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Acto II.

Escena l
Sala del castillo.

(Polonio. Entra Ofelia)

OFELIA.- ¡Padre y señor mío! ¡Qué susto llevo en el cuerpo!

POLONIO.- ¡Por Dios y todos los santos! ¿De qué?

OFELIA.- Señor, estaba cosiendo en mi habitación cuando entró el príncipe Hamlet, tan pálido como su
blanca camisa. Entró, se detuvo delante de mí, y durante un largo rato me miró con ojos tristísimos.

POLONIO.- ¿Qué te dijo?

OFELIA.- Me sujetó de la muñeca y examinó mi cara con tanta atención como si fuera a dibujarla.
Permaneció así mucho tiempo, hasta que exhalo un lastimero suspiro que parecía que le causaría la
muerte. Hecho eso me soltó, y se dirigió a la puerta portando el mismo semblante macabro.

POLONIO.- Ven conmigo, quiero ver al Rey. Mucho siento este accidente. Pero, dime, ¿le has tratado
con dureza en estos últimos días?

OFELIA.- No señor; sólo en cumplimiento de lo que mandasteis, le he devuelto sus cartas y me he


negado a sus visitas.

POLONIO.- Y eso basta para haberle trastornado así.

Vamos, vamos a ver al Rey. Conviene que lo sepa. Si le callo este amor, sería más grande el sentimiento
que pudiera causarle teniéndole oculto, que el disgusto que recibirá al saberlo.

(Salen)

Escena ll
Una antecámara en el castillo.

(Entran el rey y la reina, Ricardo y Guillermo)

REY.- Bienvenido, Guillermo, y tú también querido Ricardo. Algo habéis oído ya de la transformación de
Hamlet. No llego a imaginar que otra causa haya podido privarle así de la razón, si ya no es la muerte de
su padre. Les ruego que se detengáis en mi corte algunos días y ved cuál sea la ignorada aflicción que
así le consume.

RICARDO.- Vuestras Majestades tienen soberana autoridad en nosotros, y en vez de rogar deben
mandarnos.

REINA.- Os quedo muy agradecida, señores, y os pido que veáis cuanto antes a mi doliente hijo.

GUILLERMO.- Haga el Cielo que nuestra compañía y trato puedan serle agradables y útiles.

REINA.- Amén.

(Salen Ricardo y Guillermo)

(Entra Polonio)

POLONIO.- Señor, los Embajadores enviados a Noruega han vuelto ya en extremo contentos.
REY.- Siempre has sido tú padre de buenas nuevas.

POLONIO.- Y os puedo asegurar, venerado señor, que mis acciones y mi corazón no tienen otro objeto
que el servicio de Dios, y el de mi Rey; y si este talento mío no ha perdido enteramente aquel seguro
olfato con que supo siempre rastrear asuntos políticos, pienso haber descubierto ya la verdadera causa
de la locura del Príncipe.

REY.- Pues dínosla, que estoy impaciente de saberla.

POLONIO.- Será bien que deis primero audiencia a los Embajadores; mi informe servirá de postre a este
gran festín.

REY.- Tú mismo puedes ir a introducirlos.

(Sale Polonio y vuelve a entrar con Voltiman y Cornelio)

REY.- Bienvenido, amigo mío. ¿Qué respondió nuestro hermano, el Rey de Noruega?
VOLTIMAND.- Mandó suspender los armamentos que hacía su sobrino, fingiendo ser
preparativos contra el polaco. Profundamente indignado, mando órdenes a Fortimbrás, el cual
obedeció prontamente, le ha jurado por último que nunca más tomará las armas contra Vuestra
Majestad. Él os ruega, que concedáis paso libre por vuestros estados al ejército prevenido para tal
empresa, bajo las condiciones de recíproca seguridad expresadas aquí.
REY.- Está bien, leeré en tiempo más oportuno sus proposiciones. Entretanto te brindo mis
gracias por el fructífero desempeño en tu encargo. Puedes retirarte.
(Salen Voltimand y Cornelio)

POLONIO.- Este asunto se ha concluido muy bien. Así, pues, como quiera que la brevedad es el
alma del talento, y que nada hay más enfadoso que los rodeos y perífrasis... Seré muy breve.
Vuestro noble hijo está loco. Lo que hay que averiguar ahora es la verdadera causa de esto. Eso es
lo que resta, y el resto es lo que sigue. Yo tengo una hija, me ha entregado esta carta. Escuchen
vuestras majestades y saquen las consecuencias que sean de rigor. «Al celestial ídolo de mi alma,
mi agraciadísima Ofelia… » Este es un término horroroso, endiablado. ¿A quién se le ocurre decir
«agraciadísima»? Pero hay más. Luego oiréis alusiones a su «excelente albo seno» y a sus… otras
cosas.

REINA.- ¿Y esa carta se la ha enviado Hamlet?


POLONIO.- Así es, como veréis si os leo el final. Mi hija, en obediencia a mi mandato, me
entregó esta carta … Llegaron a sus manos en el curso de algunos días, en diferentes lugares y por
medios variopintos. Y me las he leído todas.
REY.- ¿Y ella cómo ha recibido su amor?
POLONIO.- ¿Qué hubiera pensado de mí vuestra Majestad y la Reina que está presente, si
hubiera tolerado este galanteo? Esto no debe pasar adelante. Y después, le mandé que se
encerrase en su estancia sin admitir recados, ni recibir presentes.
REY.- ¿Creéis, señora, que esto haya pasado así?
REINA.- Me parece bastante probable.
REY.- ¿Y cómo te parece que pudiéramos hacer nuevas indagaciones?
POLONIO.- Pues… Bien sabéis que el Príncipe suele pasearse algunas veces por esta sala
cuatro horas enteras. Pues, cuando él venga, yo haré que mi hija le salga al paso. Vos y yo nos
ocultaremos detrás de los tapices, para observar lo que hace al verla.

(Entra Hamlet leyendo)


REINA.- Mirad leyendo viene el infeliz.
POLONIO.- Retiraos, yo os lo suplico, que le quiero hablar.
(Salen el rey y la reina)
POLONIO.- ¡Cómo os va, mi buen señor!
HAMLET.- Bien, a Dios gracias.
POLONIO.- ¿Me conocéis?
HAMLET.- Perfectamente. Tú vendes peces.
POLONIO.- ¿Yo? No señor.
HAMLET.- Si el sol engendra gusanos en un perro muerto y aunque es un Dios, alumbra benigno
con sus rayos a un cadáver corrupto... ¿No tienes una hija?
POLONIO.- Sí, señor, una tengo.
HAMLET.- Pues no le permitáis pasearse al sol. Concebir es un placer, pero si la idea de concebir
la concibe tu hija, eso es otro cantar.

POLONIO.- Adiós, señor.

(Hamlet se aleja leyendo) (Entran Ricardo y Guillermo)

POLONIO.- Si buscáis al príncipe, allí esta.


RICARDO.- Gracias, señor.

(Sale Polonio)

GUILLERMO.- Dios guarde a vuestra Alteza.


HAMLET.- ¡Oh! Buenos amigos. ¿Qué hay de nuevo?
RICARDO.- Nada, sino que ya los hombres van siendo buenos.
HAMLET.- Señal que el día del juicio va a venir pronto. Permitid que os pregunte más
particularmente. ¿Por qué delitos os ha traído aquí vuestra mala suerte, a vivir en prisión?
GUILLERMO.- ¿En prisión decís?
HAMLET.- Sí, Dinamarca es una cárcel.
RICARDO.- Nosotros no éramos de esa opinión.
HAMLET.- Para vosotros podrá no serlo, porque nada hay bueno ni malo, sino en fuerza de
nuestra fantasía.

Pero, decidme por nuestra amistad antigua, ¿qué hacéis en Elsinor?


