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IX Congreso de la SLMFCE
SIMPOSIO LA FILOSOFÍA DE LA ARGUMENTACIÓN
1. Introducción
Frans van Eemeren ha ampliado su teoría pragmadialéctica de la argumentación hasta
incorporar elementos retóricos bajo la idea de “maniobra estratégica”, y un conjunto más
rico de instrumentos conceptuales. Ahora bien, al analizar los diferentes movimientos que
los argumentadores realizan en el proceso argumentativo para alcanzar sus objetivos se
recurre a determinadas estrategias interpretativas que no se reducen a simples declarativos
de uso, como ha indicado Van Eemeren, quien también ha explicado que su uso del
término interpretación remite a cualquier asignación de sentido a cualquier parte del
discurso —o artefacto cultural de otro tipo, dice él—, pero también a los distintos
movimientos que en él se realizan. Lo que proponemos es que estos instrumentos son, en
parte, estrategias interpretativas de las características relevantes del contexto (verbal y no
verbal, y “poli-interpretable”), que son las que facilitan una “interpretación máximamente
argumentativa” de las intervenciones de los agentes que podría concordar con sus
intenciones.
2. Maniobras estratégicas
Con la introducción de las maniobras estratégicas, se ha buscado combinar lo eficaz y lo
razonable de forma equilibrada. Estas maniobras son estrategias retóricas en las que los
hablantes utilizan palabras y otros recursos adaptándolos a sus necesidades para promover
y defender sus posiciones en los intercambios que tienen lugar en un contexto
colaborativo, mientras esperan que sus contertulios comprendan sus pretensiones y
respondan en consecuencia, al tiempo que despliegan sus propias sutilezas y su
creatividad (cfr. Alcolea, 2017).
Estas maniobras estratégicas siempre aparecen en una actividad comunicativa
particular y a ellas se asocian tres aspectos relacionados con las elecciones que se realizan
en el proceso: (1º) La elección del “potencial tópico” remite a la selección por parte del
argumentador de los temas en diferentes movimientos y etapas. Por ejemplo, elegir
alguno de los argumentos disponibles que mejor permiten defender su posición. (2º) Los
movimientos se han de adaptar a las “demandas del auditorio” buscando su agrado. De
modo más general, los movimientos deben armonizar con las creencias, los valores y las
preferencias del auditorio. (3º) El “dispositivo de presentación” conlleva la elección del
mejor modo de presentación (estilo) de los movimientos a fin de rentabilizarlos
estratégicamente y de que “parezcan más aceptables” al presentarlos de forma razonable
y eficaz. En el análisis y evaluación del discurso argumentativo hay que identificar estos
tres aspectos y sus interrelaciones en cada movimiento, y cómo se configuran en cada
maniobra estratégica (van Eemeren 2012:158-159).
Lo ideal sería que todos los movimientos mantuvieran el referido equilibrio entre
lo razonable y lo eficaz. Pero ello no siempre es el caso, pues hay argumentadores que en
2
inferencias que da sentido a lo que se dijo y a lo que no se dijo pero podría haber sido
dicho, y que da sentido a cómo y cuándo todo fue dicho”. Las proferencias no son el
mensaje con el que se transmiten los argumentos, sino que sirven como “señales” para
construir el mensaje, que integra el conjunto de supuestos e inferencias y que tiene sentido
porque “satisface criterios de acción racional”. Esto conlleva también que la conducta del
agente sea interpretada maximizando esa racionalidad y que el coagente proceda
seleccionando a través de determinadas estrategias la interpretación que sea más relevante
a los objetivos manifiestos del agente. Comprender la semántica de sus palabras o sus
gestos es necesario, pero no suficiente, pues la comprensión de los actos de habla
indirectos, las implicaturas, su retórica, exige información de la situación concreta en que
la comunicación tiene lugar.
