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Quizá tratando de conjurar semejante escenario, los delegatarios aprobaron el artículo 22: “La
paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”, que condensa irónicamente el
carácter nominal y retórico de nuestra Carta, transmitiendo así fielmente hasta nuestros días
el nefasto proverbio colonial de “la ley se obedece pero no se cumple”.
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Para nadie es un secreto que los carteles de Medellín y Cali apostaron a la idea de que el
riesgo de ser extraditados -es decir el único riesgo de ser realmente castigados- quedara
expresamente prohibido nada menos que en la Constitución nacional. Y nadie puede olvidar
aquel 19 de junio de 1991, cuando por 50 votos contra 13 los constituyentes aprobaron la no
extradición y en esa misma tarde Pablo Escobar aterrizaba en las instalaciones de La
Catedral.
El magnicidio de Luis Carlos Galán propició la idea de la “séptima papeleta”, que a su vez
desencadenó la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente.
Y más recientemente, mediante su alianza con cientos de políticos, ese caballo de Troya
engendró la “parapolítica”, que metamorfoseó el crimen en política, consolidó el éxito
mediático de la “seguridad democrática” y contribuyó a la reelección de Uribe, además de
acelerar la adicción progresiva de las FARC al narcotráfico y sus inciertas coaliciones actuales
con las nuevas bandas criminales.
Horizonte nominal que en forma denodada y casi heroica el poder judicial de las altas Cortes
trata de convertir en realidad cotidiana ante la ausencia de actores institucionales –partidos
políticos, órganos de representación popular y autoridades democráticas– auténticamente
comprometidos con la materialización de esos derechos. Sin la Corte Constitucional y la Corte
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Suprema de Justicia, hoy no tendríamos Estado, tampoco aplicación de políticas sociales y
menos aún vigencia del Derecho, que son los cimientos de aquel Estado Social de Derecho,
aún por construir.
El actual Estado colombiano conserva cierta aura de legitimidad gracias a las elecciones pero
sobre todo a las providencias de la Corte Constitucional en defensa de la acción de tutela; la
promoción de los derechos sociales de educación, salud y vivienda, y la exigencia de una vida
digna para la población desplazada (Sentencia T-025), junto a las sentencias de la sala penal
de la Corte Suprema de Justicia depurando la política de criminales (parapolítica).
No obstante lo anterior, el Estado es objeto de una tutela internacional creciente por sus
acciones y omisiones en atender los derechos humanos del conjunto de la población, por lo
cual durante los últimos 20 años ha sido condenado en más de 10 ocasiones por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos y está bajo la atenta mirada de la Corte Penal
Internacional.
Discursos y programas que canalizan en las urnas -y también en las tumbas (trincheras,
minas antipersona, fosas comunes, “falsos positivos”)- bien sea a través del clientelismo, la
corrupción, la coacción violenta o el ilusionismo mediático del marketing electoral, desde las
necesidades más apremiantes de la población pobre y marginada (pan, empleo, salud y
seguridad), pasando por las esperanzas e ilusiones democráticas (legalidad, confianza y
transparencia) y de comodidad (movilidad, espacio público y recreación) de sectores de la
clase media citadina, hasta la codicia rabiosa y revanchista de los defensores a ultranza del
statu quo (“seguridad inversionista” y “derrota del terrorismo”), legitimando así con sus votos
dicho régimen electo-fáctico cada cuatro años con menos del cincuenta por ciento de
participación del censo electoral.
Razón tenía don Miguel Samper cuando en el siglo XIX, a propósito de las Constituciones,
escribió: “Al leer tantas Constituciones como las que se expiden en estas tierras, se nos
ocurre que en vez de tantos libros consultados para elaborarlas, convendría empapelar los
salones de las Cámaras con los cartelones en los que el Doctor Brandreth recomendaba sus
píldoras con un aforismo tremendote: ´Constitución es lo que constituye, y lo que constituye
es la sangre´ sea la que se derrama a torrentes en la guerra, o la que queda en las venas de
los señores que legislan, inficionada por los odios, la sed de venganza y la vanidad” [2].
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*Politólogo de la Universidad Javeriana de Bogotá. Profesor Asociado en la Javeriana
de Cali.
Socio de la Fundación Foro por Colombia, Capítulo Valle del Cauca y publica en el
blog: calicantopinion.blogspot.com
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