida si no cambias de mentalidad a tiempo.” A esto respondió David
suavemente: “Estoy listo para derramar mi sangre por el nombre de Cristo; pues Dios es mi salvación.
Él me guardará de todo el mal.” Entonces el sacerdote le respondió: “Serás quemado públicamente en
la estaca para una vergüenza eterna.”

Luego, David se presentó a la corte donde fue condenado a muerte y su sentencia fue leída. Fue
considerado como alguien que había caído de la verdadera fe a la herejía; y por tanto, según el edicto
imperial, sería estrangulado y quemado.

También fue sentenciada con él una mujer de nombre Levina, quien prefirió abandonar no sólo a sus
seis queridos hijos, sino también su propia vida terrenal en lugar de abandonar a su querido Señor y
Novio Jesucristo.
El verdugo tomando el trinche para clavarlo en el vientre de David aún después de haber sido quemado en el fuego.

Al llegar al lugar de la ejecución, David intentó arrodillarse para dirigirse a Dios en oración, pero se le
impidió; e inmediatamente se les condujo a ambos a las estacas. Parados en ellas, David se dirigió a
Levina: “Gózate, querida hermana, porque lo que sufrimos aquí no se compara con los bienes eternos
que nos esperan.” Romanos 8:18. Una pequeña bolsa que contenía pólvora fue atada a cada uno de
ellos. Cuando ya estaban completamente quemados, la gente vio que David movía su cabeza. En aquel
momento el verdugo tomó un trinche y lo clavó tres veces en su vientre. Pero aun después de esto él
seguía moviéndose. Entonces, el verdugo ató una cadena alrededor del cuello de David y la apretó a la
estaca hasta romper su cuello.

De este modo, estos dos valientes lucharon en el camino hacia la vida.

Agustín, el panadero, 1556 d.C.


La captura de Agustín el panadero mientras se encontraba trabajando, 1556 d.C

En la ciudad de Beverwijk, un panadero llamado Agustín despreció el mundo y se bautizó de acuerdo a


la ordenanza de Cristo, lo cual no podían soportar los papistas. En este tiempo hubo cierto
burgomaestre lleno de amargura y celo perverso. A veces decía que él proporcionaría la madera y la
turba para quemar a Agustín. Pero el funcionario, encargado de los acusados, había declarado que no
arrestaría a Agustín sin previamente advertirlo; pero no guardó su palabra. Pues él mismo sorprendió a
Agustín en su trabajo mientras éste amasaba; y aunque intentó huir, fue atrapado rápidamente por sus
perseguidores y lo metieron en la cárcel.

Puesto que Agustín era muy querido, la esposa del magistrado, muy entristecida, le dijo a su esposo:
“Oh asesino, ¡qué has hecho!” Pero todo en vano, él siguió a Jesús su Señor cual cordero llevado al
matadero. Las autoridades dictaron una sentencia cruel sobre él: ser atado a una estaca y ser arrojado al
fuego para ser quemado.

Tres mujeres quemadas en la hoguera 1556 d.C.

Tres mujeres fueron arrestadas en Belles, Flandes, por causa del testimonio de la verdad. Sufrieron
mucha tribulación y tormento. Cuando los verdugos quisieron desnudar a la mujer de mayor edad para
torturarla, ella les dijo a los señores presentes: “Recuerden que ustedes nacieron de una mujer. Les pido
que no me avergüencen.” Por esta razón le permitieron permanecer con sus vestidos sobre el potro de
tormento.

La segunda, una joven doncella, soportó espantosos sufrimientos. Pero todo en vano: no lograron que
ella abandonara la verdad. Porque ella prefirió el gozo eterno y sufrir el dolor temporal que buscar el
placer efímero y sufrir eternamente.

La tercera, una señorita también, yacía desnuda sobre el potro; y puesto que no podían lograr que ella
apostatara por medio de las torturas, comenzaron a preguntarle si no se sentía avergonzada de estar allí
desnuda. Ella les respondió: “Yo no me presenté aquí desnuda por mí misma. Ustedes que infligen esta
miseria y desgracia sobre mí que soy inocente: sufrirán vergüenza eterna por haberlo hecho.” Y aunque
fue torturada hasta tal punto que su sangre fluía sobre el potro, permaneció firme.
Después del tormento, estas tres mujeres fueron sentenciadas a morir en la hoguera. Parada en la
estaca, ésta última dijo: “Esta es la hora que mucho he anhelado: pondrá fin a mi tribulación.”

Gerardo Hasenpoet, separado de su familia, 1556 d.C.


En el verano de 1556, hubo en la ciudad de Nimeguen, Países Bajos, un fiel hermano llamado Gerardo
Hasenpoet, sastre de oficio. Habiendo huido de la ciudad debido a la severa persecución, secretamente
volvió, ya que su esposa e hijos vivían aún allí. Él fue visto por el guardia del magistrado, el cual le
informó a su señor. El magistrado inmediatamente fue tras él y lo capturó. De esta manera este amigo
de Cristo tuvo que separarse de su esposa y sus hijos e ir a la prisión, a la tribulación y a la miseria por
el nombre de Jesús.

Gerardo despreció el vino ofrecido por las autoridades, señalando con el dedo hacia arriba que lo bebería en el reino de su
Padre. En tanto, su esposa lloraba sosteniendo a su bebé en los brazos, momentos antes de caer desmayada.

Mientras era examinado por los señores de este mundo, Gerardo no se avergonzó de la verdad que ellos
creían que era herejía. Por tanto, fue sentenciado a morir quemado en la estaca, lo cual él lo aceptó
valientemente. En el día de su muerte, la esposa de Gerardo vino para hablar con él por última vez y
despedirse de su querido esposo. Ella tenía un bebé en sus brazos, que apenas podía sostener a causa de
su gran dolor. Cuando las autoridades le ofrecieron vino a Gerardo, 19lo cual era costumbre hacer con
los sentenciados a la muerte, él le dijo a su esposa: “Yo no deseo este vino. Yo espero beber del nuevo
vino, que me será dado en el reino de mi Padre.” Así, ambos fueron separados en medio de gran dolor y
se despidieron el uno al otro de este mundo. La mujer casi no podía sostenerse en pie por más tiempo:
parecía desvanecerse por el dolor, y cayó desmayada.

Una vez que Gerardo fue llevado al lugar de su muerte, levantó su voz y canto un himno: “Padre
celestial, a Ti clamo; fortalece mi fe ahora.” En la estaca, el tiró sus zapatos de sus pies, diciendo:
“Sería una lástima quemarlos, pues algún pobre puede necesitarlos.” Y cantó la última estrofa del
mismo himno mientras el verdugo preparaba las cuerdas para estrangularlo: “Hermanos y hermanas,
adiós a todos. Ahora debemos separarnos para poder reunirnos más allá de estos cielos con Cristo,
nuestra única cabeza. Los esperaré allí.” Entonces el verdugo lo sujetó con cuerdas, y este testigo de
Cristo cayó dormido en el Señor; y luego, prendieron el fuego. Voluntariamente entregó su cuerpo por
la verdad.

NOTAS:
18. Era el día de procesión, cuando el pan consagrado era llevado por las calles. Se esperaba que todos se arrodillaran ante
el pan y lo adoraran como a Dios. La procesión era una exhibición del poder que tenía la Iglesia Católica. Las personas
tenían que someterse a ese poder.
19. Según la costumbre, prepararon una copa grande con vino para Gerardo. Se suponía que esto era un acto de clemencia
para amortiguar el dolor y aliviar el temor de la ejecución.

CAPÍTULO 10
LOS MÁRTIRES DE 1557-58 d.C
Algerio: un joven quemado con agua y luego por el fuego en Roma, 1557

El joven Algerio soportando el aceite hervido que echaban sobre su cuerpo desnudo para luego reducirlo a cenizas.

Algerio, aunque era muy joven fue un estudiante en el reino de Nápoles en Padua. Allí conoció a un
hermano del cual indagó con diligencia cual era el camino y la voluntad de Dios. Escuchó con cuidado
y pronto fue bautizado en la muerte de Cristo. Inmediatamente después fue arrestado y echado a la
prisión donde soportó muchos conflictos severos. En gran manera fue fortalecido por Dios, en quien
había fijado sus ojos, lo cual es probado por la carta mencionada anteriormente. La escribió a los
hermanos en Italia, estando él en la prisión de Padua. Escribió con el fin de fortalecerlos en la tristeza
que sufrían por su causa.

Tentado en Padua por las autoridades para que se retractara lo enviaron a Venecia. Allí tampoco
pudieron convencer a Algerio que se retractara, tendiéndole trampas por medio de promesas agradables
a la carne; pero él rechazó todo ello para ganar únicamente a Cristo. Finalmente lo mandaron a Roma y
fue sentenciado a ser quemado de la siguiente manera: primero ser ahorcado y estrangulado y luego
quemado.

Siendo llevado en una carreta a lugar de su muerte se hizo un atentado final contra él. Un monje tendía
un crucifijo delante de él y lo amonestaba a honrar a su señor allí crucificado, lo cual Algerio empujó a
un lado, diciendo: “Mi Señor y Dios vive arriba en los cielos.” En esto los espectadores dieron voces y
dijeron: “¡Fuera con él! Está por completo endurecido y cegado. Ya no tiene remedio.”

Por tanto lo desvistieron hasta la cintura y primero derramaron aceite hirviendo sobre su cabeza y su
cuerpo desnudo, lo cual Algerio sufrió con paciencia, aunque le produjo mucho dolor. Al frotarse el
rostro con las manos, se arrancó la piel y el cabello. Después lo redujeron a ceniza. Todo lo sucedido
era muy raro en Italia. Algerio tuvo que glorificar a Dios de una manera más alta. Al Señor Jesucristo
que obró en él por el poder del Espíritu Santo, sea la alabanza y gloria para siempre. Que Él nos ayude
a nosotros pobres y débiles mortales a seguirle.

Una carta consoladora de Algerio escrita desde la prisión, la cual refleja la


mentalidad de los mártires.
“A mis hermanos amados y compañeros en Jesucristo que han salido de Babilonia rumbo al monte de
Sión; gracia, paz y misericordia les deseo de Dios nuestro Padre, de Cristo nuestro Señor.

“Con el propósito de endulzar o quitar el dolor que ustedes sufren por mi causa, deseo comunicarles la
dulzura que experimento, para que se regocijen conmigo en la presencia del Señor. Diré al mundo una
cosa increíble: he encontrado una dulzura infinita en el vientre del león. ¿Quién creerá lo que voy a
relatar aquí?

“En un foso profundo he hallado placer; en un lugar de amargura y muerte, descanso y esperanza de la
salvación; en el abismo o profundidades del infierno, gozo. Donde otros lloran, yo río; donde otros
temen, he hallado fuerza. ¿Quién va a creer esto? En la miseria he disfrutado grandes delicias; en un
rincón solitario, he estado en la más gloriosa compañía, y en el cautiverio más severo, gran descanso;
todas estas cosas me las ha dado la mano de Dios. He aquí, Él que primero estaba lejos de mí, ahora
está conmigo; y a Él que poco conocía, ahora veo con claridad. A Él que antes yo anhelaba, ahora me
extiende la mano, me consuela, me llena de gozo, aleja la amargura de mí y renueva dentro de mí la
fuerza y la dulzura. Me conserva con salud. Me sostiene, levanta y fortalece. ¡Oh cuán bueno es el
Señor que no permite que sus siervos sean tentados más allá de lo que pueden soportar! ¡Oh cuán fácil,
placentero y dulce es su yugo!

“Aprendan, amadísimos hermanos, qué tan dulce, misericordioso y fiel es el Señor; Él vivifica a sus
siervos en tiempos de prueba. Él se humilla y baja para estar con nosotros en nuestras humildes chozas
y moradas. Nos da una mente alegre y un corazón pacífico.

“¿Creerá estas cosas este mundo ciego e incrédulo? Más bien me diría: ‘No vas a soportar por mucho
tiempo el calor, el frío y la incomodidad de este lugar. ¿Y cómo podrás soportar la cruz, los muchos
desprecios, los reproches indebidos y las burlas inmerecidas? ¿Podrás borrar completamente de tu
mente todos tus profundos estudios? ¿Perderás lo mucho por lo poco? ¿Por qué motivo has estudiado y
trabajado tanto, aun desde tu juventud? ¿No tienes temor de la muerte que te espera, aun siendo tú
inocente? ¡Oh, qué locura extrema e ignorancia es, poder escaparte de la muerte y evitar todo con una
sola palabra, y lo rehúsas!’
“Pero, oigan, hombres mortales y ciegos. ¿Qué será más caliente e intenso que el fuego preparado para
ustedes? ¿Qué es más frío que su corazón que todavía está en tinieblas y no tiene luz alguna? ¿Cuál
tesoro es más precioso que la vida eterna? ¿Dónde hay gozo, riquezas y honra más grande que en los
cielos? Si no temo al fuego ardiente, ¿temeré a caso al calor natural? A aquel que se consume y se
derrite en el amor de Dios, ¿le atormentará el hielo? El calor es para mí un placer refrescante y el
invierno un gozo en el Señor.

“En verdad este lugar es duro y severo para los culpables y malhechores, pero para los inocentes y
justos es muy placentero y dulce. Es verdad que se estima este foso como lugar solitario y humillante;
sin embargo para mí es un valle espacioso y uno de los lugares más excelentes del mundo.

“Díganme, hombres miserables, ¿podría haber una pradera más agradable que esta? Pues aquí
contemplo reyes, príncipes, estados y naciones; aquí veo conflictos: unos destrozados, otros
victoriosos; algunos han caído a un estado bajo, otros han logrado grandes honores. Aquí subo y entro
al cielo. Jesucristo está parado ante mis ojos; alrededor de mí se paran los patriarcas, profetas, apóstoles
y todos los siervos de Dios. Él me abraza y sustenta; los otros me exhortan, me muestran cosas santas,
me consuelan y me conducen con melodías y cantos.

“¿Puedo decir que estoy solo con tanta compañía? Pues, aquí veo compañeros, consoladores y
ejemplos. Veo muchos que fueron crucificados, decapitados, apedreados, aserrados, asados. Otros
fueron tostados en ollas y hornos de aceite; a algunos les sacaron los ojos; a otros les cortaron la
lengua. Unos fueron degollados y sus cabezas envueltas en su propia piel; a otros les cortaron las
manos y los pies. Algunos fueron echados en hornos ardientes, otros arrojados como alimento para las
bestias. Sí, ocuparía demasiado tiempo relatando todo aquí.

“Finalmente, veo aún a otros que han sufrido diversas torturas y martirios. Y algunos están vivos ahora
y están libres de todo dolor. Para todo hay un sólo remedio que cure sus dolores, y éste es el remedio
que me da fuerza y alegría para enfrentar todos estos temores y aflicciones. La esperanza puesta en los
cielos, es el remedio. No temo a los que me reprochan y persiguen, puesto que Aquel que mora en los
cielos los rechazará y desarraigará. Dios quebrará los dientes de los pecadores, porque el poder y
dominio son de Él. El reproche que sufrimos por la causa de Cristo nos da gozo y alegría, porque está
escrito: ‘Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello’ 1
Pedro 4:16. Por tanto, si tenemos tanta seguridad de nuestra salvación, no haremos caso de los
reproches injustos de los que nos desprecian.

“En este mundo no tengo ciudad permanente, ni lugar de descanso. Mi hogar y mi patria están en los
cielos. Busco la Jerusalén celestial, la que ya veo delante de mí. Miren, ya estoy en el camino, allí está
mi dulce hogar, mis riquezas, mis padres, mis amigos, mi placer y mi honor. No tengo temor de
despreciar lo terrenal. Todas estas cosas no son más que sombras, transitorias y vanidad de vanidades.

“¿Quién se atreverá a decir que he perdido mi edad y mis años? Se me ha llamado tonto, puesto que no
oculto mi conocimiento de Dios ni me importa si hablo en secreto o abiertamente. El mundo desea que
guarde silencio y piensa que me he engañado a mí mismo. Que el mundo ciego cese de imaginar tales
cosas. Pues está escrito: ‘Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas
de matadero’ Así somos partícipes con Cristo quien dijo que el discípulo no es mayor que su maestro.
Él también nos dejó mandamiento de que cada cual tomara su cruz y le siguiera.

“Que sea perfecta nuestra paciencia en cada lugar, pues estas cosas nos son prometidas aquí en la tierra,
porque está escrito que los que nos matan pensarán que así rinden servicio a Dios. Por eso, el temor y la
muerte nos enseñan a entender nuestro llamamiento. Regocijémonos en una vida futura y demos voces
con alegría en el Señor, separados de todo pecado y golpeados y entregados a la muerte. Tenemos el
ejemplo de Jesús y los profetas; y los hijos de la injusticia lo mataron conforme a su costumbre. He
aquí, ¿qué haremos ahora? ¡Bienaventurados son los que han seguido fiel! Nos alegramos en nuestra
inocencia. Dios castigará a los que nos persiguen.

“Nunca negaré a Cristo; al contrario, lo confesaré dondequiera que sea necesario. No estimaré mi vida
más preciosa que mi alma; no cambiaré el futuro por el presente. ¡Oh, cuán poco entiende y sabe el que
piensa y anda en la locura! ¡Ay amadísimos! Eleven los ojos y guarden el consejo de Dios.

“El siervo más celoso, el encarcelado y amado Argelio. Escrito en el más hermoso jardín: la prisión
llamada Leonia, el 12 de julio de 1557.”

Hans Brael: un sufrimiento prolongado y espantoso, 1557 d.C.

Durante un viaje en el año 1557, en Pusterthal unos días antes de la Ascensión, el hermano Hans Brael,
a unos cinco kilómetros del castillo, se encontró con el juez que iba a caballo. El juez no lo conocía;
solamente lo saludó y siguió su camino. Hans le dio gracias por el saludo, pero el secretario que
acompañaba al juez se acercó a Hans preguntándole: “¿A dónde vas? ¿Qué estabas haciendo aquí?” Él
respondió que había estado con sus hermanos. El secretario le preguntó si los anabaptistas eran sus
hermanos. Sí, contestó él. Entonces el secretario lo agarró y el juez le quitó al hermano su propia correa
y lo amarró, haciéndolo caminar a un lado de su caballo por el lodo como si fuera un perro. Así
caminaron hasta llegar al castillo. Él sufrió tanta fatiga de la caminata y de haber sido amarrado tan
cruelmente, que no pudo permanecer parado, sino que se cayó en el campo. El señor del castillo
amonestó al juez por haberle atado tan duro. Allí lo interrogaron y le quitaron todo lo que traía y lo
echaron a la cárcel.

Al día siguiente lo sacaron y el señor del castillo lo interrogó tocante al anabaptismo y lo que pensaba
del sacramento. Cuando él predicó la verdad divina, insistieron que la renunciara. Y cuando él les dijo
que no esperaran que él iba a renunciar a la verdad, lo echaron otra vez a la cárcel. Ocho días después
lo trajeron otra vez. El señor con otros seis lo examinaron, pero no lograron nada, entonces lo volvieron
a mandar a la cárcel. Después de ocho días más fue examinado delante de todas las autoridades
reunidas. El juez le aconsejó urgentemente que se salvara, porque su cuerpo iba a ser torturado si
rehusaba nombrar a las personas que le habían hospedado. Hans preguntaba al juez y a todo el concejo
si a ellos les parecía bien que él traicionaría a los que le habían tratado con tanto amor y le habían
alimentado y hospedado. El juez se enfureció mucho, y le preguntó si estaba acusando al concejo con
sus palabras. Al fin lo mandaron a la cárcel otra vez, ya que no pudo ser convencido.

