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Escena l
Sala del castillo.
OFELIA.- Señor, estaba cosiendo en mi habitación cuando entró el príncipe Hamlet, tan pálido como su
blanca camisa. Entró, se detuvo delante de mí, y durante un largo rato me miró con ojos tristísimos.
OFELIA.- Me sujetó de la muñeca y examinó mi cara con tanta atención como si fuera a dibujarla.
Permaneció así mucho tiempo, hasta que exhalo un lastimero suspiro que parecía que le causaría la
muerte. Hecho eso me soltó, y se dirigió a la puerta portando el mismo semblante macabro.
POLONIO.- Ven conmigo, quiero ver al Rey. Mucho siento este accidente. Pero, dime, ¿le has tratado
con dureza en estos últimos días?
Vamos, vamos a ver al Rey. Conviene que lo sepa. Si le callo este amor, sería más grande el sentimiento
que pudiera causarle teniéndole oculto, que el disgusto que recibirá al saberlo.
(Salen)
Escena ll
Una antecámara en el castillo.
REY.- Bienvenido, Guillermo, y tú también querido Ricardo. Algo habéis oído ya de la transformación de
Hamlet. No llego a imaginar que otra causa haya podido privarle así de la razón, si ya no es la muerte de
su padre. Les ruego que se detengáis en mi corte algunos días y ved cuál sea la ignorada aflicción que
así le consume.
RICARDO.- Vuestras Majestades tienen soberana autoridad en nosotros, y en vez de rogar deben
mandarnos.
REINA.- Os quedo muy agradecida, señores, y os pido que veáis cuanto antes a mi doliente hijo.
GUILLERMO.- Haga el Cielo que nuestra compañía y trato puedan serle agradables y útiles.
REINA.- Amén.
(Entra Polonio)
POLONIO.- Señor, los Embajadores enviados a Noruega han vuelto ya en extremo contentos.
REY.- Siempre has sido tú padre de buenas nuevas.
POLONIO.- Y os puedo asegurar, venerado señor, que mis acciones y mi corazón no tienen otro objeto
que el servicio de Dios, y el de mi Rey; y si este talento mío no ha perdido enteramente aquel seguro
olfato con que supo siempre rastrear asuntos políticos, pienso haber descubierto ya la verdadera causa
de la locura del Príncipe.
POLONIO.- Será bien que deis primero audiencia a los Embajadores; mi informe servirá de postre a este
gran festín.
REY.- Bienvenido, amigo mío. ¿Qué respondió nuestro hermano, el Rey de Noruega?
VOLTIMAND.- Mandó suspender los armamentos que hacía su sobrino, fingiendo ser
preparativos contra el polaco. Profundamente indignado, mando órdenes a Fortimbrás, el cual
obedeció prontamente, le ha jurado por último que nunca más tomará las armas contra Vuestra
Majestad. Él os ruega, que concedáis paso libre por vuestros estados al ejército prevenido para tal
empresa, bajo las condiciones de recíproca seguridad expresadas aquí.
REY.- Está bien, leeré en tiempo más oportuno sus proposiciones. Entretanto te brindo mis
gracias por el fructífero desempeño en tu encargo. Puedes retirarte.
(Salen Voltimand y Cornelio)
POLONIO.- Este asunto se ha concluido muy bien. Así, pues, como quiera que la brevedad es el
alma del talento, y que nada hay más enfadoso que los rodeos y perífrasis... Seré muy breve.
Vuestro noble hijo está loco. Lo que hay que averiguar ahora es la verdadera causa de esto. Eso es
lo que resta, y el resto es lo que sigue. Yo tengo una hija, me ha entregado esta carta. Escuchen
vuestras majestades y saquen las consecuencias que sean de rigor. «Al celestial ídolo de mi alma,
mi agraciadísima Ofelia… » Este es un término horroroso, endiablado. ¿A quién se le ocurre decir
«agraciadísima»? Pero hay más. Luego oiréis alusiones a su «excelente albo seno» y a sus… otras
cosas.
(Sale Polonio)
RICARDO.- ¡Muy bien declamado, a fe mía! Con buen acento y bella expresión.
CÓMICO 1.º.-
Al momento
le ve lidiando, ¡resistencia breve!
contra los Griegos; su temida espada
rebelde al brazo ya, le pesa inútil.
HAMLET.- Esta bien. Pronto te hare declamar el resto. (A Guillermo) Señor mío, es menester
hacer que estos cómicos se establezcan, ¿lo entiendes? Y agasajarlos bien.
GUILLERMO.- Venid, señores.
ACTO III:
Escena l.
Una sala en el castillo.
REY.- ¿Y no pudisteis con alguna excusa arrancarle el motivo de ese trastorno que tan cruelmente le
turba?
RICARDO.- Ocurrió, Majestad, que, por azar, de camino encontramos a algunos comediantes y pareció
alegrarse al enterarse de ello.
Aquí están en la Corte y, según creo, ya recibieron órdenes de actuar para él esta noche.
POLONIO.- Así es, y me encargó que a vuestras Majestades invitase a oír y ver la obra.
REY.- Con mucho gusto; me complace en extremo saber que esto le atrae.
REY.- Dulce Gertrudis, déjanos ahora, pues en secreto hemos llamado a Hamlet para que, como por
casualidad, se enfrente con Ofelia. De tal manera podremos libremente deducir de su comportamiento si
es o no mal de amores lo que sufre.
