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“NO LLEGÓ A SER JAMÁS ÉL MISMO, JAMÁS ALGO EN SÍ, JAMÁS UN

INDIVIDUO COMPLETO”

La actitud de Strindberg frente a la crisis de la modernidad vista en su novela


Inferno

Por W. Julián Aldana

En un programa radial, una colegiala de último año de bachillerato intentaba

establecer sus características con el objetivo de hacerse ganadora de unas

boletas para una fiesta prom. La jovencita recitaba con dificultad sus defectos y

virtudes y, en un intento de concluir su intervención, se definió como una mujer

fresca y posmoderna. Nadie en la buseta opinó nada, lo que puede indicar, entre

otras opciones, que no se prestaba atención al enunciado de la púber, que nadie

comprendió la última palabra de su discurso, o que no se sabe en qué consiste la

posmodernidad. Me pregunté cuáles eran los fundamentos conceptuales que

sustentaron la idea de la adolescente y luego pensé en cuáles eran los míos.

Siendo pocos, cavilé sobre la pertinencia del término y si eso que la niña

expresaba estaría enmarcado de alguna manera dentro de la crisis de la

modernidad.

No tiene importancia que al peatón masculino que va conectado a su walkman no

le interese el tema, tampoco lo será para la vendedora de Bon Ice, o para el

gerente de una compañía de comidas rápidas. Para mi sí, pues me encuentro un

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día con Inferno, obra que el sueco August Strindberg escribe en 1896, y observo

que ya en esta época había hombres que vivían en pugna con algunos valores

modernos. Ante la particularidad del asunto me inquieta pensar en lo que lleva a

este hombre de finales del siglo XIX a tomar una actitud que muchos sujetos de

hoy no tienen ni siquiera dentro de sus intereses más remotos. De tal manera me

cuestiono sobre el mundo que avizora Strindberg en Inferno, su novela

autobiográfica1.

La primera imagen que tengo de este autor, con base en su novela, es la de un

hombre autoflagelante que diverge entre el matrimonio y el divorcio, la ciencia y el

mito, la religión y el ateismo. La autoflagelación consiste en que Strindberg quiere,

al parecer, ganar la libertad y divorciarse de su esposa, pero luego cae en un

arrepentimiento que lo lleva a revertir lo ganado y no consuma la separación. Algo

similar ocurre con sus experimentos científicos: ha demostrado la existencia del

carbón en el azufre pero luego reniega de la ciencia pues considera que no queda

nada nuevo por descubrir. Al borde del suicidio, cuando el olor dulce de los

vapores venenosos almendrados están a punto de terminar con su vida, escucha

“una voz de anciana que decía: „¡Vamos! No lo creas hijo‟.Y ya no volví a creer

que el secreto del Universo había sido revelado, y marché, algunas veces solo,

otras acompañado, para reflexionar sobre el gran desorden en el que, sin

embargo, terminé por descubrir una coherencia infinita” (52)2, encontrando con lo

anterior una excusa para no ejecutar su muerte. Con su aspecto religioso pasará,

como lo confiesa al final de su obra, de ser sinceramente devoto en su juventud, a

ser un librepensador, luego un ateo y después un religioso (208). La

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autoflagelación puede tener, en este caso un tinte reprobatorio de su situación y al

mismo tiempo es la búsqueda de una verdad que le ayudará a definir su camino.

El hombre de costumbres modernas se para sobre la verdad y divisa su entorno.

Strindberg no logra encontrar tal cosa de una manera prolongada, de modo que

persiste en esa búsqueda durante toda su vida.

En El origen de la tragedia (1999), Friedrich Nietzsche observa que tanto en la

tragedia como en la vida y la muerte cabe la bipolaridad, lo apolíneo convive con

lo dionisiaco3; lo que no es posible es la verdad absoluta. Con base en esto resulta

comprensible que Strindberg salte de un lado a otro y que no parezca detenerse

en ningún lugar. Esta inestabilidad la vive también a nivel físico ya que de Suecia

va a Francia, pasa por Suiza y regresa finalmente a su país de origen. Ante esa

transitoriedad, Nietzsche recuerda que la vida no admite verdades absolutas sino

transitorias: lo que un día es geocéntrico, al otro es teocéntrico, y al otro puede ser

excéntrico o cualquier otra cosa.