Después lo trajeron al juez y lo llevaron al potro, donde él mismo se quitó la ropa y delante de ellos se
acostó. Se sometió pacientemente a las sogas de tortura de tal manera de los ojos de los espectadores se
llenaron de lágrimas y no podían contener su llanto.

El verdugo lo suspendió de una soga, y el juez lo amonestó que se salvara y que divulgara los nombres
que deseaban. Él dijo que no iba a traicionar a nadie. Entonces amarraron una piedra grande en sus
pies. El juez se enojó cuando percibió que no podía lograr nada con él y dijo: “Ustedes juran que no se
van a traicionar los unos a los otros.” Hans respondió: “No juramos, pero no nos traicionamos porque
sería malo.” Entonces lo dejaron colgado de la soga y se fueron, pero el verdugo se quedó con él.
Luego trajeron dos sacerdotes de la ciudad de Innsbruck y disputaron con Hans por dos días, y al no
lograr nada, el señor del castillo se encolerizó tanto que le dijo: “¡Oh, tú, perro terco! He hecho todo lo
posible contigo y seguiré haciéndolo. Ahora te pondremos en una estaca puntiaguda, y veremos como
vas a confiar en Dios.” Él respondió que sufría no por hacer el mal, sino por la verdad.

Después de tres días lo pusieron en un foso profundo, oscuro y asqueroso donde no podía ver ni luna ni
sol. Él no podía saber si era de día o de noche. También era tan húmeda que se podría la ropa que tenía
puesta y se quedó casi desnudo. Por mucho tiempo no tuvo ni una prenda para ponerse, solamente un
abrigo áspero con el que se envolvió, y así se sentaba en miseria y oscuridad. La camisa que tenía se
había podrido tanto que solamente le quedó el cuello, el cual colgó en la pared.

Una vez cuando estos hijos de Pilato lo sacaron para tratar de hacerlo apostatar, la luz hería tanto sus
ojos que se sintió mejor al ser bajado otra vez al foso oscuro. Por la suciedad de este hoyo, también
salía un hedor tan repugnante que cuando lo sacaron, todos se alejaron de él. Aún los miembros del
concejo decían que nunca habían encontrado una peste tan horrible. En ese foso también había muchos
bichos. Por un tiempo protegía su cabeza con un sombrero viejo, que por compasión alguien se lo había
tirado. Al principio Hans se espantó mucho, pero luego se acostumbró. Los bichos también le comían
la comida. Cuando le bajaban su comida tenían que comer todo de una vez antes de poner el plato en el
suelo, porque de otra manera los bichos cubrían el plato y no le dejaban comer. A veces los bichos
también se metían en su bebida.

Sin embargo, su aflicción más grande en toda esta prueba era que no recibía ninguna carta de sus
hermanos ni de la iglesia. En ese tiempo, un siervo del Señor llamado Hans Mein tenía un gran deseo
de oír algo del hermano, y le mandó palabra al foso diciendo que si él se encontraba firme en la verdad
que le mandara una seña. La miseria y pobreza del hermano era tan grande que ni una paja podía hallar.
De repente pensó en el cuello que había colgado en la pared. Agarró el cuello que se había podrido y se
lo mandó a Hans Mein como una señal de que su fe no había cambiado, sino que permanecía firme en
Dios. Tampoco deseaba ropa de los hermanos, los cuales le ofrecieron, pues él les dijo que si las
autoridades llegaran a descubrirlo, lo mandarían al potro otra vez para que divulgara sus nombres.

De esta manera, él yacía en ese foso asqueroso todo el verano hasta el otoño, hasta que lo sacaron por
el frío que hacía, y lo echaron a otra cárcel. Allí tuvo que pasar más de ocho meses con una mano y un
pie en el cepo. Durante todo ese tiempo no podía ni acostarse ni sentarse bien. Tuvo que mantenerse
parado y tuvo que soportar muchos reproches y burlas de la gente incrédula que decía: “Mira, allí esta
un hombre santo; no hay otro tan sabio como él. Él es luz del mundo y testigo de su Dios y su iglesia”;
y otras burlas que le echaron en la cara.

La señora del castillo mandó llamar a Hans y le indujo a que se retractara y así obtener su libertad; pero
al no aceptar lo que ella propuso, Hans tuvo que pasar otro invierno en la cárcel.

Entonces llegó una orden del concejo de Innsbruck, la cual los señores la leyeron a Hans. Su contenido
era lo siguiente: Puesto que él era tan terco, lo iban a mandar al mar. Iba a salir la mañana siguiente
para darse cuenta de cómo los malhechores son desnudados y castigados.

Dejaron a Hans salir de la prisión y caminar en el castillo por dos días para aprender a andar otra vez.
Por el maltrato que había recibido en el cepo y los grilletes, no podía caminar muy bien. Él estuvo en la
cárcel por casi dos años, y no había visto la luz del sol durante un año y medio. Le asignaron un
guardia que lo llevaría al mar. Entonces se despidió de todos del castillo, exhortándoles que se
arrepintieran. Luego, el guardia llevó a Hans camino hacia el mar.
Después de dos días de viaje, el guardia se embriagó en una taberna de Niederdorf. En casa, en lugar de
ir a su cama, se acostó en una mesa e inmediatamente se durmió como una bestia, y se cayó de la mesa.
Cuando Hans vio esto, abrió la puerta del cuarto y de la casa, y cerrándolas con llave se fue.

De esta manera, Dios le ayudó a escapar de noche en el año 1559, y regresó con paz y gozo a la iglesia
del Señor y a sus hermanos. Con esto podemos ver como Dios socorre y ayuda a sus hijos, y como Él,
por medio de la fe firme que tienen sus hijos, puede dar paciencia y fuerza en el sufrimiento a los que
se adhieren a Él de corazón.

Joris Wippe, ahogado en secreto, Holanda 1558 d.C.

Joris, momentos antes de ser ahogado en un barril lleno de agua

Mientras Joris Wippe vivía en la oscuridad del papado, era el burgomaestre de la ciudad de Meenen,
Flandes. Pero habiendo venido al conocimiento del evangelio, tuvo que huir de la ciudad rumbo a
Dortrecht, Holanda, donde vivió como tintorero. Al llegar a ser conocido en poco tiempo por la
instigación de algunos enemigos, fue llamado a presentarse delante de las autoridades. Algo alarmado
por lo que sucedía, Joris consultó con algunos hombres de influencia para los cuales él realizaba su
trabajo. Ellos le aconsejaron que debería presentarse a las autoridades y oír lo que le dirían, pues tenían
plena confianza en el magistrado.

Cuando Joris se presentó y los señores del pueblo lo vieron, se consternaron y habrían preferido que él
hubiese tomado su cita al magistrado como una advertencia para escapar secretamente, pues ellos no
tenían sed de sangre inocente. Pero ya que él se había presentado, el juez se apoderó de él como de
alguien que debía perder su vida y sus propiedades de acuerdo al decreto imperial. Esto sucedió el 28
de abril de 1558. Después de su arresto, las autoridades intentaron por todos los medios salvarlo de la
muerte, pero no lo lograron.

Él dejó un buen testimonio en cuanto al favor que mostraba con los pobres. E incluso cuando fue
sentenciado a la muerte, el verdugo lamentó con lágrimas en sus ojos, ya que él tenía que llevar a la
muerte al hombre que había provisto alimento para su propia esposa e hijos. Por tanto el verdugo
prefirió dejar su oficio que matar a un hombre que le había hecho mucho bien a él mismo y a muchos
otros y nunca había dañado a nadie.

Por consiguiente, en medio de la noche fue ahogado en un barril lleno de agua por uno de los que
tenían por oficio capturar a delincuentes, el cual, llevando a cabo el oficio del verdugo, lo empujó hacia
atrás y Joris cayó de cabeza al barril lleno de agua.

De esta manera, ofreció su vida al Señor a los 41 años de edad. Al día siguiente, Joris fue colgado de
pies en el lugar de las ejecuciones de la ciudad como un objeto de escarnio delante del pueblo. Así,
igual que su Maestro, fue contado entre los malhechores.

Joris escribió varias cartas en prisión, tres de las cuales han llegado a nuestra posesión.

Primera carta de Joris Wippe escrita a su esposa

“Te deseo gozo y alegría eterna, mi queridísima esposa y hermana en el Señor, a quien amo en Dios.
Amén.

“No te fijes en el gozo y placer de este mundo, pues todo lo que el hombre siembra, eso también
segará. Tu modestia, obediencia y amor a Dios sean un modelo y ejemplo para nuestros queridos y
obedientes hijos, los cuales el Señor nos ha dado para su alabanza y gloria. Sé diligente cuando les
enseñes y los amonestes. Hagan lo mejor que puedan para poder verlos a todos ustedes en la
resurrección de los justos. Estén siempre contentos y fijen su corazón y mente en el Dios vivo, porque
Él no abandonará a las viudas y a los huérfanos, sino que sus ojos los contemplan y su oído está abierto
a sus oraciones.

“Oh querida esposa, ora al Señor por mí mientras me encuentre en este pobre y débil cuerpo. Y te
agradezco afectuosamente por enviarme tus exhortaciones, que son un alimento para el alma. También
te agradezco por las cosas temporales.

“Escrito por mí, Joris Wippe, tu esposo y hermano en el Señor, preso en Hague, Holanda, por el
testimonio de Jesucristo.”

Segunda carta de Joris Wippe escrita a su esposa

“Gozo que dura para siempre, gracia y paz de Dios nuestro Padre celestial, por medio de Jesucristo
nuestro Señor y el gozo del Espíritu Santo en tu corazón y consciencia, sean contigo, mi muy amada
esposa y hermana en el Señor.

“Te informo con gozo que mi mente, corazón y alma aún están fijos en el Dios y Padre. Su palabra es
verdad; y sus mandamientos, vida eterna. Cristo fue delante de nosotros con mucha miseria y
tribulación. Y nosotros debemos seguir sus pasos, ya que el siervo no es mayor que su señor. Pues Él
muy bondadosamente nos amonesta que observemos esto, diciendo: ‘Si ellos me han perseguido,
también a ustedes los perseguirán. Todas estas cosas harán con ustedes porque no me han conocido a
mí ni a mi Padre.’

“Piensa en la pobre y afligida viuda que echó dos moneditas en las ofrendas, y Cristo dijo que había
echado más que todos, para que seas hallada como una verdadera viuda delante del Señor, que ha
lavado los pies de los santos, consolado a los afligidos, criado hijos en el temor de Dios y
diligentemente ha seguido toda buena obra…

“La paz de Dios sea contigo. Escrito por mí, Joris Wippe, tu esposo, en cadenas, Hague, Holanda.”

Tercera carta de Joris Wippe escrita a sus hijos

“Mis queridos y obedientes hijos, les deseo una vida piadosa y virtuosa en el temor de Dios todos los
días de sus vidas para la alabanza del Padre y la salvación de sus almas.

“Me encuentro en cadenas aquí por el testimonio de Jesucristo. Confío en ustedes, mis tres queridos
hijos, que honrarán a su pobre madre todos los días de su vida, pues ella les trajo con gran sufrimiento
y dolor. Si ustedes persiguen la justicia y buscan caminar en el temor de Dios y guardan sus
mandamientos, nos encontraremos en el rebaño con todos los hijos de Dios en la resurrección de los
justos. Yo les amonesto a que nunca consientan el pecado, ni se rebelen contra los mandamientos del
Señor. Coman su pan con el hambriento y den a los necesitados de lo que el Señor les da.

“A ti, mi querida hija, te encargo a ser obediente a tu madre. Aprende a leer y a ser diligente en toda
buena obra, y pasa tus días en santidad y en el temor de Dios, como Sara la esposa de Tobías (Tobit
3:15), no te asocies con las hijas sensuales de este mundo, cuyo fin será la destrucción. Adórnate con
toda virtud, para que cuando Cristo nuestro novio venga, estés preparada como las cinco vírgenes
prudentes para entrar con el Novio al reino del Padre.

“Ustedes tres, trabajen diligentemente con sus manos, lo cual es honroso, recordándoles las palabras
del apóstol: ‘Es más dichoso dar que recibir.’ Adornen la doctrina de Dios nuestro salvador en todas las
cosas. Pasen el tiempo que Dios les da en toda justicia, orando a Dios que Él les guarde de todo mal.
No tengan compañerismo con los hijos de este mundo para que no sean partícipes de sus obras malas.
Siempre caminen con hombres sabios y llegarán a ser sabios. Nada se oculta de los ojos de Dios. Sus
ojos son como una llama de fuego.

“Ahora me despido de ustedes para siempre, mis queridos hijos hasta la resurrección. Les encomiendo
a Dios y a las palabras de su gracia. El Espíritu de Dios les consuele y fortalezca en toda justicia.

“Escrito por mí, Joris Wippe, su padre, preso en Dortrecht por el testimonio de Jesucristo.”

Hans Smith, Hendrick Adams, Hans Beck, Mathijs Smit, Dileman Snijder y siete
otros, sorprendidos en una reunión, 1558
Hans Smith, un ministro de la palabra de Dios, fue enviado por la iglesia a buscar y reunir a aquellos
que anhelaban la verdad. Él viajó a los Países Bajos donde, junto con cinco hermanos y seis hermanas,
fue arrestado en la ciudad de Aix-la-Chapelle.

En una noche, mientras se hallaban reunidos en una casa para hablar sobre las Escrituras, fueron
sorprendidos. Muchos hijos de Pilato vinieron a aquel lugar, sirviéndose de un traidor, con lanzas y
espadas desnudas; provistos de cuerdas y cadenas, sitiaron la casa y ataron a estos hijos de Dios. E
incluso arrestaron a una mujer que tenía un bebé en su cuna. Pero los prisioneros eran valientes y se
animaban el uno al otro para no desmayar, ya que eran encarcelados por la verdad de Dios. Hasta
comenzaron a cantar de gozo. Y pronto fueron confinados en celdas separadas.
Sorprendidos en una casa mientras estaban reunidos escuchando la predicación de Hans Smith, el mensajero para esa iglesia
cuya carrera allí terminó: todos fueron encarcelados.

En la mañana siguiente, cada uno por separado fue llevado delante del juez y los volvieron a la cárcel al
ver su firmeza. Sin embargo, el día siguiente, Hans Smith el ministro se presentó por segunda vez ante
las autoridades. Le preguntaron a cuántos había bautizado, quiénes eran y dónde se realizaban sus
reuniones. Pero él les dijo que prefería perder su vida antes de ser un traidor. Por tanto, fue torturado
por un cuarto de hora, a lo cual se sometió voluntariamente, quitándose la ropa y caminando hacia el
potro de tormento. Y ya que los señores no lograron nada con eso, salieron y retornaron pronto y
dijeron: “Tienes que respondernos o te torturamos hasta romper los miembros de tu cuerpo.” Entonces
lo colgaron de sus manos y luego ataron una piedra pesada a sus pies y lo suspendieron en el aire por
un tiempo; sin embargo, no lograron su propósito, y lo echaron a la prisión hasta el domingo en la
mañana.

En otra ocasión, cuando los señores, acompañados por sacerdotes, le preguntaron sobre los
magistrados, si éstos debían ser considerados cristianos o no. Él respondió que los observaba como
ministros de Dios, pero engañados por los sacerdotes. Volvieron a preguntarle si eran ellos cristianos o
no. Hans les respondió que si ellos se negaran y abandonaran a sí mismos, y tomaran la cruz y
abandonaran la pompa y la tiranía para seguir a Cristo, podrían ser cristianos; mas no de otro modo. Al
ser cuestionado sobre el juramento, respondió que Cristo lo había prohibido.

El 23 de agosto fue el día fijado para la ejecución del ministro Hans y del hermano Hendrick. Ambos
fueron traídos a la corte; luego caminaron sonriendo entre la gente al lugar de la ejecución. Estaban
llenos de gozo y esperanza, puesto que entrarían juntos al paraíso. Sin embargo, las autoridades,
esperando conseguir que se retractaran, despidieron al pueblo, y a ellos los volvió a echar en la cárcel;
lo cual les produjo mucha tristeza, ya que esperaban sellar la verdad con su sangre. Permanecieron en
la cárcel hasta el otoño y tuvieron que sufrir y ser tentados mucho; después de lo cual fueron
condenados y ejecutados.

Hans Smith fue ejecutado primero. Mientras era llevado por en medio de la ciudad, cantó alegre. No
habló mucho; caminó tranquilo al lugar de la muerte, como un cordero mudo. Allí fue estrangulado con
una cuerda; luego encadenado y entregado al fuego. Así ofreció su sacrificio el 19 de octubre de 1558.
Tres días después, Hendrick y su hermano Hans Beck, sufrieron la violenta oposición de las
autoridades, las cuales viendo la firmeza de los hermanos, enojados dijeron: “Fuera con ellos. A la
muerte y al fuego. Todo se pierde con ellos. No se les debe conceder más perdón.” En consecuencia,
estos dos hermanos fueron estrangulados en la estaca (como previamente lo había sido el ministro
Hans), y luego los ataron con cadenas en la estaca para ser quemados.

Los otros restantes fueron ejecutados el 4 de enero de 1559. Ellos testificaron con su sangre la verdad
divina.

CAPÍTULO 11
LOS MÁRTIRES DE 1559-65 d.C
Jacks: traicionado y decapitado, 1559

Antes del día de la ejecución de Jacks, su esposa vino a la cárcel a despedirse de él. “¡Oh hermana en el Señor, no permitas
que esto te entristezca!”

El señor Wael, concejal en el pueblo de Harlingen, diligentemente buscó a Jacks; se dirigió a él


amistosamente y lo invitó a su casa, diciendo que tenía una carta para él. Ya en su casa, mostraba un
gran celo por las verdades antiguas. Pero cuando Jacks iba a salir de allí, el señor Wael, con palabras
suaves, pero con el corazón de un Judas, le dijo que viniera a su casa en otra oportunidad para trabajar
con él. Cuando Jacks vino otra vez a su casa, Wael le saludó muy gustosamente mientras enviaba
secretamente un mensajero al Concilio, llamando al comisario y al magistrado. Al llegar el magistrado,
el traidor dijo: “Arréstenlo, éste es el hombre.”

Entonces Jacks se dirigió al señor Wael y le dijo: “Oh mi señor, ¿por qué me traicionas de esta manera?
Yo te confié mi vida y mis bienes. ¿Por qué buscaste mi vida y tienes sed de mi sangre?” El señor Wael
dijo que lo hizo para cumplir su juramento; y leyó a Jacks el mandato cruel y tirano. Y añadió que él no
era arrestado debido a algún crimen, sino simplemente porque se había aferrado a la herejía. Además le
preguntó si era un anabaptista, lo cual Jacks negó, afirmando que él había recibido un bautismo de
acuerdo a la palabra del Señor. Cuando le preguntó concerniente a la iglesia de Roma, Jacks respondió
que ella no era de Dios. Luego, el traidor, simulando tristeza, le preguntó: “Oh Jacks, ¿por qué caíste en
mis manos?” Jacks respondió: “Mi señor, yo confié en ti debido a tu conocimiento y a nuestra relación.
Pero alegremente y de todo corazón te perdono. Y es mi deseo que el Señor tenga compasión de ti.”
Luego, Jacks fue enviado a la prisión de la ciudad de Leewarden.

