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Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales

Escuela de Psicología
Análisis y producción de textos
Raudelio Machín

PARTO HUMANIZADO
“Aportación del campo psicoanalítico para la mejora de la calidad de atención”

Matías Gutiérrez
Romina Inostroza

Junio 2018
Introducción
En el presente trabajo a través de una búsqueda bibliográfica, se pretende profundizar
respecto al parto humanizado en relación a algunos conceptos psicoanalíticos, que permitan pensar
el parto o nacimiento como una experiencia subjetiva que posibilita la puesta en escena de la
materialización de los deseos y expectativas de los padres, sin coartar la experiencia libidinal de
estos. Lo mencionado permitirá pensar además, cómo es la relación de continuidad que se establece
para las mujeres en el proceso de parto y cómo esto está mediatizado por formas socioculturales
de entender los derechos de las mujeres, la violencia obstétrica y el uso más frecuente de ciertas
intervenciones a la hora del nacimiento.
La idea respecto a lo anterior, es poder darle un sentido a esta profundización teórica,
sentido que estaría orientado a pensar o reflexionar sobre la posible aportación del campo
psicoanalítico para la mejora de la calidad de atención, vale decir, pensar cómo los elementos
teóricos que entrega la literatura, pueden ser ejercidos empíricamente en este particular.
Esto no podría ser comprendido, sin antes hacer una pequeña introducción de algunos
antecedentes históricos, además de describir y definir lo que se entenderá por parto humanizado.
La Organización Mundial de la Salud (OMS-2015) describe 16 aspectos fundamentales
para entender el parto humanizado, todos estos tienen como base el principio de que cada mujer
posee el derecho de recibir atención prenatal apropiada, dado que, ella tiene un papel fundamental
en todo el proceso de atención, planeación, realización y evaluación de este, donde los factores
sociales, emocionales y psicológicos son decisivos para una atención adecuada. Algunas de las
principales prácticas recomendadas por la OMS son: permitir que las mujeres tomen decisiones
acerca de su cuidado, acompañamiento continuo durante todo el proceso, libertad de movimiento
durante el trabajo de parto, permitirle tomar líquidos y alimentos, restringir el uso de
medicamentos y anestesias, como también la cesárea, entre otras.
Por otra parte, en términos históricos, según Biurrum-Garrido y Goberna-Tricas (2013), el
parto siempre ha requerido de atenciones de un tercero, la figura de la matrona es la que se ha
encargado de llevar a cabo dicho proceso, manteniendo idealmente una actitud no invasiva.
Si bien en el periodo de la época clásica y medieval los médicos comenzaron a intervenir
en partos que implicasen un riesgo, no es hasta el siglo XVII que la intervención médica se
establece, debido a la incorporación de cirujanos plásticos, iniciando así, junto al procedimiento
de fórceps, el inicio de la tecnificación en el parto. A partir del siglo XIX se han elaborado formas
mecanicistas de la salud, las cuales se han aplicado a la atención sanitaria, obteniendo como
resultado, que el proceso del parto sea atendido en hospitales en casos complicados, donde la mujer
se visualiza como enferma, y por ende necesitada de atención médica. Finalmente, los autores
también señalan que posterior a la Segunda Guerra Mundial (siglo XX) la medicalización de los
servicios de maternidad pasan a ser un fenómeno global, trasladándose en la segunda mitad del
siglo XX del interior del hogar a la sala de hospital. De esta manera se va imponiendo un modelo
dominante de la medicina, en el cual la mujer pierde control sobre su cuerpo, debido a que, desde
la gestación se comienza a visualizar una mirada fundamentada en un modelo tecnocrático,
paternalista y autoritario.
Es por lo anterior, que las autoras a las que se ha hecho referencia, proponen la necesidad
de definir el concepto de humanización de parto, siendo este un concepto ampliamente abordado
y considerado un término polisémico, no obstante que se basa transversalmente pese a sus
diferencias en tres aspectos centrales, estos serían: convertir a la mujer en el centro de la atención,
facilitarle apoyo emocional y prestarle una atención clínica fundamentada en la evidencia
científica.
De esta manera, se respetaría la posición de la mujer-madre, como sujeto de derecho, al
cual se debe respeto, información y participación. Desde esta premisa, se hace posible pensar en
aquellos aspectos inconscientes del sujeto que se ponen en juego durante toda la experiencia que
implica el proceso de parto, y por ende, poder hipotetizar sobre cómo el parto humanizado puede
formar parte de una vivencia subjetiva y personal que permite el despliegue de las fantasías y
deseos por medio del cuerpo de la madre, cuerpo libidinal que no puede separarse, más que
artificialmente, del cuerpo fisiológico. Esto quiere decir, que el cuerpo será comprendido como un
entramado único de psique-soma, que requeriría de una atención igualmente única según sus
demandas y necesidades.
Esto será desarrollado teóricamente en relación a algunas nociones antropológicas y una
más extensa discusión desde el campo psicoanalítico.

Desarrollo
En el artículo de García, E., Guillen, D., y Acevedo, P. (2010), se habla y desarrolla la idea
de que la experiencia de parto se relaciona fuertemente con el impacto de las situaciones que giran
en torno a los diversos momentos que vive y experimenta la mujer. Aquí se fortalece la idea de
tener un trabajo de acompañamiento de calidad, con respeto y dignidad hacia la mujer, debido al
derecho natural que esta tiene, y se puede pensar ha sido pasado por alto en el trabajo de parto
“tradicional”. Lo que propone principalmente el artículo, es el hecho de humanizar la atención,
más allá de mejorar algún tipo de técnica, sino que, poder comprender el desarrollo individual y
subjetivo que cada mujer está viviendo con su bebé y no mecanizar dicho proceso.
