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LOS REINOS AMORREOS

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El periodo que comienza tras la destrucción de Ur, denominado


Paleobabilónico, se caracteriza por la ruptura, que se manifestó en el
predominio del elemento semita, reforzado por los amorreos cuyos jefes
llegaron a ocupar el trono en muchas ciudades, asi como en la
desurbanización y el despoblamientos de amplias zonas, rompiendo la
tendencia anterior de crecimiento y concentración de la población en las
ciudades. A la división y la fragmentación del poder en Mesopotamia se sumó
finalmente el despegue de la “periferia”.

I. Amplitud y caracter de la crisis precedente

La caída del Imperio de Ur no fue sino la manifestación más dramática


de una crisis mucho más amplia que afectó a amplias regiones del Cercano
Oriente. Sus causas fueron principalmente internas. La excesiva
concentración de la población en las ciudades, que multiplicaba los problemas
de abastecimiento, la inmovilización de la riqueza en construcciones
suntuarias y bienes de prestigio, que dotaban de un alto contenido simbólico
a las manifestaciones del “aparato autocelebrativo”, uno de los soportes
sobre el que se alzaban la realeza y las élites, pero que no contribuían a
crear más riqueza, asi como la escrerotización del sistema administrativo,
carente de flexibilidad y de iniciativa, se sumaron a la degradación ecológica,
causada por la sobrexplotación de los territorios agricolas.
Los vacíos demograficos ocasionados por el retraimiento urbano en el
norte de Mesopotamia y Siria, se añadieron a los vacios políticos
ocasionados en algunas regiones, como Irán y Siria, por la desaparición o
destrucción de las estructuras políticas existentes, favoreciendo la
expansión de los nómadas.
Trabas en el gobierno y la administración
La trasmisión de la autoridad desde el rey a sus funcionarios era el
factor esencial del que dependía el gobierno y la administración para realizar
el censo, supervisar la construcción y el mantenimiento de las obras de
templos, murallas y canales, reclutar la fuerza de trabajo necesaria, dirigir
el comercio, cobrar las tasas y los impuestos, actividades todas ellas que
requerían un personal numeroso y especializado. Dignatarios, supervisores,
intendentes y escribas fomaban una cadena jerárquica mediante la cual se
efectuaba la trasmisión de la autoridad -las decisiones del rey- y por la que
llegaban al palacio los bienes y recursos necesarios para mantener a todo el
personal cortesano y burocrático, así como a las tropas, contribuyendo con
manifestaciones suntuosas al prestigio del monarca. El aparato de gobierno
era, sobre todo, un aparto exactor, que aseguraba los medios y
procedimientos para que las comunidades -aldeas y ciudades- entregaran a
su debido tiempo las cantidades de bienes y servicios requeridos por palacio.

Confusión de poderes.- A la pluralidad de funciones y cometidos -una


misma persona podía realizar distintas tareas por orden del rey- se añadía
aquella de los títulos, sobre todo en los puestos más altos de la
administración, creándose de esta forma una auténtica polivalencia de
funciones, en la que la organización de un censo no era incompatible con el
ejercicio de un puesto de mando militar o un cargo de consejero en la corte
del rey. Todo ello dió lugar a una confusión de poderes que, junto a la falta
de iniciativa impuesta a los funcionarios, constituyeron los aspectos más
negativos y entorpecedores de la gestión administrativa y de gobierno.

Autonomía de los ensi- La autonomía de los gobernadores -ensi-podía


ser, en general, mayor, aunque en la correspondencia con el monarca
realizaran incesantes declaraciones de lealtad y devoción. Tal autonomía
aumentaba con la distancia a la corte y, por supuesto, ante la debilidad del
poder central, llegando a veces a producir situaciones en las que el poder y
la autoridad del rey no eran más que meramente nominales, como de hecho
ocurrió a finales del periodo neosumerio. Por ello los reyes de Ur habían
buscado soluciones que impidieran la formación de una base de poder en la
que pudieran apoyarse los altos cargos de la administración periférica. La
rotación en los puestos y la no heredabilidad de los cargos, cuya designación
competía al rey, fueron ampliamente utilizados pero no siempre pudieron
impedir la formación de un poder local.

Fragilidad estructural del Estado palatino


El Estado palatino, como había sido el imperio de Ur y antes que él el
acadio, adolecía de fragilidad estructural, causada por la inexistencia de un
sentimiento de cohesión nacional, consecuencia de su articulación a dos
niveles. Por un lado, el sector de las personas dependientes de palacio,
funcionarios, comerciantes, etc, que eran los únicos que compartían con el
rey las ventajas de la gestión y contribuían a determinarla, por otro la
población que, pasivamente, y a cambio fundamentalmente de una
propaganda que ensalzaba las bondades del gobierno deseado por los dioses,
era la que suministraba el soporte humano y económico, y a la que no le
importaba demasiado que se produjera un cambio en la cúspide, ya que su
situación concreta apenas se vería modificada.

Ausencia de la idea de nación.- No existían sentimientos de


identificación con un territorio "nacional". El territorio no era más que
campos para el abastecimiento de la ciudad, el palacio y los santuarios, así
como espacio defensivo. El ocupado por la ciudad, y no por su campiña, era
el que se consideraba espacio sagrado, pues la fundación de la ciudad
respondía, en si misma, a una acción sacra realizada por la voluntad de los
dioses, de la que los hombres no eran sino simples ejecutores. El horizonte
político de cada persona terminaba en su comunidad, fuera ciudad o aldea,
sobre la que siempre se sobreponía un palacio que resultaba inaccesible.
Carácter insustancial de la propiedad.- La propiedad privada, incluso
en los momentos de su mayor difusión, era insustancial y cualitativamente
débil, ya que se trataba de una propiedad con escasa garantía jurídica, pues
no existía un límite a la posibilidad de confiscación, aún cuando ésta no se
ejerciera en la práctica, y en muchos casos su explotación y productividad
dependía de la irrigación, controlada por un sistema de poder centralizado.
Nunca existió un grupo relativamente denso de propietarios interesados en
contestar la autoridad política y prever sus sustitución por un sistema
distinto. Los grandes propietarios, que no eran en conjunto muchos, se
identificaban con los intereses del palacio. Las personas restantes se
hallaban vinculadas a su familia y a su ciudad o aldea, y éste era el marco de
referencia político más amplio para todas ellas: la ciudad como comunidad
política, entendiéndose esta, como sede de un templo o un palacio,
residencia de los gobernantes.

El palacio: sede de la realeza y centro neurálgico del Estado. - En


circunstancias en las que el rey garantizaba seguridad y un bienestar
relativo, la fragilidad estructural del Estado palatino apenas tenía alguna
incidencia política directa. Pero en circunstancias y condiciones adversas,
cuando las amenazas militares y políticas, el hambre y la miseria se
enseñoreaban del país, dicha fragilidad adquiría una resonancia política
considerable. Por otra parte, a medida que el Estado palatino se dotaba de
connotaciones territoriales, como ocurrió durante el Imperio de Ur, a dicha
fragilidad se añadía la tensión resultante de los esfuerzos centralizadores
del palacio, y el deseo por parte de algunas ciudades, o sectores de la
nobleza, de conservar su autonomía a toda costa, lo que solía fraguar en un
interés por la secesión que actuaba como fuerza centrífuga.
La falta de una verdadera cohesión nacional, consecuencia de la
articulación del Estado palatino a los dos niveles ya mencionados, ocasionará
que la destrucción del palacio, sede de la monarquía y de la corte, signifique
también la destrucción del reino o del imperio, cuya debilidad interna,
incrementada por las aspiraciones secesionistas, las crisis políticas o
económicas, ayudará a que se produzca con mayor o menor facilidad y
rapidez.

Variedad regional de la crisis


Las zonas más afectadas por la crisis generalizada que puso término
a todo un largo periodo histórico fueron aquellas que, situadas en la
periferia mesopotámica, no podían disponer con facilidad de un excedente
que sustentara las poblaciones urbanas y las elites palatinas, por hallarse en
el límite entre las tierras que aún recibían precipitaciones mínimas anuales
que permitían los cultivos y las regiones semiáridas, o por ser de naturaleza
montañosa. En todas ellas se produjo un importante retroceso de la
urbanización y una vuelta a las formas de vida aldeanas y pastoriles, lo que
favoreció la aparición de grandes espacios vacíos que fueron ocupados por
las poblaciones nómadas.
La llanura mesopotámica soportó mejor, en cambio, los efectos de la
crisis, si bien la acumulación prolongada de los mismos terminó por desatar
las tensiones internas, propiciando la disgregación política. Una Mesopotamia
fragmentada y afectada por un vacío de poder, en la que Isín durante el siglo
XX y Larsa en el XIX a. C. intentaron imponer sus respectivas hegemonías,
proporcionaba amplios espacios situados al margen de todo poder político,
que fueron ocupados por las tribus nómadas amorreas, sobre todo en el
norte del país, mientras en la región periférica de Siria y Palestina las
escasas ciudades que sobrevivieron a la desurbanización, como Meggido o
Mari, pugnaban por consolidarse en medio de las difícultades del momento.

2. Isin y Larsa: la hegemonia en disputa

Los elamitas no fueron capacer de recoger los frutos de su victoria


tras la caida de Ur en sus manos. No pudiendo conservar la ciudad que
habían conquistado, terminaron por retirarse de una Mesopotamia
fragmentada políticamente y en la que distintos jefes de clanes arameos
iban a conquistar el poder con la punta de su espada. Las huellas de los
antiguos reinos y principados sumerios , sobre los que se habían trazado las
provincias del imperio de Ur, quederan borradas para siempre, y la
legitimación del dios Enlil de Nippur para poder reinas sonre Sumer y Akkad
no volverá a ser necesaria. Era el final de una época y el comienzo de otra
muy distinta.

Isín
Los reyes de Isín, la dinastía instaurada por Ishbi-Erra (2017-1985 a.
C) a expensas del último rey de Ur, asumieron desde un principio la herencia
del imperio desaparecido, como demuestran las titulaturas reales que
adoptaron y la reconstrucción de la antigua capital, devastada por los
elamitas que fueron expulsados de ella en el 1998 a. C, apenas seis años
después de su conquista. Además de Nippur, que había caído muy pronto en
sus manos, el reino de Isín comprendía también otros dos centros religiosos
importantes, como eran Eridu y Uruk. Kish, sin embargo, permaneció como
capital de un pequeño reino independiente.
Restablecieron las relaciones comerciales con Dilmun, mientras que
las ciudades eran fortificadas para defenderse de las incursiones de los
nómadas amorreos. Casi la totalidad de las grandes obras de la literatura
sumeria halladas en Ur y Nippur fcueron redactadas durante este periodo, al
igual que la Lista Real sumeria. Todos ellos constituyen signos claros de una
cierta recuperación tras la crisis anterior, asi como del deseo de los reyes
de Isín de asimilarse a las dinastías sumerias, cuyos orígenes se remontaban
a los inicios mismos de la historia.

Un escenario político dividido- La situación política era, en cambio, muy


complicada. Cualquier intento de una nueva reunificación del país parecía
estar abocado al fracaso. Larsa era independiente, incluso desde antes de la
destrucción de Ur, regida por una dinastía que había sido fundada por un tal
Naplanum (2025-2005 a. C.), un amorreo. No era un caso aislado. Diversos
clanes amorreos ocupaban las llanuras mesopotámicas y con el tiempo,
dinastías de este origen se establecieron en Kish, Assur, Sippar, Uruk y
Babilonia, aunque ignoramos cómo. Más hacia el N.E. Eshnunna y Der eran
también independientes, y es posible que Kish, y desde luego Assur y más
tarde Babilonia, hayan logrado desligarse igualmente del control meridional.
También Elam se mantenía independiente, mientras el tercer sucesor
de Ishbi-Erra, Ishme-Dagan (1953-1935 a. C), cuarto rey de la dinastía de
Isín, fracasaba en su intento de expandir su autoridad hacia el norte, siendo
derrotado en Kish. En el reinado siguiente, Lipit-Ishtar (1934-1924 a. C.),
famoso por su recopilación de preceptos legales, controlaba aún Nippur y las
ciudades del sur del país, pero fue finalmente expulsado por un ataque
procedente de Larsa y, tras algunas usurpaciones del trono, una nueva
dinastía se estableció en el poder.

Larsa

Gungunum (1932-1906 a. C), quinto de los reyes de Larsa fue el


artífice de su expansión. Tras atacar Elam y se enfrentó en 1925 a. C a
Lipitit-Ishtar, a quién derrotó, apoderándose de Ur. Luego cayeron en sus
manos Der, Susa, Lagash y Uruk, lo que le otorgaba el dominio de gran parte
del sur de Mesoportamia y le proporcionaba un acceso directo al mar. El
auge de Larsa habría de continuar con sus sucesores, encontrándose el
reino de Isín terriblemente debilitado por la perdida de muchos territorios y
del puerto de Ur, asi como por las usurpaciones que sobrevinieron tras la
muerte de Lipit-Ishtar. Durante el reinado de Sumu-El (1894-1866 a. C.),
que derrotó a los reyes de Kish y Kazallu y se apoderó de Nippur,
arrebatándoselo a Isín, que se empequeñeció aún más, Larsa se convirtió en
la fuerza política y militar dominante. Los reyes que le sucedieron áun
intentaron ampliar más estos dominios, conquistándo el valle del Diyala, y
avanzando a lo lago del Tigris hasta los alrededores de Assur, pero entonces
Babilonia, como un nuevo protagonista emergió con fuerza en el escenario
de la contienda Isín y Larsa tenían ahora un enemigo común.

Declive del sur.- En sur de Mesopotamia las ciudades sumerias se


sumían poco a poco en la decadencia, provocada por causas económicas y
desastres naturales. Deposiciones aluvionarias en la desembocadura del
Tigris y el Eúfrates ocasionaron toda una serie de destrucciones. Al mismo
tiempo la línea de la costa se había alejado debido a los sedimentos
depositados durante siglos en el estuario de los ríos. Los antiguos puertos
comerciales quedaban aislados de este modod de su acceso al mar, lo que
forzaba a buscar otras rutas de comercio que favorecieron a ciudades
como Babilonia y Mari. Por otra parte, la progresiva salinización de las
tierras, originada por siglos de irrigación agrícola intensiva, agudizaba los
problemas internos, empujando a una agresiva política de conquista de
territorios.

Las transformaciones socioeconómicas


La situación socioeconómica experimentaba también cambios
profunddos que se perciben en la consolidación de la familia nuclear,
provocando la disolución de los lazos de solidaridad propios del parentesco y
la aparición de marginados que no estaban integrados en las unidades de
producción. El contraste social quedó reflejado en la legislación de la época,
así como los nuevos valores económicos, con la desaparición de la
comunidad rural campesina y su sustitución por trabajadores arrendatarios
dependientes de palacios y templos. Tales tendencias, que se venían
gestando desde los tiempos del Imperio de Ur,s e asentaron entonces de
forma definitiva, mientras se institucionalizaba la servidumbre por deudas,
claro ejemplo del empobrecimiento de amplios sectores de la población.

3. Assur

En la Mespotamia meridional, pese a la aparente grandeza de Larsa,


Isin y Uruk se mantenían independientes. Al norte de Kish, sobre el curso del
Tigris la ciudad de Assur cobraba por entones creciente importancia.
Estación comercial de sumerios y acadios, la primitiva y excelente fortaleza
natural sobre un espolón rocoso en la orilla derecha del río, situada en una
región de estepas más adecuada para la cría de ganado que para la
explotación agrícola, tenía no obstante una posición estratégica de primer
orden, controlando el acceso más directo entre Mesopotamia, Armenia y
Anatolia.

El nacimiento de Asiria
Sede de gobernadores acadios y sumerios, Assur se había convertido
en la sede de una dinastía local inaugurada en los comienzos del siglo XX a. C.
por un tal Puzur-Assur, cuyos reyes llevaban nombres acadios. Se producía
así, al socaire de la desparición del Imperio de UR, el nacimiento de Asiria, un
pequeño reino que contaba con la posesión del fértil triángulo agrícola
formado por las tierras que se extienden entre el Zab superior y el Tigris,
con Nínive como su centro más importante, y más al sur, y en zona árida,
con la favorable posición de Assur de cara al tránsito de mercancías.

Ilushuma.- En este primer periodo de su historia, los reyes de Asiria,


que portan el título de -ishshiakkum - forma acadia del ensi sumerio son,
ante todo, vicarios de Assur, divinidad local y único soberano del pueblo,
careciendo aún la monarquía asiria de los rasgos centralistas y despóticos
propios de la realeza mesopotámica. Ilushuma (¿1950-1940 a. C.), tercer
monarca de aquella primera dinastía asiria, guerreó contra Eshnunna por el
control de la región del Diyala, y llegó a alcanzar el extremo meridional del
país sumerio en el curso de una expedición que no tuvo mayores
consecuencias, síntoma inequívoco de la presencia de un nuevo poderío
militar, pero sobre todo de la debilidad de los reinos meridionales.
La realeza y el Estado asirios
La Lista Real Asiria hace mención de los "reyes que vivían en tiendas",
por lo se ha llegado a pensar en la existencia originaria de una realeza tribal,
seminómada y electiva, aunque hoy tiende a interpretarse como una
interpolación destinada a legitimizar la figura de Shamshi-Adad I, fundador
del primer poderío político y militar de Asiria, y perteneciente a un clan
tribal amorreo. Con todo, los reyes asirios más antiguos parecen
encontrarse más cerca de los monarcas eblaitas que de sus
contemporáneos sumerios y, por supuesto, acadios.
El poder, que sólo será totalmente autónomo tras la desaparición del
imperio de Ur, y a cuya cabeza se encontraba un rey legitimado por el dios
local Assur, era tripartito. Junto al rey, vicario -ishshiakkum- de la
divinidad, se encontraba la "ciudad" -alum-, representada por la asamblea de
los jefes de familia de ciudadanos libres -puhrum-, con competencias
sustancialmente judiciales y una incidencia política dificilmente cuantificable,
pero que dejaba oir su voz en el palacio, debido a la importante participación
de los ciudadanos y los notables en el comercio, promovido también por los
reyes. Finalmente el limun, un funcionario epónimo elegido por sorteo entre
los representantes de las diversas familias, ejercía cierto contrapeso
frente al rey, actuando como jefe de la asamblea ciudadana y destinatario
de las tasas sobre el comercio.

Los asirios en Anatolia


Desde mediados del siglo XX a. C., los asirios establecieron en Anatolia
una red de estaciones comerciales, denominadas karu que mantenían
estrechas relaciones con los pequeños estados de la región. Las autoridades
locales, príncipes y reyes con nombres hititas, luvitas o hurritas, admitían
de buen grado la presencia de los comerciantes asirios, que normalmente se
instalaban en un pequeño asentamiento en las afueras de la ciudad,
mediante un pacto sellado con un juramento ante los dioses respectivos. La
presencia comercial asiria en territorio anatólico comprendía una decena de
asentamientos o estaciones principales del tipo karum , y otros tantos
menores, denominados wabartum.

Las relaciones con los poderes locales.- Las relaciones entre los
asirios y los poderes locales que garantizaban su protección se establecían
de forma contractual, cada vez que un nuevo rey era entronizado,
plasmándose en un tratado recíproco bajo juramento solemne. La presencia
lejana de Asiria reforzaba el prestigio y la seguridad de los comerciantes del
karum . Dada la fragmentación política del país, en el que los textos asirios
nombran más de treinta ciudades, la diplomacia era intensa y frecuente. Los
tratados y sus estipulaciones debían ser renovados cada vez que un nuevo
rey accedía al trono, si una ciudad y su palacio quedaban sometidas a la
hegemonía de un centro más poderoso, o si un determinado palacio ponía
dificultades particulares, circunstancias que exigían una reconfiguración de
las relaciones.

Las colonias comerciales asirias en Anatolia: Kanish.- Por parte de


Asiria la capacidad de la gestión diplomática descansaba en el karum de
Kanish, representante de Assur ante las ciudades y principados anatólicos,
si bien los karu locales tenían también cierta capacidad que, si no parece
suficiente como para iniciar las relaciones, si al menos para renovar las
mantenidas previamente. El karum de Kanish estaba subordinado a las
autoridades de Assur que residían en «La casa de la Ciudad» o bit alim. Estas
autoridades eran el rey y los dignatarios epónimos pertenecientes o
vinculados a las grandes familias, que ejercían su influencia a través de una
asamblea -consejo de ancianos o notables- en la que figuraban los patriarcas
de las más importantes.
En las proximidades de Kultepe, la antigua Kanish nos ha legado
cientos de tablillas escritas describiendo la actividad de los comerciantes
asirios. Kanish era el centro neurálgico de los intereses asirios en Anatolia.
Otros pequeños archivos similares se han descubierto en Alisar, la antigua
Ankuw, y en Bogazkoy, la antigua Hattusha que se convertiría con el tiempo
en la capital del reino hitita. Estos documentos dan fe de la organización del
karum y de los negocios realizados por los asirios, que vendían mercancías
traídas desde su país y de Babilonia, como lana, productos textiles, plomo
argentífero y estaño, y repatriaban las mercancías, fundamentalmente
metales -cobre, plata y oro-, producto de sus ventas, parte de los cuales
era empleada en la obtención de más mercancías para exportar. Además de
los que conocemos por la investigación arqueológica, los documentos
mencionan otros tantos asentamientos asirios en la Anatolia central y
oriental, formando una verdadera trama de estaciones comerciales
distribuidas por toda la región.

Los comerciantes asirios. - Los miembros de esta comunidad


comercial asiria pertenecían a las mismas familias que en Assur
proporcionaban los dignatarios epónimos. Aunque parece seguro que existían
diversas instituciones que tomaban parte en el comercio con Anatolia, como
la administración de los grandes templos, la de la capital y el mismo
monarca, la financiación más importante procedía de las familias poderosas,
que de hecho constituían un grupo social predominante próximo al rey. Por lo
general, el patriarca de una de estas familias de la aristocracia comercial
permanecía en Asiria, dirigiendo desde allí la importación y exportación de
mercancías, que dejaba en manos de los miembros más jóvenes, residentes
en diferentes localidades de Anatolia. Allí podían incluso casarse con
mujeres nativas, a las que finalmente podían repudiar, previo pago de un
precio acordado de antemano, para volver a Assur con los hijos que hubieran
tenido con ellas.