Mientras Jacks se encontraba preso en la cárcel, su esposa vino a él. Este amigo de Dios, se hallaba
lleno de tristeza y ansiedad al contemplar a su esposa con tanta congoja, pues se encontraba
embarazada. El carcelero la separó de él con violencia. Pero algunas personas presentes le pidieron que
permitiera a la mujer ir a su esposo. Entonces Jacks le dijo a su esposa: “Oh querida, ve a casa y
consuélate en el Señor. Pues estoy aquí preso por la palabra de Dios. No es mi deseo causarte
vergüenza ni desgracia, puesto que no he dañado a nadie.” Ella le respondió: “Que el Señor te
fortalezca en la verdad, porque después de este conflicto hay una corona eterna preparada para ti. ¡Oh
si pudiera morir contigo y heredar aquella vida dichosa! Entonces mi corazón se alegraría.” Jacks
volvió a hablar: “Oh hermana en el Señor, no permitas que esto te entristezca. Aunque yo deba ir antes
que tú, es la voluntad del Señor.” De esta manera, estos dos queridos corderos fueron separados; pero
se encontrarán otra vez en la resurrección de los justos, donde el lamento y la despedida jamás serán
oídos.

Habiendo soportado muchas agresiones, numerosas examinaciones y amenazas de parte de los


sedientos de sangre, Jacks murió con gran firmeza por el testimonio de Jesús. Él fue secretamente
asesinado en una noche. Algunas personas lo vieron temprano en la mañana ya muerto y tendido sobre
su sangre. Ahora él descansa debajo del altar de Jesús, esperando con los escogidos de Dios la
resurrección y la vida eterna.

Jans Jans Brant, sur de Holanda, 1559 d.C.


El 9 de noviembre de 1559, Jans Jans Brant fue arrestado por seguir a Cristo. Cuando fue examinado,
firmemente se adhirió a la verdad y la confesó con libertad, diciendo: “Este es el camino verdadero a la
vida eterna, el cual es hallado por pocos y caminado por aun menos; pues es demasiado estrecho y
causa mucho dolor.” Debido a palabras como éstas, los que le interrogaron se llenaron de amargura
contra él más que contra cualquier malhechor, que quisieron deshacerse de él sólo en dos semanas, pero
debido a la intercesión de algunas personas, él permaneció en la prisión durante un mes. Luego lo
sentenciaron a ser ahogado, para lo cual Jans ya estaba preparado. El verdugo lo metió en un saco y lo
arrojó al agua desde un lugar muy alto. Pero el saco se abrió, y el verdugo comenzó a golpear con un
palo el cuerpo de Jans, ya que éste gritaba desde el agua: “¡Oh, de qué manera me asesinas!” Muchos
fueron movidos a compasión, puesto que moría de un modo muy mísero. Así, el ofreció su sacrificio y
descansó de su labor, y ahora está esperando el sábado glorioso que habla Isaías: el descanso con Cristo
en el paraíso.

Adrián Pan y su esposa embarazada: ambos encarcelados, 1559 d.C


En el año 1559, Adrián Pan y su esposa cayeron en las garras de los lobos en la ciudad de Antwerp,
donde soportaron un severo encarcelamiento y crueles examinaciones; pero por medio de su fe viva y
su verdadera esperanza, se unieron con firmeza a su capitán Jesucristo. Por consiguiente, fueron
condenados a la muerte por los gobernadores de la oscuridad, quienes no conocen la luz de la verdad.
De este modo, Adrián fue miserablemente entregado a la muerte por medio de la espada. Su esposa,
que se encontraba embarazada, lo soportó todo por causa de Cristo. Después de haber dado a luz a su
hijo, fue ahogada, lo cual sufrió con gran firmeza. Así, ambos entraron al descanso eterno con el Señor.

Una carta de Adrián Pan, escrita después de haber sido sentenciado


“Gracia y paz de Dios nuestro Padre celestial, por medio de los méritos de Jesucristo, con la verdadera
iluminación del Espíritu Santo, deseamos para todos aquellos que aman la eterna verdad. Amén.

“Mi querida N., te informo que el 2 de junio estuve en el potro de tormento y el 16 fui llevado a la
corte. Ellos me consintieron hablar y yo les dije que yo creía todo lo que está escrito en la ley y en los
profetas y que estaría dispuesto a vivir y morir por lo que Cristo y sus apóstoles enseñaron y mandaron,
y que fui bautizado bajo el conocimiento de mis pecados. Por tanto, ellos me sentenciaron. Mas yo
estoy listo para vivir o morir por el nombre del Señor. No puedo expresar mi agradecimiento a Dios por
haberme llamado para sufrir por su nombre. Jamás experimenté un día tan feliz en mi vida que cuando
fui arrestado y sentenciado. Mi querida N., no temamos a los que matan el cuerpo.

“Mi esposa y yo te saludamos muy afectuosamente con la paz del Señor. Agradezco al Señor por todas
las cosas que Él me ha dado. ¡Adiós!

“Escrito por mí, Adrián Pan.”

Andrés Langedul, Mateo Potebaker y Laurens Leyen, decapitados, 1559 d.C

Andrés Langedul, sorprendido leyendo las Escrituras.

Tres hermanos fueron arrestados por la verdad en la ciudad de Antwerp. Andrés Langedul fue arrestado
mientras se llevaba a cabo una reunión en su casa, en la cual predicaba la palabra de Dios. Alguien
espiaba afuera y el comisario llegó justo después que la congregación se hubo dispersado, y arrestó a
Andrés mientras éste estaba sentado leyendo las Escrituras. Mientras el comisario caminaba hacia la
recámara, descubrió a la esposa de Andrés y vio que la partera tenía un bebé en su regazo y arrestó a
ambas.
Andrés Langedul ofreció su sacrificio juntamente con Mateo y Laurens el 9 de noviembre de 1559, no
públicamente, ya que fueron decapitados en la prisión, en un lugar donde los otros prisioneros podían
verlos desde las ventanas de sus celdas.

Mientras Andrés se arrodilló para someterse a la espada, extendió sus manos y dijo: “Padre, en tus
manos…,” pero “encomiendo mi espíritu” no fue acabado: la rapidez de la espada lo impidió. De esta
manera, estos tres fueron llevados al matadero como corderos de Cristo.

Fragmento de una carta escrita por Jelis Bernaert, 1559 d.C

Nosotros vivíamos sin Dios en el mundo, mientras servíamos a los deseos de nuestra carne y
caminábamos según la corriente de este mundo. Éramos enemigos del mundo, y éste nos alababa; pero
despreciados por Dios, como dijo Santiago: “Cualquiera que sea un amigo del mundo, es enemigo de
Dios” (4:4). Por tanto, no obtuvimos misericordia de Dios, pues Cristo dijo: “No puedes servir a dos
amos; debes odiar a uno y amar al otro.” Mateo 6:24. Y si renunciamos al mundo y abandonamos
nuestra propia vida, para vivir no según la voluntad de nuestra carne, sino según la voluntad de Dios, Él
tendrá misericordia de nosotros y nos guiará de la mentira a la verdad y de la oscuridad a la luz.

Soutgen van den Houte: una viuda apartada de sus pequeños hijos, y Martha, 1560
d.C

Soutgen, una mujer piadosa, cayó en manos de los perseguidores de la verdad. Después de un
encarcelamiento severo, ella testificó y confirmó la verdad con su muerte y sangre el 27 de noviembre
de 1560 en la ciudad de Ghent, y con ella otra mujer llamada Martha. Soutgen también declaró que su
esposo, del mismo modo, había caminado antes que ella por el lagar del sufrimiento y que sin temor
testificó la verdad y entregó su vida por ella. La siguiente carta lo demuestra con claridad.

Una carta de Soutgen a su hermano, hermana e hijos


La paz del Señor sea con ustedes mis queridos hermano y hermana y mis tres corderos a quienes dejo
atrás. Los encomiendo al Señor y a aquellos a quien Él los dirija en su gracia.

Me despido una vez más. Pienso que ahora es el último tiempo. Sentimos tanto ánimo para ofrecernos
como sacrificio que no puedo expresarlo. Podría saltar de gozo cuando pienso en las riquezas eternas,
las cuales el Señor nos las prometió como nuestra herencia, y a todo aquel que persevere en lo que el
Señor ha mandado. Mateo 10:22.

No sé cómo expresar mi agradecimiento a Dios, pues Él nos ha escogido, a Martha y a mí, para estas
riquezas. Nosotros que somos pobres, corderos sencillos, nunca estimados en el mundo, rechazados por
todos. Dios ha escogido simples gusanos de la tierra, rechazados y miserables, para ser sus testigos y
para que Dios obrara por medio de ellos.

Esta carta fue escrita después de haber participado de nuestra última cena del Señor. Nos gozamos en el
Señor y nos despedimos hasta podernos reunir en la nueva Jerusalén.

Oh mis queridos corderos, no pasen sus vidas en vanidad, orgullo, borrachera y glotonería; sino en
sobriedad y humildad en el temor del Señor y diligentes en toda buena obra para que Dios los haga
dignos por su gracia de entrar a las bodas del Cordero para vernos allí con gozo. Tu padre, yo y otros
muchos les han mostrado el camino a ustedes. Tomen como ejemplo a los apóstoles y profetas y a
Cristo mismo: todos ellos fueron por este camino. Y donde la cabeza ha ido antes, los miembros de su
cuerpo deben seguirla.

Les encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia. Esta es mi última despedida, mis queridos
corderos. Recuérdense siempre el uno al otro en amor; aprendan con diligencia a leer y escribir, y
obedezcan a todos en lo que es bueno.

Una vez más les decimos “adiós,” mis queridos hijos, hermanos y hermanas. Salúdense con el beso de
la paz.

Escrito por mí, Soutgen, su madre en cadenas, escrito de prisa (mientras temblaba de frío), con amor
para todos ustedes. Amén.

Joost Joosten, un adolescente quemado en Veer, Holanda, 1560 d.C

Los enemigos de la verdad atraviesan las piernas del joven Joost con cinceles, para luego quemarlo en la hoguera.

Cerca del pueblo pequeño de Zealand, Joost Joosten, un joven versado en el idioma latín, fue arrestado.
Cuando era un joven de catorce años, el Rey Felipe de España se deleitó tanto al escuchar a Joost
cantar en el coro de la iglesia católica de aquel pueblo que quiso llevárselo a España. Debido a esto,
Joost se escondió durante seis semanas, pues no deseaba ir.

De esta manera, él se bautizó y llevó una vida cristiana. Los enemigos de la verdad no pudieron
soportarlo, de allí que lo encarcelaron a los 18 años de edad. Sufrió mucho y fue tentado de diversas
maneras para ser apartado del anabaptismo. Y puesto que tampoco pudieron convencerlo por medio de
disputas teológicas, lo torturaron espantosamente: atravesaron sus rodillas con cinceles calientes hasta
que salieron por sus tobillos. Pero todo esto lo soportó con gran paciencia y fielmente guardó el tesoro
que tenía en una vasija de barro. Por tanto, los hijos de Herodes, lo sentenciaron a morir quemado un
lunes antes de Navidad.

En el camino hacia su muerte, se alegró grandemente en el Señor; y mientras caminaba hacia la choza
de paja dentro de la cual iba a ser quemado, cantó el último verso del himno que él mismo había
compuesto: “Oh Señor, siempre estás en mis pensamientos…”

Lawrens, Antonis, Kaleken y Mayken Kocx: la mirada puesta en la eternidad, 1561


d.C.
En 1561, algunos hermanos y hermanas fueron a vivir cerca de Flandes. Habiendo dejado dinero,
propiedades, amigos y parientes para seguir a Cristo y vivir allí en quietud, ocupándose en tejido para
su sustento, fueron espiados mientras trabajaban juntos; y el inquisidor vino a arrestarlos, acompañados
por hombres provistos de palos, espadas y cuerdas. Ellos llegaron en el momento en que Antonis estaba
despidiéndose en la puerta, listo para irse después de visitarlos.

Cuando ellos llegaron con mucho ruido, una hermana quiso escapar (pues estaba embarazada), pero fue
aprehendida. Karl N. también corrió, pero el señor Klass, gran perseguidor y ayudante del inquisidor, lo
persiguió y la golpeó con una espada desnuda. Sin embargo, aunque Karl fue herido, logró escapar.

Mayken Kocx, también embarazada, fue atacada por el inquisidor, el cual sostenía una espada desnuda
y como ella gritaba fuerte para salvar la vida de su hijo, él actuó como un loco sediento de sangre, que
se hirió así mismo. Lawrens, Antonis y Kaleken fueron también arrestados, pero Hendrick escapó. Y a
ellos los llevaron a la prisión de la ciudad.

Mientras estaban siendo atados, se animaba el uno al otro con la palabra de Dios. Mientras iban a la
ciudad, Kaleken comenzó a cantar un himno. Y el señor Klass le dijo: “Los apóstoles no cantaban
como tú lo haces, ¿por qué entonces cantas?” Mas Antonis le dijo a ella: “Hermana, no temas a éstos;
sigue cantando.” Y Lawrens se unió a su canto. Cuando llegaron a la ciudad, había gran concurrencia
de personas, y ellos les predicaron cantando y hablando. Entre otras cosas, Lawrens les dijo: “Somos
arrestados no por obrar mal, sino porque vivimos de acuerdo a la palabra de Dios.” Kaleken dijo:
“Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida. Hagan el bien y abandonen el mal, y no
teman a los gobernadores de este mundo. Compren los testamentos (refiriéndose a las Escrituras), lean
allí el consejo de Dios y síganlo.” Entonces fueron confinados en la prisión por varios meses.

Finalmente, habiendo sufrido muchas torturas y habiendo sido examinados, Lawrens y Antonis fueron
sentenciados por las autoridades a ser quemados públicamente en la estaca. Los cargos contra ellos eran
los siguientes: ellos habían confesado que el Papa de Roma era el anticristo, que la iglesia de Roma era
la Ramera de Babilonia, y que el sacramento que ellos celebraban (refiriéndose a la hostia) era un ídolo
abominable.

En el lugar de su muerte, el verdugo les pidió perdón por lo que estaba a punto de hacer; y ellos le
perdonaron amablemente, según la enseñanza de Cristo. Mateo 6:14.

Lawrens se dirigió con voz fuerte hacia las autoridades diciendo que en verdad les perdonaba. Y como
el tercer hijo de Macabeos dijo: “De Dios recibí estos miembros. Por tanto, los rendiré por causa de su
ley” 2 Macabeos 7:11. Luego, ambos lloraron al despedirse y encomendaron sus almas a Dios.
En el mes de octubre del mismo año, Kaleken, una mujer modesta, sin temor e inquebrantable, no fue
movida de los caminos de Dios por promesas de riquezas ni prosperidad temporal, ni por sufrimientos
ni crueles tormentos. Y aun cuando su madre la visitó en la prisión, no pudo moverla; pero al oír su
madre de la firmeza de su hija y ver su trato bondadoso, se expresó diciendo: “Mi hija es mejor que
yo.”

Ella también fue sentenciada a ser quemada. Antes, ella se dirigió a las autoridades: “Ahora ustedes me
sentencian al fuego según el decreto del Emperador. Mas bien teman el juicio de Dios que vendrá y los
condenará al fuego eterno.”

Una gran multitud se reunió en la ciudad el día señalado para la ejecución de Kaleken. Viendo esto, las
autoridades temieron que se provocara un disturbio. Por tanto, enviaron al verdugo para informar al
pueblo que ella ya estaba muerta. Pero al día siguiente, muy temprano, la ejecutaron sin realizar
preparativos. Ella partió de este mundo, llevando una lámpara encendida para encontrarse con su novio.
Mateo 25:1.

En el mismo tiempo, Mayken Kocx permanecía inmovible; pero permaneció en prisión hasta que dio a
luz un bebé. Entonces, fue separada de su esposo e hijos, y sentenciada a ser públicamente quemada en
la estaca. Ella entregó su espíritu a Dios y gozosamente partió de este mundo.

Hendrick Emkens, 1562 d.C

El verdugo aproxima un ato de paja encendida a la bolsa de pólvora colgada sobre el pecho de Hendrick, lo cual produjo
una explosión.

En la ciudad de Utrecht, Hendrick Emkens, un sastre de oficio fue arrestado por causa del testimonio
de nuestro querido Señor Jesucristo, quien después de muchos sufrimientos en la prisión, finalmente le
informaron que iba a morir. Esto le produjo gozo, pues tuvo el privilegio de ser un testigo del Señor.

Al día siguiente fue interrogado intensamente por los monjes; pero él se mantuvo firme y respondió a
sus preguntas con gran fluidez fundado en las Escrituras.
Luego, Hendrick se dirigió al lugar de ejecución; desde allí comenzó a hablar a la gente allí reunida,
diciendo: “Buenos ciudadanos, arrepiéntanse y crean en el evangelio y no en las tradiciones de los
hombres.”

Cuando lo presentaron ante las autoridades para oír su sentencia, él volvió su rostro al pueblo y dijo
que todas las prácticas que observaban sólo eran tradiciones humanas y cualquiera que no las siguiera,
tendría que sufrir el reproche y vituperio de todos los hombres; y así sufrir la muerte. Mateo 15:6;
1Corintios 4:13.

Habiendo sido leída la sentencia, Hendrick cayó de rodillas y derramó su oración delante del Señor.
Cuando el verdugo lo vio, lo agarró con violencia y él no pudo acabar su oración.

Entonces, Hendricks dijo a la multitud con voz fuerte: “Queridos ciudadanos, arrepiéntanse y vivan
según los mandamientos de Dios y las palabras del evangelio. Éste es el camino estrecho y la puerta
angosta: caminen por él. Pues el que lucha firmemente hasta la muerte será salvo. De esto no tengo
duda.” Con gran valentía se paró en la estaca. Luego, el verdugo tomó una cadena y lo apretó alrededor
de su cuerpo y ató una pequeña bolsa de pólvora a su cuello, la cual tenía la apariencia de ser un collar
colgado sobre su pecho. Casi ya no podía oírse su voz, pues habían ajustado a la estaca una cuerda
alrededor de su cuello. Hendrick cerró sus ojos: parecía desmayado. No hablaba, ni se movía más.
Luego, el verdugo tiró el banco, sobre el cual Hendrick estaba parado; y sirviéndose de un trinche,
tomó en sus puntas un ato de paja y la aproximó al pecho de Hendrick, y se encendió la pólvora.
Hendrick, levantó sus manos al cielo una vez más, después de lo cual no mostró más ninguna señal de
vida.

Así murió este valiente testigo del Señor el 10 de junio de 1562 entre las diez y once de la mañana.

CAPÍTULO 12
LOS MÁRTIRES DE 1567-70
Cristian Langedul, Cornelio Claes, Mateo de Vick y Hans Simons, torturados
horriblemente, 1567 d.C
Cristian y sus tres compañeros llevados a la choza donde morirían asfixiados por el humo y quemados por el fuego.

En la mañana del día domingo 10 de agosto de 1567, Cristian Langedul salió para llevar una carta a su
hermano R. L. y luego se dirigió a Amberes para ayudar a resolver un problema entre sus amigos.