Sin embargo, toda interpretación, incluso por razonable que parezca, tiene carácter
provisional y debe quedar abierta a la presentación de otras posibles interpretaciones,
buscando el equilibrio. Recurrir al contexto es necesario para facilitar la interpretación,
como lo es tener en cuenta que podemos estar ante diferentes recursos multimodales para
comunicarnos y dotar de sentido y significado nuestra comunicación. Como Jewitt
(2014:1) resume acertadamente, “la multimodalidad se centra en la representación,
comunicación e interacción como si fueran algo más que lenguaje”. Al vivir en una
cultura multimodal, nos comunicamos con diversos modos semióticos. Así, para dotar de
sentido a un texto debemos tener en cuenta otros elementos que los estrictamente
lingüísticos, ir más allá de las tradicionales estrategias cognitivas y reparar en las
estrategias interpretativas que nos permiten construir el significado. La multimodalidad
se encargaría de analizar las reglas, las estrategias, etc. que permiten que los agentes
comprendan el significado potencial de los elementos convergentes en el contexto. Todo
modo semiótico procura un significado potencial y la multimodalidad las interrelaciones
entre los diversos modos, su análisis y su evaluación.
Por otro lado, para comprender la interacción que se produce entre los agentes es
preciso estudiar cómo los coagentes interpretan y responden a la interacción. Sus
estrategias interpretativas serán tanto más importantes cuanto el contexto se presenta de
una manera multimodal y, así, entimemática. Estas estrategias nos ofrecerán el mejor
significado del intercambio y la comprensión intersubjetiva que ha de primar en una
comunidad de intérpretes. La máxima interpretación argumentativa se alcanza así yendo
más allá de los simples “argumentos” del agente hasta el contexto, para, a través de las
estrategias interpretativas, volver a la máxima interpretación logrando el objetivo de la
persuasión argumentativa razonable.
4. Estrategias interpretativas
Recordemos que el desacuerdo solo hace acto de presencia entre agentes que defienden
diferentes posiciones. A partir de su conocimiento, del conocimiento que va obteniendo
de las intervenciones de la otra parte y del uso de las estrategias a que pueda recurrir, un
agente puede leer e interpretar de forma activa el contexto del intercambio.
Quien interpreta debe enfocar multimodalmente la situación, su forma de
apreciarla y percibirla, para detectar obstáculos y elementos facilitadores. Entre esos
obstáculos puede estar la voluntad del agente proponente de impedir que lleguemos a
cumplir cabalmente el objetivo. Pero si aplicamos el principio de caridad, debemos
rechazar tal pretensión, evitando las discrepancias y mostrando una disposición crítica
para alcanzar una interpretación adecuada. La interpretación no tiene un objetivo difuso
y desarticulado, sin falta de estrategias. Al contrario, una estrategia es el conjunto de
acciones complementarias que se realizan para conseguir un determinado objetivo. Con
4
una estrategia interpretativa se destacan los elementos que nos permiten alcanzar una
interpretación adecuada. Las estrategias no son ni buenas ni malas sino adecuadas o
inadecuadas. Entre las primeras encontramos:
(1ª) La protección de las intenciones, según la cual podemos interpretar la
interacción del argumentador para reforzar sus argumentos, pero no tanto para realzar su
poder justificatorio, como para incrementar su poder persuasivo. Para ello, confiamos en
la sinceridad del agente y en la selección de aquellos aspectos del contexto que se
consideran más significativos, recurriendo al recuerdo o a la consideración de situaciones
análogas. La interpretación debe orientarse a las intenciones del agente, a la comprensión
general y a la utilidad del intercambio. Este solo puede resolverse si los participantes
expresan sus intenciones e interpretan las intenciones de los demás con la mayor
fidelidad, de modo que se minimicen los malentendidos. Cuando sea necesario, deben
estar preparados para reemplazar sus formulaciones e interpretaciones por otras mejores,
pues es efectivamente imposible, en principio y en la práctica, que una única
interpretación pueda ser correcta u óptima en todos los aspectos.
(2ª) La corrección de las consideraciones en contra (contra-consideraciones). Se
trata sobre todo de consideraciones pragmáticas de carácter marcadamente crítico y que
el agente proponente no puede ignorar. El caso más simple podría ser una contra-
consideración explicativa, en la que cabría exigir una explicación de un aspecto
conflictivo del intercambio. O también las objeciones que conducen a (pedidos de)
explicaciones. Pero las contra-consideraciones pueden plantearse a un nivel más
dramático. La variedad de consideraciones no triviales que se ponen de relieve en el
intercambio y con las que debe llegar a un acuerdo son de tal naturaleza que a veces
surgen tensiones internas y hasta inconsistencias. El desacuerdo puede superar el ámbito
de lo que se puede mantener a la luz de consideraciones de consistencia y acabar en una
situación complicada. Por supuesto que los agentes desean eliminar la inconsistencia en
que se han enredado, pues compromete todo el intercambio argumentativo. Por ello, el
coagente debe invitar al agente proponente a restaurar la consistencia entre sus
compromisos incompatibles abandonando, por ejemplo, algunas de las creencias que
engendran la dificultad.
