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EBLA
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La ciudad y el territorio
La ciudad constituía el centro político del territorio y era la sede de la
mayor parte de las funciones y actividades especializadas. Se hallaba rodeada
de pequeñas aldeas y de algunas agencias locales de la administración. Cada
ciudad contaba con un cinturón de huertas, jardines y palmerales, y una zona
de cultivos cerealícolas, cruzada por los canales que permitían la irrigación, en
la que se hallaban las aldeas y campamentos estacionales de los agricultores.
Más allá se extendía la estepa semiárida en la que pacen algunos ganados, los
pantanos y el desierto.
De norte a sur se hallaban las ciudades de Sippar, Akshak, Kish, Marad,
Isin, Nippur, Adab, Zabalam, Shuruppak, Umma, Girsu, Lagash, Nina, Bab-Tibira,
Uruk, Larsa, Ur y Eridu. Se escalonaban, con sus respectivos territorios, en un
espacio relativamente reducido -unos 30.000 km2- a lo largo de dos lechos del
Eufrates muy cercanos entre sí, en una notable concentración de al menos
una docena de pequeños reinos o principados, ya que no está documentada
para todas la existencia de una dinastía propia.
Al norte del territorio de Sumer, en torno a la región de Kish, se
extendía una zona donde la urbanización era menos intensa y predominaba la
población semita, con su propia lengua, dioses y cultura, aunque ciertamente
influida por la expansión de la civilización sumeria desde tiempos de El-Obeid,
de la que había adoptado sobre todo la escritura.
El territorio de la ciudad
En las inmediaciones de la ciudad se encontraban las tierras que eran
propiedad de templos y palacios. También se hallaban en los límites del
territorio, como resultado de una reciente sistematización productiva que los
había convertido en objeto de colonización agrícola. Los campos solían tener
una forma alargada con el doble fin de facilitar su roturación con el arado de
tiro y de aprovechar mejor el riego, ya que se disponían por uno de su lados
más cortos junto al canal que llevaba el agua desde el rio. Este era, al menos,
el aspecto de los campos que pertenecían a las explotaciones de templos y
palacios sin que podamos precisar nada sobre las particulares. Una disposición
que, por otra parte, era típica de las tierras sometidas a una colonización
planificada que, de esta manera, permitía regar con las aguas del canal el
mayor número de campos posible.
Este paisaje agrario, típico de la ciudad y su entorno, contrastaba con el
que era propio de las comunidades rurales, con sus aldeas de modestas
dimensiones y pobre construcción y la tierra repartida en lotes familiares,
trabajados igualmente con el arado tirado por bueyes.
2. Historia politica
Guerra y hegemonía
La hegemonía es el resultado de una voluntad de poder más allá de las
propias fronteras en un contexto de comunidades políticas más o menos
modestas y en una situación de equilibrio político, económico y militar. Una de
ellas consigue imponerse durante un tiempo, gracias sobre todo a factores
políticos y militares de índole oportunista, sobre la totalidad o parte de los
restantes que terminan por aceptar, de mejor o peor grado, su predominio, lo
que sin embargo no implica modificaciones de importancia en la estructura,
composición y situación de aquellos que han reconocido el poder hegemónico.
Muy a menudo la hegemonía precisa de guerras más o menos frecuentes, y
localizadas, para imponerse y consolidarse, precisamente porque no ha
cambiado sustancialmente la situación del adversario, que de pronto puede
convertirse en una amenaza al aspirar, por su parte, a desempeñar un papel
hegemónico. Aunque hay victorias y derrotas no se produce la conquista,
normalmente por falta de medios técnicos, económicos y humanos para
realizarla.