Dicho encuentro había sido espiado. Un capitán llamado Lamotte se presentó allí bajo el pretexto de
buscar a sus soldados y, en medio de la reunión, entró a la casa donde estaban reunidos con soldados
armados e inmediatamente envió a su siervo a llamar al comisario. Mientras tanto, Cristian conversaba
con el capitán sobre lo que estaba sucediendo.

Cuando el comisario llegó montado en su caballo, tomó a Cristian y a los que estaban con él, Cornelio
Claes, Mateo de Vick y Hans Simons y los llevó a la cárcel. Allí fueron tan cruelmente torturados que
temían más la tortura que la muerte, como Cristian lo mencionó en una carta a su esposa.

Habiendo pasado más de un mes anhelando oír su sentencia, finalmente fueron sentenciados a muerte.
Cuando les informaron que iban a morir, ellos se llenaron de audacia y ánimo; sin embargo, Cristian
lamentó grandemente por su esposa e hijos, especialmente en esta última noche; pues la congoja de
ellos causó una gran tristeza en su corazón.

El sábado 13 de noviembre muy temprano, estos cuatro amigos fueron llevados de dos en dos a la plaza
principal de la ciudad, donde se hallaban soldados bien armados formando círculos.

En medio de la plaza habían preparado cuatro estacas dentro de una choza de paja, en la cual iban a ser
quemados. Mientras caminaban hacia este lugar, Mateo dijo a la gente: “Ciudadanos, si sufrimos aquí
es por la verdad; porque vivimos según la palabra de Dios.” Hans Simons exhortó a sus hermanos a no
temer a los que matan el cuerpo. De esta manera llegaron a la plaza para ser sacrificados. Allí, el
asistente del verdugo tomó primero a Cristian y lo ubicó en la estaca dentro de la choza, y de allí
Cristian animaba a sus hermanos a que contendieran valientemente por la verdad, los cuales se dieron
el uno al otro el último beso de la paz. Luego, los tres también fueron atados a las estacas. Y con el
propósito de que el pueblo no les oyera hablar, tocaron tambores fuertemente cerca de la choza. El
verdugo los estranguló y luego prendió fuego a la choza. De esta manera estos cuatro amigos llegaron a
un fin dichoso de acuerdo a las palabras del Señor: “El que persevere hasta el fin será salvo” Mateo
10:22.

FRAGMENTOS DE CARTAS DE CRISTIAN LANGEDUL ESCRITAS


DURANTE SU ENCARCELAMIENTO

Primera carta de Cristian a su esposa


Te deseo gracia y paz todos los días de tu vida.

Mi amada esposa y hermana en el Señor… he disfrutado grandes alegrías y consuelo durante este breve
tiempo en la prisión; sin embargo, el Señor sabe también de mi gran tristeza y de mis lágrimas por
causa de ti y de nuestros hijos.

Mi querida esposa, mantén buen ánimo en todos tus sufrimientos debido a mi causa; porque los
sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que se manifestará
en nosotros… Tengo confianza de que no me afligirás más de lo que estoy debido a la presión de mi
esperada ejecución. Sé que eres muy valiente para eso… espero que el Señor nos fortalezca hasta el
final… Espero verte después de esta vida. En la vida eterna nunca más nos separaremos. Te
encomiendo al Señor.

Escrito por mí, tu débil esposo, Cristian Langedul, desde la prisión por el testimonio del Señor.

Segunda carta de Cristian a su esposa


Te hago saber, mi querida esposa que ayer nosotros cuatro fuimos severamente torturados uno después
del otro. Cornelis el zapatero fue el primero; luego Hans Simons. Mi turno vino después. Cuando me
acerqué al potro de tormento, los señores allí presentes me dijeron: “Desvístete tú mismo o dinos dónde
vives.” Entonces me desvestí y me resigné al Señor para morir; entonces me ataron en el horrible potro:
rompieron dos cuerdas durante la tortura al estirar mis muslos y tobillos… Y vertieron mucha agua en
mi nariz y en mi cuerpo. Luego me preguntaron: “¿Aún no nos dirás?” pero yo no abrí mi boca.
Entonces los señores dijeron a los verdugos: “Vayan otra vez y estírenle la otra pierna.” Así, ataron con
cuerdas mi cabeza, mis muslos y tobillos. Me dejaron tendido en el suelo y me gritaron: “Dinos,
¿dónde viven tu esposa y tus hijos?” Pero yo no dije ni una palabra. El Señor guardó mis labios. ¡Qué
espantoso! Teníamos más temor a ser torturados una segunda vez que a la misma muerte…

Después fue torturado Mateo. Él nombró la calle y la casa donde vivimos, y dijo que había una puerta.
Pero yo no recuerdo ninguna puerta en esa calle. También nombró la casa de R.T. y la calle donde vive
F.V. Esfuérzate y salva del peligro a estas personas. Mateo está muy triste por lo que dijo.

De tu esposo C.L. en la prisión de Antwerp, 12 de agosto de 1567.

Jacobo Dircks, con sus dos hijos, Andrés Jacobs y Jan Jacobs en el año 1568 d. C.

En este tiempo sangriento y peligroso de persecución, el piadoso Jacobo Dircks y sus dos hijos: Andrés
Jacobs y Jan Jacobs, también cayeron en manos de los tiranos. Jacobo Dircks, un sastre de oficio,
residía con su familia en Utrecht. Ya que los duques lo querían apresar, él huyó a Antwerp por temor a
los tiranos. Su esposa, no habiendo aceptado la misma creencia religiosa, permaneció allí por un tiempo
más. Entonces las autoridades se apoderaron de su propiedad y agarraron casi la mitad.

Durante el tiempo que Jacobo Dircks vivió en Antwerp con su familia, su esposa falleció. Habiéndose
escapado de las manos de los tiranos en Utrecht, él y sus dos hijos después cayeron en las garras de los
lobos en Antwerp, donde la prueba de su fe fue hallada mucho más preciosa que el oro, el cual aunque
perecedero, se prueba con fuego. 1 Pedro 1:7. Éstos fueron condenados juntos para ser quemados, cada
uno en una estaca. Sufrieron esto por causa de la verdad divina, habiendo vivido de acuerdo con ella, y
no por haber cometido algún crimen. En el camino hacia el lugar de su muerte, el hijo menor de Jacobo
Dirck llamado Pedro Jacobs, se encontró con ellos, y con sus brazos asió a su padre del cuello.
Entonces las autoridades lo arrebataron cruelmente y lo echaron debajo de los pies de la multitud que
seguía. Fácilmente se puede imaginar la tristeza del padre y de los hijos cuando vieron esto.

El hijo menor de Jacobo Dirks, abrazando a su padre en el camino a su muerte

Cuando este padre y sus dos hijos fueron puestos cada uno en una estaca, preguntó: “¿Cómo están
ustedes, mis queridos hijos?” y cada uno respondió: “Muy bien, mi querido padre.” Andrés Jacobs
estaba comprometido con una novia en este tiempo. Su novia y la hermana de él, con corazones llenos
de tristeza y sus ojos llenos de lágrimas observaron de lejos su muerte. Vieron como su novio y
hermano prefirió mejor dejar a su novia temporal, puso a un lado las relaciones temporales para
escoger al Esposo eterno Jesucristo sobre todas las cosas visibles. Cada uno de estos héroes fue
estrangulado y luego quemado, sellando de esta manera la verdad con su muerte y con su sangre el día
17 de marzo de 1568. Por tanto, éstos también, debido a su severa y dolorosa fatiga, escucharán la voz
dulce de Cristo: “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el
gozo de tu señor”. Y otra vez el Rey dirá: “Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado
para ustedes desde la fundación del mundo” Mateo 25:23, 34.

Peter Beckjen, quemado vivo por el testimonio de Jesucristo en Ámsterdam,


Holanda, 1569
Peter Beckjen en su barca, reunido con otros discípulos leyendo las Escrituras, lejos de la ciudad de Ámsterdam.

Las espantosas muertes en estacas de los inocentes seguidores de Cristo no eran suficientes en este
tiempo para disuadir de la práctica de un verdadero cristianismo al hermano, precioso y fiel testigo del
Señor llamado Peter Beckjen. Éste reunía en su barca a la pequeña manada de cristianos oprimidos que
residían cerca de Ámsterdam para edificarse los unos a los otros con las Escrituras.

En este tiempo, la esposa de Peter dio a luz a un bebé; y Peter llevó a su hijo recién nacido a un lugar
seguro de la superstición de los papistas, donde no podría ser bautizado.

A pesar de la crueldad de los gobernadores de la oscuridad, él mostraba celo en todo lo concerniente al


servicio de Dios, hasta que finalmente fue denunciado ante los magistrados de la ciudad de Ámsterdam.
Fue encarcelado, espantosamente torturado y por último, puesto que él no apostató, fue sentenciado a
ser quemado vivo.

En su sentencia están escritos los cargos contra él: abandonó a la madre Iglesia de Roma, llevaba a
cabo reuniones prohibidas en su barca y no permitió que su hijo sea bautizado según las ceremonias de
la antigua Iglesia Católica de Roma: cosas que son crímenes contra la majestad divina y secular y que
perturban la paz. Por lo cual lo condenaron al fuego según el decreto imperial y confiscaron todos sus
bienes.

Su sentencia se halla preservada en el libro de sentencias criminales entre los archivos de la ciudad de
Ámsterdam.

Dirk Willems: el amor verdadero, 1569 d.C


En el año 1569 un fiel y piadoso seguidor de Jesucristo, llamado Dirk Willems, fue arrestado en
Asperen Holanda. Él tuvo que soportar una tiranía severa de parte de los sacerdotes. Puesto que no
había fundado su vida sobre la arena movediza de mandamientos humanos, sino sobre la roca firme,
que es Jesucristo, permaneció constante hasta el fin. Por lo tanto cuando aparezca el Príncipe de los
pastores en las nubes del cielo (1 Pedro 5:4) y recoja a sus elegidos de todas partes del mundo, oirá este
hermano también las palabras: “Bien buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te
pondré; entra en el gozo de tu señor” Mateo 24:31; 25:23.

El hermano Dirk Willems fue aprehendido mientras huía de un hombre encargado de capturarlo. Los
dos, con mucho riesgo de hundirse, corrían sobre el hielo de un río congelado (era invierno), y el
hermano Dirk apenas alcanzó llegar a la ribera. Cuando el perseguidor corría sobre el hielo, éste se
quebró, y el hombre comenzó a hundirse. Cuando el hermano se dio cuenta que su perseguidor estaba
en peligro de perder su vida, regresó para rescatarlo del agua congelada. Después de ser rescatado, el
perseguidor quería dejarlo libre, pero el magistrado le gritó duramente a él, e insistió que lo agarrara.
Entonces capturó al hermano Dirk y lo echó en la cárcel.

Dirk Willems rescatando la vida de su perseguidor, Holanda 1569

Después de un severo encarcelamiento, y grandes pruebas de parte de los papistas, lo sentenciaron a


morir a fuego lento. Dirk lo soportó hasta el fin con gran firmeza. Con su muerte y sangre, confirmó la
fe de la verdad. Él es un ejemplo instructivo para todos los cristianos de este tiempo y para la eterna
desgracia de los tiranos seguidores del Papa.

Las memorias de los que estaban presentes durante la muerte de este testigo fiel de Jesucristo,
atestiguan que este relato aconteció fuera de Asperen. Un viento fuerte del este causó que las llamas no
alcanzaran la parte superior de su cuerpo, mientras que estaba en la estaca. En consecuencia, Dirk
sufría una muerte lenta, tanto que fue oído exclamar más de setenta veces: “¡Oh, mi Señor, mi Dios!”
El magistrado que estaba presente, se llenó de tristeza y de lástima por los sufrimientos del hombre, y
estando montado a caballo, dio vuelta para no mirar al lugar de la ejecución, y dijo al verdugo:
“Termina con él con una muerte rápida.”

De qué manera el verdugo lo hizo no se llegó saber, pero sí que su vida fue consumida por el fuego, y
que el hermano pasó por el conflicto con gran valor, habiendo encomendado su alma en las manos de
Dios.
Jacob de Roore y Hermán van Vleckwijck, quemados vivos en la estaca en Flandes
por el testimonio de Jesucristo el 10 de junio de 1569

Jacob de Roore en disputa con los enviados del Papa dentro de la cárcel, 1559

El hermoso país de Flandes, cerca del año 1569 parecía una cueva de asesinos donde mataban sin
vacilar a los seguidores de Cristo; los mataban por medios sumamente horrorosos, es decir, por el
fuego. Esto causó una profunda tristeza para muchos que lo vieron llorando. Había entre muchas otras
personas, dos héroes valientes, campeones de Jesucristo. Uno de ellos era Jacob de Roore, un líder de
la iglesia, un hombre temeroso de Dios, inteligente, bondadoso y elocuente, que arriesgó su vida para
guiar y alimentar al rebaño de Jesús por los pastos verdes de la verdadera enseñanza del evangelio por
los bosques y los desiertos. El otro era Hermán de Vleckwijck, un hermano de mucho talento, el cual
tenía muchos dones de Dios.

Ambos fueron llevados presos a Bruges, una ciudad flamenca, donde fueron severamente tentados por
los católicos, quienes buscaron apartarlos de la verdad; pero como ellos estaban basados en la roca
segura, Jesucristo, su casa también permaneció firme y no pudieron ser conmovidos. Por tanto, las
autoridades, instigadas por los católicos, los mataron, quemándolos hasta reducirlos a cenizas. Esto
ocurrió el 10 de Junio de 1569.

El siguiente poema fue escrito sobre ellos:

El 10 de junio, en la ciudad de Bruges


Rodeados por las llamas ardientes, Jacob y Herman
Testificaron ante el mundo, la palabra de Dios,
Sellándola con la sangre de sus corazones.
Así trajeron sus sacrificios
Al Dios todopoderoso que habita los cielos.

Abraham Picolet, Hendrick van Etten y Maeyken van der Goes, 1569 d. C.
En la ciudad de Antwerp había un tal Abraham Picolet, que conocía bien a Hendrick van Etten y a
Herman N. Éste iba a volver a su casa y pidió a Abraham que lo acompañara una distancia para
regocijarse juntos, cantando y platicando sobre la palabra del Señor. Así se despidieron después de
haberse animado en el Señor. En ese tiempo había una gran persecución bajo el duque de Alba.
Mientras caminaban por el bosque, fueron detenidos por el alguacil de Borgerhout. Él vio que tenían
varios libros, incluso un Nuevo Testamento, y los interrogó detenidamente y los llevó presos a
Antwerp. Pero el dicho Herman no estaba fundado sobre la piedra principal y su casa no duró. Cuando
lo interrogaron, el confesó haber ido a la misa el día de Pascua aunque eso no era cierto. El sacerdote
también afirmó que era cierto, y así salió de la cárcel. Pero los otros dos, sosteniéndose en su fe,
atravesaron muchos conflictos y discusiones con los filósofos ciegos, que se esforzaron mucho para
apartarlos de la verdad. Pero ellos huyeron y se refugiaron en su capitán, y no fueron abandonados;
pues, su fe crecía cada vez más. De esta manera anhelaron el día de su liberación: el día de su martirio.
Romanos 7:24. Eran muy diligentes, escribiendo muchas cartas exhortando a sus conocidos. Por sus
cartas y su firmeza ganaron a algunos aún en las cadenas. Filemón 10. Después de un tiempo, los
tiranos, viendo que no iban a apartarse de la verdad, los sentenciaron a muerte. Ellos estaban de buen
ánimo y firmes. En camino a la ejecución Abraham dijo: “Si alguno de ustedes sufre que no sea por
asesino, ladrón o criminal, ni por entrometerse en asuntos ajenos. Pero si sufre por ser cristiano, no
debe avergonzarse, sino alabar a Dios por ello” 1 Pedro 4:15, 16.

Hendrick habló muy poco, pero se veía claramente que no tuvo temor. Se pararon delante de los jueces
y escucharon leer sus sentencias. Después Abraham agradeció a las autoridades por haber tratado con él
y dijo que había pedido al Señor que los iluminara. También una mujer, Maeyken van der Goes, era
sentenciada a la misma muerte. Ella siguió valientemente a su esposo que había sido sacrificado antes
que ella. De este modo, los tiranos satisficieron sus deseos con estos tres corderos llevados a la
matanza, y los quemaron al día siguiente después de sujetar sus lenguas con tornillos para impedirles
hablar. Pero en todo esto, ellos vencieron valientemente por medio de Cristo, que los esforzó. Sin
temor, avanzaron con Josué y Caleb para poseer la tierra prometida. Así consolaron y fortalecieron a
muchos que los vieron. Después de haber sido quemados, dieron sus cuerpos a las aves.

Una carta de Abraham Picolet a sus hermanas


Que la abundante gracia y la eterna paz de Dios, nuestro Padre celestial, y el Señor Jesucristo quien es
el padre de misericordia y el Dios de toda consolación les dé la sabiduría cristiana, una fe constante,
una mente firme y un verdadero entendimiento de la palabra divina en la verdad: esto les deseo,
queridas hermanas, con todo mi corazón. Amén. Romanos 1:7; 2 Corintios 1:3; Mateo 24:13

Sepan, hermanas mías, que yo, Abraham, su hermano, encarcelado por causa de la palabra de Dios, que
su amor sepa que yo recibo fuerza y valor de parte del Señor; espero seguir firmemente en Él, y puesto
que Él no me abandona yo confío que con la ayuda del Señor he de confesar su palabra divina delante
de los hombres ciegos mientras tenga vida, pues, veo y siento que Él nos muestra gran ayuda. Gracias a
Él por la gracia que me muestra… Sepan, hermanas mías, que me he alegrado muchas veces al
escuchar que ustedes también decidieron seguir al Señor, que se adhirieron a la verdad eterna todos los
días de sus vidas, y sirven y temen a Cristo, porque Él es el camino, la verdad y la vida.

Sepan, hermanas mías, que en la tarde del sexto día de este mes, fui llevado a N. N., una autoridad, y al
carcelero y a otro hombre los cuales tomaban vino en la mesa. El carcelero me dijo: “Abraham, tú
tienes que venir a la corte el día martes.” En mi conversación con ellos, me preguntaron si ellos iban a
ser salvos. Yo les respondí: “El apóstol Juan dice: ‘Él que dice, yo conozco a Dios, y no obedece sus
mandamientos, es un mentiroso.’” 1 Juan 2:4. No pude terminar lo que quise decir, porque ellos me
interrumpieron. También cité lo que el apóstol dijo que ni los que cometen inmoralidades sexuales, ni
los borrachos, ni los asesinos, ni los mentirosos, ni los orgullosos, ni los chismosos, ni los glotones, ni
los que hacen cosas parecidas heredarán el reino de Dios, ni tienen a Dios. 1 Corintios 6:9, 10. Ellos me
interrumpieron de nuevo, porque el Señor me ayudó tanto a hablar que ellos no pudieron soportarlo.

Hablamos muchas cosas más, pero no pude terminar lo que iba a decir, aunque era éste mi deseo,
puesto que un hombre honesto estuvo presente. Aquél reprendió al carcelero por haberse enojado.
Entonces el carcelero me trajo un vaso de vino y yo le agradecí, diciendo: “¡Salud!” Él me preguntó
porqué no dije, “Dios te bendiga.” Yo le dije, “No debemos tomar el nombre del Señor como lo hacen
los fornicarios y los borrachos.” Esto lo enojó tanto que me llevaron sin darme el vino. Alabado y
agradecido sea el Señor por su gracia y por dar a los suyos todo lo necesario para su salvación. Me
dijeron, hermanas mías, que hicieron esto sólo para ver si yo me apartaría del Señor; pero sé que ellos
nunca me inducirán a abandonar mi fe.