“Los profesionales de la salud que atienden el trabajo de parto deben analizar y reflexionar
sobre el impacto físico y psicológico de sus actitudes e intervenciones sobre la mujer, ya que la
humanización no implica solamente acciones para mejorar la calidad de la atención” (García, E.,
Guillen, D., y Acevedo, P., 2010, p. 154), lo anterior significa que es una atención centrada en la
mujer, vale decir, que no sea el profesional a cargo el protagonista, por tanto la mujer es la persona
central del proceso, es quien toma las decisiones y por la cual se debe velar para que no se
comprometa su vida, adquiriendo un carácter personalizado en todo momento; lo que pudiese ser
posibilitado a través de la asesoría, el cuidado personal y acompañamiento constante desde el inicio
del embarazo.
Por otro lado, en el artículo de García, D. (2010), se presenta un análisis teórico de los
conceptos de embarazo, parto y puerperio, a partir de cómo han repercutido las diferencias e
inequidades históricas entre hombres y mujeres, en relación a la falta de protagonismo y la poca
autoridad de las mujeres -y sus familias- durante este proceso. Por lo tanto, el desarrollo de una
maternidad y paternidad responsable implica la concientización y la implementación de una mayor
incorporación en cuestiones como la planificación, ejecución y evaluación de la atención recibida.
“El sistema médico oficial hegemoniza el control sobre los conocimientos que se refieren
al cuerpo humano, en este caso al cuerpo femenino y sus procesos fisiológicos. Control
medicalizador sobre el cuerpo de las mujeres y su capacidad reproductiva, que ha estado presente
en los últimos dos decenios” (García, D. 2010, s.p.).
La hegemonía de la institución médica entrega el poder y el control de la salud, la
enfermedad y el nacimiento, reduciendo el parto a una visión biológica y fisiológica, aislando el
acontecimiento del entorno, unificándolo, desvalorizando el sentir de la mujer por medio de la
tecnificación, donde el profesional se torna el conocedor y el único autorizado para dirigir el
proceso como lo estime conveniente. Esto a su vez, olvida la integridad del ser humano y no le
presta atención a las diversas variables en las cuales se desarrolla y transita el sujeto.
“En relación con el parto, su humanización implica que el control del proceso lo tenga la
mujer, no el equipo de salud; requiere de una actitud respetuosa y cuidadosa, calidad y calidez de
atención, que se estimule la presencia de un acompañante significativo para la parturienta (apoyo
afectivo-emocional). O sea que, la mujer sea el foco en la atención y los servicios ofrecidos
sensibles a sus necesidades y expectativas” (García, D. 2010, s.p.).
Dos ejes centrales para el progreso y el desarrollo humano en relación a la humanización
del parto, es por un lado el protagonismo de los sujetos y por otro el desarrollo que genera el
acompañamiento social y ambiental. Respecto al protagonismo, se discute que este debe ser
extendido hasta el padre, como elemento a considerar -en la humanización del parto- en paralelo
a la etapa de atención de todo el proceso. En relación al acompañamiento, este debe mantenerse
en cualquier circunstancia, siempre que la madre quiera contar con el apoyo emocional, y afectivo,
que le brinde la tranquilidad, seguridad y la confianza que necesite.
Al proponer estas alternativas de atención, se contempla a la mujer como sujeto de derecho,
lo que reduce la medicalización, entregándole la dignificación y humanización que se debe. Las
nociones respecto a la medicalización en la mujer, se establecen a partir de considerar el embarazo
como un problema de salud, por lo que se configura como una actitud normativa y controladora,
situación que atraviesa un control histórico de la mirada médica por sobre el cuerpo femenino. “A
partir de ello puede comprenderse la importancia de la medicina en la constitución de las ciencias
del hombre: importancia que no es solo metodológica, sino ontológica, en la medida en que toca
al ser del hombre como objeto de saber positivo” (Foucault, M., 1966, p. 257)
Según Strauss, L. (1961) en la tribu de los indios cuna se cree que el parto difícil se debe a
que Muu se ha apropiado del alma de la madre, por lo que el canto buscaría encontrar dicha alma
pérdida a través de un enfrentamiento espiritual. “Se trata, entonces, de un chamán, aun cuando su
intervención en el parto no ofrezca todos los caracteres que acompañan habitualmente a esta
función” (Strauss, L., 1961, p. 212); junto a esto, el autor señala que se forma un ritual muy
abstracto, cuestión por la cual se dificulta comprender la cura o el efecto psicológico, pero que si
se puede afirmar que el canto corresponde a una manipulación psicológica, dado que el chamán
no toca el cuerpo ni le da remedios. Cabe mencionar, que este canto solo se desarrolla en casos
dificultosos y problemáticos según lo determine la partera.
Levi Strauss en relación a lo señalado, busca distinguir el objetivo del ritual y a que se debe
su eficacia, menciona que:
“La técnica del relato busca, pues, restituir una experiencia real; el mito se limita a sustituir
a los protagonistas. Estos penetran en el orificio natural, y puede imaginarse que, tras toda esta
preparación psicológica, la enferma los siente efectivamente penetrar. No sólo ésta los siente; ellos
«despejan» —para sí mismos, sin duda, y para encontrar el camino que buscan, pero también para
ella, para hacerle «clara» y accesible al pensamiento consciente la sede de sensaciones inefables y
dolorosas— el camino que se disponen a recorrer.” (Strauss, L., 1961, p. 218).
Por lo que el objetivo del ritual correspondería a poder ligar las experiencias que se han
vivido (la del acto sexual y de los dolores presentes), y su eficacia se debe a la actualización
ritualista de un relato mítico que procura a través del canto lograr lo anteriormente descrito,
personificando los dolores, nombrándolos y presentándoselos a la mujer para que pueda
incorporarlos consciente o inconscientemente.