(3ª) Lectura crítica del significado pretendido. Se trata de la construcción
multimodal del significado objetivo, leyendo críticamente el significado pretendido por
el agente proponente. El intérprete debe tener en cuenta que su construcción del
significado a partir de diferentes elementos contextuales, que actúan como genuinos
recursos semióticos, depende de dos aspectos: del potencial significante y argumentativo
de esos recursos, y del significado que el agente proponente ha podido proyectar sobre
ellos con sus intervenciones, que obviamente traslucen su intencionalidad argumentativa.
Es obvio que los diferentes recursos multimodales activan, en principio, respuestas
diferentes para el agente argumentador y para la otra parte. Sin embargo, en la medida en
que son complementarios, contribuyen de forma conjunta a facilitar un significado
general y último que es algo más que la suma de los significados transmitidos por los
recursos por separado. También es evidente que esta estrategia interpretativa pone a la
otra parte en el camino de una respuesta crítica a las pretensiones del agente proponente,
pues al ir más allá del debido análisis interpretativo se interna en el terreno de la
evaluación en busca de una correcta interpretación de sus proferencias en base a la
pretendida interpretación máximamente argumentativa que, sin duda, aguarda a un nivel
más profundo.
(4ª) Percepción del sentido situacional del significado. Es una estrategia
relacionada con lo que el coagente ha podido ver y oír, y que procede no solo del agente,
5
sino también del contexto, que a su vez dota de significado a los objetos a veces de forma
cambiante. La percepción y la observación del entorno facilitan una serie de elementos
particulares y directos que inician el proceso de comprensión del significado situacional,
facilitando la interpretación visual y auditiva de la otra parte. En el intercambio, pueden
entrar en juego nuevos elementos interpretativos que presuponen cambios perceptibles no
solo en relación con los procesos mentales o emocionales, sino también nuevas ideas o
sentimientos que pueden influir en la interpretación buscada. Cabe observar que en el
proceso las palabras, las imágenes, los sonidos, etc., pueden sufrir alteraciones hasta el
punto de recibir unos significados advenidos por cambios en asociaciones temporales
nacidas del uso. La percepción del significado objetivo supone la captación de ciertos
aspectos implícitos cuya relevancia para la interpretación deberá confirmarse. Estos
significados intrínsecos dependen de la perspectiva que el agente asume sobre el tema y
de los recursos que se utilizan en el intercambio. La percepción puede llevarnos a sutiles
y válidas relaciones entre elementos del entorno que pueden o no haber estado en
conexión en otras ocasiones. Así, según sean esas relaciones podríamos tener una posible
interpretación u otra.
(5ª) El análisis de las interrelaciones. Una vez se ha atendido a los diferentes
recursos multimodales del contexto, conviene analizar las interrelaciones, pues pueden
desempeñar un papel clave en la interpretación. Es evidente que la otra parte se hará
preguntas sobre lo que ve y oye y lo que cree que puede significar. Es lo que podríamos
llamar efecto ‘Ventana indiscreta’. Así, si hablamos en general del contexto, puede
preguntarse sobre cómo se disponen e interactúan los objetos en él. Lo mismo cabe decir
de las imágenes o de los sonidos u otros recursos semióticos percibidos, y también de sus
relaciones con las proferencias del agente. Cabe pensar que esta estrategia depende de
cómo se consigue, por ejemplo, que determinados elementos visuales funcionan como
ilustraciones de un tema y permiten a los coagentes la oportunidad de evaluar la
adecuación de interpretaciones ya formuladas a las imágenes. En este caso, el esfuerzo
interpretativo puede ser considerable, y el coagente verse implicado en un tipo de lectura
visual “cultivada”, pues el análisis cuidadoso de los detalles puede llevarnos a una
interpretación compleja y sutil.
(6ª) El análisis de las relaciones externas nos permite identificar los significados
de los objetos y de sus relaciones en ese contexto en función de sus relaciones con un
contexto más amplio en el que podría enmarcarse el intercambio argumentativo, es decir,
un contexto científico, filosófico, legal, etc., o incluso cultural todavía más amplio.
