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Violencia de género y acceso a la Justicia en Argentina

Contexto y obstáculos

La violencia contra las mujeres es un problema grave en la Argentina que ha estado en la agenda del
movimiento de mujeres desde hace largos años. En 2009, con la aprobación de la Ley 26.485 de
Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en
que se desarrollen sus relaciones interpersonales, Argentina se propuso abordar de manera integral las
violencias contra las mujeres. Como sucedió en distintos estados de América Latina, luego de una
primera etapa en la que las respuestas estatales se focalizaron casi exclusivamente en la violencia
doméstica (o intrafamiliar) en la última década se dio inicio a un movimiento que llevó a la sanción de
normas de segunda generación, promoviendo una mirada integral que comprende la violencia que
ocurre en la privacidad de las relaciones de pareja como un reflejo de las violencias cotidianas que se
producen en ámbitos públicos y comunitarios, que naturalizan las relaciones desiguales de poder entre
los géneros y que luego encuentran su expresión en la vida de pareja y familiar.[1]

La Ley de Protección Integral contempla diversas manifestaciones de la violencia que se producen en


distintos ámbitos de la vida y que afectan la integridad, la dignidad, la libertad y la salud de las
mujeres[2]. Por un lado, la Ley 26.485 define algunos tipos de violencia (física, psicológica, sexual,
económica o patrimonial, simbólica) y, por el otro, enumera ciertos ámbitos en los que éstas se
manifiestan: en las unidades domésticas, en las instituciones, espacios laborales, en los medios, en
relación con los procesos y libertades reproductivas.

En las masivas movilizaciones que se iniciaron en las ciudades de Argentina en junio de 2015 bajo la
consigna “Ni una menos”, el reclamo generalizado de la sociedad se focalizó en la forma más extrema de
la violencia contra las mujeres, el femicidio. Sin embargo, en forma paulatina, se afianzó el
reconocimiento que el femicidio es la expresión más brutal de una violencia que tiene vínculos
profundos con las desigualdades de género expresadas en al vida social, política, familiar y comunitaria,
que sirven de plataforma para que el femicidio suceda.

El femicidio llegó a niveles alarmantes en una región en la que la creación de un tipo penal no parece
haber tenido un impacto decisivo para su prevención, ni aún para la adecuada sanción de los agresores
o la reparación de las víctimas.[3] Según datos oficiales publicados por el Observatorio de Igualdad de
Género de la CEPAL al 2014, considerando los números absolutos, Argentina es el segundo país con
mayor cantidad de muertes de mujeres por parte de parejas o ex parejas en la región. La Oficina de la
Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación elabora estadísticas oficiales sobre femicidio desde
2015, dejando de manifiesto una realidad sumamente preocupante: según los datos entregados por los
Poderes Judiciales del país, en el año 2016 fueron 254 las mujeres asesinadas por femicidio, de las
cuales 5 eran trans/travestis.

En julio de 2016 el Poder Ejecutivo Nacional presentó un Plan Nacional de Acción (PNA) para la
implementación de la Ley 26.485 (período 2017-2019). Si bien el PNA reconoce la violencia contra las
mujeres como un fenómeno estructural, atravesada por dimensiones sociales, políticas, económicas y
culturales que requiere un trabajo de prevención basado en un modelo integral guiado por los principios
rectores de interdisciplinariedad, territorialidad e intersectorialidad, el diagnóstico que presenta está
enfocado principalmente en la violencia doméstica, en particular los femicidios íntimos.

Las acciones que se han desarrollado bajo el PNA se concentran principalmente la violencia doméstica,
sin abordar en forma suficiente los restantes ámbitos en los que la violencia se produce. La violencia
contra las mujeres en el ámbito del empleo y el acoso sexual en espacios públicos son expresiones de
violencia de género todavía muy poco abordadas con políticas públicas específicas, campañas de
sensibilización ni recursos institucionales para dar respuesta, sobre las cuales se ha llamado fuertemente
la atención en los últimos meses. La necesidad de contar con mejores elementos de diagnóstico sobre
las diversas manifestaciones de violencia todavía no ha sido saldada: Argentina no cuenta con una
encuesta nacional de incidencia y prevalencia de violencia en relaciones de pareja y los datos de
registros administrativos elaborados por el INDEC y el INAM (el Registro Único de Casos de Violencia
contra las Mujeres – RUCVM) reúne información casi exclusivamente sobre violencia doméstica (97% de
los casos informados al RUCVM)[4].

