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En el Próximo Oriente Antiguo, como en cualquier otra sociedad no
industrial, la base de toda la actividad productiva consistía en la explotación de
los recursos que proporcionaba la tierra. Estos podían ser vegetales, como las
variadas plantas comestibles (cereales, leguminosas, etc), medicinales o las
que, como los juncos y el lino, servían para tejer cestos, alfombras o para
construir cabañas y hacer lienzos. Los arboles eran apreciados por sus frutos
y sus maderas, los animales fueron domesticados como fuerza de tracción y
proveedores de pieles, lana y alimento. La pesca en los ríos tuvo igualmente una
gran importancia. Diversos minerales fueron usados en la elaboración de
armas, herramientas, recipientes y joyas. Las piedras duras y las preciosas se
utilizaron para fabricar vasos, jarrones, estatuas y gemas. La tierra misma, en
fin, proporcionaba el material básico para la fabricación de muchos objetos,
desde los ladrillos empleados profusamente en la construcción hasta las
tablillas de arcilla sobre las que se escribía. Todo ello suponía actividades
manufactureras y especializadas, pero la agricultura y la ganadería ocuparon
siempre el porcentaje más elevado dentro de las actividades productivas.
Variedad regional
Después de la cebada, que sirvió en un tiempo como principal patrón
de valores, y del aceite de sésamo, venía en importancia la lana producida por
los abundantes rebaños de ovejas, de la que se desarrolló una floreciente
industria textil. Pero sería faltar a la verdad no reconocer que antes que todos
estos productos, la principal riqueza de Mesopotamia era la tierra misma, pues
su excelente arcilla proporcionaba el principal recurso, y el más barato y
abundante, con el que se fabricaban no sólo ladrillos para la construcción,
vajillas y utensilios variados para todos los usos domésticos, como barricas,
lámparas, hornos, etc, sino que se utilizaba también en forma de tablillas como
soporte para la escritura, y se hacían incluso estatuas con ella. Tampoco el
subsuelo era estéril ya que proporcionaba nafta y betún, empleado éste último
a modo de cemento en los edificios y como impermeabilizador de cubiertas en la
construcción de barcos para la navegación marítima o fluvial.
La pesca era abundante en las marismas del sur, próximas al Golfo
Pérsico, y así mismo en los ríos y canales que irrigaban la llanura de
Mesopotamia, constituyendo un complemento básico y muy asequible de la
alimentación, ya que la carne se consumía poco, tratándose sobre todo de
cordero. Los rebaños de ovejas, cabras, cerdos y bueyes eran apreciados, más
por los productos que daban las reses, como lana, cuero, leche, etc.. que por el
propio alimento de su carne. Asnos, caballos y camellos proporcionaban, junto a
los bueyes de labor, la principal fuerza de tracción y transporte. El caballo fue
utilizado sobre todo en la guerra, a partir del segundo milenio, para tirar de los
carros y, más tarde, como montura de los jinetes. El camello, o más bien el
dromedario, aunque conocido desde antes, tuvo una introducción tardía, desde
la zona del golfo pérsico, a finales de la edad del Bronce. Entre los animales
domésticos figuraba igualmente la gallina, traída de la India no sabemos muy
bien cuando.
Mesopotamia septentrional.- Es preciso huir de las generalizaciones.
Así, la Mesopotamia septentrional, el país que conocemos con el nombre
histórico de Asiria, se diferenciaba esencialmente de la seca estepa y de la
calurosa llanura aluvial del sur. La topografía, más abrupta allí que en Babilonia,
como se llamó luego al "País de Sumer y Akkad", había influido desde un
principio en la aparición de un menor número de asentamientos importantes.
Tampoco la agricultura hidráulica se llegó a desarrollar en tierras asirias con la
misma extensión que alcanzaría en el mediodía mesopotámico, ya que en las
montañas del norte la construcción de canales requería grandes esfuerzos e
inversiones. Es por eso que las lluvias tenían una especial importancia para la
economía asiria y el dios Adad era considerado como señor del cielo, que
enviaba la lluvia a la tierra. No obstante, los desbordamientos periódicos del
Tigris ofrecían la oportunidad de construir una red de canales y aprovechar el
agua de las crecidas para irrigar campos, huertos y jardines frutales. Las
laderas de las montañas se irrigaban en grado suficiente con las aguas de los
torrentes, arroyos y ríos.