REINA.- Te obedezco. Y Ofelia, en cuanto a ti, deseo que tu belleza fuese el feliz motivo del extravío de
Hamlet; así podré esperar que tus virtudes lo encaminen de nuevo por su senda normal.
(Sale la reina)
POLONIO.- Ven, Ofelia, paséate por aquí. Lee este libro, para que esta devota ocupación tu soledad
disfrace.
(Al Rey) Lo oigo venir; retirémonos ya.
HAMLET.- Ser o no ser: ése es el dilema: si es más noble a la luz de la razón padecer las pedradas y
flechazos de la afrentosa suerte, o empuñar las armas contra un mar de aflicciones y terminar con ellas
combatiéndolas.
Y pensar que al dormir le damos fin a las congojas y las mil desdichas naturales herencia de la carne.
Final es ese digno de anhelarse con devoción. Morir: dormir. ¿Dormir? Quizás soñar.
Mas ¡ay! he allí el obstáculo; porque en el sueño de la muerte ¿cuáles visiones pueden asaltarnos, luego
de habernos despojado de este mortal ropaje?, es algo que nos hace vacilar. Pero, ¡callad ahora!
¡La hermosa Ofelia! Ninfa, en tus plegarias recuérdate de todos mis pecados.
OFELIA.- Bondadoso milord ¿cómo se encuentra vuestra Alteza después de tantos días?
OFELIA.- Milord, guardo regalos vuestros que hace ya tiempo deseaba devolveros.
Perdido su perfume, recibidlos, que para el alma noble desmerece el más rico presente si quien lo dio se
muestra indiferente.
OFELIA.- ¡Milord!
HAMLET.- Que, si eres honrada y hermosa, tu honradez no debería admitir maridaje con tu hermosura.
OFELIA.- ¿Podría la hermosura, milord, tener mejor relación que con la honradez?
HAMLET.- Sí, por cierto, porque el poder de la belleza hará de la honradez una alcahueta. Alguna vez te
amé.
HAMLET.- Pues no debiste creerme, porque, aunque la virtud se injerte en nuestro viejo tronco, no hará
desaparecer el sabor de sus frutos. Yo no te amé.
HAMLET.- Vete a un convento. ¿Por qué habrías de procrear pecadores? Yo mismo soy tolerablemente
virtuoso y, sin embargo, podría acusarme cosas tales que más le valdría a mi madre no haberme
concebido: soy muy orgulloso, vengativo, ambicioso, con más tentaciones a mi alcance que
pensamientos para concebirlas, imaginación para darles forma o tiempo para ejecutarlas. ¡Ándate
derecho a un convento!
HAMLET.- He oído también que os pintáis. Dios os da un rostro y vosotras os hacéis otro. Os contoneáis,
habláis sibilantes y trotáis a saltitos. Hacéis de las criaturas de Dios una parodia. ¡Vete! Ya no aguanto
todo esto; ya me desquició. (Sale)
OFELIA.- ¡Oh, noble inteligencia así perdida!
Al que observaban todas las miradas, ¡postrado, así perdido! ¡Oh, triste de mí, ver lo que veo después
que vi lo que yo vi!
REY.- ¿Amor?; no. La enfermedad de Hamlet no va por ese lado, algo anida en su alma, y temo que muy
pronto surja un grave peligro. En previsión he decidido que sin demora salga a Inglaterra, que reclame
ahí tributos atrasados… Tú ¿qué piensas?
POLONIO.- Que le haría bien; y sin embargo insisto en que la causa de todo lo genera un amor
desairado. ¿Te sientes bien, Ofelia?
Y vos, milord, obrad como gustéis, mas, si creéis oportuno, permitid que después de la comedia hable
con él su madre, a solas, lo inste a descubrir sus penas.
REY.- Lo haré así, la locura de quien aguarda un trono no puede quedar sin vigilancia.
(Salen)
Escena ll.
Una sala en el castillo.
HAMLET.- No creas que pretendo adularte. Desde que mi alma se halló capaz de conocer a los hombres
y pudo elegirlos; tú fuiste el escogido y marcado para ella, porque siempre, o desgraciado o feliz, has
recibido con igual semblante los premios y los reveses de la fortuna.
Esta noche se representa un drama delante del Rey, una de sus escenas contiene circunstancias muy
parecidas a las de la muerte de mi padre, de las que ya te hablé. Te encargo que cuando este paso se
represente, observes a mi tío con la más viva atención del alma. Examínale cuidadosamente, yo también
fijaré mi vista en su rostro, y después uniremos nuestras observaciones para juzgar lo que su exterior
nos anuncie.
HORACIO.- Está bien, señor, y si durante el espectáculo logra hurtar a nuestra indagación el menor
arcano, yo pago el hurto.
(Floreo de trompetas. Entran, con una marcha danesa, el rey, la reina, Polonio, Ofelia, Ricardo,
Guillermo y guardias con antorchas)
HAMLET.- No, señora, aquí hay un imán de más atracción para mí.
OFELIA.- Sí señor.
PRÓLOGO.- Humildemente os pedimos que escuchéis esta Tragedia, disimulando las faltas que haya en
nosotros y en ella.