Disputas entre los dioses.- La rivalidad y las guerras entre las distintas
ciudades sumerias fueron presentadas por sus gobernantes ante sus gentes
como disputas que enfrentaban a sus dioses tutelares. Aunque había
divinidades relacionadas con la guerra, como la diosa Innana, se trataba, sobre
todo, de la lucha que enfrentaba a las divinidades de cada ciudad. Los
verdaderos motivos de tales conflictos eran muchas veces de índole
socioeconómica. El aumento de la población y la acaparación e inmovilización
de gran parte de la riqueza por parte de las elites dirigentes en forma de
bienes suntuarios de alto contenido simbólico -el denominado aparato
autocelebrativo- se intentaron paliar con la colonización y conquista de nuevos
territorios y el acceso al comercio a gran distancia. El control de las rutas
comerciales y las disputas por tierras proximas ocasionaron más de un
conflicto entre las ciudades de Sumer. Esta serie de contiendas cubre un
período de más de trescientos años que se extiende desde las más antiguas
inscripciones de los primeros reyes históricamente conocidos, como
Mebaragesi de Kish, en torno al 2700 a. C., hasta la formación del Imperio
acadio.
3. Gobierno y administración
La burocracia
La simplicidad de sus fines, que no eran otros que asegurar la entrega
por las comunidades locales de los excedentes y concentrarlos en los templos
y el palacio, así como los medios utilizados para ello -tasación, organización
laboral y militar, registro contable-, ocasionaron un tipo de organización
burocrática, dotada de personal numeroso y jerarquizado pero relativamente
poco especializado. Quizá sea éste uno de los rasgos que más llamen nuestra
atención y que perdurará a lo largo de los siglos venideros, la ausencia de
competencias definidas, de sectores claramente delimitados en unas
funciones específicas, no existiendo nada que se pareciera a una división de
tipo ministerial, lo que era más acusado a medida que se ascendía hacia la
cúspide de la pirámide administrativa.
Se trataba, de hecho, de una consecuencia, no de la falta de
capacitación o de procedimientos técnicos adecuados, sino del carácter del
propio sistema político basado en la concentración de la autoridad en la
persona del rey. Ante un incremento de las necesidades y las tareas de
gobierno, el monarca, como única fuente de autoridad, prefería aumentar el
número de funcionarios encargados de ayudarle que dotarles de la capacidad
de iniciativa al frente de una administración especializada y autónoma. Claro
que éste era un principio genérico y un tanto abstracto, cuya materialización
efectiva dependía de la propia capacidad del rey, ante circunstancias
concretas, para lograr una correcta trasmisión de la autoridad, para hacerse,
en definitiva, obedecer.
La realeza sumeria
Los títulos y epítetos que utilizaron los reyes sumerios evocan el
sentido de la ideología que rodeaba a la realeza, así como su evolución
histórica. Entre los más antiguos, los de en, lugal y ensi, constituyen
titulaturas que no albergan aún la idea de "dominio universal" que aparecería
luego. Junto a ellas el título de " rey de Kish" gozaba de un gran prestigio, ya
que se consideraba a esta ciudad como cuna de la realeza cuando después del
Diluvio había bajado por segunda vez del cielo. Además la importancia de Kish
no era sólo histórica, sino también estratégica y comercial. La pretensión,
real o simbólica, de llegar a ser "rey de Kish" fue albergada por muchos de
aquellos monarcas sumerios.
En, uno de los títulos más antiguos con connotaciones religiosas,
significaba "señor" y aparece asociado al templo como institución de poder.
Lugal quería decir "gran hombre", mientras que el significado de ensi está
mucho menos claro. Algunos de los sumeriólogos lo traducen por "rey" o
"gobernador", y otros por "el que coloca la primera piedra" e, incluso, por
"administrador de la tierra arable". Ambos, ensi y lugal, se asocian al palacio.
Monarcas de la misma ciudad podían portar indistintamente estos dos títulos,
sin que sepamos bien por qué.
La reina solía llevar el título de nin, "señora y soberana", que tenía así
mismo connotaciones religiosas. Algunos ensi se dirigían a sus dioses
tutelares en las inscripciones celebrativas otorgándoles el título de lugal, de
donde se ha querido ver la supremacía de unos tipos de reyes sobre los otros.
