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Selección de cuentos de ajedrez - Club d’Escacs Sant Martí (Barcelona)

UNA OPORTUNIDAD IRREPETIBLE

por Sergio Gaut vel Hartman

La parte visible de esta historia es demasiado conocida como para


que yo necesite repetirla aquí. Es suficiente con que consigne que
aludo al solemne (y trágico) incidente protagonizado por Owar Ev y
Owar Reyn en ocasión de poner en funcionamiento la Súper Archi
Mega Omni Computadora Universal Brown, el circuito de
integración que enlaza a todos los ordenadores de los noventa y
seis mil millones de mundos habitados, por humanos y no humanos,
formando un sistema cerrado todopoderoso e inverosímil.

Owar Reyn hizo la famosa pregunta: — ¿Existe Dios?


Y la máquina respondió sin titubear: — Sí, ahora existe Dios.

Turbado y — por qué no decirlo — horrorizado por la respuesta de


Súper, Owar Reyn trató de accionar el interruptor, sacando de
servicio al monstruo cibernético, pero ya era tarde. De lo alto del
cielo bajó un rayo que fulminó a Owar Reyn, giró sobre sí mismo y
formando un bucle hizo impacto en la consola, cerrando para
siempre el acceso de los seres humanos al mando de desconexión.

Pero lejos de acobardarse por la experiencia, Owar Ev y sus


colegas decidieron tomar el toro por las astas. Aunque estoy
hablando de un suceso ocurrido en el remoto pasado, no debemos
imaginar que nuestros tataratatarabuelos eran personas timoratas o
blandas. Owar Dul se adelantó un paso y golpeando con el codo las
costillas de Owar Ev, le dijo:

— Es nuestra oportunidad, no tendremos otra: desafiémoslo.


— ¿Estás loco? —respondió Owar Ev —. Hay otras formas de
suicidarse.
— Como es omnipotente debe ser omnivanidoso — dijo Owar Dul
—; no rehuirá el combate porque está seguro de que puede ganar.
— Me fulminará si me gana — argumentó Owar Ev —, como
fulminó a Owar Reyn.

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— Pero respetará la promesa de no destruirte si resulta vencido.


— Mis posibilidades son casi nulas.
— ¿Casi nulas? — Owar Dul se permitió una sonora e insolente
carcajada. — El campeón de noventa y seis mil millones de mundos
habitados dice que sus posibilidades de vencer a Dios son casi
nulas...
— Él es el jugador supremo. ¿Qué secretos pueden esconder
sesenta y cuatro casillas y treinta y dos piezas para la Mente
Absoluta?
— Tal vez ningún secreto. Pero la Mente Absoluta, que bien puede
ser asimilada al Creador de los Mundos o Hacedor de Estrellas, ha
estampado su firma en cada uno de los eventos que facturó a
través de los eones.
— Y eso, ¿qué significa?
— ¿No salta a la vista? — dijo Owar Dul, convencido de estar en
posesión de un dato que demostraría su tesis.
— No, no salta.
— Te lo diré yo, entonces. — Exhibió tres dedos de una mano y
empezó a tocarlos con el índice de la otra. — Es un excelso jugador
de aperturas. Lo demuestra cabalmente la infinidad de mundos y
seres creados, excelsos mundos, maravillosos seres.
— De acuerdo. Adelante.
— Pero es un apenas un discreto aficionado en el medio juego. Ahí
tienes las pestes y las guerras y las novas y los cronoclasmas. La
muerte es una debilidad, el sufrimiento es una falla, el dolor es un
error.
Owar Ev sonrió por primera vez. — Eso significa...
— ¡Que nunca ha jugado un final!
— ¡Nunca ha jugado un final! — se admiró Owar Ev.

Lanzaron el desafío, que fue aceptado. Dios jugó una apertura


brillante. Logró posición superior en sólo siete jugadas, utilizando el
gambito Letón. Pero Owar Ev logró arribar, aunque maltrecho, al
medio juego, con la posición herida, pero viva. Y en el medio juego,
como siempre, Dios empezó a cometer errores. Un peón doblado.
Un caballo bloqueado en el flanco dama... Cuando tras una serie de
cambios dudosos el final quedó a la vista, Dios tuvo miedo del final,
como siempre, dudó ante la perspectiva de fallar en una oposición o
errar un cálculo, y ofreció tablas. Owar Ev aceptó la propuesta sin
vacilar y por eso, y no por otra cosa, aquí estamos y aquí seguimos.

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