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Capítulo 12: EL CLIMA EN EL ÚLTIMO MILENIO

1. Tendencias
Es muy probable que en el último milenio, especialmente en Europa, hayan
existido dos períodos con diferencias térmicas apreciables: un Período Cálido
Medieval y una Pequeña Edad de Hielo posterior, a los que ha seguido un
calentamiento reciente. Existen, sin embargo, bastantes incertidumbres sobre la
duración y el alcance espacial de estos períodos.

Fig.Evolución de la temperatura del hemisferio norte en el último milenio, según


una simulación basada en la temperatura del subsuelo (boreholes) (fuente:
González-Rouco, 2003)
El Período Cálido Medieval y la Pequeña Edad de Hielo fueron fluctuaciones
climáticas que han sido más estudiadas en Europa que en el resto del globo. Las
variaciones climáticas seculares del último milenio en el clima de Europa se
relacionan con el comportamiento de las corrientes profundas y superficiales de
todo el Atlántico.

Se constata que también en otras partes de la Tierra el clima durante el último


milenio sufrió variaciones, aunque no siempre coincidentes ni en el tiempo ni en
el espacio. Así, en lagos del este de Africa se han encontrado indicios de que en
el último milenio las condiciones hidrológicas cambiaron frecuentemente,
produciéndose sequías largas y agudas. Parece que las fluctuaciones
hidrológicas fueron allí muy importantes y más significativas que las variaciones
térmicas (Verschuren, 2000).

Se cree también que los monzones en el sur de Asia, según revela el estudio
isotópico de estalactitas, fueron especialmente débiles en la Pequeña Edad de
Hielo y que luego han ido en aumento en los últimos cuatro siglos, (Wang, 2005).
Esto se deduce también del incremento de Globigerina Bulloides en las costas
de Omán, en donde el afloramiento de las aguas profundas y la concentración
de fitoplancton se incrementan gracias a los vientos monzónicos del suroeste
(Anderson, 2002; Gupta , 2003).

2. Período cálido medieval

El clima en Europa en el Período Cálido Medieval (también llamado Optimo


Climático Medieval), entre el año 700 y el 1300, fue por lo general más cálido
que el actual. El apogeo del período debió alcanzarse hacia el año 1100. Fue
una época de clima tan suave que el cultivo de la vid se extendió por el sur de
Inglaterra. El Mediterráneo debió sufrir sequías más agudas y al parecer, más al
este, el nivel del Mar Caspio descendió de nivel. Los glaciares suizos se retiraron
a cotas más altas (Broecker, 2001). Creen los historiadores medievales que
entre el año 1000 y el 1300 la población de Europa se multiplicó por tres o cuatro.
Coincidió probablemente con un clima óptimo que favoreció la actividad agrícola.

Lo más notable históricamente fue la expansión vikinga. Pueblos de origen


escandinavo dejaron sus hogares para aventurarse en tierras lejanas. . Los
vikingos de Suecia cruzaron el Báltico y se establecieron en tierras eslavas,
alrededor de Novgorod; después, desde allí, yendo hacia el sur, llegaron hasta
Constantinopla. Los vikingos de Dinamarca, dirigiéndose al oeste, ocuparon y se
hicieron fuertes en el sur de Gran Bretaña y en Normandía. Desde los años 800
navegaron hacia el sur por la costa de Francia y de la Península Ibérica, dejando
huellas de su presencia en rías como las de Mundaka (Erkoreka, 1995) y
entraron finalmente en el Mediterráneo arrebatando Sicilia a los árabes entre el
1060 y el 1091.

3. Pequeña Edad de Hielo

Hacia el año 1350 el clima de Europa se deterioró y se entró en la llamada


Pequeña Edad de Hielo, de la cual no se salió hasta la segunda mitad del siglo
XIX.

Durante este período de cinco siglos las bajas temperaturas no fueron


constantes. Parece que hubo en especial dos pulsiones de frío separadas en el
tiempo, una al pricipio, en el nefasto siglo XIV, y otra al final del período, en la
primera mitad del siglo XIX. Los datos que lo avalan se basan, por ejemplo, en
el estudio de alta resolución temporal en los hielos de Groenlandia y en los
espesos sedimentos de foraminíferos que se pueden encontrar en las Bermudas
y en las costas de Mauritania (deMenocal, 2000).