La cura en esta intervención estaría por tanto, orientada a hacer pensable la situación y
aceptar los dolores que el cuerpo experimenta como propios. Además, Levi Strauss recalca que
pese a que la mitología no responde a una realidad objetiva, la enferma y la sociedad creen en
dicha intervención sin dudar. “el chamán proporciona a la enferma un lenguaje en el cual se pueden
expresar inmediatamente estados in-formulados e informulables de otro modo” (Strauss, L., 1961,
p. 221). Esta expresión verbal a su vez permite poder ordenar psíquicamente la experiencia actual
y reorganizar el sufrimiento de la mujer.
Respecto a este capítulo de Levi Strauss, Gonzáles Requena (2009), hace una revisión
crítica a partir de una argumentación de la teoría de lo simbólico y una reconsideración de los
mitos, en relación a cómo opera su función simbólica, dado que construye y estructura
subjetividades. En este texto, se hace una relación entre “el coito y el parto”, señalando que “todo
parece indicar -pues de lo contrario el conjunto de la intervención del chaman carecería de sentido-
que en ella se manifiesta una resistencia inconsciente a aceptar, en lo concreto de su experiencia
vital, esa relación” (Gonzáles, J., 2009, p. 17).
Lo anterior, relata como el chamán es quien permite dicha eficacia y funciona como efecto
de ligadura experiencial, reemplazando el lazo simbólico que anuda ambas experiencias en la
mujer, y así poder sobreponerse (mejorarse). La intervención simbólica del chamán, homologaba
a la posición del médico, se torna fundamental en estos partos difíciles, debido a que la carencia
simbólica es la que ha llevado a la mujer a esa dificultosa situación; cuestión por la que se requiere
de la persona del chamán, ya que el carácter no simbolizable o inefable de los dolores, pueden ser
integrados en la realidad, a través de su intervención.
Se torna fundamental considerar la eficacia de las palabras del chamán, debido a que en
sus palabras es donde se encarna la eficacia de la intervención, siendo la herramienta principal que
buscará por un lado que la mujer pueda aceptar su condición -de mujer- y como se mencionaba
anteriormente poder ligar sus experiencias. Ahora bien, se señala que no son cualquier palabras
las que se relatan o narran a través del ritual, ya que, no han sido igual de eficaces algunos discursos
similares o comunes por los indios cuna. Deben ser palabras que permitan la asunción de la mujer
a su condición como tal, una eficacia de signos ofrecidos en el momento oportuno, entregadas en
un acto de donación simbólica, un discurso que le entrega una temporalidad y continuidad de
sentido al sujeto, una vía de configuración de su deseo convirtiéndolo en acto a través del rito.
Lo señalado, queda mejor descrito al decir que:
“Mientras que en ese tejido de deseos articulados que es el inconsciente no se halle presente
el deseo de ser mujer, de estar embarazada, de tener un hijo. Y porque, después de todo, rechaza
esa herida narcisista que es la vía inevitable para la asunción de su identidad –es decir, de la
diferencia– sexual, solo puede vivir las sensaciones que acompañan al proceso biológico que
padece como dolores extraños, incomprensibles que la asaltan con la brutalidad ciega de lo real”
(Gonzáles, J., 2009, p. 20).
A partir de lo mencionado, es posible dar lugar al papel que las teorizaciones
correspondientes al campo psicoanalítico, pueden tener al momento de pensar y problematizar el
parto, teniendo a la base la concepción de parto subjetivo, que se manifiesta a través de un cuerpo
hablante, donde se ponen en escena aspectos inconscientes de la mujer-madre. Esto quiere decir,
que en el momento del parto (al igual que cualquier otro) se despliegan fantasías inconscientes por
medio de la actualización de sus propios deseos.
En base a esto, Freud, S. (1914) señala que: “el analizado no recuerda, en general, nada de
lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción, lo
repite, sin saber, desde luego que lo hace” (p. 152). De esta manera, es posible extrapolar esta idea
a la vida en general, y en este caso particular, al proceso de parto que vive la mujer; proceso en el
que se conjugan y reeditan mociones pasadas por medio del acto de parir, hay algo en esta
experiencia presente que se repite a nivel inconsciente y del cual es importante tomar conocimiento
al momento de pensar el concepto de parto humanizado.
A partir de lo anterior, es necesario aclarar que si bien, no se considera a la mujer
parturienta como enferma (en este trabajo), en comparación con el analizado al que hace mención
el autor, el sujeto entendido a partir del inconsciente, no puede separarse de este, es decir, sus
dinámicas particulares se manifiestan constantemente en su vida, su actuar o padecer, o
simplemente su posición inconsciente, es por esto que es posible pensar la repetición en acto de
experiencias pasadas más allá del espacio que entrega el análisis clásico.
Continuando con los aportes de Freud, S. (1925), en relación a la diferencia anatómica de
los sexos, plantea que la niña pasa por un proceso pre-edípico de ligazón con la madre, momento
que debe terminar con el cambio de objeto hacia el padre para dar lugar a la femineidad. De esta
manera, la niña pequeña, no vivencia el miedo a la castración, pues ella ya está castrada, sabe que
hay algo que no tiene pero quiere tenerlo; sin embargo, para lograr lo que se llama Complejo de
Edipo Positivo, ella “resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo, y con
este propósito toma al padre como objeto de amor” (Freud, S., 1925, p. 274).
La mujer entonces, es presentada aquí como castrada desde el nacimiento y el autor
propone que la fantasía de poder tener un hijo del padre podría entregar el sentimiento de
completud que no tenía y así poder acceder a la femineidad por medio de la renuncia al pene. Si
se siguen estas aportaciones, es licito pensar que la mujer, a diferencia del hombre, por medio del
embarazo completa esa falta primordial, la cual se acaba con lo que se puede llamar castración
real, es decir la separación física de la mujer con su bebé, en el acto del corte del cordón umbilical.
A partir de lo anterior, la mujer (entendiendo este concepto a partir de su aparato
reproductor) pasa por un proceso anterior de relación con su primer objeto de amor, su madre, y si
se sigue la lectura de Freud, esto podría llevarla a diferentes destinos, de los cuales el hombre
estaría exento. Esto es de interés para problematizar los procesos de parto y las prácticas médicas.
