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Azul

Entre el hambre, los golpes y mi hermanita llorando, esta ciudad le acompaña con la
lluvia.
Sí, esta vez quiero contar aquello que una bota lustrada quiso callar estrellándose contra
mi cara; el día que se volvió un crimen ganarme el pan, el café de mi madre, los lápices
de mi hermana, la sopa de la tarde, y el arroz del día siguiente.
Vivo de espaldas a la virgen como dicen los vecinos; le gano en salir al sol, le hago el
café a mi mamá, y levanto a mi hermana, que se va a la escuela y no quiero que llegue
tarde. Hoy son caramelos, tabacos, chicles y otras cosas que no se venden; ayer saqué
poco y me puse triste, mamá necesitaba sus pastillas y no llevo ahorrado ni la mitad, y
mi hermanita se defiende como puede con 2 cuadernos y unos pocos lápices. La vida es
injusta, la gente también ¿los has visto? Me ven y se inflan como palomos, ven a otro
lado, me recuerdan que su aire es mejor que el mío.
No todos son malos, aunque no me compren, al menos exhiben amabilidad, de esa que
no se compra, ni se vende, sino de la que recuerda que la sociedad no nos convirtió a
todos en autómatas egoístas…aunque esos sujetos con sus uniformes pretenden
mostrarme lo contrario, esos sujetos de azul...esos sujetos de azul.
Era una de esas tardes en las que la ciudad lloraba, quién sabe por qué. El frío era
insoportable, y mi hermanita empezaba a toser y yo, haciéndome ochos para contar las
monedas de lo que habíamos vendido, era poco, pero podría con las pastillas y tal vez
unos pocos lápices para la pequeña inquieta que estaba más quieta de lo normal hoy.
No tuve tiempo de pensar en ello cuando sentí en mi espalda el golpe seco que me llevó
a besar el piso, la caja voló con todo lo que había adentro, las monedas, como gotas de
cristal, no dejaban de caer, parecían más de las que conté. Detrás de mí una voz
baja...era Zapata otra vez diciendo: “¿Qué te dije de estar aquí?”, volteé la mirada y sólo
pude ver sus ojos porcinos, su mueca intentando disimular su disfrute del momento. Mi
tío me dijo alguna vez que para el que no estudia y quiere plata “la solución es volverse
chapa”. Sigo sin creer que la educación pueda hacer algo por mejorar a este tipo.
Las gotas de agua empezaron a caer en mi cara, el soplo de lluvia me animó a tratar de
ponerme de pie, darme la vuelta y confrontar a mi agresor, que, por añadidura, venía
acompañado esta vez, dos personas más, vestidos como él, de azul, ese maldito azul,
pero menos imponentes. Y es que bastaba mirarlo para que la sangre se helara.
Antes de ponerme de pie su bota me saludó de forma violenta, vi blanco, luego negro,
luego nada…luego borroso y luego a él de nuevo. Maldito, maldito él y los que lo
acompañan, malditos todos los que están detrás, malditos sus escritorios de madera fina,
sus cenas que no podría pagar ni con mil pastillas de mi madre, ni sus carros que valen
diez millones de lápices de mi hermanita, ni sus casas más grandes que mis propios
sueños. Allá los veo, sentados e impávidos, no saben ni quieren saber cómo duele la
bota del Zapata, ni cuántos Zapatas hay en esta ciudad de nadie, pero de algunos.
Muchos lo advirtieron, muchos hablaron de lo que pasa, pasó y pasará con los que
trabajan como yo, ahora es más difícil, pero ahí están, continúan haciendo eco, quisiera
estar ahí, gritando con ellos a esos malditos sujetos de azul, pero ahora mismo no
puedo, sólo puedo pensar en tapar lo que queda de mi cara.
Zapata se fue, no sé qué quería, o bueno, sí sé, sólo quería joderme, como nos joden a
los que tenemos la mala suerte de tener que ganarnos la vida cerca de ellos, sólo me
dejó diciendo que no volviera, por que para la próxima no la sacaré barata.
Recojo los pedazos de mí, las lágrimas de mi pequeña que sólo podía arrinconarse a
llorar, le dije que se quedara ahí, pues tenía miedo de que esas bestias le hicieran algo a
ella...conmigo todo, pero a ella nada siempre me dije a mí mismo.
Pararme fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida, casi tan difícil como fácil fue
pensar en qué hacer después, entre el miedo de pensar lo que en otro momento puede
llegar a pasarme a mí o a la pequeña que me acompaña, ahí lo entendí…esconderse y
desaparecer no hará nada.
Porque les he visto en las calles, les he visto pelear por gente como yo sin conocernos,
es que vine aquí, con la rabia y las ganas de hacer frente, y porque mi cara ya no quiere
estar en el suelo, sino dando la cara al maldito azul, al maldito Zapata; quiero hacer lo
mismo, quiero pelear con ustedes, contra ellos, y los grises que están detrás.
La próxima vez que la ciudad llore, espero que sean ellos los que besen el suelo.

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