Durante la Pequeña Edad de Hielo desaparecieron los viñedos de Inglaterra, que


se habían cultivado desde el anterior Período Cálido Medieval, y el cultivo de
cereal en Islandia. La congelación invernal de los ríos de todo el norte de Europa
era frecuente. Recogen los grabados de la época escenas en las que incluso en
Londres llegaron a organizarse ferias y mercados sobre las aguas heladas del
Támesis. Más al sur, en los períodos más crudos, se produjeron espectaculares
avances de los glaciares de los Alpes, que periódicamente amenazaban con
cubrir los valles habitados de esa región. También en Escandinavia se producían
avances que ocupaban zonas anteriormente cultivadas. Así por ejemplo un
documento indica que el glaciar Nigardsbreen avanzó 3 km entre 1710 y 1743 y
destruyó una granja llamada Nigard. Hay constancia de que una petición de
compensación económica fue enviada al rey Federico V de Dinamarca.

Para algunos estudiosos del clima histórico, como el alemán Pfister, que ha
recopilado cientos de documentos relativos a esta época, el enfriamiento de la
Pequeña Edad de Hielo sólo afectaba a los inviernos pero no a los veranos.
Estudios multidisciplinares muestran que en las últimas décadas del siglo XVI
ocurrieron agudos fríos invernales que afectaron a la vida social europea (Pfister,
1999).

Un historiador francés (Le Roy Ladurie, 1967) recopiló datos sobre las fechas de
vendimia, dependientes de las temperaturas estivales (a más frío, vendimia más
tardía). El trabajo de Le Roy Ladurie se basaba en más de 100 series locales de
pueblos de Francia con datos anuales sobre las vendimias. Comparando estas
series con el del período solapado en el que existían ya datos instrumentales de
temperatura en París (1797-1879), halló una correlación muy alta entre las
fechas de las vendimias y el de las temperaturas medias de Abril-Septiembre.

El trabajo señala que los siglos de la Pequeña Edad de Hielo no fueron


uniformemente fríos, sino que simplemente fueron entonces más frecuentes los
episodios de clima severo, intercalados dentro de otros intervalos largos de clima
semejante al actual. Otro estudio más reciente, basado en el mismo método y
que tiene como ámbito de estudio la región vinícola de la Borgoña, indica como
dato más llamativo que desde 1370 ha habido diversos veranos cálidos
semejantes a los alcanzados en los últimos años en aquella región, aunque
nunca como el calculado para el 2003 (+5,86ºC). El anterior más cálido debió
ocurrir en 1523 (+4,10ºC). En el estudio se señala un largo enfriamiento ocurrido
desde el año 1680 que duró hasta prácticamente 1970 (Chuine, 2004).

4. Manchas y ciclos solares

Los cambios climáticos del Ultimo Milenio parece que han estado muy
relacionados con la variabilidad de la luminosidad solar. Desde 1610 se han
venido realizando en Europa observaciones telescópicas y recuentos de la
aparición y desaparición de manchas solares. Otras fuentes de información
permiten remontarse más allá en el tiempo, especialmente los textos históricos
de China, y establecer períodos más remotos de máxima y mínima actividad
solar. El astrónomo John A. Eddy fue el primero que recopiló todas las
informaciones existente sobre manchas solares.

Las manchas solares, que se pueden ver fácilmente con cualquier telescopio o,
incluso, a simple vista con métodos más rudimentarios, son zonas oscuras y
relativamente más frías de la fotosfera solar. La fotosfera es la superficie visible
del Sol. Su temperatura media es de 5.800 ºK. Las manchas solares se
encuentran a temperaturas varios cientos de grados más frías que el conjunto
de su superficie. Esa zonas, al ser oscuras, emiten menos energía de la normal,
pero las áreas que las rodean, las fáculas solares, aparecen, por el contrario,
más brillantes. De esta forma, resulta que, en su conjunto, el Sol emite más
energía cuantas más manchas solares haya en un momento determinado.

Algunas manchas solares alcanzan gran tamaño y duran varios meses. Otras no
pasan de algunos centenares de kilómetros y desaparecen a los pocos días. Las
manchas corresponden a zonas en que fuertes campos magnéticos retienen
temporalmente el calor que fluye del interior del Sol hacia la fotosfera. Las
primeras manchas de un nuevo ciclo aparecen junto a los polos. En los años
siguientes surgen otras, cada vez más cercanas al ecuador solar, hasta
completar el denominado “máximo solar”. Desde mediados del siglo XIX se sabe
que el número anual varía aproximadamente en ciclos de 11 años.

Existe una clara relación entre el número variable de manchas solares y la


intensidad del flujo de radiación solar que incide verticalmente en un plano
circular de intercepción (de radio igual al terrestre) situado teóricamente en el
tope superior de la atmósfera. Se le denomina “insolación solar total”, o
“constante solar”. En la actualidad este flujo, cercano a los 1.370 W/m2 oscila
aproximadamente en 1,2 W/m2 entre el máximo y el mínimo del ciclo (Lean,
2000; Lean, 2001; Wilson, 2003). Eso supone una oscilación media global de
unos 0,3 W/m2 en la insolación media recibida en el tope de la atmósfera, ya
que la “insolación solar total” se reparte por una superficie esférica, cuya área es
cuatro veces el área del círculo de intercepción.