Tierra de prados, valles y montes, el país asirio ofrecía a sus gentes
una variada gama de recursos. Plátanos, tamariscos, moreras y encinas
crecían en las faldas de las montañas, que albergaban también números
rebaños de ovejas que proporcionaban una excelente lana. Los montes estaban
cubiertos de bosques y la caza era abundante. Desde tiempos remotos los
hombres habían encontrado aquí diversas clases de piedra y mineral metálico
que les eran necesarios para el desarrollo de los oficios. En el territorio de
Asiria, que se extendía por el curso medio del Tigris entre sus dos afluentes
orientales, el Zab Superior e Inferior, la agricultura se desarrolló especialmente
en el valle del Zab Superior, que en primavera llevaba mucha agua procedente
del deshielo de las montanas. También había una agricultura floreciente en
torno al valle del Tigris, pero las montañas que se alzaban próximas por el Este
limitaban la superficie destinada a los cultivos. Las rutas comerciales
discurrían al Sur por el Tigris hacia el país de Elam y el Golfo Pérsico, hacia el
Este por los valles de los ríos hacia las montañas del Zagros y la planicie iraní -
aquí los límites tenían mucho que ver con el control del fértil valle del Diyala-, al
Norte los caminos penetraban, a través de los pasos de montaña, en la región
de los tres grandes lagos —Sevan, Van y Urmia—, en las proximidades de
Armenia y más allá en las regiones del Transcaucaso, mientras al Oeste el
desierto imponía una especie de frontera climática, si bien el valle del Habur,
afluente oriental del Eufrates, y el meandro occidental del gran río al noroeste
permitían la penetración hacia los puertos mediterráneos del litoral sirio-fenicio
y el Asia Anterior respectivamente.
El pastoralismo nómada
La región que se extiende como un arco desde las tierras de Palestina
y Siria hasta la alta Mesopotamia constituye la zona "dimorfa" por excelencia,
en la que conviven agricultura y ganadería trashumante, pero también formas
de ganadería semi-nómada. En ella la población se divide en agricultora y
pastoril. Los pastores se concentran con sus rebaños de cabras y ovejas en
torno a las tierras irrigadas durante el verano, en busca de los pastos estivales
de la estación seca, para dispersarse en los pastos de la estepa semiárida
durante el invierno y la primavera, siguiendo un ritmo de trashumancia
"horizontal" que afecta también al tamaño de las concentraciones humanas. La
migración de frecuencia estacional constituye, por lo tanto, uno de los rasgos
típicos de la movilidad espacial del nómada.
La producción
En el Próximo Oriente Antiguo la producción, que se realizaba en su
mayor parte en la explotación de los recursos agrícolas, se hallaba condicionada
por factores de tipo técnico y organizativo. A pesar de una apariencia más o
menos generalizada de buenos resultados, lo cierto es que los medios técnicos
apenas evolucionaron desde mediados del cuarto milenio y las innovaciones
fueron esporádicas y tardías, lo que constituyó un obstáculo para la
producción, que además se veía afectada por otras trabas, como fue el
deterioro medioambiental que supuso una caída de los rendimientos, que se
intentaba compensar con la colonización de nuevas tierras, cuando era posible,
y con la sustitución de cultivos.
Consumo y subsistencia
Tres factores condicionaban en gran medida el consumo que, como
queda dicho, se situaba para la mayor parte de la población campesina en el
umbral de la subsistencia. El primero tenía que ver con el carácter
preponderantemente redistributivo de la economía en el Próximo Oriente
Antiguo. El segundo concierne a los ordenamientos socio-jurídicos vigentes que
influían enormemente en las prácticas laborales y en su retribución. El tercero,
en fin, se relaciona con los procesos históricos de concentración de la tierra y
empobrecimiento/endeudamiento de los pequeños campesinos "libres". Todos
juntos articularon una situación en la que los niveles de vida material más
elevados iban parejos a la posesión de conocimientos y a la práctica de
funciones especializados, algo propio sólo de las elites urbanas.
La mayoría de la población, esto es, los campesinos, consumían una
dieta sobria (cereales, aceite, cerveza, dátiles y productos lácteos) de la que
estaba ausente la carne, que sólo se comía en ocasión de unas pocas
festividades anuales, y que en Mesopotamia se podía enriquecer un poco
gracias a la abundancia de pesca en los ríos y canales. Los trabajadores de los
templos y palacios recibían, al menos desde el periodo acadio, en que parecen
estabilizarse los mínimos, una ración media de 60 sila (sila= 0, 84 litros) de
cebada al mes si eran varones adultos, 40/30 si eran mujeres y 30/20 para los
niños. Las raciones incluían también un sila de aceite una vez al mes, y lana una
vez al año. Por un siclo (unos ocho gramos) de plata se podían obtener entre
250/300 sila de cebada, dependiendo del lugar y el periodo, 9/12 sila de
aceite y unas dos minas (aproximadamente 1 kl.) de lana, por término medio.
