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Mineralogía

para intrusos

Ernesto de la Peña
A Miyoya, Dolores Ibarra, cuya vida
fue una larga dádiva amorosa
Nada más desolado que un basalto expósito con sus tiesos
mendrugos; ningún sabor como el del ópalo insaciable en
sus iridiscentes bosques escondidos; ni alegría superior a la
de la amatista postergada en sus cámaras rígidas; nada
igual a la voz del topacio en sus túneles huecos o al yeso
faliforme en sus perennes cópulas aéreas; ni rostro de
sorpresas tan rotundas como el pórfido obstinado en sus
túnicas vanas; nada más entero que el grito mineral y la
frialdad espléndida de sus estancas galerías insomnes...
Los poliedros

S in acudir a nada, sin que nadie los viera, se reunieron en la cámara


informe. Comprobaron su naturaleza homogénea, su semejanza, que
vencía las dudas; descubrieron su omnipotencia y se llamaron por su nombre, sin
temor al eco. No contaron su número, absortos en la tarea. Sus voces, esquirlas,
llamas en ignición sin posible regreso, configuraban.

Hicieron el número, las frecuencias y la reiteración. Sabían de su constancia,


de sus hábitos, de sus contexturas. Concibieron la cercanía y el alejamiento, la
alineación y sus contrarias posibilidades. Vieron el nacimiento de la omisión y el
principio de la negadura.
En torno de ellos, asomaron vapores, bulleron líquidos de andamientos
diversos.
Echaron a andar. Edificaron los muros, hechos de soplos consistentes y
ángulos de aquiescencia. Penetraron en las quietas simetrías, hicieron acopio de
su trazo, golpearon y comprobaron las exfoliaciones previstas. Con gesto de
beneplácito, deleitados en la tarea, siguieron en su empeño en una duración no
mensurable: el tiempo no había llegado.

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Guiados sólo por contornos, regularidades, ángulos, volutas y aristas,


consolidaron las substancias, afirmaron el dibujo interno de los elementos. Sin
enunciar, produjeron las fórmulas de permanencia, los estambres duraderos.

Alzaron arquitrabes, esparcieron fustes y nervaduras, modelaron apófiges y


cornisamentos. Con anticipación oyeron resonancias, corrigieron reflejos
indómitos; dejaron a otros sometidos al azar de su albedrío.

Unieron corpúsculos vibrátiles, celdillas de inquietudes, zonas de insistencia,


territorios que hervían al borde de la nada. Distribuyeron las repeticiones,
atendieron a frecuencias, reordenaron los filos, fomentaron los valles y las crestas.

Ahora, en el entonces y el mañana, producen la ruptura imperceptible, dejan


fluir los ínfimos instantes que forman la materia. Irrumpe la luz, hermana del
tiempo, mansa con la extensión que la sustenta, idéntica al espacio que secreta.

Son ya visibles en sus cárceles aéreas, en sus domos de nieve, en sus aventuras
al trasluz, en sus ocultamientos y sus escarpas. Riscos vertiginosos, columnas,
sales de floración y alumbramiento, forman sus redes infrangibles, soportan,
pavimentan.
La escarcha

L os más impertinentes biógrafos antiguos de Tales no han tolerado su


ausencia en las cavernas sucias de la Calcídica. Tampoco les fue grato
aceptar que venía de gente fenicia y que sus progenitores, Examio y Cleobulina,
descendían de los cadmeos. Obligados por la historia, determinaron que estuvo
en aquella región de Macedonia en 586 y que un año más tarde ocurrió el eclipse
que contuvo la guerra de lidios y persas. Consignan todos que Tales lo predijo,
pero los griegos sólo atendieron a sus observaciones de los cielos. Hipias,
Teolampo de Lampsaco (a quien Aristóteles, sin confesarlo, sigue), Hipérdulo de
Quíos y Nicéforo de Traquinia omiten ocuparse a fondo de sus diáfanas
máximas: “Todo el cosmos está animado y lleno de fuerzas”; “la piedra
magnética y el ámbar mueven a los demás cuerpos porque están animados”. Ni
siquiera Diógenes Laercio, tardío y crédulo, comprendió estos ralos apotegmas
que se atribuyen al sabio.

El monte, entre Antemo y Estagira, es poco eminente. Dos masas rocosas,


apenas cubiertas de escuetos matorrales y habitadas por una gruta luminosa,
reciben subterráneamente agua del Golfo Singítico.

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Tales vivió largos y fecundos meses enmedio del fragor de los torrentes y la luz
cegadora del mar Tracio, que chasqueaba en las piedras escondidas, nutrido por
manantiales invisibles. En las corrientes de la cueva pescaba sus tenues alimentos
y después salía a contemplar el sol que, por la tarde, cubría a la tierra de colores
que se divorciaban de ella en la oscuridad. Escribió que su felicidad fue más
grande entonces que nunca.

Pocas veces volvió los ojos a los astros, pues se dio cuenta de que el reflejo que
lanzaban al agua de la cueva corregía los engaños de los sentidos. Guardó en la
memoria el temperamento del líquido al aceptar las delgadas hebras con que los
cuerpos celestes imprimían sus huellas rígidas y vio con antelación las veladuras
que habrían de venir y las coyundas en que los espíritus aéreos suelen
complacerse. Atisbó las razones de los eclipses y comprendió que sus caprichos
aparentes son mesura y equilibrio.

Cuando cayó el invierno, Tales atizó una módica hoguera en el fondo de la


caverna y presenció las mutaciones del agua. Siguió sus remolinos, cada vez
menos ríspidos, y le dolió el crujido con que abandonan el movimiento y se
vuelven estrella. No vaciló en mirar los minúsculos esqueletos acuáticos erguidos
en el espacio: agujas; mástiles; lanzas de golpe hondo y herida imperceptible;
astros coagulados en el instante de mejor simetría; tajos equidistantes; luz
suspendida antes de arrojar el relámpago; giración absorta al producir la
incandescencia.

Cuando los últimos árboles arrojaron el invierno, Tales regresó a Mileto, la


ciudad de donde había partido. A muy pocos hombres transmitió su teoría.
Todos, por igual, la olvidaron o, sin comprenderla, la convirtieron en silencio.
11 ernesto de la peña

A pesar de su sigilo, se sabe que irguió el mundo, las mansiones celestiales y el


movimiento que los preside sobre el equilibrio menudo de la escarcha, que es
agua detenida: “De ella —dijo— parten los cristales, que son el elemento
fundamental del universo”.

.
Perla

L o escrito en el bisel de este molusco con ganas de continuidad cambió de


tinte, no de substancia.

Hoy la vigila la semántica inorgánica, castigo de su ambigüedad.

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Asterismos

H asta hace poco tiempo se ignoraba que Hamurabi había asediado los
territorios de la astronomía. Una tablilla nómada de Uruk denota
que el hierático legislador sorbió su ciencia de los vagos esquemas que los astros
mentían en los cielos babilonios. Las notas del rey acusan agudeza de ojos y
voluntad para leer en los cuerpos lejanos el destino inestable de su raza.

Habla de seres celestiales, verdaderos como el unicornio y los vampirescos Lilu


y Lilitu, y de animales útiles o vitandos. Los vegetales se asientan con firmeza en
la esfera celeste de Hamurabi: la higuera derrama sus frutos, que son flores
escondidas, dentro de los linderos del grupo de la Espiga. La Corona,
constelación hecha de picos sanguinolentos (nebulosas que tomaron los aprestos
del dios de la guerra), favorece el crecimiento del tamarisco y la yerba de
negrura, útil para velar las intenciones y hacer evidentes los senos y el vello
genital de las mujeres.

El horizonte astronómico del monarca hierve de formas regulares, de


ensalmos matemáticos y triunfos de la geometría. Con precisión nombra estrellas
de triángulo, astros en bisextil, advierte nebulosas de recurrencia demoledora o

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presencia munífica, delinea cometas de gases esplendentes que siguen curvas de


predecible geografía celeste, asienta cuerpos en relación trina y designa casas e
influencias, ascendentes y menguantes.