Aparte de estas variaciones cíclicas de 11 años, la radiación solar incidente en


la Tierra ha ido cambiando a lo largo de los últimos siglos en ciclos de más larga
duración causados por cambios internos en el Sol. Parece, por ejemplo, que
existen los ciclos de Gleissberg, de 87 años de duración, uno de cuyos mínimos
se alcanzará hacia el año 2030, lo que podría suponer una nueva pequeña era
glacial según algunos estudiosos de los ciclos solares como Theodore
Landscheit y DeVries-Suess.

La evolución del número de manchas solares y de la actividad solar deducida de


la concentración del carbono-14 en la madera de los anillos de árboles y del
berilio-10 en los sondeos de los hielos, indican que han existido diversos
períodos excepcionales de debilidad solar durante el último milenio. Son los
períodos de Wolf (hacia el año 1300), Spoerer (hacia el año 1500), Maunder
(entre 1645 y 1715) y Dalton (1800-1830).

Probablemente fueron precedidos por un período de máxima actividad solar, el


Máximo Solar Medieval (entre el 1100 y el 1250) (Jirikowic, 1994), semejante
para algunos autores a un Máximo Solar Contemporáneo, que estaríamos
atravesando actualmente y que sería causado porque la actividad magnética de
la corona solar, impulsada por movimientos del interior del Sol, ha experimentado
una tendencia al alza en el transcurso del siglo XX (Lockwood, 1999). Basándose
en modelos, algunos autores creen que la actividad solar de los últimos 70 años
ha sido la máxima habida en los últimos 8.000 años (Solanki, 2004).

Fig. Manchas solares desde 1600

Mínimo de Maunder

De los períodos citados, el más anómalo y mejor conocido es el ocurrido entre


1645 y 1715 llamado Mínimo de Maunder (de su codescubridor, Walter Maunder,
1894). Durante su transcurso las manchas casi desaparecieron por completo. En
aquellos años se dieron, por lo menos en Europa, inviernos muy crudos, como
el de 1694-1695, durante el cual, según tres diferentes escritores de diarios
particulares, el Támesis permaneció helado durante varias semanas (Kington,
1995). Picard, del Observatorio de París, escribía un día de 1671 que le hacía
feliz haber descubierto una mancha ya que llevaba diez años auscultando el Sol
cuidadosamente sin haber visto ninguna.

Se ha calculado que la “constante solar” durante el Mínimo de Maunder era unos


3,5 W/m2 menor que la actual, es decir, un 0,24 % más baja. En el estudio de
estrellas semejantes al Sol se han observado variaciones de luminosidad aún
mayores, de hasta el 0,4 % (Baliunas, 1990). Se calcula que el enfriamiento
global provocado por esta disminución de insolación, sería en la superficie
terrestre de entre 0,2 y 0,6 ºC (Lean, 1995). Pero en algunas regiones como el
norte de América y el norte de Europa el enfriamiento parece que fue mayor:
entre 1ºC y 2ºC.

Las variaciones de radiación son cuantitativamente demasiado pequeñas para


explicar por sí solas los cambios térmicos ocurridos desde el año 1645. Ahora
bien, el mayor frío invernal, que afectó sobre todo al norte de Europa y Asia,
pudo amplificarse por una circulación zonal de vientos del oeste menos intensa
en el hemisferio norte y un jet polar más lento y divagante. Como consecuencia
aumentaría la frecuencia de los anticiclones de bloqueo en el Atlántico Norte y
unos vientos del oeste menos zonales, por lo que la influencia dulcificadora del
Atlántico penetraría de forma menos clara en
el continente (Ruzmaikin, 2004; Shindell, 2001; Wuebbles, 1998; Labitzke,
1990).

Por otra parte, las variaciones del flujo energético solar repercuten más en la
parte del espectro radiativo correspondiente a las radiaciones ultravioletas,
creadoras de ozono. La disminución de ozono durante el Mínimo de Maunder,
debido a la baja intensidad de las radiaciones ultravioletas, sería lo
suficientemente importante como para enfriar la baja estratosfera y modificar
directamente la circulación estratosférica e, indirectamente, la circulación
troposférica (Lean, 1995). Otros investigadores, sin embargo, creen que el
modelo de evolución de la radiación solar de Lean es demasiado especulativo y
no ven que haya correlación entre los cambios en la energía ultravioleta incidente
y la temperatura media global (Foukal, 2004).

5. Erupciones volcánicas

En el transcurso del Holoceno las erupciones volcánicas parecen haber


ocasionado a escala global enfriamientos más bien modestos y de corta
duración. Progresivamente se van descubriendo y datando nuevas erupciones,
hasta ahora desconocidas, y se avanza en un mejor conocimiento de sus
características.