No obstante, es dudoso que esto fuera válido para la mayor parte del
Dinástico Arcaico. Con la evolución política posterior, lugal se convirtió en un
término para designar al rey que ejercía su soberanía sobre otras ciudades y
ensis, mientras que estos últimos se fueron convirtiendo de monarcas locales,
con una autonomía limitada, en meros funcionarios periféricos.
Promulgación de la ley por el rey.- El rey los promulga los edictos tanto
para el ámbito de palacio, tratándose de regular una situación que afecta
fundamentalmente a los dignatarios y dependientes palatinos -como
establecer el orden sucesorio, conceder exenciones - y entonces adopta la
forma de un decreto que garantiza, mediante tablilla sellada, tales
concesiones, como para el más amplio y general de la comunidad. En este
último terreno destacan sobre todo, como parte de la prerrogativa real de
suspender la operatividad normal de las leyes, los decretos destinados a
"instaurar la rectitud en el país", que anulaban la deudas y la servidumbre
ocasionada por ellas, condonaban el pago de las tasas atrasadas y podían,
incluso, si bien esto era menos frecuente, restituir a sus antiguos
propietarios los bienes que habían sido enajenados.
La jerarquía administrativa
A la cabeza del aparato administrativo, y detrás del rey, se
encontraban un mandatario -nu banda -, que fue adquiriendo cada vez mayor
importancia en su calidad de organizador de las empresas de interés común y
de los trabajos agrícolas. Era también el tesorero y notario del reino. Había
también un administrador general -sanga-. Otros cargos corresponden al "jefe
del catastro" -sa-du -, a una especie de contable -sha du ba -, a los correos -
sukkal - que dependían, al igual que los coperos -sagi -, del palacio del ensi,
siendo los suyos puestos de gran importancia al frente, en ocasiones, de un
grupo de la administración. Luego estaban los consejeros -abgal -, comisarios -
mashkim -, ¨vigilantes" -ugula -, encargados en realidad de dirigir a los
miembros de una profesión u oficio, y heraldos -ningir - que en algunos
lugares, como Shuruppak, disponían junto a los nu banda de gran cantidad de
recursos y parecen haber sido funcionarios muy importantes. Al mando de las
tropas se encontraba un gal-uku. Otros cargos importantes, al menos a
finales del periodo, eran el de"jefe de los almacenes de grano" -ka guru - y
"jefe de los depósitos de aceite" -ka shagan-.
Los escribas
Los escribas constituían la base sobre la que reposaba todo el
funcionamiento del aparato administrativo. Su número era abundante y
formaban, no sólo una categoría profesional de prestigio, sino un grupo social
bastante definido, pues el hecho de saber leer y escribir era considerado,
además de un privilegio, como un signo de superioridad social efectiva. Los
escribas provenían de las familias acomodadas, ya que su instrucción, que se
realizaba en escuelas especializadas, era larga y onerosa. Incluía el aprendizaje
y dominio de la escritura y las técnicas contables, así como el repertorio de
fórmulas contractuales y diplomáticas. Hijos de funcionarios, de responsables
o administradores de grandes dominios, de sacerdotes y ricos comerciantes,
recibían una educación que en la práctica era un privilegio de clase, reforzado
por la tradición misma de la trasmisión hereditaria de los oficios.
Elam
Como en Sumer, en Elam la urbanización y la aparición del Estado fueron
procesos que se desarrollaron sobre la base de la agricultura irigada y la
especialización funcional a lo largo del cuarto milenio a. C., culminando, a
comienzos del Dinástico Arcaico, en una socviedad urbana regida por un
sistema monárquico de estructura confederal. La influencia sumeria,
perceptible en la arquitectura monumental, la escritura, o la glíptica, era
grande, particularmente en Susa, centro comercial de primera magnitud que
abastecía a Mesopotamia de materias preciosas, como oro, coralina, turquesa,
lapizlázuli, etc, que procedían de Irán, India y Asia Central. Como ocurría en la
periferia septentrional y occidental, guerra y comercio no estaban excluidos, y
los conflictos de Elam con las ciudades sumerias empezaron pronto.