“Puesto que esa fase deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que reconducimos la
génesis de las neurosis.” (Freud, S. 1931, p. 228). Esto quiere decir que, al considerar, en el mejor
de los casos, que ese periodo de ligazón con la madre, desembocó en la elección de objeto hacia
el padre, ya existiría gran material inconsciente frente al cual poner atención, como por ejemplo
en el parto, lo cual podría ser aún mucho más complejo en casos en los que la niña toma otra
dirección.
Existe en Freud, S. (1931) la idea de que con la universalización de ese carácter negativo
en la mujer, se desvaloriza la femineidad y junto con esto, la madre. Esto podría dar respuesta a
las interrogantes que surgen sobre la pasividad que comúnmente es adjudicada a la mujer y cómo
esto las pone en un lugar donde se es permitido, por ejemplo, el maltrato en las salas de parto;
donde se podría pensar que la mujer paga el precio de su deseo sexual.
Por lo tanto, como dice Freud, S. (1931), “no debiéramos pasar por alto que aquellas
primeras mociones libidinales poseen una intensidad que se mantiene superior a todas las
posteriores, y en verdad puede llamarse inconmensurable” (p. 244).
Este trabajo se desarrolla a partir de la idea de que tampoco debiese pasarse por alto, que
la mujer se configura a partir de múltiples y complejas experiencias, por lo tanto entender que lo
que se pone en escena en el parto tiene que ver con su propia historia, permitiría el espacio para la
consideración del cuerpo libidinal, como cuerpo hablante de una historia, como dice el autor,
inconmensurable.
Teniendo en consideración el hecho de que el parto es una experiencia compleja donde se
ponen en juego muchas sensaciones tanto a nivel físico como psíquico “la sobreexcitación
experimentada en la zona genital desencadena fantasías sexuales en las que el dolor y el placer
adquieren un significado”. (Zelaya, C., 2003, p. 22). La autora plantea que esto puede traducirse
en parte de un proceso que está dirigido a dar vida, en tanto acto creativo de satisfacción, como
también podría vivirse como una experiencia masoquista, donde aparecerían angustias de
desintegración producto de la separación simbiótica madre-bebé.
Como plantea Kristeva (1980) la experiencia de la separación reedita las separaciones
primordiales que han sido registradas inconscientemente, aquellas producidas con el cuerpo de la
propia madre. Esta idea permite pensar el parto como una actualización de aquellas experiencias
arcaicas que se desplegaron durante el nacimiento de esa mujer que posteriormente está pariendo,
por ende el proceso de parto está ligado a la propia relación que esa mujer ha establecido con su
madre en momentos anteriores a los registros conscientes.
Zelaya, C. (2003) recalca que el parto es una experiencia del todo movilizadora en términos
inconscientes y subjetivos, dejando al descubierto la irrupción de impulsos y ansiedades, lo que
pone a prueba los recursos yoicos y su capacidad de contención de dichas ansiedades. Es por esto,
que el ambiente se torna importante durante este proceso, en cuanto a las relaciones que la mujer
parturienta establezca con su madre, con otras mujeres, su pareja y el equipo médico, pues estas
podrían facilitar la integración de la vivencia del parto.
Continuando con la importancia del ambiente, para Winnicott, D. (1957) es fundamental
que la futura madre, tanto sana, como también enferma (en términos psiquiátricos), conozca al
médico y a la matrona que estarán a cargo de su proceso de parto; esto, el autor lo plantea como lo
más importante anterior al parto, dado que si ella no confía en quienes la atenderán la experiencia
pierde valor. La mujer entonces, tiene el derecho y la necesidad de ser informada y de contribuir
durante el parto.
“Así, a través de estos enfoques, el psicoanálisis aporta a la obstetricia, y a todas las tareas
que implican relaciones humanas, un aumento en el respeto que los individuos sienten con respecto
a los demás y a los derechos individuales. La sociedad necesita técnicos incluso en la labor de los
médicos y las nurses, pero cuando se trata de personas y no de máquinas, el técnico debe estudiar
la forma en que la gente vive, imagina y crece en cuanto a experiencia”. (Winnicott, D., 1957, s.p.)
Lo mencionado, es importante, debido a que el ambiente debería ser capaz de instruir y
contener en caso de ser necesario, de manera cercana, dado que la mujer que va a parir se encuentra
en un estado particular, donde la partera u otros profesionales, podrían volverse persecutorios,
dando cuenta de fantasías que apuntan al miedo por la pérdida de su bebé.
Rodríguez, M. (2003) señala que cuando el psicoanálisis habla de cuerpo, se refiere a cómo
la palabra y el sexo se anudan en él. Se presenta por tanto, el cuerpo de la embarazada como un
cuerpo hablante y sexual que corresponde al territorio del primer encuentro, es decir la piel de la
madre, dicho cuerpo hablante, según dice la autora, corresponde a aquel que esta investido con el
poder de dirigir un acto a otro. “No es el cuerpo que significa algo para alguien, sino el cuerpo
significante, y significante quiere decir que produce un efecto en un otro” (Rodríguez, M. 2003, p.
57). Se dice que la madre es todo para el hijo hasta que le enseña su lengua materna, por medio de
la cual da lugar a la separación. Aquello que se traspasa por medio de la palabra la constituye como
objeto perdido y buscado.
El puerperio, según la autora, es el momento que marca la retirada de la madre,
estableciendo su distancia por medio de la pérdida de sí misma, en cuanto a objeto privilegiado,
donde predomina la dicotomía entre retener-perder; lo que hace posible considerar el parto como
una experiencia compleja, que se caracterizaría por el sentimiento de ambivalencia, volviendo aún
más importante una adecuada atención de parte de quienes forman parte de esta vivencia.
