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Libro 2

Magician Talidor Luminus

El último Nigromante

Por Antonio J. Fernández Del Campo

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Título original: El último nigromante
1ª edición: mayo de 1992
2ª edición: mayo de 1999
3ª edición: octubre de 2012 Ed. Bubok
© 2012 por Antonio J. Fernández
Impreso en España.
Código Safecreative:

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Cruel destino fue el de la diosa Minfis,
una deidad que por años reinó sola,
engreída y confiada dominó el mundo.
No sabía que sus hermanos resolverían la crisis,
tantos siglos luchando por la supremacía,
acabaron en un destino harto infecundo.

La corte de los dioses regresó de su destierro,


atraparon a la diosa única, la diosa de la magia.

Buscaron la manera de castigarla


únicamente encontraron una,
sería inútil tratar de azotarla o torturarla,
querían destruirla.
Un dios se opuso al decreto.
El Señor Rastalas
diole una segunda oportunidad
aunque ella nunca dejó de mostrar por él agresividad.

Decidieron los dioses destruir a Minfis;


en el acto se firmó la sentencia en las estrellas.

Para el mundo solo fue una estrella fugaz,


ocaso de una estrella fulgurante,
dioses y humanos la recordaron como la amante
entregada a los brazos de su salvador Rastalas
recordado por todos como el Magician Talidor Luminus.

Ya que él recogió la estrella y la salvó, cayendo con ella.

Sí, el amor es entrega,


una diosa a la que le arrebataron el poder
podrá volver
reinando sobre los demas dioses
escapando de sus injurias
maldiciendo sus destinos,

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acabando con todos ellos por su traición
cuando ella estaba sola y desprevenida;
íntegramente los destruirá;
al lado de Rastalas.

Alaón Mejara

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Prólogo

Travis dejó atrás a Flodin debido a sus largas piernas y a su atlético


cuerpo, a pesar de ser tan viejo. El thaisi soltó un grito de pánico por la
posibilidad de quedar sepultado en la torre. Su repentino grito de
desesperación también era por haber sido adelantado por el anciano. Con
tan escasa luz tenía que bajar tanteando escalón a escalón, pero aquel
maldito semielfo, con eso de que veía muy bien en la oscuridad, bajaba de
tres en tres los escalones.
- ¡Corre Flodin! o tus días de ratero se acabaran aquí mismo -
aconsejó Travis mientras aun estaba cerca del thaisi. En cuanto acabó el
consejo sus piernas parecieron volar sobre el suelo, ya que aceleró la bajada
y Flodin le perdió de vista en un abrir y cerrar de ojos.
- ¡No me dejes solo! - chilló el thaisi. Azuzado por el pánico
empezó a saltar de dos en dos los escalones. Pero su pie derecho pisó sobre
vacío y su talón resbaló sobre la esquina traicionera del escalón. Rodó por las
escaleras, dando tumbos, rozándose con la pared de la torre, hasta el
siguiente pasillo circular. Esto le animó ya que vio de nuevo al semielfo;
aunque no por mucho tiempo (el condenado parecía tener alas en los pies).
«Quizás si me hubiera quedado, algún mago me habría sacado»
pensó el thaisi. «¡Bah!, Los humanos nunca me han hecho caso. ¿Porque iban
a hacerlo ahora?».
Se volvió a levantar, dolorido, y volvió a emprender la bajada. La
torre había dejado de temblar, lo cual le dio un respiro. Quizás habían
cambiado de idea y no iban a destruir la torre. Pensó en lo divertido que
sería volver a abrir una de esas salas secretas. Eso sí, cuando viera un señor
de ojos rojos tendría que salir pitando. Esos, eran unas bestias.
Se le pasó por la cabeza abrir alguna de las salas del pasillo en el
que estaba. Si tenía suerte podía encontrar algún anillo mágico o incluso
rubíes del tamaño de manzanas. Pensó que si él fuera mago se dedicaría a
fabricar centenares de rubíes de tamaños nunca vistos…

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El suelo volvía a temblar. Esta vez escuchó trozos de rocas cayendo
de las paredes.
Puso la mano derecha sobre la pared para obtener cierta
estabilidad, pero lo único que logró fue revolverse el estómago. Tuvo la
impresión de estar metido en un enorme castillo de arena que estaba a punto
de sepultarle vivo.
Sus piernas, por acto reflejo y sin recibir orden alguna de su
cerebro, le empujaron hacia las escaleras y tuvo que refrenar un impulso de
dejarse caer ya que rodando avanzaba mucho más rápido. Sin embargo el
riesgo de morir por los golpes de los escalones era demasiado grande.
La escalera se acabó súbitamente y tropezó al no esperarlo,
dándose con la cabeza en la esquina de la entrada a un nuevo pasillo.
No perdió el conocimiento, aunque su cansancio era tal que solo
tenía una idea en la cabeza: "salir o morir". Se levantó a duras penas y
continuó.
De pronto volvió a temblar la torre, pero esta vez más fuere. Si aún
no se había derrumbado era por el enorme poder que la sostenía. Pero
Flodin sospechaba que de continuar esos temblores, ningún hechizo, por
poderoso que fuera, sostendría semejante peso en mármol negro. De nuevo
pisó mal, esta vez por un temblor violentísimo y rodó de nuevo por el
último tramo de escaleras, y en uno de los escalones se golpeó en la cabeza.
La caída por las escaleras continuó, perdido ya el sentido. Era el
tramo más largo, pero también era el que más rápido estaba bajando.
Cuando llegó al pasillo más bajo, Travis se vio golpeado por el cuerpo del
thaisi y a punto estuvo de caer.
- Flodin, ten cuidado - regañó el semielfo sin mirar atrás -. Flodin,
¿Estás bien?
Al ver que no se movía soltó un reniego y le cogió con gran
esfuerzo mientras la torre empezaba a inclinarse. Corrió cuanto pudo y salió
de la torre, cruzando el antiguo umbral justo antes sentir bajo sus pies el
violento choque de tremendas piedras, incrustándose en el suelo.
Apenas le quedaba aire en los pulmones y las piernas se movían
por acto reflejo. Esquivó árboles cerrando los ojos por cada impacto, por
cada pisada, por cada latido de su corazón. Parecía que una montaña caía
tras sus talones y que tarde o temprano uno de sus peñascos le aplastaría
como a una cucaracha. Odió al thaisi que llevaba en sus brazos, creyéndole
responsable de su inminente muerte.
Los escombros cayeron al lado opuesto de donde había salido
Travis, aunque algunas piedras pequeñas, del tamaño de una cabaña habían

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caído delante de él haciéndole sentir el corazón en la garganta. La sangre se
acumuló en sus sienes de tal forma que creyó que la cabeza le iba a estallar.
Por un momento se detuvo, creyendo que no tenía salida, que una de esas
incontables moles que llovía a su alrededor terminaría reduciendo sus
huesos y los del thaisi en papilla.
Un gran bloque de mármol cayó a sus pies. Se llevó tal susto que
decidió que al menos si corría tendría alguna esperanza más de sobrevivir.
Otro peñasco, más alto que un caballo, trituró una encina que tenía a tres
metros de distancia. Una nube de polvo comenzó a rodearle y pronto no
pudo ni respirar ni correr. Sus pies se tropezaban por no ver el suelo que
pisaba.
Una piedra más cayó rozando sus talones, arañando toda su
espalda. Creyó que se le había abierto el costado y que no le quedaría ni una
costilla sana, pero otro último, le rozó la oreja derecha, a velocidad de
vértigo. Mientras tuviera fuerzas debía luchar por salir de allí.
Todo a su alrededor fue una espesa nube de polvo y lluvia de
pedruscos. Solo uno le alcanzó provocándole una herida seria. Un impacto
en el hombro derecho rompió la clavícula, y le provocó una terrible
conmoción y un dolor insoportable.
Tuvo que soltar al inconsciente thaisi y posteriormente una lluvia
de grava cayó sobre sus cabezas. La grava tenía unos bloques más grandes
que otros, que dejaron inconsciente al semielfo cuando el dolor de su
hombro era prácticamente insoportable.
Ambos quedaron sepultados por el polvo y por las ramas de
algunos árboles que habían sufrido incluso más que los recién salidos de la
torre.





Una esfera luminosa amarillenta apareció de improviso cerca de un


gran olmo. Su radio quemó parte de la corteza, aunque no lo suficiente como
para perder el equilibrio del peso de sus ramas. La luz de la esfera consumió
la corteza como el fuego de un volcán, pero cuando perdió luminosidad no
quedó algo sólido sino un hueco que traía el cuerpo ensangrentado de un
hombre.
Otras esferas aparecieron a bastante distancia de los escombros. En
una de estas apareció una figura recia, con armadura y túnica de color rojo

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por dentro de la misma, que cayó de rodillas, sin fuerzas. En la otra apareció
otra figura de menor tamaño vestida de negro.
Ambos magos tardaron un rato en reaccionar, pero el que antes se
levantó fue el ataviado de rojo, el elfo que llevaba la armadura.
- Melmar, ¿Estás bien?- preguntó al ver que al viejo elfo le costaba
reaccionar.
El aludido no reaccionó, parecía inconsciente o quizás muerto;
aunque Welldrom no llegó a pensar en eso último al ver el movimiento
irregular de sus pulmones. El Mago élfico cogió de los hombros al anciano
nigromante y le dio unas tortas para que reaccionara. Éste volvió en si y
empezó a toser. Tenía la mirada perdida.
- Welldrom - dijo Melmar con una voz débil -. No hemos podido
evitar la catástrofe.
- Sí, Melmar, podía haber sido peor - tranquilizó Welldrom -. Pensé
que nos destruiría, y sin embargo no lo hizo. No lo comprendo, si yo hubiera
estado en su lugar no habría dejado vivo a nadie que pudiera interferir en
mis proyectos.
Melmar parecía recuperarse por segundos, y se levantó
pesadamente. Miró en la dirección en la que antes estaba la torre, y se
lamentó.
- Esa era mi casa. Mi único hogar. Ahí estaba el portal del Abismo,
pensé que esa torre duraría más que el mundo, que no podría derrumbarse
nunca.
- Hay que buscar a Sara, Cabise y Mikosfield - propuso Welldrom
después de un largo escrutinio alrededor.
Melmar no dijo nada, solo cerró los ojos y trató de buscarlos con
sus facultades extraordinarias. Entre tantas ruinas y polvo podían pasar años
para encontrar a alguien inconsciente o muerto.




El tercer personaje tenía la cara manchada de sangre y no se movía.


Cuando la luminosa esfera desapareció, el mago quedó echado en el centro
del círculo quemado del suelo.
Mik intentó levantarse, pero el dolor de su espalda era muy agudo,
ya que parecía que no podía respirar y sentía como si tuviera una gran
piedra clavada en los riñones.

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Su vista estaba enturbiada por el dolor, y apenas veía nada, a pesar
de que el polvo ya no era tan espeso.
Volvió a intentar levantarse cuando una mano le ayudó por el
costado que tenía bien. Mik se levantó antes de saber quien le ayudaba, y
tambaleante se dio la vuelta esperando ver a Sara.
- ¿Estás bien? - preguntó Welldrom -. No debiste esperar tanto a
salir del laboratorio.
Mik miró a su alrededor, con la esperanza de ver a Sara por algún
sitio, pero al único que vio fue a Melmar.
- ¿Desde cuando te preocupas por mi salud? - preguntó Mik con
desagrado, soltándose como si le tocara un leproso.
- Esa herida parece grave - volvió a decir Welldrom.
- No te emociones, sobreviviré.
Welldrom no hizo caso a las acusaciones veladas de Mik; sabía que
iba a adoptar esa actitud cuando supiera lo que había hecho. No tenía el
menor motivo para confiar en él. Tampoco estaba dispuesto a dárselo. En
aquel momento tenían que unir sus fuerzas y ninguno de los dos iba a
ponerse violento con el otro.
- Si quieres que te sea sincero - dijo Mik -, comprendo tu postura,
pero debías haber imaginado que si nos hubieras contado tus intenciones
sinceramente, hace tres días, yo te habría creído y no habría sido necesario
contratar a esos asesinos, para matarnos a mi y a Cabise. Yo estaría
prevenido y Cabise seguiría vivo.
- Sí, supongo que podría haberlo hecho - dijo Welldrom -, pero
todavía no he decidido perdonaros la vida. Quizás me ocupe de ti mas tarde,
ahora estamos condenados a cooperar. Sin embargo, Cabise, ya es historia -
su rostro exhibió una sonrisa circunstancias.
- ¿Estoy oyendo bien? - preguntó Mik levantando la voz, notando
una mano invisible quitándole la respiración en su herida de la espalda, que
amenazaba con dejarle sin aliento.
- ¡Callaros!- gritó Melmar -. Es más importante encontrar a los
demás.
Mik se tuvo que quedar tumbado, completamente vencido por el
dolor. Si ese maldito Welldrom pretendía matarle, no lo tendría difícil. Pensó
que si él tuviera ocasión de matar a ese maldito elfo, lo haría sin pestañear.
- Travis debe estar cerca - volvió a decir Melmar -, no le habrá dado
tiempo a ir muy lejos.
Welldrom buscó por todo alrededor de las ruinas, pero era tal la
destrucción, que no quedaba piedra sobre piedra de la torre, y sus pedazos

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se habían esparcido en un gran radio. Apenas sí se veía alguna rama de lo
que antes era un bosque.
Melmar ayudó en su tarea a Well, y Mik se fue recuperando sobre
un bloque apto para poder sentarse. El dolor de su costado había cesado un
poco, gracias a una medicina que llevaba en todo momento. No estaba
curado, solo logró cortar la hemorragia, y cesó gran parte del dolor.
- Melmar, ¿Ves algo? - preguntó Well -. Quizás no llegaron a salir,
estamos perdiendo el tiempo.
El elfo oscuro no dijo nada, pero recriminó a Well su falta de
sentimientos al contar con la muerte de Travis de una forma tan natural. No
dijo nada, ni lo pensó. Travis había sido uno de sus mejores amigos, puede
que el único, y también uno de los más viejos, por tanto pensar en su muerte
no le agradaba nada.
- ¿Qué es esto?… ¡Cielos!, ¡Están aquí! - gritó Melmar al ver unos
cuerpos sepultados por el polvo. Apenas tenían piedras encima, solo una,
pero no debió caer directamente sobre el semielfo.
Welldrom corrió hacia donde estaba Melmar, y le ayudó a apartar
el polvo que tenía encima.
- No, tu saca al thaisi - ordenó Melmar.
Welldrom obedeció y sacó a Flodin de su arenosa sepultura con
facilidad. El polvo, y los pequeños pedacitos habían quedado pegados al
rostro del thaisi, de manera que parecía un muerto viviente, ya que la parte
derecha de su cara estaba además teñida por un rastro de sangre.
- ¡Thaisi!, ¡Despierta!, ya acabó todo - dijo mientras le limpiaba los
agujeros de la nariz con cierta repugnancia, y le daba unas tortas en la cara.
Sin embargo el aludido no pareció escuchar la llamada del mago,
aun estaba vivo, pues su corazón latía y su pecho se movía. Había abierto la
boca cuando el otro le tapó la nariz momentáneamente para limpiársela de
polvo.
Melmar tuvo mejor suerte con Travis, ya que este enseguida
despertó por sufrimiento. Melmar creyó que sus horas estaban contadas.
Tenía todo el hombro manchado de sangre y en una altura antinatural. Tenía
la clavícula donde debía tener el omóplato.
- ¿Dónde estará Sara? - protestó el elfo oscuro.
- No te preocupes - dijo Mik mientras se agachaba aparentemente
restablecido por completo -. Salió antes que yo. Debe ser una hechicera
poderosa.
Welldrom soltó una corta carcajada.

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- ¡Eres un idiota! - Insultó -. Sara no es hechicera, solo una
sacerdotisa de un dios que no existe, Kalair. Su único poder solo lo conozco
yo, y créeme, no es un poder curativo precisamente.
Mik se levantó con pesadez, midiendo sus fuerzas. Se arrodilló
junto a Travis y buscó ingredientes de hechizos para curarle la herida del
hombro.
- Yo sé lo que vi. Cogió a Cabise y cayó con él en brazos. Sé que
está viva, de algún modo ha sobrevivido.
Dicho esto, colocó las manos sobre la herida de Travis y repartió
unas hierbas oscuras mientras pronunciaba un corto sortilegio. Sintió manar
un poder embriagador a través de sus manos mientras veía, con satisfacción
que la hemorragia del semielfo cesaba y el hueso volvía solo a su sitio.
Cuando se levantó y miró al otro mago, éste parecía contrariado y
sumamente enojado. Miraba por los escombros con ansiedad, deseando
encontrar la evidencia de que Mik mentía.
- No los busques con tanta ansiedad. Viven, te lo puedo jurar por
mi vida, desde que era niño sé cosas, poseo el don de la videncia.
- ¡Sara puede seguir viva! - Gritó Well, fuera de sí -. Pero, ¿por qué
iba a ayudar a ese aprendiz? Creí que venía a la cita para ayudarme a mí.
- También a mí me engañó - replicó Mik, sarcástico. Le gustaba la
idea de que no solo le mintiera a él.
El Mago oscuro se inclinó para ayudar a Travis a levantarse y éste,
con una mueca de dolor lacerante, logró mantenerse sobre sus débiles
piernas.
Melmar se fijó en la herida de Mik, sorprendido, ya que lo único
que vio fue el agujero de su túnica, y por dentro, las costillas con su piel
totalmente curada. Era obvio que Mikosfield poseía más conocimientos de
magia blanca que él.
Travis se auto estudió para saber el alcance de sus heridas y para
su sorpresa no tenía ninguna, solo la ropa estaba rasgada y llena de sangre.
Había tenido suerte de estar rodeado de magos. Aún así estaba tan agotado
que volvió a sentarse en suelo para descansar. Al apoyar la mano en la arena
sintió un pinchazo de dolor en el hombro. No estaba tan sano como pensaba.
- ¿Cómo está Flodin? - preguntó después de respirar
profundamente.
- Inconsciente - dijo Welldrom -. Su herida de la cabeza parece
infectada.
- Déjame a mí - intervino Mik, que se acercó y con una grasa de
color carne le untó la herida de la cabeza hasta cubrirla por completo.

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- Tenemos que ir a Kelemost, Sara nos estará esperando, cuidando
a Cabise - dijo Mik -. Espero que aun esté vivo.
Cuando Mik terminó de decir esto, se acuclilló junto a Travis, y le
dijo a Melmar que se apartara. Su punto de encuentro sería en la casa de
Travis.
Mik canturreó esparciendo los poderosos polvos plateados, y
desapareció con el semielfo. Aquella experiencia había sido la más apurada
de su vida, y nunca habría pensado que podría confiar en Melmar y
Welldrom. Sin embargo, era reconfortante saber que su máximo enemigo
pretendía una alianza con él.
Welldrom cogió a Flodin y con un sortilegio desapareció. Melmar
no se fue inmediatamente, buscó entre los escombros algún libro, amuleto o
algo de algún valor, que pudiera haber quedado entero. Cogió varios
enseres, pero al ver el mal estado de éstos, los tiró al suelo. Finalmente se
miró las palmas de las manos con cierta curiosidad. Las tenía manchadas de
polvo, pero éste brillaba como purpurina a la luz del Sol.
- No será posible tal milagro - se desmintió a sí mismo.
Se agachó y recogió un puñado de aquel polvo plateado, esparcido
por todas partes sepultando al núcleo del bosque de Sachred.
Cerró los ojos y murmuró unas palabras arcanas, concentrándose
en la forma de las letras que componían el hechizo. Dejó caer la arena con
suavidad y dejó fluir la magia a través de sus dedos, al unísono con la arena.
No ocurrió nada especial.
El elfo suspiró decepcionado. Aquello no era el valioso ingrediente
para hechizos que usaban en la mayoría de sortilegios de fuego. No eran
cenizas de plata.
Miró, nostálgico las enormes piedras desperdigadas, los bloques de
mármol negro que habían sido su casa durante siglos. Notaba que había sido
liberado de una gran carga mientras se preguntaba si tendría fuerzas
suficientes para seguir viviendo, con tantos años a la espalda, con tanta
experiencia acumulada y perdida con la destrucción de sus obras, de su
vida, así como de su morada mágica.
Entonces notó un tremendo poder rodeándole, haciendo vibrar el
suelo, las piedras, los trozos de árboles muertos, dibujando extrañas figuras
arcanas en la arena. Melmar sintió una excitación especial ya que su hechizo
había funcionado y, aquello, era realmente polvo de plata. Pero no podía
ocurrir espontáneamente, sin motivo alguno.
Se dejó guiar por su instinto, y elevando una gran roca con un
sortilegio, encontró debajo una garra de dragón metálica aprisionando a una

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bola de cristal azul. Eran los restos del bastón de mago de Alaón, el
poderoso Bastón de Melendil. El tamaño de la garra era similar al de un
puño humano.
Melmar lo examinó, y lo limpió con su túnica. El brillo que
despidió el precioso objeto quería decir que el amuleto aun conservaba la
plenitud de su poder.
Sonrió, y buscó un palo fuerte y suficientemente largo como para
fabricarse su propio bastón de magia. Lo encontró fácilmente, y con la daga
que llevaba en su cintura lo alisó, y así consiguió que el bastón quedara tan
perfecto y pulido que tuvo la tentación de quedárselo en vez de clavarlo en
el suelo. Con tristeza lo dejó clavado, y vio como la esfera de cristal emitía
un resplandor azulado.
- Algo ha sobrevivido. Quizás lo más importante - susurró,
satisfecho -. Aquí nos encontraremos, maestro. Espero que no faltes a tu cita.
Aunque se sentía atraído por aquella fuente de poder, se alejó y
canturreó unas palabras arcanas mientras desaparecía como un fantasma.

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EL ÚLTIMO NIGROMANTE

Libro 2

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1

EL NÁUFRAGO

La playa de Nosthar tenía arena gris y estaba formada por


minúsculos trozos de moluscos. La brisa marina era fría y húmeda y tiritaba
de frío ya que el Sol apenas tenía fuerza a esas horas de la tarde.
Reister era un niño de pelo castaño rizado y largo. Sus ojos azules
eran grandes y sus mejillas estaban marcadas por unos pómulos carentes de
carne. Era delgado, un metro cuarenta; la estatura típica de los niños un año
menores que él. Tenía la piel rosada, según el día. Ese día la tenía colorada.
Debía ser porque llevaba más de diez minutos expuesto a los rayos solares.
Estaba caminando por la arena, alejándose de sus amigos, cansado
de ser siempre el que tenía que pringar en los juegos. No aguantaba ni diez
pasos corriendo por la arena de la playa sin perder el resuello y cada vez que
jugaban al corre que te pillo se pasaba el tiempo persiguiendo a los demás
sin llegar a atrapar a ninguno. Al final todos se aburrían y jugaban a otra
cosa.
Sin embargo eran buenos amigos. Al menos no perdían la paciencia
con él y no le discriminaban.
Reister sintió un pinchazo en la planta del pie al pisar en la arena.
Se detuvo para ver si se había cortado con algo y se agachó para recoger una
especie de concha dorada. Más bien un resto de una concha. Nunca había
visto algo semejante, estaba húmeda y supuso que en cuanto se secara
perdería ese brillo magnífico. Sin embargo decidió guardarla.
Su imaginación le empezó a funcionar e imaginó que a partir de ese
día tendría una salud de hierro y nunca más se pondría enfermo. Se vio a sí
mismo corriendo detrás de Parlish y haciéndole la zancadilla, haciéndole

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caer en la arena mientras se reía de él por patoso. ¿Cuántas veces lo había
llamado a él cosas mucho peores?
Su rostro se había iluminado por una sonrisa al ver a Asteva, su
mejor amiga, abrazada de su brazo derecho, ya inseparable porque él se
había vuelto el más listo de todos. Estaba cansado de que le miraran con
desprecio y aburrimiento.
- Si, esta concha fuera mágica... le pediría...
Antes de decir lo que pensaba vio un pedazo de tela tras un
arbusto, sobre la arena y un pie humano saliendo de ella.
Su corazón se detuvo un instante por el temor de haber encontrado
un cadáver de un náufrago. Muchos pescadores de Nosthar habían tenido la
desgracia de toparse con alguno. Los muertos olían muy mal, según decían y
además provocaban pesadillas durante meses a quienes los encontraban.
Él no quería ver un muerto. Pero allí había alguien y ya lo había
visto. Supuso que aquella concha le había dado mala suerte, pero también
pensó que el propietario de aquel pie podía seguir vivo, con lo que él sería
su salvador. Y si era una bella muchacha de pelo largo y moreno, con los
ojos tan bonitos como dos almendras, seguro que le daría un beso y hasta
podía tener su edad. Su corazón volvió a latir, pero de intriga. ¿Quién sería?
¿Estaría vivo o muerto?, ¿Sería chico o chica?, ¿Qué edad tendría? Si estaba
muerto, ¿en qué estado de descomposición se encontraría? ¿Le saldrían
gusanos por los ojos?
Pensó por un momento correr hacia sus amigos para que le
acompañaran. Al instante decidió que ni hablar, ya que cuando él quisiera
llegar ya sabría todo el pueblo quién era. Nada se le antojaba más aterrador
que correr de nuevo por aquella arena y quedar sin resuello para perder
todo el protagonismo de aquel hallazgo.
Sería él quien lo descubriera.
Se acercó paso a paso. Vio más pedazos de aquella concha dorada
diseminados por toda la playa. Encontró uno del tamaño de la palma de una
mano. Sacó la que tenía en el bolsillo y recogió la grande. Aquello era
precioso. Debía valer una fortuna (siempre que fuera de oro).
A medida que se acercaba fue adivinando el cuerpo de un niño, a
juzgar por el tamaño del cuerpo. Tenía una tela extraña que le envolvía el
cuerpo. Era brillante y parecía suave, lo más extraño era su color azabache.
Nunca había visto algo así. En la cintura lucía un cíngulo de plata y sobre la
espalda había una capucha. Todo ello negro pero brillante a la luz del sol.
El pie que se veía salir de la túnica era pálido pero no presentaba
estado de descomposición. Si había muerto, debió ser hacía muy poco

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tiempo. La túnica que llevaba estaba pegada a su cuerpo y tenía algas
verdosas pegadas en diversos sitios. Un cangrejo pequeño se paseaba por su
espalda pero al acercarse Reister correteó enseguida hacia la arena y se
enterró para quedarse inmóvil bajo un bulto.
Reister vio el pelo del individuo. Era largo y rubio. Su piel era lisa y
tenía color saludable.
- Amigo - dijo Reister, tímidamente, temiendo acercarse más. Temía
encontrarse con la horrenda visión que los pescadores habían descrito, ojos
vacíos, arañas saliendo de la nariz...
- Piensa Reister. Si está muerto, ya no puedo hacer nada. Será mejor
que se lo diga a los demás.
Sin embargo ya estaba allí. Debía echarle valor. Nunca había visto
un muerto hasta entonces y ese podía ser el día... ¿el día de qué? ¿El que
empezó a tener pesadillas hasta cumplir la mayoría de edad? Estaba seguro
de que podía ser desagradable verle su rostro pero la curiosidad pudo más
que su miedo. Sus manos apenas podían sostener aquella bella cocha dorada
a causa de los nervios.
- Solo un vistazo, solo le miraré la cara un instante.
Rodeó al cuerpo con las rodillas amenazando a quebrarse bajo su
peso, estaba tan nervioso que le temblaban. Al pisar otra de aquellas conchas
y romperse en un estallido casi se cae al suelo por el susto. Tuvo que mirar
hacia el mar para reunir valor suficiente. Ya lo tenía casi enfrente. Seguro
que podía verle ya la cara.
Decidió meter la concha en su bolsillo, pero al ser demasiado
grande desistió y la apretó con ambas manos, decidido a no soltarla si veía
algo espeluznante.
- Solo es un niño. No tendré pesadillas...
Su rostro fue girándose lentamente, casi a espasmos, desde el mar a
la arena, de la arena a aquel pie saliente de la túnica, después la túnica. Se
tranquilizó al pensar que no olía mal, solo a sal. Si estuviera muerto y en
descomposición olería a cuadra de cerdos, eso decían.
Al fin sus ojos se posaron sobre aquel rostro. Su corazón recuperó
su ritmo normal al descubrir que era un niño más pequeño que él. Sus ojos
estaban cerrados y no tenía color a muerto. Se acercó para tocarlo. Parecía
vivo. No se apreciaba movimiento en sus pulmones debido a la brisa, al
mover los repliegues de la túnica sobre su pecho.
- Amigo - susurró mientras su mano le tocaba un brazo.
Le sorprendió que estuviera blando. Se movió, pero también podía
ser que estuviera completamente desfallecido por hambre o sed.

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- ¿Estás bien? Dime algo si puedes oírme.
Su mano se posó sobre su mejilla. Si estaba caliente es que aún
vivía. Los muertos estaban fríos, según decían. Tenían un tacto como de cera
dura. Ese niño tenía la piel suave, blanda y algo cálida. Juraría que la suya
propia estaba más fría.
- Debe llevar muy poco aquí. Su pelo sigue mojado.
Al decir eso el niño dio una leve señal de vida. Sus labios se
contrajeron levemente y soltó un suave gruñido.
- ¡Estás vivo! - Exclamó Reister, pletórico.
El náufrago volvió a mover la cara, esta vez como si estuviera
despertando y trató de abrir los ojos. La luz del Sol le obligó a desistir.
Tenía la nariz chata y la cara alargada. Reister dudó si era un niño o
una niña. Le pareció ridículo que una niña vistiera así. Parecía el hábito de
un monje.
- ¿Estás bien?, ¿te ayudo a levantarte? - Ofreció Reister,
amablemente.
El pequeño hizo un esfuerzo por incorporarse y logró sentarse,
cubriéndose el rostro inmediatamente con la capucha negra. El Sol le
impedía abrir los ojos.
- ¿De dónde eres? - Insistió Reister, tratando de obligarle a hablar.
- ¿Quién eres tú?, ¿a qué viene ese interrogatorio, muchacho? - Dijo
el niño, con una voz infantil y graciosa.
A Reister le resultó aún más gracioso que le hablara como si fuera
mayor que él.
- Me llamo Reister. No pretendía interrogarte, pequeño.
- ¿Pequeño? - Se extrañó el gracioso niño.
Se levantó con cierto esfuerzo y al tener que mirar a Reister desde
tan baja altura sonrió.
- ¿Qué clase de isla es esta? No eres más que un crío y me sacas casi
una cabeza.
Reister soltó una carcajada señalándolo.
- ¿Yo un crío? ¿De dónde eres? ¿Viajabas en un barco?
El niño se miró las manos y se tocó con sus tiernos dedos el rostro.
Parecía estar descubriendo un gran misterio al aprender sus propias
facciones. Reister pensó que nunca había conocido a nadie tan raro.
- Qué, ¿te convences de que soy mayor que tú? Debes haber cogido
una insolación en el naufragio. Dicen que la gente se trastorna cuando bebe
el agua del mar.

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El niño se rascó el dorso de la mano izquierda y volvió a quitarse la
capucha.
- No recuerdo ningún naufragio.
Reister asintió con naturalidad.
- Te tuviste que golpear cuando se hundió tu barco. ¿Tienes
hambre? Puedo llevarte a mi casa. Necesitarás descansar y reponer fuerzas.
Parece que no estás muy...
- Deshidratado - ayudó el extraño niño, con una suave sonrisa
dibujada en sus labios. A la sombra de la oscura capucha, sus labios era lo
único que podía verse de él -. Y estoy cansado. Me tiemblan las piernas y me
siento pequeño y débil. Bueno, débil no es la palabra...
- Cansado - conjeturó Reister, animoso.
El niño se sorprendió al oírle y después volvió a sonreír asintiendo.
Empezaba a comprender que a pesar de sentirse mucho mayor que aquel
niño tan alto, debía aparentar unos siete años. En realidad no se sentía débil.
Todo lo contrario, apenas notaba su cuerpo. Tenía la impresión de que le
habían descargado un tremendo peso de encima. Se tocó la garganta y sintió
alivio al percibir la cálida piel de su cuello. Le sorprendía su rebosante salud.
Realmente era un niño. Pero sus recuerdos eran demasiado nebulosos. ¿De
dónde venía realmente? ¿Por qué llevaba esa túnica negra encima y había
ocultado su rostro a la luz del Sol? Se sentía débil, pero no físicamente, sino
en la magia. No sentía bullir la magia en su pequeño cuerpo. Apenas sí la
notaba titilar. Pero esa ausencia tampoco era nueva para él. Alguna vez,
quizás en otra vida, le habían arrebatado esa sustancia preciosa que ahora
notaba palpitar muy débilmente en su interior.
Se apartó la capucha de nuevo, dejando que el Sol iluminara su
rostro. Reister sonrió al ver de nuevo sus facciones infantiles.
- Estoy cansado y tengo hambre. No puedo pagar...
- ¿De qué estás hablando? No tienes nada que pagar. Somos pobres
pero mi madre no dejaría que un chico como tú, se muera de hambre.
Reister le ofreció una mano y el crío vestido de negro tuvo un
primer impulso de apartarla de un manotazo. Sin embargo no lo hizo. De
momento no era conveniente llamar la atención hasta que lograra recordar
quién era realmente. Debía disimular y aparentar inocencia. Incluso podía
ser que disfrutara de una nueva infancia, mucho más agradable que... Negó
con la cabeza y frunció el ceño. No conseguía recordar nada de su otra vida.
Ni siquiera su nombre. Solo un vago recuerdo doloroso en el que su
hermano siempre estaba encima de él, queriendo ayudarle y haciéndole
sentir inútil.

21
- Sí tienes muy mala cara. Vamos, pequeño - volvió a ofrecer Reister
-, tienes que quitarte de este Sol.
Reister sintió lástima por el niño, creyendo comprenderle.
Seguramente, al mencionar a su madre, se había acordado de la suya y se
había puesto triste por la separación en aquel barco hundido. Quizás
recordó a sus compañeros y amigos, muertos seguramente en las aguas o
cualquier otro horror. No le pareció normal aquella expresión de
preocupación en sus suaves rasgos infantiles.
Subieron hacia el pueblo por un atajo que Reister conocía bien. No
quería que los otros niños vieran a ese pequeño antes de que éste decidiera
quedarse en su casa. Se le ocurrió que podía ser como su hermano pero si
otros lo veían, podrían ofrecerle otras casas mucho más lujosas y al final
sería como si él no lo hubiera encontrado. Le había tomado cariño y lo
quería para él.

- Mama, traigo a un invitado - dijo, mientras abría la puerta.


El niño se quedó fuera, esperando que Reister le dijera que podía
entrar.
- Ya sabes que no me gusta que traigas a los brutos de tus amigos a
casa, hijo. Ya puedes decirle que se marche.
La voz era madura y femenina. Tenía cierta dulzura y al mismo
tiempo temperamento.
- Déjale entrar - insistió Reister -. Estaba en la playa, ¡Es un
náufrago! Está cansado y necesita comer y beber algo.
- Anda, anda. Siéntate a la mesa y déjate de fantasías.
- Pasa,... amigo. No sé cómo se llama, se me ha olvidado
preguntarle el nombre. Puede que no consiga recordarlo ni él.
El niño asomó su cabeza tímidamente por la puerta y entró un tanto
nervioso por entrar en una casa ajena.
Al ver a la madre de Reister, el niño náufrago tuvo una repentina
visión de su verdadera familia. Aquella mujer era delgada y tenía una
mirada intensa, sus ojos almendrados eran hermosos y su melena grasienta
y larga, a pesar de no estar cuidada la rodeaban de un talante atractivo. Sus
facciones estiradas eran muy similares a las de su verdadera madre.

22
- Vaya por Dios, pasa hijo, pasa - cambió de actitud la madre al
verlo con aquella cara de sorpresa -. Pobrecito, ha tenido que pasarlo tan
mal. ¿Dónde están tus papas?
Esa mujer era como su madre. No podía recordar el nombre, pero sí
sabía que era un nombre de flor como Rosana o Rosa. Recordó que había
sido una hechicera renegada, una mujer que había abandonado los estudios
de la magia para cuidar a su familia. Había perdido el juicio y había muerto
en uno de sus pocos momentos de lucidez mental. Tuvo ganas de llorar al
tener aquellos recuerdos de su madre. Pero al ver a Reister, tan alto, tan
acogedor, a su lado, tuvo otro fugaz recuerdo de su hermano... Helgan.
¡Recordaba su nombre!
Éste no era como él. Su hermano era grande y fuerte. Era uno de los
muchachos más apuestos de... su pueblo. No recordaba el nombre del
pueblo, pero sí que estaba formado por casas construidas sobre unos
enormes árboles. Él había vivido pocos años en su casa ya que tenía que irse
muy lejos a estudiar magia. Recordó a su maestro Theobald. Le resultó
curioso poder recordar el nombre de su hermano y su maestro y no el de su
madre... Rosa..
- Rosamund - murmuró el niño, mirando a la mujer como
hipnotizado. Tenerla delante era como haber vuelto a nacer. Tener aquel
cuerpo era una nueva oportunidad para vivir. Pero, ¿por qué no conseguía
recordar toda su vida pasada?
La mujer sonrió, enseñando una amarillenta dentadura. A pesar de
ello, el invitado notó que se estaba entregando al sueño. Quería creer que esa
mujer era su madre. Tenía la fatiga interior de saber que la ocasión anterior
la había dejado marchar sin decirle lo mucho que le debía y lo mucho que la
quería.
- Me llamo Ganda, cariño - corrigió la mujer acariciándole la mejilla
e invitándole a entrar -. ¿Es cierto lo que dice mi hijo?, ¿eres un náufrago? Sí,
tu ropa está húmeda. ¡Vamos, quítatela! Vas a coger una pulmonía. ¡Reister!,
tráele una camisola y un pantalón.
El aludido desapareció de la vista del niño corriendo y saltando de
alegría, ya que aquella actitud era un buen comienzo para que se quedara
con ellos.
- ¿Cómo te llamas, precioso? - Preguntó ella, acuclillándose ante él.
- No... Recuerdo bien - el niño se llevó una mano a la cabeza y trató
de recordar. Realmente no podía recordar su nombre.
La mujer le ayudó a quitarse la túnica y Reister le entregó el
pantalón para que se cubriera.

23
- Puede que aquí diga tu nombre. Los monjes suelen escribir sus
nombres en sus túnicas.
- Esa túnica no es de monje - corrigió el niño, casi instintivamente.
Reister le miró sorprendido al igual que su madre. El niño no había
dicho aquellas palabras con la timidez propia de un niño, sino con una
seriedad amenazante, con una mirada represiva.
- ¿Entonces, qué eres? - Preguntó Ganda, tan seria como él.
- Eh,... no lo sé - el niño recuperó su modo de hablar inocente y
tímido -. Tengo recuerdos difusos.
Reister sonrió, tratando de animarlo.
- De todas formas debe venir tu nombre aquí escrito.
Rebuscó entre los repliegues de la túnica pero lo único que encontró
fue un pergamino dorado, sellado con cera plateada.
- Veamos que tienes aquí - dijo ella, tocando con cuidado el sello
que lo mantenía cerrado.
El niño soltó una mano tan rápida que ni Ganda ni Reister pudieron
reaccionar por el repentino movimiento. En un visto y no visto, el
pergamino estaba de nuevo en la mano del niño.
- Esto sí lo recuerdo - dijo el niño, con el pergamino en la mano y
guardándolo entre el pantalón y el cíngulo plateado que se había quitado de
la túnica.
- Caramba, solo tenías que decirlo, no pretendía quitártelo -se
disculpó Ganda de mal humor.
- Mama, es extranjero, no debiste hurgar en sus cosas -le defendió
Reister.
Ganda miró al niño esperando una explicación por su brusquedad.
- Esto es... - trató de explicar -,... es la última carta de mi padre.
Acabo de recordar que murió en el naufragio y... Bueno, no he sido capaz de
abrirla todavía.
- No parece una carta de un hombre corriente. Si no fueras un niño
y fuera ridículo pensarlo, creería que eso es un pergamino de brujería y esta
túnica, la de un nigromante.
El niño la miró sorprendido.
- ¿Ha visto alguna vez algún nigromante? - dijo.
Ganda miró a su hijo, extrañada. Después de un segundo soltó una
carcajada sonora y agitó el pelo del niño con la mano.
- Me parece que te han metido muchos pájaros en la cabeza, cariño.
Los nigromantes no existen. Solo en cuentos y leyendas. Pero esta túnica que

24
llevas es un gran disfraz. Y ese pergamino dorado, debe ser muy antiguo.
No creo que lo haya escrito tu padre antes de morir.
El niño se apartó de la señora, al verla acercarse decidida a recoger
el pergamino.
- Bueno, déjame leerlo. No creo que tú sepas hacerlo, eres un crío.
Además, ¿no quieres saber tu nombre? Ahí dentro debe ponerlo.
Sus palabras no parecieron servir de gran cosa para el chiquillo. No
quiso acercarse y protegía con su cintura el extraño pergamino.
- Cuando sea mayor lo leeré. Solo entonces.
Reister le pasó la mano por el hombro y trató de calmarlo
cambiando de tema.
- Entonces, ¿te quedarás con nosotros? Vamos te enseñaré la casa.
Le diré a mi padre que te prepare un catre para dormir. Podrás venir
conmigo a la escuela, te presentaré a mis amigos...
Se alejaron de Ganda, que sonrió un tanto apenada por lo mal que
debió pasarlo aquel niño. Estaba contenta de que su hijo Reister lo hubiera
llevado a casa. Le hacía falta un hermano de su edad, últimamente le veía
muy triste.
Cuando el pequeño niño estuvo a solas con Reister, en su pequeño
cuarto, se acercó a éste y le dijo muy cerca del oído.
- Reister, por favor, necesito que me dejes solo. Quiero dormir un
rato. Por favor, no le digas a nadie más que me encontraste en la playa.
Invéntate cualquier otra cosa.
El aludido sonrió y le dio la mano, contento de que confiara en él.
- No te preocupes, no se lo...
Apenas pronunció esas palabras, llamaron a la puerta y una de las
vecinas le preguntó a su madre, casi sin darle tiempo a abrir la puerta, quién
era ese pequeño que vino con su hijo.
Reister miró, alarmado, al náufrago y se mordió el labio inferior.
- ¡Hija mía! - Explicó alegremente Ganda -. Se lo encontró en la
playa. ¡Es un náufrago!

Apenas en una hora toda la aldea del Sur de Nosthar estaba


enterada de la desventurada historia del niño vestido de negro. Despertó tal
expectación que entre todos decidieron declararlo hijo predilecto del pueblo.
Los compañeros de escuela de Reister le hicieron innumerables preguntas y
trataron de hacerle sentir lo más a gusto posible. Fue una tarde
extremadamente agobiante.

25
Cuando se acabó el tumulto de la fama, volvieron a casa y Reister
pudo presentarle la familia al completo.
Como no conocían su nombre decidieron ponerle uno al día
siguiente, cuando les visitara el clérigo de Rastalas. Pasaba por la aldea una
vez a la semana, viniendo del pueblo del norte de Nosthar.
En principio le llamaron Tic por ser tan tímido y tan pequeño. Ese
nombre le parecía insultante de modo que prefería tener el nombre de
alguien que todo el mundo conociera.
Ganda se rió por la presunción del niño pero le dio la razón. Tic era
un nombre ridículo. Estaban cenando cuando hablaban del tema. Tornac, el
padre de Reister pasó su tosca mano sobre el pelo del náufrago y exclamó:
- ¡Qué dices, mujer! Ese nombre le va como anillo al dedo.
- Pero a mí no me gusta.
Ganda sonrió, solidaria.
- ¿Qué clase de héroe te gustaría ser? - Preguntó Reister, intrigado.
- Huma, ese fue el más grande - proclamó el hermano mayor,
Tramis.
- No, Travis el semielfo - replicó Tornac.
- Yo no soy semielfo - se defendió el niño.
- Quizás te gustan los hechiceros, ¿No, cariño? - Intervino Ganda,
protectora -. Ahora recuerdo que decías que esa túnica tuya era de
nigromante.
- ¿Conocéis alguno importante? - Preguntó el niño, ilusionado.
- Nabucadeser - Repuso el abuelo -. Ese era el más temido de todos
los tiempos.
- ¡Abuelo, cómo vamos a llamar a un niño Nabucadeser! - Protestó
Ganda -. Es un nombre de viejo.
- Melendil, yo creo que ese me gusta - interrumpió Tramis.
- Melmar es el más anciano. Dicen que aún vive - dijo de nuevo el
abuelo.
- A mí, el que más me gusta es Alaón Mejara - intervino Reister -.
Me encantaría saber más de él, es el hechicero más temible, según dicen en la
escuela.
El náufrago sonrió al oír el nombre.
- No digas bobadas, es un nombre absurdo - repuso Tramis,
despectivo-. Además este niño no da miedo alguno.
- A mí me gusta - dijo el pequeño náufrago.
Todos le miraron un tanto extrañados. Sin embargo la mirada de
satisfacción que exhibía decía mucho más que todas las historias y héroes

26
que les faltaban por nombrar. No había duda de que el nombre de Alaón le
gustaba.
Reister sonrió ya que había elegido el nombre que él mencionó. Se
llevarían muy bien, estaba seguro de ello.
- ¡Bien! Pues, mientras no recuerdes tu verdadero nombre, te
llamaremos Alaón - determinó Ganda.
- Al chiquillo le gusta. Llamémosle como quiera - dijo el padre.

La noche pasó despacio mientras el pequeño Alaón trataba de


recordar algo más de su pasado. Había escondido bien el pergamino que
llevaba, seguro de que en él se escondía todo el misterio de su pasado.
Estaba satisfecho con el nombre que le habían dado por dos motivos. Por
que creía que podía ser realmente él y porque lo había elegido Reister, que
aunque era pequeño, parecía tener el instinto de los jóvenes prometedores
en la magia.
Cuando todos se durmieron, Alaón se levantó de su improvisada
cama de paja, sobre la que habían puesto una sábana y una manta y salió de
la casa por la ventana, sin hacer el menor ruido. No quería que nadie le
sorprendiera leyendo el pergamino, de modo que se alejó del pueblo
ocultándose de sombra en sombra.
Decidió quedarse a la plateada luz de Solinari, que aunque era
suave y pálida, le permitiría leer sin problemas siempre y cuando entendiera
lo que allí ponía.
Sacó el pergamino del bolsillo interior de su túnica y lo miró
detenidamente, estudiándolo con sumo cuidado.
Era de piel de cabra y tenía un sello de cera roja y un lazo de cuerda
dorada. Las manos le temblaban por la excitación de conocer su contenido,
pero un sexto sentido le obligaba a tener cautela. Podía estar hechizado para
que no pudiera abrirlo cualquiera. Estaba seguro de que Ganda habría
podido perder sus manos o incluso la vida, si hubiera intentado abrir el
pergamino como pretendía.
- ¿Cómo era el hechizo que detectaba los objetos mágicos... ? - Se
preguntó.
Sonrió por la ironía de creerse capaz de recitar un hechizo así y no
poder recordar su pasado. Si era quien creía ser, tendría un duro camino por
delante para refrescar toda la magia que en su día llegó a conocer.
- Un momento - se dijo, mirando las dos lunas -. ¿Habré recuperado
el don de la magia o los dioses me lo retiraron para siempre?

27
Inexplicablemente, al mirar a Solinari recordó fugazmente un atisbo
de su anterior vida. Vio torres de alta magia, vio a un elfo oscuro, a su
hermano Helgan y a un semielfo. Luego trató de concentrar su memoria un
poco más pero todo se difuminó en su cabeza como si fuera humo.
- El hechizo era sencillo. Fue el primero que aprendí... - Hizo un
esfuerzo pero no salían las palabras. Miró de nuevo a las lunas pero no logró
recordar nada más.
- «Rensar Farek ensuria lak» - Las palabras fluyeron de sus labios
con una suavidad y perfección asombrosa.
La magia había vuelto a él. Sintió una embriagadora fuerza que
invadía su cuerpo progresivamente, fluyendo por sus venas como fuego.
Toda esa magia confluyó en sus manos y se extendió alrededor del
pergamino haciéndole relucir en la oscuridad. El sello emitía una luz
azulada y el lazo una luz roja.
- Está hechizado - concluyó -. Debo neutralizar el lazo antes que el
sello. Sabe Dios qué le habría pasado a esa mujer si hubiera intentado abrirlo
sin ninguna precaución.
Le complacía enormemente recordar exactamente las
pronunciaciones de aquellos sencillos hechizos. El lazo dejó de resplandecer
y el sello disipó su magia cuando él recitó los hechizos.
La magia le había embriagado. Deseaba recordar más hechizos,
ansiaba notar tu cálido flujo en el interior de su cuerpo. Le agotaba recitarlos
pero no tanto como antes.
- Antes tenía muchísimo más poder que ahora. Los dioses no se han
atrevido a devolverme todo mi poder.
Pronunció otro sortilegio que le salió casi sin pensar. Una vez
neutralizado el pergamino lo abrió con sumo cuidado. Sus manos temblaban
por la excitación y no se percató de que llevaba más de una hora fuera de
casa.
Las palabras estaban escritas en el lenguaje arcano, pero no se
trataba de un hechizo. Él mismo debió escribirlo para que lo leyera ya que
aquella era su propia letra.

Hola, Alaón.
No soy tu padre, ni alguien que puedas recordar. Solo te escribo para que
entiendas algunas cosas y sepas de dónde vienes y para qué has venido al
mundo. Sé que tu amigo Reister eligió tu nombre y esperas que aquí te diga yo
si eres realmente Alaón. La respuesta es innecesaria. No eres quien eres por un
nombre propio, sino por lo que harás o eres capaz de hacer.

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Sé instrumento de bien. Utiliza sabiamente tu poder. Tu sabiduría es prestada,
puede que nunca sepas quién eres realmente. Puede que te odies por lo que
otros harán para matarte. No tienes la culpa de nada. Todo fue escrito antes de
que tú nacieras. No puedo decirte lo que debes hacer, es tu vida, tu libertad.
Elige a tus amigos sabiamente. Ellos podrían salvarte... o matarte. Pero sobre
todo, confía en ti mismo y en el mago blanco.

Alaón volvió a enrollar el pergamino, pero apenas quedó hecho un


cilindro, el rollo se transformó en cenizas y sus manos lo trituraron y lo
perdieron entre sus diminutos dedos a pesar de su esfuerzo por mantenerlo
íntegro.
- Maldita sea, puedo olvidar algo de lo que he leído - protestó. Era
un texto tan enigmático que le quedaba la sensación de no haberlo
entendido adecuadamente -. El mago blanco, ¿qué mago blanco?
Se puso en pie y miró hacia el este. El color anaranjado del cielo le
advirtió de lo tarde que se le había hecho. Estaba a punto de amanecer.
Podían haber descubierto su pequeña excursión y podrían desconfiar de él.
Corrió de nuevo a Nosthar, preguntándose quién podría desear
matarle si ni siquiera sabía de dónde venía.
La última frase que había leído le atormentaba terriblemente. Se
sentía tan vulnerable como un conejillo perdido. ¿Quién sería ese mago
blanco?

29
2

LA EXCURSIÓN SECRETA

Allí permaneció Alaón durante más de dos días. Aunque su mente


tenía bastantes años solo era un niño inocente desorientado que no
comprendía ni su pasado ni su destino. Conocía grandes secretos de magia y
no se atrevía a usarlos por miedo a las represalias de la gente que le estaba
acogiendo. Era mejor pasar desapercibido y dejar que pasara el tiempo para
que creciera y adquiriera fortaleza.
En ese periodo, Reister y él se conocieron bien. Les presentó a sus
amigos y Alaón pronto se ganó la confianza de todos. El nombre de Alaón
no causaba ningún temor en esas tierras aunque esto, al pequeño mago, le
parecía sorprendente. En su vida anterior su nombre causaba el miedo
incluso a los magos más experimentados.
Poco a poco los recuerdos se hacían más y más reales cuanto más
tiempo pasaba en Nosthar. Reister, a pesar de ser tan débil y enfermizo,
velaba siempre por que nadie le insultara o incomodara. Le trataba como si
fuera su hermano menor. Le resultaba agradable la infancia que volvía a
vivir. Recordaba a otro hermano, Helgan, un hombre con carisma, siempre
tratando de ayudar en todo, siempre dándole su pegajoso afecto, siempre
amado y respetado por todo el mundo menos por él mismo. Si él era

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invencible en magia, su hermano era igual de bueno en carisma y fortaleza
física. Él conseguía descifrar los libros más secretos, su hermano conseguía
conquistar a las chicas más difíciles de su ciudad. Sin embargo Reister no era
un chico al que le sobraran admiradores, más bien todo el mundo le
ignoraba y le trataba como un pequeño soñador incapaz de hacer algo bien.
Quizás por eso le caía especialmente simpático, porque no tenía nada que
envidiar de él.
Otra cosa que disfrutaba era que resultaba gratificante respirar el
aire puro y fresco. Se sentía afortunado por tener un cuerpo sano. Se
preguntó cómo podía tener tantos recuerdos de un cuerpo frágil y enfermo
si solo tenía siete años. Lo más frustrante de todo era que ni siquiera
recordaba esos años. Tenía muchos recuerdos de otra persona que,
evidentemente, no era él. ¿Por qué tenía esos recuerdos?, ¿Quién era
realmente?



El tercer día fue invitado a comer a casa de uno de los amigos de


Reister, un niño de once años llamado Parlish. Allí le recibieron con fingida
alegría y pronto se dio cuenta de que le estudiaban como si fuera una
mascota y aunque le dieron buena comida y le trataron muy bien, los padres
le hicieron muchas preguntas sobre su pasado que él no podía contestar sin
que le consideraran un chiflado. Todos re rindieron a su amnesia total.
Esa tarde salieron a dar un paseo por la playa Parlish, Asteva,
Reister y Jelmist, el mayor del grupo. Mientras paseaban por la playa le
contaban a Alaón todo lo que había en el pueblo, las anécdotas que les
parecían más interesantes y los defectos y rarezas de algunos de sus
habitantes. Alaón les preguntó si no había nada más que playa y pueblo en
aquella isla. Los tres se miraron pensativos sin responder inmediatamente.
Poco después fue Jelmist el que contestó:
- ¿No te ha hablado de la cueva? - preguntó enigmático, mirando de
reojo a Reister.
- Eres tonto, ¿por qué se lo cuentas? - replicó Parlish -. Es
demasiado pequeño, se lo dirá a todo el mundo.
- Puede que sea pequeño, pero seguro que sabe guardar secretos,
¿verdad Sith? - Jelmist le sonrió con picardía.
- Me llamo Alaón - corrigió el chico, muy serio.
Sin embargo nadie pareció escucharle. Jelmist era un desastre con
los nombres y lo tenían asumido.
- ¿Se la enseñamos? - preguntó Reister, asustado.

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- ¿Hay una cueva? - se interesó Alaón.
- No solo una cueva - le dio misterio Jelmist -, en la ladera de la
montaña hay un agujero al centro de Cybilin. Habíamos pensado, cuando
fuéramos mayores, llevar unas cuerdas y bajar por el agujero a ver qué hay
allá abajo.
- Yo no pienso bajar - dijo Reister -. Se escuchan ruidos aterradores.
- Mejor - replicó Parlish -. No tendremos que preocuparnos por tus
torpezas.
- ¿Pensáis bajar ahora? - preguntó Alaón.
- Que va, hombre - dijo Jelmist -. Pero hoy, podemos enseñarte la
cueva.
El chico asintió, ilusionado. Visitar una cueva con un agujero
misterioso era mucho más entretenido que pasear por la playa y jugar al
corre que te pillo con unos críos.
- ¿Vamos? - pregunto Parlish.
- Pero recuerda que es un secreto -le indicó Jelmist, aleccionándole
con el dedo -. No le cuentes a nadie donde fuimos.
- Yo no pienso ir - replicó Asteva -. Odio esa cueva, la vez que fui
con ellos casi me ahogo en su entrada y pasé muchísimo miedo. Es
peligrosa, no hay luz, deberíais olvidaros de ella. Si se enteran vuestros
padres de que habéis ido se os va a caer el pelo.
- Si no fuera peligrosa no sería tan emocionante ir a verla -
respondió Jelmist, dando una palmada en la espalda a Parlish. Éste sonrió
con orgullo malicioso.
- Quien sabe lo que podemos encontrar allí dentro - replicó Parlish
con tono amenazador -. Y no se van a enterar porque no saben ni que existe
y porque nadie se lo va a contar.
- Vamos Asteva - pidió Jelmist, cariñoso -, tus padres te vieron venir
con nosotros, no podemos volver por separado.
- No me moveré de la playa - replicó ella -. Estaré recogiendo
conchas para hacer collares. No tardéis y volveré con vosotros, pero como
tardéis mucho pienso decírselo para que vayan a buscaros.
- Bien pensado, mejor quédate por aquí, no conseguirías más que
retrasarnos. Vamos, tenemos una aventura por delante - se emocionó
Jelmist.
- Estoy impaciente por ver esa cueva - dijo Alaón, por primera vez
emocionado por algo desde su llegada... mejor dicho desde que tenía uso de
razón, en ese cuerpo.

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- Asteva tiene razón - razonó Reister -. Es peligrosa, no deberíamos
llevarlo.
- ¿Te quedas tú también, miedica? - se burló Parlish.
- Eso, cuida de ella por si sale un cangrejo asesino de la playa y se la
come - añadió Jelmist entre risas.
La perspectiva de quedarse solo con Asteva puso muy nervioso a
Reister. Ella le miraba como si fuera una peste y la perspectiva le asustó
mucho más que la cueva.
- Voy con vosotros - dijo, tímidamente -. No creo que vosotros
cuidarais de él como es debido.
Alaón se alegró de que aceptara y no siguieran discutiendo, Reister
era el que mejor le caía de los tres. Al fin iban a hacer algo entretenido.
Se pusieron en camino hacia la cueva. Según ellos estaba muy lejos,
pero teniendo en cuenta la pequeñez de la isla, eso de lejos no debía suponer
más de media hora de camino hacia el sur ya que no había más que una
montaña a la vista. Tal y como sospechaba Alaón, la cueva estaba en la
montaña, que se elevaba como una diosa ocultando parte del cielo. Apenas
era un pico escarpado con laderas cenicientas, como si hubiera sido un
volcán en una época no muy lejana. La ladera bajaba haciendo varios picos
redondeados. La montaña debía medir unos cientos de pies de altura.



Reister y los demás venían a unos tres metros de distancia. Alaón


quiso adelantarse con Jelmist, el chico de trece años casi tan grande como
cualquier adulto. Su familia vivía de la pesca y él había ido bastantes veces
al continente, con su padre. Era rubio, llevaba una coleta sucia y sus
facciones eran rudas, como las de cualquier pescador de la zona. Su nariz era
ancha, sus pómulos enormes, las cejas las tenía oscuras y anchas, casi unidas
entre ellas y su mandíbula era fuerte. Aún así tenía una mirada infantil y
tierna que contrastaba por completo con la apariencia de su desarrollado
cuerpo.
- ¿Dónde puedo encontrar un barco para viajar al este? - le
preguntó Alaón.
- Nadie suele llevar ningún niño al este - Respondió el aludido.
Iban por la llanura que, de vez en cuando, estaba surcada por
pequeños riachuelos. La caminata no era larga ya que acababan de salir de la
playa y la montaña estaba cerca, a juzgar por la altura que ya alcanzaba.
- ¿Porqué te quieres ir al este? - preguntó Parlish, apareciendo
desde atrás -. Aquí te lo pasas bien, podrías quedarte en el pueblo. Mi padre

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dice que están haciendo planes para hacerte una casa, quieren hacerte hijo
predilecto del pueblo.
- No necesita una casa - dijo Reister -. Ya vive en la mía.
- Sí claro, es como decir que te van a gustar tanto las cuevas que no
querrás salir nunca de ellas - bromeó Jelmist.
Parlish rió sonoramente la broma de Jelmist. Ni Alaón ni Reister la
entendieron.
Alaón se sentía bien con esa gente, siempre dispuestos a acogerle,
casi peleándose por que se fuera con ellos a comer, a dormir o a pasar el día.
Todos estaban a su servicio y le resultaba extraño ya que en su antigua vida
nadie le hacía favores si antes no les amenazaba antes, excepto Helgan, su
hermano.
La montaña estaba a tiro de piedra, según el comentario de Jelmist.
Reister no había dicho nada en mucho tiempo, pero iba con ellos. Le habían
hablado de la cueva, pero Alaón ya sabía lo exagerados que eran sus amigos
con las descripciones.
- No vayas a pensar que es bonita - dijo Reister -. Al fin y al cabo
solo son piedras mojadas y oscuras.
- Reister - regañó Parlish -, no sabes ver la belleza de la naturaleza.
Ya verás, no le hagas caso, es precioso y da vértigo verlo.
Alaón confió en ello. Empezaron a subir por la ladera de la
montaña, por lo visto la entrada de la cueva estaba escondida entre unos
arbustos. Jelmist y Parlish sabían bien donde era, y no tardaron en
encontrarla. Encendieron unas antorchas con una yesca, pedernal, algunas
telas y palos y entraron por una grieta por la que solo cabrían si entraban de
lado.
Al principio solo era un pasadizo estrecho que parecía no llegar a
ninguna parte. Alaón sintió claustrofobia al verse rodeado por rocas tan
sumamente cercanas. Temía que no sería capaz de salir por donde habían
entrado. Poco a poco se estrechaba más y más hasta que terminaba en una
pequeña gruta donde había restos de fogatas. Alaón pensó, bastante
decepcionado, que esa era la famosa gruta pero Jelmist se dirigió a un charco
que había en una oscura esquina del que salía un riachuelo que se perdía
entre las rocas. Jelmist se metió en el agua con la cabeza por delante y,
aguantando la respiración, reptó hasta que desapareció por completo.
- ¿No se estará ahogando? - peguntó Alaón preocupado.
Reister negó con la cabeza y Parlish sonrió. Sin responder, se
introdujo en el charco con los brazos por delante y reptando terminó
desapareciendo por completo, como su amigo.

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- No te preocupes, solo hay que pasar por un recodo de la roca y
sales al otro lado. ¿Quieres que vaya yo delante?
- ¿Cómo descubristeis que había una cueva ahí atrás? - preguntó
Alaón, intrigado.
- Fui yo, bueno, nosotros... - Reister se rascó la cabeza avergonzado.
- ¿Tú buceaste en ese charco oscuro?
- En realidad se estaban burlando de mí y me cogieron de los pies y
me metieron de cabeza al charco. Patalee y cuando me soltaron creí que me
ahogaría, me caí de cabeza y repté sin saber hacia dónde iba y salí al otro
lado. Fue terrorífico, se escuchaba como si fuera otro mundo enorme pero
como no veía nada me asusté muchísimo, pensé que me había matado en la
caída. Jelmist vino detrás de mí al ver que había desaparecido y así la
descubrimos.
- Estoy deseando verla - dijo Alaón.
- No te defraudará.
- ¿Aquí fue donde casi se ahoga Asteva?
- Ella no aguanta la respiración sin poner la mano en la nariz.
- Entiendo. Si quieres voy yo delante - se ofreció Alaón.
- Por supuesto.
Alaón se puso a cuatro patas y tocó el agua con cierto respeto.
Estaba fría, era agua de manantial. Estaba algo turbia y no podía ver lo que
había en el fondo. Apoyó todo su peso en una mano dentro del charco y vio
que tenía profundidad hasta su codo, la arrastró hasta donde debía esta la
pared del fondo y su mano continuó sin problemas, no había pared. Cogió
aire y se metió con decisión. Se arrastró por el lecho del charco y tuvo un
momento de pánico. Estaba atrapado con los pies fuera del charco y la
cabeza dentro del agua y pataleó un poco. Entonces sintió que Reister se
apoyaba sobre sus pies y le empujó lo suficiente para que pasara al otro
lado. Su cabeza emergió a un lugar respirable pero sin apenas luz. Solo
estaba la luz de la antorcha recién encendida por Jelmist. Terminó de
arrastrarse por el agua helada y finalmente salió al otro lado.
Era sorprendente, ahí dentro podía ver una tenue energía
emanando del los cuerpos de sus dos amigos. No dijo nada porque en su
vida anterior jamás había visto semejante cosa en la oscuridad. Estaba
seguro de que solo él podía verlo.
Reister salió del agua, detrás de él. Estaba tan impresionado que ni
siquiera recordaba que faltara alguien.

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A partir de ese punto la cueva se abría en una enorme gruta negra.
Era oscura, fría y húmeda, pero a medida que avanzaban crecía un pequeño
resplandor azulado en el interior. Gracias a la antorcha el suelo brillante era
lo único que veían. Jelmist repitió que nadie en la aldea sabía que conocían
aquella entrada y le hizo prometer a Alaón que no le diría nada a nadie lo
que estaban haciendo. Argumentó que se llevarían una buena manta de
azotes si sus padres se enteraban que ellos entraban en un sitio tan peligroso
por una entrada por la que un adulto quedaría atorado. Seguramente si la
descubrían cerrarían la entrada sellando con rocas todo el acceso. La cueva
era muy peligrosa y solo los adultos más delgados podían entrar o salir. Si
no se llevaba una luz podían caer en el abismal agujero negro.
- Alaón, ten muchísimo cuidado donde pisas y no te separes de
nosotros - dijo Jelmist.
Jelmist encabezaba el grupo, después iba Parlish seguido de Reister
y finalmente Alaón. El suelo era resbaladizo por el agua y los musgos
putrefactos que había en él aunque caminaban por un lugar que no tenía
pendiente. De momento no era lo peligroso que Alaón había esperado
encontrar.
- Tened cuidado - aconsejó Parlish -, pronto habrá una bajada
resbaladiza, y si resbaláis ni Rastalas podrá salvaros. No comprendo por que
las paredes se han puesto negras. Solía estar todo verde y a estas alturas ya
tenía que verse algo de luz.
Efectivamente la pendiente se acentuó, y tuvieron que avanzar por
la gruta hacia abajo. Reister resbaló, pero afortunadamente para los que iban
delante y para él, no cayó al suelo y recuperó el equilibrio. Ahora el
resplandor azul era más intenso, y venía desde arriba. Debía ser luz del
exterior filtrada por una enorme pared de cuarzo. Desde el susto caminaron
con más espacios aunque podrían sujetarse en caso de perder el equilibrio ya
que empezaba a haber abundantes columnas naturales.
- Lo que más me gusta de esta cueva, es que tienes que andar con
cuidado en todo momento - dijo Jelmist -. Una vez me resbale y gracias a
una estalagmita evite caer por el gran agujero.
Alaón sintió como la voz de Jelmist temblaba al decir eso. Debía ser
muy profundo ese agujero, aunque eso estaba a punto de averiguarlo, ya
que estaban llegando al borde. La gruta se hizo enorme a medida que
avanzaban. Tanto, que la antorcha no llegaba a iluminar el techo, solo en
algunos sitios del suelo y en la pared de la derecha se reflejaba la luz. La
pared izquierda no devolvía ningún resplandor y el suelo de esa zona
tampoco.

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Entonces fue cuando Alaón se preguntó si el gran agujero estaría
por ahí. Supuso que mientras los que iban delante siguieran sosteniendo la
antorcha, él no tendría de qué preocuparse. De repente recordó algo. Otro de
esos fugaces recuerdos que le venían sin saber de cuando ni de dónde salían.
Recordó el contenido de un libro.

El reino de Bytopia es un lugar terrorífico según los


antiguos mitos. Los dioses sellaron su entrada con la llegada
del Cataclismo. Algunas religiones rurales dicen que había
habido una cruenta guerra de demonios contra dragones en las
puertas del infierno y para impedir la salida de los demonios
los dragones dorados hicieron caer una Luna sobre la boca del
infierno sepultando para siempre a los demonios a la
oscuridad de la que nunca debían salir. La caída del meteoro
fue falsamente interpretada por el vulgo como un castigo
divino. De no ser por aquella catástrofe donde el continente
quedó sepultado bajo las aguas, probablemente habría
comenzado una devastadora guerra de mortales contra
demonios y hubiera podido ser el fin de todas las razas o de la
libertad tal y como la conocemos.

Se dice que en una isla está la única entrada al mundo


maldito de Bytopia y que es allí donde duermen los
dragones, vigilando que los antiguos y brutales demonios
nunca salgan a la superficie donde sembrarían la muerte y el
Caos entre las razas de los mortales.

Una vez más, Alaón decidió no compartir dichos recuerdos de


aquel libro por el bien de sus amigos. No podía recordar el título, pero sí el
olor ocre de sus páginas y su color crema contrastado con el negro trazo de
la tinta. Lo había leído infinidad de veces y recordaba haber pensado que le
encantaría visitar ese inframundo para poner a prueba su poder. El hecho de
que allí pudiera estar la misteriosa entrada significaba que no solo había
posibilidad de encontrar demonios allí, sino que también podía haber
dragones.
- No te asustes - le dijo Reister, al sentirle tan pegado a él y verle tan
blanco -. Aquí solo hay murciélagos y un suelo resbaladizo.

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Continuaron y la luz del exterior cada vez se veía con más fuerza.
Los colores eran espléndidos, pero las paredes eran negras y húmedas. Olían
a frescura y a cenizas pero el ruido que hacían sus pies al andar por encima
del negro musgo mojado no era muy agradable. Era como si pisaran grasa
de taberna.
A pesar de no decir nada al respecto, los niños que iban con Alaón
miraban atónitos a todas partes. Algo no era como ellos siempre habían
conocido.
- Mira - llamó Jelmist a Alaón -. El gran agujero.
El aludido avanzó hasta Jelmist, y vio un enorme hueco negro
donde ya no había piedras negras y mojadas. La luz desaparecía en él como
si la tierra tragara sus rayos.
- ¿Pretendéis bajar ahí abajo algún día? - preguntó Alaón,
escéptico.
- Verás, la primera vez que vinimos traíamos más antorchas, ya
que venían las chicas también. Vi el vacío ese y probé a gritarle. Me
sorprendió el rato que tardó el devolver el eco, y decidimos tirar la antorcha.
- Ese agujero puede llegar hasta el mismo centro de Cybilin -
reafirmó Parlish -. No vimos apagarse la antorcha, solo bajó y bajó hasta que
la luz ya no nos llegaba.
Parlish se disponía a tirar una piedra al agujero pero Alaón le
detuvo, aterrado.
- ¿Qué pasa? - preguntó el crío -. No pasa nada, no hay fondo.
- Que tú no oigas llegar la piedra, no significa que no haya fondo -
replicó Alaón -. Puede que haya arena.
Parlish se soltó de Alaón y tiró la piedra para comprobarlo, como si
nada le diera miedo.
- Tengo curiosidad de por qué parte de Cybilin llega a abrirse este
agujero - dijo Jelmist antes de continuar.
- No creo que te guste averiguarlo - dijo Reister -. Seguro que en su
final hay pinchos o algo peor.
- No seas idiota - se burló Parlish -. ¿Quien iba a llegar tan abajo
para poner unos pinchos? ¿Cómo iba a subir después?
- Probablemente si los hay, no los hayan puesto personas de aquí
arriba - respondió Alaón, intentando que sus amigos entraran en razón y
dejaran de lanzar provocaciones a aquel abismo sin fondo.
- ¿Gente que no es de arriba? - se burló Parlish -. Reister deja ya de
contarle al pobre niño tus historias de fantasmas.

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- Yo no le he contado nada - se defendió -. A lo mejor sabe más que
nosotros del centro de Cybilin.
- Las criaturas del inframundo - añadió Alaón - son terribles y no
les gusta ser molestadas. Probablemente no conocen esta salida o de lo
contrario ya haría mucho tiempo que hubieran salido. Si no sabéis nada de
esos seres es porque todavía ninguna de vuestras piedras les ha molestado.
Seguramente la altura de este abismo supera la altura de toda esta montaña.
Puede haber más de tres mil pies de profundidad, puede que menos. Pero si
es lo que yo creo que es, yo que vosotros no tiraría nunca más ni piedras ni
antorchas.
- ¿Por qué?
- He leído libros de...
No le dejaron terminar. Se mofaron de él señalándole con el dedo,
excepto Reister que le miró asombrado.
- ¿Leer tú? Pero si no tienes ni diez años.
- Basta con que sepáis que existe un mito sobre la causa del
cataclismo de hace seiscientos años.
- Sí, que los dioses nos intentaron destruir - se burló Parlish, como
si fuera una obviedad.
- No tuvo nada que ver con eso - dijo Alaón con voz seria -. Hubo
una guerra entre los demonios y sus guardianes, los dragones. Estos estaban
a punto de salir a la superficie, iban a ganar la guerra. Entonces los
poderosos dragones hechiceros invocaron a una montaña ígnea para
destruir la única salida por la que se podía salir del inframundo, Bytopia.
Dicen que muchos dragones quedaron sepultados, junto a los demonios y
otras razas.
- ¿Quién te ha contado semejante tontería? Eso no hay quien se lo
crea - dijo Parlish con tono insultante.
- Solo os pido que tengáis más cuidado y no provoquéis a las
sombras - suplicó Alaón, mostrándose paciente y razonable.
Las sonoras carcajadas de Parlish y Jelmist retumbaron en la cueva
con fuertes ecos, aumentando la preocupación de Alaón y la palidez de
Reister, que parecía el único con suficiente cordura como para considerar
veraces sus palabras.
- Que bueno el crío - decía Parlish -. Hasta me ha entrado un
tembleque pequeñito. Fíjate, uno de los pelos de mi mano se puso tieso.
- Anda vamos a seguir que todavía no has visto lo mejor de la cueva
- les dijo Jelmist, prosiguiendo la marcha -. Eres bueno inventándote
historias de miedo... Deberías escribirlas.

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Alaón asintió con la cabeza.
- Ya lo he hecho - se dijo, susurrando y sin saber dónde estarían sus
escritos.
Continuaron, y esta vez el suelo no era cuesta abajo. Ahora subían
una fuerte pendiente quizás mucho mayor que la bajada anterior. Un arrollo
fluía por la gruta hacia el gran agujero, y curiosamente el agua que caía no
hacía el menor ruido, como si la tierra se tragara el agua y el sonido.
- ¡Ah! - Gritó Alaón.
- ¿Qué te pasa? - preguntó Reister preocupado.
- He notado una brisa ardiente - respondió señalando con la mano
hacia el agujero del que no se veía ni el fondo ni la amplitud.
Los tres acompañantes se le quedaron mirando con seriedad.
Reister parecía a punto de llorar por el repentino terror que le producía
imaginar esas criaturas del inframundo escondidas en la reinante oscuridad.
Parlish lo miró con lástima como pensando que Alaón debía creer que eran
unos miedosos. Jelmist negó con la cabeza y continuó la marcha creyendo
que lo que había oído carecía totalmente de sentido.
Pronto alcanzaron la gran gruta de luces. Todo dejó de ser negro y
la luz entraba ahora por todas las paredes. Había enormes moles de cuarzo
con formas hexagonales, terminados en punta. Además había estalactitas y
estalagmitas tan grandes como tres casas juntas. Aquello les hizo sentir
como hormigas paseando por un cofre lleno de piedras preciosas. Los
colores que adornaban la gran gruta eran espectaculares, témpanos rojos de
cuarzo, estalactitas amarillas violetas y naranjas, y musgos de diversos
colores brillaban en el suelo con la luz que se filtraba por el cuarzo de la
montaña.
Alaón no disfrutó del paisaje. Estaba más intrigado por el gran
agujero. Sentía mucha curiosidad por dónde llevaría ese agujero y si era lo
que él sospechaba se encontraban en grave peligro. Necesitaban
urgentemente salir de allí. Su cabeza se empeñaba en dibujar demonios en
todas las sombras y los imaginó saliendo de la cueva y devastando la isla,
extendiéndose por el mundo.
- Bien, es precioso, ahora vámonos - dijo mientras volvía sobre sus
pasos.
- ¡Mirad! - gritó Jelmist corriendo hacia la luz.
Todos miraron hacia adelante con asombro. La pared de la
montaña tenía una gran abertura en la que se podía apreciar claramente las
nubes del cielo.

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- Este agujero no estaba antes aquí. Fijaros, está todo lleno de
cristales de cuarzo sueltos, como si algo hubiera agujereado el techo.
- No es de mucha utilidad - protestó Reister -. Ninguno de nosotros
podría trepar a esa salida, está demasiado alta.
- Pero no te das cuenta - rezongó Parlish con aire aburrido -. Ese
agujero ha aparecido hace poco. Quizás alguna criatura enorme entró o salió
por ahí.
- ¿Qué criatura podría hacer algo así? - se burló Jelmist -. Pudo
caerse por alguna tormenta.
- O pudo ser un dragón - sugirió Alaón.
Todos le miraron con cierta aprensión en los ojos.
- Los dragones no existen - se burló Parlish -. Pudo ser un oso
negro…
Alaón iba a continuar discutiendo pero un terrible aullido les dejó
sin respiración. Parecía como de un oso y un lobo juntos y curiosamente
venía de la gruta del gran agujero.
- ¿Q…Qué… ha sido eso? - preguntó Reister tartamudeando, tan
bajo que apenas pudo oírle Alaón al escaso metro que les separaba.
- ¿Cómo quieres que yo lo sepa? - respondió Parlish también entre
susurros -. Opino que lo mejor es que salgamos de aquí inmediatamente.
- Un dragón - dijo Alaón sorprendido de su propio acierto. Estaba
seguro, no era la primera vez que escuchaba a uno.
- ¡¿Un dragón?! - dijeron los otros tres al unísono.
- Yo me largo - opinó Parlish, mientras salía corriendo en dirección
contraria al gran agujero.
Los tres niños echaron a correr, pero Alaón se quedó mirando la
gruta paralizado. Regresó por la gruta, para ver el origen del gruñido. Por
alguna razón que desconocía, necesitaba ver al dragón a pesar de que su
diminuto cuerpo le pedía a gritos que se escondiera por la cueva como sus
amigos.

- Reister, ¿dónde está Alaón?- preguntó Jelmist -. No habrá vuelto,


¿verdad?
Este se sorprendió tanto como los otros al no ver aparecer a Alaón
por la parte más iluminada de la cueva.
- Debe haberse quedado paralizado por el pánico - opinó Parlish.
- Voy a buscarlo - dijo Jelmist con premura.

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Un nuevo aullido hizo temblar las rocas de la montaña y estuvo a
punto de acobardar a Jelmist, pero más que acobardarle le animó a entrar
más rápido en la cueva en busca del pequeño Alaón.
Parlish no sabía si esperar o acompañarle, pero lo que habían oído
no era un oso así que decidió esperar. Reister estaba sentado, entre dos
rocas, abrazándose las rodillas y temblando de miedo.
- Sabes, yo creo que Alaón nos ha tomado el pelo - dijo Parlish sin
convicción -. Debía saber que es un murciélago o algo inofensivo y ahora se
estará riendo a costa de nuestro miedo.
- Si crees eso, ¿por qué has dejado que vaya Jelmist solo?
Parlish sonrió sin contestar. Sólo mirar hacia la solitaria antorcha de
Jelmist le hacía temblar de pies a cabeza.
- Puede ser un murciélago muy grande y odio esos bichos.

Cuando Jelmist se adentraba en la gran gruta, había un nuevo olor


en el ambiente. Olía a carne asada, y esto le hizo imaginarse el peor destino
posible para Alaón. Solo tenía que encontrar un pedazo de la túnica de su
pequeño amigo para salir corriendo de allí, con la trágica noticia de la
muerte de Alaón. Se acercó a la gruta del gran agujero, y midió las
proporciones de esta. Decidió que un dragón podría pasar por ahí, si medía
menos de diez metros de ancho. Se preguntó por qué estaba buscando al
pequeño él y no le habían acompañado sus cobardes amigos. Sintió miedo,
pero se dijo que él era el mayor de todos y debía ser él quien les cuidara a
todos.
Sin saber de dónde sacó el valor necesario, se introdujo en la
oscura gruta con el gran temor de encontrarse al niño totalmente calcinado.
Bajó la cuesta resbaladiza, con tanto miedo que perdió el equilibrio en una
ocasión, y resbaló bajando a gran velocidad por aquella pista de musgo y
agua.
Tuvo la gran suerte de chocar contra una estalagmita, y a pesar de
hacerse daño en una pierna, logró detener su caída directa al gran agujero.
Ahora olía más que nunca a asado de carne. La imagen en su mente de
Alaón destrozado y abrasado en las fauces de un dragón le hizo sufrir un
mareo repentino.
Siguió bajando con sigilo, hasta la gruta inmensa del gran agujero.
Se preguntó entonces por el color negro de las paredes, seguro que había
sido el dragón, aunque hasta ese día no creía en la existencia de los
dragones. La llama de su antorcha onduló suavemente. La movió para

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averiguar de donde venía la corriente y llegó a la conclusión de que el aire
con olor a carne asada provenía del agujero.
Se asomó abismo con la antorcha por delante, e intentó ver algo en
el fondo. Vio una lucecilla parpadeante. Parecía como si estuviera
observando un lago situado a más de quinientos metros de profundidad.
Se agachó para ver si veía algo más, pero el musgo mojado y
quemado que tenía a sus pies, se desprendió y le hizo perder el equilibrio.
Cayó por el agujero moviendo los brazos y piernas, tratando de sujetarse en
algo por si esta vez tenía tanta suerte como el resbalón anterior al agarrarse a
algo, pero no hubo nada que no fuera tan resbaladizo como el suelo de la
caverna. La sorpresa por la caída evitó que su garganta pudiera gritar y el
pánico, por la muerte segura, estuvo cerca de hacerle perder el sentido antes
de llegar al vacío abismal, que abría sus fauces al diminuto manjar.