En época de Hammurabi la ración de un esclavo era de un sila de cebada al día,
justo la mitad en que se estimaba la de un campesino libre, y con un siclo de
plata podían adquirirse unos 150/180 sila de cebada. El salario de un jornalero
era de unos 3,1/2 a 5 siclos de plata. Los salarios eran superiores a los de
unos siglos atrás en tiempos del Imperio de Ur, pero los precios también habían
aumentado.
Con todo, para la gente que no dependía de los templos y palacios los
precios no eran el único factor que condicionaba los niveles de consumo
(subsitencia). Gran parte de la población campesina no podía hacer frente a los
gastos derivados de la compra de simientes, renovación del equipo, alquiler de
los trabajadores y de los animales de tiro, amén de su propio mantenimiento,
por lo que se veía obligada a pedir prestado. Los préstamos tenían un interés
elevado, de un 33% si estaban expresados en cebada, y de un 20% si se trataba
de plata. Para librarse de las deudas muchas personas vendían sus tierras y se
convertían en campesinos arrendatarios que debían pagar entre un tercio y la
mitad de la cosecha, además de hacer frente a todos los otros gastos
habituales. Un campo de un iku (35 áreas) podía costar entre dos y siete siclos
de plata, trece si se trataba de un huerto. En tales condiciones la subsistencia
se tornaba difícil.
Deforestación
Las gentes de la llanura de Mesopotamia, donde no crecían árboles,
buscaron la madera del "País de los Cedros" (Líbano) desde épocas muy
tempranas. Aunque la madera se conseguía también en los bosques de las
montañas de Asiria, así como en los Zagros y en el Tauro, la calidad de la
madera occidental parece haber sido siempre preferida, lo que explica el
continuo uso que se hizo de ella. En el Poema de Gilgamesh encontramos un
testimonio del temprano interés por lo recursos forestales de las regiones
occidentales próximas al "Mar Superior" (Mediterráneo) en el viaje del héroe y
su compañero Enkidu al Bosque de los Cedros y su lucha con Huwawa, su
temible guardián, al que finalmente logran matar para abatir los árboles. Tal
actitud se mantendrá a lo largo de los siglos venideros y su repercusión
ecológica se tradujo en una progresiva deforestación que alcanzó niveles muy
altos con las necesidades de construcción naval generada, a comienzos del
primer milenio, por la expansión fenicia por el Mediterráneo. Ya antes se había
abusado de estos recursos, y la desaparición de los bosques de Biblos, mas o
menos por las mismas fechas, es síntoma claro de la virulencia del proceso
como también causa, en parte, de su propia decadencia. Otros factores
importantes de deforestación fueron el uso de la madera en industrias como la
de la obtención de la púrpura, la fabricación de vidrio, los procesos
metalúrgicos y la propia manufactura de cerámica.
Los rebaños mixtos de cabras y ovejas, tan extendidos por todo el
Próximo Oriente, actuaron aquí como otra importante causa de deforestación,
al actuar de manera combinada y complementaria en el proceso de destrucción
de la cubierta vegetal agudizado, seguramente, por un sobrepastoreo impuesto
por las barreras geográficas y las fronteras políticas. Así, las ovejas actúan
especialmente sobre plantas de escasa altura, pastos y raíces, impidiendo con
ello una rápida regeneración y provocando un inmediato deterioro del suelo. Las
cabras por su parte, al alimentarse de arbustos y del follaje de los arboles,
complementan el efecto devastador de las ovejas, por lo que conjuntamente
pueden acabar, en no mucho tiempo, con la cubierta vegetal del territorio que
frecuentan y dejarlo indefenso ante la erosión. Desprovistos de buena parte de
su cubierta vegetal, los suelos quedan entonces muy expuestos a los peligros
resultantes de la acción conjunta de los agentes erosivos, especialmente las
lluvias que arrastran sin dificultad las capas superficiales de las tierras altas
en las que la reaparición de los bosques será una obra ya casi imposible para la
naturaleza.
