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¡Adorado sea el Santísimo Sacramento! ¡Ave María Purísima!

El adorador nocturno, llamado a la santidad.

E
n el tema pasado reflexionábamos sobre el llamado que Dios nos ha hecho a cada uno a ser adoradores
nocturnos. Pero este llamado no es sólo para establecer relaciones sociales de pertenencia a un grupo,
sino que es un llamado radical que cambia toda nuestra concepción de la existencia y le da un nuevo
sentido a nuestras vidas. Es el llamado universal a la santidad.

Todos y cada uno de los adoradores nocturnos somos constantemente llamados a la santidad: “Sed santos,
como vuestro padre del cielo es santo” (Mt 5,48). Lo que sucede es que este llamado suele pasar desapercibido
para nosotros. Es como si nos conformáramos simplemente con cumplir los requerimientos mínimos de
nuestra asociación sin poner toda nuestra atención en esta vocación a ser santos.

El llamado a la santidad es personal y es diferente para cada uno, porque cada quién ha de ser santo en su
propia realidad individual.

Podemos nombrar muchos santos cuyo testimonio la iglesia nos pone de ejemplo para inspirarnos en este
itinerario espiritual. “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos,
despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante” (Hb 12, 1) Sin embargo, no pocas ocasiones estos hombres y mujeres nos parecen de una talla tan
extraordinaria que los vemos muy lejanos a nuestra realidad personal, y nos sentimos incapaces de llegar a
ser como ellos. ¿Cómo podré ser como el?, nos preguntamos desalentados.

Es preciso caer en la cuenta que los santos fueron hombres y mujeres como nosotros, inmersos en la sociedad
de su tiempo, rodeados de tantas tentaciones y sufriendo sus propias debilidades, igual que tú. A cada uno
Dios los llamó en su situación específica y en medio de sus errores y defectos los fue santificando así como el
barro es moldeado en manos del alfarero. (Citar ejemplos)

De igual manera, hoy, Dios te llama a ti, adorador nocturno de Jesús Sacramentado, a que seas santo. Te llama
por tu nombre, porque te conoce desde siempre, mejor que nadie, y te pide algo posible: ser sencillo con lo
que posees.

Muy seguramente en nuestra comunidades hay hombres y mujeres santos, pocos o muchos. Invisibles, no
reconocidos, precisamente porque los santos no desean el reconocimiento ni aplauso del mundo, sino la gloria
de Dios. Son personas que a su modo, en sus actividades cotidianas y en sus roles ordinarios, han transformado
sus familias, sus grupos de oración o catequesis. Lo han hecho no con grandes y aparatosos portentos como
los superhéroes de televisión; sino con su sencillez, su silencio, constancia, fidelidad y esperanza firme que los
sostiene y alienta a quienes los rodean.

Reflexionar esto nos hace caer en la cuenta de que existen santos de altar y santos de vecindario. De manera
que también tu cabes en el número de los santos, no es cosa imposible, es algo posible, solo tienes que
atreverte a dar el paso. ¡Atrévete a ser santo!

Para el crecimiento en la vida espiritual es preciso atender a las etapas de la santificación en nuestra vida,
independientemente de nuestra condición.

1. Hacer consciencia del llamado de Dios


2. Discernir el camino que he de tomar
3. Sacar a la luz nuestros talentos personales
4. Reconocer a Cristo en mis hermanos
5. Ser testigos de Cristo
¡Adorado sea el Santísimo Sacramento! ¡Ave María Purísima!

Como hemos visto, el primer paso es hacer consciencia de esta vocación a la santidad. Piensa para tus
adentros qué tan consciente eres de que Dios te ha creado para ser santo. Hoy, en tu presente, en este preciso
momento y lugar, Dios te llama a la santidad. ¿Soy consciente de esto? ¿Cómo puedo yo ser santo? ¿Qué debo
hacer y qué estoy haciendo? ¿Cómo estoy viviendo mi camino a la santidad?

Recordemos lo que Dios nos dice en su Palabra a través del profeta Jeremías (1, 5). “Antes que te formaras
dentro del vientre de tu madre, antes de que nacieras te conocía y te consagré. Para ser mi profeta de las
naciones, te escogí”. No debes pasar por alto que Dios tiene un plan para ti. Desde antes de que nacieras él
ya te había consagrado para ser su adorador nocturno, y lo hizo con el único propósito de santificarte, porque
tú has sido creado por Dios para ser santo.

Por ello, no debemos ver la santificación de nuestras vidas como algo imposible o lejano. La santidad no está
lejos, está más cerca de lo que pensamos, creciendo con pequeños gestos que hacen de las cosas ordinarias,
signos de la obra de Dios; pasitos pequeños pero constantes:

 “No hablaré mal del que me hace daño”


 “No pensaré mal del que me decepciona”
 “Cuando el otro esté de mal genio, yo estaré de buen humor”
 “Seré paciente con mis hijos ante su terquedad”
 “En general, guardaré silencio siempre que mi boca quiera exaltarse contra mi prójimo”

El silencio es la virtud de los santos. Pensemos en María cada vez que se ciernen sobre nosotros toda la
angustia y desesperación de los problemas de la vida. Sigamos su ejemplo lleno de silencio, paciencia y
mansedumbre.