También habla de cómo los astros imprimen su forma en las substancias


terrestres, cuando desean suscitar la inteligencia del hombre. Cita las piedras que,
visitadas por la luz, indican su origen estelar y su carácter sagrado. Habla de una
extinta familia de origen uranio que vivió en la antigua Nipur y prodigó el bien a
los hombres. Nada la distinguió de los mortales de la tierra negra de Babilonia
cuando fue sacrificada por las lanzas de la chusma, azuzada por los sacerdotes.

Los despojos, desvanecidos casi en su totalidad, marcaron señales asteriformes


en las piedras azules, que recuerdan los velámenes del cielo.

Los críticos modernos ven en el texto el triunfo de lo aparente y la victoria de


la superstición.

Otros sostienen que, apresada, la estrella explotará algún día, no muy lejano,
incendiando al planeta azulenco, cubierto por las nubes.

II

El maestro había terminado la dolorosa escritura. Las Centurias cumplirían


fatalmente su contenido y la historia del mundo que dependía, en sus episodios
decisivos, de las visiones del iniciado, esperaba el volver de los días para abatirse
sobre las rutas predichas para la humanidad y permitirle atisbar las fuerzas
superiores que la rigen.
15 ernesto de la peña

El gran caldero lleno de agua mostraba una engañosa superficie tersa. Los
remolinos, los desechos, las tormentas dormitaban en el fondo, esperando su
momento. El hidromante Michel de Nostre Dame cerró los ojos agoreros y
descansó. Seguía viendo, en el espíritu, la muerte traspasada de Enrique II, las
amenazas de Mao Tsedung, los sembradores de devastación que se alejan de su
simiente en alas veloces de pájaros metálicos, los venenos, las conjuras, las
suplantaciones de reyes y gobiernos: la obsesiva circularidad moral de la historia.

El descanso le probó; sintió ejemplarmente, como nunca antes, que La


Palabra se le aproximaba, pero no pudo ver nada y el caldero no se crispó con las
violencias habituales.

Volvió los ojos al respiradero por donde entraban los presagios y el brillo
hiriente de las estrellas le escoció. Sorprendido por la falta de mensajes de los
rumbos zodiacales, fijó la mirada en el agua elocuente: en las heces que subieron
al borde del líquido, una figura sideral aparecía, rotunda: fue primero un
triángulo de puntas aguzadas; se redujo después a un filamento tenso y largo,
que abarcó en su vehemencia todo un rincón del cielo que recibía el caldero;
luego, proliferó en ángulos y aristas de luminosidad cegadora.

Al llegar a los excesos de la estelaridad, se extinguió con el ruido de un cuerpo


lastimado.
El hidromante vio entonces el milagro del agua que, contagiada del ánimo
estelar, en cada chispa reflejante ostentaba retículas de estrellas, masas galácticas,
tronos planetarios.
Sumergió la mano en el caldero y tomó los corpúsculos opacos que
inquietaban al agua: dos piedras esplendentes asterizaban la luz en azules
atmosféricos y en tinieblas rojizas.
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El profeta escribió en su catafalco: Cy gist maistre Michel de Nostre Dame,


ledict Nostradamus, en guardant les pierres des étoyles qui confirment ses aveulx. Que
Dieu aye pitié de son alme!
Cuarzo

E l cuarzo está siempre omitido porque transforma lo posible en lo


inmediato y disfraza las mejores intenciones. Es excesivamente laborioso
relatar su historia, porque sus delaciones nos abruman.

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Hexágono

L a abeja, apenas llegada al dominio mineral, fundó sus ecuaciones y


reprodujo las cápsulas de su cerebro, afanoso y servicial, en dos vértices
antagónicos y desconfiados. Después, para desesperanza del hombre, propaló la
especie de su organización y su eficiencia.

La sobreviven hoy las fórmulas de su constancia.

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Las maclas

L os disidentes, que no se adhirieron ni a las sentencias de Shamay ni a las


sutilezas tiernas de Hilel, levantaron agudamente una morada de
opiniones al lado de los gemidos subterráneos de la piscina de Siloé.

Su afán primario, descubrir las palabras primeras de las efusiones amorosas de


la pareja original (conocer el lenguaje en que tramaron sus paseos corporales, los
primeros hallazgos de la carne, sus coitos perfectos, que poblaron al mundo),
sería sucedido, si llegaba el encuentro, por la recuperación del sentido de las
voces carbonizadas ante la furia omnívora de Yahvéh.

La curia rabínica levantó las espadas y los apóstatas huyeron al desierto,


acosados por la blasfemia.

Bajo el viento quemante horadaron sus grutas y plantaron su atrevimiento.


Largo tiempo tomó dilucidar los rituales, los modos de lectura, los grados
iniciáticos. No les corría prisa: quien estudia el origen tiene largo el final, dijeron
los más avezados, ante el apremio de los jóvenes.

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No es prudente incurrir en sus mismas torpezas, ni repetir sus abusos de


exégesis. A la postre, se redujeron al eco de las cuevas y, como la resonancia,
adquirieron la sustancia errátil del aire.

Uno de ellos, sin nombre que legar, dio con las palabras que se dijeron en el
Edén. No pudo recuperar el sonido; sí la fuerza amorosa y el hálito devorador
del Shadday, que las imprimió, en símbolo, en todos los parajes de la tierra.

Al propalar esta verdad entre sus compañeros, sostenía en los puños en alto
algunas piedras, parduscas por el polvo acumulado. Dijo:

—Errábamos al buscar sonidos. Vi a mis amigos intentar vanamente que el


texto produjera ruido, que emitiera palabras. No se puede extraer aire de una
tumba que tiene la consigna de conservarlo quieto para mantener viva a la
muerte, que ha elegido el silencio por el que seguimos temiéndole.

”Así comprendí el mensaje. No hay seres de mayor mudez en la creación que


las humildes piedras, sostén de nuestros pies, pero también filos de nuestras
lanzas y masas de nuestras hachas. Y así, quité la mordaza a las cuevas y medité
en el lenguaje mineral, expreso en colores, acumulaciones y distancias.

”Entre todas, encontré éstas, que sostuvieron mi asombro. No tienen voz


porque la sutileza de los cuerpos prescinde de ella cuando encuentra el tacto, el
olfato, la vista y el gusto. Antes del símbolo, está la certidumbre de mis manos y
el goce de mis ojos, que retienen la forma y la recrean cuando quieren. En el
Edén no eran necesarias las palabras porque había inmediatez y certidumbre y
cuando Adán nombró a los seres, los estaba percibiendo, para identificarlos y
distinguirlos. Nuestras palabras no nacieron hasta el momento en que Yahvéh
expulsó a nuestros padres transgresores con las quemaduras de la llama ubicua,
21 ernesto de la peña

infalible, del castigo. A gritos nacimos a ser hombres y mujeres; antes, Eva,
Adán, comulgaban de la sustancia de aquel Dios celoso y magnífico y se gozaban
con la apetencia irrepetible de cada primera vez.

”Todos los animales aprendieron de esa pareja formadora: les brotaron


mugidos, barritares y cacareos. Las piedras, despreciadas por todos, guardaron los
gestos primordiales. Se las designó para la misión más ardua: observarlo todo y
no proferir emoción alguna. Privadas de palabras, su contextura adopta actitudes
colóricas, disposiciones de tibieza o gelidez, constancias aprobatorias o
fugacidades con que escapan.

”Estas piedras contienen la identidad primaria del hombre y la mujer, sus


cópulas magnificas, su ansia de permanencia y su amor, traspasado por la
suciedad, el olvido y la insistencia de la muerte.

”No hay ligazón tan vieja, ni más patente expiación, que estos filos clavados
en los otros, estas navajas certeras que se acribillan. Pero allí está la sentencia y su
desalentado cumplimiento. La voz irresistible, la mirada demoledora del
Altísimo, siguen ardiendo, tenues, incesantes, en estos cristales, inseparables y
enemigos”.

El apóstata mostró las piedras tenaces a sus compañeros. No todos


entendieron. Algunos aceptaron el hallazgo y volvieron a sus casas. Para casi
todos ellos, lo que dijo aquel hombre les permitió vivir.

