You are on page 1of 56

EL DINÁSTICO ARCAICO: SUMER.

EBLA
-------------------------------------------------------------------

El Dinástico Arcaico (2900-2335 a.C.) es el primer periodo histórico del


Cercano Oriente. A lo largo de él los documentos y archivos se van haciendo
más abundantes, lo que no es sino el resultado de la centralización
administrativa y la burocratización del poder que se produjeron en el seno de
las ciudades sumerias. Gracias a ello la documentación de que disponemos se
enriquece progresivamente con textos administrativos, jurídicos, religiosos,
literarios e históricos. Aún así, hasta el 2700 a. C. contamos únicamente de
textos administrativos, las tablillas de Ur, apareciendo a continuación las
primeras inscripciones históricas realizadas por los monarcas en
conmemoración de algún acontecimiento importante, pero aún son breves y su
información escasa. No será hasta el 2450 a. C. cuando aparezcan
inscripciones más detalladas y extensas.

1. Las ciudades sumerias

Hacia el 3000 a. C. las ciudades sumerias se asentaban en pequeños


territorios agrícolas separados entre sí por zonas "vacías", que señalaban los
límites respectivos de cada una y aportaban recursos marginales pero
importantes, como pasto para el ganado, pesca y juncos de los cañaverales,
muy necesarios en un país sin madera. Un mismo paisaje se repetía en todos
ellos.

La ciudad y el territorio
La ciudad constituía el centro político del territorio y era la sede de la
mayor parte de las funciones y actividades especializadas. Se hallaba rodeada
de pequeñas aldeas y de algunas agencias locales de la administración. Cada
ciudad contaba con un cinturón de huertas, jardines y palmerales, y una zona
de cultivos cerealícolas, cruzada por los canales que permitían la irrigación, en
la que se hallaban las aldeas y campamentos estacionales de los agricultores.
Más allá se extendía la estepa semiárida en la que pacen algunos ganados, los
pantanos y el desierto.
De norte a sur se hallaban las ciudades de Sippar, Akshak, Kish, Marad,
Isin, Nippur, Adab, Zabalam, Shuruppak, Umma, Girsu, Lagash, Nina, Bab-Tibira,
Uruk, Larsa, Ur y Eridu. Se escalonaban, con sus respectivos territorios, en un
espacio relativamente reducido -unos 30.000 km2- a lo largo de dos lechos del
Eufrates muy cercanos entre sí, en una notable concentración de al menos
una docena de pequeños reinos o principados, ya que no está documentada
para todas la existencia de una dinastía propia.
Al norte del territorio de Sumer, en torno a la región de Kish, se
extendía una zona donde la urbanización era menos intensa y predominaba la
población semita, con su propia lengua, dioses y cultura, aunque ciertamente
influida por la expansión de la civilización sumeria desde tiempos de El-Obeid,
de la que había adoptado sobre todo la escritura.

El paisaje urbano: los templos


El paisaje urbano se caracterizaba primero por las murallas que
protegían la ciudad, su población y riqueza de los ataques del exterior, y en
segundo lugar por la arquitectura monumental de templos y palacios. No es
mucho lo que sabemos de los primitivos edificios sumerios. Las casas
particulares, salvo algunas excepciones, apenas se han conservado y los
edificios públicos tampoco han corrido mejor suerte, si bien su
monumentalidad ha servido en ocasiones para preservar en algo sus ruinas.
Ello es debido, tanto a la ajetreada historia política y militar del país, con
sucesivas guerras y destrucciones, cuanto a la extendida costumbre de
levantar unos edificios sobre los restos de otros, lo que ocasionó en las
ciudades la aparición de tells por acumulación de estratos sucesivos de
construcciones derruidas sobre las que se volvía a construir de nuevo, y en
los santuarios las elevadas plataformas, de las que se piensa surgió la idea del
zigurat.

 La tradición arquitectónica de los templos.- Los templos sumerios eran


continuadores de una tradición que se había iniciado en los pequeños
santuarios de Eridu de finales del quinto milenio y principios del cuarto a. C .
También se construyeron en otros lugares de Mesopotamia, en Tell-Brak, en
el valle del Habur, y en el norte, en Tepe Gawra. En Uruk, unas de las ciudades
sumerias más antiguas, las ruinas del denominado "Templo Blanco" se alzan
sobre un zigurat que estaba formado por una plataforma de doce metros de
altura, constituida por la acumulación de los restos derruidos de edificios
anteriores, con las paredes inclinadas cubiertas de paneles de ladrillería.
Característica común de éstos y otros edificios de la época era la presencia
de contrafuertes reforzando a intervalos regulares las paredes de las
fachadas, en lo que se ha querido ver, no sólo una solución arquitectónica a la
creciente monumentalidad de estos edificios -de hecho en algunos lugares,
como la misma Tepe Gawra, las paredes son sorprendentemente frágiles-
sino una pervivencia de los haces verticales de cañas que, tal como sigue
sucediendo hoy en día, sostenían la armazón de los edificios más primitivos,
antes de la adopción del adobe como material de construcción.

Los grandes santuarios urbanos.- No todos los templos descansaban, sin


embargo, sobre plataformas que los elevaban sobre el conjunto de los
restantes edificios. Los llamados "templos bajos" presentaban plantas y
soluciones arquitectónicas y decorativas muy similares, como los
contrafuertes y entrantes, los ladrillos plano-convexos y la decoración de las
paredes a base de conos de terracota pintados. Unos y otros se asociaban
formando conjuntos de gran monumentalidad, como el área sacra del Eanna de
Uruk, sin duda una de las más imponentes, o aquella otra de Tell Agrab, junto
al Diyala. En Uruk el área sagrada se rodea de una muralla que determina su
individualidad topográfica. Es ésta una de las características de la época; los
recintos sagrados en el interior de las ciudades se fortifican, como
observamos también en el llamado "templo oval" de Tutub, en el Diyala,
brindado así protección a la élite que los habita y custodia a las riquezas que
atesoran.

El territorio de la ciudad
En las inmediaciones de la ciudad se encontraban las tierras que eran
propiedad de templos y palacios. También se hallaban en los límites del
territorio, como resultado de una reciente sistematización productiva que los
había convertido en objeto de colonización agrícola. Los campos solían tener
una forma alargada con el doble fin de facilitar su roturación con el arado de
tiro y de aprovechar mejor el riego, ya que se disponían por uno de su lados
más cortos junto al canal que llevaba el agua desde el rio. Este era, al menos,
el aspecto de los campos que pertenecían a las explotaciones de templos y
palacios sin que podamos precisar nada sobre las particulares. Una disposición
que, por otra parte, era típica de las tierras sometidas a una colonización
planificada que, de esta manera, permitía regar con las aguas del canal el
mayor número de campos posible.
Este paisaje agrario, típico de la ciudad y su entorno, contrastaba con el
que era propio de las comunidades rurales, con sus aldeas de modestas
dimensiones y pobre construcción y la tierra repartida en lotes familiares,
trabajados igualmente con el arado tirado por bueyes.
2. Historia politica

Los tiempos míticos


Los sumerios concibieron su historia más remota como dos grandes
momentos separados por una catástrofe enviada por los dioses para destruir
a la humanidad, el Diluvio, recuerdo de probables inundaciones que se
produjeron siglos atrás. En los orígenes, la realeza habría descendido del cielo
en Eridu. Despúes otras ciudades sumerias, como Sippar y Shuruppak, se
habrían alternado como sede de la realeza, “hasta que el Diluvio lo niveló
todo”. Se trata de un periodo de carácter claramente mítico, que se
evidencia, por ejemplo, en la desproporcionada cantidad de años que se
atribuyen a muchos reinados. No hace falta decir que no conservamos ninguna
inscripción ni ningún otro registro histórico del mismo, por lo que este tiempo
mítico debió corresponder, en realidad, al largo periodo de gestación de la
sociedad urbana, que comienza precisamente con Eridu.

Después del Diluvio


Tras el Diluvio, la realeza descendió nuevamente del Cielo en la ciudad de
Kish, dando comienzo al reinado de las dinastías históricas. Este segundo
momento, que nosostros llamamos Dinástico Arcaico resulta en sus inicios
aún muy mal conocido, debido a la escasez de documentos. Según la Lista Real
sumeria la dinastía de Kish tuvo 23 reyes que reinaron 2410 años. Con
excepción de los dos último, el resto son figuras míticas. Luego señala que la
raleza se trasladó a Uruk, con una dinastía de doce reyes que habrían reinado
2310 años, y en la que destaca el reinado de Gilgamesh. Se trata de cifras
absolutamente fabulosas, pese a que algunos de estos monarcas han sido
considerados como históricos por ser los portagonistas de distintas poemas
epicos sumerios.
La época de los héroes.- De la mayor parte de los reyes de las dinastías
más antiguas, anteriores al 2700 a. C., sólo conocemos el nombre, que en
ocasiones todavía tiene resonancias míticas o legendarias. Se ha pensado que
estos serían los tiempos en que habría que situar a los semidioses y héroes de
la literatura épica sumeria, como Etana, héroe que fue trasladado al cielo por
un ágila, Enmerkar el fundador de Uruk, que luchó contra los martu y la lejana
ciudad de Aratta, Lugalbanda o Gilgamesh, amigo del salvaje Enkidu y viajero a
los confines del mundo en busca de la Planta de la Inmortalidad, Aquellos
héroes de las leyendas serían los ancestros más o menos directos de los
posteriores reyes históricos, a los que ya conocemos por sus propias
inscripciones. Pese a las dudas recientes sobre su historicidad, parece
probable que tales mitos y leyendas recogieran en gran parte el ambiente
propio de aquellos momentos, como la rivalidad entre las distintas ciudades, el
contraste entre sedentarios y nómadas, así como los problemas que
planteaba el aprovisionamiento de materias primas desde los paises lejanos.

Las dinastías históricas y su contexto.- La Lista real Sumeria, una


compilación del siglo XXI a. C., atribuye al periodo que nosostros llamamos
Dinástico Arcaico una serie sucesiva de dinastías que, trás el segundo
descenso de la realeza en la ciudad de Kish, habrían reinado sucesivamente
sobre diversas ciudades, como Uruk o Ur, al pasar de unas a otras la realeza
por la fuerza de las armas. Se trata, no obstante, de una idealización
diacrónica que sitúa en un orden histórico consecutivo dinastías y personajes
que en ocasiones fueron contemporáneos y que omite algunos que, en cambio,
conocemos por sus inscripciones.
Durante la mayor parte del Dinástico Arcaico distintas ciudades
sumerias protagonizaron una serie de conflictos que tenían como causa más
frecuente las disputas territoriales y la lucha por imponer su hegemonía.
Aunque los conocemos muy mal, en líneas generales podemos observar un
acentuado policentrismo frente al anterior predominio de Uruk. Ciudades como
Ur, Eridu, Girsu, Lagash, Umma, Adab, Shuruppak, Nippur, Kish, Kazallu y
Eshnunna se convirtieron por aquel entonces en capitales de pequeños reinos
de exiguas dimensiones territoriales, que a menudo se mostraban en abierta
hostilidad entre sí. En el S.E. Elam, muy influido por la cultura sumeria, pero
con una organización política de signo muy distinto y de carácter confederal,
tomó también parte activamente en aquellos conflictos.

Guerra y hegemonía
La hegemonía es el resultado de una voluntad de poder más allá de las
propias fronteras en un contexto de comunidades políticas más o menos
modestas y en una situación de equilibrio político, económico y militar. Una de
ellas consigue imponerse durante un tiempo, gracias sobre todo a factores
políticos y militares de índole oportunista, sobre la totalidad o parte de los
restantes que terminan por aceptar, de mejor o peor grado, su predominio, lo
que sin embargo no implica modificaciones de importancia en la estructura,
composición y situación de aquellos que han reconocido el poder hegemónico.
Muy a menudo la hegemonía precisa de guerras más o menos frecuentes, y
localizadas, para imponerse y consolidarse, precisamente porque no ha
cambiado sustancialmente la situación del adversario, que de pronto puede
convertirse en una amenaza al aspirar, por su parte, a desempeñar un papel
hegemónico. Aunque hay victorias y derrotas no se produce la conquista,
normalmente por falta de medios técnicos, económicos y humanos para
realizarla.