La organización del comercio asirio: el k a r u m


Las comunidades de comerciantes asirios en Anatolia variaban de
tamaño e importancia, pero incluso las más pequeñas tenían su propio
templo de Assur. Normalmente, como en Kanish, se encontraban fuera de
las murallas de la ciudad y los residentes asirios debían pagar impuestos a
las autoridades locales. El karum, término que significa "muelle", era
tambien un centro receptor de tasas sobre el tráfico comercial, función
ésta que se realizaba en Mesopotamia tanto en los puertos de mar como en
los fluviales. Tenía poder para forzar el pago de las tasas en caso de que los
comerciantes se mostrasen evasivos o reluctantes. Proporcionaba, al
mismo tiempo, almacenaje para las mercancías y actuaba como institución
financiera, concediendo créditos y manteniendo la contabilidad de los
comerciantes. Funcionaba además como corte de justicia con competencia
para dirimir pleitos entre aquellos y discutir los litigios con la población local.
Por último, los dirigentes del karum, que eran también epónimos, ejercían de
representantes de la autoridad asiria con la que pactaban los príncipes
locales. Su residencia se fijaba en la «Casa del karum», que en Kanish se
encontraba situada en el llano, a los pies de la terraza sobre la que se alzaba
el palacio del príncipe del lugar.

Jerarquía e interdependencia.- El karum no era un organismo


independiente. Por el contrario dependían unos karu de otros en una
intrincada red que cubría las rutas comerciales de Anatolia. El de de Kanish,
punto de intersección de las principales vías de comunicación, poseía
funciones especiales y dependían de él todos los demás. Por medio de «el
enviado de la Ciudad» recibía órdenes del gobierno de Assur que transmitía a
los restantes. Así mismo, los demás karu locales, que se encontraban en
todas las ciudades importantes de la región, controlaban a su vez agencias o
estaciones secundarias llamadaswabaratum , que desempeñaban una función
análoga en las localidades de menor entidad.

Comercio sin mercado.- El intercambio de bienes y productos,


orientado desde la ciudad de Assur por algún gran comerciante-ummeanum -
que proporcionaba las mercancías, prestaba el dinero, invertía grandes
sumas contra interés o participación, o ambas cosas a la vez, y en el que
podían intervenir también de manera similar otros comerciantes
establecidos en algún karum , era fundamentalmente una actividad
económica que se desarrollaba en un contexto ajeno al Mercado. La ausencia
de ciertos recursos y materias primas, como maderas, piedra y metales,
había originado en Asiria un comercio con paises de la periferia que estaba
restringido fundamentalmente a este tipo de mercancías y organizado por
funcionarios dependientes de la administración real. Aunque el mercader -
tamkarum- era frecuentemente un particular, no solía actuar por cuenta
propia y su actividad se ajustaba a un conjunto de reglas generales que
emanaban de las autoridades públicas.

Equivalencias en lugar de precios.- Comerciantes y mercaderes no lo


eran tanto por iniciativa propia como por rango o designación. Sus ingresos
provenían de la venta de bienes, sobre los que percibían una comisión y no de
las diferencias de precios en las transacciones. Estos tomaban la forma de
equivalencias establecidas por la costumbre o la autoridad. El Mercado como
instrumento regulador de los precios mediante la oferta y la demanda no
tenia lugar en este tipo de comercio, llamado disposicional, convenido o
administrado, que fue característico de muchas sociedades en el mundo
antiguo. Las mismas autoridades que establecían las equivalencias,
garantizaban mediante pactos y tratados el libre acceso de los mercaderes
y las pertinentes garantías en las transacciones.

Las mercancias.- La abundancia de recursos naturales ofrecía a los


asirios la posibilidad de ocuparse en diversos trabajos, estando los
artesanos organizados, a la manera sumeria, en cuerpos de oficio bajo la
dirección de intendentes y oficiales. La manufactura de telas, al ser un país
rico en pastos y ganado, llevada a cabo principalmente por mujeres, era una
de las principales actividades relacionadas con el comercio, hasta el punto
de que muchos de los comerciantes asirios estaban al frente de
establecimientos de tejeduría en la misma Assur. El estaño constituía otra
de las mercancias con la que los asirios comerciaban en Anatolia. Todo el
tráfico de ida se realizaba mediante transporte caravanero, pero el oro y la
plata eran transportados a Assur por un procedimiento mucho más rápido,
por medio de enviados especiales, que eran los mismos que aseguraban las
comunicaciones fluidas entre la capital y los distantes centros de comercio.

La evolución del comercio asirio en Anatolia


El desarrollo de las actividades de los comerciantes asirios en Anatolia
tuvo lugar a lo largo de dos periodos distintos, separados por una fase
intermedia provocada por dificultades en la propia Asiria. Parece que fue en
tiempos de Erishum, hijo y sucesor de llushuma, cuando se inició la primera
presencia asiria en Anatolia. Durante aquel primer periodo la situación se
caracterizó por la estabilidad política, lo que sin duda favoreció la
implantación comercial asiria por espacio de casi un siglo. Luego, en el último
tercio del siglo XIX a. C., un usurpador procedente de la siempre rival
Eshnunna se apoderó del trono de Assur. Finalmente un amorreo
descendiente de una familia de jefes tribales asentada en la alta
Mesopotamia, cuyo nombre era Shamshi-Adad, se haría con el poder,
iniciando una política de expansión y reanudando la presencia comercial
asiria en tierras anatólicas.

Un escenario político inestable.- Pero, mientra tanto, las cosas habían


cambiado sustancialmente. El anterior clima de estabilidad, resultado del
equilibrio entre las pequeñas comunidades políticas independientes, había
sido reemplazado por otro caracterizado por el conflicto y relaciones
hostiles entre ellas. La guerra, la expansión y las conquistas, las tentativas
por imponer el propio dominio y logar una unificación política a expensas de
los demás definen ahora un panorama en el que destacan las campañas de
Anita, rey hitita de la ciudad de Kussara en la Anatolia central, que por aquel
entonces enprendió una serie de conquistas que le permitirían finalmente
unificar y controlar gran parte del país. La inestabilidad provocada por todos
aquellos acontecimientos, y la propia decadencia de Asiria tras la muerte de
Shamshi-Adad, explican en conjunto la desaparición definitiva de los
comerciantes asirios del país anatólico.

4. Mari

El reino de Mari, sobre el curso medio del Eúfrates y en una región que
era frontera natural entre la llanura mesopotámica y las áridas tierras
occidentales, controlando el paso entre Mesopotamia y la Siria
septentrional, se habia convertido en intermediario privilegiado de las
caravanas de comerciantes y extendía su influencia sobre la región del
Habur.

El palacio y la zona “dimorfa”


El palacio de Mari, sobre el Eufrates medio, es ahora también la sede
de una dinastía de origen amorreo cuyos primeros reyes habían mantenido
una política de alianza y de confrontación, marcada por las circunstancias,
con las tribus cercanas. Iahdum-Lim ( 1825-1810), conbatió
victoriosamente contra una de las tribus amorreas que se habían apoderado
de gran paerte de sus territorios, realizó una expedición hacia el
Mediterráneo y derrotó la coalición que el rey de Yamhad, quiza el Estado
mas poderoso de Siria, había levantado contra él. Estas tribus fueron
motivo constante de preocupación para los reyes de Mari, dada su dudosa
lealtad y la dificultad de ejercer un control efectivo sobre ellas. Los haneos,
pàrcuialmente sedentarizados, se habían establecido mucho tiempo atrás río
arfriba de Mari. Los benjamitas, se movían sin cesar a los largo del Habur y
en ambas márgenes del Euifrates, mientras que los suteos recorrían las
tierras situadas al suroeste.

Campesinos y pastores.- La región que se extiende formando un arco


desde las tierras de Palestina y Siria hasta la alta Mesopotamia constituye
la zona "dimorfa" por excelencia -en cuya vecindad se encontraba el reino de
Mari- en la que conviven agricultura y ganadería trashumante, pero también
formas de ganadería semi-nómada. Su población se compone por tanto de
campesinos y pastores. Estos últimos se concentran con sus rebaños de
cabras y ovejas en torno a las tierras irrigadas durante el verano, en busca
de los pastos estivales de la estación seca, para dispersarse en los pastos
de la estepa semiárida durante el invierno y la primavera, siguiendo un ritmo
de trashumancia "horizontal" que afecta también al tamaño de las
concentraciones humanas. La migración de frecuencia estacional
constituye, por lo tanto, uno de los rasgos típicos de la movilidad espacial
del nómada.

Las poblaciones nómadas y semi-nómadas


En la proximidad del reino de Mari vivían tribus amorreas de pastores
nómadas, como los haneos, los benjaminitas y los suteos. Debido a su
importancia militar, ya que se trataba de excelentes guerreros, fueron
reclutados como tropas auxiliares para participar en las guerras que
enfrentaron a los reyes de Mari con los de Eshnunna, Assur o Babilonia, pero
al mismo tiempo eran temidos a causa de su movilidad que hacía casi
imposible su control por parte de las autoridades del palacio de Mari.

El pastoralismo nómada como adaptación económica.- El pastoralismo


nómada constituyó una de las formas de explotación de los recursos más
antiguas en el Próximo Oriente, derivada seguramente de formas originarias
de trashumancia en las que los nómadas seguían los desplazamientos
estacionales de las manadas de animales aún no domesticados. El
pastoralismo nómada, que debe por tanto distinguirse de la trashumancia
pura, constituye una forma muy eficaz de explotar la productividad de
regiones que son inhabitables e improductivas durante parte de año. Una
variante del mismo asociada a la agricultura de aldea fue practicada en la
"zona dimorfa" y no debe entenderse, como se ha hecho a menudo, como
una etapa de transición desde el nomadismo hacia a la agricultura
sedentaria, sino como un rasgo estructural y perfectamente idóneo para el
aprovechamiento de una zona intermedia entre la llanura irrigada y el
desierto. Las tribus pastorales del medio Eufrates y del valle del Habur
practicaban esta forma mixta, o seminomadismo, en la que sólo una parte
del grupo emigra con el ganado, permaneciendo el resto en la aldea
trabajando en las tareas agrícolas.

Las tribus del Eufrates medio.- En ocasiones podía llegarse a una


relativa integración entre los dos modos de vida. En Mari un funcionario -
sugagum- era investido de poderes sobre las tribus establecidas en
territorios bajo control del palacio, por lo que residía en sus poblados y
realizaba frecuentes visitas a la ciudad. Estos sugagu, jefes de una
localidad, recibían tierras del palacio de entre uno y diez iku -3. 600 m2- de
extensión. Los haneos, que servían como soldados en las tropas del palacio
de Mari, poseían campos en el valle del Eufrates. Al igual que éstos, los
benjamitas tenían sus propias aldeas donde pasaban el verano en espera de
iniciar la trashumancia invernal. Por lo que se sabe de la actividad agrícola
de estas tribus del Eufrates medio, se tiene la impresión de que los
benjamitas se ocupaban más de la agricultura que los haneos, mientras que
los suteos parecen haber permanecido exclusivamente dedicados al
pastoreo.

La organización tribal
El clan -gayum- era la unidad económica y social por debajo de la tribu.
Cuando habitaban en aldeas o villas, los pastores semi-nómadas se
agrupaban en barrios específicos destinados a cada uno de los clanes en que
se dividía la tribu presentes en el asentamiento, de tal forma que algunas de
estas localidades contaban sólo con unos pocos barrios, mientras que otras
podían contener más de treinta. Los haneos, por ejemplo, se hallaban
integrados en ocho o nueve clanes cuyos miembros se consideraban
hermanos, de acuerdo a la más genuina tradición tribal. Por debajo existían
los bit abim, unidades menores, probablemente linajes. Los benjamitas y los
suteos constituían una confederación tribal. Cinco eran las tribus que
integraban la confederación benjamita y tres o cuatro las de los suteos.

La monarquía tribal.- Entre las tribus de amorreos del Eufrates medio


se hallaba muy extendida la monarquía tribal, que suponía la existencia de
un"rey" a la cabeza de la tribu. Los reyes de los haneos eran denominados
"padres", mientras que los de los benjamitas se trataban entre ellos de
"hermanos". Unos y otros poseían ciudades que constituían el centro político
de la monarquía tribal. Los documentos del palacio de Mari nos muestran
como las localidades habitadas por los benjamitas dentro de los confines del
reino, en los distritos de Mari, Terqa y Saggaratum, se hallaban divididas
según las cinco tribus y sus habitantes, y dependían en cierta medida de los
reyes de estas tribus, que residían, por el contrario, en "el país alto", fuera
de la jurisdicción del palacio.
La corte de estas monarquías tribales reproducía, en una escala
distinta, lo que eran signos comunes de la realeza en cualquier otra parte.
Las localidades que eran sede de la monarquía tribal contaban con un
palacio, ejército permanente, servidores y personal de apoyo, como adivinos
etc.. Pero el rey, que era ante todo un jefe tribal, no era un déspota, y aquí
estriba la principal diferencia respecto a la realeza palatina. Aunque la tribu
reconocía su autoridad, ésta no era absoluta. En ocasiones el
comportamiento de los miembros de la tribu hacia su rey se asemeja mucho
al comportamiento que mantenían hacia el gobernador palatino del distrito,
rehusando acudir, por ejemplo, ante su llamada. La autoridad que estos
reyes ejercían sobre los miembros de la tribu que vivían en lugares fuera de
su jurisdicción era, por otra parte, compartida con otros dirigentes, como
los jefes de clan o de aldea y los "ancianos".
5. Siria

En Siria la destrucción de Ebla por Naram-Sin, junto al retroceso


urbano que había caracterizado el final de tercer milenio a. C., habían
incidido negativamente sobre la vida de las ciudades, muchas de las cuales
fueron abandonadas. La sobreexplotación de unas tierras con medias de
pluviosidad muy sensibles a pequeñas alteraciones climáticas, la
despoblación y el abandono de los centros urbanos, asi como el vacio político
que ocasionaron dejaron extensas zonas a merced de los nómadas. Más
adelante, tuvo lugar una reurbanización que afectó a centros como
Karkemish, Alalah, Qatna o la misma Ebla.

Yamhad
Durante un tiempo las ciudades, amuralladas y provistas de su
correspondiente palacio, se mantuvieron en un contexto políticamente
fragmentado, en el que las tendencias unificadoras sólo hicieron su aparición
en el curso del siglo XVIII a. C., cuando buena parte del norte de Siria quedó
situada bajo la hegemonía del reino de Yamhad con capital en Alepo. Pronto,
los reyes de la recientemente instaurada dinastía amorrea en Mari habrían
de transformase en sus adversarios. La disputa por el control del acceso a
los bosques de las montañas occidentales y a la costa mediterránea, donde
florecía un importante comercio, parece haber sido una de las causas que
desató el enfrentamiento.

6. Expansión de Asiria y despegue de Babilonia

El trono de Assur conoció también diversas vicisitudes. Un


ususpardor, procedente de la rival Eshnunna, llamado Nram-Sin, se apoderó
del poder, y por aquel tiempo cesó la presencia comercial asiria en Anatolia.
Más tarde, el hijo de un hjefe trival amorreo, se apòderó de Ekallatum,
Assur y Nínive e instauró una nueva dinastía.
Shamshi- Adad I
A finales del siglo XIX a. C, un usurpador amorreo, Shamshi-Adad I
(1812-1780 a. C.), que había conquistado a punta de espada las principales
ciudades de Asiria y reconstruido el templo de Ishtar en Nínice, se convirtió
en el enérgico soberano de Assur. Desde Shubat Enlil, que convirtió en la
capital de su reino, emprendió una política de expansión militar, extendiendo
su hegemonía sobre las tierras y localidades del curso alto del Habur y del
Eufrates medio. Mari, que controlaba aquella parte del país, cayó bajo su
poder, mientras que Zimri-Lim, heredero del trono, se refugiaba en Alepo.
Recibió la sumusión y el tributo de los amorreos de Siria y coló una estela
suya en el país del Líbano, a orillas del gran Mar, reavivando así la tradicíón
de la conquista simbólica de los límites del mundo, justificando así las
oretensiones a un dominio universal.

“Rey del Universo”.- En Mari, gobernada desde entonces por uno de los
hijos de Shanshi-Adad, se frenó la expansión de Asiria en dirección a la
costa, mientras que fue el reino de Eshnunna quien contuvo su avance en
dirección opuesta., actuando también como obstáculo de las ambiciones
elamitas. En los territorios situados más allá del Tigris la supremacía de
Asiria fue disputada tan sólo por los montañeses del Zagros. Shamshi-Adad,
que tomó el jactancioso título de "rey del universo", tenía en su poder ambos
ríos y había reunido bejo un sólo poder, con capital en Shubat-Enlil, todo el
norte de Mesopotamia, reactivando asimismo la presencia de los
comerciantes asirios en los karu de Anatolia. Sus dos hijos gobernaban con
desigual fortuna las tierras de su gran reino. Mientras que Ishme-Dagán
consolidaba con sus armas las fonteras orientales, combatiendo a las
poblaciones establecidas a los pies delk Zagros, Iasmah-Adad gobernaba
indolentemente desde Mari toda la parte occidental, en donde los principados
de Siria, como Karkemish o Qatna, se mostraban por lo general amistosos, a
excepción de Yamhad, y las tribus seminómadas dispuestas en ocasiones a
colaborar, como los haneos, a rehuir toda colaboración como los benjamitas,
o abiertamente hostiles, como los suteos.

A pesar de sus éxitos, el final del reinado de Shamshi-Adad I estuvo


marcado por las dificultades. En la frontera occidental, la alianza con Qatna,
en la Siria meridional, provocó la guerra con Yamhad, mientras que en el otro
extremo, Eshnunna, después de asegurarse la paz con Elam, reemprendía su
antigua política de expansión hacia los territorios asirios. Su hijo y sucesor,
Ishme-Dagán (1780-1740 a. C.), se encontró con una situación muy
adversa. Con grandes dificultades se mantuvo el trono mientras Asiria iba
perdiendo todas sus anteriores conquistas, quedando reducida finalmente a
sus dimensiones originarias a expensas de Mari, Yamhad y Eshnunna,
convertidos a su costa en los principales protagonistas de la escena
política.

El despegue de Babilonia
Fue también un amorreo, de nombre Sumuabum (1894-1881 a. C.),
quien a comienzos del siglo XIX a. C. instauró una dinastía independiente en la
ciudad de Babilonia, probable antigua colonia sumeria y sede más tarde de un
ensi -gobernador- durante el dominio acadio y el Imperio de Ur. Sus
sucesores ampliaron sus dominios hasta situarla en un plano de igualdad en
la correlación de fuerzas presente en el mapa geopolítico de la época. El
primero de ellos, Sumulailu, protegió la ciudad con murallas y derrotó a la
vecina ciudad de Kish, enemiga natural del nuevo estado, sometiendo
también a Sippar y Kazallu. Su hijo Sabum levantó el templo del Esagila,
santuario del dios local Marduk, que habría de alcanzar en el futuro una fama
extraordinaria. Un nuevo poder había surgido al norte de Kish, mientras
Asiria dominaba la mesopotamia septentrional y extendía su comercio por
Irán y Anatolia.

La correlación de fuerzas.- Los reyes de Babilonia actuaron con gran


habilidad en un contexto caracterizado por la fragmentación política y los
enfrentamientos militares. Cooperaron con Uruk desde un primer momento,
y parece que habían llegado a un acuerdo circunstancial con el reino de Isín,
a la vista de las manifiestas ambiciones de Larsa. A fines del siglo XIX a. C.,
mientras Rim-Sin (1822-1763 a. C.), soberano de Larsa, atacaba Isin y
Uruk, Sinmu-ballit, quinto monarca de la dinastía babilónica, fortificaba su
ciudad, ante el temor que sin duda le provocaba su poderoso vecino del sur.
Apenas un año después de que el rey de Larsa conquistara finalmente Isín,
tras haber destruido Der y haberse anexionado Uruk, Hammurabi (1792-
1750 a. C.), sexto monarca de la dinástía instaurada por Sumuabum, subía
al trono de Babilonia.

La legislación
Como siempre la legislación constituye un buen reflejo de la vida
económica y social. Justicia -kittum - y rectitud -mesharum -, hijos ambos
del dios solar Shamash -juez que mantenía la ley y la justicia, y que
castigaba los actos perversos, incluyendo la mala conducta social, en su
papel de tutor de la ética social y personal- representaban para las gentes
la ley que los dioses habían concedido a la sociedad a través de la persona
del rey, convertido en legislador máximo. La garantía divina era el
fundamento de la ética, al estar la sociedad integrada en el orden cósmico,
constituyendo una unidad con la naturaleza y los mismos dioses.

Las recopilaciones palatinas: los códigos.- Los códigos, inscritos sobre


estelas y difundidos luego en tablillas, constituyen recopilaciones cuyo valor
normativo es relativo, sirviendo sobre todo para manifestar una función de
orden social en el plano moral y didáctico. Son algo así como el reflejo de la
capacidad de justicia que emana de la figura del rey, pero también poseían
un valor instrumental. Los jueces tenían en ellos una referencia, no tanto en
el cuadro de sanciones sistemáticamente impuestas, cuanto de los
principios básicos que podían ser aplicados para obtener una sanción justa.
De hecho los veredictos no siempre coinciden con sus promulgaciones, por lo
que su carácter era fundamentalmente orientativo.
En los códigos la ley se manifiesta mediante reglas de justicia que
emplean una formulación hipotética que expresa la ley en términos de causa
y efecto -"si tal sucediera, tal ocurrirá"- o bien relativa, de carácter más
perentorio -"el que haga esto, le sucederá aquello"-, y con mucha menor
frecuencia de forma imperativa -"no se hará esto". La primera recopilación
palatina se remonta a tiempos del Imperio de Ur, atribuyédose a Ur-Namu o
a su hijo Shulgi. El periodo paleobabilónico será fructífero en la publicación de
estos códigos.

El código de Lipitishtar.- Lipitishtar, quinto monarca de la dinastía de


Isin en los últimos momentos de su hegemonía sobre la Mesopotamia
meridional, promulgó un código escriton en sumerio con leyes, expresadas
con el típico formulario condicional y agrupadas en unos cuarenta artículos,
sobre la propiedad y alquileres, los esclavos, la familia y la herencia, falsas
acusaciones, diversos aspectos del cuidado y trabajo de los campos, y daños
causados por determinados animales.
Su prólogo es el primero en el que el rey como legislador proclama
realizar su labor acatando la voluntad de los dioses. El monarca y su ciudad
han sido elegidos para imponer la justicia y el bienestar en todo el país, algo
que a partir de entonces se convertirá en norma. En el epílogo declara haber
sabido cumplir la misión encomendada, de la que la estela sobre la que se
había grabado el código, aunque a nosostros ha llegado a través de una
copia, daba cumplido testimonio.