RICARDO.- Señor, hemos venido únicamente a veros.
HAMLET.- Pero… ¿quién os ha hecho venir? ¿Me la hacéis por vuestro gusto propio?
Yo sé que el bueno del Rey, y también la Reina os han mandado que vengáis.
Eso es lo que debéis decirme. Pero os pido por los derechos de nuestra amistad, que me digáis
con sencillez la verdad. ¿Os han mandado venir, o no?

GUILLERMO.- Pues sí, milord, fuimos llamados. Y aprovechando la oportunidad llamamos a


unos actores para que le ofrezcan sus servicios.
(Floreo de trompetas)
Allí vienen.
(Entran 2 cómicos)
HAMLET.- Bienvenidos, señores; me alegro de veros a todos tan buenos. Bienvenidos... ¡Oh! ¡Oh
camarada antiguo! Mucho se te ha arrugado la cara desde la última vez que te vi. Yo quiero al
instante una prueba de sus habilidades. ¡Venga, un trozo apasionado!
CÓMICO 1.- ¿Y cuál queréis, señor?
HAMLET.-
Me acuerdo de haberte oído en otro tiempo una relación que nunca se ha
representado al público… y me acuerdo también que no agradaba a la multitud;
no era ciertamente manjar para el vulgo. Pero a mí me pareció entonces, y aun
a otros, cuyo dictamen vale más que el mío, una excelente pieza, bien
dispuesta la fábula y escrita con elegancia y decoro. Si la tienes en la
memoria... Empieza por aquel verso...
Pirro feroz, con pavonadas armas,
negras como su intento, reclinado
dentro en los senos del caballo enorme,
a la lóbrega noche parecía.
Prosigue tú.

RICARDO.- ¡Muy bien declamado, a fe mía! Con buen acento y bella expresión.
CÓMICO 1.º.-

Al momento
le ve lidiando, ¡resistencia breve!
contra los Griegos; su temida espada
rebelde al brazo ya, le pesa inútil.
HAMLET.- Esta bien. Pronto te hare declamar el resto. (A Guillermo) Señor mío, es menester
hacer que estos cómicos se establezcan, ¿lo entiendes? Y agasajarlos bien.
GUILLERMO.- Venid, señores.

HAMLET.- Amigos id con él. Mañana habrá comedia.


(Sale Guillermo con el segundo actor)
(Al actor 1) Oye, viejo amigo; dime ¿no pudierais representar La muerte de Gonzago?
CÓMICO 1.- Sí señor.
HAMLET.- Pues mañana a la noche quiero que se haga. Y ¿no podrías, si fuese menester,
aprender de memoria unos doce o dieciséis versos que quiero escribir e insertar en la pieza?
CÓMICO 1.- Sí señor.
HAMLET.- Muy bien; pues vete con aquel caballero. (A Ricardo) Amigo, hasta la noche.
Pasadlo bien.
RICARDO.- Señor.
(Salen el actor 1 y Ricardo)

ACTO III:
Escena l.
Una sala en el castillo.

(Entran el rey, la reina, Polonio, Ofelia, Ricardo y Guillermo)

REY.- ¿Y no pudisteis con alguna excusa arrancarle el motivo de ese trastorno que tan cruelmente le
turba?

RICARDO.- Confiesa que se siente perturbado, pero se niega a hablar de la razón.

GUILLERMO.- Ni lo hallamos dispuesto a dejarse sondear.

REINA.- ¿Y os recibió cordial?

RICARDO.- Como un gran caballero.

GUILLERMO.- Aunque forzando su ánimo.

REINA.- ¿Lo tentasteis con algún pasatiempo?

RICARDO.- Ocurrió, Majestad, que, por azar, de camino encontramos a algunos comediantes y pareció
alegrarse al enterarse de ello.

Aquí están en la Corte y, según creo, ya recibieron órdenes de actuar para él esta noche.

POLONIO.- Así es, y me encargó que a vuestras Majestades invitase a oír y ver la obra.

REY.- Con mucho gusto; me complace en extremo saber que esto le atrae.

Continuad incitándole a que disfrute de estas diversiones.

RICARDO.- Milord, así lo haremos.

(Salen Ricardo y Guillermo)

REY.- Dulce Gertrudis, déjanos ahora, pues en secreto hemos llamado a Hamlet para que, como por
casualidad, se enfrente con Ofelia. De tal manera podremos libremente deducir de su comportamiento si
es o no mal de amores lo que sufre.

REINA.- Te obedezco. Y Ofelia, en cuanto a ti, deseo que tu belleza fuese el feliz motivo del extravío de
Hamlet; así podré esperar que tus virtudes lo encaminen de nuevo por su senda normal.

OFELIA.- Eso anhelo, milady.

(Sale la reina)

POLONIO.- Ven, Ofelia, paséate por aquí. Lee este libro, para que esta devota ocupación tu soledad
disfrace.
(Al Rey) Lo oigo venir; retirémonos ya.

(Salen. Entra Hamlet)

HAMLET.- Ser o no ser: ése es el dilema: si es más noble a la luz de la razón padecer las pedradas y
flechazos de la afrentosa suerte, o empuñar las armas contra un mar de aflicciones y terminar con ellas
combatiéndolas.

Morir: dormir. No más.

Y pensar que al dormir le damos fin a las congojas y las mil desdichas naturales herencia de la carne.

Final es ese digno de anhelarse con devoción. Morir: dormir. ¿Dormir? Quizás soñar.

Mas ¡ay! he allí el obstáculo; porque en el sueño de la muerte ¿cuáles visiones pueden asaltarnos, luego
de habernos despojado de este mortal ropaje?, es algo que nos hace vacilar. Pero, ¡callad ahora!

¡La hermosa Ofelia! Ninfa, en tus plegarias recuérdate de todos mis pecados.

OFELIA.- Bondadoso milord ¿cómo se encuentra vuestra Alteza después de tantos días?

HAMLET.- Mis más humildes gracias: bien, bien, bien.

OFELIA.- Milord, guardo regalos vuestros que hace ya tiempo deseaba devolveros.

Perdido su perfume, recibidlos, que para el alma noble desmerece el más rico presente si quien lo dio se
muestra indiferente.

HAMLET.- Ja, ja. ¿Eres honrada?

OFELIA.- ¡Milord!

HAMLET.- ¿Eres hermosa?

OFELIA.- ¿Qué me queréis decir?

HAMLET.- Que, si eres honrada y hermosa, tu honradez no debería admitir maridaje con tu hermosura.

OFELIA.- ¿Podría la hermosura, milord, tener mejor relación que con la honradez?

HAMLET.- Sí, por cierto, porque el poder de la belleza hará de la honradez una alcahueta. Alguna vez te
amé.

OFELIA.- En verdad, milord, me lo hicisteis creer.

HAMLET.- Pues no debiste creerme, porque, aunque la virtud se injerte en nuestro viejo tronco, no hará
desaparecer el sabor de sus frutos. Yo no te amé.

OFELIA.- Mayor fue mi engaño.

HAMLET.- Vete a un convento. ¿Por qué habrías de procrear pecadores? Yo mismo soy tolerablemente
virtuoso y, sin embargo, podría acusarme cosas tales que más le valdría a mi madre no haberme
concebido: soy muy orgulloso, vengativo, ambicioso, con más tentaciones a mi alcance que
pensamientos para concebirlas, imaginación para darles forma o tiempo para ejecutarlas. ¡Ándate
derecho a un convento!

OFELIA.- ¡Oh, dulces cielos, amparadlo!

HAMLET.- He oído también que os pintáis. Dios os da un rostro y vosotras os hacéis otro. Os contoneáis,
habláis sibilantes y trotáis a saltitos. Hacéis de las criaturas de Dios una parodia. ¡Vete! Ya no aguanto
todo esto; ya me desquició. (Sale)
OFELIA.- ¡Oh, noble inteligencia así perdida!