Los geólogos que han trabajado con los excavadores del Mar Muerto suponen
que las características de los minerales de que habla esta leyenda piadosa se dan
en la fluorita y en la calamina, aunque no de manera exclusiva, ni siquiera
preferente.
Marfil

V arios errores introdujeron al marfil en los viejos lapidarios, que


congregan las formas táctiles de la nobleza: esta excelsa sustancia
dibujó la cruenta sonrisa de Atenea en las estatuas griegas y después, atenuada
por la caridad cristiana, fue digna de expresar el dolor profético de María, la
madre. Una oración de San Calixto el cenobita así lo explica. Además, como el
magneto, reclama los cuerpos ligeros a su lado, y las hazañas bélicas que se le
atribuyen sólo se conciben al amparo de una coraza diamantina. Su mismo
nombre griego, elefas, tañe los oídos como las piedras nobles.

H. J. R. Murray, que estudió con flemático celo sus mutaciones simbólicas, le


sigue la pista en los tableros de oriente y oeste y describe prolijamente sus
capacidades guerreras. Entre esas líneas, precisas y eruditas, podemos leer su
verdadera prehistoria. No conocemos, sin embargo, su constancia en los sistemas
de las probabilidades.

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Crisoberilo

C uando Carnarvon, hostigado por Carter, se preguntó por los detalles


de su defunción, notó, con incomodidad, que el gris interrumpido de
los ojos de Bastet lo veía con fijeza.

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Cimofana

L os gemólogos la estiman por sus propiedades huidizas. En sus reflejos


inestables, la cimofana cambia de color: por eso la llamaron “lito
camaleónico” los pedrarios de la España alfonsí. Viaja del verde al amarillo gris y
se detiene, a veces, según el calor de su voluntad pétrea, en un rojo incendiario o
en un profundo endrino.
Los joyeros no la estiman por sus tonos aviesos y a menudo sucios, que
prostituyen sus refulgencias cegadoras. La fluorita y el cuarzo la imitan con
ventaja y la superan en firmeza cromática y decisión ornamental.

Ignoran todos ellos que la cimofana, hecha de acículas cristalinas dispuestas


en paralelo, se transforma en un animal minúsculo y letal cuando se desordenan
estas fibras: obediente a quien le dio posibilidad de vivir, el ctanotero encaja las
uñas venenosas a distancia, sin errar jamás. Cuando las retrae, se degüella sin
vacilación, para volver a su sepulcro mineral.

Los escitas cegaban a sus adversarios con el brillo de la cimofana, ardida desde
atrás por la sangre de un héroe. De las órbitas huecas de Edipo cayó, sobre la
tierra tebana, y se estragaron las vendimias de siete años.

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25 ernesto de la peña

Mientras Job se lamentaba, se mantuvo a su lado, disimulada por el polvo y


las inmundicias. Antes de que sus amigos hablaran, resplandeció hasta casi
arrancarle la vista: el despojado pudo ver en ella la restitución que venía sobre él
y el destino que aguardó a sus hijos.
Jade

E l jade, tras la infidencia de la obsidiana, fundó su reino obstinado de


delación y permanencia. Algunas veces reptan por su rostro fósil los
amagos de una seducción.

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Diamante

N o hay manera razonable de explicar el culto a Santa Calamanda:


venerada en Calaf, antigua zona de viñedos catalanes, los campesinos
le rezan para obtener los beneficios del buen tiempo.

Los historiadores le suponen vínculos con la sombría Diosa Blanca y la hacen


morir otros a manos despiadadas de la morisma. Calamanda, fogosa en su trono
policromo, recibe los erróneos tributos de los feligreses.

Joan Millà Campdesunyer, por su erudición digno vecino de su maestro, el


indeleble Menéndez, restauró los únicos papeles que mencionan a esta doncella
tortuosa. Fueron, en su origen, un enxiemplo que proscribió el infante don Juan
Manuel.

Su filiación oriental es casi ofensiva, lo mismo que el deleite que debió


prodigar la anécdota al afanoso y sapientísimo rey don Alfonso.

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Transcribo, con ligeras enmiendas modernizadoras, el texto que el infante separó


de sus demás ejemplos, hostigado quizás por el exceso de lo inverosímil:

“Dicen los viejos cánones que Daneshmand fue el mejor de los magos, pero el
vanidoso más voraz de triunfos. Experto en lides femeninas, abusaba de su saber
para surtir diariamente de vírgenes su lecho, pues el placer de la ruptura excedía
en el hechicero al goce de la sabiduría copulatoria. El poder disuasivo de sus
razonamientos le ahorró siempre reclamaciones y desafíos y no incurrió jamás en
matrimonios mal venidos, ni servidumbres sentimentales.

”Una noche particularmente favorable, vio en los espejos de distancia a una


doncella cuya posesión llenó de deseos su corazón. Era una cristiana que vivía en
la Marca Hispánica y, como Daneshmand, cultivaba la magia. Se vieron a los
ojos desde sus observatorios, pero sólo las pupilas del persa destilaban lujuria,
que se quebró ante la gelidez de Calamanda. Entonces se irguieron, tenaces, los
caprichos del hechicero.

”A la siguiente noche, la jorguina recibía por el aire un cofre cuyo contenido,


dehiscente, no pudieron entender sus más aventuradas suposiciones: una malla
translúcida, de hebras finísimas, trenzadas en ángulos proporcionales, y sostenida
por un vacío mudo, mineral.

”Se supone que, gracias a su fe de cristiana vieja, pudo atisbar fugazmente la


treta: en la parte central, amparado de la vista por los reflejos perversamente
entrecruzados, un hombrecillo de estatura inverosímil la veía con fijeza.

”Calamanda montó la tela fúlgida de octaedros y chispazos multicolores en


un sencillo aro con tres pinzas de hierro. Una gota azulenca que extrajo del
lagrimal derecho cayó sobre el tejido y coaguló la aérea simetría en un derroche
29 ernesto de la peña

de filos, rellanos y rigores durísimos. Adentro, asfixiado en cristales de crueldad


precisa, Daneshmand exudó su lujuria en un tinte amarillo y el denuedo de su
ingenio orló de azul las aristas mejores.

”Así nació el primer diamante. En el índice derecho de Santa Calamanda


marca ahora una zona de bruma inexplicable”.
Antimonio

L a ya tradicional untura de antimonio siguió irguiendo los ojos de las


faraonas.

Sólo lo contuvo, muchos años después de Amarna, la seguridad de que, con


las pupilas incendiadas, las egipcias veían con mayor precisión su muerte sin
pirámide.

Hoy corre con profusión por los párpados femíneos.

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Azogues

When Owain slew the Fflamddwyn*


It was no more to do than sleeping.
Sleeps now the wide host of England
With light in their eyes.
Taliesin, “Lamento por la muerte
de Owain, hijo de Urien”

S e ignora cuándo cruzaron el límite Bywarian y Adlewyrch. Se especula


que huían de alguna acechanza, pero no se sabe cuál. Se desconoce
también dónde fundaron su residencia principal, pero ahora consta, para
impotencia de todos, que sólo son accesibles por medio de sus misivas, aunque
es imposible contestarlas. Hay testimonios (sería mucho más preciso decir
suposiciones) de que al encontrar el refugio que tanto habían buscado,
descansaron, pusieron orden en sus asuntos y atenuaron sus luminarias,
adoptando la palidez como aviso y confirmación de su presencia. Es redundante
decir que sus apariciones evocan siempre algo más.

Igual ignorancia rodea al momento en que se unió a estos seres el insistente


Ailadroddiad, pero hay suficientes argumentos para entrever que, desde el
principio, se acogió a un rincón del recinto y dio en no responder a las discretas
manifestaciones que las dos compañeras daban de su existencia.
* Fflamddwyn, “el portador de la antorcha”, nombre dado por los galeses al rey de Inglaterra. En la batalla,
mítica y heroica a la vez, de Aergod Llwyfain, Urien de Rheged derrota a los anglosajones, guiados por el
soberano inglés.