Disputas entre los dioses.- La rivalidad y las guerras entre las distintas
ciudades sumerias fueron presentadas por sus gobernantes ante sus gentes
como disputas que enfrentaban a sus dioses tutelares. Aunque había
divinidades relacionadas con la guerra, como la diosa Innana, se trataba, sobre
todo, de la lucha que enfrentaba a las divinidades de cada ciudad. Los
verdaderos motivos de tales conflictos eran muchas veces de índole
socioeconómica. El aumento de la población y la acaparación e inmovilización
de gran parte de la riqueza por parte de las elites dirigentes en forma de
bienes suntuarios de alto contenido simbólico -el denominado aparato
autocelebrativo- se intentaron paliar con la colonización y conquista de nuevos
territorios y el acceso al comercio a gran distancia. El control de las rutas
comerciales y las disputas por tierras proximas ocasionaron más de un
conflicto entre las ciudades de Sumer. Esta serie de contiendas cubre un
período de más de trescientos años que se extiende desde las más antiguas
inscripciones de los primeros reyes históricamente conocidos, como
Mebaragesi de Kish, en torno al 2700 a. C., hasta la formación del Imperio
acadio.

Enlil y Nippur.- En el ambiente de continuas guerras en el sur de


Mesopotamia no eran raras las incursiones contra objetivos más lejanos,
como Elam o el "País Alto" situado en la Mesopotamia septentrional, con el fin
de reforzar la propia hegemonía y acceder a las rutas por las que discurría el
comercio. Tales empresas se efectuaron desde un principio al amparo de la
legitimación religiosa del santuario de Nippur, morada del dios Enlil, en donde
los vencedores dejaban sus ofrendas junto con el registro de sus victorias, y
en torno a los dos polos del poder político en Sumer, encarnados por las dos
titulaturas de más prestigio, En -señor- de Uruk y Lugal -rey- de Kish.

Los acontecimientos históricos


El primer testimonio histórico que conservamos de aquellas rivalidades
tiene como protagonistas a Agga, hijo y sucesor de Mebaragesi, penúltimo rey
de la 1ª Dinastia de Kish y primer monarca del cual se conservan sus
inscripciónes, y al héroe épico Gilgamesh, quinto rey de Uruk, que resultó
vencedor en la contienda que les enfrentaba, lo que al parecer le permitió
apoderarse de la ciudad enemiga. Se podría pensar en una hegemonía de Kish,
tras la recesión de la antes poderosa Uruk con que comienza el período,
seguida luego de un nuevo encumbramiento de ésta. No obstante, había otras
ciudades implicadas, además de Kish y Uruk, en las luchas que se libraban por
alcanzar una posición de hegemonía, como Ur, Umma, Lagash, Adab, etc, lo
que daba lugar a continuos reagrupamientos de fuerzas en coaliciones de
efímera existencia.

Las guerras entre Lagash y Umma.- Uno de los episodios mejor


conocidos de aquellas guerras lo constituye el prolongado conflicto que
enfrentó a las ciudades de Umma y Lagash. El enfrentamiento entre ambas se
remonta a los tiempos de Mesalim, rey de Kish en torno al 2550 a. C., el cual
ejerció su arbitraje en la contienda, lo que, junto a que han aparecido
inscripciones suyas en Adab y Girsu, ha servido también para suponer una
cierta hegemonía de Kish por aquel entonces. Posteriormente, la rivalidad y
los choques militares prosiguieron con suerte diversa. Eannatum y Entemena,
reyes ambos de Lagash, consiguieron victorias sobre Umma entre el 2450 y el
2400 a. C., con lo que se aseguraron una cierta supremacía que, sin embargo,
no pudo acabar totalmente con la resistencia de la ciudad enemiga. Eannatum
guerreó también contra Uruk, Ur y Kish, y repelió una invasión elamita,
persiguiendo a los invasores hasta la misma Susa que en sus inscrpciones dice
haber conquistado. También guerreó más al norte, sobre el curso medio del
Eufrates, donde el reino de Mari ejercía una autoridad indiscutida. Tras su
reinado, los ejércitos de Umma atacaron a su vez, obteniendo la victoria sobre
su rival, cuyo rey, Enannatum, hermano del anterior, pereció en la derrota.
Fue su hijo y sucesor, Entemena quien lograría la recuperación de Lagash,
aliándose con Uruk y aprovechando el descontento de la población de Umma,
donde al parecer había estallado una revuelta. Tras la victoria, Entemena se
sintió suficientemente poderoso para imponer en el trono de Umma a un nieto
del derrotado Urlumma, un sacerdote de Girsu, que con el tiempo habría de
volverse contra él.

El conflicto entre Uruk y Ur.- Otro conflicto, que enfrentaba a las


ciudades de Uruk y Ur, discurrió paralelamente a las guerras entre Lagash y
Umma. Más pequeña que Uruk o Lagash y con un territorio más reducido, la
ciudad de Ur gozaba no obstante de gran prosperidad debido a que era un
puerto fluvial sobre el Eufrates cercano al Golfo pérsico y a su importante
comercio marítimo. Aunque no podemos reconstruir la secuencia de los
hechos, sabemos por las inscripciones que varios monarcas de Uruk
detentaron los títulos de reyes de Kish y de Ur, y que algunos de los reyes de
esta última, como Mesannepadda en torno al 2450 a. C., ostentaron también
el título de rey de Kish. Dominar esta última ciudad constituyó el empeño de
muchos reyes sumerios, y era importante porque, ademas de su enorme
prestigio político, controlaba todas las rutas comerciales entre el sur y el
norte de Mesopotamia y con la “periferia” exterior.
Una generación después, Enshakushanna, al parecer originario de Ur, se
apoderó de Uruk y tomó el pretencioso título de "rey de Sumer". Tras él, un tal
Lugalanemundu, rey de Adab, se apoderó de Kish y Nippur adoptando una
titulatura similar. Todo ello nos da una somera idea de los avances y
retrocesos de aquellas hegemonías, siempre parciales e inestables, hasta que
se produjo la unificación del país sumerio a manos de Lugalzagesi, rey de
Umma primero, y después monarca de Uruk, que extendió su dominio sobre Ur,
Larsa, Umma, Nippur y Lagash.

La guerra y la ideología del dominio universal


Las potentes murallas de Uruk, un doble sistema de fortificaciones cuyo
recinto exterior se hallaba guarnecido por torres rectangulares situadas a
intervalos de unos 10 metros, extendiéndose sobre un perímetro de más de 9
km que cerraba una extensión de unas 550 ha, constituyen, junto con otros,
un claro indicio de que la paz no era un hecho general ni predominante en el
país sumerio durante el Dinástico Arcaico. A las leyendas y poemas epicos
sumerios que narran los enfrentamientos entre héroes en un contexrto que
podemos atribuir a la aparición de las primeras dinastías posteriores al Diluvio,
se vienen a añadir, como hemos visto, documentos históricos que nos
informan de varios y prolongados conflictos. Tal era el clima político durante
la mayor parte del periodo.

Armas y reclutamiento.- En cada ciudad se realiazaban levas para


formar una milicia campesina que reforzaba a las tropas de palacio. Los
sumerios combatían en formación cerrada, alineados en falanges de infantería
pesada, armados con altos escudos cuadrangulares, largas picas, hachas y
cascos de cobre revestidos de cuero. Un armamento condicionado, sin duda,
por la disponibilidad tecnológica así como por el carácter mayoritario de las
tropas, una milicia que solo temporalmente recibía adiestramiento. Los
efectivos eran asímismo reducidos. Un templo podía proporcionar unos
quinientos o seiscientos combatientes y una fuerza de unos cinco mil
combatientes era un ejército enorme para la época.

La génesis de la idea del dominio universal.- La guerra, aunque


frecuente, no había cobrado aún las dimensiones políticas, sociales e
ideológicas que alcanzaría más adelante y, como un asunto más de Estado, se
mezclaba con la diplomacia en la que la mediación de una tercera parte -
normalmente una ciudad prestigiosa como Kish o un santuario como Nippur-
tenía una gran importancia con el fin de poner término al conflicto. No
obstante, cuando la guerra era dirigida hacia el exterior, hacia las poblaciones
lejanas o "incivilizadas" de los paises de la periferia, habitados por nómadas o
montañeses, cambiaba radicalmente de significado. Ya no era un asunto entre
los dioses tutelares de las ciudades que disputaban entre sí, sino la exigencia
del reconocimiento de su soberanía por las poblaciones "bárbaras" a las que se
debía someter, y si no era posible en la práctica al menos simbólicamente.
Tales ideas son propias de una forma de pensamiento arcaico en el que
la ciudad, el reino, el mundo sumerio "civilizado" en definitiva, constituían el
centro del mundo por designio de los dioses y todo lo externo era, por
consiguiente, inferior y suceptible de ser dominado. Desde tal perspectiva, una
acción puntual, como una expedición a la "Montaña de Los Cedros", además de
proporcionar la apreciada madera del Libano, servía para mostrar
simbólicamente la sumisión de la periferia "barbara". A partir de tales ideas y
prácticas habría de generarse finalmente y en este mismo contexto la
ideología del "dominio universal".

3. Gobierno y administración

Pese a la especialización económica y funcional, y al abundante número


de funcionarios y escribas, el aparato administrativo era relativamente
simple, como correspondía a las necesidades de unos estados, aunque muy
centralizados, de dimensiones modestas. Existía, por otra parte, una dualidad
administrativa, representada por los templos y el palacio, aunque en ambos
casos el funcionamiento era similar.

La burocracia
La simplicidad de sus fines, que no eran otros que asegurar la entrega
por las comunidades locales de los excedentes y concentrarlos en los templos
y el palacio, así como los medios utilizados para ello -tasación, organización
laboral y militar, registro contable-, ocasionaron un tipo de organización
burocrática, dotada de personal numeroso y jerarquizado pero relativamente
poco especializado. Quizá sea éste uno de los rasgos que más llamen nuestra
atención y que perdurará a lo largo de los siglos venideros, la ausencia de
competencias definidas, de sectores claramente delimitados en unas
funciones específicas, no existiendo nada que se pareciera a una división de
tipo ministerial, lo que era más acusado a medida que se ascendía hacia la
cúspide de la pirámide administrativa.
Se trataba, de hecho, de una consecuencia, no de la falta de
capacitación o de procedimientos técnicos adecuados, sino del carácter del
propio sistema político basado en la concentración de la autoridad en la
persona del rey. Ante un incremento de las necesidades y las tareas de
gobierno, el monarca, como única fuente de autoridad, prefería aumentar el
número de funcionarios encargados de ayudarle que dotarles de la capacidad
de iniciativa al frente de una administración especializada y autónoma. Claro
que éste era un principio genérico y un tanto abstracto, cuya materialización
efectiva dependía de la propia capacidad del rey, ante circunstancias
concretas, para lograr una correcta trasmisión de la autoridad, para hacerse,
en definitiva, obedecer.

La realeza sumeria
Los títulos y epítetos que utilizaron los reyes sumerios evocan el
sentido de la ideología que rodeaba a la realeza, así como su evolución
histórica. Entre los más antiguos, los de en, lugal y ensi, constituyen
titulaturas que no albergan aún la idea de "dominio universal" que aparecería
luego. Junto a ellas el título de " rey de Kish" gozaba de un gran prestigio, ya
que se consideraba a esta ciudad como cuna de la realeza cuando después del
Diluvio había bajado por segunda vez del cielo. Además la importancia de Kish
no era sólo histórica, sino también estratégica y comercial. La pretensión,
real o simbólica, de llegar a ser "rey de Kish" fue albergada por muchos de
aquellos monarcas sumerios.
En, uno de los títulos más antiguos con connotaciones religiosas,
significaba "señor" y aparece asociado al templo como institución de poder.
Lugal quería decir "gran hombre", mientras que el significado de ensi está
mucho menos claro. Algunos de los sumeriólogos lo traducen por "rey" o
"gobernador", y otros por "el que coloca la primera piedra" e, incluso, por
"administrador de la tierra arable". Ambos, ensi y lugal, se asocian al palacio.
Monarcas de la misma ciudad podían portar indistintamente estos dos títulos,
sin que sepamos bien por qué.
La reina solía llevar el título de nin, "señora y soberana", que tenía así
mismo connotaciones religiosas. Algunos ensi se dirigían a sus dioses
tutelares en las inscripciones celebrativas otorgándoles el título de lugal, de
donde se ha querido ver la supremacía de unos tipos de reyes sobre los otros.
No obstante, es dudoso que esto fuera válido para la mayor parte del
Dinástico Arcaico. Con la evolución política posterior, lugal se convirtió en un
término para designar al rey que ejercía su soberanía sobre otras ciudades y
ensis, mientras que estos últimos se fueron convirtiendo de monarcas locales,
con una autonomía limitada, en meros funcionarios periféricos.