Aparte de los documentos históricos y de los métodos geológicos estratigráficos


utilizados, también se usan como fuente de información los testigos de hielo (ice
cores) de Groenlandia y de la Antártida. La acidez anómala encontrada en
algunos niveles de los sondeos en el hielo, determinada por variaciones en la
conductividad eléctrica, permiten datar las deposiciones de aerosoles sulfatados
volcánicos, indicativas de grandes erupciones.

Tan importante como la intensidad de las erupciones y la altura alcanzada por


las eyecciones, es su localización geográfica. Si se producen en las latitudes
tropicales, los aerosoles sulfatados, en el caso de alcanzar la estratosfera, se
reparten por todo el globo, llevados por los flujos generales de vientos que
circulan a esa altura desde la zona tropical hacia los polos. Si por el contrario se
producen en latitudes altas, difícilmente pueden tener una repercusión global, ya
que las eyecciones se sedimentan sin llegar a las zonas tropicales.

En el último milenio una erupción muy importante fue la del volcán Huaynaputina,
en Perú, ocurrida en los meses de Febrero y Marzo del año 1600 de nuestra era.
Se depositaron espesos sedimentos de cenizas volcánicas (tefras). Las
narraciones históricas indican que la lluvia de ceniza alcanzó a lugares que se
encuentran a más de mil kilómetros del cráter. La inyección estratosférica debió
ser muy grande, de unos 70 millones de toneladas de SO2. Es significativo que
el valor mínimo de las series de densidad de la madera de los anillos de los
árboles de los bosques boreales recae en aquel año (Briffa, 1998). Se calcula un
enfriamiento de unos 0,8ºC en el hemisferio norte durante el verano que siguió
a la erupción (de Silva, 1998).

La erupción del Laki, en 1783, en Islandia, causó la muerte de 10.000


islandeses, uno de cada cinco. En gran parte, por envenenaminto de los gases.
Climáticamente afectó especialmente al Artico. Los anillos de los árboles
estudiados en Nome, en la costa de Alaska, señalan aquel verano como uno de
los más fríos del milenio en aquella región (D’Arrigo, 2004; Stone, 2004). Otra
erupción muy importante fue la del Tambora, en la isla de Sumbawa, al este de
Java, que ocurrió en Abril de 1815 y costó la vida a miles de personas. Inyectó
unos 200 millones de toneladas de SO2 en la estratosfera. En la escala VEI
(Volcanity Explosivity Index), que mide la magnitud de las explosiones, tuvo un
valor 7. La erupción del Tambora produjo un enfriamiento significativo,
especialmente en el este de Norteamérica y en Europa Occidental. La bajada
térmica fue registrada por las mediciones instrumentales y los documentos
históricos. La larga serie de temperaturas del observatorio de DeBilt, en Holanda,
nos muestra que el año siguiente, 1816, fue 0,5 ºC más frío que el promedio de
los cinco anteriores. La erupción dejó su marca en el hielo de Groenlandia y de
la Antártida, en cuyo sondeo aparece una fuerte concentración de azufre en el
estrato de nieve depositada aquel año. También las series de la densidad de la
madera de anillos de árboles señalan al verano de 1816 como el segundo más
frío de los últimos 600 años. Sin embargo, el efecto climático de la erupción no
duró mucho, pues los siguientes años, 1817 y 1818, fueron ya más cálidos que
los previos al suceso.

Unas décadas más tarde, en 1883, tuvo lugar otra de las erupciones más
trágicas por el número de pérdidas de vidas humanas: la del volcán Krakatoa, al
oeste de Java. Los tsunamis que se produjeron causaron 36.000 muertos. Sin
embargo, sus efectos climáticos no fueron muy importantes. Se calcula que
produjo un enfriamiento temporal de unos 0,3ºC en el verano del hemisferio
norte.

Ya en el siglo XX, que analizaremos con más detalle en el siguiente capítulo, la


erupción más voluminosa fué la del Katmai, en Alaska, en el año 1912. Eyectó
unos 15 km de magma, con columnas de cenizas y gases que alcanzaron los 20
o 30 kilómetros de altura. Sin embargo, sólo afectó climáticamente a las latitudes
medias y altas del hemisferio norte. Según el meteorólogo ruso Budyko, causó
entre Junio y Agosto de 1912 una disminución en la radiación solar directa de un
20 % en Europa y en Norteamérica y un enfriamiento de unos 0,5 ºC (Sigurdsson,
1990). En fecha muy reciente, una de las erupciones más importantes del milenio
ocurrió el 15 de Junio de 1991 en el Monte Pinatubo, en Filipinas.

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