Algunos objetos y algunos aspectos de los mismos pueden recordarnos esas conexiones,
que también contribuirán a una interpretación adecuada. Quizás de forma más interesante
la interpretación lograda siguiendo esta estrategia nos permite excluir alternativas e
incluso optimizar su validez externa hasta el punto de sacar en claro las motivaciones y
las razones de los participantes para entrar en el intercambio.
5. Conclusión
La producción y la evaluación del discurso argumentativo son muy importantes, pero
también lo es la interpretación como elemento del componente empírico de la
pragmadialéctica. Dar la respuesta adecuada al sujeto argumentador no es tarea fácil y
requiere realizar determinadas elecciones sobre los significados a adscribir a lo que él ha
proferido, sobre todo porque algunos aspectos quedan ocultos en el nivel entimemático y
contextual. Sacarlos a la luz puede contribuir a una interpretación más adecuada. El
análisis cuidadoso de los detalles puede llevarnos a una interpretación difícil, compleja y
sutil. Para ello, nuestra misión ha consistido en referenciar determinadas estrategias que
sin duda pueden ayudar a alcanzar una interpretación que enriquecerá las propuestas del
6
sujeto, pero que, por lo demás, nunca llegará a ser definitiva, pues se mueve en la
dialéctica entre las estrategias y las competencias de los agentes argumentadores.
6. Referencias bibliográficas
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Argumentación, 15, pp. 1-15.
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JEWITT, C. (Ed.) (2014): The Routledge Handbook of Multimodal Analysis. London: Routledge.
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VAN EEMEREN, F.H. (2012): Maniobras estratégicas en el discurso argumentativo. Madrid:
CSIC.
VAN EEMEREN, F.H. (2017): “Fallacies as derailments of argumentative discourse”. In
Contextualizing Pragma-Dialectics. Edited by F.H. van Eemeren and W. Peng. Amsterdam:
Benjamins, pp. 37-58.
triplete Q=˂ PK, X, R˃, de tema, clase contraste y relación de relevancia. Las hipótesis
son las siguientes:
H1. En una Q argumentativamente orientada, la clase contraste es un entramado de
argumentos.
H2. En una Q argumentativamente orientada, la relación de relevancia no es a través de
una teoría de trasfondo K sino de un entramado de argumentos K.
A fin de esclarecer el significado y alcance de cada hipótesis, presento un ejemplo
estándar de cómo surge una pregunta “por qué” explicativa dadas sus presuposiciones
características. Después defino la frase “entramado de argumentos”. Justifico esta
definición estipulativa mediante el recurso de considerar diversos candidatos para clase
contraste X o teoría de trasfondo K de una PAO. En particular: el modelo de las
antinomias de Rescher (2016), dialectical tier de Johnson (2000), argumentos
conductivos de Wellman (1971), la dialéctica de argumentos de Marraud (2015).
También exploro, como relevante en esta discusión, la ponderación de razones (Chang:
1998) y las situaciones dilemáticas sin ponderación de Adam Morton (1991).
En la tercera parte, discuto los desiderata o criterios de adecuación CA para
justificar una elección entre H1 o H2. Después procedo a analizar dos ejemplos: un
argumento presentado en forma explícitamente dialógica (Perry:1978) y otro en
presentación directa (Williams: 1981). En ambos aparece explícitamente una pregunta
“por qué”. Uno de los desideratum es que los métodos de análisis de argumentos deben
hacer explícitas las presuposiciones de las preguntas “por qué” argumentativamente
orientadas. En ambos casos el análisis utiliza técnicas de la dialéctica formal de Rescher
(1977), los profiles of dialogue de Walton (1999) y las técnicas de diagramación de
argumentos de Marraud (2013). Otro desideratum es que admita una interpretación pro
tanto de las razones. El análisis realizado muestra que las presuposiciones de la pregunta
“por qué” en los dos ejemplos deben ser entendidas en términos de H2.
Por último, discuto si los ejemplos analizados y su interpretación a la luz de H2
cumple los criterios de adecuación propuestos. Concluyo que sólo los cumplen
parcialmente. Aunque la investigación se restringe a ejemplos de argumentación
filosófica por las razones heurísticas antes señaladas, las técnicas de análisis y la
interpretación H2 son fácilmente extrapolables a otros contextos argumentativos.