El rey como administrador.- El Dinástico Arcaico fue un periodo en el que


el poder de unos reyes sobre otros se plasmaba en el reconocimiento político
de una mayor autoridad, sobre todo cuando se trataba de disputas entre
ciudades, como ocurría con el título de "rey de Kish". La falta de medios para
consolidar una política de expansión hizo que ésta se realizara sobre todo en el
plano simbólico y en el ideológico. El rey debía ser y era ante todo un "buen
administrador" y debía actuar para restablecer la justicia conculcada, como
hicieron Enmetena y Uruinimgina de Lagash. Se trataba, ante todo, de
administradores por cuenta de la divinidad tutelar de la ciudad, y como tales
desplegaron una importante actividad construyendo templos, puertos,
fortificaciones y canales de riego, destinada a asegurar, según la propaganda
ideológica que legitimaba la autoridad y el poder de la realeza, el bienestar de
la comunidad, asi como la prosperidad del estado y de los grupos dirigentes,
sin descuidar del todo la atención hacia el resto de la población. Este era el
modelo básico de la monarquía sumeria más antigua, el rey justo y buen
gobernante, antes de la aparición de las aspiraciones de dominio del país y de
las regiones circundantes.

El rey como constructor.- A pesar de las guerras, que no fueron raras,


el rey no aparecía ante sus súbditos como un jefe militar, como ocurrirá con
los monarcas de periodos posteriores, ya que como administrador del dios
tutelar de la ciudad se limitaba a hacer la guerra en su nombre. Los dioses
eran los que promovían las guerras y los que, en definitiva, otorgaban la
victoria o la derrota, siendo los reyes meros instrumentos de su voluntad. La
vinculación del rey con los dioses era muy acusada, no en vano la realeza había
descendido del cielo, por lo que el monarca dirigía la celebración de las
grandes festividades religiosas y, sobre todo, actuaba como constructor y
embellecedor de sus moradas, los templos. Además debía velar por el
bienestar de su pueblo, como dispensador de “vida y protección” según la
propaganda ideológica imperante, lo que requería otro tipo de construcciones,
como los caneles y acequias que permitían el riego, los almacenes para el
grano y las murallas tras las que refugiarse en caso de ataque enemigo.

El rey como sacerdote.- Confería al rey interpretar la voluntad de los


dioses y representar a su pueblo ante ellos, lo que le proporcionaba la
capacidad de interceder por sus súbditos, no tanto individualmente sino como
comunidad. El rey administraba su reino, que en realidad pertenecía a los
dioses, por designio de los mismos, y lo hacia interpretando su voluntad,
descifrando sus señales, mediante la interpretación de los signos
sobrenaturales, y también por medio de los sueños, o interrogándoles a
través de los oráculos. En esta labor el rey no se encontraba solo. Aunque él
mismo solía asumir, en su doble papel de servidor de los dioses e intérprete de
su voluntad, una alta jerarquía sacerdotal, se rodeaba de un amplio cuerpo de
sacerdotes y adivinos que le proporcionaban informes a diario.
Como sacerdote y como rey presidía y protagonizaba las grandes
fiestas, como la celebración del Año Nuevo, en que se producía la hierogamia,
la unión sagrada del rey, en su papel de dios rescatado, con la diosa-madre
proveedora de la fertilidad y la abundancia. Ejerciendo el papel de protagonista
en el ritual que escenificaba el mito cósmico, agrario y social, el rey
garantizaba la existencia del orden querido por los dioses y rendía el supremo
servicio a su pueblo. También presidia otras muchas ceremonias y rituales, en
los que no faltaba la magia analógica, como cuando el rey libaba sobre el surco
recién abierto para asegurar la próxima cosecha, siempre con el mismo
objetivo, asegurar que no se interrumpa ni perturbe el orden divino del mundo.

El rey como legislador.- Como intérprete de la voluntad divina quem rige


el orden universal el rey estaba legitimado para tomar decisiones y realizar
acciones que, por consiguiente, no admiten discusión. En su papel de legislador
el rey, por lo tanto, no inventa la norma, sino que, de acuerdo con la tradición
la acomoda a una situación existente o bien la suspende momentáneamente,
sin derogarla, a fin de conseguir el equilibrio. No puede ser derogada porque es
producto de la voluntad de los dioses, de un orden permanente e inmutable ,
tanto natural como social y político, que se expresa en su realización. Al
mismo tiempo es producto de la tradición y está, por tanto, basada en la
costumbre. Pero en ocasiones es preciso ajustar dicha tradición a cada
realidad concreta en cada momento o época, en otras palabras, es preciso
actualizarla. Dicha actualización no supone, sin embargo, la abolición de unas
normas y su sustitución por otras, sino, bien por el contrario un cierta
flexibilidad en su interpretación.
La ley encuentra su valedor e intérprete en el rey, que además de tener
la responsabilidad ideal y moral de la justicia, promulga códigos y edictos,
supervisa la vida judicial, recibe apelaciones y sentencia en segunda instancia,
al tiempo que se reserva algunas competencias específicas, como la
clemencia. La ley se manifestaba, sobre todo, por boca y acción del rey, en los
códigos que ordena realizar y los edictos que promulga.

Promulgación de la ley por el rey.- El rey los promulga los edictos tanto
para el ámbito de palacio, tratándose de regular una situación que afecta
fundamentalmente a los dignatarios y dependientes palatinos -como
establecer el orden sucesorio, conceder exenciones - y entonces adopta la
forma de un decreto que garantiza, mediante tablilla sellada, tales
concesiones, como para el más amplio y general de la comunidad. En este
último terreno destacan sobre todo, como parte de la prerrogativa real de
suspender la operatividad normal de las leyes, los decretos destinados a
"instaurar la rectitud en el país", que anulaban la deudas y la servidumbre
ocasionada por ellas, condonaban el pago de las tasas atrasadas y podían,
incluso, si bien esto era menos frecuente, restituir a sus antiguos
propietarios los bienes que habían sido enajenados.

La jerarquía administrativa
A la cabeza del aparato administrativo, y detrás del rey, se
encontraban un mandatario -nu banda -, que fue adquiriendo cada vez mayor
importancia en su calidad de organizador de las empresas de interés común y
de los trabajos agrícolas. Era también el tesorero y notario del reino. Había
también un administrador general -sanga-. Otros cargos corresponden al "jefe
del catastro" -sa-du -, a una especie de contable -sha du ba -, a los correos -
sukkal - que dependían, al igual que los coperos -sagi -, del palacio del ensi,
siendo los suyos puestos de gran importancia al frente, en ocasiones, de un
grupo de la administración. Luego estaban los consejeros -abgal -, comisarios -
mashkim -, ¨vigilantes" -ugula -, encargados en realidad de dirigir a los
miembros de una profesión u oficio, y heraldos -ningir - que en algunos
lugares, como Shuruppak, disponían junto a los nu banda de gran cantidad de
recursos y parecen haber sido funcionarios muy importantes. Al mando de las
tropas se encontraba un gal-uku. Otros cargos importantes, al menos a
finales del periodo, eran el de"jefe de los almacenes de grano" -ka guru - y
"jefe de los depósitos de aceite" -ka shagan-.

Progreso y evolución de la escritura


El desarrollo y la evolución de la escritura durante este periodo está
ligado a las necesidades cada vez mayores de la administración de los palacios
y los templos. El paso del pictograma al ideograma, en el que por imperativo de
los útiles y la técnica empleados los trazos curvos fueron sustituidos por
trazos rectos con aspecto de cuña, supuso la pérdida del realismo originario,
por lo que aquello que se representaba acabó convirtiéndose en un signo
abstracto.

La escritura cuneiforme.- Mediante la combinación de los trazos -cuñas


verticales, horizontales e inclinadas de distinto tamaño- se formó un sistema
de varios centenares de signos a los que se fue dotando del valor fonético de
una determinada sílaba que se añadía a su significación ideográfica originaria.
Así la escritura pasó a tener un valor silábico que, mediante la combinación de
signos, permitía escribir palabras sin tener en cuenta el significado conceptual
de cada uno de los que las componían, aunque determinados conceptos
continuaron escribiéndose de forma ideográfica, sobre todo aquellos con una
información determinativa, como la estrella que daba a entender que el
nombre que seguía era el propio de una divinidad.
Con el tiempo, el valor silábico terminó predominando sobre el
ideográfico de tal manera que, cuando se paso a escribir en líneas horizontales
de izquierda a derecha -lo que se ajustaba mejor a la forma y superficie de la
tablilla que la manera originaria de escribir en columnas verticales de arriba a
bajo y de derecha a izquierda- los signos quedaron tumbados, lo que
pictográficamente hubiera sido un absurdo, prueba del predominio de su valor
silábico.

Los escribas
Los escribas constituían la base sobre la que reposaba todo el
funcionamiento del aparato administrativo. Su número era abundante y
formaban, no sólo una categoría profesional de prestigio, sino un grupo social
bastante definido, pues el hecho de saber leer y escribir era considerado,
además de un privilegio, como un signo de superioridad social efectiva. Los
escribas provenían de las familias acomodadas, ya que su instrucción, que se
realizaba en escuelas especializadas, era larga y onerosa. Incluía el aprendizaje
y dominio de la escritura y las técnicas contables, así como el repertorio de
fórmulas contractuales y diplomáticas. Hijos de funcionarios, de responsables
o administradores de grandes dominios, de sacerdotes y ricos comerciantes,
recibían una educación que en la práctica era un privilegio de clase, reforzado
por la tradición misma de la trasmisión hereditaria de los oficios.

La escuela y la formación del escriba.- Conocemos bastante bien el


funcionamiento de las escuelas en la que se desarrollaba el aprendizaje de los
escribas en tiempos sumerios, cuando la técnica de la escritura cuneiforme
había ya alcanzado su primer grado de perfeccionamiento. A la cabeza, en
calidad de director, se hallaba el ummia, el especialista o maestro, a quien
también se denominaba como "padre de la escuela", ayudado en sus funciones
por un profesor auxiliar que recibía el título de "gran hermano". Había además
un maestro de dibujo y de lengua sumeria, así como vigilantes y responsables
de la disciplina. El aprendizaje consistía en memorizar los extensos repertorios
de signos, agrupados en vocablos y expresiones próximas por su sentido,
nombres de árboles, animales, piedras y minerales, pueblos y ciudades, que
eran copiados una y otra vez. Así mismo se elaboraban diversas tablas
matemáticas y numerosos problemas acompañados de su solución. Un
segundo nivel de instrucción, al que no accedían todos los alumnos, tenía que
ver con la creación artística y literaria, y en el se estudiaban, copiaban e
imitaban las obras clásicas de la literatura sumeria.