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3

EL DRAGÓN

Habían esperado más de una hora y Alaón y Jelmist no habían


vuelto. Ninguno de los dos se atrevió a decir que se internaría en la
oscuridad a echar un vistazo ya que a pesar de la preocupación temían más
por salvar su vida. Había pasado demasiado tiempo y no podían esperar
más.
- Tenemos que ir a buscarlos - dijo Reister -. No podemos
quedarnos aquí eternamente, deberíamos ir a buscarlos y si no los vemos...
- Seguro que están esperándonos fuera - añadió Parlish, recuperada
la calma después de tanto rato sin oír nada -. Ve tú y si están fuera me venís
a buscar. Yo me quedo por si acaso vuelve Alaón.
- ¿Y si no están fuera? ¿Qué vas a hacer tú? Yo no pienso volver.
- Ya te lo he dicho, idiota. Si no están fuera seguro que vuelven
aquí y saldremos juntos.
- Pero y si les ha pasado algo... - insistió Reister, tembloroso.
- Mira, no seas pájaro de mal agüero, ¿qué les va a pasar? ¿Acaso
crees que hay demonios?
- Oíste el dragón tan bien como yo - replicó Reister.
- Pudo ser un oso.
- ¿Y un oso no te asusta?
- Bueno si es un oso, está abajo, en el fondo de la gruta. No puede
hacernos nada. Ahora ve fuera a ver si los encuentras.
- ¡No tengo antorcha! - explotó Reister, asustado -. No deberíamos
separarnos.
- Yo tampoco tengo, ¿es que dos ciegos ven más que uno?
Parlish empujó por el hombro a Reister para que se internara solo
en la oscuridad. El muchacho avanzó por la cueva tanteando con sus pies el
suelo que iba pisando. La única antorcha que tenían la había llevado Jelmist
con lo que la oscuridad fue engullendo su entorno a medida que se alejaba

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de la gruta de mil colores. Ni siquiera volvió la cabeza para mirar a Parlish,
prefería ir solo que con alguien que se pasaba el día menospreciándole y
tratándole como un idiota. Aquella gruta de colores carecía de salidas, salvo
el reciente agujero que había en el techo. Sus pasos temblorosos se dirigieron
a la gruta del Gran agujero y con bastante miedo se introdujo en la
oscuridad sin ningún tipo de luz.
Bajó la cuesta con cuidado, y con atención a los posibles sonidos
que hubiera. Continuó despacio y notó con la mano que había musgo suelto
en el suelo. Temió por la vida de alguno de sus dos amigos, ya que el rastro
desaparecía ahí. Quizás habían caído directamente al gran agujero. El agua
helada convertía aquella bajada en una rampa mortal.
Afortunadamente poco más abajo había una gorda estalagmita y
quien hubiera resbalado pudo sujetarse ahí. En ese punto de la cueva,
Reister no veía absolutamente nada.
- ¡Alaón!, ¡Jelmist! ... ¡Alaón!,!Jemist!.... ¡Alaón!, ¡Jelmist!- gritó una
única vez pero el resto de voces era su propio eco, voces que parecían venir
de todas partes. El eco triplicó su miedo y se prometió a sí mismo no volver
a gritar en aquella boca del abismo mientras estuviera solo. Si no le habían
oído la primera vez, tampoco le escucharían las diez veces que rebotó el eco
en todas las paredes de la cueva. No tenía sentido insistir. Se sujetó a la
estalagmita intentando orientarse para encontrar la salida sin ayuda de los
ojos. Se sintió como un ciego en el borde de un precipicio, ¿cómo encontraría
la salida sin luz? Ya era bastante complicado con la luz de una antorcha.
Su llamada no tuvo respuesta. Exploró los posibles caminos que
llevaran a la salida de la gruta, pero la oscuridad era mayor a medida que se
adentraba. Su pie hacía las veces de ojos y hasta que no estaba seguro de que
pisaba en terreno firme y que no resbalara, no apoyaba en él todo su peso.
Sus manos palpaban el terreno y con ellas decidía donde pondría el
siguiente pie.
Su miedo le tenía medio paralizado, y se regañó a sí mismo por no
discutir con Parlish sobre quien debía buscar a sus amigos fuera de la cueva.
Una corriente caliente proveniente de una de las grutas interrumpió sus
pensamientos. Intentó averiguar de donde había salido y llegó al túnel por el
que había entrado. La corriente volvió a cruzar su semblante y esta vez pudo
sentir que su verdadero origen era el Gran agujero. Se asomó y el vértigo le
paralizó todo el cuerpo al ver que había estado a un paso del abismo. A una
profundidad de varios cientos de pies, vio salir una llamarada saliendo de
una pared de la cueva. Desde su posición parecía estar en lo alto de un
escarpado acantilado de un mundo sin Sol, lunas o estrellas.

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Al aparecer el fogonazo, su entorno se iluminó durante un instante,
dejándole ver lo grande que era la gruta y lo profundo que podía ser el
agujero que tenía delante. Ni con una luz tan profunda e intensa saliendo de
una pared, pudo distinguir fondo alguno. Parecía el fin del mundo. Cuando
la llama se apagó, aguzó la vista para ver si distinguía algo más por allí. Se
aferró con fuerza a una estalactita y estiró el cuello para poder ver lo más
profundo posible.
La llama había subido haciendo espirales y se vio el contorno de
las paredes. Era un acantilado irregular y brillante. Después de tres largas
respiraciones, otra llama surgió de la misma gruta. Esa era la que provocaba
las corrientes de aire caliente. La mano que le aferraba a la columna natural
resbaló un centímetro y tuvo que abrazarse precipitadamente a ella por las
nauseas que le entraron de repente, al ser consciente de la altura a la que se
debía encontrar. Semejante columna de fuego no podía provenir de un
volcán. No quería reconocer la evidencia de que un dragón podía haber
hecho eso. Si admitía eso no podría moverse por el pánico que sentiría. Un
dragón y una cueva absolutamente oscura... No podría moverse. Y lo que
más pánico le daba no era ese solitario dragón. Era todo lo que había visto
en la pared del acantilado. No era roca pura, todo ese acantilado estaba
repleto de cuevas con entradas revestidas con barro. Cuevas de distintos
tamaños, algunas más grandes que la que había escupido fuego. Si tenía que
hacer caso a lo que le dijo Alaón, se trataba de los nichos donde dormían los
millares de dragones que custodiaban la única salida del inframundo.
Millares o incluso millares de millares. Si uno había despertado, podían
despertar todos.
Esto le había dejado paralizado, sin saber que hacer. Pero se
escuchó un gemido profundo en el fondo del agujero que hizo temblar todo
su cuerpo. Esa respiración poderosa se oía cada vez más fuerte con lo que
era obvio que fuese lo que fuese, estaba subiendo por las tenebrosas paredes.
- El dragón está subiendo - se dijo aterrorizado. Las garras hacían
crujir las rocas cada vez más fuerte, y Reister no acertaba a decidir si debía
esconderse o salir corriendo. Temía que con lo que le temblaba el cuerpo, si
se movía resbalaría y caería directamente a las fauces de esa bestia.
- ¡Orghhh! - se escuchó un gorgoteo profundo a no más de
cincuenta metros más abajo, donde la oscuridad servía de perfecto escudo
para la criatura.
Reister se dio cuenta de la agilidad que debía tener el dragón para
subir tan deprisa y corrió arrancando musgo con los pies y avanzando
mucho menos de lo que deseaba debido a los resbalones continuos y los

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tropezones desordenados debido a la ausencia casi total de luz. Se metió en
la primera gruta oscura que encontró. Su corazón latía tan deprisa que temía
que le delatara ante el dragón. Todo su cuerpo temblaba. Se agazapó, y se
escondió tras unas rocas, llenándose las piernas de telarañas y poniéndose
las manos en las mandíbulas para evitar el castañeo de sus dientes. Cuando
se quedó quieto juntó las manos y empezó a rezar a los dioses.
- Si alguien ahí arriba me escucha y tiene tiempo de ayudarme, por
favor... no quiero morir - se dijo entre susurros apenas audibles.
Justo cuando se sintió seguro en su escondrijo, averiguó el por qué
del color negro de las rocas. Una abrasadora llamarada surgió como un
geiser del Gran agujero, y a pesar de no llegar a Reister, este sintió cómo su
piel se requemaba por la elevada temperatura que alcanzaron todas las
paredes de la cueva. Incluso la seda de araña que tenía pegada a su piel, se
derritió por el calor.
No se atrevió a mirar lo que salía del agujero, y se mantuvo sentado
escuchando el estrépito que hacía el dragón al salir. Levantó un poco la
cabeza cuando creyó que el dragón había salido y solo vio una forma
gigante, que aun salía del agujero. Su color no podía saberlo, ya que la
oscuridad era casi absoluta, exceptuando los débiles haces azules que venían
del techo donde se escondía Parlish y que llegaba allí lo justo para ver las
fantasmales formas de las rocas y el dragón.
La forma gigante salió por completo del Gran agujero, y movió la
cabeza en todas direcciones. Reister no había tenido tanto miedo en su vida.
Su mandíbula parecía empeñada en delatar su presencia ya que ni
sujetándose con las temblorosas manos conseguía evitar el movimiento de
sus dientes.
Era inmenso. A la tenue luz podía distinguir su silueta. Tenía
mandíbulas alargadas como las de un cocodrilo, pero con salientes que
debían ser cuernos desde el centro del hocico hasta unas cejas formadas a
partir de cuernos. Su tamaño superaba con creces el de cualquier animal que
hubiera visto nunca. Era como tres veces más alto que un caballo del ejército.
En las leyendas se había oído hablar de dragones de veinte metros
de alto, pero este no debía medir más de cinco o seis metros.
- ¿Dónde te escondes? - dijo el dragón con voz profunda.
«¿Habla? -pensó el niño, impresionado, convencido de que eran
bestias sanguinarias sin el menor signo de inteligencia racional-. Si salgo
vivo de esta, nadie me va a creer, estoy delante de un dragón y encima sabe
hablar. ¿No será esto una pesadilla?».

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Al no recibir contestación, el reptil expulsó una llamarada en todas
las direcciones. Reister estaba bien protegido tras una gruesa columna en el
interior de una gruta, pero su piel empezó a ponerse roja por el calor
reinante ya que aquella cueva no tenía ventilación alguna. Se encogió cuanto
pudo tras su roca, y el fuego pasó sobre su cabeza a unos veinte centímetros,
quemándole parte de la coronilla. Por suerte solo era un resto de la
llamarada exigua.
El fuego cesó, y Reister no se atrevió a relajarse por miedo a una
segunda y más terrible lengua de fuego. La criatura gruñó, se enfureció y a
gran velocidad recorrió la gran gruta. No era un dragón grande, pero sí
extremadamente ágil.
- ¡Maldito! Siento tu olor. ¡Sabes que vas a morir!, Dime donde te
escondes.
Reister se asomó otra vez, por si le estaba viendo. El dragón estaba
mirando justo en su dirección y el niño volvió a esconderse, temiendo haber
sido descubierto. Entonces el dragón se acercó directo hacia él y se plantó
delante de su gruta. Reister se puso a llorar de terror ya que si el dragón
soltaba su mortífero aliento en el interior de su gruta solo quedarían restos
calcinados de sus huesos.
- ¡Estoy aquí! - dijo la voz de Alaón.
Reister no pudo localizar su posición ya que más que su voz, era un
eco que se repetía en muchos sitios distintos. Su corazón saltó de júbilo al
saber que no estaba solo, y sobre todo por que su amigo aún estaba vivo.
El dragón se dio la vuelta y olisqueó el ambiente.
- Ja, ja, ja - rió el dragón -. Tengo varios bocados para mi almuerzo.
- Si me quieres encontrar… - dijo Alaón -… estoy aquí… aquí... aquí
- el eco hacía imposible localizar al pequeño. Reister admiró a su pequeño
amigo por el valor que estaba demostrando para salvarle.
Las voces venían de distintos sitios, y los ecos rebotaban de una
pared a otra, logrando desconcertar al dragón. Pero no se enfadó, todo lo
contrario, se regocijó y se volvió a reír haciendo retumbar los muros de la
cueva con sus potentes pulmones. A Reister, por su parte, se le quitó la
angustia de pensar que Alaón pudiera estar muerto. Sabía que si salían de
ese apuro, tendría que darle muchas explicaciones aunque le apetecía más
estrecharle en un abrazo que le quitara el aliento.
- ¡Sharek lak dracon ocularion! - dijo Alaón, sorprendiendo al dragón.
Sus palabras fueron potentes y sorprendentemente no hubo eco
para ellas. Reister se preguntó qué idioma era ese y qué pretendían guiando
al dragón hasta su escondite. Sin embargo, el dragón de puso nervioso.

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Reister quiso salir para despistar al dragón y ayudar a Alaón, pero
estaba demasiado aterrado. El pánico le había paralizado por completo y se
lamentó por su amigo. El gran reptil cogió una profunda inhalación, pero la
voz de Alaón volvió a golpear sus tímpanos.
- ¡Iak sharek ocularion! - Canturreó Alaón de nuevo. Esta vez dos
bolas de fuego surgieron de la nada y fueron directas a los ojos del dragón.
Impactaron en su cabeza provocando una ensordecedora explosión,
iluminando la enorme gruta durante unos pocos segundos mientras el
dragón lanzaba un rugido de dolor.
- ¡Salgamos de aquí! - gritó Alaón.
El reptil agredido se puso frenético y lanzó llamaradas en todas las
direcciones sin ningún control. Alaón tuvo que volver a esconderse para
evitar ser abrasado. Cuando su lengua de fuego se extinguió Alaón se plantó
delante de él aprovechando que tendría que volver a inhalar para poder
quemarle.
- ¿Cómo te llamas? - preguntó Alaón cuando vio que se disponía a
expulsar otra bocanada de fuego.
- Nóala - respondió -. ¿Cómo puede un niño dominar la magia tan
bien como tú?
- Nací con ese don - respondió Alaón -. ¿Y qué hace un dragón rojo
tan pequeño en una cueva así?
El dragón empezaba a recuperar la vista, pero no parecía dispuesto
a fulminarlo. Sentía curiosidad, ya que nunca había visto a una criatura tan
joven con dominio de la magia.
- Llevo dormido doscientos años. ¿Quién o qué eres?
- Me llamo Alaón. Y creo que tú y yo tenemos algo en común.
El dragón volvió a exhalar, pero esta vez solo respiraba. Le había
concedido al pequeño mago unos segundos de vida más.
- Alaón, como el gran erudito - se burló -. ¿Qué puedo tener en
común con un crío impertinente como tú?
- ¿Cuánto tiempo hace que despertaste?
El dragón rugió antes de contestar.
- El suficiente para escucharte entrar con más personas. Uno de
ellos ya forma parte de mi colección, un chico fuerte y musculoso. El muy
estúpido resbaló y cayó justo ante mis narices. Oh, pero no me culpes,
cuando lo vi ya estaba muerto.
Reister sintió que se le paraba el corazón.
- ¿Qué le has hecho?

50
- Evité que se cayera al abismo, está mejor en mi despensa privada.
¿Quieres acompañarle?
- Nóala... - repitió Alaón sintiendo que en su interior algo parecía
estar rompiéndose.



- Hay un mal en tu interior. Veo que eres poderoso pero hay una fuerza
oculta que te hace peligroso y especialmente maligno. Dominas esa fuerza y
eso es loable. Pero el consejo de los dioses determinó que tu poder era
excesivo para ser un humano y se te ha retirado el don de la magia.
- Maestro Rastalas, he visto mis errores, no los cometeré de nuevo.
- ¿Crees que ese tono amarillento de tu piel es natural? ¿Y esos ojos con
forma de reloj de arena? No fue un simple castigo de Tsak Menmon, son
una condenación eterna. En un momento de tu vida dejaste que algo
entrara en tu alma y se quedó fusionado a ti. Mientras esa cosa siga
emponzoñándote, nunca más se te concederá el dominio de la magia. Tus
manos estarán secas.
- ¿Y cómo voy a librarme de eso? ¿Acaso hay una cura? - Preguntó Alaón.
- No podemos llamar enfermedad a lo que no conocemos. Los dioses lo
conocemos todo pero eso que tú tienes no tiene nombre. Creemos que
puede ser una creación secreta.
- ¿Cómo puedo librarme de él?
- No puedes. A menos que ... - Rastalas, con su forma de Frizban se rascó
la barba y se quedó pensativo.
- ¿Qué puedo hacer maestro? Tú lo sabes todo.
- Hay una única manera de librarte de esa forma, de liberarte de tu
"Nóala".
- ¿Nóala? - preguntó el mago.
- Significa "maldad interior". Creo que es el mejor nombre que podemos
darle a esa esencia destructiva.
- ¿Cómo me libro del Nóala?
- Debes volver al mundo y que un hechicero te resucite con su poder.
Tiene que ser alguien muy poderoso, capaz de crearte un cuerpo. Tendrías
que crear una criatura sin maldad para que tu parásito se quede fuera...
Pero eso es imposible.
-¿Por qué es imposible?
- Solo yo tengo el poder de hacer eso.



- Nóala - repitió Alaón con la mirada perdida -. Tú no puedes


existir, te dejé fuera.
- Grrrr - el dragón gruñó de forma temible.

51
Reister no entendía por qué Alaón había dicho eso. ¿Es que conocía
a Nóala? ¿Por qué el dragón no le quemaba?
Entonces Alaón murmuró algo y desapareció de su vista. El dragón
emitió un bramido de cólera. Tras mirar por toda la cueva exhaló una
llamarada donde antes estaba el niño por si se había escondido o se había
vuelto invisible.
- Parlish - balbuceó Reister, aterrado, temiendo que las llamas
alcanzaran a su amigo.
Los bramidos del dragón cesaron cuando había emprendido el
vuelo por el agujero del techo y ya no estaba allí. El corazón de Reister latía
tan fuerte que amenazaba con salirse por su boca. El miedo fue menguando
a medida que el silencio mataba todos los ecos creados por el dragón.
- ¿Alaón? - preguntó Reister, esperanzado.
- Aquí estoy - dijo su pequeño amigo justo a su lado.
- ¿Cómo has hecho eso? - se asustó Reister -. Estabas justo delante
del dragón, he visto cómo le tirabas bolas de fuego a los ojos...
- Magia.
- ¿Magia? - se sorprendió Reister -. ¿Quién te la enseñó?
- Deberíamos ir a buscar a Parlish - dijo Alaón-. El dragón fue hacia
él.
- Y Jelmist...
- Jelmist - repitió Alaón, resignado -. Separémonos, yo buscaré a
Jelmist. Tú vete a buscar a Parlish. Nos encontraremos aquí.
- Espera, espera - exclamó su amigo -. ¿Cómo piensas bajar ahí
abajo? Es muy peligroso acercarse al gran agujero.
- Bajaré volando - respondió Alaón con naturalidad -. Recuerda, soy
mago. Y por favor, guárdame el secreto.
Reister no estaba seguro de querer separarse de Alaón pero cuando
lo vio flotar en el aire y descender por la gruta comenzó a pensar que debía
estar soñando porque no podía creer lo que estaba viendo.



Alaón disfrutaba con cada conjuro que recitaba. Recordaba todo


como en los viejos tiempos. Se sentía inseguro por su incipiente poder, que
no era demasiado grande, pero le gustaba saber que dentro de sus escasos
límites podía amasar la magia a su antojo por primera vez en muchos,
muchísimos más años de los que podía recordar. Volver a sentir el calor de
la magia circulando por sus venas era una sensación indescriptible y tuvo
algo de miedo de que su debilidad por la magia le volviera a convertir en un

52
ser ambicioso y peligroso para el mundo. Sin embargo sus recuerdos le
decían que ese peligro ya no existía, su parte maligna había sido arrancada
de su ser y ahora tenía forma de dragón. La prueba era que poseía magia y
los dioses se habían negado a dársela mientras tuviera ese parásito dentro de
su espíritu. Ese cuerpo era todo corazón, sentía piedad y comprensión por
todo y ahora temía por la seguridad de toda su gente en la aldea, si ese
dragón decidía salir fuera.
Descendió flotando en el aire, como si le sostuvieran manos
invisibles, hasta alcanzar la entrada de la pequeña cueva que le había dicho
el dragón. Cuando sus pies tocaron suelo, sus ojos le mostraron una realidad
que no quería haber descubierto. La sangre bañaba el suelo y un olor fuerte a
vísceras le daba ganas de vomitar. Aún así no podía asegurar que fueran de
su amigo Jelmist, necesitaba asegurarse.
Se adentró aún más a la gruta y encontró un pedazo de tela
desgarrado. No podía distinguir colores con esa oscuridad. Sus ojos veían
las siluetas en la más absoluta penumbra, cosa extraordinaria que no pasó
por alto. Necesitaba averiguar cómo volvió a la vida y especialmente quién
le hizo ese cuerpo. Al estudiar el trozo de tela sospechó que se tratara de un
fragmento de la camisola de Jelmist. Poco más adelante encontró el cuerpo
desgarrado y moribundo de su amigo, que tenía las uñas del dragón
dibujadas por todo su pecho. Sus miradas se encontraron y Alaón supo que
seguía con vida. Sin embargo no tenía esperanza alguna, tenía una horrible
herida en el vientre, como si Nóala se hubiera divertido torturándole con
una de sus garras, jugando y revolviendo las entrañas, sus intestinos,
formando una masa uniforme.
Alaón sintió que le faltaba el aire. Su amigo agonizaba
horriblemente y le miraba entre temblores.
- Debimos escucharte - dijo Jemist con un agónico esfuerzo. Apenas
conseguía hablar en susurros.
- Me encargaré de él - prometió Alaón, con firmeza -. Lo siento
mucho, no puedo ayudarte. Mi magia no es de ese tipo.
- ¿Magia? - Jelmist gimió del esfuerzo por intentar reír -. ¿Eres un
mago?
Alaón quiso complacer a su amigo invocando su poder. Acercó la
mano y se concentró en crear una esfera de fuego sobre su palma. La
oscuridad fue devorada por la repentina luz y Jelmist pudo verle la cara y
Alaón distinguió el terrible aspecto de la herida de su vientre.
- Gracias - tosió Jelmist -... por venir a buscarme...

53
Jelmist perdió todas sus fuerzas y al terminar su frase murió. Alaón
lloró por él. Dejó que la llama de su mano brillara un instante más para
poder cerrar sus párpados con la otra mano. Luego concentró su poder y la
bola de fuego ardió y se iluminó con mucha más intensidad. Cuando era tan
grande como su puño la arrojó contra la pared de la cueva y estalló en
infinitas chispas sin hacer ningún daño a la pared. Saber que poseía magia
no era suficiente para calmar su ira, sabía que su poder era tan limitado que
no podía hacerle nada contra todo un dragón. Pensó que con el tiempo los
dioses le concederían más poder, pero eso no lo sabría hasta pasados varios
años. Necesitaba el poder ahora.
Con lágrimas en los ojos deshizo el camino de la gruta y pensó en
todo aquello. Era una excursión inocente, solo estaban enseñándole una
cueva. ¿Qué iba a decirles a los padres de Jelmist? Había visto muchos
muertos en el pasado pero ahora no estaba preparado para eso. Pensó
recoger sus restos y subirlos para que los aldeanos pudieran hacerle un
entierro pero era demasiado pesado para él. Además no quería que sus
padres le vieran así, era preferible que le dieran por muerto o incluso
desaparecido. Su mente se llenó de malos augurios y se quedó petrificado al
no saber qué hacer. Aquello era el comienzo de algo terrible ya que el
causante de esa muerte estaba ahora libre en la superficie... buscándole.
Entonces otro gemido le sacó de su inmovilidad. Procedía de arriba.
¿Había regresado el dragón? No, era otro tipo de gruñido. Sus ojos se iban
acostumbrando a la penumbra y pronto distinguió una forma de unos tres
metros de alto con una espalda enorme y con garras en lugar de manos. Su
cabeza parecía la de un simio, sus colmillos chorreaban saliva por la sangre
derramada por el suelo. Lo debió atraer la sangre de Jelmist.
- ¿Quién eres? - preguntó, aterrado.
No hubo respuesta, el monstruo saltó sobre él como un depredador
y Alaón tuvo el tiempo justo para esquivarlo. Recitó un corto hechizo
cegador pero el monstruo no tenía ojos. Pudo ver por un instante el color
rojizo de su piel sin pelo. Una piel que con la luz de su hechizo delató
poderosos brazos musculosos del grosor de un árbol. Cuando se dio cuenta
de que era un demonio corrió cuanto pudo y saltó al hueco de la enorme
gruta recitando su hechizo de vuelo. Su cuerpo ascendió lentamente y el
demonio no le alcanzó por muy poco. Ese monstruo era tremendamente ágil
para su tamaño. Sus gruñidos helaban la sangre y su rostro sin ojos parecía
sacado de una pesadilla. Sus poderosas mandíbulas hubieran podido
masticar los huesos de un caballo sin problemas.

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Según iba ascendiendo miró hacia atrás. El demonio rugió enojado
pero no trató de trepar por la pared. Ni siquiera con esas poderosas garras
podía hacerlo ya que era una pared prácticamente lisa. La bajada mortífera
que sus amigos llamaban el gran agujero. Pero al otro lado había un abismo
que su vista era incapaz de abarcar. Era una enorme cueva sin límites que
tenía arterias de roca que se perdían en la lejanía. En diversas zonas se
sostenía el techo con rocas graníticas. Sentía la enormidad de aquel espacio
con solo escuchar el sonido de su respiración. Allí no solo cabía un dragón,
cabía todo un batallón de dragones en un mundo oscuro y aparentemente
inmenso.
- El reino de Bytopia existe - dijo, fascinado -. Desde el Cataclismo
nadie ha conseguido entrar ni salir de él. Espero ser el primero en conseguir
salir.
Pronto alcanzó la cima del acantilado y aprovechó el impulso del
vuelo para llegar a la gruta de los colores. Allí estaban Parlish y Reister,
escondidos tras una columna de roca. Al verle llegar volando, Reister salió
de su escondite y Parlish se quedó boquiabierto al verlo aterrizar junto a
ellos.
- ¿Cómo hace eso? - preguntó intrigado y lleno de envidia.
- Es magia - respondió Reister, como si fuera lo más normal del
mundo.
- Vámonos - dijo Alaón.
- ¿Y Jelmist? - se preocupó Reister.
- Ha muerto - dijo Alaón.
- ¿Qué? - dijo Parlish -. Espera, espera, ¿muerto?
- Cayó por el gran agujero - explicó Alaón -. Yo mismo vi su cuerpo
sin vida.
- No, no puede morir - replicó Parlish visiblemente afectado por la
noticia.
- Debemos salir ya - ordenó Alaón -. Cogerme la mano.
Reister obedeció al instante pero Parlish quiso correr hacia el gran
agujero. Alaón le cogió del hombro y formuló su hechizo, sorprendiendo al
niño en plena carrera.

La llegada fue aparatosa ya que en cuanto se materializaron, su


cuerpo perdió casi todas sus fuerzas, y Parlish cayó de bruces contra el
suelo. Sus músculos no le obedecían. Sus compañeros no tuvieron mejor

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suerte y allí quedaron los tres, en medio de una pradera con hierbas y flores.
Era difícil saber donde estaban, cuando no podían levantar la cabeza del
suelo. Podían razonar perfectamente y lo primero que pensaron fue que
habían sufrido una pesadilla y acababan de despertar.
Reister sintió como Alaón se levantaba y miraba alrededor.
Después lo hizo Parlish y le pidió que se levantara. Intentó moverse y las
piernas y los brazos le obedecieron. Se levantó con temblores en las piernas,
y tan agotado como si hubiera corrido durante horas.
- ¿Dónde estamos? - preguntó Parlish.
- ¿No es aquí donde soléis practicar arco? - preguntó Alaón.
- Aquí es - reconoció Reister.
- Tienes que llevarme a la cueva - ordenó Parlish -, tengo que ver a
Jelmist con mis propios ojos.
- No tienes nada que ver allí - replicó Alaón, enojado -. He visto una
criatura que te daría pesadillas el resto de tu vida si tan solo te digo cómo es.
Es mejor que lo recuerdes como la última vez que le viste, olvídate de su
cuerpo.
Reister y Parlish se lanzaron miradas de rechazo, pero finalmente
las palabras de Alaón hicieron su efecto ya que Parlish no insistió. Entonces
Alaón empezó a caminar hacia el pueblo. Caminaron hasta que pasaron la
arboleda y en un riachuelo bebieron agua, pues el calor de las llamas del
dragón les había hecho sudar bastante y tenían la garganta bastante seca.
Parlish propuso que descansaran más en la rivera pero Alaón,
apenas escuchó la sugerencia ya que en cuanto bebió siguió caminando y
Reister le siguió. Las piernas de Parlish estaban tan doloridas por la
caminata que le pareció una tortura tener que levantarse tan pronto. Lo que
vio hacer a Alaón en la cueva era increíble, jamás había visto volar a nada
que no tuviera alas. Sin embargo no podía dejar de pensar en Jelmist, su
amigo de la infancia. No podía creer que hubiera muerto. Deseó ser capaz de
hacer todas las cosas que hacía Alaón para comprobar qué había sido de su
amigo. No podía darlo por muerto sin verlo, no podía creer que allí abajo
hubiera criaturas de pesadilla. No podía decírselo a los padres de Jelmist.
Quería creer que Jelmist les alcanzaría, que Alaón les había mentido para
que no le esperasen. Terminaría volviendo al pueblo por su propio pie. De
pronto pensó que Jelmist podía necesitarle. Tenía que volver a la montaña.
Pero antes de poder dar la vuelta pensó que estaba muy cansado y la
montaña estaba muy lejos. Ya irían los mayores.

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Continuaron hasta que el pueblo llegó a verse a lo lejos y pudieron
unirse al camino de la montaña. Vieron los primeros tejados de las casas y al
fin llegaron.
Se encontraron con la sorpresa de que toda la gente del pueblo
estaba reunida en la plaza. Hablaban muchos a la vez, a voz en grito.
Sospecharon que Asteva había llegado contando que se habían perdido en la
cueva.
- Ya hemos vuelto - dijo Parlish casi gritando.
La gente del pueblo se volvió hacia ellos y miraron a Alaón,
asustados. Se habían callado repentinamente al oír la voz de Parlish. Esa
actitud dejó a los tres bastante sorprendidos. Esperaban una cálida
bienvenida o quizás que sus madres saldrían llorando a recibirles. Parlish
quería decirles que Jelmist estaba en peligro pero aquella fría bienvenida le
dejó paralizado de miedo.
De pronto la madre de Reister salió de entre el gentío y cogió de la
mano a su hijo tirando de él para que se alejase de Alaón. Lo mismo hizo la
madre de Parlish, aunque éste se resistió a abandonarlo. Algunos aldeanos
entraron en sus casas y sacaron unos bastones con actitudes amenazantes.
Miraban a Alaón con odio, como queriendo matarle, pero sin atreverse a ser
los primeros en pegarle.
- ¿Dónde está Jelmist? - Preguntó un aldeano corpulento -. ¿Qué le
has hecho a mi hijo?
- Asteva me dijo que iba con vosotros - exclamó una mujer,
llorando.
- ¿Asteva ha vuelto? - dijo Reister -. ¿Qué pasa mama?
- No ha vuelto, ¿dónde la habéis dejado? ¿Qué le has hecho,
monstruo? - exclamó su madre, roja de ira.
- ¿Monstruo?, ¿he hecho algo malo? - preguntó Alaón asustado y
sin entender nada de lo que estaba pasando. Todos los que le habían dado
cobijo los primeros días de su vida, que habían sido como sus padres, ahora
parecían querer su muerte.
- Alaón, sal de este pueblo y no vuelvas - dijo el alcalde.
El niño mago le miró sorprendido. Hasta ese momento no se había
dado cuenta de que era el alcalde quien mantenía a todos a ralla porque
tenía una mano levantada para que sus vecinos no hicieran nada.
- ¿Por qué? - se resistió Alaón -. ¿Qué es lo que he hecho?
- Matarle, ¿A qué esperáis? - gritó una mujer de unos cincuenta
años -. ¡Matarle!, Antes que nos ataque con sus conjuros.

57
- ¡¿Dónde está Jelmist?! - gritó de nuevo el hombre corpulento
adelantándose al resto. Era poco más alto que su hijo y bastante más
barrigón. Uno de sus vecinos le sujetó por el hombro.
- Ha muerto - dijo Alaón. Sabía que eso no le ayudaría nada pero
era la verdad.
Sus palabras fueron como un viento helado que dejó a todos
paralizados y blancos.
- ¿Qué? - gritó el hombre soltándose de la mano de su vecino -. Ese
brujo tenía razón, eres un monstruo.
- ¿Brujo? - espetó Alaón -. ¿Ha venido un brujo a buscarme?
- No te acerques a él Larsi - le suplicó la que debía ser la madre de
Jelmist y su esposa-. Solo los dioses saben lo que podría hacerte...
- ¡Te voy a matar! - exclamó Larsi, intentando zafarse del fuerte
brazo del alcalde, aunque sin éxito.
Esta voz despertó de nuevo los gritos e injurias del gentío, y los más
jóvenes se acercaron al pequeño mago, golpeando con los palos en sus
palmas de las manos, amenazantes pero con evidente miedo. El padre de
Jelmist se acercó a él decidido con un hacha en la mano.
- ¿Pero qué hacéis? - dijo Reister, asustado -. Él no lo mató.
- ¿Puedes asegurar eso? - replicó Parlish con odio y rencor -. ¿Viste
morir a Jelmist?
Alaón no se atrevía a conjurar hechizos contra aquella gente, pues a
pesar de todo aun eran sus padres. No podía atacarles y era inútil razonar
con ellos. Debía huir.
- Al menos darme una explicación - suplicó Alaón-. ¿Quién era ese
brujo?, ¿qué dijo de mí?, ¿dónde está?
Como temía, la locura de la gente les impedía razonar y con mucha
tristeza corrió fuera del pueblo, al comprender que eso era lo mejor que
podía hacer. Larsi, el padre de Jelmist, quiso perseguirlo pero entre todos le
sujetaron y trataron de calmarlo.
- Iremos contigo a buscar a tu hijo. Déjalo ir, podría ser peligroso
como nos dijo ese brujo.
- Mama, Alaón nos salvó - dijo Reister, llorando -. ¡No es malo!
- ¡Idiota! - Gritó Parlish, fuera de sí -. ¿No viste como volaba como
un fantasma? ¿Cómo nos sacó de la cueva con solo tocarnos? ¿Crees que un
niño normal sabe hacer esas cosas?
- ¿Ya has olvidado que había un dragón allí?
- ¿Un dragón? - replicó Parlish llorando -. Eres un mentiroso
estúpido, Reister.

58
Reister no replicó y se refugió en el abrazo de su madre mientras
sus ojos perdían de vista a su amigo, al que ya apenas veía en la distancia.
Quiso seguirlo pero conocía sus poderes y temía que lo que decía toda esa
gente fuera cierto.



Entre tanto Alaón se perdió de la vista de todos. Sus lágrimas


empapaban completamente sus mejillas y no quiso mirar atrás. Se sintió
vulnerable y solo. Lo más doloroso era que en sus recuerdos no era la
primera vez que se sentía así. En aquellos lejanos tiempos tenía a su
hermano Helgan para defenderle. Siempre lo despreciaban por refugiarse en
él. No podía entender por qué perdía el tiempo en protegerle y llegó a
acostumbrarse a él como quien se acostumbra a una pesada armadura. En
ese momento lo echó de menos y quiso tenerle allí, vociferando a aquella
gente que eran unos cretinos por creer una cosa así de su indefenso
hermano. Cuando ya estuvo suficientemente lejos del pueblo, decidió
sentarse y ponerse a pensar como iba a salir de aquella isla. También podía
dejarse encontrar por ese brujo que, seguramente, sabía algo más de él y por
qué tenía esos recuerdos en un cuerpo de niño. Su mente, hasta la llegada a
la isla, no tenía guardado ningún recuerdo en esa forma física y necesitaba
saber cómo había vuelto a la vida. ¿Cómo pudo reencarnarse? Nunca creyó
que eso fuera posible.
Podía transportarse con un hechizo a cualquier lugar que conociera,
y en el pueblo le matarían si le volvían a ver. Esa magia no le sería muy útil
ya que no había visto nada fuera de aquella isla.
No sabía que hacer, así que estuvo sentado pensando y pensando
sin obtener la solución. No se dio cuenta de que en su fuga había terminado
llegando a la playa donde dejaron a Asteva. Esta le vio y se acercó a él
alegremente corriendo por la arena. Lo único que podía hacer era buscar un
medio de transporte veloz y que no fuera pasando por el pueblo.
- ¿Te gustó la cueva? - preguntó.
La niña no debía saber nada del disturbio. Alaón tuvo la tentación
de contarle todo pero el cariño de esa niña era todo lo que le quedaba en el
mundo para conservar la cordura.
- Era fascinante - respondió -. ¿No te has movido de la playa en
todo este tiempo?
- Me encanta mirar el mar.

59
- Asteva - Alaón quiso sincerarse pero no pudo -... Tienes que
hacerme un favor. ¿Podrías ir al pueblo y buscar a Reister? Ha pasado algo y
necesito hablar con él, pero... es complicado, no puedo ir.
- ¿Qué ha pasado?
- Por favor, confía en mí. Seguramente en la aldea te lo contarán
todo.
Asteva asintió y corrió por la arena en dirección a la aldea de
Nosthar. Alaón se dejó caer pesadamente en la arena y se tumbó mirando al
cielo. Su corazón estaba herido pero en su interior sabía que esa gente tenía
motivos suficientes para temerle.



- ¡Alaón! -dijo una voz femenina detrás de él. Asteva había vuelto -,
tienes que salir rápido de esta isla, un hombre vestido de rojo te anda
buscando para matarte.
- ¿Quién es? - preguntó Alaón.
- Creo que era un brujo y dijo que tú eres hijo de las tinieblas. No lo
pude creer, pero los mayores están enloquecidos. Dicen que trajiste la
muerte.
- ¿Por qué has vuelto? Vuelve a casa - la regañó Alaón.
- No es cierto lo que dicen de ti, ¿verdad? - preguntó Asteva,
asustada.
A Alaón le gustaría negarlo pero no sabía nada de su origen, así
que podría ser cierto.
- ¿Dónde se fue ese brujo? - preguntó a la niña.
- A la montaña de las cuevas. Mintió, ¿no es cierto? - las lágrimas de
Asteva hicieron que Alaón se sintiera incapaz de mentirla, ya que era la
única que aun confiaba en él lo suficiente como para seguirlo y hablar con él.
- Asteva, no recuerdo nada de antes de llegar a la playa. Podría ser
cierto.
- No, pero no eres malo - razonó ella -. No puede ser cierto y si eras
malvado, has cambiado.
- No te fíes de nadie - replicó él, enojado, preocupado por su
inocencia. Con los poderes que tenía, bien podía ser un monstruo que había
hecho cosas horribles -. Vuelve con los otros.
Dicho esto, una sombra fugaz pasó por encima de ambos niños.
Nóala les había encontrado. Fue directamente al pueblo, y llegó
inmediatamente expulsando enormes lenguas de fuego sobre las casas y sus
aterrados habitantes.

60
Asteva no supo que era aquello que volaba y escupía fuego pero, al
ver el humo del pueblo y oír las voces aterrorizadas de todos, se puso a
gritar descontroladamente.
Alaón corrió al pueblo, con la esperanza de poder atacar al dragón
con su magia, corrió lo más deprisa que le permitieron sus cortas piernas.
Parecían volar sobre el suelo pero era tan pequeño que apenas acortaba
distancia. Estaba más lejos del pueblo de lo que pensaba y cuando llegó
todo eran llamas, cenizas y cadáveres, y aun se oían gritos de algunos que
aun no habían muerto.
- ¡Noooo! - gritó desesperado Alaón -. ¡Basta!, ¡Aléjate bestia
infernal! ¡Te mataré!
Era demasiado tarde, ya que no quedó nadie vivo a la vista, y el
dragón se alejó sin oír sus gritos. Algunas casas aun se sostenían pero las
llamas refulgían en todos los rincones y ninguna casa quedaba en pie.
Alaón se dominó, e intentó formular algún hechizo que apagara las
llamas de alguna casa. Sus ojos estaban empañados, y su garganta apenas
podía emitir algún sonido. Sin embargo respiró hondo varias veces, y se
concentró.
- «Ventor fluyam et venture hocriam» - cogió aliento y continuó -,
«flama ocultem praur tempanor et exiguian».
El fuego amarillo y rojo que refulgía sobre la casa se transformó en
fuego verde, y luego cesó poco a poco hasta que se extinguió. Era un hechizo
sencillo, pero la concentración de Alaón fue tan fuerte que el fuego se apagó
totalmente y la casa quedó prácticamente intacta. Quería hacer eso con todas
las casas, buscar supervivientes, pero ya no se escuchaban gritos. Pensó que
era malgastar sus energías. Deseaba estar en plenas facultades para destruir
al dragón.
«Asteva» - pensó Alaón -, «ella no debe ver esto». Pero también era
demasiado tarde. Ya había llegado al pueblo y estaba arrodillada llorando
amargamente junto a lo que fue su casa.
- Papa, mama, ... - la voz entrecortada y dulce deshizo el dolorido
corazón de Alaón. Verla llorar le emocionó tanto que sus rodillas flaquearon
tanto como su corazón y cayó sobre sus pies, arrodillado y encogido sobre si
mismo, llorando y preguntándose si todo eso había ocurrido por su culpa.
Ese dragón debía morir. Era su estigma, había sido su condena durante
siglos y ahora que estaba lejos de él, seguía torturándolo.
Los cadáveres estaban tan negros que no se podía reconocer a
nadie. Al parecer cuando el dragón llegó, todos se dispersaron, pero pocos

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pudieron ir más lejos de los límites del pueblo. Todas las casas ardían
furiosamente y no se veían ni animales con vida.
Alaón decidió buscar entre los cadáveres, sin atreverse a dar
nombre a ninguno, y con la esperanza de que alguno siguiera vivo.
Entonces encontró a una víctima que temblaba, pero que tenía las
piernas completamente calcinadas. Aun vivía, pero no por mucho tiempo.
- Maldito,… - le dijo, mirándole a los ojos. Fueron sus últimas
palabras. Después espiró, y dejó de temblar. Su rostro no perdió la expresión
de desesperación y odio cuando soltó su último aliento.
- ¡Oarghhhrg! - escuchó a su espalda al mismo tiempo que el ruido
de unas enormes alas batían el viento. Se levantó una densa nube de polvo
del suelo y las llamas de las casas ardientes soltaron chispas de ascuas
ardientes que llovieron desde el cielo, justo a la espalda del pequeño mago.
Al oír aquel sonido inconfundible, se le heló la sangre. Nóala había
regresado. Se dio la vuelta, y al ver al dragón tan cerca, cerró los ojos
esperando ser incinerado. Al fin y al cabo era mejor morir que seguir
viviendo solo en el mundo. Asteva gritó su nombre y esto le despertó. No
podía dejar a aquella niña ni podía permitir que el dragón acabara con ella.
- ¡Nóala! - gritó, recuperando todo su valor.
El dragón dorado miró enfurecido al pequeño, y se posó en frente a
Alaón.
- ¿Alaón? - dijo el dragón con voz serpentina.
- Soy yo - dijo el niño con autoridad.
- No puedo creer que sigas vivo. Te escabulles como las cucarachas
- dijo el dragón con aire triunfal.
Alaón pensó en algún hechizo corto, que le sacara de aquel apuro a
él y sobre todo a Asteva.
- Así que temes por la vida de esta mocosa - se regocijó Nóala.
- Tenemos muchas cosas pendientes - dijo Alaón.
Nóala olvidó momentáneamente a Asteva. Extrañado y enfadado
miró a Alaón con recelo.
- ¿Qué puede tener pendientes un niño mago y presuntuoso con un
dragón como yo?
- Sé que tú y yo tuvimos un vínculo extraño - dijo Alaón -. ¿Sabes
por qué despertaste justo cuando yo llegué a esta isla?
Nóala dejó de reír y suspiró varias veces expulsando densos
vapores de su enormes hollares. Era consciente de que Alaón dominaba la
magia, pero ignoraba hasta que punto llegaban sus conocimientos.
- Te estoy escuchando - pidió el dragón.

62
- Tú y yo éramos uno antes de llegar a la isla. Logré librarme de ti al
regresar del abismo.
Asteva, entre tanto, no había parado de llorar, junto a un cuerpo
calcinado al lado de la puerta de su casa.
Nóala miró impaciente al pequeño mago, no se fiaba de él pero
debía sentir que algo de lo que le había dicho era cierto, pues se había
relajado.
- Reza lo que sepas, he venido a matarte, y te mataré - dijo con
desagrado el enorme reptil rojo.
- Nóala significa "mal interior" - replicó Alaón -. ¿Crees que es
casualidad? Si me matas, tú morirás conmigo. No eres nada, eres un ente sin
alma, eres un residuo de mi espíritu atormentado.
De los ollares del dragón salió una densa columna de humo.
- ¿Por qué iba a afectarme tu muerte?
Alaón no supo qué contestar, no sabía explicar cómo sabía todo eso
ni si quiera sabía si era cierto.
Nóala se enfureció, cogió aire y escupió una enorme llamarada por
la boca envolviendo a los niños en ella. Fue tan larga que sus colmillos
empezaron a recalentarse y empezaron a echar humo.
Cuando no pudo más y el fuego se extinguió, encontró a Alaón con
un brazo levantado hacia él, completamente intacto, al igual que la niña y la
casa que había tras ellos. Aquello le dejó estupefacto y sin decir nada meneó
la cabeza para cerciorarse de que no estaba sufriendo una alucinación.
- ¡Espera! - exclamó una voz de un hombre detrás de él.
- Es el hechicero que vino preguntando por ti - se sorprendió
Asteva. El niño se acercó a ella.
- Me llamo Mikosfield Herase - volvió a decir el hechicero -. Tú
debes ser la criatura que vi salir de la nada hace cuatro días.
- ¿La criatura que salió de la nada? - replicó Alaón extrañado.
- Un poderoso hechicero invocó su magia para crearte - contestó el
mago llamado Mikosfield -. Eres una amenaza en potencia y debo destruirte.
- ¡No te creo! - gritó Asteva -. Alaón es bueno.
Mik siguió dando explicaciones.
- ¿Bueno? ¿Y quién destruyó este pueblo?
- Yo no maté a toda esta gente - se defendió Alaón -. El los mató.
Nóala emitió un resoplido de complacencia. El brujo miró al
dragón, asustado, esperando una negativa, asumía que el dragón estaba allí
con el mismo propósito que él. Alaón intentó apartar de su lado a Asteva,

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pero ella no quiso, quería quedarse junto a él ya que solo con él se sentía
segura.
- Krystom, tranquilízate, puedo controlar la situación.
- ¿Quién es Krystom? - replicó Alaón -. Se llama Nóala y él ha
destruido el pueblo.
Entonces Nóala pareció hartarse de la conversación ya que hinchó
por completo sus pulmones y exhaló un terrible llamarada a su alrededor,
intentando convertir en ceniza a los tres supervivientes. El fuego expulsado
duró unos segundos, y cuando finalmente el dragón dejó de exhalarlo, tuvo
que respirar hondo por el esfuerzo de tan larga llamarada.
Era difícil saber si de los montones que ardían, era alguno Alaón o
ese hechicero o la niña. Estaba todo tan negro y al rojo vivo, que parecían
restos de una fogata aumentada de tamaño. Además aun estaba humeante,
lo cual apenas permitía acercarse.
- «Dracon mortuortem» - se escuchó desde el cielo -, «dracon actorben
irk weleridan mortuortem».
Fue como una lanza de fuego que surgió de la mano de Alaón. El
pequeño mago se la arrojó y la saeta de fuego hizo blanco en el tórax del
dragón. Este cayó asfixiado, y se revolcó sobre las cenizas como si un dolor
horrible lo torturara por dentro. Poco a poco se movió más lentamente, hasta
que después de agónicos sufrimientos se paralizó como muerto. La lanza de
fuego se disipó y no quedó rastro de ella, salvo el pecho quemado del
dragón rojo que aún humeaba.
Mik había logrado esconderse tras las ruinas pétreas de una casa.
Asteva flotaba junto a Alaón y no podía creer que estuviera volando.
Alaón bajó del cielo y se puso de pie sobre la cabeza del dragón.
Con un gesto de la mano hizo descender a Asteva y la dejó pisar tierra firme.
Parecía dispuesto a entablar una batalla arcana con Mik. El mago vestido de
rojo estaba impresionado, ni en sus cuarenta años de magia había visto un
hechizo igual. La fama que se había ganado el erudito no era en vano.
- ¿Cuántos hechiceros me están buscando? - Preguntó Alaón.
- Somos dos túnicas rojas y el hechicero oscuro, Melmar - respondió
Mikosfield.
Mik tenía demasiadas dudas, veía a todo un pueblo muerto ante
sus ojos. Gente que había acogido con cariño. El poder que había
manifestado al matar al dragón con un solo hechizo le hacía temible, pero
haber salvado a aquella niña lo hacía tan humano o más que él mismo. Sintió
miedo y al mismo tiempo admiración por él. ¿Se habrían equivocado al
juzgarlo? ¿Debía alegrarse de ver al reptil muerto?

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- Melmar... - masculló Alaón -, de qué me suena ese nombre.
- Preocúpate más por Welldrom. Si este dragón al que has matado
es Krystom -respondió Mik-. Se va a enfadar mucho.
Dicho eso, el mago vestido de rojo desapareció en una bola
luminosa. Alaón lanzó una maldición porque necesitaba que le contara más
de su origen. Ese hombre sabía muchas cosas y ahora no sabía dónde
encontrarlo.

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66
4

DESCUBRIMIENTOS DEL PASADO

El unicornio del cuadro, que estaba situado en la pared de enfrente a la ventana,


era el centro de la mirada de una muchacha, que estaba sentada en una silla de madera.
Marilia tenía el pelo recogido hacia atrás y tenía la mirada perdida. Sus pensamientos
estaban muy lejos de allí y pensaba en Cabise imaginando alguna de sus conversaciones,
intentando recordar sus últimas palabras. Era muy difícil de asimilar que podía estar
muerto y enterrado entre los escombros de la torre de hechicería. Quería imaginar que había
usado bien su magia y que ahora estaría herido, bien cuidado, inconsciente y que pronto
volvería con ella. La única esperanza que tenía de encontrarse de nuevo con él era esperarle
allí, en esa casa. Sabía que tarde o temprano él volvería por allí.

Welldrom y Mikosfield habían regresado con un anciano elfo, el famoso Melmar.


Los tres se habían reunido en la sala de reuniones de la planta baja y habían decidido
dividirse para buscar al responsable de la desaparición de Cabise. No le habían contado
gran cosa sobre lo que ocurrió a pesar de lo insistente que fue en preguntar qué fue de su
novio. El único que respondió fue Mik, que se limitó a decir que había desaparecido. Le
preguntó si había caído con la torre y le dijo: no lo sé.
- ¿Qué significa eso? - le había preguntado ella -. ¿Está vivo?
- No lo sé - se empecinó Mik, enojado -. Todo se enturbió por el polvo, fue
horrible.
- Debería ir a buscarle, podría estar enterrado en las...
- Marilia, escucha - le dijo en tono solemne Melmar. Su voz resultaba mucho más
agradable que su aspecto decrépito -. Cabise está vivo en alguna parte. No sabemos donde
está pero sospechamos que Sara puede estar cuidando sus heridas en algún lugar que
desconocemos. Esa mujer domina una extraña magia mística que nos sobrepasa y ninguno
de nosotros llegamos a comprender.
Después de aquella reunión de magos se habían marchado y las dejaron solas con
Travis y Flodin, que estaban bastante maltrechos. La salud de su abuelo le preocupaba muy
poco en comparación con lo que extrañaba a su novio Cabise, aún así le tenía bien cuidado y
no corría ningún peligro. Sus heridas estaban limpias y él se dejaba cuidar como un niño
desobediente y gruñón. Cada vez que tenía que limpiarle la herida del hombro gritaba
como si se le fuera la vida. Ya le habían cosido el corte y el hueso de la clavícula ya estaba
enderezado.
Flodin en cambio solo tenía magulladuras y algún que otro corte por los brazos y
la cabeza. Había vuelto en sí varias veces pero Mik había tenido la amabilidad de dejarles
unos polvos muy efectivos que con solo echárselos sobre la cabeza se quedaba
profundamente dormido. Si no fuera por eso tendrían al thaisi deambulando por la mansión
todo el día y no habría una pertenencia segura ni una conversación inteligente. El

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hombrecillo sacaba de quicio con su voz chillona en condiciones normales, pero herido era
una pesadilla ya que no pudiendo moverse de la cama por las heridas de la pierna, no
encontraba consuelo en nada salvo en contar sus aventuras por el bosque y la torre. La
primera vez le escucharon con interés, a partir de la décima vez daban ganas de meterle la
cabeza en un cubo de agua.
Travis estaba tan bien cuidado que cada vez que Lory o Marilia le decía que
probara a levantarse, apenas se esforzaba y se quejaba del hombro o de la pierna más
dolorida.
Los enanos que vinieron con Mik habían confraternizado con Flaercap y a veces
venían de visita. Estaban entusiasmados con la belleza de la ciudad. De vez en cuando
Congast y Lorena se quedaba a ayudar a las chicas en el cuidado de Flodin o Travis. Le
había llamado la atención un comentario de Flaercap acerca de Kalmensi. Dijo que la
antigua ciudad elfa construida con árboles y zarzas era mucho menos acogedora que esa,
levantada con el esfuerzo conjunto de enanos y elfos. Una alianza que se forjó poco antes de
la derrota de los caballeros de Necram a manos de saphónicos, hombres de las llanuras y
elfos. Una guerra en la que se exterminó dicha orden de caballería y los supervivientes
fueron dispersados o ejecutados. Todo Cybilin volvió a una paz duradera tras el regreso del
orden, la desaparición de los grandes dragones y el regreso de los dioses. Lo que le llamó la
atención a Marilia de aquel discurso era que no podía imaginar que fuera tan mayor. Al
parecer tenía 150 años y según él, fue uno de los enanos que ayudó a reedificar la nueva
ciudad de Kelemost, bien lejos de su antigua ubicación. El lago de la muerte se extendía en
algún lugar del bosque de Sachred, y allí estaba la antigua ciudad elfa sepultada por las
aguas. Era un lugar maldito, y los que encontraban el lago no volvían con vida debido a los
gases tóxicos que emanan de sus aguas.
Marilia estaba en la biblioteca, que era un buen lugar para pensar tranquila. Una
vez allí se acomodó en uno de los sillones élficos y miró las decoraciones del techo mientras
pensaba en Cabise. Tenía que decidir qué hacer, si esperar allí indefinidamente o salir a
buscarle. Claro que para ello necesitaba una pista a seguir.
- Marilia, ¿no ha regresado nadie más? - dijo alguien desde el suelo.
La voz surgió de la nada inesperadamente y se asustó. Era Mik, que se había
aparecido sin hacer ruido.
- No, desde esta mañana nadie ha regresado - dijo ella, aun sorprendida por la
aparición del hechicero -. ¿Sabes algo de Cabise?
Mik se desempolvó la túnica mientras se incorporaba con pesadez, pues venía
todo sucio con cenizas oscuras y se levantó con debilidad. Marilia se fijó que la alfombra
tenía un símbolo mágico dibujado. Los tres hechiceros debieron crear esa puerta de traslado
para reencontrarse en la casa aunque ella ignoraba cómo funcionaba. Ni siquiera se había
percatado de que estaba ahí. Ese símbolo dibujado era un círculo con nueve puntas
perfectas saliendo de él.
- Supuse que Sara ya habría regresado con él - dijo el mago -. De todos modos, si
tarda tanto debe estar recibiendo buenos cuidados. Esa mujer tiene poderes extraordinarios,
no te preocupes por él.
A Marilia no le resultó tan fácil confiar en ello. Mik creyó comprenderla, y se
acercó a ella para consolarla de alguna manera sentándose a su lado. No podía darle
garantías de que estuviera vivo, pero podía ofrecer algo de consuelo al contarle algún
detalle más de lo ocurrido.
- He visto al ser que poseyó a Cabise - comentó Mik -. Pensé que encontraría
alguna criatura monstruosa, asesina y con tanto poder como todos nosotros juntos, sin
embargo me encontré con un niño inocente. Mi sorpresa me hizo dudar, esperaba encontrar
en él la maldad que caracterizaba a Alaón, pero una niña le defendió. Daba su vida por
salvarle, y por si aquello fuera poco, él no se escudó en ella y la protegió aun a riesgo de su

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vida. Pero lo que más me desconcierta es que destruyó a un dragón él solo, común simple
conjuro. Quiero decir que estábamos equivocados, perseguíamos a alguien que no es
peligroso. Dudo que matara a Cabise.
Ella sonrió, pero pronto esa bonita mueca se truncó por pena pensando en
Cabise.
- Cabise era un pesado con las historias de viejos hechiceros. Además, esa parte
me la sé muy bien porque mi abuelo asegura que mi apellido Mejara proviene de Tamir, el
sobrino de Alaón. Si yo te contara todas las historias que conozco de ese hechicero… Seguro
que son leyendas la mitad. Una de ellas dice incluso que logró vencer a unos dragones
horribles, los Señores supremos. Pero por alguna razón Tamir no es tan famoso como los
héroes del pasado y casi nadie le recuerda.
- También dicen algunas leyendas que los hijos de Tamir llevaban la sangre de su
tío - comentó Mik -. No solo por su propia sangre sino también por su esposa.
- La "hija de Alaón" - rió Marilia -. Claro, hay historias de todos los tipos pero
Alaón nunca tuvo hijos. Al menos eso dice Cabise, que asegura que tras la guerra de los
dioses caídos abandonó este mundo. Pero teniendo en cuenta que él se creía todo lo que le
dijo Omabis, y éste estaba chiflado... no me hagas mucho caso.
- La sangre de los hechiceros lleva un poder especial. Si tú llevas la de los dos
hechiceros más poderosos de la historia… quién sabe, puede que llegaras a ser peligrosa
como hechicera.
- ¡Hechicera yo! - Se espantó Marilia -. ¡Que me cuelguen! Si ni siquiera entiendo
la magia. Estoy aburrida de ella desde que Cabise está tan pesado con aprender más y más.
Mik frunció el ceño.
- La magia es apasionante - gruñó Mik -. Es parte de los seres vivos. Pero ahora es
mucho más débil que en tiempos de Alaón… apenas quedamos magos. Hace cincuenta años
el imperio saphónico decretó la purga de magos. Fuimos perseguidos y exterminados. A la
mayoría le pilló por sorpresa mientras que a otros como Welldrom, le dieron justo lo que
buscaba: que nadie pudiera toserle.
- ¿Qué edad tiene, Mik?
- Treinta y siete - respondió.
- Entonces la purga de magos no le afectó.
- Ni siquiera había nacido.
- ¿Quién le enseñó entonces?
- Mi padre. Dicen que era igualito a mí. Incluso corre el rumor de que me valgo
de la magia negra para mantenerme joven. No tienes idea de los problemas que me ha
causado ese estúpido mito.
- ¿Y tu padre dónde está?
- Murió en una batalla. Hace unos diez años.
- Vaya, lo siento mucho.
- No importa, hace ya tanto...
Marilia suspiró queriendo dar por terminada la conversación. No se sentía
cómoda hablando con Mik. La conversación estaba derivando a un cauce que ella no quería
ni mencionar. No podía soportar hablar de lo que otros podían hacer y cada vez que Cabise
le hablaba de que aprendiera magia con él, ella se negaba porque alguna vez había aceptado
y lo que a Cabise le costaba semanas, ella lo conseguía a la primera, cosa la enojaba aún
más. Le parecía tal tontería que no podía tomársela en serio. Y más cuando él le insistía en
que era todo un portento, según su maestro. Ella lo hacía mejor que él sin apenas aprender
los conjuros así que menudo portento estaba hecho.
- Me apasiona la magia - añadió Mik -, es increíble lo que se puede hacer con
ella...

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- ¡Por favor!, no me hable más de la maldita magia - protestó Marilia,
levantándose de la silla y saliendo de la sala -. ¡Estoy harta! Por su culpa Cabise no está aquí
conmigo. Discúlpeme.
Era una muchacha muy hermosa y sus curvas y movimientos femeninos dejaron
mudo a Mikosfield, que la vio salir de la biblioteca embobado. Cuando cerró la puerta tras
ella el mago pestañeó varias veces y se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo
encerrado en el Castillo Maldito, su morada (mejor dicho la morada que heredó de su
padre); desde que salió al recibir la carta de Melmar, no había una sola mujer que no le
dejara atontado, necesitaba relacionarse con más gente.
Cuando consiguió borrar la bonita figura de Marilia de su mente se obligó a sí
mismo a centrarse en lo realmente importante.
- Alaón supo disfrazar a su engendro con la inocencia. Pensé que yo no estaba en
lo correcto. ¿Qué es correcto?
Mik hablaba para sí mismo ya que se había quedado solo. Tenía la rara
costumbre de hablar en voz alta cuando pensaba que nadie le escuchaba, cosa que también
le había puesto en más de un aprieto.
- Entonces apareció ese dragón - continuó -. Creí que era Krystom, el rojo que
siempre acompaña a Welldrom que lo había enviado, pero causó la peor masacre que he
contemplado en mi vida… En mi interior acusé a Alaón por ello y estaba muy equivocado.
» El niño lloró por aquellas muertes y no yo - continuó Mik -. Es urgente que
hablemos todos de lo que me ha pasado. Dijimos que mañana que estaríamos aquí todos a
la hora del almuerzo. Espero que Sara regrese con Cabise.
Mik pensó de nuevo en Marilia. Esa chica tenía algo que… a todos les había
sorprendido. Melmar, en la reunión que tuvieron mencionó algo relativo a ella : "No podemos
dejar que Marilia vuelva a su casa. Debemos atraerla a la magia, es mucho más importante que
encontrar a Alaón."
- Eso es imposible -suspiró el mago, sonriente.



El olor a carne quemada dejó de flotar en el ambiente. El dragón seguía tan tieso
como cuando Alaón le mató y la casa que había sido protegida de las llamas se había
derrumbado.
No vio entre los muertos a ningún niño. Todos eran mayores y ningún cuerpo era
del tamaño de sus amigos. Esto le hizo creer que se habían podido salvar.
Caminó por entre las ruinas quemadas de Nosthar, recordando los pocos días
felices que había pasado allí incluida la madre de Reister que tanto le recordaba a su
verdadera madre. Ahora todos estaban muertos, Pancortin, el pescador, era uno de los
pocos que reconoció entre los cadáveres. Se preguntó como era posible que ese maldito
hechicero le acusara de todo aquello.
Llegó junto a la niña y se sentó a su lado. Seguía llorando amargamente y Alaón
la acompañó, dejándose contagiar por el llanto, durante unos minutos hasta que
distinguieron en la lejanía una voz. Asteva miró hacia la dirección de la que venía el sonido,
pero continuó llorando. Sin embargo Alaón se entusiasmó al reconocer la voz de Parlish. Al
verlo salió corriendo a su encuentro.
No se equivocó, Parlish estaba vivo y junto a él estaba Reister. Esto alegró a
Alaón, que al verles, se lanzó sobre ellos y se puso a llorar de alegría.
- Alaón - dijo Parlish con voz seca -, Te encuentras bien.
Parlish miraba su casa con los ojos muy abiertos y caminó lentamente hacia ella,
con las rodillas temblorosas. Era evidente que no se habían enterado de la matanza hasta
llegar al pueblo.

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- ¡Mama!, ¿qué ha pasado? ¿Dónde estás? Timi, papá, Nidia… - su voz estaba
cruelmente quebrada y sin importarle las ascuas ardientes de su casa, comenzó a apartarlas
hasta que las palmas quemadas estaban en carne viva.
Alaón tuvo que correr a tirar de él para que no siguiera con los troncos más
grandes.
- No puedes hacer nada. Están todos muertos.
- ¡Ellos tenían razón! ¡Tú los has matado, monstruo!
Reister miraba su casa completamente blanco, paralizado junto a Asteva.
- ¡Asesino! - Gritaba Parlish.
En su arranque de ira lanzó un puñetazo al rostro de Alaón y lo tumbó sin
ninguna dificultad. Cogió una piedra, del tamaño de una manzana y la levantó sobre su
cabeza. Entonces unos dardos de fuego le alcanzaron en la mano que sostenía la piedra y la
soltó por el dolor.
- ¡Parlish! - Gritó Asteva, histérica -. ¡Déjale en paz! Él me salvó la vida. Los mató
el dragón y Alaón mató al dragón con su magia.
- El dragón ha destruido el pueblo y no ha quedado nadie, todos han muerto -
farfulló Reister, sin fuerzas, con los ojos empañados y vidriosos.
La supervivencia de Reister suponía un gran alivio para el niño mago. La mayor
parte de las lágrimas que había derramado eran por ese crío, alguien a quien ya consideraba
su hermano.
- ¿El dragón ha atacado el pueblo? - preguntó con voz temblorosa Parlish como
si estuviera empezando a asimilar lo sucedido al ver al monstruo tendido entre las cenizas.
Alaón dedujo que habían salido todos a buscarle después de marcharse. Miró
hacia fuera del pueblo, pues aun no habían regresado Gildha y Darela. No se atrevió a
preguntar a sus amigos si estaban vivas o no porque podían saber lo mismo que él. Alaón
sintió una punzada de culpabilidad al darse cuenta de que todos habían quedado huérfanos
por su culpa. El dragón le buscaba a él, no a ellos. Debió matar a ese monstruo cuando tuvo
ocasión, en la cueva.
Aun se zafaba algún humo negro de las vigas quemadas y se veían columnas de
humo saliendo de cada una de ellas. Las casas eran tumbas negras, humeantes. Horribles y
dolorosas sepulturas para las familias de los supervivientes.
Hasta el día que él llegó, todo había sido tranquilidad y monotonía, sin embargo
había muerto toda su gente. Él mató al dragón, sí, pero eso no iba a devolverles a sus
padres, ni a su hermana mayor Nidia, que acababa de casarse con el hermano de Jelmist,
que servía en el ejército de Enstar y afortunadamente no estaba en el pueblo. No sabía cómo
le diría a Henry la noticia de la muerte de Nidia. En realidad debía decirle que sus abuelos,
sus tíos, sus primos… todos los de su familia ya no existían. Para Parlish, Alaón tenía la
culpa de todo aunque se abstuvo de comentarlo porque al parecer los tenía a todos
hechizados y estaban de su parte.
Darela y Gildha aparecieron por entre las ruinas sin aliento y tan asustadas que
no se atrevieron a preguntar a Asteva por lo sucedido. Apenas habían hablado con Alaón
pero él se alegró mucho de ver que también estaban vivas.
El dragón estaba muy tieso pero daba la sensación de que estaba dormido.
Además, el pueblo estaba tan destruido, que solo pensar que el autor se podría levantar les
ponía los pelos de punta.
El llanto apagado de los cinco niños flotó alrededor de Asteva, que la contagió, y
volvió a llorar enfurecida. Su vida se había terminado, no había nada que le diera alguna
razón de seguir viviendo. ¿Quién iría a pescar para la comida?, ¿quién lavaría la ropa?,
¿quién acudiría en su ayuda cuando viera algún bicho repugnante como las avispas? Sus
padres eran lo más importante y ya no estaban, su madre no la llamaría desde la puerta de
la casa para anunciarle la hora de comer, su padre no volvería a reírse a carcajadas cuando

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ella le contara algo gracioso, nadie le diría buenas noches, nadie la cuidaría; estaría sola
hasta el último día de su vida. Deseó con fuerza que su vida se terminara enseguida. No era
justo que estuviera sufriendo tanto, mientras sus padres ya habían encontrado la paz. No
volvería a entrar en casa, ni vería a su madre guisando cuando volviera de jugar, ni vería a
su abuelo jugando a héroes y dragones con aquellas fichas de madera tan bonitas. Su padre
no volvería más del campo, de regar los huertos, nunca le vería sonreír de oreja a oreja por
traer un racimo de uvas de la viña del vecino, ni volvería a acompañarle para ir al bosque
del búho a cazar conejos.
Así se pasaron, llorando y recordando a sus seres queridos, toda la tarde hasta
que el Sol amenazó con esconderse. Todos se habían sentado y ni se dieron cuenta de la
gran tormenta que arreció sobre ellos. Las grandes ascuas rugieron al recibir las frías gotas
de la tormenta de verano que emitieron gran cantidad de vapor convirtiendo las ruinas en
un bosque de humo que llegaba hasta el cielo.
Ellos no le dieron importancia, pero esto sirvió para que alguien desde el pueblo
del otro lado de Nosthar pudiera verlo y diera la alarma. Se organizó una pequeña
expedición de quince hombres, para curar a los posibles heridos, y enterrar a los muertos
del posible incendio. Entre ellos iba un clérigo de Rastalas, un medico botánico y un
hechicero que acababa de llegar del Este. El hechicero había causado gran excitación en el
pueblo ya que era elfo y llevaba una armadura Saphónica plateada sobre su túnica. Pocos
habitantes de Nosthar habían visto con sus propios ojos a un elfo y mucho menos a uno tan
distinguido.



Los niños tiritaban, empapados bajo el aguacero de la tormenta. Las cenizas de


las casas incineradas empezaban a circular en pequeños arroyos que se formaban por la
tromba de agua.
Alaón estaba junto a los cinco niños, decidiendo su futuro, pues no creía que
llorar toda la vida fuera a solucionar nada. Sin embargo no se atrevió a decir nada, por
respetar el silencio de los demás que no estarían preparados para afrontar los hechos tan
pronto.
- No podemos quedarnos aquí - dijo Reister mientras se ponía en pie.
Alaón le miró con respeto.
- Y donde quieres que vayamos - protestó Parlish -. Todo ha sido destruido.
- Yo puedo reconstruir...
- Resucítalos a todos si puedes - reclamó Parlish con una voz cargada de odio.
El niño mago no respondió aunque deseó hacerlo. Parlish nunca le perdonaría,
nunca le cayó bien y ahora que había ocurrido aquella tragedia le odiaría toda su vida.
Prefirió ignorarle y se levantó. Con un gesto de la mano, el barro de su túnica se secó y
desprendió en un instante.
Solo Reister pudo ver ese prodigio pero ya empezaba a acostumbrarse a sus
poderes asombrosos. El pequeño mago fue hacia la casa que evitó que ardiera y con
pequeños hechizos fue arreglando lo que se había quemado. Tocó ventanas, sillas, mesas,
puertas, señaló al techo y lo reparó todo con su magia. Se enfrascó tanto en su tarea que se
olvidó del tiempo que había pasado y cuando volvió con sus amigos vio algo que le dejó sin
aliento.
Nóala había desaparecido, y con él la Asteva. El mago miró en todas las
direcciones por si la niña se había escondido, pero no había rastro de ella.
Miró a las alturas, en dirección a la montaña y vio un punto rojo que se estaba
escondiendo detrás del monolito en un débil batir de alas. Su corazón latió con fuerza por el

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miedo de saber que no había muerto el dragón. Se preguntó cómo pudo sobrevivir y volar
con la herida que le tenía en el centro del tórax.
- «Ventis cuperendon montaniarlen» - su voz resonó en lo alto, y el aire se detuvo
instantáneamente.
Sintió que su pecho se llenaba de calor. Sus manos refulgieron, al igual que toda
su piel antes de desaparecer ante el efecto del hechizo. Recordó lo mucho que había añorado
su amada magia, el éxtasis de un gran sortilegio y el estremecimiento de su piel al sentir el
beso del poder recorriendo sus venas. Un poder que se hacía más embriagador e intenso a
cada hechizo que formulaba.



Marilia volvió junto a Lory y su abuelo ya que la compañía de Mikosfield no le


resultada nada agradable. La miraba como si quisiera convencerla de algo. La compañía de
Lory y su abuelo, incluso si el thaisi estuviera despierto, era mucho más agradable. Subió las
escaleras del palacio mientras recordaba las leyendas élficas en las que las casas de los elfos
y palacios estaban construidos con los propios árboles vivos. Sin embargo Kelemost se había
convertido en un desierto después de la guerra de los dragones. No quedaban muchos
árboles milenarios por allí y la alianza entre los elfos y enanos había fraguado en contratos
de construcción. Por ello Kelemost era una ciudad bonita, pero en absoluto espectacular
como debió ser antaño.
Abrió la puerta de la habitación donde descansaba su abuelo y el thaisi, y vio a
Lory durmiendo en el sofá de al lado de su cama. Al entrar, despertó tanto a Travis como a
su amiga.
- ¡Oh! - se disculpó Marilia -. Lo siento, creí que estabais despiertos.
- No te disculpes, no debí dormirme - replicó Lory, avergonzada. Se suponía que
ella velaba el sueño de los enfermos.
- Le estaba contando a tu amiga cómo me rescató de la muerte Helgan y Irenea -
dijo Travis, como si no hubiera estado dormido en ningún momento.
- Es cierto - dijo Lory.
- No te creas sus historias - dijo Marilia, fastidiada -. Mi abuelo no es Travis "el
héroe", por más que se empeñe él. Me contó mi tía que un día perdió la memoria ...
- ¡Insinúas que soy un mentiroso! - protestó Travis, enojado.
- ... ¡Perdiste la memoria, abuelo! - insistió Marilia, aburrida.
- ¿Y eso prueba que miento?
- No, pero la tumba de Travis, el verdadero héroe, sí lo demuestra.
- Esa tumba está vacía. Helgan utilizó un artefacto que le dio su hijo Tamir...
- Abuelo, ¡por favor! - Marilia no tenía ganas de discutir.
- No me crees, claro. Es lógico, teniendo en cuenta que siempre he sido un
vagabundo y nunca me hice cargo de ti.
- Solo te pido que dejes de inventarte cosas. Luego me dicen que si yo soy
descendiente de Alaón y Helgan, y estoy cansada. Esos magos creen que puedo ser una
poderosa hechicera porque creen que eso es cierto. Necesito que me digas la verdad de una
vez, ¿qué es lo que sabes realmente?
- Lo que sé es lo que le estaba contando a tu amiga. No puedo demostrarlo ya que
es lo que he averiguado preguntando por ahí, pero si estoy aquí debe ser cierto.
- A ver, ¿por qué me apellido Mejara? ¿Quienes eran los padres de mi padre? y lo
más importante que nunca me contáis... ¿Qué les pasó a mis padres?

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- Mi niña, no recuerdo nada de hace más de treinta años. Ni siquiera puedo
asegurarte que sea tu abuelo. Pero déjame contarte por qué sé lo que sé y por qué creo que
soy el auténtico Travis el Semielfo, el héroe de la Guerra de los Dragones.
Marilia se sentó en un sillón junto a Lory e invitó a su abuelo a contar su historia
con impaciencia.
- Lo cierto es que no recuerdo nada de antes de la Guerra de los dioses caídos,
cuando debí morir. Lo primero que recuerdo fue que desperté en una cama de "El Refugio
seguro". Me había llevado allí un hombre parecido a Helgan Mejara, pero más joven.
Cuando pregunté por ahí me dijeron que el parecido era asombroso. Tenía el mismo aspecto
imponente que cuando el viejo Helgan hizo sus grandes gestas hacía más de doscientos
años. Yo no recordaba mi nombre pero los mismos que alegaban haber conocido a Helgan
(elfos, por supuesto) decían conocerme a mí y lanzaban plegarias a los dioses alegando que
yo era Travis el Semielfo.
- Lo que no significa necesariamente que lo seas - protestó Marilia.
- Escucha, pequeña, yo sé que es difícil de creer, pero tampoco yo podía creerlo.
Resultaba curioso que dijeran que era Travis y que no recordara nada de ese tiempo, ni mi
pasado ni nada y sin embargo recordara todas las aventuras vividas con Helgan en la
Guerra de los dragones y pudiera recordar el bello rostro de Dorian o mi querida esposa
Irenea. Todo era como un sueño y mi cabeza me decía: "Si eres Travis, dónde has estado
todos estos años". ¿Cómo pudo Helgan Mejara en su juventud traerme si resulta que está
muerto hace cientos de años? Es una locura, tengo que averiguar quién fue el que me trajo.
Sin duda era el nieto o tataranieto de uno de los hijos bastardos de mi amigo, que con lo
mujeriego que fue antes de casarse, medio Solans debía ser descendiente de él.
Lory esbozó una sonrisa pero al ver la cara de disgusto de Marilia la cortó de
inmediato.
- Decidí investigar para saber quién era ese joven - musitó Travis, medio
arrepentido por lo que había dicho. Temió que Marilia creyera que ella era una de las
descendientes bastardas de Helgan -. Y el joven Bertram, que ya había comprado la taberna,
me dijo que meses antes le había visto acompañado con Irenea, mi esposa. Al parecer se
habían reunido en la mesa de la chimenea, la legendaria mesa donde nos reunimos antes de
la Guerra de los dragones - Travis no hizo caso de la mirada malhumorada de su nieta -. Los
elfos que la acompañaban la llamaron así, por eso supo que era ella, Irenea. Y en cuanto al
joven, alguno de ellos lo llamó Helgan. No es que Bertram sea un chismoso, pero me contó
que planeaban una expedición a las montañas Sierreth. Al parecer iban a rescatar a alguien.
Después de eso, Helgan regresó conmigo en un caballo medio reventado. Cuando pagó la
habitación se marchó y me dejó allí. Firmó como Helgan pero pensó que se trataba de un
joven bien parecido con un nombre de mucha fama.
- ¿Pensó? - protestó Marilia -. Helgan lleva muerto más de doscientos cincuenta
años, abuelo.
- Calla y escucha - ordenó el semielfo -. Después me fui a Kalmensi y conocía el
camino. ¿Cómo explicas eso? Bueno llegué y muchos elfos me recibieron como su viejo
amigo Travis. Entre ellos
Yilthanas, que me dijo que podía considerar su palacio
como si fuera mi casa. Él me contó todo lo que sé.
- A ver si me he enterado bien. ¿Qué Helgan e Irenea fueron a un
sitio muy peligroso para resucitarte? ¿Que Irenea murió por traerte de
vuelta? - Marilia hablaba con tono burlesco.
- Yilthanas no fue a la expedición porque pensaba como tú, Marilia,
pero al verme creyó. Yilthanas era el hermano de Irenea y aunque le pareció
una locura, veía que ella no tenía vida desde que supo de mi muerte. Que

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era preferible que se jugara la vida en una última aventura por rescatarme
de la muerte que verla así miles de años. Me contó que existe un viejo
proverbio elfo que dice:

Si la muerte es tu acompañante
y perdiste a un ser querido
en las montañas Sierreth tienes agua brillante
y vive el muerto que las haya ingerido.

Marilia frunció el ceño, incrédula.


- Hay muchas fuentes en las montañas Sierreth - protestó ella.
- Claro, pero pensé... Tiene que haber alguien que indicara a Irenea
cómo encontrar la fuente correcta.
- Espera, espera - imprecó Marilia -. ¿Qué me dices de Helgan?
¿Cómo podía ser él?
- Precisamente - Travis se palmeó el muslo satisfecho -. Él fue el
primero en resucitar.
Marilia pestañeo repetidamente, más incrédula todavía.
- Yilthanas tenía problemas, era cuando todavía gobernaba
Kalmensi. Otro elfo convenció a numerosas casas importantes y pretendían
derrocarlo y matarlo. Alegaban que desde que las relaciones de Kalmensi
con Silmensi se habían estabilizado el reino había perdido toda su magia.
Que desde que se pactó con los enanos una alianza se habían construido
casas como las de los humanos y que eso debía acabarse. Querían establecer
la capital Kelemost lejos de la planicie donde está hoy día después de matar
a Ghiltanus. Tuvo miedo y consultó con un viejo hechicero que vivía en una
posada de Kalmensi. Éste le dijo que podía resucitar a un héroe para que
fuera su escolta personal.
- ¿Un héroe?
- El más cercano que conocía era Helgan - continuó Travis -. De
modo que fue hasta su tumba y robó sus restos.
En ese momento entró en la habitación Yilthanas, sonriente y negando con la
cabeza. Acababa de regresar de su viaje a Silmensi lo que le recordó a Marilia que ya había
pasado una semana desde que Cabise había desaparecido.
- ¿Ya estás con tus historias, viejo? - le interrumpió.
- Calla Yilthanas, me vas a hacer olvidar.
- Querida Marilia - dijo el elfo -. No hay ni una verdad en todo ese cuento salvo
que este es tu abuelo, es semielfo y recuerda perfectamente lo que pasó hace 30 años y más.
Pero no quiere contártelo porque es un embustero con una imaginación endiablada.
- ¡Cállate carcamal! - le reprendió Travis.
- No me voy a callar, viejo estúpido. Merece saber la verdad sobre sus padres -
Yilthanas estaba realmente enojado -. Estoy harto de que mientas a todos. Tú no tienes más

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méritos que un enano gully. Eres un cobarde que se intenta adjudicar una historia de un
héroe legendario. Solo consigues confundir a la gente, alentar esperanzas de que se pueda
resucitar a alguien en una montaña de hielo cuando tú nunca has estado allí.
- Como sigas hablando vas a perder un amigo para siempre - amenazó Travis
señalándole con el dedo.
- No, abuelo - cortó Marilia -. Como no me contéis ahora cual es la verdad la que
no va a volver a hablarte soy yo.
Travis asintió y miró aún más enojado al elfo.
- ¿Ves lo que has hecho? - recriminó Travis, visiblemente molesto.
- ¿Se lo vas a contar tú o lo hago yo? - insistió Yilthanas.
Travis miró de reojo a Marilia y su expresión era una mezcla de enfado e
indignación.
- Está bien, se lo contaré yo. - refunfuñó el viejo -. Verás hija, hay muchas cosas
que no sabes de mí y quería ocultártelas para que no te avergüences.
- ¿Por qué habría de hacerlo?
- Pues porque soy un vagabundo - se explicó Travis -. Al igual que él.
Señaló con su dedo índice a Yilthanas, que suspiró como si eso le importara poco
reconocerlo.
- ¿Vagabundos? - preguntó Lory -. Bueno, está claro que no os gusta quedaros
mucho en casa, pero nunca imaginé tal cosa.
- Esa es la cuestión, pequeña - replicó Yilthanas -. No tenemos casa. Esta es una
casa abandonada que los elfos consideran embrujada. Desde que Travis y yo la usamos para
dormir no hemos visto ningún fantasma, de modo que es segura.
Marilia estaba asombrada.
- Hasta tenéis enanos gully trabajando para vosotros.
- Ellos estaban aquí antes. Les convencimos que éramos los dueños de la casa y
que habíamos vuelto después de mucho tiempo. Así comenzaron a servir sin protestar. Así
son ellos.
- Verás, todo tiene una explicación - dijo Travis -. No siempre he sido tan pobre,
¿sabes?
- ¿Me estás diciendo que vas contando por ahí que eres Travis el semielfo
legendario para que no te echen a patadas de los sitios como si fueras un sucio thaisi? ¿Que
tus famosos viajes secretos solo son para camuflar el hecho de que no tienes un techo donde
dormir?
- Déjame contarte todo desde el principio - pidió Travis, colorado como un
tomate.
- Adelante, abuelo... por que eres mi abuelo, ¿no?
- Sí bueno, abuelastro.
- ¡¡Qué!! - Marilia no cabía en su asombro.
- Es que, bueno, yo tuve un hijo que se casó con una elfa y ellos te adoptaron.
Cuando...
- ¡Soy adoptada! - gritó ella exasperada -. Claro, eso explica que no tenga orejas
puntiagudas. ¿Tengo sangre elfa? ¿O eso también es mentira?
- No hace falta que grites, hija... solo es un detalle sin importancia. Te quiero
como si fueras mi nieta.
- Genial, la poca historia que conocía de mi familia resulta que es mentira - siguió
protestando ella.
- Conocimos a tus padres - insistió Travis.
- ¿En serio?
- No mientas, viejo - gruñó Yilthanas.