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mineralogía para intrusos 32

Algunos rastros, continuamente taciturnos y obstinados, se han podido


encontrar, mediante manipulaciones repetidas.

Consta que las dos presencias objetaron toda intermediación, pero parece que,
al final, tras largo tiempo de insistencia, se rindieron ante las instancias
continuas de Ailadroddiad y permitieron sus parodias, vulgares e indignas.

Al menos es una posible explicación que se ha propuesto y, como toda esta


historia, es digresiva y quizás banal.

Las fuentes posibles, que también se contradicen, son el Llyfr y Tri Aderyn o
Libro de los tres pájaros, de Morgan Llwyd, o las Gweledigaetheu y Bardd Cwsc
(Visiones del bardo Cwsc), del abnegado Gwynn Jones, que, en apariencia, tomó
sus datos solapados de Sir John Rhys.

La batalla de Argoed Llwyfain fue tan cruenta que los cuervos sagrados que la
vigilaban se pusieron de color de sangre. Las hachas no detuvieron su trabajo
sombrío mientras duró el día y al entrar la noche se seguía oyendo el choque
continuo de los escudos obcecados. La luna persistió en no asomarse y el destello
rojizo de los astros siguió confundiendo a los ejércitos.

Adlewyrch y Bywarian, al parecer, aplicaron entonces sus poderes. Redujeron


a Haul y Huan, las mitades en pugna del sol, a sus simples pruritos sexuales.
Haul produjo la luminosidad irresistible y Huan, femíneamente, el ardor que
consume.
33 ernesto de la peña

El trabajo crepuscular fructificó en una sustancia escurridiza y vivaz, que


muestra su apetencia del tercer sexo, el de la luna, en sus chispazos extinguidos y
su falta de fijeza.

Ningún arma semejante poseían los sajones, ni siquiera la conocía el


Fflamddwyn, pese a su arrogancia. Sus combates aciagos hablaban con la torpe
eficacia de la espada, las hachas y el silbido agorero de las flechas.

Bywarian y Adlewyrch se apostaron en rocas cercanas, arriba del ejército de


los anglos. En las manos llevaban las menudas olas de la sustancia nueva, que era
la sangre íntima de esos dioses propicios. Los astros arrojaron su mirada adversa
sobre el río minúsculo y casi compacto que sostenían con ensañamiento. La
turbia luminosidad veló los ojos enemigos. Dice una tradición que, desde
entonces, la raza sajona se miente sus conquistas frente a los invencibles galeses,
que cantaron esta victoria, que ha continuado siempre.

Parece que Adlewyrch y Bywarian aceptaron a Ailadroddiad como partícipe


de su existencia porque repitió el maleficio en los ojos de todos los adversarios y
reitera el milagro cuando es necesario. Los mejores triunfos, piensan, son los
ocultos.
Mercurio

L a ninfa Eco, dicen, fue la primera que ocultó sus veleidades culpables
tras esta elusiva artimaña. Seducida por la brutalidad tímida de Hefesto,
no le fueron extraños los jadeos satisfechos del dios y se abominó al notar que, al
repetirlos, se encrespaban sus senos y el sexo se le turbaba de humedades.

Dejó las cavernas sórdidas, cruzadas de ríos petrificados, con la promesa del
silencio. Cuando el vientre comenzó a delatar su arrogancia vencida, llamó a
Hefesto y le exigió la tarea. Él, cojeando, trituró piedras entre las manos,
observando el residuo diminuto en el tamiz del aire. Bajo el cielo de la cueva
encontró una veta rojiza de cinabrio, la golpeó, arrancándole esquirlas y lascas
agresivas. Las demolió en las palmas incendiadas y del vapor insoportable brotó
una lluvia helada que copió las formas de la ninfa encinta.

A partir de entonces nadie la puede ver, cubierta como está por las olas
miméticas del mercurio.

Muy pocos se percatan de que los espejos no son sino la forma corporal del
eco y que tras ellos se agazapa la primera infracción de la intimidad.

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Goethita

L eve o nulo recuerdo dejó en el olímpico Johann Wolfgang von Goethe


su auditor y acompañante de unos cuantos días en la Weimar de 1827,
Johann Nepomuk von Winterbrillen. Sumido alternativamente en homenajes,
recuerdos, investigaciones y poemas, el genio apenas reparó en el hombrecillo
pernilargo, ventrudo e inquisitivo en exceso. Las frecuentes, prolijas cartas que el
maestro escribió en este periodo final de su vida sin par no aluden siquiera a él.

Von Winterbrillen nada replicó al notar la altanería del coloso ni demostró su


despecho cuando la lectura de sus apuntes de mineralogía, sucintos, profundos,
fue pospuesta para mejor ocasión. Se despidió cortésmente y emprendió el
regreso a su lugar de origen, Winterbrillenstadt, donde habitaba la mansión
ducal de sus padres.

Allí modificó una sección de los minerales de hierro, que había estudiado más
de veinticinco años, y anotó lo siguiente: “Se lo conoce, por regla general, como
'orín de hierro' o 'hierro de los pantanos'. Tiene forma pseudohexagonal. Ante
otras sustancias ferrosas, más potentes y apreciadas, es blando, casi untuoso; en
cambio, frente a las de menor dureza, se torna rígido y cortante. Se forma a

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mineralogía para intrusos 36

expensas de los demás minerales de hierro, por lo cual lo puedo designar como
parasitario. Es también propenso a las pseudomorfosis. Lo descubrí, a ras de
suelo, en Westfalia y en muchos lugares de Alsacia, donde es sumamente común
y poco estimado. Por su sencillez que, sin duda, oculta propiedades
excepcionales, lo llamo goethita. Composición: Fe00H, dureza: 5; gravedad
específica: 4,2”.
Transustanciaciones

E s imposible, y tal vez inútil, saber qué se fraguó en la conspiración de


Gödöllö. Después de los rituales y los reconocimientos, sigue en vigor la
observancia del pacto.

Plegadas a contraluz en el alma de los espejos, regresarán cuando deban


hacerlo.

La única noticia inquebrantable es que serán los rostros y las visitaciones del
Apocalipsis.

37
Esmeralda

E l diplomado János Törkély, egresado en 1987 del Instituto Universal de


Protosemiología del Saber Científico, de Schenectady, y miembro
vitalicio de la Magyar Tudományos Akadémia (Academia Húngara de Ciencias),
ideó el primer método para la lectura científica de las piedras preciosas.
Se trata, en realidad, de un sencillo sistema de análisis cristalográfico, cuya
única novedad (ésta sí muy importante) estriba en que las observaciones se
pueden retrotraer a etapas muy remotas de la formación de tales estructuras y
también es factible, según se ha dicho, prever las ulteriores transformaciones
hasta el lapso de un macroeón, esto es, diez millones de billones de años, cuando
la curvatura del tiempo ha descrito tantos giros que el suceder ya no se parece a
sí mismo.
Dentro de su ultrasistema, el doctor Törkély incluye también ciertas
previsiones de tipo astrológico-vivencial que lo han cubierto de oprobio.
No me atrevería, en verdad, a ahondar en sus conclusiones, pero creo
entender que, a partir de las labores de Törkély, se puede hablar, con toda
seriedad, de una verdadera paleogemología como parte constituyente
fundamental de una arqueología de las ciencias geológicas.

38
39 ernesto de la peña

Los enemigos espontáneos que siembra todo descubridor acusaron al


indiferente Törkély de tautologías sin número y no dejaron de reprocharle, unos
con ironía sabrosa, otros con saña que delata una envidia torpe, haber querido
crear una ciencia nueva empleando todos los métodos y procedimientos de la
indudable, y ya vieja, disciplina de la geología.
Por razones de mi absoluta incompetencia no puedo emitir juicio alguno
sobre estas discusiones del mundo científico, pero sí siento necesidad (por un
nexo familiar no bien averiguado, pero admitido con entusiasmo, dadas la
indudable bonhomía y la destreza cocineril del investigador magiar) de difundir
a los legos, mis compañeros, las pocas luces que los argumentos de Törkély
introdujeron en mi cerebro de pulidor y degustador de esos hermosos testigos de
la infancia de la Tierra.
Valgan, pues, mi sensualidad visual y degustativa como pretexto para divulgar
las atractivas conclusiones del controvertido sabio.