Las leyes de Eshnunna.- A diferencia de estos códigos redactados en


sumerio, las leyes de Eshnunna, ciudad que ejerció la hegemonía sobre el
Diyala durante la primera parte del periodo palobabilónico, se hallan
compiladas en más de cincuenta artículos redactados en acadio y son
atribuidas sin mucha seguridad a los reyes Bilalama o Dadusha. Comienzan
con una tarifa de precios de productos como la cebada, el aceite, la madera,
la sal, o el cobre, seguida de disposiciones relativas a los alquileres, salarios,
préstamos, los esclavos, la familia, la propiedad y las ofensas físicas.
Menos sistematizado y careciendo, a diferencia de los otros códigos,
de un prólogo y un epílogo que encuadren el cuerpo legal, aunque pudo
haberlos y haberse perdido debido al mal estado de su conservación,
produce la impresión de tratarse de una recopilación en la que la
composición legal se utiliza como fundamento del derecho penal, y en la que
no abundan las sanciones basadas en la Ley del Talión, más frecuentes en
los tiempos venideros.
LA SUPREMACIA DE BABILONIA
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Hammurabi (1792-1750), sexto monarca de la dinastía fundada por
Sumuabum, subía al trono de Babilonia, cuando sus principales rivales
políticos, el asirio Shanshi-Adad, Rim-Sin de Larsa y Dadusha de Eshnunna
habían alcanzado sobradamente la edad madura. Se trataba a todas luces de
unos adversarios formidables para el joven rey babilonio que, no obstante,
dió pruebas manifiestas de poseer una capacidad admirable para la política y
la guerra.

1. Auge y expansion de Babilonia

La fama de Hammurabi como gran conquistador, estratega


extraordinario, fundador de un imperio que había conseguido unificar bajo su
autoridad una Mesopotamia fragmentada, personaje histórico sin rival
destinado a derrotar a todos sus oponentes, es sobre todo una
construcción propagandística que arranca de su propio reinado. Los
documentos procedentes de la cancillería del palacio de Mari nos
proporcionan una imagen bien distinta, mostrándonos cómo durante muchos
años Hammurabi no fue más que un turbulento aspirante rodeado de
personalidades no menos capaces y destacadas, como los reyes de Larsa,
Asiria o la misma Mari. Su mayor éxito parece ser haber sabido esperar
pacientemente a que las circunstancias se le tornaran favorables.

Guerra y diplomacia
Con algunas exepciones, como la expansión asiria protagonizada por
Shanshi-Adad, los tonos desafiantes quedaban relegados del lenguaje
diplomático y su lugar era ocupado por alianzas que se basaban en
compromisos de colaboración y amistad, con intercambio de embajadores y
regalos. Tal fue la política empleada por Hammurabi con Zimri-Lin de Mari,
que había recuperado su trono gracias al ocaso de Asiria, y, en menor
medida, con Rim-Sin de Larsa, práctica por lo demás habitual en su época.
Una diplomacia que no hacía, sino aguardar el desgaste y la debilidad del
aquel del que ahora se proclamaba aliado y amigo. Llegado el momento la
diplomacia era sustituida por la acción militar y el antiguo aliado pasaba a
convertirse en enemigo. Tales eran las reglas del juevo, y Hammurabi supo
utilizarlas con una habilidad extraordinaria.

Primeras conquistas.- En un principio Hammurabi fijó su atención en la


frontera meridional de Babilonia, arrebatando a Larsa el control de Uruk e
Isín en el séptimo año de su reinado. A partir de entonces quedaba claro
quién era el poder hegemónico en aquella parte de Mesopotamia. Los años
siguientes luchó contra los paises de Emutbal y Malgium, situados al E. del
Tigris y sobre su curso medio, y contra las ciudades de Rapiqum y Shalibi,
apoderándose de ellas. Mientras, el poderío de Asiria declinaba tras la
muerte de Shamshi-Adad, acaecida a los diez años de la subida de
Hammurabi al trono.

2. El imperio de Hammurabi

Hammurabi construyó su imperio valiendose de una combinación de


astucia y habilidad que le permitió salir siempre airoso del vaivén político de
las coaliciones, porque, en realidad, Babilonia no se encontró nunca sola
frente a un adversario superior, aunque el monarca omite siempre a sus
aliados en las celebraciones oficiales de triunfo.

Tiempo de espera
Durante veinte años, en los que la situación permaneció políticamente
estable, Hammurabi se mantuvo atento a sus fronteras, ocupado en
reorganizar su reino. Estrechó los lazos con Zimri-Lim (1780-1758 a. C.) de
Mari, su principal aliado, y con el reino de Yamhad, a fin de asegurarse el
frente occidental ante un eventual ofensiva de Eshnunna, manteniendo por
otro lado una coexistencia formal con Rim-Sin de Larsa, que aunque aún
preservaba una independencia formal, no era sino un aliado subordinado a su
ahora poderoso vecino. Hammurabi fue un gran constructor en la mejor
tradición de los reyes precedentes. Levantó templos y fortificaciones y
realizó grandes obras de irrigación, como el gran canal destinado a
proporcionar agua a Nippur, Eridu, Ur, Larsa, Uruk e Isin, en un intento de
contener el declive y la despoblación que padecían estas ciudades.

Conquista de Mesopotamia
Fue en los últimos años de su reinado, cuando Hammurabi, convertido
en el principal protagonista sobre la escana política, decidió poner término a
la conquista de Mesopotamia. Una vez abiertas las hostilidades, el flanco
N.E. fue asegurado con una victoria sobre una coalición integrada por
Eshnunna, Asiria, Gutium, Malgium y Elam. Inmediatamente después Larsa,
regida por un Rim-Sin agotado por una prolongada vejez, fue conquistada y
anexionada, convirtiéndose el rey de Babilonia en "Señor de Sumer y Akkad",
como especifica la titulatura del trigésimo primer año de su reinado. Antes
de atacar Larsa, cuyo asedio duró varios meses, el rey de Babilonia había
llegado a un acuerdo circunstancial con Eshnunna. A la postre, parece que su
táctica favorita consistió en dejar debilitarse a sus adversarios sin
malgastar sus propias fuerzas en espera del momento más oportuno a sus
intereses. Más que a su genio militar, que no brilló con más fuerza que el de
sus contemporáneos, fue a su talento de político hábil y maniobrero y a su
capacidad diplomatica a los que se debe la construcción y consolidación de
su imperio. Al año siguiente Hammurabi, aprovechando los efectos
devastadores de una inundación, conquistaba y se anexionaba Eshnunna, su
poderoso rival durante los años precedentes, lo que había forzado una
política de equilibrio entre ambos. Luego derrotó a las tropas Mari, que
terminó siendo destruida en el 1753 a. C., tras una rebelión de su antiguo
aliado Zimri-Lim.
Ultimas campañas
La guerra reanudada contra Asiria no pusó fin, sin embargo, a la
independencia del reino septentrional, que permaneció libre, aunque aislado y
obligado a reconocer nominalmente la supremacía de Babilonia. Dando una
vez más ´purebas de su profundo conocimiento de la situación, Hammurabi
renunció a ampliar sus conquistas hacia Occidente, donde las tribus hurritas
habían establecido pequeños principados bajo la dirección de una aristocracia
indo-aria, cuyos ecos amenazadores encontramos ya en los archivos del
palacio de Mari, por lo que pudo disfrutar de paz y estabilidad política el final
de su reinado. La práctica totalidad de Mesopotamia, a excepción de los
territorios asirios, se hallaban unificados bajo un sólo poder centralizado por
vez primera en más de dos siglos desde los tiempos del Imperio de Ur.

3. Gobierno y administración en el imperio de Hammurabi


En términos políticos, el Imperio de Hammurabi significó un
reforzamiento del poder y de la capacidad de intervención del Estado frente
a la tendencia general de la época hacia la privatización de las actividades
económicas y las relaciones sociales. Actuó eficazmente en la eliminación
definitiva de la iniciativa política de las diversas ciudades, que a partir de
entonces se convirtieron en capitales de distritos, sedes administrativas de
rango provincial en un país políticamente unitario, Babilonia, heredero del
viejo Sumer y Akkad. Con todo, las tendencias disgregadoras no habían
desaparecido por completo, pero las ciudades estaban desde ahora
incapacitadas por sí solas para proponer alternativas viables frente a la
fragmentación politica, ya que cada vez más carecían de las fuerzas y
medios necesarios.

Política interior de Hammurabi


La preocupación por asentar los fundamentos de su imperio en una
realidad más compacto que aquel mosaico de ciudades y reinos unificados
por laa armas, donde cada uno se sentía vinculado tan sólo a su ciudad y sus
dioses tutelares, sin que existiera ningún tipo de conciencia o sentimiento
nacional de mayor alcance, le impulsó a la redacción de su famoso código de
leyes, que unificaba por vez primera las distintas legislaciones de
Mesopotamia, dotándola asi de homegeneidad jurídica. Con igual motivo,
promovió una reforma religiosa que situaba a Marduk, dios tutelar de
Babilonia, en la cumbre del abigarrado panteón mesopotámico, procurándose
de esta forma una justificación divina que viniera a legitimar su poder. La
plasmación de la supremacía conseguida por Babilonia econtrará su reflejo
literario más tarde en el Enuma Elish, el Poema de la Creación babilonio, en el
que el joven Marduk, el dios de Babilonia, es encargado por la Asamblea de
los Dioses, con la aquiescencia de Enlil, de derrotar a las fuerzas del caos,
representadas por el dragón Tiamat.

Burocratización y concentración de medios


Los soberanos de este periodo, en su mayoría de origen amorreo,
habían conservado la misma ideología del poder que sus predecesores
acadios y sumerios. El mantenimiento del determinativo divino delante de
sus nombres daba fe de unas aspiraciones que, no obstante y en muchas
ocasiones eren muy difíciles de realizar. Las dimensiones de los ejércitos
habían aumentado. Los documentos de Mari citan contingentes de trenta mil
hombres, y en cualquier caso los ejércitos de veinte mil combatientes no
eran raros. Tropas de escolta o de refuerzo solían estar integradas por
ocho o diez mil hombres, aunque las expediciones secundarias utilizaban
contingentes mucho más modestos de entre quinientos y dos mil hombres
según el caso. Pero no en todas partes los efectivos militares movilizados
para una campaña eran tan numerosos. La capacidad de movilización
dependía de la base territorial y demográfica, así como de la política de
alianzas, que constituyó una característica del periodo paleobabilónico.

El palacio, sede de todo el poder.- En un contexto como aquel, con la


fragmentación política y guerras incesantes como factores dominantes, la
realeza se vió afectada por el éxito en los conflictos militares, por su
capacidad administrativa y, sobre todo, por su eficacia en el mantenimiento
de un equilibrio a medio plazo, en el que muchas veces residía la clave de la
victoria. En un tiempo en que ningún rey era poderoso sin el concurso de
otros reyes, en palabras del propio Hammurabi, éstos eran aspectos que
pasaban a ocupar un primer plano.
El desarrollo arquitectónico del palacio, característico de este periodo,
con uno de sus mejores ejemplos en el bien conocido palacio de Mari, es el
claro exponente de una realeza en la que los procedimientos burocráticos y
diplomáticos han adquirido un importante protagonismo, a la par que
concentra un enorme poder en la figura del rey, lo que no significa una
renuncia a los métodos militares ni a las aspiraciones de un dominio
universal, como se percibe por ejemplo en las campañas del asirio Shamshi
Adad y en su ostentoso título de "rey del Universo", sino la combinación de
todos ellos en una escala no conocida hasta entonces. El mismo Hammurabi,
creador de un imperio, en que se plasmaba una vez más la realización de
aquellas viejas aspiraciones llevó los títulos de "rey del Universo" o "rey de
las Cuatro Partes del Mundo" con lo que hacía gala del carácter universal de
su dominio.

La realeza paleobabilónica
Si la situación política, con la fragmentación característica hasta los
últimos años del reinado de Hammurabi, había impuesto un nuevo equilibrio y
otra forma de hacer las cosas, en el plano social el aumento de las
desigualdades y de la presión sobre los más humildes, situó en primer
término la figura del rey como dispensador de justicia, protector de los
débiles frente a los poderosos mediante los edictos de mesharum -justicia-,
que solían proclamarse cada comienzo de reinado.

El rey justo, esforzado y sabio.- Por influencia amorrea, que introdujo


en Mesopotamia los ideales de la igualdad tribal, redefinidos luego en el
ambiente de la corte y de la ciudad, el rey justo se asimila a la imagen del
rey "pastor" que cuida de un rebaño humano al que vigila y protege. Además
de dispensador de protección y justicia, el rey seguía actuando como
otorgador de vida, responsable de "dar de comer alimentos preciados a las
gentes, de hacerles beber agua dulce", como rezan las inscripciones, y en tal
función se distingue sobre todo por la construcción de canales, que ya no es
una empresa dirigida por el dios, como ocurría en la tradición más antigua,
sino por el mismo monarca al frente de la comunidad, principal beneficiaria
de su gestión y su esfuerzo.
El rey es o pretende ser, también esforzado y sabio, como se
manifiesta en la propaganda del propio Hammurabi. Era, además, y en esto
no se distinguía de otros monarcas mesopotámicos, sumo legislador, juez y
jefe supremo de los ejércitos, hallándose auxiliado en sus tareas de gobierno
por una serie de dignatarios que, como servidores ante todo del monarca,
poseían poderes considerables y diversos que en ocasiones podían dar lugar
a un cierto conflicto de atribuciones.

El sistema administrativo
La administración en tiempos de Hammurabi no difiería en lo esencial
de la de los periodos precedentes, aunque su escala había aumentado y
algunos cargos habían perdido toda su anterior importancia con la aprición
de otros nuevos al frente de antiguos cometidos. Tal ocurrió con el ensi,
cuyo rango llegó a ser muy inferior al del shassukkum , como se llamaba
ahora "al jefe del catastro", que se ocupaba de presidir el registro de los
campos y de los graneros destinados al abastecimiento de los trabajadores.
En algunos casos el término de ensi volvió a designar al príncipe de una
ciudad independiente tras el hundimiento del poder centralizado de Ur, pero
en la época de Hammurabi se utilizaba para denominar a una especie de
feudatario del palacio, lo que es claro síntoma de su desvalorización.
Existía, heredada de épocas anteriores, una cierta semejanza entre la
administración del palacio, la de un templo o la de una determinada provincia.
Por otra parte, cada conquistador de turno, y Hammurabi no fue una
excepción, adoptaba la administración local de las ciudades conquistadas,
sustituyendo solamente los cargos más importantes.

Cargos y funciones.- Cargos importantes de palacio eran el prefecto -


shapiru- , el archivero -shaduba- y el tesorero-shanda-bakkum- . Algunos de
estos cargose ran propios también de la administración de las provincias. Al
frente de ellas y como responsable máximo se encontraba un gobernador -
sha nakkum-, que estaba encargado del orden, del reclutamiento, del
mantenimiento de los funcionarios subalternos, asi como de la economía de
su circunscripción. De él dependía el “prefecto del país” -shapiru-matim - y
los jefes de circunscripciones -bel pahatim-, de los cuales dependían a su
vez los jefes de poblados -suqaqu-. Contaban para su gestión con escribas,
correos y fuerzas de policía. Al frente de las ciudades había también
prefectos y alcaldes -rabianum. A continuación encontramos a los
tesoreros, al “jefe de los depósitos de grano” -kagurrum- y al “jefe del
catastro” -shassukum -, cargos que existieron seguramente también en
palacio.
La administración de los templos era dirigida por sacerdotes shangu y
por todas partes actuaba un personal subalterno, los llamados shatammu ,
especie de agentes administrativos que se ocupaban de la mayoría de
asuntos ordinarios, como el control de los rebaños, la recaudación de censos
en especies o dinero, o la organización de los almacenes.
Todo el funcionamiento de esta estructura administrativa era
supervisado por el primer ministro -isaku- responsable de gobernadores,
alcaldes y demás funcionarios. Había un nutrido cuerpo de correos, ya que la
correspondencia administrativa y diplomática era muy numerosa. Igualmente
el espionaje era muy activo. La cancillería, mediante sus oficinas de
correspondencia, servía de enlace entre la sede del gobierno central, el
palacio, y las provincias.
Las asambleas locales.- Pese a la acentuada centralización
administrativa, Hammurabi permitió la existencia de los antiguos consejos
locales, si bien gobernadores y alcaldes eran los representantes del rey. El
consejo del gobernador podía incluir a los funcionarios más destacados de la
provincia mientras que el de los alcaldes estaba integrado por los notables
de la ciudad. Esta asamblea local administraba los bienes municipales,
procedía al arrendamiento de tierras y percibía los impuestos obtenidos en
la ciudad, bajo la supervisión de los funcionarios del rey en la provincia.

Exeso de rigidez administrativa.- La excesiva rigidez propia de la


centralización administrativa impedía a cualquier funcionario el más mínimo
atisbo de iniciativa. El monarca lo controlaba todo, por lo que no era fácil
hacer gala de de autonomía. Así, los prefectos y alcaldes de las ciudades,
encargados de su administración y en particular de la ejecución de los
trabajos públicos, recibían órdenes directas del rey, pese a estar
subordinados al gobernador. La carencia absoluta de iniciativa era
particularmente grave en el caso de los gobiernos provinciales ante una
situación de emergencia. Ello podía suponer una peligrosa demora en su
solución y, sí la amenaza era de orden militar, las perspectivas y las
consecuencias podían ser aún peores. Si las instrucciones no llegaban
convenientemente a tiempo podía producirse un desastre. Probablemente
esta esclerotización del aparato administrativo sea uno más de entre los
factores que condujeron finalmente al derrumbamiento del imperio ante
presiones internas y externas.

El ejército y la organización militar


Al frente de las tropas se encontraba el ugula-martu con su
subordinado el wakil amurrim , que en un principio había sido el jefe de los
contingentes integrados por amorreos, para convertirse luego en un cargo
militar indiferenciado. El reclutamiento dependía de los gobernadores de
provincias que actuaban a las órdenes del rey, llevándose a cabo la leva
tanto entre la población sedentaria como entre los nómadas. Al margen de
las levas circunstanciales existía un cuerpo profesional bien entrenado que
tenía a su cargo la formación de cuadros de mando y oficiales. Unos y otros
pertenecían a la clase social más elevada y recibían como pago a sus
servicios el usufructo de haciendas que constaban de una casa con tierras y
huertas. Tal beneficio -ilku- podía transmitirse a los hijos o en su caso a la
viuda.
Por debajo de los oficiales se encontraban los laputtu encargados del
mando directo de los soldados -redu- que integraban la tropa. Una función
im´portante era la de los adivinos -barum- que acompañaban a las tropas y
sin los cuales éstas no se ponían en marcha. Tras la concentración de los
efectivos militares se reunían los presagios a fin de determinar la actitud de
los dioses cara a la futura batalla.

4. El Código de Hammurabi: caracter y sentido de las leyes


babilónicas

Durante mucho tiempo se consideró a Hammurabi como el primer rey


legislador de la Historia. La aparición de otros códigos anteriores al suyo,
como los Shulgi, Lipitishtar o las leyes de Eshnunna, posteriores con todo a
los decretos de reforma de Entenema, Uruinimgina y Gudea, mucho más
antiguos aún, ha mostrado que su legislación no fue la primera en
promulgarse en Mesopotamia. En el terreno legislativo Hammurabi tampoco
nos parece ahora un inovador. Sus formulaciones no aportan prácticamente
nada original en el campo legislativo y tampoco se trata de leyes
progresistas, como en bastantes ocasiones se ha defendido, pues en
realidad se limitaba a regular el orden socialmente establecido.

Una ley para todo el Imperio


La verdadera importancia del código de Hammurabi, que contiene
doscientos ochenta y dos artículos de derecho penal, procesal, patrimonial,
civil y administrativo, sin establecer entre ellos una separación nítida, radica
en que unificaba las anteriores legislaciones existentes, proporcionando una
homogeneidad jurídica que antes no existía a todos sus dominios. Para ello
había reunido y sistematizado un conjunto de preceptos jurídicos en una
labor de revisión y puesta al día que, anteriormente, se presentaban de
forma aislada y heterogénea. En esta labor tuvo en cuenta la legislación
precedente que modificó o actualizó con el fin de ajustarla a las
características de su imperio. Pero si todo ello es de un valor notable y la
suya es la primera gran sistematización en la historia del derecho, no es por
ello menos cierto la presencia de algunos aspectos claramente regresivos.

La Ley del Talión


Quizá el aspecto más negativo de las leyes de Hammurabi lo
constituye la fundamentación del derecho penal en la Ley del Talión, aunque
temperada con su aplicación siempre entre ciudadanos de la misma clase
social. Hacía mucho tiempo que la legislación mesopotámica ignoraba su
aplicación, estableciéndose en su lugar las pertinentes compensaciones
económicas. Se reaparición en el código de Hammurabi puede interpretarse
de dos maneras. Puede ser un eco atávico de la dura ley del desierto, de
cuya propagación sería responsable el elemento amorreo, nómada en sus
orígenes. Pero, por otra parte, la manifiesta severidad de las sanciones
basadas en el “Ley del Talión” puede también obedecer a la existencia de
una sociedad muy estratificada, en la que imperaba, junto con el castigo
ejemplar al que se recurre en según que ocasiones, el principio de que en
igualdad de rango y sin malicia de por medio, la pena no debe superar el daño
infligido. Si el daño es grande también lo será la pena y si es leve, leve habrá
de ser ésta.

Estratificación jurídica y tribunales laícos


Con todo, el código de Hammurabi posee una importancia excepcional.
Con su promulgación, y pese a las pocas innovaciones que introduce, se
originó en Mesopotamia una reforma judicial de gran alcance, aunque sin
excesivas preocupaciones sociales. La igualdad jurídica se estableció para
todos los ciudadanos, pero de un modo clasista, ya que la aplicación de sus
normas no era idéntica para todas las personas. Jurídicamente, la población
se hallaba dividida en tres grupos. Integraban el primero los ciudadanos de
condición social desahogada -awilu- que eran libres y gozaban de todos los
derechos, quedando además eximidos de algunas obligaciones. El pueblo -
mushkenu- , personas en una relación de dependencia con el palacio, el
templo o un particular, formaban el segundo, y los esclavos -wardu - el
tercero. Cada uno de estos grupos se caracterizaba por un conjunto de
derechos y deberes proporcionales. Así, un delito cometido contra una
persona del segundo grupo era castigado menos severamente que cuando se
perpetraba contra un miembro de la clase superior.