4. La periferia: Assur, Mari, Ebla y Elam.

A lo largo de las rutas fluviales habían aparecido tiempo atrás unos


cuantos asentamientos que constituyeron puntos avanzados del comercio
sumerio y que desde el principio contaron con una considerable población
semita local. Todas aquellas tierras y las regiones a que daban acceso se
encontraban pobladas desde tiempos atrás. Un nuevo auge demográfico, con
la consiguiente difusión de asentamientos, constituyó un fenómeno
característico en ellas desde comienzos del periodo, favorecido por las
condiciones climáticas que aseguraron un máximo de pluviosidad en las zonas
semi-áridas con agricultura de secano.
En estos territorios, que los sumerios llamaban "el país alto", habían
surgido ciudades como Nínive, en el triangulo agrícola comprendido entre el
Zab superior y el Tigris, y en sitios como Tell Kuera y Tell Mozan, en el valle del
Habur, que con sus afluentes se convierte en el centro de toda la
Mesopotamia septentrional. También al oeste del Eufrates, en tierras de Siria,
la existencia de una cultura urbana está atestiguada en sitios como Hama,
Alepo, Ebla, Karkemish, y Ugarit y Biblos en la costa. Esta última mantenía
comercio con Egipto y con Creta.
Assur y Mari
De entre los asentamientos comerciales utilizados por los sumerios
destacaron Assur sobre el curso medio del Tigris, y Mari sobre el medio
Eúfrates. Ambos dominaban excelentes posiciones de cara a las
comunicaciones y ello explicará la importancia que alcanzaron desde muy
pronto. Situada en los confines meridionales del "país alto" o Subartu, como se
llamaba por entonces, Assur era un centro urbano aislado que debía su
importancia a su posición fluvial. Desde allí se podía alcanzar, siguiendo el
Tigris, la Anatolia oriental, hacia el N.E. siguiendo el Zab inferior el altiplano
iranio, y hacia el O. la Mesopotamia más septentrional, habitada por las
poblaciones hurritas. Su relevancia estaba relacionada con el interés de los
sumerios en poseer una ruta propia que penetrara en Anatolia, cuyo estaño y
plata eran sumamente apreciados, distinta de aquella otra que controlaba la
ciudad y el reino de Ebla.
La situación de Mari, en un paso obligado entre Mesopotamia y el norte
de Siria, no era menos favorable, pero a diferencia de Assur su territorio de
expansión comercial estaba en manos de un estado poderoso, como era Ebla.
El reino de Mari tenía como capital una ciudad que había surgido arrancando
sus campos al desierto. Hacia el 2800 a.C. se excavaron una serie de canales
que permitieron convertir en habitable un lugar inhóspito. Uno de ellos traía el
agua potable desde el rio hasta la ciudad, situada a dos kilómetros de éste. Un
segundo, destinado fundamentalmente al transporte, discurría a lo largo de
120 km hasta comunicar el Habur con el Eufrates, acortando en un tercio, al
salvar los meandros, la distancia y facilitando de esta forma el viaje de las
embarcaciones que remontaban el río. Un tercer canal, de 17 km de longitud,
llevaba el agua de riego a los campos situados en la orilla derecha, en torno a
la ciudad. Y existen vestigios de un cuarto canal muy cercano, cuya utilización
concreta se desconoce, pero que pudo servir para recoger las aguas
sobrantes e impedir que anegaran los campos.
El Reino de Ebla
Ebla, en el norte de Siria, presenta notables divergencias en cuanto a
organización política, económica y social, con las ciudades sumerias de las que
sin embargo recibio cierta ifluencia. Controlaba un territorio
considerablemente mayor que el de las ciudades de Sumer, asi como
importantes rutas comerciales que discurrían hacia el norte de Mesopotamia,
desde donde se podía alcanzar Anatolia, y hacia el litoral de Siria y Palestina.
Desde estas costas el comercio marítimo conectaba con Creta y Egipto. Todo
ello le permitió convertirse en un gran reino, centro hegemónico de la región.
A pesar de su indiscutible preeminencia, Ebla precisaba el concurso de
Mari para acceder a la baja Mesopotamia, en donde ambos compartían el
interés por Kish, debido al tránsito obligado por su territorio que enlazaba el
norte y el sur de Mesopotamia. En Sumer, Uruk y Ur aseguraban, por su parte,
la conexión desde Kish con Susa, desde donde se alcanzaba el territorio iranio,
y con Dilmún -Bahrein- y Magán -Omán- que facilitaban el acceso del comercio
al Golfo pérsico y la India. De igual forma, Mari se hallaba a expensas de Ebla
para poder acceder a Siria. Por todo ello las relaciones de Ebla con Mari y
Assur oscilaron entre la diplomacia, para establecer con nitidez la respectiva
presencia a lo largo de las rutas comerciales, y la guerra, si bien las
vicisitudes a que dieron lugar son muy mal conocidas.
Iblul-il, uno de los reyes de Mari, habría acometido una expansión que le
permitió invadir el territorio de Gasur, al este del Tigris, asi como parte de la
Siria septentrional, convirtiendo a Ebla en tributaria suya. Posteriormente la
iniciativa parece haber correspondido al reino sirio, que no parece haber
tardado mucho en recuperarse. Los enfrentamientos entre Mari y Assur
pudieron haber sido causados por un bloqueo occidental impuesto por Ebla, con
lo que los reyes de Mari habrían dirigido entonces su atención hacia el Este,
donde Assur ejercía su presencia y aspiraciones de control.
La administración y el gobierno eblaita.- El reino de Ebla presentaba unas
peculiaridades políticas que contrastan con lo conocido hasta entonces en la
llanura mesopotámica. De mayor extensión que cualquiera de los estados de
menores dimensiones de Mesopotamia, pero menos urbanizado y con poca
densidad de población, su monarquía representa un modelo de poder,
articulado también en torno a un palacio, pero con prácticas y legitimación
diferentes, que emergen de una sociedad que conserva una fuerte estructura
familiar.
El rey, cuyo carácter originariamente electivo es puesto hoy en duda por
algunos, hallaba contrapeso a su poder en el grupo de "ancianos", dignatarios
que representaban a las principales familias que, como él, residían en el
palacio. Tales "ancianos" acaparaban importantes prerrogativas
administrativas, como el gobierno de una provincia, no por designación regia
sino por su posición en la estructura de la sociedad. Todas estas diferencias
con las ciudades sumerios no se deben a un estadio primitivo de la realeza
eblaita frente a los tipos más desarrollados, propios de la Mesopotamia
meridional, sino a unas bases sociales, económicas y políticas muy distintas.
Al predominio de la estructura familiar de la sociedad se une en Ebla la
ausencia del templo como agente económico y colonizador, y una economía de
tipo agro-pastoril que encuentra en el comercio un medio importante de
desarrollo. No es extraño, por consiguiente, que el numeroso sector de la
población que dependia de los templos en las ciudades sumerias resultara allí
insignificante.
La administración también estaba organizada de otra forma. Después
del rey, que se limitaba a llevar el título de en -"señor"-, se hallaba el
"tesorero" -lugal-sa-za-, que en realidad era el jefe de la administración en lo
que concernía a la gestión patrimonial y a la organización del comercio. Papel
notable junto a ambos ejercían los "ancianos" -abba - con importantes
funciones administrativas a la cabeza de las circunscripciones o distritos
administrativos en que se hallaba dividido el reino, y reflejadas en el título de
lugal, que aquí viene a significar "gobernador". Dos altos dignatarios de palacio
que ejercían de jueces -dayyanum- parecen proceder así mismo de estos
"ancianos", representantes de las familias más importantes.

Descentralización.- Se trataba de una estructura política más


descentralizada que la sumeria, y en la que el poder del rey encontraba
contrapeso en el mismo palacio en las familias más influyente, cuyos jefes y
representantes ejercían altos cargos en la administración central y periférica.
En Sumer una familia se volvía importante porque sus miembros
desempeñaban durante varias generaciones cargos en la administración de los
templos o palacios, mientras que en el reino eblaita eran las familias
poderosas e importantes las que copaban, junto al rey, los puestos de la
jerarquía administrativa y del gobierno.

Elam
Como en Sumer, en Elam la urbanización y la aparición del Estado fueron
procesos que se desarrollaron sobre la base de la agricultura irigada y la
especialización funcional a lo largo del cuarto milenio a. C., culminando, a
comienzos del Dinástico Arcaico, en una socviedad urbana regida por un
sistema monárquico de estructura confederal. La influencia sumeria,
perceptible en la arquitectura monumental, la escritura, o la glíptica, era
grande, particularmente en Susa, centro comercial de primera magnitud que
abastecía a Mesopotamia de materias preciosas, como oro, coralina, turquesa,
lapizlázuli, etc, que procedían de Irán, India y Asia Central. Como ocurría en la
periferia septentrional y occidental, guerra y comercio no estaban excluidos, y
los conflictos de Elam con las ciudades sumerias empezaron pronto.
Mebaragesi de Kish realizó allí una campaña militar, política que fue seguida
por algunos de sus sucesores, que disputaron a los elamitas el control del
valle del Diyala, por donde discurría el comercio hacia el territorio iraní.

Los conflictos con las ciudades sumerias.- Las guerras con Susa o
Awan, situados en el territorio elamita, o con Hamazi, entre el Diyala y el Zab
inferior y uno de sus aliados principales, fueron frecuentes durante todo el
Dinástico Arcaico y en ellas participaron los reyes de Kish, Lagash, Adab, y de
otras ciudades sumerias. Las guerras y las expediciones de rapiña eran, en
realidad, otra manera de conseguir riquezas. Pero no debemos concebir por
ellos a Elam como un pías periférico resignado a sufrir priódicamente las
incursiones depredadoras de sus vecinos. En más de una ocasión la
contrarréplica elamita alcanzó el país de Sumer, como ocurrió en tiempos de
Eannatum de Lagash, y una generación más tarde, cuando bandas procedentes
de Elam realizaron incursiones en territorio sumerio. Tras un breve dominio
por parte de Kish, obra de la conquista de Mebaraguesi, Elam, extendiéndose
sobre gran parte del S.O. y S. de Irán había recuperado su independencia bajo
la égida de una dinastía procedente de la región de Awan, en el interior, menos
expuesta que Susa a los ataques procedentes de Mesopotamia, y que se
mostraba a intervenir en el plano político-militar contra los principados y
reinos sumerios.

5. Lugalzagesi y la unificación politica de Sumer

El reinado de Uruinimgina, el rey reformador de Lagash, se vio


bruscamente interrumpido. Lugalzagesi, rey de Umma, lo expulsó de su ciudad
antes de atacar Ur y Uruk, por lo que tuvo que refugiarse en Girsu, en donde
se mantuvo al frente de un reducido territorio. Convertido luego en rey de
Uruk, Lugalzagesi se proclamó “rey del País de Sumer” y de hecho parece que
controlaba casi toda la Mesopotamia meridional. Así mismo, estableció
relaciones de alianza con los reinos de Kish, Mari y Ebla, lo que de alguna forma
le permitía afirmar que su poder se extendía desde el Mar Inferior al Superior,
que es lo mismo que decir desde las costas del Golfo pérsico a las del
Mediterráneo.
De aquel modo Lugalzagesi se convirtió en el artífice de la primera
unificación política de Sumer, último capítulo de la historia del Dinástico
Arcaico, considerado también como fase "proto-imperial", habida cuenta de
que la ideología del dominio universal había quedado ya establecida.
Ciertamente tales pretensiones se situaban por detrás de los hechos, ya que
gran parte de Mesopotamia gozaba aún de independencia, pero constituían,
con todo, un potente estímulo para su realización. Sin embargo la aparición del
primer Imperio mesopotámico, en que culminarán los anteriores procesos de
centralización política, no fue obra de los sumerios, sino de los semitas del
país de Akkad, situado al norte de Kish.
EL IMPERIO ACADIO

1. Los semitas

Los semitas constituían un porcentaje notable de la población total del


Cercano Oriente. Durante mucho tiempo se pensó que procedían del interior de
Arabia pero hoy se tiende a creer que eran originarios de las regiones que
habitaron en Siria y Mesopotamia. Hablaban lenguas estrechamente
emparentadas entre sí y divididas en dos troncos principales: el semítico
oriental o acadio y el semítico occidental que forma un grupo mucho más
diversificado, con el ugarítico, el cananeo - a su vez con el fenicio, el hebreo y
el moabita-, y el arameo. Pertenecen también al tronco común del semítico
occidental el árabe, en sus dos variantes septentrional y meridional, y el
etiópico.

Los acadios
Desde un principio gentes semitas habían poblado el sur de Mesopotamia
junto con los sumerios. Su presencia era más notable al norte, en torno al
reino de Kish, que señalaba la divisoria entre las zonas de preponderancia
sumeria y semita respectivamente. Algunos de los más antiguos reyes de
Kish llevaban nombres semitas, según la Lista Real Sumeria. Integrados
tempranamente en la vida económica y social que se desarrolló al auge de la
urbanización, los semitas no perdieron en cambio su identidad cultural,
conservando su lengua y sus dioses, que posteriormente llegarían a sustituir,
a través de un complejo proceso de asimilación y sincretismo, a los de los
sumerios. Hablaban un dialecto semitico oriental, el acadio que habría de
contar con una larga y fructífera historia. Con el tiempo el acadio se llegó a
hablar en gran parte de Mesopotamia y desde el segundo milenio se diversificó
en dos variantes, e el babilonio, o acadio meridional, que se hablaba en el
centro y sur de Mesopotamia, y el asirio, o acadio septentrional, en el norte.

2. El Imperio acadio y la unificación de Mesopotamia

La aparición del Imperio de Akkad no fue el resultado de un conflicto


étnico-cultural entre sumerios y semitas. Simplificando un poco, la relación
entre ambos grupos de población se caracterizaba más bien por una
aculturación reciproca, una situación en la que al principio la cultura sumeria
era predominante, pero que con el paso del tiempo terminará siendo
reelaborada y absorbida por la semita. Así, si los usos administrativos y los
sistemas sociales y económicos son esencialmente sumerios, pero la lengua
acadia y la religión semitas acabarán imponiéndose, aún enriqueciéndose con el
léxico y las formas sumerias, y todo ello al margen del tamaño de sus
respectivas poblaciones.

Sargón y la formación del Imperio


Con Sargón de Akkad (2335-2279 a. C.) se inicia un nuevo periodo de la
historia de Mesopotamia. Su reinado causó una impresión tan profunda que
permaneció para siempre rodeado de leyenda. Leyenda que se había forjado en
torno a su persona, insistiéndo en los designios divinos ocultos tras sus
oscuros origenes. Habandonado nada más nacer en una cesta sobre las aguas
del río, fue recogido por un aguador que lo crío como su hijo. De joven trabajó
de jardinero y la diosa Ishtar lo favoreció otorgándole un futuro pleno de poder
y riquezas. En un plano más histórico parece que desempeño el cargo de
copero, una importante dignidad, en la corte de Kish, contra cuyo monarca
terminaría alzándose. El poder que Sargón llegó a alcanzar, tras unificar
políticamente a las poblaciones semitas y conquistar las ciudades sumerias,
plasmaba el logro de los objetivos de hegemonía perseguidos por los reyes
sumerios que le precedieron y significó una ruptura con el carácter que hasta
entonces había tenido la realeza.

