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En el problema bioético lo que se discute es acerca del motivo y el ámbito preciso de una
fundamentación epistemológica de la bioética.
Otros admiten una ética intrínseca a la investigación científica. Una ética semejante se
concretaría a ser escrupulosos en la metodología, a la exactitud de la comunicación de los
resultados, a la trasparencia de los procedimientos para que el mundo científico. Esta representa
una exigencia deontológica válida para todo tipo de ciencia y también para bioética que se
refiere a la investigación biomédica.
Este tipo de eticidad o no eticidad del proyecto presenta implicaciones para quienes colaboran
a nivel subterráneo: estas personas tienen derecho a conocer la finalidad del proyecto y
también, el derecho-deber de plantear una objeción de conciencia.
No basta con que haya una ética de los fines, sino que se requiere una eticidad de los medios y
de los métodos.
Modelos de bioética.
En el panorama de la bioética hay una pluralidad de criterios difícilmente conciliables entre sí.
Por eso, se ha vuelto primordial aclarar cuáles serían los valores y los principios en los que se
debe basar el juicio ético y afirmar una distinción justificativa de lo licito y de lo ilícito.
Esta ley afirma que existe una gran división entre el ámbito de los hechos naturales y el de los
valores morales: los hechos se pueden conocer y describir con el verbo en indicativo y demostrar
científicamente; mientras los valores y las normas morales son simplemente supuestos y dan
lugar a juicios prescriptivos que no se pueden demostrar.
Los no cognitivos piensan que los valores no pueden ser objeto de conocimiento y de
afirmaciones calificables como verdaderas o falsas.
Por el contrario, los cognitivos buscan una fundamentación racional y objetiva de los valores y
de las normas morales.
Un primer intento de fundamentar la norma ética basándose en los hechos (en oposición de la
ley de Hume) que desemboca en la relativización de los valores y normas, lo representa la
orientación sociológico-historicista, una ética puramente descriptiva. Según esta, la sociedad en
su evolución produce y cambia valores y normas, que son funcionales para su desarrollo.
Se trata de una libertad disminuida: es la libertad para algunos, para aquellos que pueden
hacerla valer y expresarla. Se trata de una libertad sin responsabilidad.
Todo acto libre supone en realidad la vida del hombre que lo lleva a cabo; la vida viene antes
que la libertad, porque quien no está vivo no puede ser libre; la libertad tiene un contenido, es
siempre un acto que aspira a algo o afecta a alguien, y este contenido es la libertad responsable.
El modelo pragmático-utilitarista
El principio básico es el del cálculo de las consecuencias de la acción con base en la relación
costo/beneficio. Esta relación es válida cuando se refiere a un mismo valor y a una misma
persona en sentido homogéneo y subordinado: cuando no se adopta como principio último, sino
como factor de juicio referido a la persona humana y a sus valores.
Pero ese principio no puede ser aplicado de manera ultima y fundamental sopesando bienes no
homogéneos entre sí, como cuando se confrontan los costos en dinero con el valor de una vida
humana.
Es el que consideramos más apropiado para resolver las antinomias de los modelos precedentes
y para fundamentar la objetividad de los valores y de las normas.
La persona es entendida como ente dotado de razón. El hombre es persona porque es el único
ser en el que la vida se hace capaz de reflexionar sobre sí misma, de auto determinarse. En cada
hombre se recapitula y sobra sentido el mundo entero, pero al mismo tiempo el cosmos es
superado y trascendido, la persona humana es una unidad, un todo y no solo parte de un todo.
La misma sociedad tiene como un punto de referencia a la persona humana; la persona es fin y
origen de la sociedad. Cada hombre en particular, es para la creyente imagen de Dios, hijo de
Dios y hermano de Jesucristo. Pero ante cualquier reflexión racional, la persona humana se
presenta como el punto de referencia, el fin y no el medio, la realidad que trasciende la
economía, el derecho y la historia misma.
El personalismo clásico de tipo realista y tomista (sin negar este componente existencia, o la
capacidad de elección) pretende afirmar también un estatuto objetivo y existencial (ontológico)
de la persona. La persona es ante todo un cuerpo espiritualizado, un espíritu encarnado, que
vale por lo que es y no solo por las opciones que lleva a cabo. En toda la elección la persona
empeña lo que ella es, su existencia y su esencia, su cuerpo y su espíritu; en una elección se da
no solo el ejercicio de la elección, la facultad de elegir, sino también un contexto de la elección,
es decir, un fin, unos medios y unos valores.
El valor ético de un acto deberá ser considerado bajo el perfil subjetivo de la intencionalidad,
pero también en su contenido objetivo y en las consecuencias.
La solución de estos problemas éticos debe buscarse en relación con los conceptos y los valores
fundamentales de la persona humana. Los valores fundamentales de la persona deberán ser
protegidos no solo moralmente, sino también legalmente.