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Víctor M. Brangier
M. Elisa Fernández
-editores-
Rosario, 2018
Historia cultural hoy. Trece entradas desde América Latina / Víctor Brangier ... [et al.] ; editado
por Víctor Brangier ; María Elisa Fernández. - 1a ed . - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2018.
348 p. ; 23 x 16 cm. - (Historia & cultura ; 13)
ISBN 978-987-3864-93-3
1. Historia. 2. Historia de la Cultura. I. Brangier, Víctor II. Brangier, Víctor, ed. III. Fernández, María
Elisa, ed.
CDD 306.09
Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por reconocidos
especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.
© de esta edición:
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editor.
Este libro se terminó de imprimir en Multigraphic en Buenos Aires, Argentina, julio de 2018.
Impreso en la Argentina
ISBN 978-987-3864-93-3
ÍNDICE
Presentación
Rutas y raíces en la historia cultural latinoamericana
Diego Galeano ........................................................................................... 23
PRIMERA PARTE
Circulaciones: La Historia cultural en movimiento ................................... 27
SEGUNDA PARTE
La cultura en tensión: Imaginarios negociados, hegemonías disputadas ... 131
TERCERA PARTE
Textos y contextos: Usos sociales y políticos de las representaciones ...... 219
A
principios del año 2016 los editores de este libro visualizaron el desafío
de convocar, en un mismo espacio de discusión, autores próximos a la
Historia cultural y cuyos objetos de estudio se relacionaran con aspectos
del pasado de América Latina o relativos a los tránsitos de la misma Historia cul-
tural en esta región. El enfoque teórico y la temática escogida se vinculaban es-
trechamente con las trayectorias académicas de los convocantes y con sus propias
agendas y resultados de investigación. El antecedente delineaba la posibilidad de
reunir a colegas y amigos del resto del sub-continente para propiciar un cruce de
enfoques, un diálogo de problemas comunes y sobre todo, para atisbar una evalua-
ción sobre las prioridades, las predilecciones y las preocupaciones de la Historia
cultural desde nuestra región en la actualidad. Satisfactoriamente hubo una res-
puesta entusiasta y pronta. El compromiso de los trece autores que integran esta
compilación se tradujo en la generosa contribución de sus trabajos que reflejan, a
su vez, puntos de llegada de reconocidas trayectorias profesionales desplegadas en
distintos puntos de la academia latinoamericana.
El resultado es el libro que el lector tiene entre sus manos. Historia cultural hoy
convoca y reúne autores de México, Colombia, Brasil, Bolivia, Argentina y Chile.
El texto en si mismo asoma como la rama visible de una comunidad imaginada vin-
culada a la historiografía latinoamericana que utiliza –o problematiza– los insumos
de la Historia cultural. Una comunidad imaginada que, para decirlo sin ambigüe-
dades, se construye desde las mismas preocupaciones y ansiedades: las presiones
métricas por la contabilización de un producto inmediato (publicación a ritmos
fordianos de paper indexados), recortes presupuestarios en las universidades, dis-
minución de fondos públicos para el financiamiento de proyectos de investigación
ante la prioridad que la “agenda científica” pública asigna a las ciencias exactas
o aplicadas. Comunidad imaginada que a la vez ha debido lidiar con la subalter-
nización de las ciencias sociales y de las humanidades, propulsada por “otras co-
munidades imaginadas” al interior de la academia regional, de más fácil encuadre
con las obsesiones de la transferencia de saberes desde la universidad al mundo
privado. Desde este último vértice del conflicto, quienes escriben historia son vistos
con recelo por los prohombres de la “transferencia tecnológica”. Miradas que son
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la lucha social entre los sujetos que hacían uso de este conjunto de significados
y símbolos. Por el contrario, el enfoque enriqueció la teoría del conflicto y de la
construcción de hegemonía al brindar pistas respecto al modo en que los actores
–sobre todo los más postergados– escrutaron los elementos del campo cultural
que le podían resultar de mayor provecho, para posicionarse de mejor modo en el
plexo de las tensiones sociales (Vainfas, 1997).3 Como propuso el historiador bri-
tánico Edward Thompson (1995:102), “la contienda simbólica adquiere su sentido
sólo dentro de un equilibrio determinado de relaciones sociales”.
Esta corriente fue recibida y apropiada en distintas latitudes de América La-
tina desde la década de 1980, conquistando rápidamente campos de estudio que
anteriormente estaban circunscritos a la Historia Social (Van Young, 1990; Hering
y Pérez, 2012: 17-19). El paisaje intelectual parecía abonado para la recepción
y para la elaboración de lecturas endémicas sobre estos enfoques exógenos. Sin
embargo, es necesario recordar que la sensibilidad culturalista en la región ante-
cedió el “giro cultural” europeo y conformó, desde principios del siglo XX, una
verdadera agenda de estudios sobre la sociedad, la política, la economía y la histo-
ria desde entradas, entonces, consideradas como culturalistas. De ese modo, para
comprender en forma diacrónica la recepción de la Historia cultural en la década
de 1980, resulta imperioso rastrear por ejemplo los estudios sobre el papel que
jugaron las sensibilidades sociales en la historia económica cubana, tal como lo
propuso el antropólogo cubano Fernando Ortiz ya en la década de 1940. No puede
olvidarse el análisis de la cultura urbana como puerta de entrada a la modernidad,
como lo abordó el historiador argentino José Luis Romero en la década de 1970.
