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Parto Humanizado y Experiencia subejtiva

Trabajo en avance.
Autora: Lic. Romina Inostrosa
Prof. Guía: Dr. Raudelio Machin
En el presente trabajo a través de una búsqueda bibliográfica, se pretende profundizar respecto al
parto humanizado en relación a algunos conceptos psicoanalíticos, que permitan pensar el parto o
nacimiento como una experiencia subjetiva ¡!
(Esta es otra idea, que especifica la anterior) que posibilita la puesta en escena de la
materialización de los deseos y expectativas de los padres, sin coartar la experiencia libidinal de
estos. Lo mencionado permitirá pensar además, cómo es la relación de continuidad que se establece
para las mujeres en el proceso de parto y cómo esto está mediatizado por formas socioculturales
de entender los derechos de las mujeres, la violencia obstétrica y el uso más frecuente de ciertas
intervenciones a la hora del nacimiento.
Se tomará como eje principal, el contexto socio-cultural actual, donde las nuevas técnicas
y avances médicos al servicio del parto, generan a la vez un nuevo concepto de mujer. Es decir, en
la búsqueda de la sociedad actual por?? dar lugar a lo femenino, se constituye la mujer como
concepto, lo que tiene diferentes implicancias en los diversos ámbitos de la vida y por ende,
también en el parto y como éste se piensa a partir de lo humano, con el propósito de re-humanizar
una experiencia que de por sí es humana. ¡!
Lo anterior, se fundamentará por medio de los conceptos que entrega el psicoanálisis para
pensar al sujeto, como sujeto de deseo inconsciente y a través de algunas nociones antropológicas
que permiten ligar las experiencias inconscientes por medio del rito, entendiendo éste, como rito
simbólico que entrega la posibilidad de integración de la experiencia de parto ¡!. Lo anterior, tiene
lugar en la medida en que ambos campos consideran la importancia de la dimensión simbólica
como eje fundamental de la experiencia que implica el nacimiento (no toda la antropología, más
bien la estructural, y cierta tendencia de la postmoderna –revisar C. Geerts y J.Clifford-, teniendo
en cuanta que ahí se pone en juego el sujeto en su totalidad, es decir se expresa más allá de la
dimensión concreta y consciente que importa a la medicina tradicional.
Por otra parte, se hará una reflexión sociológica ¿? (no creo necesaria, ni rigurosa esta
especificidad, la reflexión es de varios campos o disciplinas) a partir del concepto de dispositivo
para entender las relaciones de poder y cómo se instauran en la sociedad nuevas nociones de sujeto,
mujer, padres, hijos etc, por medio de la influencia de las nuevas tecnologías. Se instaura algo a
nivel social que opera más allá de lo evidente, puesto que además, moviliza deseos y constituye al
sujeto como tal en su operación.

En el artículo de García, D. (2010), se presenta un análisis teórico de los conceptos de


embarazo, parto y puerperio, a partir de cómo han repercutido las diferencias e inequidades
históricas entre hombres y mujeres, en relación a la falta de protagonismo y la poca autoridad de
las mujeres -y sus familias- durante este proceso. Por lo tanto, el desarrollo de una maternidad y
paternidad responsable implica la concientización y la implementación de una mayor
incorporación en cuestiones como la planificación, ejecución y evaluación de la atención recibida.
“El sistema médico oficial hegemoniza el control sobre los conocimientos que se refieren
al cuerpo humano, en este caso al cuerpo femenino y sus procesos fisiológicos. Control
medicalizador sobre el cuerpo de las mujeres y su capacidad reproductiva, que ha estado presente
en los últimos dos decenios” (García, D. 2010, s.p.).
La hegemonía de la institución médica entrega el poder y el control de la salud, la
enfermedad y el nacimiento, reduciendo el parto a una visión biológica y fisiológica, aislando el
acontecimiento del entorno, unificándolo, desvalorizando el sentir de la mujer por medio de la
tecnificación, donde el profesional se torna el conocedor y el único autorizado para dirigir el
proceso como lo estime conveniente. Esto a su vez, olvida la integridad del ser humano y no le
presta atención a las diversas variables en las cuales se desarrolla y transita el sujeto.
“En relación con el parto, su humanización implica que el control del proceso lo tenga la
mujer, no el equipo de salud; requiere de una actitud respetuosa y cuidadosa, calidad y calidez de
atención, que se estimule la presencia de un acompañante significativo para la parturienta (apoyo
afectivo-emocional). O sea que, la mujer sea el foco en la atención y los servicios ofrecidos
sensibles a sus necesidades y expectativas” (García, D. 2010, s.p.).
Dos ejes centrales para el progreso y el desarrollo humano en relación a la humanización
del parto, es por un lado el protagonismo de los sujetos y por otro el desarrollo que genera el
acompañamiento social y ambiental. Respecto al protagonismo, se discute que este debe ser
extendido hasta el padre, como elemento a considerar -en la humanización del parto- en paralelo
a la etapa de atención de todo el proceso. En relación al acompañamiento, este debe mantenerse
en cualquier circunstancia, siempre que la madre quiera contar con el apoyo emocional, y afectivo,
que le brinde la tranquilidad, seguridad y la confianza que necesite.
Al proponer estas alternativas de atención, se contempla a la mujer como sujeto de derecho,
lo que reduce la medicalización, entregándole la dignificación y humanización que se debe. Las
nociones respecto a la medicalización en la mujer, se establecen a partir de considerar el embarazo
como un problema de salud, por lo que se configura como una actitud normativa y controladora,
situación que atraviesa un control histórico de la mirada médica por sobre el cuerpo femenino. “A
partir de ello puede comprenderse la importancia de la medicina en la constitución de las ciencias
del hombre: importancia que no es solo metodológica, sino ontológica, en la medida en que toca
al ser del hombre como objeto de saber positivo” (Foucault, M., 1966, p. 257)
Según Strauss, L. (1961) en la tribu de los indios cuna se cree que el parto difícil se debe a que
Muu se ha apropiado del alma de la madre, por lo que el canto buscaría encontrar dicha alma
pérdida a través de un enfrentamiento espiritual. “Se trata, entonces, de un chamán, aun cuando su
intervención en el parto no ofrezca todos los caracteres que acompañan habitualmente a esta
función” (Strauss, L., 1961, p. 212); junto a esto, el autor señala que se forma un ritual muy
abstracto, cuestión por la cual se dificulta comprender la cura o el efecto psicológico, pero que si
se puede afirmar que el canto corresponde a una manipulación psicológica, dado que el chamán
no toca el cuerpo ni le da remedios. Cabe mencionar, que este canto solo se desarrolla en casos
dificultosos y problemáticos según lo determine la partera.