Al que observaban todas las miradas, ¡postrado, así perdido! ¡Oh, triste de mí, ver lo que veo después
que vi lo que yo vi!

(Vuelven el rey y Polonio)

REY.- ¿Amor?; no. La enfermedad de Hamlet no va por ese lado, algo anida en su alma, y temo que muy
pronto surja un grave peligro. En previsión he decidido que sin demora salga a Inglaterra, que reclame
ahí tributos atrasados… Tú ¿qué piensas?

POLONIO.- Que le haría bien; y sin embargo insisto en que la causa de todo lo genera un amor
desairado. ¿Te sientes bien, Ofelia?

Y vos, milord, obrad como gustéis, mas, si creéis oportuno, permitid que después de la comedia hable
con él su madre, a solas, lo inste a descubrir sus penas.

Si ella nada descubre, enviadlo a Inglaterra.

REY.- Lo haré así, la locura de quien aguarda un trono no puede quedar sin vigilancia.

(Salen)

Escena ll.
Una sala en el castillo.

(Entran Hamlet y Polonio)

HAMLET.- ¿Qué tal, señor? ¿Gustará el Rey de oír esta pieza?

POLONIO.- Sí, señor, al instante y la Reina también.

HAMLET.- Pídeles a los actores que se apuren.

(Sale Polonio. Entra Horacio)

HAMLET.- ¿Quién es?... ¡Ah! Horacio.

HORACIO.- Aquí, señor, a vuestras órdenes.

HAMLET.- Tú, Horacio, eres un hombre cuyo trato me ha agradado siempre.

HORACIO.- ¡Oh! Señor.

HAMLET.- No creas que pretendo adularte. Desde que mi alma se halló capaz de conocer a los hombres
y pudo elegirlos; tú fuiste el escogido y marcado para ella, porque siempre, o desgraciado o feliz, has
recibido con igual semblante los premios y los reveses de la fortuna.

Esta noche se representa un drama delante del Rey, una de sus escenas contiene circunstancias muy
parecidas a las de la muerte de mi padre, de las que ya te hablé. Te encargo que cuando este paso se
represente, observes a mi tío con la más viva atención del alma. Examínale cuidadosamente, yo también
fijaré mi vista en su rostro, y después uniremos nuestras observaciones para juzgar lo que su exterior
nos anuncie.

HORACIO.- Está bien, señor, y si durante el espectáculo logra hurtar a nuestra indagación el menor
arcano, yo pago el hurto.
(Floreo de trompetas. Entran, con una marcha danesa, el rey, la reina, Polonio, Ofelia, Ricardo,
Guillermo y guardias con antorchas)

HAMLET.- Ya vienen a la función, vuélvome a hacer el loco, y tú busca asiento.

REY.- ¿Cómo estás, mi querido Hamlet?

HAMLET.- Muy bueno, señor. ¿Están listos los actores?

RICARDO.- Sí, señor, y esperan solo vuestras órdenes.

REINA.- Ven aquí, mi querido Hamlet, ponte a mi lado.

HAMLET.- No, señora, aquí hay un imán de más atracción para mí.

(A Ofelia) ¿Permitiréis que apoye mi cabeza en vuestra falda?

OFELIA.- Sí señor.

(Toque de pífanos. Comienza la pantomima.) (Entra el prólogo)

PRÓLOGO.- Humildemente os pedimos que escuchéis esta Tragedia, disimulando las faltas que haya en
nosotros y en ella.

(sale)

(Pequeño drama) (Llega la escena en donde Luciano vierte el veneno en el oído del rey)

OFELIA.- El Rey se levanta.

REINA.- ¿Qué tenéis, señor?

POLONIO.- ¡Detened la obra!

REY.- Traed luces. Vámonos de aquí.

(Salen todos menos Hamlet y Horacio)

HAMLET.- ¡Oh! Mi buen Horacio; cuanto aquel espíritu dijo es demasiado cierto. ¿Lo has visto ahora?

HORACIO.- Sí señor, bien lo he visto.

HAMLET.- ¡Ah! Quisiera algo de música: traedme unas flautas... Si el Rey no gusta de la comedia, será
sin duda porque... Porque no le gusta. Vaya un poco de música.

(Entran Ricardo y Guillermo)

GUILLERMO.- Señor, ¿permitiréis que os diga una palabra?

HAMLET.- Y una historia entera.

GUILLERMO.- El Rey... Se ha retirado a su cuarto con mucha destemplanza.

HAMLET.- ¿De vino?

GUILLERMO.- No señor, de cólera.

HAMLET.- Pero, ¿no sería más acertado írselo a contar al médico? ¿No veis que, si yo me meto en
hacerle purgar ese humor bilioso, puede ser que le aumente?

GUILLERMO.- ¡Oh! Señor, dad algún sentido a lo que habláis.


HAMLET.- Prosigue, pues.

RICARDO.- Señor, yo me acuerdo de que en otro tiempo nos estimabais mucho.

HAMLET.- Y ahora también. Te lo juro, por estas manos rateras.

RICARDO.- Pero, ¿cuál puede ser el motivo de vuestra indisposición? Eso, por cierto, es cerrar vos
mismo las puertas a vuestra libertad, no queriendo comunicar con vuestros amigos los pesares que
sentís.

HAMLET.- Estoy muy atrasado.

RICARDO.- ¿Cómo es posible? ¿Cuándo tenéis el voto del Rey mismo para sucederte en el trono de
Dinamarca?

HAMLET.- Sí, pero… (Entran los actores con las flautas) ¡Ah! Ya están aquí las flautas.

(Toma una) (A Guillermo) Hablando en confianza contigo, Parece que me quieres hacer caer en alguna
trampa, según me cercas por todos lados.

GUILLERMO.- Ya veo, señor, que si el deseo de cumplir con mi obligación me da osadía; acaso el amor
que os tengo me hace grosero también e importuno.

HAMLET.- No entiendo bien eso. ¿Quieres tocar esta flauta?

GUILLERMO.- Yo no puedo, señor.

HAMLET.- Te lo ruego.

GUILLERMO.- No sé tocar ni una nota, milord.

HAMLET.- Más fácil es que tenderse a la larga. Mira, pon el pulgar y los demás dedos según convenga
sobre estos agujeros, sopla con la boca y verás que lindo sonido resulta.

GUILLERMO.- Bien, pero no se hacer uso de ellos para que produzcan armonía.

HAMLET.- Pues, mira tú, en que opinión tan baja me tienes. Tú me quieres tocar, presumes conocer mis
registros, pretendes extraer lo más íntimo de mis secretos, quieres hacer que suene desde el más al más
agudo de mis tonos y ve aquí este pequeño instrumento, capaz de excelentes voces y de armonía, que
tú no puedes hacer sonar. ¿Y juzgas que se me tañe a mí con más facilidad que a una flauta?

(Entra Polonio)

POLONIO.- Señor, la Reina quisiera hablaros al instante.

HAMLET.- Pues al instante iré a ver a mi madre.

POLONIO.- Así se lo diré.

HAMLET.- Dejadme solo, amigos.

(Salen todos)

Este es el espacio de la noche, apto a los maleficios. Esta es la hora en que los cementerios se abren y
el infierno respira contagios al mundo.

Pero, vamos a ver a mi madre... ¡Oh! ¡Corazón! No desconozcas la naturaleza, ni permitas que en este
firme pecho se albergue la fiereza de Nerón. Déjame ser cruel, pero no inhumano. El puñal que ha de
herirla está en mis palabras, no en mi mano. (Sale)
Escena lll.
Un sala del castillo.

(Entran el rey, Ricardo y Guillermo)

REY.- No debemos dar rienda suelta a su locura. Preveníos, pues, y haré que inmediatamente se os
despache para que él os acompañe a Inglaterra. El interés de mi corona no permite ya exponerme a un
riesgo tan inmediato. Apresuraos.