Secularización de los tribunales.- Sólo en una ocasión se nos presenta


Hammurabi poseído de un espíritu reformador que choca en cierta medida
con algunos de los intereses del sistema establecido. Se trata de la
secularización del poder político y jurídico de la poderosa clase sacerdotal.
La unidad del templo y del Estado se había perdido definitivamente durante
el agitado período anterior, en el que se produjo una importante
secularización de los bienes de los santuarios. Ahora el templo no era sino
una más de las instituciones de la ciudad, mientras que la relación del
ciudadano con el gobierno adquiría por vez primera rasgos individuales. El
palacio dispone partir de ahora de la propiedad del templo, transmitiéndose
su parcela de administración pública y de jurisprudencia a sectores laicos de
la sociedad. Desde este momento, al menos eso se pretende, el tribunal civil
tendrá absoluta primacía sobre el estamento clerical, que hasta entonces
contaba con el monopolio de la administración de justicia, y la actuación de
los sacerdotes se verá limitada al caso de recibir el juramento prestado
ante las divinidades.
5. La disgregación del imperio y las invasiones kasitas

La unidad política lograda por Hammurabi fue, pese a todo, efímera.


Más allá de las fronteras de su imperio Asiria y Elam escapaban a su control.
Por otra parte, la presencia política y militar de Babilonia sobre el Eufrates
medio nunca fue importante, permaneciendo independiente el reino de Hana,
que ejercía ahora cierto dominio sobre el territorio que antes había
pertenecido a Mari.

Secesión e independencia del sur


No obstante, era en el interior donde la situación se deterioraba
velózmente. A pesar de la aparente grandeza, la crisis social era aguda, con
una población campesina empobrecida y en manos de los prestamistas y
grandes propietarios, por lo que el sucesor de Hammurabi, su hijo Samsu-
iluna (1749-1712 a. C.), hubo de decretar una nueva exención de deudas.
Las revueltas y sublevaciones, que no tardaron en producirse, no
beneficiaban en nada tal estado de cosas.

Samsu-iluma.- En el sur, Larsa, a cuyo frente se había situado un


usurpador que se hacía llamar Rim-Sin, al igual que su último monarca,
fomentó una insurreción, a la que se unieron Esnunna, Ur, Uruk e Isin, y que
sólo pudo ser sofocada tras cinco años de lucha. En su transcurso Samsu-
iluma tomó y destruyó Ur y Uruk, lo que los elamitas aprovecharon para
realizar una incursión en el sur de Mesopotamia. Finalmente las tierras más
meridionales se separon bajo la égida de una dinastía fundada por un tal
Iluma-ilum, que se proclamaba descendiente de los reyes de Isín, con lo que
Babilonia perdía el acceso a la costa. A partir de entonces, aquel territorio
pasó a llamarse "el País del Mar", siendo gradualmente afectado por la
desurbanización y la despoblación, a causa de las deterioradas condiciones
de vida en una zona de estuario en progresión donde las marismas, los
pantanos y la ciénagas hacían el ambiente insalubre.
El esfuerzo por mantener unido el imperio implicaba, además de la
intervención militar, una frenética actividad de demolición y construcción de
fortificaciones, en Sippar, en Kish, en el Diyala. En otro contexto, Samsu-
iluma, al igual que su padre, no descuidó la realización de grandes obras
hidráulicas, función propia del rey mesopotámico pero síntoma también del
declive agrícola que caracteriza todo el periodo paleobabilónico.

Los kasitas
En el exterior, una incursión elamita no tuvo mayores consecuencias,
pero una nueva amenaza venía a ensombrecer el horizonte. Tribus kasitas
procedentes del E., a las que Samsu-iluma hubo de hacer frente en el noveno
año de su reinado, avanzaron siguiendo el valle del Diyala. Los kasitas
hablaban una lengua que no era semítica ni indoeuropea y que no tenía
conexión con el sumerio, el hurrita o cualquiera de las otras lenguas
conocidas de Cercano Oriente. Se desconoce con exactitud su lugar de
origen, que en algunas ocasiones se pretende situar en el sudoeste de Irán y
en otras en los Zagros. Aunque fueron rechazadas, lograron infiltrarse en la
llanura, donde algunos grupos consiguieron asentarse dedicándose al trabajo
agrícola, mientras otros se organizaban en bandas armadas que se daban al
pillaje. En la dirección opuesta, el dominio sobre el Eufrates medio y el "país
alto" tampoco estaba asegurado, como muestra la actividad militar en
aquellos lugares y que el reino de Hana controlara gran parte de la región.

Abi-eshukh.- El sucesor de Samsu-iluna en el trono de Babilonia, Abi-


eshukh (1711-1648 a. C.), tuvo que volver a combatir contra los kasitas,
pero no pudo impedirles que se establecieran en Hana, en donde un personaje
perteneciente a la nobleza tribal, llamado Kashtiliash, había conseguido
hacerse con el trono. El monarca babilonio guerreó también contra el País
del Mar que, sin embargo, no fue recuperado. La situación interior, en
progresivo deterioro, contrastaba con unas fronteras que permanecerán
estables gracias al esfuerzo militar.
Ammi-ditana.- Babilonia se empobrecía y las condiciones de vida
empeoraban rápidamente. Para hacer frente a todas estas dificultades
Ammi-ditana (1683-1647 a. C.), que sucedió en el trono a Abi-eshukh, tuvo
que decretar nada más ocuparlo una nueva cancelación de deudas y nuevas
exenciones de impuestos. En el exterior el peligro kasita parece conjurado
momentáneamente, lo que no impedía que algunos grupos siguieran
penetrando en la llanura, alquilando su trabajo en el campo y llegando a
enrrolarse incluso en el ejército babilonio. El mapa político permanecía
estable, quedando la Mesopotamia centro-meridional dividida entre el País
del Mar al sur y Babilonia en el centro, mientras que Hana controlaba el
Eufrates medio y Asiria las tierras del curso medio del Tigris.

6. Elam y los territorios iranios

Durante todo este tiempo Elam había conseguido casi siempre


mantenerse independiente. Poco tiempo después de la caída de Ur, los
elamitas habían sido expulsados del sur de Mesopotamia por Ishbi-Erra, rey
de Isín, que se pretendía sucesor de los monarcas de Ur.

Guerra e independencia
Los reyes de Isín y luego los de Larsa, habían guerreado, como sus
predecesores acadios y sumerio, contra Susa y Anshan, pero los elamitas
se habían mentenido independientes y prósperos bajo los reinados de
Indattu-In-Shishinak I y sus sucesores Tan-Ruhuratir y Indattu II. En tal
contexto se había producido un acercamiento diplomatico al reino de
Eshnunna, interesado también en contrarrestar la presión política y militar
de los reinos mesopotámicos.
Luego Gungunum de Larsa había conquistado la región de Susa
ocasionando la desaparición de la dinastía de Shimashki, que fue sustituida
por una línea de sukkal-mah o “Grandes Regentes”, inaugurada por un tal
Eparti, que controlaba todo Elam, desde Susa a Anshan y a la zona
montañosa que la circunda por el norte. Desde entonces los elamitas
mantuvieron tratos diplomáticos y comerciales con Mari y con la más lejana
Qatna, en la Siria meridional., mientras que las relaciones con Eshnunn se
tornaron difíciles, dada su proximidad y las ambiciones elamitas sobre el
Zagros.

La confederación elamita
La estructura política de Elam se caracterizaba, contrariamente a lo
que era común en Mesopotamia, por su naturaleza confederal. Eparti había
utilizado el título de “Rey de Anshan y Susa”, que subrayaba sus intenciones
de independencia política. Fue divinizado en vida, copiando algo que ya habían
hecho los reyes acadios, los soberanos de Ur y algunos de los monarcas de
Isín. Su hijo, Shilkhakha, retomó el titulo de “Gran Regente” y su hermana se
hizo cargo del gobierno de Susa. Sus descendientes siguieron gobernando la
ciudad con el título de “hijos de la hermana de Shilkhakha” que se incorporó
desde entonces a la nomenclatura oficial. El epicentro de la confederación
elamita se había desplazado hacia el Este, pero continuó existiendo un
interés político, militar y cultural por Mesopotamia.

Los últimos conflictos.- Hacia 1835 a. C. Kubur-Mabuk, de nombre


elamita pero al frente de una tropa amorita, se habia apoderado de Larsa.
Su sucesor, Rim-Sin, consiguió adueñarse de una ciudad mesopotámica tras
otra, hasta que fue contenido por Hammurabi. Para hacerle frente, Rim-Sin
solicitó la ayuda del elamita Siwe-Parla-huppak, pero ambos fueron
derrotados por el monarca babilonio. Durante el reinado de Hammurabi la
resistencia contra Babilonia a lo largo del Tigris había sido liderada por los
elemitas. Aún dispusieron de fuerzas para lanzar una incursión sobre las
ciudades del sur en tiempos de Samsu-iluna, aprovechando las revueltas que
habían estallado contra Babilonia en aquella parte del país. A partir de
entonces Elam se mantuvo al margen de los acontecimientos en
Mesopotamia, reorientando sus relaciones hacia el interior de Irán y las
comarcas vecinas del Golfo pérsico, aunque dió muetras tempranas y
frecuentes de una manifiesta hostilidad hacia el País del Mar.
HITITAS Y HURRITAS. EL AUGE DE MITANNI
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En la meseta central de Anatolia, el llamado país de Hatti, se habían


asentado desde finales del tercer milenio poblaciones indoeuropeas que
conocemos genéricamente con el nombre de hititas, que vinieron añadirse a
la población local que, según los datos arqueológicos, parece ser originaria
de la parte meridional del país, en la que se encuentran los asentamientos
neolíticos. Recientemente se ha considerado posible la presencia de un
sustrato “protoindoeuropeo” en Anatolia, al que se unirían luego grupos de
pastores nómadas, relacionados quizá con la expansión de la cultura de los
kurganes.

1. Indoeuropeos y hurritas

Los pueblos indoeuropeos llegaron desde las estepas de la Europa


sudoriental, aunque algunas teorías recientes pretenden hacerlos originarios
del Zagros meridional o de la misma Anatolia, y penetraron en el Cercano
Oriente en distintos momentos y de formas diversas. Desconocemos por
completo las causas de su expansión que, sin duda, comenzó mucho tiempo
atrás y siguió diversas direcciones, aunque se han manejado varias
hipótesis, algunas de índole demográfica o climática, y prácticamente
imposibles todas de verificar.

La expansión de los indoeuropeos


Se trataba de gentes que hablaban una serie de lenguas
emparentadas, practicaban una economía predominantemente pastoril,
dedicándose también a la cría del caballo y a una agricultura a pequeña
escala. Estaban organizados en familias, clanes y tribus, y los largos
desplazamientos, con sus familias y bagajes, habían acostumbrado a un tipo
de vida en el que la guerra constituía una actividad casi cotidiana. Conocían
el bronce y u arma favorita era el hacha. Sus jefes procedían de una
aristocracia guerrera y a su muerte eran enterrados bajo grandes túmulos
redondos que reciben el nombre de kurganes . Estos enterramientos se
suceden en la región de los valles bajos del Volga y el Don desde el 4400 al
2000 a. C.
Por causas desconocidas parece que a lo largo del tercer milenio
algunos de estos grupos indoeuropeos se pusieron en marcha, ya los
encontramos en Ucrania y los Balcanes. Atravesaron las llanuras de la
Europa central llegando hasta las riberas del Rin. Desde los Balcanes y el
Cáucaso penetraron en Grecia y en el Asia Menor (Anatolia), unas veces de
forma violenta y otras pacífica, dando lugar a la formación de las culturas
micénica e hitita. Otro grupo de indoeuropeos, que al parecer abandonaron
las riberas del Volga en un momento posterior, rodearon el Mar Caspio y se
establecía el la llanura de Gurgán, al norte de la meseta irania.

Los hititas
Los primeros en llegar al Cercano Oriente fueron los hititas, que
engloban varias familias afines como los luvitas, nesitas y palaitas, y que
según los documentos asirios encontramos ya instalados en Anatolia en el
curso del siglo XX a.C. Parece que los luvitas irrumpieron violentamente
desde los Balcanes en el Asia Menor en torno al 2200, causando en gran
medida la destrucción de las culturas locales, mientras que los otros dos
grupos llegarían, desde el E. y por el Cáucaso, dos o tres siglos más tarde y
de forma menos violenta, asentándose en la parte oriental de Anatolia y en
la altiplanicie central respectivamente. Los luvitas, tras destruir algunos
asentamientos importantes de la Anatolia occidental y meridional, como
Troya II, Beycelsultán y Tarso, se instalaron finalmente en el sur del país, y
con el tiempo inventaron su propia escritura, el hitita jeroglífico, que se
compone de dibujos fácilmente reconocibles y de signos geométricos,
totalmente distinta de la escritura cuneiforme de Mesopotamia o Siria y
también de los jeroglíficos egipcios y cretenses. La utilizarán a partir del
siglo XV para realizar inscripciones en grandes bloques de piedra y en los
sellos.

Los principados hititas de Anatolia.- Los otros grupos hititas utilizaron


para expresar su propia lengua la escritura cuneiforme que tomaron de las
gentes del norte de Siria. Tras la crisis y la desurbanización de finales del
tercer milenio, sobre cuyas causas apenas tenemos información, pero que
no parece posible atribuir por entero a los invasores, llegaron a adquirir
cierta preponderancia sobre la población local. Así, los encontramos en
muchos casos al frente del gobierno de las ciudades de una docena de
pequeños reinos que surgieron en la Anatolia central, una vez superada la
anterior recesión de las formas de vida urbana.

Los indo-arios
Poblaciones indo-arias que se habían escindido mucho antes del grupo
indoeuropeo de los iranios, y procedentes de las riberas del Volga,
avanzaron hacia el 1900 a. C rodeando el mar Caspio por el Norte y el Este,
para asentarse, al S.E. del mismo, en la llanura de Gurgán. Posteriormente,
en una fecha que no podemos precisar, y expulsados probablemente por los
nómadas de la región, se pusieron de nuevo en marcha, desplazándose unos
hasta alcanzar el norte de Mesopotamia y Siria, donde se mezclaron con las
poblaciones hurritas y semitas, mientras otros tomaban la dirección
opuesta, llegando finalmente a la India. Aquellos indoarios occidentales, a los
que durante mucho tiempo se atribuyó erroneamente la introducción del
caballo y del carro militar en el Cercano Oriente, tomaron parte activa en la
configuración de una estructura política que, sobre la base del reino de
Hurri, habría de terminar cristalizando algún tiempo después en el imperio de
Mitanni.
Los hurritas
Los hurritas constituían una población que hablaba una lengua
aglutinante emparentada con las del Cáucaso, por lo que se les ha
considerado en ocasiones procedentes de aquella región, y en otras
próximos a los indoeuropeos, aunque hoy sabemos que forman parte de los
subtratos étnicos más antiguos de Mesopotamia. Si bien llegaron a utilizar
algunas palabras de este origen, resultado probable de su posterior unión
con grupos de indo-arios, habitaban, al menos desde comienzos del tercer
milenio, el territorio comprendido por la llanura de Armenia y el arco que
forman los contrafuertes del Tauro y el piedemonte de los Zagros
septentrionales, con una fuerte penetración en el norte de Siria y la
Mesopotamia septentrional. Con el tiempo adoptaron la escritura cuneiforme
y la lengua acadia, reservando la suya a la vida religiosa.
Encontramos menciones a los hurritas en Ebla, en cuyo calendario dos
meses tienen nombres de dioses de este pueblo, así como entre los acadios
y los sumerios de la 3ª Dinastía de Ur que ya tuvieron que combatirles. Las
más antiguas inscripciones hurritas, las de los reyes de Urkish y Navar, en
el alto Habur y Tigris, proceden asimismo del periodo acadio. En el siglo XVIII
los documentos procedentes de Mari y de Alalah nos muestran la existencia
de una veintena de pequeños reinos hurritas repartidos por la Mesopotamia
septentrional y una docena de ciudades en el norte de Siria gobernadas por
ellos.

2. Los hititas en Anatolia

En la época de la primera presencia comercial asiria en Anatolia,


muchas de sus ciudades se encontraban regidas por príncipes y reyes con
nombres hititas y luvitas. En tiempos de Shamshi Adad I, cuando la segunda
presencia comercial asiria, guerreaban entre sí, destacándose un tal
Anitta, rey de la ciudad de Kussara, uno de los centros urbanos más activos
de la región. Este rey llegó a conquistar una gran parte del país, pero sus
victorias no tuvieron consecuencias políticas. Fragmentado de nuevo el país
en una serie de pequeñoas reinos, se sucedieron los conflictos miltares.
Tres ciudades, Kussara, Hattusa y Nesha -Kanish-, parecen haberse
disputado y ejercido la supremacía sobre el resto.

La formación del Reino hitita


La creación del reino de Hatti, -nombre autóctono de la región
comprendida por el arco que forma el río Kizilimark -Halys- en la Anatolia
central fue un porceso largo y turbulento. Aunque la tradición posterior
atribuye a un tal Labarnas I, que habría vencido a todos sus enemigos e hizo
del mar su frontera, la constitución de un primer reino hitita unificado, esta
figura parece bastante mítica y, de hecho, se trata del término con el que
luego se designarían todos los reyes hititas. Por el contrario, una serie de
reyes de Kussara, como Pithana y su hijo Anitta, de los que se conservan
algunas noticias, parecen haber desempeñado un protagonismo destacado
en las guerras y conquistas que alcanzaron su punto álgido cuando uno de
ellos, en el curso de la segunda mitad del siglo XVII a. C, se hizo, tras duras
luchas, con la hegemonía sobre el país de Hatti, transfiriendo la capital a una
de las ciudades conquistadas, Hattusa, de la que él mismo tomará el
nombre.

Hattusil I
Hattusil I (1650-1620 a. C.) se convirtió de esta forma en el primer
soberano de un reino hitita unificado que controlaba la Anatolia central, pero
cuya unidad permaneció siempre en precario. La puesta en práctica de una
política de control y coerción, realizada en gran parte por medio del
matrimonio de los reyes vencedores con las princesas de los vencidos y de
la imposición de sus hijos como gobernadores y regentes de las ciudades
conquistadas, tuvo una gran incidencia en el incremento de la inestabilidad,
de por sí garantizada por la existencia de una poderosa nobleza militar no
muy dispuesta a renunciar del todo a sus prerrogativas frente al poder del
monarca, al reunir en la corte central a miembros de las diversas familias
reales sometidas. Aquel sistema favoreció la perpetuación en el seno del
palacio de la competencia por el poder, en forma de intrigas, disputas y
frecuentes usurpaciones, elementos que habrían de caracterizar buena
parte de la historia del reino hitita, confiriéndole una debilidad estructural
casi permanente.

Expansión y conquistas.- Pese a su debilidad estructural el reino hitita


dió desde el comienzo muestras claras de sus ambiciones expansionistas. En
los primeros años de su reinado Hattusil emprendió una serie de campañas
militares contra Arzawa, reino occidental de Anatolia, contra Yamhad y el
Hanigalbat - el país de los hurritas- cuyo centro se situaba en torno a las
fuentes del Habur, entre los cursos superiores del Tigris y el Eufrates.
Alalah, en Siria, fue destruida por aquel entonces. Luego los hurritas
atacraon a su vez e invadieron el país de Hatti. Fueron rechazados y Hattusil
llevó entonces sus tropas contra los principados hurritas del norte de Siria.
Los ejércitos hititas encontraron, no obstante, una fuerte resistencia a su
avance en el norte de Siria y de Mesopotamia, que no sería doblegada hasta
la llegada al trono de su sucesor, Mursil I (1620-1590 a. C.), un usurpador
que había forzado su adopción por el anciano rey, contra quien se habían
sublevado sus hijos.

3. El auge hitita y la caida de Babilonia

Mursil I
El reinado de Mursil I, que se inicia en el 1620 a. C., marca el punto
más alto de la expansión hitita, con la victoria alcanzada, gracias a la ayuda
prestada por el rey de Hana, sobre el reino sirio de Yamhad, que fue
destruido. Desde aquel momento los hititas se convirtieron en el poder
regional más importante del Cercano Oriente. Mientras tanto las poblaciones
hurritas eran unificadas bajo la dirección de una aristocracia militar, en
parte de origen de origen indo-ario, en un estructura política más extensa y
de rasgos “feudalizantes” que conocemos con el nombre de Mitanni. La
misma Asiria comenzaba a verse afectada por la expansión hurrita,
incrementando así la decadencia iniciada tras la muerte de Ishme-Dagán,
agravada además por una serie de conflictos dinásticos. Aún más al sur, en
Babilonia, es bastante poco lo que se sabe del reinado de Ammi-saduqa
(1646-1626 a. C.), a excepción de su famoso edicto que nos proporciona un
cuadro de la organización administrativa de su reino, en el que se confirma
la continuidad de la situación precedente. Fue con su sucesor, Samsu-ditana
(1625-1595 a. C.) cuando la amenza, sin duda inesperada, se cernió sobre
una Babilonia que, aunque firme en sus fronteras desde tiempo atrás, se
encontraba muy debilitada por la recesión económica, la despoblación y la
degradación social de parte de su población.

La alianza Hatti/Hana.- En el curso de su expansión los hititas se


habían convertido en vecinos del reino de Hana. Situado sobre el Eufrates
medio, en un territorio en el que la presencia de Babilonia siempre había sido
débil, sus monarcas sentían la proximidad del reino meridional, pese a todo,
con recelo. Por su parte, el reino hitita se sentía amenazado por la
expansión de las poblaciones hurritas, favorecida por el vacio político dejado
por la desaparición de Yamhad. En tales circunstancias, un acuerdo entre
Hatti y Hana resultaba provechoso para ambas partes, toda vez que la
expansión de los hurritas podía llegar a afectarles por igual. La colaboración
del reino de Hana en la conquista y destrucción de Yamhad, tuvo una
contrapartida inesperada.