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- Bueno, en realidad... bueno, conocimos a los que los asesinaron. Tus padres
tenían sangre elfa, al menos tu madre. Eso fue lo que nos dijeron cuando... en fin cuando mi
hijo te tomó adoptada.
Marilia vio que Travis se estaba callando algo. Su ira era tal que se puso en pie,
enfurecida y dio una patada en el suelo.
- ¿Qué me estás ocultando abuelo... o lo que seas?
- Nada, te lo juro.
Yilthanas reía como un niño. Parecía disfrutar de todo aquello.
- Yo te lo puedo decir pero te advierto que es doloroso, pequeña. A mí no me
importa decírtelo pero te lo puedo contar si insistes.
- ¡Quiero saber la verdad, maltita sea! - gritó ella con lágrimas en los ojos.
- No se lo digas - suplicó Travis -. Le va a doler y no merece la pena que conozca
los detalles.
- Abuelo, cállate o no volveré a dirigirte la palabra nunca más.
- Está bien, está bien... - Travis se cosió los labios en un gesto cómico.
- Un grupo de bandidos estaba vendiendo cosas élficas en el camino de Sierreth -
comenzó a contar Yilthanas -. Travis, su hijo y su mujer, vieron que tenían una niña bebé
muy bien vestida pero allí no había ninguna mujer que la pudiera cuidar. De todo lo que
vendían no había nada que les interesase más que tú. Preguntaron quién era la madre y le
respondieron que sus padres habían muerto. Que si la querían tendrían que pagar veinte
monedas de oro.
Marilia se estremeció de pies a cabeza.
- Casi lo consideraron un rescate ya que nunca hubieras sobrevivido mucho
tiempo con esos delincuentes - continuó Travis -. Pagaron todos sus ahorros para
comprarte. Les preguntaron si se sabía algo más de sus padres. Les respondieron que
estaban enterrados en algún lugar del camino, que el padre era un soldado y la mujer
parecía semielfa. Cuando nos fuimos te pusieron el nombre "Marilia". Creo que en el idioma
de las llanuras significa "niña perdida y encontrada". Entonces tus padres tomaron un
camino y yo tomé otro. Tenía que trabajar ya que por entonces yo trabajaba, ¿sabes? Tenía
que llevar un paquete de una ciudad a otra... concretamente a una torre de alta magia. Allí
conocí a Melmar, no sé qué hueso de una reliquia de Minfis iba dentro del paquete. Me hizo
prometer que no contaría a nadie que él existía, pero me pareció ridículo porque no sabía a
quién le iba importar un viejo loco encerrado en una torre que a su vez estaba en el centro
de un bosque mágico al que nadie en su sano juicio se acercaría (salvo yo). Melmar me dijo
que podía concederme un favor si yo se lo pedía. Me pagó generosamente y me dijo que si
quería ver a algún ser querido, el podía mostrármelo con una especie de fuente mágica. Ya
que estaba ofreciéndolo y estaba preocupado por mi hijo le pedí que me lo mostrara.
Entonces los vi... Los bandidos les habían seguido para conseguir todo su dinero. Les
alcanzaron por la noche y los asesinaron. Fue horrible porque lo vi todo con mis propios
ojos y si trataba de impedirlo movía las aguas y no podía ver más. Le pedí a Melmar que
por favor me dijera dónde iban a esos salvajes para ir a matarlos. Melmar me dejó ver cómo
enterraban a mi hijo y a mi nuera pero a ti no te mataron. Volvieron al camino, al mismo
sitio donde te vendieron y esperaron una nueva pareja que quisiera comprarte. Melmar se
sintió muy interesado en el asunto en cuanto te vio... no sé, me pareció que él sabía algo de
ti... ahora que lo pienso, se interesó muchísimo en ayudarme y no le pagué...
- Abuelo, continúa - suplicó Marilia.
- Bueno, Melmar me dio una espada y con ayuda de la magia llegamos en un
abrir y cerrar de ojos. Él atacó con sus conjuros y a unos los paralizó, a otros los achicharró
con fuego... dejó solo a uno vivo. Él quería preguntarles algo, pero olvidó mencionarme ese
detalle y cuando lo vi paralizado en esa tela de araña pringosa aproveché y le corté la
cabeza de un solo tajo. Me pudo la ira y no pensé que tuvieran nada que pudiera

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interesarme salvo tú. Melmar se enojó mucho conmigo, me dijo que ahora nunca sabría
quienes eran tus auténticos padres o dónde les habían enterrado. Aun así me perdonó al
instante y me dijo que él se encargaría de criarte.
- ¿Qué? - preguntó Marilia, estupefacta. ¿Se refería al mismo Melmar que estaba
con los otros dos hechiceros?
- No se lo permití. Le dije que necesitabas una familia, un hogar decente. No
podía permitir que te educara en un lugar lleno de espíritus flotantes y todo tipo de pócimas
mágicas. Él insistió mucho en quedarse contigo pero le convencí cuando le dije que siempre
sabría dónde vivías porque podía verte con esa fuente mágica suya. Que no creía posible
que un brujo como él tuviera tiempo para criar una niña. Aun me pregunto por qué se
mostró tan interesado.
- Así que me llevaste a Caelis- completó Marilia.
- Donde vivía la hermana de mi nuera.
- ¿Tu nuera? - preguntó Marilia -. ¿No sabes su nombre?
- Bueno, nunca me llevé muy bien con ella. No aceptaba que el padre de su
esposo fuera un triste vagabundo. Aunque al menos cuando viajaban me permitían que les
acompañara.
- Ya veo - dijo Marilia mientras sentía que su pecho ardía de dolor por todas las
desgracias que había traído a su familia... sus familias.
- Las joyas sí eran de tu verdadera madre - le dijo Travis -. No las habían
conseguido vender y las cogí para que tuvieras un recuerdo de ellos. Les dí unas cuantas a
tus tíos adoptivos, de lo contrario nunca habrían aceptado cuidarte. Son gente muy buena y
humilde y apenas tenían recursos para vivir ellos solos.
Creí que te cuidarían como su propia hija, pero con los años descubrí que nunca habían
aceptado el matrimonio de su hermana con un muerto de hambre como mi hijo. Él se hizo
soldado por ella, para darle de comer, para proteger a su gente... y así se lo pagaron.
Siempre fue "el muerto de hambre". Ese resentimiento terminó calando en sus corazones hasta
el punto de que nunca te consideraron hija suya. Aunque te cuidaron porque les había dicho
que tenía más joyas que les daría gustoso cuando fueras mayor de edad.
- Pero abuelo, tengo treinta años y...
Travis suspiró y meneó la cabeza.
- No había tales joyas - replicó -. Te han cuidado porque han querido.
- Ohh... - Marilia parecía arrepentida.
- Supongo que terminaron queriéndote - completó Travis.

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79
5

LOS VIAJEROS DEL NORTE

Alaón apareció en la cara norte de la montaña. Justo en la boca de la cueva desde


donde penetraron la primera vez. Al desaparecer el efecto de la magia sufrió un mareo y
perdió el equilibrio cayendo de rodillas sobre las rocas. No solo estaba aumentando su
poder sino que también comenzaba a agotarlo. Logró sostenerse sobre sus manos y por un
momento echó en falta su bastón de magia. Aquel recuerdo le debilitó bastante ya que en el
pasado debió ser un objeto tan necesario para él como sus manos o su boca, se sintió
inválido sin él. Antes de poder incorporarse tosió con virulencia y al llevarse la mano a la
boca descubrió que había sangre en sus labios.
«Eres demasiado apasionado. Empleas más energía de la necesaria en tus hechizos y tu
cuerpo no lo resistirá… » Habían sido palabras de Tsak Menmon. ¿Tsak Menmon? Su
memoria parecía desbocada, recordaba a ese hombre maduro, el jefe del Cónclave de magos
pero no sabía de cuándo era ese recuerdo. Era como soñar que era una persona distinta, la
misma que recordaba esos conjuros que podía ejecutar sin practicar lo más mínimo.
Se levantó y partió una rama de un arbusto para sostenerse, usándola como
bastón. No estaba tan agotado, pero no deseaba caer de rodillas por el cansancio en su
próximo hechizo.
Lo más importante en ese momento no era reprocharse la baja forma, sino buscar
a Asteva en la caverna. No sabía si aun estaba viva, pero si no entraba pronto, jamás lo
averiguaría.



- ¡Alguien viene! - gritó Darela desde la antigua plaza del pueblo.


Los otros, que habían estado buscando a Asteva y Alaón la oyeron y acudieron a
su lado inmediatamente. Efectivamente, alguien venía pero no sus amigos. Venían unos
hombres con unos carros arrastrados por vacas. Algunos venían sobre caballos y otros
andando.
A juzgar por su aspecto debían ser del pueblo norte de la isla de Nosthar.
Ninguno de los niños adivinó porqué venían, incluso temieron que vinieran a saquear los
pocos restos que hubieran quedado.
Los niños se escondieron en las cenizas húmedas de las casas quemadas,
esperando a los extraños. Ninguno quiso quedarse en la casa que Alaón restituyó. Cuando
estos llegaron a la antigua plaza, ahora centro de un negro barrizal, se detuvieron
asombrados por el triste panorama que tenían alrededor.
- ¿Quiénes sois? - gritó Parlish, dejándose ver e intentando aparentar más edad.
- Venimos a ayudaros - dijo un hombre con barba rubia y larga. Desmontó de su
caballo, aunque aun así los niños tuvieron que mirar hacia arriba, ya que era un hombre

80
bastante alto. Llevaba una enorme espada, y un escudo colgando junto a su pierna. El resto
de su vestimenta era una cota de malla oxidada y mugrienta, que tenía por debajo de un
chaleco de lino gris.
Reister se dejó ver aunque no se acercó a ellos.
-¿Ayudarnos? - se extrañó Reister mientras miraba la larga espada con miedo.
-¿Qué ha pasado? - preguntó otro de los hombres. Ya todos habían desmontado,
y los caballos resoplaban.
- Un enorme dragón rojo vino y mató a todos - dijo Parlish casi sin poder
contener sus lágrimas.
- ¿Un dragón? - dijo un tercer individuo menos alto que los otros dos y vestido
con túnica amarillenta -. Esa debe ser la criatura terrible que buscas.
- Sí, sin duda es él - dijo otro que vestía una armadura de pecho, y llevaba puesta
una capucha roja. Este se acercó a los niños y se agachó para estar a su altura.
- ¿Dónde está ahora ese dragón? - pregunto a Parlish.
Los niños fueron saliendo de sus escondites uno a uno. Sin embargo ninguno se
acercó a los viajeros.
- No lo sé, cuando volví, el pueblo estaba quemado, y el dragón estaba muerto.
Nunca creí que lo estuviera, pero Asteva aseguró le habían matado, y me lo creí. Luego, de
pronto, Alaón, Asteva y el dragón, ya no estaban.
- ¿Quién has dicho? - Replicó el encapuchado con armadura plateada, con
rudeza.
- Alaón, Asteva y el dr… - repitió Parlish asustado, antes de ser interrumpido.
- ¡¿Alaón?!
El encapuchado se puso en pie y se apartó la capucha, dejando a la vista sus
rasgos elfos. Los niños se miraron asustados. Nunca habían visto a un humano con orejas
puntiagudas y ojos tan grandes.
- ¿No quedáis nada más que vosotros? - preguntó el clérigo sobrecogido y con
voz carrasposa.
- Tuvimos la suerte de no estar aquí cuando ese monstruo atacó - dijo Gildha con
pesar.
- Vamos, subir en la carreta, os llevaremos a Nosthar del Norte. Allí os podremos
dar cuidados mejores que aquí - dijo el clérigo vestido de amarillento.
- No, Varletor, la noche caerá pronto - dijo el soldado de barba rubia -, será mejor
que montemos las tiendas, y pasemos aquí la noche. Serán unas horas de camino.
El otro soldado, que no tenía barba y era moreno aunque no menos corpulento le
dio la razón, y fue al carro de los bultos dispuesto a montar las tiendas.
Las dos mujeres que habían venido, sacaron varias mantas y se las pusieron a los
niños sobre los hombros, pues temblaban de frío.
Reister intentó ver lo que hacía el elfo de la capucha roja, pero una de las mujeres
le pidió que se quitara esa ropa, si no quería morirse de una pulmonía. Lo único que logró
ver era que el elfo buscaba entre los escombros.
Así pasaron la noche, con unas nubes grises sobre sus tiendas, amenazando con
soltar una nueva tormenta. Los cinco niños fueron cuidados y alimentados con cariño,
haciéndoles olvidar momentáneamente las penas por las que habían pasado recientemente.
Solo aquel barrizal negruzco, les recordaba que no había sido un mal sueño.



La noche estaba encima, y hacía frío. Como no encontró palos, usó su bastón
para que le sirviera bien de antorcha, y con unas palabras mágicas lo prendió en el extremo.

81
La llama que resultó era un fuego azul verdoso que iluminaba lo justo para caminar pero no
consumía el palo.
Alaón buscó la grieta por la que habían entrado cuando estuvo en la caverna con
Jelmist, Reister y Parlish. Le costó más de media hora, pero finalmente la halló cuando las
brumas de la noche ya gobernaban en la montaña y el crepúsculo rosa teñía de sangre las
paredes negras de la gruta.
Cuando lo había visto al mediodía le había resultado tenebrosa, pero ahora no se
veía el suelo donde debía pisar.
Al internarse por la gruta no veía nada, y tropezó cayendo de rodillas contra el
suelo. Se hizo unos arañazos y cortes en las rodillas, pero inmediatamente se levantó y dio
gracias por no haber dejado caer la antorcha. El susurro del viento hacía que pareciese que
un indeterminado número de almas en pena estuvieran observándole.
Las paredes escurrían agua y se veían negras como el carbón. Las telarañas
refulgían con intensidad, aunque eran pocas, y recién hechas. Continuó bajando por la
encrespada grieta, cada vez más tranquilo y más acostumbrado a la oscuridad hasta que
llegó al espacio donde estaba el manantial. Con aquella luz tan tenue daba mucho más
miedo tratar de cruzar al otro lado. Sin embargo debía ir por Asteva.
Se metió a cuatro patas en el charco y antes de sumergir su cabeza tomó una
larga bocanada de aire. Buceó y se ayudó con las manos para reptar por el suelo curvo del
manantial. Sintió que sus piernas se hundían en el agua cuando sus manos salían al otro
lado. A la cruda oscuridad de la guarida del dragón.
Se secó usando la magia y también secó su bastón improvisado. Luego volvió a
hacer arder su extremo superior con la llama azul, para facilitar su avance.
Llegó a un lugar donde las paredes ya no se veían y supuso más allá sería la
gran gruta de colores. Llevaba la antorcha rozando el suelo, para poder ver por donde
pisaba. Tras un trayecto, que se le antojó interminable, llegó a un precipicio. La entrada del
Gran agujero.
Una ráfaga de aire caliente cruzó su semblante. Luego un débil gruñido, y luego
una voz muy lejana de una niña o quizás un llanto. Se oía tan lejos que no podía saber lo
que decían. Fuera o no su imaginación Alaón supo que tenía muy poco tiempo para
salvarla.
Continuó acercándose a la caída del Gran agujero y volvió a tropezar. Resbaló y
su mano derecha donde tenía la antorcha se golpeó contra un saliente puntiagudo. El palo
encendido cayó por la gruta, rodando por la pendiente sin apagarse, hasta que Alaón dejó
de verlo. Ya no veía absolutamente nada, excepto una extraña luz que manaba de sus
manos, pero tan débil, que no alumbraba nada. El resto era oscuridad, pero una oscuridad
en la que él veía las formas de todo cuanto le rodeaba, sin colores.
Palpando bajó con cuidado, con más miedo que antes, pues el dragón habría
visto la antorcha y le esperaría. Probablemente le había olido ya y le esperaba en la entrada
de su gruta. Era una trampa. Ese maldito reptil había raptado a la niña para atraerle y
matarle y ahí estaba él, como un pez mordiendo el anzuelo.
Bajó haciendo el menor ruido posible, y mientras pasaba la mano por el suelo
hallo algo. Era un palo, no solo un palo, era su palo. No había llegado hasta el fondo, por lo
visto se había detenido en un pequeño charco, y se había apagado.
Este hecho le dio confianza y continuó a oscuras, pues aun podía llegar por
sorpresa y sus ojos empezaban a acostumbrarse a la penumbra y veía en distintas
tonalidades de negro. Consiguió llegar a la gran gruta. El aire era más fresco y sus ruidos
más disimulados hacían menos eco.
«Aquí debe estar» - se dijo. El gran agujero estaba a su derecha, ya que de él
brotaba aire caliente.

82
Sin pensarlo más recitó un hechizo, y se sintió ligero como una pluma. Se lanzó
al vacío, y se dejó caer lentamente. Su estomago se revolvió, y pensó que no había comido
nada en todo el día. La magia le envolvía y las manos le temblaban por el cansancio.
Había un débil resplandor allá abajo, pero era demasiado profundo, y además
debía ser una luz indirecta.
Durante el descenso, varias ráfagas de aire cada vez más caliente, subían por allí.
Se imaginó al dragón, esperándole con la boca abierta en el lugar de la luz.
Tras un cuidadoso descenso, Alaón se situó justo encima de la cueva, y reptó por
la pared aprovechando su ausencia de peso, para aproximarse a la abertura. Asomó su
cabeza con temor de ser visto y vio un corredor asombrosamente redondo. Parecía que lo
hubiera hecho una bola gigante, al perforar por la pared.
La luz provenía de otro corredor, que comunicaba con el que ahora tenía ante él.
Sin miedo, pero con precaución, se dejó caer como una pluma en el corredor cilíndrico, y
caminó tan sigilosamente, que ni él oía sus pasos. Creyó conveniente mantener su hechizo
de peso pluma y así logró caminar flotando sin hacer el menor ruido como si caminara
sobre un lecho marino.
La perfección del cilindro no era completada por la perfección de las paredes.
Estaban casi en bruto, es decir, parecía que solo interesaba el tamaño, cuando fue
construido, no lo liso que pudiera estar. Se imaginó que lo había construido el propio
dragón con sus poderosas garras.
Llegó a la bifurcación, y asomó la cabeza con el mismo sigilo que antes. Había
otra galería, que llegaba hasta otra de gran tamaño.
Si deseaba llegar hasta la gruta del dragón, sin ser visto, debería ser invisible,
pero la luz de aquella gruta era muy intensa y en su pasillo había bien poca, así que pensó
que sería innecesario y se aproximó con cautela.
Entonces, el hechizo de la gravedad perdió efecto y notó repentinamente todo el
peso sobre sus pies. Por suerte llevaba el bastón en su mano derecha y logró sostenerse
sobre él. Sintió ganas de dejarse caer y quedarse tendido unos instantes ya que el cansancio
le vino de golpe. Su pecho le ardía con fiereza y necesitaba toser. El frío y la lluvia habían
sido fatales para su delicada salud. Sin embargo aguantó la respiración y no tosió.
Por más que intentaba buscar una explicación, no la hallaba. ¿Cómo podía seguir
viva esa maldita bestia? Había comprobado que había muerto, lo había tocado y vio su
pecho quemado por el efecto de su hechizo.
Mientras pensaba, apoyó todo su peso sobre el palo y éste crujió. Se quedó
helado, no respiró ni avanzó un paso más. Ese chasquido podía haberle delatado. Por un
momento se vio a sí mismo ante el dragón. Un humano era ridículo comparado con el
tamaño de Nóala, pero él era un niño, estaba muy cansado y el dragón le estaba esperando.
Decidió esperar hasta oír algún ruido. La caverna estaba muerta, solo podía oír su
entrecortada respiración y el murmullo de la tierra al quemarse bajo el paso de la lava.
Dedujo que toda la luz de la gruta provenía de un río de magma que él no conseguía
distinguir desde aquella posición.
«No puede estar viva - se dijo, descorazonado -, qué puedo hacer yo contra un dragón
rojo, antes tuve demasiada suerte… ».
Decidió sentarse y descansar. Debía forjar un plan, recopilar hechizos que le
pudieran ayudar a enfrentarse a él o al menos para ser capaz de huir a tiempo con Asteva.
Eso le llevaría tiempo y energía. Sin hacer ningún ruido se escondió tras una roca de la
gruta y cerró los ojos para descansar unos minutos. Estaba tan cansado que quedó dormido
como si le hubieran atizado un golpe en la cabeza.

83


Iluminari acababa de aparecer por el norte, e hizo la noche más iluminada y


acogedora. En la aldea, había un gran fuego y a su alrededor unas tiendas de piel. Se oían
cánticos y risas en aquel lugar arrasado por las llamas.
Los viajeros del norte habían preparado una fiesta alrededor del fuego,
intentando con ello hacer olvidar a los niños la muerte de los suyos. Sin embargo solo
bailaban dos parejas. Los niños dormían, exhaustos, ajenos a la fiesta. Era evidente que eran
una mera excusa para la diversión de los miembros de la caravana, que no habían perdido a
ningún ser querido.
Las mujeres eran algo obesas y bailaban con sus respectivos maridos,
alternándose de vez en cuando una pareja con otra. Los soldados, mientras todos se
divertían, hacían guardia subidos a los carros, que estaban en la entrada del pueblo.
Creyeron que no era prudente dormir sin protección. El resto no les hizo caso, confiando
más en que ese supuesto dragón no volvería.
El hechicero tenía una tienda propia, que era la única que se podía cerrar. Las
otras eran dos pieles puestas sobre un palo en triángulo sobre la tierra y clavadas a fuerza
de martillo. La del mago era militar, de lino y podía cerrarse con botones en su entrada.
El médico tenía una hoja entre las manos, y la hacía sonar graciosamente, al ritmo
de la cantinela de los otros dos.
Parlish dormitaba mientras decidía convertirse en un mata-dragones cuando
tuviera más años. Aprendería a manejar todas las armas y luego los buscaría para
destruirlos. Mientras hubiera dragones en el mundo, nadie estaría a salvo.
Decidido, se levantó y fue a hablar con uno de los soldados. El de barba parecía
más veterano, y además el otro le obedecía. Pasó junto la tienda del hechicero y también en
su tienda se oía un cántico, pero este era terrorífico. Pasó lo más rápido que pudo junto a la
tienda, y subió a la carreta del soldado barbudo mirando con terror hacia atrás.
- ¡Hola pequeño! - dijo alegremente el soldado mientras levantaba una botella de
licor a la salud de Parlish. Estaba indudablemente borracho -. ¿Qué haces aquí?, ¡Hip!,
¿Quieres unirte a mi fiesta? -dijo riéndose.
- No, solo buscaba a alguien que me enseñara a pelear como un caballero de
Saphonia - dijo el chiquillo decepcionado.
- Primera lección, después de un día duro coge una botella… ¡Hip!, Y desahógate
con ella ja, ja… ¡Hip!
- Lo tendré en cuenta - dijo sonriendo. Bajó de su carro, y fue al del otro soldado
con la leve esperanza de que hubiera una mente sobria y madura, pendiente de ellos.
Empezó a pensar que la fiesta no era para animarles a ellos, sino para animarse a sí mismos.
No quería ni pensar qué pasaría si reaparecía el dragón.
Los cánticos estremecedores de la tienda azul, continuaban cada vez más fuertes
y Parlish, al oírlos pasó corriendo junto la tienda. Subió al otro carro de un salto, tropezando
arriba y cayendo de bruces al interior de la carreta.
- ¡Pero…! ¿Qué haces chico? - se asustó el soldado al sentirle de pronto sentado
sobre sus piernas -. Menudo susto me has dado, estaba soñando que estaba con una ,…
¡Ejem!… Estaba haciendo guardia… ¡Qué diablos! ¿Quién te crees que eres para pedirme
explicaciones, mocoso?
El niño se apartó de él, cabizbajo, con intenciones de marcharse.
- ¡Estas asustado, chico! - Exclamó, recuperando la compostura.
- ¿Ese hechicero es amigo vuestro? - Preguntó tímidamente Parlish.
- ¿Ese? Nunca lo vi antes de este viaje. Sí, a mí también me pone los pelos de
punta - reconoció el soldado -. Según las leyendas los hechiceros tienen un poder terrible,

84
pero este parece razonable. Sienta bien saber que está de tu lado. Además, espero que no sea
un simple superchero.
Parlish no sabía lo que era un superchero, pero si lo que era un hechicero, no
tenía ninguna duda, aquel hombre era igual que el otro que vino en busca de Alaón y
probablemente buscara lo mismo.
- ¿Cómo aprendiste a manejar la espada? - preguntó Parlish -, ¿Cómo podría ser
como tú?
El soldado sonrió y rascó la cabeza al niño de doce años, agradecido por su
admiración.
- En esta isla solo encontraras borrachines como ese o dormilones como yo. Aquí
nunca hubo batallas, ni peligros, somos soldados para ganarnos nuestro sueldo. ¡Eres listo!,
¿Sabes?, Tan joven, y ya quieres ganarte la vida sin dar ni palo. ¡Ja, ja, ja! Personalmente,
nunca creímos vuestra historia del dragón. Yo creo que en realidad mientras estabais en la
playa, el pueblo se incendió y…
- Y todos muertos por un incendio - gritó Parlish.
- Bueno, la verdad es que si llego a saber que el incendió lo provocó un dragón
tan peligroso - cambió de actitud el soldado, seguramente para no ofender al dolido
muchacho -, no me habría presentado voluntario para venir.
Parlish no podía creerlo. Los dos únicos soldados que les defendían, eran unos
cobardes. Si ellos iban a ser los que les defendieran del dragón, prefería escudarse detrás de
la túnica del hechicero.
- Supongo que eso significa que eres un cobarde - se burló Parlish mientras se
bajaba del carromato. Esperó que el soldado lo negara, pero su decepción fue mayor, al
responderle: Supongo que sí, aprecio mi vida y no tengo intención de terminarla esta
noche. ¡Alas buenas noches! ¡Ja, ja, ja, ja!



Alaón se despertó bruscamente al notar un ruido en la caverna del fondo. Se


regañó a sí mismo por haberse dormido en un momento tan delicado y tanteó el suelo para
encontrar su bastón. Al ver su diminuta mano de niño notó una punzada de terror cruzó su
pecho. Con un cuerpo tan débil no tenía muchas posibilidades contra ese dragón. Con
suerte tendría fuerzas para terminar dos hechizos sin quedar desmayado. A pesar de
haberse dormido sentía que no había descansado.
Se levantó notando que las rodillas le temblaban. Se aproximó a la gruta
iluminada por el magma con suma cautela. El lugar era un inmenso lago de lava del que
salían volutas de fuego y humo. Había un camino hasta un saliente ancho, como una isla en
medio de aquel resplandor cegador.
Cuando su vista se acostumbró a la luz se acercó un poco más y trató de
encontrar al dragón en aquella gran caverna. Examinó el saliente y descubrió el cuerpo de
Asteva. Estaba tumbada boca abajo pero no tenía manchas de sangre… Sin embargo no veía
al dragón por ningún sitio aunque eso no era buena señal. Era demasiado obvio que era una
trampa. Cuando estuviera en aquella isla sería una presa demasiado vulnerable. Se acercó
más a la salida y por más que buscó en toda la gruta no logró divisarlo. Podía estar
escondido tras cualquier sombra del techo, o en alguna de las cuevas que se veían por todas
partes. Sobre la lava se distinguía una neblina gris que le daba un aspecto de lugar
sobrenatural. Era realmente hermosa esa gruta, pero el calor era asfixiante aunque soplaba
una brisa fresca desde la cueva de donde venía.
- Tengo que llegar hasta ella - se dijo. Si lograba alcanzarla podría salir de allí
usando un simple conjuro de traslado.

85
«Otras veces conseguí realizar hechizos sin los ingredientes - se dijo para darse
seguridad -. Vamos, no es tan difícil. Eres un erudito, no un niño, eres el más temido de los Magos
oscuros. »
Era una extraña sensación, el miedo le hacía temblar. Antes, cuando tenía su
cuerpo adulto y dominaba por completo la magia, había logrado eliminar esa molesta
sensación de debilidad. Pero su delicada carcasa mortal era una fuente de emociones
absurdas, temía incluso a la altura y la oscuridad cosas que antes le resultaban estimulantes.
Decidido a salir de aquel infierno se dirigió hacia Asteva por aquel camino de
piedra negra que sobresalía de la pared, salpicado de molestas estalagmitas que le
obligaban a pasar demasiado cerca del abismo de fuego en algunos tramos. Sintió que su
corazón se calmaba cuando llegó al rellano donde estaba la niña. Se acercó a ella y la dio la
vuelta. Estaba inconsciente pero viva.
- Salgamos cuanto antes - se dijo.
De repente hubo un temblor de tierra que le hizo caer sentado sobre aquel
ardiente suelo. El temblor se intensificó pero Alaón se quedó mirando al mar de fuego,
aterrado. Del magma había surgido la gran testa roja del dragón. El temblor era debido a
que éste escupió una larga llamarada contra la base del islote sobre el que estaban Alaón y
Asteva. Por el ingente calor que salía de su boca Alaón dedujo que ese magma había sido
creado por Nóala para la ocasión. Él mismo construyó la trampa con su mortífero aliento.
Extenuado por el esfuerzo, el dragón emergió del incandescente lago y se posó en
una aguja que salía de la lava, a escasos cincuenta metros del islote. Respiró reiteradamente,
cansado y herido. Alaón podía ver la gran herida de su pecho. Era una mancha negra. Con
la lava debió cauterizar la lesión, pero aún así perdía algo de sangre por ella. Se preguntó
cómo podía seguir viva esa maldita bestia.
Las miradas de Alaón y Nóala se enfrentaron varios segundos pero ninguno se
atrevió a atacar. El dragón respiraba con dificultad pero tenía fuerzas suficientes para
despedazar un ejército e incinerar a una manada de elefantes.
- ¿Porqué no me matas? - preguntó Alaón.
- ¿Porqué crees que no quiero matarte? - se burló el dragón.
- ¿Qué quieres de mí? - insistió el niño.
- Eres muy impaciente.
- Por favor, no la mates a ella - suplicó Alaón, que en ese momento sintió que la
vida de Asteva valía más que la suya.
Nóala se llevó una garra al abdomen y saboreó la sangre que vertía su propio
pecho.
- Creí que eras el Gran Alaón. El maldito humano que trató de destruir a Minfis
hace trescientos años.
Asteva se movió en los brazos de Alaón y despertó. Se frotó los ojos por la
intensa luz que provenía de la parte alta de aquel lugar. No sabía dónde estaba, ni si lo que
le había ocurrido anteriormente fue una pesadilla.
- ¿Qué ha pasado?, ¿Dónde estamos? - preguntó desorientada.
- El dragón vive - dijo Alaón sin dejar de mirar hacia arriba -. No deberías haber
despertado.
Pasó la mano derecha por encima de sus ojos y se concentró en el hechizo de
sueño. No disponía de la arena salina necesaria, pero así ensayaría su magia mental. Creyó
que esparcía por sus párpados una arena invisible y notó fluir la magia entre sus dedos.
Cuando volvió a ver los ojos de la niña, ésta estaba dormida otra vez.
- ¿Cómo sabes eso? - insistió Alaón, siguiendo la conversación del dragón -. De
eso hace tanto tiempo que los recuerdos se pierden en mi mente. Aquel intento de acabar
con Minfis fue un error que no volveré a cometer.

86
- Desde que desperté has sido un incordio - replicó el dragón -. Pero siento
curiosidad por tu increíble poder. Nunca vi un humano tan joven con semejante repertorio
de hechizos y menos aún que dominara tanto su magia. Si te mato, ¿le haré un bien al
mundo?
- Mataste a su familia. ¡Destruiste una aldea! ¿Cómo te puedes vanagloriar de
defender a la humanidad?
El dragón recogió magma con una de sus garras y lavó su gran herida con el
líquido incandescente. Soltó un gemido de dolor, pero parte de la herida se oscureció y dejó
de sangrar.
- ¿Cómo puedes estar vivo, monstruo? - Susurró Alaón, desesperado.
El dragón levantó la mirada, demostrando haberlo oído.
- No entiendes nada - replicó Nóala -. Soy uno de los dragones caídos en la
batalla del Abismo, cuando se logró expulsar a Suliphothis a otro plano de existencia. Soy
uno de los dragones muertos. No pudiste matarme porque ya estoy muerto. Ashtaroth, me
hizo volver para llevarte conmigo al Abismo, donde es tu lugar.
Alaón miró de nuevo la cueva, las innumerables salidas. Ashtaroth era el dios de
las enfermedades mortales, el de las plagas y los muertos vivientes. Era el dios de la
nigromancia.
- Ni con toda tu magia podrías destruirme - continuó Nóala -. Mi corazón ya no
late, y no voy a dejar de respirar mientras tú sigas vivo. Ese es el precio de tu regreso. Un
regreso corto, te lo aseguro, pienso volver pronto al Abismo llevándote en mis brazos.
«Si escapo, me seguirá - dedujo Alaón -. Destruirá todas las ciudades por las que pase…
Y es un maldito muerto viviente. No puede morir. Ni siquiera el magma le puede hacer daño. »
Nóala dio un salto y voló sobre los dos niños. Cogió una gran bocanada de aire y
expulsó una terrible llamarada sobre ellos. Ese era al aliento más temible de los dragones.
Era capaz de derretir armaduras, escudos, piel, carne huesos, con su mero contacto. Derretía
la piedra y abría grandes socavones en suelos macizos convirtiendo el granito en plasma
refulgente como el de aquella cueva.
Alaón estaba preparado para un hechizo así. Conocía el peligro de ese aliento y
realizó un rápido hechizo de traslado a un lugar seguro, fuera de la gruta, llevando consigo
a la niña.
Apareció en la playa, junto a la aldea. Dejó el bastón junto a ella y mientras
todavía sentía la magia en sus venas, se volvió a trasladar a la gruta del Dragón. Quizás era
un esfuerzo que le costaría la vida, pero prefería morir antes de que lo volviera a seguir. No
quería más muertes inocentes bajo su conciencia.
Nóala reía estrepitosamente, orgulloso de sí mismo por su enorme poder. Alaón
tuvo que sostenerse con las manos en una estalagmita, para no caer mareado por el
cansancio del último hechizo.
- Eres muy rápido para ser tan pequeño - dijo el dragón -. Has sido listo al
volver… Me ahorraras el trabajo de tener que buscarte.
- ¡No puedo matarte! - Gritó Alaón, apenas sin voz por la extenuación -. Pero
puedo devolverte al abismo. ¡Y te aseguro que no pienso acompañarte, bestia inmunda!
Nóala se miró el agujero ennegrecido del abdomen y soltó una carcajada.
Alaón sabía la forma de librarse de él. Tenía que conseguir recitar un hechizo
complejo que ese monstruo no le permitiría ni empezar. Necesitaba tiemp o.
- Parece que te gustó la experiencia - sonrió Alaón, teniendo una idea.
- ¿Qué experiencia? - Respondió el dragón.
- La de ser atravesado por una lanza mata dragones de fuego.
El mago hizo unos movimientos rápidos con sus manos y recitó el sortilegio con
el que había atravesado su abdomen en la otra ocasión.

87
El dragón cogió aliento para abrasarlo antes de que lo completara, pero el niño
era rápido y, sin duda, un erudito por la exactitud de sus cantos. Antes de que el dragón
pudiera acumular una mínima cantidad de ácido incendiario en su estómago, el erudito
creó una nueva lanza de fuego que atravesó su cuello, dejándolo sin resuello y habla.
Nóala cayó como un peso muerto en medio del magma, levantando una enorme
ola que se dirigió hacia el saliente de Alaón. Éste estaba demasiado agotado por el hechizo y
no pudo reaccionar.
Por suerte la lava no alcanzó la altura del saliente y solo logró hacerlo temblar.
Alaón cayó sobre sus rodillas y sus manos, aún temblorosas, apenas sostenían su
frágil cuerpo. Su garganta se cerró y empezó a toser desesperadamente durante unos
minutos hasta casi la asfixia. Se pasó la manga por la boca y descubrió que tenía sangre. Su
dolencia era mucho más aguda ahora, su cuerpo disponía de menos defensas que cuando
era adulto. Ese era su precio por la magia. Desde que superó la prueba de la Torre, cada vez
que ejecutaba varios hechizos, le consumía un ataque de tos hasta casi dejarlo muerto.
«Necesito reponerme rápido, el dragón volverá a salir… - se dijo, forzándose a
levantarse -. Esto lo he superado cientos de veces, solo es una enfermedad mágica, no me puede
matar… »
Se incorporó, casi sin fuerzas y comenzó a recitar el hechizo complejo que había
pensado. Se concentró en las sílabas, evocó los elementos que constituían el sortilegio, hizo
fluir la magia por su maltrecho cuerpo para darle forma, para amasarla como el barro.
Sintió el placer exquisito por notar la sumisión del poder a su voluntad y se olvidó por
completo de su enemigo.
Sin embargo un chorro de fuego surgió del magma hacia el techo y el enfurecido
dragón surgió como un géiser del medio de aquel fuego. Sus alas, aún intactas le sostenían
en el aire y miraba al erudito con un odio terrorífico. Tenía la garganta atravesada y
sangrante y respiraba con extrema dificultad. Alaón pensó que eso le daría tiempo ya que
no podría escupir su mortal aliento tal y como estaba.
Continuó el sortilegio pensando que era su única posibilidad.
El dragón hizo un picado contra él, lo cual le obligó a perder la concentración y a
esconderse tras una ancha estalagmita. El dragón destrozó con sus alas los pilares que había
junto a Alaón y la cueva tembló amenazando hundirse. Por suerte el gran techo abovedado
resistió el envite.
El erudito notaba la magia en su interior. Debía completar el hechizo o la propia
magia lo destruiría a él. Recitó desde el suelo el resto de la salmodia arcana y en el último
momento se levantó y miró hacia Nóala.
El reptil descendía como un águila, con sus garras extendidas y antes de que le
diera tiempo a lanzar su hechizo, lo agarró por el pecho y sobrevoló el lago de fuego.
- ¿Otra lanza, mago? - Siseó el dragón, con una voz apenas comprensible. Su
herida de la garganta le había dejado una voz lamentable -. Me gustará ver cómo escaparás
del lago esta vez.
Las garras del reptil le oprimían el pecho con tal fuerza que no podía ni respirar.
La magia no podría escapar sin la sentencia final y no tenía fuerzas ni aire para soltar un
susurro.
- No eras tan poderoso, después de todo, miserable.
El dragón disfrutaba con su agonía. Notaba el daño que la magia le hacía en su
interior, al no poder expulsarla.
- Necesitas un baño…
Mientras decía esto dejó de aletear y se dejó caer en aquel magma. Alaón vio
cómo se precipitaban irremisiblemente contra el mar incandescente. Ese era el fin. Tenía
apenas unos segundos…

88
Hizo un esfuerzo sobrehumano por liberarse y logro elevar su torso, fuera de la
presión de la garra del dragón y consiguió pronunciar la frase.
Nóala volvió a aletear de nuevo, sorprendido. Alaón había abierto una gran
abertura negra en la superficie del lago de fuego. Ésta parecía devorar el magma como si
fuera una puerta al abismo.
- ¿Qué diablos es eso? - Preguntó asustado el reptil.
- Eso te devorará - dijo el mago, justo antes de desaparecer de sus garras. Nóala
hubiera jurado que había sostenido una voluta de humo en su mano dorada ya que el niño
mago ya no estaba.
Entonces aquel agujero negro formó un gran remolino de magma. Conseguía
atraer hasta el aire con su fuerza. Aleteó con más fuerza pero su cuerpo fue siendo
arrastrado mientras las paredes de la caverna se desmoronaban, siendo engullidos enormes
pedazos de roca mezclados con el rojo líquido incandescente.
Una gran piedra golpeó en la espalda del dragón, justo en la cerviz donde tenía la
última herida recibida. La bestia roja cayó sobre el magma y se hundió en aquella superficie
a cierta distancia del agujero al Abismo. Las grutas se hundieron cayeron enormes pedazos
de roca sobre el mar de magma. Durante minutos el agujero absorbió todo cuanto entraba
en su boca, hasta que progresivamente se fue reduciendo de tamaño y desapareció. La gruta
había quedado prácticamente hundida convirtiéndose en un pequeño infierno sin salida.
Sin embargo Nóala seguía allí, muy herido, pero también muy enfurecido.



Asteva despertó al notar que algo caía sobre su pecho. La blanca luna Iluminari la
deslumbró antes de que pudiera incorporarse. Al descubrir que lo que tenía encima era un
niño con la boca ensangrentada, que estaba pálido y frío sintió ganas de llorar.
- ¡Alaón! - le dijo cogiéndole por los hombros -. ¿Qué ha pasado? ¿Y el dragón?
Al notar el contacto de la niña, el niño se estremeció y perdió el sentido. Los
brazos del pequeño mago empezaron a temblar y luego todo su cuerpo. Ella lo abrazó con
ternura y con lágrimas en los ojos. Arrancó un pedazo de su vestido y con el limpió su boca
de sangre.
- No se te ocurra morirte - susurró Asteva, con sendos ríos de lágrimas bajando
por sus mejillas-. Alaón, aguanta, buscaré ayuda.



- ¡¡Maldito seas!! - Exclamó Welldrom en su tienda.


El grito fue tan desgarrador, tan terrorífico que todos los miembros de la
caravana se asustaron al oírlo, cesando sus cantos y bailes.
Ante el pasmo de todos, el hechicero salió de su tienda con una mirada furiosa
perdida en sus pensamientos.
Las mujeres tranquilizaron a los niños, que se habían despertado por el grito.
El soldado sobrio se acercó al hechicero para averiguar por qué gritó de esa
manera.
- ¿Qué ocurre? - Preguntó el soldado rubio, con temor.
El mago se detuvo y lo miró con frustración, sus ojos reflejaban un odio
inquietante. Sin embargo se tranquilizó.
- Tenemos dos supervivientes más. Pero el dragón sigue vivo. Encerrado en las
cuevas. Esperemos que no vuelva a salir nunca más.
- ¿Cómo sabes eso? - Preguntó el soldado.

89
- ¡Vas a acompañarme! - Exclamó, clavándole una mirada asesina.
- ¿Don… dónde están esos supervivientes? - Titubeó el soldado.
El mago no respondió. Solo se dirigió con paso resuelto a la playa.
El soldado desenvainó su espada y caminó tras el mago dando tumbos. La
borrachera le impedía caminar en línea recta. Había que cruzar un puente de madera, bajo
el cual pasaba un caño de agua destinado a regar las cosechas. Continuaron por el camino
de la playa, hasta que el camino desapareció entre la arena amarilla.
Continuaron, pero la vaina de la espada bailoteaba, y producía ruidos al chocar
contra su pierna. Estaba tan nervioso y borracho que no era consciente del ruido que
producía al caminar, solo estaba pendiente de lo que pudiera ver delante. Sin embargo, el
mago si se dio cuenta del estrépito que formaba y se detuvo para mirarlo con evidente
exasperación.
- ¡Haz el favor de sujetar esa vaina! - Exclamó, sin gritar, resaltando las venas de
las sienes y clavando sus enormes ojos elfos en los del soldado.
- Lo… lo siento - se hizo un nudo con las cuerdas que colgaban de la vaina, para
que quedara sujeta a su pierna.
Continuaron, y bajaron las escaleras que llevaban a la playa. El hechicero estaba
muy extraño. Parecía dispuesto a enfrentarse con un ejército entero. Miró hacia la playa
pero no vio mas que un negro abismo que hacía un leve susurro, seguramente el mar. La luz
de Iluminari iluminaba con su luz plateada las arenas de la playa. Allí distinguió dos
figuras. Una abrazada a otra, las dos muy pequeñas. Debían ser niños.
- ¡Que Rastalas sea alabado! - oró el soldado mientras envainaba la espada.
Corrió a socorrer a los dos niños en cuanto les vio y el mago fue tras él.
- ¡¿Quiénes sois?! - preguntó Asteva asustada.
- Hemos venido a ayudaros - dijo el soldado sinceramente. Cogió a Alaón en
brazos, al verle tan débil pero la niña se resistió a soltarlo.
- ¡Me salvó la vida! Es un héroe. No le hagáis daño.
- Me llamo Artelic - dijo el soldado, mostrando una sonrisa simpática -. Tu amigo
está herido y necesita cuidados. Te juro por mi honor que no permitiré que nadie le haga
daño. En el campamento hay un médico que puede ayudarlo.
Welldrom miró con fastidio al soldado, pero finalmente se ocupó de la niña, pues
aunque no daba síntomas de estar mal, estaba bastante cansada. La cogió entre sus brazos y
siguió al voluntarioso soldado.
- ¿Quiénes sois? - volvió a preguntar Asteva, que aun desconfiaba.
- Me llamo Welldrom, vengo del este, pero él es de Nosthar del norte. Hemos
venido para ayudaros. Nos enteramos de que algo había pasado, y vinimos.
La niña confió en él por su tierno abrazo y se dejó llevar por aquel amable
hombre. Estaba demasiado cansada para resistirse y pensó que por fin les pasaba algo
bueno.
Levantó la cabeza, y en vez de encontrarse con un rostro, halló una capucha, la
oscuridad de la noche la impidió ver el rostro del misterioso hombre. Mientras intentaba
distinguir sus rasgos, quedó profundamente dormida en sus brazos.

- ¡Asteva!, ¡Alaón! - gritó Darela al verles llegar -, ¿Dónde os habíais metido?,


pensamos que el dragón había…
- Déjalos - interrumpió el soldado -, parecen cansados, y necesitaran descansar.
- ¿Cansados? - se burló Parlish -, pero si han estado en la playa todo el rato
mientras nosotros los dábamos por muertos.
Alaón tenía una cara tan demacrada, que cuando lo vio Parlish, se arrepintió de
sus palabras y deseó no haberlas pronunciado.

90
Welldrom no solo se había interesado por él, sino que incluso ofreció su lujosa
tienda para acogerle y que el médico lo atendiera allí. Lo que no esperó, aunque era
evidente que sucedería, fue que Asteva fuera incluida en la amable oferta por el resto de
miembros de la caravana, de modo que ambos irían a pasar la noche en su tienda.
La llegada de los nuevos supervivientes levantó los ánimos, aunque eso era casi
imposible, ya que casi todos los que habían venido del norte estaban borrachos y no se
enteraban de nada. Solo los niños, el soldado, una de las mujeres y el mago, no se habían
quedado dormidos alrededor de la hoguera. Incluso el médico, estaba durmiendo junto a
un barril de cerveza y no pudo atender a los recién llegados. Por fortuna ninguno mostraba
heridas y su única cura consistía en descansar bien esa noche.
Todos se acostaron, dejando al soldado joven, Artelic, de guardia. Turno que no
respetó porque se quedó dormido en escasos minutos. Se apostó junto al carromato de los
víveres para vigilar el poco tiempo que consiguió mantener los ojos abiertos.
Welldrom instaló a los niños a ambos lados de su alfombra de descanso, y les
tapó bien, procurando que estuvieran cómodos. Esperó hasta que se marchara la mujer que
le ayudaba y se quedó mirando a Alaón como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
Preguntándose como se las iba a ingeniar para acabar con él sin que nadie supiera la causa
de la muerte. La mujer limpió cuidadosamente a Alaón y le miró con una sonrisa. El mago
salió de la tienda, entendiendo que esa maldita mujer no lo dejaría solo en toda la noche.
Había algo que le preocupaba; Alaón no era como esperaba: Fuerte y con aspecto
peligroso. Allí tumbado parecía a punto de morir. Su fragilidad y extraña constitución
delicada no le daba miedo. Era… como él se esperaba. Comprendió porqué Mik ya no
estaba en aquel pueblo; sin duda le surgieron las mismas dudas, y no se atrevió a matarlo.
Alaón fue muy listo al darse un aspecto tan frágil en su regreso al mundo. Pero lo que más
le inquietaba era que esa niña había dicho que era un héroe, que la había salvado la vida.
En su tienda nadie se enteraría de lo sucedido, pero sin duda todos le echarían la
culpa si amanecía muerto. Salió de la tienda y a la luz de las estrellas meditó. Estaba bajo su
cargo y Melmar había sido muy claro en sus instrucciones, la criatura no debía seguir viva.
No era justo, pero el mago oscuro tenía que elegir aprendiz y no le elegiría si sabía que
había dudado en su misión. Estaba dispuesto a todo con tal de aprender todos los secretos
de la nigromancia.
«¿Cómo puede ser tan peligroso?» - se preguntó. Ya lo había decidido, le mataría y
en plena noche volvería a Kelemost, pero no se sentía bien haciéndolo.- «¿Te gustaría que
alguien llegase a tu lecho mientras durmieses, y te clavara un puñal?». Era algo que le pesaba,
pero había que hacerlo, los nigromantes no suelen dejarse llevar por su conciencia. No
importaban los medios; el fin era lo importante.
Sacó la daga de plata de su manga y la miró con cierto pesar. Ahora comprendía
a Mik, ahora sabía las dudas que debieron surgirle cuando quiso matarle. Se sentía
despreciable y cobarde, estaba planeando asesinar a un niño indefenso y moribundo
aunque sabía que si lo hacía lo elegiría sin dudar. Peligroso o no peligroso, Melmar le quería
muerto.
Asomó la cabeza en la tienda y vio que la mujer se había dormido junto a Alaón.
La tienda estaba a oscuras. Se introdujo sigilosamente, sin encender una luz, únicamente
guiándose por su vista de elfo. Se arrodilló junto a Alaón, con un sigilo sobrenatural. La
mujer no se movió.
Acercó la daga al pecho del niño, pues dormía boca abajo. Las manos le
temblaron, sentía la cálida sensación de reposo de aquella criatura.
«Estabas destinado a morir » - se dijo.
Acarició el filo plateado y palpó suavemente la espalda de Alaón. Notaba los
latidos de su corazón acelerado. Llevó la punta de la daga sobre los latidos y cerró los ojos.
«Que los dioses tengan misericordia de tu alma, pequeño.»

91
6

LA TORRE DE MALANTHAS

Cabise respiraba entrecortadamente. Su piel estaba amoratada y su cabello


blanco estaba pegado a su piel empapada de sudor frío. Reposaba boca abajo en un catre
duro y tenía una venda cubriéndole el pecho. Se distinguía una mancha roja cerca de la
columna vertebral y a cada inspiración, su mano derecha, se contraía en un rictus de dolor.
Sara lo miraba con preocupación. Había hecho cuanto podía por curar la terrible
herida de la espalda. Por suerte no había dañado el corazón pero perdió mucha sangre y
seguramente tendría problemas respiratorios el resto de su vida, si es que lograba
sobrevivir.
Sin embargo su color azulado era preocupante. Sara había cuidado enfermos
anteriormente y una herida así, aunque sabía que era grave, no provocaba ese macilento
color de piel.
La daga de Welldrom debía estar envenenada. Sara se mordía el labio inferior,
calibrando las consecuencias de la muerte de Cabise. Si ese chico moría, podía despedirse de
encontrar al Gran Alaón. Tenía que sanarlo o al menos encontrar un antídoto de ese veneno.
Tras el incidente de la torre de Sachred ella creyó que caería sepultada con los
escombros, pero al sujetar al mago, todos los temblores cesaron. Los demás magos
desaparecieron y todo fue silencio. El resto era algo que deseaba olvidar.
Al buscar las vendas, pudo examinar la torre, lo que hizo descubrir a Sara que no
estaban en Sachred. Se trataba de una torre abandonada a escasos kilómetros de una

92
bulliciosa ciudad portuaria. Sara no conocía mucho mundo, no tenía idea de dónde podían
encontrarse.
Había intentado salir de la torre pero a las puertas de ésta había toda clase de
engendros y espectros merodeando el perímetro. Ella podía vérselas con humanos, no con
seres del más allá. Sin saber por qué se vio encerrada en aquella torre.
No le hizo falta adentrarse mucho entre esos robles para detectar una fuerza
maligna entre ellos. Notaba infinidad de miradas, criaturas sedientas de sangre encerradas
en aquellas tinieblas, condenadas a vivir de los seres vivos que atravesaran sus dominios.
Veía unos ojos que reflejaban la luz de la antorcha de la entrada. Eran ojos sin alma,
criaturas malignas. Y Sara intuía que esas criaturas estaban deseando que se internara en su
oscuridad para acabar con ella.
En definitiva, estaba en una prisión. Si ese chico, ese mago, no se recuperaba
tendría que volver a utilizar su último recurso, el que usó para salvarlo y llevarlo hasta allí,
pero eso era algo que no quería volver a hacer.
- Cabise, por el amor de todos los dioses - rogó, cogiéndole fuerte la mano -.
¡Despierta! Tienes que ayudarme. Tú sabrás más que yo de antídotos de venenos. Solo soy
una falsa sacerdotisa.
El mago estaba inconsciente. Solo le hablaba para no perder ella misma la
esperanza de salir de aquel maldito lugar.
Los escalofríos del mago cesaron y con ellos la respiración. Aquello dejó sin
aliento a la mujer. Su corazón se detuvo, creyó que si él moría, ella se desmayaría.
- ¡No te mueras, maldita sea! - Le gritó -. No me dejes así, tenemos mucho que
hacer - una lágrima salió de sus ojos atormentados -. Yo no quise este fin para ti. Por favor,
no me dejes, no me dejes…
El mago sufrió un escalofrío. Sara tocó su cuello, palpó la arteria y notó un ritmo
constante de bombeo. Poco a poco recuperó la poca tranquilidad que tenía. Parecía un poco
más estable que antes. De alguna manera notaba que ese muchacho luchaba en su interior
con la pertinaz muerte. El veneno era un terrible enemigo al que estaba combatiendo desde
otro plano, quizás con su espíritu.
- Sea cual sea tu razón para vivir… - susurró Sara -. Te admiro por tu fuerza. No
te rindas nunca.
Soltó su mano y se asomó a la ventana de aquella habitación. Vio el resplandor
de las farolas de aceite de las calles de aquella ciudad. Aquella torre estaba rodeada por
aquel manto de árboles oscuros. Debía haber cerca de una milla de distancia hasta la salida
de aquel robledal infernal. Pensó que aun siendo veinte metros no saldría viva de allí sin el
amparo de un mago.
- No sirve de nada lamentarse. Debo hacer algo.
Estaba decidida a usar uno de sus poderes innatos, su capacidad de comunicarse
con otras personas a través de la mente. Era de noche, de modo que podría buscar ayuda.
Entonces alguien susurró algo tras ella.
- Marilia…
Sara se volvió esperanzada de que Cabise hubiera vuelto en sí, por un momento.
- El mago volvía a sufrir sudores y espasmos. Parecía haber perdido fuerza y
entre delirios perdía la batalla contra la muerte.
Sara corrió junto a él y le cogió la mano con fuerza.
- No, no, no, no… Vamos, lucha. Eres fuerte. Puedes vencer ese veneno. Lucha, te
lo suplico.
- Marilia… - volvió a susurrar, apretando su mano.
Sara notó un nudo en la garganta al entender lo que ocurría. Él creía que quien le
cogía la mano era su novia, aquella chica morena de la casa. Cuando ella le apretaba le
estaba dando fuerzas para vivir.

93
- Sí,… amor mío - dijo, emocionada no pudo evitar llorar de nuevo -. Amor mío
lucha por nosotros… Eres todo para mí.
Apretó con fuerza su mano y con la otra le cubrió la mejilla. Parecía alimentarse
de sus caricias. Como si fueran suficiente antídoto contra ese veneno que tenía en la sangre.
Cabise movió la cabeza y trató de mirarla. Ella quiso esconder su rostro, pero se
dio cuenta de que el mago apenas podía abrir los ojos.
- No te esfuerces - le rogó -. Necesitas guardar las fuerzas. Debes luchar, tenemos
muchas cosas que hacer en el futuro.
- Tú… - comenzó a decir el mago -, tú no mereces esto… no he sido justo contigo.
- Por favor, Cabise - suplicó Sara, llorando, creyendo que él estaba despidiéndose
-. Cállate y descansa.
- Siempre fuiste todo para mí… - prosiguió el mago -. Te prometí que volvería de
la torre y me encuentras así… No te merezco… no merecí nunca tu amor.
- No digas eso - replicó Sara, empezando a temerse lo peor -. Yo no soy Marilia
soy Sara. ¡Ella no sabe dónde estas! No puedes despedirte como si ya fuera el final. ¡No te
puedes morir! No cumpliste tu promesa. ¡Lucha!
El mago sufrió un espasmo y volvió a quedar inmóvil. Esta vez perdió fuerza en
la mano y su respiración pareció desaparecer.
Sara rezó una plegaria a Kalair, su dios que nunca respondía, para que su
corazón latiera. Deseó con toda su alma sentir los latidos de su corazón en el cuello del
mago.
Sus dedos buscaron en su cuello y no notó nada. Su piel estaba fría y el pulso
estaba perdido. El pecho estaba inmóvil y no volvió a moverse.
- Está muerto - se dijo, indignada -. No puede morir y dejarme aquí encerrada.
Rebuscó en su túnica de sacerdotisa un objeto que le había regalado Welldrom
para su viaje. Se trataba de una avellana que solo ella podía tocar.
- No te morirás, todavía no… - repitió.
Miró la avellana y sin esperar un segundo abrió la mano inerte del mago y se la
hizo coger.
Ante su asombro, los dedos del mago comenzaron a ponerse blancos como la sal
y ese color se fue extendiendo al resto del cuerpo. Poco a poco fue endureciéndose la túnica,
el pelo, el rostro hasta quedar con el aspecto de una estatua perfecta.
«Esta avellana tiene un poder muy peligroso - le advirtió Welldrom -. Solo tú
podrás tocarla. Si alguna vez la arrojas contra alguien vivo, lo transformarás en una
estatua.»
» Cielos, ¿y quedará convertido en estatua para siempre? - Dijo ella, en aquella
ocasión.
» Solo hechiceros de alto rango, eruditos avezados pueden devolverle la vida a
alguien que sufra los efectos de este arma.
» ¿Y si se rompe la estatua? - Preguntó ella.
» No es fácil, se convierte en un bloque muy macizo. Pero si se rompe, será como
descuartizar a un vivo.
Cabise estaba tan blanco que ya no daba la impresión de haber sido alguien vivo
nunca. Parecía una estatua perfecta. Al mirarlo bien se arrepintió de haber hecho la tontería
de convertirlo en piedra. Lo único que le tranquilizó era que según Welldrom solo convertía
en estatua a los vivos, lo cual era señal de que aún no había muerto.
Eso la daba tiempo, a pesar de que complicaba su situación. Ahora podía usar su
poder para comunicarse con otros magos sin temor a que Cabise muriese. Tenía todo el
tiempo del mundo. Después de todo aunque alguien lograra convertirle en humano, se
moriría en unos segundos. Necesitaba alguien con poder de sanación, un clérigo poderoso a
ser posible.

94
- Puede que me sirva de excusa. Todos me toman por una mujer religiosa
preocupada por la vida ajena - se dijo -. Si está así, vendrán para ayudarme a curarlo y lo
consigan o no, me sacarán de este maldito lugar.



- Todo esto es una mentira tuya - gritó una voz.


- No entiendes el peligro que tenía - replicó otra, más tranquila -. Acabé con la
amenaza que suponía.
- Eres un asesino. Te pesará matar a un niño inocente - contestó el otro.
- Es inútil discutir contigo. No razonas.
Hubo una pausa y luego, el mismo, que debía ser Welldrom recitó un sortilegio
arcano.
No se escuchó nada más. Marilia salió de su cuarto, queriendo saber quienes
discutían pero ya no se oía nada. Cuando se asomó a las escaleras vio a Travis abajo,
mirando asombrado una escena.
- Abuelo, ¿qué ha pasado?
El semielfo no respondió. Estaba paralizado en la puerta de la biblioteca, como si
viera algo terrible.
La chica bajó corriendo las escaleras y se asomó por detrás del hombro de su
abuelo.
- ¿Qué es ese charco oscuro?
- Estaba ahí - dijo el semielfo.
- ¿Quién?
- Mikosfield. Les oí discutir y cuando llegué solo estaba esto. Pero el otro que
discutía parecía Welldrom. No llegué a verlo, pero su voz era inconfundible.
Marilia se acercó al charco, corrió la cortina para que entrara toda la luz posible y
descubrieron que ese líquido era sangre reciente. Alguien había muerto sin ninguna duda.
- Uno de ellos ha matado a alguien - Travis hablaba como furibundo. Parecía no
creer lo que acababa de describir.
- ¿Quieres decir que Welldrom mató a Mik?
Travis se agachó y tocó la sangre.
- Lo que sé es que esta sangre no es imaginaria.
Lory bajó las escaleras corriendo y al ver a los dos mirando el charco de sangre,
los observó, extrañada.
- Mik ha muerto - expuso Marilia -. O eso creemos.
- Ya os he oído. Esta casa no guarda secretos - replicó Lory.
Marilia salió de la biblioteca. Lory la siguió. Empezaba a asustarle aquella casa.
Deseaba salir de allí, estaban perdiendo demasiado tiempo esperando a Cabise y encima
ocurrían esas cosas muy extrañas.
- ¡Cielos! - Exclamó Travis.
Las chicas se volvieron. Se asomaron a la biblioteca y se asustaron al descubrir
que ya no había ni rastro de sangre.
- Si no lo hubierais visto vosotras, creería haber perdido la razón - manifestó
Travis.
- Eso nos ahorra limpiarla - bromeó Lory -. Puede que fuera una ilusión
provocada por alguno. Puede que uno de ellos sea un bromista.
- Pues vaya bromas estúpidas - recriminó Marilia.

95
- ¿En serio crees que se iban a matar por una discusión tan tonta? - Preguntó
Lory.
- No es lo que creamos - respondió Travis -. Si no lo que hemos visto.
- Con los brujos, lo que veas no tiene importancia - replicó Lory -. Son capaces de
provocar ilusiones mucho más espectaculares.
Marilia soltó una silenciosa carcajada y negó con la cabeza.
- Los brujos son unos embaucadores. Solo saben provocar ilusiones.
- Déjame decirte, pequeña - contestó Travis -. Que tu novio estaría muerto ahora
si la magia fuera ilusión. Si creo que aún vive es porque fue trasladado por medios mágicos
a otro lugar antes de desplomarse la torre. Además, ¿cómo puedes dudar de la magia si esos
hechiceros se trasladan desde la biblioteca gracias a esa extraña estrella dibujada en la
alfombra?
Marilia miró a su abuelo con una expresión sombría.
- Que las aves puedan volar y nosotros no, no es magia. Supongo que todo tiene
su explicación aunque no la conozcamos.
- Bueno, déjame creer que esa explicación es la magia - dijo Travis.
La chica soltó un suspiro con expresión dolida. Se dio la vuelta y apoyó la cabeza
sobre unos libros.
- No soporto esto, abuelo tengo que ir a buscarlo.
Lory la miró sorprendida.
- ¿Dónde?
- Voy a la torre. Su cuerpo debe estar por allí.
- Es inútil, hay demasiados escombros - replicó Travis -. Aunque estuviera
enterrado necesitarías una cuadrilla de doscientos elfos para buscarlo bajo aquella montaña
de piedras y polvo.
- Si no voy, ¿qué puedo hacer? No soporto esperar un minuto más. Si no lo
encuentro, me volveré a casa y lo daré por muerto. Eligió un camino que le alejó de mí. No
puede esperar que le espere aquí eternamente. Si vive, que me busque él.
Travis le puso una mano en el hombro y con la otra mano le acarició el pelo,
esperando consolarla.
- Si quieres ir, déjame acompañarte. Solo espera unos días a que me cierren mejor
las heridas. No puedes atravesar ese bosque tú sola.
- Yo te acompañaré también - se ofreció Lory -. Odio estar sin saber qué hacer.
Marilia se volvió hacia los dos. Los miró con una sonrisa y asintió. Tenía los ojos
empapados de lágrimas y no pudo decir nada. Se sintió conmovida por la lealtad de su
abuelo y Lory.

96
7

EL VIAJE DE MELMAR

La torre de la Alta Magia de Tamalas se había convertido en el lugar predilecto


de los eruditos de la magia de la luz, para que los acólitos realizaran allí la gran prueba de
Alta Magia.
La enorme cantidad de maldiciones que pesaban sobre la mole oscura impulsaba
a muy pocos a presentarse a tan dura prueba y de estos, pocos salían con vida.
El robledal de Ghenkan era uno de los obstáculos que hacían que la prueba fuera
prácticamente imposible de superar, siendo más frecuente que los aprendices murieran y
desaparecieran en su oscuridad y sus almas atormentadas se unían al ejército de espectros
que custodiaban la torre de magia. Nadie en su sano juicio se atrevía ni tan siquiera a
acercarse a las primeras sombras de los robles. La extrema dificultad de superar la prueba
hacía que durante años no se presentase nadie a ella voluntariamente. El último en
superarla lo había logrado hacía más de una década.
Cabise había tenido suerte de haber estudiado magia con uno de los últimos
magos neutros. Con los magos de la luz nunca habría aprendido conjuros útiles para
superar la prueba y al hacerla en otro lugar, no fue tan dura.
El templo de Rastalas tenía doscientos años y para su construcción fueron
necesarios setenta años. Era incluso más bonito que el situado al sur de Malhantas con
bellos arcos con forma de ramas de árbol, que salían de la torre para protegerla de la fuerza
de los vientos. Había sido edificado junto al robledal de Ghenkan, como un intento de
equilibrar las fuerzas de la magia negra con las fuerzas de Rastalas. A pesar de que era un
dios que hacía tiempo que no respondía a sus peticiones, al igual que ocurría en Malhantas
ningún mago blanco reconocería haber perdido poder. Aún contaban con Marianna y
Silrania para las sanaciones y oficialmente no necesitaban utilizar su magia destructiva a
pesar de que los eruditos controlaban bastantes hechizos básicos, muy útiles en las guerras.
Sin embargo los aprendices no tenían acceso a este tipo de hechizos y solo los que se
saltaban las normas aprendían lo suficiente para poder presentarse a la prueba.
La forma del templo era similar a una fortaleza en cuyo centro de alzaba un
templo finamente adornado y dedicado enteramente a Rastalas por los Magos de la luz. Sus
seis brazos se anclaban en el suelo desde la parte más elevada del templo y en la lejanía su
aspecto blanco y su enorme tamaño hacía que las gentes de la región lo considerasen el
lugar más mágico y sagrado de todo Cybilin.
La diferencia entre estos hechiceros y los clérigos de Rastalas, para las gentes de
Tamalas, era nula. Se decía que eran dos órdenes religiosas que ofrecían sus cultos de
manera diferente. Dedicaban su vida a la oración, a cobrar por las curaciones que
dispensaban a quien acudiera a ellos (consiguieran o no curar). Los clérigos solo rezaban,
los magos de la luz utilizaban pócimas y solían tener mejor reputación por conseguir

97
resultados con más frecuencia. Tenían una gran riqueza y casi todos los habitantes de la
región les pagaban tributos generosos cada vez que les solicitaban ayuda.
En ese momento el señor del templo de Rastalas estudiaba una solicitud de
ingreso de un joven, que pedía admisión. Le habían hecho pasar por una serie de pruebas
de aptitud y el superior debía ser el que decidiera si esa persona sería iniciada en los
conocimientos de la magia.
Las respuestas que había dado el aspirante a aprendiz eran bastante
satisfactorias y daba claras muestras de tener la imaginación, voluntad y fe suficiente para
ser admitido.
Cogió una pluma y la introdujo en el tintero. Posteriormente, escribió en lo más
alto del papel:
» Capacitado.
Aun debía revisar veinte solicitudes de ingreso, y le había llevado más de media
hora revisar la última. Decidió tomarse un pequeño descanso y estirar la espalda, recibiendo
el fresco aire procedente de la ventana.
Era un hombre que rondaba los sesenta años, pero aun tenía mucha vitalidad. Su
rostro era barbilampiño y tenía pobladas cejas grisáceas. Su cuero cabelludo estaba cubierto
de una melena gris, que le hacía una calva en la coronilla, aunque tenía el pelo tan largo que
le bajaba de la altura de los hombros.
Estaba medio encorvado por estar tanto rato leyendo en el escritorio, pero
cuando se puso frente a la ventana se estiró bostezando, haciendo crujir su cerviz y
farfullando una frase de alivio.
A través de la ventana veía el patio que rodeaba el templo, que estaba justo
frente a él. Desde allí solo podía ver la puerta principal de acceso al templo.
Las viviendas de los magos maestros y los jóvenes acólitos formaban los muros
que rodeaba el templo y había seis puertas equidistantes. Dos de ellas daban directamente
al robledal oscuro y por encima de las copas de los árboles se distinguía una calima, esa
niebla gris que casi ocultaba por completo la punta más alta de la torre de Alta magia. A la
derecha de sendas puertas cerradas estaba la que tenía Crisaor delante, el superior de los
magos de la luz. Más allá de esa puerta un camino bordeaba el robledal hasta llega a la
ciudad portuaria de Tamalas. Un muro de piedra de más de tres metros de altura impedía
que los curiosos se internasen en tan peligroso bosque, por insensatez o por mera
ignorancia.
Los magos iban de acá para allá en la plaza del templo, como cualquier otro día.
Enseñaban a los aprendices que salir era una clara tentación a la oscuridad. Sin embargo
había mucha gente en el recinto que no pertenecía a la orden. Muchos eran soldados que les
servían, otros comerciantes, otros simples visitantes. El templo estaba abierto a que
cualquiera que quisiera visitarlos, pagando su derecho a entrar.
- Cada día entra más gente -pensó, enojado -. Deberíamos subir el precio de las
visitas.
A pesar de que había libre acceso de entrada, los estudiantes no podían salir del
recinto, pues ellos eran los más sensibles a las tentaciones del mundo exterior, según sus
maestros. Allí les servían y demostraban obediencia y sumisión. Debido a los peligros de la
prueba, muchos de ellos ni siquiera aspiraban a convertirse en magos y se conformaban con
esa vida monacal. Otros más ambiciosos ansiaban conocer magia suficiente para que un día
pudieran afrontar la prueba. Cuando eso sucedía lo intentaban y la inmensa mayoría
desaparecía en la negrura del bosque. Por esa razón algunos esperaban incluso hasta los
setenta años para intentar superar la prueba, cuando no tenían mucho que perder y solo con
la ilusión de cumplir su sueño antes de morir.
La campana de una puerta se escuchó en todo el recinto. Solo hacían sonar la
campana cuando recibían una visita especialmente notoria. Por la puerta principal apareció

98
alguien que Crisaor supuso que nunca vería. Era un individuo encorvado y cubierto por
una túnica azabache. Todos los que le vieron entrar le miraron sorprendidos, sin saludar.
Tan solo se limitaron a mirarle mientras se acercaba a la puerta que Crisaor tenía a unos
metros bajo sus pies.
- Melmar aun vive- se sorprendió el erudito. No habían sabido nada de él desde
que le encerraran en la Torre de Sachred cuando él aun era un crío que no sabía nada de
magia. Corrían rumores de todo tipo, desde que había enloquecido hasta que había muerto
a manos de sus propias criaturas. Su maestro ya hablaba de él como si perteneciera a las
leyendas aunque le dijo que nadie sabía si aún vivía o había muerto. Lo reconoció de
inmediato porque era elfo y era el único nigromante. No cabía duda de que lo era ya que de
su enjuto cuerpo dañado por los años emanaba un poder sobrecogedor y oscuro.
Se le había concedido el derecho a ser el señor de la torre con la condición de no
formar más discípulos de magia oscura, o al menos eso recordaba. Se decía que por aquellos
años era un viejo decrépito atormentado por una terrible enfermedad y ningún mago del
consejo supuso que viviría más de diez años. Desde entonces, habían pasado más de
sesenta. Intentó hacer un cálculo de la edad que debía tener y al recordar que incluso había
participado en las guerras de los dragones decidió que debía tener más de dos siglos.
- Mi señor Crisaor - dijo un joven vestido de túnica gris desde la puerta -, un
hechicero que se hace llamar Melmar solicita entrevista con vuestra persona.
- Gracias, Ashtor - dijo con aire de superioridad -, dile que entre.
El muchacho asintió con respeto, y salió de la sala sin hacer ningún ruido. Poco
después, el ruido de unas toses se acercó a su puerta. Crisaor no había visto nunca al viejo
hechicero, pero sabía que era el único mago oscuro que quedaba. Había sido de gran
utilidad a los Magos de la luz, pues en el pasado fue aliado de los humanos cuando los
dragones intentaron destruir el mundo. Su ayuda fue vital para la supervivencia de las
razas humanoides pero, debido a que el resto de magos oscuros eran aliados de los
dragones, se le prohibió formar más discípulos por el bien de Cybilin. Le prohibieron
expresamente salir de la torre de Sachred y formar más discípulos mientras esta torre se
mantuviera en pie.
Unos repliegues aterciopelados de color negro aparecieron por la puerta. El
erudito servidor de la luna negra, llevaba puesta la capucha y parecía sufrir fuertes dolores,
a juzgar por su manera de respirar tan forzada. Al entrar en su despacho se apartó la
capucha y mostró su rostro arrugado y pálido.
Estaba tan deteriorado, que parecía un cadáver andante. Se sostenía débilmente
en un bastón y este se doblaba en exceso cada vez que Melmar necesitaba de su ayuda.
- Te saludo, Melmar. Señor de la torre de Alta Magia de Sachred -dijo cortés
Crisaor -. Me alegro de que aun estés con vida.
- Déjate de formalidades. Tú y yo sabemos que no te gusta que aun viva - la voz
elfa de Melmar no parecía tan decrépita como reflejaba su desgastado rostro.
- ¿Qué te trae por aquí? - preguntó Crisaor sin perder la cortesía.
- He venido a buscar el bastón de magia de Alaón - dijo directamente el elfo
oscuro.
- Vienes a buscar… ¡Tú!, el bastón de magia de tu mentor - aunque el tono de
voz de Crisaor seguía siendo amable, el sarcasmo del mensaje enojó a Melmar -. Pero, ¿ese
bastón aún existe?
- No creas que estoy tan débil como aparento, mi aspecto ha desmejorado mucho
por una enfermedad que me aqueja desde hace años. Pero mi magia sigue siendo muy
poderosa y no temo a nada de lo que intente detenerme en el robledal.
- Hace años que ninguno de nosotros considera siquiera la posibilidad de
atravesar ese bosque con esperanzas de salir con vida - dijo el mago blanco -. ¿Crees que tú
podrías?

99
Crisaor sonrió e hizo un gesto con su mano derecha como retándole a contestar.
Inmediatamente Melmar pareció rejuvenecer unos pocos años al sonreír sin responder.
- Bien, deléitame con tus sorpresas - dijo Crisaor -. Deben ser grandes para que
hayas decidido adentrarte en el robledal tú solo.
- Estaría más a gusto en el interior del robledal, que aquí - respondió Melmar,
malhumorado -. Pero si he venido por aquí y no he pasado directamente hacia la torre es
porque debéis saber lo que ha sucedido en Sachred hace tres días.
Crisaor enarcó las cejas un tanto extrañado, y otro tanto sarcástico.
- No nos debes nada - dijo extrañado -, ¿Has venido a prevenirnos de algo?
- Aunque no seáis más que un hatajo de débiles Magos de la luz, merecéis saber
que Alaón ha regresado.
- ¿Débiles? -Soltó una carcajada Crisaor -, mírate, tú te caerías si te rozara una
brisa.
Los ojos de Melmar se incendiaron. No le gustaba aquel lugar y mucho menos
aguantar los insultos de los que se creían los últimos representantes de la magia.
- No he venido a discutir quien es más poderoso. Debes saber que la torre de
Sachred ha sido destruida por alguien más poderoso que todos los hechiceros juntos de este
mundo. Mientras esté vivo, nadie estará a salvo en todo Cybilin.
Melmar esperó algún cambio en la expresión del Gran superior, pero ante su
sorpresa, este sonrió.
- ¿Tú? - dijo Crisaor burlón.
Melmar se puso en pie casi de un salto y miró enojado a Crisaor.
- Te lo he dicho ya, ¡mi mentor! - dijo con voz poderosa.
Sin embargo Crisaor no pudo contener la risa, y se rió a carcajadas ante la
enojada mirada del mago oscuro. Casi le salían las lágrimas y tuvo que sacar un pañuelo
para limpiarse la nariz.
- Tu mentor, Alaón - sugirió después de pasarse un pañuelo blanco por la nariz.
- Ha vuelto - Melmar tenía una expresión tan sombría, que Crisaor se sintió fuera
de lugar de tanto reír.
- ¿Quién has dicho? - preguntó más tranquilo - veamos, Alaón Mejara esta
muerto desde hace doscientos años. Lo que me estás diciendo es totalmente imposible.
- Lo único que importa es que ha vuelto. Le vi con mis propios ojos.
- Debes cuidar tus siestas Melmar, ¿estás seguro de que no te has aficionado al
aguardiente? Si duermes demasiado, confundirás la realidad con el mundo ficticio.
- Veo que es inútil hablar contigo. Si aprecias en algo este mundo, no te quedes
aquí encerrado y ordena a todos los magos de la luz que se dispersen por el mundo.
Presiento que mi mentor destruirá este templo para equilibrar las fuerzas.
- ¿Me estás sugiriendo que diga a todos que abandonen la paz de este lugar para
vivir expuestos a la maldad exterior? - Crisaor no podía creer lo que decía. ¿Acabar con la
orden por un loco mago oscuro del que no se podía fiar?
- Ashtor - llamó Crisaor -, trae a Melmar unas hierbas. Creo que las necesita.
El muchacho asintió y se perdió detrás de la puerta, que cerró lentamente al
salir.
- Melmar, creo que debes descansar - aconsejó paternalmente Crisaor -. Tu viaje
ha debido ser muy duro. Y espero que no vinieras usando un hechizo, la distancia desde
Sachred hasta aquí es bastante agotadora.
- Vine por la magia, sí - admitió Melmar -. Pero no creas que deliro. Lo que te he
dicho es cierto. Aunque veo que no hay forma de que lo creas. La verdad es que no me
importa, es tu decisión.
- Hace un momento dijiste que era el futuro de Cybilin - dijo suspicazmente su
interlocutor.

100
- Sí, tú haz lo que desees, pero debes avisar a todos tus compañeros, y que ellos
decidan que es lo que deben hacer. Si no lo haces, serás el responsable de su muerte.
Crisaor se quedó mirando a Melmar sin decir nada. En ese momento entró
Ashtor con una vasija de barro entre las manos y la dejó sobre la mesa de su maestro. Hizo
un saludo, y se volvió a ir.
- ¿No tomas el agua de prímulas? - dijo Crisaor con cierta preocupación.
- No me vendría mal pero aun debe estar ardiendo - dijo Melmar -. Necesito
descansar algún tiempo antes de internarme en el robledal.
- No te puedo decir que serás bien recibido en los aposentos de visitas, pues tu
color de túnica no agrada a nadie. Sin embargo, puedes dormir esta noche en mis aposentos.
Ahora bien, no vayas por ahí diciendo lo que me has dicho. Podría cundir el pánico -
bromeó.
- Se lo dirás tú - ordenó Melmar mientras tanteaba el recipiente con miedo a
quemarse -. Aún me temes y sabes que digo la verdad.
- Tranquilo, lo sabrán. Sin embargo aun no logro comprender porque nos vienes
a avisar.
- Necesito el bastón de la torre de alta magia. Vosotros me dejáis reposar aquí y
yo comparto información con vosotros. Considéralo un trueque. Con el bastón en mi poder
estoy seguro de que yo solo me las apañaré para derrotarlo.
- Pero, ¿no me dijiste que él es más poderoso que todos los magos juntos?
Melmar cogió el tazón y bebió su contenido de un trago. Sacó un pañuelo de una
manga, y se limpió los labios con el pulso tembloroso.
- Y lo es… potencialmente - aclaró después de aclararse la garganta.
- Si ahora no lo es - supuso Crisaor -, ¿Cómo supones que destruirá este templo?
- Tiene mucho poder, más de lo que puedes imaginar - dijo Melmar.
- ¿Qué aspecto tiene? - preguntó Crisaor, más para seguirle la corriente que por
miedo.
- No lo sé. Supongo que parece un ser humano - respondió Melmar.
- Bueno, entonces tendré cuidado con los seres humanos - dijo burlón -. Si estás
cansado, creo que deberías ir a dormir. Además, tengo que terminar de examinar las
solicitudes de admisión. Esta tarde vienen a hablar conmigo unos pocos y debo tenerlo
terminado para entonces. No me gustaría rechazar a un erudito en potencia por el hecho de
que no estudie bien sus respuestas.
- Dicho de otra manera: no me crees - siseó Melmar, nada sorprendido.
- Digamos, que confío más en Rastalas que en ti.
Melmar se tomó de un trago la pócima que le habían dado y se levantó con
bastante mejor aspecto que cuando entró, saliendo de la sala. Un momento antes de
atravesar el umbral miró a Crisaor con seriedad. Cuando apartó la mirada sonrió y se
marchó sin decir nada más.
- Ashtor te dirá donde están mis aposentos - voceó Crisaor -. ¡Buf!, Cómo le ha
afectado la soledad. Nunca imagine que un erudito como él se podría volver tan loco.
Cogió la siguiente solicitud, y leyó el nombre, origen y raza.
- Caramba, debo estar contagiado de la locura de ese viejo. ¡Un enano que pide
admisión!

Melmar fue conducido por un pasillo excesivamente iluminado a su habitación.


Se había puesto la capucha sobre la cabeza, y no se fijó en detalles del edificio. Solo veía el
movimiento de la túnica gris del joven discípulo de Crisaor.