Törkély encontró, más allá de cualquier duda irracional, que las conformaciones
interiores de la bauxita, humilde y virgen; la sodomita, no admitida en los
tratados; y, excelsa y verdemente, la esmeralda, presentaban alineamientos,
ponderosos en exceso, que tendían a un punto pivotal, cuya razón matemática es
un número irracional, arduamente mensurable, que mostraba proclividades
catastróficas, laderas de pronto declive contrario, como ansiosas del encuentro
con el universo que las sacude y las niega. Los cálculos pesimistas de la entropía
no alcanzan a cubrir el rédito de estas oscuras manipulaciones.

Se sabe que Törkély batalló con el agua pesada, que se hospedó, con ánimo
tornadizo, en los varios isótopos, y que anduvo largos días hermanado
mineralogía para intrusos 40

racionalmente con el doctor Thom. Pero no pretendo medrar en los destierros de


su intranquilidad fundamental: me interesa la vertiente humana de su genio y la
arisca (y suntuaria) supervivencia de la piedra que más amó. Sé que en las
sequedades inhóspitas de todo hombre de ciencia se esconde un gesto pudoroso
y la obturación de un melindre.

La esmeralda sostiene, como ninguna otra piedra, el mundo del origen.


Morosa, o fiel, conserva los primeros cenáculos de la materia, los atrevimientos
que se quedaron. Piedra de trama ligera, contradice la quietud con las promesas
de sus turbiedades. En sus mínimas aristas conserva las huellas de los cataclismos
que irguieron a las montañas y sus jardines no son sino el espectro, embellecido
y digno, de las malas andanzas del planeta. Törkély asevera que esta
microbiografía de las catástrofes cosmogónicas, presente, como en pocos cuerpos
simples, en la esmeralda, puede traducirse en un infalible procedimiento de
predicción de futuras contingencias.

Un equipo de astrofísicos de la Universidad de Uttar Pradesh está empleando


el llamado “Método Törkély de Predicción Retrospectiva”, mezclado con una
rigurosa aplicación de la mántrica tradicional, para la prevención etiológica de
trastornos menstruales en las jóvenes de la región, aunque ya se habla, más
ambiciosamente, de su empleo para fomentar las inundaciones en las zonas
desérticas, mediante la copia ultramicroscópica de las crestas esmeraldinas. Los
boletines científicos del mundo entero han comentado, desde todos los ángulos
posibles, el Sistema Törkély y la nueva geología, aunque a menudo lo cubre de
injurias, tiene que aludir a las tesis del húngaro genial para explicar ciertos
comportamientos inexplicables de los rayos láser generados por las esmeraldas.
41 ernesto de la peña

Cuando se propuso a Törkély para el doble Nobel (física y química), hasta sus
más asiduos enemigos aceptaron su eminencia.

En la ceremonia de Estocolmo estuvo presente sólo su esposa, que en un


escueto discurso recibió los honores.

—János Törkély —dijo— no puede asistir a este homenaje a su genio porque


padece una aguda enfermedad profesional y está sometido a un tratamiento
prolongado. En su nombre, y en el de toda Hungría, agradezco el
reconocimiento supremo de los sabios, sus colegas, y el premio que Suecia, y el
mundo, le otorgan.

Vencida por las lágrimas, dejó el estrado enmedio de las ovaciones.

El interno número 3 228 había ingresado, días antes, en el manicomio central de


Budapest. Se le atribuían varios homicidios causados por perforaciones
estomacales de contornos verdosos. Insistía en que él era el Doctor Scientiarum
Törkély János.
Estaurolita

L a estaurolita incendió una fácil leyenda. Demasiado movían a creerla sus


cristales proyectados hacia afuera, en un afán de cruz inquebrantable. Se
habló de la sangre de Cristo que, en el preciso Gólgota, trasmutó la villana tierra
del patíbulo en una arquitectura de regularidades y constancias.
Se dijo que Judas, ileso de su arrepentimiento, regresó a buscar un testimonio
de la pasión e incurrió en las aristas tajantes del cristal irritado. Se hirió
múltiplemente los pies en su necia verificación inaceptable y las heridas,
obedientes a mandatos incomprensibles, se restañaron solas a su mejor salud.
También se habló de los primeros mártires y de sus muertes excesivas. En la
sangre derramada por amor al Nazareno brotaban estas flores amargas de
múltiples cruces abrazadas. Son el origen del impertérrito culto a San Mesapio y
Santa Anélita: salidos del mundo en cruces translúcidas, al atravesar el primer
rayo de sol, se licuaron en una lluvia benéfica de cristales que dieron resistencia
insospechada a las espigas y los frutos y colmaron de piedras preciosas los
bolsillos de los hombres buenos. El doble milagro ocurrió en Bari y en Lemnos.
Las crónicas de Leodivio de Espelonca y Septimio Taciturno consignan los
pormenores.

42
43 ernesto de la peña

Godefroy de Monbétail, harto de degollar sarracenos, depositó una estaurolita


púrpura en la capilla baja de Montségur. De allí la tomó Parsifal y la usó como
escudo para vencer las serpentinas tentaciones de Kundry.

Ciertos poetas malévolos de la corte de Turingia hicieron el elogio de la


castración voluntaria de Saladino, que usó un cuchillo de estaurolita y venció
impíamente a los cristianos.

Un cofre de estaurolitas enlazadas guardó las primeras gotas que produjo la


penetración ritual de las vírgenes que restauraron la hermosa lascivia juvenil de la
condesa Báthory Erzsébet. Un residuo pardusco hace creíbles las consejas.

Los estrelleros y los apotecarios más solventes sostienen que la estaurolita y la


yerbabuena tienen nexos ominosos. Provocan, combinadas, vómitos letales y
diarreas consuntivas, desatan arterias e inundan malévolamente el organismo de
estrellas homicidas.

Los lapidarios árabes comentan las virtudes itifálicas de la estaurolita y


afirman, con profusión de ejemplos, que los labios mayores, frotados con una
menuda dilución de este cristal, adquieren temples virginales.
Calcedonia

N iévsky, heroico y ahíto de concilios, derrotó a los plúmbeos caballeros


en el lago que entonó Prokófief.

Para reposar y hermanarse con Igor, trasegó la irregular superficie de la


calcedonia y, ante su mirada vasta, se desplegaron las estepas.

44
Psilomelana

L a psilomelana, dicen los metalurgistas, es de sistema rómbico, jamás se


prodiga en cristales y tiene visos dendríticos. Le asignan un sitio
desairado al calificarla de criptocristalina y aseverar que da un brillo submetálico.

Admiten, sin embargo, que no comprenden del todo su naturaleza y no hacen


mayor elogio que poner de relieve su importancia para la obtención de
manganeso.

Sólo la han conocido en toda su potencia arborescente los locos de Dios y las
prostitutas que abjuraron. En sus hojas punzantes, híbridas de metal y savia,
sorben los primeros la vida ambigua del más allá y las mujeres públicas sienten
de nuevo el aire inocente de sus aldeas lejanas.

Fuera de toda descripción está el empuje vegetal que se manifiesta en sus


ramajes, tomados de orín y herrumbre que, en el momento del cenit, cuando el
sol ciega a los hombres, depositan su simiente infecunda en los surcos fértiles
que nada les retribuyen. Noche tras día, madrugada después de crepúsculo, el
polen de la psilomelana, luciente y ágil como un árbol, esparce sus tenazas
estériles y abre sus alvéolos abortados de metal anhelante.

45
mineralogía para intrusos 46

Se cree que sólo la mandrágora o la yerba de Rufo o las briznas que sueltan los
párpados de la esfinge podrían fecundarla, pero las aristas del aire, gazmoñas o
envidiosas, no cumplen este oficio magnífico de híbrido atrevimiento.
Ópalo

A lgunos conocimientos se filtraron, por vía desconocida, en los instantes


de mayor percepción del Apocalipsis, pero quedaron envueltos en
amagos, maldiciones y profecías agresivas.