El camino del cristiano se hace paso a paso. Eso implica considerar que hay pruebas grandes en la vida que
exigen una conversión más profunda. Pero básicamente, se trata de hacer más perfecto lo que ya hacemos
cada día. Como se dijo de la canonización de Santa Teresita del niño Jesús, “hacer las cosas ordinarias de una
forma extraordinaria”. Pasito a pasito.

Se trata de cosas sencillas como, por ejemplo, cambiar el lenguaje para expresarnos. Dejar de decir “Hoy debo
ir a la iglesia porque me toca turno” y comenzar a decir “Mi alma arde de ganas por estar ya en el turno”,
“Mi corazón muere de amor por Cristo y con cuanto celo desea ir a celebrarle en la próxima vigilia solemne
a la que me inviten”

Si Dios es lo único que tienes, tienes todo lo que necesitas. Entonces opta por Dios, elígelo a él una y otra
vez:

Si en tu vida hay tinieblas… opta por Dios, elígelo a él una y otra vez.

Si en tu camino hay dudas e incertidumbres… opta por Dios, elígelo a él una y otra vez.

Si te frustra que te critiquen y se burlen de ti… opta por Dios, elígelo a él una y otra vez.

Si no toleras que los demás descansen mientras tú haces todo el trabajo… opta por Dios, elígelo a él
una y otra vez.

Si me hacen daño… opta por Dios, elígelo a él una y otra vez.

Si me salen mal las cosas… opta por Dios, elígelo a él una y otra vez.

Si de tantas decepciones y problemas necesitas desahogarte… opta por Dios, elígelo a él una y otra
vez.
¡Adorado sea el Santísimo Sacramento! ¡Ave María Purísima!

Ante el ruido de todas estas vicisitudes de la vida, haz silencio para oír la voz de Dios dentro de ti y así podrás
dar el paso siguiente, firme y decidido. En la tentación y debilidad, mira al crucificado y dile “Señor, soy un
pobrecillo de manos frágiles, pero tú puedes hacer tu obra, tú tienes el poder” (Cfr. Jer 1, 6). Por eso, no debes
dejar pasar la oportunidad de acudir a tu audiencia privada. La vigilia ordinaria de turno, en la solemnidad de
su silencio sagrado, siempre será un oasis de paz y de encuentro con aquél que tiene toda la fuerza y el poder
de levantarnos y reorientar nuestra vida. En el silencio del coloquio, contempla en la custodia a Su Divina
majestad y dile que te ayude a dar el paso de optar siempre por él, de elegirlo una y otra vez. Y cada vez que
en este camino te encuentres desalentado, ve a la capilla del sagrario y ora en silencio. El silencio es un sabio
concejero que revela al alma los secretos de la intimidad con Dios.

Ser adorador nocturno conlleva el privilegio de estar más cerca del corazón de Jesús, ante la majestad del
trono de Dios. Por ello siempre será un riesgo latente el de sentirse ya pagado de sí mismo. No faltarán las
ideas insanas que nos harán creernos ya logrados en el itinerario espiritual y que por tanto sea fácil no asumir
nuestra responsabilidad de seguir creciendo en la virtud. No te creas autosuficiente o soberbio, creyendo que
es por tus propias fuerzas que has avanzado hasta donde hoy estás parado. Nada es logro humano, todo es
don de Dios, es por su gracia. El amor de Cristo brota en cada uno de nosotros, sin límites ni exclusivismos. Es
un amor que hemos recibido de las horas de contemplación ante su presencia eucarística, donde Cristo nos
comparte su vida y nos fortalece para que nuestra vida muestre ante los ojos de los hombres, su poder en la
debilidad. El ejemplo de San Pablo es determinante “Todo lo puedo en aquel que me fortalece” (Flp 4, 13)
“porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10).

Los medios los tiene la iglesia. Ella nos asiste con su auxilio para salir adelante en este camino de santificación.
Teniendo los sacramentos, no se requieren de mayores cosas extraordinarias ni que en ella caminemos dando
grandes saltos, sino pequeños. La santidad se consolida avanzando paso a pasito.

Hermanos que han sido valientes a formarse en las filas de la guardia real de Jesús Sacramentado, andemos
con alegría por esta vereda de la Adoración Nocturna Mexicana, avanzando pasito a pasito hacia la santidad,
pues nos basta su gracia (Cfr. 2 Cor 12,9)

¡Más tú, Oh Señor, ten misericordia de nosotros!

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