Strindberg es un sujeto inestable que suele repetirse a lo largo de las diferentes

etapas de su vida. A pesar de ser odiado por algunas mujeres por su clara

tendencia misógina, evidente en su novela, llega al matrimonio tres veces. En una

significación adicional se observa que el paso por varios matrimonios es sinónimo

de paso por varios divorcios. Se observa repetición también en el hecho de huir de

hotel en hotel hasta llegar a la ciudad en que vive su hija ya que el hastío por las

cosas lo cobija constantemente. Nietzsche dirá que el hastío es la consecuencia

de vivir una experiencia repetida vez tras vez. Este eterno retorno, es constante en

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Strindberg, tres matrimonios, tres intentos de suicidio, partir de ser un joven devoto

y regresar a la religión luego de ser ateo. En cada oportunidad hay un comienzo,

un fin, un nuevo comienzo y un nuevo fin. No hay una verdadera solución pues la

vida “Es […] el molino del Señor, […] Quedáis reducido a polvo y os creéis

acabados. Pero no, todo volverá a empezar y volveréis a ser molidos” (210). Y

ocurre así porque “luego del hastío se retoma la vida”, el sueco está en esa

búsqueda constante de algo que acaso cuando es encontrado ya no es querido,

porque la transitoriedad hace que los intereses cambien al no haber una verdad

absoluta que pueda llevar a un fin. El narrador de Inferno, aunque pareciera lograr

un tope al hacerse católico, no está seguro de permanecer allí pues al final,

cuando todo parece terminar de manera estable, el narrador le objeta a Dios que

“Todo lo que me entusiasmaba lo habéis invalidado. Y estoy seguro de que si me

entregara a la religión, al cabo de diez años me la refutaríais (208)”. Con lo

anterior se observa la caducidad que ha tenido cada una de las cosas en que ha

creído pues, el hecho de invalidarlas, da por sentada la fuerza que han tenido en

algún momento, en esta vida donde el infierno está en la tierra.

Sin embargo, posteriormente en La gaya ciencia, Nietzsche, respecto del origen

del conocimiento, dejará en claro que la inteligencia ha engendrado errores con

los que la humanidad ha convivido. Uno de ellos es la creencia en que existen

cosas iguales. Esto le da al eterno retorno una posibilidad cíclica, pero le quita

toda opción de semejanza absoluta —ya se ha hablado sobre la imposibilidad de

los absolutos. Strindberg no asumirá una posición idéntica en el primer intento de

suicidio que en el tercero. Así mismo, el devoto creyente juvenil difiere del maduro

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católico pues la aceptación de esta religión en este punto de la vida del narrador

está condicionada por la premisa de que “Todos los antiguos dioses se convierten

en demonios a la época siguiente (209)”. Con esto, el católico maduro en cuestión

ve a Dios como un asesino de virtudes, no obstante su carácter sagrado.

La dicotomía visible en Strindberg respecto a Dios es, de alguna manera,

observable desde Nietzsche y desde el loco que en el aforismo CXXV de La gaya

ciencia, enuncia: “¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado (2001,

159)”. Desde este punto de vista Strindberg vive la crisis de su época pues niega

la existencia de ese tipo de seres superiores y hace intentos por tomar la creación

en sus manos. Su obra literaria y científica lo legitimará como hombre que se

cuestiona y que crea sin aceptar las cosas antes de razonarlas primero. Lo harán

un hombre creador que sigue el nuevo valor que Nietzsche deja ver en “¡No

volverás a rezar jamás, no volverás a adorar, […] te negarás a detenerte ante una

sabiduría postrera […]; tu corazón no tendrá asilo donde no encuentre más que

reposo ni tenga más que buscar! (2001: 210)”. Es por esto que el autor de Inferno

no se detiene en su búsqueda y siempre trata de ir más allá. Le resulta vano

quedarse con el conocimiento ya existente, de modo que su primer intento de

suicidio, referido ya en la segunda página de este texto, es una reacción al temor

de permanecer en el estancamiento del conocimiento.