Para entender lo mencionado en la práctica hospitalaria, es relevante pensar sobre cómo se
lleva a cabo el proceso de parto en el contexto institucional; en relación a esto Casal, N. y Alemany,
M. (2013) señalan que el parto en la sociedad actual, ha adquirido el lugar de patología, por lo
tanto se trata a la mujer embarazada como alguien que debe someterse a los criterios profesionales.
Proponen que el modelo biomédico en el cual se basa el proceso de embarazo, parto y puerperio,
es de estructura jerárquica entregando el saber y el poder a los equipos médicos; para esclarecer
estos enunciados, se afirman en el concepto de “violencia simbólica” propuesto por Pierre
Bourdieu y lo extrapolan a lo que ocurre en la atención del parto, para explicar que lo que ahí se
pone en juego es un tipo de violencia normalizada, donde no hay agresión física, pero si se pasa a
llevar a la mujer en sus derechos y en su capacidad de opinar e informarse sobre lo que implica
cada procedimiento; aclaran que este tipo de violencia se ejerce en complicidad con quien es
subordinado, en este caso la partera, puesto que requiere de aquella sumisión para desarrollarse.
Es por esto que se puede pensar el parto como un fenómeno social donde ambas partes
tienen un lugar definido por la cultura y por ende se hace muchas veces invisible la violencia que
los médicos ejercen y las mujeres embarazadas permiten.
Es evidente, por ende que en la sociedad actual, mientras existe el predominio del modelo
biomédico se dejan de lado otros aspectos fundamentales para la mejora de la atención, como lo
son los aspectos psicológicos y sociales.
Esto quiere decir que si bien este artículo propone pensar el lugar del sujeto deseante y su
cuerpo libidinal, considerando éste como un cuerpo hablante de aquellas marcas inconscientes; en
primer lugar se ha hecho necesario ir un paso hacia atrás y problematizar en primera instancia lo
que ocurre con la atención al parto en el contexto concreto, práctico y consciente de dicha
experiencia, debido a que, la insuficiencia del ambiente para contener y soportar las vivencias
yoicas, difícilmente podría dar lugar a los aspectos inconscientes.
Si se considera como análisis la atención biomédica del parto hospitalario, la mujer ha
estado definida como incapacitada para poder lidiar con todo el proceso que está viviendo,
situándola en una posición pasiva -de paciente-, existiendo una despersonalización o expropiación
del propio cuerpo, relegando su integridad, su desarrollo y cualquier tipo de decisión que
considere, dado que su sentir es acallado por el saber médico. El proceso de parto, que pudiese ser
vivido con mayor naturalidad o como un proceso normal, es tratado como una intervención
compleja, totalmente mediatizada por el personal médico, donde se sitúa a la mujer en la condición
de enferma, por lo que al parecer no tuviera nada que decir al respecto, dada dicha condición.
Frente a este contexto, es que la mujer en el parto hospitalario queda aislada de cualquier
red social de apoyo, impidiéndole ser acompañada, opinar o participar, debido a la concepción
biologicista y patológica del parto. Por otra parte, el cuerpo es fragmentado en función de las
diversas especialidades médicas que se ponen en juego, donde existe una jerarquización del
personal en función de su tarea y la relación con el cuerpo femenino, en este sentido se puede
pensar que cada profesional se posiciona en relación al poder que encarna en esta escena, como lo
son anestesistas, matronas, ginecólogos, entre otros, y que esto puede variar en función de si es
un parto normal o cesárea.
“Como resultado de la estandarización y rutinización del sistema, no existe un mecanismo
institucional para separar los partos normales de los que presentan complicaciones, y por ello se
tratan todos los partos con el mismo set de procedimientos” (Sadler, M., 2004, p. 11). Por lo que,
independiente de las condiciones del parto, es habitual que exista una interferencia del curso
normal de este, siempre estando la intervención como posibilidad durante el proceso. Un ejemplo
de esto es la inyección intravenosa que estimula el trabajo de parto; donde, como se ha señalado,
la mujer no es participe del procedimiento, pasando a llevar los ritmos normales y naturales de
cada mujer, estandarizando el parto en función de una cuestión meramente técnica que responde
solamente a la preparación de los profesionales.
Sadler (2004), también señala que en la atención hospitalaria hay un comportamiento
normativo adecuado al que las mujeres deben responder, el cual consiste en seguir las normas
médicas y no interferir en el trabajo del personal, no importando para nada las necesidades
individuales, la experiencia corporal, los dolores y todo lo que su cuerpo pudiese expresar.
Esta supresión de la experiencia de la mujer, podría ser comprendida en relación a la
violencia simbólica, dado que, el personal tiene el conocimiento autoritario portador de todas las
decisiones, determinaciones y empleos a ejercer, estando todos autorizados a obrar en función de
cómo lo establezcan, no teniendo la mujer el protagonismo, sino como se ha señalado, siguiendo
mandamientos, órdenes y siendo escasamente informada; internalizando las normas y siendo
cómplice de su propia subordinación, ya que, su comportamiento pudiese incidir en el trato
recibido, introyectando culpa, responsabilizándose y procurando “cooperar” en todo momento.

“La violencia simbólica se define como aquella amortiguada, insensible e invisible para
sus propias víctimas, que es ejercida esencialmente a través de los caminos simbólicos de la
comunicación y el conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento. En este sentido, los
sometidos aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de
vista de los opresores, haciéndolas aparecer como naturales, lo que puede llevar a una especie de
autodenigración sistemática, generalmente visible en la adhesión a una imagen desvalorizada de
la mujer” (Bourdieu, P., 2000, p. 12).
Para problematizar lo anterior, Clément, C. y Kristeva, J. (2000) señalan que:
“Ahora bien, puesto que habla, la mujer está sujeta al mismo sacrificio; su excitabilidad se
somete a lo prohibido, el goce de su cuerpo engendrador se traduce en la representación de una
palabra, imagen o estatua. Sin embargo, el sacrificio no logra imponerse como un absoluto capaz
de someter sin más toda la pasión. Además, las propias representaciones -cánticos, palabras,
esculturas- no permanecen en su lugar de representación, sino que se sumergen en la carne no tan
sacrificada como parecería, y la hacen resonar, llena de gozo” (pp. 24-25).