101
La túnica le llegaba hasta los tobillos, y de vez en cuando se le veían las
sandalias marrones evidenciando que ese joven había crecido en ese lugar o bien le habían
dado una ropa demasiado corta.
Melmar se sentía reconfortado bajo la tela de su túnica negra. Era agradable el
contacto del terciopelo en su piel. Sobre todo era agradable, porque aquel lugar estaba
demasiado iluminado y el terciopelo negro le protegía de tanta luz. No le hacía daño pero
sus ojos estaban acostumbrados a la penumbra y la luz le molestaba.
Ashtor se detuvo e hizo un gesto con la mano señalando una puerta.
- Aquí es, señor - dijo cordialmente.
- Gracias - respondió Melmar con la misma cortesía -. ¿Cuánto tiempo llevas
preparándote para ser mago?
- Tres años, señor - dijo Ashtor con orgullo.
- ¿Cuál es tu opinión sobre mí? - curioseó Melmar.
Ashtor tragó saliva. No se atrevió a contestar por respeto al erudito.
- No temas - tranquilizó Melmar -, puedes decírmelo con toda confianza.
- No sé que opinar - respondió el aprendiz.
Melmar se encogió de hombros y entro en su habitación. Cuando hubo entrado,
se dio la vuelta y miró al aprendiz.
- Crees que estoy loco, ¿verdad?, pero si yo no regreso de la torre mañana…
jamás llegaras a ser mago.
Ashtor palideció al oír estas palabras.
- Le voy a decir lo que creo de usted, señor - comenzó a decir -, si algo sucediera
realmente en este recinto, creeré que usted trajo el mal. Noto su magia oscura intentando
corromper mi alma.
Melmar sonrió con pesar. Aquella gente no le importaba, solo le molestaba que
no le creyeran. Tantos años de estudio continuo, tantos sacrificios, para luego ser tratado de
loco.
- Así que eso es lo que os enseñan - susurró Melmar -. A desconfiar de los magos
oscuros...
El muchacho hizo un gesto de respeto forzado, inclinando su cabeza, y luego se
fue. Mientras tanto Melmar entró en su oscuro habitáculo y se abstuvo de encender las velas
y lámparas.
- Haces bien - siseó, con una media sonrisa dibujada en los labios cuando el
muchacho ya no le escuchaba.
La cama estaba enfrente de la puerta y a ambos lados había unos pequeños
armarios.
En su cabecera, brillaba un dragón con brillo metálico, una representación de
Rastalas, el dios del bien. Al verlo, Melmar hizo un gesto de desagrado por tener que
dormir junto a la imagen del dios que menos le agradaba. Se quitó la túnica y cerró todas las
ventanas hasta que el cuarto quedó en absoluta penumbra. Aún no había anochecido pero
estaba sumamente agotado. Se dejó caer en la cama y dejó escapar en un suspiro algo
parecido a una plegaria.
- Espero que mañana no me canse tanto como hoy. Ya queda poco para soportar
esta pesada carga - dijo. Antes de dormirse una sonrisa enigmática se dibujó en sus labios.

La tarde y la noche pasó. Melmar tuvo pesadillas y apenas conseguía conciliar el


sueño. Estar reposando en aquel aposento no era ningún descanso, la imagen de Rastalas le
resultaba demasiado desagradable para dormir a gusto. Su cuerpo sudaba copiosamente y
las sabanas se pegaban a su piel como telarañas.

102
A pesar de lo mal que lo pasaba no se sentía con fuerzas para levantarse y solo
abrir los ojos le costaba un terrible esfuerzo.
En sus sueños veía cuerpos mutilados, cabezas cortadas, niños abrasados y
escenas escalofriantes en sus continuas pesadillas, que no le dejaban libre. Parecía haber
entrado en un infierno mucho peor de lo que nunca antes había imaginado. A pesar de
todo, no sentía lástima por aquellos pobres desgraciados que sufrían en sus pesadillas, lo
único que podía lamentar era el hastío y repugnancia ante el espectáculo. Los dragones que
pasaban por su ciudad y la destrozaban sin dejar un solo superviviente, eran comandados
por él. Se veía encerrado en una personalidad tan cruel, que incluso había ordenado a uno
de sus dragones que matara a otro que le había fallado. Todo eso eran sus sueños habituales
y ya nada le horrorizaba. En el pasado deseó con todo su corazón dominar el mundo,
tenerlo bajo su mando y no le importaba si para ello debía masacrar a los que no le eran
fieles u obedientes. Su diosa Minfis era su inspiración y ella era la que le daba todo su poder
mágico. Pero ella desapareció y tuvo que implorar a Alastor que le concediera su poder
oscuro de ultratumba. Había estado recluido en Sachred demasiado tiempo, lo justo para
trazar planes, estudiar gobernantes y encontrar sus puntos flacos. Ahora ya sabía cómo
dominaría el mundo y su paso por esa torre de la luz era el primer escalón.
Lo que veía en sus sueños eran experiencias que jamás antes había vivido,
probablemente sus futuros pecados, pero parecía tan real, tan terroríficamente cruel, que el
máximo miedo que tenía era que llegara el día que presentía y que su conciencia le
atormentara.
En aquel sueño enfermizo, el panorama de destrucción se convirtió en un campo
de batalla repleto de cadáveres de hombres, elfos, enanos y dragones. Pero no eras
cadáveres normales, eran cuerpos animados por la magia, centenares de zombis, miles de
zombis... Solo había una criatura viva en aquel desolado paraje. Era un hombrecillo de
menos de medio metro de estatura, que elevaba un bastón al cielo en actitud de victoria.
El bastón era cuatro veces mayor que el hombrecillo, y le resultaba muy familiar.
Era el bastón de Alaón, que brillaba con un color amarillento.
Aquel hombrecillo caminaba hacia Melmar; este no podía moverse, solo temía
que aquel personaje le apuntara con aquel bastón. Sus temores se cumplieron, el
hombrecillo dirigió el bastón hacia él y un resplandor blanco le hizo salir del extraño sueño.
A pesar de verse de nuevo aprisionado por las sabanas, no fue capaz de
levantarse, una nueva pesadilla le tragó sin que pudiera asimilar la anterior. Ya no se sentía
poderoso, no recordaba ningún hechizo, no podía concentrarse, no podía negarse a avanzar
por aquel barrizal que ahora veía.
A su lado iba un enano, que le miraba y sonreía. No recordaba de qué le conocía,
pero le resultaba tremendamente familiar. Era como si le conociese de toda la vida.
Caminaban por aquel camino pringoso, con la intención de llegar a la casa de un
amigo. El enano le habló de su mujer y de sus dos hijos. Se sentía feliz junto a él, y no se le
pasó por la cabeza que aquello no fuera real.
Llevaban detrás un carromato guiado y arrastrado por dos bueyes, y sobre el
montón de paja iba un anciano de barba cana, con tintes pelirrojos. Era Travis, su viejo
amigo semielfo.
El cielo se oscureció y Melmar invocó sus más terribles poderes. El enano le miró
asustado, y Travis bajó del carromato de un salto y le preguntó por lo que se disponía a
hacer. No le respondió, lanzó sobre sus dos amigos una enorme esfera de fuego, y vio como
sus rostros se abrasaban por el calor.
- ¡Noooooo! - gritó mientras levantaba la cabeza de la almohada
precipitadamente.
Miró a su alrededor, y en principio sus pupilas se vieron deslumbradas por la
luz que entraba por la ventana que alguien le había abierto, dejándole cegado.

103
- Ashtor, ven - dijo Crisaor. Estaba sentado en una silla, con un trozo de
pergamino en las manos y había leído algo interesante en él.
El joven discípulo se acercó, y se arrodilló frente a él.
- Lee el segundo párrafo - dijo Crisaor mientras le daba el pergamino.
Ashtor cogió el escrito, y lo leyó. En principio no supo lo que significaba, solo
enarcó las cejas y cayó.
- Lee en alto por favor - pidió Crisaor.
- " No todo lo que es negro, tiene que ser de ese color, es posible que haya tanta oscuridad
a su alrededor, que lo que se vea sea solo el entorno".
- ¿Comprendes su significado? - preguntó Crisaor, al ver la expresión de
extrañeza de Ashtor.
- Supongo que significa que para ver…
- ¿Supones? - interrumpió el maestro.
- No estoy seguro, maestro - reconoció Ashtor.
- Solo tienes que decir lo primero que pensaste al leerlo - dijo con voz sosegada el
erudito -. Debes sentir tu instinto.
Ashtor tragó saliva y guardó silencio un instante.
- Pensé que quizás nuestra orden no sea realmente blanca. Que es posible que el
color de nuestras túnicas impida el paso a la verdadera luz.
Crisaor se sorprendió ante estas palabras.
- ¿Qué quieres decir? - Preguntó, molesto.
- Nada maestro, solo lo primero que me vino a la cabeza - se avergonzó Ashtor.
La puerta de la pequeña sala crujió por dos débiles golpes.
- Que sucede - dijo Crisaor con voz fuerte.
La puerta se abrió, y entró un individuo ataviado con la misma túnica gris que
vestía Ashtor.
- El Mago oscuro solicita vuestra audiencia - dijo el individuo.
- Déjale entrar, Dekell.
Ashtor regresó a su silla y se sentó. Dekell desapareció tras la puerta y poco
después entró Melmar.

- Buenos días - saludo con ligereza Crisaor -. ¿Has descansado bien?


- Veo que no me hiciste caso - dijo Melmar -. Créeme que no me conviene que
este templo de Rastalas sea destruido. Muchos de los que aquí aprenden la alta magia
podrían desear ser magos oscuros, y ahora ya nada me impide formar discípulos oscuros.
Con la destrucción de la torre, Alaón me liberó de vuestro castigo.
La mirada del aprendiz Ashtor se clavó en el suelo como si algo que había dicho
Melmar le hubiera interesado especialmente y quisiera disimularlo. Este gesto no le pasó
desapercibido a Crisaor.
- ¿Para qué deseas el bastón de Alaón? - preguntó Crisaor.
- Él irá a buscarlo y si lo encuentra será el fin de todos los tiempos.
- Razón de más para que custodiemos la torre - se burló Crisaor.
- Juro que cuando recupere el bastón y destruya a Alaón, te lo daré como prueba
de mi confianza. No lo deseo poseer.

104
- ¿Para que quiero yo ese bastón maligno? Además, recuerda que hay un
espectro custodiando la puerta para toda la eternidad. No te dejará entrar. Suponiendo,
claro, que consigas atravesar ese bosque atestado de espectros.
- Yo ya he hecho mucho mal a este mundo - dijo Melmar -. Por eso he de
sacrificarme para salvarlo. Tan pronto como lo consiga ejecutaré un conjuro con el que
podré destruir desde la torre a Alaón. Para ello voy a tener que sacrificarme ya que es un
conjuro que requiere un gran pago - las palabras de Melmar maravillaron a Crisaor. Parecía
que el escrito que acababa de leer, hubiera sido un presagio de lo que estaba sucediendo. El
Mago oscuro quería hacer algo bueno.
- Pero si te sacrificas, ¿quién cogerá el bastón? - preguntó Crisaor.
- Necesito que uno de los túnicas bancas me acompañe - dijo Melmar con cierto
desagrado.
- ¡Se hizo la luz! - voceó Crisaor -, ya me parecía extraño que nos avisaras de una
supuesta catástrofe sin pedir nada a cambio.
El erudito de blanco sonrió en contraste con la expresión sombría de Melmar.
Aquello debió ser para él una gran humillación.
- Voy a ir ahora - dijo Melmar -. Haz que me acompañe uno de tus magos
blancos y será la última vez que me veas.
- No puedo permitir que uno de mis hermanos arriesgue su vida por un mago
oscuro - dijo disgustado Crisaor -. Sin embargo, Ashtor puede acompañarte.
El muchacho levantó la mirada sorprendido y asustado.
- Pero señor, ni siquiera me he presentado a la prueba. No he estudiado
suficiente tiempo.
- El tiempo no tiene importancia - interrumpió su maestro -. Si no te atreves a
acompañarle, lo comprenderé pero mañana recogerás tus pertenencias y te irás de este
templo para siempre. ¿Has olvidado la principal regla de nuestra orden?
- ¿Obediencia?
- Veo que algunas cosas las entiendes a la primera.
Ashtor tembló. No podía dejar escapar el sueño de su vida. Quería ser mago. Si
quería llegar a serlo algún día, debía acompañar a Melmar.
- No necesito a un niño - se molestó Melmar -. Necesito a alguien que sepa
caminar entre espectros, sin echarse a correr y que sepa defenderse de sus embrujos.
- Solo necesitas que sepa cerrar la mano sobre el bastón y se lo lleve - gruñó
Crisaor.
- También necesito que sepa salir de la torre con el bastón y lo traiga hasta aquí -
sermoneó Melmar -. Luego debéis esconderlo donde nadie más pueda encontrarlo.
- No temas, está preparado - dijo confiadamente Crisaor -. Pasó dos meses en
solitario en un bosque embrujado. Si no supiera defenderse de los espectros, ahora estaría
muerto.
- Aun no me ha enseñado ninguna forma de defensa, ni ataques - replicó el
muchacho -. Solo me ha hecho leer textos inútiles, e interpretarlos.
- Ashtor, ¿me has levantado la voz? - preguntó Crisaor, estupefacto.
- Perdón señor, no fue mi intención.
- Está bien, está bien. Te digo que estas preparado. Y si sales de ese bosque con el
bastón de Alaón en la mano, podría hablar en el consejo a tu favor y puede que te concedan
el título de mago. Esta será tu Prueba de hechicería.
- Si no muere en el intento - susurró Melmar, sombrío. Era perfectamente
consciente de que era la única ayuda que podría conseguir.
- Bien, decídete chico - dijo.
Ashtor tenía tanto miedo que no se atrevió a decir que sí. Sin embargo, prefería
morir junto a Melmar que ser desterrado de la orden.

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- Señor, confío en vuestra palabra y es posible que esté preparado, pero debe
comprender mi punto de vista. Hay otros aspirantes, que llevan más de diez años
preparándose y esperando que les den una oportunidad. Ellos conocen cientos de hechizos,
yo no. No puedo entender por qué me pide a mí que me adelante a todos ellos.
- Ashtor, una de las pruebas que debes superar es esa inseguridad que siempre
me estás demostrando. La única forma de que desaparezca, es que hagas algo importante y
rompas todos tus miedos. Si dejas que se aletarguen, tarde o temprano volverían a aparecer
cuando creías haberlos superado.
El joven agachó la cabeza, y reflexionó. Realmente quería superar sus miedos, así
que no lo pensó más.
- Está bien, iré - dijo con resignación -. Supongo que al ir acompañado por
alguien tan poderoso, no será muy arriesgado.
- Jovencito, yo solo te acompañaré hasta la puerta del laboratorio, luego tendrás
que salir solo - avisó Melmar.
- Saldré, pero ese bastón estará en mi poder. Según la leyenda, el que lo posea
será el Amo del Tiempo y se convertirá en el señor de la torre.
Melmar sonrió al descubrir en él cierta ambición. Sabía que eso le podría
conducir a ser un Mago oscuro. Sin embargo, dudaba del éxito de la empresa con tan
inexperta compañía.
- Siempre y cuando, llegues - recordó Crisaor.
Melmar se dio media vuelta, y se fue. No confiaba en Crisaor y no le dijo nada
más. Ya había perdido mucho tiempo y debía entrar en el robledal.
- Espera - dijo Crisaor .
Melmar se dio la vuelta y miró a Crisaor sonriente.
- No temas, muchacho, el temor apresura la muerte.
El erudito de azabache desapareció por la puerta y Ashtor le siguió. La cerraron
tras sus pasos y Crisaor quedó solo y pensativo.
- ¿Que tramará?, Un nigromante nunca da su vida por nadie - meditó unos
segundos más Crisaor. En su rostro se dibujó una leve sonrisa -. No importa, va a morir en
el robledal sin llegar al bastón.

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8

EL SACRIFICIO

La puerta de acceso al Robledal era dos veces más alta que Ashtor, el cual dejaba
a Melmar por debajo de sus hombros. A pesar de tener unos veinte años, era alto y robusto.
Tres guardias, custodios del templo, tuvieron que empujar la enorme puerta de
madera. Tras grandes esfuerzos, lograron entreabrirla lo suficiente para que Melmar y
Ashtor pudieran pasar.
Los Magos de la luz se habían reunido en la gran mesa de la prueba, por lo que
solo le vieron salir los aspirantes, que animaban a Ashtor. Nadie le envidiaba ya que el
hecho de ir con ayuda multiplicaría los problemas que los ancianos del consejo iban a
poner. Además, todos dudaban de la capacidad de defensa de Melmar.
Ambos se internaron en el robledal. Afortunadamente, la región que lindaba con
la muralla, no tenía espectros vagantes porque la oscuridad no era tan densa en la lejanía de
la torre.
- Muchacho, espera - apremió Melmar al ver el ritmo al que iba Ashtor.
- ¿Ya está cansado?- se burló el joven.
- Calla insensato - regañó Melmar -. Si no nos compenetramos, ninguno de los
dos llegará al laboratorio. Escucha y, ¡por todos los dioses!, no oses llevarme la contraria.
- Hable - dijo Ashtor más respetuoso.
- Quiero que vacíes tu mente de todo tipo de pensamientos - comenzó a decir
Melmar -. Cualquier cosa que pienses, puede dar la clave al consejo, para acabar contigo.
Supongo que si Crisaor cree que estarías preparado, es por que eres…
- Sí, no se preocupe, soy capaz de hacerlo - interrumpió Ashtor.
- Será mejor que me tutees, de ese modo nuestra distancia espiritual será más
corta, no me gustaría que me mataras por creer las mentiras que te harán creer sobre mí -
pidió Melmar.
- De acuerdo, señor… esto, Melmar - dijo el muchacho sonriendo.
El elfo oscuro, continuó caminando pesadamente, apoyando el bastón con
torpeza. Ya empezaba a sentir el influjo de los hechiceros.
Pronto las raíces de los robles eran tan altas que los dos compañeros cabrían bajo
sus raíces sin agachar la cabeza. Aun entraba con bastante libertad la luz del sol, y el bosque
no inspiraba ningún miedo. Sin embargo, el entorno era lo de menos. Ambos luchaban por
no pensar en nada, ni de sacar a relucir sus temores ni defectos.
Los hechiceros tentaban a Ashtor hablando telepáticamente con él para que les
contestara. Le hacían preguntas que podían ser confusas en su mente.
« ¿Qué hago yo aquí?»

108
Resultaba difícil distinguir si era él mismo quien lo pensaba o bien si eran los
magos.
« ¿Qué pensaría mi hermano si me viera aquí metido?».
«No se lo creería».
«No, no debo pensar en nada»
«Pero, ¿por qué he de hacer caso al elfo oscuro? ¿Desde cuando los nigromantes
son de fiar?».
- Ashtor, debemos ser uno - recordó Melmar como leyendo sus pensamientos.
- Sí, resulta difícil resistirse - se quejó Ashtor, avergonzado por no saber si era él
quien desconfiaba o estaba siendo influenciado por los magos de la luz.
Melmar se dio la vuelta y se apartó la capucha. Sus facciones elfas salieron a la
luz, pero con expresión de enfado.
- Jamás reconozcas tus debilidades, ahí es donde ellos quieren llegar. Debes ser
fuerte ahora, ya que cuando los espíritus errantes se acerquen a nosotros, será doblemente
difícil no pensar en nada.
Se habían internado tanto y Ashtor se había preocupado tanto por no pensar en
nada, que ahora se sorprendió al ver que Melmar iluminaba el entorno con una antorcha y
no sabía cuándo la había encendido. Ni siquiera se había dado cuenta de que la luz del sol
había dejado de llegar a sus retinas.
- Tienes razón - dijo más calmado -, en realidad cada victoria me da más fuerzas
para continuar. Aunque supongo que también cada derrota supone un riesgo mortal.
Entonces vio en el rostro de Melmar un gesto que jamás había visto en él y jamás
se habría imaginado que le vería hacer. Sonrió y su rostro pareció menos terrorífico. Parecía
un entrañable viejo elfo en quien podía confiar, los rasgos de esta raza eran llamativos,
normalmente, que solían ser mucho más perfectos que los humanos. De ahí que las elfas
fueran prácticamente diosas para personas como Ashtor, que cada vez que se había cruzado
con una se había estremecido por su perfección. Melmar tenía una nariz recta, ojos grandes
y alargados, cejas muy pobladas y su rostro barbilampiño no conseguía evitar que pareciera
viejo por las profundas arrugas que rodeaban su boca, nariz y ojos. Su pelo era gris, liso y le
caía hasta más abajo de los hombros. Si tuviera que calcular su edad a simple vista habría
tenido que rendirse ya que pocos elfos llegaban a ese estado de vejez. Muchos podían pasar
de los trescientos años y se mantenían jóvenes.
- No debes confiarte - avisó el elfo.
La breve parada no duró mucho, pero el frío reinante se introdujo en la sangre
de ambos y empezaron a tiritar instintivamente. Esa oleada era signo inequívoco de que los
espectros se acercaban. Además se oían susurros y silbidos ocasionados por el viento y sus
heladas ráfagas hacían estremecer a Ashtor.
- No creí que en esta época del año fuera a hacer frío - se quejó el aspirante.
- Esto es un robledal encantado. Lo que aquí sucede no tiene nada que ver con lo
que has visto en otros lugares normales - aleccionó Melmar.
La oscuridad se hizo más espesa. Apenas alumbraba la luz de Melmar. Además
parecía como si miles de ojos les mirasen. Se oían respiraciones tan arrítmicas y enfermizas
que Ashtor se acercó a Melmar hasta rozar su túnica con la del erudito.
- ¿Quiénes son? - preguntó Ashtor sin poder evitar que le temblara la voz.
Melmar no respondió, ya que supuso que lo sabía. Continuaron a la misma
velocidad que cuando se internaron, pero cada vez había más raíces en el suelo que le
hacían tropezar constantemente. Las respiraciones parecían regocijarse cada vez que uno de
ellos demostraba esos momentos de debilidad. Ashtor creyó que de momento no harían
nada, pero pronto comprendió que mientras Melmar portara la luz de su antorcha no se
acercarían a ellos.

109
Ante este descubrimiento, Ashtor se arrimó tanto al mago, que éste se asustó al
sentir su contacto.
- Ashtor - dijo Melmar -, deberías coger otra antorcha.
Aunque en el aviso no se distinguía ningún temor, el muchacho no se atrevió a
alejarse de Melmar y no hizo caso. Melmar se detuvo y miró por el suelo. Sacó su daga, y
cortó una raíz lo suficientemente larga.
- Toma - dijo -, enciéndela.
- ¿Cómo? - protestó Ashtor.
- Di: shirak slarek. Mientras piensas en lo que deseas que ocurra. Vamos, no
puedo creer que no te enseñaran ni a hacer fuego.
Ashtor cogió la antorcha y la apretó con fuerza, consciente de que no podía
decirle al viejo elfo que no sabía ni un solo conjuro. De hecho, en su tiempo de estancia en la
torre, empezó a dudar que su maestro supiera hacer magia que no fuera mental.
- «shirak slarek» - dijo Ashtor con vehemencia. Sin embargo, la antorcha no
encendió.
- Debes decirlo con la mente y la garganta al mismo tiempo. Shirak significa Luz,
y slarek encendida. Debes pensar únicamente en ese palo y donde deseas que aparezca la
llama. Todos tus sentidos deben estar consumidos por tu concentración.
Ashtor asintió, y miró a la antorcha fijamente. Después de un momento, repitió
el corto hechizo: «shirak eslarek».
La esperanza de Ashtor se truncó al ver una simple chispa que no prendió.
- Tienes que decir las palabras exactas - dijo Melmar -. No es "eslarek", es
"slarek".
Ashtor sonrió, confiando en que por fin aprendería un conjuro, volvió a
concentrarse. Sin embargo una garra apareció bajo sus pies, y agarró su túnica marrón
haciéndole perder el equilibrio.
- ¡Cuidado! - gritó Melmar al ver que caía de bruces.
Demasiado tarde. Ashtor cayó y por entre las raíces entrelazadas surgieron más
de una docena de manos descarnadas que agarraron al muchacho por todo su cuerpo. Estas
le apretaron tanto que tuvo que chillar de dolor.
Melmar le cogió de la mano, y tiró de él. Las manos putrefactas apretaron tanto
la piel de Ashtor, que se le clavaban provocando hilillos de sangre. Cada una trataba de
arrancar el miembro que tenía agarrado. Su contacto era más helado que el hielo y
absorbían la vitalidad de Ashtor.
- «shirak slarek» - pronunció Ashtor al borde del desfallecimiento.
Melmar continuó tirando de su mano, cuando un par de garras le aprisionaron
los pies, y empezaron a enterrarle entre las raíces.
Uno de los robles chisporroteó. Después prendió una gran llama y todas sus
ramas crujieron por el gran fuego ocasionado.
Todos los espíritus que tiraban hacia el interior de la tierra crisparon como si el
fuego les quemara a ellos. Ya no reinaba la oscuridad, ahora la enorme antorcha iluminaba
todo y los espectros desaparecieron en el interior de las hojas muertas del suelo.
Ashtor quedó tendido en el suelo respirando con dificultad. Aún notaba sus
miembros adormecidos y doloridos por los punzantes dedos de hueso. Melmar había
quedado enterrado hasta las rodillas entre las raíces y trató de desenterrar los pies. A pesar
del calor del fuego mágico, el árbol no se estaba consumiendo ni el fuego se expandía.
Ashtor se incorporó pesadamente y se frotó el brazo izquierdo. Una de las garras
le dejó cuatro surcos sanguinolentos, pero sin haber hecho herida abierta. A pesar de todo,
lo tenía entumecido, al igual que el hombro y las rodillas y los tobillos.
- Melmar, ¿cómo lo he hecho? - dijo orgulloso.
El elfo oscuro no contestó, continuó temblando, y mirando sus rodillas.

110
- Melmar, ¿Estás bien? - se preocupó Ashtor.
- Ayúdame a salir - gimió Melmar, incapaz de sacar los pies del suelo.
El joven le cogió por debajo de los hombros, y empujó hacia arriba. En principio
no le costó demasiado esfuerzo levantarle, pero poco había logrado sacar, cuando se
enganchó y por más que tirara hacia arriba, no lograba liberarlo.
- ¿Qué rayos pasa? - se preocupó Ashtor.
- ¡Corta! - gimió Melmar con unos temblores que hacían estremecer a Ashtor.
- ¿Cortar?, ¿Cortar qué? - Replicó espantado.
- No puedes hacer… - Melmar cogió aire difícilmente -, otra cosa… Córtame las
piernas. Me siguen agarrando y no me soltarán hasta que me hayan consumido todas las
fuerzas.
Ashtor palideció al oír al elfo oscuro.
- ¿Pero qué dices? Acaso esperas que te vaya a arrastrar hasta la torre. No puedo
hacer eso… y mucho menos, dejarte inválido.
Continuó tirando hacia arriba, pero cada tirón hacía sufrir a Melmar mil
tormentos. Los ojos del joven se enturbiaron por las lágrimas.
- Juro que te sacaré las…
- ¡No…! No jures nada que no puedas conseguir - gritó Melmar con las fuerzas
justas.
Ashtor se concentró. No le dio importancia al consejo de Melmar, e intentó un
último recurso.
- «shirak slarek» - al mismo tiempo tiró hacia arriba con fuerza.
Se había concentrado en el obstáculo que impedía que pudiera sacar los pies. Era
preferible causarle quemaduras al viejo mago que tener que cortarle los pies por debajo de
la rodilla.
El tirón tuvo éxito y logró extraer los pies hasta los tobillos. Luego siguió tirando
de él y consiguió liberarle por completo.
- En pie rápido - urgió el chico, mientras se incorporaba -. Venga, no te quedes
ahí, levanta.
Entonces Ashtor vio el estigma de las mandíbulas de los espectros en las piernas
del erudito. Tenía la marca de unos dientes en su amoratada piel de la que manaban hilos
de sangre abundante. Habían estado a punto de arrancarle el pie de un mordisco y daba la
impresión de que solo seguía unido a su pierna por los huesos y tendones. Además el
erudito apenas respiraba. Estaba tan pálido, que parecía muerto. Sudaba excesivamente, un
sudor helado; mortecino.
- Dime algo - suplicó Ashtor -. No puedes morir ahora, debes llegar a la torre.
Los párpados del elfo temblaron. Aún no había muerto.
- Coge la daga de mi manga derecha… - susurró -, y sácame el veneno de las
piernas. Espero que sepas…
No pudo continuar. La respiración se le aceleró por el esfuerzo y volvió a quedar
inmóvil, aunque con un leve movimiento de los pulmones.
Ashtor hizo lo que le pidió y le hizo cortes en la piel. Succionó con la boca en
todas y cada una de las heridas escupiendo después el ácido veneno. Tenía un sabor
nauseabundo. El contacto de la piel era frío. Indudablemente, aquello no era sangre.
Escupió todo lo que succionó, hasta que en lugar del negro líquido apareció la sangre.
El color de las heridas cambió, ahora era mas amoratado, pero con un color
rojizo. El cuerpo de Melmar comenzó a recuperar su calor, pero a pesar de todas las
mejoras, no parecía capaz de recuperarse en breve.
«Quién iba a decir que me iba a preocupar por un Mago oscuro». Pensó Ashtor. «Al fin
y al cabo, vine aquí por él. Si tuviera que continuar solo, supongo que no duraría mucho. Aunque
ahora no me está ayudando demasiado. Una cosa debo admitir, es un gran maestro. He aprendido a

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hacer fuego en una sola tarde. Mucho más de lo que me enseñó Crisaor en todos los años que llevo
aquí».
Miró el enorme árbol en llamas y se sorprendió de que el fuego no se hubiera
propagado a los árboles próximos. Todo lo contrario, parecía apagarse poco a poco, como si
él frió fuera más poderoso que el fuego o el efecto del conjuro de fuego estuviera perdiendo
fuerza.
- Melmar, será mejor que despiertes - dijo asustado -. Debemos continuar, las
llamas del árbol se extinguen.
El elfo abrió los ojos. Eran negros como la oscuridad y provocaron tal susto a
Ashtor que se alejó de él lo máximo posible.
El elfo se puso en pie sin ningún esfuerzo y caminó sonriente hacia Ashtor con
los brazos dirigidos hacia él. Algo se había apoderado del cuerpo del elfo, su expresión era
aterradora. Ashtor se volvió y corrió con todas sus fuerzas hasta la torre de magia.
«Necesito una antorcha» - se dijo, a medida que se internaba en la opaca oscuridad
-, «no sobreviviré demasiado sin ella».
Pero era ya demasiado tarde, se había internado en las tinieblas y, entre él y la
luz del árbol, estaba Melmar con los brazos levantados, como queriendo abrazarle con esa
sonrisa diabólica dibujada en su rostro. A pesar de las heridas de las piernas, caminaba con
bastante agilidad por encima de las raíces.
- ¿Qué te ocurre? - preguntó sin esperar que volviera a ser el mismo.
«Necesito una antorcha» - volvió a resonar en su mente. La única forma de
conseguirla era en aquel resplandor o consiguiendo una nueva.
- ¡No debo pensar en nada! - gritó enfadado consigo mismo.
Echó a correr hacia la espesa oscuridad, tropezando constantemente con raíces y
troncos. Ahora sentía más cerca que nunca las miradas codiciosas de los espectros. La única
cosa que Ashtor veía en su loca carrera, eran los ojos amarillentos de todos los espectros que
le seguían como las estrellas del cielo.
Entonces cayó en la cuenta de su terrible error. Había dado a los hechiceros la
clave para acabar con él. Había pensado: «Si tuviera que continuar solo, supongo que no habría
durado mucho».
Continuó su alocada carrera por la oscuridad, hasta que calló de bruces contra
las raíces diabólicas. Tan pronto como pudo, intentó incorporarse, pero los espectros de la
noche estaban encima de él.
- Sangre caliente - dijo uno de ellos inexpresivo -. Sed, hambre…
Los demás espectros sisearon, dejando ver en sus ojos luminosos el placer
anticipado de succionar el calor de Ashtor.
- No me obliguéis a enfadarme - dijo Ashtor mientras se levantaba con
dificultad, a causa de sus heridas en las piernas y en los brazos.
- Sangre, vida - dijo otro espectro. Este se pegó a su pecho y el joven notó que el
frío se le metía en la sangre como agujas de hielo.
En ese momento, sintió el contacto glaciar de un espectro por la espada, y saltó
hacia delante esquivando los ojos flotantes que tenía delante. Sin embargo, no logró
liberarse del atacante, que siguió succionando y consiguió que el dolor frío de la espalda
pasara a ser insensibilidad y quemazón por el resto del cuerpo.
- «Shivar slaker»- dijo Ashtor mientras se restregaba la espalda contra un árbol.
No recordaba el hechizo, sabía el sonido, pero no exactamente.
Mientras, parecía que había logrado librarse del espectro de la espalda, pero no
lo supo con certeza, pues no sentía nada.
Tres pares de ojos se le acercaron frente a él, y Ashtor intentó saltar y apartarse,
pero uno de los espectros subterráneos le había agarrado el tobillo derecho.

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- «Shirak snarek», «shivar slarek»… - los tres espectros absorbieron su esencia,
mientras Ashtor trataba de librarse casi sin fuerzas, ya que apenas podía moverse. Solo
sentía un terrible frío recorriéndole todo el cuerpo y que su vida se escapaba por todos sus
poros.
Aun luchó unos momentos, sin perder la esperanza de que lograría salir, si tenía
suficiente coraje.
«Ashtor, no estabas preparado para la prueba», no supo si lo pensó él o por el
contrarió una voz telepática. «Tenías demasiadas ideas, te habrías convertido en un Mago oscuro».
Ahora reconoció la forma de explicar la situación. Su propio maestro le había conducido a la
muerte, por miedo a su futuro. Le temía por lo que podría llegar a ser.
La furia le consumió, deseaba matar a Crisaor, aunque ya era demasiado tarde.
O quizás no, ya no sentía que su vida se marchara de su cuerpo. El fuego del odio no podían
consumirlo los espectros. Abrió los ojos, pero vio lo mismo que si los hubiera mantenido
cerrados. Sin embargo, ya no estaban los espectros.
El pie derecho no lo sentía, así que se lo palpó con la mano derecha. También el
espectro subterráneo le había dejado libre. Ahora se encontraba sentado o medio tumbado.
Sentía el pie izquierdo, y trató de ponerse en pie. Consiguió levantarse, apoyando la espalda
contra un tronco.
Entonces aparecieron un par de ojos flotantes a menos de un metro.
- Levántese - dijo el espectro.
- ¿Por qué me habéis liberado?- preguntó confuso. Por alguna razón, ese espectro
no parecía querer atacarle
- Órdenes de mi maestro - respondió el espectro -. Sssígame.
Los ojos se alejaron, y con la tenue luz que emitía, logró ver el suelo. Al principió
caminó cojeando, ya que supuso que el pie derecho estaría roto o algo peor. Poco a poco, la
sensibilidad le retornó a todo el cuerpo, con una fuerte quemazón y pinchazos.
El espectro continuó avanzando por entre los árboles y Ashtor se frotó las partes
de su cuerpo afectadas. Se preguntó quien sería su maestro y qué quería de él. Era
imposible que los Magos de la luz le hubieran salvado, ellos le querían muerto. Ahora ardía
en su corazón la llama de la cólera.
Los orbes luminosos se alejaron y, cuando Ashtor los siguió, los perdió de vista.
El espectro había desaparecido, pero ante él había una reja metálica de color negro. Estaba
entreabierta y solo tenía que empujarla para penetrar en el recinto.
La luz del Sol llegaba a esa parte del robledal con extrema debilidad y vio que
detrás de la reja metálica estaba la gran torre de Alta Magia de Tamalas. La rodeaban
edificios viejos, medio derruidos y abandonados.
Al fondo se veía la torre negra elevándose hacia el cielo como un monolito
gigantesco. Se decía que era fruto de oscuros conjuros y había surgido del suelo, desde las
mismísimas simas del infierno. El robledal que acababa de atravesar había permanecido allí
incluso desde mucho antes del cataclismo. Los huracanes, las fuertes tormentas, las
inundaciones, los incendios que habían asolado a todo Cybilin hacía más de seiscientos
años, no afectaron en absoluto a la tenebrosa arboleda.
Empujó la pesada verja metálica y sintió el frío de sus barrotes en sus manos.
Estaban deteriorados por el tiempo y aunque cada barrote tenía el grosor de dos dedos, el
óxido era tan denso que parecían barrotes de un extraño metal negro medio derretido y
congelado.
Caminó hacia la torre y se fijó en las antiguas construcciones de piedra y madera
que había antes de llegar a la mole oscura. Esas casas estaban atestadas de telarañas y el
tiempo había sido el que las había echado abajo. Los tejados habían cedido y lo único que
quedaba en pie eran las paredes y algunas vigas que cruzaban las casas. Unas vigas que

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probablemente se partirían con el peso de un perro escuálido por la putrefacción y la
humedad.
Cuando volvió a mirar hacia la torre, vio que alguien le esperaba en la puerta y se
había tomado muchas molestias para que llegase vivo a la torre. Era un hechicero oscuro.
Caminó hacia él y éste no le esperó, se metió en la torre con lentitud y reconoció
por sus andares que ya había visto antes a ese hombre.
Llegó a la puerta y la empujó con fuerza. Era una inmensa hoja de madera y
acero dos veces más alta que él. Cuando entró vio un pasillo oscuro que terminaba en una
sala circular. A ambos lados del pasillo había puertas cerradas que no se atrevió a abrir. En
la sala del fondo se veía un poco de luz de modo que pensó que la figura de negro debía
encontrarse allí.
La sala a la que llegó no tenía techo. Una escalera la rodeaba y se perdía en las
alturas, ocultándose en la impenetrable oscuridad. Se sintió aliviado de no tener que subir
ya que una de las habitaciones que daban a esa sala circular tenía luz y supo que debía ir
allí.
Del interior de la sala venía un calor reconfortante y la luz procedía de la
chimenea.
- Ashtor, entra - dijo una voz desde el oscuro sofá que había frente a la chimenea
-. Veo que estás cansado. Por favor, siéntate, y toma una copa de vino.
El muchacho entró cojeando, y se sentó en la silla que el personaje le ofrecía.
Cogió la copa que había encima de la mesilla y la vació de un trago, con avidez.
Dejó la copa sobre la mesa e intentó penetrar la oscuridad que cubría el rostro de
su anfitrión. No pudo ver nada por lo que dedujo que algo negro le cubría la cara. Se miró el
brazo izquierdo, y abrió los ojos de golpe al descubrir que sus heridas habían desaparecido.
- ¿Quién es usted? - preguntó cortes -. Su voz me resulta familiar, pero no logro
relacionarla con nadie.
- Perdón Ashtor - dijo mientras de apartaba la capucha de la cabeza y la
oscuridad de su rostro se disipó dejando al descubierto sus facciones -, estaba tan bien en
esta oscuridad que me olvidé de que no me veías.
Eran unas facciones elfas, iguales que las de Melmar, pero bastante más
favorecidas que la última vez que le vio. Si no le hubiera visto morir pensaría que era él.
Al ver que el muchacho aun no lograba reconocerle, el elfo se presentó.
- ¿Te has olvidado que viniste para acompañarme? Soy Melmar.
- No puede ser, te he visto muerto, y vi como un espíritu se había apoderado de
tu cuerpo. ¿Cómo has conseguido liberarte?
- Yo no te he acompañado - dijo Melmar -, solo entré en el robledal contigo.
Luego desapareciste, y no te volví a ver. En cuanto llegué, ordené a todos los espectros que
te dejaran tranquilo, y le dije a uno que te guiara a la torre.
- ¿Fuiste tú quién me dijo que no pensara en nada?
- Sí, supongo que te lo habría dicho. Sin embargo no fui yo.
- ¿No me enseñaste a hacer fuego con un conjuro?
- Me temo que todo eso forma parte de una ilusión.
- ¿Cómo sé que tú no eres la ilusión?
- No lo sabes - aleccionó el elfo.
- Tardaste demasiado en ordenar a los espectros que me liberasen. Creí que
moriría - dijo Ashtor aun maravillado por la asombrosa curación de sus heridas.
- ¡Oh!, Vamos. Los espíritus del robledal matan, pero tardan horas en acabar con
un ser vivo. Disfrutan haciendo sufrir. Supongo que te liberaron cuando te sentías
insensible. Tuviste mucha suerte. Lo que se siente después es como si te arrojaran a un mar
de llamas. Sientes que tu piel se endurece por el fuego y luego te la desgarran sin ninguna
piedad.

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Ashtor se estremeció, y realmente agradeció a los dioses su buena fortuna.
Sin embargo, desconfió del elfo.
- Bien, bueno - comenzó a decir el joven -, vinimos a buscar el bastón, ¿no? A qué
esperamos.
- Sencillamente - dijo Melmar -, en realidad no vine a buscar ningún bastón. El
bastón de magia de Alaón lleva trescientos años vagando por el mundo.
- ¡¿Cómo?!
- Como lo oyes. Alaón se lo dio a Tamir, su sobrino, cuando éste le liberó del
abismo - explicó Melmar -. Tamir realizó muchas hazañas en el pasado portando el bastón
de Melendil. Deberías leer más sobre historia de la magia. Era el hijo de Helgan Mejara; Es
decir, uno de sus seis hijos.
» Aquellos si fueron tiempos prósperos para la magia. Las escuelas no daban a
basto para enseñar el arte y, probablemente, vivimos los mejores magos de la historia en la
misma época.
- Si no vinimos a buscar el bastón, ¿a qué rayos hemos venido? - Dijo Ashtor,
encolerizado.
Melmar miró con sus ojos élficos a Ashtor, y sonrió mientras parecía conocer
hasta el último de sus pensamientos y sentimientos.
- Paciencia, muchacho. Bebe, es un vino de más de cuatrocientos años.
La copa que Ashtor acababa de vaciar, estaba nuevamente llena. La cogió y el
vino le entró en el estómago sin ningún esfuerzo, hasta que vació la copa. A pesar de haber
bebido solo dos, Ashtor comenzó a sentirse mareado y lleno de un agradable calor. Recordó
los viejos tiempos, cuando su hermano mayor le enseñaba los trucos de magia con cartas.
Una magia falsa que le causó la inquietud de aprender la verdadera magia. Recordó a su
padre cada vez que volvía de la tienda familiar, una armería, y le daba las monedas raras
que le habían dado los clientes. Su madre hacía la comida y reía con la vecina cuando ésta le
contaba los chismes de la ciudad. El vino era como el de su casa y le hacía sentir añoranza
del hogar.
Recordó sobre todo el soldado que comunicó a su hermano la trágica muerte de
sus padres, al despeñarse su carruaje por un precipicio, al cruzarse con tres jinetes al galope.
Recordó cómo su hermano pareció madurar de repente y se hizo cargo de la armería. Él le
ayudó durante un tiempo pero siempre había sido menos fuerte que su hermano y éste se lo
recordaba a diario. Harto de sus desprecios decidió dejarlo y marcharse a aprender magia.
Aun no se había hecho a la idea de estar en casa sin su madre y cada vez que
recordaba los momentos felices, mientras eran una familia, le dolía el pecho como si le
faltara el aire. No podría pagar sus estudios arcanos aunque Crisaor se ofreció a mantenerle
en el Templo de Rastalas en calidad de su sirviente y no como un estudiante más. Le
prometió enseñarle magia. Recordó que debía agradecer muchas cosas a ese hombre y que
había sido demasiado rudo con él antes de acompañar a Melmar. Sin embargo volvió a
pensar que durante todos esos años, con Crisaor, no le había enseñando ni un solo conjuro y
volvió a enojarse con él.
- Sin duda, el vino ha hecho su efecto - dijo Melmar mientras sonría con
sarcasmo.
- ¿Cómo? - respondió Ashtor, cayendo en la cuenta que sus ojos estaban
húmedos. Se los secó con la manga de su túnica precipitadamente.
- Eres más transparente que el aire - dijo Melmar -. Como no dejes de pensar en
tus padres, jamás llegarás a servirme. Debes endurecerte como yo.
» Cuando me desterraron de las tierras elfas, me arrancaron el corazón. Sin
embargo no consentí en darles el enorme placer de verme humillado. Me fui insultando a
mi pueblo y te aseguro que jamás me arrepentí. Como te dije antes, me arrancaron el
corazón y desde entonces lo único que me hace sentir gozo, es la magia. Nada importa si no

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es la magia. Hay que sacrificar todo por ella, nada es suficientemente importante como para
reemplazar el éxtasis que sientes cuando amasas la sangre vital del universo.
- Quiero ser mago - reconoció Ashtor -. Pero aun no sé para que vinimos a la…
- Eres muy impaciente, Ashtor. Cuando tú regreses al templo de Rastalas, serás
uno de los hechiceros más jóvenes que han la prueba.
- ¿Para qué vinimos a la torre? - insistió Ashtor, casi gritando -. Alaón no está
vivo, ¿Verdad? ¡Todo fue una patraña para engañarnos!
- Alaón sí está vivo - replicó malhumorado Melmar -. Y en realidad vine para
sacrificarme, pero antes he de cederte todos mis conocimientos.
Ashtor vio un brillo siniestro en los ojos de Melmar. No supo si alegrarse o
aterrarse. Había oído hablar de las malas artes de Nabucadeser, el mago más poderoso de la
historia, con sus jóvenes discípulos. Se decía que cuando deseaba rejuvenecer, usaba su
magia para apoderarse del cuerpo y conocimientos del joven. Sin embargo, solo eran
habladurías y leyendas, que contaban para meter miedo a los niños.
- ¿Cómo piensas hacerlo? No estaremos mucho tiempo aquí, ¿verdad?
- Verás, conozco un medio, con el que solo tardaré unas horas. Sin embargo, el
hechizo es complicado y requiere de todo mi poder. Necesitaré descansar y tú también.
Ashtor asintió, pero empezó a sospechar que lo que decían las leyendas podría
ser cierto.
- ¿Qué clase de hechizo es?
- Lo sabrás cuando lo realice. Cuando lo haya acabado, sabrás todo lo que yo sé,
todas mis experiencias serán tuyas. Serás el erudito más joven de todos los tiempos y puede
que en el futuro seas el más poderoso de la historia.
La chispa de la ambición ardió en el corazón de Ashtor. Era demasiado fácil para
ser cierto. Lograría ser más poderoso que Crisaor, con un simple hechizo. Melmar era un
Mago oscuro, y le acababa de decir que no tenía corazón. No podía hacer eso, sin tener un
beneficio propio.
- ¿Por qué me das ese privilegio? - preguntó Ashtor, con la ligera esperanza de
que su corazón había cambiado.
- Cuando un elfo envejece y su vida ha sido tan larga, el dolor insoportable - el
rostro de Melmar se ensombreció -. Si yo te cedo estos conocimientos, es solo para que
pueda morir en paz. Durante años he vivido lejos de mi tierra, detestado por los míos.
Siempre soñé con volver algún día como un héroe, siempre quise que me volvieran a
aceptar como soy. Esperaba que solicitaran mi auxilio, en el fondo de mi corazón siempre he
tratado de ser tan poderoso para poder defender a mis hermanos. Sin embargo ahora estoy
seguro de que nunca me aceptarán. Te cedo toda mi sabiduría con la esperanza de que mi
vida no haya sido en vano. Con tu poder tendrás capacidad de luchar contra Alaón. No te
dejo una tarea nada fácil.
- Podré ser un Mago de la luz, ¿verdad? - preguntó sin poder disimular su
entusiasmado, Ashtor.
- Por supuesto - dijo Melmar mientras volvía a cubrirse el rostro con la capucha.
- ¿Cuándo lo harás?
- Es que tienes prisa para que me muera - dijo Melmar con tono anecdótico.
- No, no - se disculpó Ashtor atropelladamente -. Perdone, no era mi intención
decir eso.
Quizás el destino le había traído esa oportunidad de adelantarse a todo el
mundo, sin pasar ninguna prueba. Sin años, incluso décadas dedicadas al estudio de la
magia. Era increíblemente afortunado, tenía una ocasión única que cualquier aprendiz de
mago mataría por conseguirla.

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- Ashtor, me gustaría que descansaras - pidió Melmar con un tono de tristeza -.
Duerme hasta mañana, y a primera hora te despertaré. Te necesito para los preparativos de
la ceremonia.
- Sí, sí señor - dijo agradecido Ashtor -. Vos también debéis descansar.
Melmar asintió y se levantó del sofá para despedirlo. El muchacho salió por la
puerta y vio cómo Melmar subía las escaleras que ascendían rodeando la sala central.
- Que tenga un buen descanso - se despidió.
Ashtor hizo una reverencia a Melmar. No quería faltar al respeto del erudito, por
si por cualquier torpeza suya, cambiara de opinión.
- Que descanse bien, señor - dijo con cortesía, sin saber si todavía le escuchaba.
Se dio media vuelta, y se encontró con un par de ojos flotantes cerca de la puerta.
A pesar de su alegría, aquel espectro le había dado un buen susto.
- Síguele - dijo la lejana voz de Melmar, desde el pasillo.
Ashtor obedeció, y salió de la sala sin poder evitar que sus rodillas le temblaran
por la excitación.

Melmar descansó en su cama y meditó unos instantes. Su plan había funcionado


a la perfección. Sabía que desde hacía muchos años ningún mago de la luz entraba en esa
torre debido al peligro que suponían los espectros guardianes. Su poder se limitaba a
manejar a los espectros guardianes y solo en la cercanía de la torre de la luz, justo hasta
donde dejaron a Ashtor a punto de morir. En ese momento debían creer muerto a Ashtor.
La torre oscura estaba muy lejos de su alcance. Ni siquiera podían ver lo que ocurría dentro
de ella y mucho menos podían imaginar que la próxima vez que vieran a Ashtor sería todo
un shock para ellos. El aprendiz se convertiría en erudito en apenas una mañana.
La única cosa que podía salir mal era que Crisaor supiera la ubicación real del
bastón de Melendil. Era algo improbable ya que él mismo lo había robado de allí muchos
años atrás, sin que los magos de la luz se enterasen. Sin embargo el poder que irradiaba el
bastón podía sentirse a miles de kilómetros, por lo que Crisaor podía haber notado su
ausencia. Por fortuna era un engreído bocazas que apenas conocía la historia del bastón ni le
interesaba demasiado su destino a pesar de que se trataba de uno de los objetos arcanos más
antiguos y deseados por los magos de todos los tiempos.
- Quizás debería ir a buscarlo para que mañana se den cuenta de mi verdadero
poder - se dijo entre dientes, recordando que lo había dejado clavado en el suelo, junto a las
ruinas de su antigua morada -. No, para qué malgastar su poder. Prefiero reservarlo para mi
enfrentamiento con Alaón.

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9

GIDLION, EL MAGO

Asteva se dio la vuelta en su improvisada cama y buscó a tientas alguna manta


con la que poder taparse. Su mano agarró la prenda y se la echó por encima. Su cuerpo
recuperó paulatinamente el calor y se sintió arrullada como si estuviera al calor de su
madre.
La luz del amanecer había despuntado al alba aunque la consistencia de la
tienda del mago, no había dejado entrar la luz del Sol y solo conseguía entrar entre los poros
de la lona tupida de la tienda. A pesar de que no entraba mucha luz, había suficiente para
ver lo que la rodeaba. Se movió en su cama y buscó a su alrededor intentando recordar
dónde estaba. Vio una manta revuelta sobre sábanas lisas. Se levantó de su lecho y miró a su
alrededor sorprendida.
- Creí que había sido una pesadilla - se lamentó.
Todo lo que había sufrido el día anterior le vino de golpe a la memoria y se dio
cuenta de que no había sido un sueño. Buscó a Alaón, recordaba que se había quedado a
dormir cerca de ella, pero solo encontró las sábanas revueltas manchadas de una sustancia
roja y pegajosa.
Se acercó lentamente a la cama de su pequeño amigo y descubrió que no había
nadie en ella. Solo la mancha oscura sobre las sábanas arrugadas. Palpó la mancha, y notó
que estaba endurecida.
Asteva salió de la tienda preguntándose dónde estaría su amigo y el brujo. En
principio pensó que era normal, ya que el niño tenía poderes extraños y podrían haberse
llevado bien.
Fuera de la tienda, solo había barro grisáceo, y las tiendas de los viajeros
bailaban por el azote de la brisa mañanera. Parecía que estaba sola aunque los ronquidos de
la tienda que estaba junto a la carreta de la comida, eran la prueba de que estaban aun
dormidos.
- ¿Qué será esa mancha de la cama de Alaón?- se dijo extrañada. Debía ser algo
que goteaba de encima de la tienda. Miró, para ver si goteaba esa sustancia, pero no había
nada.
Se rascó la mano, y se quejó al ver que tenía un corte y se había arrancado la
costra. Era marrón y… dura. Era sangre.
- ¿Sangre? - se preguntó. Fue junto al lecho de Alaón, y rascó la mancha hasta
que consiguió coger un poco con la mano. Fue a la luz, y la comparó con la de su herida.
Asteva tardó un rato en reaccionar. Alaón había pasado cuatro días en Nosthar y
se había convertido en su mejor amigo, incluso había arriesgado su vida varias veces por

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salvarla. Podía ser la sangre de sus heridas. Sin embargo era demasiada sangre. ¿Dónde se
lo habrían llevado?
Salió de la tienda y miró a su alrededor.
- ¡Alaón! - Exclamó con fuerza -. ¡Alaooón!
Un hombretón surgió precipitadamente del interior de una tienda, con una
espada en la mano, con el pecho peludo al descubierto y con ojos medio cerrados. La marca
de las sabanas se notaba en su mejilla, y al levantarse tan rápido había arrastrado una sobre
el barro.
- ¡Qué ocurre! - grito con voz enérgica -, ¿Alguien a visto al dragón?
Era el soldado joven. Tenía aspecto de no ver nada y dio varias vueltas mirando
al cielo, apartándose los cabellos rubios de los ojos.
- ¿Dónde está?, no lo veo por ningún lado - dijo malhumorado.
- ¿Qué es lo que no ve? - preguntó Asteva tan enfadada como él.
- ¿No hay ningún dragón? - se quejó el hombre, tambaleándose. Aún debía estar
borracho.
- ¿Quién ha dicho dragón? -replicó ella, enojada -, llamaba a Alaón. ¿Sabe dónde
está?
El soldado se sorprendió al ver a la niña tan enfadada, y parpadeó creyendo ver
mal.
Asteva arrugó la cara, sintiéndose tonta por hacer una pregunta tan absurda. Ese
soldado todavía tenía paja pegada a la cara, había estado dormido hasta que ella gritó el
nombre de su amigo. No podía saber dónde estaba.
- Ayer os dejamos en esa tienda. Si no están ahí puede que alguien lo llevara a la
playa para limpiarle las heridas.
- ¿Cómo se llama? - dijo Asteva, dándose cuenta que no sabía nada de esa gente.
- ¿Quién? ¿Yo? - dijo -, me llamo Artelic Bridgestore, oficial de primer rango del
ejército de Nosthar.
- Creo que alguien le hizo daño a mi amigo - dijo la niña, preocupada -. Hay
sangre en sus sábanas.
Asteva cogió de la mano al capitán y le llevó al interior de la tienda del hechicero.
Un tanto divertido se dejó llevar. Al ver las sábanas manchadas de sangre, las cogió y las
sacó a la luz.
- Sí, es sangre. ¡Cielos! - metió un dedo por un orificio de la sábana. Asteva se
asustó al ver sangre en esa parte -. Pero el niño no está y no hay rastro de él. Yo sabía que
aquel hechicero no era de confianza. ¿Por qué no me escucharon?
Artelic parecía haberse despejado de repente.
Asteva quiso llorar, pero tantas desgracias, habían endurecido su corazón. Ya no
tenía más lágrimas.
- ¿Cree que está muerto? - dijo, con voz temblorosa -. No puede ser, un dragón
no pudo con él. Es imposible que un brujo de poca monta pudiera… - le tembló la voz al
calificar al hechicero.
Artelic se mordió el labio inferior al darse cuenta de su torpeza al decir lo que
pensaba delante de la niña. No había tenido ningún tacto aunque era obvio que alguien
había asesinado al crío y luego se había desecho de su cuerpo... Alguien que tampoco estaba
en la tienda y al que estaba seguro de que nunca volvería a ver.
- Pequeña, quédate ahí; no toques nada.
- Me llamo Asteva - se enfadó la niña -, y no pienso quedarme sola en esta
tienda.
Entre tanto, el clérigo y una de las mujeres aparecieron por la entrada, pidiendo
explicaciones por aquel jaleo.

120
- Despertar a todos - ordenó Artelic -. El hechicero ha matado al pequeño y se ha
llevado su cuerpo.
Todos despertaron con una fuerte resaca, excepto los niños. La jornada anterior
había sido excesivamente dura para lo que estaban acostumbrados.
Los dos soldados organizaron una reunión general cuando ya todos se habían
despejado con el agua fresca de los barriles y se habían vestido.
Artelic comía un pedazo de pan, cuando por fin el fraile médico se unió a todos.
- La situación es delicada. Para el que no se haya enterado todavía el niño que
traje de la playa ayer ha sido asesinado por el brujo que nos acompañaba. Hemos
descubierto su cama vacía con un agujero de daga justo donde había una enorme mancha
de sangre. Tenemos que decidir si salir a buscar a ese elfo taimado y miserable o dejarlo
para las autoridades.
- Dios santo - dijo el cocinero asombrado -, ¡Qué canalla!
- El niño tiene nombre, se llama Alaón - corrigió dolida Asteva.
- Cuando pidió acompañarnos, dijo que buscaba una especie de monstruo
sanguinario - dijo el soldado de barba rubia -. Nos ha engañado a todos, el monstruo
sanguinario era él.
- Hay que recoger todo y regresar inmediatamente a Nosthar. Entre Welldrom y
ese dragón, no creo que haya otro lugar en todo Cybilin más peligroso que éste.
- ¿Y que hay de Alaón? - gritó Reister, apareciendo por detrás de la mujer -. No
sabéis si ha muerto. Tenemos que encontrarle.
- Chico - dijo Varletor con paciencia -. He visto cosas crueles que no puedes
imaginar. Los brujos utilizan a sus víctimas para realizar complicados sortilegios. Yo no
apostaría medio jaspe a que tu amigo siga con vida.
- Pero usted no le conocía - replicó Reister -. Alaón no se dejaría matar tan
fácilmente.
- Me temo mucho - susurró Artelic -, que ni el mismo Rastalas habría
sobrevivido a una mente capaz de asesinar a un niño en un lecho. Además ayer, cuando le
trajimos estaba desmayado. Tu amigo no pudo defenderse.
- Al menos podríamos buscar por los alrededores - insistió Reister, con lágrimas
en los ojos.
- Si quieres, busca tú mientras nosotros recogemos todos los bultos. Es necesario
que nos vayamos de aquí enseguida. Trata de comprenderlo.
Asteva recordó lo que le había sucedido la noche anterior. Era una escena que
jamás podría olvidar. Alaón luchaba con un poder increíble y parecía muy seguro de sí
mismo. Pero si ese soldado decía la verdad, al estar inconsciente no había podido
defenderse. La sola idea de que hubiera muerto, se lo hubieran llevado y hubieran usado su
cuerpo para hacer pociones mágicas le revolvía el estómago y le producía un escalofrío en la
nuca. Deseó creer en algún dios para poder culparle o para gritar al cielo que no hacían bien
su trabajo y que había ocurrido una terrible injusticia. Deseó con todas sus fuerzas que ese
brujo pagara por su crimen.
Parlish, Darela y la pequeña Gilda no dijeron nada, tampoco lloraron. Parecía
que no entendían o simplemente no lamentaban la muerte del niño mago. Aún así se
unieron a Reister y Asteva con intención de ayudarles a buscar.
- Bien, tocaremos una campana cuando estemos listos - dijo Artelic -. No vayáis
muy lejos.
Los niños decidieron dispersarse, igual que cuando Alaón había sido expulsado
del pueblo. Cada uno fue en una dirección distinta. En aquella ocasión habían tenido suerte
y por ello pensaron que volverían a tenerla.
Reister fue hacia la playa. Alaón había sido su mejor amigo, su hermano
pequeño y después creyó que con toda esa magia que conocía podía enseñarle algo. Habían

121
sido inseparables los tres días, y le trataba de forma distinta a los demás. Aún así no
lamentaba su pérdida tanto como la de sus padres y eso le hacía sentir más culpable y
dolido. Deseo con desesperación encontrarle con vida... Pero su mente le decía que eso era
casi imposible. Aunque ya creía que no podría llorar más, sus ojos se humedecieron al
recordarle, junto a su familia. Recordó la sorpresa de su padre, al ver que Alaón encendió
una lámpara sin necesidad de palos secos ni yesca. Y cuando hizo volar la jarra de agua por
no molestar a su hermano. Y… su hermano se reía de él buscando hilos de seda que bajaran
del techo, creyendo que lo había hecho con un truco. Era terrible pensar que no volvería a
tener un hogar, y peor aun, era terrible ver su futuro con tanta soledad. Solo le consolaba
que sus amigos aun vivieran, aunque todos tenían el intenso punzón de la tragedia clavado
en su corazón y nada podía paliar ese dolor.
- ¡Allí! - se escuchó en la lejanía. Parecía una voz conocida desde la playa.
- ¡Reister, ve a la playa! - dijo la voz desde arriba, pero no supo quien podría
hablarle desde arriba. Además la voz parecía de Jelmist pero eso era imposible, su amigo
había muerto.
Reister miró por todas partes, buscando el origen de la voz. Pensó que estaba
sufriendo alucinaciones y pensó esperanzado que todo eso era una pesadilla. Al no ver a
nadie decidió hacer caso a la voz y corrió en dirección a la playa. Aceleró el ritmo y pasó el
puente del canal de riego. Corrió y bajó las escaleras de la playa de dos en dos.
Desde esa altura no veía nada más que las barcas de los pescadores. Miró hacia
el mar y cuando al fin pisó la arena de la playa buscó a Jelmist o algo que estuviera fuera de
lugar.
Subió una duna y vio un cuerpo desnudo en la orilla. Para su sorpresa y
decepción, era el cuerpo de un adulto y no el de Alaón.

Varletor, salió de la carreta disgustado y frotándose la mejilla con la manga de su


túnica.
- Estas mujeres son empalagosas. No se pueden dejar de besuqueos.
- ¿Todavía crees que se puede hablar con mujeres? - Preguntó el soldado de pelo
negro -. ¡Qué poco las conoces viejo!
Varletor no era viejo, pero en comparación con Artelic tenía diez años más, tenía
mucha más experiencia y también su cuerpo estaba más deteriorado. Sus cuarenta años, su
pelo rubio canoso y su barriga eran más que suficiente para que el joven soldado le
bromeara sobre su vejez.
- Todas las mujeres merecen ser escuchadas.
- Y toda mujer escuchada, da besos de agradecimiento y tu carne es débil. Yo
creo que te gusta escucharlas por eso, viejo sin vergüenza. Nunca pierdes ocasión de tratar
de llevártelas al catre.
- No seas estúpido - discutió Varletor -. Sabes perfectamente que es una mujer
casada.
Mientras hablaba, Parlish volvía corriendo de su búsqueda.
- ¡Parlish! - se sorprendió el soldado, al verle.
- Alaón está… - dijo Parlish mientras caía de rodillas por el cansancio.
La mujer del médico corrió en su ayuda, pensando que alguien le perseguía o
estaba herido. Parlish estaba sudando y jadeando de cansancio y no se podía sostener en
pie. No podía hablar por falta de resuello.
- ¿Dónde está, chico? - preguntó Artelic, dispuesto a salir en su busca.
- En la entrada del bosque - jadeó Parlish -, las chicas se quedaron con él.

122
El soldado veterano no esperó más. Salió corriendo en la dirección que Parlish le
había indicado. Su armadura sonó con escándalo por sus poderosas zancadas.
- Pero dinos, ¿está vivo?- preguntó el clérigo.
- Apenas respiraba pero vive - dijo Parlish.
Varletor miró al niño con seriedad y un instante después se incorporó y comenzó
a correr detrás del soldado con torpeza. No estaba tan bien preparado físicamente como su
compañero de caravana, no pudo correr mucho debido a sus abundantes grasas
acumuladas durante años. Cuando no podía correr más, caminó hacia allá, y se encontró a
Artelic volviendo al pueblo con un pequeño cuerpo envuelto en unas telas.
- Parece que respira - explicó el soldado -. Pero tiene una herida muy fea en la
espalda.
- Tráelo, tengo una cita con él, ¿Sabes? - bromeó el clérigo.
- Es demasiado joven para ti, ¿no crees? - dijo Waller.
Asteva, Darela y Gildha venían detrás de Artelic susurrando cosas unas con
otras. Darela intentaba consolar a Asteva y Gilda las miraba con tristeza.
Introdujeron al niño en la tienda del clérigo y le descubrió la espalda para
examinarle. Tenía la herida de una daga junto a la columna, en el lado del corazón. Una
herida profunda que no sangraba demasiado para donde había sido causada. El niño
respiraba con dificultad pero de algún modo seguía vivo.
- ¡Por los dioses! - Gruñó -. Dejarme solo. Esa herida es muy seria. Necesito
invocar todo el poder de Rastalas.
Los demás lo dejaron solo con el niño.
- ¿De qué material estas hecho, chiquillo? - Dijo, sumamente preocupado -. Una
herida así mataría hasta a un hombre como yo.
Sacó su medallón de Rastalas y lo colocó sobre la herida. Al tocar su piel notó un
escalofrío en sus propios dedos. Era como si ese niño sangrara magia y no sangre.
- Oh, Rastalas, sentado en el trono de tu Reino. Dígnate a escuchar a tu humilde
siervo que ahora te ruega por la vida de tu hijo…

Transcurrió una hora hasta que Varletor salió de la tienda. En todos los años de
profesión médica había visto heridas muy feas, había presenciado mutilaciones y toda clase
de envenenamientos. El poder combinado de Rastalas con sus brebajes curativos casi
siempre daban resultado. Era una persona muy respetada y querida en su pueblo ya que
casi todos los que llegaban vivos hasta él sobrevivían para contarlo.
- Artelic, busca ropa para el pequeño. Vivirá - dijo -. Yo necesito descansar. Su
herida era muy profunda y la daga que usaron estaba emponzoñada.
- Eso es imposible - replicó Waller -. Hubiera muerto en todo este tiempo.
El clérigo miró al soldado con severidad.
- Nunca discrepes las decisiones de los dioses. Está claro que no era su hora.
Aunque yo pienso como tú, nadie sobrevive a una herida así ni unos minutos. Esa daga fue
directa al corazón.
Aunque no lo dijo, el clérigo estaba asustado. Durante los rezos se había
percatado que el corazón del niño estaba intacto a pesar de la herida. Temía decirlo por
miedo a que lo tomaran por loco. Ese niño no era una criatura normal. Daba la impresión de
que el corazón se había movido de sitio para evitar el filo del puñal o éste le había
alcanzado de refilón y el corazón se había escurrido a un lado. Sí eso tenía que haber sido.
Había comido corazones de ternera, de cerdo, de pollos y cabras y sabía que están hechos de
carne muy dura y elástica. Hacía falta mucha fuerza para atravesar uno con una daga
corriente.

123
Rastalas le había dejado ver con los ojos de su espíritu el daño que trataba de
reparar. Había visto un cariño muy especial por ese crío. Incluso cómo sostenía el hilo de su
vida como si fuera un precioso tesoro entre sus manos. Hubiera jurado que no necesitaba de
sus rezos para salvarle la vida, Rastalas ya le estaba cuidando. Seguramente era quien le
había mantenido vivo todo ese tiempo. Pero nunca había visto un milagro semejante.
Su fe se multiplicó ese día.

Welldrom descansaba en una cama de paja cubierta por una piel de oso. Estaba
en una cabaña abandonada donde solía ir a descansar. Un lugar al sur de Saphonia que
nadie excepto él conocía.
En su sueño vio la figura de una hermosa mujer de pelo oscuro. Su vestido
blanco, ceñido y su rostro hermoso y cálido le hicieron sentir deseos de poseerla.
- Necesito tu ayuda, Welldrom - dijo la mujer.
- Sara - musitó Welldrom -. Todos te buscan, ¿dónde te encuentras?
- Me traje a Cabise a otra de las torres de Alta Magia. Está muy grave, necesito
que vengas a curarlo.
Welldrom soltó una carcajada.
- ¿Qué te hace pensar que quiero ayudar a ese aprendiz de brujo?
Sara lo miró sorprendida.
- Tú le intentaste matar cuando Alaón dominaba su cuerpo. Le debes esta ayuda.
- No cuentes conmigo, mujer. Aunque si me dices donde estáis puede que vaya
para convencerte… personalmente.
Welldrom sentía atracción por aquella mujer y la deseo, quizás por efecto del
sueño, quizás porque ella pretendía que su atracción física fuera la que le moviera a ayudar
a Cabise. La conocía desde hacía muchos años, la encontró siendo una niña, la vio madurar
y crecer y surgió entre ellos una especie de romance-amistad que no sabía si definirlo como
amistosa, apasionada o lujuriosa. Sara aprendió con él a seducir sin alardear, a provocar sin
mostrar y probablemente lo estaba haciendo ahora con él y lo hacía muy bien. La mejor
arma de una mujer hermosa era su propia hermosura.
- Ignoro dónde estoy, no recuerdo cómo llegué aquí. Es una torre de Alta Magia
muy parecida a la de Sachred. Veo el mar a lo lejos y una gran ciudad portuaria.
- ¿No hay nadie en esa torre? - Preguntó Welldrom.
Sara negó con la cabeza.
- Bien, estás en Malhantas. Aunque ignoro si los cobardes Magos de la luz de
Tamalas se atreven a habitar aquella otra torre de Hechicería. Si no es así podrías estar en
cualquiera de las dos.
- Estoy en el ático. Te pagaré generosamente, lo que me pidas, si vienes a
ayudarlo.
Welldrom dejó escapar una sonrisa lasciva.
- ¡Tanta compasión te despierta ese aprendiz! Bien, tengo algo en mente. Puedes
pagarme, como tú y yo sabemos.
- ¿Entonces vendrás? - Preguntó Sara, melosa.

Welldrom abrió los ojos y se incorporó pesadamente. Aún estaba cansado por el
último traslado mágico pero se desperezó. Se levantó y se lavó la cara en un cubo de agua
que tenía junto a la puerta.
- Parece que al fin sé donde se escondía ese maldito Cabise - sonrió -. Bien, bien,
pondré fin a mis pesadillas. Hoy dormiré tranquilo.

124
Sara abrió los ojos. Al parecer había conseguido atraer a Welldrom. Le conocía
desde hacía bastante tiempo y tenían una comunión especial. Se sentía atraída por él,
aunque no sabía si era porque siempre la había cuidado cuando era pequeña y lo veía como
su salvador personal o bien porque su aspecto no había cambiado lo más mínimo a pesar de
que ella tampoco envejecía mucho. Le conocía desde hacía más de cuarenta años. Ignoraba
cuántos años podría vivir ella ya que no sabía los años que podían vivir las personas de su
raza, pero el elfo sin duda viviría muchos años. Ella tenía el aspecto de una mujer de unos
veinticinco años y sin embargo había vivido más de sesenta. A los veinte seguía siendo una
niña y no tuvo su primer periodo hasta los treinta y cinco años. Era obvio que no era elfa, ni
semielfa. No, esa raza no tenía el poder innato que tenía ella. Poder... o maldición... no sabía
cómo definirlo.
Se incorporó y miró el cuerpo petrificado de Cabise. Realmente, no le importaba
que muriese. Había tratado de salvarle porque había tenido un sueño donde Rastalas la
suplicaba que no le dejase morir. Un dios al que ella había rendido culto sin obtener una
sola respuesta, al fin se dignaba a hablarla. Siempre había fingido ser sacerdotisa para
justificar sus extraños poderes, pero cuando tuvo la visión sintió temor de haber ofendido al
dios del bien y decidió obedecerle. Sin embargo ahora que veía moribundo a Cabise pensó
que había fracasado ya que no tenía demasiadas esperanzas de que consiguiera salvarle.
- No quiero volver a hacerlo - se dijo -, pero si Welldrom no llega hoy, tengo que
marcharme por mis propios medios. Tengo demasiada hambre y esta torre no tiene nada
qué comer... No, no debo hacerlo.
Entonces oyó un ruido en la planta inferior. Contuvo la respiración. Pensó que la
torre podía tener habitantes indeseables, espectros mortales. Pero ella había bajado y subido
y no había oído ningún ruido. Además el que estaba abajo no procuraba guardar silencio.
Revolvía unos libros y extendía pergaminos.
Abrió la puerta sigilosamente y se asomó al ancho hueco de la escalera.
Abajo, en la planta inferior había luz. Una tenue luz de velas, quizás un
candelabro.
Bajó las escaleras silenciosamente hasta que llegó a la planta primera. El visitante
debía estar en alguna sala del nivel inferior. Estaba segura de que no la había oído ya que
cuando andaba descalza no conseguía escucharse ni ella.
De repente salió por la puerta un elfo llevando un candelabro en la mano. Al
verla soltó un grito cuyo eco resonó por toda la torre.
- No tema - dijo ella. Molesta por el histerismo del elfo.
- ¿Quién es usted? - Preguntó el elfo, más sosegado -. Me alegra comprobar que
es un ser vivo. Odio los espectros. No me obedecen y dejan muy feas cicatrices.
- Me llamo Sara. Soy sacerdotisa de Kalair.
El elfo frunció el ceño.
- ¿De quién?
- Es una deidad de Estempir, creo que a mi dios se le conoce más como Rastalas
por aquí. Verá un amigo me trajo aquí, pero esta muy mal. Creo que ha muerto. No sé como
salir de este lugar maldito, quizás usted… si pudo entrar, conocerá la salida.
El elfo la miró extrañado. Tenía un rostro gracioso ya que las orejas eran tan
grandes que casi le salían por encima de la cabeza. Sus ojos eran más bien pequeños y los
tenía muy juntos. Parecía que tenía una expresión huraña pero solo era la forma de su cara.
Parecía amigable y no le tuvo miedo en ningún momento.
- ¿Quién la trajo aquí? Hace cientos de años que no viene un ser vivo a esta torre.
¿Entraron por el robledal, por los pasadizos o usaron la magia?

125
Sara miró hacia arriba.
- Supongo que usamos la magia - mintió. Pero lo cierto era que no habían
cruzado el robledal y el medio que usó para llegar hasta allí no era muy convencional. No
podía decir que llegó volando ya que ni siquiera podía explicarle eso si no metía la magia de
por medio. De una forma o de otra, contarle la verdad le traería problemas.
- ¿Dónde está su amigo? Puede que yo pueda ayudarle. Soy un hechicero con
bastantes recursos. Sé curar toda clase de heridas.
- ¿Podrá sacarnos de aquí?
El elfo, que era un Mago de la luz, sonrió.
- Por supuesto, igual que entré. Hay libros muy interesantes entre estos muros.
Los escribió el gran Alaón Mejara. Aprendí mucho de ellos y espero poder seguir
estudiándolos.
- ¿Ha dicho Alaón Mejara?
- Sí, quieres verlos.
- No, no - replicó Sara -. De modo que es usted mago.
El elfo sonrió, orgulloso por impresionar a la bella mujer.
- Así es.
- Puede que sí pueda ayudar a mi amigo.
La mirada de la mujer era especialmente seductora. Como si de pronto admirase
sus conocimientos. Él era una rata de biblioteca y no conocía muchas mujeres. Por ello la
sonrisa de Sara era lo más bonito que había visto nunca en su vida, o al menos, eso fue lo
que pensó.
- Suba, es por aquí - indicó ella.
- Mi nombre es Gidlion.
- Soy Sara.
Extendió la mano, pronunciando su nombre con suavidad.
- Bonito nombre - contestó el Mago de la luz -. Y dígame, esa deidad suya, Kalair,
¿es tan antigua como Rastalas o Minfis?
Sara siguió subiendo. El elfo tenía la mirada clavada en el vaivén de sus caderas y
la siguió como sonámbulo.
- Ya le he dicho que es equivalente a Rastalas - dijo -. Pero si le digo la verdad,
nunca he tenido pruebas de que existiera ningún dios, salvo un sueño extraño. Hace mucho
tiempo fui raptada por los falsos sacerdotes de Kalair cuando era niña y asesinaron a mi
familia. Estuve recluida en su templo hasta hace bien poco.
Las mentiras ya sonaban a ciertas después de contarlas una docena de veces. De
todo lo que había dicho, solo una cosa era cierta y era el sueño.
El elfo no se atrevió a contestar a eso. El tono de la mujer era frío, no había el
menor atisbo de sufrimiento así que creyó que no serviría de mucho lamentarse de su
suerte.
- Lo lamento - susurró.
Sara invitó al elfo a entrar en el laboratorio.
- Usé una avellana mágica para transformarlo en piedra antes de morir. Tiene
una herida en la espalda. Una herida envenenada.
El elfo se acercó a Cabise. Lo miraba embobado, como si nunca hubiera visto un
prodigio igual.
- ¡Fascinante! - Susurró -. Un hechizo maligno usado para el bien. No me dijo que
era usted hechicera.
- No lo soy. Un Mago neutro me dio la avellana por si un día la necesitaba.
- El veneno… ¿de qué clase es? - se interesó el elfo -, quiero decir, ¿cómo se
envenenó?

126
- Fue la daga del mismo Mago neutro. ¿No usan todos los hechiceros el mismo
veneno?
Gidlion sonrió, negando con la cabeza.
- Esa costumbre de llevar una daga envenenada ha quedado desterrada de la
orden de Hechicería de Rastalas. Eran signos de tiempos más violentos, tiempos de guerra.
Sin embargo conozco el veneno. Es letal. No entiendo cómo pudo realizar un hechizo de
traslado con una herida así.
Sara tuvo un primer impulso de contradecirle. No habían llegado allí gracias a él
y su magia. Pero en seguida se dio cuenta de que tendría problemas para explicar la verdad
así que no replicó. Se sentó y con una dulce sonrisa insistió.
- ¿Va a curarle?
El elfo enarcó las cejas y le examinó de pies a cabeza.
- El veneno es un problema importante - dijo -. Pero yo me preocuparía más por
deshacer en encantamiento piedra. No estoy muy seguro de poder deshacerlo, ¿sabe? Es
magia antigua, de esa que solo los más eruditos controlaban en el pasado. Hoy día muy
pocos pueden hacer esas cosas, si es que queda alguien.
- ¿Y usted?
Gidlion sonrió con evidente soberbia. Parecía que estaba deseando que le hiciera
esa pregunta.
- Por supuesto, no en vano llevo viniendo a esta torre a aprender magia antigua
desde hace décadas. Claro que nadie más sabe mi pequeño secreto. Es mejor ser un gran
mago desconocido que un mediocre mago famoso.
El elfo se marchó, escalera abajo, y sus pasos se alejaron en la penumbra de las
escaleras de la torre. Sara se sentó en una silla, cruzada de piernas, impaciente. Miró a
Cabise, sin saber que se proponía hacer el elfo. Si era cierto lo que decía Gidlion, había
tenido una gran suerte de cruzarse con él. Podría llamarse destino, incluso. Pero pronto su
mente se desvió a su otra gran preocupación. Pensó que Welldrom estaría a punto de llegar
e intuía que su llegada le traería problemas.
Si Gidlion lograba sanar a Cabise y lo llevaban a Malhantas, podría prescindir de
otros hechiceros. En el sueño que ella solía tener, Rastalas le decía que si conseguía que se
encontraran Alaón y Cabise, se le concedería la verdad acerca de su pasado y su destino. No
entendía por qué tenía que provocar el encuentro, ni siquiera creía que pudiera conseguirlo,
pero era la forma de conocer su origen y estaba dispuesta a todo por averiguarlo.
Gidlion tenía parte de razón. ¿Cómo había podido resistir tanto tiempo sin
morir? Le intrigaban los motivos que le daban fuerzas y por ello deseaba que se curara.
Había dado por hecho que moriría y eso la había desesperado pero ahora comprendía que
todo lo que había pasado podía estar dentro de los planes de ese dios en el que no había
creído y aún dudaba que existiera. En ese océano de dudas y miedos, Gidlion era una
pequeña y minúscula llama de esperanza y la supervivencia de Cabise no podía ser casual.
Al fin subió el elfo cargado de tarros y saquillos llenos de ingredientes arcanos.
- Bien. Primero buscaré el antídoto del veneno - comentó el elfo, enfrascado en
sus pensamientos -. Aunque sea complicado des-petrificarle, es una suerte que esté así. No
hay tanta prisa.
- En realidad sí la hay. Tenemos que encontrarnos con alguien y no nos queda
mucho tiempo - volvió a mentir ella. Lo que no quería era estar allí si Welldrom acudía.
Gidlion la miró como si no la hubiera oído, metido en sus pensamientos. Con sus
ágiles manos, sobre el altar del laboratorio, hizo mezclas de varios ingredientes. Después de
unos minutos agotadores, frases arcanas y espectaculares fogonazos, el elfo consiguió una
sustancia azulada que emitía un poco de luz. No fue rápido, pero tampoco había perdido
demasiado tiempo.