(sale)
(Pequeño drama) (Llega la escena en donde Luciano vierte el veneno en el oído del rey)
HAMLET.- ¡Oh! Mi buen Horacio; cuanto aquel espíritu dijo es demasiado cierto. ¿Lo has visto ahora?
HAMLET.- ¡Ah! Quisiera algo de música: traedme unas flautas... Si el Rey no gusta de la comedia, será
sin duda porque... Porque no le gusta. Vaya un poco de música.
HAMLET.- Pero, ¿no sería más acertado írselo a contar al médico? ¿No veis que, si yo me meto en
hacerle purgar ese humor bilioso, puede ser que le aumente?
RICARDO.- Pero, ¿cuál puede ser el motivo de vuestra indisposición? Eso, por cierto, es cerrar vos
mismo las puertas a vuestra libertad, no queriendo comunicar con vuestros amigos los pesares que
sentís.
RICARDO.- ¿Cómo es posible? ¿Cuándo tenéis el voto del Rey mismo para sucederte en el trono de
Dinamarca?
HAMLET.- Sí, pero… (Entran los actores con las flautas) ¡Ah! Ya están aquí las flautas.
(Toma una) (A Guillermo) Hablando en confianza contigo, Parece que me quieres hacer caer en alguna
trampa, según me cercas por todos lados.
GUILLERMO.- Ya veo, señor, que si el deseo de cumplir con mi obligación me da osadía; acaso el amor
que os tengo me hace grosero también e importuno.
HAMLET.- Te lo ruego.
HAMLET.- Más fácil es que tenderse a la larga. Mira, pon el pulgar y los demás dedos según convenga
sobre estos agujeros, sopla con la boca y verás que lindo sonido resulta.
GUILLERMO.- Bien, pero no se hacer uso de ellos para que produzcan armonía.
HAMLET.- Pues, mira tú, en que opinión tan baja me tienes. Tú me quieres tocar, presumes conocer mis
registros, pretendes extraer lo más íntimo de mis secretos, quieres hacer que suene desde el más al más
agudo de mis tonos y ve aquí este pequeño instrumento, capaz de excelentes voces y de armonía, que
tú no puedes hacer sonar. ¿Y juzgas que se me tañe a mí con más facilidad que a una flauta?
(Entra Polonio)
(Salen todos)
Este es el espacio de la noche, apto a los maleficios. Esta es la hora en que los cementerios se abren y
el infierno respira contagios al mundo.
Pero, vamos a ver a mi madre... ¡Oh! ¡Corazón! No desconozcas la naturaleza, ni permitas que en este
firme pecho se albergue la fiereza de Nerón. Déjame ser cruel, pero no inhumano. El puñal que ha de
herirla está en mis palabras, no en mi mano. (Sale)
Escena lll.
Un sala del castillo.
REY.- No debemos dar rienda suelta a su locura. Preveníos, pues, y haré que inmediatamente se os
despache para que él os acompañe a Inglaterra. El interés de mi corona no permite ya exponerme a un
riesgo tan inmediato. Apresuraos.
GUILLERMO.- Al momento dispondremos nuestra marcha. El más santo y religioso temor es aquel que
procura la existencia de tantos individuos, cuya vida pende de vuestra Majestad.
RICARDO.- Si es obligación en un particular defender su vida de toda ofensa, por medio de la fuerza y el
arte, ¿cuánto más lo será conservar aquella en quien estriba la felicidad pública? Nunca el Soberano
exhala un suspiro sin excitar en su nación general lamento.
POLONIO.- Señor, ya se ha encaminado al cuarto de su madre, voy a ocultarme detrás de los tapices
para ver el suceso. Es seguro que ella le reprenderá fuertemente.
Adiós mi soberano, yo volveré a veros antes que os acostéis para deciros lo que haya pasado.
(Sale Polonio)
¡Que atroz es mi delito!; sobre el peso la más antigua de las maldiciones... Pero, aunque esta mano se
haya encarecido con la sangre fraterna, no habrá en el cielo lluvia suficiente para limpiar su mancha.
Sigo aun en posesión de todo aquello por lo que mate: mi ambición, mi corona, mi esposa... ¿Es que se
puede conseguir perdón reteniendo los frutos del delito?... ¿Qué forma de oración podrá valerme?...
Probemos lo que puede el arrepentimiento. Rígidas rodillas, ¡doblegaos! (Se arrodilla), y tu corazón
duro, ablanda tus aceros…
(Entra Hamlet)
HAMLET.- Esta es la ocasión propicia. Ahora está rezando, ahora le mato... Y así se irá al cielo... ¿y es
esta mi venganza? No, reflexionemos. Un malvado asesina a mi padre, y yo, su hijo único, aseguro al
malhechor la gloria. ¿No es esto, en vez de castigo, premio y recompensa? Él sorprendió a mi padre,
acabados los desórdenes del banquete, cubierto de más culpas que el mayo tiene flores... ¿quién sabe,
sino Dios, la estrecha cuenta que hubo de dar? No, espada mía, vuelve a tu lugar y espera ocasión de
ejecutar más tremendo golpe. Cuando cometa acciones contrarias a su salvación; hiérele entonces,
caiga precipitado al profundo y su alma quede negra y maldita, como el infierno que ha de recibirle.
Mi madre está esperándome. Tus rezos sólo prolongarán tus moribundos días. (Sale)
REY.- Mis palabras suben al cielo, mis afectos quedan en la tierra. Palabras sin afectos, nunca llegan a
los oídos de Dios. (Sale)
Escena lV.