Disculpen por mi carta sencilla. Yo anhelo mucho el día de nuestra salvación. En la noche que escuché
que nuestra salvación estaba cerca, me regocijé tanto que mis lágrimas cayeron. Alabado sea el Señor
por su gran gracia. Esperemos nuestro tiempo con confianza y paciencia. Quizás ellos pensaron
asustarme, pero yo me regocijé. Alabado sea el Señor que me da tanta fuerza. ¡Oh mis hermanas! ¿No
debemos regocijarnos en la esperanza de ser librado de toda tristeza por la gracia del Señor? ¡Ojala
fuéramos dignos de ello! ¡Cuán gozoso sería para mí! Sin embargo, yo lo espero por la gracia del
Señor, aunque no lo merezca. ¡Ojalá el horno ardiente estuviera preparado! ¡Ojalá me encontrara en la
puerta estrecha, donde uno tiene que dejar la carne y la sangre, para que todo llegue a su fin!

Oh mis queridas hermanas, siento tanto ánimo y recibo tanta fuerza del Señor que no puedo expresarlo.
Que Él sea alabado para siempre por su gran gracia que me muestra. Veo que es cierto: el que confía
solamente en el Señor, tiene tanto gozo en sus sufrimientos, que nadie puede saberlo excepto el que lo
experimenta.

Adiós. Las encomiendo al amor en la gracia. Oren a Dios por mí. Yo haré lo mismo por ustedes.

Escrito por mí, su débil hermano, Abraham Picolet.

Una carta de Clemente Hendrick a su padre y su madre, escrito desde la cárcel en


Ámsterdam donde él dio su vida por el conocimiento de la verdad.
Un saludo muy amistoso a ustedes, mí querido padre y mí querida madre. Les informo que sigo con
buen ánimo y salud, y espero que ustedes también se encuentren así.

Además, mi querido padre y madre, quiero informarlos cómo me va en mis cadenas. No puedo agradar
suficientemente al Señor porque me consuela tanto en mis aflicciones. Tengo el firme propósito de
temer al Señor mientras siga aquí, aunque la carne y la sangre sufran.

También les informo cómo me arrestaron. Había salido a una invitación el miércoles en la noche y
estábamos hablando de volver a casa, cuando los guardias nos encontraron. Nos llevaron arriba a Floris
den Bral el cual nos preguntó de donde veníamos, si habíamos asistido a una reunión de la nueva
religión (el anabaptismo). Dijimos: “No.” Él nos pidió que confirmáramos eso con un juramento. Yo le
dije. “¿Por qué no me crees? Mi intención es decirte la verdad.” Pero él insistió que juráramos y cuando
lo rehusamos, él dijo: “Llévenlos abajo,” y nos llevaron al calabazo como si fuéramos ladrones y
delincuentes.

En la mañana nos llevaron arriba de nuevo. El alguacil me dijo: “Clemente.” Yo dije: “Señor alguacil.”
Él me preguntó: “¿Cuántas veces has asistido a las reuniones de los menistas?” Yo no le respondí.
Entonces fui llevado a otro cuarto, solo. Después, me llevaron a las autoridades de nuevo. Otra vez, el
alguacil me preguntó cuántas veces había asistido a las reuniones. Me preguntó si había asistido diez
veces. Yo dije, “No.” “¿Ocho?” “No.” “¿Siete?” “No.” ¿Tres veces?” “Sí.” Entonces me preguntó
quién había predicado. Yo dije: “No pienso decirte.” También quiso saber la casa y qué personas
habían asistido. Le dije que no iba a decirle. Él me dijo que me iba a obligar a decirle. Entonces me
llevaron al calabazo.

El día siguiente me trajeron a las autoridades otra vez y el alguacil me preguntó si ahora iba a decirle
quién había predicado, dónde nos habíamos reunido y quiénes habían asistido. Yo le dije: “Yo estoy en
problemas y no quiero ocasionar lo mismo para otros: Aquí me tienes. Haz lo que quieras conmigo.” El
alguacil les dijo a los jueces: “Yo ordeno ponerlo en el potro para desgarrarlo. Llévenlo.” Me llevaron
al potro y me desvistieron. Me sentaron sobre el potro y me taparon los ojos. Entonces el alguacil vino
y me preguntó si no iba a darle la información y yo le dije que no. Entonces me acostaron sobre el
potro y me amarraron con siete cuerdas. Estiraron las cuerdas y yo pensé que iban a romper mis
costillas. Echaron orina en mi boca, y acostado en medio de un gran dolor, me golpearon en el pecho.
El Señor sabe cómo me trataron. En medio de gran dolor, nombré a cuatro personas; esperaba que no
estuvieran en la ciudad. Todo esto duró aproximadamente media hora. Yo les dije que pusieran una
soga en mi cuello para matarme de una vez. Cuando soltaron las sogas, no pude levantarme: los siervos
tuvieron que ayudarme. De nuevo me volvieron al calabazo.

El día siguiente me llevaron otra vez, y si Joost Buyck no hubiera estado, me habrían torturado de
nuevo, aunque casi era incapaz de caminar. El alguacil me preguntó si estuve dispuesto a hablar con un
monje. Le dije que el monje se alejara de mí. Volví al calabazo y un sacerdote y un monje vinieron para
discutir conmigo. Ellos empezaron a decir muchas cosas sin sentido y a contar fábulas, pero yo guardé
silencio. Ellos se enojaron porque yo no les respondí, y uno me dijo que yo estaba poseído por el
diablo.

Cuatro días después me llevaron arriba otra vez y me dijeron que me preparara para el sábado. Yo dije:
“Si el Señor quiere, yo estoy dispuesto.” Me devolvieron al calabazo y no esperaba otra cosa que
ofrecer mi sacrificio el sábado. Un sacerdote vino para exigirme a confesarme ante él. Yo le dije que
no, porque él no puede perdonar los pecados. Yo le dije: “La mejor confesión es confesar al Señor mi
Dios.” Entonces el alguacil y dos jueces vinieron y me dijeron que me iban a esperar todavía dos
semanas, pero yo tenía buen ánimo para entregar mi sacrificio. Filipenses 2:17.

Y ahora sigo con buen ánimo a pesar de la cárcel. Empecé a irritarme por tanta demora. Yo anhelo salir
de mi cuerpo y me he resignado con alegría a ofrecer mi sacrificio. El Señor no abandona a los suyos
que confían en él. Además, mi querido padre, te informo que recibí tu carta y me regocijé al enterarme
que estás contento. Además, mí querido padre y querida madre, les digo adiós si Dios quiere, hasta la
venida de nuestro Señor. Que la paz del Señor sea con ustedes eternamente.

Por mí, Clemente Hendricks, indigno preso en el Señor.


CAPÍTULO 13
LOS MÁRTIRES DE 1570-73
Arent van Essen y su esposa Úrsula; Neeltgen, una anciana y Trijntgen, su hija:
quemados en chozas de paja, 1570 d. C.

Úrsula, colgada de sus manos mientras el verdugo la castiga con fuertes azotes.

Durante el tiempo de paz, después de la destrucción de las imágenes, la congregación en Maestricht


prosperó; aumentándose en número los miembros de la iglesia. Mas el duque de Alba llegó a esa región
y los cristianos empezaron a huir como podían. Algunos se quedaron atrás; entre ellos un hermano,
anciano de la iglesia y también maestro. Se llamaba Arent van Essen y su esposa se llamaba Úrsula. En
la misma casa con ellos vivía otro matrimonio y la esposa se llamaba Trijntgen. La mamá de Trijntgen
se llamaba Neeltgen. Estas personas fueron traicionadas y sus nombres divulgados a las autoridades.
Un día, a media noche, llegó el juez de paz, un hombre muy violento, junto con los alguaciles a la casa
del profesor y con mucho alboroto agarraron al señor Arent y lo llevaron a la casa del juez. Después de
una hora volvieron a la misma casa y agarraron a las dos mujeres, a las que antes no habían molestado.
En ese momento llegó la ancianita, Neeltgen, a ver a su hija, y fue arrestada también, juntamente con
las otras dos. Los alguaciles las llevaron a la misma casa del juez.

En la mañana los cuatro se encontraron juntos, y se regocijaron en el Señor, consolándose el uno al


otro. Al comparecer ante el juez, cada uno testificó de la doctrina piadosa. La hermana Úrsula era una
persona enfermiza, y por lo tanto muy frágil, pero en cuanto a la fe no era tímida.

La apartaron de los demás y la hicieron comparecer ante el juez y el alguacil quienes juzgaban en casos
graves. La llevaron a otro lugar llamado Dinghuys y la maltrataron con muchas amenazas las cuales
ella soportó mansamente. De igual manera su esposo, Arent, fue llevado al mismo juez donde trataron
de persuadirlo que abandonara a Cristo.
Cuando trajeron a la ancianita, Neeltgen, y a su hija, Trijntgen, al mismo lugar en Dinghuys, las dos
estaban llenas de gozo y valor. Trijntgen, por la alegría que tenía en el Señor, empezó a cantar.

Mientras los tenían presos en Dinghuys, los jueces, tanto como los sacerdotes y padres de la Iglesia
Católica, les tentaron frecuentemente a que negaran a Dios, pero Dios protegió sus ovejas de la furia
terrible de esos lobos. Entonces empezaron a atormentar a Arent. Siete veces lo afligieron tan
cruelmente que empezó a desesperarse, pero Dios extendió su mano y lo fortaleció y desde entonces
siguió luchando con valentía. Su esposa, Úrsula, al ver a su esposo Arent sufrir tanto, también lo
animaba y lo fortaleció mucho. Los enemigos tampoco se contentaron con eso, sino atando las manos
de la pobre, la levantaron del piso hacia el techo con una soga. Teniéndola suspendida así, el verdugo le
abrió la ropa con su cuchillo y empezó a torturarla, golpeándola con un palo no tan sólo una vez sino
dos veces en el mismo día. (Se dice que un jesuita lo recomendó). Todo eso lo padeció pacientemente.
Con la ayuda de Dios, soportaba todas las torturas y azotes.

También a la anciana Neeltgen la llevaron a torturar. Cuando se confrontó con el potro, que es un
instrumento hecho para estirar a la gente, sin resistir se acostó sobre él, pero los alguaciles no la
atormentaron por su gran edad. Se fijaron que mucho antes ya había sufrido esa misma tortura, pero de
una manera milagrosa había escapado con vida.

A su hija Trijntgen la trataron con mucho menos cortesía y la hicieron sufrir muy cruelmente. Después
de maltratarla mucho sobre el potro, la quitaron y la pusieron casi desmayada sobre una cama, pero tan
pronto que volvió en sí, le volvieron a hacer lo mismo. Al sufrir tanto, clamó con gran voz: “¡Oh, Dios!
Socórreme y sella mis labios,” pues querían que divulgara los nombres de otros creyentes para poder
atraparlos también. Dios oyó sus peticiones y selló sus labios para que no traicionara a nadie. Cuando
la atormentaron por última vez, glorificó a Dios diciendo: “¡Te glorifico y te doy gracias, oh Señor!”

Su madre, Neeltgen, la oyó y preguntó: “¿Acaso eres tú, hijita mía?”

Acercándose Trijntgen contestó, “Sí, madre mía,” y se abrazaron y se besaron.

El 9 de enero de 1570 avisaron a Arent y a su esposa que los jueces habían decretado quemarlos en la
hoguera. Con estas noticias se regocijaron de ser dignos de morir por el nombre de Cristo, y daban
gracias a Dios ese día y en la noche, alabándole mientras esperaban su redención.

En la mañana el alguacil del pueblo llegó a donde estaba Úrsula y mandó que no hablara mientras
caminaba por la calle rumbo al lugar donde la iban a quemar. Contestó Úrsula: “¿Ni siquiera me
permiten cantar, ni decir una palabra?”

De ninguna manera iban a permitir eso, y ya sabiendo sus intenciones decidieron taparle la boca a
Úrsula. Con un palo metido entre los dientes le amarraron la boca. Al pasar por la ventana donde
estaban encerradas Neeltgen y Trijntgen, ellas la vieron y ésta empezó a gritar y animarle a Úrsula que
luchara con valor para ganar la corona de la vida. Así iba Úrsula, atada, y sin poder hablar. Viéndola
así, las demás personas empezaron a quejarse en gran manera de cómo le tenían tapada la boca para
que no hablara ni siquiera una palabra.

Llegando al lugar de la ejecución, Úrsula se metió sin demorar en la choza a la cual el verdugo prendió
fuego luego que había entrado en ella. Así la redujeron a cenizas; un holocausto para el Señor.
Poco después le avisaron a Arent, el esposo de Úrsula, que se preparara para la muerte. A él también le
taparon la boca con una mordaza de una manera despiadada. Para él le habían preparado una choza en
otro lugar, en un mercado donde vendían animales. Los hicieron morir en distintos lugares para que no
se consolaran el uno al otro. Llevado así a ese lugar, Arent iba sin quejarse, sino con gozo. Ascendió a
la plataforma, el piso elevado donde habían construido la choza, y cayó de rodillas para orar. Luego se
levantó y entró a la choza, quitándose algo de ropa antes de morir. El verdugo no le pudo esperar sino
que prendió el fuego, quemándolo inmediatamente. Así murió otro testigo de Jesucristo.

El día 23 de enero del mismo año, la ancianita Neeltgen y su hija Trijntgen recibieron aviso por medio
de los jueces que también tendrían que sufrir la muerte igual que los demás. También se pusieron
gozosas, esperando con ansias el día de su alivio del sufrimiento y su descanso en el cielo con su Padre
celestial. Él permite que haya sufrimientos y tentaciones aquí, mas nunca desampara al creyente sino le
saca de su calamidad. Así alabaron al Dios santísimo toda la noche, anhelando ansiosamente el día de
su redención. En la mañana el verdugo llegó y las ató, como a los demás, y con mordaza puesta se
fueron gozosamente a donde las iban a matar. Trijntgen quiso destaparse la boca para poder declarar la
razón de su muerte, pero no la dejaron sino que juntamente con su madre la metieron en la choza y las
quemaron juntas. Ellas se habían encomendado en las manos de Dios.

Joost Verkindert y Lauwerens Andriess martirizados por el testimonio de


Jesucristo en Antwerp el 13 de setiembre de 1570

Una carta de Joost Verkindert a su esposa, madre, hermano y hermana, escrita el 7


de junio.

Gracia y misericordia del Padre celestial por los méritos de nuestro querido Señor Jesucristo, quien nos
redimió en el árbol por derramar su sangre preciosa, cuando aún éramos enemigos, junto con la
consolación del Espíritu Santo que consuela a todo corazón afligido; les deseo a todos todo esto como
un saludo cordial y sincero. Me encomiendo completamente a ustedes y les agradezco por todo el amor
que me han mostrado, y la exhortación y consolación en mi presente aflicción, la cual sufro porque el
Señor lo permite y lo había previsto. Porque Cristo dice: “Los cabellos de su cabeza los tiene
contados.” Mateo 10:30

Cuando salimos, yo temía encontrar al guardia, lo cual sucedió, porque nuestra reunión no estaba bien
planeada, pero hay un propósito en todo. Les cuento de nuestro arresto: El alguacil con algunos
ayudantes encontraron a Lauwerens y a mí y nos preguntaron. “¿De dónde vienen? ¿A dónde van?” Al
escuchar, nos asustamos y ellos se dieron cuenta de quiénes éramos. Nos ataron inmediatamente y nos
llevaron, maldiciendo y llamándonos pícaros. Al llegar a la cárcel, interrogaron a Lauwerens a solas.
Después me llevaron a mí también y me preguntaron si había recibido otro bautismo además del de mi
infancia. Yo le pregunté cuáles eran las acusaciones que tuvo contra mí. Él dijo: “Has sido rebautizado.
Tu siervo me lo ha dicho.” Yo le dije: “Déjame solo. Mañana hablaré delante del gobernador.” Pero él
no se satisfizo con eso porque tuvo un cuaderno para apuntar información. Al no conseguir información
de mí, se enojó, diciendo: “Te obligaré a responderme o sí o no.” Yo dije: “Mi señor, satisfágase por
ahora.” Y cuando vio que no iba a decir más, me hizo sentar en la silla del tormento y se fueron. Yo
pensaba que habían ido para traer al verdugo. Mientras estuve allí solo, me afligí pensando en varias
cosas; Satanás me tentó fuertemente trayéndome a la mente pensamientos acerca de mi esposa e hijos,
mis posesiones y muchas otras tentaciones, por lo cual lloré mucho, clamando a Dios por su ayuda y
empecé a comparar mi vida con la palabra de Dios, desde el principio hasta el día de hoy, y vi que
todas las dificultades que he pasado no han sido en vano. Aunque he desobedecido el mandamiento de
Dios muchas veces, no lo hice con audacia, y encontré la gracia de Dios.

Al día siguiente, ambos fuimos llevados a la torre donde Lauwerens fue torturado. Me cuestionaron
sobre mi edad y mi cristianismo, y yo respondí a todo sin vergüenza. Me preguntaron si tengo esposa y
yo respondí: “Sí.” Me preguntaron si tengo hijos. Yo dije: “Dos.” Me preguntaron los nombres de mis
hijos y si habían sido bautizados. Yo respondí: “No han sido bautizados, porque yo no reconozco el
bautismo de infantes. En las Escrituras vemos un solo bautismo de fe, como Cristo nos enseñó, y como
los apóstoles lo practicaron.” Yo les escribo brevemente, porque estoy siendo vigilado con mucho
cuidado; ni he tenido una oportunidad de conversar solo con Lauwerens. Por tanto, guarden silencio
sobre todo esto porque yo temo que me van a torturar aún más, y eso me da mucho temor en mi carne,
pues, aquí torturan de muchas formas: con cadenas, poleas, sogas y el potro en el cual he sido
torturado, como ustedes saben.

¡Oh amigos míos! Que todos rueguen al Señor por mí con mucho fervor. Hechos 12:5 Yo oro al Señor
con muchas lágrimas; y riego mi cama con lágrimas delante del Señor (Salmos 6:6), para que Él me
haga digno de Él por su gracia.

Con esto les encomiendo al Señor y les digo adiós.

Escrito en cadenas por mí, Joost Verkindert. Indigno preso en el Señor. Fue arrestado el 30 de mayo y
martirizado el 13 de setiembre del mismo año.

La última carta de Joost Verkindert escrita a su esposa después de haber sido sentenciado el 12
de setiembre.

El Dios de toda consolación, nos consuela en todos nuestros sufrimientos para que nosotros podamos
consolar también a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado en Dios por medio
de Jesucristo. A Él sea la alabanza, el honor, la gloria, el dominio, el poder y la majestad eternamente.
Amén.

Te deseo un cordial saludo de amistad, mi querida esposa y hermana en el Señor, como una despedida
perpetua en la tierra. Te informo que me encuentro bien, por lo cual doy gracias y alabanzas al Padre
todopoderoso, Dios mío y tuyo, por haberme elegido para sufrir esto. Por lo tanto, mi querida, no te
entristezcas demasiado por mí, sino alaba y agradece al Señor por haber tenido a un esposo quien es
considerado digno de dar su vida por la verdad.