GUILLERMO.- Al momento dispondremos nuestra marcha. El más santo y religioso temor es aquel que
procura la existencia de tantos individuos, cuya vida pende de vuestra Majestad.

RICARDO.- Si es obligación en un particular defender su vida de toda ofensa, por medio de la fuerza y el
arte, ¿cuánto más lo será conservar aquella en quien estriba la felicidad pública? Nunca el Soberano
exhala un suspiro sin excitar en su nación general lamento.

REY.- Yo os ruego que os preparéis sin dilación para el viaje.

(Salen. Entra Polonio)

POLONIO.- Señor, ya se ha encaminado al cuarto de su madre, voy a ocultarme detrás de los tapices
para ver el suceso. Es seguro que ella le reprenderá fuertemente.

Adiós mi soberano, yo volveré a veros antes que os acostéis para deciros lo que haya pasado.

REY.- Gracias, querido Polonio.

(Sale Polonio)

¡Que atroz es mi delito!; sobre el peso la más antigua de las maldiciones... Pero, aunque esta mano se
haya encarecido con la sangre fraterna, no habrá en el cielo lluvia suficiente para limpiar su mancha.
Sigo aun en posesión de todo aquello por lo que mate: mi ambición, mi corona, mi esposa... ¿Es que se
puede conseguir perdón reteniendo los frutos del delito?... ¿Qué forma de oración podrá valerme?...
Probemos lo que puede el arrepentimiento. Rígidas rodillas, ¡doblegaos! (Se arrodilla), y tu corazón
duro, ablanda tus aceros…

(Entra Hamlet)

HAMLET.- Esta es la ocasión propicia. Ahora está rezando, ahora le mato... Y así se irá al cielo... ¿y es
esta mi venganza? No, reflexionemos. Un malvado asesina a mi padre, y yo, su hijo único, aseguro al
malhechor la gloria. ¿No es esto, en vez de castigo, premio y recompensa? Él sorprendió a mi padre,
acabados los desórdenes del banquete, cubierto de más culpas que el mayo tiene flores... ¿quién sabe,
sino Dios, la estrecha cuenta que hubo de dar? No, espada mía, vuelve a tu lugar y espera ocasión de
ejecutar más tremendo golpe. Cuando cometa acciones contrarias a su salvación; hiérele entonces,
caiga precipitado al profundo y su alma quede negra y maldita, como el infierno que ha de recibirle.

Mi madre está esperándome. Tus rezos sólo prolongarán tus moribundos días. (Sale)

REY.- Mis palabras suben al cielo, mis afectos quedan en la tierra. Palabras sin afectos, nunca llegan a
los oídos de Dios. (Sale)

Escena lV.
Sala del castillo.

(Entran la reina y Polonio)


Polonio.- Va a venir al momento.

Yo, entretanto, escondido aquí, guardaré silencio. Habladle con libertad, yo os lo suplico.

(Polonio se esconde detrás de un tapiz. Entra Hamlet)

HAMLET.- ¿Qué me mandáis, señora?

REINA.- Hamlet, muy ofendido tienes a tu padre.

HAMLET.- Madre, muy ofendido tenéis al mío.

REINA.- Ven, ven aquí; tú me respondes con lengua demasiado libre. ¿Te olvidas de quién soy?

HAMLET.- No, por la cruz bendita, que no me olvido. Sois la Reina, casada con el hermano de vuestro
primer esposo y... Ojalá no fuera así... ¡Eh! Sois mi madre.

REINA.- Bien está. Yo te pondré delante de quien te haga hablar con más acuerdo.

HAMLET.- Venid, sentaos y no saldréis de aquí, no os moveréis; sin que os ponga un espejo delante en
que veáis lo más oculto de vuestra conciencia.

REINA.- ¿Qué intentas hacer? ¿Quieres matarme?... ¿Quién me socorre?

POLONIO.- Socorro pide... ¡Oh!

HAMLET.- ¿Qué es esto?... ¿Un ratón? Murió... Un ducado a que ya está muerto. (Mata a Polonio a
través del tapiz)

POLONIO.- ¡Ay de mí!

REINA.- ¡Qué acción tan precipitada y sangrienta!

HAMLET.- Es verdad, madre mía, acción sangrienta y casi tan horrible como la de matar a un Rey y
casarse después con su hermano.

REINA.- ¿Matar a un Rey?

HAMLET.- Sí, señora, eso he dicho.

(Levanta el tapiz y ve a Polonio) Y tú, miserable, temerario, entremetido, loco, adiós. Mira el premio
que has adquirido; ve ahí el riesgo que tiene la demasiada curiosidad.

(A la reina) No, no os torzáis las manos... sentaos aquí, y dejad que yo os tuerza el corazón.

REINA.- ¿Qué hice yo, Hamlet, para que con tal aspe

reza me insultes?

HAMLET.- Una acción que mancha la tez purpúrea de la modestia, y da nombre de hipocresía a la virtud
y convierte la inefable religión en una compilación frívola de palabras.

REINA.- ¡Ay de mí! ¿Y qué acción es esa que así exclamas al anunciarla?

HAMLET.- Veis aquí presentes, en esta y esta pintura, los retratos de dos hermanos.

¡Ved cuanta gracia residía en aquel semblante! Los cabellos del Sol, la frente como la del mismo Júpiter;
su vista imperiosa y amenazadora, como la de Marte; su gentileza, semejante a la del mensajero,
Mercurio, cuando aparece sobre una montaña cuya cima llega a los cielos. ¡Hermosa combinación de
formas! Donde cada uno de los Dioses imprimió su carácter para que el mundo admirase tantas
perfecciones en un hombre solo. Este fue vuestro esposo.
Ved ahora el que sigue. Este es vuestro esposo que como la espiga con tizón destruye la sanidad de su
hermano. ¿Lo veis bien? ¿Pudisteis abandonar las delicias de aquella colina hermosa por el cieno de
ese pantano? ¡Oh, vergüenza! ¿y no te sonrojas?

REINA.- ¡Oh! ¡Hamlet! No digas más... Tus razones me hacen dirigir la vista a mi conciencia, y advierto
allí las más negras y groseras manchas, que acaso nunca podrán borrarse.

HAMLET.- ¡Y permanecer así entre el pestilente sudor de un lecho incestuoso, envilecida en corrupción
prodigando caricias de amor en aquella sentina impura!

REINA.- ¡No más!¡Que ya no más! Tus palabras, como agudos puñales, hieren mis oídos.

HAMLET.- Un asesino... Un malvado... Vil... Inferior mil veces a vuestro difunto esposo... Escarnio de los
Reyes, ratero del imperio y el mando; que robó la preciosa corona y se la guardó en el bolsillo.

REINA.- ¡Ya no más!

(Entra el Fantasma)

HAMLET.- ¿Qué quieres, venerada Sombra?

REINA.- ¡Ay! Que está fuera de sí.

HAMLET.- ¿Vienes acaso a culpar la negligencia de tu hijo, que debilitado por la compasión y la
tardanza, olvida la importante ejecución de tu precepto terrible?... Habla.

FANTASMA.- No lo olvides. Vengo a inflamar de nuevo tu ardor casi extinguido.

¿Pero, ves? Mira cómo has llenado de asombro a tu madre. Ponte entre ella y su alma agitada y hallarás
que la imaginación obra con mayor violencia en los cuerpos más débiles. Háblale, Hamlet.

HAMLET.- ¿En qué pensáis, madre?

REINA.- ¡Ay! ¡Triste! ¿Y en qué piensas tú que así diriges la vista donde no hay nada, razonando con el
aire incorpóreo? ¿A quién estás mirando?

HAMLET.- ¡A él, a él! ¿Le veis, que pálida luz despide?

(Al fantasma) No me mires así, no sea que ese lastimoso semblante destruya mis designios crueles, no
sea que al ejecutarlos equivoque los medios y en vez de sangre se derramen lágrimas.