Sala del castillo.
Yo, entretanto, escondido aquí, guardaré silencio. Habladle con libertad, yo os lo suplico.
REINA.- Ven, ven aquí; tú me respondes con lengua demasiado libre. ¿Te olvidas de quién soy?
HAMLET.- No, por la cruz bendita, que no me olvido. Sois la Reina, casada con el hermano de vuestro
primer esposo y... Ojalá no fuera así... ¡Eh! Sois mi madre.
REINA.- Bien está. Yo te pondré delante de quien te haga hablar con más acuerdo.
HAMLET.- Venid, sentaos y no saldréis de aquí, no os moveréis; sin que os ponga un espejo delante en
que veáis lo más oculto de vuestra conciencia.
HAMLET.- ¿Qué es esto?... ¿Un ratón? Murió... Un ducado a que ya está muerto. (Mata a Polonio a
través del tapiz)
HAMLET.- Es verdad, madre mía, acción sangrienta y casi tan horrible como la de matar a un Rey y
casarse después con su hermano.
(Levanta el tapiz y ve a Polonio) Y tú, miserable, temerario, entremetido, loco, adiós. Mira el premio
que has adquirido; ve ahí el riesgo que tiene la demasiada curiosidad.
(A la reina) No, no os torzáis las manos... sentaos aquí, y dejad que yo os tuerza el corazón.
REINA.- ¿Qué hice yo, Hamlet, para que con tal aspe
reza me insultes?
HAMLET.- Una acción que mancha la tez purpúrea de la modestia, y da nombre de hipocresía a la virtud
y convierte la inefable religión en una compilación frívola de palabras.
REINA.- ¡Ay de mí! ¿Y qué acción es esa que así exclamas al anunciarla?
HAMLET.- Veis aquí presentes, en esta y esta pintura, los retratos de dos hermanos.
¡Ved cuanta gracia residía en aquel semblante! Los cabellos del Sol, la frente como la del mismo Júpiter;
su vista imperiosa y amenazadora, como la de Marte; su gentileza, semejante a la del mensajero,
Mercurio, cuando aparece sobre una montaña cuya cima llega a los cielos. ¡Hermosa combinación de
formas! Donde cada uno de los Dioses imprimió su carácter para que el mundo admirase tantas
perfecciones en un hombre solo. Este fue vuestro esposo.
Ved ahora el que sigue. Este es vuestro esposo que como la espiga con tizón destruye la sanidad de su
hermano. ¿Lo veis bien? ¿Pudisteis abandonar las delicias de aquella colina hermosa por el cieno de
ese pantano? ¡Oh, vergüenza! ¿y no te sonrojas?
REINA.- ¡Oh! ¡Hamlet! No digas más... Tus razones me hacen dirigir la vista a mi conciencia, y advierto
allí las más negras y groseras manchas, que acaso nunca podrán borrarse.
HAMLET.- ¡Y permanecer así entre el pestilente sudor de un lecho incestuoso, envilecida en corrupción
prodigando caricias de amor en aquella sentina impura!
REINA.- ¡No más!¡Que ya no más! Tus palabras, como agudos puñales, hieren mis oídos.
HAMLET.- Un asesino... Un malvado... Vil... Inferior mil veces a vuestro difunto esposo... Escarnio de los
Reyes, ratero del imperio y el mando; que robó la preciosa corona y se la guardó en el bolsillo.
(Entra el Fantasma)
HAMLET.- ¿Vienes acaso a culpar la negligencia de tu hijo, que debilitado por la compasión y la
tardanza, olvida la importante ejecución de tu precepto terrible?... Habla.
¿Pero, ves? Mira cómo has llenado de asombro a tu madre. Ponte entre ella y su alma agitada y hallarás
que la imaginación obra con mayor violencia en los cuerpos más débiles. Háblale, Hamlet.
REINA.- ¡Ay! ¡Triste! ¿Y en qué piensas tú que así diriges la vista donde no hay nada, razonando con el
aire incorpóreo? ¿A quién estás mirando?
(Al fantasma) No me mires así, no sea que ese lastimoso semblante destruya mis designios crueles, no
sea que al ejecutarlos equivoque los medios y en vez de sangre se derramen lágrimas.
(Sale el fantasma)
HAMLET.- ¿Desorden? Mi pulso, como el vuestro, late con regular intervalo y anuncia igual salud en sus
compases... Nada de lo que he dicho es locura.
¡Ah! ¡Madre mía! En merced os pido que no apliquéis al alma esa unción halagüeña, creyendo que es mi
locura la que habla, y no vuestro delito. Confesad al Cielo vuestra culpa, llorad lo pasado y precaved lo
futuro.
Buenas noches... Pero, no volváis al lecho de mi tío. Si carecéis de virtud, aparentadla al menos.
Conteneos por esta noche: este esfuerzo os hará más fácil la abstinencia próxima.
La desgracia de este hombre me aflige en extremo; pero Dios lo ha querido así, a él le ha castigado por
mi mano y a mí también, precisándome a ser el instrumento de su enojo. Yo le conduciré a donde
convenga y sabré justificar la muerte que le di. De nuevo, buenas noches.
HAMLET.- No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el Rey te haga decidle que mi
locura no es verdadera, que todo es artificio.