Oh, mi preciosa, te ruego y exhorto una vez más que te mantengas en silencio y en el temor de Dios,
para poder juntos recibir las hermosas promesas, dónde no hay más frío, ni calor, ni hambre, ni sed,
sino gozo; lo cual ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, el grande gozo y alegría
que Dios ha preparado para los que le aman.

Oh mi querida, esto me ocurrió cuando menos lo esperábamos, pero alabado sea el Dios Todopoderoso
por medio de Jesucristo; pues, sigue ayudándome y socorriéndome en mi aflicción.

Ahora, encomiendo a ti y mis dos pequeños hijos a Jesucristo, como su esposo.

Oh mi querida, nunca abandones a este esposo y novio, porque Él es el padre de las viudas y huérfanos.
Salmos 68:6. Adiós, mi más querida, junto con mi madre y todos nuestros amigos.
Los encomiendo en esta tierra al crucificado Jesucristo. Adiós, adiós a todos ustedes. Escrito por mí, -
Joost Verkindert. Tu querido esposo, escrito en mis cadenas.

Gerit Cornelio, 1571 d.C.


En el año 1571, en Ámsterdam, Holanda, un hermano joven, llamado Gerit Cornelio fue arrestado por
causa de la verdad mientras trabajaba en un bote. El alguacil lo ató y lo llevó al Concejo. Al día
siguiente lo interrogaron acerca de su fe, la cual él confesó abiertamente; pero cuando le pidieron los
nombres de lo otros creyentes, guardó silencio; en consecuencia, tuvo que sufrir la tortura. Le taparon
los ojos y ataron sus manos. Después lo suspendieron en el aire y lo desvistieron y lo azotaron
severamente. A pesar de todo no nombró a nadie. De nuevo lo tendieron sobre el potro, lo azotaron con
varas, echaron orina en su boca, y quemaron sus axilas con velas; después, todavía desnudo, lo
suspendieron por las manos otra vez con un peso sujetado a sus pies. Lo dejaron así por un tiempo y se
fueron. Volviendo, le dijeron con malicia que si él no nombrara a nadie, seguirían torturándolo todo el
día. Pero Dios guardó sus labios, y él no puso en peligro a nadie. Tanto lo torturaron que ya no pudo
caminar, y tuvieron que llevarlo en una silla.

Gerit, suspendido en el aire de su pulgar con un peso colgado de sus pies, mientras sus verdugos juegan a las cartas.

Pocos días después, llevándolo a la corte, en son de burla, lo coronaron con un sombrero de flores, y lo
sentenciaron a ser ahorcado y quemado. Escuchó su sentencia con gozo y paciencia. Al llegar a la
estaca, oró con fervor, diciendo: “Oh Padre y Señor, ten misericordia de mí; permíteme ser uno de tus
corderos indignos, o un miembro indigno de tu cuerpo. Oh Señor, tú ves desde lo alto y conoces los
corazones y todas las cosas ocultas. Tú conoces el amor sencillo que tengo por ti. Acéptalo, y perdona a
los que me afligen con sufrimiento.”

Habiéndose levantado se dirigió a la gente con voz fuerte: “Oh hombres, la eternidad es tan larga. Oh,
sí, la eternidad es tan larga, pero estos sufrimientos aquí muy pronto pasarán; aún así, el conflicto aquí
es muy intenso y severo. Oh, aún siento mucho temor. Oh carne, soporta y resiste un poco más, porque
este es el último conflicto.” Cuando colocaron la soga alrededor de su cuello, él clamó: “Oh Padre
celestial, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Diciendo esto, murió tranquilamente y después fue
quemado. De esta manera, ofreció su sacrificio, parándose sin vergüenza por el nombre de Cristo, no
temiendo el dolor ni el sufrimiento, ni la vergüenza, ni a los gobernadores de este mundo, sino
esforzándose constantemente y con valor hasta la muerte. Por tanto, en el último día, cuando el cordero
sacrificado abra los libros de la vida, su nombre será encontrado, pero los apóstatas serán escritos en la
tierra; y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada.

Anneken Hendricks, 1571 d.C


En el año 1571, una mujer llamada Anneken Hendricks fue quemada en Ámsterdam, Holanda, por el
testimonio de Jesús. Habiendo venido desde Friesland hasta Ámsterdam, fue traicionada por su vecino,
un alguacil que entró a su casa para apresarla. Ella le dijo con espíritu manso: “Vecino Evert, ¿qué
deseas? Si me buscas, me encontrarás fácilmente. Aquí estoy para servirte.” Este Judas traidor dijo:
“Entrégate en el nombre del rey.” Y ató a Anneken y la llevó, así como Judas y los escribas habían
llevado a Jesús.

Cuando llegaron al Dam, ella dijo que no deben tener temor de mirarla puesto que ella no era ni
prostituta ni delincuente, sino una prisionera por el nombre de Jesús. Después de llegar a la cárcel, ella
agradeció y alabó a su Señor y Creador con corazón humilde por tenerla digna de sufrir por causa de su
nombre. Y ella habló la verdad sin temor delante de Pieter, el alguacil y los otros señores. Ellos la
atormentaron grandemente con los sacerdotes de Baal para que apostatara, pero por la gracia de Dios
ella resistió valientemente. Esto asombró al alguacil y él le dijo: “El señor Alberto, nuestro capellán, es
un hombre tan santo que debe ser exhibido en oro puro. Y tú no quieres escucharlo, más bien te burlas
de él. Por lo tanto, tendrás que morir en tus pecados; tanto te has alejado de Dios.”

Anneken, quemada en una escalera.

Después, ellos colgaron a esta mujer anciana y temerosa de Dios (que no pudo ni leer ni escribir) de sus
manos, como Cristo; y torturándola severamente, buscaron averiguar por medio de ella los nombres de
otros creyentes, porque estaban sedientos de más sangre inocente. Pero ella no les dijo nada, tan
fielmente Dios guardó sus labios. Por tanto el alguacil la acusó de herejía, habiendo abandonado a la
madre, la iglesia santa, a eso de seis años antes y habiendo aceptado la maldita doctrina de los menistas
(refiriéndose a los anabaptistas), fue bautizada por ellos y se casó con un hombre de entre ellos. En
seguida fue sentenciada a ser quemada. Ella los agradeció y dijo con humildad que si ella había hecho
algún mal a alguien, pediría perdón. Pero los señores se levantaron sin responder. Después fue atada a
una escalera. Entonces ella dijo a su vecino, Evert, el policía, “Tú, Judas, yo no merezco ser asesinada
de esta manera.” Y ella le dijo que debe dejar de hacer tales cosas o Dios le castigaría. Él respondió
enojado que haría lo mismo con todos los que creyeran igual que ella. Después vino el alguacil con un
sacerdote, atormentándola y diciéndole que si ella no se retractara, ella pasaría de este fuego al fuego
eterno. Anneken respondió firmemente: “Aunque soy sentenciada y condenada por ti, sin embargo lo
que tú dices no viene de Dios; yo confió firmemente en Dios, que me ayudará en mi aflicción y me
salvará de todos mis problemas.” Ellos no la permitieron seguir hablando, sino llenaron su boca con
pólvora y la llevaron del Concejo al fuego y la arrojaron allí. Cumplido esto, Evert, el guardia se reía,
como si pensara que hubiese hecho un buen servicio a Dios. Pero el Dios misericordioso, el consolador
de los piadosos, le dará a esta testigo fiel, a cambio de su pequeño y temporal sufrimiento, un premio
eterno, cuando su boca, antes tapada con pólvora, será abierta en plenitud de gozo y sus lágrimas tristes
(por causa de la verdad) serán secadas, y ella será coronada con un gozo eterno con Dios en los cielos.

Doce cristianos en Deventer en el año 1571


En el año 1571, el 11 de marzo en la noche, los españoles salieron con espadas y armas para arrestar a
las ovejas de Cristo. Entraron a muchas casas y arrestaron a todos los que encontraron, encadenándolos
y diciéndoles: “Perros, herejes, puesto que niegan la fe católica romana, tendrán que morir.” Cerraron
las puertas de la ciudad por algunos días y leyeron una publicación, diciendo que nadie debe esconder a
nadie y si alguien supiera de alguien escondido, debe denunciarlo. Doce personas fueron arrestadas. Al
principio todos eran valientes y confesaron a Cristo; pero algunos tuvieron mucho temor según la carne
y abandonaron la verdad aun antes de ser torturados. Otros siguieron fieles en la tortura, pero después
negaron a Cristo; y cuatro de ellos permanecieron fieles en todo.

Frecuentemente fueron visitados y los que habían negado a Cristo con la boca se llenaron de tristeza y
prometieron que si el Señor les diera gracia y los librara de la cárcel, ellos volverían a la verdad.
Cuando un amigo vino a visitarlos, les dijo que traía malas noticias: todos iban a morir.

En la noche del 24 de mayo, los sacerdotes vinieron para hablar con ellos, diciéndoles que debían
prepararse, porque iban a morir al día siguiente. Se fueron a la medianoche, pero volvieron a las cuatro
de la mañana. Ellos salieron de la cárcel con caras llenas de gozo y sonriendo.

Así hicieron las cuatro mujeres, pero los dos hermanos, Bruyn y Antonis, el tejedor, quienes fueron
llevados con ellas, estaban muy tristes y no hablaron. Sin embargo, las mujeres hablaron mucho y
reprendieron duramente a los monjes. De hecho, se las escuchó decir que Cristo, su novio y pastor,
había pasado delante de ellos por este camino, y que ellos iban a seguirlo como ovejas y se besaron con
mucho cariño. Las dos hermanas, Lijsbet y Catarina Somerhuys, se tomaron las manos y empezaron a
cantar: “Dios mío, ¿a dónde iré?”

Cuando llegaron al cadalso, Catarina, la hermana menor, fue llevada primero. Ella habló sin temor
diciendo: “Sepan ciudadanos, que esto no es por algo malo, sino por causa de la verdad. Cuando subió
al cadalso, su sentencia fue leída: “Si ella permanece en la Iglesia Católica, morirá por la espada; de lo
contrario, será quemada viva.” Le preguntaron si quería permanecer en la Iglesia Católica. Ella
respondió: “No, yo quiero permanecer en la verdad.” Ellos aseveraron, “Entonces serás quemada viva.”
Ella contestó: “Eso no me preocupa. Ustedes hablan con mentiras,” y habló con mucha audacia.
Entonces la sacaron del cadalso y la llevaron al carruaje de nuevo, cerrando su boca, para que no
pudiera hablar más.

Después, los dos hermanos, Antonis y Bruyn fueron llevados al cadalso, y fueron decapitados sin
palabras; excepto uno dijo: “Oh Señor, ten misericordia de mí.” Luego volvieron a la torre y sacaron a
Dirck y Harmen. Les habían cerrado las bocas para que no pudieran hablar. Pero ellos hicieron señales
y sonrieron sin temor, lo cual llenó de asombró a la gente.

Fueron llevados al cadalso donde Harmen se arrodilló y oró al Señor; pero como demoró mucho
tiempo, el verdugo lo levantó y él fue a la estaca sin temor. Mientras que el verdugo ataba a Harmen,
Dirck se arrodilló y clamó a Dios con mucho fervor, porque no podían hablar. Después, Dirck se
levantó y abrazó a Harmen con cariño, y lo besó y señaló el cielo con su dedo. Después Dirck, gozoso
y sonriendo se paró en la estaca y levantó sus ojos al cielo.

Después, trajeron a las cuatro mujeres al cadalso y ellas vieron a los dos hermanos en las estacas. Se
alegraron mucho y sonrieron, doblaron sus manos, levantaron sus ojos al cielo, se besaron una a la otra
y se arrodillaron y se pararon en las estacas sin temor. Mientras se besaban, vino un ruido como de
trueno o de un carruaje sin caballos. Las personas cayeron, una encima de la otra; nadie sabía que era, y
todos se llenaron de miedo.

Antes de esto, cuando habían decapitado a Bruyn y Antonis, los monjes habían dado un discurso,
diciendo que la gente debía guardar a sus hijos de estas personas (los anabaptistas) y que nadie debe
ofenderse verlos siendo quemados, pues, era la voluntad del Rey, y que nadie debe causar estorbo
ninguno. Tan pronto como terminaron de hablar, vino un ruido y la gente se llenó de miedo. Los
españoles gritaron una alarma y empezaron a tocar los tambores pero todo pasó sin ningún daño.
Algunos dijeron que vieron una luz sobre el cadalso, como un sol oscuro. Un hermano entre la gente
señaló al cielo con su mano y les animó a confiar en Dios. Ellos levantaron sus ojos al cielo, excepto
Dirck van Wesel, que se había desmayado debido a la presión de las cadenas alrededor de su cuello;
además él había sido severamente torturado, así que se desmayó. Entonces el verdugo prendió el fuego
y los seis fueron quemados juntos.

Llegó el carruaje español mientras las dos jóvenes se abrazaban viendo con alegría cómo los otros hermanos soportaban con
paciencia el sufrimiento.
Esto ocurrió por Deventer, en el Brink, el 25 de mayo de 1571. Después, el 16 de julio del mismo año,
los otros héroes valientes, Claes Opreyder, Ydse Gaukes, Lijntgen Joris, y su hija, Catarina, fueron
llevados desde la torre con sus bocas cerradas para que no pudieran hablar y pasaron por las calles, sin
temor y sonriendo, saludando con la cabeza a la gente. Primero llevaron a Claes al cadalso y él se
arrodilló para orar, pero el verdugo lo levantó, pues los españoles no lo permitieron, sino gritaron:
“¡Villanos, villanos!” Pero los seis primeros en ser ofrecidos, habían terminado sus oraciones sin
impedimento. Se les había permitido estar juntos y besarse. Pero como la gente habló mucho sobre su
manera de orar y besarse con tanto amor, ellos decidieron traerlos uno por uno al cadalso.

Mientras que Claes estaba en la estaca, trajeron a Ydse al cadalso, y él luchando con fuerza, se acercó a
Claes y lo besó. Por tanto, los españoles gritaron de nuevo y se enfurecieron. Mientras ataban a Ydse,
uno de los líderes de los españoles junto con un monje, se acercó a Catarina. Su madre estaba lejos de
su hija y no pudo escuchar lo que decían a su hija. El monje le dijo: “Tu madre se ha rendido. Ella
confiesa que ha sido seducida. Ella morirá con la espada. Si tú te rindes, no morirás, porque todavía
eres joven. Tú podrías casarte y recibir muchos bienes; nosotros te ayudaremos. Pero ella contestó
negando con la cabeza. Los otros españoles le dijeron mucho, diciendo que debe retractarse y salvar su
vida; pero otros dijeron: “No le digan eso, sino asegúrenle que si ella renuncia esta herejía
(anabaptismo), morirá como cristiana piadosa con la espada.” Y otros dijeron: “Basta con hacerla creer
que puede salvar su vida; después de retractarse, morirá de todos modos.” Pero a todo esto ella
respondió negando con la cabeza. Entonces el monje dijo: “Querida hermana, retráctate, de lo
contrario, irás de este fuego al fuego eterno; esto te prometo por mi alma.”

Entretanto, llevaron a su madre también al cadalso y la pusieron en la estaca. Entonces Catarina se


regocijó grandemente, pues, vio que todo lo que le habían dicho acerca de su madre era mentira.
Después, llevaron a Catarina al cadalso también y ella subió las gradas rápidamente, pues, ella, igual
que los otros mártires, anhelaba la hora de su redención. Los cuatro fueron atados con la espalda de uno
frente a la del otro, para que no pudieran verse ni señalarse uno al otro con la cabeza.

De esta manera estos cuatro ofrecieron su sacrificio el 16 de junio de 1571; muchos siguieron sus
ejemplos, reconociendo que eran verdaderos, esforzándose por la gracia de Dios a llevar una vida justa
y temerosa de Dios.

Jan Smit, colgado de su pie, 1572 d.C

Cerca del año 1572 había un hermano piadoso y temeroso de Dios, llamado Jan Smit, del país de
Marck. Él fue llevado preso a Munnekendam por el testimonio de Jesús. Pero cuando Munnekendam
fue tomado por los protestantes, fue puesto en libertad. Después, trabajando en un barco fue apresado
por un capitán español y llevado hasta Ámsterdam. Fue encarcelado hasta que decidieron que debería
ayudar a remar un barco en el lago de Haarlem, contra los habitantes de Haarlem. Pero cuando lo
llevaron al lugar donde iba a ayudar, él dijo que no se sentía libre en su conciencia para remar, ya que
él no tenía enemigos; dijo que ellos podrían hacer con él lo que les parecía bien. Por tanto, fue llevado a
Haarlem donde fue severamente cuestionado en cuanto a su vida y fue descubierto que era un menista
(anabaptista). Puesto que no apostató frente a severas examinaciones y amenazas, pues tenía su base en
la roca firme de Cristo y venció todo con la verdad, Don Frederico, hijo del duque de Alba, lo sentenció
a ser colgado de su pie en el cadalso, y de esta manera murió este héroe y soldado de Jesucristo.
Jans colgado de su pie.

Maeyken Wens y algunas de sus compañeras creyentes, quemadas por el testimonio


de Jesucristo en Antwerp, 1573 d.C.

El viento norte de la persecución soplaba ahora con más fuerza por el jardín del Señor; así que las
plantas y los árboles del mismo (es decir los verdaderos creyentes), llegaron a ser desarraigados de la
tierra por medio de la violencia que se desencadenó contra ellos. Esto pasó en el caso de una mujer
piadosa y temerosa de Dios llamada Maeyken Wens, quien era la esposa de un fiel ministro de la
iglesia de Dios en la ciudad de Antwerp, cuyo nombre era Mattheus Wens, albañil de profesión.

Como por el mes de abril de 1573, ella, juntamente con otras de sus compañeras creyentes, fue
aprehendida, encadenada y confinada en la prisión más severa de Antwerp. Al mismo tiempo, los así
llamados espirituales o eclesiásticos, así como también las personas seglares, la sometieron a muchos
conflictos y tentaciones con el fin de causar que ella renunciara al anabaptismo. Pero ya que no podían
de ninguna manera, ni con torturas severas, la sentenciaron el 5 de octubre de 1573 y la pronunciaron
en público en la corte de Antwerp. La sentencia decía que ella debe, con la boca atornillada o con la
lengua atornillada al paladar, ser quemada hasta las cenizas como hereje juntamente con otras que se
encontraban en prisión y que eran de la misma creencia.

El día siguiente, esta piadosa heroína de Jesucristo temerosa de Dios, así también como sus compañeras
creyentes que habían sido condenadas con la misma sentencia, fueron sacadas con las lenguas
firmemente atornilladas, como corderos inocentes para el matadero. Habiendo atado a cada una a una
estaca en la plaza, las furiosas y terribles llamas les quitaron la vida y quemaron sus cuerpos. En corto
tiempo ya habían sido consumidos hasta las cenizas. Soportaron firmemente el severo castigo de la
muerte. Por tanto, el Señor en el porvenir transformará los cuerpos de ellas para que sean semejantes al
cuerpo de la gloria Suya. Filipenses 3:21.

El hijo mayor de la arriba mencionada mártir, llamado Adrián Wens, como de unos quince años de
edad, no podía apartarse del lugar de la ejecución el día cuando su querida madre fue ofrendada. Aquel
día él había traído consigo a su hermano menor que se llamaba Hans Mattheus Wens, de tres años de
edad. Alzó al niño en sus brazos y fue a pararse junto con él sobre un banco, no muy lejos de donde
habían clavado las estacas, para contemplar la muerte de su madre.