REINA.- ¿A quién dices eso?

HAMLET.- ¿No veis nada allí?

REINA.- Nada, y veo todo lo que hay.

HAMLET.- ¡Pero míralo allí!; ¡mira cómo se esfuma!

(Sale el fantasma)

REINA.- Todo es invención de tu cerebro.

HAMLET.- ¿Desorden? Mi pulso, como el vuestro, late con regular intervalo y anuncia igual salud en sus
compases... Nada de lo que he dicho es locura.

¡Ah! ¡Madre mía! En merced os pido que no apliquéis al alma esa unción halagüeña, creyendo que es mi
locura la que habla, y no vuestro delito. Confesad al Cielo vuestra culpa, llorad lo pasado y precaved lo
futuro.

REINA.- ¡Ay! Hamlet, tú despedazas mi corazón.


HAMLET.- Pues apartad de vos aquella porción más dañada, y vivid con la que resta, más inocente.

Buenas noches... Pero, no volváis al lecho de mi tío. Si carecéis de virtud, aparentadla al menos.
Conteneos por esta noche: este esfuerzo os hará más fácil la abstinencia próxima.

La desgracia de este hombre me aflige en extremo; pero Dios lo ha querido así, a él le ha castigado por
mi mano y a mí también, precisándome a ser el instrumento de su enojo. Yo le conduciré a donde
convenga y sabré justificar la muerte que le di. De nuevo, buenas noches.

¡Ah! Escuchad otra cosa.

REINA.- ¿Cuál es? ¿Qué debo hacer?

HAMLET.- No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el Rey te haga decidle que mi
locura no es verdadera, que todo es artificio.

REINA.- No, no lo temas, que si las palabras se forman del aliento, y este anuncia vida, no hay vida ni
aliento en mí, para repetir lo que me has dicho.

HAMLET.- ¿Sabéis que debo ir a Inglaterra?

REINA.- ¡Ah! Ya lo había olvidado. Sí, es cosa resuelta.

HAMLET.- He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos condiscípulos (de quienes yo me
fiaré, como de una víbora ponzoñosa) van encargados de llevar el mensaje facilitarme la marcha y
conducirme al precipicio.

Pero, yo los dejaré hacer: que es mucho gusto ver volar al minador con su propia mina. Este hombre me
hace ahora su ganapán. Le llevaré arrastrando a la pieza inmediata.

Madre, buenas noches. Vamos, amigo, que es menester sacaros de aquí y acabar con ello.

(Sale arrastrando a Polonio)

Acto IV.
Escena 1.
Salón del palacio.

(Rey y Reina)

REINA.- ¡Ah! ¡Señor lo que he visto esta noche!...

1. REY.- ¿Qué ha sido, Gertrudis? ¿Qué hace Hamlet?

REINA.- Tan furioso como una tormenta en el mar. En un desenfreno, oyó ruido detrás del tapiz y
sacando la espada gritó: «¡un ratón, un ratón!» y sin pensarlo dos veces asesino al buen anciano que se
hallaba oculto.

2. REY.- Su libertad está llena de peligros, para mí, para ti y para todos. ¿Y a donde ha ido?

REINA.- Ocultando el cadáver en algún lugar, arrepentido de lo que ha hecho.

3. REY.- El ira embarcado rumbo a Inglaterra. Entretanto, se resolverá la manera de controvertir


frente a este indigno suceso.

(Entran Guillermo)
4. REY.- ¡Oh! ¡Guillermo, amigos!, Hamlet ciego de frenesí, ha muerto a Polonio y le ha sacado
arrastrando del cuarto de su madre. Id a buscarle, y haced llevar el cadáver a la capilla. (Salen)

Escena lll.
Sala del castillo.

(Hamlet, Ricardo y Guillermo)

(Entra Hamlet. Poco después entran ambos)

GUILLERMO.- Hamlet, señor.

RICARDO.- Señor, ¿qué habéis hecho del cadáver?

HAMLET.- Ya está entre el polvo, del cual es pariente cercano.

RICARDO.- Decidnos en donde está, para que le hagamos llevar a la capilla.

HAMLET.- El cuerpo está con el Rey; pero el Rey no está con el cuerpo. El Rey viene a ser una cosa
como... Una cosa, que no vale nada..., pero; guarda, Pablo... Vamos a verle. (Sale corriendo seguido
por ambos)

Escena lV.
Sala del castillo.

(Rey, Ricardo, Guillermo y Hamlet)

(Rey. Ricardo y Guillermo entran escoltando a Hamlet)

5. REY.- ¿Dónde está Polonio?

HAMLET.- Ha ido a cenar.

6. REY.- ¿A cenar?, ¿A dónde?

HAMLET.- No donde suele comer, sino donde se lo están comiendo los gusanos

7. REY.- Hamlet, ¿En dónde está Polonio?

HAMLET.- En el cielo. Envía a alguien que lo busque allí. Si tu mensajero no puede encontrarlo, búscalo
tú mismo en el otro lugar. Si no le halláis en todo este mes, le oleréis sin duda al subir los escalones de la
galería.

8. REY.- Id allí a buscarle. Conviene que salgas de aquí con acelerada diligencia. Prepárate, pues.
todo está pronto para tu viaje a Inglaterra.

HAMLET.- Bien. Pues a Inglaterra nos vamos, adiós… querida madre. (Salen todos)

9. CLAUDIO— Querrás decir «querido padre», Hamlet.

HAMLET— No, no; querida madre. El padre y la madre son marido y mujer y marido y mujer son uno los
dos. Así pues, adiós, querida madre. A Inglaterra nos vamos.

Escena lV.
Sala del castillo.

(Entra en escena Hamlet solo)

HAMLET— ¡Todo conspira contra mí para hacerme desistir de la venganza! ¿Para qué sirve un hombre
si lo que hace durante la vida es comer y dormir como un animal? Dios no nos dio este gran poder de
raciocinio, que nos permite predecir lo por venir y recordar lo pasado, esta capacidad mental que nos
asemeja a los dioses, para que se pudra dentro de nosotros por falta de uso. ¿Cómo, pues, permanezco
en ocio, muerto indigno mi padre, mi madre envilecida… con las perturbaciones y fuertes emociones que
asedian mi mente, sigo sin actuar?...

Escena V.

Sala del castillo.

(La Reina. Entra Horacio y Ofelia)

HORACIO— Vuestra majestad debería hablar con ella. Su comportamiento es acicate para los que
gustan de meterse en vidas ajenas.
REINA— Que entre.
(Entra Ofelia)
OFELIA— ¿Dónde está la bella majestad de Dinamarca?
REINA— ¿Qué quieres decir, Ofelia?
OFELIA— (canta)…
Está muerto, mi señora, está muerto.
Le cubre la hierba de un breve huerto.
(OFELIA salta y baila)
REINA— ¡Ofelia!
OFELIA— ¡Prestad atención! (mientras canta entra CLAUDIO)
Su mortaja es, como la nieve, blanca;
festoneada toda de muchas flores
que diseminan sus varios olores
por el campo feraz y la barranca
REINA— ¡Ah, Claudio! Mira en qué estado se halla.
10. REY— ¿Cómo estás, Ofelia?
OFELIA— Muy bien, gracias a Dios. Dicen que la lechuza era hija del panadero. ¡Dios mío! Sabemos lo
que somos, pero no lo que podemos ser. Que Dios os bendiga.

11. REY— ¿Alude a su padre?

OFELIA— No se hable más de ello. Pero cuando os pregunten qué significa, responded (canta)

San Valentín es mañana,

brillará el sol en el cielo;

yo asomada a mi ventana

te esperaré con anhelo.

(Sale)
12. REY— (A Horacio) Seguidla de cerca, vigiladla bien, por favor.