1
Si una buena argumentación es aquella que sirve para la finalidad con la que ha sido
concebida, para dar criterios de buena argumentación habrá que empezar por especificar
cuáles son las finalidades de argumentar. A este respecto, hay que distinguir la función
constitutiva de argumentar de los propósitos de quien argumenta y de los fines del
intercambio en el que participa y se enmarca su contribución. Aunque tomo esta
9
Bach, Kent & Harnish, Robert M. (1979). Linguistic Communication and Speech-acts.
Cambridge, Mass.: MIT Press.
Fogelin, Robert J. (1985): “The Logic of Deep Disagreements”. Reimpreso en Informal Logic
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247.
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Searle, John (1975): “Una taxonomía de los actos ilocucionarios”. En Luis M. Valdés Villanueva
(ed.) La búsqueda del significado, 449-476. Madrid: Tecnos, 1991.
Vega Reñón, Luis (2013): “Argumentando una innovación”. Revista Iberoamericana de
Argumentación 7, 1-17. https://revistas.uam.es/index.php/ria/article/view/8182/8523
Wellman, Carl (1971): Challenge and Response. Justification in Ethics. Carbondale: Southern
Illinois University Press.
4 Por lo que recuerdo, tampoco es muy generosa la literatura al uso en atención a la existencia de 3 títulos
propios (Govier 1999, Blair 2012, Tindale 2015) y otros 2 poco significativos en el presente contexto
(Natanson & Johnstone 1965, Perelman 1968).
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campesinos, por regla general analfabetos y de mediana edad, coincidieron en tomar las
preguntas no como parte de un examen, sino como peticiones de una información real
que no estaban en condiciones de atender porque el caso nada tenía que ver con su
experiencia personal o con la de sus paisanos. Solo un par de ellos, más jóvenes, aludieron
a lo que parecía desprenderse de las palabras del encuestador 5. ¿Se trata de una diferencia
radical y sintomática de que nuestra competencia inferencial es un rasgo propio de nuestra
cultura letrada, no compartido por otras culturas primitivas o pre-lógicas? En
consecuencia, ¿la razón o el razonamiento no es universal?
Hay diversos planteamientos de esta cuestión, aunque algunos resulten
eventualmente complementarios o incluso solapados. Muy esquemáticamente cabe
mencionar algunos tipos principales6:
(a) Los que descansan en una pretendida base biológica, e. g. Baron-Cohen (2003).
(b) Los que adoptan una perspectiva psicosocial para contraponer las personalidades
occidental y oriental, especialmente asiática (china, japonesa), conforme al cliché
acuñado por Nisbett (2003): la occidental es categórica, individualista, competitiva e
inconformista; la asiática, en cambio, es flexible, colectivista, cooperativa, ritualista. De
ahí se desprenden otras diferencias discursivas.
(c) Los que se fundan en consideraciones y análisis socioculturales. Un punto tradicional
de debate ha sido la tesis de la “Great Divide”, de la divisoria entre la mentalidad pre-
lógica y la mentalidad civilizada o letrada. Alcanzó a tener resonancia en las primeras
décadas del s. XX a través de las publicaciones socio-antropológicas de Lévy-Bruhl, sin
dejar de propiciar derivaciones delirantes: el propio Lévy-Bruhl, dado que un bororo
podía considerarse al mismo tiempo hombre y loro Arara, entendía que esto suponía negar
los principios de identidad y no contradicción; en los años 1970, el historiador de la lógica
Dumitriu quiso salvar los muebles atribuyendo a la mentalidad primitiva una lógica
polivalente. Hoy es una curiosidad, a partir de la idea misma de mentalidad sometida a
un severo juicio crítico por especialistas en estudios históricos e interculturales, como
Geoffrey Lloyd. Lloyd, una autoridad en las antiguas culturas griega y china, y en su
proyección científica y filosófica, sostiene por su parte la innegable universalidad y
unidad del razonamiento, así como la notoria diversidad sociocultural de las prácticas
discursivas y cognitivas (Lloyd 2007, 2013). Baste reparar, por ejemplo, en la ausencia
de programas y de pruebas axiomático-deductivas en la antigua cultura china, por
contraste con la antigua matemática griega ‒aunque esta diferencia no haya sido un
obstáculo para la incorporación posterior de Euclides y Arquímedes a su acervo
lingüístico y cultural‒. Algo parecido puede decirse a propósito de otras peculiaridades
discursivas y cognitivas chinas que están lejos de implicar una razón singular. Más
recientemente, Mercier (2011) y Mercier & Sperber (2017) vienen defendiendo la
universalidad del razonamiento argumentativo como factor evolutivo principal y
característico de la especie humana.
