La revalorización del campo como escenario de vida y de la tierra como
forma de riqueza explica la estructuración de la sociedad en función de las propiedades rústicas. La tendencia había sido clara desde la crisis del siglo III y lamejor prueba de ello la constituyen lasmagníficas villae de los siglos IV y V. Sin duda, la llegada de los germanos estimuló algunos repartos de tierras en las zonas en que se establecieron. Pero, en seguida, las aristocracias (romana, germana, eclesiástica) procuraron concentrar la propiedad fundiaria. Unas veces, lo hicieron en forma de grandes latifundios, atendidos por esclavos; otras, en forma de una infinidad de explotaciones medianas y pequeñas desperdigadas en una amplia extensión. Las aristocracias disponían además de competencias fiscales,militares, judiciales, anteriormente públicas, sobre sus dependientes directos e, incluso, sobre otros que, a falta de defensoresmás seguros, confiaban en ellas. Los dominios territoriales de los poderosos se fueron configurando así como verdaderos señoríos. En el otro extremo de la escala social se hallaba una mayoría de trabajadores de la tierra. Dentro de ella se encontraban esclavos, siervos y colonos. Los primeros, simples «instrumentos con voz», carecían de peculio propio, se alojaban en cobertizos comunes de cada explotación y realizaban tareas domésticas en las casas del señor o, bajo el mando de un villico o administrador, labores en los campos. Los siervos, cuyo número empezó a crecer a costa del de los esclavos, ya no eran instrumentos, sino que se les reconocía como hombres. Estaban instalados en pequeñas tenencias de carácter familiar esparcidas por el territorio de la villa o en reducidas aldeas situadas entre los campos de uno o de varios propietarios. Tenían obligación de trabajar unos cuantos días en los campos que el señor se reservaba (la reserva señorial), pero podían atender su propia explotación familiar, el manso.