(Sale Horacio) (Se oye ruido fuera)

13. REY— ¡Al arma, guardas del palacio! ¡Que guarden mis puertas! ¿Qué sucede? (entra un
mensajero)

MENSAJERO— ¡Señor! Laertes arrasa a vuestros soldados a la cabeza de una multitud. El vulgo lo
llama señor, y olvidando las tradiciones e ignorando las costumbres civilizadas, todos gritan a la vez: «¡A
los gobernantes los elige el pueblo! ¡Laertes será rey!».

14. REY— ¡Han roto las puertas! (Aparece LAERTES)

LAERTES— ¡Quedaos ahí fuera! (se oyen voces fuera) ¿Dónde está el rey? ¡Vos, entregadme a mi
padre!

REINA— Cálmate, mi buen Laertes.

LAERTES— Si una sola gota de mi sangre se calmara, me proclamaría hijo bastardo; tildaría de cornudo
a mi padre e imprimiría sobre la frente limpia y casta de mi madre la nota infame de prostituta.

15. REY— ¿Cuál es la causa de que tu rebelión sea tan atrevida, Laertes? ... Déjalo, Gertrudis; no
temas por mi persona. ¿Por qué estás tan ofuscado? ...

LAERTES— ¿Dónde está mi padre?

16. REY— Muerto.

LAERTES— ¿Cómo murió? ¡Y quiero saber la verdad, que conmigo no se juega! ¡Al Infierno con mi
lealtad! ¡Antes firmaré un pacto con el más negro de los demonios y arrojaré mi conciencia y mi salvación
al abismo más profundo! ¡Quiero venganza por la muerte de mi padre!

17. REY—Buen Laertes, si deseas saber la verdad acerca de la muerte de tu amado padre, ¿acaso
está escrito en tu venganza que atropelles sin distinción amigos y enemigos; culpados e
inocentes?

LAERTES— Solamente a sus enemigos.

18. REY— Entonces, reconocerás a sus amigos.

LAERTES— A sus buenos amigos los recibiré con los brazos abiertos y, no les hare daño alguno.

19. REY—Yo no tengo culpa en la muerte de tu padre. Esta verdad se mostrará tan clara a tu razón,
como a tus ojos la luz del día

(Se oyen ruidos y entra Ofelia mientras adolece en llanto)

LAERTES— ¡Oh! ¡Calor activo, abrasa mi cerebro! ¡Lágrimas, en extremo cáusticas, consumid la
potencia y la sensibilidad de mis ojos! Por los Cielos te juro que esa demencia tuya será pagada por mí
con tal exceso, que el peso del castigo tuerza el fiel y baje la balanza... ¡Oh! ¡Amable niña! ¡Mi querida
Ofelia! Más me mueve a vengarme, querida hermana, tu enajenación que todas las razones que
pudieras alegar.

OFELIA— Esto es romero y sirve para recordar: ¡ay, amor, no me olvides! Estos son pensamientos y
sirven para pensar (se ríe). Y para ti, estos hinojos (se los da a LAERTES) que sirven para rezar (se ríe
de su propia gracia). Quisiera haberte dado violetas, pero se marchitaron cuando mi padre murió. Me
dicen que tuvo una buena muerte. (canta)

Dulce y bello petirrojo,


dime: ¿volverá mi amor?

¡No! ¡Muerto está! ¡Ay, qué dolor!

Muerto bajo los abrojos.

Que Dios tenga misericordia de su alma y de todas las almas cristianas. Adiós,

adiós a todos.

(Se va OFELIA)

LAERTES— Veis esto, ¡Dios mío!

20. REY—Elige entre los más prudentes de tus amigos, aquellos que te parezca. Si directa o
indirectamente ellos me encuentran culpable, te entregaré todo lo que puedo llamar mío, como
satisfacción. Pero si no, juntos buscaremos la manera de aliviar tu dolor.

LAERTES— Hágase lo que decís... Su arrebatada muerte, su oscuro funeral, están clamando del cielo a
la tierra por una aclaración.

Escena Vl.

Sala del castillo.

(Horacio)

HORACIO— (lee una carta) «Apenas llevábamos dos días en el mar cuando un buque corsario, muy
bien aparejado, trató de darnos caza. Nuestras velas no podían competir con las suyas y pronto nos
alcanzaron. Luchamos. Salté a bordo del navío pirata, pero en ese momento los dos barcos se separaron
y me hicieron su prisionero. Sin embargo, estos me dieron un buen trato, y me otorgaron mí libertad.
Entrega al rey las cartas que te envío con ésta y luego sigue las direcciones que te indico más abajo y
ven a mi encuentro de inmediato. Adiós, Hamlet».

(Horacio saca las cartas que ha de entregar al rey, se guarda la suya en el pecho y se va.)

Escena Vll.

Sala del castillo.

(Rey y Laertes)

21. REY— Ahora que sabes que el asesino de tu padre intentaba matarme a mí, hemos de ser
amigos y aliados.

LAERTES— Estoy de acuerdo. Pero, decidme, ¿por qué no castigáis crímenes que son de lesa
majestad por la vía legal?...

22. REY— Por dos razones: La reina, su madre, apenas vive sino por sus ojos, y el pueblo le
profesa un gran amor. Mis flechas hubieran sido devueltas a su arco. (Entra un mensajero)

MENSAJERO— Majestad, esta carta es para su alteza y esta para su majestad la reina.

23. REY— Laertes, te leeré el contenido de estas cartas. Mensajero, déjanos.

(Se va el MENSAJERO.)

24. REY— (lee) «Alto y poderoso señor, le hago saber que estoy desnudo en su reino. Mañana le
pediré permiso para mirar sus reales ojos; y entonces, mediante su perdón, le diré la causa de mi
extraño y repentino retorno, Hamlet». Es sin duda su letra, ¿Qué querrá decir?

LAERTES— No tengo idea, señor. Pero dejadle que venga. Mi acongojado corazón se alegra al pensar
que podré decirle cara a cara: «¡Esto es lo que hiciste, villano!»

25. REY— Si todo esto es lo que parece ¿te dejarás llevar por mí?

LAERTES— Sí, alteza. Pero a condición de que no me llevéis hacia la paz.

26. REY— A tu propia paz. Si él retorna ahora disgustado de su viaje y rehúsa comenzarlo de nuevo,
yo lo ocuparé en una nueva empresa que medito, en la cual perecerá sin duda.

LAERTES—Alteza, obedeceré vuestras órdenes; pero preferiría, si es posible, ser yo el instrumento de


su muerte.

27. REY—Durante tu ausencia se ha hablado mucho en palacio, estando Hamlet presente, de una
habilidad tuya, pues bien, se habló de tu destreza en la esgrima, y especialmente en el manejo
del estoque. Cuando llegue Hamlet, yo le haré acompañar por algunos que, alabando tu destreza
incitándole a pelear, aceptara y tomaras venganza.

28. LAERTES— Así lo haré, y para ese propósito envenenaré mi espada, de esta forma, será
sumamente mortífera.

29. REY Haremos una apuesta formal sobre tu habilidad. Cuando con la agitación se sientan
acalorados y sedientos, entonces él pedirá de beber, y yo le tendré preparada una copa. (Se oye
ruido adentro). Pero, espera ... ¿Qué ruido es ese?

(Entra la Reina)

¿Qué sucede ahora, hermosa Reina?

REINA— Una desgracia va siempre pisando sobre los talones de otra, siguiéndola rápidamente. Laertes,
tu hermana se ahogó.

LAERTES— ¿Ahogada? ¡Oh! ¿En dónde?

REINA— Donde hay un sauce que crece a las orillas del arroyo. Quiso colgar las guirnaldas que había
hecho en el árbol, se quebró la rama en que se apoyaba, y cayó en el lloroso arroyo.

LAERTES—Pobre Ofelia, tenías demasiada agua, para aumentarla de este modo con mis lágrimas.
Adiós, mi señor. Mis palabras de fuego arderían en llamas si no fueran apagadas por este imprudente
llanto. (Sale).