La misma disminución de la masa forestal irá acentuando
paulatinamente la sequedad del clima. La disminución de las precipitaciones,
imperceptible en plazos cortos de tiempo, pero significativa a la larga, sobre
todo en un entorno semiárido como éste en el que pequeñas fluctuaciones
pueden ocasionar graves repercusiones a la agricultura dependiente de la lluvia,
se vio acompañada de otros efectos negativos, ocasionados por la ausencia de
cubierta vegetal que, al no permitir fijar al terreno el agua, favorecía la
aparición de torrenteras y riadas, con los consecuentes daños para la vida
agrícola, y su pernicioso efecto al contribuir, arrastrando las tierras, a la
erosión e inestabilidad del suelo. Por lo demás, la deforestación terminará por
auyentar la fauna silvestre que podría competir con el ganado actuando como
un elemento de regulación, y forzando el retroceso del equilibrio de sucesión y
energía de todo el sistema ecológico. Por supuesto cabían alternativas. Así era
posible defenderse contra la disminución de la media de pluviosidad anual y el
incremento de la sequedad del clima mediante la perforación de pozos, pero a la
larga ello podía repercutir también negativamente sobre la capa freática. Y no
había manera de regenerar los bosques destruidos en las montañas.
Salinización
La salinización, un efecto indeseable de la agricultura irrigada, afectó
especialmente a la llanura de Mesopotamia. El agua que irrigaba los campos se
evaporaba sin que existiera suficiente drenaje y, con el paso del tiempo, dada la
escasez de lluvia y de humedad, la concentración de sales se fue haciendo más
elevada volviendo muchas tierras improductivas. La sal no se acumula en el
suelo si éste se halla bien drenado, pero en Mesopotamia el drenaje de los
suelos agrícolas era particularmente difícil, debido en parte a una causa natural
y en parte a un problema técnico. En algunos lugares el curso de los ríos
discurría a mayor altura que las tierras circundantes, pero en otras ocasiones
eran los terraplenes formados por el lodo, que había que remover de los
canales para que no se atascasen, los que actuaban de esta forma como una
barrera al drenaje elevando incluso la altura del cauce. Las soluciones a la
salinización eran dos: la colonización y puesta en cultivo de tierras vírgenes y la
utilización de especies, como la palmera datilera, resistentes a los suelos con
elevadas concentraciones de sal. Ambas fueron utilizadas desde muy pronto
para paliar el problema, pero la disposición de nuevas tierras que trabajar no
era, desde luego, ilimitada.
Los rendimientos decrecientes, que se atestiguan en documentos
sobre la explotación de las tierras estatales en la época de Ur III en contraste
con los rendimientos ciertamente superiores conocidos en periodos anteriores,
hacen pensar en una incidencia importante de la salinización hacia finales del
3er milenio. En los siglos venideros la incidencia será particularmente grave en
las zonas mas meridionales, aquellas que habían sido sometidas a una
explotación intensiva desde tiempos más antiguos. En contraste con una visión
excesivamente mecanicista, como es la que atribuye la "desaparición" de las
civilizaciones próximo-orientales a la destrucción irreversible del medio
provocado por sus habitantes, fenómenos como la deforestación y la
salinización, con su incidencia negativa sobre la vida de aquellas poblaciones,
crearon condiciones prácticas que retroalimentaron los problemas, sociales,
económicos y políticos.
Paludización
Se trataba de un fenómeno que afectaba sobre todo a las zonas
pantanosas, como el extremo sur de la llanura aluvial Mesopotámica, el
denominado "País del Mar" desde mediados del periodo paleobabilónico. El calor
y la humedad volvían insalubres las condiciones de vida en el amplio delta de los
dos grandes ríos. Aunque en apariencia debido a causas naturales, la
paludización progresiva de algunas zonas fue también consecuencia de la acción
de los hombres sobre el medio. Tierras que antaño habían sido fértiles se
abandonaban debido a su alto grado de salinización y se descuidaba toda la
regulación hídrica que antaño había permitido su riego. Sin el mantenimiento y la
limpieza debidos los canales se atascaban y desbordaban en las crecidas
inundando las tierras baldías sobre las que se iba paulatinamente acumulando el
lodo. De esta manera se iba elevando su nivel hasta alcanzar en algunos puntos
el cauce del rio, lo que daba lugar a la formación de ciénagas. En otras
ocasiones en las que el cauce del rio discurría a muy baja altura, lo que podía
llegar a provocar incluso la modificación más o menos brusca de su curso, el
abandono de las tierras baldías significaba la despreocupación por los efectos
de la inundación. Los lagos y marismas llegaron a alcanzar la región de Nippur a
comienzos de la época islámica. En tales condiciones la agricultura retrocedía y
el principal sustento era proporcionado por la pesca. Las densidades de
población eran muy bajas y las condiciones de calor y humedad sofocantes
favorecían la proliferación de enfermedades.