El cuerpo, la imagen y el yo, es por tanto el lugar que permitiría dar paso a las vivencias
inconscientes y es por esto que se vuelve fundamental entregar poder a la parturienta, permitirle
hablar sobre su cuerpo y poder decidir en la medida de lo posible, sobre las prácticas que se llevaran
a cabo en su cuerpo; pues se piensa que solo de esta manera podría tener espacio el cuerpo libidinal
de los padres y por ende sus deseos y fantasías en relación al nacimiento.
La autora, propone además que por medio de las puestas en escena lideradas por las
mujeres, puede observarse el hecho de que la diferencia sexual, permite la diversidad de
experiencias y discursos, donde se vuelve importante pensar en el pasado de la mujer y lo femenino
para por medio del acto nombrar y renombrar el mundo, con palabras sin descanso.
Se propone entonces, pensar a la mujer parturienta como un sujeto, que fuera de estar
enferma, se encuentra en un estado particular que no invalida sus capacidades y sus derechos, por
lo tanto se hace imprescindible que en la atención médica al parto se dé lugar al conocimiento y
decisión de esa mujer que esta por parir; nadie mejor que ella conoce su cuerpo, su historia y su
pasado, sea de manera consciente o no, todas las experiencias psíquicas se movilizan en ese
momento y por ende en la medida en que el ambiente se adapte a la singularidad de cada mujer,
más opciones hay de que se piense a las protagonistas del parto como sujetos deseantes y cuerpos
hablantes de aquello inconsciente.
A partir de lo mencionado, para los fines de este artículo, se ha vuelto interesante pensar
sobre el debate que se ha generado en base al parto humanizado de parte de los profesionales,
quienes son los que operan como principales agentes del ejercicio de la violencia obstétrica; para
esto Pozzio, M. (2016) abre la discusión sobre lo que ocurre con los ginecólogos y ginecólogas en
relación a la violencia obstétrica, la cual está tipificada como delito, pero que sin embargo se ha
naturalizado a tal punto de existir quienes se ríen de la idea de “parto humanizado”. Para dar cuenta
de esto, la autora describe tres tipos de prácticas frente al parto humanizado, donde se encuentran
aquellos que están abiertos a informarse y a ejercer lo aprendido, quienes se encuentran en una
postura intermedia y finalmente quienes se resisten por completo a la idea de practicar el parto
humanizado. Estas discrepancias, permitirían dar cuenta de las contradicciones y de las paradojas
existentes en la noción de feminización de la disciplina y a su vez el hecho de que serían las mujeres
quienes ejercerían con mayor frecuencia la violencia en el parto.
Esto adquiere importancia, al momento de pensar el parto humanizado a partir de
problemáticas relacionadas con el género y el patriarcado, temas ante los cuales la autora es clara
al decir que, el género es construido y que por lo tanto el hecho de que hayan más mujeres en la
disciplina no quiere decir que sea un espacio más feminizado necesariamente.
A pesar de lo mencionado, Pozzio, M. (2016) señala que:
“Hay una clave de entrada a la compresión de las pequeñas acciones que quizá, aunque
microscópicas, se hayan convertido en formas de vivir y transformar la aparente paradoja de ser
una mujer en el seno de una especialidad que las ha cosificado, las maltrata, pero que, al mismo
tiempo, se ha convertido en una de las más elegidas por las jóvenes recién graduadas; una forma
de sobrevivir y de transformar, de no ejercer violencia y resistirla en silencio desde la acción
individual” (p. 113).
Eso es lo que enriquece aún más la práctica, entendiendo la feminización como un cambio
configuracional desde lo material y lo simbólico del quehacer profesional; y por ende es ahí, donde
según la autora, adquiere relevancia lo que tiene que decir la antropología sobre “lo microscópico
y lo simbólico, poniendo de relieve lo que sucede en las interacciones sociales, los gestos, los
detalles” (Pozzio, M., 2016, p. 114).
Los diferentes relatos entregados por profesionales del área de ginecología que presenta la
autora, permite dar cuenta del conflicto social que se enlaza entre la práctica del parto humanizado
y los conflictos se acarrean desde el predominio de un modelo que favorece las relaciones
asimétricas de poder, dificulta el desarrollo de un parto humanizado como experiencia propia de
la mujer; sin embargo, desde otro punto de vista se vuelve interesante dar lugar al discurso de los
profesionales, quienes fuera de ser criticados constantemente, tienen mucho que decir con respecto
al tema de violencia obstétrica y por lo tanto sus opiniones vienen cargadas de sus historias y sus
enseñanzas, por ende el poner atención a ese relato, permitiría enriquecer la problemática que se
trata en este y otros artículos, dando espacio a posibles soluciones que mejoren la calidad de la
atención en las instituciones de salud, ya que como es sabido, muchas veces las prácticas clínicas
negligentes no dependen del todo de los profesionales, sino que dan cuenta de un problema más
profundo, que expone las realidades materiales en el sistema de salud, las cuales muchas veces son
insuficientes para permitir el avance del parto humanizado como ejercicio principal.

Conclusiones
Finalmente, luego de profundizar respecto al parto humanizado en relación a algunas
nociones antropológicas y a algunos conceptos psicoanalíticos, se procurará pensar algunas
cuestiones esbozadas en el comienzo. Si bien, lo desarrollado en este artículo ha sido una discusión
de lo que dicen algunos textos de antropología y psicoanálisis; esta, fue una separación artificial,
realizada para poder comprender el parto humanizado en mayor profundidad. Más que contraponer
teorías, se buscará en esta parte final poder complementar y así, esbozar conclusiones respecto a
cómo estas disciplinas entregan razones teóricas y aportaciones fundamentales para reconsiderar
diversos factores que repercuten en el parto, pensándolo en torno a la calidad de atención entregada
y porque no, a su mejora.