30. REY—Sigámoslo, Gertrudis. Me costó mucho trabajo calmar su furia. Ahora temo que esto lo
irrite nuevamente. Es mejor seguirlo. (Salen)

ACTO V
ESCENA I
(Enterrador, Hamlet y Horacio)

(Entran Hamlet y Horacio a distancia)

ENTERRADOR.- De joven yo amé, amé;

me pareció muy grato

menguar mis años con placer; igual no lo había probado (cantando)

HAMLET.- ¿Que acaso este hombre no tiene sentido de su oficio? ¿por qué cava tumbas cantando?

ENTERRADOR.- Mas con sigilo la vejez ha hecho presa en mí y me transporta a la región como al que
no ha gozado así. (cantando mientras arroja una calavera).

HAMLET.- Esa calavera tenía lengua y podía cantar. Tal vez fuese la cabeza de un político, ahora
avasallado por un asno, capaz de engañar a Dios, ¿no crees?

HORACIO.- Posiblemente, señor.

ENTERRADOR.- Un pico y una pala, pala, envuelto en un sudario y un hoyo para huésped tal será
necesario. (cantando mientras arroja otra calavera).

HAMLET.- Y otra más. ¿No podría ser la de un abogado? ¿Dónde están ahora sus argucias, sus
distingos, sus pleitos, sus títulos, sus mañas?

(Al enterrador) Tú. ¿De quién es esta fosa?).

ENTERRADOR.- Mía, señor.

... y un hoyo para huésped tal será necesario (canta).

HAMLET.- Es para un muerto, no para un vivo; así que has mentido.

¿A quién van a enterrar?

ENTERRADOR.- A una que fue mujer, que en paz descanse.

HAMLET.- ¿Desde cuándo eres sepultero?

ENTERRADOR.- Desde aquel día en que nuestro difunto rey Hamlet venció a Fortinbrás.

HAMLET.- ¿Y de eso cuánto hace?

ENTERRADOR.- Fue el día en que nació el joven Hamlet, el que estaba loco y mandaron a Inglaterra.

HAMLET.- Claro. ¿Y por qué le mandaron a Inglaterra?

ENTERRADOR.- Porque allí no se le notara, allí todos están igual de locos.

HAMLET.- ¿De dónde salió su locura?

ENTERRADOR.- Pues de aquí, de Dinamarca. Yo llevo aquí de sepultero treinta años.

Mira, aquí hay una calavera (señala); lleva enterrada veintritrés años.

HAMLET.- ¿De quién es?

ENTERRADOR.- Esta calavera, señor, es la de Yorick, el bufón del rey.


HAMLET.- Deja que la vea.

(Toma la calavera) ¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocía, tenía un humor incansable, una agudeza
asombrosa. Me llevó a cuestas mil veces. Horacio, dime una cosa.

HORACIO.- Sí, mi señor.

HAMLET .- ¿Tú crees que Alejandro tenía este aspecto bajo tierra?

HORACIO.- El mismo

HAMLET.- ¿Y olía así? ¡Puaj! (Coloca la calavera en el suelo)

HORACIO.- Igual, señor.

HAMLET.- Alejandro murió, Alejandro fue enterrado, Alejandro se convirtió en polvo. El polvo es tierra,
con la tierra se hace el barro, y con el barro en que se convirtió se hace el barro, y el barro se convirtió,
¿por qué no se puede tapar un barril de cerveza?

Pero alto. Apartémonos: se acerca el rey, la reina, cortesanos.

(Entran, siguiendo un féretro, el rey, la reina, Laertes, otros cortesanos y un sacerdote).

¿A quién siguen? ¿Por qué un rito tan menguado? Eso indica que el difunto al que siguen, temerario se
quitó su propia vida. Y era de alto rango. Vamos a escondernos y a mirar.

(Retrocede con Horacio)

LAERTES.- ¿Qué ceremonia falta?

SACERDOTE.- Sus exequias las hemos extendido hasta el límite aprobado. Su muerte fue dudosa; de
no haberlo impedido una orden superior, yacería en lugar no consagrado hasta el día del juicio. Pero aquí
se le permiten ritos virginales, flores de doncella y entierro en sagrado toque de campana y funeral.

LAERTES.- ¿Sin hacer nada más?

SACERDOTE.- Nada más

LAERTES.- Dadle sepultura y que broten violetas de su carne pura y sin mancha. Cruel sacerdote, yo te
digo que mi hermana será un ángel providente cuando tú estés aullando en el averno.

HAMLET.- ¿Cómo? ¿La bella Ofelia?

REINA.- Confiaba en que serías la esposa de mi Hamlet. Querida niña, creí que iba a engalanar tu lecho
de bodas, no tu sepultura. (Le tira flores)

LAERTES.- (Salta dentro de la fosa) ¡Apilad ahora tierra sobre vivos y muertos hasta hacer de este
llano una montaña que descuelles sobre el monte Pelión o la cumbre celeste del Olimpo!

HAMLET.- (Se adelanta) ¿Quién es este que vocea su dolor con tanto ímpetu y hechiza a los planetas
con su angustia dejándolos suspensos como a oyentes asombrados?

Aquí está Hamlet de Dinamarca.

LAERTES.- ¡Que el diablo te lleve! (Sale de la fosa y forcejea con Hamlet)

HAMLET.- Quítame esos dedos de la garganta, pues, aunque no soy impulsivo ni colérico en mí hay algo
peligroso que más te vale temer.

REY.- ¡Separadlos!
REINA.- ¡Hamlet, Hamlet!

(Varios los separan)

HAMLET.- Yo quería a Ofelia. Ni todo el amor de veinte mil hermanos juntos sumaría la medida del mío.
¿Qué piensas hacer por ella?

Dime lo que harás. ¿Piensas llorar, luchar, ayunar, desgarrarte? ¿O beber vinagre, comerte un cocodrilo?
Yo también. Si te entierras con ella, yo también. Si voceas, yo hablaré tan hinchado como tú.

REY.- Esto es pura demencia; el acceso no puede durarle mucho tiempo. Muy pronto estará manso
como una paloma.

HAMLET.- Oídme bien. ¿Por qué me tratáis así? Yo siempre os aprecié. Pero eso ya no importa. Que
Hércules haga lo que se le antoje (Sale con Horacio).

REY.- (A Laertes) Lo que hablamos anoche debe darte paciencia. Muy pronto veremos la hora tranquila;
mientras, la paciencia será nuestra guía.

(Salen todos)

ESCENA II

Sala del castillo.

(Entran Hamlet y Horacio)

HAMLET.- De eso nada más. ¿Te acuerdas de mi relato?

HORACIO.- ¡Cómo no acordarme, señor!

HAMLET.- Salí de mi camarote para hallar los documentos y así luego volver de nuevo a él. Horacio, en
él leí la orden expresa, guarnecida de razones muy variadas sobre el bien de Dinamarca e Inglaterra.

HORACIO.- ¡No es posible!

HAMLET.- Aquí está el comunicado. Léelo sin prisa. ¿Quieres saber cómo procedí?

HORACIO.- Os lo ruego.

HAMLET.- Viéndome atrapado por infames, me senté, proyecté una nueva orden y la escribí con buena
letra. Ahora me he prestado a un fiel servicio. ¿Te digo el contenido de la orden?

HORACIO.- Sí, Alteza.

HAMLET.- Fue un ruego muy solemne de parte del rey: Que se dé a sus portadores la muerte inmediata
sin lugar a confesión.

HORACIO.- ¿Y cómo lo sellasteis?

HAMLET.- Llevaba en la bolsa el anillo de mi padre, cuyo sello es idéntico al del rey. Al otro día fue el
combate naval; lo que sigue ya sabes.

HORACIO.- ¡Qué rey es este!