Estoy de acuerdo con los planteamientos de Lloyd y de Mercier & Sperber. Pero
creo que, especialmente en estos últimos, aparte de su proyección filosófica problemática,
5 Por otro lado, las formulaciones no son completamente determinantes, no son del tipo “¿De qué color es
el caballo blanco de Santiago?”. En el caso II, un uzbeco griceano podría pensar que, dadas las premisas
sentadas por el encuestador, su pregunta solo tenía sentido si le cabía alguna duda sobre el color de los osos
de Nueva Zembla en particular.
6 Dejo a un lado tesis más radicales y discutibles como la que vindica la unidad, universalidad y
uniformidad de la lógica (cf. Deaño 1980:235-245, y su revisión crítica en Vega 2003, 2015:230-243), por
no ser directamente pertinentes en el presente contexto.
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hay una referencia equívoca a la argumentación que conviene despejar 7. Para este efecto
propongo distinguir entre el nivel (1), primario e individual, de las competencias y
actividades de razonar y argüir que son la dotación común de los seres humanos ‒seres
dotados de lenguaje, entendimiento y razón‒, y el nivel (2), secundario y social, de las
diversas prácticas específicas de argumentar ‒objeto de aprendizaje‒. En el nivel (1) se
discurre más bien por motivos; en el (2), por razones y compromisos públicos de los que
los agentes discursivos son responsables y capaces de rendir cuentas. No constituyen
compartimientos estancos, aunque admitan polarizaciones como los extremos blanco y
negro de una gama de grises (pensemos en un debate académico estándar frente a la
discusión que caricaturiza el sketch de los Monty Python,“The argument clinic”). En todo
caso, el papel de mediadora entre la actividad de argüir y la práctica de argumentar
corresponde a la conversación como medio discursivo donde ambas se desenvuelven.
Como instancia de contrastación y corroboración de esta hipótesis sugiero considerar, al
margen de la antropología de campo, la adquisición y el desarrollo de las competencias
discursivas y argumentativas en la infancia, en particular durante el periodo 5-12 años
(cf. Kuhn 2012, Pérez, Postigo y García-Mila 2016). Esta investigación psicopedagógica
desmiente además la alternativa nula a mi distinción entre argüir y argumentar,
representada por tesis como «La actividad de argumentar es coextensiva a la actividad de
hablar y tan pronto como se habla, se argumenta» (vid. Plantin 1988:118).
2. La cuestión de las señas de identidad.
Como se sabe, la idea de que toda tesis o posición trae consigo la contraria se remonta a
Protágoras y al movimiento sofístico del s. V a.n.e. Otro momento decisivo en esta
tradición dialéctica fue la cultura medieval de la disputatio, un género no solo escolar y
académico sino también literario. Estos antecedentes han sentado una concepción todavía
dominante de las señas de identidad beligerantes de la argumentación: en esta línea se
supone que la existencia de una discrepancia o una diferencia de opinión es un rasgo
definitorio o, al menos, una condición necesaria de la argumentación. Según sostenía
Willard: “Argumentación es una forma de interacción en la que dos o más personas
sostienen lo que consideran ser posiciones incompatibles” (1989:1). Es una tesis
enfatizada por famosas metáforas: “la argumentación es la guerra”, “un debate es un
combate”, aunque por lo regular sus manifestaciones suelen ser más contenidas.
Pero desde finales del siglo pasado, esta identificación de la interacción
argumentativa ha entrado en crisis. La crisis ha venido provocada por varios factores
internos y externos. Mencionaré los más relevantes a mi juicio.
(a) Entre los factores internos destaca una suerte de autocrítica en el campo de la
lógica informal y la filosofía de la argumentación que se alza contra la beligerancia de la
metáfora bélica (e. g. Cohen 1995). Mayor importancia a medio y largo plazo tienen los
planteamientos alternativos, como la idea de controversia avanzada por Dascal (1998) en
el terreno del discurso filosófico y científico, y pronto asumida en otros círculos, e.g. por
van Eemeren (2008). En este punto, conviene recordar la existencia histórica de diversas
tradiciones occidentales de las controversias, frente al supuesto poder definitorio de la
confrontación dialéctica. Cattani (2007) ha reconocido a este respecto las controversias
que se traman como objeto de placer o disfrute, o como vindicación del derecho a discutir
y cuestionar o, en fin, como respuesta a las demandas y obligaciones de dialogar o
7 Es sintomático que, a propósito del caso uzbeco, ellos mismos señalen: “Aun si aceptamos que todo el
mundo, escolarizado o no escolarizado, puede razonar, esto no significa que todo el mundo argumente”
(2017:284).