REINA.- No, no lo temas, que si las palabras se forman del aliento, y este anuncia vida, no hay vida ni
aliento en mí, para repetir lo que me has dicho.
HAMLET.- He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos condiscípulos (de quienes yo me
fiaré, como de una víbora ponzoñosa) van encargados de llevar el mensaje facilitarme la marcha y
conducirme al precipicio.
Pero, yo los dejaré hacer: que es mucho gusto ver volar al minador con su propia mina. Este hombre me
hace ahora su ganapán. Le llevaré arrastrando a la pieza inmediata.
Madre, buenas noches. Vamos, amigo, que es menester sacaros de aquí y acabar con ello.
Acto IV.
Escena 1.
Salón del palacio.
(Rey y Reina)
REINA.- Tan furioso como una tormenta en el mar. En un desenfreno, oyó ruido detrás del tapiz y
sacando la espada gritó: «¡un ratón, un ratón!» y sin pensarlo dos veces asesino al buen anciano que se
hallaba oculto.
2. REY.- Su libertad está llena de peligros, para mí, para ti y para todos. ¿Y a donde ha ido?
(Entran Guillermo)
4. REY.- ¡Oh! ¡Guillermo, amigos!, Hamlet ciego de frenesí, ha muerto a Polonio y le ha sacado
arrastrando del cuarto de su madre. Id a buscarle, y haced llevar el cadáver a la capilla. (Salen)
Escena lll.
Sala del castillo.
HAMLET.- El cuerpo está con el Rey; pero el Rey no está con el cuerpo. El Rey viene a ser una cosa
como... Una cosa, que no vale nada..., pero; guarda, Pablo... Vamos a verle. (Sale corriendo seguido
por ambos)
Escena lV.
Sala del castillo.
HAMLET.- No donde suele comer, sino donde se lo están comiendo los gusanos
HAMLET.- En el cielo. Envía a alguien que lo busque allí. Si tu mensajero no puede encontrarlo, búscalo
tú mismo en el otro lugar. Si no le halláis en todo este mes, le oleréis sin duda al subir los escalones de la
galería.
8. REY.- Id allí a buscarle. Conviene que salgas de aquí con acelerada diligencia. Prepárate, pues.
todo está pronto para tu viaje a Inglaterra.
HAMLET.- Bien. Pues a Inglaterra nos vamos, adiós… querida madre. (Salen todos)
HAMLET— No, no; querida madre. El padre y la madre son marido y mujer y marido y mujer son uno los
dos. Así pues, adiós, querida madre. A Inglaterra nos vamos.
Escena lV.
Sala del castillo.
HAMLET— ¡Todo conspira contra mí para hacerme desistir de la venganza! ¿Para qué sirve un hombre
si lo que hace durante la vida es comer y dormir como un animal? Dios no nos dio este gran poder de
raciocinio, que nos permite predecir lo por venir y recordar lo pasado, esta capacidad mental que nos
asemeja a los dioses, para que se pudra dentro de nosotros por falta de uso. ¿Cómo, pues, permanezco
en ocio, muerto indigno mi padre, mi madre envilecida… con las perturbaciones y fuertes emociones que
asedian mi mente, sigo sin actuar?...
Escena V.
HORACIO— Vuestra majestad debería hablar con ella. Su comportamiento es acicate para los que
gustan de meterse en vidas ajenas.
REINA— Que entre.
(Entra Ofelia)
OFELIA— ¿Dónde está la bella majestad de Dinamarca?
REINA— ¿Qué quieres decir, Ofelia?
OFELIA— (canta)…
Está muerto, mi señora, está muerto.
Le cubre la hierba de un breve huerto.
(OFELIA salta y baila)
REINA— ¡Ofelia!
OFELIA— ¡Prestad atención! (mientras canta entra CLAUDIO)
Su mortaja es, como la nieve, blanca;
festoneada toda de muchas flores
que diseminan sus varios olores
por el campo feraz y la barranca
REINA— ¡Ah, Claudio! Mira en qué estado se halla.
10. REY— ¿Cómo estás, Ofelia?
OFELIA— Muy bien, gracias a Dios. Dicen que la lechuza era hija del panadero. ¡Dios mío! Sabemos lo
que somos, pero no lo que podemos ser. Que Dios os bendiga.
OFELIA— No se hable más de ello. Pero cuando os pregunten qué significa, responded (canta)
yo asomada a mi ventana
(Sale)
12. REY— (A Horacio) Seguidla de cerca, vigiladla bien, por favor.
13. REY— ¡Al arma, guardas del palacio! ¡Que guarden mis puertas! ¿Qué sucede? (entra un
mensajero)
MENSAJERO— ¡Señor! Laertes arrasa a vuestros soldados a la cabeza de una multitud. El vulgo lo
llama señor, y olvidando las tradiciones e ignorando las costumbres civilizadas, todos gritan a la vez: «¡A
los gobernantes los elige el pueblo! ¡Laertes será rey!».
LAERTES— ¡Quedaos ahí fuera! (se oyen voces fuera) ¿Dónde está el rey? ¡Vos, entregadme a mi
padre!
LAERTES— Si una sola gota de mi sangre se calmara, me proclamaría hijo bastardo; tildaría de cornudo
a mi padre e imprimiría sobre la frente limpia y casta de mi madre la nota infame de prostituta.