Sin embargo, luego de la retahíla, el loco calla y agrega: “Vine demasiado pronto

[…] mi tiempo no es aún llegado. Ese acontecimiento inmenso está todavía en

camino, viene andando, más aún no ha llegado a los oídos de los hombres (2001:

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160)”. Esto podría justificar por qué Strindberg llega una vez más a la religión, le

resulta difícil renunciar a Dios y a la búsqueda de la verdad. Está en el proceso

nihilista de dejar los valores o de, por lo menos, instaurar unos nuevos. Así que

Strindberg no logra completamente llegar al Übermensch, al hombre superior que

repele los valores tradicionales, pues carece de su necesidad. No obstante, vale

recordar que el dios al que llega finalmente difiere del que el catolicismo adora ya

que es ese viejo Dios que en el Coram Populo, capítulo de inicio de Inferno, a

modo de obra de teatro, crea al mundo para divertirse de las desgracias del

hombre. No es la imagen de la deidad bondadosa que promulga el catolicismo.

Resulta arriesgado catalogar a Strindberg como súper hombre. Ha superado, por

supuesto, la etapa del camello, ha vivido la del niño y hasta la del león, en parte,

pero finalmente su rebelión no es completa. Permanecer en el seno del

catolicismo es considerar la posibilidad de guiarse por los valores religiosos que

determinan el mundo de los hombres. Si bien hay momentos de su vida en los

que, como hombre superior, se distingue de los inferiores en que piensan ver y oír

infinitamente más (Nietzsche, 2001: 223), le falta algo de voluntad de poder para

vivir dejando de lado valores que se le quieran imponer.

Lo anterior no impide que se pueda ubicar a Strindberg como hombre que vive y

afronta la crisis de la modernidad. Desde Nietzsche, se ha visto que cumple con

algunas características que el filósofo considera importantes al respecto. Claudio

Magris, en “Gran estilo y totalidad”, de su obra El anillo de Clarisse, publicada en

1993, observa que “La crisis del sujeto arrastra consigo […] la formación total del

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individuo que evoluciona desarrollando de forma integral y continuada sus

inclinaciones y posibilidades: la discontinuidad del sujeto deriva de la falta de todo

fundamento; el hombre del subsuelo afirma que no posee las causas primeras en

que basarse, y que intenta en vano remontar, con su «profesión del pensamiento»,

hacia un fundamento originario (1993: 13)” —esto lo dice hablando

específicamente de Strindberg. Por supuesto el autor de Inferno se involucra en

ese proceso de formación de acuerdo a sus pensamientos pues asume las

experiencias vividas desde los postulados con los que se gobierna. Así, cuando

decide iniciar su investigación sobre la búsqueda de carbón en el azufre, lo hace

convencido de que su trabajo científico posee un valor y una validez pertinente

que aportarán algo al conocimiento. Claro que aún pretendiendo esa formación

total, su propia discontinuidad le acarreará unos fundamentos débiles que lo

llevarán a perder momentáneamente la credibilidad en su labor, hasta al punto de

pensar en el fin de la vida. Una vez superada su ínfula egocida, Strindberg sigue

en el intento, no del todo vano en este caso, de encontrar su fundamento

originario.

No obstante, desde Magris mismo, Strindberg carecería, al menos, de una

característica fundamental para ser un auténtico viviente de la crisis de la

modernidad: “la búsqueda de un fundamento de lo real que resulta imposible de

hallar (1993: 8)”. Por supuesto que Strindberg ejecuta la búsqueda de dicho

fundamento, el asunto es que lo encuentra y ve en la religión la base de unos

valores que no le permiten que su mundo se desborde, sino que lo van a limitar y

a totalizar en cierta forma. Si la totalidad no es posible en el hombre que asume la

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crisis, el autor de Inferno se ubicaría en un punto en el que es embrión de un

hombre sin atributos, de un sujeto que está en proceso y puede servir para que

otros asuman realmente la crisis de la modernidad.

Un elemento último que apoya la idea de ver a Strindberg como individuo que

hace intentos por asumir la crisis, tiene que ver con la sublevación al gran estilo,

que en su época “constriñe y comprime las disonancias de la vida en una armonía

unitaria (Magris, 1993: 9)”. El crítico italiano aclara que Nietzsche y Heidegger ven

en el gran estilo una violencia metafísica que impone al arte una camisa de fuerza

que castra la identidad. Desde este punto de vista, Strindberg es un autor que

quebranta la norma pues rompe el cinturón que imposibilitaba a los artistas a

ejecutar su autonomía. Tener el valor de comenzar Inferno con una pequeña pieza

teatral en la que Dios es un viejo cruel que destierra a Lucifer por oponerse a sus