Mebaragesi de Kish realizó allí una campaña militar, política que fue seguida
por algunos de sus sucesores, que disputaron a los elamitas el control del
valle del Diyala, por donde discurría el comercio hacia el territorio iraní.
Los conflictos con las ciudades sumerias.- Las guerras con Susa o
Awan, situados en el territorio elamita, o con Hamazi, entre el Diyala y el Zab
inferior y uno de sus aliados principales, fueron frecuentes durante todo el
Dinástico Arcaico y en ellas participaron los reyes de Kish, Lagash, Adab, y de
otras ciudades sumerias. Las guerras y las expediciones de rapiña eran, en
realidad, otra manera de conseguir riquezas. Pero no debemos concebir por
ellos a Elam como un pías periférico resignado a sufrir priódicamente las
incursiones depredadoras de sus vecinos. En más de una ocasión la
contrarréplica elamita alcanzó el país de Sumer, como ocurrió en tiempos de
Eannatum de Lagash, y una generación más tarde, cuando bandas procedentes
de Elam realizaron incursiones en territorio sumerio. Tras un breve dominio
por parte de Kish, obra de la conquista de Mebaraguesi, Elam, extendiéndose
sobre gran parte del S.O. y S. de Irán había recuperado su independencia bajo
la égida de una dinastía procedente de la región de Awan, en el interior, menos
expuesta que Susa a los ataques procedentes de Mesopotamia, y que se
mostraba a intervenir en el plano político-militar contra los principados y
reinos sumerios.
1. Los semitas
Los acadios
Desde un principio gentes semitas habían poblado el sur de Mesopotamia
junto con los sumerios. Su presencia era más notable al norte, en torno al
reino de Kish, que señalaba la divisoria entre las zonas de preponderancia
sumeria y semita respectivamente. Algunos de los más antiguos reyes de
Kish llevaban nombres semitas, según la Lista Real Sumeria. Integrados
tempranamente en la vida económica y social que se desarrolló al auge de la
urbanización, los semitas no perdieron en cambio su identidad cultural,
conservando su lengua y sus dioses, que posteriormente llegarían a sustituir,
a través de un complejo proceso de asimilación y sincretismo, a los de los
sumerios. Hablaban un dialecto semitico oriental, el acadio que habría de
contar con una larga y fructífera historia. Con el tiempo el acadio se llegó a
hablar en gran parte de Mesopotamia y desde el segundo milenio se diversificó
en dos variantes, e el babilonio, o acadio meridional, que se hablaba en el
centro y sur de Mesopotamia, y el asirio, o acadio septentrional, en el norte.
La expansión acadia
Resulta exagerado sin lugar a dudas atribuir los triunfos militares de
Sargón de Akkad a las diferencias de armamento entre los sumerios y los
acadios. Sumerios y acadios habitaban las mismas tierras lo que convierte en
muy improbable que los sumerios no conocieran el arco y la jabalina de los
acadios. Pero el adiestramiento que precisa la utilización de armas arrojadizas
como éstas es bastante incompatible con la milicia campesina sumeria y se
adecúa mejor a un ejército profesional, como el formado por Sargón.
Ciertamente los soldados acadios obtuvieron de ésto una ventaja añadida
sobre las falanges de la infantería sumeria, pero no es menos cierto que la
guerra había también experimentado un cambio en cuanto a su concepción y
objetivos, cambio motivado fundamentalmente por la ideología del "dominio
universal" que constituía un acicate para su práctica.
Nueva guerra contra Elam.- La guerra contra Elam supuso una victoria,
pero sin embargo no fue un triunfo completo. Un gobernador acadio se
estableció en Susa, pero Naram-Sin terminó por concluir un pacto con el rey
elamita que siguió ocupando su trono. El poder acadio sólo podía manifestarse
de forma efectiva en la región de Susa, la más próxima al sur de Mesopotamia,
siendo mucho más problemática su consolidación en el interior de Elam, donde
se encontraba la región de Awan, de la que era originaria la dinastía reinante.