Levi Strauss en relación a lo señalado, busca distinguir el objetivo del ritual y a que se debe su
eficacia, menciona que:
“La técnica del relato busca, pues, restituir una experiencia real; el mito se limita a sustituir a los
protagonistas. Estos penetran en el orificio natural, y puede imaginarse que, tras toda esta
preparación psicológica, la enferma los siente efectivamente penetrar. No sólo ésta los siente; ellos
«despejan» —para sí mismos, sin duda, y para encontrar el camino que buscan, pero también para
ella, para hacerle «clara» y accesible al pensamiento consciente la sede de sensaciones inefables y
dolorosas— el camino que se disponen a recorrer.” (Strauss, L., 1961, p. 218).
Por lo que el objetivo del ritual correspondería a poder ligar las experiencias que se han
vivido (la del acto sexual y de los dolores presentes), y su eficacia se debe a la actualización
ritualista de un relato mítico que procura a través del canto lograr lo anteriormente descrito,
personificando los dolores, nombrándolos y presentándoselos a la mujer para que pueda
incorporarlos consciente o inconscientemente.
La cura en esta intervención estaría por tanto, orientada a hacer pensable la situación y
aceptar los dolores que el cuerpo experimenta como propios. Además, Levi Strauss recalca que
pese a que la mitología no responde a una realidad objetiva, la enferma y la sociedad creen en
dicha intervención sin dudar. “el chamán proporciona a la enferma un lenguaje en el cual se pueden
expresar inmediatamente estados in-formulados e informulables de otro modo” (Strauss, L., 1961,
p. 221). Esta expresión verbal a su vez permite poder ordenar psíquicamente la experiencia actual
y reorganizar el sufrimiento de la mujer.
Respecto a este capítulo de Levi Strauss, Gonzáles Requena (2009), hace una revisión
crítica a partir de una argumentación de la teoría de lo simbólico y una reconsideración de los
mitos, en relación a cómo opera su función simbólica, dado que construye y estructura
subjetividades. En este texto, se hace una relación entre “el coito y el parto”, señalando que “todo
parece indicar -pues de lo contrario el conjunto de la intervención del chaman carecería de sentido-
que en ella se manifiesta una resistencia inconsciente a aceptar, en lo concreto de su experiencia
vital, esa relación” (Gonzáles, J., 2009, p. 17).
Lo anterior, relata cómo el chamán es quien permite dicha eficacia y funciona como efecto
de ligadura experiencial, reemplazando el lazo simbólico que anuda ambas experiencias en la
mujer, y así poder sobreponerse (mejorarse). La intervención simbólica del chamán, homologada
a la posición del médico, se torna fundamental en estos partos difíciles, debido a que la carencia
simbólica es la que ha llevado a la mujer a esa dificultosa situación; cuestión por la que se requiere
de la persona del chamán, ya que el carácter no simbolizable o inefable de los dolores, pueden ser
integrados en la realidad, a través de su intervención.
Se torna fundamental considerar la eficacia de las palabras del chamán, debido a que en
sus palabras es donde se encarna la eficacia de la intervención, siendo la herramienta principal que
buscará por un lado que la mujer pueda aceptar su condición -de mujer- y como se mencionaba
anteriormente poder ligar sus experiencias. Ahora bien, se señala que no son arbitrarias las palabras
que se relatan o narran a través del ritual, ya que, no han sido igual de eficaces algunos discursos
similares o comunes por los indios cuna. Deben ser palabras que permitan la asunción de la mujer
a su condición como tal, una eficacia de signos ofrecidos en el momento oportuno, entregadas en
un acto de donación simbólica, un discurso que le entrega una temporalidad y continuidad de
sentido al sujeto, una vía de configuración de su deseo convirtiéndolo en acto a través del rito.
Lo señalado, queda mejor descrito al decir que:
“Mientras que en ese tejido de deseos articulados que es el inconsciente no se halle presente
el deseo de ser mujer, de estar embarazada, de tener un hijo. Y porque, después de todo, rechaza
esa herida narcisista que es la vía inevitable para la asunción de su identidad –es decir, de la
diferencia– sexual, solo puede vivir las sensaciones que acompañan al proceso biológico que
padece como dolores extraños, incomprensibles que la asaltan con la brutalidad ciega de lo real”
(Gonzáles, J., 2009, p. 20).
A partir de lo mencionado, es posible dar lugar al papel que las teorizaciones
correspondientes al campo psicoanalítico, pueden tener al momento de pensar y problematizar el
parto, teniendo a la base la concepción de parto subjetivo, que se manifiesta a través de un cuerpo
hablante, donde se ponen en escena aspectos inconscientes de la mujer-madre. Esto quiere decir,
que en el momento del parto (al igual que cualquier otro) se despliegan fantasías inconscientes por
medio de la actualización de sus propios deseos.
En base a esto, Freud, S. (1914) señala que: “el analizado no recuerda, en general, nada de
lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción, lo
repite, sin saber, desde luego que lo hace” (p. 152). De esta manera, es posible extrapolar esta idea
a la vida en general, y en este caso particular, al proceso de parto que vive la mujer; proceso en el
que se conjugan y reeditan mociones pasadas por medio del acto de parir, hay algo en esta
experiencia presente que se repite a nivel inconsciente y del cual es importante tomar conocimiento
al momento de pensar el concepto de parto humanizado.
A partir de lo anterior, es necesario aclarar que si bien, no se considera a la mujer
parturienta como enferma (en este trabajo), en comparación con el analizado al que hace mención
el autor, el sujeto entendido a partir del inconsciente, no puede separarse de este, es decir, sus
dinámicas particulares se manifiestan constantemente en su vida, su actuar o padecer, o
simplemente su posición inconsciente, es por esto que es posible pensar la repetición en acto de
experiencias pasadas más allá del espacio que entrega el análisis clásico.