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confrontar alternativas en determinadas situaciones. Pero aún cabría añadir las armadas
para el ejercicio o el entrenamiento escolar o para las prácticas deliberativas, por ejemplo.
En todo caso, la identificación “guerrera” de la argumentación tiende a privilegiar
una perspectiva dicotómica o bivalente, aunque procure no ser agresiva y renuncie a
sistemas de perdedores y ganadores en favor de papeles pro/contra. El supuesto crítico
(«si yo sostengo X y creo estar en lo cierto, quien sostenga o sugiera lo contrario está
equivocado») ignora tanto la posibilidad de alternativas parejamente razonables, como la
constitución dinámica e interactiva de los procesos argumentativos. Pluralidad y contraste
no implican necesariamente polémica.
(b) Entre los factores externos cabe mencionar la crítica feminista y los reparos
procedentes de la que llamaría “economía psicosocial de la argumentación”. Estos
últimos tienen que ver con los riesgos y las consiguientes exhibiciones o inhibiciones que
conlleva la exposición a los debates públicos que acusan modos agresivos, por contraste
con los beneficios que se esperan de las deliberaciones conjuntas y cooperativas. Se trata
de un terreno cuyo estudio se halla todavía en fase de aproximación y exploración.
Más maduro y decidido se presenta el caso del feminismo (vid. Palzewsky 1996).
A mi juicio ‒y a riesgo de meterme en un jardín‒, algunas de sus propuestas acusan un
exceso de categorización dicotómica y cierta falta de elaboración conceptual en
cuestiones técnicas (e. g. ponderación, deliberación). Pero, desde luego, son inestimables
sus servicios críticos. Por un lado, ha ampliado el campo de la argumentación con
referencias nuevas o renovadas al valor del testimonio, a la experiencia personal y las
historias de vida, a los ejemplos, etc. Por otro lado, ha abierto nuevas perspectivas
filosóficas sobre el sentido no ya agresivo o competitivo, sino comprensivo y cooperativo
de la práctica de la argumentación. Son perspectivas que pueden atribuirse incluso
tradiciones históricas propias como la que podría representar la alternativa performativa
de los salones parisinos del s. XVII y su cultura de la conversación (vid. Craveri 2003).
Cambiando de cultura y de siglos, cabe recordar el caso parecido del daoísmo,
aunque tenga otros propósitos, no precisamente vindicativos. La concepción daoísta de la
confrontación la considera una interacción discursiva inconclusa e inconcluyente, abierta.
Trata y practica la argumentación como proceso no adversativo ni competitivo, sino en
busca de esclarecimiento y comprensión o con la intención de dar que pensar. Por lo
demás, también acude a experiencias personales e historias de vida, testimonios,
ejemplos, metáforas y analogías (Combs 2004).
Otros intentos de establecer unas señas de identidad argumentativa discurren por
las vías de las dimensiones tradicionales: en atención a la estructura lógica del argumento,
o por referencia a los procesos de confrontación dialéctica o, en fin, a la luz del propósito
de persuadir al interlocutor o los alocutarios involucrados, reales o virtuales. Pero me
temo que son intentos descaminados porque tienden a privilegiar unas determinadas señas
de identidad antes de atender a las señales concretas de identificación marcadas por los
usos de la argumentación en diversos contextos. Una alternativa viene a ser considerar
las metas o fines de la actividad de argumentar en el marco de una distinción capital entre
fines intrínsecos, inherentes a la actividad de argumentar en cualquier contexto, y fines
extrínsecos, dependientes del contexto (Mohammed 2016). Resultan, en suma, cinco tipos
de fines. Tres intrínsecos: (i) el objetivo constitutivo de la argumentación: su justificación
o racionalidad manifiesta; (ii) la función intrínseca del acto de argumentar consistente en
la persuasión racional; (iii) la función intrínseca de la interacción argumentativa, a saber,
la contrastación crítica de posiciones y puntos de vista. Y dos extrínsecos: (iv) los usos
del acto de argumentar que responden a fines individuales; (v) los propósitos de la
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interacción argumentativa que responden a fines colectivos. Con todo parece latir una
intención definitoria; es sintomático que la recapitulación final no recoja el objetivo
intrínseco (i), quizás al darse por descontado en su calidad de objetivo determinante de la
argumentación (vid. 2016:241). Es una propuesta arriesgada: envuelve la problemática
idea de función 8 y, en particular, de función definitoria (cf. Goodwin 2007, Doury 2012).