El único texto que conserva la historia original del ópalo es el persa Kitab al-
yawáhir, o Libro de las joyas, largo tiempo atribuido a la sapiente pluma de Umar
Jayam.

El secreto de las formulaciones no penetró en los textos medievales o está


encubierto bajo otras empresas. Los que se aventuran en cuestiones opalinas,
prefieren la segunda suposición y continúan su búsqueda.

Hans Lampadonius à Lapide despreció los consejos de los orfebres más viejos,
que lo disuadían de engarzar dos ópalos de sangre contraria bajo la misma
coyunda áurea y murió fulminado por un cristal tornasol que le puso en ignición
los líquidos vitales en dos horas de largo martirio. El pomposo entierro que le
mandó hacer su patrón, el elusivo Carlos VI del Sacro Imperio, compensó la

47
mineralogía para intrusos 48

vanidad de los deudos y adornó al cadáver de guirnaldas entrelazadas de


cornalina y lapislázuli, mientras el chambelán de la corte lo designaba
póstumamente barón Von Juwelenkästchen, sin derechos de sucesión al título.

Su mentor, el sapientísimo Celsus Agrippa Dittersdorff, sonrió con amargura


al despedir el cuerpo del barón efímero y musitó cuán distinta habría sido su
muerte si hubiera atendido a las observaciones del lapidario persiano.

Pasaba por alto que su egoísmo profesional lo indujo a no mostrarle el libro


jamás.

La técnica que expone el desconocido autor del Kitab al-yawáhir es, por
supuesto, la única efectiva. Difícil para los corazones cristianos, los temples más
firmes pueden emplearla. Al menos ése es el apotegma que encabeza la
descripción del procedimiento.

“En situaciones bélicas, la naturaleza vil de los hombres ofrece las mejores
oportunidades: cuando vea que hay refugiados que se guarecen en criptas y
sótanos, tenga todo dispuesto para inundarlos. Antes de hacerlo, debe taponar
con esmero y lentitud todos los respiraderos, pues, de no hacerlo así, podría
haber escapatoria. Si desea que el producto tenga fugaces resplandores de sangre,
en el agua debe abundar la sutil especie natatoria llamada junmahi, que
mordisquea profusa y certeramente la carne, infiriendo heridas menudas y
profundas, de sangrado lastimero y continuo. Éste es el primer grado y produce
los ópalos de color de ladrillo, sumamente comunes.

”Mejores son los ópalos de fuego, nacidos de las pavesas de los rumíes que no
abjuraron. Para reavivar el esplendor, alimente las llamas purificadoras con
49 ernesto de la peña

madera del etz jáyim, arrancada a los intransigentes yahudíes. Este árbol, resinoso
y difícil, lleva en sus ramas, de mil y una formas, la vida verdadera de los
hombres.

”Para obtener la preciada yawhara ab, que los occidentales nombran


hidrófana, el procedimiento requiere de cierta indolencia inspirada: permita que
el azar le descubra un sitio que alojó poderes; deje bogar sobre el agua la cápsula
de sílice y cuando un rayo de la luna incida plenamente en la cúspide de sus
aristas, cúbrala con la piel intacta de un recién encarnado. Oirá gritos que
alternan la súplica y el desafío. Oprima con firmeza esa cutícula rosácea contra la
superficie, todavía indecisa, del cristal no llegado. En el lugar de las
sublimaciones, sométala a los aludeles. Sumérjala en agua translúcida y verá
cómo sus cámaras ambiguas se reiteran en su viaje subacuático.

”Debo decir, para quienes entienden, que el agua encarcelada en los ópalos
naturales proviene del jardín del Edén. La corriente del Pishón la arrastró hacia
las ciudades en que los hombres cumplieron la tradición de Caín”.

Hasta aquí el texto que me fue permitido transmitir.


Arsénico

E brio de su poder (en un primer intento de revisión demográfica), el


arsénico se consumió a sí mismo y murió, espumoso y cárdeno, en la
primavera de su única nostalgia.

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Fósforo

E n un principio, dicen, en el origen de las cosas, el fósforo cumplió las


tareas más serenas de la naturaleza. Debajo de las rocas formaba cauces
que recorrían velozmente las arterias del planeta reciente. Otras veces se detenía
y trazaba charcos blandos y amarillentos como la cera y a su alrededor se
aquietaba la voluntad volcánica.

Transportaba mínimos sedimentos, átomos necesarios, moléculas


indispensables. Su oleaje suave y su costumbre de tranquilidad lo hacían neutral:
no se supo nunca que tiñera su apacible estructura con las inquietudes de otros.
Las galerías que socavó tienen ecos simétricos y se tuercen en meandros
silenciosos, que se reduelen todavía de un frío impostergable. Con frecuencia
anidan en ellas cristales longilíneos y escarchas menudas.

El aire suscitó su intemperancia y lo despojó de su lenidad. Una ráfaga


poderosa llegó desde la superficie y se introdujo en todas las cavidades que había
recorrido. El fósforo perpetró su ignición instantánea y trabó el primer combate.
Los vapores que el aire propalaba olían como los aromas que la iglesia arrojó

51
mineralogía para intrusos 52

después en Satanás. La batalla inicial no se ha resuelto. Ahora, empobrecidos,


sólo vemos la ternura fosfórica en las fibras de nuestros huesos y en los lamentos
jubilosos de la pirotecnia.

Un alquimista genial, nacido a fines del siglo vigésimo, encierra al fósforo en


unturas parduscas y lo inflama y extingue con agua real. Dicen los crédulos que
en los momentos de la unión de estos dos seres encrespados pueden verse, en
imágenes, las raíces de todos los pecados capitales.
Espodumena

A ntes de sucumbir, vencidos por los hombres, raza deleznable y menor,


los gigantes dieron la última batalla: en aviesos filos y puntas infalibles
tallaron las frescuras de la kunzita y los largos prismas de la espodumena.

Crearon la balística celeste y anegaron de proyectiles las casas de los invasores.


La mortandad, todas las crónicas del Reino lo sostienen, fue casi definitiva.
Algunos humanos, escondidos en cuevas o encubiertos por nados submarinos,
eludieron la ira de los dioses que se despedían. Otros más empuñaron armas
ineficaces y murieron atravesados por las aristas desesperadas con que los
asediaban los titanes.

El hambre de aquellos colosos blandos y versátiles era incontenible: la carne


amarga y vibrátil de los hombres se les indigestaba; los dinosaurios, víctimas de
fríos y torpeza anatómica, eran charcos de putrefacción y osarios a la intemperie.
La cacería y la pesca de los gigantes se habían extinguido.

Los fríos cambiaron de asentamiento y la malignidad de los polos cayó como


una lluvia imperceptible de devastación sobre esos seres desmesurados.

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mineralogía para intrusos 54

Los últimos pretendieron conmover a sus deidades: en torpes monumentos,


de piedra sobre piedra, fingieron santuarios y altares; congregaron masas
rudimentarias, pero no tuvieron fuerza para levantarlas y hacer techumbres que
encerraran a sus dioses errabundos.

Cuando la consunción desvaneció hasta su recuerdo, los hombres, victoriosos sin


esfuerzo, crearon fábulas petulantes y esculpieron sus hazañas mentidas.

Muy pocos restos percibimos hoy de esta contienda desigual: Stonehenge,


Baalbek, la desleída batalla de centauros y lapitas.
Grosularia

O yeron decir que en México se habían curado los estudiantes


afectados. El Medicinae Doctor Václav Myslivek, famoso por sus obras
de caridad y su pericia dermatológica, se ofreció, por evidente altruismo, a
encabezar al grupo de vanguardia. Había visitado América del Norte en una
expedición tenuemente arqueológica y era experto en herbolaria indígena y en
infusiones de base mineral. Con él partieron trece hombres, condenados a una
extinción mefítica y prolongada.