Pero cuando la trajeron y la colocaron junto a la estaca, él perdió el conocimiento, se cayó al suelo y
permaneció en tales condiciones hasta que ya habían quemado a su madre y a las demás.

Después, cuando la gente se había marchado, y habiendo vuelto en sí, se acercó al lugar donde habían
quemado a su madre y se puso a buscar entre las cenizas, donde halló el tornillo con el cual le habían
atornillado firmemente la lengua a su mamá, tornillo que él guardó como recuerdo de su madre.

El hijo mayor de Maeyken Wens, junto a su pequeño hermano, buscando entre las cenizas el tornillo con el cual atornillaron
la lengua de su madre.

Carta de Maeyken Wens dirigida a su esposo Mattheus Wens, albañil, que fue
ministro de la iglesia de Dios en Antwerp, sacrificada el 6 de octubre de 1573 d. C.
Gracia y paz de Dios el Padre, por medio de Jesucristo su Hijo Unigénito, quien te dé la sabiduría y el
entendimiento para que te gobiernes sabiamente, y gobiernes también a tus hijos, para que los críes en
el temor de Dios. Para tal propósito, que el buen Padre te fortalezca, y que el Espíritu Santo te consuele
en tu tribulación. Éste es el saludo y deseo de mi corazón para ti, mi queridísimo y amado esposo en el
Señor…

Oh, mi amigo querido, jamás pensé que salir de esta vida fuera tan duro para mí como lo es ahora. Es
verdad que a mí me parecía muy difícil la prisión, pero eso fue, porque ellos fueron muy tiránicos. Pero
ahora la partida es lo más duro de todo.

Oh, mi queridísimo y amado esposo, ora con fuerza al Señor por mí, que aparte de mí el conflicto, pues
está en su poder, si es su voluntad. Con verdad ha dicho el Señor que el que no deja todo no es digno de
Él. Bien sabía el Señor que sería difícil para la carne. Pero espero que el Señor me ayude a vencer, así
como ha ayudado a muchos. Por eso yo confío en Él.
Oh, qué fácil es ser cristiano mientras la carne no es probada y no hay nada que dejar. Entonces es muy
fácil ser cristiano…

Saluda a todos los conocidos en mi nombre, y también a los amigos en la carne. También mis
compañeras te saludan a ti y a mis hijos.

Escrita por mí, en mis prisiones. -Maeyken Wens

Carta de Maeyken Wens, escrita en la prisión en Antwerp a su hijo.

Mi queridísimo hijo Adrián. Mi hijo, a ti dejo esto por testamento porque tú eres el mayor. Quiero
exhortarte a que comiences a temer a nuestro querido Señor, pues ya estás llegando a ser lo
suficientemente mayor para poder percibir el bien y el mal. Piensa en Betteken, que es de casi la misma
edad que tú.

Hijo mío, desde tu juventud sigue el bien, y apártate del mal. Haz el bien mientras tengas la ocasión, y
fíjate en tu padre, de con cuánto amor me guiaba con bondad y amabilidad, siempre instruyéndome con
la Palabra del Señor. ¡Ay! ¡Si a él hubiera seguido así, cuán ligeras serían mis prisiones! Por tanto, mi
querido hijo, esté alerta a lo que es malo para que después no tengas que lamentarte: “Si esto o aquello
hubiera hecho; pues entonces, cuando ya el asunto esté tan avanzado como lo está para mí ahora, será
demasiado tarde.”

Escucha la instrucción de tu madre: aborrece a todo lo que el mundo y tu sensualidad aman, y ama el
mandamiento del Señor. Deja que Él mismo te instruya: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a si mismo,” lo que quiere decir que abandones a tu propia sabiduría, y ora así: “Señor, que se haga tu
voluntad.” Si haces esto, la unción del Espíritu Santo te enseñará todo cuanto hayas de creer. (1 Juan
2:27).
No creas lo que dicen los hombres, pero obedece lo que te manda el Nuevo Testamento, y pídele a Dios
que te enseñe cual es su voluntad. No confíes en tu propio entendimiento, sino en el Señor, y deja que
tu consejo permanezca en Él, y pídele que te dirija por sus caminos.

Mi hijo, aprende cómo debes amar a Dios el Señor, cómo debes honrar a tu padre y todos los otros
mandamientos que el Señor requiere de ti. Cualquier cosa que no está contenido en ellos, no lo creas.
Pero todo lo que está contenido en ellos, obedece.

Júntate con los que temen al Señor, y apártate del mal, y por amor haz todo cuanto está bien.

Oh, no tengas en cuenta a las grandes multitudes ni a las costumbres antiguas, sino fíjate en el rebaño al
que se le persigue por la palabra del Señor. Pues los buenos a nadie persiguen, más bien son
perseguidos.

Cuando te unas a ellos, guárdate de toda doctrina falsa, pues Juan dice: “Cualquiera que se extravía, y
no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí
tiene al Padre y al Hijo” 2 Juan 9. La doctrina de Cristo es misericordia, paz, pureza, fe, mansedumbre,
humildad y obediencia total a Dios.

Mi hijo querido, sométete a lo que es bueno. El Señor te dará el entendimiento. Esto te doy como mi
último adiós. Mi hijito querido, presta atención a la disciplina del Señor; pues cuando haces mal, Él te
disciplinará en tu mente. Desiste entonces, y pide la ayuda del Señor, y odia lo que es malo, y el Señor
te librará, y el bien vendrá a ti.

Que Dios el Padre, por medio de su amado Hijo Jesucristo te conceda su Espíritu Santo, para que Él te
guíe a toda la verdad. Amén. Esto, yo Maeyken Wens, tu madre, he escrito mientras me hallaba en
prisión por la Palabra del Señor. Que el buen padre te conceda su gracia, mi hijo Adrián. Escríbeme
una carta hablándome de lo que hay en tu corazón, si deseas temer al Señor o no. Esto sí me gustaría
saber.

“De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y
hagan el bien” 1 Pedro 4:19.

Otra carta de Maeyken Wens escrita a su hijo

¡Oh mi querido hijo! Aunque yo te sea quitada de aquí, en tu juventud esfuérzate por temer a Dios y
tendrás a tu madre otra vez en la nueva Jerusalén, donde no existirá le despedida. Mi queridísimo hijo,
espero ahora ir antes de ti; sígueme así según valoras tu alma. Pues aparte de éste no existe otro camino
a la salvación.

Ahora te encomiendo al Señor. Espero que el Señor te guarde, si tú le buscas. Ámense los unos a los
otros por todos los días de su vida. Lleva a Hansken en tus brazos, de vez en cuando. Hazlo por mí. Y
si su padre les fuere quitado, cuídense el uno al otro. Que el Señor les guarde. Mis queridos hijitos,
bésense el uno al otro en memoria de mí. Adiós, mis queridos hijitos. Adiós a todos ustedes.

Mi querido hijo, no temas estos sufrimientos, pues no son nada comparados con los que durarán
eternamente. El Señor quita todo temor. Yo no sabía qué hacer por el gozo que sentí cuando me
sentenciaron. Por tanto, no dejes de temer a Dios por causa de mi muerte temporal. No puedo agradecer
suficiente a Dios por la gracia que me ha mostrado.

Adiós una vez más mi querido hijo Adrián. Te suplico que siempre seas bondadoso para con tu afligido
padre por todos los días que te quedan de vida, y que no le causes tristezas. Lo que te escribo a ti,
también se lo digo a tu hermano menor. He aquí, una vez más les encomiendo al Señor. Estoy
escribiendo la presente carta después de haber sido sentenciada a muerte por el testimonio de
Jesucristo, 5 de octubre de 1573.

Escrito por mí, como recuerdo para ti, de tu madre, quien te dio a luz en medio de grandes dolores.
Guarda bien esta despedida de tu madre.

CAPÍTULO 14
LOS MÁRTIRES DE 1573-92
Cinco piadosos cristianos quemados en estacas en Antwerp en el año 1573
La cueva terrible de homicidas de la ciudad de Antwerp: aunque llena de estacas, de cuerpos muertos y
de las cenizas de los santos, no estaba todavía saciada con las muchas masacres que habían sido
ejecutadas contra los inocentes corderos de Cristo por causa de la verdad.

Esto sucedió también en el caso de cinco piadosos cristianos: Hans van Munstdorp y Janneken
Munstdorp su esposa, juntamente con Mariken, Lijsken y Maeyken. Esto sucedió en el año 1573.
Mientras estaban reunidos para escuchar la palabra de Dios, fueron juntos aprehendidos y confinados
en la prisión de Antwerp.

Pero cuando de ninguna manera pudieron hacer que se desviaran de la firmeza de su fe a pesar de las
muchas amenazas terribles, las disputas con muchos hombres mundanos y eruditos y otros modos de
castigo que usaron en contra de ellos, determinaron dar muerte a todos ellos. Y esto, no de manera fácil
o acelerada, sino por medio de fuego, hasta que se les extinguiera la vida.

Esto fue primeramente ejecutado contra Hans van Munstdorp, quien como por el mes de septiembre de
1573 fue sacado de entre la compañía, retirándolo de los otros cuatro como oveja para el matadero.
Según la sentencia que se le había señalado, fue dado muerte en una gran hoguera, muerte grave y
severa que firmemente soportó con un corazón lleno de gozo.

La razón por la cual a las otras cuatro personas no les dieron muerte juntamente con él fue
sencillamente porque su esposa, Janneken Munstdorp, estaba en los últimos días de su embarazo y
estaba a punto de dar a luz, lo que ocurrió corto tiempo después de que quemaron a su queridísimo
esposo. Ella dio a luz a una niñita, a la cual ella, como estaba ya a punto de morir, llamó Janneken
como ella misma. Ella entonces se esforzó grandemente para hacer llegar la hijita a sus amigos, antes
que los sacerdotes vinieran a llevársela. Ella se la encomendó de corazón a los amigos, y también
escribió un testamento lleno de instrucciones excelentes a su hijita, cuando ésta apenas tenía un mes de
edad, testamento que sus amigos preservaron para ella.

Cuando casi había llegado la hora de su sacrificio, ella fue sentenciada a seguir una muerte similar a la
de su esposo. Las otras tres mujeres, Mariken Lijsken y Maeyken, recibieron el mismo mensaje. Ellas
entonces se prepararon gozosas y de buena voluntad, aguardando la hora de su redención.

Esta sentencia les fue ejecutada en la fecha y hora ya determinada, cuando ofrecieron al Señor un
sacrificio vivo, santo y agradable, por el cual ellas en el más allá serán eximidas del fuego eterno, y les
será permitido entrar al bendito gozo del paraíso de Dios. “Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no
caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y
los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” Apocalipsis
7:16-17.

Una carta de Hans van Munstdorp dirigida a su esposa, cuando ambos se


encontraban en la prisión de Antwerp.

Un saludo muy cariñoso a ti, mi amada esposa, a quien de todo corazón amo, y a quien estimo más que
a cualquier otra criatura. Ahora te tengo que abandonar por causa de la verdad, por causa de la cual
debemos estimar todas las cosas como pérdida y amar a Él por sobre todas las cosas.

Aunque los hombres nos separen aquí, espero que el Señor nos vuelva a reunir en su reino eterno donde
nadie podrá separarnos.
Te informo mi amada esposa que aún tengo la mente fija para adherirme sin dudar a la verdad eterna.
Espero que éste también sea el propósito de tu mente, lo cual me causaría gozo escucharlo… por tanto,
mi fiel corderita, guárdate y no codicies lo malo. No mires hacia atrás como la mujer de Lot, no sea que
te suceda lo mismo que a ella… Acuérdate de la palabra del Señor: “Ninguno que poniendo su mano en
el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” Lucas 9:22.

Por tanto, mi amada corderita, a quien yo amo como a mi propia alma, persevera con firmeza. No te
preocupes de carne y sangre, pues todo pasará. Aunque aquí tengamos un cuerpo rechazado y vil, el
Señor lo transformará según su propio cuerpo glorioso, si permanecemos en la verdad hasta la muerte.

Nota: por medio de un buen amigo, llegó hasta nuestras manos una copia de un testimonio de consuelo
que Janneken Munstdorp, esposa de Hans van Munstdorp, escribió en la prisión de Antwerp poco
después de haber sido martirizado su esposo y cuando ella esperaba la muerte todos los días. El
siguiente testimonio fue escrito a su querida hijita, a quien dio a luz en prisión, que ahora tenía apenas
un mes de edad, para un recuerdo y una despedida de este mundo.

Testamento escrito a Janneken, mi única hijita, mientras estaba confinada por la


causa del Señor en la prisión de Antwerp, 1573.
Que el verdadero amor y la sabiduría del Padre te fortalezcan, mi queridísima hijita. Yo te encomiendo
al Dios Todopoderoso; que Él te guarde y te haga crecer en su temor, o que te lleve al eterno hogar en
tu juventud. Esta es la petición de mi corazón al Señor. Esto oro por ti, que eres tan joven, y a quien
tengo que dejar aquí en este mundo malvado y perverso.

Ya que el Señor ha ordenado que deba yo dejarte aquí, privándote de padre y madre, te encomendaré al
Señor, que Él haga contigo según su voluntad. Por tanto, mi querida corderita, yo que estoy encarcelada
por causa del Señor, no puedo ayudarte de ninguna manera. Me alejé de tu padre por la causa del
Señor: lo pude tener sólo por un corto tiempo. Se nos permitió vivir juntos sólo por medio año, luego
fuimos arrestados porque buscábamos la salvación de nuestras almas.

A él lo apartaron de mí sin saber en la condición que me encontraba, y tuve que permanecer


encarcelada y verlo siendo apartado de mi lado. A él le causó gran pena tener que permanecer aquí en
la cárcel. Y ahora que debajo de mi corazón te he llevado en gran tristeza por nueve meses, y que aquí
en la cárcel te he dado a luz con gran dolor, te me han quitado.

He aquí, ando esperando la muerte cada mañana, y ya pronto seguiré a tu querido padre. Y yo, tu
querida madre, te escribo, mi querida hija, para que tengas una memoria, algo que te haga recordar a tu
querido padre y a tu querida madre.

Y ahora que he sido entregada a la muerte y tengo que dejarte aquí sola, recuerda por medio de las
letras de este testimonio cuando obtengas el uso de razón, procures temer a Dios, y veas y examines por
qué y por quién los dos morimos. Y no te avergüences de confesarnos ante el mundo, pues sabrás que
no fue por causa de alguna maldad. Es el mismo camino por el cual también los profetas y los apóstoles
anduvieron, el camino angosto que conduce a la vida eterna. No se hallará otro camino por el cual
hallar la salvación.

Por tanto, mi corderita, busca este camino angosto cuando tengas el uso de razón, aunque a veces hay
mucho peligro en él según la carne, así como podemos ver si con diligencia leemos las Escrituras.
Mucho se dice en ellas acerca de la cruz de Cristo. Y hay muchos en este mundo que son enemigos de
la cruz, quienes buscan librarse y escaparse de ella.

Pero mi hijita, si con Cristo buscamos y heredamos la salvación, también debemos cargar su cruz. Y
esta es su cruz: seguir sus pisadas, y ayudarle a llevar sus reproches. Pues Cristo mismo dice que
seríamos perseguidos, muertos y dispersos por causa de su nombre.

Sí, Él mismo anduvo por la senda del reproche delante de nosotros y nos dejó un ejemplo para seguir
sus pisadas. Pues por su causa hay que abandonar todo: padre, madre, hermana, hermano, esposo, hijo
y hasta nuestra propia vida.

Yo también abandonaré todas estas cosas por causa del Señor, cosa que el mundo no se digna de sufrir.
Pues si hubiésemos continuado en el mundo, no habríamos sufrido molestias. Pues cuando amábamos
toda forma de injusticia, podíamos vivir en paz con el mundo. Pero cuando deseamos temer a Dios y
apartarnos de tales costumbres impropias, entonces no nos dejaron en paz y empezaron a buscar nuestra
sangre. Entonces tuvimos que llegar a ser presa de todos y llegamos a ser espectáculo a todo el mundo.
Aquí ellos buscan asesinarnos y quemarnos. Somos puestos en postes y estacas, y nuestra carne es dada
como comida a los gusanos.

De esta manera, mi queridísima hija, le ha sucedido ya a tu querido padre. Aunque no todos somos
escogidos para esto, el Señor lo quiso para nosotros. Por tanto, sigue el ejemplo de tu padre y madre.

Y mi hijita querida, esto te pido, desde que eres bastante pequeña y joven. He escrito esta carta cuando
tenías apenas un mes de edad. Y puesto que la hora de mi muerte se acerca, te digo que cumplas mi
súplica, uniéndote siempre con los que temen a Dios sin tener en cuenta a las grandes multitudes cuyos
caminos conducen al infierno. Antes bien, fíjate en el pequeño rebaño de israelitas que no tienen
libertad por ningún lado, y siempre tienen que huir de una tierra a otra, para luego obtener tu patria en
el más allá. Si buscas tu salvación, es fácil saber cuál es el camino a la vida o el camino que conduce al
infierno. Pero sobre todas las cosas, busca el reino de los cielos y su justicia, y cualquier otra cosa que
necesites en la vida, se te añadirá…

Aquí te dejo. ¡Oh si le hubiese agradado al Señor permitir que yo te criara! Habría hecho lo mejor que
pudiera hacer. Pero parece que no es la voluntad del Señor. Y aun si hubiese sido su voluntad, y yo
hubiese permanecido contigo por algún tiempo, el Señor hubiera podido apartarme de ti. Entonces
tendrías que quedarte sin mí, así como sucedió con tu padre y conmigo, que pudimos vivir juntos por
tan corto tiempo. Por nada del mundo nos hubiéramos abandonado. Pero nos apartaron por la causa del
Señor.

El Señor que te creó y te hizo, ahora me quita de ti. Es su santa voluntad. Ahora me toca pasar por este
camino angosto por el que los profetas y los mártires de Dios pasaron. Ahora están esperando bajo el
altar hasta que el número de ellos se cumpla, entre los cuales tu padre ya se cuenta. Y ahora yo estoy a
punto de seguirlo. Pues a la muerte me han entregado…

Queridísima Janneken, no te hemos dejado mucho de los bienes de este mundo. Sin embargo te
dejamos un buen ejemplo para que temas a Dios, lo cual es mucho mejor que los bienes temporales de
este mundo. Sigue en nuestros pasos y tendrás suficiente riqueza. Es verdad que eres pobre aquí, pero
poseerás riquezas si temes a Dios y te apartas del pecado
Por tanto, mi querida corderita, no ceses de temer a Dios a causa de la cruz, pues el cristiano no se hace
digno sino por la mucha tribulación y persecución en este mundo. Cristo dice: “El discípulo no es
mayor que su maestro, ni el siervo más que su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto
más a los de su casa…?” El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.” Mateo
10:24,25. Si a Él le persiguieron, también a nosotros nos perseguirán. Pues su reino no era de este
mundo. Si su reino hubiera sido de este mundo, el mundo lo habría amado. Así también es ahora. Ya
que nuestro reino no es de este mundo, el mundo nos odia. Pero mejor es para nosotros que seamos
despreciados por el mundo, que luego tengamos que lamentarnos eternamente. Los que no quieren
probar lo amargo aquí, tampoco podrán esperar la vida eterna en el más allá…

Por tanto, mi hijita querida, esté contenta. Sé siempre honorable y generosa para con todos los
hombres. Y deja que tu modestia sea manifiesta a todos los hombres cuando seas joven.