HAMLET.- Mata a mi padre, prostituye a mi madre, se mete entre la elección de mi esperanza y a mi


propia vida le echa el anzuelo con toda esa maña.

HORACIO.- ¡Chsss! ¿Quién viene?


(Entra Osric).

OSRIC.- Alteza, sed muy bienvenido a Dinamarca.

HAMLET.- Con humildad os agradezco.

OSRIC.- Mi querido señor, si vuestra gentileza se hallara ociosa, os transmitiría un mensaje de Su


Majestad.

HAMLET.- Señor, le prestaré oídos con toda entrega de espíritu.

OSRIC..- Su Majestad me manda a participaros que ha hecho una gran apuesta en favor vuestro. Señor,
se trata de la excelencia de Laertes con su arma.

HAMLET.- ¿Y cuál es?

OSRIC.- Estoque. El rey ha apostado seis corceles berberiscos.

HAMLET.- Es la apuesta francesa contra la danesa. ¿Por qué se ha ''contrapuesto'' como vos decís?

OSRIC.- El rey ha apostado que en doce asaltos entre vos y Laertes, él no os ganará por más de tres.
Laertes ha apostado por nueve de los doce. Podría ponerse a prueba de inmediato si vuestra Alteza se
dignase a responder.

HAMLET.- Si le place a Su Majestad, es mi hora de ejercicios. Si traen las armas, y está dispuesto el
caballero, y el rey mantiene su apuesta, haré que gane si puedo.

OSRIC.- Me recomiendo con lealtad a Vuestra Alteza. (Sale).

HORACIO.- Perderéis este encuentro, señor.

HAMLET.- No lo creo. Aunque no te imaginas el malestar que siento, pero no importa.

HORACIO.- ¿Qué es, señor?

HAMLET.- Una tontería; uno de esos presentimientos que turbarían a una mujer.

HORACIO.- Si vuestro ánimo está inquieto, obedecedlo.

HAMLET.- Nada de eso; los augurios se rechazan.

(Entran el rey, la reina, Laertes, Osric - acompañamiento con trompetas, espadas de esgrima y
una mesa con jarras de vino).

HAMLET.- Perdonadme, señor. Os he agraviado. Los presentes bien saben y a vos de cierto os han
dicho que estoy aquejado de un grave trastorno.

Hamlet es la parte agraviada y la locura de su cruel enemiga.

LAERTES.- Me reservo en mi honor, y no deseo reconciliarme hasta que voces de probada autoridad
emitan juicio y precedente de concordia y mi buen nombre salga intacto.

HAMLET.- Lo acepto muy gustoso, y lucharé abiertamente en este encuentro fraternal.

Traed las espadas, vamos.

REY.- Dales las espadas, joven Osric. Hamlet, ¿conoces la apuesta?

HAMLET..- Perfectamente, y Vuestra Majestad ha apostado por el débil.

LAERTES.- Ésta es muy pesada. A ver otra.


HAMLET.- Ésta me gusta. ¿Son todas del mismo largo?

OSRIC.- Sí, Alteza.

(Se disponen a luchar).

REY.- Poned las jarras de vino en esa masa. El rey beberá por el vigor de Hamlet y en la copa echará
una perla más valiosa que la que cuatro reyes sucesivos en la corona danesa portaron. Dadme las
copas.

''El rey beberá ahora por Hamlet''. Empezad. Jueces, vosotros siempre vigilantes.

HAMLET.- Vamos. (Comienzan a luchar).

HAMLET.- ¡Uno! ¿Jueces?

OSRIC.- Un punto. Un punto muy claro.

LAERTES.- Bien, sigamos.

REY.- ¡Alto! Traed el vino. Hamlet, tuya es esta perla. Bebo a tu salud. (Suenan trompetas).

(Vuelven a luchar).

HAMLET..- Otro punto. ¿Qué decís?

LAERTES.- Otro punto, lo confieso.

REINA.- Hamlet, toma mi pañuelo, sécate la frente.

La reina bebe por tu suerte.

HAMLET.- Gracias, madre.

(La reina bebe y ofrece la copa a Hamlet). (la rechaza)

HAMLET.- Vamos al tercero, Laertes. No dais en serio. Os lo ruego, atacad con más ardor.

LAERTES.- ¿Eso creéis? Vamos. (Luchan) (Hiere a Hamlet. Hay un forcejeo y se cambian los
estoques. Hamlet hiere a Laertes).

REY.- ¡Separadlos!

HAMLET.- No, sigamos. (Cae la reina).

OSRIC.- ¡Atended a la reina!

¿Cómo estáis, Laertes?

LAERTES.- Mi propia traición me da justa muerte.

HAMLET.- ¿Cómo está la reina?

REY.- Se ha desmayado al verlos sangrar.

REINA.- ¡No, no, el vino! ¡Ah, mi buen Hamlet! ¡El vino estaba envenenado! (muere)

HAMLET.- ¡Infamia! ¡Traición! ¡Descubridla!

LAERTES.- Hamlet, estás muerto. No hay medicina que pueda salvarte. El arma traidora está en tu
mano, con punta y envenenada. El rey es el culpable
HAMLET.- ¿Con punta y envenenada? ¡Pues a lo tuyo, veneno! (hiere al rey)

OSRIC.- ¡Traición, traición!

REY.- Amigos, defendedme. Solamente estoy herido.

HAMLET.- ¡Toma, maldito danés, criminal, incestuoso! ¡Bébete la pócima! (lo obliga y muere el rey).

LAERTES.- ¡No caigan sobre ti mi muerte ni la de mi padre, ni la tuya sobre mí, Hamlet! (muere).

HAMLET..- Voy a seguirte. Horacio, me muero. Relata mi historia y mi causa a cuantos las ignoran.

HORACIO.- Nada de eso. Aún queda bebida.

HAMLET.- Dame esa copa. ¡Suéltala! ¡Por Dios, dámela!

Si por mí sentiste algún cariño, abstente de la dicha por un tiempo y vive con dolor en el cruel mundo
para contar mi historia.

¡Ah, ya muero, Horacio! El fuerte veneno señorea mi ánimo. No viviré para oír las nuevas de Inglaterra,
pero adivino que será elegido rey Fortinbrás. Le doy mi voto agonizante (lanza un hondo suspiro y
muere).

HORACIO.- Ha estallado un noble pecho. Buenas noches, buen príncipe; que cánticos de ángeles te
lleven al reposo.

(Entran Fortinbrás y los embajadores de Inglaterra, con tambores, estandartes y


acompañamiento).

FORTINBRÁS.- ¿Dónde está la escena?

HORACIO.- ¿Qué queréis ver? Si es algo de asombro o dolor, cese vuestra busca.

FORTINBRÁS.- ¿Qué festín preparas en tu celda infernal, que con tal violencia hieres a la vez a tantos
príncipes?

El cuadro es angustioso y nuestra embajada de Inglaterra llega tarde. Su orden fue cumplida. ¿Quién
nos dará las gracias?

HORACIO.- Su boca. Él nunca dio la orden de matarlos. Mas, puesto que llegáis en hora tan sangrienta,
vos, de la guerra con Polonia, y vos de Inglaterra, disponed que los cadáveres sean expuestos en alto a
la vista de todos y permitid que cuenta al mundo, pues lo ignora, todo cuanto sucedió.

FORTINBRÁS.- Apresurémonos a oírlo, y que esté presente toda la nobleza. En cuanto a mí, acojo mi
destino con dolor.

HORACIO.- Hablaré también de ello y del voto que otro muchas atraerá. Mas cumplamos sin tardanza lo
propuesto.

FORTINBRÁS.- Cuatro capitanes portarán a Hamlet marcialmente al catafalco, pues, de habérsele


brindado, habría sido un gran rey. Su muerte será honrada con sones militares y ritos de guerrero.
Llevaos los cadáveres. Vamos, que disparen los soldados.

(Salen en marcha solemne, seguida de una salva de cañón)

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