Continuando con los aportes de Freud, S. (1925), en relación a la diferencia anatómica de
los sexos, plantea que la niña pasa por un proceso pre-edípico de ligazón con la madre, momento
que debe terminar con el cambio de objeto hacia el padre para dar lugar a la femineidad. De esta
manera, la niña pequeña, no vivencia el miedo a la castración, pues ella ya está castrada, sabe que
hay algo que no tiene pero quiere tenerlo; sin embargo, para lograr lo que se llama Complejo de
Edipo Positivo, ella “resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo, y con
este propósito toma al padre como objeto de amor” (Freud, S., 1925, p. 274).
La mujer entonces, es presentada aquí como castrada desde el nacimiento y el autor
propone que la fantasía de poder tener un hijo del padre podría entregar el sentimiento de
completud que no tenía y así poder acceder a la femineidad por medio de la renuncia al pene. Si
se siguen estas aportaciones, es licito pensar que la mujer, a diferencia del hombre, por medio del
embarazo completa esa falta primordial, la cual se acaba con lo que se puede llamar castración
real, es decir la separación física de la mujer con su bebé, en el acto del corte del cordón umbilical.
A partir de lo anterior, la mujer (entendiendo este concepto a partir de su aparato
reproductor) pasa por un proceso anterior de relación con su primer objeto de amor, su madre, y si
se sigue la lectura de Freud, esto podría llevarla a diferentes destinos, de los cuales el hombre
estaría exento. Esto es de interés para problematizar los procesos de parto y las prácticas médicas.
“Puesto que esa fase deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que reconducimos la
génesis de las neurosis.” (Freud, S. 1931, p. 228). Esto quiere decir que, al considerar, en el mejor
de los casos, que ese periodo de ligazón con la madre, desembocó en la elección de objeto hacia
el padre, ya existiría gran material inconsciente frente al cual poner atención, como por ejemplo
en el parto, lo cual podría ser aún mucho más complejo en casos en los que la niña toma otra
dirección.
Existe en Freud, S. (1931) la idea de que con la universalización de ese carácter negativo
en la mujer, se desvaloriza la femineidad y junto con esto, la madre. Esto podría dar respuesta a
las interrogantes que surgen sobre la pasividad que comúnmente es adjudicada a la mujer y cómo
esto las pone en un lugar donde se es permitido, por ejemplo, el maltrato en las salas de parto;
donde se podría pensar que la mujer paga el precio de su deseo sexual.
Por lo tanto, como dice Freud, S. (1931), “no debiéramos pasar por alto que aquellas
primeras mociones libidinales poseen una intensidad que se mantiene superior a todas las
posteriores, y en verdad puede llamarse inconmensurable” (p. 244).
Este trabajo se desarrolla a partir de la idea de que tampoco debiese pasarse por alto, que
la mujer se configura a partir de múltiples y complejas experiencias, por lo tanto entender que lo
que se pone en escena en el parto tiene que ver con su propia historia, permitiría el espacio para la
consideración del cuerpo libidinal, como cuerpo hablante de una historia, como dice el autor,
inconmensurable.
Teniendo en consideración el hecho de que el parto es una experiencia compleja donde se
ponen en juego muchas sensaciones tanto a nivel físico como psíquico “la sobreexcitación
experimentada en la zona genital desencadena fantasías sexuales en las que el dolor y el placer
adquieren un significado”. (Zelaya, C., 2003, p. 22). La autora plantea que esto puede traducirse
en parte de un proceso que está dirigido a dar vida, en tanto acto creativo de satisfacción, como
también podría vivirse como una experiencia masoquista, donde aparecerían angustias de
desintegración producto de la separación simbiótica madre-bebé.
Como plantea Kristeva (1980) la experiencia de la separación reedita las separaciones primordiales
que han sido registradas inconscientemente, aquellas producidas con el cuerpo de la propia madre.
Esta idea permite pensar el parto como una actualización de aquellas experiencias arcaicas que se
desplegaron durante el nacimiento de esa mujer que posteriormente está pariendo, por ende el
proceso de parto está ligado a la propia relación que esa mujer ha establecido con su madre en
momentos anteriores a los registros conscientes.
Zelaya (2003) recalca que el parto es una experiencia del todo movilizadora en términos
inconscientes y subjetivos, dejando al descubierto la irrupción de impulsos y ansiedades, lo que
pone a prueba los recursos yoicos y su capacidad de contención de dichas ansiedades. Es por esto,
que el ambiente se torna importante durante este proceso, en cuanto a las relaciones que la mujer
parturienta establezca con su madre, con otras mujeres, su pareja y el equipo médico, pues estas
podrían facilitar la integración de la vivencia del parto.
Continuando con la importancia del ambiente, para Winnicott (1957) es fundamental que
la futura madre, tanto sana, como también enferma (en términos psiquiátricos), conozca al médico
y a la matrona que estarán a cargo de su proceso de parto; esto, el autor lo plantea como lo más
importante anterior al parto, dado que si ella no confía en quienes la atenderán la experiencia pierde
valor. La mujer entonces, tiene el derecho y la necesidad de ser informada y de contribuir durante
el parto.
“Así, a través de estos enfoques, el psicoanálisis aporta a la obstetricia, y a todas las tareas que
implican relaciones humanas, un aumento en el respeto que los individuos sienten con respecto a
los demás y a los derechos individuales. La sociedad necesita técnicos incluso en la labor de los
médicos y las nurses, pero cuando se trata de personas y no de máquinas, el técnico debe estudiar
la forma en que la gente vive, imagina y crece en cuanto a experiencia”. (Winnicott, D., 1957, s.p.)
Lo mencionado, es importante, debido a que el ambiente debería ser capaz de instruir y
contener en caso de ser necesario, de manera cercana, dado que la mujer que va a parir se encuentra
en un estado particular, donde la partera u otros profesionales, podrían volverse persecutorios,
dando cuenta de fantasías que apuntan al miedo por la pérdida de su bebé.
Rodríguez, M. (2003) señala que cuando el psicoanálisis habla de cuerpo, se refiere a cómo
la palabra y el sexo se anudan en él. Se presenta por tanto, el cuerpo de la embarazada como un
cuerpo hablante y sexual que corresponde al territorio del primer encuentro, es decir la piel de la
madre, dicho cuerpo hablante, según dice la autora, corresponde a aquel que esta investido con el
poder de dirigir un acto a otro. “No es el cuerpo que significa algo para alguien, sino el cuerpo
significante, y significante quiere decir que produce un efecto en un otro” (Rodríguez, M. 2003, p.