15. REY— ¿Cuál es la causa de que tu rebelión sea tan atrevida, Laertes? ... Déjalo, Gertrudis; no
temas por mi persona. ¿Por qué estás tan ofuscado? ...
LAERTES— ¿Cómo murió? ¡Y quiero saber la verdad, que conmigo no se juega! ¡Al Infierno con mi
lealtad! ¡Antes firmaré un pacto con el más negro de los demonios y arrojaré mi conciencia y mi salvación
al abismo más profundo! ¡Quiero venganza por la muerte de mi padre!
17. REY—Buen Laertes, si deseas saber la verdad acerca de la muerte de tu amado padre, ¿acaso
está escrito en tu venganza que atropelles sin distinción amigos y enemigos; culpados e
inocentes?
LAERTES— A sus buenos amigos los recibiré con los brazos abiertos y, no les hare daño alguno.
19. REY—Yo no tengo culpa en la muerte de tu padre. Esta verdad se mostrará tan clara a tu razón,
como a tus ojos la luz del día
LAERTES— ¡Oh! ¡Calor activo, abrasa mi cerebro! ¡Lágrimas, en extremo cáusticas, consumid la
potencia y la sensibilidad de mis ojos! Por los Cielos te juro que esa demencia tuya será pagada por mí
con tal exceso, que el peso del castigo tuerza el fiel y baje la balanza... ¡Oh! ¡Amable niña! ¡Mi querida
Ofelia! Más me mueve a vengarme, querida hermana, tu enajenación que todas las razones que
pudieras alegar.
OFELIA— Esto es romero y sirve para recordar: ¡ay, amor, no me olvides! Estos son pensamientos y
sirven para pensar (se ríe). Y para ti, estos hinojos (se los da a LAERTES) que sirven para rezar (se ríe
de su propia gracia). Quisiera haberte dado violetas, pero se marchitaron cuando mi padre murió. Me
dicen que tuvo una buena muerte. (canta)
Que Dios tenga misericordia de su alma y de todas las almas cristianas. Adiós,
adiós a todos.
(Se va OFELIA)
20. REY—Elige entre los más prudentes de tus amigos, aquellos que te parezca. Si directa o
indirectamente ellos me encuentran culpable, te entregaré todo lo que puedo llamar mío, como
satisfacción. Pero si no, juntos buscaremos la manera de aliviar tu dolor.
LAERTES— Hágase lo que decís... Su arrebatada muerte, su oscuro funeral, están clamando del cielo a
la tierra por una aclaración.
Escena Vl.
(Horacio)
HORACIO— (lee una carta) «Apenas llevábamos dos días en el mar cuando un buque corsario, muy
bien aparejado, trató de darnos caza. Nuestras velas no podían competir con las suyas y pronto nos
alcanzaron. Luchamos. Salté a bordo del navío pirata, pero en ese momento los dos barcos se separaron
y me hicieron su prisionero. Sin embargo, estos me dieron un buen trato, y me otorgaron mí libertad.
Entrega al rey las cartas que te envío con ésta y luego sigue las direcciones que te indico más abajo y
ven a mi encuentro de inmediato. Adiós, Hamlet».
(Horacio saca las cartas que ha de entregar al rey, se guarda la suya en el pecho y se va.)
Escena Vll.
(Rey y Laertes)
21. REY— Ahora que sabes que el asesino de tu padre intentaba matarme a mí, hemos de ser
amigos y aliados.
LAERTES— Estoy de acuerdo. Pero, decidme, ¿por qué no castigáis crímenes que son de lesa
majestad por la vía legal?...
22. REY— Por dos razones: La reina, su madre, apenas vive sino por sus ojos, y el pueblo le
profesa un gran amor. Mis flechas hubieran sido devueltas a su arco. (Entra un mensajero)
MENSAJERO— Majestad, esta carta es para su alteza y esta para su majestad la reina.
(Se va el MENSAJERO.)
24. REY— (lee) «Alto y poderoso señor, le hago saber que estoy desnudo en su reino. Mañana le
pediré permiso para mirar sus reales ojos; y entonces, mediante su perdón, le diré la causa de mi
extraño y repentino retorno, Hamlet». Es sin duda su letra, ¿Qué querrá decir?
LAERTES— No tengo idea, señor. Pero dejadle que venga. Mi acongojado corazón se alegra al pensar
que podré decirle cara a cara: «¡Esto es lo que hiciste, villano!»
25. REY— Si todo esto es lo que parece ¿te dejarás llevar por mí?
26. REY— A tu propia paz. Si él retorna ahora disgustado de su viaje y rehúsa comenzarlo de nuevo,
yo lo ocuparé en una nueva empresa que medito, en la cual perecerá sin duda.
27. REY—Durante tu ausencia se ha hablado mucho en palacio, estando Hamlet presente, de una
habilidad tuya, pues bien, se habló de tu destreza en la esgrima, y especialmente en el manejo
del estoque. Cuando llegue Hamlet, yo le haré acompañar por algunos que, alabando tu destreza
incitándole a pelear, aceptara y tomaras venganza.
28. LAERTES— Así lo haré, y para ese propósito envenenaré mi espada, de esta forma, será
sumamente mortífera.
29. REY Haremos una apuesta formal sobre tu habilidad. Cuando con la agitación se sientan
acalorados y sedientos, entonces él pedirá de beber, y yo le tendré preparada una copa. (Se oye
ruido adentro). Pero, espera ... ¿Qué ruido es ese?