Si pensamos en la aportación de la antropología respecto al tema, no se puede no destacar
o señalar como importante pensar el parto como ritual, vale decir como un momento que produce
un efecto en el sujeto, por lo que se puede pensar el papel del chamán o profesional en esta cuestión
y cómo su intervención pudiese ser la que genera dicho efecto. Además, se permite pensar cómo
la experiencia individual se pone aquí en juego, a propósito de las modificaciones que pudiese
generar en algún sujeto.
La antropología si bien destaca el rito y quién está al mando de este, enfatiza en que no es
importante solo por ser una autoridad, sino que, es relevante este tercero en la escena por la
dinámica simbólica a la cual pertenece, por la importancia del lenguaje que se despliega y las
creencias culturales que la sociedad avala en su quehacer y prácticas. Si consideramos esto en el
parto humanizado, el rito podría ser pensado como el parto mismo, en el sentido de una
intervención que afecta a cada uno de los sujetos. El lenguaje estaría encarnado por todos quienes
comparten la escena y las creencias, las que determinan cómo las cosas deben hacerse; en los
indios cuna se creía en la intervención del chamán, de la misma forma en que la mujer parturienta
debería creer en el equipo médico a cargo.
Se tomará como importante la aportación de la antropología respecto a dos cuestiones, por
un lado la consideración del contexto inmediato y el lugar que se le da y que ocupa un tercero, ya
sea el chamán, el médico o cualquier profesional del área de la salud en este contexto. Por ello, se
pensará este parto como subjetivo, cuestión que permite dialogar con algunas nociones
psicoanalíticas, tales como la consideración por lo propio, lo subjetivo, la historia de los sujetos,
el narcicismo, etc. Además, considerar en este rito lo libidinal, vale decir, las fantasías puestas en
juego durante el proceso y las actualizaciones que se pudiesen dar en el parto mismo. Dicho de
otra manera, rescatar la importancia del rito y la labor del chamán, para que las nociones
psicoanalíticas posibiliten pensar mejoras en la calidad de atención.
La consideración del parto como una vivencia que moviliza las mociones pulsionales
inconscientes, en tanto reedición de las primeras separaciones que el sujeto ha vivido, genera la
necesidad de pensar en el ambiente en que la mujer va a parir, puesto que de esto puede depender
que la experiencia de parto sea menos agresiva para la parturienta.
Es por esto que como se ha señalado anteriormente, Winnicott (1957) entrega las
herramientas para pensar el aporte del psicoanálisis dentro de la obstetricia, el cual se fundamenta
en la idea de un ambiente sostenedor, que pueda prestarse como facilitador de las experiencias que
ahí se expresan a nivel consciente como también inconsciente.
Cabe destacar, que al hablar de ambiente se vuelve muy importante el papel de los
profesionales y las parteras para la mejora de la atención en el parto, pues estas debiesen estar
instruidas sobre las diferentes dimensiones de las personas que asisten a la sala de parto, a la vez
de considerar a la mujer como quien puede decidir, y contribuir a su proceso; en este sentido
Winnicott (1957) entrega gran relevancia al hecho de que la mujer que va a parir, haya generado
una relación, anterior al parto, cercana con sus médicos y asistentes, ya que como se puede
observar, esto permite y contribuye a que el ambiente favorezca el despliegue de una buena
experiencia en vez de coartarla.
Si bien la antropología y el psicoanálisis, nos enriquecen teóricamente con diversas
nociones, ya sea por separado o en conjunto, se ha podido ver que hay cuestiones que se repiten y
por tanto, trascienden sus diferencias epistemológicas. Por un lado, la antropología enfatiza la
importancia de la eficacia del rito, como un proceso o momento que permitiría darle continuidad
o ligazón a la experiencia, cuestión que se lee muy similar en el psicoanálisis, en relación a pensar
el parto como una reedición de algo, cuestión que es discutida en función del enfoque teórico, pero
que sostiene que existe ahí la posibilidad de tramitar, cambiar, repetir, elaborar, etc. Pues, como
se infiere a partir de los postulados de Kristeva, J. (1980), el parto sería una reedición de aquellas
experiencias arcaicas de la mujer que está por parir; aludiría en este contexto a la experiencia de
la separación primera de esa mujer con su madre.
También se ve en común, la relevancia que adquiere la cultura en la antropología, vale decir
el contexto inmediato y las creencias que se sostienen; y en el psicoanálisis el ambiente, como
facilitador de confianza, de respeto y posible despliegue libidinal en la experiencia.
Ahora bien, se puede ver que la discusión entre disciplinas e incluso dentro de una sola,
tiene variadas formas de pensar cómo sería la mejor comprensión o ejecución del parto, ya sea por
la consideración de cuestiones culturales, personales, subjetivas, políticas, etc. Pese a esto, el gran
desarrollo de ideas teóricas que justifican y sostienen un cambio, no vienen necesariamente de la
mano con una implementación de esto en materia de intervención, de desarrollo de políticas
públicas, de una actualización respecto a teorías científicas, de una modernización de las creencias
socioculturales que se sostenían en el pasado, y un montón de otras cuestiones que se han puesto
en juego y a las que es necesario retornar para pensar este problema clínico en su totalidad, y no
reducirlo solamente a una práctica más beneficiosa, o más sana, sino pensar, porqué se hace en
términos obstétricos lo qué se hace y que ayude a reflexionar respecto a cuáles son las alternativas
o vías posibles para cambiar esta cuestión.
Por lo anterior, se vuelve fundamental recordar que el parto en lo histórico se ha visto
mediatizado por las instituciones, lo que ha devenido en una tecnificación y banalización de este
como proceso. Esto, permite dar cuenta de cómo la escena del parto responde a un contexto, a una
sociedad, a una época donde se busca patologizar un proceso normal y natural de la vida de los
sujetos, viendo este escenario como un dispositivo del cual se puede tener gran poder y control.