Conquista y saqueo de Babilonia.- No fueron los kasitas, ni otros


enemigos más próximos quienes pusieron fín al imperio y la dinastía de
Hammurabi en Babilonia. Un ejército hitita al mando de Mursil I, atacaba y
tomaba la ciudad en el 1595 a. C. Babilonia fue saqueada y, según una
práctica frecuente de los ejércitos victoriosos, la estatua del dios Marduk
fue sacada de su templo y trasladada a Hattusa, la capital hitita, junto con
el resto del botín. Los victortiosos asaltantes, sin duda muy lejos de su país
como para hacer efectiva su conquista, regresaron a Hatti, dejándo la
ciudad abandonada a su suerte.

Los kasitas en Babilonia.- La caída de Babilonia, que supuso la


desaparición de la dinastía reinante, no reportó ningún provecho a los
hititas, al margen del botín conseguido en el saqueo y la confirmación de su
poderío militar. Tan rápidamente como habían llegado se retiraron. Sin
embargo, el reino de Hana no fue el beneficiario directo, lo que puede inducir
a pensar que, más que ambiciones territoriales concretas, quizás abrigaba
el temor a su proximidad, o que sencillamente no fue capaz de extender su
dominio hacia la Mesopotamia centro-meridional. Por el contrario, fueron los
kasitas, que como hemos visto se habían establecido timpo atrás en Hana,
quienes aprovecharon finalmente el vacío de poder creado por la incursión
hitita para establecerse, en Babilonia, sin que sepamos cómo, dada la
ausencia de documentos de le época.

La expansión hurrita
El protagonismo hitita en la escena política y militar, aunque de
importantes consecuencias históricas, fue pronto puesto en entredicho por
la vigorosa expansión de los hurritas. En la Mesopotamia septentrional las
poblaciones hurritas habían sido unificadas en una sola entidad política, el
reino de Hurri, que dará luego lugar al imperio de Mitanni. Su expansión
militar se explica en parte por la incorporación de técnicas y tácticas
nuevas, unidas a la difusión del carro de combate tirado por caballos, y por
la ocupación del vacío político que había propiciado la desaparición del reino
de Yamhad, al perder bien pronto los hititas el control de las tierras
situadas al sur del Tauro.

Hantil.-´El sucesor de Mursil I, Hantil (1590-1570 a. C.), hubo de


hacerles frente a lo largo de la línea del Eufrates, en Karkemish y en tierras
de Ashtata, situada en el valle del Eufrates entre Karkemish y Hana. Pero no
pudo evitar que devastaran el país. Incluso la reina y los príncipes fueron
hechos prisioneros, deportados y finalmente asesinados. Con todo, el rey
hitita aún logró una victoria sobre los hurrritas y pudo castigar a los
culpables. Pero en el interior del país la situación era cada vez más
preocupante. Hattusa y otras ciudades fueron amuralladas para prevenir la
incursión de los gasga, turbulentos pobladores de las montañas
septentrionales.

La crisis y el repliegue hitita


Tras el reinado de Hatil, la resistencia de las tropas hititas no pudo
impedir la pérdida del control sobre el norte de Siria, que pasó a manos
hurritas A ello se sumaron una serie de dificultades que asolaron el país de
Hatti, de las que sobresalen las luchas dinásticas promovidas por miembros
de la nobleza y la secesión de Arzawa y Kizzuwatna, en S.O de Anatolia, Las
querellas dinásticas y las intrigas palaciegas constituyeron una continua
amenaza para la estabilidad de un reino tan poco compacto como aquel, y
cuya complicada orografía facilitaba mucho el enquistamiento de las
tendencias y actitudes localistas y disgregadoras.

El ocaso del reino hitita.- La difícil situación interna y fronteriza se


tornó aún más grave por las incursiones de los gasga, turbulentos
pobladores de las montañas nordoccidentales que asolaron desde entonces
el país de Hatti, y de cuyo peligro se tenían ya noticias desde el reinado de
Hantil. En aquellas circunstancias languideció el poder hitita hasta casi
desaparecer. Tras el breve reinado de Zidanta, otro usurpador (1570-1560
a. C.), la crisis alcanzó su punto álgido con el no menos breve reinado de
Ammuna (1560-1550 a. C.), hijo del anterior que había asesinado a su padre
para hacerse con el poder. Aquel fue, de hecho, el momento de mayor
debilidad del reino, reducido ahora a sus dimensiones originarias, rodeado de
enemigos externos y azotado por sangrientas luchas internasm para
hacerse con el poder, hasta el punto de que el rey Idrimi de Alalah, de hecho
un vasallo de Barattarna, soberano de Mitanni, se permitía atacar y destruir
impunemente algunas ciudades hititas fronterizas.

4. El apogeo de mitanni

Los territorios comprendidos en torno a las fuentes del Habur


constituyeron el núcleo de un país hurrita -Hanigalbat- que se expandió
política y militarmente siguiendo el Eufrates y alcanzando el Mediterráneo,
con lo que incorporaba el centro y norte de Siria, y, en dirección opuesta,
ocupando el territorio asirio.

¿Epoca oscura?
La historia interna de Mitanni es muy mal conocida, debido
fundamentalmente a que su capital, Wassuganni, permanece aún inexplorada
arqueológicamente, lo que nos priva de la documentación de los archivos del
palacio y los templos. Sabemos mucho más, sin embargo, de las relaciones
que mantuvo con los reinos sometidos de Alepo, Mukish, Qadesh, Kizzuwatna
y Asiria, y con las potencias exteriores, como Egipto. No hubo, por otra
parte, ruptura ni discontinuidad con la época precedente, por lo que la
supuesta "edad oscura" a comienzos del siglo XVI a. C. atribuida muchas
veces a una oleada de conquistadores extranjeros de la que no existe traza
alguna, no parece haber sido otra cosa que la consecuencia de un descenso
notable en la cantidad de documentos de la época que nos han llegado,
debido en parte a que las reorganizaciones políticas que dieron lugar a la
aparición de los nuevos Estados, como Mitanni y la Babilonia kasita,
supusieron en un primer momento la reintroducción de los procedimientos
administrativos. El declive de Hatti y Asiria contribuyen a explicar también
este silencio de los archivos de sus palacios.
La cuestión indo-aria.- Como hemos dicho, no existen pruebas de una
oleada de invasores indo-arios a comienzos de este periodo, como se ha
supuesto muy a menudo. Bien por el contrario, parece que, junto con la
difusión del caballo y el carro de dos ruedas con fines militares, se produjo
también la de las palabras de índole técnica relacionadas con su uso, así
como el gusto por una onomástica de sabor indo-ario, elementos todos ellos
que no eran recientes, sino que desde unos cuatro siglos atrás habían sido
introducidos en el Cercano Oriente por gentes indoeuropeas desde Anatolia y
el Asia Central, aprovechando el vacío político y demográfico que había
caracterizado el paso del tercer al segundo milenio a. C.

La hegemonia de Mitanni y el sometimiento de Asiria


Durante los siglos XVI y XV a. C., la hegemonía de Mitanni fue
incuestionable en los territorios de la Mesopotamia septentrional y buena
parte de Siria. Asiria, cuyos territorios habían quedado sometidos al dominio
hurrita, estaba sumida en un prolongado declive, con alguna recuperación
ocasional, como durante el reinado de Puzur-Assur III a comienzos de la
segunda mitad del siglo XVI a. C, que reconstruyó las murallas de Assur y
procedió, cual si de un soberano independiente se tratara, a una delimitación
de sus fronteras con Babilonia. Pero aquella política duró poco. Saushtatar,
soberano de Mitanni, se apoderó de Assur, que fue saqueada, y redujo a sus
gobernantes al papel de príncipes tributarios, cuya mermada autoridad ni
siquiera alcanzaba a la ciudad de Nínive.

La resistencia hitita
En el país de Hatti, el debilitado reino hitita se debatía entre las
discordias palaciegas, las usurpaciones del trono y las amenazas externas,
que unas veces procedían del norte, como las incursiones de los gasga, y
otras de Arzawa y Kizzuwatna, asi como del propio Mitanni. Durante más de
medio siglo los miembros de la nobleza se disputaron sangrientamente el
poder. Tras la muerte de Ammuna, dos familas principescas fueron
exterminadas antes de que un tal Huzziya lograra aporerarse del poder.

Telepinu.- En semejante contexto, rodeados de enemigos y con una


aguda crisis interna, la reforma de Telepinu (1525-1500 a. C.), que subió al
trono tras desbaratar un complot de su cuñado Huzziya para asesirnarle,
pretendía estabilizar la situación política interior mediante una regulación de
la sucesión dinástica, al sustituir el procedimiento de designación de sucesor
ante la asamblea de los nobles, establecía un orden fijo se sucesión
hereditaria, en el que primaban los derechos de un príncipe nacido de una
mujer de primera línea o, en su lugar de un príncipe de segunda línea, o bien
del marido de una hija de primera linea.
En la práctica la nobleza quedaba excluida del acceso al trono y el
panku, la asamblea general de los ciudadanos, convertida en tribunal
supremo de justicia que podía incluso decretar la acusación contra un rey
culpable y condenarle a muerte. Los asesinatos para apoderarse del trono -
al no estar establecido con la suficiente firmeza el principio que regía la
elección de un sucesor, por lo que muchos príncipes y nobles
experimentaban la tentación de imponerse por la fuerza- terminaron por un
tiempo, pero no pudo transformar sustancialmente la situación.

Crisis y cambio dinástico.- Las atribuciones conferidas al panku


fueron derogadas poco después de la muerte del Telepinu, si bien las
disposiciones sobre la sucesión permanecieron en vigor bastante tiempo
más. Con todo, el periodo posterior a su muerte es el peor conocido de toda
la historia hitita, en el que ni el orden en que se sucedieron los monarcas
está claro, lo que de por sí constituye un síntoma de cual era la situación,
aunque parece que una nueva dinastía, cuyos reyes llevaban nombres de
resonancia hurrita, y que algunos consideran una rama colateral de la familia
real de Kizzawatna, tomó finalmente el poder hacia mediados del siglo.

La contraofensiva hitita.- En torno al 1450 a. C. los ejércitos de Hatti


dirigidos por Tudhaliya II iniciaron la ofensiva contra Arzawa y Assuwa, en el
la Anatolia occidental y contra Isuwa, en el Alto Eufrates, logrando el
monarca hitita que Kizzuwatna y Alepo, hasta entonces obedientes a
Mitanni, reconociesen su hegemonía. Tras una serie de victorias, el control
de Anatolia parecía asegurado, después de haber puesto fín a las correrías
de los gasga, así como la expansión militar más allá de las montañas del
Tauro. El nuevo, aunque breve, auge hitita se mantuvo con su sucesor,
Arnuwanda I, que dedicó buena parte de sus energías a la organización
interior del reino mediante la promulgación de instrucciones a los
gobernadores y funcionarios que insistían en la fidelidad, expresada
mediante juramento, debida al monarca, juramento que también se exigía a
las tropas. Pero tras él Mitanni recuperó su poder sobre Alepo y
Kizzuwatna, y una serie de ataques procedentes de Arzawa, Isuwa y
Hayasha invirtieron la situación durante el reinado de Hatusil II, a la que se
sumaron nuevas incursiones de los montañeses gasga, que aprovechando la
coyuntura penetraron en el corazón del país de Hatti y atacaron la capital,
Hattusa, que sucumbió en un pavoroso incendio.

5. Las gueras entre Mitanni y Egipto

Pese a que el deterioro del poder hitita y el eclipse asirio implicaban la


ausencia de vecinos poderosos, la expansión de Mitanni encontró su
contención en la presencia militar de Egipto en Amurru (Siria) y Canaán
(Palestina). Los faraones de la Dinastía XVIII disputaron durante casi dos
siglos a los mitannios el control de estas regiones, encrucijada de las más
activas rutas comerciales de la época. En la costa siria estaba situado el
reino de Ugarit, que unía a su magnifica situación portuaria su condición de
importante nudo de comunicaciones, puerto natural de salida de los
productos del interior al Mediterráneo y enlace de navegaciones con la costa
occidental de Anatolia, Chipre y Egipto.
Las guerras con Egipto
La presencia militar egipcia en la zona dio comienzo apenas inaugurada
la Dinastía XVIII, tras la expulsión de los hicsos, con las campañas de los
faraones Amosis y Amenofis II. Durante el reinado de Barattarna en Mitanni
Tutmosis I (1525-1495 a. C.) penetraba de nuevo en la región llegando hasta
el Eufrates. Este tipo de incursiones, no tuvieron, sin embargo,
consecuencias duraderas, pues una vez que las tropas egipcias se retiraban
las de Mitanni volvían a controlar sin demasiadas dificultades los territorios
en disputa. No obstante, durante el reinado de Saushtatar, las repetidas y
victoriosas campañas de Tutmosis III (1490-1436 a. C.) culminaron en la
delimitación una frontera que desde Ugarit, en el norte, hasta Qadesh, en la
Siria central, marcaba las respectivas zonas de influencia de ambos
imperios.

Hegemonía y administración egipcias.- Palestina y el centro y sur de


Siria quedaron situadas bajo la hegemonía de Egipto, organizadas como como
tres provincias con una serie de circunscripciones menores y algunas
guarniciones estratégicamente situadas. La presencia egipcia se impuso en
lugares como Meggido, Gezer, Ascalón, Acre, Hazor y Jerusalén, siendo Gaza
uno de los centros de la administración egipcia en la zona. Se establecieron
pequeños destacamentos egipcios en todas estas ciudades, que no obstante
conservaron sus gobernantes. Más hacia el norte la hegemonía de Egipto se
extendió sobre las ciudades cananeo-fenicias de Sumur, Arvad, Beirut,
Sarepta, Biblos, Tiro y Sidón, mientras que Ugarit supo conservar un
delicado equilibrio entre los dos imperios que se disputaban el dominio de la
región. Tanto Mitanni como Egipto se interesaban en evitar su destrucción,
manteniendo de esta forma su actividad comercial, de la que podían
beneficiarse por medio de los tributos.

Conflictos y revueltas locales.- En aquel tiempo, las revueltas de los


pequeños estados sirios y cananeos contra Egipto no fueron raras, y en más
de una ocasión Mitanni las alentaba y sostenía. Los pequeños reinos y
principados de Siria y Palestina raramente toleraban las interferencias
locales, pero se hallaban casi siempre predispuestos a aceptar
intervenciones externas en su provecho, siguiendo a la potencia ascendente
y buscando su apoyo para respaldar sus propias ambiciones. Así, las
rivalidades y disputas entre los reyes y príncipes de la región favorecieron
frecuentemente la intervención egipcia, que era solicitada por ellos mismos
contra sus adversarios, lo que favorecía tanto a Egipto como a Mitanni, al
manterner el país fragmentado políticamente imposibilitando cualquier
intento de coalición en contra de las injerencias externas.

Los h a p i r u
El complejo panorama de intereses políticos y económicos en conexión
con las alianzas y rivalidades locales y externas todavía contaba con un
ingrediente más, acentuando la conflictividad de las disputas políticas.
Poblaciones seminómadas recorrían los espacios situados entre los
territorios controlados por las ciudades. Aquellos merodeadores eran los
hapiru, mezcla de pastores nómadas y forajidos, perseguidos y gentes
humildes de las ciudades que habían huido a estas zonas sin control para
escapar de la cada vez más insoportable presión tributaria y laboral a que
los palacios les sometían.
Las bandas de hapiru acechaban las caravanas comerciales y se
contrataban como mercenarios, participando de esta forma en los
conflictos que enfrentaban a los poderes locales. En ocasiones atacaban a
las ciudades, con o sin la complacencia de algún otro reino o principado rival,
y en época de Amenofis IV -Akhenaton-, coincidiendo con un debilitamiento
de la dominación egipcia en la zona, llegaron incluso a apoderarse de algunos
centros importantes, como Gezer, Askalón y Lakish.

La paz con Egipto


Hacia mediados del siglo XV a. C. se produjo un cambio significativo en
las relaciones entre Egipto y Mitanni. Los conflictos políticos y los
enfrentamientos militares fueron sustituidos por relaciones diplomáticas
con intercambio de embajadores y envío de regalos, mientras que la paz
entre los dos imperios era sellada en sucesivas ocasiones por medio del
matrimonio de princesas mitannias con los faraones. Tal cambio de política y
actitud tenía fuertes motivaciones externas. La amistad con Egipto supuso
para los reyes de Mitanni el cese de las hostilidades en su frontera
meridional, lo que les permitió concentrar todos sus esfuerzos en el norte,
donde una reactivación de la iniciativa politico-militar hitita durante el
reinado de Tudahliya II había hecho peligrar su dominio sobre Alepo y
Kizzuwatna. No obstante, la hegemonía de Mitanni al sur del Tauro no sería
puesta en entredicho hasta el reinado de Tushrata I (1375-1350 a. C.). En
los comienzos del siglo XIV a. C. Mitanni era aún poderoso, pese al desgaste
que le habían ocasionado los conflictos con Egipto, mientras el reino de
Hatti, tras el reinado de Hatusil II, se encontraba prácticamente en ruinas y
rodeado de múltiples enemigos.

6. La evolución socio-económica

El nuevo armamento táctico ocasionó una especialización que tuvo


consecuencias sociales y económicas de gran alcance. La utilización del
caballo introdujo, por otra parte, una dimensión aristocrática de la que la
guerra había carecido hasta entonces y que se plasmó finalmente en la
aparición de una clase social privilegida integrada por los combatientes
sobre carros y detentadora de grandes propiedades. La burocracia palatina
fue relagada a un segundo término por estos guerreros, mientras la
situación del campesinado se degradaba hacia la servidumbre.

La aristocracia militar de los m a r y a n n u


El coste de mantener y ejercitar los caballos se convirtió en un
privilegio elitista fuera del alcance de la mayor parte de la población. Por
otro lado, los carros eran suministrados en piezas a los palacios por las
comunidades locales, convirtiéndose de esta forma en una nueva obligación -
ishkaru - que venía a sumarse a las ya existentes. El monarca proporcionaba
a los combatientes, que debían ser expertos en las nuevas tácticas y
armamento, la tenencia de una tierra a cambio de sus servicios
especializados En consecuencia se formó en muchas partes del Cercano
Oriente una aristocracia militar -maryannu-, verdadero cuerpo de elite que
combatía sobre carros tirados por caballos de acuerdo a un ideal
"caballeresco" en el que primaban nociones como el valor y el honor.

Solidaridad intrapalatina.- La identificación mutua entre el rey y la


nueva categoría de combatientes, que compartían los mismos valores
"heroicos", actuó en detrimento de la anterior preocupación de los monarcas
por los menos favorecidos, en un momento en que la elite palatina
comenzaba a disfrutar de privilegios y exenciones que la convertían, de
hecho, en una clase de grandes propietarios. Supuso, además, una mayor
subordinación de los sectores ciudadanos, que verán su situación
comprometida, social y económicamente, siendo reemplazados como factor
militar por los guerreros de élite, a los que los monarcas entregarán
concesiones de tierras para su disfrute. Esta solidaridad entre el rey y sus
aristocráticos guerreros tendrá como consecuencia una profundización de
la distancia social, impulsada también por el decaimiento productivo, en la
medida que el esfuerzo por obtener bienes y recursos del exterior
encuentra su parangón en una mayor presión en el interior sobre la
población trabajadora.
KARDUNIASH. BABILONIA BAJO LOS KASITAS
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El vacio de poder que se produjo tras la caída de Babilonia en 1595 a.


C., permitió finalmente, sin que sepamos como se sucedieron los
acontecimientos, la subida al trono de una dinastía kasita. Ignoramos si
estos reyes kasitas eran los mismos que se habían apoderado finalmente del
trono de Hana, reino castigado por cierta inestabilidad polílitica y cuyos
monarcas lleban tanto nombres semitas como hurritas, o si procedían
directamente de su país originario, posiblemente las regiones montañosas
del Irán suroccidental.

1. La dinastia kasita en Babilonia

El primer rey kasita que se sentó en el trono de Babilonia en torno a


1571 a. C. fue un tal Augum II, lo que sugiere que la monarquía kasita era
originaria de algún otro lugar. Aunque su reinado, igual que los siguientes, es
muy mal conocido, sabemos que obtuvo una victoria contra el reino de Hana,
motivo para pensar que no procedía de aquel, donde sabemos se habían
asentado poblaciones kasitas algún tiempo atrás. Este éxito no dió lugar, sin
embargo, a un engrandecimiento territorial de Babilonia, aunque si produjo
una nominal soberanía política, ya que el territorio en torno al Eufrates
medio se había venido despoblando desde el siglo anterior. Tal despoblación
habría de incidir a partir de ahora en un mayor aislamiento geográfico de
Babilonia, relegada a una posición periférica respecto del principal escenario
de la contienda política entre grandes imperios y sus pequeños reinos
dependientes, la región de Siria y Palestina.

Los reyes kasitas


Augum II fue sucedido por Burnaburiash I quien hacia 1530 a. C. firmó
un tratado de alianza, que incluía una delimitación de fronteras, con el asirio
Puzur-Assur III, sometido a la hegemonía de Mitanni que se hallaba en pleno
ascenso de su poder. A comienzos del siglo XV a. C. los reyes kasitas de
Babilonia, Ulam-Buriash y Augum III, lucharon en el meridional País del Mar, al
que finalmente consiguieron someter, con lo que se lograba la reunificación
de la Mesopotamia centro-meridional, objetivo heredado de los monarcas que
sucedieron a Hammurabi. Los dominios de Babilonia se extendían ahora hasta
los paises limítrofes de Padan y Arman, en la zona comprendida entre el
Zagros y el Tigris, por lo que en el plano territorial ocupaba un lugar
importante en relación a las otras potencias, si bien notablemente alejado
del epicentro político internacional.

Una posición periférica.- En el interior, los reyes kasitas tuvieron que


afianzar su poder en un trono que no les pertenecía por derecho dinástico,
lo que distrajo su atención por algún tiempo de una política exterior más
activa. Aquel aislamiento, favorecido también por la posición periférica de
Babilonia y su alejamiento geográfico del escenario de la contienda
internacional, llegó a su término cuando Karaindash, coetáneo de Saushtatar
de Mitanni, estableció por vez primera relaciones diplomáticas con Egipto,
llegando incluso a mantener entre ambos un servicio permanente de
correos, al tiempo que procedía a una nueva delimitación de fronteras con
Asiria. La dinastía kasita, plenamente consolidada sobre el trono de
Babilonia, se incorporaba de este modo a la política internacional, dirigida por
las grandes potencias de la época. No obstante, su situación políticamente
periférica y su alejamiento geográfico del escenario donde se producían los
principales acontecimientos mermaban su capacidad de intervención, pese a
lo cual su importancia y su prestigio, en ámbitos como la ciencia y el
comercio, no hizo sino aumentar.