Aún respecto de la forma de violencia sobre la cual más se ha trabajado, la violencia doméstica, existe
una gran disparidad en la cantidad de recursos disponibles para acudir a la justicia, en distintos lugares
del país. El patrocinio jurídico gratuito, que la Ley 26.485 garantiza para todos los casos de violencia
contra las mujeres (sin distinguir el tipo de violencia, la edad de la mujer ni su condición
socioeconómica) es insuficiente. En algunos casos, el patrocinio es cubierto por las Defensorías Públicas,
ubicadas en la cabecera de los departamentos judiciales, mientras que no hay recursos similares para las
localidades del interior de las provincias. Las dificultades para el acceso a la justicia se aumentan ante la
falta de patrocinio jurídico gratuito. El sistema de patrocinio jurídico gratuito previsto en la Ley 27.210
está comenzando a implementarse, con una prueba piloto en la Ciudad de La Plata, provincia de Buenos
Aires[5].

Las indagaciones realizadas en distintas jurisdicciones muestran que aunque existen programas tanto en
las áreas de justicia, salud o desarrollo social que atienden violencia hacia las mujeres, estos se hallan
desarticulados o superpuestos; se desconocen las funciones y tareas que desarrollan y la asignación
presupuestaria con que cuentan estas áreas o programas; no garantizan los mecanismos (en términos
de recursos humanos, equipos interdisciplinarios, subsidios, licencias, espacios de cuidado infantil,
acompañamiento y continuidad en los tratamientos) suficientes para la atención de la demanda El
déficit en el abordaje integral también se ve en la falta de políticas de apoyo económico para las mujeres
en situación de violencia.

Diversas investigaciones han constatado la necesidad de mejorar el abordaje interseccional para la


atención de las mujeres en situación de violencia. Las mujeres migrantes están expuestas a variadas
situaciones de violencia tanto en los países de origen como en el tránsito migratorio y en los lugares de
destino. Las mujeres indígenas también enfrentan obstáculos adicionales en función de las categorías
identitarias que las atraviesan, como mujeres y como indígenas. La violencia institucional es una
constante en los relatos de estas mujeres, donde los obstáculos para el acceso a la justicia se suman a
las barreras geográficas, en tiempo y distancia, empeoradas por falta de caminos accesibles y falta de
transportes disponibles[6]. Otros colectivos de mujeres como las afrodescendientes y mujeres con
discapacidad también han puesto de manifiesto la necesidad de contar con políticas adecuadas para
evitar la revictimización, promoviendo los sistemas de apoyo necesarios para facilitar su acceso.
A pesar del alto número de mujeres que anualmente sufren violencia de género en el país, el acceso a la
justicia para ellas es complejo. La multiplicidad de fueros que intervienen en casos de denuncias de
mujeres contra sus parejas o ex parejas (que puede involucrar la justicia civil y la justicia penal) carecen
de instancias de articulación. Esto aumenta la revictimización (la víctima tiene que declarar sobre los
hechos múltiples veces, reviviendo una y otra vez la victimización, pierde días de trabajo, tiene costos
asociados), descontextualiza los hechos (la violencia es vista como una sucesión de episodios aislados
que pasan a ser investigados por separado) y dificulta la respuesta integral.

Muchas veces, el sistema judicial dificulta a las mujeres en situación de violencia iniciar y dar
seguimiento al proceso tras interponer una denuncia por violencia de género. Principalmente se debe
a una falta de acompañamiento y contención emocional a lo largo del proceso, falta de apoyo
económico para atravesar las dificultades económicas agravadas por la falta de autonomía económica
(por la precaria inserción laboral, el tiempo parcial), la falta de políticas e infraestructura de cuidado que
facilite la continuidad de los procesos y la inserción laboral de las mujeres, la falta de organismos
interdisciplinarios especializados disponibles en todo el territorio, y falta de información adecuada sobre
las alternativas del proceso, cuya extensa duración agrava las dificultades emocionales y económicas de
las mujeres.

Barreras de acceso a la justicia para las mujeres que sufren discriminaciones múltiples. Las mujeres
indígenas, las migrantes, las mujeres con discapacidades, las mujeres afrodescendientes (entre otras)
atraviesan discriminaciones múltiples. La falta de adecuación de las instituciones y del sistema judicial, la
ausencia de intérpretes culturales (en su caso) agrava esas barreras de acceso a la justicia. Además, la
concentración de servicios de justicia en las grandes ciudades implica barreras insuperables para las
mujeres que viven en contextos rurales, donde los costos y tiempos de traslado implican la imposibilidad
de recurrir a la justicia y acceder a políticas de prevención o superación de la violencia.

● Falta de conocimiento de los derechos. Las mujeres atravesando situaciones de violencia de


género, además del temor por la potencial reacción del agresor, la pérdida del empleo, las
dificultades institucionales que podrían enfrentar, muchas veces no conocen suficientemente
sus derechos y no disponen de información suficiente ni clara sobre cómo actuar.

● Dificultades económicas y precariedad en el empleo. Muchas de las víctimas de violencia


doméstica dependen económicamente de su agresor, o tienen niveles bajos de ingresos. Esto
limita sus opciones de denunciar ya que podrían quedar sin sustento económico, o directamente
no pueden afrontar los costos del proceso judicial en sí, incluido el pago de los traslados, el
tiempo que se deja de trabajar para acudir a la justicia durante el proceso, y demás costes
asociados. Cuando se trata de violencia en el ámbito del empleo, la precariedad de la inserción
laboral de las mujeres y las dificultades de acceder a otro empleo, limitan su libertad en la
decisión de eventualmente tomar medidas frente a las situaciones de violencia o acoso sexual.