Aquí te dejo entre mis amigos. Espero que mi padre y mi madrasta y mis hermanos te cuiden bien.
Sujétate a ellos y obedéceles en todo, a no ser que sea contario a Dios…

Ahora me despido de ti, mi querida Janneken Munstdorp, y te beso tiernamente con un beso eterno de
la paz. Sígueme a mí y a tu padre, y no te avergüences de confesarnos ante el mundo, pues nosotros no
nos avergonzamos de confesar nuestra fe ante el mundo y ante esta generación adúltera.

Ahora te encomiendo al Señor y a la palabra consoladora de su gracia. Adiós. Sígueme, mi queridísima


hija. Una vez más adiós, mi más querida en la tierra. Adiós. Sígueme.

Escrita el 10 de agosto de 1573 en Antwerp.

Éste es el testamento que escribí en la cárcel para mi hija Janneken, a quien llevé y di a luz aquí en mis
prisiones.

Por mí, tu queridísima madre, encarcelada por la causa del Señor.

Janneken Munstdorp.

Hans Bret, atornillaron su lengua para impedir hablar, 1576


Para silenciar la voz de los cristianos, las autoridades ordenaban atornillarles sus lenguas. Aquí el verdugo lo realiza con
Hans.

Hans Bret, de veintiún años de edad, era hijo de un inglés llamado Tomás Bret. Además de sus labores
cotidianas, las cuales ejecutaba al servicio de su amo, estaba muy interesado y ocupado en el estudio de
la palabra del Señor en la cual él se ejercitaba en la mañana y en la tarde, exhortando a los que lo
escuchaban por medio de pasajes instructivos de las Sagradas Escrituras, a tener una vida de virtud y
piedad.
Aquellas exhortaciones las hacía Hans con gran fervor y edificante doctrina, que muchos buscaban
estar con él, percibiendo en él la obra del poder de Dios y el avance que tenía en el conocimiento de
Cristo, del que él, aunque tan joven de años, tan ricamente estaba lleno, y que tampoco guardaba sólo
para sí, sino que permitía que de él se desbordara y fluyera, para ganancia y beneficio de su prójimo.

Pero el diablo, el enemigo de la justicia y del crecimiento de la virtud y de la iglesia de Cristo, no podía
tolerar eso. Pues, percibiendo en este siervo el celo piadoso en la verdad y la diligencia para convertir a
los que se desvían, él, con sus instrumentos (hombres sedientos de sangre, los cuales siempre han
deshonrado el templo de Dios, matando a sus corderos, asesinando a sus santos, derramando la sangre
de ellos y dando su carne por comida a las bestias del campo), buscaron turbar a este siervo de Dios
con aflicciones, y disminuir la brillantez de su luz, la cual en parte realizó.

Aproximadamente dos meses después de que fue bautizado según el mandato de Cristo, en el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el sexto día del mes de mayo del año 1576, como a las nueve
de la noche, el magistrado de Antwerp, junto con muchos siervos, llegaron a la casa del amo de Hans
Bret, quien había sido traicionado junto con todos los de su casa.

Vigilaron cuidosamente detrás de la casa por donde había dos salidas, así como por el frente, con
hombres armados y alguaciles. Luego tocaron a la puerta delantera, que Hans fue a abrir sin saber que
los que estaban sedientos de la sangre de su amo y la de los de su casa y de la suya propia, estaban
frente de la puerta. Él preguntó quién estaba allí. Ellos dijeron: “Abre”, fingiendo querer comprar algo.

Al mismo tiempo, al escuchar que habían metido una herramienta en la puerta para abrirla desde
afuera, comenzó él a pensar que se trataba de los tiranos y los lobos que venían a devorar a los
inocentes e indefensos corderos de Cristo. Y no les abrió la puerta.
Pero ellos pudieron abrirla desde afuera. Dándose cuenta de eso, Hans entró corriendo en la casa,
donde su amo, junto con la esposa de él y otras varias mujeres, estaban sentados a la mesa comiendo, y
les dio la alerta. Todos a una se levantaron y salieron corriendo hacia la parte posterior de la casa,
pensando escaparse por la puerta trasera. Así también lo pensaba Hans Bret, el cual salió corriendo
junto con ellos. Pero cuando abrieron la puerta trasera, los alguaciles del magistrado se les lanzaron con
gran crueldad, apresándolos con gran prisa, capturando a todos cuantos Dios les permitió, entre los
cuales se encontraba este siervo de Dios. Pero el amo de él, junto con otros, fue maravillosa y
admirablemente librado y preservado por medio de la mano y la ayuda de Dios.

Fue así como este inocente cordero de Cristo fue a caer en las manos de los lobos. Fue confinado en
prisión por la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo y la práctica de la misma.

Ahora, bien, cómo procuraban seducirlo con engaños, falsas promesas y amenazas severas, buscando
con ello desalojarle y despojarlo de la salvación de su alma; y cómo ellos por motivo de que él había
escrito algunas cartas a sus hermanos y amigos, lo echaron en una odiosa mazmorra; junto con las
varias disputas que sostuvo con los sacerdotes y los seductores de almas, y cómo él las respondió y qué
valor manifestó por medio de la ayuda de Dios; todo esto se tratará por completo en las siguientes
cartas escritas por él.

Cuando había estado encarcelado durante ocho meses, los tiranos por fin usaron el máximo de su poder
en el caso de este siervo de Dos y fiel seguidor de Cristo. El viernes, antes del Derthien-Avondt, en el
año 1577, lo hicieron comparecer ante la corte. Él se presentó muy valientemente, ya que le habían
puesto ataduras no por causa de crimen, maldad o injusticia alguna que él hubiera cometido, sino por la
doctrina de su Amo y Señor, Jesucristo, por la justicia y la verdad, por las cuales los hijos de Dios
siempre han tenido que sufrir constantemente, ellos quienes han ayudado a Cristo a cargar su cruz
como insignia auténtica de que son siervos, discípulos y seguidores de Cristo.

Habiendo sido traído delante de los señores y jueces, le preguntaron si a él lo habían bautizado. Él
finalmente lo confesó y lo reconoció, sin sentir vergüenza por lo que había hecho por mandato de su
Amo y Señor, Jesucristo. Él sabía que no le habían preguntado para que él les enseñara, más bien
querían sacarle una palabra de la boca por la cual pudieran sentenciarlo a muerte.

Cuando los señores y los jueces criminales habían escuchado sus palabras, se levantaron y salieron para
sentenciarlo a muerte. Y habiendo regresado de su consulta malvada, pronunciaron y declararon la
sentencia que le habían impuesto al siervo de Dios: que él debería ser quemado públicamente en vida,
en la estaca, hasta que la muerte le viniera.

Cuando había recibido la sentencia, otra vez lo condujeron a prisión. Él sin desanimarse fue con ellos, y
sin duda se dirigió a la gente común con ciertos comentarios sobre las Escrituras, explicando que la
causa de su prisión y sufrimiento no era por maldad o crimen algunos, sino por practicar los
mandamientos de Dios, lo cual el mundo no soporta.

De esta manera Hans Bret fue llevado de regreso de la corte a la cárcel, donde fue confinado y
mantenido hasta el siguiente día, que era el sábado. Entonces por la mañana, el verdugo vino hasta él
en la prisión a fin de atornillarle la lengua firmemente, cerrarle la boca e impedir así que hablara. ¡Oh,
qué crueldad miserable!

Los asesinos y los peores criminales tienen el privilegio y el permiso de usar la lengua con libertad.
Pero he aquí a un seguidor de Cristo, un hijo de Dios, uno que está apartado del mundo, en quien habita
la justicia y en el que no se ha hallado causa de muerte: miren cómo a él se le prepara a la muerte,
cerrándole la boca y firmemente atornillándole la lengua, para que la verdad no sea proclamada, ni la
justicia escuchada, ni testimonio alguno dado acerca del nombre de Cristo. ¡Oh Cristo, baja la mirada, y
alienta a tus santos!

Cuando el verdugo llegó, le ordenó que sacara la lengua, lo cual él (siervo fiel y piadoso de Dios) hizo
sin negarse, ya que no tenía miembro alguno del cuerpo que no estuviera dispuesto a entregar al
sufrimiento por el nombre de Cristo. Pues estaba seguro que todos los padecimientos de este mundo no
son dignos de ser comparados con el gozo y la gloria que Dos les ha prometido a los que vencieren.

Y cuando sacó la lengua, el verdugo se la aseguró con un pedazo de hierro y se la atornilló bien fuerte
con una tenaza o tornillo, y luego tocó la punta de la lengua con un hierro ardiente para que se
inflamara y no dejara deslizar o aflojar el tornillo. ¡Oh crueldad más amarga y gran tiranía!

Cuando lo habían traído a la plaza del mercado, cerca de la estaca y de la hoguera, se levantó por su
propia cuenta y descendió del carro, estando de buen ánimo en Dios y perseverante en el conflicto. Con
las manos dobladas, se arrodilló en el suelo, alzando humilde los ojos al cielo, preparándose así a
adorar a su Dios y Señor para encomendarse a Él.

Pero cuando esos hombres malvados vieron esto, no podían tolerar ni soportarlo. A él apresuradamente
lo levantaron del suelo, impidiéndole invocar a Dios de rodillas. Y con gran crueldad lo condujeron
hacia la estaca.

Para sufrir todo esto, él humilde y mansamente entró en la choza que había sido construida de paja y
madera, encaminándose a donde sería fijado en la estaca, lo ataron con cadenas que le pusieron
alrededor del cuerpo. Todo esto él sufrió con gran valor por la verdad y la Palabra de Cristo.

Cuando estaba parado en la choza, fijo a la estaca, encendieron el fuego, quemando y devorando a este
cordero. Su cuerpo en verdad fue quemado, pero su alma fue recibida en el paraíso. Así terminó la vida
este joven y piadoso cristiano de veintiún años el cual ofreció y entregó su cuerpo por la Palabra de
Dios en el año 1577 en Derthien-Avondt.

Aquí siguen algunas cartas que Hans Bret escribió cuando estaba en la cárcel.

Carta de Hans Bret, escrita en prisión a su querida madre, Antwerp, 1576.


Que la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre celestial, por medio de su único Hijo, Jesucristo, y el
consuelo del Espíritu Santo sean contigo para el crecimiento de tu fe y la salvación de tu alma. Amén.

Sólo de Él esperamos la fortaleza para resistir a estos lobos crueles para que no puedan tener poder
sobre nuestras almas. Pues más crueles son que los lobos. No se satisfacen con desgarrarnos el cuerpo
sino que también buscan devorar y matar a nuestras almas, tal como se lo dije a tres sacerdotes.

Sin embargo, según las palabras de Cristo, no pueden dañarnos el alma.

No miramos ahora las cosas que se pueden ver, sino que esperanza tenemos en las que no se pueden
ver—en lo imperecedero, en ser coronados con la corona de vida eterna, sí, y en llegar a ser revestidos
de blanco lino fino, y descansar junto con las almas que están debajo del altar, las que por la Palabra de
Dios fueron muertas. Hasta que el número de nuestros hermanos se haya cumplido, los cuales también
serán matados según el testimonio de Juan en su Apocalipsis.

Por tanto, querida madre, anhelo de sábado a sábado ofrecer mi sacrificio. Con cuántas ganas había
anhelado poder ofrecer mi sacrificio este día, pero al Señor no le ha complacido. Por tanto, espero
poder ofrecer mi sacrificio el sábado siguiente, si al Señor así le place. Entonces tendré con el Señor
ese gozo y felicidad que oído jamás ha escuchado y el corazón del hombre jamás puede imaginar; sí el
que está preparado para los justos, los que no se avergonzaban de confesar el nombre del Señor ante
esta generación adúltera mientras tenían aliento para hablar en el cuerpo, sí, hasta que fueron privados
del habla.

Pues mi querida madre, nada más me ha sucedido a mí de lo que a todos los hombres justos les ha
sucedido desde el principio del mundo hasta el día presente. Si ellos mataron a Cristo, el autor de la fe,
en quien no había pecado, ¿qué le han de hacer a sus siervos? Pues ni es mayor el discípulo que su
maestro, dice Cristo. Por tanto, consuélese mi querida madre, y regocíjese en saber que no me pueden
hacer nada más de lo que el Señor les permita. Pues el Señor dice que aun los cabellos de nuestras
cabezas están contados, y que ni un pajarillo se cae al suelo sin su voluntad. Pero ¿cuánto más valemos
nosotros que los pajarillos? Sí, Él dice que no debemos temer a los que matan el cuerpo, pues no tienen
poder sobre el alma. Por tanto, resígnese y ore al Señor por mí y por mis compañeros de prisión.

Así pues, querida madre, es hora de parar por falta de papel. Le saludo, madre mía, y también a todas
mis queridas hermanas, con el beso santo de la paz. Saluda por mí también a todos a quienes conoces,
también a mi amo, sí, y a todos los amigos. G. y mi hermana K., que con ustedes esté el Señor, y con
todos nosotros, y que les guarde.

Así pues, mi queridísima madre, adiós, y que el Señor esté contigo. Creo que ya no verás más mi rostro
en esta vida. Tampoco sé si voy a tener alguna otra oportunidad de escribir. Así pues, que el Dios de
Abraham, Isaac y Jacob esté con todos ustedes. Amén.

Por mí, tu hijo, preso por el testimonio de Jesucristo.

Lawrens Jans Noodtdruft de Delft, 1577 d.C.


Había un hermano piadoso llamado Lawrens Jans, un zapatero, que prefirió ser maltratado con el
pueblo de Dios que gozar por un tiempo de los placeres del pecado con los pecadores, con la esperanza
de disfrutar después la libertad en el cielo con todos los verdaderos hijos de Dios. Prefirió morir a su
propia carne y a los placeres de este mundo por un pequeño tiempo, que pagar después con un lamento
eterno en la tormenta del infierno. En consecuencia, fue arrestado por los perseguidores de la verdad en
agosto de 1576 en Antwerp, donde soportó la mísera cárcel, y por la gracia de Dios resistió muchas
tentaciones. Puesto que estaba edificado firmemente sobre Cristo, los gobernadores de este mundo lo
condenaron a muerte. Por consiguiente, en enero de 1577 fue quemado vivo, testificando la genuina fe
de la verdad con su sangre y muerte. De esta manera, a cambio de su casa terrenal destruida, consiguió
una casa eterna, que no ha sido hecha por manos, que permanecerá por siempre en los cielos. Ya que
este amigo de Cristo no pudo conseguir papel, escribió a sus amigos con una aguja sobre dos
cucharones.
Lawrens Jans llevado rumbo a la estaca para ser quemado.

En una cuchara escribió lo siguiente: “Les deseo a todos mis hermanos y hermanas mucha gracia de
Dios nuestro Padre; que la paz de nuestro Señor Jesucristo, que sobrepasa todo entendimiento, guarde
sus corazones; y que el amor de Dios, que sobrepasa todo conocimiento, crezca en ustedes, para que
estén firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor. ¡Oh mis queridos amigos, ayúdense unos a
otros! Esto les ruego, yo, que soy un preso indigno en el Señor.”
En la otra cuchara escribió: “Que la gracia y paz de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo estén
contigo, querida y amada hermana mía en el Señor, Weyndelken con su hija M.; esto les deseo con
todo mi corazón delante de Dios, que prueba los corazones y las mentes, para que vivan delante de él,
protegidos y prosperados en su verdad, a la cual él las llamó; siempre mirando a Cristo y a todos los
justos. Adiós, en este tiempo, adiós.

Lawrens Jans Nudtruft, de Delft.”

Mattheus Mair, 1592


El verdugo metiendo y sacando del agua a Mattheus, deseando conseguir su renuncia.

En el año 1592, Mattheus Mair fue apresado por Wier, en el distrito de Baden. Esto fue llevado a cabo
por un sacerdote, quien al salir de la iglesia, y viendo a este hermano, mandó a su sierva a seguirlo para
ver si iba a salir del pueblo. También la ordenó a hablar con él, como si tuviera deseos de convertirse a
su religión y acompañarle para conocer a sus compañeros. Entretanto, el sacerdote mandaría a más
personas para hablar con él. Con tales palabras la sierva detuvo al hermano, mientras el sacerdote envió
a algunos campesinos a arrestarlo y llevarlo al pueblo de Baden. Seis días después, el 28 de julio, como
no los escuchó, ni renunció la verdad, la horda despiadada de sacerdotes procedió contra él. Sin
embargo, guardaron en secreto los detalles de su conversación con él. Cuando fue llevado a la muerte,
estuvieron presentes su cuñado y algunos de sus amigos, y ellos ofrecieron pagar dinero por él. Pero ni
siquiera consiguieron hablar con él.

Al salir entre la gente, él preguntó dónde estaban su cuñado y sus amigos y como ellos podrían venir a
él; dijo que deseaba hablar con ellos para que encargaran a sus hermanos y hermanas, personas
piadosas, a cuidar a su esposa y sus hijos. Entonces uno de sus amigos lo consoló y le animó a que
permaneciera fiel y valiente porque pronto iba a vencer. En seguida alguien hirió al amigo que había
dicho esto y le dijo que él también era hereje y debía ser tratado de la misma manera que los demás.

Cuando el verdugo había metido al hermano Mattheus al agua, lo sacó de nuevo tres o cuatro veces y
cada vez le preguntó si iba a retractarse. Pero cada vez dijo, “No,” mientras pudo hablar. Por tanto fue
ahogado el 29 de julio, permaneciendo fiel por el poder de Dios. Hubo muchos comentarios sobre su
muerte por personas de toda clase, diciendo que lo habían asesinado y que el traidor Judas y el
sacerdote eran malditos, porque Mattheus era conocido como un hombre piadoso y bueno; por lo tanto
Dios también le dio poder para permanecer fiel hasta el fin.

Conclusión del siglo XVI


Querido lector, aquí te hemos presentado muchos ejemplos hermosos de hombres, mujeres, jóvenes y
doncellas, quienes siguieron fielmente a Jesucristo en la verdad, temiendo a Dios desde la profundidad
de sus almas, y con corazones puros buscaron la vida eterna; los cuales florecieron y resplandecieron
como luces brillantes delante de todo el mundo, en el amor y poder de Dios. De sus bocas fluía la santa
palabra y la doctrina del Señor, la cual se mostró más en la manifestación del Espíritu que en el
lenguaje elegante o la sabiduría humana. Porque todos sus pensamientos, palabras y acciones eran para
agradar a su líder y único pastor. Por causa de su nombre, entregaron con alegría sus vidas a la muerte
temporal. No buscaron un reino de paz terrenal en este mundo, sino, como verdaderos peregrinos,
viajaron rumbo hacia la patria eterna y celestial, sabiendo bien y habiendo experimentado que los que
quieren vivir piadosamente, tendrán que sufrir persecución.

En el último día, el crucificado Jesucristo aparecerá con sus poderosos ángeles en las nubes del cielo
como Todopoderoso, victorioso y glorioso rey, para tomar venganza de todos los que no han conocido
a Dios, ni han obedecido su evangelio, para ser glorificado con todos los santos de Dios. Aparecerá con
todos los creyentes elegidos en la resurrección y la revelación de la gloria celestial, para ser vestidos de
ella por el poder de Cristo y heredar con Él la gloria eterna en la perfección, y poseerla por toda la
eternidad. Amén.

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