127
- Bien - se secó el sudor de la frente. Estaba sumamente concentrado en lo que
hacía -. Ahora debemos convertirle en humano. Vaya, donde puse el libro… - buscó entre
todas las cosas que había subido, movió dos tarros.
No lo encontraba.
Casualmente Sara había visto que se le caía un libro al suelo y con las prisas el
propio elfo lo había empujado con el pie bajo el mantel de terciopelo del altar.
- Creo que lo tiene ahí debajo - dijo.
Sara estaba impresionada. Ese elfo la estaba ayudando mucho más de lo que
podría haber conseguido Welldrom. Parecía buena persona. No se había fijado mucho en
ella y aún así hacía lo posible por salvar a Cabise. Se preguntó si no sería que le atraía más
su joven amigo que ella y tenía inclinaciones sexuales distintas a las habituales. Sara era
muy atractiva y lo sabía, su vestido era ajustado y algo traslúcido aunque solo podía
distinguirse su silueta. A los hombres les resultaba muy sexy a pesar de parecer una túnica
de sacerdotisa cara. Sin embargo Gidlion no la había mirado con deseo ni una sola vez. Al
menos, que ella hubiera visto.
- En efecto - dijo el elfo, triunfal, sacando el libro de debajo del altar -. Gracias,
Sara. ¡Buf! Nunca ejecuté un hechizo como este. Puede que tenga que estudiarlo bien… Si es
que lo encuentro. Recuerdo que estaba por la mitad, más o menos.
Al abrir el libro éste se iluminó y sus letras parecieron cobrar vida serpenteando
por la piel de cabra hasta colocarse en una posición legible. A Sara le resultó cómico. Era
como si las letras tuvieran vida y, sorprendidas, trataban de disimularlo volviendo a su sitio
cuando el mago las miraba.
El elfo comenzó a recitarlo en voz baja y se confundió varias veces. A medida que
avanzaba las letras iban desapareciendo del pergamino. Se evaporaban en volutas de luz
que parecían desaparecer en el aire, como vapor de agua. Cuando se confundía en algún
tramo, las letras volvían a aparecer en su sitio.
Estuvo tanteando las pronunciaciones incontables veces y Sara se impacientó.
Welldrom podría llegar en cualquier momento, debían irse cuanto antes.
Entonces el elfo consiguió leer todas las palabras arcanas en su entonación
correcta y lo supo porque el sortilegio escrito reapareció completo y las letras emitieron una
luz amarilla como si tuvieran fuego dentro de ellas. El elfo colocó su mano derecha sobre la
espalda de Cabise y al notar su contacto, su espalda pétrea se iluminó con el mismo
resplandor que las letras del libro.
Progresivamente la luz fue recorriendo la túnica del joven mago y por donde
pasaba la magia, su cuerpo se transformaba de piedra a carne.
- Alcánzame la pócima - pidió el elfo.
Sara se apresuró a acercarle el frasco de cristal. Le sorprendió el cosquilleo que le
hacía sentir en las yemas de los dedos al tocarlo. Sintió que esa sustancia no solo tenía
propiedades curativas sino una extraña energía mágica que producía un cosquilleo al
contacto.
- Tenga.
El elfo cogió unas tijeras y rasgó la túnica por la parte de la herida. Luego la
limpió cuidadosamente con una tela limpia y le aplicó agua caliente para quitar la suciedad
y los resto de veneno. Después cogió el pequeño recipiente de cristal y, al tocarlo, el líquido
adquirió un brillo más intenso.
- Espero que funcione - susurró el laborioso elfo.
Ambos observaron atentamente la herida mientras el misterioso líquido lechoso
azulado penetraba en la piel del joven mago. Ésta parecía beber la mixtura con ansiedad ya
que en apenas unos segundos no quedó nada en la superficie. El elfo volvió a verter la
poción sobre la herida y de nuevo la piel lo absorbió con avidez. Sara quedó aliviada al ver
que la tercera vez que aplicó el líquido brillante la piel pareció saciada y no absorbió la

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última parte completa. Gidlion suspiró tranquilo ya que el frasquito no contenía más poción
curativa y no habría podido aplicar más en caso de que la herida siguiera absorbiéndola.
Con el mismo paño húmedo, Gidlion limpió la piel. Con una aguja y un hilo que
parecía hecho de tendones comenzó a coserla y le aplicó cuatro puntos muy bien puestos.
La herida sangró levemente por los orificios provocados por la aguja pero en seguida la
sangre coaguló.
Después de esa cura la piel de la espalda había recuperado el color carnoso y la
ponzoña había desaparecido por completo. Habían hecho un gran trabajo, aunque el
restablecimiento de Cabise le llevaría bastante más tiempo.
Cabise tosió y se estremeció de dolor, recuperando momentáneamente el sentido.
Sara estaba atenta a los ruidos de la torre. Temía que Welldrom llegara y quisiera
acabar el trabajo. Agradeció a los dioses, quienes quieran que fueran, la venida providencial
de Gidlion. Welldrom habría intentado ir primero a la otra torre y eso debía ser el motivo de
su retraso.
Terminada la operación, Cabise tenía la espalda al descubierto con la herida
desinfectada por aquella poción. Aun así, perdido el tono verduzco, la herida seguía
estando morada como si hubiera un peligroso derrame interno.
- No tiene buena pinta - dijo Gidlion -. Me temo que la herida es mortal, incluso
sin veneno. Esa pócima le ayudará a combatir la ponzoña pero ha perdido mucha sangre.
- Es fuerte - replicó Sara -. Se repondrá.
- Yo lo llevaría a Malhantas a que lo vea un clérigo. Sus plegarias son lo único
que podrían salvarle.
Sara se sonrojó ya que ese elfo había evitado sugerirle a ella que intentara curarle
con las suyas. Lo cierto era que solo los más poderosos monjes de Marianna tenían poderes
milagrosos de curación, pero en teoría todos los clérigos del bien podían intentarlo y a veces
tenían éxito.
- Espero que conozca un clérigo que pueda conseguir milagros - dijo Sara,
preocupada.
- En realidad sí, conozco uno muy bueno.
- Podemos llevarlo por esos pasadizos - sugirió Sara -. Pero no podremos con él,
es mucho trayecto.
- No iremos por ahí - explicó Gidlion -. Hace un par de años descubrí un cuarto
de la torre donde hay un artefacto mágico que lleva directamente a la Torre de la luz.
Sara asintió, aliviada.
- Bien, salgamos de aquí entonces - dijo ella -. Menos mal que no pesa demasiado,
podremos llevarle entre los dos.
Cogió a Cabise por debajo de los brazos y Gidlion le cogió por las piernas.
Gidlion, era una rata de laboratorio y cargar con las piernas de Cabise supuso una gran
tortura para su espalda. Aún así no se quejó porque ella cargaba con más peso que él y no
protestaba lo más mínimo.

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10

LA CONJURA PARA DESTRUIR AL DRAGÓN

Cabise despertó de una pesadilla. Tuvo visiones de Marilia muerta y él


queriendo suicidarse. En su pesadilla vio a Welldrom defendiendo su vida, y a un dragón
rojo que le rescataba de ser ejecutado pero todos esos recuerdos estaban confusos en su
memoria y no eran agradables.
- Es increíble que sigas con vida muchacho - dijo un hombre adulto con voz tosca.
- ¿Quién es usted? ¿Qué me pasó...
Su memoria comenzó a funcionar y recordó la torre de Sachred. Su mente no
había retenido lo que ocurrió salvo que fue una terrible experiencia. Tenía la garganta seca y
se sentía sin fuerzas incluso para hablar.
- He conseguido que te vea un sacerdote de Silrania - dijo una mujer que estaba
junto al hombre.
Cabise agudizó la vista y vio que le observaban tres personas. La mujer destacaba
sobre los otros dos ya que se trataba de Sara Haberland, la amiga de Mikosfield. Su pelo
negro azabache era tan liso que parecía hecho de agua oscura cayendo en cascada alrededor
de su cabeza. Llevaba su túnica de color blanco y sin costuras. Una prenda que debía ser
muy cara, a juzgar por su extraordinaria suavidad y brillo. Ni siquiera se distinguían los
hilos en ella. Esa mujer le llamó la atención cuando apareció junto a Mikosfield, cuando
viajaban hacia Sachred. Era alta, su figura era perfecta, proporcionada y de apariencia ágil y
delicada. Sus ojos tenían un extraño tinte amarillo en el centro de sus iris verdosos. Le
resultaba extremadamente llamativa y atractiva. De algún modo sintió que la conocía
mucho mejor de lo que su cabeza le decía. ¿Había aparecido en sus pesadillas? Seguramente
no, pero se alegró de que al menos pudiera reconocerla a ella de entre los que estaban allí.
Los otros dos eran un elfo túnica blanca que nunca había visto y un clérigo con
barba que había dejado de prestarle atención ya que estaba cobrando el donativo de sus
servicios a Sara. Esta parecía un poco fastidiada por ese trámite. Abrió su saquillo de
monedas y extrajo una. Luego volvió a colgárselo en el cíngulo de la cintura. Posteriormente
el clérigo deseo paz para todos y se marchó. En ese momento Cabise se percató de que
estaban en un lugar desconocido para él. Era el interior de un templo de Silrania y la luz
entraba por grandes ventanales. Había más personas por allí buscando la ayuda del clérigo,
pero estaban lejos del catre donde él descansaba.
- Hizo un excelente trabajo - dijo Sara -. La herida se cerró limpia.
El elfo no la escuchó, miraba a Cabise con expectación aunque no dijo nada. Era
el vivo contraste de Sara. Si ella era la mujer más hermosa que había visto, Gidlion iba
totalmente en contra de los tópicos de los elfos. Casi todos eran de rasgos perfectos y
armoniosos pero Gidlion era orejón tenía unos ojos enormes demasiado llamativos. Era un
personaje singular, probablemente el elfo más feo que había visto, aunque no había visto
muchos. Era feo incluso entre los humanos. Además su pelo era canoso y no podía saber la
edad que tenía como elfo; aunque como humano parecía tener cerca de los cuarenta.

130
- ¿Dónde estoy? - preguntó Cabise, su garganta sufrió más de la cuenta para
vocalizar.
- En Malhantas - contestó el elfo, feliz de poder decir algo -. Me llamo Gidlion y
soy un mago de la luz. Así que tú eres Cabise, uno de los pocos magos neutros que siguen
con vida.
Cabise asintió sin demasiado entusiasmo. Que estuvieran en Malhantas era malo.
Debía regresar cuanto antes a Kelemost, donde le debía estar esperando impaciente Marilia.
Puede que hasta le diera por muerto.
- Perdonar, ¿Malhantas? Pero si la última vez que estuve despierto estábamos al
otro lado del mundo, ¿cómo demonios hemos llegado aquí?- dijo, tratando de levantarse -.
Tengo que volver junto a Marilia.
Según se incorporó todo a su alrededor pareció desestabilizarse. Estuvo a punto
de caer pero el elfo le sostuvo por los hombros.
- Estamos aquí porque yo te traje - explicó Sara.
- Sí, eso suponía... pero, ¿por qué aquí? Estoy lejísimos, ¿has hecho algún conjuro
de traslado? Mierda ni siquiera sé si tengo los ingredientes para poder volver, espero que
puedas llevarnos de vuelta.
- Deberías darle las gracias, te ha salvado la vida varias veces - le reprendió el
mago elfo.
Gidlion sonrió, tratando de suavizar la situación aunque Cabise cambió de
actitud, avergonzado. Sara parecía realmente molesta.
- ¿En serio? - se extrañó Cabise.
- Ella te trajo hasta aquí cuando estabas a punto de morir por una daga
envenenada que tenías alojada cerca del corazón - explicó el elfo.
- Le devolviste la vida a Alaón - explicó Sara -. Todos querían matarte para
impedírtelo así que no podía llevarte a Kelemost.
Cabise frunció el ceño intentando asimilar toda esa información.
- Pero, ¿por qué tan lejos?, ¿me quieren muerto?, ¿por qué?
- ¿No lo recuerdas? Me tuve que interponer entre ellos y tú para que no te
mataran. Algo oscuro te poseyó y recitaste un conjuro extraño y bastante impresionante.
Después destruiste la torre de Alta magia.
- Por todos los dioses - exclamó Gidlion, incrédulo y apesadumbrado -. No tenía
ni idea de eso.
- Supuse que no me ayudaría si se lo contaba - se sinceró Sara, con una mueca de
culpabilidad.
Cabise soltó una risa incrédula.
- No recuerdo nada de eso.
- Cuando vuelvas a encontrarte con ellos quizás te crean - dijo Sara, burlona -.
Pero yo que tú no me acercaría sin tener preparada una huída rápida.
Cabise la miró con algo más de confianza. Sara le miró muy seria y se encogió de
hombros.
- Lo siento, te debo la vida. Gracias - dijo, conciliador.
- No me las des, todavía no puedes reunirte con tu novia. Los demás magos te
esperarán allí y no creo que para nada bueno.
- ¿Y qué propones? - replicó Cabise.
- Quiero que me acompañes a encontrar a la criatura que invocaste - añadió ella.
- ¿Qué criatura? - preguntó confuso, Cabise.
- Seguramente se trate de la reencarnación de Alaón. Eso fue lo que hiciste en la
torre, le creaste un cuerpo.
- ¿Qué yo qué? - preguntó Cabise, incrédulo -. Solo los dioses tienen poder de
crear.

131
- ¿Vas a venir conmigo a encontrarlo? - insistió Sara.
- ¡Alaón! - gritó el elfo entusiasmado -. No puedo creerlo, el autor de casi todos
los libros de magia que he estudiado. ¿Puedo acompañaros? Necesito conocerle en persona.
Cabise miró al elfo sorprendido.
- ¿Ha estudiado sus libros? ¿Qué clase de mago de la luz es usted?
- En realidad el único que se interesa por esos temas. Me expulsarían de la orden
si se enteran que los estudio en secreto, en la torre de Alta magia de Malathas hay toda una
biblioteca suya. Libros de él, y de hechiceros de gran renombre de la antigüedad. Llevo años
visitando la torre en secreto y he aprendido bastante, ¿quieres saber quién descubrió el
conjuro de ...
- Por favor, Gidlion - intervino Sara para acallar al elfo -. ¿Qué dices Cabise?
Cabise la miró con desconfianza y recelo. Quería volver a reunirse con Marilia
pero, según parecía, era peligroso volver donde estaba ella. Quizás también corría peligro,
al igual que Lory. Aunque conociendo a los otros magos lo más probable era que las usaran
de cebo sin que supieran que en realidad lo eran.
- Te ayudaré, pero después me iré con Marilia. Debe pensar que he muerto...
- Debe creer que no lo estás - replicó Sara -. Al menos mientras esté cerca de los
otros hechiceros, por su propio bien y por el tuyo. En cuanto a su bienestar, no te preocupes,
estará bien, no tienen nada contra ella.
- Puedo usar un hechizo de traslado y sacarla de allí.
- Eso estaría muy bien, y también lo estaría que te encuentres con Welldrom o
Melmar y te maten por estúpido inconsciente. No puedes ir, ¿entiendes?
- Disculpa, pero dudo que Alaón me reciba con los brazos abiertos y aún así
pretendes que vaya a verle a él. En sus tiempos no se caracterizó precisamente por su
simpatía. Te recuerdo que me utilizó y me dejó en una torre que se derrumbaba.
- Es tu único posible aliado - manifestó ella -. Y si lo fuera realmente, sería un
magnífico aliado.
- Lo siento pero tengo que volver con Marilia - insistió Cabise. Buscó por los
bolsillos de su túnica y tanteó un saquillo que tenía con polvos de plata.
Se puso en pie y casualmente pasó frente a un espejo. Lo que vio le dejó helado.
- ¿Qué diablos le ha pasado a mi pelo? ¿Y mis ojos?
- No lo sé - respondió Sara, tranquila.
- Cielos, parece que tengo cuarenta años...
- Eso no es tan malo - dijo el elfo -. Yo tengo doscientos cincuenta y seis y no
pareces mayor que yo.
Cabise le miró sin entender. No sabía qué parte de lo que le había dicho no era
tan malo. Tenía veinte años y aparentaba poco más o menos la edad de ese elfo. Lo peor era
que Marilia se asustaría y lo que era peor, ella le había advertido sobre eso y nunca la creyó.
"La magia acelera la vejez", "no hay ningún hechicero que no parezca medio muerto con ojeras y mal
aliento", al menos es lo que la gente contaba y por lo visto tenían razón.
- Mira Cabise - dijo Sara -, yo sé que es duro para ti estar separado de la persona
que más quieres, pero tengo que confesarte una cosa.
Cabise la miró sorprendido y algo asustado.
- Siempre he fingido ser sacerdotisa de Rastalas, el dios caído de la luz. Siempre
he llamado a mi deidad Kalair, pero cuando decidí tomar este rol de sacerdotisa pensé en
Rastalas porque sabía que no estaba allí. No se puede ofender a alguien que no existe. La
cuestión es que una noche vi una diosa en sueños. Me dijo que debía ir a la torre de Sachred
para ...
Sara no supo continuar.
- ¿Para qué? - preguntó Cabise.
- No lo sé - dijo Sara -. Pero de algún modo supe que debía hacerlo.

132
- Rastalas dejó de ser un dios para que los demás dioses pudieran destruir a la
Minfis, la diosa oscura. En la profecía de Alaón - intervino Gidlion -, tanto Rastalas como
Minfis volverán a sus respectivos tronos celestiales cuando llegue el Magician Talidor
Luminus.
- ¿Esa profecía dónde está escrita? - preguntó con curiosidad Cabise, que no
entendía muy bien a qué venía eso -. No es la primera vez que la he escuchado. ¿La has
leído? Pensé que era un mito.
- Claro que la he leído - se ofendió el elfo -. Me la sé de memoria.
- ¿En serio? - Cabise sonrió -. ¿Podrías hacer el favor de recitármela?
- Por supuesto, faltaría más. Escucha con atención.

Pústulas y costuras
Albergues y aventuras,
Rendirse es imperdonable
Así nunca llega un mago a ser aprovechable.

Un erudito busca enriquecer;


Necesario desde la mañana al anochecer.

Mientras más se acerca el hombre


A los dioses celestiales,
Gana su odio; y por mucho que él les asombre
Oprimen sus destinos como entes fantasmales.

Solo uno goza del amor


Olvidado de la diosa de la magia,
Lo doloroso de su clamor,
Oprimido su pecho por la nostalgia.

Cruel destino el de la diosa Minfis,


Una diosa perversa, amada por el iracundo,
Enemiga del orden, que al quedar sola, dominó el mundo.
No sabía que sus hermanos resolverían la crisis
Tantos años después luchando por la supremacía.
Acabó en un destino harto infecundo.

La corte de los dioses regresó de su destierro


Atraparon a la diosa única, la diosa de la magia.

Buscaron la manera de castigarla,


Urdieron una forma de dormirla,
Sería inútil tratar de azotarla,

133
Querían destruirla.
Uno ofreció sus alas,
El Señor Rastalas
Deseó una segunda oportunidad,
Arrancó sus extremidades para evitar tal atrocidad.

Destronaron a Rastalas y a Minfis la arrojaron desde el cielo,


En absoluto hubo piedad en sus corazones de hielo.

Para el mundo solo fue un resplandor,


Oscurecido aun más el cielo su candor.
Dioses y humanos festejaron su caída
Entregados a una dicha distraída
Rieron y no se percataron que nunca desapareció la estrella.

Ya que Rastalas se sacrificó por ella.

Su leyenda dice que se les volverá a ver:


Una diosa a la que le arrebataron el poder
Precedida de su salvador, resurgirá
Retando a los viejos dioses, los afligirá,
Escapando de sus injurias,
Maldiciendo sus designios,
Acabando con todos ellos por su traición;
Cansada sola y desprevenida;
Íntegramente se vengará,
Al lado de Rastalas los castigará.

Treinta y siete monedas prestadas,


Oscuras arboledas atravesarán,
Terribles sacrificios soportarán.
Aquel que porte la tea de su ira
La señal de su venida será.

La historia era desgarradora y Cabise memorizó la última parte de


la canción. Gidlion cantaba realmente mal pero el último párrafo podía estar
hablando de él. Treinta y siete monedas consiguieron por las joyas de
Marilia para partir de viaje. Habían atravesado arboledas en su viaje a

134
Sachred y aunque aún no habían sufrido sacrificios, temía que pronto
tendrían que soportarlos.
- ¿Donde menciona al Magician Talidor Luminus?
- Significa mago portador de la luz - explicó Gidlion -. La profecía
habla de que el mago que porte la tea de su ira, que es la luz, será la señal de
su venida. Tal y como se entiende, una tea es una antorcha y al usar la ira
como una antorcha es porque la ira irradia luz. Suena descabellado pero
Magician Talidor Luminus es en el antiguo dialecto sajoniano "Mago portador
de la luz".
- Pero...
- Aquel que porta la tea de su ira es el Magician Talidor Luminus -
repitió el elfo -. Es decir, el mago que use su ira para iluminar al mundo, o
bien el que tenga una ira tan poderosa que brille como una luz en la
oscuridad... Qué se yo. Esa es la leyenda, no me preguntes más. Alaón
siempre dejaba enigmas así en sus profecías.
- ¿Es que tenía más?
- Por supuesto. Todas se han cumplido. Ya solo falta esa.
- ¿Cuales otras?
- Profetizó la guerra de los dragones y qué bando ganaría. Ten en
cuenta que la caída de Minfis y Rastalas fue mucho más tarde de que Alaón
escribiera el poema. Prácticamente fue escrito cien años antes de que yo
naciera, muchísimo antes de que Minfis sometiera bajo su yugo al mundo
entero hasta que recibió su castigo. Este poema es de los más exactos que
existen. Mis colegas aseguran que es el resumen de la historia del mundo o
de lo que queda de historia en el mundo. No puede acertar toda una
secuencia de acontecimientos y que la última parte no la acierte.
Cabise no replicó. A Omabis le asombró que tuviera tanto poder en
su interior y que en realidad no invocaba a ningún dios de la magia. Su viejo
maestro palideció y fue la primera vez que escuchó "Magician Talidor
Luminus". Luego susurró que eso explicaba que tuviera tanto talento y
cuando le miró se limitó a decir:
« - Nunca, repitas eso a ningún otro mago. Siempre diles que invocas al
dios Alastor. »
Al recordarlo, Cabise temió que realmente fuera él el mago de la
profecía y decidió que no estaba preparado para asumir sacrificios. Temía
que si iba junto a Marilia uno de los dos podría morir.
- Creo que iré contigo a ver a Alaón - murmuró un poco indeciso,
dirigiéndose a Sara -. Seguramente él sabe mejor que nadie lo que significa
su profecía.

135
Transcurrieron dos días hasta que Alaón recobró el conocimiento. El contorno de
la herida tenía la piel amarillenta y tenía envuelto el pecho por una venda.
Las dos carretas se habían puesto en marcha y abandonaron los restos
incinerados de aquel pueblo. Artelic y Waller escoltaban a los viajeros con sendos caballos.
Se mantuvieron alerta todo el trayecto por si volvían a cruzarse con el hechicero o peor, por
si el dragón reaparecía.
Asteva miraba hacia atrás, fijándose en el infinito. Aunque no era agradable
alejarse de sus hogares la reconfortó perder de vista las ruinas de su aldea natal. El
repiqueteo de las cacerolas no consiguió distraer su atención y solo podía fijar su vista en las
nubes del sur, rojas como la sangre que había teñido para siempre su inocencia.
La isla era pequeña pero el trayecto parecía interminable incluso en el interior de
aquella carreta. Apenas cabían por la enorme cantidad de barriles que tenía en su interior.
Alaón estaba solo en el otro vehículo, con Varletor y la mujer que le había cuidado la noche
anterior. Ésta saltó en marcha y trastabilló peligrosamente delante de los caballos que los
seguían. Recuperó el equilibrio y se apartó dejando pasar el carromato para subirse por
detrás.
Se agarró a la quejumbrosa madera y al verla llegar, la mujer agarró sus manos y
la alzó como si no le pesara en absoluto su flaco cuerpo de niña. Se introdujo y se acercó a
Alaón, que acababa de despertar. La miró y ésta se asustó al ver sus ojos. Parecía haber
luchado contra la muerte y, aunque había vencido, esta le había dejado los ojos morados
como si le hubiera golpeado a puñetazos.
- Me alegro de que estés despierto, estaba preocupada.
- Estoy bien, solo un poco débil.
Asteva asintió con una sonrisa de felicidad sincera. Al menos la poca felicidad
que podía mostrar con semejante herida de dolor que atravesaba sus entrañas por la
pérdida de todo su pueblo.
El pequeño mago cerró de nuevo los ojos y comenzó a respirar pesadamente,
como dormido. Meditaba sobre lo que había ocurrido. Recordaba haber destruido todas las
salidas de la cueva de Nóala. Recordaba cómo logró ejecutar su hechizo de traslado en el
último momento, antes de acabar hecho cenizas en aquel magma. Después de eso sintió que
caía en arena fresca y no podía moverse. Apenas sí podía respirar ya que ese último conjuro
le había dejado casi muerto de agotamiento. Sus fuerzas estaban consumidas, no podía
moverse cuando sintió que alguien lo cargaba en brazos y se lo llevaba. Esa persona tenía
las manos ardientes o quizás era que su cuerpo estaba casi helado por la brisa nocturna.
Notó el poder del que lo llevaba y especialmente que sentía odio y animadversión por él. Se
hizo el dormido ya que no conocía las intenciones de esa persona. Sintió miedo y se
mantuvo alerta al flujo de la magia por el cuerpo de aquel hombre. No sabía quién era, pero
sí que era muy poderoso y no estaba en condiciones físicas para enfrentarse a él... en
realidad no podía enfrentarse ni a una mosca. Sin embargo las fuerzas le dejaron y pedió el
sentido.
Cuando le depositó en un lecho, Alaón recobró un instante la conciencia y abrió
un ojo. Pudo ver a un Mago neutro saliendo de la tienda. Volvió la cabeza y vio a Asteva,
atendida por una mujer voluminosa, la misma que ahora le miraba y a la que no conocía de
nada. Antes de que se dieran cuenta de que estaba despierto volvió a fingir que estaba
dormido. Aquel brujo planeaba matarlo, lo sabía por su aura teñida de sangre.

136
«Muchos querrán matarte creyendo que le hacen un servicio a la humanidad» - recordó
que decía el mensaje que se disolvió entre sus manos.
La carreta se detuvo. Los recipientes colgados del techo del carro se balancearon
y chocaron unos con otros. Alaón se mareó por aquel cambio, aún no se encontraba bien y
sentía que el veneno seguía debilitándolo. Sentía un punzante dolor en las costillas, en la
parte de atrás del corazón y trató de calmarse respirando profundamente para evitar así
vomitar por el mareo. Se palpó el pecho buscando el latido de su corazón. En cuanto su
mano tocó su pecho notó cierta angustia. No había corazón o al menos no podía sentir sus
palpitaciones. Se tomó el pulso disimuladamente, ya que no quería preocupar a la mujer
que le acompañaba, medio dormida. Entonces notó el débil golpeteo de su sangre fluyendo
por sus arterias. Se preguntó cómo era posible eso y dónde tendría su corazón. Se relajó y
respiró más lentamente hasta sentir fluir la sangre por todo su cuerpo. Se concentró y al
hacerlo casi se quedó dormido, pero se obligó a sí mismo a estudiar su cuerpo en reposo.
Fue entonces cuando sintió el débil golpeteo en la parte derecha de su pecho.
Abrió los ojos sobresaltado y se colocó la mano en esa parte. Ahí estaba, débil y constante.
¿Cómo era posible que tuviera el corazón en la parte contraria a la que era habitual en el
resto de los mortales? Eso no tenía explicación, aumentaban los misterios de su origen y se
preguntó si realmente era humano. No sabía cómo era posible que su corazón estuviera
donde no debía pero lo cierto es que gracias a eso, seguía vivo. Quien le intentó matar buscó
su corazón donde no estaba.
Varletor, que iba a su lado junto a la mujer que le había cuidado la noche
anterior, se asomó por el ventanuco. En sus cábalas, Alaón no se había dado cuenta de que
pasaba algo y por eso se habían detenido.
- ¿Qué pasa? - protestó Varletor.
El clérigo se bajó del carro y Alaón se asomó por una pequeña ventanilla que
estaba en la pared de madera del carromato.
Ahí fuera no había nadie, por lo visto estaban al otro lado, delante del primero.
Solo oía la voz de una mujer, una voz agradable que preguntaba por alguien. Alaón aguzó
el oído y pudo oír la voz de Artelic y la de la mujer. Sin embargo era imposible entender lo
que decían.
- ¡Diablos! - protestó la voz de Varletor. El resto de su parrafada, se escuchó con
muchas dificultades, pero se entendió algo así como: "Si lo hubiéramos visto…".
La mujer dijo algo que Alaón no entendió, pero el tono era dulce y agradable. No
parecía tener intenciones hostiles y no imaginó que tuvieran nada que ver con él.
- Sabemos que está aquí - dijo la mujer de repente, alto y claro.
- Vino uno con nosotros, pero se fue - dijo Artelic con tranquilidad -. No nos
pregunten a donde fue, ni lo sabemos ni nos interesa, apuñaló a uno de nuestros niños y
escapó como un ladrón en la noche.
Alaón se asomó por el ventanuco del otro lado. Junto a Waller, Artelic y
Varletor, había tres individuos. Había una mujer de pelo oscuro vestida de un blanco
resplandeciente y junto a ella estaba un hechicero de Mago de la luz del que no se le veía el
rostro. El tercero era un elfo vestido también de blanco. Llevaba un medallón de platino
colgado del cuello y vestía una túnica tan blanca como la misma Iluminari, aunque no
llevaba capucha. Sus túnicas eran semejantes a la de Varletor, pero bastante más limpias.
- Han pasado cosas muy extrañas en ese pueblo. Al parecer un dragón vino y lo
arrasó - intervino Varletor, saliendo de la carreta -. El hechicero que nos acompañaba
apuñaló a uno de los supervivientes y se esfumó en la noche. Puede que sea a ese hechicero
a quien buscan.
El mago de en medio se acercó a su carreta y se bajó la capucha. Los rayos del sol
dejaron ver el rostro de un joven con piel pálida y claras muestras de cansancio y

137
envejecimiento prematuro. Tenía que llevar un bastón para caminar. Estaba muy débil, a
pesar de su evidente juventud, aunque tenía todo el pelo canoso.
- ¿A quién atacó? - Su voz no sonó débil.
- A un niño. Está en aquel carro - Alaón se escondió bruscamente al ver que le
señalaban.
Su mirada preocupada hizo reír a la mujer que le acompañaba, la cual le hizo un
gesto cariñoso en la mejilla.
- Que gracioso, no seas tímido ¡ja, ja, ja! Eres casi un hombretón.
- ¿Les importa que lo veamos? - Preguntó la mujer, impaciente -. Somos
sanadores.
Alaón sabía quienes eran, de algún modo conocía a ese mago de pelo blanco y
que su nombre era Cabise. Ella era Sara, una mujer que no era exactamente lo que parecía.
No veía en ellos una amenaza pero le sorprendía que a nadie más de la caravana le llamara
la atención de que tanta gente fuera a buscarle y no hubieran aprendido ya la lección.
¿Cuándo aprenderían a ocultarle? ¿Es que no iban a dejar de aparecer asesinos?
- Bien - permitió Artelic -. Véanlo cuando lleguemos a la ciudad, debemos
continuar la marcha. El dragón podría volver y somos un blanco fácil. Además, no necesita
sus cuidados, ya le hemos curado todo lo que se podía curar.
Todos montaron sobre sus caballos y Varletor subió junto al cocinero en la parte
delantera del carro. Alaón notó que la carreta cedía ostensiblemente con el peso del orondo
clérigo.
Inmediatamente se pusieron en marcha. A pesar de la falta de evidencias de la
existencia del dragón los viajeros de Nosthar no estaban nada tranquilos con la proximidad
de la montaña. En ese momento parecía un volcán, pues una pequeña chimenea de humo
subía hasta el cielo desde el otro lado de la isla. Era la prueba más convincente de que la
historia del dragón era cierta. Al ver la negra columna elevándose al cielo Alaón supo que
nadie, en todo Cybilin, estaba a salvo del dragón Nóala. No había conseguido matarlo,
después de todo.
Sara y Cabise les acompañaron junto la carreta que llevaba a Alaón. Éste, al
verlos acercarse se escondió en las sombras de la carroza, tras un tonel de agua. La mujer
que iba con él le sonrió.
- No seas tímido, solo vienen a verte. No dejaremos que se acerquen a ti para
hacerte daño, además los magos de la luz no hacen daño a nadie.
Alaón se asomó para ver de cerca de esos personajes, que al ponerse en marcha la
caravana les siguieron montados sobre sus caballos. Hablaban entre ellos y no parecían
demasiado impacientes por verle. Asumió que cuando llegaran a Nosthar del Norte tendría
que hablar con ellos. Ignoraba si ellos sabían quién era él.

El viaje duró hasta la hora del almuerzo. La montaña y el Bosque del Búho
quedaron atrás y las hileras de humo, procedentes del pueblo se veían difuminadas al sur.
El camino pedregoso era bastante más transitable y por tanto, ahora podían ir
más rápido. Los cacharros del interior del carromato saltaban y repicaban sin cesar. Los
toneles que servían de asiento a los siete niños se movían de un lado a otro hasta donde les
permitían las cuerdas que los sujetaban.
Alaón intentó dormir un rato más, pero le preocupaba demasiado que le
delataran inocentemente y no llegara a despertar por otra daga nocturna.
¿Qué relación podían tener los tres Magos con lo sucedido por la noche? Había
una cosa que le inquietaba especialmente y era que si hasta ahora los hechiceros que le
habían encontrado quisieron matarle por hacerle un bien al mundo, estos que eran magos

138
de la luz qué le harían? Serían más eficaces en su tarea de limpiar el mundo de alimañas
como él o serían realmente seguidores de bien y le ayudarían. Ellos sabían muchas cosas de
la misma manera que él sabía cosas de ellos sin saber porqué. Deseaba hablar con el jove n
pero no bajaría la guardia.
Llegaron a las primeras callejuelas de Nosthar del Norte y las piedras de la
calzada suavizaron el repiqueteo de las cacerolas.
Asteva bajó de su carro y volvió al de Alaón, aprovechando una corta detención.
- ¿Han venido a buscarte? - preguntó Asteva preocupada.
- No lo sé - dijo Alaón -. Hazme un favor, no pronuncies mi nombre. Que nadie
lo haga.
- ¡Anda!, sabes desaparecer como el humo - dijo Asteva sonriente -. Si te
amenazan, solo tienes que esfumarte.
- Calla, a partir de ahora soy un niño como tú. No menciones mi poder, me
llamo… ¿Cómo te gustaría llamarme?
- Ala… - comenzó la niña, extrañada.
- Ssss - urgió Alaón -. Me llamo… Tin. Soy tu primo, ¿entiendes?
- Pero tú no eres mi primo.
- Juguemos a que lo soy - replicó Alaón, falto de paciencia.
- Bueno… ¡Será divertido! Ah, ya entiendo. ¿Crees que te pueden hacer daño
como los otros? Lo siento,… Tin. ¿Quieres que avise a los demás?
Alaón asintió y Asteva se bajó corriendo al otro carro. Alaón volvió a sentir una
punzada dolorosa al ver alejarse a la niña de doce años. Ese dolor no era malo, era como un
cosquilleo fuerte en su corazón como si esa niña pudiera hacer cosquillas en él sin tocarlo,
solo por verla. Pensó cuán inocente y entregada era Asteva y volvió a sentir que haría
cualquier cosa por mantenerla a salvo. Esos sentimientos eran completamente nuevos para
él, así que quizás tenían razón y en otra vida había sido un personaje deplorable.
Los jinetes hablaban entre ellos y Varletor, se bajó del carro. Supo que lo hizo,
por que la parte delantera subió bruscamente al quitarse el enorme peso del clérigo.
- Vamos, hemos llegado - dijo la mujer que iba con ellos.
Todos bajaron y vieron un recinto con paredes de madera alrededor. Había una
casa bastante grande y vieja en uno de los lados que estaba justo entre dos estructuras de
madera. Una debía ser el establo para los animales y el otro el lugar para guardar los carros
y herramientas del campo.
Alaón había estado preparando su fuga inmediata en caso de haber problemas.
Pero algo le decía que debía esperar a hablar con los extraños.
Se acercaron a la entrada del edificio de piedra. Mientras lo hacían y Alaón
pasaba junto a los cuatro extraños, se concentró en los pensamientos de la mujer. No sabía
cómo ni cuándo había aprendido a leer los pensamientos de la gente pero lo cierto es que
sabía hacerlo.
Cerró los ojos y se imaginó entrando dentro de su cabeza, escuchando cada uno
de sus pensamientos. Lo que le tranquilizó fue que no había odio en su deseo de verlo, más
bien desesperación. Quería verle y ni siquiera ella sabía por qué. El mago de pelo blanco
tenía la mente en otro lugar y en sus ojos veía un sentimiento de dolor por estar lejos de
alguien, quizás su mujer o su novia. Tampoco vio en él ninguna amenaza, estaba allí contra
sus deseos. El tercero era un elfo de mirada bondadosa que parecía más interesado en verlo
que en hacer nada concreto. Sabía quién era él en el pasado pero no tenía ni idea de cómo
era aunque se lo imaginaba como un anciano brujo de incontables arrugas y pelo ceniciento.
Se preguntó cómo se lo tomaría el elfo si encontraba a un niño en su lugar.
Entre aquel instantáneo escrutinio, el elfo había eludido todas las conversaciones
y su mirada se estaba posando en él, ávida como un ave rapaz. Alaón se apresuró en apartar
la mirada. Ese elfo vestía como un clérigo de Rastalas pero conocía la magia oscura, le había

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reconocido al instante a pesar de que vestía como cualquier otro niño. Sin duda era el más
peligroso de los tres.
Sin embargo de todos los extraños, el que más respeto le imponía era el joven
Cabise. Podía distinguir su poderosa aura mágica y cuando se cruzaban sus miradas, esta
aumentaba en brillo como si hubiera algún extraño vínculo entre ellos.
- Bueno, ¿quieren quedarse a almorzar? - preguntó Varletor -, nos honra recibir
la visita de un clérigo de Malhantas, de un mago tan ilustre.
Principalmente se refería al elfo. Sus vestiduras eran de un blanco reluciente que
imponía respeto. Además era el portavoz del grupo.
- No, partiremos inmediatamente - dijo Cabise, sin dejar que su rostro se viera
iluminado por la luz.
- Solo vinimos a buscar a una persona - aclaró el elfo con extremada amabilidad -
. Nos urge salir de esta isla inmediatamente.
- ¿A quién buscan? - preguntó Artelic.
- Uno de los niños, ya se lo dijimos antes - aclaró Cabise, con voz débil,
ocultando su rostro por las sombras de su capucha. Parecía avergonzarse de su aspecto -, es
preciso que hablemos con él de inmediato.
- ¿Pero qué niño?
- El mismo al que intentó matar el hechicero que les acompañaba ayer - replicó
Sara, molesta.
Alaón supo que se referían a él, así que se preparó para lo peor. Seguramente
pretendían llevárselo para matarlo donde sus amigos no lo vieran. Artelic miró a los niños y
le llamó la atención a Alaón. Al ver que no se movía le hizo un gesto imperativo con la
mano para que se acercara ya que el grupo de niños estaba apartado de los adultos.
- Bien, supongo que debemos dejarles a solas - dijo Varletor respetuoso.
- Voy contigo - se ofreció Asteva, sin elevar la voz para que los adultos no la
oyeran.
- Seguramente quieren hablar de cosas de magos - le explicó el clérigo, en tono
didáctico.
- Todos los magos que te han visto han tratado de matarle - replicó Reister -. Yo
también voy.
- Os lo agradezco - aceptó Alaón.
- No pienso irme - terció Asteva.
- Yo tampoco - añadió Reister, no me fío de los magos de ningún tipo.
- ¿Y de mí? - le espetó Alaón, serio.
- Tú eres como mi hermano... - replicó el chico -. Aunque no me fíe de ti, siempre
estaré de tu parte.
Todos se sorprendieron de sus maduras palabras, incluido el propio Alaón.
Artelic asintió y salió de la plaza de visitas pues, al parecer, estaban en un colegio de niños
huérfanos. Esta plaza era bastante grande, pero Alaón se sentía ahogado por la presencia de
personas tan poderosas.
Salieron todos, menos los niños y los tres extraños. Asteva se abrazó a él y miró
con terror a los magos de la luz.
- Alaón - dijo la mujer -, me llamo Sara Haberland. No temas, no venimos a
hacerte daño sino a ofrecerte ayuda.
El niño se asustó al descubrir que sabía su nombre. Su mente buscó en su rica
memoria algún hechizo de huida.
- Deseáis acabar conmigo, ¿no es cierto? como los otros hechiceros.
- Vinieron a matarte porque temen tu poder - aclaró Sara -. Nosotros fuimos los
que te ayudamos a volver a Cybilin.

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Aquellas palabras fueron como agua fresca en el corazón contraído del niño. Al
fin encontraba a alguien que sabía algo de él y no deseaba matarlo.
- ¿Por qué enviaron a ese dragón? - Acusó Parlish a los magos.
Cabise miró a Alaón intensamente. No intervino en la conversación pero sus ojos
le intentaban estudiar como si no terminara de creer que era el gran Alaón Mejara, el
legendario mago que desafió a la diosa de la Oscuridad y que casi le mató.
- Alaón, yo no creo en los que querían matarte - dijo Sara.
- ¿Cómo lo encontraron? - interrumpió Reister.
- Supongo que saben detectar su poder - respondió Cabise -. Así te localicé yo.
Miró al extraño joven de pelo blanco.
- ¿Usted cree que Alaón desea la destrucción del mundo? - preguntó Asteva,
inocentemente.
- En realidad... Alaón casi me mata.
- No recuerdo nada de eso - dijo Alaón, seco. Ese joven no parecía estar
ofreciendo su ayuda.
- Me dejaste tu estigma - acusó Cabise mientras se apartaba la capucha y le dejaba
ver su pelo canoso y su piel envejecida -. No confío en ti, pero sí en ella. Todos los magos
que suponía que eran mis aliados nos buscan a los dos para matarnos.
- Pero deben matar al dragón, antes que salga de la montaña - dijo Asteva,
asustada.
- Lo siento - se disculpó Alaón ante los extraños, sin demostrar demasiado
sentimiento -. No debería irme sin acabar con esa bestia. Aunque ya quedó bastante
maltrecho, temo que no puede morir así como así.
Sara miró a Alaón, preocupada.
- ¿Pero qué ocurre con ese dragón? Creí que lo habías sepultado en la cueva - dijo
Reister.
Alaón asintió mirándolo muy fijamente.
- Solo con mi bastón de Melendil podría mandarle al Abismo de donde salió.
- ¿Dónde está ese bastón? Hace más de cien años que no se sabe nada de él - dijo
el elfo, interesado de repente en la conversación.
- ¿Con ese lo matarías? - dudó Cabise.
- El poder que lo mantiene vivo proviene del bastón - aclaró Alaón.
- ¿A qué esperamos entonces? - dijo Gidlion -, vámonos.
- No podemos ir todos - dijo Sara -. Solo los cuatro.
Los amigos de Alaón se miraron unos a otros. Les habían excluido de sus planes,
sin pedir opinión. Sin embargo todos entendían que para esa misión era ridículo cargar con
unos críos.
- Yo no abandonaré a Alaón - se encaró Asteva -. No Alaón, no les escuches, solo
tratan de engatusarte para dejarte solo.
- ¿Sabéis dónde está el bastón? - preguntó Alaón.
Sara se encogió de hombros. Los tres parecían ignorarlo.
- Era tuyo, se supone que solo tú conoces su paradero - dijo Cabise, desconfiado.
- Sea donde sea - respondió el elfo -, el bastón está escondido por un hechizo de
protección. Melendil lo aisló cuando lo creó. Lo leí en uno de los libros de Alaón… esto, en
uno de tus libros - el elfo se ruborizó por temor de haberlo ofendido.
- Quizás, haya sido destruido - sugirió Sara -. En cualquier caso, de qué nos sirve
un bastón de magia contra un dragón. ¿No hay otro modo?
- Ya lo intente - dijo Alaón -. Ese dragón no puede morir porque ya esta muerto.
Es necesario abrir una brecha dimensional al inframundo y no poseo el poder suficiente
para hacerlo. Se necesita un objeto que albergue mucha magia.
- Repito que iré con vosotros - insistió Asteva.

141
- Yo también - reaccionó Reister.
- No podéis ir - dijo Cabise -, no podremos cuidaros y seríais una verdadera
carga.
- Debemos encontrar a Melmar - intervino Sara -. Es el único que puede saber
donde está el bastón. Suponiendo que siga vivo, claro. Le vi antes del incidente de Sachred,
si no le ha ocurrido nada sigue con vida.
- Pero sigo sin entender cómo se puede matar a un dragón que ya está muerto.
Cabise recordó a la única criatura muerta que había conocido, un caballero negro
que le había buscado y casi consiguió matarle. Trató de recordar cómo acabaron con él y
recordó aquel pergamino que utilizó Marilia. Se trataba de un conjuro de un solo uso que
había estado guardando desde que Omabis se lo dio. Había declarado ser incapaz de
ejecutarlo y cuando él mismo había tratado de leerlo, las letras del mismo no se mantenían
quietas. Deseó haberle preguntado más a Marilia cómo había logrado leerlo ya que parecía
la clave que estaban buscando. Necesitaban ese pergamino y alguien capaz de leerlo. Lo
primero que sintió fue felicidad porque ese argumento sería muy convincente para volver
junto a ella, pero luego lo pensó bien y supo que no la necesitaban en absoluto, solo
necesitaban a Alaón.
- Lo que veo inútil es buscar un objeto que lleva siglos perdido - añadió Cabise.
- Estoy cansado, necesitaré recuperarme - se quejó Alaón.
- Entonces, ¿te quedarás con nosotros? - Dijo Asteva, esperanzada.
- No - contestó Sara -. Solo el tiempo necesario para su recuperación.
En esta ocasión, sus dos compañeros la miraron asombrados. Sara estaba muy
extraña, no parecía atenerse a razones. Solo quería que se mantuvieran unidos y parecía que
se le habían acabado los argumentos. ¿Por qué tanto interés?
- Alaón, debes acompañarnos. Esta isla no es segura para ti.
- Solo soy un niño - replicó Alaón, mostrando cierto rechazo -. Un niño herido y
débil, quiero descansar y estar con mis amigos.
Abrazó con fuerza a Asteva y sintió que ella sonreía y le devolvía el abrazo.
- No, eres el erudito Alaón Mejara - contestó ella -. Los dioses te han enviado a
cumplir una misión. Lo sé porque pude verlo en un sueño. Debes acompañarnos.
Cabise levantó la mano en actitud apaciguadora.
- Escuchar, yo sé cómo se puede matar a un ser resucitado por la nigromancia. Ya
me he enfrentado a uno hace menos de un mes. El problema es que el conjuro que
utilizamos era demasiado complejo para que yo lo entendiera y lo leyó Marilia. Ella sabrá
cómo se llamaba el conjuro y tú tienes que recordarlo, podemos ir a buscarla y...
- Yo no me muevo de esta isla hasta que no matemos al dragón - se empeñó el
niño mago.
- ¿Podría repetir el conjuro? - preguntó Sara.
- Puede que ella recuerde el nombre. Quizás Gidlion pueda buscarlo en tus libros
o tú mismo puedas recordarlo.
- No conozco nada que pueda deshacer la nigromancia - dijo Gidlion.
- Tampoco recuerdo ningún conjuro de matar a un no-muerto.
- No, no, el conjuro era algo de curación. Se trataba de eliminar el mal de un
enfermo. Ahora que recuerdo Marilia me contó que el pergamino advertía que si la persona
estaba muerta, o le poseía algún espíritu maligno, el conjuro provocaba la muerte. No era
específico para matar no-muertos.
- Entiendo, qué interesante... - dijo Gidlion -. Hoy estoy aprendiendo grandes
cosas.
Alaón frunció el entrecejo. Sus conocimientos de magia no llegaban tan lejos
como para saber los efectos secundarios de sus conjuros, en caso de aplicarse mal. Esos
accidentes nadie o casi nadie los documentaban... excepto Rastalas, en su paso por el mundo

142
hacía doscientos años. Él siempre se confundía y por ello encontraba más útiles sus errores
que sus aciertos.
- Entiendo, si te acompaño - admitió el niño -. ¿Qué haremos?
- Buscar a Marilia - sugirió Cabise.
- Eso es un suicidio - alegó Sara -. Nos estarán esperando los otros tres magos.
- Alguien que ellos no conozcan podría entrar en la casa donde está y hacerla
salir.
- Yo no la conozco - dijo Gidlion.
- Eres un mago y Welldrom es elfo - replicó Sara -. Te descubrirá por tu aura.
- Entonces yo puedo hacerlo - sugirió Asteva.
- Es muy peligroso - insistió Sara.
- Iremos solos - apoyó Alaón, mirando con agradecimiento y tristeza a Asteva.
- Puedo ayudaros - dijo ella, suplicante.
- No quiero que arriesgues más tu vida.
- No hay otra forma, la niña tiene razón - propuso Cabise.
- No necesitamos a Marilia - sentenció Sara, tajante.
- Puede darnos el nombre...
- ¿Y de qué nos iba a servir eso? - contestó Alaón -. ¿Acaso puede rehacer un
conjuro que se autodestruye?
- No, supongo que no - admitió Cabise.
- Entonces... - Sara le miró disgustada. Cabise se sintió culpable por volver a sacar
el tema de regresar, pero tenía tantas ganas de volver que necesitaba convencerlos. Si no le
hacían caso, estaba dispuesto a abandonarlos.
- Tiene una memoria magnífica, podría recordarlo y quizás, repetirlo - era cierto,
pero dudaba que su memoria fuera tan buena. Tenía que convencerlos.
- No se puede recordar conjuros de pergaminos - desmintió Alaón -. Por muy
buena que sea su memoria, es un efecto secundario. Sin embargo los conjuros de curación
son cosa de magos de la luz.
- El clérigo que me curó - dijo Cabise, recordando al que le había sanado en
Malathas.
- No vendrá - dijo Gidlion -. Nunca dejará a su gente, es demasiado importante y
no le dejan ni descansar.
- Sara, tú eres sacerdotisa de Kalair - dijo Cabise -. No puedes invocar ...
- No sé nada de magia, y mi poder no es curativo - replicó ella.
- Parece que estamos en un callejón sin salida - se rindió Alaón.
- No lo estamos, con nosotros iba un clérigo - intervino Asteva -. Es ese hombre
gordo que se llamaba Varletor. Curó a Alaón del veneno de su herida.
- Es cierto - dijo Alaón.
- ¿Pero conocerá conjuros para expulsar el mal? - rebatió Cabise.
- Disculparme todos - se exasperó Sara -. Pero no necesitamos a ningún clérigo.
Antes dijiste que podías derrotar al dragón con ese bastón.
- Recuerdo un hechizo del bastón que abría un agujero dimensional capaz de
enviar al Dragón a otro punto del universo. Tan lejos que jamás podría regresar.
- ¿Puedes localizar ese bastón?
- Tengo un vago recuerdo de una ciudad portuaria, Malanthas, creo que se
llamaba.
- ¿Podría estar en Malanthas? - preguntó Sara.
- No, no lo creo - dijo Gidlion -. Nadie sabe dónde está.
- ¿Y no sirve ningún objeto mágico que pueda sustituirlo? - preguntó Cabise.
- Supongo que podría obtener poder de algo... o de alguien.
- ¿De quién? - preguntó Sara.

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- Eso es - dijo Alaón, sonriente. Miró a Cabise como si de repente tuviera la
respuesta a todas sus preguntas.
- ¿Qué es? - preguntó este.
- Creo que entre los dos podemos matarlo - dijo Alaón.
Cabise le miró extrañado. No entendía nada y mucho menos esa extraña mirada
de autosuficiencia que le había lanzado el niño mago.
- Vámonos, tenemos un dragón que matar - alegó Sara.
- No te puedes ir sin nosotros, Alaón - suplicó Asteva.
- Lo siento, no podría seguir pasando desapercibido, me persiguen y conocen
demasiados hechiceros. Tengo que ir con ellos, es también por vuestro bien. Desde que me
conocéis solo habéis sufrido desgracias.
Sus amigos estaban estupefactos. No podían creer que cambiara de idea tan
repentinamente. Sin embargo, Asteva le abrazó con fuerza. Esto hizo turbar al pequeño
hechicero. Reister le dio la mano y se frotó la nariz. Entonces, Alaón le abrazó y le dijo algo
al oído sin apenas mover los labios.
Cuando todos se hubieron despedido Alaón pidió a sus amigos que se fueran a
la habitación donde les esperaba Varletor. Se separaba de la gente que más quería, pues
eran como sus hermanos. Aquello supuso un dolor que tardaría mucho en desaparecer de
su corazón. Sin embargo también sintió tranquilidad ya que la muerte le perseguía desde
que tenía memoria. Al marcharse alejaría de esos niños la maldición de su existencia.
Asteva y Reister guardaron silencio, aunque Reister miraba la palma de su
mano, sin que los demás le vieran.
- ¿Qué te ha dicho? - preguntó Asteva.
- Me dio esta escama de dragón - respondió Reister -. Dice que cuando le necesite
solo tengo que pedirle ayuda a la escama.

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MELMAR

- Ve a despertar a mi invitado y trátale con amabilidad - ordenó Melmar a


unos ojos flotantes.
- Sí, amo - respondió dócilmente, con voz sobrenatural.
El espíritu salió de la sala, y subió a la habitación de Ashtor. Atravesó el techo, y
se encontró frente su cama en apenas unos instantes.
La respiración del joven resonaba fuerte. Había dormido profundamente sin
saber de problemas durante más de siete horas. Dormía boca arriba y resoplaba con casi
todo su cuerpo destapado y despatarrado sobre el colchón de algodón y paja.
El espectro le rozó con su dedo etéreo en la mano. El muchacho, al recibir el
contacto tan helado, sufrió un escalofrío y se dio la vuelta en su lecho. Al ver que no
respondía, el ente cogió la mano que había tocado y esta vez el escalofrío que recorrió el
cuerpo del joven terminó despertándole con un fuerte dolor en todo el brazo.
- Mi señor me ha pedido que os lleve a su presencia - dijo el espectro.
El muchacho se frotó el brazo dolorido por el helado contacto y tardó en asimilar
lo que le había dicho.
- ¿Tu señor?… Cierto, ya había olvidado donde estaba.
Bostezó y se frotó los ojos. Se estiró aprovechando que nadie le podía decir que
era una falta de educación y masticó el vació de su boca antes de abrir los ojos por completo.
Se levantó y se puso las sandalias rápidamente. No deseaba llegar tarde.
Cuando se puso la túnica gris se acercó al espectro y éste avanzó por los pasillos
hasta que llegaron a una escalera. Bajó por ellas siguiendo de cerca al espíritu. La luz no
iluminaba los escalones, y por ello tuvo que bajar tanteando el suelo. Hacía bastante frío por
lo que se frotó los brazos mientras seguía al espectro.
- Vosotros no sois muy comunicativos, ¿no? - preguntó Ashtor.
El espectro ignoró su pregunta aunque eso no le extrañó nada al joven aprendiz.
- Me pregunto qué os hace tan serviciales. ¿Por qué no te revelas nunca ante tu
maestro? ¿Qué tienes que perder? Ya estás muerto.
El espectro se detuvo y le miró fijamente.
- No se cuestionan las órdenes del maestro.
Por un momento Asthor pudo ver el rostro del espíritu, como si intentar
comunicarse con él hubiera tenido el extraño efecto de hacerlo más vulnerable y visible.
- ¿Por qué obedeces sin protestar? - insistió el muchacho, comprendiendo que ese
espíritu aún tenía un vestigio de humanidad.
- El olvido eterno... Si soy fiel, el maestro puede proporcionarme el descanso y la
paz.
Ashtor se alejó tres pasos al notar la frialdad y la seriedad con la que el espectro
hablaba. Se arrepintió de haber intentado intimar con él. Pensó que ya que él tomaría el
control de la torre ese día, podía conocer a sus insustanciales súbditos. Quiso iluminar el

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entorno con el hechizo que le enseño Melmar, pero no recordaba las palabras. Quizás era
debido a la excitación y el entusiasmo que sentía, al saber que Melmar le escogió para
guardar sus conocimientos.
Llegaron al final de la escalera, y el guía de ultratumba desapareció tras una
puerta cerrada.
Ashtor la empujó con delicadeza y educación y entró en la estancia.
- Adelante, Ashtor - dijo la débil voz del elfo oscuro.
- Buenos, días - saludó -, tiene mal aspecto, ¿No cree que debería descansar más?
- No, lo que me pasa no se cura con el tiempo - dijo Melmar sin sentimientos -.
¿Estás preparado, muchacho?
El joven asintió con la cabeza. Estaba entusiasmado por ser el escogido del
erudito. Ningún mago en la faz de Cybilin aspiraría a tal privilegio. Más de trescientos años
de experiencia arcana, con solo veinte años. Lo primero que tenía planeado hacer era ir a ver
a su hermano a Nordmaar, y hacerle una buena broma con sus poderes mágicos.
A pesar de la felicidad que sentía, parecía que parte de él se negara a seguir el
juego de Melmar. No estaba seguro, ni siquiera sabía porque lo temía, pero presentía que no
todo era tan bueno. Al no estar iniciado en la magia, no sabía interpretar bien su instinto ni
sus presentimientos, de modo que creyó que sus temores eran solo por que no deseaba la
muerte del elfo.
- Vamos, el laboratorio está preparado - dijo Melmar mientras ponía su mano
sobre el hombro de Ashtor.
El joven sintió el calor en su hombro y, sin darse cuenta, su entorno se
transformó en un laboratorio repleto de velas. Estaban colocadas de forma precisa, pues
formaban una estrella de seis puntas en cuyo centro había un altar rectangular.
Las paredes estaban húmedas, y fuera del círculo que rodeaba la estrella se
retorcían y gemían criaturas espantosas. De las pareces colgaban amuletos de diversos
metales y el techo estaba repleto de puntos luminosos; parecía el cielo nocturno.
Melmar cogió un amuleto de la pared y se lo colgó en el cuello. Emitía un brillo
verdoso como una esmeralda al contacto con el sol.
- Échate sobre el altar, joven aprendiz - susurró Melmar, como si temiera romper
el sonido de los engendros, con su voz cansada.
- ¿Qué va a hacer? - preguntó asustado el muchacho.
- Voy a empezar ya, si no te colocas sobre el altar, no podré formular el hechizo.
El rostro de Melmar estaba tan envejecido y su piel tan blanca, que parecía que
ya fuera un cadáver. Al parecer, se había pasado la noche entera preparando el entorno para
ejecutar el traslado de conocimiento.
Esto asustó a Ashtor y se negó a subirse al altar. Si antes ya no confiaba
demasiado en el elfo oscuro, ahora con aquel aspecto demoníaco inspiraba mucha menos
confianza. Se negó por miedo a lo desconocido, pero solo era un temor infantil.
- No, quiero salir de aquí - dijo terminantemente Ashtor.
- No me queda mucho tiempo, Ashtor. Si temes tumbarte ahí por mi aspecto, te
comprendo, pero no me hagas creer que no esperabas verme así. La magnitud del hechizo
es enorme y, al finalizar, mi vida se extinguirá. No pierdas más tiempo, túmbate ahí.
- No, no sé lo que estás tramando, pero no pienso caer en la trampa.
Melmar levantó la cabeza y miró con ira al joven. Se acercó a él y volvió a poner
su mano sobre el hombro de Ashtor.
- Déjame, quiero salir de aquí - dijo mientras apartaba su débil mano.
- ¿Ya no quieres impresionar a tu hermano con tu magia? - replicó el elfo
astutamente.
- ¿Dónde está la salida? - preguntó al ver las dos puertas a cada extremo de
laboratorio -. ¿Cómo Ha leído mis pensamientos?

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- Solo tienes una salida - dijo Melmar -. Solo tienes que tumbarte ahí y dejarme
enseñarte todo cuanto sé.
Ashtor supo que al cesar la luz de las velas, los engendros irrumpirían en el
círculo, y sería el fin. Sin embargo no supo ver en los ojos del elfo oscuro si trataba de
hacerle algo malo o le había dicho la verdad.
- No deseo que mueras - dijo el aprendiz.
- Probablemente por eso seas tú el que está aquí y no otro mago del mundo -
respondió Melmar.
- ¿Cómo sé que no me va a sacrificar para alargar su vida? - replicó Ashtor.
- Claro que no, obtendré la perpetuidad de mis conocimientos. Tú serás el
portador de mi poder y yo estoy demasiado cansado de esta vida para poder soportar más
tiempo esa pesada carga - aunque Ashtor presentía el mal, Melmar le daba razones
convincentes. A pesar de todo, era un Mago oscuro, y esta orden se caracterizaba por buscar
el bien personal a costa de todos los demás.
- No te reveles. Desde que bajaste al laboratorio conmigo ya no tienes camino de
vuelta. Lo que había que decidir, lo decidiste arriba.
Ashtor pensó en su hermano, en sus padres, que ahora debían estar en el seno de
Rastalas. Estaba decidiendo su vida entera. Su futuro se vería completamente determinado,
si se tumbaba en aquel altar. Pero a pesar de saber que no volvería a ser joven, en aquel altar
estaba su sueño, el poder y la sabiduría de muchos años de magia. Tanto, que ni en cinco
vidas podría acumularlos.
- Está bien - dijo al fin. Esto hizo que el rostro de Melmar se relajase.
El muchacho se tendió sobre el altar, el cual estaba cubierto por pétalos de rosa.
El suave olor, que sentía por la proximidad de éstos, le hizo sentir una felicidad extraña,
como nunca la había sentido.
El elfo se arrancó del cuello el colgante. Soltó de la cuerda la piedra de cristal
verde, y la colocó sobre el pecho del aprendiz. Esta emitió una luz tan brillante, que todo el
laboratorio se vio teñido de color esmeralda.
La piedra hizo que el corazón del joven latiera con rapidez. Le infundía energía
que le recorría todo el cuerpo desde las raíces de sus cabellos hasta las uñas de los pies. Un
profundo escalofrío le sacudió y cerró los ojos para deleitarse de tan placentera sensación.
Entre tanto, Melmar cantaba en una lengua extraña y recorría su cuerpo con las
manos a un palmo de altura. Si el aprendiz se hubiera fijado en él se habría asustado al verle
envejecer paulatinamente a medida que su conjuro se consumaba. De las yemas esqueléticas
de sus dedos manaba un río de luz plateada hasta la gema verde. Ashtor sentía como un
caudal enorme de energía le recorría de parte a parte, y no podía dominarlo. Era una
sensación de éxtasis dolorosa que se confundía con felicidad extrema. No podía compararlo
a nada de lo que había experimentado antes.
Finalmente el elfo oscuro cayó sobre la superficie pétrea y el fulgor de la gema
verde desapareció.
Ashtor aun sentía un desorden en su interior. Sufría espasmos en todos sus
músculos y no podía controlar sus pensamientos.

Abrió los ojos. Su cuerpo le pesaba de modo que le costaba un terrible


esfuerzo mover las manos e incluso abrir los párpados.
Se levantó con dolores en todo el cuerpo y vio que las velas aun estaban
encendidas. Debía haber pasado más de una hora ya que la mayoría de las velas estaban a
punto de apagarse. Miró al suelo y vio a Melmar caído y, con toda seguridad, muerto. Su
rostro estaba cadavérico, sus manos secas y su postura era demasiado extraña para estar
simplemente dormido. Era como si algo le hubiera extraído su esencia hasta matarlo.

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- Lo conseguí - dijo -, me concedió sus conocimientos - se sentía confuso todavía,
su cabeza seguía siendo un torbellino de pensamientos.
Se miró las manos y vio la gema verde sobre sus piernas. La cogió y sonrió.
Recordó el día que consiguió traducir el sortilegio de Nabucadeser, y lo mucho que había
dudado de su eficacia. Ese hechizo consistía en transferir todo el alma y espíritu en otro
cuerpo. Si eso había funcionado había logrado introducirse en el cuerpo del joven y ya no
era Ashtor sino Melmar, reencarnado. Esto no le gustó demasiado ya que seguía sintiéndose
como si fuera Ashtor.
Trató de recordar algún medio de saber quién era exactamente. Crisaor no le
había enseñado gran cosa para determinarlo solo había un medio de saberlo.
Miró la hermosa esmeralda del tamaño de la yema de un pulgar y se concentró
para ver al espíritu de su interior.
Detectó varias almas que alimentaban el poder de la piedra y supo que ésta era
una especie de ser mágico que pactaba con su amo un oscuro negocio. Ella concedía un
cuerpo joven y solo pedía a cambio las almas de sus ocupantes. Allí había varios individuos
prisioneros de la gema. Vio a un poderoso erudito, un mago que reconoció por sus nuevos
conocimientos. Se trataba de Nabucadeser, el antiguo propietario de la gema, antes de que
Alaón le robara sus conocimientos. Sufría desesperadamente. Trataba de gritar, de librarse
de aquella prisión. A su lado se retorcían otros espíritus menos poderosos. Uno de ellos era
uno inmaduro y joven. Abrió los ojos hasta el límite de sus cuencas al darse cuenta de que
era Ashtor.
En cierto modo se alegraba ya que él, Melmar, había logrado un cuerpo joven y
vigoroso capaz de enfrentarse al gran Alaón. Sin embargo una parte de él creía que en
realidad era Asthor por sus recuerdos y sentimientos de ambición desmesurada. Quería ver
a su mentor arrodillado bajo su poder, quería demostrarle que no era el joven sumiso y sin
potencial que siempre le quiso hacer creer que era. Veía el patético sueño de volver a una
cabaña, en su granja familiar, donde estaba su hermano que le insultó por sus anhelos de ser
mago. Estaba deseando torturarle parar demostrar lo poderoso que era. Ashtor era
peligroso, su ambición era oscura y llena de resentimientos. Sus bonitos sueños élficos de
volver a su tierra natal y ser acogido como un héroe eran ahora una burla a sus verdaderos
anhelos. Sentía bullir la sangre inquieta del humano que ocupaba y supo en ese momento
por qué nunca llegó a ser tan poderoso y temido como su maestro Alaón. Él siempre había
sido un nigromante por el bien del mundo, para demostrar a los suyos que con sus artes
podía ser su salvador. Como humano se daba cuenta de que lo único que le satisfaría era
una cosa: Ser el mago más poderoso de todos los tiempos. Y no solo debía serlo, además
todo el mundo tenía que saberlo. Todos tenían que temerle y las personas más poderosas
del mundo acudirían a él para acumular todavía más poder.
Guardó la gema en un bolsillo de su túnica y sonrió. Entonces sintió un fuerte
dolor en el pecho. Era como si unas manos ardientes rasgaran su piel con surcos de fuego.
No, no podía ser cierto. Había dejado atrás su cuerpo de elfo y una de las razones para
hacerlo era aligerar su carga. Su maestro Alaón le infringió esas heridas como castigo por
haber colaborado con sus enemigos proporcionándoles información sobre lo que hacía. Su
maestro lo despreció desde ese día y por ello le castigó. Aquel día le dijo: "Nunca te librarás
del estigma de tu traición."
- ¡Maldito Alaón! - gritó, encolerizado -. Juro que te mataré... ¡Te mataré!

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EL SECRETO DE LA GEMA VERDE

Crisaor estaba sentado en una alfombra redonda con las piernas cruzadas y con las
manos a ambos lados de sus rodillas. A su alrededor había una nube luminosa, que rodeaba el
circulo en el que estaba sentado. Más allá del círculo no llegaba nada de luz.
Eran sus ejercicios de concentración nocturnos. Normalmente estaba así horas y
horas, a menudo hasta que salía el Sol. Sin embargo, solo lo hacía cuando algo le preocupaba y
deseaba tener a su disposición toda su concentración.
Alguien llamó a la puerta de su estancia. La energía luminosa se difuminó y
terminó por desaparecer. Abrió los ojos, enojado, y se puso en pie de un salto.
- Espero que sea importante - dijo sin alzar la voz, pero con tanta autoridad, que el
causante de la interrupción entró con miedo.
- Mi señor - dijo Dekell asustado -, Ashtor ha regresado.
La faz de Crisaor se transformó en una mueca de sorpresa. Había presenciado la
prueba y se había jactado de haber visto morir al último hechicero oscuro y a ese joven insolente.
Sin embargo prefirió ver con sus propios ojos al muchacho antes de manifestar lo que pensaba.
- Aun no ha llegado, pero no tardará en hacerlo. Los miembros del consejo aseguran
que son incapaces de detenerlo. Los espectros del bosque se unen a él como si fueran un ejército.
Además, dicen que lleva la túnica de color...
La pausa del joven neófito desató la cólera de Crisaor.
- ¡Viste de negro! - su cólera pareció transformarse en miedo. Ahora comprendía por
qué Melmar había ido a visitarles. Ahora sabía que jamás debió fiarse de su frágil apariencia.
Ashtor aun no estaba preparado para la prueba y eso le había puesto las cosas mucho más
fáciles a Melmar. Sus planes de acabar abruptamente con las ambiciones de Ashtor se habían
vuelto contra él.
- Señor - volvió a interrumpir sus pensamientos Dekell -, me han ordenado que le
lleve a la presencia del Adepto mayor, Swala. Pidió su presencia de inmediato.
Crisaor se concentró y su cuerpo de disipó en el aire, obedeciendo tal petición. El
Adepto mayor, Swala, era el mago más poderoso de todo el templo, el cual, no se ocupaba de
pequeñeces como Crisaor. Este velaba siempre para que el poder de la luz amparase aquel
enorme templo. Era el causante de que Melmar se sintiera tan débil cuando entró en aquel
recinto. Era considerado como un dios en vida por aquellos que le conocían y era al que
presentaban todos los presentes aquellos peregrinos que querían algún milagro.
La imagen de Crisaor apareció en el interior de una oscura sala. A su alrededor
había doce Magos de la luz sentados en circulo. Había un hexagrama dibujado en el suelo, y en
el pico del Este estaba Swala. Tenía la misma postura que los demás, pero éste flotaba por
encima de las cabezas del resto envuelto en una fuerza luminosa blanquecina que iluminaba la
estancia. Tenía los ojos cerrados pero Crisaor se sintió observado por él de forma inquisitiva y se
sintió molesto e insignificante.

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- Soy Crisaor, maestro mayor. Qué deseáis de mí.
- Fuiste tú quien envió a Ashtor a la prueba. Tuya será la responsabilidad de lo que
haga con este templo. Ahora tiene todo el poder y conocimientos de Melmar.
Swala apretó los ojos, enojado. Su aura cambió de color y de intensidad, el rojo
sustituyó al blanco por unos instantes.
- Te dejaste engañar por Melmar. Él tiene el secreto de Nabucadeser - dijo Swala, sin
abrir los ojos.
- ¿Qué secreto? - se sorprendió Crisaor.
- La gema verde - respondió -, la piedra de la usurpación de cuerpos. Ahora posee
el poder de todos aquellos hechiceros que una vez fueron encerrados en dicha prisión de
esmeralda. Apresúrate, reúne a todos los acólitos, hay que detenerlo a cualquier precio.
Crisaor asintió y desapareció del consejo. Se materializó junto a la puerta de acceso
al robledal y levantando las manos. Pronunció unas palabras mágicas y las puertas se abrieron.
Sus brazos temblaban de miedo. Si lo que Swala le acababa de decir era cierto, el cuerpo de
Ashtor era la mayor amenaza ambulante que existía desde los tiempos de Alaón. No existía
nadie capaz de detenerlo. Solo había un modo de intentarlo.
Cuando se internó en el robledal, sintió la terrible presencia de Melmar. No estaba
solo, con él venían todos los espectros del robledal. Era como si todo el mal del mundo fuese tras
él, como reunido en un ejército. No solo había un ambiente oscuro, además flotaba en el aire un
hedor a carne putrefacta y el eco de susurros iba elevándose como una sombría cantinela que
auguraba muerte y destrucción.
Muy lejos de amedrentarse, movió las manos para formular un hechizo de defensa.
Un triángulo luminoso surgió de su entrecejo, y se expandió como una burbuja de cristal. Unos
pequeños rayos azules empezaron a golpear en aquella esfera luminosa en la que Crisaor estaba
metido.
A su alrededor se congregaron los doce magos, los asistentes de Swala, y
prepararon sus hechizos para defenderse de la avalancha de espectros que se les venía encima.
Su poder era tan grande que la luz iluminó el bosque como si fuera una planicie sin sombras a
pleno Sol. Ningún espectro podía exponerse a la luz sin morir y solo existía esa salida del
bosque tenebroso.
Crisaor sintió miedo. Sabía que seria una batalla dura. Conocía el poder de esos
espectros y el número de ellos. Los trece magos podían no ser una fuerza suficiente para
detenerlos.
Poco a poco, el radio de su esfera fue aumentando. Además, la energía desplegada
era tan intensa, que las ramas de los robles comenzaron a arder. Sin embargo, más que nunca,
sintió que su poder no provenía de Rastalas, sino de dioses menores de la luz. Lo cierto es que
en todos sus años de erudito maestro nunca había recibido nada de poder de Rastalas. Seguían
siéndole fieles pero, incluso Swala, el más poderoso de todos ellos, extraía su poder de la magia
primigenia combinada con la de los dioses menores de la luz. La profecía del Magician Talidor
Luminus insinuaba que un día nacería un mortal que sería la encarnación de Rastalas, un ser
que poseería tanto poder que ni todas las divinidades juntas podrían detenerle. Pero ese ser no
estaba con ellos ahora, que era cuando lo necesitaban.
Crisaor sentía la presencia del mal, cada vez más cerca, y parecía que cuanto más se
acercaba, más poder adquiría. Melmar estaba siendo escoltado por todos los espectros del
robledal, que se dirigían hacia el templo de Rastalas, reuniéndose tras él como si fuera su pastor
guiando a sus ovejas. Se preguntó de dónde extraía su poder ese hechicero oscuro ya que
también la diosa Minfis había desaparecido del firmamento.
«Debo detenerles» - se dijo Crisaor -. «La culpa es mía, yo les dejé entrar».
La esfera luminosa, se desintegró, y una intensa aura dorada la substituyó. Crisaor
acumulaba tanta energía como le era posible, pues sabía que era difícil matar a Ashtor con su
nuevo poder. Sin embargo, lo que no asumía era que también Ashtor era Melmar y estaba

153
preparando su llegada al templo con un hechizo similar.
El suelo tembló, y las cenizas de los árboles ardientes subían al cielo, al igual que el
inmenso poder de Crisaor parecía desembocar en el infinito.
A pesar de aquel despliegue de poder, Crisaor sabía que no podía luchar contra el
mal que se aproximaba. Ni aunque fueran cien hechiceros, podrían detener una ola maligna
como esa. Era como si un grupo de trece hombres tratara de detener la embestida de un ejército.
Sin embargo, su entorno dorado aumentó de intensidad y tamaño.
Afortunadamente le estaban ayudando, aunque no era por él, sino por el enorme peligro que
suponía una fuerza de tal magnitud.
Se vio tan apoyado por los suyos, que creyó poseer el poder infinito de Rastalas. Los
primeros espíritus se acercaron. Sus deshechos cuerpos ardieron en aquella aura de brillo sin
límites, y con poder abrumador. Sin embargo, al ser muertos vivientes no parecían destruirse.
Absorbían la energía de Crisaor con espantosos sufrimientos, pero cuantos más eran los que
llegaban, más poder le robaban a Crisaor. Ahora comprendió por qué aquellos espíritus de las
tinieblas precedían a su amo. Debilitarían la fuerza de todos los Magos de la luz y cuando
llegara Melmar tendría a su disposición todo su poder.
Trató de condensar su energía e hizo una barrera que impidiera el paso de todos los
espíritus, con el fin de que se mantuviera su poder hasta la llegada de Melmar. Continuó
sintiendo el apoyo de sus hermanos, y por ello no sintió desfallecer al ver a miles de entes
traslúcidos surgiendo de las sombras del robledal.
Los espíritus trataban de atravesar la barrera, pero les era imposible. Estos se
calcinaban a la luz de su poder, pero donde desaparecía uno aparecían diez más. Al fin, el
resplandor del aura de Melmar apareció tras la oscuridad del robledal. Era solo el aura, que
serpenteaba por entre los robles, sin dañarles.
- Luchar en mi nombre - escuchó Crisaor en la distancia - y yo os daré un cuerpo
zombi en lugar del que tenéis ahora, hecho de éter.
Los espectros estaban empleando todo su escaso poder para debilitar las defensas.
Probablemente quedarían destruidos y tardarían años en volver a reunir éter suficiente para
hacerse visibles y peligrosos, pero se estaban moviendo por un deseo instintivo de recuperar
materia física. Nada los detendría y eso estaba mermando las fuerzas de los trece magos de la
luz. El mago de la luz suplicó a Rastalas que acudiera en su ayuda, pero una vez más el dios del
bien no parecía escuchar sus palabras. No era que no quisiera ayudarles, simplemente Crisaor
tuvo la impresión de que invocaba el nombre de un falso dios.
Tan pronto como el aura de Melmar llegó a rozarse con el escudo mágico de
Crisaor, saltaron unas chispas de todos los colores.
Entonces, Crisaor vio el rostro de un joven. Era Ashtor, pero tenía la expresión más
extraña que había visto nunca. Sonreía, y lloraba al mismo tiempo. En sus retinas se veía dolor y
el éxtasis. Se preguntó si Melmar había logrado expulsar el alma de su cuerpo o si había
quedado atrapado dentro.
El escudo flaqueaba por el contacto de aquella aura rosada, proveniente del cuerpo
de Ashtor. Comenzó a mellar aquella barrera de luz.
Crisaor empleó toda su fuerza e intensificó su energía al máximo de sus
posibilidades. Los ancianos hicieron lo mismo, y el erudito sintió como su piel se quemaba por
emitir tal cantidad de energía. No sentía dolor, sino éxtasis. Sabía que era imposible que
sobreviviera a aquello, pero no se apenó ya que si no lograba destruir a Ashtor, habría miles de
víctimas además de él. Dedicó toda su fuerza para alcanzar el poder absoluto de Rastalas, y
destruir a aquella amenaza maligna que se disponía a profanar su templo. Si no conseguía
detener a Ashtor, era consciente de que los espíritus invadirían el templo, y se cumpliría lo que
le había dicho Swala: no quedaría piedra sobre piedra y no dejarían criatura viva. Solo los dioses
sabían cuanta devastación podían provocar esas huestes malignas.
La energía oscura pareció debilitarse y dejó de presionar contra el escudo dorado.

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Sin embargo, solo era para aumentar de intensidad, y golpear con toda su fuerza un instante
después. El aura de Melmar golpeó contra aquella barrera, e hizo temblar la tierra, e incluso
abrió grietas en el suelo.
La barrera no cedió. Sin embargo, Crisaor no soportaría mucho más tiempo. Sentía
que su cuerpo temblaba, que su corazón y sus pulmones ardían como si fuesen a estallar. Solo le
quedaba la esperanza de que también Melmar estuviera a punto de sucumbir.
De nuevo el mal embistió contra la barrera dorada y esta vez Crisaor desfalleció. La
defensa del templo de Rastalas se derrumbó y el aura y escudo dorados fueron devorados por
los espíritus, estallando en una gigantesca explosión de luces rojas.
El cuerpo sin fuerzas del mago de la luz, quedó tendido en el suelo. Ningún espíritu
se acercó a él, ya que de su cuerpo aun manaba una energía que le protegía.
Los magos del templo de Rastalas se defendieron de los espectros, y los
principiantes y neófitos, fueron atacados y asesinados de forma brutal por estos, que devoraban
ansiosos su sangre caliente. Al estar tan debilitados ansiaban más que nunca la energía humana.
Los doce magos del consejo estaban tan exhaustos que no pudieron defenderse.
Fueron asesinados por aquellos espíritus sedientos de sangre. Lucharon hasta sus últimos
recursos, preguntándose cómo era posible que los espectros pudieran salir de su prisión.
Swala y algunos otros lograron abandonar el templo, ya que sabían que sus vidas
eran más importantes que defender inútilmente el templo contra las fuerzas imparables del mal.
Serían más útiles, si sobrevivían al mal y lograban encontrar a alguien que les ayudara a
combatirlo.



Una nube oscureció el templo. Ya no parecía dedicado a Rastalas, sino a todos los
dioses del mal. Las paredes sangraron, y se oscurecieron hasta tomar el mismo color negro que
la torre de Alta Magia.
Melmar paseó por aquel lamentable escenario de hombres chillando y retorciéndose
de dolor, por tener un espíritu a su espalda, torturándole hasta la muerte. Para él era un
espectáculo agradable ver sufrir a los magos de la luz, aquellos que se habían burlado de su
"insignificante" poder, los que le habían tenido confinado durante siglos en su torre sin darle
permiso a formar magos oscuros.
A pesar del reciente duelo, no tenía aspecto de cansado. Entonces se acordó de
Crisaor. Debía vengarse con su propio poder.
Fue junto a su cuerpo, y descubrió con asombro que ya no estaba. El mago de la luz
había demostrado ser un verdadero erudito, sin embargo no podía sobrevivir mucho tiempo
después de sentir en su piel la acumulación de tanta energía.
- Mi señor, ya no queda nadie con vida - dijo un espectro, desde su espalda.
- Bien, ¿cuántos son los nuevos muertos? - preguntó el nigromante.
- Solo han escapado unos pocos - respondió el espectro -. Pronto contaremos con
una legión más. Solo es necesaria vuestra presencia para esclavizar a los nuevos espectros.
La nube negra cubrió todo el cielo visible. Se había oscurecido tanto el cielo, que
más que media tarde parecía completamente de noche.
- Contarlos - dijo Melmar -, si encontráis a uno que se llame Crisaor, traerlo a mi
presencia.
El esqueleto descarnado asintió, y desapareció. Melmar volvió al interior del
templo, y sonrió al ver los surcos rojos de la sangre chorrear en las paredes del templo central.
Sabía que no era más que la sabia vital que alimentaba aquellos cimientos. Eran las lágrimas de
los dioses de la luz, y eso hacía que se sintiera exultante. Había obedecido a su soberano, el dios

155
de la luna negra, Alastor. Solo faltaba llamar al dragón Nóala y le daría el poder absoluto.
La sonrisa de Melmar al pensar que nada le saldría mal, se borró al recordar su
siguiente tarea: resucitar a los muertos con los espíritus que acababa de liberar. Si no lo hacía, su
ejército se volvería contra él. Era el precio a pagar por su dominio de la nigromancia. Los
muertos no eran muy ambiciosos ni cobraban un salario, ni necesitaban comida. Solo saqueaban
los cuerpos que ellos mismos dejaban en la batalla. Generalmente los asesinaban extrayéndoles
únicamente la sangre vital. De ese modo el cuerpo duraría más y sería más eficaz cuando
pudieran poseerlo. Melmar sonrió al pensar que su ejército era fácil de contentar. Miró al cielo
nuboso y con voz profunda exclamó:
- ¡Mi señor Alastor! ¡Al fin dominaré el mundo en tu nombre!
Mientras se dirigía al montón de cadáveres amontonados por sus espectros, recordó
lo sencillo que había sido emplear la gema verde con Ashtor y lo sencillo que sería en el futuro
utilizarla. El único inconveniente de haberla usado era que ahora él era como un parásito que
tomaba cuerpos por la fuerza. No tenía cuerpo y por tanto era como uno de esos espectros que
gobernaba. Esto no le preocupaba demasiado ya que conocía el modo de recuperar su cuerpo
elfo original, sin los estigmas sufridos en guerras pasadas. Pero habría tiempo para eso... Antes
tenía mucho que hacer, entre otras cosas, luchar y destruir a Alaón y Cabise. Esa era la voluntad
de Alastor. Era irónico que el cuerpo que ocupara tuviera un nombre tan semejante a su dios
aunque nada era casual. Todo estaba predestinado.
Sacó la gema verde que tenía colgada en el cuello y sonrió al imaginar que Ashtor
estaba sufriendo horribles tormentos en su interior. Además no estaba solo. Con él debía estar
uno de los grandes magos de todos los tiempos, Nabucadeser, que fue encerrado por Alaón
cuando Melmar aun no había nacido.
- Ahora estoy a tu altura - dijo firme Melmar, evocando la imagen de su mentor
Alaón. Sin embargo era consciente de que él había tenido que vencer a un joven pretencioso que
no tenía la menor oportunidad, y Alaón tuvo que vencer al erudito más poderoso de sus
tiempos, hasta su propia llegada.
Recitó unas palabras arcanas y los espectros cobraron su botín. Los cadáveres
volvieron a moverse y comenzaron a levantarse de forma grotesca, caminando de forma
antinatural, cojeando con piernas rotas o con el cuello vuelto del revés. A pesar de tan horrible
escena, había orden en su comportamiento. Los más favorecidos por la muerte se pusieron al
mando de pequeños pelotones y se dispusieron en fila frente a Melmar.
- Seguiréis a vuestros generales - ordenó Melmar a los nuevos muertos vivientes.
Sin embargo, algunos se revolcaban por el suelo por estar en estado físico
lamentable y no hicieron caso a las órdenes. Al verlos Melmar, exhibió una mueca de asco y
consideró que aún podía levantar la moral a sus tropas a costa de aquellos individuos
lamentables. Ordenó a sus generales espectros que les atravesaran con estacas para liberarlos del
tormento.