Con esto, se pretende y propone necesariamente pensar críticamente las formas socioculturales
que se sostienen, ya que por un lado la cultura es la que determina estructuralmente estos
procedimientos, pero también individualmente, teóricamente, profesionalmente, ya que desde lo
anatomopolítico se reproducen estas relaciones de poder en el contexto obstétrico.
Este análisis, posibilitó complementar las visiones y entender la implementación del poder,
ya sea, anatomopolítico o biopolítico y pensar cómo ambas pueden hacer algo respecto al tema y
no esperar que por un lado las políticas públicas se cambien, ni creer que las personas comenzaran
por si mismas a hacer las cosas diferentes, por ponerlo de alguna mezquina manera en contraste.
Para esto, se nos torna como prioridad preguntarnos por ¿Cuál es el lugar de la mujer en relación
al parto, cómo es y cómo queremos que sea? ¿Qué sucede con la violencia obstétrica, hasta qué
punto será una acción tremendamente naturalizada y empleada? ¿Qué intervenciones serán las más
adecuadas, será el problema lo que se hace o cómo es que esto se lleva a cabo?
Para pensar estas interrogantes, se cree importante considerar la definición de parto
humanizado, dado que, este es un concepto polisémico, ampliamente abordado en la literatura
médica, sin embargo, se pueden apreciar cuestiones en común en las diferentes definiciones, esto
serían los aspectos centrales de atención, señalados por Biurrum-Garrido y Goberna-Tricas (2013),
la que estaría pensada sobre la idea de que la mujer pueda decidir, participar (ser el centro de la
atención) y recibir acompañamiento, como también que las teorías científicas -y su actualización-
avalen las prácticas que se emplean. En este sentido, cuando se señala a la mujer como el centro
de dicha atención, se debe pensar en el lugar que ocupa la mujer, ya que repercutirá en el tipo de
intervención que se lleve a cabo. Por lo que surgen preguntas respecto a ¿Se deben modificar las
intervenciones en la mujer o debe ser modificado el lugar que ocupa esta?, pensando que repercute
de una u otra manera, ¿cómo pensar el parto críticamente y no seguir reproduciendo modelos
apolíticos de intervención que solo sostienen violencia?
Respecto al punto del acompañamiento, tanto la antropología como el psicoanálisis
entregan diferentes nociones teóricas de como comprender esto. Por otro lado, en lo que concierne
a la atención clínica fundamentada en la teoría, se vuelve importante considerar la función que este
tercero adquiere, dada la importancia de la palabra en su intervención, de propiciar procesos
comunicacionales, pues es quien informa y permite la participación; cuestión que hoy en día recae
totalmente sobre los profesionales.
En lo que respecta a los profesionales, pensándolos como principales agentes de violencia,
tienen una posición ejecutora fundamental de la violencia simbólica y la violencia obstétrica. La
primera, como se ha señalado está normalizada y la vemos en el parto a propósito de la precaria
comunicación, información y conocimiento propiciado. La violencia obstétrica como se
mencionó, tendría que ver con un delito naturalizado, en función de las relaciones asimétricas
validadas por el sistema médico. Además, existe una complicidad de subordinación, situación de
poder mutuamente sostenida, donde si bien el médico ejerce dicho poder, la embarazada lo acepta
y permite, ya que pudiese influir en el trato recibido.
Por esto, sus opiniones, experiencias y prácticas, se cree que serían un tema de
investigación futura muy interesante, que permitiría sortear otras barreras que se han encontrado
en el estudio de lo que implica la violencia obstétrica, el parto humanizado y la consideración del
cuerpo hablante, en tanto cuerpo de un inconsciente inabarcable tanto para el sí mismo, como para
los otros; dado que no debe olvidarse que aquellos que ejercen la violencia, presentan también
deseos y fantasías inconscientes que problematizan sus vivencias como la de todos los sujetos.
Para finalizar, ¿qué sería humanizar el parto a ojos de la antropología y el psicoanálisis -
según todo lo anteriormente desarrollado-? Se podría concluir que el psicoanálisis promueve la
consideración del caso a caso, por lo que humanizar el parto tendría que ver con respetar las
diferencias de las mujeres parturientas, adaptando el proceso y la intervención a cada singularidad.
A su vez, posibilita pensar a la mujer desde diversas perspectivas teóricas, orientadas a
explicar cómo es o sería su constitución psíquica y la importancia de su historia en esto, lo que da
cuenta de la relevancia del trato recibido, y de cómo este repercute en sus vidas, dado que diversos
autores afirman que algo se reedita. Esto permite pensar lo negativo que es para los sujetos la
universalidad del procedimiento y la intervención, dado que anula toda intención, deseo, escucha,
historia y subjetividad.
Si bien, este recorrido bibliográfico nos muestra lo crucial que es el contexto inmediato y
la intervención en el momento oportuno, se cree que la práctica institucional actual, en su mayoría,
imposibilita o no considera lo que el psicoanálisis aborda; centrando su atención en la
estandarización del parto y su técnica, al ser la intervención siempre una posibilidad del quehacer
médico.
Diversos factores externos a la mujer, la incorporan en tanto cuerpo, cosificado, a tal punto
de objetivación que es fragmentada, donde diversos profesionales la asisten por partes según su
especialización. Por ende, según lo expuesto, se vuelve fundamental prestar la escucha al proceso
de parto institucional actual, para promover mejoras que se dirijan hacia la calidad de atención en
todas sus aristas.

Buen trabajo, interesante recorrido teórico.


Sugiero, mayor especificidad en la discusión de lo que les interesa y mayor síntesis en lo
colateral.
Dejar para las conclusiones sólo sus consideraciones, el resto para la discusión teórica.
Revisar algunos elementos de la redacción y la lógica discursiva general del texto.
Nota: 6,5

Referencias
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