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R.

Descartes
"La psicología fisiológica"
“... De la descripción de los cuerpos inanimados y de las plantas pasé a la de los animales y
particularmente a la de los hombres. Pero como todavía no tenía suficientes conocimientos como para hablar
de ellas en el mismo estilo que utilicé en el resto, es decir, demostrando los efectos por las causas y haciendo
ver de qué semillas y de qué manera debe producirlos la naturaleza, me contenté con suponer que Dios formó
el cuerpo [del hombre] enteramente igual a uno de los nuestros, tanto en la figura exterior de sus miembros
como en la conformación interior de sus órganos, sin componerlo de otra materia que de la que yo había
descrito [para los cuerpos inanimados y las plantas] y sin poner en él, al principio, ninguna alma razonable ni
ninguna otra cosa que le sirviera de alma vegetativa o sensitiva, sino que excitó en su corazón uno de esos
fuegos sin luz, que ya había explicado yo y que concebía como poseyendo la misma naturaleza que el que
calienta el heno cuando se lo ha encerrado antes de estar seco o el que hace fermentar los vinos nuevos
cuando se dejan en la cuba con hollejo y pepitas. Pues examinando las funciones que podían estar en este
cuerpo como consecuencia de esto, encontraba que eran exactamente las mismas que podían estar en nosotros
sin que pensáramos en ellas, ni por consiguiente que nuestra alma, es decir, esta parte distinta del cuerpo de la
que se ha dicho anteriormente que su naturaleza sólo consiste en pensar, contribuya a ello, y que son todas las
mismas, en lo cual se puede decir que se nos parecen los animales [seres] desprovistos de razón: sin que
pueda por esto encontrar ninguna de las que siendo dependientes del pensamiento son las únicas que nos
pertenecen en cuanto hombres, mientras que a todas esas las encontraba después, suponiendo que Dios creó
un alma razonable y la unió a este cuerpo de cierta manera que yo describía” (p. 170-171).

“Por lo demás, ... les quiero advertir que este movimiento [el del corazón y de las arterias], que
acabo de explicar, se sigue tan necesariamente de la sola disposición de los órganos que están a la vista en el
corazón y del calor que se puede sentir en él con los dedos y de la naturaleza de la sangre que se puede
conocer por la experiencia, como el movimiento de un reloj se sigue de la fuerza, de la situación y de la figura
de sus contrapesos y de sus ruedas” (p. 174).

“Y por último lo más notable en todo esto es la generación de los espíritus animales, que son como
un aire muy sutil o más bien como una llama muy pura y muy viva que ascendiendo continuamente y con
gran abundancia desde el corazón al cerebro va de allí por los nervios a los músculos y da movimiento a todos
los miembros; sin que haya que imaginar otra causa que haga que las partes de la sangre que, siendo las más
agitadas y penetrantes, son las más apropiadas para componer esos espíritus, van hacia el cerebro más bien
que a otra parte, sino que las arterias que las llevan son las que salen del corazón en línea más recta, y, según
las reglas de la mecánica, que son las mismas que las de la naturaleza, cuando muchas cosas tienden a
moverse juntas hacia un mismo lado donde no hay lugar suficiente para todas, como las partes de la sangre
que salen de la concavidad izquierda del corazón tienden hacia el cerebro, las más débiles y menos agitadas
deben ser desplazadas por las más fuertes y, por tanto, ser las únicas que llegan” (p. 178).

“... Y después había mostrado cuál debe ser la estructura de los nervios y de los músculos del
cuerpo humano, para hacer que los espíritus animales, estando dentro, tengan fuerza para mover los
miembros: ... [para hacer ver] qué cambio deben verificarse en el cerebro, para producir la vigilia y el
sueño y los ensueños; cómo la luz, los sonidos, los olores, los gustos, el calor y todas las demás
cualidades de los objetos exteriores pueden imprimir en él diversas ideas por medio de los sentidos; ...
[para hacer ver] lo que debe entenderse por sentido común, donde se reciben estas ideas, por la memoria,
que las conserva, y por la fantasía que las puede cambiar diversamente y componer con ellas nuevas, y
por este mismo medio, al distribuir los espíritus animales por los músculos, hacer mover los miembros de
este cuerpo de maneras tan diversas y tan a propósito de los objetos que se presentan a los sentidos y de
las pasiones que están en él, como se puedan mover los nuestros sin que la voluntad los conduzca. Lo que
no parecerá de ningún modo extraño a los que sabiendo cuántos diversos autómatas o máquinas
semivientes puede construir el ingenio humano sin emplear más que poquísimas piezas en comparación
con la gran multitud de huesos, músculos, nervios, arterias, venas y de todas las demás partes que hay en
el cuerpo de cada animal, considerarán a este cuerpo como una máquina que, habiendo sido hecha por la
mano del Dios, está incomparablemente mejor ordenada y tiene en sí movimientos más admirables que
ninguna de las que pueden ser inventadas por los hombre” (p. 178-179).
"Y aquí me detuve especialmente para hacer ver que si hubiera máquinas tales que tuvieran los
órganos y la figura de un mono o de algún otro animal, sin razón, no tendríamos ningún medio de
reconocer que no sería totalmente de igual naturaleza que esos animales; mientras que si hubiera algunas
que tuviesen semejanza con nuestro cuerpo e imitasen nuestras acciones tanto como fuera moralmente
posible, siempre tendríamos dos medios muy ciertos para reconocer que no por eso serían verdaderos
hombres. El primero de los cuales es que jamás podrían usar palabras, ni otros signos, componiéndolos,
como hacemos nosotros, para declarar a los demás nuestros pensamientos. Pues si bien se puede concebir
que una máquina esté hecha de tal modo que profiera palabras e incluso profiera algunas a propósito de
acciones corporales que causaron algún cambio en sus órganos: como, si se le toca en algún lugar, que
pregunte lo que se le quiere decir; si en otro, que grite porque se le hace daño, y cosas parecidas; pero no
que las ordene de diversa manera para responder al sentido de todo lo que se diga, en su presencia, como
pueden hacer hasta los hombres más estúpidos. Y segundo, es que aunque hagan muchas cosas tan bien o
acaso mejor que alguno de nosotros, fallarán infaliblemente en algunas otras, por las cuales se descubriría
que no obran por conocimiento, sino por la disposición de sus órganos. Pues mientras la razón es un
instrumento universal que puede servir en toda clase de acciones, estos órganos necesitan alguna
disposición particular para cada acción particular; de donde procede que es moralmente imposible que
haya algunas suficientemente diversas en una máquina para hacerla actuar en todas las contingencias de la
vida de la misma manera que nos hace actuar nuestra razón" (p. 179-180).
DESCARTES, R. (1637), Discourse de la Methóde. Paris. Vers. cast.: En Descartes. Obras
escogidas. Buenos Aires, Editorial Charcas, (pp. 170-180).

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