Otro aspecto discutible es la indistinción entre actividades y prácticas. Recordando en
este punto la distinción aristotélica entre la producción (póiesis) que se rige por valores y
fines externos a una actividad, y la acción (práxis) cuyo propósito se encuentra en ella
misma. Cabe plantearse si las prácticas argumentativas son productivas o performativas
(Tanesini 2017), o pueden ser las dos cosas en distinta medida según su soporte
conversacional y su contexto de uso.
3. Concepciones presuntamente alternativas como la analítica estática del
argumento-producto vs. la construcción dinámica de la argumentación.
Recogiendo el guante que acabo de lanzar, a una consideración productiva se inclina la
concepción analítica y estática centrada en el argumento-producto, generalmente asociada
a una concepción monológica de la argumentación. Según una idea hoy extendida, los
planteamientos monológicos de la argumentación son derivados o parasitarios dentro del
marco de los dialógicos; un argumento autista ‒“atómico”, en el sentido de Blair 2012‒,
solo alcanza a tener sentido discursivo cabal dentro de un proceso dialógico de
argumentación. Así, la identificación de un argumento debe incluir no solo su
composición estructural (e. g. su núcleo ilativo), sino su contribución al debate o la
conversación en curso y la pretensión de persuadir a un interlocutor o unos alocutarios
reales o potenciales. En suma, los productos, procesos y procedimientos argumentativos
se mueven en un espacio de razones, compromisos y responsabilidades de exposición y
rendición de cuentas por parte de los agentes involucrados.
Mencionaré solo dos casos paradigmáticos. Uno es el de los entimemas, donde el
alocutario contribuye no solo a la comprensión y asunción del argumento, sino a su
construcción cabal y expresa. Recordemos la escena iii del acto 3ª de Otelo. Yago, sin dar
pruebas, vierte insinuaciones sobre la fidelidad de Desdémona y como remate final se
dirige a Otelo: «Sacad entonces la conclusión». A Otelo le corresponde explicitar y
completar el argumento de los celos.
El otro caso paradigmático es una historia árabe recogida en el Libro de las
argucias (II, c. viii). Un sultán tenía un visir envidiado por sus enemigos. Tanta fue la
presión que al fin el sultán ordenó arrojar al visir a su jauría de caza y que los perros lo
destrozaran. El visir rogó un plazo de diez días para arreglar sus asuntos, que le fue
concedido. Entonces acudió al Montero mayor con una bolsa de cien monedas de oro y
le pidió que le permitiera cuidar de los perros del sultán durante los diez días. En ese
tiempo, logró que se familiarizaran con él hasta asegurarse el reconocimiento y la
fidelidad de todos ellos. Vencido el plazo, los enemigos del visir recordaron al sultán su
sentencia. El sultán ordenó atar al visir y echarlo a los perros. Pero éstos se pusieron a dar
vueltas a su alrededor y a jugar con sus ropas. El sultán, asombrado, hizo comparecer al
visir: «Dime la verdad. ¿Qué ha ocurrido para que mis perros te perdonen la vida?». «He
servido a los perros durante diez días −respondió el visir− y el resultado ha sido el que
has visto, señor. Te he servido durante treinta años. El resultado ha sido que me condenes
a muerte, instigado por las insidias de mis enemigos». El sultán enrojeció de vergüenza,
y devolvió al visir su dignidad y su posición anterior. Está clara, aunque la historia no la
refiera, la argumentación reflexiva y práctica, deliberativa, en que el sultán convierte el
8 Es sintomático que Blair (2012) no hable de funciones, sino de usos intrínsecos e incidentales.
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escueto pero contrastado relato de su visir. Es la interpretación del sultán la que identifica
y construye las palabras del visir como un argumento práctico efectivo. Supongamos que
el sultán hubiera respondido: «Es curioso: ¡qué distintos somos los hombres y los
perros!». En este caso, nos habríamos quedado sin argumento práctico y, seguramente, el
visir sin vida.