(Entra la Reina)
REINA— Una desgracia va siempre pisando sobre los talones de otra, siguiéndola rápidamente. Laertes,
tu hermana se ahogó.
REINA— Donde hay un sauce que crece a las orillas del arroyo. Quiso colgar las guirnaldas que había
hecho en el árbol, se quebró la rama en que se apoyaba, y cayó en el lloroso arroyo.
LAERTES—Pobre Ofelia, tenías demasiada agua, para aumentarla de este modo con mis lágrimas.
Adiós, mi señor. Mis palabras de fuego arderían en llamas si no fueran apagadas por este imprudente
llanto. (Sale).
30. REY—Sigámoslo, Gertrudis. Me costó mucho trabajo calmar su furia. Ahora temo que esto lo
irrite nuevamente. Es mejor seguirlo. (Salen)
ACTO V
ESCENA I
(Enterrador, Hamlet y Horacio)
HAMLET.- ¿Que acaso este hombre no tiene sentido de su oficio? ¿por qué cava tumbas cantando?
ENTERRADOR.- Mas con sigilo la vejez ha hecho presa en mí y me transporta a la región como al que
no ha gozado así. (cantando mientras arroja una calavera).
HAMLET.- Esa calavera tenía lengua y podía cantar. Tal vez fuese la cabeza de un político, ahora
avasallado por un asno, capaz de engañar a Dios, ¿no crees?
ENTERRADOR.- Un pico y una pala, pala, envuelto en un sudario y un hoyo para huésped tal será
necesario. (cantando mientras arroja otra calavera).
HAMLET.- Y otra más. ¿No podría ser la de un abogado? ¿Dónde están ahora sus argucias, sus
distingos, sus pleitos, sus títulos, sus mañas?
ENTERRADOR.- Desde aquel día en que nuestro difunto rey Hamlet venció a Fortinbrás.
ENTERRADOR.- Fue el día en que nació el joven Hamlet, el que estaba loco y mandaron a Inglaterra.
Mira, aquí hay una calavera (señala); lleva enterrada veintritrés años.
(Toma la calavera) ¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocía, tenía un humor incansable, una agudeza
asombrosa. Me llevó a cuestas mil veces. Horacio, dime una cosa.
HAMLET .- ¿Tú crees que Alejandro tenía este aspecto bajo tierra?
HORACIO.- El mismo
HAMLET.- Alejandro murió, Alejandro fue enterrado, Alejandro se convirtió en polvo. El polvo es tierra,
con la tierra se hace el barro, y con el barro en que se convirtió se hace el barro, y el barro se convirtió,
¿por qué no se puede tapar un barril de cerveza?
¿A quién siguen? ¿Por qué un rito tan menguado? Eso indica que el difunto al que siguen, temerario se
quitó su propia vida. Y era de alto rango. Vamos a escondernos y a mirar.
SACERDOTE.- Sus exequias las hemos extendido hasta el límite aprobado. Su muerte fue dudosa; de
no haberlo impedido una orden superior, yacería en lugar no consagrado hasta el día del juicio. Pero aquí
se le permiten ritos virginales, flores de doncella y entierro en sagrado toque de campana y funeral.
LAERTES.- Dadle sepultura y que broten violetas de su carne pura y sin mancha. Cruel sacerdote, yo te
digo que mi hermana será un ángel providente cuando tú estés aullando en el averno.
REINA.- Confiaba en que serías la esposa de mi Hamlet. Querida niña, creí que iba a engalanar tu lecho
de bodas, no tu sepultura. (Le tira flores)
LAERTES.- (Salta dentro de la fosa) ¡Apilad ahora tierra sobre vivos y muertos hasta hacer de este
llano una montaña que descuelles sobre el monte Pelión o la cumbre celeste del Olimpo!
HAMLET.- (Se adelanta) ¿Quién es este que vocea su dolor con tanto ímpetu y hechiza a los planetas
con su angustia dejándolos suspensos como a oyentes asombrados?
HAMLET.- Quítame esos dedos de la garganta, pues, aunque no soy impulsivo ni colérico en mí hay algo
peligroso que más te vale temer.
REY.- ¡Separadlos!
REINA.- ¡Hamlet, Hamlet!
HAMLET.- Yo quería a Ofelia. Ni todo el amor de veinte mil hermanos juntos sumaría la medida del mío.
¿Qué piensas hacer por ella?
Dime lo que harás. ¿Piensas llorar, luchar, ayunar, desgarrarte? ¿O beber vinagre, comerte un cocodrilo?
Yo también. Si te entierras con ella, yo también. Si voceas, yo hablaré tan hinchado como tú.
REY.- Esto es pura demencia; el acceso no puede durarle mucho tiempo. Muy pronto estará manso
como una paloma.
HAMLET.- Oídme bien. ¿Por qué me tratáis así? Yo siempre os aprecié. Pero eso ya no importa. Que
Hércules haga lo que se le antoje (Sale con Horacio).
REY.- (A Laertes) Lo que hablamos anoche debe darte paciencia. Muy pronto veremos la hora tranquila;
mientras, la paciencia será nuestra guía.