La situación interna
La presencia de la dinastía kasita en el trono de Babilonia no supuso en
modo alguno una ruptura, ni cultural, ni política, ni ideológica, con la tradición
anterior. Restaurado el orden interno, los reyes kasitas adoptaron muy
pronto la civilización de raíces sumerio-acadias de la Mesopotamia centro-
meridional, así como los rasgos y las prácticas de gobierno característicos
de su realeza. Pese a las crecientes dificultades, el complejo sistema de
irrigación agrícola fue cuidadosamente conservado, lo que requería
continuas obras para su mantenimiento. Se construyeron y reconstruyeron
templos y palacios, destacando en este sentido, en el primer tercio del siglo
XIV a. C., la enorme actividad de Kurigalzu I, quien erigió una nueva capital,
Dur-Kurigalzu, y el territorio del país fue protegido con obras de
fortificación contra posibles ataques del exterior, si bien la diplomacia
constituyó la mejor arma de Babilonia en el terreno de las relaciones
internacionales.

Luces y sombras- Una relativa prosperidad parece haber impulsado un


florecimiento de las artes y la literatura, síntoma de gobierno estable y
eficaz, que tiene poco que ver con carácter de gobernantes mediocres que
con frecuencia se ha venido atribuyendo a los reyes kasitas, al no haber
participado en grandes guerras ni promovido conquistas. El babilonio se
utilizó en todas partes como el idioma de la diplomacia y el comercio,
mientras los médicos y astrónomos de Babilonia eran solicitados en las más
importantes cortes de la época. Pese a todo ello, y al activo comercio
exterior, la creciente despoblación y el descenso de la productividad, dos de
las tendencias características de todo este periodo en el Cercano Oriente,
terminaron por restringir la extensión total de las tierras agrícolas
explotadas en favor de la ganaderia, lo que será causa, sobre todo durante
siglo XIII, de un empeoramiento económico. La degradación de le economía se
manifestará finalmente en un deterioro de las condiciones de vida de los
sectores más humildes de la población, que se vieron abocados a una
situación caracterizada por el incremento de las relaciones de dependencia y
de la servidumbre por deudas.
Diplomacia y conflicto: Egipto, Asiria y Elam
En el ámbito de la política exterior, las relaciones amistosas fueron
frecuentes con el lejano país hitita, mientras que con Egipto, de donde se
buscaba sobre todo oro, prosiguieron con desigual fortuna, debido
fundamentalmente al creciente desinterés de los faraones. Amenofis III
desposó aún a una princesa kasita, hija de Kurigalzu I, pero después
Burnaburiash II (1359-1333 a. C.) no pudo obtener una esposa egipcia, por lo
que finalmente se casó con una hija del asirio Assur-uballit I, en un momento
en que Asiria, tras un prolongado eclipse, comenzaban a emerger de nuevo
con renovada fuerza en la escena internacional.

El contencioso asirio-babilonio.- El hijo de aquella princesa, nieto del


monarca asirio, accedió finalmente al trono, pero fue asesinado en una
conjura de palacio, lo que ocasionó que Assur-uballit penetrara en Babilonia e
impusiera en el poder a Kurigalzu II (1332-1308 a. C.). Tales
acontecimientos son testimonio de la posición secundaria que ocupaba
Babilonia frente a las grandes potencias de la época y del creciente poder de
la emergente Asiria. Sin embargo el nuevo rey, nieto también de Assur-
uballit, no satisfizo las pretensiones de su abuelo, rechazando el
protectorado que aquel pretendía establecer sobre Babilonia, lo que llevó a
una guerra de resultados inciertos. Kurigalzu II combatió también contra
Elam, llegando a penetrar en Susa pero su victoria no tuvo mayores
consecuencias. Poco después un príncipe local llamado Ikehalki recuperaba la
ciudad y establecía una nueva dinastía, aprovechando el conflicto que
enfrentaba a Babilonia con Asiria. El sucesor de Kurigalzu II sucesor, Nazi-
Marutash (1307-1282 a. C.), luchó de nuevo contra los asirios por la
soberanía de los pases orientales y fue derrotado por Adad-Ninari que le
impuso una rectificación de fronteras.
2. La guerra y las relaciones internacionales

La constatación de que más allá de los confines del mundo existe otra
realidad política y militar equiparable en fuerzas y medios, junto con la
difusión de un nuevo tipo de armamento táctico, el carro tirado por caballos,
introdujo una nueva noción de las relaciones internacionales, de la guerra y
de la frontera que vino, sino a sustituir enteramente, si a sobreponerse a la
vieja y difundida idea del dominio universal.

Una concepción policéntrica del mundo


A partir del siglo XV a. C la vieja concepción monocéntrica del mundo
fue sustituida. por nuevas ideas de carácter policéntrico. En consecuencia la
guerra ya no se concebía como un actividad permanente, un estado de
actividad militar casi perenne contra los rebeldes que deben ser sometidos,
sino que ahora alternaba con otros procedimientos de índole diplomática,
porque la frontera separa varios mundos políticos, Egipto y Mittanni
primero, a los que se añadirán Hatti, Asiria y Babilonia más tarde. Se hace
preciso, por ello, delimitar el espacio de cada uno, estableciendo sus
respectivas fronteras, para lo que se empleará tanto la guerra como la
diplomacia. En aquella guerra entre iguales, en la que se enfrentaban reyes
que se tratan entre sí de "hermanos" en el ámbito de la diplomacia, junto con
aristócratas de ambas partes que compartían un mismo ideal de vida y unos
similares signos de prestigio, el rey debe pelear ante todo para mostrar su
valor. El rey valiente, enérgico, capaz y decidido, llevará a sus tropas a la
victoria, el rey indeciso o incapaz no tiene cabida en un marco de este tipo,
lo que influirá en un cambio del sentido de la realeza.

Las normas de la guerra.- En tal contexto la guerra pasa a ser un


asunto entre iguales en el que un gran rey lucha contra otro gran rey y
como tal está sometida a reglas estrictas. Incluyen éstas una declaración
formal de las hostilidades, la presentación de batalla en campo abierto, la
renuncia a todas las artimañas -emboscadas, ataques sorpresa, razzias-
que son propias de un tipo muy diferente de guerra -tanto que apenas si se
considera como tal- aquella que practican las tribus, así como la negociación
de la paz. La concepción de que la guerra sólo puede terminar con la
destrucción o el sometimiento del enemigo ha quedado superada. A menudo
las guerras, aunque se prolongen durante años y aún generaciones, dan
lugar a tratados y armisticios, como el que trajo la paz entre egipcios y
hurritas.

El carro de guerra
El carro ligero de dos ruedas estaba concebido para portar un auriga
y un combatiente, armado comunmente con arco y jabalina, y su difusión fue
facilitada en gran medida por la utilización del caballo. Partiendo de los
modelos originales con ruedas de cuatro o seis radios y tirados por dos
caballos, fue evolucionando hacia carros menos ligeros pero más
resistentes, con ruedas provistas de llantas de ocho radios y una caja más
sólida que se desplazará progresivamente hacia la parte delantera del eje y
que acoge un tercer pasajero, un escudero que acompañaba a los otros dos
combatientes. De dos se pasará a tres y cuatro caballos en el tiro. El
aumento de peso de los carros, a medida que se iban haciendo más macizos,
acrecentó su capacidad de choque en perjuicio de la velocidad. En este
sentido reemplazaban a la caballería moderna, ya que el desconocimiento del
estribo impedía a las tropas montadas realizar cargas a toda velocidad
contra los carros, la caballería enemiga e incluso la infantería pesada.

Nuevas tácticas m i l i t a r e s
La introducción de los carros como arma táctica alteró la forma de
combatir, reemplazando las batallas en campo abierto y las sencillas
maniobras que se limitaban a hacer intervenir las alas por expediciones
veloces que acabaron por trasladar la lucha junto a las murallas. La
presencia del ariete, que se generalizó también durante este mismo periodo,
habría de contribuir eficazmente en la guerra de asedio. Los carros podían
ser utilizados igualmente para reforzar, con su vigilancia, las operaciones de
sitio y asalto e, incluso, para proceder a cercar una fortaleza. También una
salida de carros podía desbaratar el cerco enemigo.

Implicaciones logísticas.- Se produjo al mismo tiempo una


transformación de la logística, pues era imprescindible asegurar, por una
parte, el aprovisionamiento de grano y forraje, pero, por otra, una vez en
campaña disminuía mucho la posibilidad de transportalos junto con las
tropas, lo que afectó también al calendario militar, ya que retrasando el
inicio de las operaciones se garantizaba que las llanuras se hallaran en
condiciones de alimentar a los animales y que el terreno estuviera lo
suficientemente seco como para permitir el desplazamiento de los vehículos

3. Gobierno y administracion en la Babilonia kasita

Los reyes kasitas conservaron en sus grandes rasgos el sistema


administrativo de Babilonia. Igual que antes, la presencia del Estado,
encarnado por el palacio, sus dignatarios y funcionarios, se proyectaba por
todas partes, a excepción de los señoríos sacerdotales -las propiedades de
los templos- que recobraron cierta autonomía. La nobleza kasita, que asimiló
muy pronto la cultura babilónica, ocupó, sin apenas modificarla, la más alta
jerarquía administrativa. Las innovaciones, como el sistema de tenencias de
tierras con el que se beneficiaba a los colaboradores más directos del rey,
eran más un producto de la época, que también se dió en otros lugares del
Cercano Oriente, que el resultado de un cambio introducido por los nuevos
gobernantes.

Administración central y periférica


Babilonia, Karduniash en lengua kasita, era un reino grande y
heterogéneo, gobernado por los soberanos y los funcionarios de la
administración central —resh sharri—, de entre los cuales destacaba el
shatammu o encargado de custodiar los bienes de palacio. El reino estaba
dividido en provincias —pihatu— al frente de las cuales se hallaba un
gobernador —shaknu— asistido por un funcionario subalterno — bel pihati—,
cuyas funciones no conocemos bien. En las provincias orientales, donde
persistía la organización tribal propia de los kasitas, el territorio de la tribu
venía a equivaler al de la circunscripción administrativa y en tal caso el jefe
de la tribu —bel biti— ejercía las funciones de gobernador. Descendiendo en
la jerarquía de cargos, otro funcionario subordinado a la autoridad del
gobernador, el shakin temi, venia a ejercer las funciones de una especie de
jefe del catastro. A nivel local el alcalde—hazanu— era el encargado de
mantener el orden en su comunidad, así como de la ejecución de los trabajos
comunes y de que los impuestos se entregaran a su debido tiempo a los
recaudadores —kallu— de palacio .

Burocracia, exacción y prestaciones.- Los reyes kasitas se


esforzaron por mantener y reforzar la política de grandes construcciones y
la infraestructura que permitía el riego de grandes superficies agrícolas, lo
que requería, como antes, una permanente labor de supervisión y
mantenimiento de los diques, canales y acequias. Junto con el
funcionamiento del aparato exactor, encargado de hacer llegar al palacio las
contribuciones exigidas a las comunidades -ciudades y aldeas-, implicaba la
presencia de una abundante burocracia.
El buen estado de los canales y diques debía ser asegurado por medio
de trabajos comunales a cuya prestación se hallaba obligada la población,
necesarios también para otros fines, para lo cual era imprescindible
disponer de censos minuciosos, igualmente indispensables, junto con un
registro catastral de los campos, para la imposición de las tasas que
correspondían a cada cual. Se trataba, en realidad, de una situación
heredada del pasado y que apenas había sido modificada. Existían, asimismo,
tierras y propiedades que gozaban de amplias exenciones fiscales y de las
prestaciones laborales de sus propietarios, lo cual se hacía constar
explícitamente en los kudurru o inscripciones sobre estelas-mojones que,
depositadas en el templo, certificaban la propiedad.
EL RESURGIMIENTO DE ASIRIA Y EL FIN DE MITANNI
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Después de un largo eclipse de cuatro siglos, en el que se había visto


reducida a sus dimensiones originarias, aunque la continuidad dinástica se
había mantenido como regla general, Asiria resurgía favorecida por el
cambio experimentado en la situación internacional.

1. El Reino asirio medio

La recuperación, política, económica y militar de Asiria, durante


mucho tiempo sometida al poder de Mitanni no fue solo una consecuencia del
declive político y militar hurrita. Era sobre todo el resultado de f una
combinación afortunada de factores internos. Signos evidentes fueron la
reconstrucción de las murallas de Assur, los acuerdos fronterizos
alcanzados con Babilonia y el inicio de una pretenciosa política exterior que
incluía las relaciones diplomáticas con Egipto.

El renacimiento asirio
El reinado de Assur-uballit (1363-1328 a. C.) señala el comienzo de
este renacimiento asirio. Este monarca se autoproclamó "gran rey",
rompiendo la vieja tradición de "los vicarios de Assur" -titulatura que desde
siempre habían tomado los reyes asirios-, como una vez ya hiciera Shamshi
Adad I al nombrarse a si mismo "rey del universo”, y trataba en su
correspondencia, no sin ciertas pretensiones, de "hermano" al faraón
Amenofis IV, tratamiento reservado a los soberanos de las grandes
potencias. En el plano de la política internacional intervino en las discordias
que habían estallado en Mitanni tras la muerte de Tushrata, se anexionó
algunos territorios limítrofes que habían formado parte de aquel imperio y
terció incluso en los asuntos internos de Babilonia. Una de sus hijas se había
casado con el kasita Burnaburiash II. Sin duda el yerno de Assur-uballit
recelaba del poder alcanzado por este, ya que en una carta dirigida al faraón
Amenofis IV había intentado impedir el comercio y la regularización de las
relaciones entre Asiria y Egipto. El asesinato de su nieto a manos de los
babilonios, impulsó a Assur-uballit a actuar, penetrando en Babilonia e
imponiendo en su trono otro rey, al que creía adicto.

Adad-Ninari I.- Tras Assur-ubalit su hijo y su nieto ocuparon el trono


por breve tiempo. Luego el poder de Asiria se manifiestó con el reinado de
Adad-ninari I (1305-1274 a. C.), que se procalamaba descendiente de Assur-
ubalit, en la penetración en el Hanigalbat, territorio que había constituido el
reino de Hurri y núcleo político de Mitanni, situado ahora bajo la hegemonía
hitita. En el curso de sus campañas el monarca asirio alcanzó el Eufrates a
la altura de Karkemish, penetrando en Siria y asegurandose el acceso a la
ruta comercial que unía la Mesopotamia septentrional con el Asia Menor y los
importantes puertos del Mediterráneo. También luchó contra Babilonia a la
que impuso una nueva rectificación de fronteras, que se situarán ahora al
sur del Zab inferior. Con estas conquistas Adad Ninari I, que
significativamente adoptó el título de “rey del Universo”, que no había sido
usado desde Shamshi Adad I, impulsaba una actividad militar que permitía la
creación de una zona de seguridad en torno de Asiria, reforzando su
posición estratégica y mantendiéndola, por el momento, a salvo de
incursiones. A partir de entonces la expansión de Asiria no hará sino
acentuarse, obteniendo el control de todo el norte de Mesopotamia.

Salmanasar I.- Su sucesor, Salmanasar I (1273-1244 a. C.) prosiguió


la política de expansión militar que convertía a Asiria en uno de los Estados
más poderoso de la época. Construyó una nueva capital en Kalah, cerca de la
confluencia del Zab superior, en un lugar donde se cruzaban importantes
rutas comerciales y militares que se dirigían hacia el Zagros y el territorio
iranio, en dirección al país de Urartu en las proximidades del lago Van, con el
que el rey asirio había tenido ya un primer encuentro bélico, y hacia el
Hanigalbat, el país de los hurritas, todos los cuales son ahora escenarios de
las conquistas asirias. Después de una rapida victoria en el norte
montañoso, Salmanasar intervino de nuevo en el Hanigalbat, llegando como
su predecesor hasta Karkemish, a la que obligó a reconocer su dominio.
Todos los territorios situados al E. del Eufrates quedaban ahora en poder de
Asiria, que de este modo establecía una frontera con lo hititas, y se
convertía en una de las potencias sobre las que se reconfiguraba, en el plano
internacional, el complejo equilibrio de poderes, mientras el reino hurrita se
eclipsaba para siempre.

Las guerras con Babilonia


Kurigalzu II, pese a sus orígenes, combatió contra el hijo de Assur-
ubalit en una guerra de resultados inciertos, tras lo cual intentó buscar el
apoyo de los pueblos del Zagros contra los asirios. Luego Nazimarusttash
fue vencido por Adad- Ninari I cerca de Kerkuk y en la rectificación de
fronteras que éste le impuso, Asiria se hizo con el control de las regiones
montañosas orientales, por las que pasaban las rutas de abastecimiento de
materias primas.
El conflicto con Asiria empujó a Babilonia a desentenderse de Elam y a
buscar la amistad de los hititas, igualmente inquietos por la expansión asiria,
que se concretó en una serie de alianzas durante los reinados de
Kadashman-Turgu (1281-1264 a. C.) y Kadashman-Enlil II (1263-1255 a. C.).
De hecho, la amenaza que ahora representa Asiria se configurara, junto con
el resurgir de Elam, como algunos de los factores más importantes que
caracterizan los últimos momentos de la dinastía kasita en Babilonia. Pero la
nueva amenaza elamita distraerá la atención de los babilonios y durante el
reinado de Salmanasar no se producirá ningún otro conflicto.

Elam.- Elam, ausente del juego político en los siglos precedentes, en


los que había volcado su atención y sus intereses hacia el interior de Irán,
aparece de nuevo sobre la escena mesopotámica. En la segunda mitad del s.
XIV a. C. el rey kasita de Babilonia, Kurigalzu II, había conquistado Susa. Pero
los conflictos que enfrentaban Babilonia y Asiria terminaron por favorecer a
los elamitas. Algún tiempo después, un príncipe local llamado Ikehalki
recuperaba la ciudad y establecía una nueva dinastía. Uno de sus sucesores,
Untash-Napirisha, que se hacía llamar “Rey de Anshan y de Susa”, llevó la
guerra a la propia Babilonia durante el reinado de Kastiliash IV (1232-1225
a. C.), saqueando sus territorios, devastando la región de Eshnunna, y
acumulando en Susa enormes riquezas. Construyó una nueva capital, Dur-
Untash (actual Choga Zambi) en la que la influencia mesopotámica se
manifiesta, como en Susa, en la arquitectura, que incluye un zigurat
babilonio, y en el arte.

2. El Primer Imperio asirio

Tukulti-Ninurta I
Las conquitas asirias alcanzaron su apogeo con Tukulti-Ninurta I
(1243-1207 a. C.) hijo y sucesor de Salmanasar. Este monarca llevó a cabo
una serie de campañas contra Elam, Hana y Rapiju, y expediciones a los
montes de Ahlam, situados al oeste del Eufrates. También guerreó contra
los paises del alto Tigris, atacando el reino de Alzi y penetrando en el país de
Nairi, en torno al lago Van, donde se estaban poniendo los cimientos del
futuro poderío de Urartu. En el curso de esta campaña, Tukulti-NInurta I
cruzó el Eufrates, adentrándose en territorio hitita, y tomó prisioneros en
la orilla occidental del gran río, lo que provocó un incidente diplomático y el
aumento de la tension entre Asiria y Hatti que procuraba por todos los
medios cerrarle el acceso a Siria.

Conquista y destrucción de Babilonia.- En el sur se mantenía latente el


conflicto con Babilonia. El choque de intereses provocado por la expansión
asiria hacia los territorios montañosos orientales, por los que pasaban las
rutas que conducían a las principales fuentes iranias de aprovisionamiento
de materias primas, metales, piedras y maderas de construcción,
perjudicaba gravemente a Babilonia, al desviar los asirios el comercio de
estas regiones hacia los confines de su imperio. La reaparición de Elam en la
escena político-militar habia impedido a los babilonios prestar la suficiente
atención a los asirios. Concluido el conflicto con los elemitas, el kasita
Kastiliash IV iniciaba la guerra contra Asiria, que terminó en un trememdo
desastre para Babilonia. El ejército de Tukulti-Ninurta I asoló el país,
ocupando las principales ciudades, y, después de capturar a su enemigo,
Kastiliash IV, tomó y destruyó la capital, Babilonia, matando o deportando a
su habitantes. Un gobernador asirio se estableció entre sus ruinas. Mientras
tanto, los elamitas, que permanecían inependientes a pesar de una campaña
de los asirios contra sus territorios, aprovecharon para invadir el sur de
Mesopotamia y lanzar incursiones contra Nippur, Der e Isín.

Un triunfo efímero.- Con las riquezas obtenidas en su victorias


Tukulti-Ninurta I construyó en las proximidades de Assur una nueva capital a
la que dió su nombre, Kar-Tukulti-Ninurta. Pese a su aparente grandeza,
Asiria apenas podía administrar los resultados de sus éxitos militares. Tan
pronto como las tropas se retiraban de los territorios conquistados, el
control asirio desaparecía. En el sur, la ofensiva elamita había reducido su
presencia a la ciudad misma de Babilonia, mientras que en la propia Asiria
aumentaba el malestar de la poderosa nobleza ante el despotismo del
monarca, que encontró por último un trágico fín en su propio palacio,
víctima de una conjura a la que no eran ajenos sus propios hijos.

Crisis dinástica y guerra civil


La disputa dinástica que estalló en Asiria tras el asesinato de Tukulti-
Ninurta por uno de sus hijos, alentado por la nobleza, no hizo sino favorecer
la contraofensiva kasita. Los elamitas irrumpían otra vez lanzando
incursiones contra Nippur, Der e Isín. Luego Babilonia fue recuperada por uno
de los príncipes kasitas que habían organizado la resistencia, Adad-shum-
usur (1216-1187 a. C.), quién llegó a establecer incluso un protectorado
babilonio sobre el trono asirio, desgarrado por las discordias internas y la
guerra civil. Tras un tiempo, Ninurta-apil-Ekur (1192-1180 a. C.) logró
liberarse finalmente de la tutela de los babilonios, pero entonces los
acontecimientos se precipitaron.