Los sondeos que hicieron en la meseta central y en los estados circunvecinos no


produjeron sino frustraciones y vagas sospechas. Hubo seis deserciones, pero
tenían demasiada urgencia las pústulas malolientes, de malignos colores
verdosos, cárdenos y rojizos, que ulceraban a los desesperados, para darles tregua.
Cayeron poco después, inficionando el paisaje. La caminata se reanudó, aunque
sin bríos.

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mineralogía para intrusos 56

La marcha hacia el norte agitó los ánimos, ya que el paisaje no distaba


demasiado de algunos mechones del Mediterráneo y los enfermos se
preguntaban con qué fin habían venido desde tan lejos, surcando climas siempre
inhóspitos y agresivos, para encontrar una naturaleza vecina de la que habían
dejado. La tierra hirsuta de los tarahumaras retuvo el espejismo, pero
insubordinó el ardor de las llagas. Al llegar a la sierra desolada, se negaron a
seguir adelante. Hubo, incluso, amenazas de muerte.

Václav Myslivek se curvó bajo el peligro inminente. Recordó su asistencia a la


Universidad Carolina y las intensas lecciones del Musée de l’homme. Extrajo, una
vez más, los apuntes que el tiempo había desleído y contempló de nuevo a los
dioses aciagos de los antiguos habitantes de México.

A pasos lentos, volvieron al recuerdo el sistema de símbolos; las elusiones; el


ánimo cósmico; la inclemencia de la tierra; la complicidad de la naturaleza en su
batalla contra los guerreros vocingleros, siempre derrotados; el poder liberador
de la sangre adversaria.

En un espejo mezquino, a la luz de un hachón, se abrió la camisa y levantó las


capas de algodón que cubrían la purulencia del pecho. La exudación, fétida, de
ámbar macilento, le dibujaba vagos glifos en la carne. “La victoria pertenece a
quienes saben leer los presagios”; repitió muchas veces, mientras reiteraba las
curaciones ineficaces. Sintió un alivio inesperado y algo como si la sangre
descompuesta diera indicios de obediencia a los emplastos y las pócimas.
57 ernesto de la peña

No volvió la cabeza al percibir el ruido. Los guerreros no demuestran su miedo y


dan la espalda a la desgracia. Pretendió esgrimir esa temeridad ante la
putrescencia que lo consumía. El ruido se hizo más fuerte y más cercano. Una
voz, apenas audible, lo invitó a dialogar. Rehusó hacerlo, porque los cánones
exigen, como la teología, una terna prodigiosa.

Cuando, después de un tiempo que no pudo medir, comprendió las palabras,


se volvió hacia el enano en cuyas llagas entrevió la salud y negoció el destino de
sus compañeros.

Cetotepixtzin lo tenía todo dispuesto. En la cañada, cuando el sol no se


incendiaba todavía, le mostró la magnífica artimaña. Su indudable eficacia
dependía de la obviedad: un sencillo agujero en la tierra, disimulado por ramajes.
Abajo, la gran hornaza, la cal viva, los puñales infalibles de la piedra sagrada.

El agobio del camino y de la enfermedad, la confianza en el médico sin tacha,


los dardos del sol contra los ojos, la polvareda cómplice, la desesperación y la sed
sabiamente administrada fueron artífices del milagro curativo. Los siete hombres
se precipitaron, casi sin alterar el aire, en la abertura subterránea. De inmediato
se inflamaron la yesca, el ocote, el oyamel y la pulpa rápida del troeno. Abajo, las
piedras elegidas abrieron los hocicos. La combustión tardó setenta y tres
minutos. Sólo la dulcificaban los aullidos, cada vez más conformes, de los
europeos, el chirrido de los músculos y el estallido de las vísceras.

Václav Myslivek no pudo ver de frente a su compañero triunfal. Advirtió que


su sombra, antes deleznable y menor, se iba irguiendo, penetraba en la tierra,
haciéndole un surco humeante y profundo, mientras él mismo, a su lado, crecía
hasta tener dimensiones de coloso.
mineralogía para intrusos 58

Extrajo del polvo acre los cristales petrificados: en torno del centro impenetrable
y ceñudo, los muñones rojizos arrojaban aún mínimas fumarolas. No lo quemó
la costra calcinada de los minerales. Abrió la caja de materiales de ensaye y
guardó las muestras de la grosularia rosácea.

En el avión, de regreso a Checoslovaquia, soñaba en su futuro viaje por el


Danubio, acompañado por la suave Thérèse, que siempre entrelazaba los dedos
acariciantes en el vello del torso.
Adularia

“E n la isla de Elba —resumen los tratados— hay relativa abundancia


de cristales de adularia, sobre todo en la costa, donde forman
excrescencias de notables reflejos”.

De parentesco íntimo con la piedra de luna, la adularia le ha usurpado, como


el guerrero derrotado que se contemplaba en ella durante sus crepúsculos
solitarios, la palidez y el vigor. Sólo la daña, disolviéndola, el ácido fluorhídrico,
que agrede acuosamente sus zonas más abstractas y sus tajos de mayor decisión.
Ante los demás, débiles o corteses, las caras desafían la acción corrosiva y la
insidia de los ataques.

Muestra, como la envidia de los teólogos, matices verdosos en algunos recodos


y gusta de viajar en el agua encendida de las termas.

Es ambigua: los romanos la usaban para acentuar sus perversiones genitales,


pero los pedrarios del medievo levantaron un catálogo de indulgencias que se
podrían acelerar lavándose el cuerpo en una dilución de adularia suelta en agua
apenas saludada por el yodo.

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mineralogía para intrusos 60

Cuando opalesce, la adularia viaja hacia su hermana, la piedra de luna, que los
griegos llamaron selenólito.

Una conseja que propalan los indios cherokees le atribuye la desmemoria


amorosa y la exalta sobre los otros remedios que mitigan la ausencia.
Ámbar

E l ámbar comparte con otras sustancias el dudoso privilegio de la


hibridez, pero abona su conducta haber deslumbrado a los griegos, que
le atribuyeron vida y voluntad y que nunca se saciaron de sus virtudes de
telecinesia.

El censurable Tersites, de tetas ácidas, arrancaba los clavos de los escudos


teucros para gozarse en la muerte, indigna y gemebunda, de esos conquistadores
sin victoria. Se sabe que empleó el ámbar, montado sobre un magneto selénico,
para su reprobable intento.

Cleóbulo de Esmirna, saciado de placeres efébicos, creyó melificar el seno


viudo de las amazonas con unturas de ámbar y fue despellejado por estas rudas
mujeres, expulsadas de Lesbos por sus excesos y su voracidad amatoria. Todavía
vieron su piel, enteca y advenediza, Edipo, que dejaba a la Esfinge y Pausanias,
que emprendía su tarea.

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mineralogía para intrusos 62

El ámbar, de inutilidad porfiada, cayó en una postergación renuente. Los helenos


dejaron las sagas de los orígenes para abrazar los mitos de la ciencia. Los sectarios
itálicos y el señor de Estagira esparcieron sus creencias mientras los estados
griegos se acuchillaban devotamente.

Alguien lo empleó para aguzar las lanzas, pero en la batalla de Logodáctilos


desvió los metales hacia un punto distante y los sagitarios murieron destazados
por los bárbaros de habla impenetrable.

Arquitas observaba, en las alturas del Tegelio. Examinó los filos de las saetas
griegas y olió el mismo tufo que le llevó la marea a su ciudad lejana. Junto a un
guerrero recogió la materia parda y se encaminó a su país. Allí construyó una
torre invencible, que atraía los dardos, las lanzas arrojadizas y las jabalinas, y que
estaba forrada de una goma obtusa que se incendiaba por las noches, calcinando
los metales en una combustión irreparable.

Al lado de su casa levantó un terraplén. Lo demarcó con áspides, para que


nadie se acercara, y en las noches celebró rituales incomprensibles, iluminados
por antorchas de fuego sostenido que sólo él extinguía a voluntad.

Gustaba de obsequiar, por los pueblos vecinos, las estatuas parduscas nacidas
de estas ceremonias. Los aldeanos comenzaron a propalar su locura, pero otros
veneraban a estas figuras indistintas, que remedaban a los habitantes del Olimpo,
a los merodeadores de Poseidón o a las deidades infernales.