Una expedición marítima contra Magán sirvió para poner bajo el control de
Naram-Sin, en forma de botín y de tributo, parte del comercio que discurría
por el Golfo Pérsico, si bien la isla de Dilmún permaneció a salvo de la
conquista, dado su carácter de emporio de tránsito intermediario, o puerto
franco, que no implicaba dominio alguno sobre las rutas comerciales.
El imperio acadio era una entidad política que unificó bajo una sola
hegemonía la mayor parte de Mesopotamia, pero que todavía carecía de los
medios e instrumentos de centralización administrativa y económica asi como
de integración territorial adecuados. En esencia era una formación política de
aspecto unitario que se basaba en el control por medios predominantemente
militares de la actividad comercial que se realizaba entre Mesopotamia y su
periferia.
La monarquía acadia
La imagen del rey como buen administrador, gobernante justo y
constructor de templos y obras de irrigación no desapareció con el
advenimiento de la dinastía inaugurada por Sargón de Akkad, igual que no
desaparecieron los reyes sumerios, sometidos ahora a una autoridad más
poderosa. El propio Sargón tuvo cuidado de justificar su gobierno en todo
momento conforme a las tradiciones del país de Sumer, y así se proclamó
"ungido de Anum" y "vicario de Enlil", dos de las más importantes dioses
sumerios. El reconocimiento de los sacerdotes de Nippur, la ciudad santa
sumeria, donde se encontraba el Ekur , el templo de Enlil, era requisito para
poder proclamarse rey legítimo aunque se gobernara por la fuerza de las
armas.
El rey como héroe.- Con Sargón de Akkad se impuso un concepto nuevo,
el del "rey héroe-conquistador", que habría de tener mucho éxito en el futuro y
que alimentaría incluso la imaginación de cronistas muy posteriores. En sí, la
idea del rey heroíco tampoco era totalmente nueva pues encontramos sus
trazas en las narraciones sumerias de monarcas que, como el propio
Gilgamesh, se distinguieron por sus hazañas. La novedad estriba en que con
los reyes acadios pasa a ocupar un absoluto primer plano, asociandose no sólo
a gestas de alto contenido simbólico, como ocurre en los mitos y leyendas en
que el sumerio Lugalbanda, por ejemplo, atraviesa el río Kur en el mundo
subterráneo y Gilgamesh lucha y derrota al monstruoso Humbaba -protector
de los boques de cedros-, cruza el monte Mashu -guardado por los hombres
escorpiones- y se sumerje en las profundidades del mar en busca de la planta
de la inmortalidad, sino a realizaciones concretas como eran las conquistas
militares.
El cambio sustancial en las prioridades de la actuación del monarca se
percibe muy bien en el tono y el contenido de las inscripciones de aquella
época. En ellas no se hace recuento de las construcciones realizadas, sino de
las batallas libradas y ganadas por reyes que "no tienen rival". Tanto Sargón,
como Naram-Sin, su nieto, fueron el prototipo de reyes heroicos cuyas
acciones se convirtieron en leyenda debido a sus grandes conquistas, fruto de
su superioridad física y su arrojo guerrero, siendo recordados por ellas y
tratados de emular en muchas ocasiones posteriores, aunque la de Naram-Sin
constituye el prototipo de la del rey desgraciado que fracasa al final de sus
días por haber perdido el favor de los dioses.
Shar-kali-sharri
Con Shar-kali-sharri (2217-2193 a. C.), hijo y sucesor de Naram-Sin, la
situación se deterioró con rapidez. Una incursión elamita alcanzó el sur de
Mesopotamia, poniendo de manifiesto que el peligro representado por el vecino
meridional no había desaparecido. Las campañas de Naram-Sin no habían
podido impedir que se afianzaran entre los elamitas los deseos de
independencia que culminaron tras su muerte, cuando el gobernador elamita
Kutik-In-Shushiniak, tras sublevarse y recuperar Susa, penetró con sus tropas
en tierras del imperio acadio, de las que fue expulsado no sin gran trabajo.
