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Domingo 24 del tiempo ordinario año B

"El camino de la cruz"

Las lecturas de hoy nos presentan un camino a seguir. Se trata del único camino que nos
conduce al cielo, y cuya huella nos la trazo Jesucristo con el madero de la cruz. Es el camino de
la cruz. Es un camino arduo, sí, pero que nos llena de paz en el alma. Doloroso, también, pero
las gracias espirituales que lleva consigo no tienen paragón con todas las riquezas del universo,
pues son nada al lado de los bienes eternos. Eso sí, se trata de un camino con mas alegrías que
penas, aunque sean muchas las penas, y que nos conduce a la felicidad eterna con Jesus y con
Maria, con los santos y con nuestros seres queridos que se encuentran en el Reino celestial.

Pero, ¿qué sucede si nosotros como cristianos pretendemos elegir otro camino distinto
del de la cruz? Jesus nos dirá, “Vade retro Satana”, aléjate de mí Satanás; porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres. (Mc 8, 33) Como le dijo a San Pedro
cuando pretendía alejar a nuestro Señor del camino de la cruz. Aunque mas tarde el Santo
escribiría en su carta: “Cristo padeció por vosotros, dejando ejemplo para que sigáis sus huellas
(1 Pedr 2, 21)”. (se ve que aprendió la lección).

Es el camino de la cruz el que Nuestro Señor eligió. Se lee en el Evangelio de hoy: “…y
comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padrecer y ser rechazado por parte de los
ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los escribas, y ser asesinado; y luego de tres días
resucitar.” (Mc 8, 31)

Se trata del camino elegido por el Maestro. Y nosotros, que nos llamamos cristianos, es
decir seguidores de cristo, debemos recorrerlo; Él mismo nos lo exige al decirnos: “Si alguno
quiere seguirme, niéguese a si mismo, tome su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su
propia vida la perderá; y el que pierda la propia vida por causa mía y por causa del Evangelio, la
salvará.” (Mc 8, 34 - 35) Lo que es lo mismo que decir, que irá al Cielo, a la Gloria eterna.

Y acá no se trata de un dar la vida solo en sentido martirial, sino más bien en el sentido
de desvivirse en la práctica de los valores evangélicos, en la Iglesia, en la familia, en el trabajo,
en la vida consagrada, en el noviazgo, y en cualquiera de las realidades humanas. Consiste en
no vivir solo para uno mismo, sino mas bien el negarse a uno mismo para vivir para los demás y
para Dios por amor; y esto trae una gran paz y alegría al alma. ¿O acaso no nos trae paz el estar
en gracia de Dios, y el recibir al mismo Dios en nuestra alma en cada Santa Misa?, ¿acaso no
trae alegría y paz el ver crecer a nuestros hijos en la fe con tanto sacrificio y esfuerzo?; ¿acaso
no trae alegría y regocijo el contemplar que, en casa, a pesar de las dificultades que puede
haber en cualquier familia, reina la concordia como fruto de la mutua abnegación y del mutuo
amor? ¿Acaso no nos llena de alegría el ver la sonrisa del enfermo que pude visitar, la alegría
del pobre al que ayude, del preso al que visite, o de cualquier otra obra de caridad hecha al
prójimo por amor a Dios?

Dios nos invita pues a unirnos a la cruz de Cristo como los sarmientos están unidos a la
vid, sobre todo en los momentos de angustia, de enfermedad, de menosprecio. Jesús nos
enseñó que son “Bienaventurados por pobres… porque de ellos es el Reino de los Cielos”,
Bienaventurados los afligidos, …los mansos, …los que tiene hambre y sed de justicia, …etc. Y
dichosos seréis cuando os insultaren, cuando os persiguieren, cuando dijeren mintiendo todo
mal contra vosotros, por causa mía. Gozaos y alegraos porque vuestra recompensa es grande
en los cielos.” (Mt 5, ss)

Por eso la actitud del cristiano no puede diferir nunca de aquella de San Pablo cuando
expresó: En cuanto a mí, que no me gloriare sino solo en la cruz de Nuestro Señor, por medio
de la cual el mundo esta crucificado para mí, así como yo para el mundo.” (Gal 6, 14)

Ahora bien, vale aclarar que este camino, este trayecto que debemos recorrer si
deseamos la vida eterna, no lo podemos atravesar con nuestras propias fuerzas. Necesitamos la
ayuda de Dios Nuestro Padre. Y si nos apartamos del camino por el pecado; recurramos a la
confesión, pidamos perdón, que Dios como padre bueno nunca nos negará su perdón. Y si nos
sentimos sin fuerzas para continuar; recurramos a la oración, Dios es nuestro padre y nos
fortalecerá con su gracia. Y si nos sentimos perdidos o desesperados; confiemos en el Señor,
abrámosle los brazos como un niño, con humildad, y Él nos sujetará y nos llenará de esperanza
pues un padre nunca abandona a sus hijos.
Pidamos pues a María Santísima, que nos guie y nos cuide en este hermoso y
emocionante camino de salvación que nos trazó Jesucristo con el madero de la cruz. Ave María
purísima…

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