Cuando lo visitó Perilampo de Siracusa, ufano de sus triunfos, el genio pudo


derrotarlo con las máscaras diversas de una sola realidad. Lo obnubiló primero
con los aromas del ámbar, que van de la dulzura a la acritud más despiadada, le
63 ernesto de la peña

demostró que los insectos construyen su morada de permanencia entre esos


muros de amarillez sinuosa y le hizo sentir cómo latía en su mano sorprendida la
esfera translúcida.

Dejó para el final el aleteo de su magnífica paloma, ansiosa entre metales y


resinas pulposas. El monarca se atemorizó cuando lo rozaron las alas epilépticas y
le ofreció doce talentos por destruir la artimaña. Es posible que el sabio haya
aceptado una suma tan vertiginosa, pues no se supo más de esa ave convulsa.

Como señal de olvido que sabe que ha de renacer el amor que lo incita,
Arquitas llamó électron al mudable elemento, en recuerdo de los rayos
deslumbrantes del sol triunfador, eléctor.
Granate, espesartina, rubí,
espinela

L os volumnios practicaron con maestría suprema el arte de conspirar


enmedio de la muchedumbre. No se puede saber cómo procedían, pero
es posible que usaran las palabras ajenas para transmitirse indicios. Se ha
intentado reconstruir un lenguaje de señas y contraseñas, en que todo debe
entenderse en sentido contradictorio e hiperbólico. También se ha llegado a
pensar que fueron un pueblo mudo y que entre ellos nació el arte mímico y las
técnicas del disimulo y la simulación.

En los territorios que ocuparon, hay algunas rocas escarpadas, cubiertas de


extrañas inscripciones. Estos monumentos encienden la lícita ambición de los
epigrafistas, aunque se conservan en condiciones de prolijo deterioro. El
descifrador parcial, Ernö Festetics, que ha sido impugnado por casi toda la
comunidad científica, afirma que ese idioma torturado es particularmente
tenebroso y lo llamó feketio.

64
65 ernesto de la peña

La clave, aunque provisional, de estas conjuras a campo abierto y enfrente de


los propios enemigos podría ser un lenguaje que, a medida que el tiempo del
hablante transcurría, iba cambiando de significado, aunque no perdía
transparencia para el interlocutor.

Pues los volumnios se entendían de manera inequívoca: allí están sus


sombríos contrafuertes, sus apagados bastiones, su sistema numérico, de base 37,
sus laboriosas carreteras que conducen siempre a una cúspide inaccesible, a las
rocas más aviesas de la playa, a cavernas consternadas por el eco.

Las piedras funerarias, maculadas de rojizos fulgores, preservan el mismo


silencio de los muertos que debieron proteger de la ofensa de la intemperie, pues
debe añadirse que los túmulos, las galerías y las cámaras subterráneas han estado
siempre deshabitados y ni siquiera las astucias de los rayos láser, los análisis del
carbono 14 y los excesos de la termofotografía han podido demostrar que hayan
contenido, alguna vez, cadáveres.

Aventuran algunos que, a diferencia de los demás pueblos de la antigüedad,


los volumnios practicaban rituales mortuorios puramente simbólicos y que los
afanes de la tumba para preservar a los despojos humanos de los ultrajes de la
descomposición no interesaron a esta gente.

Es de creerse, también, que encerraban a sus muertos en menudos


receptáculos minerales, tras haberlos sometido a un proceso detenido de
reducción ósea y visceral.

Ésta podría ser la explicación de los minúsculos sarcófagos de espinela, de


granate, de rubí y de espesartina que muy pocas veces ha arrojado la deriva a las
costas del Mediterráneo y que contienen, intactos, a niños de ojos abiertos y
mineralogía para intrusos 66

gesto lamentoso, ancianos demacrados y mujeres con los senos soldados por los
pezones, como si quisieran detener el sexo, la lactancia y la prole.

La vigencia guerrera de los volumnios fue de resplandeciente fugacidad. Treinta y


siete periodos de conquistas siempre opacadas por los enemigos; treinta y siete
lapsos de levantar sus medrosos edificios para derruirlos casi de inmediato;
treinta y siete tiempos de ocultarse ante los derrotados, como si temiesen sus
reivindicaciones y su venganza.

Porque las acciones bélicas de este pueblo se caracterizaron por sus minuciosas
elusiones, por sus deliberadas fugas, seguidas de los testimonios de servidumbre
que dieron los sojuzgados, que triunfaban.

Estos documentos son las únicas voces que narran los hechos de los
volumnios, casi extinguidos a fuerza de desear ser olvidados.

Sólo se ha preservado una hazaña en todos sus pormenores. Data de cuando


trabajaban en las minas que los umbros tenían en las montañas y es una relación
de humillaciones y malos tratos: la fuerza volumnia estaba en su apogeo y la
sujeción del espíritu de los triunfadores a la voluntad de los vencidos es irritante.
No es fácil comprender por qué deseaban la esclavitud y los vejámenes, pero
enmedio de las huestes umbras tramaron su destino hablándose, quizás, en las
palabras de los enemigos, que no profirieron sino los sonidos aptos para esa
comunicación apócrifa y es obvio que se ganaron la simpatía de los contrarios y
los forzaron a confinarlos en los túneles infames de donde provienen los metales
y las piedras nobles.
67 ernesto de la peña

Allí trabajaron con ensañamiento: de esos filones opacos extrajeron los


minerales necesarios para su tarea final, porque sabían nítidamente que debían
provocar su pronta desaparición.

Sin prisa, pero sin descanso, fueron acumulando rubíes, asterias de


reverberaciones sangrientas, granates, espesartinas lívidas y espínelas purpúreas y
los llevaron a algunas de las torres ambiguas con que rodeaban sus asentamientos
y allí se encerraron largo tiempo los joyeros y los recién nacidos que, entre los
volumnios, eran los seres de mayor sabiduría por no haber todavía perdido el
sabor de la nada de donde procedían.

Cuando salieron de las construcciones, casi todos los artífices habían


desaparecido y algunos niños yacían, sin párpados, dentro de los ataúdes
diminutos e impenetrables para la injuria del tiempo. También alcanzaron este
privilegio los viejos que habían contribuido a la conquista de los umbros, dueños
de las minas sagradas, y las matronas de la tribu.

En la playa celebraron una ceremonia propiciatoria para conjurar con sus


sílabas mudas a las fuerzas más altas de su universo. En la estrecha bahía cercana
a las costas de Etruria, sobre el fondo marino, rocoso y protector, depositaron en
semicírculo los cadáveres en sus cápsulas suntuosas. Después, los oficiantes
sumergieron en el fuego sagrado a sus seres queridos y, envueltos en túnicas de
sangre, se arrojaron en la pira alimentada de piedras incendiarias. Mientras las
hogueras ardían sobre la arena, se apagaron todas las llamas de la tierra
volumnia.
Así apartaron para siempre del destino de los hombres la aniquilación por el
fuego.
Índice

Los poliedros...............................................................................................6
La escarcha..................................................................................................8
Perla...........................................................................................................11
Asterismos.................................................................................................12
Cuarzo.......................................................................................................16
Hexágono..................................................................................................17
Las maclas..................................................................................................18
Marfil........................................................................................................21
Crisoberilo.................................................................................................22
Cimofana...................................................................................................23
Jade............................................................................................................25
Diamante...................................................................................................26
Antimonio.................................................................................................29
Azogues.....................................................................................................30
Mercurio....................................................................................................33
Goethita....................................................................................................34
Transustanciaciones...................................................................................36
Esmeralda..................................................................................................37
68
Estaurolita.................................................................................................41
Calcedonia.................................................................................................43
Psilomelana................................................................................................44
Ópalo........................................................................................................46
Arsénico.....................................................................................................49
Fósforo......................................................................................................50
Espodumena..............................................................................................52
Grosularia..................................................................................................54
Adularia.....................................................................................................58
Ámbar.......................................................................................................60
Granate, espesartina, rubí, espinela............................................................63

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