Pero el elemita se mantuvo independiente y adoptó, incluso, el pretencioso
título de “Rey de las cuatro regiones”, en abierto y claro desafío al menguante
poder del soberano de Akkad. Las revueltas constituyeron por aquel entonces
la tónica dominante. Una sublevación estalló en Uruk, mientras nuevas
amenazas surgían en las fronteras septentrionales. El monarca acadio hubo de
combatir repetidamente para contener las incursiones de los montañeses
qutu procedentes del país de Gutium, en los Zagros, y a los nómadas martu
que avanzaban desde Siria.
1. La dominación qutu
Tras la desaparición del Imperio acadio, los invasores qutu, que habían
destruido el templo de Ishtar en Assur, el palacio de Naram-Sin en Tell Brak,
saqueado el valle del Diyala y ocupado la capital, ejercieron durante casi un
siglo el dominio sobre la Mesopotamia central, llegando a sentarse en el trono
de los soberanos acadios y sirviéndose de la misma estructura administrativa.
Pero su poder era sólo un mál remedo del que aquellos habían ejercido en
tiempos del apogeo de Akkad. Los invasores eran un pueblo de montañeses
con poca o ninguna experiencia en el gobierno y administración de amplios
territorios dotados de una organización política compleja, como la que existia
en Mesopotamia. Más al sur su dominación era meramente nominal sobre
algunas de las ciudades sumerias, como Umma, con esporádicas incursiones
que dificultaban el tránsito comercial debido al clima de inseguridad que
ocasionaban. En el norte, en tierras de Subartu en Mesopotamia
sepetentrional, los establecimientos asirios permanecieron independientes, así
como las zonas a pie de montaña habitadas por las poblaciones hurritas, que
organizadas en pequeños reinos, como Urkish y Nawar, parecen haberse
fundido finalmente en una estructura política mayor que abarcaba desde el
alto Eufrates hasta el Diyala.
Gudea
De entre todos aquellos monarcas destacó principalmente Gudea (2144-
2124 a. C.), cuya imagen prototípica de rey constructor y buen administrador,
según las viejas tradiciones de la realeza sumeria, se fundamenta en la
abundante documentación que nos ha legado. Sus inscripciones se han
encontrado en Ur, Adab, Batibira, Uruk y Larsa, dando prueba del alcance de
su influencia. No obstante, y pese a un encuentro militar con Elam, Gudea no
fue un conquistador, sino un hábil administrador y diplomático que mantuvo
buenas relaciones con sus vecinos. Promovió, como muchos otros monarcas
antes y después que él, la construcción y recostrucción de templos, la
excavación de canales, asi como el comercio con los paises lejanos, e hizo
traer diorita y madera de Magán y Meluja, junto a cedros de los bosques de las
montañas occidentales y oro, plata y cobre de las tierras iranias para la
construcción del gran templo de Ningirsu, dios tutelar de Girsu, cuyo
principado se encontraba incorporado al reino de Lagash. También tomó una
serie de medidas administrativas, reajustando el calendario y reformando el
sistema de pesas y medidas, y promulgó leyes destindas a proteger a las
gentes más desfavorecidas. Todo ello nos da una idea de su interés por
reorganizar la economía, al tiempo que nos muestra el escaso peso del poder
de los invasores.
4. Crisis y migraciones
Amar-Sin
Tras la muerte de Shulgi, su hijo Amar-Sin (2046-2038 a. C.) consiguió
consolidar el dominio de Ur a lo largo del Tigris, contando para ello con Assur y
Urbilum que, aunque integrados plenamente en la estructura del imperio y
gobernados respectivamente por un ensi y un shagin -administrador-,
permanecían aislados en territorio poco seguro. Tal situación era ocasionada
por la turbulencia que afectaba a las tierras situadas más al norte, ocupadas
por los hurritas, y al pidemonte de los Zagros, y por la presencia de los martu
o amorreos, nómadas occidentales procedentes de la estepa siria, que,
sirviéndose del vacío político existente al oeste del Eufrates tras la
destrucción de Ebla por el acadio Naram-Sin, penetraban cada vez en mayor
número y con mayor fuerza en Mesopotamia, favoreciendo su avance los
espacios dejados en Siria y la Mesopotamia septentrional por el retraimiento
de la ocupación agrícola.