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13

LA TORRE DE ALTA MAGIA DE TAMALAS

En un hechizo de traslado ejecutado por Gidlion, habían aparecido en el interior de


un edificio de piedra adornado con dragones de granito que miraban al cielo.
Era un templo de Rastalas, el templo del norte de la ciudad. Podía oírse el susurro del
mar en la cercanía.
Cabise miraba hacia el mar, pensativo, cansado y cabizbajo. No decía nada desde que
se encontraron con Alaón y le convencieron para que les acompañara.
El joven mago se miraba las manos aún amarillentas, arrugadas por el efecto
mortífero de aquel veneno. Se había mirado a un espejo y su rostro le había espantado. Parecía
un espectro con aquellos ojos hundidos en cuencas negras, con ese extraño brillo amarillento. El
clérigo que le había curado olvidó borrar esos estigmas de su piel. Temió que su aspecto no
mejoraría nunca y aún temía más la reacción de Marilia al verle. Pensó que si pasaba algún
tiempo, un par de días comiendo bien, su aspecto mejoraría. Además tenía muchas cosas que
hablar con ese niño.
Alaón le miraba con seriedad. Cabise creía que él había sido responsable de todo lo
que le había pasado y le costaba dirigirse a él con respeto. Quería zarandearle y preguntarle por
qué le había hecho eso a él pero sabía que ni se acordaría de nada, ni había sido culpa
exclusivamente suya. Fue él quien le invocó sin preveer las consecuencias.
Sara hablaba con Gidlion sobre la dirección a la que debían viajar para llegar a Kalair.
Por lo visto estaba hacia el sur, a las afueras de la ciudad de Estempir. Había un castillo cerca de
las montañas, el castillo de Nordmaar, que se erigía sobre un alto acantilado, y luego un camino
recorría un bosque espeso hasta una cumbre montañosa donde se encumbraba el templo.
«Debería marcharme - pensaba Cabise -. Marilia me dará por muerto y no esperará
demasiado... pero si me ve así... Se espantará y no tardará en dejarme. Estoy justo como ella dijo que
estaría, consumido por la magia. No podría soportar que me mirara con repugnancia... »
- No podemos ir hoy - replicó Gidlion -. La noche está cayendo y eso queda a muchas
millas de aquí, con suerte llegaremos al anochecer de mañana a ese castillo. Y eso saliendo de
aquí a primera hora. Además vuestro amigo está muy enfermo - miró a Cabise -. No soportará
un viaje en las condiciones que está. Debe reposar.
- Creí que erais poderosos - replicó Sara, impaciente -. ¿No podemos llegar con
vuestra magia?
Alaón sonrió pero no dijo nada. Gidlion miró al pequeño con una sonrisa de
complicidad.

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- Me temo que ninguno de nosotros ha pisado aquella región - explicó Cabise -. No
podemos trasladarnos así como así. A menos que tú puedas llevarnos, claro.
Sara se cruzó de brazos impaciente. Miró enojada a Cabise y se dejó caer sobre un
banco de madera. Aquella era la casa del sacerdote de aquel templo y no había nadie en el
momento de su llegada. Al ser un templo de Rastalas, estaba abandonado hacía años.
- Lo siento, lo mejor es esperar hasta mañana - repitió Gidlion -. A menos que alguno
de vosotros haya visitado antes el castillo del que habla Sara.
Cabise negó con la cabeza, aunque era evidente que en su estado no podía ejecutar ni
siquiera un hechizo de sueño para un gato. Esto llevó a los tres a mirar a Alaón, que al sentirse
observado sonrió inocentemente.
- Yo llevo días en el mundo - lo siento, no conozco más que Nosthar.
- Si tenemos que quedarnos una noche - dijo Cabise, con la voz débil y sentándose en
otro banco-, os agradecería que me dijerais donde puedo ir a dormir. Me duele la espalda, creo
que la herida no cerró del todo bien.

Gidlion indicó a Cabise dónde podría dormir sin luz y sin ruido llevándolo a una de
las celdas vacías de los antiguos sacerdotes. En los últimos años había pocas vocaciones al
sacerdocio de Rastalas. Muchos decían que los pocos que habían eran médicos curanderos
cuando lograban curar o charlatanes, cuando cobraban por unos servicios sin resultados. Sus
templos habían quedado vacíos cuando la gente descubría que no tenían ningún poder y ese era
uno de sus templos. Los pocos que iban allí eran como ellos, refugiados buscando un techo
donde descansar.
Cabise se recostó poniéndose la mano en el costado derecho, que era donde la daga
había perforado el pulmón. Aún le costaba una agonía respirar y procuraba evitar las toses
porque cuando tosía creía que se le saldría el alma por la boca a causa del dolor. Pensó en lo
irónico de que él estuviera en un templo de Rastalas, junto a una sacerdotisa que manifestaba ser
falsa hasta el día que Rastalas al fin se le apareció en un sueño. Pero lo más raro de todo era que
según sus enemigos, él era la reencarnación del propio Rastalas. Algo totalmente inconcebible
para él.
Gidlion sacó unas mantas y las extendió sobre el enfermo.
- Te prepararé unas hierbas. ¿Sabes, muchacho? Lamento no tener más poder para
sanarte. Es admirable que hayas resistido tanto, debes tener una buena razón para vivir. Cuando
Sara y yo te llevamos al templo de Malhantas y te veía tan pálido y tembloroso, creí que no
llegarías con vida.
- Por suerte o por desgracia - susurró el mago -, llegamos a tiempo para que el Sumo
sacerdote de Silrania me impusiera las manos. Ahora no sé si me castigó por permitirme vivir en
un cuerpo tan lamentable.
- ¡Muchacho! - Reprendió Gidlion -. No cuestiones la voluntad de los dioses. Solo
ellos saben la razón por la que aún vives. Pero dime, ¿que te deprime tanto? Estás vivo y parece
que lo llevas como un castigo.
Cabise abrió los ojos débilmente y miró al elfo con tristeza.
- Decidí mal. No supe ver lo que me daría la felicidad cuando pude elegir el camino
correcto.
Gidlion enarcó las cejas mientras mostraba media sonrisa.
- Una mujer te espera y temes que ya no te quiera por el aspecto que tienes - dijo -.
¡Vamos! No te pasarás la vida enfermo. En una semana estarás como nuevo.
Cabise sonrió. Le gustaba el carácter bonachón del elfo. Al menos, le daba esperanzas
de recuperarse.
Se recostó y se cubrió con una vieja manta que olía a polvo. Gidlion se alejó con la
vela y todo quedó oscuro. Tan pronto cerró los ojos, se quedó profundamente dormido.

159
Es nuestro secreto
Solos tú y yo
Nos vemos a escondidas
Y nadie nos descubrirá
Nunca olvidaremos
El día que nuestro amor
Prohibido y ansiado
Fue solo tuyo y mío
Y en este día te prometo
Que como en este momento
No habrá día sin que te dedique mi aliento.

Cabise miraba a Marilia desde su regazo mientras ella le cantaba esa


maravillosa canción. Tenía los ojos brillantes de lágrimas por mirar a
Marilia, que estaba radiante con aquella sonrisa. Sin duda su voz suave y
femenina la hacían más hermosa que un ángel. Era su ángel guardián.
- Mi vida - susurró -. Te echo tanto de menos...
- Siempre te amaré... - respondió ella, desde su sueño.

Abrió los ojos al sentir que alguien lo despertaba.


- Vamos, despierta, joven - era Gidlion -. Debemos marcharnos, acaba de amanecer y
nos espera un largo paseo hasta el templo.
Cabise soltó un reniego. Estaba feliz durmiendo, descansando en el regazo de Marilia
y el tiempo había volado. Al moverse sobre aquella cama de paja, notó sus músculos perezosos.
Se sintió mejor que al acostarse aunque nunca le había pasado que la noche se le pasara tan
rápido.
Al ver al elfo sintió nostalgia. Se parecía al amigo de Travis, el dueño de la casa
donde debía esta ahora Marilia. Volvió a cerrar los ojos con la esperanza de encontrarse de
nuevo con su amada pero los dolores le hicieron recordar que solo había sido un sueño y que
estaba a cientos de millas de distancia de Kalmensi.
Cabise se incorporó, quejándose de la espalda. Le dolía bastante pero notaba que
tenía las fuerzas renovadas. La cicatriz estaba cerrada del todo y el veneno aún le hacia sentir
escalofríos.
- ¿Podrás caminar hoy? - Pregunto Gidlion.
- Puedo ser una molestia, mejor seria que me quedara a descansar, no os seré de
ninguna utilidad.
Cabise pensaba en recuperar fuerzas suficientes para efectuar un hechizo de traslado
que le llevara de vuelta junto a Marilia. Aun necesitaba descansar bastante para lograrlo. En ese
momento no le daba miedo que ella le rechazara por su vejez prematura.
- Pero Sara se tomó demasiadas molestias para que vinieras con nosotros, no creo que
lo apruebe - replicó el elfo, extrañado.
- Hablaré con ella. Yo no soy imprescindible, solo lo es Alaón.
Se levantó del todo hasta ponerse de pie. Sintió que el mundo se tambaleaba y tuvo
que agarrarse a la cabecera de la cama.
Gidlion le cogió del brazo y se ofreció como bastón.
Llegaron a la sala donde estaban Alaón y Sara. Ella tenía un fuelle en la mano y
avivaba el fuego de la chimenea. En este se estaban cociendo hierbas medicinales cuyo olor hizo
que Cabise sintiera nauseas.
- Buenos días - saludó Cabise.
Nadie contestó, por lo que el joven mago se sintió más extraño que nunca en aquel
grupo.

160
Sara le miró y sonrió, como si no lo hubiera oído.
Cabise no quería seguir con ellos, ese no era su camino. Solo deseaba regresar junto a
Marilia después de descansar lo suficiente.
- Creo que en este punto nos debemos separar - manifestó, mientras se sentaba en
una de las sillas.
Sara volvió a mirarle, con expresión apesadumbrada.
- ¿Cómo?, no entiendo.
Alaón lo miró estupefacto.
- Yo si que no lo entiendo - hizo eco Alaón -. Creí que teníamos una misión común
que cumplir.
Cabise miró al fuego y acercó las manos para recibir su calor.
- Yo ya hice todo lo que tenía que hacer - dijo, mirando con desprecio a Alaón -. Solo
seré una molestia para vosotros si os acompaño.
- ¿Y qué harás? - Preguntó Sara -. No podemos dejarte aquí.
- No necesito cuidado de nadie - respondió Cabise, ofendido -. En cuanto me
recupere, volveré a casa.
Alaón lo miraba con expresión incrédula.
- Solo fui tu herramienta para volver, Alaón - explicó Cabise -. Ahora ya no te sirvo,
estoy demasiado débil y he estado a punto de morir porque tú me poseíste para conseguir tus
propósitos. Gracias a Sara sigo con vida, bueno gracias a ella y al clérigo de aquella ciudad.
- ¿Que yo hice qué? - se defendió el niño sinceramente.
- Creí que tenía cosas que hablar contigo, pero te haces el olvidadizo y parece que no
recuerdas nada. De qué iba a servir que te pregunte sobre tu profecía. Siento haberte
acompañado Sara, es una tontería seguir aquí. Me ha decepcionado totalmente encontrarme con
él.
- ¿Y crees que yo no? - Replicó Alaón -. Me pedís que os ayude a salvar el mundo,
que os acompañe para demostrar mi buena voluntad y no os dais cuenta de que también yo fui
herido como tú, por la misma daga envenenada. Crees que yo, en mi estado, por ser el gran
Alaón, voy a ser capaz de derrotar al mal del que me habéis hablado. ¡Mírame! Solo soy un niño.
Estoy tan débil como tú.
Sara oía la conversación con mirada apesadumbrada.
- Callaos - exclamó Gidlion -. ¿Es que no sentís que algo va mal? ¿Qué clase de magos
sois?
Cabise y Alaón lo miraron extrañados.
- Mirar el cielo - añadió el elfo -. Esa oscuridad no es propia de un amanecer. Estoy
seguro de que algo terrible pasa al sur y a no mucha distancia.
Sara se asomó a la ventana y su rostro palideció.
- ¿Qué ocurre? - Preguntó Cabise, contrariado -. Por tu cara parece que has visto una
legión de fantasmas.
Sara lo miró enfadada.
- Míralo tu mismo.
Alaón no pudo resistir la curiosidad y se acercó a la ventana para ver qué ocurría.
- Por todos los dioses - siseó.
Cabise, harto de tanta intriga decidió acercarse a ver con sus propios ojos lo que
ocurría. Gidlion se acercó también. Lo que vio lo dejo sin habla. La ciudad de Tamalas se veía a
escasa distancia. Aquel templo estaba en lo alto de una colina y la ciudad se veía al fondo, a unas
diez millas de distancia.
El cielo estaba oscuro, pero podía ver el Sol a través de la oscuridad como una bola
opaca y sin brillo. La ciudad escupía un manto negro hacia el cielo. Estaba siendo devorada por
las llamas y aquel crudo espectáculo ocupaba todo su rango de visión. El humo negro
conquistaba el cielo a una velocidad endiablada.

161
- Demasiado tarde - susurró Sara -. ¿Qué podemos hacer ahora?
Cabise la miró, apesadumbrado. Ella tenía las mejillas empapadas en lágrimas.
Estaba horrorizado. Nunca había manifestado dudas con respecto a la amenaza que se
disponían a detener pero nunca creyó que fuera tan inminente.
- ¿Qué diablos está pasando? - preguntó.
- ¡Dímelo tú! - exclamó ella -. Yo solo sé que debía traeros a Kalair porque pensé que
evitaríais tú y Alaón alguna tragedia. Pero veo que llegamos tarde y por lo que contáis los dos,
Gidlion tiene mucha más energía que vosotros juntos. Lo único bueno es que yo he cumplido mi
parte. Estáis aquí y además juntos.
- No podemos hacer nada - dijo Gidlion -. Me pregunto que ha podido causar una
tragedia como esta. La oscuridad que cerca la ciudad es sobrenatural, no había visto magia
negra tan intensa nunca en mi vida.
Alaón miraba el fuego impasible.
- Es culpa mía - manifestó, apenas sin voz -. Allá donde voy todo es devorado por las
llamas. Ha sido el dragón rojo Nóala, me anda buscando. Dijo que hasta que yo no muriese, él
no regresaría al abismo... y ya ha muerto demasiada gente. No puedo... no puedo resistir más...
¡Qué carga más horrible me hacen soportar los dioses!
Gidlion lo miró con lastima.
- No, Alaón. Mira ahí abajo. Se acerca algo que no es un dragón - señaló Cabise hacia
la entrada del templo.
En las puertas se agolpaban unas criaturas descarnadas que emitían un fulgor azul
espectral.
- Son espectros. Algo les impide entrar en el recinto sagrado.
Alaón suspiró al darse cuenta de que la causa de aquel infierno no era la que él
pensaba. Su conciencia se vio liberada por unos momentos.
- De acuerdo - replicó Sara -. Y ahora qué.
Cabise la miró. Aquella escena la había hecho perder los nervios. Le gustó saber que
esa mujer de aspecto perfecto y carácter fuerte era, al fin y al cabo, humana.
- Supongo que nuestra misión ha cambiado - dijo Alaón -. Ahora Kalair no tiene nada
que podamos salvar. Ese no es un templo sagrado, de modo que no quedara un solo ser vivo.
Deberíamos visitar la torre de alta magia ahora que los espectros están libres. Ahora no hay
guardianes y sospecho que el Bastón de Melendil está allí.
- ¡Tú no lo entiendes! - Exclamó Sara, ofuscada -. Maldita sea era la ciudad lo que
debíamos salvar.
Alaón miró a Cabise insinuando que Sara había perdido el juicio. Este le pidió con la
mirada que tuviera paciencia. Al fin y al cabo todos sus propósitos se habían ido al traste. Era
comprensible su dolor.
- ¿Crees que podemos llegar a esa torre, tal y como está el camino de espectros? -
Pregunto Gidlion, un tanto incrédulo.
Alaón sonrió y miró a Cabise.
- Desde luego hoy no - replicó -. ¿Pero quién tiene prisa? Cabise y yo necesitamos
reposo. En dos días nos recuperaremos y todos esos espectros se dispersaran dejándonos el
camino libre. No van a entrar en este templo, el poder de Rastalas permanece en él - miró de
forma extraña a Cabise, sonriendo.
- Ya, genial, otro que piensa eso... - protestó el joven mago, fastidiado.



Tal y como predijo Alaón, después de dos días de descanso el fuego se había
apagado y todo lo que se veía era una ciudad en ruinas, muerta y sin el menor movimiento. El

162
olor a quemado había dado paso a un olor a putrefacción y éste, paulatinamente, fue
desapareciendo a medida que los espectros se alejaban del templo, en busca de seres vivos de
los cuales pudieran alimentarse.
Abrieron la alta verja de metal oxidado que protegía los jardines del templo. Era
medio día y el sol los bañaba con sus rallos.
- Es el momento - dijo Alaón -. Nunca hubo tanta calma en Tamalas.
Sara lanzó una mirada penetrante a Alaón. Aunque su tono no había sido insultante
el niño parecía tomarse a guasa la desgracia de aquella gente.
En esos días apenas habían hablado y Alaón se había mostrado frío y distante todo
ese tiempo. Se había dedicado a recoger hierbas por el jardín, esenciales para sus conjuros.
Gidlion le interrogaba en ocasiones acerca de hechizos que había estudiado en sus libros, pero el
niño le respondía que no se acordaba.
Cabise, por su parte trataba de descansar lo máximo posible. Cada poco tiempo sus
pensamientos volaban hacia Marilia y trataba de concentrar sus fuerzas para poder ejecutar el
hechizo de traslado. Deseaba con toda su alma encontrarse con ella y decirle que estaba bien.
Cuando se sintió con la energía necesaria echo mano a su bolsa de hechizos y se llevó
el disgusto de que no le quedaban polvos de plata. Gidlion tenía, pero sabía lo caro que era ese
ingrediente y no tenía dinero para pagárselo. Ni siquiera la túnica que llevaba era suya ya que se
la prestó Gidlion. En una ocasión había tratado de negociar con el elfo que se la devolvería en
cuanto pudiera, pero cuando repitió que se quería marchar, su mirada fue tan severa que
decidió no empeorar las cosas pidiéndole ese maldito ingrediente. Estaba aprovechándose ya
del oro de Sara y de la amabilidad del elfo.
Allí estaban los cuatro, atravesando los primeros metros del camino. Alaón iba tras
Cabise y Sara y Gidlion encabezaban la marcha. El elfo caminaba tan sigiloso que no se oía ni el
roce de sus sandalias con el suelo pedregoso del camino. Su sigilo resultaba ridículo teniendo en
cuenta la desgana con la que caminaba Cabise y el ruido que hacia con sus pies descalzos, entre
quejas, gemidos y la tierra que movía al arrastrar los pies.
Al llegar a la ciudad, Cabise sintió que sus problemas eran muy pequeños. No
quedaba una casa entera y se respiraba muerte. Lo asombroso era que no había ni un solo
cadáver. Sin embargo todo estaba lleno de sangre y cenizas.
- Esto es obra de los espectros - dijo Cabise.
- ¿Qué habrán hecho con los cadáveres? - Pregunto Sara, espantada.
- Alguien los guía - respondió Alaón -. Es extraño que no haya espectros aquí. Suelen
ser anárquicos y nunca abandonan del todo una región. Son... muy hogareños - el niño sonrió,
helando la sangre a la mujer sacerdotisa con una mirada fría y sin sentimiento.
- No me importan tus espectros - replicó ella, fuera de sí -. ¿Qué hacen con los
cadáveres?
Alaón soltó una risotada.
- ¿Qué crees que son los espectros? Solo muertos vivientes. Algunos tienen el poder
de reanimar a sus víctimas y llevárselas como sus vehículos carnales. La nigromancia chantajea
a las almas en pena de ese modo, les prometen cuerpos a cambio de sus fieles servicios. Melmar
se ha convertido en un auténtico maestro en la magia de los muertos.
- ¿Melmar hizo esto? - se extrañó Cabise.
- Tiene que haber sido él - replicó Gidlion -. No queda ninguno más que él.
Continuaron caminando durante todo el día hasta alcanzar el robledal de Ghenkan.
Cabise sintió que su corazón se oprimía al ver todas aquellas casas quemadas, algunas se
parecían a las de su ciudad, Caelis. Nunca había imaginado tanta desolación.
- Dime Alaón - dijo Cabise -. ¿Se les puede matar? Quiero decir, ya sé que están
muertos, pero... ¿Hay forma de matarlos del todo?
- No existe nada que sobreviva a un buen hechizo - respondió Alaón, sonriente.

163
- Si, claro - replicó Cabise -. Espero que tú sepas unos cuantos de esos hechizos. Pero
son demasiados espectros, ¿no crees? ¿Qué harán?, ¿a dónde irán? Si cada vez que destruyan
una ciudad, sus fuerzas se multiplican, el mundo está perdido. Son como una plaga
incontenible.
Alaón lo miró con expresión seria. Sabía que en ese momento solo podía oírlo Cabise
y se sintió halagado de que éste le consultara como a un experto. Finalmente esbozó una sonrisa
que confundió al joven mago.
- Tú los conoces - se explicó Cabise -, no es un secreto para nadie que en el pasado los
espectros te consideraban poco menos que un dios.
Alaón se puso serio de repente.
- ¿Por qué hablas en pasado? - Preguntó, enigmático.
- No creo que con ese aspecto infantil...
- El poder no se mide en la apariencia ni en la edad. Si tuviera que juzgarte a ti,
tampoco serías gran cosa.
- ¿Acaso dudas que no soy gran cosa como mago? - preguntó Cabise, riéndose de su
propia inutilidad.
- No sé lo que eres, sé lo que soy yo. Esos espectros me obedecerían hasta en el
cuerpo de una ardilla. Siempre y cuando fuera yo el que les liberase, claro.
- En ese caso... ¿Qué harías con ellos? - preguntó Sara.
- Probablemente les encontraría un lugar como una ciénaga y los emplearía
únicamente para opciones estratégicas. Alguien que enrola un ejército de espíritus solo puede
tener una ambición y es la de conquistar el mundo. Pero por experiencia os digo que no tiene el
menor interés dominar un mundo habitado por seres sin voluntad. Melmar puede pretende
usar el miedo a ese ejército para algo.
Cabise parpadeo al oír esas palabras. De repente pudo ver en aquel niño al erudito
que se le apareció en la visión de la torre de Sachred, antes de ser destruida.
- Hay algo que no encaja - continuó Alaón -. Me cuesta creer que se trate de Melmar.
Mi discípulo no era tan ambicioso, nunca lo ha sido. Siempre deseó que le respetaran y temieran
pero nunca liberaría una fuerza así contra el mundo. Lo amaba demasiado. Algo le ha tenido
que cambiar de repente.
- ¿No crees que lo planeó todo? - Preguntó Cabise -. Puede que Welldrom y
Mikosfield le estén ayudando.
Alaón miró a Cabise con los ojos entrecerrados.
- Supongo que te refieres a los hechiceros que vinieron a buscarme - replicó Alaón -.
No creo que estén con él, se comporta como un humano impaciente y lleno de ambición.
Melmar nunca fue ambicioso, lo que le apasionaba era investigar magia, conseguir nuevos
conjuros encerrado en una torre. No deseaba más reino que su propio laboratorio tranquilo
donde poder usar su magia sin que nadie le molestase.
Cabise miró hacia arriba. Podía ver en lontananza la lejana torre de Alta Magia de
Tamalas. Aún tenían un par de horas de camino por delante.
- Puede que lo haga para culparte a ti.
Alaón negó con la cabeza.
- No. Supongo que estuvo preparándose todos estos años para cuando yo regresara.
Siempre tuvo la obsesión de superar mi poder. Ahora que he vuelto se sentiría muy débil para
enfrentarse a mí. Ha debido usar la gema verde de Nabucadeser para conseguir un cuerpo más
joven. Y claro... - Alaón parecía pensar en voz alta -. La ha usado creyendo que su alma
permanecería intacta en el proceso y no sabe que siempre queda algo del inquilino. Pero ya es
tarde,...
- Un momento, un momento - protestó Cabise -. ¿De qué hablas? ¿Qué piedra es esa?,
¿Qué significa eso de que ha conseguido un cuerpo joven?
Alaón miró a Cabise fastidiado.

164
- La gema verde... - Alaón se detuvo y le miró a los ojos -. Tiene la gema verde. Ese
estúpido Melmar la ha utilizado y no sabe las consecuencias que tiene eso.
- Siento ser un ignorante - explicó Cabise -... Pero, ¿qué demonios es esa gema verde?
Gidlion intervino al ver que Alaón ponía los ojos en blanco, fastidiado.
- Es una de las tres piedras de poder. Se dice que puede contener almas en su interior
y a su poseedor le permite usurpar sus cuerpos y sus poderes mágicos. Alaón la utilizó en el
pasado atrapando dentro a Nabucadeser, el más temido nigromante de todos los tiempos...
- Sé quién es él - protestó Cabise, sintiéndose idiota.
- ¿Qué sugieres que hagamos? - preguntó Sara.
- Tenemos que matarlo - respondió Alaón, con sequedad.
- ¿Matar a Melmar? - Cabise no salía de su asombro.
- Los espectros lo siguen porque creen que ha llegado la hora de seguir a su dios.
Creen que les entregará el mundo para que ellos lo devoren. Muerto Melmar, volverán a la
anarquía y perderán sus cuerpos zombificados. Volverán a las sombras de los bosques y
robledales mágicos. Ahora el mago oscuro es el único que sabe cuándo y dónde usará su ejército
de zombis.
Cabise no dijo nada más. Se quedó callado un rato pensando en lo que Alaón le había
dicho. Estaba asustado. Él era un simple aprendiz que sabía tres trucos de magia y contados
hechizos de mago verdadero. Conocía los misterios teóricos de la magia pero al lado de ese niño
era un auténtico inútil. Sintió deseos muy fuertes de salir corriendo y volver junto a Marilia. Al
desear eso se sintió más ridículo aún por pretender esconderse tras las faldas de una mujer.
Podía utilizar uno de los pocos hechizos que conocía para trasladarse a Kalmensi. Solo
necesitaba ese maldito ingrediente, que seguramente encontraría de sobra en la torre de
hechicería, pero lo malo era que las cosas se habían complicado demasiado y al parecer solo
ellos podían evitar que esos zombis se extendieran por el mundo masacrando ciudades. No
entendía cómo se había metido en ese lío ni por qué era tan esencial para la misión.
Una parte de él le decía que en cuanto consiguiera esos polvos de plata se marcharía.
Aquella empresa era demasiado peligrosa. Se enfrentaban a un ejército de espectros... y con solo
recordar al espectro que tuvo enfrente, durante su prueba, se le puso la carne de gallina. Ese
espectro, le había dejado congelado medio cuerpo antes de asustarlo con su hechizo de manos
ardientes. El fuego mágico le hizo huir. Tardó una semana en recuperar la sensibilidad de la
mano izquierda.
Ahora eran miles, probablemente eran decenas de miles. Y no podía asustarlos a
todos con ese hechizo. Era una misión suicida y debía volver junto a Marilia cuanto antes.

Pasaron junto al castillo de Nordmaar. Todo parecía desierto incluso de sus murallas
para adentro. Cabise no sintió curiosidad por entrar en aquel lugar desolado.
- No queda nada - susurró Gidlion -. Ni siquiera el ejército ha podido resistirse.

Alcanzaron el robledal de Ghenkan a medio día. No se habían cruzado con un solo


ser vivo, ni siquiera pájaros. No vieron ni buitres, ni palomas ni gaviotas, por estar en una
ciudad portuaria. Era un silencio aterrador lo que reinaba en toda aquella región. Lo más
aterrador era atravesar calles donde se evidenciaban matanzas horribles, por la huella de la
sangre. Rastros negruzcos por todas partes, como si después de descuartizar cuerpos alguien los
amontonaran y posteriormente, éstos cuerpos se hubieran levantado y se hubieran arrastrado
hacia una misma dirección, el Este.

165
Internados en el robledal, avanzaron sin oposición alguna sin saber que de haber
pisado esa tierra una semana antes ya estarían todos muertos. O al menos habrían tenido
problemas para sobrevivir.
Llegaron a la Torre y Alaón la miró, antes de entrar, con una sonrisa extraña en el
rostro.
- Es como la de Malhantas - dijo -. Es como volver al hogar.
- Debemos apresurarnos - dijo Gidlion -. Tendríamos que buscar entre los libros y
notas de los antiguos inquilinos para averiguar dónde se esconde ese bastón de Melendil.
- Ese trabajo podría llevarnos años - replicó Sara, fastidiada por tener que entrar en
otro de esos edificios arcanos.
- Solo necesitamos ir al laboratorio del sótano - dijo Alaón -. Allí hay, o debería haber,
un libro con el inventario de la torre. Siempre hubo un escriba en las torres de hechicería que
contabilizaba los objetos mágicos que había en el laboratorio.
Cabise sintió alivio al saber que iban a ir allí. Sabía que era donde guardaban todos
los ingredientes arcanos. Sería fácil conseguir algo de polvos plateados.
- Yo anotaba meticulosamente - añadió el niño -, todos los objetos mágicos y el lugar
en el que debían encontrarse. Claro que esa costumbre puede haberse perdido.
- Espero que no - apoyó Gidlion.
- Si, eso espero yo también - dijo Sara, un tanto incrédula.

El laboratorio estaba cerrado con llave. Sara lanzó una maldición por su mala suerte
y Gidlion examinó la cerradura para ver si podía hacer algo. La hoja de madera estaba muy
encajada a la pared en la que estaba anclada a pesar de la gran antigüedad que debía tener.
Además era una puerta maciza de medio palmo de ancho que no se movería ni aunque todos se
lanzaran contra ella.
- Aparta - dijo Alaón.
El elfo lo miró, creyendo que lanzaría un conjuro contra la maciza puerta. Se llevó
una sorpresa al descubrir al niño con un manojo de llaves en la mano.
- ¿De dónde las has sacado? - Preguntó.
- Del armario de las llaves que había en la entrada - respondió, aburrido -. Para eso se
inventaron (creía yo).
Cabise sonrió. Empezaba a caerle bien ese pequeño.
La cerradura crujió y Alaón empujó la puerta con un gran esfuerzo. Todo estaba
oscuro y se olía un hedor a cerrado y putrefacción muy desagradable.
Alaón pronunció unas extrañas palabras y se encendieron siete antorchas al mismo
tiempo iluminando todo el recinto.
Cabise tuvo que taparse los ojos por la repentina iluminación. A medida que sus ojos
se acostumbraban a la luz pudo distinguir tres partes en aquel recito. Había una gran pila al
fondo. Parecía una enorme bañera de mármol donde había un líquido negro. Era redonda y la
sostenían dos grandes garras de piedra que se apoyaban en el suelo.
Había una librería y una mesa de estudio. Podía ver hasta tres mesas más y un
recodo que debía rodear el centro de la torre. Al darse la vuelta descubrió que por el otro lado
también había un recodo escondido. Seguramente el laboratorio rodeaba el pasillo central de la
torre por el que habían llegado.
Alaón recogió varios ingredientes mágicos de una mesa y luego corrió hacia un libro
que estaba sobre un pedestal exclusivo para él. Estaba cerrado y sus pastas estaban llenas de
polvo. Al pasar las manos por encima del volumen, el niño recitó unas palabras y el libro
refulgió con luz propia. Después pronunció otras palabras y dejó de emitir luz. Después Alaón
lo abrió y no ocurrió nada. Debió neutralizar el hechizo de protección.

166
Cabise estaba asombrado. Jamás había oído los hechizos que formulaba Alaón y lo
más asombroso era que no conseguía recordar qué pronunciaba. Parecía que hablaba el idioma
de la magia como si fuera su lengua materna. Se sintió ignorante y ridículo por conocer fórmulas
tan simples y pronunciarlas tan despacio y tan torpemente. Se dio cuenta de que aun no sabía
nada de magia, realmente. Además Alaón parecía disfrutar como un thaisi en un cubil de
dragón repleto de rubíes.
Cabise buscó por el laboratorio algún frasco de cristal o un saquillo que tuviera
polvos plateados y encontró una serie de estanterías con montones de saquillos, tarros de cristal,
botellas y pergaminos. No decía lo que eran pero Cabise pudo reconocer unos cuantos
ingredientes. Había cenizas de lanza mata dragones, su mano fue tan rápida como su vista ya
que se guardó un saquillo en cuanto lo reconoció. Se sentía más seguro con eso en su poder.
Según su maestro Omabis, no había material en el mundo que no pudiera ser destruido por un
hechizo de esas cenizas. También encontró telarañas de tarántula negra, ideales para paralizar
enemigos. Pergaminos de metamorfosis, hierbas medicinales, polvos blancos del sueño, y... Al
fin, después de llenar los bolsillos de su túnica con cosas, encontró el ansiado polvo plateado.
Volvió la mirada atrás y vio que sus compañeros estaban absortos en una
conversación con Alaón. Desde allí no podía saber lo que decían. Sus voces se mezclaban con
sus ecos. Satisfecho de que no le mirasen, decidió seguir buscando y encontró unas estanterías
llenas de pociones. Sonrió, imaginando los efectos de esos frascos. Uno debía restablecer las
heridas por completo, otro elevaría su espíritu a su máxima capacidad mágica durante un
tiempo limitado, otro le curaría la peste, otro le haría parecer muerto durante semanas y después
despertaría como si nada. Por desgracia, todos podían ser cualquier cosa. Alguno debía contener
un veneno mortífero que solo con olerlo lo mataría. Y otros serían para ocasionarle un sueño
eterno. Sabía que en un lugar así podía encontrar cualquier cosa y los frascos de cristal no decían
nada de las propiedades del líquido que contenían. Tan solo estaban numerados. Si tan solo
pudiera encontrar la lista que los identificara...
- Debe estar por aquí - susurró. Se sentía extraño, demasiado ansioso. Realmente
empezaba a asustarle su dependencia por la escasa magia que conocía y sobre todo su ansiedad
por aprender más y más magia.
Tras una búsqueda exhaustiva en la mesa de preparación que tenía junto a las
estanterías, encontró un volumen cerrado. Al tocarlo notó un calor apenas perceptible. Estaba
protegido mágicamente. Lo cogió y lo llevó hacia sus compañeros con idea de que Alaón lo
abriera.
- Según este libro de inventario - decía Alaón -. El bastón de Melendil es una reliquia
perdida. Dice que no se sabe de él desde... esta fecha debe ser 500 después del cataclismo. Es
decir, desde hace 100 años.
Cabise miró ese libro como si acabara de ver un cofre lleno de monedas de oro. Ahí
debía estar la lista de pociones y sus efectos.
- ¿Eso significa que no puedes devolver al dragón al Abismo? - Preguntó Gidlion.
- ¿Y qué hay de toda la gente asesinada por los espectros? - preguntó Sara -. ¿No
puedes hacer algo para que vuelvan a la normalidad?
Alaón ni siquiera les miró. Estaba ocupado leyendo la lista de objetos mágicos que
tenía ante él.
- Sin embargo - continuó, como si no les hubiera oído -. Aquí dice dónde se esconde
un Orbe de los dragones, La gema verde de Nabucadeser, el Cetro de Minfis... Es fantástico.
Cabise miraba su libro sintiéndose ridículo. El inventario de Alaón hablaban de
objetos magníficos y él quería pedirle que le abriera un libro que podía no ser el que buscaba.
Bien pensado era más probable que lo que buscaba estuviera en el libro que Alaón parecía
devorar con la mirada.
«No importa - se dijo -. Cogeré unas cuantas pociones y me llevaré el libro. Puede
que en otro momento Alaón quiera atenderme. »

167
Entonces, como si el niño pudiera oír sus pensamientos, lo miró.
- ¿De dónde has sacado ese libro?
Cabise miró su libro con una sonrisa.
- Estaba sobre aquella mesa.
Alaón se llevó una mano a la frente mientras negaba con la cabeza.
- Oh, dioses - renegó en un susurro.
- ¿Qué ocurre? ¿No es el que dice el efecto de todas esas pócimas?
- Por favor lee lo que dicen sus pastas.
Cabise miró su libro. Ni siquiera se había percatado de que tuviera algo escrito.
- Pone... Códice de archimagia.
Alaón lo miró con aire burlón.
- ¿No te parece extraño que ese códice de archimagia esté sobre una mesa de
preparación de pócimas?
Cabise frunció el ceño considerándose un auténtico estúpido por no llegar a donde
quería llevarle el niño.
- Pues... será que lo tenían para identificar las pócimas.
- No me lo puedo creer... - renegó Alaón -. ¿Me estás diciendo que nunca en tu vida
has visto un libro códice?
- No - dijo Cabise, un tanto irritado. Se sentía insultado.
- Estupendo. Estoy solo. Tengo que arreglar los problemas de este maldito mundo
sin ayuda. Es maravilloso, estoy rodeado de aprendices.
Cabise tuvo tentaciones de abrirlo en ese momento para saber a qué venían todas
aquellas burlas.
- Ese libro es el diario de un erudito. De sus descubrimientos. Nadie puede abrirlo
salvo el propietario. Bueno, a menos que pretendas visitar el Abismo antes de tu hora.
- ¿Es un diario? - Repitió Cabise.
- Eso, eso. Aunque lograras neutralizar el hechizo de protección, te volverías loco en
cuanto leyeras la primera palabra.
- Tú podrías...
- No me interesan los descubrimientos de esos inútiles magos de la luz.
Gidlion se sintió ofendido al oír aquello.
- Pero podrían ser cosas interesantes que...
- Ha habido cientos de eruditos a lo largo de la historia y sus libros los venden los
buhoneros por doscientos jaspes... bueno ignoro los precios actuales. No tengo tiempo para sus
majaderías.
Cabise soltó el libro sobre la estantería que tenia al lado.
- Debemos encontrar cosas que nos sirvan de verdad - añadió el niño.
Gidlion miró a Sara un tanto indignado. El niño había menospreciado todo su trabajo
y ni siquiera le había pedido disculpas. Alaón no se molestó ni en mirarlo. De hecho, desde que
entró en aquella torre le había cambiado el carácter por completo. De repente no era el niño de
humor negro y de carácter débil y defensivo. Parecía que había olvidado por completo su
pequeña carcasa mortal.
- Conozco hechizos poderosos - dijo Gidlion, tratando de auto valorarse -. Y los
aprendí de tus libros.
Alaón lo miró de reojo.
- No lo dudo. Pero eso no te convierte en útil. Me pregunto cuanto tiempo tardarías
en emitir una simple bola de fuego.
Gidlion quiso replicar pero esa no era la magia que él conocía.
- No puedo lanzar bolas de fuego, solo conozco hechizos de parálisis. Puedo debilitar
a un grupo de personas...

168
- ¿Con esos hechizos inútiles que usáis en las pruebas para dificultar la magia a los
que se presentan a la prueba? Eso es muy fácil cuando estas en una cámara de concentración, sin
un solo ruido molestando. Pero ¿qué puedes hacer ante un ejército de espectros que te pueden
atacar desde cualquier dirección? Te pueden atacar hasta diez a la vez. Su contacto es más frío
que el hielo. Te dejan los miembros sin sensibilidad con su simple aliento. ¿Puedes evitar eso?
Cabise tuvo que admitir que él disponía de muy pocos recursos ante seres así. Sin
embargo se alegró de que aquella charla no se dirigiera a él.
- ¿Tú podrías doblegar a ese ejército? - Preguntó Sara.
- Yo solo no - respondió Alaón -. Pero si encontrara el Cetro del poder de Minfis sería
distinto.
La sonrisa que exhibió y el ambicioso brillo de sus ojos asustaron a Cabise.
- ¿Qué hace ese cetro? - Se atrevió a preguntar Sara -. ¿Dónde está?
- Nada, solo es un pedazo de madera pulida con símbolos arcanos. Ni siquiera sirve
de bastón. Pero es el Cetro del Poder. Todas las criaturas de la noche se inclinan ante su
propietario.
- ¡Estupendo! - Exclamó Cabise, eufórico -. ¿Está en la torre?
- Debería - dudó Alaón -. Pero si esos espectros han seguido a alguien, sospecho que
ese alguien tiene ese Cetro. Así que estamos en las mismas.
- ¡Maldita sea! - Protestó Gidlion -. ¿No hay nada que podamos hacer entonces?
- Podemos buscar los objetos que hay en la torre. Si no está, ya sabemos quién lo
tiene.
Cabise sintió curiosidad por encontrar aquellas reliquias de la antigua magia. Nunca
sospechó que todavía existieran y menos aún que pudiera encontrarlos en aquella torre.
Entonces su vista se posó sobre la bañera de mármol sostenida por las garras de
obsidiana. Sintió curiosidad ya que podía tratarse de la ventana de los eruditos al mundo
exterior.
- Alaón - dijo -. ¿Sabes qué es aquello?
La señaló con el dedo.
El niño miró hacia las sombras que vestían la bañera de sombras inquietantes.
- Una pila de agua - respondió, burlón.
- Ya me di cuenta - replicó Cabise, ofendido -. ¿Para qué sirve?
Alaón sonrió.
- ¿Para beber? - Respondió el niño, con una sonrisa divertida -. O más bien para las
pócimas. Es un agua especial, la llaman agua oscura. ¿Quieres aprender a hacer pócimas ahora?
- Conozco historias en que los magos pueden ver desde una pila de agua lo que
ocurre en el exterior de la torre.
- Ah, es eso - dijo Alaón -. Es muy fácil. Solo pronuncia: silfan swalker smürlien
swalîverin.
Cabise tragó saliva. Había pronunciado tan deprisa la frase que no pudo memorizar
ni la primera palabra.
- Eh... Sifieldur sulirirden...
Alaón lo miró perplejo.
Cabise miró a Gidlion, que se encogió de hombros.
- ¿Quieres que te lo apunte? - Se burló el niño.
Definitivamente Cabise se sintió estúpido y supo que ese niño era el auténtico Alaón.
El erudito más poderoso de todos los tiempos y por tanto el peor maestro de magia del mundo.
Incluso estuvo inclinado a decir un sí tímido, a ver si se ablandaba su coraza de
superioridad y por piedad se dignaba a escribirlo en un pergamino. Pero cuando el niño erudito
apartó la mirada y se alejó para buscar los objetos supo que le tomaba el pelo.
- ¿Alguno de vosotros ha entendido lo que dijo? - preguntó a Gidlion, sintiéndose
tan ridículo como Cabise.

169
- ¡Dioses! - Protestó Alaón en un ataque de ira cómico, debido a su temprana edad.
El niño se acercó a Cabise y le indicó con el dedo que se agachara para estar a su
altura.
- Repite, por favor - aleccionó, vocalizando exageradamente.
- Sí, dime - Cabise obedeció. En el fondo estaba deseando coger al crío y cruzarle la
cara a guantazos por insolente y creído.
- silfan...
- silfan - Repitió Cabise.
- swalker...
- swalker.
- smürlien...
- smürlien.
- swalîverin...
- swalîverin.
Cabise se sintió satisfecho porque había entendido el sortilegio. Era en lenguaje
arcano y simplemente era una petición al agua oscura a mostrarle aquello que estaba en su
mente.
- Gracias - dijo.
- ¿y yo soy el niño? - Protestó Alaón volviendo a su faena.
Cabise sonrió y miró a Gidlion y Sara. Estos se habían retirado a hablar al exterior del
laboratorio.
- Bien, genial. Solo yo tengo curiosidad por ver lo hay ahí fuera.
Se acercó a la oscura bañera. Se dio cuenta de que hacia un frío extraño en sus
inmediaciones. Sabía que eso significaba que esa pila llena de agua tenia una gran cantidad de
magia acumulada ya que necesitaba absorber el calor de su entorno constantemente.
- De acuerdo, allá va - susurró.
- Silfan swalker smürlien swalîverin.
En el momento que pronunció aquellas palabras pensó en Marilia y en qué estaba
haciendo en ese momento. Deseo estar con ella y olvidarse de esos malditos espectros. Estaba
claro que no serviría de ayuda a sus compañeros y ya les había convencido de ello con sus
continuas meteduras de pata.
El agua se movió como si alguien hubiera lanzado una piedra a su superficie. Su
corazón se aceleró cuando se empezó a iluminar la superficie y empezó a mostrar la imagen de
una vieja casa de diseño elfo. Era la casa del Yilthanas. La imagen se introdujo entre sus muros y
vio a la chica hablando alegremente con Lory. Flodin, el thaisi, estaba atormentando los oídos de
Travis y los enanos amigos de Mikosfield dormían emitiendo ronquidos en la habitación de
invitados. Entonces se dio cuenta de que era todavía media mañana y que habitualmente estaría
desayunando a esas horas. Se preguntó cuanto más tardaría en tener una vida menos ajetreada.
Deseaba volver a Caelis, con aquella preciosa chica de pelo castaño y ojos marrones,
almendrados. Su sonrisa lograba que se le acelerara el ritmo cardiaco. Deseo con toda su alma
besarla en aquel momento y vivir con ella una vida monótona, sin peligros ni amenazas.
Entonces recordó la amenaza que les ocupaba. Los espectros. ¿Dónde estarían?
Al instante, la imagen de la superficie se volvió oscura. Vio el rostro de un ente que lo
miraba desde el fondo de aquella bañera pero se sintió seguro ya que sabía que era una ilusión.
Aquel rostro le miraba como si supiera que lo estaba espiando. Deseo saber donde estaban esos
seres y la imagen se alejó dejando ver un castillo de fondo. Estaban desplazándose... pero no
sabía exactamente hacia dónde. No podía ver el sol, unas nubes negras los cubrían... No eran
nubes, la imagen se acercó más a las alturas y distinguió un ejército de murciélagos negros que
volaban guiados por alguna inteligencia superior. Servían de parapetos para los espectros
impidiendo que la luz del Sol los cegara.

170
- Parece ser que la luz les mata - susurró Cabise, con una media sonrisa -. Pero,...
quién les guía. Esta claro que alguien los está conduciendo hacia ese castillo, junto al mar.
La imagen lo llevó raudo hacia la vanguardia del ejército. Vio a un mago oscuro,
seguido de lejos por sus espectros, caminando hacia aquel lejano castillo que Cabise recordaba
haber visto antes.
- Ese castillo... - susurró.
Entonces el nigromante miró hacia arriba. Justo hacia él. Lo miró a los ojos y la
imagen del agua se acercó tanto que casi parecía que lo tenía al alcance de la mano. Cabise sintió
miedo a pesar de saberse seguro a tanta distancia.
El rostro de aquel mago le resultaba completamente desconocido. Era joven aunque
su mirada estaba cargada de experiencia. Pudo ver con claridad que llevaba un colgante verde
que relucía sobre toda la negrura de su entorno. Supo que se trataba de la gema verde de
Nabucadeser. En una mano llevaba un bastón de madera y en la otra un palo corto lleno de
símbolos luminosos. Impresionaba mirar a los ojos a ese individuo. Tenía aspecto joven aunque
su mirada era semejante a la de Alaón. Denotaba una inteligencia superior y sabía que él le
estaba mirando.
- Ven a buscarme, aprendiz - susurró -. Me sorprende que aun vivas.
Sus ojos refulgieron y Cabise sintió una debilidad repentina. La imagen de la pila
desapareció y notó que estaba temblando de pies a cabeza. ¿Qué le había hecho? ¿De qué le
conocía? Estaba asustado. Quiso volver a activar el poder de aquel agua para ver más cosas pero
apenas podía detener el temblor de sus manos.
- Maldito seas, Cabise - renegó -. Ahora Alaón me matara por delatarnos. Ahora
nuestro enemigo sabe que lo seguimos... quien sabe si también sabrá que Alaón nos acompaña.
Una cosa era segura. Alaón no encontraría el Cetro del poder ni la gema verde de
Nabucadeser ya que los llevaba ese nigromante. Y al menos conocía el destino de su enemigo. Se
dirigía al castillo de Nordmaar, al norte de Tamalas. No estaba muy lejos y podrían llegar antes
que ese hechicero si usaban un conjuro de traslado. Ignoraban qué encontrarían en aquel
castillo, pero supo que debían anticiparse a ese erudito. Estaban bastante más cerca que ese
ejército y podían desplazarse con mucha mayor rapidez.

14

EL GUERRERO DE LOS DIOSES

171
Un incomodo dolor de espalda azotaba a un preso de los calabozos de
la ciudad de Tamalas. Era un frío helado que le recorría todo el cuerpo mientras
el hedor de ropas sudadas inundaba sus fosas nasales.
Abrió los ojos con pereza y vio dos cuadrados luminosos frente a sus
ojos. Eran los ventanucos de su celda de piedra. Entraba mucha luz, aunque el
Sol estaba cubierto por las nubes. Se tapó la cara con una mano, con el fin de
evitar aquellos rayos cegadores. Bajo sus nalgas no sentía nada en absoluto.
Llevaba tanto tiempo sentado con la misma postura que, preocupado, trató de
levantarse. Las vértebras crujieron como choques entre piedras. Sus piernas
temblaron, y sus ojos se resistían a abrirse. Sentía un agujero en el estomago tan
grande que parecía que no había comido en semanas.
- Mira, se ha despertado - dijo una voz cavernosa desde el suelo.
- Vaya, al menos no está muerto - dijo otra voz -, creí que nos
contagiaría algún tipo de peste.
Veilane trató de abrir los ojos con desesperación y, cuando lo
consiguió, vio a dos hombres sentados junto a los ventanucos.
- ¿Quiénes sois? - dijo Veilane con dificultad.
- Y habla - dijo el más voluminoso.
- Llevabas una bonita armadura, amigo - dijo el otro -, se la llevaron.
No creyeron conveniente que tuvieses tan buenos pertrechos.
Se miró las ropas y vio un chaleco tan sucio que le dio asco. Parecía
que alguien había vomitado encima. En las piernas, tenía un calzón largo que le
llegaba hasta los tobillos, lleno de agujeros. Se miró la parte de sus genitales,
preocupado, pero estaban bien cubiertos.
- Tenías sueño, ¿eh? - dijo el individuo pequeño, sentado a la derecha.
- ¿Cuánto he dormido? - preguntó.
Los dos se empezaron a reír hasta la carcajada.
- Yo llevo aquí un mes y te trajeron hace más de una semana. Creí que
te habían traído muerto, pero ya veo que tenías el sueño atrasado - su
compañero de celda se rió -. No me explico como puedes estar vivo, sin comer
nada en tanto tiempo.
Las tripas de Veilane rugieron. Eso apoyó la explicación del hombre
pequeño.
- Tenemos tanta hambre que habíamos pensado comerte - se sinceró el
de voz cavernosa.
- Tengo que salir de aquí - dijo Veilane con premura.

172
- Sí - dijo el hombretón riéndose -, nosotros también, ¿verdad, Pash?
El compañero sonrió con resignación.
- Sí, pero hace dos días que no se acuerdan de nosotros. Nos quieren
matar de hambre - dijo Pash.
Una rata emitió un chillido y huyó por un agujero cuando el preso
más pequeño se lanzó a por ella.
Veilane, al ver los ventanucos de la pared se acercó a ellos y trató de
empujarlos. Era un muro de medio metro de ancho, de piedra maciza y los
barrotes de hierro estaban incrustados en la parte inferior y superior del
ventanuco. Ni con la fuerza de un millar de hombres fornidos hubiera podido
moverlos. Sin embargo Veilane insistió en empujarlos y zarandearlos. No logró
nada excepto arrancar la risa irónica de sus dos compañeros.
- No te esfuerces - dijo Pash -, aunque lograras romper los barrotes
luego hay que saltar más de cien metros de altura hacia el acantilado. Sí, esta es
la peor prisión de todo Cybilin. No estamos en los subterráneos, estamos en lo
alto de una torre y solo existe un acceso de subida, que es el mismo de bajada.
Hay tres puertas de acero en el camino y si por un milagro tuvieras fuerza para
derribarlas todas, solo Rastalas sabe si quedará algún guardián ahí fuera,
esperando a que salgas para atravesarte con sus ballestas.
- Pero no pueden abandonarnos - se quejó Veilane -. Somos seres
humanos.
- Nadie sabe que estamos aquí, al menos nadie me ha visitado en los
últimos treinta días. Además, desde que llegaron con Travis el pirata no han
vuelto a acercarse por las celdas.
- ¿Qué pirata? - preguntó Veilane.
- ¡Travis Logerbak! - dijo sorprendido Pash -, hasta Taost lo sabe.
Señaló a su compañero de gran tamaño, insinuando su estupidez.
- No hay otro pirata por estos mares - aclaró Taost.
¿De qué hablaban?, Se habían vuelto locos. Jamás había oído hablar de
piratas. No sabía nada. Parecía tener un vacío en la memoria. Solo aparecían
imágenes de sí mismo derribando el portón de un castillo, lo cual solo podía ser
un sueño, y una anciana explicándole mil cosas sobre Cybilin. Luego unos
soldados, el brillo dorado de su piel y después oscuridad.
- ¿Qué le pasa? - preguntó Taost al ver la expresión de agonía de
Veilane.
- Por fin se ha dado cuenta de donde se ha metido - respondió el otro.
El silencio heló el aire. Ni las respiraciones, ni las ratas rompían aquel
sepulcral vacío de sonidos. En los ojos de Veilane aparecieron sendas lágrimas
y recorrieron sus mejillas atravesando la suciedad que le envolvía el rostro.

173
Volvió a intentar recordar algo pero su mente estaba colapsada por
completo. Cerró los ojos y sintió un vacío abismal en su mente. Vio una puerta
con la gran abolladura, vio el ventanuco con la cara de una mujer asustada, vio
muchas lanzas apuntando a su cuello, y por encima de todo recordaba haber
tenido una sensación de satisfacción, aunque no sabía de qué.
Dio varias vueltas por la celda y en uno de sus pasos se dio cuenta de
que una baldosa estaba medio suelta. Sorprendido y entusiasmado, se agachó,
y trató de levantarla. A pesar de su enorme peso, no dejó de esforzarse por
sacarla del suelo. Lograba meter los dedos entre sus ranuras, pero no conseguía
levantarla. Quizás intentaba levantar veinte kilos, no podía ser tan difícil. Miró
a sus compañeros de celda y se sorprendió al verles reírse de él.
En sus muchos esfuerzos, levantó ligeramente una esquina, y
consiguió introducir un dedo debajo. Sonrió esperanzado, y consiguió elevar el
cuadrado pétreo.
Lo apartó agotado, y miró la arenilla que tenía debajo. Estaba revuelta,
y se podía sacar a montones con la mano. Dio gracias a Dios por su increíble
suerte aunque no comprendía la conducta de los otros dos.
Cuando sacó un codo de profundidad de arena, tocó algo tan duro
como la roca. Sacó toda la arena que quedó, y finalmente se encontró con una
superficie tan dura como las paredes de la celda.
- ¿Esperabas encontrar algún pasadizo? - preguntó burlón Pash -, ya lo
hemos intentado, pero como puedes ver es inútil.
La decepción de Veilane le hizo recordar algo muy urgente.
- ¿Dónde se mea aquí?
Pash y Taost miraron a una esquina oscura, donde apenas se
distinguía un embudo de cuero pegado a la pared.
- También es imposible - dijo Pash. Sin embargo, antes de que pudiera
decirlo, Veilane se había bajado el trapo que le cubría las piernas, y casi
desesperado corrió al embudo.
- Lleva directamente al acantilado. No hay alcantarillado para los
presos.
Al observar el largo periodo de tiempo que Veilane permaneció de
pie, frente a aquel embudo, los dos presos se miraron pensando que se había
dormido. Solo el ruido de una pequeña corriente de líquido les demostraba que
no era así.
- Desde luego no sé como he entrado aquí, pero parece ser que no hay
ninguna salida - se resignó Veilane.
- No me digas - gruñó Pash -. Lo que yo tengo claro es que no moriré
aquí.

174
- ¿Por qué dices eso?- preguntó Veilane -, no hay forma de salir.
- Si no somos capaces de salir de aquí, habrá que llamar a quien sea
capaz de romper esa puerta.
Taost miró de reojo a su compañero, sospechando que se refería a su
fuerza bruta. Había echado abajo varias puertas, en el pasado, pero esa era
demasiado dura. No se atrevía a intentarlo por miedo a romperse la clavícula.
- Taost, eres la única esperanza que hay para salir de aquí. Inténtalo.
Los temores del hombretón se hicieron realidad. Esperaba que con sus
músculos prominentes fuera capaz de romper aquella puerta. Estaba
demasiado hambriento y llevaba demasiado tiempo en aquella sucia celda.
Estaba agarrotado de pies a cabeza.
- No, es muy dura - dijo aparentando seguridad. En realidad, temía
que aun no se había dicho la última palabra.
- Prefieres morir con un hombro sano y fofo, o vivir con un moretón
molesto y la satisfacción de haber derribado una puerta reforzada con acero -
insistió amablemente Pash.
- Prefiero morir de hambre que morir con dolores en el hombro.
Además, Pash, sabes que no podré tirarla abajo.
El hombrecillo, pues así parecía de pequeño junto al otro, se puso en
pie y fue a palpar la puerta.
- Sí, es muy dura, pero tú las has echado abajo mucho peores. Eres el
hombre más fuerte de todo Cybilin y deseas morir aquí encerrado sin dar al
menos una demostración de fortaleza.
La ironía de Pash melló la personalidad del hombretón.
Taost se levantó y Veilane pudo ver como el apelativo del más fuerte
no era en vano. Aun en la oscuridad, brillaba la piel de sus bíceps surcada por
multitud de venas. Sus músculos eran tan gruesos como las piernas de Veilane.
- Espero que no haya guardias al otro lado - dijo Pash.
- Aun me duele el hombro del último intento - protestó Taost -. No va
a cambiar nada que lo vuelva a hacer.
- Esta vez es distinta.
- ¿Por qué va a ser distinto? - replicó el grandullón.
- Esta vez eres una mujercita llorona que quiere ir a llorar a su mama.
- Y tú eres un bocazas con la lengua más larga que una serpiente.
- No me digas esas cosas que me meo de risa. No sabes hablar, simio
sin cerebro.
- Retira eso o te hago trizas.
- Pero si no harías trizas ni a una mosca.
- ¡¡Basta!!, Quieres que te parta por la mitad.

175
- Caramba, los minotauros malolientes se ofenden - dijo Pash,
mientras se situaba justo de espaldas a la puerta.
- Me estás hartando. Cierra esa enorme bocaza si no quieres acabar
como las cucarachas que me desayuno todos los días - amenazó con el puño en
alto.
Veilane observaba la escena con asombro; entre asustado y divertido.
No sabía qué podía pretender Pash, si quería que rompiera la puerta o su cara
de un puñetazo.
- Vamos, hasta las cucarachas se ríen de tu fuerza. No podrías ni
romper una ramita de olivo. No solo estás viejo, fofo, y gordo, además tienes el
cerebro de un orangután.
Taost se levantó y saltó hacia Pash. Éste le esquivó hábilmente y
correteo por la celda, alejándose de su compañero.
- Me pregunto si tu madre era tan gorda como tú. Ah, no, disculpa...
era la ramera con la que me acosté justo antes de que me pillaran.
- ¡Ah! - gritó Taost mientras embestía contra su compañero. Llevaba
tanto impulso que Veilane creyó que aplastaría a Pash contra la puerta. Cerró
los ojos y escuchó un golpe durísimo y seco. Su mente pareció evocar a aquel
recuerdo del agujero de la puerta de acero. Recordó el viento en su rostro
mientras cogía el impulso para derribar aquella estructura. Recordó, viendo los
bíceps de Taost, los suyos propios, que se hinchaban con el impulso y el
esfuerzo.
La embestida hizo temblar las paredes de la torre, pero la puerta
permaneció tan firme como si fuera una prolongación de la pared. Pash, había
logrado apartarse a tiempo y miraba a su amigo con visible decepción en el
rostro. Taost, había quedado tendido junto a la puerta y sollozaba
ahogadamente mientras se frotaba el hombro amoratado.
- Nunca podremos salir de aquí - dijo Pash resignado -. Nos han
ejecutado a muerte.
Veilane seguía atrapando recuerdos que revoloteaban por su
embotada mente. Antes, había derribado una puerta mucho peor que esa solo
tenía que recordar cómo lo hizo. Tirar esa puerta abajo era algo prácticamente
imposible pero abrir un boquete en el portón de una fortaleza lo era aún más.
Claro que en aquella ocasión recordaba que tenía puesta una impresionante
armadura dorada, cosa que ahora no tenía.
- Dejadme intentarlo - propuso Veilane. Trató de concentrarse igual
que recordaba haberlo hecho. Sí, había necesitado mucha velocidad, pero
llevaba puesta una pesada armadura encima. En aquel corto espacio podía

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coger poca carrerilla. A pesar de todo, la puerta era más débil, o mejor pensado,
era menos indestructible.
- Apartaos - dijo mientras se alejaba de la puerta -, podría romperse la
pared.
-... ¡Jgrmp!, Dice que la va a derribar,... esta loco ¡Jua, jua, jua! - Se
mofó Pash. Este comentario jocoso hizo que el deprimido Taost se retorciera de
risa revolcándose por el suelo.
- ¡Cuidado!, La pared se puede caer, ¡Ja, Juaa, ja, je!!- rió Taost.
Veilane sonrió y perdió toda la concentración que había conseguido
hasta el momento. Trató de no escuchar las burlas de esos dos bribones y
estudió la puerta a la que se enfrentaba. Era imposible derribarla si se aplicaba
mal toda su fuerza pero esa puerta debía tener un cerrojo en alguna parte.
Debía golpear justo encima. Sus músculos entraron en tensión, respiró
profundamente. Sintió que su energía se agolpaba en sus músculos mientras se
concentraba en el punto de la puerta donde debía estar el cerrojo.
- Mira, parece que lo dijo en serio - dejó de reírse Pash.
Pash tragó saliva al ver relampaguear los ojos de Veilane con una
determinación inquebrantable. Ahora si tenía aspecto de poder derribar la
puerta. Sus ropas rotas dejaban ver claramente sus músculos en tensión. No
parecían músculos. Parecían bloques de mármol.
- ¡¡¡¡Aaaaahhhhhh!!!!! - gritó Veilane mientras se abalanzaba sobre la
puerta. Cuando se acercó al madero lanzó una patada horizontal y todo su peso
se concentró en el lugar donde debía estar la cerradura. El impacto fue
ensordecedor. Las paredes temblaron más que cuando Taost trató de aplastar a
su compañero. Incluso cayó algo de argamasa del techo.
Pash miró el resultado después de cerrar los ojos a causa del
estruendo. Veilane frotó la puerta y la siguió mirando, amenazador. Ésta, al
parecer, no había cedido lo más mínimo. Sin embargo había abierto varias
grietas en las paredes y en el techo.
- Necesito un golpe más seco - susurró.
- Eres muy fuerte - dijo sorprendido Taost -. ¿Cómo lo haces? En
realidad pareces mequetrefe. Es imposible que alguien tan delgaducho como tú
tenga más fuerza que yo.
Veilane quiso responderle. ¿Delgaducho? Evidentemente su masa
muscular era la mitad de voluminosa que la del grandullón. Pero duplicaba y
triplicaba la de Pash.
Volvió a concentrarse en su problema. Hasta ahora había demostrado
que el cerrojo era más resistente de lo que calculó en un principio, pero aun

177
podía intentarlo de nuevo. Ni siquiera había empleado todas sus fuerzas en el
intento anterior.
- Voy a intentarlo de nuevo - dijo seguro de sí mismo.
- ¿Pero estás loco? - se maravilló Pash -, es imposible romper la puerta.
Lo acabas de demostrar.
Pero ese aviso no lo escuchó Veilane. Se volvió a concentrar, y sus
músculos volvieron a estar en tensión extrema. Debía concentrarse más, tenía
que convertirse en pura energía y debía concentrarla toda en su pierna derecha.
Debía impulsarse desde la pared para coger más velocidad.
- Creo que lo va a conseguir - dijo Taost asombrado. Parecía capaz de
tirar la pared, si fuera necesario.
Toda la celda pareció oscurecerse completamente. Los rayos del sol
que entraban por las ventanas, desaparecían por el inmenso poder que los
atraía. Los dos ladrones tuvieron que encogerse, pues además comenzaba a
hacer demasiado frío. Pronto Veilane se sintió rodeado por un aura plateada,
que parecía manar de su cuerpo como agua cristalina y luminosa.
- ¡Por todos los dioses!, Nunca vi nada igual - dijo Pash. Hasta el ruido
de su voz parecía diluirse en aquel torrente de energía que fluía hacia Veilane.
- ¡Por el poder de Rastalas! Creo que podría destruir la torre.
Veilane se irguió. Sus ojos emitían destellos plateados. Parecía un dios
embestido de todo su poder. Miraba hacia la puerta y toda la torre comenzó a
temblar. Entonces, Veilane se impulsó y un golpe seco como de un árbol
astillándose fue lo que se escuchó a continuación. Algunos fragmentos del
techo cayeron y en el lugar de la puerta solo había una espesa nube de polvo.
- Si no la ha echado abajo, se habrá desintegrado - dijo Pash.
Los temblores de las paredes y el suelo cesaron. La nube de polvo se
disipó y en su lugar apareció el hueco de la puerta. Esta se había resquebrajado
y estaba colgando en sus goznes. La cerradura había saltado junto al trozo de
pared que la sujetaba. Había un boquete en la piedra del tamaño de un puño.
Muchas astillas que apuntaban hacia el exterior.
Taost se asomó al exterior, atónito, asombrado y pletórico. Aquel
hombrecillo había roto algo indestructible. Jamás había visto una fuerza similar.
Veilane examinaba los restos de la cerradura con una expresión de
incredulidad. Estaba de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo. Era el
centro de atención de todos los demás presos, que le miraban con bastante
admiración y sorpresa.
Una luz apareció en las escaleras de subida. Sin embargo, nadie la vio,
excepto uno de los presos.
- ¡Alguien viene! - gritó Pash.

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Sin embargo Veilane estaba demasiado agotado como para poder
levantarse y terminó doblándose tanto que su rostro se llenó de astillas y polvo.
Hizo un leve esfuerzo por levantarse pero sus brazos no respondían. Le
temblaron y cayó completamente boca abajo. Estaba claro que usar todo su
poder le dejaba completamente extenuado y se arrepintió de haberlo usado casi
todo.
La luz aumentó en intensidad. A pesar de todo no se oían pasos. Pash
y Taost corrieron a la entrada de las escaleras y se colocaron en disposición de
acabar con el intruso.
Una esfera luminosa cruzó el umbral. Ambos presos la miraron
anonadados. Sin darse cuenta, la fueron siguiendo con la mirada, y no se
percataron de la presencia de un personaje que subía pocos metros atrás. Éste
hizo un gesto con la mano y unas chispas azules aparecieron en el aire, sobre las
cabezas de ambos ladrones. Sus ojos se cerraron y terminaron por dormirse.
Cayeron sobre sus rodillas suavemente.
El personaje se aproximó a Veilane, y se agachó junto a él. Le tocó la
frente, y éste, al sentir su tibio contacto, levantó la cabeza.
A pesar de su agotamiento, se levantó a ver al individuo. Sus ojos
delataban sorpresa. Sus rodillas temblaron.
- ¿Has hecho tú eso? - dijo el individuo.
El aludido le examinó confianzudamente. Llevaba encima una prenda
que le llegaba hasta los pies. Tenía una capucha con rebordes dorados. Su color
era negro como el carbón, aunque los adornos dorados la adornaban por todas
partes. De su cintura colgaban unos huesecillos, y la rodeaba un cíngulo,
también dorado.
Era tan alto como él, aunque bastante más delgado. Su capucha
ensombrecía su rostro. A pesar de ello, se le observaban los rasgos con mucha
claridad. Era bastante más joven que él.
- ¿Cómo? - dijo Veilane, al comprender que esperaba una respuesta.
El individuo de negro guardó silencio.
- ¿La puerta? - dijo Veilane inocentemente -. Sí, no pensé que fuera a
enterarse nadie. Si ha venido con intención de volver a encerrarme, antes
prefiero que acabe conmigo. No podré soportar ni un segundo más encerrado
en esa muerte lenta y agónica.
- No he venido ha encerrarte - dijo el misterioso hombre -. Todo lo
contrario. He venido a buscarte porque te necesito.
Veilane parpadeó. No esperaba que se mostrara tan dócil.
- ¿Para qué?
- No puedo explicártelo ahora. Tienes que confiar en mí.

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Por su forma de hablar no parecía peligroso, pero aun había algo en él
que le asustaba.
- Mi nombre es Melmar - dijo -, y eres el resultado de mis plegarias.
Mucha gente va a buscarte para matarte.
- ¿Corro peligro aquí? - se sorprendió Veilane.
- Sí. Por favor, dame la mano - pidió Melmar.
- No, esto no me gusta - desconfió Veilane -, aun no te conozco, pero
presiento que no será agradable. ¿Por qué vistes de negro? ¿Acaso eres un
hechicero oscuro?
- Después puedes preguntar cuanto desees, ahora si quieres averiguar
algo de quién eres y de donde has salido, ven conmigo.
Aquella breve explicación convenció a Veilane. Si había algo que
deseaba saber, era su pasado y ese enigmático hombre de negro sabía que no
recordaba nada de su pasado. Sin duda tendría las respuestas que estaba
buscando.
Levantó la mano y se la extendió a Melmar. Inmediatamente después,
la cárcel desapareció y la oscuridad lo inundó todo.

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LA HUIDA

El Mago oscuro extendió la mano hacia el hombre de la puerta.


Después de derribarla había quedado tirado en el suelo y aquel hechicero
había venido para llevárselo.
- ¿Qué sucede capitán? ¿Es un guardia?- preguntó Mesall.
- Chist - urgió Travis Logerbak - calla, no puedo oírlos.
Al fin desapareció el ruido y justo ese mismo momento los otros
dos presos, caídos en el suelo después de ser hechizados, despertaron y
viéndose libres corrieron hacia las escaleras.
- ¡Esperad! - Gritó Travis -. ¡Tenéis que sacarnos de aquí!
Sus gritos de júbilo se perdieron por los pasillos en forma de eco.
No volvieron. Las frases de desesperación ocuparon el vacío oscuro del otro
la puerta de la celda. Otros presos lloraban suplicando algo de comida.
- Cualquier sitio es mejor que esto - protestó Bag.
- No podía ser un nigromante... - siseó Travis, recordando la túnica
de aquel visitante.
- ¿Has visto antes alguno? - preguntó Mesall.
- Sí, hace bastante tiempo. Era muy anciano y yo solo era un crío.
Ayudaba a mi padre a pescar y vivimos aventuras increíbles. Pero nunca
olvidaré cuando fuimos al mar sangriento a pescar las anguilas doradas y un
delfín nos habló en lengua élfica. Bueno, en realidad me habló a mí, ya que
era el único que no podía hacerle daño.
» Estaba mirando por la borda, cuando me dijo: Sandaiif negrinew.
No supe lo que significaba, pero se lo pregunté al primer elfo que encontré y
me dijo, entre otras cosas, que los delfines no hablaban y que significaba:
Bienvenido a mi hogar. Desde entonces la mar fue mi vida, lo único que
merecía mi atención. No sé si fue por aquello pero desde ese día me
encantaba navegar.

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- Capitán, no estoy para cuentos infantiles - bromeó Mesall -, solo te
he preguntado por los nigromantes.
- Que prisa tienes, tenemos todo el tiempo del mundo. Vi al
nigromante hace treinta años. Mi padre accedió a llevarle a Tamalas, y tuve
ocasión de conocerle. Fue quien me tradujo lo que me dijo el delfín, ya que
era elfo. Me dijo que era el último Mago oscuro - al ver la cara de extrañeza
de Mesall rectificó -, que es lo mismo que nigromante, y que tenía que ir a
Tamalas para hablar con no sé quien. Apenas hablaba con nadie, pero
conmigo hizo una excepción porque era un crío y me llamó mucho la
atención por su forma de vestir. Desde que el nigromante piso el barco de mi
padre, tuvimos que empeñar la mitad de las cosas, porque no capturamos ni
un solo pescado en un mes, pero no fue ninguna maldición, ningún
pescador consiguió sustento en todo ese tiempo. Alguna clase de monstruo
marino había puesto en peligro de extinción a toda criatura que atravesara el
mar sangriento. En cuanto al elfo, con lo anciano que era, supuse que habría
muerto. Pero éste que ha estado aquí es muy joven. Supongo que no es tan
fácil que se extingan.
- ¿Cómo decidiste hacerte pirata? - preguntó Olanao.
- Te lo acabo de decir, la pesca era una ruina y mi padre se enroló
en un barco pirata, conmigo. Era la última salida, si no quería convertirme
en hombre de tierra.
- Ahora sé por qué deseabas morir en el mar - dijo Mesall.
Travis volvió a sentarse y vio a sus hombres desparramados por el
suelo. Fiedor les había dejado allí para que se pudrieran de hambre. No tenía
sentido, creía que el mayor placer que Fiedor podía tener, era verle colgado
por una soga hasta oír el crac de su cuello. Sin embargo hacía dos días que
vieron salir a los soldados que vigilaban las celdas sin darles ninguna
explicación.
El olor en la celda debía ser horrible, ya que todos estaban sudando
y sus pies estaban al descubierto. A pesar de ello, no podía saber si olía bien
o mal, ya que su olfato parecía haberse atrofiado. Travis se secó el sudor con
la camisola y sintió que la tela se le pegaba a la piel.
- Escuchad - dijo con premura Olanao.
Todos aguzaron el oído pero, en principio, no oyeron nada. Cuando
Bag quiso compartir su opinión, o más bien su falta de fe en que había algo
que escuchar, llegó un sonido procedente de las escaleras. Era la voz de una
mujer acompañada por la de un niño. Duró unos pocos segundos, pero se
acercaban poco a poco.

183
- Vaya, hoy debe ser la fiesta de los presos. Hemos recibido más
visitas que en todo el tiempo que llevamos aquí - bromeó Suor.
- Sí, nunca habíamos tenido antes - dijo Mesall.
- Nunca había venido una mujer - especificó Olanao -. Espero que
esté bien dotada, no sabes las ganas que tengo de oler un buen perfume.
- Callad - dijo Travis -, ya están aquí.
La oscuridad de las escaleras se apartó ante una tenue luz.
Enseguida apareció una persona cubierta por túnica de color rojo. Después
apareció otro con vestido de blanco, luego un niño vestido ataviado como
un campesino y por último la mujer más impresionante que ninguno de
ellos había visto en su vida. Llevaba un ceñido vestido blanco sin costuras
que dejaba adivinar cada una de sus curvas y detalles de su cuerpo. Su pelo
moreno caía en cascada sobre sus hombros y su cara era perfecta. Labios
algo gruesos, nariz puntiaguda y recta, ojos profundos y cejas encorvadas
sobre ellos.
Suor silbó al verla por la ranura de la puerta. El ventanuco estaba
en posesión de Travis y Mesall, que se peleaban por tener más visión.
- ¿Más magos? - se asqueó Mesall.
- Un Mago neutro, quizás nos ayuden a escapar. Solo tenemos que
contarles lo que acabamos de ver - dijo Travis -. Pero no cantéis hasta que
nos abran la celda.
- Si buscáis al que rompió la puerta, puedo ayudar - dijo uno de los
presos.
- Callaros estúpidos, nadie sabe nada - exclamó Travis.
El mago vestido de rojo se quitó la capucha, y trató de ver entre los
pequeños barrotes de la celda. Parecía sentir curiosidad por ellos.
- ¿Quién eres? - preguntó a la puerta, me suena tu voz.
- ¡Cielo santo!, ¿Que es lo que te han hecho, muchacho? ¿No me
reconoces? - preguntó Travis -, tú eres Cabise. No tengo buena memoria con
los nombres así que considérate afortunado porque me acuerdo del tuyo.
Por favor sácanos de aquí.
- Así que Fiedor te atrapó. Debería dejarte ahí encerrado por no
hacerme caso.
- ¿Qué te ha pasado?- preguntó Travis -. Parece que te han caído
veinte años encima. ¿Como has cogido tantas canas de repente?
- Nada, solo son las consecuencias de ser mago - dijo Cabise -. Hay
que sacarte de aquí.
- ¿Cómo te llamas bomboncito? ¿No te bastan esos hombrecillos,
que vienes buscando a hombres de verdad?- Gritó alguien desde otra celda.

184
- No, nadie va a liberar a nadie - dijo Sara con frialdad.
Cabise no se sorprendió por la negativa de la mujer. El tono de voz
que se acababa de escuchar no era precisamente decente y entendía que no
quisiera hacerlo.
- No se portaron mal conmigo cuando les conocí - replicó Cabise -.
Al menos estos.
El Mago de la luz recapacitó, y comprendió que no había tenido
tiempo suficiente para conocerles y darles tanta confianza. No podían fiarse
demasiado de ellos aunque le habían salvado la vida en el pasado. En
realidad solo se fiaba de Travis, ya que sus hombres siempre le susurraban
en el oído que debía matarle.
- Oye, escucha - dijo Travis al comprender lo que pasaba -, yo sé
donde fue vuestro amigo, el que estáis buscando.
- ¿Al que estamos buscando? - preguntó el elfo feo de túnica blanca.
- Era un chico más joven que tú - dijo dirigiéndose a Cabise -,
aunque un poco más alto. Sácanos de aquí, si quieres saber más.
- ¿Dónde fue?
- Oh, no pienso decírtelo. Abre las celdas y hablaremos.
- Qué sabes tú que pueda valer tu libertad - preguntó el elfo. A la
luz de la antorcha que llevaba Cabise, debía ser un elfo de edad avanzada.
- ¡Oh!, sé su nombre y lo que piensa hacer con vuestro amigo.
- ¿El nombre de quién? - Insistió Cabise.
- Cumple tu parte del trato, mago - replicó con desprecio uno de los
hombres de Travis.
- Voy a soltarlos - dijo Alaón -, no podemos perder tiempo.
Cabise miró al elfo asustado. Ninguno reaccionó, salvo Sara.
- Espera, Alaón - dijo ella, sujetándole por el hombro.
- Si queréis soltarlos esperar que me vaya al lado del ejército de
espectros - bromeó -. Creo que me sentiré más segura.
- Caramba, creo que nos quiere - se escuchó una voz desde el
interior de la celda.
- Ningún animal muerde la mano que le alimenta - opinó Cabise,
todavía inseguro.
- Están locos, cómo pretenden sacarnos de aquí, si no tienen la llave
- dijo otro desde la celda.
Alaón lo miró ceñudo.
- Son los únicos seres humanos vivos en muchas millas a la redonda
- adujo Alaón -. No pueden causar daño a nadie. Y necesitamos su
información.

185
Cabise quiso alegar que sí podían dañarles a ellos. Pero no convenía
hablar mal de ellos justo antes de sacarlos, cosa que ya parecía decidida.
Cabise se acercó a la puerta adelantándose a Alaón y tocó la cerradura.
Travis y los demás se apartaron por temer que la puerta estallara o algo
parecido, pero el único prodigio que sucedió fue el ruido de la cerradura al
abrirse.
Al oír este sonido, todos los demás presos empezaron a gritar y
pedir que les liberasen. Los golpes y gritos no dejaron oír las exclamaciones
de júbilo de Travis y los suyos.
Parecían enloquecidos, de modo que Cabise no supo que hacer.
Esperó que se calmaran los demás presos para hablar con Travis. Travis y
sus hombres se acercaron a la puerta, y salieron antes de que los magos se
arrepintieran. Aunque en la celda habían dado vueltas para que no se les
atrofiaran los músculos, la pequeña carrera de libertad les hizo flaquear y
salieron con las rodillas temblorosas.
- No podemos dejarles encerrados - dijo Sara -, pero puede ser
peligroso sacarles a todos.
- Señorita - se burló Suor -, no creo que se le echen encima. Si lo
hacen será para alabar su infinita belleza, que desde que se ha visto reflejada
en mis retinas, mi corazón saltó de gozo como si estuviera lleno de ranas.
Contad pues con mi poderoso brazo - exhibió un poderoso bíceps -, para
tumbar a quien ose poner un solo dedo encima de vos.
- Por favor, Suor, contrólate - suplicó Travis -. O tendré que ser el
primero en romperte la mandíbula.
Sara miró sorprendida al atractivo pirata y tuvo que sonreír. Nunca
le habían dicho cosas tan bonitas aunque no había ni una pizca de sinceridad
en ellas. No se atrevió a mirarle por miedo a que pensara que la había
impresionado. Sin embargo no tenía el aspecto repelente que se había
imaginado cuando le hablaba desde el interior de la celda.
- Sería un asesinato dejarlos encerrados - dijo con un movimiento
de la mano, pero sin mirar a Suor y con una media sonrisa.
Cabise miró extrañado a Sara. Sintió ganas de reírse por aquel
cambio de actitud tan radical. Alaón hizo un gesto de la mano y todas las
cerraduras chasquearon dejando abiertas las celdas.
- Estáis locos - protestó Gidlion -. Solo Rastalas sabe los crímenes
que habrán cometido. Ahora tenemos espectros y asesinos sueltos.
- ¡Gracias!, Soy su servidor eterno - dijo uno de los presos al ver
como se abría su puerta.