57). Se dice que la madre es todo para el hijo hasta que le enseña su lengua materna, por medio de
la cual da lugar a la separación. Aquello que se traspasa por medio de la palabra la constituye como
objeto perdido y buscado.
El puerperio, según la autora, es el momento que marca la retirada de la madre,
estableciendo su distancia por medio de la pérdida de sí misma, en cuanto a objeto privilegiado,
donde predomina la dicotomía entre retener-perder; lo que hace posible considerar el parto como
una experiencia compleja, que se caracterizaría por el sentimiento de ambivalencia, volviendo aún
más importante una adecuada atención de parte de quienes forman parte de esta vivencia.
Para entender lo mencionado en la práctica hospitalaria, es relevante pensar sobre cómo se
lleva a cabo el proceso de parto en el contexto institucional; en relación a esto Casal, N. y Alemany,
M. (2013) señalan que el parto en la sociedad actual, ha adquirido el lugar de patología, por lo
tanto se trata a la mujer embarazada como alguien que debe someterse a los criterios profesionales.
Proponen que el modelo biomédico en el cual se basa el proceso de embarazo, parto y puerperio,
es de estructura jerárquica, entregando el saber y el poder a los equipos médicos; para esclarecer
estos enunciados, se afirman en el concepto de “violencia simbólica” propuesto por Pierre
Bourdieu y lo extrapolan a lo que ocurre en la atención del parto, para explicar que lo que ahí se
pone en juego es un tipo de violencia normalizada, donde no hay agresión física, pero si se pasa a
llevar a la mujer en sus derechos y en su capacidad de opinar e informarse sobre lo que implica
cada procedimiento; aclaran que este tipo de violencia se ejerce en complicidad con quien es
subordinado, en este caso la partera, puesto que requiere de aquella sumisión para desarrollarse.
Es por esto que se puede pensar el parto como un fenómeno social donde ambas partes
tienen un lugar definido por la cultura y por ende se hace muchas veces invisible la violencia que
los médicos ejercen y las mujeres embarazadas permiten.
Esto quiere decir que si bien este artículo propone pensar el lugar del sujeto deseante y su
cuerpo libidinal, considerando éste como un cuerpo hablante de aquellas marcas inconscientes; en
primer lugar se ha hecho necesario ir un paso hacia atrás y problematizar en primera instancia lo
que ocurre con la atención al parto en el contexto concreto, práctico y consciente de dicha
experiencia, debido a que, la insuficiencia del ambiente para contener y soportar las vivencias
yoicas, difícilmente podría dar lugar a los aspectos inconscientes.
Si se considera como análisis la atención biomédica del parto hospitalario, la mujer ha
estado definida como incapacitada para poder lidiar con todo el proceso que está viviendo,
situándola en una posición pasiva -de paciente-, existiendo una despersonalización o expropiación
del propio cuerpo, relegando su integridad, su desarrollo y cualquier tipo de decisión que
considere, dado que su sentir es acallado por el saber médico. El proceso de parto, que pudiese ser
vivido con mayor naturalidad o como un proceso normal, es tratado como una intervención
compleja, totalmente mediatizada por el personal médico, donde se sitúa a la mujer en la condición
de enferma, por lo que al parecer no tuviera nada que decir al respecto, dada dicha condición.
Frente a este contexto, es que la mujer en el parto hospitalario queda aislada de cualquier
red social de apoyo, impidiéndole ser acompañada, opinar o participar, debido a la concepción
biologicista y patológica del parto. Por otra parte, el cuerpo es fragmentado en función de las
diversas especialidades médicas que se ponen en juego, donde existe una jerarquización del
personal en función de su tarea y la relación con el cuerpo femenino, en este sentido se puede
pensar que cada profesional se posiciona en relación al poder que encarna en esta escena, como lo
son anestesistas, matronas, ginecólogos, entre otros, y que esto puede variar en función de si es
un parto normal o cesárea.
“Como resultado de la estandarización y rutinización del sistema, no existe un mecanismo
institucional para separar los partos normales de los que presentan complicaciones, y por ello se
tratan todos los partos con el mismo set de procedimientos” (Sadler, M., 2004, p. 11). Por lo que,
independiente de las condiciones del parto, es habitual que exista una interferencia del curso
normal de este, siempre estando la intervención como posibilidad durante el proceso. Un ejemplo
de esto es la inyección intravenosa que estimula el trabajo de parto; donde, como se ha señalado,
la mujer no es participe del procedimiento, pasando a llevar los ritmos normales y naturales de
cada mujer, estandarizando el parto en función de una cuestión meramente técnica que responde
solamente a la preparación de los profesionales.
Sadler (2004), también señala que en la atención hospitalaria hay un comportamiento
normativo adecuado al que las mujeres deben responder, el cual consiste en seguir las normas
médicas y no interferir en el trabajo del personal, no importando para nada las necesidades
individuales, la experiencia corporal, los dolores y todo lo que su cuerpo pudiese expresar.
Esta supresión de la experiencia de la mujer, podría ser comprendida en relación a la
violencia simbólica, dado que, el personal tiene el conocimiento autoritario portador de todas las
decisiones, determinaciones y empleos a ejercer, estando todos autorizados a obrar en función de
cómo lo establezcan, no teniendo la mujer el protagonismo, sino como se ha señalado, siguiendo
mandamientos, órdenes y siendo escasamente informada; internalizando las normas y siendo
cómplice de su propia subordinación, ya que, su comportamiento pudiese incidir en el trato
recibido, introyectando culpa, responsabilizándose y procurando “cooperar” en todo momento.
“La violencia simbólica se define como aquella amortiguada, insensible e invisible para sus
propias víctimas, que es ejercida esencialmente a través de los caminos simbólicos de la
comunicación y el conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento. En este sentido, los
sometidos aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de
vista de los opresores, haciéndolas aparecer como naturales, lo que puede llevar a una especie de
autodenigración sistemática, generalmente visible en la adhesión a una imagen desvalorizada de
la mujer” (Bourdieu, P., 2000, p. 12).