El auge de Elam y el fín de la dinastía kasita


Finalmente la dinastía kasita de Babilonia desapareció bajo los golpes
de Elam, que en el transcurso de la primera mitad del siglo XII había
incrementado su importancia militar en el Cercano Oriente hasta alcanzar un
papel de primer orden. El elamita Shutruk-Nahunte I (1170-1155 a. C.) lanzó
una campaña que le permitió adueñarse de Babilonia, incluida la capital, en
torno al 1160 a. C. El rey kasita, Zababa-shuma-idima, fue depuesto por el
conquistador, que a su regreso a Susa llevó consigo un fabuloso botín, entre
el que figuraba la estela de Naram-Sin y aquella otra sobre la que estaba
inscrito el Código de Hammurabi. Elam se convertía de este modo en una
potencia de ámbito regional, que iniciaba una nueva política de ocupación
permanente del territorio conquistado, apoderándose de toda la franja
mesopotámica que limita con los Zagros. La resistencia de Enlil-nadin-akhi
(1157-1155 a. C.), último rey de la dinastía kasita de Babilonia fue tan corta
como inútil. El hijo del conquistador elamita, Kutir-Nahunte III (1155-1140 a.
C.) se encargó de ponerla término en 1157 a. C., llevando cautivo a Susa a
su enemigo juntamente con la estatua del dios de Babilonia, Marduk, que
emprendía de nuevo el camino del exilio.

La dinastía de Isín
El dominio elamita sobre la Mesopotamia meridional fue, con todo,
efímero. En torno a Isín y a la figura de un tal Marduk-kabit-akheshu (1154-
1140 a. C. ) se organizó un nuevo poder dinástico que en apenas tres
décadas hizo resurgir a Babilonia de la derrota, y que alcanzó su apogeo con
la llegada al trono de Nabucodonosor I (1126-1105 a. C.). Babilonia tomó
entonces la iniciativa atacando Asiria, que se mantuvo a la defensiva, y
penetrando en Elam, que, tras un primer fracaso, fue sometido a saqueo.
Entre los tesoros que fueron llevados a Babilonia figuraba la estatua del dios
Marduk, recuperada con gran pompa, lo que confirió a Nabucodonosor una
aureola de gloria. De esta forma Babilonia, englobando la Mesopotamia
centro-meridional, se convertía una vez más en un peligroso rival para Asiria
que, superados sus problemas internos, y rechazados los ataques
procedentes del exterior, reemprendía la política de expansión militar y de
conquistas.

3. Nuevas conquistas asirias

Una vez más Asiria se había recuperado de la grave crisis de sucesió,


así como de la pérdida de sus provincias orientales que les habían sido
arrebatadas por los elamitas. Primero Assur-Dan I y luego Assur-resh-ishi
consiguieron mantener intactas las fronteras del reino, rechazando las
incursiones de pueblos como los sutu y los alhmu, procedentes de las
montañas del norte y del Zagros, mientras que restauraron numerosos
templos y edificios en Assur y Nínive, síntoma de una situación
económicamente buena y políticamente estable.

Tiglat-Pilaser I
La recuperación de Asiria culminó con el reinado Tiglat-Pilaser I (1114-
1076 a. C.). Este monarca, uno de los mñas grandes reyes asirios de todos
los tiempos, hizo frente con increíble energía a las multiples amenazas qae
se cernían sobre su reino. Derrotó primero a los mushki, que desde el norte
habían franqueado el Tauro y avanzaban por el valle del Tigris hacia Nínive.
Luego se internó en Armenia, llegando hasta el norte del Lago Van, deseando
porteger sus fronteras septentrionales. Contuvo a los lulubitas y a los qutu
del Zagros y en el curso de varias campañas rechazó a los arameos, tribus
de nómadas semitas, al otro lado del Eufrates.
Guerra y conquista de Babilonia.- En su frontera meridional, luchó
finalmente contra el rey de babilonia, Marduk-nadin-ahhe, que había
penetrado hasta el Zab inferior, y se había apoderado de Ekallatum, plaza
situada sobre el Tigris, no lejos de Assur. La respuesta asiria no se hizo
esperar. Las tropas de Tigalt-Pilaser I se apoderaron de gran parte Babilonia
y tomaron al asalto la propia capital, que fue sometida a saqueo e
incendiada. Asiria era de nuevo, como un siglo y medio atrás en época de
Tukulti- Ninurta I, un gran reino con pretensiones imperiales que controlaba
la mayor parte del territorio mesopotámico. Sus dominios se extendían
también en dirección a los paises occidentales y el Mediterráneo, donde
Tiglat-Pilaser I impuso tributo a las ciudades fenicias de Biblos, Sidón y
Arwad. Pero entonces, hambrunas catastróficas asolaron Mesopotamia y
los "nómadas de las tiendas", los arameos procedentes del desierto
occidental invadieron el país acuciados por el hambre y la necesidad. Sus
sucesores no fueron capeces de contener tal avalancha y Asiria perdió
todas sus conquistas anteriores.

Las leyes asirias


Una compilación de tiempos de Tiglatpilaser I recoge leyes que parecen
reflejar la situación de la sociedad asiria en torno a los siglos XIV-XIII a. C.
Solo se conservan fragmentos de lo que debió ser un código de grandes
dimensiones, muy estructurado en torno a diferentes secciones con una
temática dominante, derechos de la mujer, bienes raíces, etc. Llama la
atención, además de un minucioso empeño en delimitar casos y
eventualidades, la severidad de las penas y castigos, como trabajos
forzados, empalamientos y mutilaciones diversas, sin duda los más duros y
siniestros de todo el Próximo Oriente.
Tal dureza se han interpretado como resultado del endurecimiento de
las costumbres y la mentalidad asirias de la época, pero también como
ejemplos de la aplicación de principios, propios de una determinada
mentalidad jurídica, que no invalidarían sin embargo las soluciones mediante
compensación, normalmente económica. En cualquier caso el código asirio
resulta una excepción en la tendencia general a sustituir los castigos por
una compensación, aunque esta última se admite para los golpes y lesiones.
A diferencia de Babilonia el aborto voluntario era castigado con el
empalamiento. La brujería estaba también condenada con la pena capital,
tras la instrucción de un minucioso procedimiento en el que abundaban los
juramentos terribles, destinados a averiguar las falsas imputaciones y a
evitar que el sortilegio pudiera caer sobre los miembros del tribunal. En los
crímenes de sangre, aunque la legislación asiria reconocía la responsabilidad
individual, se admitía la venganza atenuada o el talión.
EL IMPERIO HITITA
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La paz alcanzada entre Mitanni y Egipto había sido en parte


consecuencia de la recuperación de la iniciativa militar de los hititas, añadida
al desgaste provocado por un estado de guerra permanente entre los dos
imperios. No obstante, pese a algunos victorias en los campos de batalla, el
reino hitita se había visto inmerso en una nueva crisis tras el reinado de
Tudaliya II y de Arnuvanda I.

1. El imperio hitita

Tras un periodo de crisis, rodeado de enemigos externos y a merced


de las incursiones de los gasga, que habían incluso llegado a incendiar la
capital, Hattusa, el debilitado reino hitita conocerá un nuevo periodo de
apogeo que le permitirá, tras imponer su autoridad sobre toda Anatolia,
extenderse mucho más allá de sus fronteras.

Subiluliuma y la formación del imperio


El artífice de la recuperación militar y política de los hititas fue
Subiluliuma (1370-1342 a. C.), hijo de Tudhaliya III, que había accedido al
trono en medio de una situación muy precaria. Durante el reinado de su
padre había combatido contra los gasga y contra el reino de Hayasha,
situado en un territorio de bosques y montañas que dificultaba
enormemente las operaciones militares. En el S.E. Kizzuwatna aún
permanecía sometida al dominio de Mittani, bloqueando la expansión de los
hititas más allá del Tauro, mientras que en la Anatolia occidental Arzawa se
había convertido en un gran reino que iniciaba relaciones diplomáticas con el
Egipto de Amenofis III.
En los primeros años de su reinado Subiluliuma luchó contra los gasga,
a los que consiguió derrotar tras una serie de campañas, asi como contra
los reinos orientales de Hayasha e Ishuwa, y contra la occidental Arzawa. El
poder del país de Hatti volvía, tras mucho tiempo, a havcerse sentir en la
mayor parte de Anatolia. Kizzuwatna, situada hasta entonces bajo la
autoridad de Mitanni, fue anexionada y formará a partir de ahora parte
integrante del territorio hitita, con lo que el camino hacia el norte de Siria
quedaba abierto.

La guerra contra Mitanni.- A partir de entonces Subiluliuma dirigió su


atención y sus esfuerzos miltares contra Mitanni. Una primera ofensiva le
permitió apoderarse de Alepo y obtener la sumisión de numerosos monarcas
sirios. Tras esta campaña, el mitannio Tushratta organiuzó una coalición
antihitita que incluía Alepo, Aalalah, Qatna, Qadesh y Damasco, lo que obligo
a Subiluliuma a intervenir de nuevo en Siria hacia 1360 a. C. En esta ocasión,
dando una gran vuelta, invadió el país hurrita, llegando incluso a atacar su
capital, Wassuganni, donde se había refugiado Tushrata que huyó
precipitadamente, para proseguir luego hacia a Siria. Allí alcanzó la
demarcación que en el alto Orontes señalaba la presencia de Egipto,
conquistando Alepo y todas las demás ciudades, excepto Damasco, con lo
que Mitanni perdió su control sobre toda la zona. Incluso Ugarit y el reino de
Amurru, hasta entonces obedientes a los egipcios, declararon su sumisión al
soberano hitita. Las fronteras de Egipto en la región retrocedieron hasta
Biblos en la costa y la Beqaá en el interior, pero sus posesiones no fueron
atacadas.
Pro fín, tras muchos años sin intervenir, el faraón Amenofis IV lanzó
en el 1354 una campaña para recuperar Qadesh, plaza clave para el control
de Siria que se había pasado a los hititas, mientras el mitannio Tushratta
intentaba liberar Karquemish, que era asediada por las tropas de
Subiluliuma. Esta coyuntura propició una revuelta de algunos principados
sirios contra el monarca de Hatti, que castigó a los rebeldes, reconquistó
Qadehs, que había caido en manos de las tropas egipcias, y se apodero de
Karquemish.
El control de los países conquistados.- Las conquistas de Subiluliuma,
al que sin duda había favorecido la inactividad en el terreno militar de
Amenifis IV y su sucesor Tutankhamon, restauraron el prestigio y el poder
hitita en el Cercano Oriente. Sobre ellas levantó un imperio de poderosa
apariencia que inquietó enormemento a los reyes de Mitanni y a los faraones
de Egipto. Tras la segunda campaña siria, los reyes y príncipes rebeldes
fueron reemplazados en sus tronos por hombres de su confianza. Luego, los
hijos de subiluliuma se situaron al frente de los reinos DE Karkemish y Alepo,
y se concluyeron pactos que aseguraban, bajo juramento, la sumisión y la
lealtad, de los regentes locales que se habían sometido de buen grado al
dominio hitita.
Síntoma ineqívoco del auge hitita fue el propio crecimiento que
experimentó la capital, Hattusa, que de una extensión de 40 hectáreas en
época anterior llegó a alcanzar las 100, convirtiendose en una de las
mayores ciudades de la época, con el esfuerzo económico y demográfico que
tal desarrollo suponía en movilización de recursos materiales y fuerza de
trabajo humana.

La guerra con Egipto


A la muerte de Subiluliuma estalló una rebelión de los reinos anatolios
conquistados, como por otra parte era habitual en el Cercano Oriente, donde
el mejor momento para contestar con las armas una autoridad exterior
había sido siempre el que se producía entre el fallecimiento de un rey y la
entronización de su sucesor. Su hijo, Arnuwanda, que le había sucedido,
pereció al poco tiempo víctima de la peste que asolaba el país. Pese a su
aparente grandeza, el país de Hatti se encontraba casi exhausto, debido en
gran parte al esfuerzo que las guerras de conquista habían hecho necesario,
por lo que las dificultades no tardaron en manifestarse.

Mursil II.- El reinado de Mursil II (1340-1310 a. C.), hijo y segundo


sucesor de Subiluliuma tras la tempana muerte de su hermano, estuvo
marcado por la sublevación y las revueltas que estallaron en Siria apoyadas
por Egipto, por la guerra contra Arzawa que llevó a los ejércitos hititas
hasta la costa occidental, y por la peste que asolaba el país. Nuevas
incursiones de los gasga vinieron a sumarse a este panorama nada alagüeño,
mientras que era preciso contener el avance asirio en el Eufrates. Tras la
muerte de Tushratta, víctima de una conjura palaciega alentada por uno de
sus hijos, la discordia y la guerra civil se habían adueñado de Mitanni, lo que
había permitido al asirio Assur-uballit apoderarse de los territorios hurritas.
Pese a todo, el Mursil II salió finalmente airoso de tan tremenda
conjunción de adversarios, y pudo consolidar el poder de Hatti sobre los
territorios conquistados por su padre. Los dominios hititas se extendían
desde el Eúfrates al Egeo, a excepción de la zona montañosa del norte de
Anatolia, dende la amenaza de los gasga se proyectaba siempre inquietante
sobre la cercana Hattusa.

Qadesh.- Desde entonces la expansión de Asira, que era otra vez


poderosa se convirtió en una amenaza para los hititas sobre la línea del
Eufrates, mientras que los faraones Seti I y Ramsés II, superada la crisis
que había puesto término a la XVIII Dinastía, reemprendían las campañas
asiáticas y disputaban a los hititas la hegemonía de Siria, con la connivencia
del reino de Amurru. Finalmente, el encuentro tuvo lugar en Qadesh en 1300
a. C., donde el ejército del hitita Muwatal (1310-1280 a. C.) obligó a
replegarse a las tropas de Ramsés II. La frontera quedaba situada donde
antaño Las posteriores tentativas egipcias no tuvieron éxito y se hizo
evidente que Ramses II no disponía de la fuerza necesaria para expulsar a
los hititas de sus poseciones sirias.

La amenaza asiria y la paz con Egipto


Algunos años después la amenaza que representaba Asiria convencía a
los hititas de la conveniencia de asegurar la estabilidad en sus frenteras
meridionales, por lo que finalmente se llegó a un tratado de paz entre
Hatusil III (1280-1260 a. C.), hermano y sucesor de Muwatal, y el anciano
Ramsés II en el 1284 a. C.. Egipto y el imperio Hitita, que se reconocían
mutuamente como las dos mayores potencias del momento, ponían de este
modo término al conflicto y la paz quedaba asegurada entre los dos
imperios. Se trataba de un pacto de no agresión y de defensa mutua por el
que ambas partes se comprometían, además, a proteger la sucesión
legítima al trono en cada uno de los imperios.

La guerra con Asiria.- Las previsiones hititas demostraron ser


acertadas. La guerra con los asirios llegó con Tukulti-Ninurta I, pero pese a
la movilización por ambas partes, la línea del Eufrates permaneció estable.
Tudaliya IV, el nuevo rey hitita, decretó entonces el bloqueo económico de
Asiria, prohibiendo a los estados tributarios de Amurru y Ugarit comerciar
con ella. A partir de entonces la presión de Asiria, sometida a su vez a
sucesivas discordias internas y a la contienda con Babilonia, se situó más en
un plano de prestigio internacional, que de serio peligro para los hititas. El
Imperio hitita era la principal fuerza política del Cercano Oriente, si bien su
situación interna no era buena, ya que la despoblación se extendía por el
país, y las fronteras occidentales se mostraban muy inestables debido a las
crecientes fricciones con los micénicos -Ajiyawa- que pretendían forzar el
acceso al Mar Negro, contexto en el cual probablemente se desarrolló la
Guerra de Troya.

2. Estructura politica del imperio hitita

El carácter poco compacto del Estado hitita tuvo su reflejo en el


gobierno y la administración. La familia real se hallaba ligada por medio de
matrimonios con la nobleza, lo que no siempre aseguraba la cohesión política
interna, al favorecer el parentesco con el detentador de la corona las
apiraciones de quienes se consideraban con derecho a albergar pretensiones
al trono o a posiciones preeminentes en la corte.
La jerarquía política
Los cargos más altos eran ocupados por los "grandes" y los "hijos del
rey", representantes de las familias más importantes de la nobleza y los
parientes del monarca respectivamente. Constituían la Corte, ocupaban los
puestos más altos de la administración de las provincias y se hacían cargo
del mando de las tropas. Su relación con el rey se establecía sobre un
juramento de fidelidad que era redactado por escrito y en el que se
detallaban de forma concreta sus obligaciones políticas. La composición
menos burocrática y escasamente profesionalizada de esta administración
contrasta notoriamente con la de los estados de Mesopotamia. En palacio,
los cargos de "gran escriba" y "jefe de los combatientes de carros" eran los
más importantes y por su dignidad se situaban inmediatamente después del
rey, la reina y el príncipe heredero.

El gobierno de las provincias


El país de Hatti, núcleo geográfico y político del imperio, estaba
organizado en provincias confiadas a gobernadores que eran al mismo
tiempo miembros de la nobleza y familiares del rey. La administración
periférica, que se ocupaba de los territorios sometidos fuera de Anatolia,
correspondía al "síndico" o "alcalde" -hazanu- a cargo de los asuntos civiles
y al "jefe de la guarnición" o "señor de la torre vigía" -bel madgalti-, que
estaba encargado de las tareas militares. En general, se respetaban los
usos y costumbres locales, si bien se recibían precisas instrucciones de
palacio relativas, sobre todo, a la seguridad en los confines del imperio y los
territorios sometidos. Aquellos que poseían un valor estratégico
importante, como Karkemish o Alepo, eran entregados directamente para
su gobierno, a los príncipes de la familia real.

Las leyes hititas


Las leyes hititas, cuya compilación se piensa fue realizada en tiempos
anteriores al Imperio, son bastante bien conocidas debido al número de
ejemplares de las diversas épocas que nos han llegado. Se trata de dos
colecciones de cien reglas cada una, formuladas al modo hipotético, en las
que abundan las leyes de derecho criminal -homicidio, robo, incendio,
brujería-, y otras tantas disposiciones relativas a la familia, la propiedad, los
diversos estatutos sociales, los alquileres, los precios, la vida agrícola y
algunas tarifas.
A diferencia de las restantes compilaciones del Próximo Oriente,
destaca la continua relaboración en las diversas redacciones que denota un
atención especial, y muy particular, por los cambios que experimentan las
costumbres con el paso del tiempo, lo que culminará en el siglo XIII a. C. en el
llamado "texto paralelo" que recoge las sanciones actuales y vigentes
recordando, al mismo tiempo, otras anteriores. En general la impresión que
se obtiene es la de una severidad decreciente, por la que las penas más
graves, como la muerte por descuartizamiento, van siendo sustituidas por
compensaciones económicas elevadas, mientras que la protección y la
responsabilidad penales fueron extendiéndose a los siervos.

3. Reinos y principados de Siria y Palestina

Los pequeños estados de Siria y Palestina, aunque carecieron casi


siempre de iniciativa política, sometidos como estaban a la hegemonía de los
imperios circundantes, como Egipto, Mitanni o Hatti, mantuvieron entre ellos
frecuentes conflictos y participaron de una activa vida económica de la que
destacaba particularmente un activo comercio.

Las vicisitudes de la contienda política


Durante todos estos siglos la vida política de los principados y
pequeños reinos sirios y cananeos fue sumamente agitada. Las revueltas
contra Egipto no fueron raras, y en más de una ocasión habían sido
alentadas por Mitanni, antes del entendimiento que convirtió a los
contendientes en aliados. Por otro lado, aunque raramente admitían
interferencias ajenas, estaban casi siempre predispuestos a aceptar
intervenciones externas en su propio provecho, siguiendo a la potencia en
auge y procurándose su apoyo para respaldar sus propias ambiciones. Así,
las rivalidades y disputas entre los reyes y príncipes locales habían
favorecido la intervención egipcia, que era solicitada muchas veces por
éstos mismos contra sus adversarios.
Luego las campañas de Subiluliuma tuvieron grandes repercusiones.
Qadesh, Amurru y Ugarit se unieron a los hititas y no faltó quién aprovechó
la coyuntura para dar curso libre a sus ambiciones. Tal fue el caso de los
reyes de Amurru -reino de origen tribal constituido en las montañas del
Líbano, con una población mezcla de habiru y de pastores- Abdi-Ashirta y su
hijo Azirua, que aprovecharon para apoderarse de muchas ciudades de la
costa y atacar Biblos, uno de los mejores aliados de Egipto. Finalmente
Amurru caerá bajo la tutela hitita, para pasar luego al lado de Ramses II -de
hecho jugó un papel de cierta importancia en el desencadenamiento de las de
las hostilidades-, y de nuevo bajo la autoridad de Hatti. Mientras tanto,
Karkemish, siempre importante por su posición estratégica sobre el
Eufrates, y regido por príncipes emparentados con la familia real hitita,
había terminado por absorber otros muchos reinos y territorios de Siria,
como Emar y Alepo, convirtiéndose en el estado más poderoso de la región.

La escritura alfabética
Fue en un contexto como este, donde los templos y palacios no
poseían la dimensión ni la tradición de la cultura del escriba de Mesopotamia,
donde finalmente y en el transcurso de los siglos XVI y XV a. C. hizo su
aparición un nuevo sistema de escritura, el alfabético, que se basaba en el
valor unívoco de los signos. Que allí se realizaron diversos intentos de
conseguir un sistema de escritura más ágil parece probado por el hecho de
haber sido encontrado en Ugarit y algunos otros sitios una especie de
alfabeto cuneiforme que estuvo en uso durante la segunda mitad del
segundo milenio.
La escritura alfabética, en la que tal vez Egipto pudo haber ejercido
cierta influencia con una especie de alfabeto que los egipcios ya poseían
para escribir los nombres extranjeros, se concretó en el sistema del
alfabeto lineal cananeo, el más antiguo de todos los alfabetos orientales, y
supuso la utilización de signos con un valor fonético dado para formar las
sílabas de una palabra. El resultado implicaba una disminución drástica del
número de signos necesarios y la posibilidad de utilizar soportes distintos a
la arcilla, el cuero o el papiro, para escribir. Consecuencia, en realidad, de
una profundización del análisis fonético y de las exigencias de un método de
escritura más ágil en un medio predominantemente comercial como era
aquel, la escritura alfabética conoció una vigorosa expansión durante el
primer milenio vinculada a lenguas como el fenicio, el hebreo o el arameo.