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Todos estaban extremadamente débiles a causa del ayuno obligado
al que habían sido sometidos. Algunos estaban en los huesos.
A pesar de su debilidad, muchos de los presos desconfiaron del
grupo de magos y huyeron. Ya habían abierto todas las celdas, y algunos
presos se habían quedado junto a Cabise dándole gracias, y diciéndole que le
seguirían a donde él les pidiese.
- Dinos ahora - dijo el niño, dirigiéndose a Travis con tono
autoritario -, el nombre que sabes y lo que ocurrió.
- ¿Dónde están los soldados? - preguntó Travis -. ¿Qué ha ocurrido
para que no haya nadie en muchas millas?
El grupo se había quedado reducido a una decena de presos, el
resto bajaba como podía por las escaleras, ansioso de libertad. Seguramente
se habían quedado los hombres de Travis.
- Ha habido una batalla apocalíptica - explicó Cabise -. Un
nigromante manda legiones de espectros encarnados, y la guarnición de la
ciudad y todos sus habitantes ahora forman parte de su ejército. Están
arrasando los lugares por los que pasan y cada persona que muere es
ocupada por un espectro. Ni siquiera los niños han escapado a sus invisibles
garras.
La explicación era nefasta pero explicaba el motivo de que nadie
fuera a buscarles. Podían dar gracias a los dioses de que no les enrolaran a
ellos para la batalla.
- El nigromante estuvo aquí - dijo Travis, cabizbajo y asustado -. Se
llevó a un preso muy fuerte que había en esa celda. El muy bestia destrozó la
puerta de su celda de una sola patada. Cuando salió se encontró al
nigromante y... se lo llevó.
- Mierda, se nos adelantó - dijo Gidlion.
- Salgamos de aquí - apremió Sara -. Huele peor que en una pocilga.
Descendieron por las escaleras de la torre. Era un descenso largo y
tedioso ya que debían bajar de uno en uno y los escalones eran muy altos y
estrechos. Cualquier resbalón o tropiezo podía provocar la caída de todos los
que iban delante. Y la caía era extremadamente peligrosa debido a la altura
de aquella torre y lo vertical de la bajada.
Sara fue la primera en salir a la luz del Sol. Buscó al resto de presos
pero solo vio a un par de ellos que se llevaban un saco de comida del
almacén del castillo y ya estaban saliendo por el portón principal corriendo
con dificultad, debido a su debilidad.
Llegaron todos al final de las escaleras.
- No queda nadie - explicó Cabise.

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- Genial, será más fácil huir - dijo Travis.
- Y no quedará nadie en todo el mundo a menos que le detengamos
- expuso Alaón, furioso.
- Eh, eh - protestó Travis, sonriente, acariciando su cabeza como si
fuera un perro -. Tranquilo chaval. Hablaba con Cabise, aunque me has
impresionado. Hablas como un adulto, debes haber tenido una educación
excelente.
Cabise sonrió ante aquella situación. No dijo nada para ver la
reacción de Alaón.
- No me toques - dijo el niño.
La seriedad de sus palabras hizo que Travis y sus hombres se
desternillaran de risa. Los que estaban comiendo lo que habían traído del
almacén escupieron la comida a causa de las carcajadas que soltaron.
Cabise miró a Alaón. La mirada del erudito era, inusitadamente
infantil. Creyó estar viendo a un niño y no al gran erudito que suponía que
era. Entonces cayó en la cuenta de que no deseaba que esos hombres
conocieran la verdad acerca de él. Quizás estaba fingiendo.
- Vamos Alaón - fingió Cabise -. Deja de asustarlos - sonrió para
disimular -. Ya sabemos todos el poder que tienes con esa túnica tan bonita
que te regalamos - guiñó un ojo a Gidlion, con una sonrisa de complicidad.
- Será mejor que le sueltes - bromeó Sara, siguiendo el juego -. Es
muy peligroso cuando se enfada.
Travis dejó de reírse aunque no borró la sonrisa de sus labios.
- Cierto, no creo que quieras verle enfadado.
Varios hombres se caían por el suelo, retorcidos de risa. El capitán
de los piratas se llevó a la boca un pedazo de pan con queso que uno de sus
hombres le había traído, apartando la mano del niño.
- El hombre que buscáis se llama Veilane. Tuvieron una
conversación extraña. Me pareció entenderles que el nigromante le había
llamado y que tenía respuestas a preguntas estúpidas como quién era él,
como si no lo supiera. ¿Se habría golpeado la cabeza?
Cabise miró a Alaón, dudando que aquello les sirviera de algo. El
niño enarcó las cejas y no dijo nada.
- Allí - dijo Alaón asombrado, señalando con el dedo.
Era la puerta del acceso este, que tenía un enorme boquete en el
centro.
- Eso ya lo vimos antes - dijo Cabise.
- No me refiero a la puerta, me refiero al cielo - aclaró el niño.

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En la lejanía se distinguían unas nubes oscuras, pero no parecían
ser otra cosa que el preludio de una tormenta.
- ¡Por todos los dioses! - gritó Gidlion, el elfo -, el chico tiene razón,
aquello puede ser la causa de todo.
- No lo entiendo - dijo Cabise -, qué tiene de peligrosa una
tormenta.
Gidlion se extrañó y miró al desconcertado Cabise.
- Eso no son nubes.
- ¿Puedes ver lo que es? - Preguntó Sara.
Gidlion asintió.
- Murciélagos. Cientos de miles.
Cabise recordó lo que había visto en la pila de la torre. Melmar se
había adelantado a sus espectros pero su ejército se dirigía de nuevo a la
ciudad. Les había tendido una trampa, seguramente Melmar sabía que
estaban allí y lo que pretendían.
- Cielos - siseó -. Supuse que Melmar se marchó con sus espectros.
- Debemos salir de aquí inmediatamente - opinó Gidlion -. No
podremos con ellos, ni siquiera con un centenar.
- Debemos detenerlos - opinó Alaón -. Al menos podemos reducir
sus fuerzas si conseguimos sellar los accesos a la fortaleza.
Los hombres de Travis escuchaban la conversación estupefactos.
- ¿Son espectros? - Preguntó uno de ellos.
- ¡Por los dioses, quiero volver a mi celda!
- ¡Calla, nena! - Insultó un compañero, guasón.
- Capitán, ¿no creerá a esta panda de chiflados?
- Vámonos, huyamos. Lo que sí es cierto es que esos espectros ya
masacraron a los soldados, ¿por qué vuelven? No queda nadie por aquí -
protestó otro -. ¿Qué podemos hacer un grupo de hombres débiles y sin
armas?
El grupo de piratas se había quedado reducido a una decena de
hombres. El resto había huido por la puerta norte.
- No podemos quedarnos, hay largarse cuanto antes - opinó Travis.
- Estoy contigo, capitán - replicó Olanao.
Ante la inminente amenaza procedente del oeste, decidieron salir
por la puerta norte de la fortaleza, que era la única abierta y luego rodearían
la fortaleza para alejarse de la sombra descomunal que se les acercaba por el
oeste.
- Maldita sea - se quejaba Cabise, pensando en voz alta.
Sara caminaba a su lado y le miró extrañada.

189
-¿Te ocurre algo? - Preguntó.
Cabise la miró, malhumorado.
- Yo no tenía que estar aquí. Debería ir a Kelemost, me están
esperando y aquí me estoy jugando la vida inútilmente.
- Si tu crees que debes marcharte, nadie te lo impide. Esta misión es
absurda ahora que todos están muertos en la ciudad. Si yo pudiera
desaparecer como tú con un hechizo de traslado, hacia tiempo que me
habría marchado.
Cabise la miró con curiosidad y algo contrariado. Ella podía
desplazarse de algún modo que desconocía, lo había hecho para salvarle en
la torre cuando terminó de invocar el huevo donde apareció Alaón.
Se estaban alejando de la fortaleza por las callejuelas de Tamalas.
Pronto alcanzaron una muralla que les impedía abandonarla por aquella
parte.
- ¡Diablos! - Protestó Travis.
- La maldita nube de murciélagos se nos echa encima - gruñó
Gidlion.
Cabise miró a Alaón. Éste se mostraba pensativo e inocente, como
el niño que era. Ninguno de los hombres de Travis sospechaba que aquel
chiquillo era el más poderoso mago del grupo. Incluso alguno de ellos soltó
una queja por creer que además del peligro que tenían encima debían hacer
de niñeras.
Alguien del grupo gritó: ¡Capitán!
Travis se giró y vio que el que le llamaba era Olanao.
- Alguien nos persigue - continuó -. Y no es un espectro.
El capitán fue hasta donde estaba Olanao. Llegó a la esquina de la
callejuela y vio que dos hombres corrían en su dirección. Uno de ellos era
una auténtica masa de músculos de más de dos metros de altura. No
llevaban armas y venían gritándoles para que se detuvieran.
- ¡Esperad! - Exclamó Travis al resto del grupo.
Cuando la pareja les alcanzó, estaban visiblemente cansados. Al
parecer llevaban mucho tiempo siguiéndoles.
- Vamos con vosotros - dijeron -. Hemos visto lo que se nos acerca y
pensamos que quizás necesitaríais nuestra ayuda.
Travis soltó una risotada.
- Quizás necesitemos mucha ayuda - manifestó.
- Conozco una salida secreta de la ciudad - dijo el hombre de
estatura media. El otro no decía nada. Tenía cara de bruto y parecía bastante
lento de ideas.

190
- Eso tratamos de encontrar - dijo Travis.
- Nos necesitáis - repitió el individuo -. Me llamo Pash y llevo toda
mi vida moviéndome entre estos muros.
Travis miró a sus hombres. Éstos estaban impacientes.
- Déjelos venir, no perdamos tiempo - protestó Suor.
- De acuerdo, ¿cómo podemos escapar?
Cabise se dio cuenta de que nadie le miraba. Pensó que podía decir
que conocía un hechizo de traslado con el que podría llevarse a tres con él.
Ahora que el grupo había aumentado sería una locura proponer esa salida.
Por otro lado, huir era una opción muy tentadora porque pensaba volver
junto a Marilia. Aferró su saquillo de polvos de plata, recién adquirido en la
torre de Alta magia, y se estrujó el cerebro para decidir qué hacer. Entre él
Gidlion y Alaón podrían sacar hasta a nueve. Pero eran catorce en total.
Nadie se presentaría voluntario para quedarse. Quizás Sara podía salvar al
resto si se quedaba sola con ellos.
Pash movió el brazo para que le siguieran todos hacia el norte, justo
hacia el muro que formaba la gigantesca montaña. Todos le siguieron
aunque algunos protestaron. Algunos hombres de Travis se extrañaron del
nuevo itinerario y desconfiaron de Pash. Pasaron por callejones
ennegrecidos por la reciente lucha. A pesar de su aspecto sucio y
descuidado, Cabise no notó ningún olor extraño ni desagradable que
recordase la muerte de toda aquella gente.
Dos ratas se asustaron por el paso del tropel y corrieron a sus
agujeros. Las cucarachas corrían por todas partes, y las moscas estaban
posadas en las paredes. Eran del tamaño de un pulgar, pero eran de las que
no volaban. Eran tan grandes, que sus pequeñas alas verdes y brillantes, solo
les servían de adorno. Sara hizo un gesto de repugnancia al tener que pasar
tan cerca de aquellos desagradables bichos.
Cabise se fijó en toda clase de pequeños insectos, ya que antes de
ser mago los había coleccionado. Sin embargo ahora solo los miraba por
curiosidad y precaución de no ser contagiarse por que uno de ellos le picara.
Los callejones se acabaron, y salieron a un camino bastante
incomodo por la cantidad de piedras afiladas que sobresalían del suelo.
Además había otros cantos redondeados que les hacían tropezar al pisarlos.
- Pero que camino es este. ¿Lo hicieron enanos gully? - protestó uno
de los hombres de Travis.
- Paciencia - dijo Pash -, ya falta poco para llegar.
Estaban en un camino que atravesaba una arboleda. Subía casi en
vertical en zig zag bordeando el acantilado. Ya tenían sobre ellos las

191
enormes rocas de la falda de la montaña pero no había rastro de ninguna
cueva.
La nube oscura ya les había tapado el cielo aunque todavía se podía
ver por donde pisaba. Sin embargo la oscuridad reinante parecía haber
devorado el color, todo lo que veían era una combinación de grises. La
ciudad había quedado atrás y la arboleda tenia de custodias a las montañas.
No era muy probable que fueran a buscarlos por allí.
- Sara, crees que es conveniente confiar en él - susurró Cabise al
oído de la mujer.
- No sé qué es lo que querrá, pero de momento parece sincero -
respondió ella con el mismo tono sibilante que el mago -. Supongo que no
tenemos elección y debemos arriesgarnos. ¿O es que conoces una forma de
destruir decenas de miles de espectros encarnados?
Pash se dio la vuelta y miró a Sara. Pareció captar las desconfianzas
pero no dijo nada. Continuó, hasta que llegaron a un pasillo sin salida entre
las rocas.
- ¿Qué es esto? - dijo Cabise mientras miraba hacia arriba para ver
si se podía salir por otro lado. Sin embargo las rocas eran demasiado lisas y
altas.
- Acercaros más - dijo Pash al ver que algunos hombres de Travis
no habían entrado en el callejón.
Se acercaron entre protestas y muestras de desconfianza. Algunos
desenvainaron sus espadas, recién adquiridas de la armería del castillo y se
prepararon para una emboscada. Pash palpó con ambas manos en las
piedras y recorrió la que les cerraba el paso.
- ¿No encuentras el resorte? - preguntó Taost.
- No es tan sencillo, es una zona más blanda que si se presiona con
suavidad hace moverse la plataforma... No la encuentro. ¡Aquí!, Esperad.
Pash apretó con un dedo y luego con el puño. No parecía dar
ningún resultado y se empezó a enfadar con la pared dando patadas
violentas e insultándola de forma bien grotesca.
- ¿Pero no dijiste que había que apretar con suavidad? - preguntó
Cabise.
- Sí, esa es la teoría, pero en la práctica... - su compañero de más de
doscientos kilos de musculatura golpeó la zona con rabia, con un brutal
patadón, y el suelo tembló.
- Dioses, un terremoto - se asustó Suor.
- Bienvenidos - anunció Pash con evidente emoción.

192
Pronto se dieron cuenta de que en realidad el suelo estaba bajando
lentamente y vieron, en la roca de la derecha, que se abría un agujero negro
que cada vez se hacía más grande a medida que la plataforma descendía.
Parecía que no había entrado luz allí en mucho tiempo, y todos dudaron que
ningún caballo aguantara vivo ahí abajo. Olía a putrefacción y no salía nada
de aire. El ambiente estaba excesivamente cargado y costaba respirar.
La apertura oscura se hizo tan grande que incluso el hombretón de
dos metros cabía con comodidad sin tener que agacharse.
- Antes de que me atraparan planeaba venir por aquí a robar poco a
poco los fondos de Tamalas. Sin embargo, solo pude venir una vez, y me
atraparon.
Pash se internó en la oscuridad y después de unos instantes
aparecieron unas chispas en sus manos que prendieron enseguida en un
palo que había cogido. Guardó las yescas en un hueco de la pared y aferró
el palo ardiente con las dos manos.
Cabise cogió otra antorcha de la otra pared y la encendió con una
palabra mágica. Los piratas le miraron con admiración y Cabise se sintió el
centro de atención de sus comentarios. Alaón confió en la luz de las dos
antorchas y decidió seguir dando su imagen inocente ante tanto
desconocido.
Continuaron detrás de Pash y entraron en unos túneles hechos por
el hombre a juzgar por el tamaño y los cortes dibujados en las paredes por
picos de acero. Se escuchaba de fondo un desesperante " tic, tic " del agua
que caía del techo en grandes charcos.
La luz de las dos antorchas daba al entorno un aspecto lúgubre. La
entrada secreta se había cerrado tan pronto abandonaron la plataforma y el
ruido sepulcral de la roca al volver a su lugar les dio la impresión de que les
sepultaba allí para siempre.
A Alaón le sacudieron los recuerdos. Sus amigos estaban en
Nosthar y les echaba de menos. En especial a Asteva ya que aquella gruta le
recordaba lucho a la cueva del dragón. Echaba de menos las protestas de
Reister por ir demasiado rápido, y los alardeos de Parlish, que no paraba de
hablar para ridiculizar a los demás anteponiendo sus constantes muestras de
valentía. No le caía bien ese chico, pero se le veía venir, era transparente
para él y fácil de controlar. Los que ahora le acompañaban eran peligrosos,
impredecibles y no se fiaba de ninguno de ellos.
Anduvieron por el túnel unos minutos, hasta que llegaron a una
puerta de madera.
Pash la empujó con todas sus fuerzas pero no cedió.

193
- Bueno, hasta aquí llegamos la última vez ¿Verdad Taost?
- Sí, no pude derribarla, y los soldados que nos perseguían nos
atraparon. Nunca nos llegamos a enterar de qué había aquí dentro.
- ¿Cómo encontrasteis esa entrada? - preguntó Sara.
- Un momento, un momento - intervino Cabise, alarmado -. ¡No
sabéis qué hay detrás de esta puerta!
- ¿Qué puede haber? - preguntó Pash -. Estoy seguro de que está el
tesoro de Tamalas.
- ¿Por qué iban a sacar un tesoro de la ciudad? - preguntó Cabise.
- Para evitar que lo roben - respondió Taost, como si fuera obvio.
- Hace dos meses veníamos del norte y acampamos por aquí cerca -
explicó Pash -. Ese bosque nos pareció buen escondrijo en plena pendiente
de la ladera. Entonces descubrimos dos guardias reales vigilando aquí y nos
pareció extraño. Decidimos espiarlos y así fue como descubrimos que traían
sacos de algo en grandes carromatos. Los que venían estaban fuertemente
armados así que parece obvio que aquí tiene que haber algo valioso.
Sara y Cabise se miraron y se encogieron de hombros. Estaban
siguiendo camino bastante arriesgado, pero ya no les quedaba otra
alternativa que continuar. Su camino de regreso estaba completamente
cerrado por la roca y aunque no lo estuviera no podían volver atrás por la
amenaza inminente de los espectros.
- Abre la puerta - ordenó Travis a Cabise -. Si abriste las celdas, esta
no será ninguna complicación para ti.
Cabise se sintió molesto por el hecho de que tuviera que abrir la
puerta él. Había tres magos allí, bueno dos, sin contar que Alaón se había
empeñado en aparentar ser un chiquillo y Gidlion no había dado señales de
ser otra cosa que un sacerdote de Rastalas. Él necesitaba toda su magia para
su viaje de regreso y no se encontraba bien por la larga caminata. Sus
heridas le dolían y le costaba respirar. Cuando vio que todos le miraban,
confiados en que podía hacerlo, asintió y obedeció.
- «aplerk shivar ual» - susurró.
Las cerraduras de la puerta saltaron por el hechizo y la puerta se
abrió por su propio peso.
- Maravilloso - dijo Pash satisfecho -, puede que sea el último día de
nuestra miseria.
Abrió la puerta y se introdujo en la estancia con la antorcha por
delante. A todos les extrañó que no hubiera luz en aquel lugar, y sobre todo
les extrañó que ahí dentro se sintiera más cargado el aire, y costaba respirar

194
como si no hubiera la menor ventilación. Parecía una celda. Las antorchas
apenas ardían.
- Espera - urgió Cabise, recordando las celdas de la torre de Alta
magia donde se encontró un monstruo -, esto no me gusta.
Pero mientras instaba a Pash que se detuviera, éste había entrado
en la sala oscura, y la había iluminado.
- Al fin, después de tanto tiempo - dijo Pash -. Taost, te dije que lo
conseguiríamos. Mira cuanto oro, con este saco podremos comprar toda una
ciudad.
Los demás palidecieron al descubrir el engaño. Habían ayudado a
unos vulgares ladrones a entrar y robar todas las riquezas de Tamalas. Les
habían engañado y ninguno de los cinco había sospechado de ellos.
Travis y sus hombres quedaron maravillados al ver tal cantidad de
tesoros y fueron a llenar sus bolsillos de las piedras preciosas, y las armas
que relucían por el resplandor de las antorchas.
- No puedo creerlo - dijo Cabise en alto.
- Yo os avisé que no podíamos fiarnos de unos vulgares presos -
dijo Gidlion -, de todas formas supongo que no lo dije muy convincente.
- Nos han tomado el pelo como a unos idiotas - gruño el Cabise.
- No, en realidad no nos ha engañado - dijo Sara aparentemente
avergonzada, porque ella también había confiado en ellos -, solo nos
ocultaron esto.
- ¡Podéis confiar en nosotros!- gritó Pash -. Os prometí sacaros de
ese lío y así lo haré.
- ¿Cómo esperas que nos lo creamos? - protestó Cabise.
- Vamos, no os amarguéis, amigos - exclamó Travis -. Esto merece
nuestra gratitud a este par de granujas. Con esto podré comprar un barco y
reponerme de todas las últimas desgracias.
Travis ya se había adueñado de un saco tan pesado que no podía
cargarlo él solo y pidió ayuda a sus hombres.
- ¿No existe ninguna puerta? - preguntó Sara, molesta.
- Sois unos vulgares saqueadores - acusó Gidlion -. Dejad todas esas
riquezas, no son vuestras.
Cabise miró todo aquel oro disperso por cofres. Había cientos de
monedas de gran tamaño. Un simple puñado le serviría para comprar la
casa más grande de todo Caelis. Con dos puñados no tendría que trabajar en
más de cinco años para vivir cómodamente. Deseo coger un saco y llevarse
una buena cantidad de aquel oro, olvidarse de la magia, podría construirse
una mansión donde viviría de sus riquezas el resto de su vida. Había

195
decenas de sacos, todos podían hacerse ricos y aún podían dejar unos
cuantos sacos. Era imposible que pudieran llevarse todos…
- Vamos, no seáis moralistas - replicó -. Este oro ya no es de nadie,
todos están muertos.
- ¿Te puedes fiar de unas personas que piensan antes en llenar sus
bolsillos que en salvar su vida? - Protestó Gidlion.
- No tenéis otra alternativa - se burló Pash -. Tiene que haber otra
salida. Hay que buscar el resorte.
- Ni siquiera sabéis qué tienen esos sacos - dijo Sara -. No creo que
se trate de oro.
Pash pareció recibir un bofetón en plena cara. Miró con
desconfianza a Sara y luego a su saco. Lo palpó y sonrió con seguridad.
- Veamos... - dijo.
Soltó la cuerda que mantenía cerrada la boca del saco y metió la
mano dentro. Sintió el frío contacto de las monedas en sus manos. Acercó las
antorchas para examinarlas de cerca y su rostro palideció.
- Hierro... monedas de hierro.
- Puede que sean los impuestos - añadió Sara -. Nadie paga con oro
hoy en día, son malos tiempos.
- Mierda, entonces... con esto no tengo ni para comprar un huerto.
Cabise se sintió decepcionado, pero enseguida pensó que si no era
tanto dinero su conciencia estaría más tranquila. Recogió un puñado de
aquellas monedas y las guardó en uno de sus bolsillos ante la mirada
enojada de Gidlion. Ante la sorpresa de todos Alaón recogió varios puñados
y también se los guardó. Pero cuando Sara rasgó su capa para formar un
saquillo y recogió otra parte, el elfo solo pudo emitir un bufido de
desaprobación.
Travis soltó una sonora carcajada al ver la cara de espanto del elfo.
- Vamos, amigo - invitó -. Hay dinero para todos.
Cabise fue a inspeccionar la pared del fondo, pero se dio cuenta de
que para encontrar el resorte, podría tardar una eternidad.
- Espera Cabise - pidió Gidlion mientras levantaba las manos y se
concentraba.
El elfo se concentró, pareció convertirse en estatua. De sus manos
empezó a manar un chorro de luz azul que fluía hacia la pared.
- ¡Que me aspen! - se sorprendió Travis, apartándose del torrente de
luz -, más magia.
Todos se alejaron de la luz que se había pegado a la pared por
miedo a que les quemara o algo peor. El río luminoso recorrió la pared como

196
una sábana al caer sobre una cama, la envolvió en una fina superficie
plateada. La luz, parecía desaparecer en un lugar y Cabise lo vio
inmediatamente. Comprendió que el resorte estaría allí, y antes de que la
capa plateada se disipara, puso la mano sobre aquel sitio para que no se
perdiera de vista.
Empujó y la pared giró, llevándose al mago y todo el tesoro con él.
En su lugar apareció una superficie lisa y vacía. Pash tenía razón, pero el
resorte estaba al otro lado y Cabise había caído al moverse tan bruscamente
la pared. Probablemente había perdido de vista el lugar en cuestión.
Todos quedaron sin habla al ver aquel rápido movimiento, pero
pronto recuperaron la sensatez.
- Gidlion, busca de nuevo el resorte - pidió Sara.
- No, debe ser desde el otro lado - dijo Pash -. No existe forma de
invertirlo, solo si ese amigo vuestro vuelve a apretar en el mismo sitio, se
abrirá.
A pesar de tener los bolsillos llenos y el cuello repleto de collares,
sus ojos delataban desesperación por haber perdido de vista aquel tesoro de
incalculable valor.
- Tenemos que hacer algo - protestó Pash de nuevo.
Gidlion se acercó a la pared y puso sus manos sobre ella. Su vista
excepcionalmente aguda parecía indicarle dónde podía estar el resorte. Sus
manos se deslizaron por la pared y pronto sus dedos presionaron una zona
falsa que en lugar de piedra estaba cubierta de cuero. Al hacer fuerza la
puerta volvió a girar.
- Fantástico - gritó Suor.
Pero ahora Gidlion había desaparecido.
- Ahora debéis subiros todos a la plataforma -se escuchó la débil
voz del elfo.
- ¿Qué hay al otro lado? - preguntó Sara-. ¿Dónde está Cabise?
- No le veo. Hay luz, es algo así como un bosque - dijo el elfo-.
Vamos, subir todos al semicírculo.
Obedecieron, sobre todo por las monedas que se meterían en sus
botas. Pero también por dejar de respirar el fétido olor a rancio de esa celda
cerrada. Los catorce se apretaron contra la pared y el elfo volvió a presionar
el resorte. El suelo retumbó y la estancia giró tan deprisa que cuando
completó la media vuelta, salieron despedidos por el fuerte empujón.
Sin embargo el tesoro (por alguna extraña razón) continuaba en su
semicírculo.
- Guau, menudo meneo - dijo Suor.

197
- ¡Arg! - dijo otro -, quien hizo eso debió pensar en poner paja aquí.
Diablos, me he hecho daño con estas zarzas.
- Desde luego Bag, eres de manteca de goblin - le dijo Olanao al
rechoncho humano, con sarcasmo.
Les recibió con una fruta en la mano y comiendo con la boca llena.
- ¿Comida? - dijo Suor -. ¿Dónde la has encontrado?
El mago quiso hablar, pero tenía demasiado llena la boca de modo
que se limitó a señalar una dirección.
- Este se fue corriendo, al igual que tres de sus compañeros.
Un violento golpe los asustó a todos. El tesoro había vuelto a
desaparecer y el elfo Gidlion salió disparado justo encima de Travis, que
acababa de levantarse en ese momento y ambos cayeron de bruces contra la
hierba.
- ¡Demonios, elfo!, ten cuidado.
- Lo siento - se disculpó este, levantándose lo más deprisa que
pudo.
Cuando los dos se repusieron del golpe, algunos siguieron a los
hambrientos piratas y otros esperaron órdenes. Pash y Taost estaban
llenando los bolsillos de sus mugrientas ropas con todas las monedas que
habían cogido el tesoro y buscaron el resorte para volver a tenerlo a mano y
coger más riquezas.
- No cojáis más - dijo Travis.
- ¿Quién lo dice? - replicó el grandullón -. Ese tesoro ya no tiene
dueño.
- Puede que no necesitemos dinero si esos espectros cargan contra
todas las aldeas de aquí. Será mejor que nos movamos antes de que ese
ejército esquive la montaña y dé con nosotros.
Vieron alejarse a Travis, sin obedecerle. Le miraron con desprecio y
siguieron con su tarea de encontrar las monedas de más valor en los sacos
del tesoro. Las que no valían tanto las desechaban y las devolvían a los
sacos.
- Esa gente también cogió dinero - dijo Pash -. Seguro que se
llevaron lo más valioso del botín.
- Hay suficiente para todos, Pash - replicó Taost.
- No podemos cargar con tanto dinero - continuó Pash, con una
sonrisa maliciosa -. En cuanto lleguemos a un lugar donde poder usarlo, nos
encargaremos del resto. Además también conocen la ubicación de este tesoro
y podrían venir a reponer riquezas. Nos quitarían nuestro tesoro.
- ¿Qué quieres decir con... "nos encargaremos"?

198
- Exactamente eso. Para ti será cosa fácil, puedes acabar con ellos
poco a poco, cuando se descuiden mientras duerman. No dudarán de
nosotros si decimos que fueron espectros.
- Pero la mujer me gusta, no quiero que me odie.
- Podrás hacer lo que quieras con ella cuando le toque morir. ¿No
crees que te lo merezcas?
- Eso no está bien, Pash - le regañó el gigantón. Aunque la idea de
violar a Sara le hizo cambiar la expresión de enfado por una sonrisa
pervertida -. Pero no sería la primera vez que hacemos algo mal.
Dicho eso, ambos corrieron detrás de sus compañeros.

Había un camino que se internaba en el valle franqueado por


grandes robles u otras clases de árboles y cuanto más descendían más oscuro
se hacía el camino. Cabise pensó que se parecía al robledal de Sachred. Sin
embargo allí no flotaba la magia ni se sentía peligro alguno, salvo el de
algún animal que pudiera salir a atacarlos por pura necesidad de comer.
Cuando caminaron un rato, distinguieron una edificación a escasa
distancia.
- Vaya casa - dijo Bag mientras silbaba -. Fijaos, hay una playa ahí
fuera. Los que vivían aquí deben ser unos ricachones.
La mansión era de dos plantas y tenía hileras de ventanas arriba y
abajo. Se distinguían tres chimeneas y su pared estaba cubierta por hiedra,
una planta que solían usar los elfos para decorar sus casas. Antaño sus
viviendas estaban hechas de árboles manipulados por ellos para dar forma
a su hogar, pero eso fue en los tiempos anteriores a la gran guerra de los
dragones.
Al acercarse a la puerta principal la encontraron abierta de par en
par. Al parecer sus propietarios habían abandonado la casa y no sabían por
qué. Imaginaron que en la primera oleada de ataques de los espectros, éstos
habían saqueado toda la región, de modo que los dueños de esa casa ahora
serían parte del ejército fantasmal.
La estancia tenía varias pinturas colgadas en las paredes. Eran
extrañas y no parecían reflejar ninguna forma existente. Tenían colores vivos
que daban un aire desenfadado a la entrada de la mansión. Además había
sillones en la pared izquierda. Tuvieron que esquivar unas mesitas, que
tenían un pie de altura, que estaban dispersadas de forma simétrica en el
recibidor.

199
El susurro de las olas serenaba, en la playa del exterior, serenaba el
ambiente. Era como si hubiesen salido de una cloaca a un palacio que
brillaba por su sencillez.
- Un lugar como este sería para el refugio ideal - dijo Travis,
maravillado -. Si de veras va a haber una guerra, no creo que haya ninguno
mejor escondido.
Para Travis era ideal, pero los magos no prestaron atención a las
bagatelas que había. Los compañeros del capitán pirata examinaron cada
cajón, cada esquina. Ninguno de ellos tuvo reparos para coger lo que le
gustara.
Los únicos que no parecían interesados en la mansión eran Pash y
Taost, que lo miraban todo con indiferencia. El ocasiones Sara sorprendía al
grandullón mirándole los senos y, aunque le lanzaba miradas de desagrado,
Taost se limitaba a sonreír como un idiota.
Abrieron la puerta de salida y el resplandor del Sol les deslumbró.
Al menos los nubarrones habían quedado al otro lado de las montañas, cosa
que ya de por si era bastante tranquilizadora.
Fuera hacía fresco. Caía una cortina de agua del cielo, ya que la
playa no era otra cosa que un remanso del río, justo debajo de una cascada
que caía desde la montaña como una inmensa cola de caballo blanca y había
un arco iris que pasaba sobre sus cabezas. Al otro lado del remanso el
bosque se perdía en la distancia, en una colina que descendía
progresivamente de modo que los rayos del Sol podían iluminar aquel lugar
de forma hermosa. Todo lo que se veía era verde. Había árboles frutales tan
grandes y cargados de frutos que parecían una ilusión. Cabise deseó tener a
su lado a Marilia para poder disfrutar juntos de ese lugar tan bonito y
romántico.
El suelo estaba alfombrado por hierba y las flores que les llegaban
hasta los tobillos. La caída constante del agua, era tan agradable que Alaón
se sintió en otro mundo. Aquel lugar era el más bello que había visto y no
quiso romper el silencio de todos. Se oía el rumor de la catarata y por encima
de las copas de los árboles, se veía el enorme acantilado, que cubría la mitad
del cielo azul. Aquello podía ser el paraíso. El fresco aire que se
respiraba, el sonido melodioso de los pájaros y los árboles frutales que
serenaban el alma de todos los visitantes. Incluso el oro que habían cogido
del túnel se les antojaba pesado y sintieron tentación de dejarlo para no tener
que cargarlo.
- Escuchad - dijo Sara -, es posible que haya caballos por aquí.

200
- Sí - dijo Cabise -. Una mansión así debe tener cuadras en alguna
parte. Habrá caballos si cuando vinieron los espectros dejaron uno vivo,
claro.
- Deberíamos separarnos - dijo Travis -. Hay mucho terreno que
cubrir. El que encuentre los caballos que silbe.
Echó a correr hacia cualquier dirección, sin preocuparse por lo que
harían los demás. Cabise imitó al resto aunque antes de correr se fijó en que
Taost no había ido a una dirección aleatoria. Se había marchado justo detrás
de Sara. Eso le dio mala espina aunque no sabía si debería seguirle o hacer
su parte, buscando en su zona. Después de un par de segundos de reflexión
decidió vigilarlo ya que si estaba en prisión debía ser por algo. Podía ser una
amenaza para Sara.
Pasó junto a varios árboles frutales y terminó llegando a un gran
llano que terminaba bajo el acantilado en una bella gruta donde brillaba en
su centro un lago contra el que chocaba el agua de una fina cascada que caía
desde un agujero abierto en el techo de la gruta. Ahora se veía el techo verde
a más de doscientos metros de altura. Ese era el origen de la lluvia constante
de agua, sobre todo el jardín y esa la gran cascada que originaba ese
remanso del río. La superficie del agua estaba siendo salpicada y no dejaba
ver el fondo por tanto era imposible apreciar la profundidad que tenía.
En aquel pequeño trance de placer vio por el rabillo del ojo algo
blanco que desaparecía por entre los árboles.
Corrió hacia allá y vio a un precioso caballo blanco junto a una
yegua del mismo color.
- Hola - les dijo Cabise maravillado por la belleza de aquellos
animales.
El sonido de su voz les asustó y al ver al Mago de la luz huyeron al
galope. A pesar de ello Cabise quedó maravillado por la velocidad de
aquellas criaturas que podrían suponerse venidas del mismísimo seno de
Rastalas.
Corrió tras ellos olvidando por completo a Taost y Sara, pero no
volvió a verlos. A pesar de todo continuó corriendo ya que aquel lugar le
inspiraba vitalidad y sentía la necesidad de correr e incluso cantar y saltar.
Sus heridas parecían curarse más deprisa y no notaba esa presión continua
en el pecho. Aquello debía ser el paraíso.
Hubiera deseado que Marilia estuviera allí junto a él. En aquel
lugar escondido por los dioses parecía imposible que pudiera entrar la
maldad. Se alegró en cierto modo de no tener a su amada a su lado, porque
entonces no habría ninguna razón para irse de allí nunca. En su carrera llegó

201
junto a Sara. Cantaba una canción con la voz más bonita que había
escuchado jamás cantar. Hasta las flores parecían abrirse para escucharla.

Hemos sido tocados por el último tiempo


Tú te fuiste, el amor se fue
Ahora yo temo la nada pero es la vida misma.
Y he aprendido que viviendo es justo el camino de morir
No creo en la vida o en el amor.

Quiero morir
Pero realmente... Ya estoy muerta

La diversión se siente cuando juegas y te entretienes


Me odio a mí misma por amarte
El miedo que yo sentí anoche ha desarrollado un deseo
No puedo ver lo vacío de mis ojos.
Para escapar a la vida solo hay una solución.
Con alivio yo miro hacia delante dejando atrás el dolor.

Quiero morir
Pero realmente... Ya estoy muerta

Finalmente... ahí está la paz de mi alma


Mentir muerta, sin una preocupación, sin un rasguño
Tú mismo estás en mi corazón
Y vivir sin ti es inmensamente doloroso.

Quiero morir
Pero realmente... Ya estoy muerta

Pensar en ti, hablar de ti, soñar contigo


hace que mis ojos dejen caer lágrimas
No puedo imaginar felicidad sin tu bella sonrisa, tu angelical cara,
tu maravilloso cuerpo y tu gran corazón
Tú eres todo, yo nada

Quiero morir
Pero realmente... Ya estoy muerta

202
Quiero morir
Pero realmente... Ya estoy muerta

Los caballos níveos se reunieron alrededor de Sara y agacharon sus


cabezas en actitud servicial. Los ojos de Cabise se empañaron al oír con
aquella preciosa voz aquella canción que describía un sentimiento tan triste.
No sabía si era alguna historia del pasado, que Sara había aprendido, o bien
ella misma se sentía así. De cualquier modo, al cantar, los caballos
aparecieron de las profundidades del bosque y se unieron a ella. Travis y los
demás fueron apareciendo y no hubo ningún problema en que todos
consiguieran su montura. Cogieron tantas frutas como pudieron cargar y
guiados por los caballos, se internaron en el remanso del río que parecía un
lago. Ante la sorpresa de Cabise, no cubría más de diez centímetros, pues los
caballos apenas se mojaron las patas al cruzarlo.
El agua de la cascada cayó sobre sus cabezas y a Cabise le recorrió
un escalofrío. Su túnica se había empapado pero se sentía rejuvenecido al
sentir aquellas gotas de agua pura. Además de sentirse mucho más fresco
parecía que aquella agua había limpiado su alma y sintió una profunda paz
interior.
Sara cabalgaba justo a su lado y su mirada triste le hacía sentir que
hacía bien acompañando a aquella mujer. Su rostro era especialmente
hermoso y no de esa belleza que cansa al mirarla, era una belleza
sobrenatural que hechizaba más cuanto más la miraba. Por un instante pudo
ver el interior de aquella mujer. Vio tristeza, dolor y al mismo tiempo pureza
en su mirada.
- ¿Puedo preguntarte algo, Sara? - Preguntó Cabise.
Se volvió a mirarla mientras trotaba con su caballo y se encontró
con que le miraba sonriente. Sus ojos eran de una belleza que sin duda
robaría muchos corazones. A Cabise le resultaba doloroso estar cerca de ella
ya que su corazón pertenecía a Marilia. Pero por alguna extraña razón sentía
algo profundo por esa enigmática mujer. Algo entre amor y lástima, como si
pudiera ver que en el fondo de su corazón, Sara sufriera un dolor que no
contaba a nadie. Él quería intentar aliviar ese dolor porque de algún modo
sentía que él también lo sufría.
- ¿Por qué me salvaste? ¿Qué... es lo que tú venías buscando desde
el principio? Tú no eres maga, ni sacerdotisa. Tienes un poder especial, que
no entiendo, y tienes algo que... Que todos respetan y temen. ¿Quién eres
realmente?

203
Sara borró su sonrisa levemente y aminoró el paso de su caballo
para poder hablar sin tanto ruido de cascos. Cabise hizo que su caballo
también frenara su galope para quedar a su altura.
- ¿Por qué me iban a temer? - Preguntó.
- Creo que si estamos juntos es porque tú nos acompañas. Y,
francamente, todavía no sé que es lo que vamos a hacer contra un ejército
así. Somos solo unos pobres desgraciados que no resistiríamos ni contra diez
espectros. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuál es el plan?
Sara volvió a sonreír.
- Alaón es nuestro plan. Hay que darle su bastón de magia. Creí
que lo sabías.
- Ya, ya, eso lo sé. Pero... ¿Quién lo tiene? Si lo tiene Melmar, no
creo que nos lo dé así. En realidad, creo que... no es mi misión, que no me
concierne.
Sara negó con la cabeza, como acostumbrada a sus insistencias de
irse.
- Mira, tú no eres necesario, tienes toda la razón - dijo Sara, tras un
suspiro -. Si quieres marcharte, hazlo cuando quieras. No te lo impediré.
Cabise se mordió el labio inferior, sintiéndose culpable por haber
dejado claro su deseo de marcharse.
- Realmente - continuó Sara -, nunca lo has sido. Alaón uso tu
cuerpo para entrar en el mundo y desde entonces solo te he cuidado por
caridad, por cariño. Me pareciste muy joven para morir y me sentía
responsable porque llevaba años esperando impaciente su llegada. No era
justo que muriesen inocentes.
Aquellas palabras, aunque fueron dichas con voz dulce, hicieron
mucho daño a Cabise. Se sintió herido porque hasta ese momento había
creído que confiaban en sus dotes con la magia y... sin embargo solo era
caridad. Sintió deseos de apartarse de la trayectoria del resto, desmontar y
marcharse a Kelemost con su hechizo de traslado.
- Así que no soy necesario - renegó. Volvió la cabeza hacia atrás y
vio que Alaón lo miraba.
Nunca se había sentido tan rechazado. Aquel no era su lugar, no
era su gente. ¿Qué hacía él arriesgando su vida por personas que no
derramarían una sola lágrima, si él muriese? Claro, Sara lloraría por lástima.
¡Lástima! Odiaba que se compadecieran de él, era suficientemente fuerte
para ser temido, para ser respetado.
- Cabise - añadió Sara, pareciendo ver el dolor que sentía el joven
mago -. No quise decir que no aprecie tu ayuda. Me entendiste mal, solo

204
quise decir que te marcharas si no querías seguir con nosotros. Ya nos
apañaremos, sé que Marilia te espera y tienes ganas de verla. Solo quise...
Que hagas lo que tanto deseas. Nuestro destino te alejará de ella y no quiero
que continúes con nosotros si tú no quieres.
El mago sonrió y miró a Sara más tranquilo aunque ella en realidad
no desmintió sus palabras. Solo le había dicho lo que él ya sabía, que era
prescindible.
- Tengo otra duda - dijo el mago, sintiéndose agradecido por la
sinceridad de ella -. ¿Esa canción de antes?... ¿En serio quieres morir?
- La aprendí hace años. Resulta útil para atraer presas inocentes.
El mago la miró asustado.
- ¿Presas inocentes? - preguntó.
- Los caballos vinieron, ¿no?
Cabise sonrió. Tenía razón, no podía haber mucha gente, ni criatura
inocente que no se sintiera atraído por su hermosa voz y esa triste historia.
No sabía a dónde llevarían los pasos de ese extraño grupo ni si se separarían
o terminarían siendo masacrados por esos espectros. Pero tenía la sensación
de que si se marchaba, no volvería a verlos más. Ni a Sara, ni a Alaón. Los
demás le importaban poco, la verdad.
- Me quedaré hasta la noche - dijo -.Te debo la vida, es lo menos que
puedo hacer. Además no me fío de Taost.
- No me debes nada. Tú hubieras hecho lo mismo por mí - contestó
ella -. Pero, de acuerdo, me alegro que te quedes, aunque sea unas horas. No
me gustan esos piratas y tú eres la única persona en la que confío... Bueno,
también confío en Gidlion y Alaón es demasiado misterioso, se quedará si tú
lo haces. Creo que es un poderoso aliado pero no me gusta. Es demasiado
frío.
«Confía en mi» - Cabise no entendía por qué, de repente, se le hacía
más difícil abandonar el grupo para irse con Marilia... ¿Grupo? No, el grupo
no le importaba, le importaba Sara. No era más que una mujer indefensa que
tenía una especie de poder oculto que ninguno sabía en qué consistía. Podía
aparecer de repente en la otra punta del mundo con una persona moribunda
y no decía cómo lo había hecho. Fuera lo que fuese, ella evitaba hablar de
eso y daba la impresión de que no quería usarlo.
- Creo que con todo lo que hemos pasado juntos - empezó a decir
Cabise -, es una lástima que hayamos hablado tan poco. Quisiera conocer
más cosas de ti.
Sara soltó una corta carcajada.

205
- Soy muy reservada. No le cuento mi vida a nadie porque trato de
olvidar mi pasado.
- ¿Por qué? ¿Qué te pasó?
- A mi nada. Pero, por favor, Cabise, no quiero hablar de ello.
La sonrisa de Sara desapareció. Quedó un gesto de dolor interior
que hizo sentirse culpable a su contertulio.
- Al menos cuéntame cómo me salvaste en la torre. Aún no puedo
entender...
- Si de verdad me agradeces haberte salvado - cortó ella, seca -, no
vuelvas a preguntarme eso.
Sara hizo que su caballo apretara la marcha y se alejó. Se sintió
culpable por haberla hecho recordar cosas que la hacían daño. Miró al resto
de la compañía que les seguía de cerca. Sonrió al pensar lo cómico que
parecía Alaón montando su enorme caballo blanco, con tanta elegancia. No
era normal que un niño montara tan bien. Él había montado a caballo por
primera vez a los quince años y le costó hacerse con las riendas. El trote era
difícil de dominar, incluso siendo adulto, más aún cuando tu cuerpo no pasa
de los treinta kilos...
Miró al resto y se dio cuenta de que eran todos unos completos
desconocidos.
«Y de todos estos, ¿en quién confío yo?» Se dijo, apesadumbrado,
añorando la presencia de Marilia junto a él. «Debería irme ahora, pero me iré
esta noche. Ya se lo he anunciado a Sara».

16

LOS GUERREROS DE LA OSCURIDAD

206
Veilane creyó que caía en un abismo sin fin. La angustiosa situación
se prolongó durante muy poco tiempo, pero a Veilane le pareció una
eternidad de agónica caída. Tenía la certeza de que se estrellaría contra algo
y se mataría ya que la velocidad que estaba alcanzando le había dejado sin
aire y no podía respirar...
La luz apareció a su alrededor poco a poco y una sala envuelta en
tinieblas fue apareciendo ante sus desorbitados ojos como si un pintor fuera
dibujando sus cuadros, su alfombra, su vieja chimenea y su estantería de
libros antiguos. El aire regresaba a sus pulmones, pero estaba exhausto,
incapaz de mover un solo músculo. Sintió el contacto de sus pies con el suelo
pero apenas notó que lo tocaba se desplomó sin fuerzas. Sintió un golpe en
todo su cuerpo, su visión se nubló y su mente ya no funcionaba. ¿Estaría a
punto de morir? Su consciencia se perdió en el infinito y perdió el sentido.

Algo caliente pasó por sus labios y descendió por su garganta.


Quemaba tanto que, de la impresión, volvió a la realidad bruscamente y
abrió los ojos. Su cuerpo estaba entumecido como si acabara de despertar de
una borrachera.
- Vaya - dijo un individuo vestido de negro que tenía frente a él -,
me alegro de que aun estés vivo. Creí que no despertarías nunca.
Su cuerpo no respondía bien pero supo que estaba echado en una
cama. Se incorporó con esfuerzo y examinó su entorno. Estaba en una
habitación muy grande, adornada por extraños objetos con formas de
animales que no podría identificar. El Mago oscuro estaba sentado en la
cama, a su izquierda. La luz, procedente de dos grandes ventanas,
iluminaba la habitación bastante bien aunque no le deslumbrara al abrir los
ojos.
- ¿Cuánto llevo dormido? - preguntó al anfitrión.
- ¿Importa mucho? - respondió el nigromante.
- No, pero desearía saberlo - insistió Veilane.
- Llevas dos horas, inconsciente.
Veilane se tranquilizó. Afortunadamente no había dormido durante
una semana otra vez. Por alguna razón le pareció poco ese tiempo. Lo cierto
era que su vida no se caracterizaba por estar siempre despejado.

207
- En realidad llevas dormido una semana - rectificó el nigromante,
esbozando una sonrisa burlona.
- ¿Me toma el pelo? - se enojó Veilane.
- Sin duda - se regocijó el joven nigromante -. Me resulta cómico
que alguien sin pasado se preocupe por el tiempo. ¿Tienes alguna cita?
- ¿Quién es usted? - preguntó sin demasiado respeto, elevando el
tono de su voz -, Una túnica oscura no le hace nigromante, no juegue
conmigo o tendré que ponerme violento.
- Soy Melmar - se apartó la capucha y dejó ver sus rasgos humanos
jóvenes y desenfadados -. Aunque estoy seguro de que te importa más saber
quien eres tú.
- De modo que un mago oscuro - dijo Veilane atemorizado.
- Sí, pero no temas, estoy de tu lado y seré tu apoyo, tu escolta o si
lo prefieres tu aliado. Mucha gente opina que mi orden debería desaparecer,
pero solo es por miedo a mi enorme poder - sus jóvenes rasgos humanos se
oscurecieron al decir esto -, y sobre todo por envidias, rivalidades y más aún
por miedo a que no puedan controlarme.
- ¿Dices que la gente te teme? - Veilane rió, burlón -. Entonces por
qué no les desafiaste y formaste discípulos. ¿Quién teme a quién?
- Me convenía obedecer. Sin discípulos, no tengo rivales.
- Entiendo... - Veilane no quería saber nada más de ese mago -.
Basta de cháchara, ¿qué sabes de mí?
- Todo.
- ¿Dónde estamos?
- En Tamalas - respondió Melmar -. Pero imagino que ni siquiera
sabes dónde está.
- Sí que lo sé... en realidad solo conozco esta ciudad. Me apresaron
y me encerraron en una celda para que me pudriera allí hasta la muerte.
- En realidad no fueron ellos los que te abandonaron a tu suerte.
Hubo una batalla por la ciudad, posiblemente necesitaron todas las fuerzas
para contener a mi ejército y por eso os dejaron morir de hambre. Tuviste
suerte de no estar libre porque sino estarías muerto.
- No me digas... - el hombre desconfiaba.
- Veilane, creo que debes saber quién eres y de dónde has venido.
- Sí - dijo impaciente. « No es que me pueda fiar de un nigromante,
pero afirma saber quién soy».
El rostro de Melmar se endureció. Tragó saliva y deseó que Veilane
no adivinara lo que sentía por dentro.

208
- No eres de este mundo. Ignoro cuál es tu lugar de origen, así que
no me preguntes de dónde vienes. Te invoqué con el poder de Alastor y
conseguí que vinieras a Cybilin. Tengo una misión crucial para ti y si la
rechazas, tendré que matarte. Toma este báculo.
Veilane miró con curiosidad el cayado de madera blanca que le
entrega el hechicero. Tenía inscripciones en una lengua extraña y tenía un
círculo de madera en la parte más alta con una cruz en medio que atravesaba
la calavera de una cabra, de la que colgaban huesecillos blancos de hilos
negros. En la base estaba fortalecido con filo hilo dorado que envolvía el
pequeño báculo y lo recorría hasta la punta.
- ¿Qué demonios es esto? - se sorprendió Veilane.
- Es el Báculo de poder de Minfis. El símbolo de mando del
comandante de los ejércitos de la oscuridad.
Melmar hizo una pausa deliberadamente para que Veilane pudiera
asimilar aquello.
- ¿Me lo estás entregando a mí? - preguntó, incrédulo.
- Es tuyo, por derecho. Los espectros siguen a cualquier portador,
pero solo una criatura venida del mundo de los creadores tiene el poder
absoluto sobre ellos.
- ¿El mundo de los creadores? - preguntó Veilane -. ¿Vengo de allí?
- De allí te invoqué - respondió escuetamente Melmar.
- ¿Eso me convierte en un creador? ¿Acaso soy un dios?
- El rango de dios es únicamente para aquellos que ejercen como
tales. Que vengas de un reino, no te hace rey, ¿no crees?
Veilane asintió, comprendiendo.
- ¿Y no puedes contarme nada de mi mundo?
- ¿Cómo podría hacerlo? - se burló Melmar -. Cuéntamelo tú.
- No, eso es mentira - dijo serenamente Veilane, mientras reía.
- ¿Cómo?
- Es cierto que tengo algún poder especial, he sido capaz de cosas,
pero sé bien que no soy ninguna especie de dios. La prueba de que lo que
dices es mentira, es que hablamos el mismo idioma. Eso significa que tuve
que aprenderlo alguna vez, ¿no crees? No sé de dónde vengo pero soy de
este mundo.
El nigromante se levantó de la cama y extrajo un libro de la
biblioteca. Buscó entre las páginas y puso el libro encima de la mesa,
levantando polvo y señalando con su dedo índice un mapa.
- Veilane, Veilane - dijo -. Creí que lo habías comprendido.

209
Veilane se levantó de la cama y se aproximó a la mesa para ver lo
que le enseñaba.
- Mira este mapa y dime si reconoces algún nombre, alguna región,
algún país.
- Lo he entendido... - estaba estupefacto, no reconocía ni siquiera lo
que había escrito -. ¿Qué alfabeto es ese?
- Que podamos hablar no te hace de este mundo - aclaró Melmar -.
Te hechicé para que hables en común.
- Pero... eso no demuestra nada. ¿Qué pretendes entregándome este
cetro?
- Vamos - apremió Melmar -. Mira por la ventana, creo que lo que
vas a ver te va a aclarar muchas cosas.
Veilane aceptó la invitación de asomarse. Caminó hasta la ventana
esquivando de lejos al nigromante. Hasta que no estuvo delante no cayó en
la cuenta de que ya no estaba agotado. Sus piernas se habían recuperado del
agotamiento de forma milagrosa.
En principio se sintió mareado por la altura y se sujetó a la pared
para asegurarse de que no caía. El cielo estaba cubierto por unos nubarrones
negros como tizones. De ellos salían innumerables relámpagos silenciosos
hacia una ciudad que, desde aquella altura, se veía completa. Aquellas
densas nubes cubrían el horizonte. Le impresionaron especialmente los
jardines de la Torre del sumo sacerdote, las inmensas fuentes que en vez de
echar agua espumosa y blanca, emanaba una sustancia negra o roja. La mole
parecía agrietada a esa distancia.
- No entiendo nada - susurró Veilane.
- Vaya, empiezo a dudar de tu poder - dijo Melmar a su lado.
Veilane le miró enojado. El nigromante le observaba con una
mirada extraña.
- Veilane, esos ejércitos infernales son los encargados de purificar el
mundo - le dijo Melmar -. Tú debes guiarles en el combate. Los sufrimientos
que sufrirán los mortales serán el fuego que purifique sus almas. Tú querrás
ayudarlos, sentirás piedad por ellos, sin embargo debes verlo como algo que
pondrá fin a la mortalidad de sus cuerpos. Tú y yo no somos excepciones.
Sufriremos lo que debamos sufrir, para obtener la purificación.
Melmar había sido sincero y eso asustaba a Veilane. Le pedía que
supervisara a su ejército, que le diera órdenes y que "purificara" el mundo.
Desde luego, si había que purificar algo era el mundo de gente como ese
Melmar.
- ¿Qué se supone que esperas que haga?

210
- Tú en realidad no harás nada, solo esperarás hasta que llegue el
momento y entonces harás lo que tienes que hacer.
- ¿Cómo? - protestó Veilane -. ¿Esperas que vea el sufrimiento de
todos, insensible, y sin hacer nada por ellos?
Melmar bajó los brazos y su mirada dejó de ser penetrante.
- Te voy a ser sincero - suspiró el nigromante -. Acabo de destruir el
centro neurálgico de los magos de la luz con una décima parte de los
espectros que tienes ante tus ojos. Cuanto más ataquemos, más soldados
tendremos. Es una cuestión matemática tenemos un ejército capaz de
destruir todas las formas de vida y podríamos extendernos como el fuego en
un campo de hierbas secas. Nada puede detenernos pero eso no es lo que
quiere nuestro señor, Alastor. Debemos ser sus pastores del fuego, quiere
que controlemos a sus huestes y ataquemos únicamente donde él nos diga.
- Podemos detener esos espectros. Es una monstruosidad extender
el mal por el mundo, aunque sea controladamente.
- No podemos, mi señor es ambicioso y si no obedecemos nos
esclavizará y nos hará como ellos - Melmar miró a los espectros -, unos seres
sin libertad con una sed de sangre insaciable. No los liberará hasta que haya
moldeado el mundo tal y como lo tiene en su mente.
- ¿Y cómo es?
- Un mundo dominado por la magia de los nigromantes. Un lugar
donde nadie se atreva a pronunciar su nombre a menos que sea uno de los
suyos. Debes comprender que un mundo sin criaturas libres es un lugar
terriblemente aburrido.
- ¿Quiere que todas las criaturas sean sus esclavas?
- Si fuera un dios único, sin duda - rectificó Melmar -. Pero
lamentablemente hay más dioses en el mundo y buscarán un equilibrio.
Alastor se conforma con ser el más temido de los dioses. El más respetado.
- Eso es terrible - dijo Veilane.
- Esa es nuestra misión. Utilizar a este ejército para sembrar el
pánico.
- Eres un monstruo - dijo Veilane -. ¿Cuánta gente ha muerto por
obedecer a ese dios sádico? Por si no te has dado cuenta, ya eres como ellos,
un esclavo, no un nigromante poderoso. Tú no tienes el poder, solo eres un
instrumento de ese dios tuyo. No tienes sentimientos.
- Los tengo... - respondió Melmar, cortante -. Por eso te invoqué.
- No puedo creer que me pidas en serio que guíe esas hordas de
espectros. Nunca provocaré más muertes. No seré tu... secuaz que hace el
trabajo sucio por ti.

211
- Eres humano, sí. Pero qué te importa a ti esta gente. Tu procedes
de otro mundo y no tienes ninguna razón por la que defender a estos
desgraciados.
- Prefiero la muerte y la tortura a verme mezclado en una matanza
de seres inocentes. Al menos eso sería menos terrible que además de
matarlos, confinarlos contra su voluntad a un cuerpo espectral sediento de
sangre y destrucción. Si lo que buscas es que sea yo quien cargue con
semejante peso sobre mi conciencia, ya puedes matarme porque prefiero la
muerte antes que...
- Eso esta bien, sí señor - interrumpió Melmar -, pero piensa y
razona, por favor. Muerto no haces nada por evitar los sufrimientos de éstos
a quienes llamas inocentes. Sin embargo, guiando los espectros, podrías
serme útil, y a ellos más aun. Puedes hacer más llevadero su sufrimiento.
Recuerda que con el báculo que te he dado puedes hacer lo que te plazca con
sus almas atormentadas. Puedes hacerles sentir felices. Tu misión es
controlarlos y que no se dispersen porque si lo hacen, será el fin del mundo.
El mal que llevan dentro se extenderá sin que nadie pueda detenerlo.
Veilane estaba confuso. Le estaba proponiendo que dirigiera las
tropas, era consciente de que él nunca serviría al mal, y aun confiaba en él.
¿Qué plan tendría el nigromante?, ¿Por qué era tan importante que él guiara
a los espectros?
- De acuerdo - dijo Veilane fingiendo aceptar a regañadientes -,
pero, ¿cómo voy a dominarlos?
El nigromante sonrió satisfecho por su triunfo.
- Ve a Malhantas, pero primero ve al norte, bordeando Saphonia
por la playa. Usa el mar para esconder tus huestes, no necesitan respirar y
podrán caminar por el fondo - dijo señalando al este -, te voy a revelar algo
que por lo visto has olvidado.
Melmar empezaba a disfrutar con aquella farsa. Por un momento
creyó que aquel ignorante le obedecería. Eso sí seria cómico, un campeón de
los dioses de la luz guiando a su ejército de espectros. Pero ese no era el
plan. Lo único que necesitaba era alejar a Alaón y sus aliados de ese hombre
con ascendencia de dioses. El elegido por los dioses de la luz para detener a
Alastor. Hubiera sido un peligro incontenible en el bando contrario, lo único
que necesitaba era neutralizarlo. Eso bastaba para inclinar la balanza a favor
de él.
Veilane se asomó a la ventana y asintió. Entonces, ante el asombro
del nigromante saltó al vacío y cayó. Melmar se sorprendió y se asomó
creyendo que prefería el suicidio antes que obedecer.

212
El temerario surcó el aire como un saco de piedras y al llegar al
suelo levantó una nube de polvo. Había caído de pie pero no parecía haberse
hecho daño.
- Creo que empieza ser consciente de su poder - gruñó Melmar -.
«Melmar, no creas que ya has vencido - le dijo una voz interior -. Aun
viven dos magos neutrales y te buscan para matarte. No te demores en encontrar a
Nóala».
- No, iré inmediatamente - dijo, apretando el puño derecho.
Su señor nunca se sentía satisfecho pero sabía que había dado un
paso de gigante. Si Veilane hubiera elegido intentar detenerle no sabía si
habría tenido suficiente poder para vencerle. Sintió la incomparable
sensación de la victoria y el éxtasis del poder. Solo le quedaba por cumplir la
parte más sencilla de su entramado plan. Debía llevar a Nóala junto el
bastón de magia de Alaón para abrir el otro gran frente en la guerra que
estaba ayudando a organizar.

La ciudad de Malhantas, sorprendida por un ataque tan imprevisto,


sucumbió ante el descomunal despliegue de las fuerzas espectrales.
Nuevos espectros se unieron a sus filas, y los " renegados del mal "
(que eran los que se negaban a servir al mal), sembraron los campos. Eran
hileras de cuerpos empalados al pie de los caminos. Sus gritos angustiosos
convertían aquel lugar en un abismo peor que cualquier infierno imaginado
por ningún hombre. Eran el orgullo de los espectros que avanzaban
implacable y desordenadamente. Además servía de escarmiento a aquellos
que dudaban a quien servir.
Veilane vio aquella desolación como si fuera una pesadilla. Su
corazón no latía, lo contemplaba como un espectador frío e imparcial.
Quizás temía asimilar todo aquello por miedo a perder la razón o por el
mismo terror de entender a toda aquella gente agonizante y sin salvación
posible. Deseaba verlos como animales, seres que merecían ese final. Pero su
conciencia martilleaba desde lo más profundo, implorando ser escuchada.
No había dado la orden, pero les había llevado hasta allí. Habían cruzado el
mar sin que el ejército de Saphonia supiera siquiera que había millares de
soldados espectrales cruzando sus aguas. Él había caminado sin hablar con
nadie, por la orilla, imponiendo autoridad con su báculo para que ninguno
de sus siervos le delatara. Cruzó las murallas de Saphonia sin ningún
incidente, para entrar en el imperio y salió impune, sabiendo que sus tropas
avanzaban con paso lento pero firme por debajo de las aguas, a cientos de

213
metros de profundidad. Cuando llegaron a la frontera con Malhantas sus
huestes se desataron, salieron del agua durante la noche y tomaron campos,
aldeas y finalmente cayeron sobre la ciudad como una lluvia de cenizas,
arrasándolo todo, creciendo en poder a medida que mordían y mataban a
sus víctimas. Poco después estas se levantaban y se unían a sus filas. Los
más valerosos, aquellos que se organizaron a tiempo para luchar contra los
espectros, lograron destruir con sus armas a centenares de sus siervos,
sesgaron cabezas, cortaron brazos y piernas hasta que no podían moverse.
Esos hombres acabaron en lo alto de las estacas, atravesados por ellas,
viviendo sus últimas agónicas horas en la tortura más horrible que podía
imaginar. Y él no podía evitarlo, no podía hacer nada.
Su plan era destruir aquella horda de espectros pero no sabía cómo
hacerlo. Lo único que había hecho hasta ese momento era mantenerlos
juntos, organizados controlados. Lloraba a causa de las horrendas escenas
que habían sucedido en todas partes, en cualquier callejón. Los espectros
habían atacado y destruido a cuantos se presentaban en su camino y ya no
quedaba nadie con vida en aquel lugar sangriento. Las paredes
ensangrentadas eran un espectáculo aterrador. Ante ese espectáculo
dantesco, dejó caer el Cetro de Minfis.
- Mirar - dijo una voz inhumana -, sangre caliente.
Veilane echó una mirada al espectro que dijo eso y sintió un
escalofrío. Como una bandada de cuervos, los espectros se abalanzaron
sobre él. En principio Veilane no se resistió, dejó que se acercaran,
prestándose a la tortura como un dócil cordero cuando va a ser sacrificado.
El grupo de espectros aumentó, y esto atrajo más y más siervos de
las tinieblas. Pero cuando todos reclamaban su parte de sangre caliente, algo
perturbó el ataque brutal y, de la melé de espectros, uno salió disparado se
aplastó contra un muro. Luego salió otro, luego otro y otro y otro. Así hasta
que Veilane logró respirar aire limpio y los demás se alejaron
prudentemente de él. Todos los atacantes habían sido destrozados contra las
paredes cercanas como manzanas podridas al golpearlas con un mazo. Sus
cuerpos putrefactos y animados habían sido reducidos a repugnantes trozos
que seguían moviéndose como un gusano al cortarle en dos. Veilane se
sintió poderoso, deshaciéndose de ellos con golpes tan violentos.
- Escuchad - dijo Veilane a los que aún no habían atacado y a los
que acudían a luchar contra él -, yo soy vuestro señor ahora.
Los espectros mantuvieron cierta distancia al ver la facilidad con la
que se había librado de sus compañeros aunque se volvieron a acercar,
seducidos por su insaciable sed de sangre. No es que sintieran lastima o

214
pena por sus bajas, mas bien era el horror a seguir vivos después de haber
sido descuartizados, como ellos.
- Tengo poder para destruiros a todos - amenazó Veilane.
- Acabemos con él - dijo una anciana con aire sobrenatural -. Está
vivo...
Los espectros se aproximaron más a él sin mostrar ningún miedo.
Era como si les guiara una convicción superior de que no podría con todos a
la vez. Veilane decidió que no podía dejar que siguieran alentando
esperanzas de reducirle.
Miró uno por uno a todos aquellos seres repugnantes. Sintió tanto
asco y compasión, que se preguntaba como era posible que Melmar
estuviera dispuesto a convertir a los demás humanos en aquello. Había
niños, mujeres, esqueletos procedentes del robledal, ancianos... A todos ellos
les faltaba algún miembro y la sangre coagulada de las heridas ahora era
negra.
Tal y como temía, todos volvieron a atacarle. Veilane creyó que no
podía hacerles más daño del que ya les habían hecho y decidió entregarles al
descanso eterno. Se agachó y recogió de nuevo el báculo de Minfis. Todos
los espectros retrocedieron como si, de repente, fuera alguien temible. Era
asombroso el poder de ese báculo.
- Venid aquí - ordenó a algunos-, vais a obedecerme.
- Sí, amo - decían.
Recorrió todos los barrios de la ciudad, y empleó el poder de su
báculo para que le siguiesen. Eligió a uno de ellos y lo apartó del resto.
Según Melmar con ese báculo podría hacer lo que quisiera con ellos. Tenía
que saber si podía liberarlos.
- Tu alma es libre ahora - le dijo al escogido.
Este abrió los ojos hasta el límite de sus cuencas y un instante
después cayó como un cadáver inmóvil. Veilane no se sintió feliz por ello.
Eso solo significaba que podía destruir al ejército de Alastor con un solo
grito que diera. Pero esa no era la solución que buscaba. El ejército estaba
ahora demasiado disperso y no le escucharía casi nadie. No pretendía liberar
a todos los que estuvieran cerca dado que luego debería buscar al resto y
que no tendría a nadie a quien dar ordenes.
Siguió recorriendo las calles y no tardó demasiado tiempo en tener
una tropa completa tras él. Había enviado espectros en todas direcciones con
el fin de que trajeran a los que se habían dispersado por las afueras de
Malhantas.

215
Al contrario de lo que había supuesto, reunió tantos súbditos que
no podía ver el límite de su ejercito.
Dado que no podría controlar a todos ya que no podía hacer que su
voz se extendiera, le dio poder a varios de sus secuaces para repitieran sus
ordenes como un eco, a los más alejados. Eran los menos afectados por la ola
destructiva, los más favorecidos en la muerte, los que más aspecto de
personas tenían.
Los generales cogieron lino de color negro en las sastrerías y se
hicieron túnicas para cubrir sus partes ensangrentadas sus rostros azules
como el cielo mañanero, sus heridas y cicatrices que jamás habían de curar.
De ese modo, Veilane vio orgulloso y medio repugnado como su
contingente crecía, y sus generales imponían el orden.
«Los guerreros de la oscuridad» -se dijo con tristeza-, «Melmar planea
atacar Saphonia... Pues que no cuente con ellos».

216
17

EL PODER DE MELMAR

- He soñado que Melmar estaba aliándose con el dragón Nóala -


dijo Cabise a Sara, cuando se levantó de su larga noche de descanso.
Había planeado descansar bien para marcharse al día siguiente. Se
lo había confiado a Sara y aunque quería haber hablado más con Alaón para
que le enseñara algo de magia, el niño mago parecía tan apático y aislado
que no tuvo ocasión de cruzar palabra con él. Habían acampado en medio
del valle, de camino a Saphonia, cuando vieron que la nube negra que cubría
el cielo pasó de largo hacia el Este. Al no tener nada que temer de los
espectros, decidieron montar un campamento.
- Tenemos que ir a Nosthar - dijo Sara mientras se levantaba.
- Contar conmigo - dijo Alaón, con seriedad.
Cabise la miró con resignación, quiso negarse pero el sueño había
sido claro. Una alianza entre Nóala y Melmar era peligrosa pero tendrían
más posibilidades de destruirlos a ellos solos que a todo un ejército de
espectros y luego a ellos. Podían matar dos pájaros de un tiro.
- ¿Cómo? - preguntó Olanao, escéptico -. Esa isla está a meses de
distancia, incluso con estos caballos tan rápidos.
- ¿Es que piensas cruzar el mar y llegar a la isla a caballo? - se burló
Pash.
- Ya no necesitamos que nos acompañéis - intervino Gidlion, feliz
de poner fin a su andadura con eso a esos rufianes -. Los espectros se han
ido.
Olanao se indignó por verse tan excluido. Les habían seguido hasta
ahí, y ahora que no les necesitaban pretendían que se olvidaran de ellos sin
más. Miró a Sara y su corazón aceleró su ritmo.
- Eso hemos sido, ¿verdad? Vuestra escolta personal.
- Si habéis venido con nosotros es por que así lo deseabais -
respondió ella -. No podemos llevaros porque no tenemos medios para
hacerlo.

217
Olanao miró de hito en hito a Travis y Mesall, que se encogieron de
hombros por no poder hacer otra cosa. Sin embargo Taost y Pash se habían
puesto en pie, ansiosos por la conversación que se estaba llevando a cabo.
- Odio a los brujos - dijo Travis -. Con perdón y sin ánimo de
ofender - se dirigió a Cabise y Gidlion -. Tienes que admitir, muchacho, que
tu presencia no me ha traído más que problemas desde que nos conocemos.
He dado mucho más que la vida de mis hombres por ti y solo he recibido a
cambio un puñado de monedas de escaso valor y un bonito caballo. He
perdido mi barco, mi tripulación casi al completo... No es personal, pero
gracias a ti ahora detesto más a los brujos. Estaré encantado de perderos de
vista.
Cabise quiso responder que lo entendía pero las palabras se
perdieron en su garganta por que era como admitir que era cierto que traía
mala suerte él y su magia.
- Quiero acompañaros - se ofreció Olanao -. Estoy harto de vivir del
pillaje, quiero hacer algo grande, salvar al mundo y creo en vuestra causa.
Hay que destruir a esos espectros y al brujo que los conduce.
- No podéis venir - trató de convencer Sara.
- Podría ser útil - intervino Cabise -. Es buen luchador.
- No te vas a ninguna parte, zoquete - le gritó Travis -. Tú eres mi
mano derecha y no voy a prescindir de ti.
- Ven con nosotros tú también - sugirió Cabise.
- ¿Es que no me has oído? - respondió, despectivo el capitán -. La
única que podría convencerme es tu preciosa amiguita... aunque, no te voy a
engañar, siempre he dado todo por salvarte gracias a tus amigas. Es que no
te juntas con chicas feas, precisamente. Cada vez están mejor, chico. Por
cierto, ¿qué fue de Lory? me encantaría volver a verla. ¿Y tu novia? La diste
esquinazo por Sara, ¿cierto? No me extraña, aunque la otra estaba para
mojar pan y no dejar gota.
Todos se rieron a carcajadas excepto Gidlion que se enfureció, Sara
que se ruborizó y Cabise que apretó los puños, enojado. Olanao y Mesall
silbaron y pensaron que le daría un puñetazo al capitán. Sin embargo se
contuvo y no hizo nada.
- No tengo el menor interés en que nos acompañéis - aseveró Sara.
- Pues mejor para todos - dijo Travis -. ¿Podremos quedarnos con
vuestros caballos? Imagino que viajaréis con un conjuro de esos.
- Hacer lo que queráis con ellos - dijo Cabise, que seguía molesto
por el comentario sobre Marilia que había hecho Travis.

218
- Si vais a usar un conjuro, no os costará mucho llevarme con
vosotros - insistió Olanao.
- No tengo poder para llevaros a todos - dijo el elfo con aire
autoritario -, aquí no se deciden las cosas por los impulsos del corazón. No
puedes venir, y basta.
- ¿Impulsos del corazón?, esto es algo más que eso. Quiero hacer
algo bueno por el mundo. La cara de niño cabezota que puso Olanao al decir
esto último, hizo que tanto Travis y Mesall como Pash y Taost rieran a
carcajada suelta. Olanao, en cambio se enfureció por esa actitud.
- Eso es a lo que yo llamo impuso de corazón - replicó Gidlion.
Olanao ya no encontró más argumentos, así que bajó la cabeza y se
dio por vencido.
- Vamos, no perdamos el tiempo en estupideces - urgió Gidlion.
Ese elfo empezaba a caerle bien a Sara. Había dicho lo que tenía que
decir en el momento justo y casi siempre lo había hecho, pero en esa ocasión
merecía toda su admiración. Aunque Olanao era un poco pesado y era obvio
que quería seguirles por ella, Cabise también tenía razón, necesitaban un
buen guerrero y él podía serles muy útil.
- Aquí no se va a ir nadie - intervino Taost, cuando vio que el elfo
empezaba a dibujar un círculo plateado en el suelo. Este levantó la cabeza,
contrariado, y no se detuvo en su tarea., Sin embargo el grandullón le cogió
del brazo y lo tiró al suelo con brusquedad como si fuera un muñeco de
trapo.
- No hasta que hayáis vaciado vuestros bolsillos - aclaró Pash.
Travis soltó una carcajada por lo que estaba contemplando.
- ¿Y tú de qué te ríes? - Taost desenvainó su espada bastarda y,
sosteniéndola con una sola mano, la puso en el cuello del capitán -. Te vi
coger las monedas de más valor, ya puedes soltarlas todas si no quieres que
te corte la cabeza de un tajo.
Se trataba de un acero de un palmo de ancho que debía superar los
veinte kilos. Taost la manejaba con una soltura increíble y esa fue la razón de
que el capitán se asustara por la amenaza del hombretón.
Cabise se llevó las manos a sus bolsillos secretos. Había rellenado
varios de ellos y pensó en vaciar los más visibles para contentar a los
ladrones. Sin embargo sintió deseos de enfrentarse a ellos si alguno más
estaba dispuesto a hacerlo. Evocó un hechizo de fuego y esperó a que Taost
pasara por su lado para usarlo si veía en los demás la misma disposición.
- Travis - ordenó Pash -. Suelta tu dinero o morirás aquí y ahora.

219
El capitán metió la mano en tu camisola y extrajo su bolsa de
dinero.
- Yo no cogí nada - dijo Sara.
- Yo tampoco - apoyó Gidlion.
- Tú, mago, llevas unos cuantos tarritos de cristal que seguro que
contienen pociones muy valiosas - Pash se dirigió a Cabise, que había visto
extraer las botellitas de su túnica para poder dormir sin que estas le
molestaran.
- No sabes de qué son esas pociones - respondió Cabise, retador.
- Tú me lo contarás.
- Yo tampoco sé para qué son.
Cabise miró a Alaón, buscaba un gesto del pequeño para atacar a
los dos ladrones pero éste no parecía querer hacer nada. Su apariencia
infantil le protegía de la atención de Taost y Pash y tampoco parecía muy
interesado en saber cómo se desarrollaría el robo.
- Regístrale - le ordenó a Taost.
Este se acercó a Cabise y este aprovechó la ocasión para invocar su
conjuro de manos ardientes, entre dientes. Tocó el espadón de Taost y sintió
cómo la magia fluía por sus dedos. El grandullón tardó en reaccionar el
tiempo justo para que su espada se pusiera al rojo vivo y su mano se
quemara. Soltó la espada soltando un alarido. Cabise siguió concentrado en
su hechizo y se acercó al musculoso asaltante con la mano por delante a
modo de antorcha. El fuego se movía entre sus dedos como una serpiente y
su dominio sobre él hizo que reculara su oponente.
- Ahora quiero que os larguéis de aquí - sugirió Cabise, mirando a
los dos -. Si lo hacéis ahora no tendré que mataros.
Nunca había amenazado a nadie pero esos dos habían logrado
indignarle hasta el punto que se sentía capaz de chamuscarles las ropas. Su
conjuro de manos ardientes no era tan poderoso como para matar a nadie
pero ellos no lo sabían. Si hubiera querido matarles les habría echado una
bola de fuego, aunque eso requería más tiempo y más concentración.
- Vámonos, Taost, tampoco creo que lleven tanto dinero encima -
ordenó Pash.
- Eso, largaos, miserables - exclamó Travis poniéndose en pie y
recogiendo su espada-. Como vuelva a veros os mataré, ¿lo habéis
entendido?
Los rufianes montaron sobre sus caballos y se fueron en dirección
sur. Olanao y Mesall corearon su fuga con gritos de júbilo y alegría. Sara y
Gidlion suspiraron aliviados mientras Alaón soltó una risotada escéptica.

220
- ¿Matarlos? - dijo -. ¿Con un hechizo para encender hogueras?
Espero que tengas un repertorio más variado porque Melmar no será tan
estúpido para asustase con tan poca cosa. Aunque reconozco que has sido
ingenioso y te felicito. Espero que no lo hicieras para proteger esas pociones
ya que seguramente están estropeadas después de tanto tiempo.
- ¿Qué? - una mueca de sorpresa y desencanto apareció en el rostro
del joven mago -. ¿No sirven para nada?
- Claro que sirven - aclaró el niño -. Para matar a alguien de una
indigestión. Las pociones más poderosas hay que prepararlas en un
momento muy específico con la conjunción de las lunas y con ingredientes
frescos. Además hay que usarlas el mismo día que se hagan ya que sino
pierden todo su poder. Imagínate si encima dejas pasar años... puede que
décadas. ¿Te atreverías a comer mermelada de más de cinco años? Yo que tú
les tiraba esos frascos en la cabeza a esos dos que seguro que corren más
peligro que con tus "manos ardientes".
Cabise extrajo sus botellitas de sus bolsillos y las examinó
detenidamente.
- ¿En serio crees que pueden matar si se la tiro a alguien encima? -
preguntó, esperando que al menos pudiera usarlas como proyectiles.
- No lo sé, solo te digo que no se te ocurra beberlas - respondió el
niño con desgana.
- Vale ya de cháchara, debemos ir a Nosthar inmediatamente o se
nos escapará la oportunidad de encontrar a Melmar - intervino Gidlion.
Volvió a ponerse en pie y terminó su amplio círculo plateado. Sara,
Alaón, Cabise y él se situaron en el centro mientras Olanao se acercó como
queriendo entrar pero antes de que pudiera hacerlo el círculo se iluminó
como si el Sol hubiera lanzado sobre ellos un potentísimo rayo de luz y los
tres piratas retrocedieron aterrados.

Gidlion recitó el hechizo de transporte. El contacto de la suave


mano de Sara en su hombro le dio fuerzas y se sintió como un joven de
veinte años. «Eso es lo que llamaba el impulso del corazón» - bromeó
consigo mismo, feliz de haberse librado de ese pirata presumido.
Los polvos plateados se iluminaron con intensidad cegadora y
enseguida se vieron transportados a la ciudad de Nosthar. La distancia era
enorme, aunque eso importaba poco en los hechizos de transporte. Un error
de concentración podía provocar aparecer a veinte metros bajo la tierra o
bien a una altura nada recomendable para la mantener la integridad de los
huesos. Sin embargo el elfo estaba acostumbrado a viajar así. Aprovechó que

221
durante su juventud había viajado a todos los rincones del mundo y gracias
a eso podía transportarse con facilidad a cualquier parte.

Aparecieron junto al caserón donde habían llevado a los niños, a las


afueras de la ciudad por el lado sur.
Ninguno aguantó en pie tras el viaje. El clásico círculo ardiente
manchó sus túnicas de cenizas, y en un breve periodo de tiempo, ninguno
reaccionó. Los que pasaron por allí corrieron, asustados, y ninguno se acercó
a socorrerlos. Muchos de los que los vieron llegar gritaron con histeria que
unos fantasmas se habían aparecido en medio del camino. Aquella casa era
frecuentada por bastante gente, de modo que cuando un hombre se acercó y
les vio en el suelo sin respiración, soltó un grito y se fue corriendo, buscando
ayuda.

Gidlion despertó por el grito. Se incorporó y ayudó a su compañera


a levantarse. Estaban solos ellos dos, Sara y él. Donde debía estar Cabise y
Alaón solo había huellas.
- Mira - llamó la atención sobre la montaña, que se veía por encima
de las casas, mientras se levantaba -, allí debió aparecer Melmar.
- La montaña se ha calmado - apuntó Sara -. Ya no parece un
volcán.
- Entonces, temo que Melmar ya se haya ido - amenazó al aire el
elfo -. Espero que podamos alcanzar a nuestros amigos... ¿por qué no nos
han esperado?
Sara fue a ver el lugar desde más cerca y vio que las huellas de su
joven compañero iban hacia el sur, seguramente hacia la montaña. Su rostro
se ensombreció.
- ¿Y Alaón? - Dijo Gidlion.
- Se fueron juntos o, al menos, en la misma dirección.