En aquellas regiones, así como en Palestina, la crisis de las formas de
vida urbana que caracterizó el final del tercer milenio a. C., venía originada en
parte por el alto costo económico que suponía el mantenimiento de las
ciudades con los excedentes posibles en un sistema cerealista de secano, y en
parte por pequeñas oscilaciones climáticas que, haciendo disminuir las
precipitaciones, incidían de forma notable en la reducción de los rendimientos
agricolas.
La legislación
Siguiendo la tradición de los reyes legisladores, el código de Shulgi, hasta
no hace mucho atribuido a su padre Ur-Namu, recoge leyes, en una treintena
de artículos muy mal conservados, sobre la familia y las costumbres, las
ofensas físicas y morales, así como la vida agrícola. Las reglas de justicia que
contiene están expresadas de forma muy concreta y clara, empleando la
formulación condicional -"Si un hombre ha golpeado a otro hombre con un arma
y la ha roto un hueso, pesará una mina de plata " -. En gran manera la
presentación y el estilo de éste código se convertirán en canónicos para los
que otros soberanos promulgaran en los tiempos venideros, con su
estructuración tripartita compuesta de prólogo, sólo legible parcialmente,
articulado legal y epílogo, que en éste caso no se ha conservado.
La presión de los martu o amorreos se hacía cada vez más fuerte. Bajo
el reinado de Ibbi-Sin (2028-2004 a. C.), hermano del anterior monarca,
franquearon el muro defensivo que protegía los territorios de Sumer y Akkad,
el "país interno", y, pese a una primera victoria de las tropas de Ur,
comenzaron a extenderse por toda la llanura. Nippur hubo de ser fortificada y
las murallas de Ur fueron reforzadas.
Desabastecimiento e inseguridad
Por aquellos mismos años la crisis económica que se venía gestando
desde tiempo atrás, y que en buena medida estaba también originada por la
inmovilización de la riqueza en bienes y construcciones suntuarios, además de
por el desgaste ecológico, hizo su aparición con gran dureza. La excesiva
concentración de la población en las ciudades multiplicaba los problemas de
abastecimiento. Las incursiones de los nómadas aumentaban la inseguridad y
dificultaban las comunicaciones, mientras que la falta de autonomía de los
gobernadores y los funcionarios periféricos añadía la ineficacia del aparato
administrativo ante situaciones que requerían decisiones y medidas urgentes.
El hambre y la escasez comenzaron a producir estragos, paralizando la
administración en lugares como Lagash, Umma, Nippur y Eshnunna. La
autoridad del Imperio sobre aquellas ciudades y sus territorios se convirtió en
algo meramente nominal, debido la imposibilidad de establecer ningún control
efectivo.
El peligro elamita
Las regiónes elamitas de Susa y de Anshan habían estado bajo el control
de los monarcas de Ur. Pero ahora la región de Susa, tratada desde su
conquista por Shulgi como una provincia, aprovechó la coyuntura para
independizarse bajo la égida de la dinastía de Shimashki que algún tiempo atrás
había sustituido a la desaparecida dinastía de Awan. La nueva dinastía elamita
era originaria del interior del país y se trataba, de hecho, de una
confederación de seis principados con un alcance territorial reducido. En el
2025 a. C. Kindattu, rey de Shimashki, dio un giro radical a la situación
apoderándose de Susa. Su alianza con los su, un pueblo del Zagros, le permitió
manejar a su favor las circunstancias en contra de su adversario, Ibbi-Sin. El
monarca elamita rechazó un ataque del sumerio y, aprovechando las
dificultades por las que éste atravesaba, se preparó para atacar a su vez.
Mientras tanto las ciudades mesopotámicas eran en la práctica
independientes. Ni enviaban los tributos ni los hombres para hacer frente a las
necesidades económicas y militares del imperio. Este se tambaleaba. Las
comunicaciones se hallaban cortadas en muchas partes y las tribus amorreas
y las bandas su recorrían impunemente la llanura.