(Salen todos)
ESCENA II
HAMLET.- Salí de mi camarote para hallar los documentos y así luego volver de nuevo a él. Horacio, en
él leí la orden expresa, guarnecida de razones muy variadas sobre el bien de Dinamarca e Inglaterra.
HAMLET.- Aquí está el comunicado. Léelo sin prisa. ¿Quieres saber cómo procedí?
HORACIO.- Os lo ruego.
HAMLET.- Viéndome atrapado por infames, me senté, proyecté una nueva orden y la escribí con buena
letra. Ahora me he prestado a un fiel servicio. ¿Te digo el contenido de la orden?
HAMLET.- Fue un ruego muy solemne de parte del rey: Que se dé a sus portadores la muerte inmediata
sin lugar a confesión.
HAMLET.- Llevaba en la bolsa el anillo de mi padre, cuyo sello es idéntico al del rey. Al otro día fue el
combate naval; lo que sigue ya sabes.
OSRIC..- Su Majestad me manda a participaros que ha hecho una gran apuesta en favor vuestro. Señor,
se trata de la excelencia de Laertes con su arma.
HAMLET.- Es la apuesta francesa contra la danesa. ¿Por qué se ha ''contrapuesto'' como vos decís?
OSRIC.- El rey ha apostado que en doce asaltos entre vos y Laertes, él no os ganará por más de tres.
Laertes ha apostado por nueve de los doce. Podría ponerse a prueba de inmediato si vuestra Alteza se
dignase a responder.
HAMLET.- Si le place a Su Majestad, es mi hora de ejercicios. Si traen las armas, y está dispuesto el
caballero, y el rey mantiene su apuesta, haré que gane si puedo.
HAMLET.- Una tontería; uno de esos presentimientos que turbarían a una mujer.
(Entran el rey, la reina, Laertes, Osric - acompañamiento con trompetas, espadas de esgrima y
una mesa con jarras de vino).
HAMLET.- Perdonadme, señor. Os he agraviado. Los presentes bien saben y a vos de cierto os han
dicho que estoy aquejado de un grave trastorno.
LAERTES.- Me reservo en mi honor, y no deseo reconciliarme hasta que voces de probada autoridad
emitan juicio y precedente de concordia y mi buen nombre salga intacto.
REY.- Poned las jarras de vino en esa masa. El rey beberá por el vigor de Hamlet y en la copa echará
una perla más valiosa que la que cuatro reyes sucesivos en la corona danesa portaron. Dadme las
copas.
''El rey beberá ahora por Hamlet''. Empezad. Jueces, vosotros siempre vigilantes.
REY.- ¡Alto! Traed el vino. Hamlet, tuya es esta perla. Bebo a tu salud. (Suenan trompetas).
(Vuelven a luchar).
HAMLET.- Vamos al tercero, Laertes. No dais en serio. Os lo ruego, atacad con más ardor.
LAERTES.- ¿Eso creéis? Vamos. (Luchan) (Hiere a Hamlet. Hay un forcejeo y se cambian los
estoques. Hamlet hiere a Laertes).
REY.- ¡Separadlos!
REINA.- ¡No, no, el vino! ¡Ah, mi buen Hamlet! ¡El vino estaba envenenado! (muere)
LAERTES.- Hamlet, estás muerto. No hay medicina que pueda salvarte. El arma traidora está en tu
mano, con punta y envenenada. El rey es el culpable
HAMLET.- ¿Con punta y envenenada? ¡Pues a lo tuyo, veneno! (hiere al rey)
HAMLET.- ¡Toma, maldito danés, criminal, incestuoso! ¡Bébete la pócima! (lo obliga y muere el rey).
LAERTES.- ¡No caigan sobre ti mi muerte ni la de mi padre, ni la tuya sobre mí, Hamlet! (muere).
HAMLET..- Voy a seguirte. Horacio, me muero. Relata mi historia y mi causa a cuantos las ignoran.
Si por mí sentiste algún cariño, abstente de la dicha por un tiempo y vive con dolor en el cruel mundo
para contar mi historia.
¡Ah, ya muero, Horacio! El fuerte veneno señorea mi ánimo. No viviré para oír las nuevas de Inglaterra,
pero adivino que será elegido rey Fortinbrás. Le doy mi voto agonizante (lanza un hondo suspiro y
muere).
HORACIO.- Ha estallado un noble pecho. Buenas noches, buen príncipe; que cánticos de ángeles te
lleven al reposo.
HORACIO.- ¿Qué queréis ver? Si es algo de asombro o dolor, cese vuestra busca.
FORTINBRÁS.- ¿Qué festín preparas en tu celda infernal, que con tal violencia hieres a la vez a tantos
príncipes?
El cuadro es angustioso y nuestra embajada de Inglaterra llega tarde. Su orden fue cumplida. ¿Quién
nos dará las gracias?
HORACIO.- Su boca. Él nunca dio la orden de matarlos. Mas, puesto que llegáis en hora tan sangrienta,
vos, de la guerra con Polonia, y vos de Inglaterra, disponed que los cadáveres sean expuestos en alto a
la vista de todos y permitid que cuenta al mundo, pues lo ignora, todo cuanto sucedió.
FORTINBRÁS.- Apresurémonos a oírlo, y que esté presente toda la nobleza. En cuanto a mí, acojo mi
destino con dolor.
HORACIO.- Hablaré también de ello y del voto que otro muchas atraerá. Mas cumplamos sin tardanza lo
propuesto.