Para problematizar lo anterior, Clément, C. y Kristeva, J. (2000) señalan que:
“Ahora bien, puesto que habla, la mujer está sujeta al mismo sacrificio; su excitabilidad se somete
a lo prohibido, el goce de su cuerpo engendrador se traduce en la representación de una palabra,
imagen o estatua. Sin embargo, el sacrificio no logra imponerse como un absoluto capaz de
someter sin más toda la pasión. Además, las propias representaciones -cánticos, palabras,
esculturas- no permanecen en su lugar de representación, sino que se sumergen en la carne no tan
sacrificada como parecería, y la hacen resonar, llena de gozo” (pp. 24-25).
El cuerpo, la imagen y el yo, es por tanto el lugar que permitiría dar paso a las vivencias
inconscientes y es por esto que se vuelve fundamental entregar poder a la parturienta, permitirle
hablar sobre su cuerpo y poder decidir en la medida de lo posible, sobre las prácticas que se llevaran
a cabo en su cuerpo; pues se piensa que solo de esta manera podría tener espacio el cuerpo libidinal
de los padres y por ende sus deseos y fantasías en relación al nacimiento.
La autora, propone además que por medio de las puestas en escena lideradas por las
mujeres, puede observarse el hecho de que la diferencia sexual, permite la diversidad de
experiencias y discursos, donde se vuelve importante pensar en el pasado de la mujer y lo femenino
para por medio del acto nombrar y renombrar el mundo, con palabras sin descanso.
Se propone entonces, pensar a la mujer parturienta como un sujeto, que fuera de estar
enferma, se encuentra en un estado particular que no invalida sus capacidades y sus derechos, por
lo tanto se hace imprescindible que en la atención médica al parto se dé lugar al conocimiento y
decisión de esa mujer que esta por parir; nadie mejor que ella conoce su cuerpo, su historia y su
pasado, sea de manera consciente o no, todas las experiencias psíquicas se movilizan en ese
momento y por ende en la medida en que el ambiente se adapte a la singularidad de cada mujer,
más opciones hay de que se piense a las protagonistas del parto como sujetos deseantes y cuerpos
hablantes de aquello inconsciente.
Luego de profundizar respecto al parto humanizado en relación a algunas nociones
antropológicas y a algunos conceptos psicoanalíticos, se procurará pensar y preguntarse por
¿Cómo se podría -teóricamente- entender que opera la dimensión simbólica en el proceso de parto
humanizado? Para esto, se pensará en las diferentes teorías ya expuestas y en la incorporación de
nuevos elementos que entrega la sociología y que permiten pensar lo que se pone en juego tanto
en el proceso de parto, como en el concepto de mujer y de madre.

Si bien la antropología y el psicoanálisis, nos enriquecen teóricamente con diversas


nociones, ya sea por separado o en conjunto, se ha podido ver que hay cuestiones que se repiten y
por tanto, trascienden sus diferencias epistemológicas. Por un lado, la antropología enfatiza la
importancia de la eficacia del rito, como un proceso o momento que permitiría darle continuidad
o ligazón a la experiencia, cuestión que se lee muy similar en el psicoanálisis, en relación a pensar
el parto como una reedición de algo, cuestión que es discutida en función del enfoque teórico, pero
que sostiene que existe ahí la posibilidad de tramitar, cambiar, repetir, elaborar, etc. Pues, como
se infiere a partir de los postulados de Kristeva, J. (1980), el parto sería una reedición de aquellas
experiencias arcaicas de la mujer que está por parir; aludiría en este contexto a la experiencia de
la separación primera de esa mujer con su madre.
También se ve en común, la relevancia que adquiere la cultura en la antropología, vale
decir el contexto inmediato y las creencias que se sostienen; y en el psicoanálisis el ambiente,
como facilitador de confianza, de respeto y posible despliegue libidinal en la experiencia.
Por tanto, se ha visto que existen diversos elementos que se pueden pensar como portadores
de efecto y/o impacto simbólico, por lo que se propone considerar el parto humanizado como
rectificación simbólica del lugar que la mujer utiliza para la sociedad y la medicina; entregando a
través de la “humanización” la posibilidad de empoderamiento, un control sobre su experiencia -
y cuerpo-, lo que le permitiría apropiarse de su vivencia, ponerla en palabras y subjetivarse, para
no vivir esta como una estandarización y un mero procedimiento al servicio de la intervención
médica.
En relación a lo anterior, las prácticas intervencionistas propician que el proceso no se
experimenta como propio, sino como un acontecer médico, quitándole la experiencia subjetiva a
mujer y la posibilidad de ser protagonista durante el proceso, lo que permite pensar que
simbólicamente como concretamente la margina y cosifica respecto a su propio proceso, aceptando
dicha intromisión médica, por el valor, la validación y el poder que a la medicina se le ha atribuido.
Dado que, se “entiende como un proceso patológico que legitima la intervención y el control
médicos quitando de la esfera de la experiencia subjetiva de la mujer la posibilidad de protagonizar
el nacimiento de su hijo” (Fornes, 2009, s.p.)
Por tanto, lo que propone esta autora, es que el empoderamiento va de la mano con que los
sujetos se hagan partícipe de su experiencia, esto a través de expresar libremente sus miedos, sus
temores, adoptar las posturas o movimientos que estimen conveniente y concientizando su
capacidad de participación. Además, posibilitar que el parto esté al servicio de resignificar
experiencias obstétricas negativas anteriores, vale decir, que tienen la posibilidad de reeditarse en
la actualidad, modificando simbólicamente su concepción de parto, de embarazo, del proceso en
general y su posición frente a esto puesta en juego en las prácticas obstétricas como rituales.
Lo anterior, hace necesario retomar el concepto de “violencia simbólica” ya expuesto, dado
que se ve que estas prácticas -y su violencia- están naturalizadas, sosteniendo dinámicas que no
permiten escuchar la opinión de la mujer, no le atribuyen un lugar activo y que la mantienen
constantemente desinformada. Por lo tanto, surgen diversas preguntas, tales como ¿se coarta
simbólicamente el lugar de la mujer? ¿De qué manera repercute esta violencia en la dimensión
simbólica? y además, ¿qué impacto tiene en la reedición psíquica de la mujer y el despliegue de
sus fantasías?
Para esbozar alguna respuesta de lo anterior, o poder problematizar las interrogantes, es
importante considerar el vínculo social que se establece con la mujer parturienta, esto ya sea, a
través del chamán o el médico, ya que, de una u otra forma se instala una posición de saber en la
escena, donde hay por un lado una “padeciente” y un supuesto sujeto de saber que está autorizado
a curarla, sea por la vía del rito simbólico o a través de la medicina tradicional y sus
implementaciones; que sostienen sus intervenciones por el reconocimiento de otros, ya sea la
cultura o la sociedad médica.