[1] Véase GHERARDI, Natalia, Prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres: más que un
mandato legal, Revista Pensar en Derecho. Número 9, Facultad de Derecho –UBA, 201
[2] La Ley 26.485 fue reglamentada mediante el Decreto 1011/2010. Las provincias aprobaron normas
locales de adhesión al texto de la norma.
[3] El Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL) incluye información sobre la legislación sobre femicidio, además de
datos actualizados sobre las tasas de femicidio en los países de la región que cuentan con información
oficial al respecto. Disponible en http://oig.cepal.org/es.
[4] En el informe se indica que si bien se reune información de instituciones que atienden otras formas de
violencia, como laboral, institucional, obstétrica, éstas solo representan el 1% de las relevadas por el
registro. Veáse informe en https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/rucvm_03_18.pdf
[5]https://www.casarosada.gob.ar/informacion/actividad-oficial/9-noticias/42176-violencia-de-
generoavanza-programa-para-garantizar-el-patrocinio-juridico-gratuito-a-las-victimas
[6] ELA – COAJ, Mujeres indígenas en la provincia de Jujuy. Hacia un abordaje integral sobre el acceso a los
derechos.

Propuestas

1. Promover políticas de prevención y erradicación de las violencias machistas en el marco


de políticas de igualdad y antidiscriminatorias, orientadas a eliminar las desigualdades estructurales
entre varones y mujeres.

2. Crear un plan de accesibilidad a la información y requisitos frente a los distintos


procedimientos judiciales. Multiplicar las campañas de información sobre los derechos de las mujeres
y la forma de ejercerlos, incluido en comunidades indígenas, mujeres migrantes, afrodescendientes,
entre otras.

3. Crear un sistema de acompañamiento y/o mediación cultural a disposición de las mujeres


indígenas, las mujeres migrantes, las mujeres afrodescendientes, entre otras. Se trata de generar
mecanismos a disposición de las mujeres para que, a su elección, puedan ser acompañadas durante el
proceso judicial.

4. Incorporar en el Plan Nacional de Acción contra la Violencia acciones y políticas que


sirvan para prevenir y erradicar el acoso y la violencia a las mujeres en los ámbitos laborales.
Fortalecer el conocimiento y capacitación sobre violencia de género dentro de las organizaciones, que
incluya detección temprana, y un protocolo interno para la denuncia y resolución de los casos, que
responda a la dinámica de la organización, y que asegure confidencialidad, accesibilidad y
transparencia.

5. Crear una licencia, en el ámbito laboral, por violencia de género, que no incluya el requisito de
formular una denuncia policial o judicial en forma previa. La denuncia de violencia doméstica es un
derecho de la mujer, no una obligación. La licencia deberá implicar la disposición de tiempo y
condiciones de empleo flexibles o adecuadas para permitir a la mujer llevar adelante el proceso judicial
o administrativo, o el tránsito hacia la resolución de la situación de violencia en la que se encuentra.

6. Diseñar e implementar políticas de inclusión laboral de mujeres en situación de violencia.


Puede incluir incentivar y subsidiar con nuevas tecnologías o con incentivos tributarios tanto a empresas
públicas como privadas que ofrezcan trabajo y tomen a mujeres víctimas de violencia en sus
establecimientos.
7. Contar con servicios adecuados de asesoramiento y patrocinio jurídico gratuito en todo el
territorio del país, así como contención emocional durante el proceso que lleva adelante la mujer en
situación de violencia.

8. Mejorar el cumplimiento de la ley Nacional 26.485 de Protección integral para prevenir,


sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Concretamente, urge poner en funcionamiento el
Cuerpo de abogados para víctimas de violencia, así como garantizar los procesos de comunicación de
su funcionamiento y alcances. Se debe también mejorar la aplicación de las leyes provinciales y proveer
una mayor diversidad de refugios y políticas de salida laboral.

9. Incrementar la presencia geográfica del poder judicial para realizar denuncias por violencia
de género. En concreto, se propone implementar más Oficinas de Violencia Doméstica
descentralizadas. Se recomienda que cada municipalidad (alcaldías), tenga personal técnico las 24
horas para atender a las víctimas de violencia que no viven en grandes ciudades, y que se mejore el
funcionamiento de la justicia de paz en la atención de casos de violencia.

10. Adaptar los lugares de denuncia y declaración de las víctimas de violencia de género para
acoger a las personas que están a su cuidado, especialmente niños y niñas.

11. Garantizar capacitación multidisciplinaria en perspectiva de género entre los distintos


actores que intervienen en la ruta de la mujer que quiere acceder a la justicia, en particular de los
funcionarios del Estado.

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