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en el libro "el intruso" de Jean-luc nancy del año

La cuestión del otro es un tema importante para la filosofía contemporánea. El otro es lo que
abre la pregunta por el sí mismo, es decir, por la propia identidad; es, a la vez, lo que permite
indagar de qué modo nos vinculamos con los otros y con la naturaleza. El otro, en definitiva, nos
permite pensar de qué modo nos relacionamos con nosotros mismos, partiendo de la premisa
de que esta relación está siempre mediada por un otro que es al mismo irreductible, pero
también constitutivo de nuestra identidad.

La paradoja del otro: ¿inaccesible o accesible, reductible o irreductible al yo? Los prejuicios en
torno al otro. Mismidad y otredad como dimensiones constitutivas de la identidad personal. El
otro y el problema de la identidad personal y del lazo social. Entre la tolerancia y la hospitalidad:
distintos modos de vinculación con el otro. La animalidad y la reformulación de la pregunta
antropológica. Ética y alteridad.

relata a forma autobiografica

no se limita a hablar de su propia experiencia, como podría hacer yo o cualquier otro, sino que
hace filosofía a partir de su experiencia. O, dicho de otro modo, no viene a brindar respuestas
sino a incluir interrogantes

Para él, el intruso es un corazón;

que es la vida? que son los sentimientos? y que es la muerte?

Los filósofos presocráticos insistieron enormemente en el valor de la unidad, cuando pensaban


en los cuatro elementos como clave de todo lo que existe, Pitágoras dirá el número, Parménides
dirá el ser. Parecería que produce alivio la percepción de lo uno, porque lo uno es lo inteligible.
Nietzsche capta ese punto esencial de lo griego en el que las cosas deben pagar la culpa de
haber salido de lo Uno, de haberse diferenciado. En ese contexto, la multiplicidad sería una
afrenta, un delito, un pecado, una caída. La noción de lo Uno, clausura y salvaguarda la identidad
dejando afuera los movimientos turbulentos de la subjetividad.

Foucault y Deleuze, con esa desenfrenada lucidez que los caracteriza, proponen un platonismo
invertido, es decir, sustituir el mundo de las esencias, inmutables y eternas, por lo singular, lo
diverso, lo contingente. Instaurar una mirada más comprensiva de lo real, del mundo y del
tiempo, donde la construcción de un sentido no eluda los intersticios, y el pensamiento trabaje
por fuera de un cuadro de semejanzas, un pensar en escorzo, abierto, conjetural y divergente.
Relativizada la marca determinante de la esencia, en esa dirección, entonces, entra el
acontecimiento. Aparece el hormigueo de lo múltiple, de los individuos, una diversidad que
“cae” fuera del concepto.

semejanza y de ajenidad
Otra cuestión es la ajenidad como negativa extrema a aceptar lo que del otro se presenta como
diferente y se sostiene en la heterogeneidad radical, desconociendo de ese modo los
intercambios ”constitutivos” logrados a través de la introyección y la proyección. El tú se
transforma en él. Cuando se instala esta ajenidad compacta como mecanismo de expulsión del
“nosotros” posible o que esta instancia no ha logrado siquiera construirse, fracasan las
posibilidades de identificación empática con el otro; caen, se derrumban los lazos éticos de
solidaridad con el semejante. El otro no es abarcable ni identificatoria ni discursivamente, y ese
tope no es relativo a alguna cuestión particular, sino central y “definitivo”.
Alteridad y ajenidad radical plantean de modo diferente, el límite con el otro. Sin embargo “el
alma está más donde ama que donde anima”, dirá San Agustín en tanto que Feuerbach, el
hegeliano de izquierda que más influyó en Marx, sostiene que la esencia del hombre está
contenida en la unión de un yo y un tú.
“Semejante a nosotros y al mismo tiempo exterior; la relación con otro es un Misterio”,
categoría que ha sido planteada por Levinas y por Gabriel Marcel.

aparece “el otro” y los grandes temas que conciernen al humano en esa dimensión: la
responsabilidad por la propia vida y por la del otro; el descubrimiento del otro no ya como dato
sino como rostro, y que subvierte el “planteo gnoseológico”, la soledad, la subjetividad como
secreto, la libertad, la temporalidad, la angustia, el ser-hacia-la-muerte.

