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El texto más adecuado para iniciar el recorrido resulta ser el de Ruggiero Romano,

Algunas consideraciones alrededor de Nación, Estado (Y libertad) en Europa y América


centro-meridional. Allí se observa, de manera precisa, no sólo la definición que arroja el
autor, también se vislumbra una breve historia del concepto de Estado, un viaje (realizado
desde una perspectiva general) que comienza con la etimología del término y finaliza con la
noción de Estado que tenemos en la actualidad.
Romano sostiene que la palabra “Estado” irrumpe de modo determinante en el siglo
XVI, lo que no quiere decir que, según él, exista una ligazón entre el término y nuestra
concepción de “Estado moderno”, al cual ubica cronológicamente en la Inglaterra post-
cromwelliana. Sin embargo, comprende que la palabra hace referencia a un sistema de
dominación distinto, “nuevo”, que sustituye la vieja res-publica.
El autor continúa avanzando en el tiempo: en el siglo XVIII, la idea de Nación (que
comenzó por determinar simplemente un lugar de nacimiento) triunfó con el Romanticismo,
otorgándole carácter abstracto. La Nación resultó entonces similar al alma o al espíritu, un
ente intangible que poco tiene que ver con situaciones geográficas particulares. Rousseau
identificará a la Nación con la Libertad, junto con otros autores de renombre, y este
movimiento verá su coagulación en la Revolución Francesa. Sin embargo, las sucesivas
desviaciones del proceso llevaron a la desilusión, y el nuevo concepto de Nación se ligará al
de Estado, el Estado hegeliano: “un estado que totaliza y decide sobre la base de una
rigurosa ética”, según el autor. Es decir, el ejercicio del poder sobre un territorio delimitado.
Romano toma muchas precauciones al hablar de los distintos conceptos trabajados
en el texto: los define bajo parámetros históricos, realiza un recorrido histórico del uso y
significado de la palabra, no intenta hacer encajar la definición de “Estado moderno” en
períodos ajenos al que le corresponden al término.
El texto siguiente vio la luz en el siglo XXI: Schaub, en el año 2004, retoma lo
investigado por Romano en 1987. En Sobre el concepto de Estado, el autor sostiene que el
Estado “se refiere a un conjunto unitario -aunque compuesto- de instituciones reguladoras
de la vida social”1. Además, agrega tres rasgos diferenciales: abstracción, continuidad,
voluntad.
Ahora bien, ¿dónde radica la diferencia (si es que esta existe) con respecto al autor
anterior? El problema que surge es que Schaub brinda una definición de lo que nosotros
conocemos como “Estado moderno”, la definición contemporánea de Estado, y se pregunta
(al igual que muchos otros historiadores) si esta categoría de análisis es útil para analizar
realidades pasadas. Además, explica que una especie de solución provisional a la que
acuden los historiadores es agregar un calificativo a la palabra “Estado”, para poder hablar
de “Estado feudal” o “Estado clásico”, por ejemplo.
Sin embargo, encuentra obstáculos al llevar su herramienta de análisis a las distintas
realidades históricas. En los sistemas monárquicos de Antiguo Régimen la persona del rey
posee el monopolio de la voluntad, pero los resultados no son favorables si se quiere
encontrar abstracción y continuidad en el sistema. Por otro lado, las constantes quejas de
los súbditos que poseen gobernantes residentes en lugares lejanos nos dan la pauta de que
la persona física del rey era imposible de suplantar, dice Schaub. A raíz de estos
testimonios, se comprende que la fuerza de la abstracción del Estado era inexistente. Por
último, el problema de la continuidad se torna un poco más complejo: si bien el
ordenamiento jurídico o sistema de derecho goza de perennidad, es un espacio ajeno al
accionar del rey. La legitimidad teológica-jurídica o técnico-positiva, es decir, la tradición del

1
Schaub, 2004.
imperio, se rige por un camino distinto al imperio en sí. Schaub explica que hay una
vinculación entre la tradición y el imperio, pero que no son una misma cosa.
El autor no reconoce sistemas de dominación, dentro del espectro de los distintos
gobiernos monárquicos, en los cuales confluyan los tres rasgos diferenciales que, según él,
posee el Estado: voluntad, abstracción, continuidad. Llega a la conclusión de que no se dan
las “condiciones empíricas -y ni siquiera teóricas- para que los tres rasgos (...) coincidan
institucionalmente”2. Esto es un punto de encuentro entre los distintos autores de la tercera
unidad, pero no para todos.
Garabedian sostiene que el Estado moderno “surge y se desarrolla en Europa, a
partir del siglo XIII y hasta finales del siglo XIX”3. Sin embargo, pocos párrafos después de
esto, explica que iniciará su recorrido explicativo a partir del siglo XV, momento en el cual
los ya conformados Estados europeos buscan expandirse territorialmente. La guerra es el
motor de crecimiento y, por lo tanto, complejización, del sistema de dominación, desde su
perspectiva. Además, menciona que los reyes tenían una relación nominal con la población,
entre ellos figuraban una serie de “intermediarios” que, a cambio del pago de tributos al
monarca, recibían la libertad para administrar sus territorios.
Hasta el momento no hemos salido de la introducción del texto. Se ha mencionado
varias veces la palabra Estado, aunque el autor no se molestó en brindarnos una definición,
que aparece recién en el segundo apartado del artículo. Cerrando la introducción, decide
explicar las diferencias entre el Estado moderno y los anteriores: la progresiva
centralización del poder, la conformación de una burocracia profesional y un creciente poder
de secularización. Ahora bien, teniendo en cuenta estas cuestiones, ¿sigue siendo válido
hablar de Estado a partir del XIII? Schaub no estaría de acuerdo, por ejemplo, Romano
tampoco. Las diferencias son muy importantes como para pensar que podrían aglutinarse
realidades tan distintas bajo la órbita de un mismo concepto.

2
Schaub, 2004.
3
Garabedian.

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