prácticas violentas, es todo un atentado contra el gran estilo de la época. Sin

embargo, según Broch, Strindberg sería partícipe favorable del gran estilo

contemporáneo pues éste “ha de asumir en sus formas esa condición caótica para

ser fiel a la verdad; la verdad de la ausencia o de la ocultación del sentido, que

aún así no implican la renuncia a la exigencia y la búsqueda del sentido mismo

(Magris, 1993: 18)”. Desde este punto, Strindberg refleja un caos, su mundo

informe tanto por su enfermedad mental como por las circunstancias que lo llevan

a divergir entre las múltiples posibilidades como asume la vida. Ciencia y literatura,

locura y genialidad, matrimonio y divorcio, ateismo y religiosidad son aspectos que

confluyen en su obra y en su vida, llevándolo a ser fiel a la verdad de la época que

lo acogía.

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Magris recuerda que Strindberg dice de sí mismo: “no llegó a ser jamás él mismo,

jamás algo en sí, jamás un individuo completo (1993: 13)”. Con esto y todo lo

anterior es oportuno recalcar cómo él es un ser que afronta la crisis de la

modernidad de una manera valiente. Es decir, que no es un cordero más del

rebaño que obedece al pastor en silencio. Este dramaturgo sueco valora su

situación en la época y reacciona de manera autónoma. Le resulta indispensable

buscar en un lado y en otro un fundamento, una verdad que oriente su existencia.

La búsqueda es infructuosa durante mucho tiempo y esto lo caracteriza como

protohombre superior. Al final de la novela recurre de nuevo al catolicismo y este

regreso a lo moral casi podría hacerle perder su valor de súper hombre, pero tiene

la gallardía de ver en Dios un ser ruin y decadente que si, bien creador, es a su

vez malévolo y miserable. Esta particularidad hace de Strindberg un sujeto que

afronta la crisis asumiéndola de manera particular en comparación a sus

congéneres que habitaban su época. Es incluso un adelantado, una suerte de loco

nietzscheano que anuncia la muerte de Dios pero que sabe y asume que el

hombre normal no está listo para eso.

Si se presta atención a los personajes contemporáneos que nos rodean, se

observa que aún hoy en día la mayoría de personas no reparan en la crisis, no se

interesan en escudriñar su mundo, ni en cuestionarse sobre los valores que

regulan su vida, ni sobre la pertinencia de esos valores para la sociedad y para sí

mismos. Si no se asume este papel mucho menos se dedicará tiempo a la

creación de valores nuevos, cada vez se está más lejos de todo nihilismo. La

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mayoría de occidentales ignoran la crisis de la modernidad, si la ignoran no existe

para ellos. Con esto sólo podré suponer que la jovencita bachiller que, en busca

de unas boletas para asistir a una fiesta se autoproclamaba radialmente fresca y

posmoderna, lo hacía sólo por un snobismo con el cual quería parecer simpática y

a la moda. No podré, no obstante, establecer cuáles eran sus fundamentos

conceptuales. Y como esto no le interesa ni a la vendedora de refrescos, ni al

peatón normal, ni al gerente de restaurantes, no tiene razón alguna cuestionarse

sobre lo que hay en la cabeza de una colegiala respecto de la crisis de la

modernidad. Con el esfuerzo propio por hacer intentos por comprender está crisis

bastará por el momento.

Bibliografía

MAGRIS, Claudio. El anillo de Clarisse, Barcelona: Ed. Península, 1993.


NIETZSCHE, Friedrich. La gaya ciencia. México: Editores mexicanos unidos s.a, 2001.
__________________ . El origen de la tragedia. México: Ed. Porrúa, 1999.
STRINDBERG, August. Inferno. México: Ediciones Coyoacán, 1997.

Notas
1
A lo largo de este documento se habla indistintamente del autor y del narrador pues, al ser una
novela autobiográfica, no tiene sentido hacer esta distinción que recomienda la narratología
estructuralista.
2
Se cita la novela utilizando la edición de Coyoacán, México, 1997.
3
Nietzsche, en La gaya ciencia (2001), concibe lo apolíneo como la contemplación estética de un
mundo imaginado y soñado. Es decir, se trata de una visión ideal en el que el sentido se expresa
con medida y moderación. En contraposición, lo dionisiaco, comprende el devenir como
voluptuosidad furiosa del creador que siente al mismo tiempo la furia del destructor. Lo dionisiaco
es la imagen de la fuerza instintiva y de la salud, es ebriedad creativa y pasión sensual.

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