Por lo que se permite pensar, que ambas disciplinas se relacionan y/o vinculan con la mujer
de una manera parecida, pero lo que difiere es la vía de intervención que se lleva a cabo, y por
tanto, la relación con la dimensión simbólica se ve significativamente diferente. Esto queda
ejemplificado al pensar que la intervención chamánica se sostiene en la eficacia simbólica y la vía
del mito, donde se acepta dicho advenimiento y la enferma puede incorporar el lenguaje propiciado
por este tercero, para poder representar, pensar y subjetivar la experiencia inefable.
Por otro lado, y de manera muy adversa, la medicina no le entregaría a la parturienta un
mito del cual poder adherirse, sino que le entrega un mito elaborado por la ciencia, para que
pasivamente lo incorpore. Esto permite diferenciar, entre lo que sería el mito individual, el cual
respeta los tiempos, las diferencias, la subjetividad y la vida personal, y por otro lado, el mito
social que la mujer recibe desde el exterior. Ahora bien, es inevitable por tanto preguntarse por sus
efectos y saber ¿Como lo recibe?, ¿Como lo adopta? y ¿Como vive dicho transito subjetivo?
“Esto puede sonar familiar, por lo menos a los que conocen salas de parto. Me refiero al
borramiento manual que del cuello uterino se realiza, así como la forma en que el avance de dicho
borramiento se lleva a cabo. Obviamente aquí la estrategia terapéutica no se efectúa por la vía de
lo simbólico sino por la vía de lo real” (Hoyos, 1999, s.p.)
Si bien, las prácticas se posicionan de manera similar en ambos casos inaugurando una
forma de vinculo social particular, hay diferencias marcadas en sus procedimientos que tienen
relevancia para los fines de este articulo, dado que se podría estipular que la medicina con su
intervención concreta y física, se trataría de una cura de lo real por lo real y en el chamanismo se
trataría de una cura de lo real por lo simbólico. Este mito impuesto por la vía de lo real, lo que las
diferenciaría radicalmente en su aproximación simbólica llevada a cabo.
Para poder complementar y entender de forma más clara las relaciones entre lo que propone
la antropología y el psicoanálisis, se tomarán como referencia los planteamientos de Roudinesco
(2002) quien expresa que existirían distintas representaciones de la femineidad. Una es considerar
a la mujer como complemento exacto del hombre, otra es inferiorizar a la mujer o finalmente
idealizarla. En la primera se relaciona a la mujer directamente con lo maternal y en las otras dos
lo femenino y lo maternal se disocian. De estos diferentes modelos representaciones de lo
femenino se inauguran diferentes mecanismos de poder: complementariedad, sometimiento o
exclusión.
“Así, la sexualidad de las mujeres surgió con toda su fuerza, en primer lugar, de la decli
nación del poder divino del padre y su transferencia a un orden simbólico cada vez
más abstracto, y luego, de la maternalización de la familia. Después de haber
sido tan temido, pudo brotar entonces un dese femenino fundado a la vez en
el sexo y el género, a medida que los hombres perdían el control del cuerpo de las
mujeres.” (Roudinesco, 2002, p. 126).
Así, como señala la autora, a finales del S.XX. las mujeres toman el control total ante la
procreación, alcanzando un nivel de poder temible, pues podrían convertirse en madres sin la
voluntad de los hombres. En relación a esto, se piensa que el parto humanizado, busca reivindicar
el lugar de la mujer, por medio del acto humanizado hacia ellas, devolviéndoles a través de lo
simbólico su lugar como sujeto de derecho.
Lo anterior, adquiere importancia al pensar las posiciones simbólicas que ha utilizado la
mujer a lo largo de la historia, dado que, pensar cómo ha sido posicionado lo femenino frente a la
maternidad, a los procesos de procreación y/o al parto en sí mismo, favorece el entendimiento de
todo lo que ahí se pone en juego. Puesto que, si existe un deseo femenino que logra desarraigarse
de lo maternal, la subjetividad que tiene lugar en el parto va mucho más allá de la madre, es mera
subjetividad humana. “La sexualidad psíquica fundada en la existencia del inconsciente. Ese tercer
término hace del ser humano -hombre y mujer- un sujeto deseante, y este orden del deseo no
compete ni a lo social ni a lo biológico” (Idem).
Por lo tanto, gran parte de lo que se expresa en el proceso de parto, escapa al discurso
médico y a su capacidad de abordaje. Como señala Sladogna (1998) el aumento de tecnologías,
promueven la declinación de una forma simbólica, un ejemplo de esto es la disminución de los
partos naturales, para reemplazarlos por sistemas asistidos de reproducción, partos inducidos, e
intervenidos, entre otros.
“No se trata de valorar una circunstancia en detrimento de otra, sino de constatar un cam
bio, ni más ni menos. Es necesario calcular que cada uno de los problemas reales
que esos avances han permitido resolver no carecen de un costo, y sostenemos
que esos cos tos y sus facturas se procesan en el orden subjetivo”.(Slandogna,
1998, p. 65).
Continuando con los postulados del autor, esto se explica debido a que la ciencia además
de entregar soluciones genera nuevos problemas, concernientes a otras dimensiones, pues por su
estructura, señala que la ciencia tiende a expulsar la subjetividad y si no la expulsa, igualmente no
la considera.
Es por esto, que para los fines de esta investigación, se vuelve crucial entregar a la
dimensión simbólica y subjetiva un lugar imprescindible para sortear los avances científicos y las
diferentes técnificaciones del trato con personas en el contexto hospitalario, ya que, si bien no se
pretende generar una estigmatización frente a las técnicas médicas, en cuanto a buenas o malas, si
se busca dar lugar a lo que la ciencia busca excluir, es decir lo simbólico y subjetivo de la
experiencia humana, especialmente en el parto, donde el embarazo, parto y puerperio implican la
aparición y actualización de deseos y fantasías que, ni con la mejor técnica médica, encontrarán
lugar si no se pone escucha en otra dimensión, la dimensión simbólica e inconsciente.