Por supuesto se vuelve imprescindible integrar la propuesta de Ángel Rama, quien
desmenuzó la “cultura letrada” como instancia propulsora de la sociedad latinoa-
mericana en perspectiva histórica, incluyendo la noción de “transculturación” que
volvió inteligibles los cruces entre literatura, cultura y sociedad. En ningún caso
puede descuidarse la obra de Nestor García Canclini y la identificación de la serie
de hibridaciones que han ido constituyendo las “culturas populares” en la región,
enfatizando además los aportes de las culturas indígenas (Barbero, 2010: 134-
138).4 Agenda y tradición de estudios culturales en América Latina que propició
3 Uno de los estudios precursores sobre la utilización de la serie de “estratos” culturales, que rea-
lizaban los sujetos históricos comunes y corrientes, lo brindó Marc Bloch. El análisis abordó la
cultura popular medieval que sostenía la creencia sobre el poder sanador de los “reyes taumatur-
gos”, fundando las bases de la hegemonía. (Bloch, 2006); Posteriormente, en la década de 1970,
el historiador italiano Carlo Ginzburg sería más explícito respecto al uso razonado frente al poder
que hizo un sujeto del mundo popular en el siglo XVI, desde la serie de sedimentos que sostenían
el terreno cultural de su época. Carlos Antonio Aguirre Rojas (2004) ofreció una revisión sobre los
tránsitos de esta línea analítica.
4 En otros momentos, la orientación culturalista de las ciencias sociales en América Latina permitió
sintetizar el pensamiento crítico europeo (como las propuestas marxistas) con las culturas propias
de esta región, favoreciendo una explicación cultural de fenómenos de larga duración como la
asimilación del capitalismo y la modernidad. En este punto específico destacó la obra del filósofo
ecuatoriano Bolivar Echeverría (Aguirre R., 2015).
Historia cultural hoy: Trece entradas desde América Latina 11
como víctima y como promesa de cambio. La autora los cataloga de modo certero
como “dos grandes polos de producción de significados sobre la juventud”. En el
primer horizonte, una serie de voces y de diversas riberas discursivas habría levan-
tado la concepción del joven argentino como mártir en las coyunturas de la Guerra
de las Malvinas y de la dictadura militar. Se estaría frente a un periodo de urgencias
por la refundación nacional y en la búsqueda de nuevos aliados y de re-orientación
de las vocaciones políticas de los jóvenes. Sin embargo, estos discursos nacidos
al calor de la prensa, la militancia partidista y la institucionalidad estatal, habrían
sido integrados por la misma juventud que comenzaba a dar sus primeros pasos en
la cultura y práctica política post-dictatorial. Como sostiene la autora, esta tensión
habría sido propulsada por los sectores dirigentes post-dictadura que enarbolaron la
noción de juventud como agente del cambio para encauzar la participación política
juvenil por la senda de los derechos civiles y de la cultura cívica. Valeria Manzano
esboza de un modo óptimo aquel paisaje histórico-conceptual conflictivo y su frágil
equilibrio. En su seno, los jóvenes, en tanto actores públicos, aspiraban a la libre
organización, se reinsertaban en las manifestaciones partidistas de las federaciones
juveniles y además, reformulaban su inclinación por las causas políticas integrando
valores generales como la defensa de los Derechos Humanos.
El apartado cierra con la contribución “Historia cultural de la clase: reflexiones
a partir de la historiografía argentina reciente”, de Inés Pérez, cuyo trasfondo gira
en torno a una reinterpretación del concepto analítico “clase”, a partir de una lectura
culturalista y desde su matriz simbólica. Se trata de un enfoque que permitiría clari-
ficar la conformación y reconfiguración de las identidades y representaciones de los
actores históricos, mejor que una perspectiva anclada exclusivamente en las condi-
ciones de producción o socio-ocupacionales. La autora toma en consideración los
“discursos, representaciones y bienes culturales en la conformación de identidades
de clase”. En particular, apunta al modo en que la historiografía argentina de los úl-
timos años ha abordado la articulación y politización de las identidades de clase tra-
bajadora y de clase media de las décadas centrales del siglo XX. En este sentido, la
propuesta subraya con acierto el modo en que los estudios han incorporado variables
como la representación racial, de género y del mundo doméstico para comprender a
los sujetos históricos y las vías por las que moldearon sus sentidos de pertenencia a
una clase social determinada.
El estudio transita con arrojo por un campo que perteneció tradicionalmente al
fuero de la historia social –al menos hasta la proliferación de la obra de Edward
Thompson– y justifica con precisión la necesidad de una entrada cultural a estos
dominios: “no solo la cultura es una dimensión central para el estudio de la clase,
sino que las herramientas de la Historia Cultural contribuyen al desarrollo de mi-
radas más complejas sobre la construcción, negociación y desestabilización de las
distancias sociales y las identidades de clase”.
Esas “miradas más complejas” permitirán identificar la construcción de las
identidades de clase en la sociedad argentina de aquella época vinculada a la es-
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