Ruptura y continuidad.- Cortesano en el reino de Kish, Sargón se había


hecho con el poder derrocando al legítimo soberano Ur-Zababa. Su nombre
singnificaba en acadio “rey verdadero”, lo que no oculta sus pretensiones de
legitimidad. Las leyendas posteriores, ya que Sargón se convirtió en arquetipo
de la posterior realeza babilonia y, sobre todo, de la asiria, insistieron,
magnificándolos, en aquellos comienzos, destacando la ruptura con la época
anterior. Tal ruptura, sancionada por el propio Sargón con la construcción de
una nueva capital, Akkad, que permanece inexplorada arqueológicamente, fue
sobre todo de índole política, afectando particularmente al carácter de la
realeza, guerrera ahora en vez de sacerdotal, heroica en lugar de
administrativa, y a la sustitución de la hegemonía de Sumer por la de Akkad,
ya que en todo lo restante hubo una notoria continuidad. Con la obra política
de Sargón, continuada por sus sucesores, los territorios sumerio y acadio se
integrarán para siempre en una única entidad, el país de Sumer y Akkad que se
extiende sobre el conjunto de la Mesopotamia meridional.

La expansión acadia
Resulta exagerado sin lugar a dudas atribuir los triunfos militares de
Sargón de Akkad a las diferencias de armamento entre los sumerios y los
acadios. Sumerios y acadios habitaban las mismas tierras lo que convierte en
muy improbable que los sumerios no conocieran el arco y la jabalina de los
acadios. Pero el adiestramiento que precisa la utilización de armas arrojadizas
como éstas es bastante incompatible con la milicia campesina sumeria y se
adecúa mejor a un ejército profesional, como el formado por Sargón.
Ciertamente los soldados acadios obtuvieron de ésto una ventaja añadida
sobre las falanges de la infantería sumeria, pero no es menos cierto que la
guerra había también experimentado un cambio en cuanto a su concepción y
objetivos, cambio motivado fundamentalmente por la ideología del "dominio
universal" que constituía un acicate para su práctica.

Conquista de Sumer.- Una vez dueño de Kish, Sargón emprendió una


política de expansión que le llevó a derrotar, tras numerosas batallas, a
Lugalzagesi y a otros tantos ensi sumerios, con lo que se convirtió en dueño
del país meridional. Tras estas victorias Sargón mantuvo en pie las esructuras
políticas de las ciudades conquistadas y permitió seguir a su frente a algunos
de sus reyes mientras le mostraran obediencia, mientras que en otros casos
fueron sustituidos por príncipes acadios. Las dinastías locales,
reestructuradas como elementos administrativos del poder imperial,
conservaron cierto grado de autonomía que osciló entre la sumisión y la
rebeldía, en una posición subordinada a la máxima autoridad encarnada por el
soberano. La misma fundación de una nueva capital en las proximidades de
Kish, Akkad, parece haber sido obra temprana de Sargón, destinada también a
facilitar la gestión de su imperio, bajo un poder cuyo epicentro se había
desplazado sensiblemente hacia el norte.

La concepción ideológica del mundo.- El reino propio, Akkad, que incluía


las ciudades sometidas, pasó a ser considerado el centro del mundo, mientras
que el resto es concebido como una realidad exterior que, por el mismo hecho
de existir, muestra su rebeldía hacia el orden dispuesto por los dioses. Los
extranjeros, los extraños, los habitantes de ese "mundo exterior" son
"rebeldes" por el hecho mismo de no estar bajo la autoridad de la única realeza
que agrada a los dioses y, por tanto, destinada a gobernar la totalidad del
mundo para ellos. Por consiguiente son enemigos que deben ser tratados sin
contemplaciones. Tal concepción monocéntrica perfila una noción de frontera
a la que se ubica en los confines del mundo. El mar, detrás del cual no existe
nada, o en su defecto una montaña inaccesible o un gran río, accidentes
geográficos todos ellos difíciles de salvar, son utilizados para delimitar con
cierta nitidez los confines en los que se situa la frontera.

La simbología del dominio universal.- Del "Mar Superior" -Mediterráneo- al


"Mar Inferior" -Golfo pérsico-, de la Montaña de Los Cedros -Amano- a la
Montaña de la Plata -Tauro-, tales son los límites que configuran un mapa ideal
del dominio universal de la realeza acadia que, sin embargo, se mueve más en
un plano simbólico que real. El sometimiento de todas las poblaciones que lo
habitan resulta en ocasiones imposible, por lo que se recurre al simbolismo
con el fin de apoyar la idea de que tal sometimiento se ha hecho efectivo. Si
no se pueden conquistar y mantener sometidos a todos los pueblos que
habitan hasta los confines del mundo, bastará sin embargo con un signo de
que se trata en realidad una empresa posible. Este signo consiste en un un
acto cargado de contenido simbólico, como erigir una estela o lavar las armas
en las orillas del mar, lo que supone que la autoridad del rey se halla presente
en dichos confines, lo que le permite reclamarlos como suyos.

Apogeo y riqueza de Akkad


Tras las conquistas acadias las riquezas comenzaron a afluir a la ciudad
de Akkad, como tributos o mercancias, desde lugares tan lejanos como Dilmun
y Magan, en el Golfo pérsico y Meluja, el valle del Indo. Las rutas que antes
recorrieran los sumerios, estaban ahora en manos de los acadios, gracias a su
control de los principales puertos del sur de Mesopotamia, por lo que la
atención de Sargón se dirigió ahora hacia los paises de la periferia
septentrional y occidental, próximos al Mar superior. Sin embargo la presencia
acadia tuvo en aquellas tierras un caracter distinto y el tratamiento del que
fueron objeto difería también del que habían sido sometidas las ciudades
sumerias.
El control de la periferia.- El propio Sargón se vanagloriaba de haber
alcanzado el "Bosque de los Cedros" y la "Montaña de Plata", el Amano y el
Tauro respectivamente, y parece que llegó a penetrar incluso el país de
Subartu, en la Mesopotamia septentrional, pero todas aquellas expediciones,
que seguramente tuvieron lugar con éxito, no fueron en realidad conquistas de
nuevos territorios. El control de la periferia que el soberano acadio
reivindicaba resultaba problemático para las tropas acadias y no fue tanto el
resultado de campañas militares, cuanto de una política más pragmática de
hegemónia que se contentaba con conseguir que algunos centros
estratégicamente importantes, como Assur o Mari, sedes de gobernadores -
sakkanakku - autónomos, se reconocieran dependientes del poder imperial. La
guerra y las expediciones militares poseían en este sentido una función y una
eficacia política noptable para mantener sometidos a los paises cuyo tributo
se reclamaba y fue acompañada de una difusa colonización que, junto a los
acuerdos con los reinos independientes, como Ebla, facilitaron la consolidación
de las rutas comerciales acadias y el acceso a las riquezas de Siria y Anatolia.

La guerra con Elam


El tercer gran momento de actividad del reinado de Sargón tiene que ver
con el reanudación de la expansión en el sur, lo que llevó finalmente al
enfrentamiento militar con Elam. Apesar del trinufo de las tropas acadias ,
por lo que Susa resultó prácticamente anexionada, los elamitas permanecieron
independientes A pesar del poderío militar acadio las condiciones para
mantener un control político eficaz sobre una región tan lejana no habían
mejorado apenas desde tiempos de Mebaragesi, por lo que la conquista
efectiva de Elam no pudo producirse. Sargón hubo de contentarse con el botín
y los tributos de los vencidos. Su pretensión de haberse convertido en “Rey de
Elam” tras haber vencido a Lukhkhishshan, octavo monarca de la dinastía de
Awan, no era menos simbólica que su dominio sobre “Las Cuatro Regiones del
Mundo”. En la práctica, sólo la región de Susa era controlada por la presencia
de un gobernador acadio.

Los impedimentos de la conquista.- La guerra de conquista, entendida


como la ocupación permanente del territorio enemigo, no siempre dada
resultados duraderos debido a los impedimentos logísticos y administrativos
que ocasionaba la falta de medios materiales, técnicos y humanos, situación
que se perpetuó en el Cercano Oriente durante mucho tiempo después. Las
trabas de tipo técnico, económico y administrativo, que tenían que ver con la
rapidez de las comunicaciones por unos caminos que resultaban
impracticables en una parte del año, al menos para grandes tropas, con la
disponibilidad de personal administrativo, la posibilidad de superar las barreras
lingüísticas, y otros problemas que requieren una experiencia progresiva y
prolongada, impedían en la práctica enviar y mantener ejércitos y guarniciones
a cierta distancia de la capital, asi como comprometerse simultáneamente en
varias direcciones, y, en definitiva, de ejercer un control sobre el orden
público y exacción de impuestos a gran distancia.

Final del reinado de Sargón


El final del reinado de Sargón fue sacudido por una rebelión generalizada
en Sumer, donde el dominio acadio era mal soportado. La propia estructura del
imperio, que descansaba fundamentalmente en el poder y la autoridad del
monarca conquistador y que carecía de cualquier forma de integración
territorial más elaborada, propiciaba una acusada inestabilidad que daba paso,
según las oportunidades del momento, a las disidencias y las sublevaciones. Un
ataque procedente de Subartu fue también rechazado y el ejército atacante
destruido. Pero a la muerte de Sargón la rebelión en Sumer estalló de nuevo.
3. Auge y debilidad del imperio acadio

Sargón fue sucedido por sus dos hijos, Rimush (2278-2270 a. C) y


Manishtusu (2269-2255 a. C.), que desde el comienzo de sus respectivos
reinados hubieron de reprimir las rebeliones de las ciudades sumerias de Ur,
Lagash, Umma, Adab, Uruk, Kazallu, y combatir también contra Elam, que fue
de nuevo sometido, aunque los reyes de Awan continuaron en su trono.
Durante todo este tiempo, la dinastía elamita luchó por recuperar su
independencia. Manishtusu dirigió también una expedición marítima a los paises
limítrofes del Mar Inferior -Anshan y Shirikum- aliados de los elamitas,
alcanzando la "Montaña de la Piedra Negra", montes de Omán, y la "Montaña de
Plata" en el Irán meridional.

Naram-Sin y el apogeo del Imperio acadio


Con Naram-Sin (2254-2218 a. C.), cuarto monarca de la dinastía e hijo y
sucesor de Manishtusu, el imperio acadio alcanzó su mayor expansión, aunque,
al igual que sus predecesores, hubo de hacer frente a una sublevación de las
ciudades sumerias de Uruk, Nippur, Kish, Eridu, Ur, y Sippar al comienzo mismo
de su reinado. Sofocada la revuelta, Naram-Sin inició una política que se
plasmó en la utilización del determinativo divino -una estrella- situado ante su
nombre y en la titulatura que adoptó de "rey de las Cuatro Regiones". Se hizo
representar tocado por la tiara de cuernos, reservada a las divinidades, y sus
servidores lo denominaron "dios de Akkad". La divinización del poder político
encarnado en su persona constituía un claro signo de sus intereses y
ambiciones.

La conquista de la periferia.- La subida al trono de Akkad de Naram Sin


supuso un cambio en los procedimientos que hasta entonces habían asegurado
a los acadios el "dominio universal". Sargón y sus dos hijos se habían
contentado con el control, político y militar, directamente ejercido sobre el
sur de Mesopotamia -Sumer y Akkad- y el más indirecto, de índole
esencialmente comercial, sobre las tierras del “pais alto” -Subartu- y la
periferia (Siria, Anatolia, Elam), pero él habría de poner en marcha una política
de conquista de todas aquellas regiones. Su objetivo no era otro que el de
establecer el dominio de Akkad, por vía militar, sobre las rutas comerciales
que en el exterior de la llanura mesopotámica estaban en manos de Ebla, de
Elam, controlando el acceso al altiplano iranio, y que en el Golfo Pérsico
gravitaban en torno a Dilmun.