Lo importante, es pensar cómo las nuevas tecnologías médicas que se han inventado bajo
el discurso de liberación femenina, han promovido de igual manera a la declinación de la función
simbólica. La concepción de “dispositivo” de Deleuze (1975), permite entender cómo se ha
gestado una nueva construcción del concepto de mujer. Para el autor el término de “dispositivo”
implica la formación de una red de saber/poder y subjetividad, dado que para él un dispositivo
produce subjetividad, en tanto que somos el dispositivo. El dispositivo cómo máquina que funciona
unida a determinados regímenes históricos, implica que estos regímenes distribuyan lo enunciable
y lo no enunciable en la medida en que dan lugar o no al objeto, que no existe fuera de ellos.
Por lo tanto, si consideramos que como efecto de los avances médicos y técnicos, se ha
iniciado un nuevo concepto de mujer, que le entrega cierta autonomía, por ejemplo en la
reproducción, que le permite posicionarse fuera de lo que se entiende por castración, que la
empiedra y le devuelve un lugar como sujeto de derecho capaz de decidir por si misma en lo que
a ella y a su cuerpo respecta, y si no es así como en el caso del aborto, existe un discurso incipiente
que se dirige a ello.
Sin embargo, lo que se plantea acá, es cómo a pesar de los cambios de paradigmas, de la
presencia implícita de la posmodernidad.y los discursos menores, las tecnologías siguen
construyendo una noción de ser humano y principalmente de mujer, que inhibe completamente la
dimensión simbólica, es decir que los avances científicos a pesar de que se sitúan en un discurso
de libertad y mejoras para la vida humana, continúan repitiendo la violencia de los meta-relatos, a
portando solamente a un nivel imaginario la sensación de libertad y control sobre sí mismos.
En este contexto, la mujer, en tanto concepto, sigue siendo anulada en su dimensión
simbólica, por los nuevos dispositivos que aparecen de la mano de las nuevas técnicas, pues se
entrega poder solo a un nivel médico, pero ¿qué ocurre con el proceso de subjetivación en una
gestación asistida? ¿qué lugar tiene el deseo del hijo/a en este dispositivo? ¿qué ocurre con la
historia libidinal de padres que solo sirven como herramienta para la creación de hijos de otra
pareja?
“En Estados Unidos nacieron anualmente entre seis mil y 10 mil niños desde que se puso
en práctica la técnica de la procreación médica asistida. Se parecen hasta el punto de confundirse
con los otros niños y nada permite decir que son mejores o peores. Las técnicas cambian como las
costumbres, los usos y las culturas; pero el amor, la pasión, el deseo, la locura, la muerte, la
angustia y el crimen son inmutables” (Roudinesco, 2002, p. 180).
La autora, en su intento por analizar lo que ocurre con la nueva idea de familia, entrega la
posibilidad de pensar y responder algunas de las preguntas planteadas en esta investigación. Ella
expresa cómo ciertas manipulaciones en la procreación han generado consecuencias graves a nivel
psíquico, frente a las cuales nadie puede responder ni hacerse cargo, pues “solo un sujeto hablante
es capaz de dar testimonio de la tragedia de su existencia. (ÍDEM). La autora agrega que ese
privilegio que entrega el pensamiento reflexivo por medio el psicoanálisis es la única forma que
tiene el hombre moderno para reivindicarse en un mundo donde él esta siendo absuelto por su
propio poder.
Lo mencionado, ese lugar de escucha y discurso, de deseo y pulsiones, es lo que se ve
imposibilitado una vez más por los avances científicos de los que se sirven las personas en la
actualidad. Según Deleuze (1975) Los nuevos dispositivos, continúan al servicio o de la
“producción o del consumismo” de las personas, pero en ningún caso, estos se encuentran a favor
de la subjetivación o de la realización simbólica.
Para entender de mejor manera cómo la gestación puede tiene consecuencias a nivel
psíquico en los sujetos, Spielrein (1912) plantea que lo que se pone en juego en el acto sexual tiene
dos polos, tanto sentimientos positivos, como negativos, lo que hace aún más compleja esta
experiencia. Los sentimientos negativos, como el miedo y es asco, forman parte del componente
destructivo del instinto sexual.
La autora, recalca que cada experiencia nueva no tiene lugar en elpresente, si no es a través
de las experiencias primitivas de nuestra infancia que se registran a nivel inconsciente y por medio
de una asociación tienen lugar en la actualidad. Esto podría reafirmar la hipótesis de que en el
proceso de parto se re actualizan ciertas nociones infantiles que aluden a experiencias primitivas,
por lo tanto, el lugar de la parturienta, debiese inscribirse también en la dimensión simbólica
inconsciente, dado que “en las fuentes de placer infantiles encontramos los orígenes del placer
sexual en el adulto”. (Spielrein, 1912, s.p.)
Según lo descrito, es fundamental reconocer, que las prácticas están sujetas a discursos y
estos discursos a la vez se ven influenciados por las prácticas, por lo tanto, el dispositivo en tanto
red, engloba todo lo mencionado; es por esto, que no se piensa la práctica como negativa en sí
misma, sino más bien que se critica a partir de lo que ocurre a nivel social con respecto a la
concepción de muejer, de parto, de madre, etc.
“Es un error juzgar según la apariencia, pues no es ésta la que enriquece a alguien, ni a los
intercambios, sino la manera en que cada uno vive simbólicamente sus pulsiones y su compromiso
al servicio de acciones constructivas, porque el deseo sexual cobra todo su sentido en el amor, y
el deseo por el otro en toda su persona” (Doltó, 1998, p. 15)
Como bien, lo menciona la autora, lo que realmente permite el despliegue del sujeto es la
forma en que éste vive, desde su singularidad la dimensión simbólica de sus deseos y pulsiones.
Es por esto, que se piensa que el parto humanizado, va dirigido a la puesta en práctica de acciones
al servicio de que todos quienes formar parte de ese rito, puedan expresar su forma de vivir sus
pulsiones. Si el deseo cobra sentido en el amor, es esto lo que debe estar a la base de una técnica
u otra, dado que más allá, de lo que ésta implique en sí misma, lo importante es cómo se da espacio
a aquello desconocido de la experiencia.
El concepto que aquí se pone en juego alude a lo que la autora llama “madre simbólica”,
las cuales pueden o no, ser “madres naturales”. No toda mujer que pasa por la experiencia del
parto, se constituye como madre desde lo simbólico, pero lo que, en su psiquismo y cuerpo ocurre
al momento del parto, tendrá repercusiones en su posición simbólica.