4. Relaciones internacionales y caracter de la realeza de la época

A mediados del segundo milenio se produjo una transformación de la


realeza en el Próximo Oriente, consecuencia, sobre todo, de la confluencia
de dos tipos de factores. Los que procedían de las circunstancias propias de
la política regional que caracterizaron el periodo, con su división en grandes
imperios y pequeños reinos y principados -grandes cortes con grandes reyes
frente a pequeños palacios y reyes "vasallos"-, y los procedentes del
ambiente social y palatino, caracterizado por el auge de una aristocracia
militar que se convirtió en el soporte más inmediato del poder real.

El rey, héroe y opresor


El rey pasó, de ser el jefe y representante de la comunidad ante los
dioses, a constituirse en el lider de una restringida elite de poder, de
protector de los débiles y los oprimidos a ser cómplice de los poderosos y
los opresores, con quienes convivía en su corte y combatía en su ejército.
Los edictos de remisión, destinados a restablecer la justicia en el reino,
mediante los cuales se perdonaban las deudas y se aliviaba la situación de
los más humildes, dejaron de proclamarse, y se comenzó a perseguir
implacablemente a los fugitivos, a todos aquellos que huían de las tremendas
cargas en que se habían transformado las imposiciones fiscales y las
prestaciones obligatorias al palacio. Ante el deterioro social, los reyes de
este periodo reaccionan con dureza en vez de con justicia, debido a que sus
prioridades no se encuentran del lado del pueblo sino de sus colaboradores
en los ejércitos y la administración palatina.
En un contexto de guerras incesantes, en las que se ven envueltos los
grandes imperios y los pequeños reinos y principados tributarios suyos,
adquirió otra vez primacía el carácter heroico del rey junto con sus dotes de
fuerza, energía y valor. Pero la guerra, debido a las nuevas tácticas y
armamento, era ahora una guerra especializada y el rey, pese a su hazañas,
dependía de sus combatientes en carros tirados por caballos -maryannu-
que por lo tanto pasaron a ocupar el primer plano en la sociedad mediante
concesiones regias a costa de los campesinos. Al mismo tiempo, la idea
misma del rey heróico y guerrero capacitado comprometía la realeza cuando
las circustancias adversas no hacían posible el triunfo militar

La lealtad al monarca
En un ambiente como aquel el problema principal no era otro que el de
la lealtad. Lealtad de un rey a otro y lealtad de los funcionarios y militares
hacia su rey. Los grandes reyes, que utilizaban entre ellos el calificativo de
"hermanos", en el reconocimiento de que la suya era una relación horizontal,
entre iguales, al margen de su carácter pacífico o conflictivo, exigían la
fidelidad de los pequeños reyes y príncipes en una relación vertical, similar a
la que mantienen con sus funcionarios, que no tenía contrapartida. Si el gran
rey ayudaba a un rey menos poderoso, era por su propio interés en el
complejo juego político en el que se hallaba inmerso, en el que el rey
tributario no era más que otra pieza de la estrategia del gran soberano.

Grandes reyes/pequeños reyes.- Aún así, acabaron por imponerse


algunas consideraciones prácticas. El gran rey que sistemáticamente se
desentendía de las peticiones de ayuda y apoyo que le hacían llegar los reyes
y príncipes tributarios, se encontrará, cuando su poder sea menos evidente,
bien por enfrentamiento con otro poder regional, como un imperio enemigo,
bien por crisis política interna, con la posibilidad de que se produzcan
deserciones entre las filas de sus tributarios, que podían decidir romper su
fidelidad y buscar un señor más solícito con sus demandas. Así, la política
del gran rey se mantenía en una especie de equilibrio entre la fidelidad
absoluta que le deben los reinos tributarios y la necesidad práctica de
alimentar dicha fidelidad, además de con el temor a las represalias, con el
cumplimiento efectivo de algunas de sus peticiones, como la protección de
sus tronos frente a enemigos y usurpadores. No se trataba, a diferencia de
la relación entre el rey y los súbditos de su reino, de una ficción de
intercambio, en la que el súbdito no recibía más que propaganda -la ilusión de
que efectivamente recibe algo, vida y protección a cambio de su soporte al
palacio en forma de exacciones y prestaciones personales-, sino de un
intercambio desigual, pero auténtico. De esta forma, la fidelidad, expresada
mediante juramento ante los dioses, quedaba en cierto modo condicionada
por el proceder del monarca, cuyo súbditos eran más los reyes y príncipes
sometidos, que las gentes de su propio país, convertidas en siervos.
LA CRISIS DE LOS SIGLOS XII-X
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A finales del siglo XIII tuvieron lugar una serie de importantes


acontecimientos que, al repercutir sobre una situación general
caracterizada por la degradación ecológica, la caida de la producción
agrícola, la despoblación y la nomadización, habrían de alterar
profundamente el mapa político del Cercano Oriente, señalando de esta
forma el final de todo un largo periodo histórico.

1. Los prolegómenos de la crisis

Tras bastantes años de paz y estabilidad política, consecuencia del


tratado del 1284 a. C. entre hititas y egipcios, una oleada de destrucción se
abatió sobre Anatolia, Siria, Palestina y, posteriormente y con otras causas,
sobre Mesopotamia, trastocando radicalmente el mapa geopolítico y

asestando un golpe mortífero a las economias y gobiernos palatinos.

Dificultades en el Imperio hitita


En Anatolia los hititas habían tenido recientes conflictos con algunos
de los reinos que configuraban la parte occidental de la península, como
Lukka (Licia), Arzawa o Millawanda (Mileto), signo de inestabilidad en una
región, frecuentada tambien por los ahhiyawa (micénicos), que había servido
a Hatti de protección frente a ataques procedentes del mar y había suplido,
en otras circunstancias, su falta de proyección marítima. Al mismo tiempo,
los hititas peleaban en otro frente contra los asirios, que con Tukulti-
Ninurta I se habían mostrado como un enemigo nada desdeñable. Por si fuera
poco, la hambruna, provocada por una mala temporada de cosechas, se
enseñoreaba del país, haciendo necesaria la ayuda exterior que, ahora,
provenía de Egipto. Sin embargo, las comunicaciones marítimas no eran
seguras debido a la presencia de piratas, lo que explica en parte el interés
hitita por apoderarse de Chipre. La conquista que se produjo hacia el 1235
a. C, y posiblemente tenía también como objetivo forzar a la isla, uno de los
mayores centros de actividad comercial del momento, a cumplir el bloqueo
económico que el soberano hitita, Tudhaliya IV, había impuesto contra Asiria,
con la prohbición de comerciar con ella, y que también afectaba al reino de
Amurru, Ugarit y los barcos ahhiyawa, aunque no siempre se encontraran
dispuestos a cumplirlo.

Amenazas externas en Egipto


Otros signos nada alagueños provienen de Egipto, donde en el 1230 a.
C. el faraón Mineptah, sucesor de Ramses II, tuvo que hacer frente a un
ataque coordinado de libios y gentes que son mencionadas con los nombres
de lukka, shardana, ekwehs, teresh y shekelesh, procedentes según parece
de la región occidental de Anatolia, el Egeo y el norte de Siria. Los libios era
adversarios tradicionales de los egipcios, pero los otros son, en general
pueblos nuevos, aunque los shardana ya eran conocidos enteriormente.
Algunos investigadores sostienen que procedían del norte de Siria, aunque
no hay nada seguro al respecto. Son citados en documentos procedentes de
Ugarit y el la batalla de Qadesh aparecen luchando del lado egipcio. Los lukka,
por su parte, originarios del sur de Anantolia, aran afamados piratas que
operaban entre la costa meridional de Anatolia y Chipre. En Qadesh lucharon
del lado hitita. Los otros son más díficiles de identificar, pero en cualquier
caso el ataque que protagonizaron contra Egipto es un signo claro de
inestabilidad.

Despoblación y caída de la producción


En general la situación del Cercano Oriente no era nada alagüeña en
términos económicos, sociales y demográficos. La despoblación,
consecuencia de una crisis demográfica que tenía a su vez causas
productivas y sociales, había ido en aumento durante los últimos siglos. La
caída de la producción era en Mesopoptamia, sobre todo en el país babilonio,
resultado del progresivo deterioro de la red de canales que aseguraba la
irrigación de los campos y de la salinización de las tierras con el
consecuente abandono de éstas, que pasaban a convertirse en espacios
propicios para un aprovechamiento pastoril semi-nómada. La despoblación y
la desurbanización, ocasionada también por las guerras y bien atestiguada
en la zona de Nippur y en el Diyala, actuaba a su vez sobre la producción,
incrementando la caida de los rendimientos agrícolas.
En Anatolia, Siria y Palestina, el abandono de las tierras por
campesinos que huían de presión recaudatoria de los palacios o que habían
sido desplazados por la guerra fue una tendencia en aumento durante toda
esta época, alimentando los contingentes de habiru que contribuían
notablemente a un aumento de la inestabilidad política, constituyendo una
amenaza frecuente. La creciente pobreza de la pobación campesina y de los
pequeños artesanos, junto con el descenso de la natalidad que trajo consigo,
fueron acrecentados por las gravosas prestaciones que los palacios
imponían a los habitantes de las ciudades y sus territorios, lo que originó
que mucha gente intentara escapar a su control adentrándose en las zonas
abandonadas, alternando el pastoreo con la rapiña como formas de
subsistencia.

Nomadización.- En consecuencia, en las comarcas semi-aridas de la


Mesopotamia septentrional y de Transjordania se extendió profusamente el
modo de vida nómada, mientras que en Anatolia y en Siria muchas ciudades
eran abandonadas y los asentamientos quedaban restringidos a los valles
irrigados, que sólo eran una parte muy pequeña. Todo ello favoreció
finalmente la aparición de hambrunas y epidemias. El comercio disminuyó, en
parte debido a la crisis productiva y urbana, en parten debido a la presencia
de piratas, que son, en el mar, el equivalente de las bandas de forajidos en
tierras sobre las que ya no se ejerce un control político, y las relaciones con
el exterior se hicieron cada vez más difíciles. Sobre este panorama incidirán
finalmente las invasiones externas y las migraciones, que causaron el
colapso definitivo.

2. Las invasiones de los "Pueblos del Mar"

Gentes que se desplazaban por mar, aunque también avanzaban por


tierra, atacaron en torno al 1200 a. C la Anatolia occidental y meridional,
para avanzar luego sobre Siria, Chipre y Palestina, desencadenando una ola
de destrucciones. Parece fuera de toda duda que los invasores constituían
un conglomerado muy heterogéneo en el que participaban, desde micénicos,
que ya se habían instalado en algunos lugares de la costa occidental y
meridional de Anatolia, hasta gentes de Licia, los lukka, pasando por
mercenarios que, como los sherdana o los mismos filisteos, habían sido
antes utilizados por los faraones egipcios para asegurar el control de sus
dominios asiáticos.
Las causas de la invasión fueron en su origen de tipo migratorio,
relacionadas tal vez con la llegada de los dorios a Grecia y la destrucción de
los palacios micénicos, a las que se añadieron otras de índole socio-
económica, apreciables en la necesidad de formas alternativas de vida, de
las que la presencia de mercenarios y piratas eran signos evidentes,
síntomas al mismo tiempo de la pronunciada crisis por la que atravesaba el
Cercano Oriente.

La destrucción del Imperio hitita


Paradójicamente los efectos de la crisis se hicieron sentir antes en la
región que había gozado de una mayor estabilidad política en los últimos
años, a excepción de la Anatolia occidental, región sin embargo muy
localizada y bastante alejada de los restantes escenarios de la crisis. Una
serie de destrucciones se extendieron como un reguero desde la costa,
donde las conocemos en sitios como Troya, Mileto y Tarso, hacia el interior,
quedando Hattusa, Gordión y Beycesultán, entre otros lugares, expuestos a
sus devastadores efectos. No obstante, el imperio hitita desapareció,
devorado sobre todo por la despoblación y la crisis productiva, y por las
consecuencias negativas de los esfuerzos que exigían tanto la expansión
como la consolidación del imperio, rota la frágil cohesión de una estructura
política muy erosionada por las tensiones internas, las sequías y las
hambrunas, al que los propios egipcios habían tenido que socorrer con grano
durante el reinado de Arnuwanda III (1220-1200 a. C.).

Caída y destrucción de Hattusa.- El país de Hatti, exhausto por el


esfuerzo de mantener el dominio de grandes territorios, mermados sus
recursos materiales y humanos y en tensión permanente entre la autoridad
del monarca y la cada vez más problemática fidelidad de los nobles y los
reinos vasallos, sucumbió en poco tiempo. La propia capital, Hattusa, fue
destruida, probablemente por una incursión de los gasga, mientras que la
mayor parte del ejército luchaba contra los invasores en la Anatolia
occidental. La desaparición del palacio, sede de la Corte y de la
administración central, ocasionó un enorme vacío de político que favoreció
aún más la inestabilidad en toda la región.

Destrucciones en Chipre, Siria y Palestina


Los invasores desembarcaron en Chipre -Alashiya-, que había sido
conquistada por Subiluliuma III (1200-1182 a. C.), último rey del Imperio
hitita, para contrarrestrar la cada vez mayor presencia micénica y forzar el
bloqueo económico de Asiria. Allí asaltaron y destruyeron algunas de las
localidades más importantes de la isla, Enkomi, Sinda, Kitión, y asolaron
también las tierras de Siria y Palestina, arrasando Ugarit y Alalakh,
atacando Tiro, y más al sur Gaza, Ascalón, Asdod, Gat y Ekron, que fueron
ocupadas por una nueva población, los filisteos, quedando bajo su dominio el
sur de Palestina -que toma su nombre de los invasores-. Mas al norte se
establecieron los zeker, otro grupo de invasores, que asentaron su dominio
sobre Dor, en las proximidades del monte Carmelo. La presencia de estos
piratas afectaran gravemente las relaciones con Egipto de algunos centros
que, como Bliblos, habían escapado de la oleada destructora.

Los Pueblos del Mar en Egipto


Los "Pueblos de las islas de en medio del Mar", como los llamaban los
documentos egipcios de la época, atacaron finalmente Egipto hacia 1190 a.
C., durante el reinado de Ramsés III, pero fueron rechazados después de una
dura batalla en el Delta, en la que se luchó tanto en tierra con en el agua.
Egipto salió indemne, pero perdió para siempre sus posesiones en Siria-
Palestina y con ellas la capacidad de ejercer un control eficaz sobre el
abastecimiento de materias primas y manufacturas, en un momento en el
que la crisis que afecta al Cercano Oriente va a favorecer finalmente el
abandono de la tecnología del bronce y su sustitución por la del hierro.

3. La migracion de los arameos y la crisis en Mesopotamia

La crisis del siglo XII provocó la expansión de las tribus de arameos,


pastores nómadas originarios de Siria que hablaban una lengua emparentada
con el árabe, a los que favoreció la despoblación y la ausencia de poderes
políticos capaces de contenerles, e impulsados por el hambre y la penuria.

La expansión de los nómadas


Los arameos penetraron en Mesopotamia en el curso del siglo XI,
ocupando el Eufrates medio y desde allí prosigieron su avance, desbordando
el territorio asirio, hacia Babilonia. El país entero quedó sumido en el caos,
más por su precaria situación interna, de la cual la presencia de las tribus
arameas era signo evidente, que por la presión militar de los invasores, cuya
eficacia aumentaba en relación inversamente proporcional a la incapacidad
de los sedentarios para conternerlos. No hacían sino aprovechar la fragilidad
del poder político y la crisis económica y demográfica para entrar en unos
territorios en los que la degradación del sistema de irrigación, junto con la
despoblación, proporcionaban amplios espacios para ser ocupados por lós
nómadas.

Arameos y caldeos en Babilonia.- Las incursiones de los arameos, o


suteos -término que enm los documentos de la época sólo quiere decir
“nómada”- acrecentaron el clima de inseguridad generalizada en el país
babilonio e incluso parece que algunas ciudades importantes, como Nippur,
Sippar, Uruk, Der y la misma Babilonia, fueron objeto de ataques y
destrucciones. En tal contexto desapareció la dinastía de Isín, mientras en el
extremo más meridional, el País del Mar, hacían su aparición las tribus
caldeas, de mayores dimensiones que las arameas y que con el tiempo
impondrán su dominio sobre Babilonia. Sus orígenes no están claros. Algunos
consideran que, como éstas, procedían de Siria, mientras que otros
prefieren hacerlos venir del interior de la Península Arábiga. No debe
descartarse, en cualquier caso, una procedencia distinta, pudienso haber
sido su cuna el meridional País del Mar. En cualquier caso, ocuparon la región
del curso bajo del Eufrates que tenía sitios como Ur y Uruk como centro,
mientras los arameos, con una estructura tribal menos compacta y de
menor magnitud, se extendieron a lo largo de todo el curso medio del río.

Los arameos en la Mesopotamia sepetentrional.- Las incursiones de


los arameos penetraron también en el corazón de Asiria, desgastada por las
guerras con Babilonia, el bloqueo económico impuesto por los hititas, y la
inestabilidad política que en forma de discordias dinásticas se produjo tras
el reinado de Tigalt Pilaser I, quedado reducida a su mínima expresión
territorial. Aunque, a pesar de todas las dificultades, tanto externas como
internas, la sucesión dinástica no se vió interrumpida, como sucedió en el
sur, y los asirios siguieron considerando los territorios perdidos como
suyos, sus reyes se manifestaron impotentes ante la fuerza de los
acontecimientos, mientras que la resistencia a los ataques lanzados por los
nómadas, contribuyó en gran modo al fortalecimiento de una ideología
nacionalista de la que harán gala en los tiempos venideros.
4. El Cercano Oriente durante la crisis

Hattusa, la capital del imperio hitita, habia sido destruida, como


Ugartit, Alalah y otras ciudades de Siria, Chipre y Palestina. Babilonia yacía
prácticamente en ruinas y Asiria había quedado reducida a su mínima
expresión territorial y política. Pero la crisis abarcaba un escenario mucho
más amplio, con un Egipto replegado detrás de sus fronteras y no pocas
dificultades internas y las ruinas de los palacios y las ciudades micénicas
incendiados por obra de otros o, tal vez, los mismos invasores.

Las nuevas entidades políticas


Los filistesos, establecidos en el sur de Palestina, dominaron durante
un tiempo a los israelitas, que pugnaban por consolidarse como una entidad
política en equilibrio entre su organización tribal y la necesidad de
articularse como una estructura política más sólida y eficaz ante la
agresión externa. Más al norte, las ciudades de la costa, que a partir de
ahora comienza a llamarse Fenicia, se recuperaron pronto de los efectos de
la crisis y las invasiones, a excepción de Ugarit, y tal vez Biblos, aunque por
causas distintas. En el interior los arameos se habían asentado y
establecido una serie de pequeños reinos que pronto entrarán en conflicto
con los israelistas. Más al norte, a partir del siglo XII una serie de reinos
“neohititas” se extienden, por el sur de Anatolia y el norte de Siria, a lo
largo de la vertiente septentrional del Tauro hasta alcanzar el Orontes.

El eclipse de Babilonia
En Babilonia la dinastía de Isín se había derrumbado en medio del caos
imperante y usurpadores arameos ocuparon el poder, pero tampoco
consiguieron mantenerse en él por mucho tiempo. Algo después, los intentos
de restauración surguieron del meridional País del Mar, donde ya se habían
refugiado los últimos reductos de la resistencia kasita, pero lo cierto es que
hasta finales del siglo X a. C. no puede hablarse propiamente de una cierta
continuidad dinástica. Durante todo este periodo el desorden y la
desorganización se enseñorearon del país, sucediéndose las hambrunas
sobre el fondo de destrucción causado por los nómadas. Varias dinastías,
prácticamente desconocidas para nosostros, se sucedieron rapidamente y
los cortos reinados de aquellos monarcas efímeros sugieren una acusada
degradación de la autoridad central. En varias ocasiones el akitu o Festival
del Año Nuevo no pudo celebrase dada la imposibilidad de celebrar los ritos
extramuros o de de recorrer la distancia entre Babilonia y Borsippa. La
misma falta de documentos reflea el caos administrativo y la ausencia de un
poder estable. Por fín la situación parece restablecerse después de casi dos
siglos de desórdenes en los que, tan sólo en unas pocas ocasiones, algunos
personajes enérgicos, como un tal Simbar-Shipak (1026-1009) de origen
kasita y primer rey de la denominada Segunda Dinástía del País del Mar, o
Eulmash-shakin-shumi (1005-989) y Nubu-mukim-apli (979-944), parecen
haber sido capaces de imponer su autoridar y ejercer el gobierno.

Asiria
La recuperación de Asiria, que se había derrumbado tras el reinado de
Tiglat-Pilaser I, desbordada por los arameos y la crisis económica y
demográfica, no se produjo hasta mediados del siglo X a. C, pero durante un
tiempo los esfuerzos destinados a la preservación de sus territorios
originarios, en guerra casi permanente con los arameos y los pùeblos de las
montañas septentrionales y orientales, absorvieron todos sus recursos y la
atención de sus monarcas. Bajo el reinado de un tal Assur-bel-kala (1974-
1057) los arameos habían llegado ya hasta el Tigris alcanzando incluso los
alrededores de Assur. No obstante, la mayor parte de sus contingentes no
habían cruzado aún el Eufrates. Cincuenta años después ya habían
franqueado el gran rio y se habían establecido en todo el valle del Habur.
Algo después llegaron hasta las proximidades de Nínive. Los intentos de
Assur-dan II (934-912) para expulsarles no tuvieron mucho éxito y aún a
comienzos del reinado de Adad-Ninari II era patente su precariedad
territorial, una franja a lo largo de la ribera izquierda del Tigris, de unos 150
km de largo y con un máximo de 80 en su parte más ancha. Además, según
algunas las inscripciones reales conservadas, la miseria y la hambruna se
habían enseñoreado del país, obligando a parte de su población a emigrar con
el consentimiento de la autoridad regia. Las principales vías de comunicación
se hallaban cortadas y en manos de enemigos. Pero ni Asuur ni Nínive habían
sido tomadas, y los reyes asirios, aunque en ocasiones se lo disputaran, no
dejaron de sentarse en su trono durante todo este periodo. A pesar de
todas las vicisitudes adversas, terriblemente debilitada y rodeada de
enemigos, Asiria había resistido.

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