Nueva guerra contra Elam.- La guerra contra Elam supuso una victoria,
pero sin embargo no fue un triunfo completo. Un gobernador acadio se
estableció en Susa, pero Naram-Sin terminó por concluir un pacto con el rey
elamita que siguió ocupando su trono. El poder acadio sólo podía manifestarse
de forma efectiva en la región de Susa, la más próxima al sur de Mesopotamia,
siendo mucho más problemática su consolidación en el interior de Elam, donde
se encontraba la región de Awan, de la que era originaria la dinastía reinante.
Una expedición marítima contra Magán sirvió para poner bajo el control de
Naram-Sin, en forma de botín y de tributo, parte del comercio que discurría
por el Golfo Pérsico, si bien la isla de Dilmún permaneció a salvo de la
conquista, dado su carácter de emporio de tránsito intermediario, o puerto
franco, que no implicaba dominio alguno sobre las rutas comerciales.

Conquista y destrucción de Ebla.- Naram-Sin llevó a cabo otras tantas


campañas en la Mesopotamia septentrional y norte de Siria. Consiguió primero
el dominio del país de Subartu, cuyos ensi se le sometieron al igual que los
jefes tribales de la región del Habur y del medio Eufrates. Assur, Nínive y Tell
Brak, en donde construyó un palacio, devinieron entonces enclaves acadios
que aseguraban el control sobre el norte de Mesopotamia y el acceso a
Anatolia. Luego avanzó siguiendo el Eúfrates hacia el norte de Siria, donde Ebla
era el objetivo de mayor importancia. Los acuerdos que en tiempos de Sargón
habían hecho posible una participación acadia en el comercio occidental se
habían vuelto inoperantes a causa de la disminución de la presión política que
había permitido concluirlos. La existencia de una dinastía independiente
constituía ahora un estorbo más que una ventaja, por lo que Ebla fue destruida
tras su conquista por las tropas acadias, lo que abrió a Naram-Sin las puertas
del "Bosque de Cedros" y del Mar Superior. El acceso, sin rivales ni
intermediarios, al Amano y al Mediterráneo quedaba asegurado y las
pretensiones de dominio universal tenían su concreción por fin en los hechos
de armas del monarca.

Situación interna y amenazas en las fronteras


No obstante su aparente grandeza, el Imperio acadio era una estructura
poco compacta, un conglomerado heterogéneo en el que la integración
territorial resultaba siempre problemática. El poder del monarca, único factor
decisivo de cohesión, era contestado al comienzo de cada reinado, lo que
obligaba a reprimir militarmente las revueltas a un costo político y económico
muy alto. A pesar de la extraordinaria concentración de riquezas en manos de
los reyes de Akkad, fruto de la apropiación y adquisición de tierras por la
corona, del botín de las guerras y el control sobre el comercio, el desgaste
era muy grande. Las riquezas conseguidas tanto en el interior como en el
exterior eran en parte atesoradas y en parte redistribuidas entre los templos,
los dignatarios de la corte, los oficiales de ejército y los altos funcionarios,
que recibían también tierras como pago a los servicios prestados.
Las campañas y las expediciones, si bien procuraban beneficios en
forma de botín y tributos, requerían así mismo recursos económicos con los
que costearlas y eran mucho menos productivas cuando se trataba de
sofocar alguna revuelta. Y también era necesario mantener la vigilancia de las
fronteras. Este último aspecto llegó a alcanzar una extraordinaria importancia
en el reinado de Naram-Sin por las incursiones desde el territorio montañoso
del Luristán de los lulubitas y de los guteos desde los Zagros. Con el tiempo,
los problemas y conflictos fronterizos serían cada vez más intensos .

4. La monarquia y el Estado acadios

El imperio acadio era una entidad política que unificó bajo una sola
hegemonía la mayor parte de Mesopotamia, pero que todavía carecía de los
medios e instrumentos de centralización administrativa y económica asi como
de integración territorial adecuados. En esencia era una formación política de
aspecto unitario que se basaba en el control por medios predominantemente
militares de la actividad comercial que se realizaba entre Mesopotamia y su
periferia.

La monarquía acadia
La imagen del rey como buen administrador, gobernante justo y
constructor de templos y obras de irrigación no desapareció con el
advenimiento de la dinastía inaugurada por Sargón de Akkad, igual que no
desaparecieron los reyes sumerios, sometidos ahora a una autoridad más
poderosa. El propio Sargón tuvo cuidado de justificar su gobierno en todo
momento conforme a las tradiciones del país de Sumer, y así se proclamó
"ungido de Anum" y "vicario de Enlil", dos de las más importantes dioses
sumerios. El reconocimiento de los sacerdotes de Nippur, la ciudad santa
sumeria, donde se encontraba el Ekur , el templo de Enlil, era requisito para
poder proclamarse rey legítimo aunque se gobernara por la fuerza de las
armas.
El rey como héroe.- Con Sargón de Akkad se impuso un concepto nuevo,
el del "rey héroe-conquistador", que habría de tener mucho éxito en el futuro y
que alimentaría incluso la imaginación de cronistas muy posteriores. En sí, la
idea del rey heroíco tampoco era totalmente nueva pues encontramos sus
trazas en las narraciones sumerias de monarcas que, como el propio
Gilgamesh, se distinguieron por sus hazañas. La novedad estriba en que con
los reyes acadios pasa a ocupar un absoluto primer plano, asociandose no sólo
a gestas de alto contenido simbólico, como ocurre en los mitos y leyendas en
que el sumerio Lugalbanda, por ejemplo, atraviesa el río Kur en el mundo
subterráneo y Gilgamesh lucha y derrota al monstruoso Humbaba -protector
de los boques de cedros-, cruza el monte Mashu -guardado por los hombres
escorpiones- y se sumerje en las profundidades del mar en busca de la planta
de la inmortalidad, sino a realizaciones concretas como eran las conquistas
militares.
El cambio sustancial en las prioridades de la actuación del monarca se
percibe muy bien en el tono y el contenido de las inscripciones de aquella
época. En ellas no se hace recuento de las construcciones realizadas, sino de
las batallas libradas y ganadas por reyes que "no tienen rival". Tanto Sargón,
como Naram-Sin, su nieto, fueron el prototipo de reyes heroicos cuyas
acciones se convirtieron en leyenda debido a sus grandes conquistas, fruto de
su superioridad física y su arrojo guerrero, siendo recordados por ellas y
tratados de emular en muchas ocasiones posteriores, aunque la de Naram-Sin
constituye el prototipo de la del rey desgraciado que fracasa al final de sus
días por haber perdido el favor de los dioses.

La divinización, un instrumento al servicio de la expansión- Los reyes


acadios utilizaron títulos y símbolos que expresaban las nuevas relaciones de
poder que encarnaban. "Rey de Sumer y Akkad" y "Rey de las Cuatro Regiones"
son títulos que contienen ya claramente la idea de un dominio universal,
mientras que el gobierno de tipo despótico se expresa en el epíteto de
"poderoso dios de Akkad" tomado por Naram-Sin y en la tíara de cuernos con
que se le representa, hasta entonces atributo exclusivo de los dioses. La
ideología del dominio universal, basada en el principio de que el reino propio
constituye el centro del mundo y el resto es una periferia inferior e
"incivilizada" que puede y debe ser sometida, se habría paso de esta forma,
mediante campañas incesantes y guerras de frontera -si bien no existían aún
los medios para articular adecuadamente un Estado territorial tan amplio, de
ahí la necesidad de preservar las monarquías conquistadas- y pasó a
expresarse desde Naram-Sin anteponiendo al nombre del monarca una
estrella, determinativo propio de las divinidades.

El gobierno y la administración del Imperio


Como resultado de la unificación política y administrativa del “País de
Sumer y Akkad” surgió el "prefecto" -shabra - en sumerio, -shapiru - en
acadio, bajo cuya autoridad quedó situado el nu banda, y que dependía, a su
vez, del gobernador militar -shagin - de la provincia. Tanto Sargón como
Naram-Sin colocaron a hijas suyas al frente del cargo de suprema sacerdotisa
del dios Sin en Ur y al resto de su respetivas progenies en importantes
puestos religiosos y políticos. Un hijo de Naram-Sin, Shar-kali-sharri, que
habría de suceder a su padre en el trono de Akkad, fue nombrado príncipe de
Nippur, la ciudad santa sumeria, cuyos sacerdotes habían legitimado el
gobierno de los soberanos acadios. La administración local de las ciudades
sumerias, ensi incluidos, fue respetada, pero supeditada a la autoridad
central del poder acadio, sobre cuyos procedimientos de gobierno y
administración apenas sabemos nada, ya que la misma capital del imperio no
ha sido excavada ni tan siquiera localizada con certeza,lo que nos impide
conocer los archivos y documentos de su palacio y sus templos. Se deja ver,
con todo, la creación de una escritura “imperial” en la que el acadio remplazó
al sumerio y el inicio de una unificación administrativa que culminará, algún
tiempo después, bajo el poder centralizado de los reyes de Ur.
La adaptación de la escritura cuneiforme al acadio.- Aunque la escritura
cuneiforme, fonético-silábica, apareció originalmente en las ciudades
sumerias, su adaptación a la lengua semita, el acadio, constituyó un gran
estimulo para su desarrollo. Al ser el acadio una lengua de tipo flexional, a
diferencia del sumerio que era aglutinante, en la que, por consiguiente, las
palabras cambian su significado sin modificar su raíz, añadiendo prefijos y
sufijos, el resultado fue la utilización de palabras en su mayoría plurisilábicas,
frente a la mayoría de palabras monosilábicas del sumerio. Así, los acadios
tuvieron que utilizar signos, que para los sumerios correspondían a una
palabra, para designar las sílabas de las suyas, por lo que si bien conservaban
su valor fonético perdieron todo su contenido semántico. De esta forma se
produjo la transformación completa a una escritura fonética. El primitivo
signo sumerio que correspondía a una palabra en aquella lengua se utilizaba en
acadio por el sonido que representa, que constituía una sílaba de una palabra y
tenía, además, un significado semántico distinto.

5. La crisis y la invasión de los qutu

El expansionismo acadio aseguró el control de las rutas comerciales y el


sometimiento político de los ensi de las ciudades sumerias, pero no se plasmó
en un imperio territorial centralizado. La unificación se basaba en el control
económico y en la subordinación política, manteniendose el poder central por la
fuerza de las armas al carecer de instrumentos y medios para gestionar las
ciudades y paises sometidos. Cuando se tornó débil, militar y politicamente
hablando, acosado por los enemigos externos e internos, el imperio se
disgregó casi con tanta rapidez como se había formado.

Shar-kali-sharri
Con Shar-kali-sharri (2217-2193 a. C.), hijo y sucesor de Naram-Sin, la
situación se deterioró con rapidez. Una incursión elamita alcanzó el sur de
Mesopotamia, poniendo de manifiesto que el peligro representado por el vecino
meridional no había desaparecido. Las campañas de Naram-Sin no habían
podido impedir que se afianzaran entre los elamitas los deseos de
independencia que culminaron tras su muerte, cuando el gobernador elamita
Kutik-In-Shushiniak, tras sublevarse y recuperar Susa, penetró con sus tropas
en tierras del imperio acadio, de las que fue expulsado no sin gran trabajo.
Pero el elemita se mantuvo independiente y adoptó, incluso, el pretencioso
título de “Rey de las cuatro regiones”, en abierto y claro desafío al menguante
poder del soberano de Akkad. Las revueltas constituyeron por aquel entonces
la tónica dominante. Una sublevación estalló en Uruk, mientras nuevas
amenazas surgían en las fronteras septentrionales. El monarca acadio hubo de
combatir repetidamente para contener las incursiones de los montañeses
qutu procedentes del país de Gutium, en los Zagros, y a los nómadas martu
que avanzaban desde Siria.

Colapso del comercio- La situación económica tampoco era buena. La


apropiación de los circuitos comerciales externos por obra de Naram-Sin había
causado finalmente su desaparición. Al oeste del Eufrates, la destrucción de
Ebla en el norte de Siria propició una mayor fragmentación política de aquellos
territorios, dificultando mucho la penetración acadia en la región y los
intentos de controlar el comercio que discurría por ella. Aunque Akkad había
eliminado un rival en el tráfico de mercancías y el control de las rutas de
comercio, no pudo apoderarse de la estructura política y comercial que Ebla
había construido en Siria y que desapareció con ella. En Elam las dificultades
internas, provocadas por los lulubitas y los guteos de los Zagros, se añadieron
a las guerras contra Akkad que habían causado ya la pérdida para el Imperio
de la región de Susa. La dinastía de Awan desapareció por aquellos mismos
tiempos, o al menos su poder se vio enormemente reducido, y en el interior del
territorio iranio la despoblación y la desurbanización entorpecieron aún más la
circulación del comercio.