Un proceso de parto que sostenga la desmanda inconsciente de quien va a parir, permitiría
sortear de mejor manera los deseos y pulsiones que ahí se despliegan, daría lugar a que esa
experiencia adquiera un sentido y reelaboraría la relación sociocultural de la mujer con la culpa
por el acto sexual. Doltó (1998) señala que una ley de despenalización de aborto, tiene como
sentido descargar de culpa el acto sexual, para promover una procreación fruto del acuerdo entre
ambos padres. Entonces, ¿es posible pensar que el parto humanizado, en tanto práctica, puede
homologarse a lo que se plantea aquí desde la ley de aborto? ¿podría una experiencia de parto
simbólico y subjetivo, contribuir a la despenalización de la culpa en la mujer? Si se logra coger a
esa mujer embarazada, desde todas sus dimensiones, es posible abrir un lugar simbólico de
reactualización de las primeras experiencias pulsionales, que se traducirían en una experiencia
especial, sin violencia, sin coartar el deseo.

Conclusiones

Finalmente, luego de profundizar respecto al parto humanizado en relación a algunas


nociones antropológicas y a algunos conceptos psicoanalíticos, se procurará pensar algunas
cuestiones esbozadas en el comienzo. Si bien, lo desarrollado en este artículo ha sido una discusión
de lo que dicen algunos textos de antropología y psicoanálisis; esta, fue una separación artificial,
realizada para poder comprender el parto humanizado en mayor profundidad. Más que contraponer
teorías, se buscará en esta parte final poder complementar y así, esbozar conclusiones respecto a
cómo estas disciplinas entregan razones teóricas y aportaciones fundamentales para reconsiderar
diversos factores que repercuten en el parto, pensándolo en torno a la calidad de atención entregada
y porque no, a su mejora.
Si pensamos en la aportación de la antropología respecto al tema, no se puede no destacar
o señalar como importante pensar el parto como ritual, vale decir como un momento que produce
un efecto en el sujeto, por lo que se puede pensar el papel del chamán o profesional en esta cuestión
y cómo su intervención pudiese ser la que genera dicho efecto. Además, se permite pensar cómo
la experiencia individual se pone aquí en juego, a propósito de las modificaciones que pudiese
generar en algún sujeto.
La antropología si bien destaca el rito y quién está al mando de este, enfatiza en que no es
importante solo por ser una autoridad, sino que, es relevante este tercero en la escena por la
dinámica simbólica a la cual pertenece, por la importancia del lenguaje que se despliega y las
creencias culturales que la sociedad avala en su quehacer y prácticas. Si consideramos esto en el
parto humanizado, el rito podría ser pensado como el parto mismo, en el sentido de una
intervención que afecta a cada uno de los sujetos. El lenguaje estaría encarnado por todos quienes
comparten la escena y las creencias, las que determinan cómo las cosas deben hacerse; en los
indios cuna se creía en la intervención del chamán, de la misma forma en que la mujer parturienta
debería creer en el equipo médico a cargo.
La consideración del parto como una vivencia que moviliza las mociones pulsionales
inconscientes, en tanto reedición de las primeras separaciones que el sujeto ha vivido, genera la
necesidad de pensar en el ambiente en que la mujer va a parir, puesto que de esto puede depender
que la experiencia de parto sea menos agresiva para la parturienta.
También se ve en común, entre el psicoanálisis y la antropología, la relevancia que adquiere
la cultura en la antropología, vale decir el contexto inmediato y las creencias que se sostienen; y
en el psicoanálisis el ambiente, como facilitador de confianza, de respeto y posible despliegue
libidinal en la experiencia.
En síntesis, ¿qué sería humanizar el parto a ojos de la antropología y el psicoanálisis -según
todo lo anteriormente desarrollado-? Se podría concluir que el psicoanálisis promueve la
consideración del caso a caso, por lo que humanizar el parto tendría que ver con respetar las
diferencias de las mujeres parturientas, adaptando el proceso y la intervención a cada singularidad.
Es importante considerar que existe la necesidad a nivel social y cultural, de reivindicar la
posición de la mujer embarazada, entendiendo que ella esta envuelta en una experiencia compleja,
que excede los límites de lo consciente y de lo médico, y por lo tanto requiere de atención especial,
desde la cercanía y el amor, con el propósito de permitir la puesta en escena de todo lo que ahí se
vive a nivel simbólico.
El parto humanizado, vendría a restituir el lugar de la mujer, en tanto sujeto de derecho y
de deseo, quien siente y piensa por si misma; tomándose de la idea de que es ella, quien mejor sabe
como llevar su experiencia, por lo tanto, pensar el parto humanizado desde el psicoanálisis , se
trata de entregar escucha a su demanda inconsciente, a los deseos que en ella circulan y a su
historia, puesto que todo lo que ahí se manifiesta, forma parte de un pasado que se trae al presente
en diferentes formas.
Si bien, este recorrido bibliográfico nos muestra lo crucial que es el contexto inmediato y
la intervención en el momento oportuno, se cree que la práctica institucional actual, en su mayoría,
imposibilita o no considera lo que el psicoanálisis aborda; centrando su atención en la
estandarización del parto y su técnica, al ser la intervención siempre una posibilidad del quehacer
médico.
Diversos factores externos a la mujer, la incorporan en tanto cuerpo, cosificado, a tal punto
de objetivación que es fragmentada, donde diversos profesionales la asisten por partes según su
especialización. Por ende, según lo expuesto, se vuelve fundamental prestar la escucha al proceso
de parto institucional actual, para promover mejoras que se dirijan hacia la calidad de atención en
todas sus aristas.
Las nuevas tecnologías entregan una nueva concepción de mujer que continúa alejándose
de la dimensión simbólica y que por lo tanto, repite un discurso imponente y poco conciliador con
respecto a las diferencias y a la importancia de la dimensión simbólica e inconsciente. Dado que,
a pesar de sus esfuerzos por reivindicar una posición de mujer, esto se realiza solo a nivel
imaginario, dado que se sigue utilizando a la mujer como objeto, ahora de las nuevas tecnologías
que le entregan la ilusión de poder y control sobre el parto y nacimiento.

Creo que se va estructurando según tu nuevo orden. Aún le falta taller pero la idea se torna
interesante.

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