Sabemos que el ajeno es presentado bajo la figura del desconocido, el extranjero, el intruso, el
hereje, el refugiado, el esclavo y, por lo tanto, rechazado hacia un exterior amenazante.
Las relaciones con él se dan entre la “hostilidad y la hospitalidad”, actitudes éstas, que intentan
controlar y regular, la herida en las propias certezas. Pero la exterioridad no está radicalmente
separada de la interioridad. De hecho, no hay realmente exterioridad; lo externo está en relación
con lo interno, doble frontera de una trama que separa y une.

El Intruso, cuyo título he tomado para esta presentación, en el que plantea una reflexión sobre
la intrusión del extranjero: “es preciso, dice, que haya siempre algo de intruso en el extranjero,
sin lo cual pierde su ajenidad, y que recibirlo sea también experimentar su intrusión, algo
difícilmente admisible”. Y cuenta que, diez años antes de escribir ese ensayo, tuvo que
someterse a un trasplante, recibir el corazón de otro. Su propio corazón, al fallar, era sólo a
medias el suyo. “Mi corazón-escribe-se convertía en mi extranjero”..... “Si la ajenidad venía de
afuera, era porque antes había aparecido adentro.”

“Para que el receptor soporte un corazón extranjero y no se produzca un rechazo, la medicina


reduce su nivel de inmunidad, lo cual acarrea un doble efecto: el individuo pierde la identidad
inmunitaria que es un poco su firma fisiológica y queda a merced de sus enemigos internos, los
viejos virus agazapados desde siempre a la sombra de la inmunidad. Imposible referirse ya a la
identidad de un “yo”. Entre yo y yo...hoy existen la abertura de una incisión y lo irreconciliable de
una inmunidad contrariada”... “Después de tal aventura uno ya no se reconoce, pero
“reconocer”no tiene ahora más sentido”... “Mi corazón tiene veinte años menos que yo, y el
resto de mi cuerpo, al menos una docena más que yo. De este modo, rejuvenecido y envejecido
a la vez, ya no tengo edad propia y no tengo propiamente edad”... “El intruso está en mí y me
convierto en extranjero para mí mismo”. “Una vez que está ahí, si sigue siendo extranjero, y
mientras siga siéndolo, en lugar de simplemente naturalizarse, él sigue llegando y su llegada no
deja de ser en algún aspecto una intrusión; es decir carece de derecho y de familiaridad, de
acostumbramiento”.

“Es una perturbación en la intimidad. Recibir al extranjero borrando en el umbral su ajenidad es


no haberlo admitido en absoluto... Una ajenidad se revela en el corazón de lo más familiar: hay
un nicho inexpugnable desde el cual digo “yo” pero que sé tan hendido como un pecho
abierto”...

“El intruso soy yo, desnudado y sobreequipado, intruso en el mundo tanto como en mí mismo,
inquietante oleada de lo ajeno”.

quien soy yo? donte estoy yo ? adentro? donde esta al otro? afuera?

1) la disfunción de la identidad y 2) la conciencia permanente de la muerte.

La cuestión del otro es un tema importante para la filosofía contemporánea.

El otro es lo que abre la pregunta por el sí mismo, es decir, por la propia identidad;

es, a la vez, lo que permite indagar de qué modo nos vinculamos con

los otros y con la naturaleza. El otro, en definitiva, nos permite pensar de qué

modo nos relacionamos con nosotros mismos, partiendo de la premisa de que

esta relación está siempre mediada por un otro que es al mismo irreductible,

pero también constitutivo de nuestra identidad.

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