La caida del imperio acadio


Tras Shar-Kali-Sharri, muerto al parecer víctima de una conjura de
palacio, el Imperio acadio se desmoronó. Las fronteras cedieron bajo el empuje
de los qutu, cuyas incursiones se habían iniciado en los últimos años del
reinado de Naram-Sin, en respuesta a la violencia y depredación acadia sobre
sus territorios. Las ciudades meridionales sumerias, por su parte, al igual que
los centros septentrionales -Nínive, Assur- y también Mari aprovecharon la
confusión para independizarse, y la anarquía y los desordenes dinásticos
sacudieron el trono. Usurpadores originarios de la región del Diyala y los
propios invasores rivalizaron por conseguir la corona imperial. Pero los
disturbios de la época dejaban poco margen para el ejercicio de cualquier
autoridad que se pretendiera fuerte. Reyes acadios y qutu, junto con
usurpadores, se sucedieron vertiginosamente en el poder, sin que ninguno
fuera capáz de ejercelo efectivamente.
EL RENACIMIENTO SUMERIO Y EL IMPERIO DE UR
------------------------------------------------------------------

El periodo que comienza con la caida del imperio de Akkad, precipitada


por la invasión de las hordas procedentes del país de Gutium, fue el último
gran momento de esplendor cultural y político de la civilización que desde el
cuarto milenio a. C. se había desdarrollado en el sur de Mesopotamia. Conocido
también como periodo neosumerio, comienza con la expulsión de los guteos y
prosigue, tras el auge de algunas ciudades meridionales, con la unificación del
país de Sumer y Akkad bajo el imperio de la Tercera Dinastía de Ur.

1. La dominación qutu

Tras la desaparición del Imperio acadio, los invasores qutu, que habían
destruido el templo de Ishtar en Assur, el palacio de Naram-Sin en Tell Brak,
saqueado el valle del Diyala y ocupado la capital, ejercieron durante casi un
siglo el dominio sobre la Mesopotamia central, llegando a sentarse en el trono
de los soberanos acadios y sirviéndose de la misma estructura administrativa.
Pero su poder era sólo un mál remedo del que aquellos habían ejercido en
tiempos del apogeo de Akkad. Los invasores eran un pueblo de montañeses
con poca o ninguna experiencia en el gobierno y administración de amplios
territorios dotados de una organización política compleja, como la que existia
en Mesopotamia. Más al sur su dominación era meramente nominal sobre
algunas de las ciudades sumerias, como Umma, con esporádicas incursiones
que dificultaban el tránsito comercial debido al clima de inseguridad que
ocasionaban. En el norte, en tierras de Subartu en Mesopotamia
sepetentrional, los establecimientos asirios permanecieron independientes, así
como las zonas a pie de montaña habitadas por las poblaciones hurritas, que
organizadas en pequeños reinos, como Urkish y Nawar, parecen haberse
fundido finalmente en una estructura política mayor que abarcaba desde el
alto Eufrates hasta el Diyala.

2. El renacimiento sumerio y el apogeo de Lagash

El imperio acadio había mantenido las dinastías sumerias, utilizándolas


como elementos administrativos a su servicio, y tras su desaparición, libres
de la tutela imperial, los ensi locales se encontraban nuevamente en
disposición de llevar a cabo una política propia sin otras injerencias. En tales
condiciones la ciudad de Lagash y sus gobernantes fueron los protagonistas,
junto con otras ciudades sumerias de las que tenemos menos información, de
una etapa de desarrollo económico que contrastaba con la situación en la
Mesopotamia central y septentrional. Los ensi de Lagash, en su recuperada
función de monarcas de un estado sumerio independiente, aunque de pequeñas
dimensiones y de proyección local, promovieron los trabajos de irrigación y el
comercio, así como las construcciones, restauraciones y dedicatorias de
templos.

Gudea
De entre todos aquellos monarcas destacó principalmente Gudea (2144-
2124 a. C.), cuya imagen prototípica de rey constructor y buen administrador,
según las viejas tradiciones de la realeza sumeria, se fundamenta en la
abundante documentación que nos ha legado. Sus inscripciones se han
encontrado en Ur, Adab, Batibira, Uruk y Larsa, dando prueba del alcance de
su influencia. No obstante, y pese a un encuentro militar con Elam, Gudea no
fue un conquistador, sino un hábil administrador y diplomático que mantuvo
buenas relaciones con sus vecinos. Promovió, como muchos otros monarcas
antes y después que él, la construcción y recostrucción de templos, la
excavación de canales, asi como el comercio con los paises lejanos, e hizo
traer diorita y madera de Magán y Meluja, junto a cedros de los bosques de las
montañas occidentales y oro, plata y cobre de las tierras iranias para la
construcción del gran templo de Ningirsu, dios tutelar de Girsu, cuyo
principado se encontraba incorporado al reino de Lagash. También tomó una
serie de medidas administrativas, reajustando el calendario y reformando el
sistema de pesas y medidas, y promulgó leyes destindas a proteger a las
gentes más desfavorecidas. Todo ello nos da una idea de su interés por
reorganizar la economía, al tiempo que nos muestra el escaso peso del poder
de los invasores.

Utu-hengal y el fín de la dominación qutu


La situación de las demás ciudades sumerias no parece haber sido muy
distinta. Girsu, por ejemplo, a pesar de la atención de que había sido objeto por
parte de los ensi de Lagash, atravesaba una situación económica más difícil,
consecuencia en parte de su antigua destrucción por Lugalzaguesi, a
diferencia de Ur y Uruk, cuya situación debió ser similar, si no superior, a la de
Lagash. Aquella especie de "renacimiento" sumerio proporcionó finalmente el
estímulo necesario para acabar con la presencia de los guteos. Un rey de
Uruk, Utu-hengal (2120-2112 a. C.) al frente de las tropas de su ciudad se
enfrentó en campo abierto al ejército de los invasores derrotando a su rey
Tiriqan y logrando una aplastante victoria. El dominio qutu, cuyas gentes eran
una minoría entre la población de Mesopotamia, quedó seriamente quebrantado
y desapareció por completo al poco tiempo, acosados los invasores por las
tropas de Ur.

3. El imperio de la Tercera Dinastia de Ur

Utu-hengal aprovechó su victoria para extender la hegemonía de Uruk


sobre la Mesopotamia meridional, pero su poder le fue arrebatado por el ensi
de Ur, Ur-Nammu (2112-2095 a. C.), que gobernaba la ciudad en su nombre.
Ur-Nammu, posiblemente su hijo o un periente cercano, se sublevó contra él,
convirtiéndose en el fundador de una nueva dinastía, bajo cuya égida habría de
formarse un nuevo imperio que pondría fin a la tradición de autonomía de las
ciudades mesopotámicas. A partir de entonces, y durante el siglo aproximado
de su existencia, la centralización política y económica y la integración
territorial, que lo diferenciaban del anterior Imperio acadio, se impusieron
sobre la Mesopotamia centro-meridional.

Ur-Namu y la formación del Imperio de Ur


Ur-Nammu, que tomó bien pronto el título de "rey de Sumer y Akkad",
tras pacificar el país y doblegar la resistencia de Lagash, inició una nueva
política administrativa con el objeto de asegurar la integración politico-
territorial, así como de disponer de la gestión directa de los recursos, regular
la actividad comercial y fortalecer el orden social. El territorio quedó dividido
en provincias y las dinastías locales fueron sustituidas por un funcionario
dependiente del poder central al frente de cada ciudad. Se unificaron pesos y
medidas y se elaboró un catastro. Todo ello fue acompañado, en la mejor
tradición sumeria, de la restauración y construcción de monumentos y la
puesta en marcha de trabajos de irrigación. Ur-Nammu mandó erigir el
ziggurat de Ur, ciudad a la que rodeó de murallas, y amplió los muelles de su
puerto, devolviéndole su esplendor comercial.

Shulgi y la reorganización del Imperio


La política iniciada por Ur-Nammu fue continuada por su hijo Shulgi
(2094-2047 a. C.), que se proclamó "rey de las Cuatro Regiones" y se decía
hermano de Gilgamesh, el héroe semidivino legendario, en un claro intento de
divinización. Se hizo adorar como un dios, al que se le construyeron templos y
se compusieron himnos en su honor, y dio su nombre a un mes del calendario
sumerio. Siguiendo la actividad de su padre, puso en funcionamiento una red
de caminos, jalonados por estaciones situadas a un día de marcha, que
permitían comunicar entre si con mayor rapidez las diferentes partes del
imperio, reorganizó el ejército y el sistema de pesas y medidas y promulgó un
código de leyes que durante mucho tiempo se ha atribuido erróneamenter a su
antecesor, con el que quería ruegularizar la economía y asegurar el orden
social.

El control de la periferia.- En la segunda mitad de su reinado emprendió


una serie de campañas militares, cuyo objetivo, como antes, no era otro que,
procurarse el control de las rutas comerciales que atravesaban el norte de
Mesopotamia, en la región comprendida entre el Diyala y el Habur, y consolidar
la frontera con los territorios habitados por las poblaciones hurritas. Las
guerras en el Kurdistán, que requirieron no menos de once campañas, fueron
acompañadas de la construcción de una línea de fortificaciones con el objeto
de frenar las incursiones de los hurritas y proteger la ruta comercial que,
remontando el Tigris, se dirigía hacia el E. de Anatolia
Las ciudades septentrionales -Urbilum, Nínive, Assur- fueron gobernadas
por funcionarios -ensi- del poder central, mientras que Mari, en el alto
Eufrates, conservó la independencia que había logrado tras la desaparición del
imperio acadio, manteniendo intensas relaciones comerciales y diplomáticas
con los reyes de Ur. En el S.O. la política de Shulgi con Elam, donde reinaba la
dinastía de Shimashki, surgida de la unión interregional de seis principados,
osciló entre la guerra y la diplomacia, prevaleciendo finalmente la primera. En
consecuencia, la región de Susa fue anexionada como provincia y gobernada
por un ensi de nominación regia, situación que se mantendrá hasta las
postrimerías del imperio.
Situación interna.- En el interior la paz favorecía coyunturalmente la
prosperidad, lo que se advierte en el incremento productivo y demográfico, asi
como en el crecimiento de las ciudades. Esto último era también resultado de
los disturbios que sucedieron a la caída del imperio acadio, al estar las aldeas
y los centros administrativos menores más expuestos a las incursiones que
las ciudades amuralladas, por lo que su población se trasladó en parte a éstas,
y sobre todo del proceso de concentración de la tierra en manos de templos y
palacios, acentuado por la política al respecto de los reyes de Akkad. El
panorama, sin embargo, no era homogéneo, siendo Ur, Umma, Larsa, e Isin
especialmente favorecidas, mientras la decadencia comenzaba a afectar a las
ciudades más meridionales, como Eridu, Uruk y Shuruppak. La causa fue un
desplazamiento del epicentro económico hacia el norte, por la creciente
salinización y paludización de las tierras agrícolas del extremo sur del país y
por la apertura de nuevos canales de riego en otros lugares.

4. Crisis y migraciones

El largo reinado de Shulgi, que también se distinguió por la preocupación


del monarca por el saber y las artes -él mismo era músico experimentado y
fundó escuelas de escribas en Nippur y la misma Ur donde se fijaron por
escrito los grandes ciclos épicos sumerios- marcó un hito en su tiempo. Tras
él, aparecieron los signos de la comopleja crisis interna y de las amenazas

externas que habrían de poner fín al imperio.

Amar-Sin
Tras la muerte de Shulgi, su hijo Amar-Sin (2046-2038 a. C.) consiguió
consolidar el dominio de Ur a lo largo del Tigris, contando para ello con Assur y
Urbilum que, aunque integrados plenamente en la estructura del imperio y
gobernados respectivamente por un ensi y un shagin -administrador-,
permanecían aislados en territorio poco seguro. Tal situación era ocasionada
por la turbulencia que afectaba a las tierras situadas más al norte, ocupadas
por los hurritas, y al pidemonte de los Zagros, y por la presencia de los martu
o amorreos, nómadas occidentales procedentes de la estepa siria, que,
sirviéndose del vacío político existente al oeste del Eufrates tras la
destrucción de Ebla por el acadio Naram-Sin, penetraban cada vez en mayor
número y con mayor fuerza en Mesopotamia, favoreciendo su avance los
espacios dejados en Siria y la Mesopotamia septentrional por el retraimiento
de la ocupación agrícola.
En aquellas regiones, así como en Palestina, la crisis de las formas de
vida urbana que caracterizó el final del tercer milenio a. C., venía originada en
parte por el alto costo económico que suponía el mantenimiento de las
ciudades con los excedentes posibles en un sistema cerealista de secano, y en
parte por pequeñas oscilaciones climáticas que, haciendo disminuir las
precipitaciones, incidían de forma notable en la reducción de los rendimientos
agricolas.

Shu-Sin y el “muro de los martu”


La presión ocasionada por las incursiones de los martu fue
momentáneamente contenida con la construcción de un muro durante los
primeros años del reinado de Shu-Sin (2037-2029 a. C), hermano y sucesor de
Amar-Sin. El "muro de los martu" protegía, al norte de Akkad, la Mesopotamia
centro- meridional, el "país interno" situado a resguardo de los nómadas.
Fuera de él quedaban Assur y Mari, asegurando el acceso al comercio que
discurría por la alta Mesopotamia en dirección a Anatolia, donde se habían
formado algunas élites locales sobre la base del control de los recursos
mineros de cobre y plata, asi como hacia Siria desde donde, a través de Biblos,
se llegaba a Egipto y Creta. Su mantenimiento exigía, no obstante, continuos
esfuerzos militares.
Turbulencias en la periferia.- En la periferia oriental la turbulencia
tampoco era escasa y se conservan noticias de una victoria de Shu-Sin sobre
los su , otra de las poblaciones montañosas del Zagros. Como en otros lugares
de la periferia, la inquietud de aquellos pueblos constituía en gran medida una
respuesta violenta a los desequilibrios ecológicos y demográficos, asi como a
los estragos socio-económicos causados por la permanente depredación de los
estados mesopotámicos sobre sus territorios.
Los paises "bárbaros" habitados por "salvajes" de condición
infrahumana, según los estereotipos acuñados por las gentes "civilizadas" de
las ciudades de Mesopotamia, eran esquilmados de sus recursos por medio, no
solo del comercio basado en el intercambio desigual, sino de expediciones
militares, lo que ocasionaba graves trastornos y desajustes en sus
tradicionales formas de vida. En ocasiones gracias al control de los recursos y
las riquezas locales, o de las rutas del comercio, habían aparecido élites
guerreras capaces de proporcionar una respuesta político-militar más eficaz y
contundente a los expoliadores mesopotámicos, como había sucedido en el
país de Gutium y en las tierras de los hurritas, mientras que otras veces
avanzaban hacia la llanura de Mesopotamia empujados por el hambre y la
necesidad desde sus paises empobrecidos o devastados.

5. Estructura politica y aparato administrativo

Las prácticas administrativas de los tiempos anteriores fueron


incorporadas y adaptadas por los reyes de Ur al gobierno de su imperio,
quedando los ensi reducidos al papel de gobernadores civiles de una
circunscripción o provincia nombrados por el rey, mientras que el shagin, tan
importante en época acadia, ejercía las funciones de un comandante militar.
La monarquía de Ur
Los reyes de Ur mantuvieron el determinativo divino delante de sus
nombres, costumbre que había sido inagurada por el acadio Naram-Sin, lo
quesugiere con claridad cuales eran sus aspiraciones de control político sobre
las ciudades sometidas, y al igual que los grandes soberanos acadios utilizaron
los títulos de "rey de Sumer y Akkad" y "rey de las Cuatro Regiones" para
expresar la ideología del dominio universal, que si en las fronteras se
realizaba, como antes, mediante sucesivas campañas militares, dentro del
imperio se imponía mediante procedimientos políticos y administrativos. El
propio Shulgi hacía constatar en sus inscripciones, como un mérito, el no
haber destruido ciudades ni anegado el país con la guerra.

Retorno a las tradiciones sumerias.- Con los reyes de la Tercera


Dinastía de Ur se produjo un retorno al las tradiciones sumerias relativas a la
realeza, que se convirtió en una síntesis de lo que había sido el modelo de los
antiguos reyes sumerios con alguna de las innovaciones tomadas de los
acadios. Los reyes de Ur heredaron de éstos la ampliación geográfica del
horizonte político, así como la deificación ante los sometidos, pero el carácter
heroico de la realeza acadia no fue asimilado y se sustituyó por viejas
tradiciones sumerias relativas a la justicia y al buen gobierno. Aunque se
divinizaron, construyéndoseles templos en las ciudades sometidas, ello no les
convertía en dioses, sino que era algo que actuaba más bien como un
instrumento de control y poder político. Colocándose deliberadamente en el
lugar que correspondía a los dioses de las ciudades conquistadas, sus
habitantes se veían obligados a expresar públicamente sumisión, rindiéndoles
culto, cosa que nunca ocurrió en Ur, donde los reyes fueron siempre
considerados como representantes de los dioses.

El rey justo se encarnó de nuevo en la misma persona de Ur-Namu,


fundador de la dinastía, y de su hijo Shulgi, promulgador de un código de leyes,
protector de los pobres, los huérfanos y las viudas contra la rapacidad de los
ricos y poderosos, como una vez había hecho Uruinimgima. El rey del periodo
neosumerio, ya no tiene otros rivales en el país, pues sólo el rey de Ur es
lugal, habiendo quedado los ensi locales reducidos a la condición de
gobernadores dependientes del poder central. Actúa también, según la antigua
tradición, como un gran constructor de templos, al igual que un poco antes lo
había sido Gudea, el ensi de Lagash.

El gobierno y la administración del Imperio


No había diferencias entre una administración civil, militar y
eclesiástica, si bien el palacio estaba más involucrado en los asuntos militares
que los templos. No obstante, palacio y templo reproducían unos esquemas de
gestión similares con unos objetivos también comunes, recaudar bienes y
productos, mediante la explotación de los recursos propios y el cobro de tasas
sobre las actividades de la población no dependiente, y movilizar a ésta en las
prestaciones laborales y militares obligatorias. Más que una división ministerial
o por sectores especializados existía una administración central, que tenía
que ver con el gobierno de la capital, donde residía la corte, y otra periférica,
encargada de las circunscripciones o provincias.
La auténtica división administrativa era la que se daba entre los
encargados del gobierno central y quienes se ocupaban de los medios de
producción, empleados en recaudar las tasas y del control del trabajo de los
respectivos sectores en que estos solían estar divididos. En la administración
central un cargo importante, que equivaldría al de primer ministro, era el de
sukkalmah o "jefe de los correos", ya que éstos, encargados de diversas
misiones, poseían amplios y variado poderes. Se trataba en la práctica, más
que de mensajeros, de funcionarios destacados como supervisores que tenían
informado en todo momento al rey de lo que acontecía en los diversos lugares
del imperio.

La administración de las provincias.- Una de las instituciones más


características de la administración de este periodo fue el bala, un
procedimiento de rotación por medio del cual cada ensi pagaba por turno al
Estado un tributo en forma de ganado. Los tributos de los ensi eran
centralizados en una localidad próxima a Nippur, para enviar posteriormente
desde allí una parte hacia este santuario sumerio y el resto a la capital del
Imperio. Las provincias lejanas y algunos países sometidos a su tutela
satisfacían a los monarcas de Ur un tributo en plata, pieles, ganado y
manufacturas diversas, a lo que hay que añadir los regalos de los paises y
reinos amigos, como Mari o Ebla.

Los templos.- Al frente de la administración de los templos y gozando de


mismo rango se hallaban el shabra y el sanga, prefecto y administrador
general respectivamente. A continuación ocupaban cargos importantes con la
mitad del subsidio, el contable -sha du ba -, el "jefe del catastro" -sa du - , el
"jefe de los depósitos del grano" -ka guru -, y el intendente de los obreros -nu
banda eren na -. Otros cargos de menor relevancia eran el de "escriba de los
bueyes de labor" -dub sar gu uru - y, aún más abajo, el del "porteador de la
silla" -gu za la -. Por supuesto esta lista es totalmente incompleta y no revela
más que nuestro conocimiento parcial de la jerarquía administrativa, según la
información que nos proporcionan los documentos que conservamos de aquella
época.

La legislación
Siguiendo la tradición de los reyes legisladores, el código de Shulgi, hasta
no hace mucho atribuido a su padre Ur-Namu, recoge leyes, en una treintena
de artículos muy mal conservados, sobre la familia y las costumbres, las
ofensas físicas y morales, así como la vida agrícola. Las reglas de justicia que
contiene están expresadas de forma muy concreta y clara, empleando la
formulación condicional -"Si un hombre ha golpeado a otro hombre con un arma
y la ha roto un hueso, pesará una mina de plata " -. En gran manera la
presentación y el estilo de éste código se convertirán en canónicos para los
que otros soberanos promulgaran en los tiempos venideros, con su
estructuración tripartita compuesta de prólogo, sólo legible parcialmente,
articulado legal y epílogo, que en éste caso no se ha conservado.

6. Disgregación y destrucción del Imperio de Ur

La presión de los martu o amorreos se hacía cada vez más fuerte. Bajo
el reinado de Ibbi-Sin (2028-2004 a. C.), hermano del anterior monarca,
franquearon el muro defensivo que protegía los territorios de Sumer y Akkad,
el "país interno", y, pese a una primera victoria de las tropas de Ur,
comenzaron a extenderse por toda la llanura. Nippur hubo de ser fortificada y
las murallas de Ur fueron reforzadas.

Desabastecimiento e inseguridad
Por aquellos mismos años la crisis económica que se venía gestando
desde tiempo atrás, y que en buena medida estaba también originada por la
inmovilización de la riqueza en bienes y construcciones suntuarios, además de
por el desgaste ecológico, hizo su aparición con gran dureza. La excesiva
concentración de la población en las ciudades multiplicaba los problemas de
abastecimiento. Las incursiones de los nómadas aumentaban la inseguridad y
dificultaban las comunicaciones, mientras que la falta de autonomía de los
gobernadores y los funcionarios periféricos añadía la ineficacia del aparato
administrativo ante situaciones que requerían decisiones y medidas urgentes.
El hambre y la escasez comenzaron a producir estragos, paralizando la
administración en lugares como Lagash, Umma, Nippur y Eshnunna. La
autoridad del Imperio sobre aquellas ciudades y sus territorios se convirtió en
algo meramente nominal, debido la imposibilidad de establecer ningún control
efectivo.

El peligro elamita
Las regiónes elamitas de Susa y de Anshan habían estado bajo el control
de los monarcas de Ur. Pero ahora la región de Susa, tratada desde su
conquista por Shulgi como una provincia, aprovechó la coyuntura para
independizarse bajo la égida de la dinastía de Shimashki que algún tiempo atrás
había sustituido a la desaparecida dinastía de Awan. La nueva dinastía elamita
era originaria del interior del país y se trataba, de hecho, de una
confederación de seis principados con un alcance territorial reducido. En el
2025 a. C. Kindattu, rey de Shimashki, dio un giro radical a la situación
apoderándose de Susa. Su alianza con los su, un pueblo del Zagros, le permitió
manejar a su favor las circunstancias en contra de su adversario, Ibbi-Sin. El
monarca elamita rechazó un ataque del sumerio y, aprovechando las
dificultades por las que éste atravesaba, se preparó para atacar a su vez.
Mientras tanto las ciudades mesopotámicas eran en la práctica
independientes. Ni enviaban los tributos ni los hombres para hacer frente a las
necesidades económicas y militares del imperio. Este se tambaleaba. Las
comunicaciones se hallaban cortadas en muchas partes y las tribus amorreas
y las bandas su recorrían impunemente la llanura.

Ishbi-Erra y la independencia de Isín


Ante el cariz que iban tomando los acontecimientos Ishbi-Erra, un
funcionario de Ibbi-Sin, fue destacado por éste como gobernador de la ciudad
de Isin, con el propósito de defender las fronteras occidentales y asegurar el
abastecimiento de la capital. Pero, pronto, aprovechando las circunstancias
adversas por las que atravesaba el poder central, comenzó a actuar por su
cuenta, posponiendo el envio del grano que necesitaba Ur con la excusa de que
no disponía de suficientes barcos, para finalmente proclamarse soberano
independiente y apoderarse de otras ciudades, culminando así el proceso que
habían iniciado años atrás Susa, Eshnunna, Assur, Der, Lagash, Umma, Nippur
y Larsa.

La caída de Ur.- El poder de Ibbi-Sin se redujo entonces a la ciudad de Ur


y poco más. El imperio había desaparecido destrozado por la crisis económica,
la división política, y las incursiones de los nómadas. Por si fuera poco, el
peligro de una invasión de los elamitas parecía inminente una vez más,
reforzados por su alianza con los su . Sólo era de una cuestión de tiempo que
se produjera el ataque enemigo. Ihsbi-Erra, dueño y señor de Isín, y
autotitulado según la tradición precedente “dios del país”, pudo rechazarles
en una primera ocasión, pero algún tiempo después la propia Ur sucumbía
ante una nueva embestida. La ciudad fue saqueada e incendidad, Ibbi-Sin hecho
cautivo y deportado a Anshan, donde finalmente moriría.

You might also like