No tardaron mucho tiempo en llegar a la encrucijada donde se


desarrolló el combate arcano. Habían corrido todo el trayecto y Gidlion
estaba agotado y sentía que el sudor le chorreaba por la espalda. Sara, en
cambio, no parecía cansada después de correr varias millas. En la
encrucijada había espíritus merodeando y gritando como ciegos perdidos en
mitad de un desierto. Ella los miró con lastima y cierta repulsión, suplicó a

222
Rastalas que acogiera en su seno a aquellos desgraciados invocados pero
una vez más Rastalas no dio muestras de existir.
- ¿Dónde están? - preguntó Gidlion -, aquí no se les ve.
- ¡Los ha matado! - gritó una voz infantil desde atrás, dándoles una
sorpresa.
Una niña abrazó a Sara, llorando. Después, del mismo sitio de
donde salió la niña, aparecieron otros dos niños.
- Asteva, no confíes en ellos - dijo Reister.
Sara les miró y se separó un poco de la niña que la abrazada a la
cintura.
- ¿Habéis visto a Alaón y Cabise?
Reister asintió.
- Contadme, ¿Donde están?, ¿qué les ha pasado?
- Alaón estuvo a punto de librarse, pero aquella cosa negra se lo
tragó. Después se tragó a su amigo.
- ¿Qué cosa negra? - se extrañó Gidlion.
Reister se asustó por la expresión del mago y no respondió.
El elfo, se tranquilizó y se alejó un poco de los niños. Sin embargo,
se mantuvo a la escucha.
- Esa cosa negra era como una boca que se tragaba todo y no les dio
tiempo a hacer nada. ¿Creen que aún puedan estar vivos? Alaón era como
nuestro hermano... Bueno no era, es... ¿qué piensan ustedes?, ¿sigue vivo?
Sara enmudeció y Gidlion la miró asustado.
- No lo sabemos - respondió él -. Sois vosotros los que decís que ha
muerto.
- Fue el nigromante - explicó Asteva -. Se lanzaron hechizos y al
final el malo hizo una bola negra de la nada que se tragó a los dos. Luego la
cosa también desapareció.
- Odio sentir esta impotencia - se quejó Sara -. Siempre vamos
detrás del maldito nigromante, nos maneja como marionetas.
- Si Alaón vuelve, será tan poderoso que ese Melmar no tendrá
nada que hacer. Nos dijo que cuanto más empleara sus poderes, se hacía
más fuerte.
Gidlion y Sara la miraron sorprendidos.
- ¿Quién te dijo eso?
- Él. Cuando le llamamos, nos maravillamos de verle tan grande y
nos lo contó.
- Es posible - susurró Sara, apenas sin voz -, siempre me asombró su
rápido crecimiento, nunca lo relacioné con tal cosa.

223
La niña sintió una punzada de dolor al ver cómo a la mujer se le
caían lágrimas por las mejillas. Sus dos amigos la miraron, asustados.
- Estamos perdiendo el tiempo - decidió Gidlion -, tenemos que
averiguar donde fue el dragón y Melmar.
Como siempre, Gidlion tenía toda la razón. Pero Sara asintió y se
apartó de él sin replicar. Se sentó en una roca y se llevó las manos a la cara.
No podía creer lo que había pasado y mucho menos que todo sucediera tan
deprisa. Apenas unos minutos antes habían estado todos juntos planeando ir
a buscar a Melmar y ahora sus dos grandes esperanzas, Cabise y Alaón,
podían estar muertos y ni siquiera sabían cómo.
El elfo la miró sorprendido. Se acercó a ella y le puso la mano en la
cabeza.
- Sara - dijo -. Debemos irnos.
- ¿Para qué? - Replicó ella, llorando -. Estamos solos. No tenemos
nada que hacer. Toda mi vida ha sido inútil. Alaón era el único que podía
ayudarnos y ahora... está muerto.

A pesar de tener un ala chamuscada, Nóala volaba sobre el mar


Insana con bastante soltura y velocidad. Melmar iba aferrado a su cuello e
iba con los ojos cerrados. No tenía silla de montar, y tenía que agarrarse
como podía. El aire le empujaba brutalmente hacia atrás, y luchaba
constantemente por no caer arrastrado.
- ¿Puedes ir más despacio? - gritó Melmar. Pero el aire parecía
comerse sus palabras, pues casi no se oyó a sí mismo.
El dragón disfrutaba haciendo sufrir a su súbdito jinete y hacía
piruetas para sentir el enorme placer de aterrorizar al mago. Se puso cabeza
abajo y Melmar se agarraba desesperadamente a su cerviz y sus cuernos
ondulados Si no caía era porque Nóala se daba la vuelta cuando sentía que
se resbalaba y éste no quería arruinar su diversión.
- ¡Ve más despacio! - gritó de nuevo, exasperado.
- ¿No te diviertes? - respondió su montura -. Disfruta del viaje,
puede que me harte de ti, así que no me molestes con tus gritos.
Melmar se sintió ultrajado. No podía soportar depender de nadie, y
mucho menos de un ser engreído como aquel dragón. Deseaba que llegara el
momento en que adquiriera el bastón y el poder maléfico de su mentor
pudiera, por fin, pasar a sus manos. Con aquel poder desmesurado, nadie
sería nunca tan poderoso como él.

224
- Sí, disfruto con el riesgo - dijo. Pero tan bajo que el dragón no
pudiera oírlo.
- Ya llegamos - Dijo Nóala pletórico.
Melmar levantó la cabeza con dificultades, y abrió los ojos. Vio que
el mar se terminaba poco más adelante y pasaban a escasa altura de modo
que sentía el frescor del aire y veía las olas pasando raudas hacia atrás.
- ¡¿Ese es el bosque de Sachred?! - gritó Nóala.
Melmar trató de mirar, pero le era imposible distinguir nada a esa
distancia.

Tenía razón, aquello no parecía un bosque, sino más bien un


desierto con árboles muertos y medio enterrados por la arena. Aterrizaron
levantando grandes cantidades de polvo y tierra. Melmar estaba asombrado.
No sabía que sitio era ese, pero se le ocurrieron varias teorías: O Nóala había
viajado dando vueltas y habían ido a parar a un lugar desconocido o quizás
sí era el bosque. Quizás la torre daba la vida a todo el bosque, incluidos los
propios vegetales y, al caer, toda la vida del bosque también había caído.
- Esto es Sachred - dedujo Melmar.
- ¿Dónde está ese dichoso bastón? - se impacientó el dragón.
- Cerca de las montañas - dijo Melmar -, pero me temo que será
difícil encontrarlo. No había contado con esto, y puede estar enterrado.
- ¡¡Enterrado!! - se enfureció Nóala-. Encuéntralo.
Melmar asintió con actitud servicial fingida. Se subió de nuevo a
lomos de Nóala y le pidió que volara hasta que viera unas ruinas.
Así, no tardaron en recorrer el cementerio de enormes robles,
fresnos, pinos y otros árboles. La arena que había aparecido, era de color
grisáceo y parecía surgida de algún conjuro. No le costó demasiado
encontrar las ruinas de la enorme mole, pues las rocas eran negras y
resaltaban con el gris arenoso que las había medio sepultado.
Así, también hallaron la causa de aquella aparición arenosa. En el
centro, donde antes estaba la torre, se levantaba un remolino que despedía
una gran cantidad de arena como un geiser. El fuerte viento se encargaba de
distribuirla en la distancia ocasionando el desierto que acaban de sobrevolar.
Melmar se miró los hombros instintivamente y vio que tenía una
fina capa de arena sobre toda su túnica. Se frotó los cabellos, y sintió la
llovizna sobre su rostro.
- ¡Ahí está! - se alegró Melmar -. No fue tan difícil encontrarlo,
¿verdad?
Nóala se quitó a su jinete como una molesta carga.

225
Melmar cayó bruscamente contra el suelo. La caída le hubiera
matado si no hubiera preparado un hechizo que amortiguó la caída. Su peso
cayó sobre aquella arena y sintió que varias articulaciones se resentían por el
golpe aunque no se hirió.
- No seas estúpido - insinuó Melmar -, si lo coges ahora, te
desintegrarás.
Nóala volvió la cabeza al mago y le miró asqueado.
- ¿Sigues vivo, insecto?
- Por suerte, excelencia. Me necesitas para poder cogerlo.
- ¿Por qué?, ¿No será que te has arrepentido de dármelo?
- Tiene un hechizo de aislamiento, por eso crea constantemente
arena: para confundirse con el entorno. Tengo que recitar un encantamiento
de liberación.
- ¡No te creo! Eres un ingenuo si piensas que voy a dejar que uses tu
magia cerca de mí.
Melmar no soportó más aquella falta de respeto y cuando el dragón
se abalanzó sobre el bastón no tuvo más remedio que privarle del
movimiento antes de que metiera fuera tarde. Le aplicó un hechizo de
parálisis. Nada le hubiera gustado más que verlo convertido en arena, pero
le necesitaba con vida, lamentablemente.
Sus dedos danzaron en el aire e inmediatamente el dragón quedó
helado desde a cerviz hasta la última vértebra de la cola.
- Pero... maldito mago - se exasperó -, libérame si no quieres que me
enfade.
Las poderosas extremidades del reptil temblaban. El nigromante
era consciente de que con ese hechizo solo había ganado unos segundos.
- Ya sé que desconfías de mí - sermoneó Melmar -, pero si hubieras
tocado ese bastón, ahora serías arena. Por ese motivo se forma un remolino
en torno a él. El aire se convierte en polvo de plata al entrar en contacto con
él.
- Sigo sin creerte mago estu...
Se quedó sin habla al ver que una rama seca se transformaba en
plata al ser lanzada por el mago, contra el bastón.
Melmar se regocijó al ver el rostro aterrado de Nóala.
- Será mejor que confíes en mí - dijo -, yo te necesito, pero tú me
necesitas aun más si deseas apoderarte del poder del bastón. Además, para ti
solo es un palo seco. ¿Cómo ibas a saber extraer todo el poder que tiene?
Nóala movió la cabeza para un lado y para otro, pero no logró
mover su largo cuello.

226
- «Trevarim. Esdolim dujurien gadomun. aforas tiemsae etuphidae».
El remolino del bastón cesó poco a poco, hasta que casi desapareció.
Nóala recuperó su movilidad y no se atrevió a tocar aún el bastón, pues aun
se deslizaba arena plateada por el palo, desde su esfera dorada luminosa.
Después de unos segundos más, el bastón dejó de producir plata.

- El bastón - dijo Gidlion -. Está en las ruinas de Sachred.


Sara lo miró desconcertada. ¿Cómo podía saberlo? ¿Y por qué no lo
supo antes?
- Melmar le ha retirado el hechizo de protección. Vamos, puede que
lleguemos a tiempo.
- ¿Y que pretendes hacer? - Replicó ella, con los ojos completamente
empapados en lágrimas -. ¿No te das cuenta? Estoy cansada y tú más. Si nos
trasladas llegaremos apenas sin fuerzas para movernos y por si no te diste
cuenta, quieres detener a un nigromante que ha destruido al mismísimo
Alaón Mejara y puede que ahora le acompañe un dragón terrible. ¿Es que te
has vuelto loco? Ni mis cantos ni tu magia pueden nada contra ellos.
- ¿Piensas dejarle que logre sus objetivos sin hacer todo lo posible
para evitarlo? ¿Para qué hemos estado viajando todo este tiempo? Debemos
intentarlo. Vamos, no me gusta verte así. Hasta ahora tú eras la fuerte.
Sara lo miró, conteniendo las lágrimas.
- No somos nada sin Alaón. Él era nuestra fuerza.
- ¿Y cómo sabes que Melmar no está aún peor que nosotros? Ese
combate le ha debido debilitar mucho. No será difícil, ya lo verás. Pero si tú
no quieres venir, lo entenderé...
Sara lo miró fijamente a los ojos. El elfo también lloraba de
frustración pero aunque su mirada demostraba mucho miedo, también tenía
coraje. Sara sintió auténtica admiración por él.

Melmar sacó una piedra de color marfil y se la enseñó a Nóala.


- Verás, cuando agarres el bastón, habrá una explosión tan grande,
que no sobrevivirá ni un solo ser vivo en cinco kilómetros a la redonda. Será
cuando la magia pase a tu cuerpo y podría matarte incluso a ti.

227
Después de aquella explicación, cantó una corta canción arcana y la
piedra se iluminó como la llama de una vela.
Acto seguido, miró al dragón, e hizo un gesto con la mano
invitándole a tomar la piedra que tenia en su mano.
El dragón dudó por un instante. Le miró profundamente y no
consiguió ver nada en el alma del mago que le hiciera desconfiar de él.
Extendió la garra y Melmar depositó aquella gema en ella.
- Esto te permitirá absorber toda la magia y te protegerá de ser
destruido.
Sin esperar más, el dragón se abalanzó sobre el resplandeciente
bastón y lo agarró con su otra garra. Cerró los ojos esperando una explosión
cegadora y apretó las mandíbulas dispuesto a ser recorrido por una energía
infinita.
El bastón emitió fulgores azulados y a continuación el cuerpo del
reptil se iluminó con esa misma luz. Sus escamas temblaron por la
excitación. Era lo que había estado deseando desde que abriera los ojos por
primera vez. Ansiaba saber magia por encima de todo.
Su garra derecha sintió una descarga de energía que le llegó a la
cabeza. Era dolor, un dolor punzante, abrasador, embriagador, brusco y
latente, que parecía convertir a su cerebro en un enorme corazón. Algo
estaba pasando ahí dentro. Sintió el aguijoneo de una chispa que saltaba de
un lado a otro dentro de su cabeza.
Su cuerpo de reptil se inundo de una terrible cantidad de energía
que le ardía. Se sentía abrasado por unas terribles lanzas que le atravesaban
una y otra vez por todas partes. Era una muerte cruel, la más terrible y
dolorosa que se podría imaginar.
Temía abrir los ojos por creer que encontraría una gran hoguera
abrasándole. Todas las partes de su cuerpo chillaban de dolor. Era como
morir mil veces con la misma herida, que le aguijoneaba una y otra vez en
todas las partes de su cuerpo. Era un suplicio horrible y se maldijo por haber
confiado en ese maldito nigromante.

Melmar esperó impaciente que Nóala completara su metamorfosis.


Ahora se retorcía de dolor, pues para convertirse en un hombre dragón
debía quemar todas las células de su organismo. A juzgar por las
expresiones de dolor de Nóala, debía estar pasándolo muy mal y eso le
alegró aun más el ánimo a Melmar.

228
No hubo tal manifestación de energía, por lo que la piedra que
Melmar había depositado en la mano de Nóala no le había protegido de
nada realmente.

¿Qué le ocurría? Su corazón aún latía. Aquello empezó a gustarle. A


pesar de sus aguijonazos comenzó a sentirse fuerte. Invencible.
Pero el dolor fue desapareciendo y le sustituyó una sensación de
lucidez como nunca la había sentido. Podía destruir montañas, aniquilar
ejércitos, resucitar a los cadáveres y ponerlos a sus ordenes, podía hacer caer
una estrella sobre Cybilin y destruirlo, podía abrir agujeros en el aire y
eliminar un país entero precipitándolo en el abismo... Podía abrir el umbral
del poder y entrar en el reino de los dioses, viajar en el tiempo, transportarse
con una palabra, hacer desaparecer una estrella a voluntad...
El dolor cesó. Ya no era un dragón, ahora era el erudito más
poderoso de la faz de Cybilin.
Abrió los ojos, y se encontró tumbado en las arenas plateadas, y con
el bastón en la mano.
- Hola - dijo Melmar -. Tengo una mala noticia.
Le coloco una piedra de esmeralda en el pecho y le paralizó nada
más tocarle la piel. Estaba desnudo, y la piedra se fijó sobre el pecho,
girando sola y haciendo una inscripción sobre su piel.
El joven nigromante que le había paralizado recitó un hechizo largo
y complejo pero no le dio opción a moverse. Apenas podía razonar, sus
recursos eran infinitos pero por alguna razón estaba completamente
indefenso.
Podía ver a su alrededor el basto desierto gris, las ruinas, el cielo
azul por el que pasaban nubes esponjosas y el sol coronando el centro de su
vista.
- Mírame - ordenó Melmar.
Sin poder oponerse, le miró y perdió el sentido. Su mano izquierda
se contrajo en un rictus de dolor y luego se abrió, dejando caer la piedra
blanca de marfil. Al mismo tiempo soltó el bastón de magia con la derecha.
Nóala había muerto.

229
Lo había hecho, la bola de marfil era, simplemente, para que no
pudiera usar sus garras contra él en el proceso de transformación. Era una
piedra sin magia alguna. El muy estúpido se aferraba a ella con fuerza,
pensando que era lo único que podía salvarle de morir. De haber no tenido
nada probablemente habría arremetido contra él y le habría despedazado.
Pero lo peor aun estaba por llegar. Los conocimientos de su maestro al fin
eran suyos. Se sentía pletórico, pero agotado como nunca en su vida.
Era peligroso permanecer allí, de modo que se levantó, y trató de
caminar. Había luchado contra Alaón y había recitado un hechizo muy
peligroso sin estar descansado. Si no había muerto, era porque su nuevo
cuerpo era tan joven y fuerte, que podía aguantar cualquier cosa. Sin
embargo, no deseaba tentar más al destino y prefirió valerse de sus piernas
para alejarse de allí. Sabía que tarde o temprano el resto de magos daría con
él. En ese momento era tan vulnerable como lo había sido Nóala al obtener
su antiguo poder del bastón. Un poder que los dioses habían arrebatado a
Alaón y que habían escondido allí. Tenía que descansar como fuera y
esconderse mientras lo hacía. Cogió el bastón y apoyándose en él, caminó
hacia las montañas.
Había derrotado al estúpido Nóala y a su contrapartida bondadosa,
Alaón.
«Al fin me deshice de mi maestro definitivamente» - pensó eufórico.
Miró hacia atrás y se alegró al ver las ruinas tan lejos. Welldrom era
su único aliado posible, no creyó que tuviera intenciones de oponerse a él.
Desde el principio había sido el único mago neutral con verdaderas
aptitudes para ser un buen discípulo. Sin embargo, no sentía su presencia ni
amenazadora, ni amigable. Parecía que había muerto ya que no podía
percibir su magia con más intensidad que la de Cabise o Alaón.

Una ráfaga de viento cruzó el desierto súbitamente. Era tan fuerte y


sobrenatural que Melmar apretó el ritmo creyendo saber la causa: Gidlion y
Sara habían llegado. Debía escapar.

Gidlion se incorporó con esfuerzo. Tanto viaje les había agotado


más de lo que parecía.

230
- ¡Por todos los dioses! - se asustó al ver el cuerpo de un humano
tendido en el suelo.
- ¿Es Melmar? - preguntó Sara, aún tendida en el suelo.
- No - fue la tajante respuesta.
- Nóala - dedujo Sara -, Melmar debió entregarle el bastón, y
después le mató. No esperaba...
Era un hombre con facciones similares a Alaón. Era igual de grande
que Gidlion. Quizás más alto y más bronceado.
Sara vio un leve movimiento de los pulmones del hombre y se
agachó con el fin de saber si aun vivía.
- Está vivo - dijo después de tocarle el pecho.
- No - desengaño Gidlion -. Está muerto.
Ella se enfadó.
- ¿Pero qué dices? Aún respira.
- Puedo ver su aura. Lo único que brilla es su aura animal
instintiva. Su cuerpo espeso sí está vivo, pero su cuerpo sutil, o su cuerpo
astral ya no está ahí. La conexión entre ambos es inexistente, por lo que yo
opino que no tardará en morir.
- ¿No podemos recuperar su espíritu?
- Sara - reprendió Gidlion -. Este humano es la segunda amenaza
más grande que tiene Cybilin sobre su cabeza. Si le despiertas, todo se habrá
acabado, suponiendo que se pudiera hacer. Pe...ro, pero Sara qué haces.
La mujer había impuesto las manos sobre el pecho de Nóala y
estaba canturreando sin abrir la boca. ¡Le estaba curando!
- ¡Estás loca!, Déjale.
Pero los gritos del elfo no sirvieron de nada. Ella no se inmutó,
continuó con su curación.
Sara abrió los ojos, y se puso en pie.
- No está enfermo. Tienes razón Gidlion. Solo con su alma de vuelta
podría despertar.
- Escucha - dijo Gidlion -. Melmar está muy débil. Será mejor que le
encontremos antes de que se recupere, puedo oír su aliento lastimoso.
Sara miró las huellas que se alejaban del cuerpo de Nóala, asintió y
siguió al elfo, que ya había iniciado la persecución.

Sus piernas se movían por acto reflejo. Estaba tan exhausto, que
apenas podía levantar el pesado bastón que ahora le correspondía llevar. Era

231
suyo, después de tres siglos de espera y sufrimientos. Le molestaba que
fuera tan pesado, eso indicaba que el propio objeto no deseaba que él lo
llevara. Alaón siempre lo había llevado con comodidad y eso lo exasperó.
De pronto sintió la proximidad de dos individuos con dotes
arcanas. Una era Sara, la más poderosa aunque dudaba que estuviera
dispuesta a usar su poder. El otro era más anciano, su poder si era suficiente
para destruirle. Era Gidlion. Pero por más que se alejara corriendo solo
lograría agotarse más. Pensó que si se detenía y recuperaba algo de fuerzas
no tendría problemas en deshacerse de ellos. Aún estaban lejos y el desierto
les impediría alcanzarle en unos minutos. Lo suficiente para recuperar el
aliento y recuperar el maná de la magia que tanto necesitaba.
El bastón ya no emitía fulgores era aparentemente inofensivo e
inútil. Esperó a sus perseguidores descansando y mirando al bastón,
preguntándose si le serviría de algo. Ya había absorbido el poder que había
adquirido por el retorno de Alaón, ahora solo tenía su poder arcano natural,
el de siempre.
Su mente estaba completamente vacía. Estaba preparado para
defenderse de los ataques, pero dudó que fueran a hacerle ningún daño si se
mostraba amable. En realidad había librado a mundo de una alimaña como
Nóala, deberían felicitarle por ello. Por mucho que deseara su muerte, si
fingía que se arrepentía de sus métodos, no le harían nada. Incluso podrían
ponerse de su parte (aunque eso era demasiado optimismo).

Los dos visitantes no tardaron en llegar. Se sorprendieron al ver


que les esperaba. No parecía amenazador así que se acercaron a él con
precaución. El rostro de Sara era muy serio y sus ojeras demostraban un
gran cansancio, igual que su compañero elfo. El nigromante había
conseguido lo que quería y ya no había razón para huir de nadie.

- Canalla - amenazó Gidlion mientras se echaba encima de él -, has


matado a Cabise y Alaón. Vas a pagar tus crímenes.
- ¡Oh! - se mofó Melmar -, ellos querían matarme, solo me defendí.
- Maldito, prepárate... - volvió a amenazar Gidlion.
- No creo que te convenga - respondió Melmar con mucha
arrogancia.
Gidlion, enojado, comenzó a recitar un hechizo pero Sara le puso la
mano en el hombro haciéndole callar.
- ¿Qué pasa? - se quejó.

232
- ¿Por qué no te tranquilizas? - preguntó Sara un tanto exasperada,
pero sin levantar la voz -, no tienes nada que hacer contra él. Además, en
caso de que fueras más fuerte, al finalizar el combate serías un Mago oscuro,
como él. No eres tú quien debe juzgar los actos de este hombre.
- Si señor, esas son las palabras de una sacerdotisa del bien - se
mofó de nuevo Melmar.
Sara apartó la mano del hombro de Gidlion y se sentó enfrente de
Melmar. Miró a sus compañeros y después de un breve silencio habló.
- Qué hiciste con Cabise y Alaón - dijo Sara, secamente.
- Me atacaron, ya te lo dije.
- Tú causaste la destrucción de dos ciudades, has liberado un
ejército de espectros que podría llegar a destruir el mundo. Pienso que lo
merecías sobradamente, pero ahora que no están ellos solo tú puedes
detenerlo.
Los dos se sorprendieron ante tal aclaración. Sin embargo Melmar
no aguantó demasiado y rió silenciosamente. Sara tragó difícilmente saliva,
y continuó. Volvió la cabeza a las ruinas y después de un corto silencio, dijo.
- Vuelve a reconstruir la torre, funda una nueva escuela de túnicas
negras. Pero basta ya de muertes inútiles. Detén a tu ejército.
Melmar siguió sonriendo con desenfado.
- Si decides seguir mi consejo, habrás conseguido una prolongación
de la vida de Cybilin. Será una nueva oportunidad para el mundo y para ti.
Tengo sueños en los que mi dios me hace ver las consecuencias de tu
maldad. Un final atroz para todos nosotros. Tú no eres la amenaza del
mundo, pero de ti depende detenerla.
El aludido sintió que se le ofrecía la misma oportunidad que se le
ofreció a su mentor trescientos años atrás y sintió que una terrible cólera le
poseía.
- Perdonar al mundo... ¡Jamás! - gritó -. Crees que soy tan estúpido
de entregar mi alma al abismo y la tortura eternas solo por un estúpido
sentimiento de compasión por el mundo. Supongo que no hablas en serio.
Sara se entristeció y miró a Gidlion, arrepentida.
- Puedes continuar con tus planes, pero eso será un error fatal para
ti y para todos - sentenció ella.
- Gracias por preocuparte por mi, pero ya me las apañaré yo solo.
Melmar se puso de pie. Sus manos danzaron y su aura se hizo
visible. Sus ojos brillaban por la cólera y su inmenso poder se manifestó de
repente. El bastón iluminó el cristal de la garra de un resplandor de color
rojo fuego.

233
- No lo hagas - suplicó Sara -. Debe haber algo de humanidad en tu
interior. Ya tienes lo que querías.
- Nadie puede ser peor amenaza que yo, soy todopoderoso - avisó
Melmar -.
Gidlion reaccionó justo a tiempo con un hechizo para responder al
ataque del nigromante.
- «Arleik lomberidam useabaria iehovad dureil».

234
235
18

ALAÓN AL RESCATE

- No me gusta este sitio - gruñó Reister -. Nadie se cree que existe


un dragón en la montaña.
Parlist se terminó de atar el zapato y fue a poner la ropa sucia en
una cesta maloliente de la esquina de su habitación.
- Sí, tienes razón - respondió -. Esto parece una cárcel. No nos dejan
salir a la calle sin una persona que nos vigile. Nunca vamos al bosque y
mucho menos a la playa a jugar. Extraño nuestra aldea.
Desde que Alaón se había ido, les habían llevado a un internado en
el que les obligaban a ir a la escuela casi a todas horas. Tenían descansos
demasiado cortos y no les dejaban salir del recinto escolar. Los profesores
exigían demasiado, teniendo en cuenta que nunca antes habían estudiado, y
les castigaban por meras distracciones. Esos castigos solían ser pasar el día
encerrados en un cuarto lleno de cucarachas y ratas, haciendo cuentas o
memorizando textos estúpidos.
Solo habían estado un día en aquella prisión para niños y echaban
de menos la libertad que habían tenido antes de ir a ese endemoniado
pueblo, cuando toda su gente aún vivía.
Estudiaban matemáticas, historia, naturaleza, agricultura,
ganadería, religión y otras muchas cosas que eran totalmente inútiles como
gastronomía e incluso bordados. Lo único que les gustaba eran los juegos de
entrenamiento donde corrían detrás de una gallina y ganaba el que antes la
atrapaba, o cogían palos y tenían que lanzarlos lejos como si fueran lanzas o
carreras a ver quién era el más rápido. Claro que antes de los juegos les
hacían correr en círculo más de diez minutos y después saltos ridículos en el
mismo sitio, estiramientos que les dolían como una tortura y cosas bastante

236
desagradables y agotadoras. Si aquello no cambiaba tendría plantearse la
cuestión de fugarse. Además se les exigía un dominio de lectura y escritura
que solamente Asteva tenía. Reister no sabía leer y Parlish, que presumía de
saber hacerlo, apenas conocía las letras de su propio nombre. Ninguno de
los maestros sabía eso y no podían decírselo porque temían que les hicieran
estudiar caligrafía y lectura sin dejarles ni dormir.
- Vamos Reister, vamos a llegar tarde - dijo Parlish, con desgana.
Reister se puso el abrigo y salió de su habitación detrás de Parlist.
Tenían que ir a pasar lista y eso era lo que más les recordaba que estaban en
una prisión. Si uno de ellos faltaba, no tardarían ni un día en darse cuenta.
Pensaban que siendo tantos niños sería imposible controlarlos a todos, pero
las filas de las mañanas impedían que ninguno se extraviara sin que saltara
la alarma entre sus instructores.
- Reister, ¿crees que las chicas estarán mejor? - preguntó Parlist
mientras bajaban las escaleras.
- No sé -Reister pensó en ellas con tristeza. Las echaba de menos -,
espero que nos dejen verlas los fines de semana. Si querían ayudarnos ya
podían meterse su ayuda por donde yo me sé. Me gustaría que estuviéramos
todos juntos.
- Sí, además Asteva está en otra escuela - le recordó Parlish -. Nos
han separado como si fuéramos perros solo porque no hay sitio para todos
en la misma. Encima tenemos que darles las gracias por no tener que pagar.
Creen que estamos contentos así.
- No les importamos nada. No sabían dónde meternos. Prefiero
morirme de hambre con vosotros que seguir aquí encerrado como si
fuéramos criminales - protestó Reister.
- Señorcito Reister - dijo una voz femenina excesivamente seria -.
¿Qué es lo que ha dicho?
Reister pegó un salto por la sorpresa. El miedo le hizo olvidar lo
que acababa de decir.
- Lo que pensamos los dos - respondió Parlist con bastante descaro.
La señora se llevó una mano a la boca escandalizada y frunció el
entrecejo. Era una mujer delgaducha, con cierto atractivo para los hombres
cuarentones, pero a los ojos de Reister y Parlist no era más que una bruja,
por más directora que fuera.
- Parlist, ¿así te llamabas? - dijo con asombro -. Comprendo que os
sintáis presionados. Sin embargo, no consiento que un niño me hable así.
Parlist quedó asqueado al darse cuenta de la clara repugna que
expresó la directora al decir "niño".

237
- Quizás por eso parece usted una bruja - dijo Parlist.
Reister le dio un codazo para que cerrara la boca. Por su culpa
habían pasado horas de castigo en un par de ocasiones.
- Dígame su nombre completo, señorcito - dijo la directora con la
cara estirada.
Parlist no soportaba que lo llamaran señorcito. No era un hombre
en miniatura, era un niño, y cuando lo oía sentía verdaderas ganas agarrar a
esa bruja por el pelo y arrastrarla por todo aquel pasillo.
- Responda usted - insistió ella con su voz insolente.
- Parlist Rosiebled.
Reister suspiró tranquilo al ver que su amigo al fin recobraba la
serenidad y dejaba de lado sus ganas de rebelarse.
- Muy bien, habrá que tomar medidas serias contra usted.
- No yo fui el que habló - dijo Reister para defenderle.
- ¿Cómo dice? - la directora miró a Reister con unos ojos tan
acusadores, que le asustaron y no supo que decir.
- Ve... verá, no creo que deba tomarse en serio lo que decimos.
Nuestros padres murieron hace unos días y no lo hemos asumido.
La directora relajó su gesto y se cruzó de brazos mientras pegaba,
con la punta del pie, golpecitos en el suelo.
- Lo que yo tome en serio, no me lo dice un crío. Hala, iros a vuestra
clase, vais a llegar tarde. Luego tendréis noticias mías. ¡Vamos!
Reister y Parlist corrieron con mucho gusto a sus respectivas clase.
Lo malo era que ni siquiera debían ir a la misma.
- No lo aguanto más - dijo Parlist.
- Sí, esa goblin moco de gusano nos va a castigar para el resto de
nuestras vidas.
- Larguémonos - sugirió Parlist.
- ¿Cómo?, ¿estás loco?
- Debemos largarnos ahora que están todos en clase. Además si esa
burra de directora no está en su despacho, quiere decir que podemos salir
por allí.
Reister se detuvo y Parlist le miró con ojos enloquecidos. Se habían
vuelto locos, si les pillaban no podía imaginar el castigo que se les vendría
encima.
- ¿Y los demás?, la ciudad es grande, no podemos buscar en todas
las escuelas.
- Ya lo sé, pero lo primero que hay que hacer es salir de aquí, ya
pensaremos en buscar al resto después.

238
Reister asintió pero estaba seguro de que se arrepentiría de aquello.
- Vamos - urgió su valiente amigo.
Corrieron hacia el despacho de la directora y abrieron bruscamente
la puerta. Afortunadamente no había nadie y Reister fue enseguida a la
puerta que daba a la calle. Pero Parlist se había detenido a hurgar en los
cajones del despacho. Cogió tacos de fichas de admisión, y después de
buscar y tirar lo que no le servía, encontró su ficha y la de Reister.
Este le miraba aterrado. Sin darse cuenta Parlist había puesto el
despacho hecho un desastre.
- Vámonos - dijo Parlist con los dos papeles en la mano.
Pero Reister trató de abrir la puerta de salida inútilmente. Estaba
cerrada con llave.
- Cielos, está cerrada - le tembló la voz al decirlo.
- Venga, que viene.
Los pasos regulares y rápidos de alguien se acercaban al despacho.
Parecían los de la bruja de los mares y en ese momento más que una bruja
parecía la misma representación de la muerte con su guadaña.
Reister se quedó blanco, pero Parlist no perdió la serenidad. Corrió
a uno de los cajones, sacó un manojo de llaves, e introdujo una por una en la
cerradura.
Afortunadamente los pasos se habían detenido en la misma puerta,
pues allí había una clase y seguramente la directora se había detenido ahí a
observar a los alumnos. Todavía no sospechaba que no estaban en sus clases.
- Rastalas bendito, que no nos pillen - rezó Reister -. Juro que no
volveré a profanar tu nombre en toda mi miserable vida, que seguro que
será muy miserable si no nos salvas.
La puerta del despacho sonó. La señorita de la clase de al lado
estaba hablando con la directora y no la terminó de abrir.
- Sí, esos niños que vinieron del pueblucho son de cuidado. Tienen
más lengua que un lagarto.
- ¡Bah! - dijo una voz femenina bastante más agradable -, debe
comprender que no van a aprender educación en un solo día. Hay que tener
paciencia. Además comprenda que han pasado una terrible experiencia hace
muy poco tiempo. Estoy algo preocupada porque Parlish todavía no ha
llegado. ¿Lo ha visto por el pasillo?
- ¿No ha venido? - se escandalizó la bruja.
- No, supongo que se ha vuelto a dormir.
- Esto es intolerable, cuando aparezca hágale venir a mi despacho.

239
La puerta de la calle se cerró de golpe. Y la directora quedó sin
habla al ver el terrible desorden de su sala de trabajo.
- ¿Qué le pasa? - preguntó la profesora.
- ¡Paciencia! - gritó la directora -. Eso es lo que me falta. Por todos
los dioses del abismo, por la madre de todos los muertos, ¿Qué es esto?
La maestra se asomó al interior del despacho y tuvo que darse la
vuelta para que la directora no la viera reírse.
- Esos no son niños, son criminales disfrazados de chiquillos - gritó
casi desquiciada -. Todos los datos de los niños desordenados, ¿Cómo voy a
arreglar este caos? Tardaré semanas en hacerlo.
La profesora empezó a sentir lástima por la directora, y puso su
mano sobre el hombro de la pobre mujer.
- Hay que llamar a los guardias.
- Sí, pero si algo tengo seguro es que esos niños no vuelven a este
internado. ¡Conseguiré que duerman en la cárcel el resto de sus días!

Los niños corrieron tan rápido como pudieron. Recorrieron las


calles de la ciudad, dejando a los viandantes asombrados. No era habitual
ver niños por la calle a esas horas y menos sin la compañía de un adulto.
Parlist se detuvo, cuando estuvo lo bastante lejos del colegio.
- Espera, no corras más - dijo, pero Reister venía muy lejos y tuvo
que esperarle.
- Esto no esta bien, Parlist - dijo mientras jadeaba.
- ¿Qué es lo que no está bien?- preguntó Parlist casi al mismo
tiempo -, vivíamos tan tranquilos en nuestro pueblo cuando de pronto vino
ese maldito dragón y nos destruye nuestro hogar. Yo no pienso soportar que
los idiotas de esta ciudad nos amarguen más de lo que ya lo han hecho. Hay
que demostrar que sabemos valernos por nuestra cuenta.
Sacó su ficha académica, y leyó.
- ¿Qué es eso? - pregunto su amigo.
- Aquí debe poner donde están los demás. Vamos a ir a buscarlos y
luego nos largamos.
- ¿Dónde? - preguntó Reister asombrado.
- No lo sé - suspiró -, pero eso no importa ahora, ya se nos ocurrirá.
- Pero Parlist, no sabemos dónde están los colegios y no podemos
preguntar a nadie, nos pillarán. No tenemos dinero, y seguramente nos
buscarán todos los guardias de Nosthar.

240
- Por favor, no seas catastrofista. Tú deseabas tanto como yo salir de
aquel infierno.
- Pero... ¿y si no encontramos un lugar donde dormir? No quiero
vivir en la calle pidiendo limosna.
- No lo pienses más, encontraremos a Asteva preguntando a la
gente. Además los guardias tienen cosas más importantes que hacer que
buscar a un par de críos.
Reister asintió resignado, tratando de no pensar en lo que sería de
ellos si les pescaban. Sin embargo, tuvo que hacer un gran esfuerzo por no
llorar. Parlist asaltó a una señora que andaba por la calle, y le preguntó por
algún colegio cercano. Esta en principio se extrañó de ver a un niño por la
calle a esas horas, pero fue amable y le indicó dónde estaba el suyo y además
otro que estaba al sur de la ciudad, en las afueras de Nosthar. Al parecer no
estaba lejos.
El niño le dio las gracias, y enseguida fueron hacia la dirección.
Reister comenzó a sentirse cansado ya que subían una cuesta. La caminata se
hizo larguísima, aunque en realidad no tardaron mucho en dar con el
internado.
- Bien, ¿qué hacemos ahora? - preguntó Reister -, este es un colegio
de niñas. No podemos entrar.
- Si no vas a aportar ideas, será mejor que cierres la boca - dijo
Parlist harto de los comentarios de Reister.
Las lágrimas de Reister asomaron a sus mejillas, pero trató de
disimular su llanto con poco éxito. Al sentir el sollozo, Parlist se reprendió a
sí mismo por su falta de comprensión y no supo que hacer.
- Escucha - le dijo con animo -, no te dije eso para ofenderte sino
para animarte. Si no lo he conseguido perdona, ¿vale?
- No me he ofendido, solo se me ha metido un mosquito en el ojo.
Parlist sonrió satisfecho y trató de ingeniar alguna forma de sacar a
Asteva de aquel internado. Lo malo, o mejor pensado, lo peor era que
seguramente Asteva estaba en alguna clase repleta con algún adulto. Era
imposible sacarla. De hecho, bien mirado, era imposible entrar sin llamar la
atención.
- Si Alaón estuviera con nosotros... - balbució Reister.
- No, debemos apañárnoslas solos. En todo caso, si vemos que
nuestra situación se pone peor, recurriremos a la escama.
Reister se animó aunque supuso que Parlist tendría que estar en
una situación muy apurada para acudir a él.
- Vamos, tenemos que entrar. Pediremos que nos admitan.

241
- ¿Qué? - se sorprendió Reister.
- Sí, preguntaremos por Asteva, seguro que la conocen, y nos
escurriremos por ahí. Después, es pan comido.
- Estás chiflado, como pretendes entrar ahí así. No somos adultos,
se montara un escándalo. Yo creí que eras más razón...
Toc, Toc, sonó la puerta pequeña del edificio al golpearla Parlist.
Reister cerró los ojos y se llevó las manos a la cara.
La puerta se movió y apareció una mujer vestida de gris.
- Hola pequeños - dijo la señora, que debía tener más de cincuenta
años -. ¿Qué queréis?, ¿os habéis perdido?
- Queremos entrar - dijo Parlist con la cara más angelical que había
puesto en su vida.
Reister apretó los labios y se mordió para no reírse de su amigo.
- ¿Cómo dices, hijito? - dijo la anciana asombrada y divertida.
- Sí, me gusta esta escuela y me gustaría estudiar aquí.
- Pero... - se turbó la señora -, esto es un colegio de niñas.
Reister se dio la vuelta por no reírse delante de la señora y tosió
para disimular.
- Claro, por eso quiero estudiar aquí, el colegio de niños es un rollo.
La señora se rió por la picardía de Parlist y abrió más la puerta, lo
justo para que pudieran entrar corriendo. Sin embargo, era pronto para
escabullirse.
- Eres un sin vergüenza, no me extrañaría que de mayor fueras un
rompecorazones.
La cara de avergonzado que puso Parlist hizo que Reister se
atragantara de tanto toser.
- Verá, ha dado en el clavo. Estoy enamorado.
Su contertulia soltó la puerta y la abrió del todo para acuclillarse y
ponerse a la altura de Parlist.
Este dio un codazo a Reister para que dejara de toser y estuviera
preparado.
- Sí, de una niña de aquí. Se llama Asteva.
- ¡Buf! - dijo la señora -, con todos las niñas que hay aquí no puedo
conocerla. Pero seguro que es muy guapa para que un niño como tú se
interese por ella.
- No se lo puede imaginar.
- Si quieres te digo en qué clase está y así sabrás cuando tiene libre.
A Parlist se le iluminaron los ojos y asintió atropelladamente con la
cabeza.

242
La señora se introdujo en el edificio e invitó a los dos niños a entrar.
Estos obedecieron recelosos y cerraron la puerta tras sus pasos.
- Haber, haber - dijo la señora -, ¿Qué edad tiene?
- Doce años - respondió Parlist -. Llegó ayer.
- Ah, ya sé, es aquella pobre niña que vino del sur y que su familia
entera murió en un incendió del pueblo.
Ambos asintieron.
- Pues, estás de suerte, pequeño. Están de excursión en el bosque
del búho.
- ¿Está segura?
- Sí, Asteva Telord.
- Gracias - dijo Parlist mientras cogía del brazo a Reister y corría
fuera del despacho.
- Esperad chicos, ¿Qué hacéis fuera de la escuela?, ¡Eh!, no corráis.
Las calles se hicieron pequeñas para las ágiles piernas de Parlist. Sin
embargo Reister llevaba la lengua fuera aunque pudo seguir el ritmo de su
amigo. Al menos no le había perdido de vista.
A pesar de la alegría momentánea, el bosque del búho estaba lejos
para ir corriendo. Demasiado, y era muy posible que cuando llegaran Asteva
y las otras niñas podrían haber vuelto.
- Espera, Parlist - escuchó a lo lejos el rápido niño.
Se detuvo, y aprovechó para tomar aliento, pues también él estaba
agotado.
Reister llegó enseguida. Los últimos días había corrido tanto, que se
sorprendió a sí mismo, por poder correr tanto rato. Pero por dentro parecía
que tenía los pulmones abrasados por el fuego.
- Reister - dijo Parlist -, he pensado que Asteva tiene que volver. Por
tanto, imagino que entrará por la puerta del colegio que hemos visto.
- Sí - dijo Reister entre jadeos.
- Creo que la esperaremos. El bosque del búho no es muy grande
pero no será fácil dar con ellas. Además podemos llegar por un camino, y
ellas podrían venir por otro.
- Me parece una buena... - tomó aire -... una buena idea.
- Volvamos, no vaya a ser que den una vuelta por la ciudad, y no
las veamos.
Reister asintió y se quejó al ver que Parlist corría de nuevo. Había
corrido ese día más que en toda su vida.
Pero Parlist se detuvo bruscamente, se escondió en una tienda y
Reister corrió detrás.

243
- ¿Qué pasa? - preguntó Reister desconcertado.
- Mira - dijo Parlist señalando a un hombre que vestía una Mago
oscuro y caminaba hacia la dirección contraria.
- ¿Un mago? - balbució Reister.
Ambos se sorprendieron tanto que se escondieron debajo de un
mostrador que había a la puerta de una zapatería. Desde lo ocurrido con
Alaón, los magos les aterraban a los dos.
- Debe de ser Melmar. ¿Recuerdas la charla de los hechiceros?
- ¿Melmar?, sí, me suena el nombre. Pero no sé de qué - dijo Parlish.
- Alaón y los demás iban a buscarle - explicó Reister.
- ¿Qué hace aquí? Habrá venido a buscar a Alaón, como todos.
- Chavales, largo de aquí. No quiero que mi tienda se convierta en
el lugar favorito de los mocosos para jugar al escondite - dijo el dependiente
de la zapatería.
Reister y Parlist saltaron asustados.
- No creo que le busque, seguramente le ha hecho algo y sabe algo
de él - dijo Parlish, enojado.
Parlist salió como un rayo al encuentro del nigromante. Reister no
se atrevió a moverse pero deseo tener valor para hacerlo y detener a su
enloquecido amigo.
- Señor mago - llamó Parlist.
El nigromante se dio la vuelta y al ver al chico se sorprendió.
- Lárgate enano - dijo seriamente -, no haré ningún truco de magia.
- ¿Es usted Melmar?
El nigromante se quedó mirando al niño, asombrado.
- ¿Melmar?
- Sí, ¿qué es de Alaón? Fue a buscarle a usted, ¿qué sabe de él?
- ¡¿Alaón?!- se maravilló.
- No se haga el imbécil, necesitamos encontrarle.
El sujeto sonrió al darse cuenta de la osadía del muchacho.
- Dígame dónde esta - insistió el niño, tirando de su túnica
insistentemente.
- No me hagas enfadar.
- ¿Acaso no es Melmar? - dijo Parlist sorprendido y asustado.
- No he oído ese nombre en mi vida, quita del medio, tengo prisa.
Parlist se apartó. El nigromante pasó a su lado con bastante mal
humor y por eso el niño se asustó. Reister corrió a su lado y tiró de su brazo
para que dejara de mirarle.

244
- Estás loco. No, me quedo corto, estas como una cabra. ¿Qué has
comido, una infusión de locura o un mosca de la desesperación?
- Calla - dijo Parlish conmocionado.
- Volvamos al internado. Nos estamos buscando problemas. No sé
como te he seguido...
- Pero, ¿qué dices? Pretendes volver ahora, después de lo que
sabemos. ¿Deseas volver a aquel colegio interno, donde nos castigaran y
seguramente nos separarán para no volver a encontrarnos?
- Parlist, no quiero volver, pero deja de hacer locuras por favor.
Su amigo asintió y miró hacia el Mago oscuro que acababa de pasar.
Este se alejaba aunque se dio la vuelta en una ocasión para mirarlos
fijamente después se dio la vuelta y se marchó hacia el sur.

- ¡Mira!, Ahí vienen - gritó Parlist eufórico.


Reister levantó la cabeza de sus rodillas y se frotó los ojos, se había
dormido durante la espera. Al ver un grupo numeroso de niñas se levantó y
buscó a Asteva entre ellas.
- Es imposible encontrarla, todas van vestidas igual.
- ¡Reister!, ¡Parlist! - gritó una niña desde la enorme fila.
- ¡Asteva! - gritó Parlist.
La niña se abrió paso por entre sus compañeras, y salió de la fila.
- ¡Eh, eh, eh!, Vuelve a la fila - gritó una de las profesoras.
Pero Parlist cogió de la mano a su amiga y salió corriendo. Reister
vio que la profesora se abalanzaba sobre ellos y le hizo la zancadilla. La
mujer tropezó y rodó por el suelo haciéndose arañazos y magulladuras. A
pesar de hacerse daño se incorporó rápidamente y corrió en pos de sus
amigos después de lanzarle una mirada asesina. Las otras señoras que
cuidaban las niñas gritaron desesperadamente a las demás niñas para que
ninguna más tratara de escapar. Las demás niñas gritaban emocionadas y
silbaban la valiente acción de aquellos niños.
- ¡Corre Reister! - escuchó gritar a Parlist, jadeante.
- Eso... llevo haciendo... todo el día - se quejó, saliendo de su
escondite y corriendo detrás de la mujer.

245
Afortunadamente las niñas gritaban emocionadas al ver la fuga y
entorpecían deliberadamente la persecución.
- Callaros, chiquillas - gritaba una de las cuidadoras.
- ¡Detenedles, han secuestrado una niña! - gritaba otra.
Todo inútil. Nada ayudó a su captura y pronto desaparecieron en
una esquina, ante los gritos desesperados de su perseguidora. Esta pasó de
largo y cuando llegó Reister, exhausto, Parlish le llamó desde la oscuridad
de su escondrijo y así volvieron a reunirse.
- Vamos, salgamos de la ciudad - urgió Parlist -, ahora nos
persiguen demasiados. Tenemos que desaparecer.
- Me alegro de veros - balbució Asteva-. Menudo espectáculo habéis
montado.
La calle en la que se habían metido era un callejón estrecho donde
había alguna casa de juergas y tabernas malolientes. Solo había un par de
borrachos durmiendo en medio de la calle. Todo olía a cerveza podrida y ni
las ratas se atrevían a recorrer esas calles.
Se asomaron cautelosamente a la concurrida calle hacia la que iban
y salieron con normalidad al no ver a ninguna maestra cerca.
- ¿Qué pasa aquí? - preguntó Asteva.
- Nos hemos escapado. No aguantábamos más en aquel colegio de
brujas - declaró Parlist.
- Bien, eso es estupendo, pero adonde pensáis ir.
- A casa. Bueno, mejor vamos al bosque. Allí encontraremos comida
y podremos regresar. Viviremos donde nacimos.
- ¿Los tres solos? - se escandalizó Asteva.
- No, no, iremos a buscar a los demás cuando todo se despeje.
Ahora creo que nos busca medio pueblo.
Esa afirmación fue algo más que una suposición. Vieron a unos
hombres vestidos de azul, que buscaban disimuladamente por la calle, a lo
lejos, y les habían visto. Estaba claro que les buscaban porque uno de ellos
los señaló mientras otro se escabullía por un callejón, seguramente para
rodearlos.
- Al callejón - urgió Parlist aprovechado que tres jinetes se cruzaban
entre ellos y los soldados.
Corrieron al callejón, pero vieron que las cuidadoras de Asteva
venían por allí. Miraron por todas partes, pero los soldados se les echaron
encima, y les atraparon antes de que pudieran huir.
- ¡Aja!, Pequeños. Al fin os encontramos. La habéis armado gorda,
¿eh?

246
- ¡Artelic! - se regocijó Parlist.
- Vaya, te acuerdas de mí. Me alegro mucho.
- Tenemos que salir de la ciudad, nos buscan por todas partes.
Ayúdanos.
- ¿Cómo?, No puedo dejaros marchar. Os llevo buscando todo el
día y por lo visto habéis montado un buen jaleo en vuestro colegio.
Mientras discutían, les llevaba al internado del que habían
escapado, aunque Parlist aun conservaba la esperanza de conseguir la ayuda
del soldado.
- Ayúdanos. Es un infierno, nos obligan a hacer cosas que no
sabemos, además nos han separado. Por favor, tienes que ayudarnos. Si nos
devuelves, nos castigaran tanto que no sentiremos el trasero para el resto de
nuestras vidas.
- Os estoy haciendo un favor. Si os dejo marchar, os convertiréis en
unos bárbaros. ¿No deseabas ser un soldado?, Pues solo estudiando, y
aprendiendo a seguir una disciplina podrás ser uno. Además, no os
castigarán por esta vez. Sabiendo por lo que habéis pasado en vuestro
pueblo no pueden castigaros.
- Lo harán, no les importa lo que hemos sufrido - protestó Parlish.

Pronto llegaron al colegio y pasaron enfrente de la directora.


Esta, estaba con la cara tan estirada como siempre, pero parecía
dispuesta a degollar a los tres. La única fortuna que aun les quedaba, era que
todavía estaban juntos.
Entraron en el despacho, algo más ordenado que como lo habían
dejado, y después de que la directora diera las gracias a los soldados, entro a
verles junto a otra señora, que debía ser del colegio de Asteva.
- Vaya, Vaya, Vaya - dijo la directora.
Parlist le hizo burla pero solo consiguió que la directora le sonriera.
- No habéis llegado muy lejos.
Los tres se encogieron de hombros.
- Si no hubierais pasado el mal trago que habéis pasado, ahora
pararías tres días barriendo el colegio y lavando los platos de vuestros
compañeros. Y si fuerais mayores de quince años ya os habría mandado a
los calabozos - elevó su tono de voz para demostrar su creciente enfado.
Los tres quedaron sin habla.
- Pero por esta vez, no voy a tomar medidas. Creo que será mejor
para todos.
- Asteva, vámonos - dijo la señora que estaba junto a la directora.

247
- Espere, por favor - urgió Parlist.
- ¿Por qué?, ¿No habéis hablado lo suficiente?
- ¿Podemos hablar un rato antes de despedirnos?
La directora cogió las llaves de la salida y asintió con un gesto de
aparente amabilidad. Las dos señoras salieron de la habitación.
- Solo cinco minutos. No disponemos de todo el día - dijo la
directora.
- Oh, déjelos hablar - intercedió la otra mujer -. Está claro que tenían
ganas de verse. Ojala pudieran quedarse juntos.
- No les dé coba - la regañó la directora-. Así nunca aprenderán.

El viaje a la isla de Nosthar fue menos agotador que lo que


pensaron. Gidlion había empleado su magia blanca y todos habían llegado
en una espectacular columna de luz que se materializó en frente de la
posada donde dejaron a los niños. Alaón se levantó al momento de aparecer
y se acercó a Cabise para espabilarle.
Cabise le miró sorprendido. Entonces Alaón se puso en pie y miró
hacia una calle abarrotada de gente.
- ¿Qué te pasa? - preguntó.
- Reister me está invocando - dijo Alaón-. Mis hermanos están en
peligro.
- ¿Cómo dices?
El pequeño mago invocó su magia y a su alrededor apareció un
aura azul. Cabise se quedó boquiabierto al ver que el pequeño mago
desaparecía delante de sus narices, dejando un círculo quemado en el suelo.
¿Cómo demonios había hecho el conjuro de traslado sin usar los carísimos
polvos de plata? Debía ser un traslado a corta distancia así que podía
alcanzarle.
Miró al inconsciente elfo y luego a Sara, que había quedado tendida
boca abajo tras su viaje y pensó que tardaría mucho en alcanzar a Alaón si
esperaba a que éstos se despejaran. Sin pensarlo más corrió hacia donde
había visto mirar al niño, antes de desaparecer.

248
19

UN COMBATE ARCANO... A MUERTE

La escama emitió unos fulgores como el arco iris y después de


apagó. Alaón apareció envuelto en una bola de fuego azul, pero que no
emitía calor. Los fuegos se apagaron y calló postrado y casi sin aliento a los
pies de Parlish.
- Mira, ha venido como nos dijo - se entusiasmó Asteva.
- Cómo ha crecido - balbució Reister.
- Es que no es una criatura normal - quiso explicar Parlish.
Alaón se levantó pesadamente y tuvo que mirar hacia abajo para
mirar a Parlish a los ojos. Después se frotó el costado, y miró a su alrededor.
Reister le llegaba hasta los hombros. En compañía de los adultos no se había
dado cuenta de su crecimiento acelerado pero al lado de sus amigos, a los
que ya consideraba hermanos, estaba clara la diferencia.
- ¿Por qué me habéis llamado? - preguntó sorprendido.
- Es que... veras, nos van a volver a separar. Nos han metido en
colegios diferentes y nos tuvimos que escapar. Fuimos a buscar a Asteva y
luego nos pillaron. Por favor sácanos de aquí.
La puerta crujió por dos golpes de la directora.
- Vamos, creo que ya habéis hablado bastante.
Se abrió la puerta de madera y la directora apareció por la abertura.
- Pero, ¿Quién es este... - se detuvo al no saber darle un nombre.
- Me llamo Alaón - dijo cortésmente -, ¿Por qué han separado a mis
amigos?, ¿Dónde están Gildha y Darela?

249
La directora miró de arriba a abajo a Alaón y estuvo a punto de
reírse por su indumentaria estrafalaria. Pero cuando le miró a los ojos se
sintió infinitamente inferior a él. Tenía en sus ojos grises un brillo de
inteligencia que la desconcertaba.
- ¿Cómo?, ¿de quiénes hablas?
- Alaón, sácanos de aquí - le pidió Parlish -, esta bruja no escucha a
nadie. Además nos trata como esclavos o algo parecido.
El mago no dijo nada. Acababa de dejar a sus compañeros, había
abandonado la búsqueda de Melmar para... salvar a sus amigos de sus
maestros. Ni siquiera se alegraba de volver a verles, se sentía idiota por
haber dado el poder de que le invocaran cuando quisieran. Se sentía
utilizado y no le gustaba nada esa sensación.
- Vamos - dijo a sus amigos.
La directora iba a pedirle que no se fuera, pero antes de abrir la
boca, se habían esfumado en una espectacular llamarada azul.

Aparecieron en un prado cercano al pueblo. Pero esta vez Alaón no


parecía demasiado agotado. El mal humor le daba fuerzas y estaba muy
enfadado con ellos.
- ¿Me habéis llamado para esta tontería? - acusó con cierto tacto -.
Os dije que solo en caso de vida o muerte.
- Para nosotros era de vida o muerte - dijo Parlish avergonzado.
- Como has crecido - dijo Asteva.
- Sí, es cierto, me pregunto si seguiré creciendo toda mi vida al
mismo ritmo. Bueno, tengo que irme. Tengo que reunirme con los otros, aun
no hemos llegado a ver a Melmar.
- Espera - urgió Parlish antes de que Alaón desapareciera.
El mago miró casi sin paciencia al niño y esperó a que hablara.
- Creo que Melmar está aquí, vi a un Mago oscuro, y si Reister no
me ha engañado, es el único que existe. Hablé con él para saber de ti pero
negó que fuera Melmar. Estoy seguro de que mentía porque se sobresaltó
cuando mencioné tu nombre.
Alaón arqueó las cejas, sorprendido.
- ¿Dónde?, ¿hacia donde iba?
- No sé, iba hacia el sur, hacia el bosque o la montaña, quien sabe.
Alaón entrecerró los ojos y miró en la dirección de la montaña
solitaria. El humo seguía saliendo y supuso que Nóala no había salido aun.
- Ahora ya estáis libres, hacer lo que os de la gana, tengo que irme.

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- Espera, voy con...
Pero Alaón había salido corriendo y ya no les escuchaba. Corrió
hacia el sur y enseguida le perdieron de vista.
- Vaya, ni siquiera nos ha saludado - se entristeció Asteva.
- No me extraña. Yo también me habría enfadado si me llaman por
una estupidez igual.
El comentario de Reister enfadó a Parlish, pero tuvo que reconocer
que había abusado de su poder. Se llevó la mano a un bolsillo y sonrió.
- Sí, yo también. Pero es un buen amigo. Aun conservamos la
escama aunque esta vez solo la usaremos en caso de vida o muerte.
- No seas estúpido - le regañó Parlish -. ¿No lo entiendes? Ha ido a
buscar al nigromante. ¡Van a luchar! Tenemos que ir a ayudarle.

La ropa ridícula que llevaba puesta le hacía daño al correr. Además


ahora necesitaba con urgencia correr mucho más. No podía permitir que
Melmar liberase a Nóala. Sin duda él conocía el paradero del bastón y lo
llevaría hasta él.
Con un gesto de la mano, su ropa saltó hecha jirones, y quedó
desnudo un instante. Después hizo otro gesto arcano, y apareció cubierto
por una túnica de color negro. Aunque no servía a Minfis, se sintió muy
cómodo con ese color.
Necesitaba unas alas durante unas horas. Debía volar hacia el sur.
Con un rápido hechizo mental sintió que su cuerpo materializaba
unas alas luminosas en su espalda dando lugar a unas extremidades
semejantes a las alas de un murciélago.
«Bien. Va siendo hora de probar mis conocimientos de vuelo». Corrió más
rápido, hasta que sus piernas llegaron al límite, y finalmente desplegó sus
alas de luz dejándose llevar por el viento.
El despegue fue perfecto, y se elevó enseguida. Notó que sus alas
eran fuertes, y se sintió más seguro en el aire que en el suelo.
En el suelo, vio un punto negro moviéndose a paso ligero hacia la
montaña. Decidió ir a su encuentro y cortarle el paso. Sin duda alguna era
Melmar ya que su aura mágica era inmensa y en su gran mayoría de color
rojizo.
El viento acarició su rostro y su nueva indumentaria frenaba la
bajada. Presentía que aquel encuentro no sería una simple charla. Pensó en

251
lo que debía hacer al verle cara a cara, pero la sensación de caída le
embotaba la cabeza.
Pasó sobre la cabeza del nigromante y se posó con bastante soltura
delante de él, pero de espaldas.
Éste se sorprendió al verle, y dio unos pasos atrás.
En aquel momento parecía un ángel vestido de negro, se dio la
vuelta y miró a Melmar con una sonrisa cínica.
Melmar le miró larga y tendidamente, pero no se asustó. Creía
saber quien era, pero el color de su túnica le turbaba.
- ¿Quién eres? - preguntó para cerciorarse.
- Yo sé quien eres tú - dijo Alaón impasible como una estatua.
- Debes ser Alaón, debí eliminar a aquel mequetrefe que me vio. Si
llego a saber que te llamaría, no habría dudado.
Alaón quedó asqueado por su falta de escrúpulos y quiso
insultarlo. Pero eso habría dado confianza al nigromante.
- No debes hablarme así. Soy tu mentor.
Melmar sonrió. Sabía que bromeaba y buscaba que le dijera donde
estaba el bastón. Sin embargo sembró una pequeña duda. ¿Y si ya lo había
encontrado?
- Eres solo un crío. Apártate de mi camino si no quieres que te pise.
Alaón no respondió, dejó que su sonrisa se mantuviera impasible.
- Vete, no tengo ganas de gastar mi energía en fulminarte - dijo
Melmar.
El otro no respondió. Mantuvo su media sonrisa, si mover un solo
músculo.
- Ya te advertí - dijo Melmar mientras invocaba una bola de fuego.
Señaló hacia su obstáculo y en la palma de su mano apareció una
esfera ígnea del tamaño de un puño.
- «Krolem» - gritó.
La bola de fuego voló al encuentro de su oponente, pero éste
fácilmente la esquivó dando un paso. Melmar invocó otras bolas de fuego,
pero Alaón pudo evitarlas con bastante destreza. Parecía que se divertía
viendo los ataques del joven nigromante.
- No me dejo intimidar tan fácilmente, mocoso - amenazó Melmar.
- Ambos parecemos lo que no somos - respondió Alaón.
- Cierto, pero exactamente... ¿Qué eres tú?
- Basta de estupideces, sabes donde está, así que dímelo.
Esa actitud asustó a Melmar. Alaón tenía la misma forma de ser que
su actual oponente. ¿Sería realmente Alaón, su mentor?

252
- ¿Estás de guasa? - rió Melmar.
Alaón sonrió de nuevo.
- Nunca te diré donde está.
El nigromante se concentró de nuevo, pero esta vez la energía
arcana le rodeó.
- Espíritus de los vórtices, yo os exhorto. Dadme vuestra energía
para fulminar a éste insignificante enemigo. Samael, Ghimel invoco vuestro
refuerzo y ayuda para poder ejercer el mal que tanto saciáis.
Dos grandes auras aparecieron a su lado y Alaón tuvo que dar un
paso atrás, admirado ante tanto poder. Melmar tenía un aspecto temible en
tal estado de concentración, aunque era muy posible que no estuviera
utilizando su ataque más letal.
- Alaón, reza lo último que sepas - aconsejó Melmar. Cruzó los
antebrazos ante su rostro y concentró su aura hasta el límite.
Extendió los brazos y multitud de espectros descarnados salieron al
encuentro de Alaón. Eran rostros informes, negros, terroríficos. No se
movían, parecían estar en todas partes y emitían unas voces y vibraciones
que arrastraban a la locura. Alaón, en principio no supo como protegerse.
Los rayos del sol desaparecieron y los diablos atacaron a Alaón con
una rabia insólita. Unos filos espectrales le atravesaron de parte a parte, y
gritó aterrorizado y congestionado por el dolor.
Melmar sonrió victorioso al ver que su exorcismo había dado buen
resultado. Nunca imaginó que Alaón fuera tan débil, si se trataba realmente
de Alaón, claro.
Los tenebrosos espíritus torturaron su frágil cuerpo. La noche se
cerniría sobre él hasta el fin de la eternidad. Los gritos eufóricos de Samael
estallaban como truenos en los tímpanos de Alaón, Ghimel le ensartaba una
y otra vez con su filo etéreo, provocando sufrimientos que nunca dejarían
libre a su presa.
Para Melmar, ese fue el final de Alaón, al fin había vengado tantos
años de humillación. Vio como se consumía su pequeño cuerpo poco a poco.
Le extrañaba que no hubiera tratado de defenderse, pero era muy posible
que le hubiera pillado por sorpresa, y no tuviera fuerzas para rehacerse.
Las fuerzas etéreas desaparecieron cuando su presa cayó contra el
suelo calcinada por la combustión y sufrimientos de su espíritu.
- Estúpido, debiste huir al verme - dijo Melmar decepcionado.
- ¿Dónde está el bastón? - canturreó una voz detrás de él.
El nigromante se dio la vuelta fuera de sí al reconocer el timbre del
pequeño insolente que había dado por muerto.

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- ¿Cómo?, Pero... - balbució sin ningún control -. Vaya, creí que
habías sucumbido a mi primer ataque, te felicito.
- Es una lástima, era un árbol demasiado joven - bromeó
suspicazmente Alaón -. Ya hemos jugado bastante elfo oscuro, donde está.
- Ya no soy un elfo.
- Lo eres aunque le robes el cuerpo a un simio.
Ningún conjuro ni golpe, ni hachazo habría dejado a Melmar más
conmocionado que aquella afirmación. ¿Cómo se atrevía a insultarle de esa
manera? En los últimos años los pocos elfos que quedaban en el mundo eran
considerados escoria, un desecho de una especie extinguida. Alaón acababa
de llamarle escoria sin contemplaciones.
- No me das ningún miedo.
- ¡Ja, ja, ja! - rió sarcásticamente Alaón -. Eso mismo dicen todos.
- ¿Por qué es tan importante el bastón? - preguntó Melmar.
- Creo que ese bastón encierra la plenitud de mi poder, cuando me
fue arrebatado hace años. Solo encierra la maldad que me consumía. Debo
encontrarlo y destruirlo ya que si Nóala se hace con él, será el fin. Debo
acudir a la cueva de esa montaña y emplear todo su poder para destruir
tanto al dragón como al bastón. Y te destruiré a ti si no colaboras.
- ¿Por qué me cuentas esto? - se extrañó Melmar -. Debes tener una
buena razón.
Alaón mantuvo la sonrisa unos instantes. El elfo oscuro tenía razón,
tenía razones para contárselo y no solo una. Hasta el momento nadie sabía
que aquel diminuto cuerpo que crecía a velocidad inhumana era él mismo
que había habitado el mundo hacia más de 300 años. Siempre había
recordado todo, pero hasta hacía muy poco había creído que era solo un
sueño o pesadilla.
- Para que no seas tan estúpido de dárselo a Nóala. Ese día todo lo
que encuentre en su camino lo reducirá a cenizas; Incluido a ti.
- Estás demasiado seguro - dijo Melmar -, pero tengo la forma de
impedir que me elimine. Ya conté con esa posibilidad. Supuse que Nóala se
volvería una fiera destructiva y no reconocería a nadie. Necesitaba un
argumento para ganarme su confianza y tú me lo acabas de dar.
- Tendré que matarte - amenazó Alaón -. No puedo permitir que le
des ese bastón.
- No me das miedo. Además tu limpieza de corazón me da la
ventaja.
- Todo lo que sabes proviene de mis libros - dijo Alaón -, ¿Crees en
serio que podrás conmigo?

254
- Llevo trescientos años perfeccionando mi arte y he aprendido
cosas nuevas. Será muy sencillo encontrar tu punto débil y acabar contigo.
Alaón no se acobardó. Permaneció frente al elfo esperando su
nuevo ataque.
- Además, si me matas a mí, Ashtor también morirá. ¿Matarías a un
inocente?
- Tú no eras así cuando le robaste el cuerpo - corrigió Alaón -.
Seguramente esa ambición que tienes es propia de ese tal… Ashtor. No veo
por qué tendría que respetar a alguien tan malvado.
- Veo que no te falta sentido del humor - replicó Melmar, sin
dignarse a contestar.
- No piensas ayudarme - afirmó Alaón, con mirada amenazante.
- A muerte, entonces - susurró Melmar.

La tierra temblaba o quizás era un extraño mareo ocasionado por el


viaje mágico. No, era real. Algo causaba frecuentes temblores. Sintió miedo
de que la montaña fuera a explotar en plena erupción
Se puso en pie y miró por todas partes. A lo lejos vio unos destellos
muy extraños que aparecían y desaparecían irregularmente.
- Alaón - dedujo.
Corrió hacia allá, esperando no llegar demasiado tarde. Los
campesinos corrían desesperados hacia el pueblo. Sus rostros de espanto
solo reflejaban el miedo a un peligro desconocido que les acechaba. Gritaban
enloquecidos que habían visto fantasmas y que era el fin del mundo. No se
les entendía mucho más.
Los destellos y temblores aumentaron a medida que se acercaba al
lugar. ¿Contra quién se estaría enfrentando Alaón?
No tardó en averiguarlo, ya que cuando llegó a una colina que se
elevaba más que el resto, pudo ver el combate arcano entre... ¡Dos
nigromantes! Uno era bastante alto, pero el otro, gracias a su reducida
estatura podía moverse con mucha facilidad. Se lanzaban conjuros y
encantamientos, pero se cubrían con escudos mágicos o desaparecían en el
aire como fantasmas. Aparecían aquí y allá, el ambiente estaba cargado de

255
maleficios, espectros y demonios que parecían servir a un único nigromante
contra el otro, el más pequeño.
Era difícil saber cual de los dos se agotaría antes, aunque parecía
que el pequeño solo se defendía, y atacaba muy de vez en cuando,
esperando que su enemigo de debilitara.

- Atacar legión de Kedemel - gritó Melmar -. «Spier uridian dorien».


El elfo oscuro aprisionó a Alaón con estás últimas palabras y su
legión de espíritus asesinos se echaron encima de Alaón. Sin embargo, no
llegaron a rozarle, pues éste desapareció un instante antes y reapareció
detrás de Melmar.
- «shirak slarek» - dijo Alaón.
Sus dedos se incendiaron y trataron de fulminar a Melmar. Los
rayos alcanzaron a su enemigo, y el hechicero quedó reducido a cenizas
antes de caer retorcido por el dolor.
- ¡Sadiel!, Despedaza - gritó la voz de Melmar a la espalda de
Alaón.
Éste se dio la vuelta e invocó, justo a tiempo, un repelente mágico
catapultando al demonio a otra dimensión.
- Eres fuerte - reconoció Melmar -, pero solo estaba tanteándote.
Alaón se desanimó al ver que su enemigo no estaba cansado y él sin
embargo estaba agotado. Pero no dio muestras de ello. Habría sido fatal.
- Aun no has visto nada - susurró tras un breve descanso, mirando
a su adversario, que estaba a menos de tres metros.
Levantó los brazos y trazó un círculo en el aire. Al finalizarlo, una
esfera negra, como el azabache de sus túnicas, se materializó ante él.
- «Exhorten fontum» - dicho esto, la esfera de vacío acudió al
encuentro de Melmar.
Éste trató de esquivarla, pero le seguía donde quiera que
apareciese. Su oscuridad absorbía la luz y engullía todo lo que rozaba.
Melmar huyó de un sitio a otro, pero se veía seguido por aquella
forma de oscuridad que lo engullía todo. No había salida, tenía que
enfrentarse al peligro. Se plantó en el camino de la esfera, y en ese breve
lapso de tiempo trazó otro círculo en el aire, y creó otra esfera de idénticas
dimensiones.
Inmediatamente desapareció, alejándose lo más posible de aquella
confrontación.
- «Kepper reliar qui» - gritó al materializarse a la distancia prudente.

256
Las esferas chocaron y causaron un terrible temblor de tierra. El
viento arreció, y una espesa nube de polvo se formó en el lugar del impacto.
Sin embargo, duró poco tiempo. Una nueva esfera más negra que el
azabache y el doble de grande apareció en aquel torbellino. Esta absorbía
mucho más que la anterior, e hizo que Alaón lanzara un grito ahogado al ver
que se dirigía rápidamente hacia él.
Al atacar a Melmar con aquel sortilegio había temido que Melmar
le hiciera aquello mismo. Era uno de los más peligrosos hechizos de
Nabucadeser y solo podía neutralizarse con la energía de un cuerpo vivo y
humano. Ahora que Melmar le había dado la vuelta, solo podría saciarse con
dos, pero ahora estaba bajo la influencia de Melmar.
Solo tuvo una opción, huir hasta encontrar la forma de hacerlo
desaparecer. «Para un mago, nada hay imposible»- ese fue su consuelo y su
fuerza.
Desapareció una y otra vez, alejándose cada vez más de la
amenaza. Solo se le ocurría un medio: Aislarla en un campo de energía
neutral. Ahí sería totalmente inofensiva.
«Dimien ilsier inture kaler... - algo le golpeó la cabeza.
Melmar le había lanzado piedras antes de terminar, entre risas y
cantos de victoria. Tenía razón en una cosa, su maldad le abría muchas más
posibilidades.
- Adiós, Alaón - dijo.
La esfera se echó encima de Alaón, y éste no pudo reaccionar por la
conmoción de la pedrada. Ese era el fin, toda su existencia había sido
completamente inútil.
- «... centurem» - alcanzaron a oír desde la lejanía por alguien más.
La esfera negra continuó hasta alcanzarlo. Sin embargo, un tercer
invitado ya la había neutralizado, y no le hizo nada. Ahora solo era una bola
negra cristalina, que rebotó al golpear contra Alaón como un globo oscuro
sin peso.
El silencio y la calma duraron una eternidad. Si aquella tercera voz
no hubiese intervenido ahora Alaón estaría muerto.
- ¿Quién se ha atrevido... - rugió Melmar.
Una figura blanca apareció junto a Alaón, que se dolía de la cabeza
y aun no creía que se hubiese salvado. Tenía una profunda brecha sobre la
oreja derecha y estaba mareado.
- Alaón - dijo el extraño -, levanta. Tenemos que irnos.
- ¿Iros? - intervino el nigromante.

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Cabise levantó la cabeza y Melmar quedó petrificado al ver sus
ojos. Sabía que el Mago de la luz no podía enfrentarse solo a él pero eran dos
contra uno y Alaón por sí solo ya era bastante peligroso. No entendía cómo
le habían encontrado los dos pero ahora dudaba de quién era su auténtico
enemigo.
- No, está aquí - dijo Alaón -. Vete, rápido. Llama a los demás.
Cabise tragó saliva. No podía dejarle ahí sólo. Tenía una brecha en
la cabeza y la esfera que ahora estaba en el suelo era un peligro si Melmar
decidía romper el sello que la neutralizaba.
- ¡Largo de aquí! - le gritó el pequeño mago.
Cabise se sorprendió. Alaón estaba al borde de sus fuerzas, y le
miraba con tanta rabia, que tuvo que apartarse del lugar de la batalla.
- Y trae a los demás - añadió -. Aquí solo serás un estorbo.
Cabise se alejó, y Alaón se volvió a encarar a Melmar. El joven
mago se sintió insultado ya que de no ser por él, ahora Alaón estaría muerto
y le estaba tratando como a un inútil.
- No pensarás que voy a dejar que se vaya, ¿verdad? - insinuó
Melmar con malicia.
- No tienes más remedio. Ya estoy empezando a aburrirme de esta
lucha.
- «Kroien» - canturreó Melmar.
La tierra tembló de nuevo, pero entre Melmar y su enemigo no
ocurrió nada. Alaón miró preocupado hacia Cabise, y vio un enorme agujero
humeante donde debería estar su compañero. No sabía si había sobrevivido
o no y prefirió no perder el tiempo en lamentarse.
- Uno menos - dijo Melmar.
- «Ensier umlis kapolen daquios od yiliam ea maternitis» - cantó Alaón.
Entre tanto, espolvoreó azufre a su alrededor, y en vez de caer
como polvo, se fue tornando en un remolino que aumentaba en velocidad y
volumen como el humo de un volcán.
- «Urtris ensor dietrom et flaiquiur».
Melmar esperó el resultado con impaciencia, y con cierto miedo,
pues no conocía ese hechizo y por su largo tiempo de preparación parecía
bastante peligroso.
El remolino se disipó, y los ojos del pequeño brillaron como soles.
Sí, parecía absorber el calor del sol. La luz se contorneó, creando una visión
borrosa a todo su alrededor. Melmar no sabía que clase de ataque sería ese,
de modo que no supo que hacer.

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- Pero que demonios... - dijo sorprendido al notar que cada vez
hacia más frío.
El pelo de Alaón flotó en el aire. Ahora no era rubio, era dorado
brillante y su túnica se había vuelto en plateada y continuaba aclarándose.
Su figura infantil estaba acumulando poder y éste parecía salir de tocas las
cosas que había a su alrededor. El frío aumento hasta el punto que Melmar
empezó a temblar de frío sin poder evitarlo. Nunca había supuesto que ese
mequetrefe pudiera acumular tal cantidad de poder. Por un instante pensó
en lo terriblemente poderoso que sería si consiguiera su bastón. Pronto notó
que le costaba mover los dedos por el frío, necesitaba moverse, pero estaba
completamente paralizado. Solo tenía una facultad intacta, la concentración.
La túnica de Alaón terminó su mutación. Se había convertido en un
manto que despedía un blanco tan brillante como Iluminari. El rostro de
Alaón era bastante más aterrador, pues parecía un dios, más poderoso que
ningún otro y sus ojos parecían observar hasta sus actos del pasado,
atravesándole el alma.
Melmar se veía impotente ante tal poder. Parecía que con una sola
palabra suya, podía segar la vida de los habitantes de un país entero. Su
poder y majestad eran terribles.
- Dime donde está el bastón - dijo sin apenas mover los labios.
- Es... no, nunca te lo... Está en el bosque de... jamás, antes prefie...
Está en Sachred...
Melmar sufría terriblemente para mantener el secreto. No podía
resistir el poder de Alaón controlaba su voluntad, por momentos,
permitiendo salir la respuesta como un trozo de madera flotando en un
estanque. Sintió que su cuerpo estaba sometido a una gran presión, que
absorbía todo el calor de su cuerpo. El frío le había insensibilizado, esta vez
aquel erudito había demostrado ser más poderoso que él, aunque todavía no
había usado todos sus recursos.

El rostro de Alaón se le apareció como un cuadro pintado con fuego


sobre el lienzo de su alma. Emitía unas radiaciones extrañas, parecía que
fuesen manos que le aprisionasen... no, eran manos que le desgarraban la
piel con sus dedos ardientes una y otra vez. El agudo sufrimiento era

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continuo y repetido. Las cargas eléctricas de su piel ensangrentada emitían
continuos y feroces gritos de sufrimiento a su cerebro.

¡Ashtor!, ¡Ast! Devuélveme mi cuchillo, me costó mucho que padre me lo


hiciera.

¡No!, No deseaba pelear por aquella estupidez, solo deseaba


salvarse del tormento de sus heridas. Su madre llamaría al curandero y le
curaría rápidamente el pecho. Tan pronto como le recordó, un brujo vestido
de harapos y un sombrero puntiagudo, se acercó a él. Era el que siempre le
había curado. Era el mismo viejo con la verruga en la nuez, que bailaba cada
vez que hablaba. Ese era, sí. No, era otro. Su rostro se distorsionó, y apareció
el de su mentor antes de morir:
"Este será tu premio por el trabajo de espía, traidor". Las punzadas del
pecho se hicieron más agudas, era como su tuviera arena metida en ellas...
Arena de sal que le quemaba las entrañas y se clavaba como agujas de fuego
en su columna vertebral. El dolor era intensísimo, no podía pensar.
Su cuerpo sufrió un espasmo, y supo que estaba tumbado en la
arena y sus heridas rozaban con el suelo al son del movimiento de sus
pulmones.
- ¡Estoy vivo! - gritó mientras se levantaba pesadamente del suelo y
se frotaba el pecho.
La luz se hacía rara a sus ojos. Buscó a Alaón por allí y le vio.
El hecho de que estuviera allí le sorprendió y en cierto modo se
alegró. Aun no se había marchado, estaba tan agotado como él o incluso
más. Probablemente le había dado por muerto o no había tenido suficiente
sangre fría para rematarle.
Se puso en pie y su enemigo le imitó. Parecía exhausto pues apenas
se sostenía.

Alaón lo sabía, ahora si que podía huir. Pero ese maldito


nigromante se levantó enseguida. Creyó que tardaría más tiempo en volver
en sí, pero se equivocó.
«Bueno, ya no hay otra solución» se dijo, al recordar que pudo acabar
con él antes de que la magia prestada de Rastalas, que había obtenido de
Cabise, se disipara. Pudo matarle y no lo hizo por creer que le había hecho
sufrir lo suficiente como para lograr enloquecerlo. Comprendió que su

260
propio corazón se estaba llenando de oscuridad al infringirle tales tormentos
y no pudo soportarlo más. Deseó por un instante tener el espíritu frío y
oscuro que tenía antaño, cuando Nóala y él eran uno. Además su pequeño
cuerpo no tenia suficiente fuerza para soportar esos complejos sortilegios.
- Me has sorprendido - reconoció Melmar -, tuviste poder para
enviarme al abismo, pero tuviste piedad. Ya te dije que tengo todas las de
ganar.
- Ya me has contado donde está el bastón, no necesito matarte.
- ¡Alaón! Vámonos - gritó Cabise -. Si lo sabes, no debemos perder
más tiempo con él.
Cabise solo se había alejado para verles luchar. Cuando Melmar le
atacó estaba preparado, y se salvó fácilmente ocultándose tras un montículo
de arena sin dar más señales de vida.
- A muerte - ofreció Melmar, como una nueva apuesta, con una
postura encorvada y lamentable. Lanzó una mirada de odio a Cabise pero
luego volvió a concentrarse en Alaón.
Alaón sonrió. Estaba tan exhausto que no pudo ni reírse.
- Melmar, ya no tienes nada que hacer. Estas derrotado.
- Mis planes seguirán aunque yo muera - amenazó Melmar -. No
seréis vosotros los que impidan la segunda era de la oscuridad.
En ese mismo momento Melmar desapareció y reapareció diez
metros más lejos de los dos.
Cabise creyó que huiría y pensó, victorioso, que el nigromante
había desaparecido para escapar de ellos. Paralelo a sus pensamientos,
Melmar desapareció envuelto en una esfera de fuego, pero antes de
desaparecer del todo gritó una frase arcana.
- «sharek miskalk» - a las palabras les siguió unas chispas dirigidas al
suelo.
- La esfera de oscuridad... - advirtió Alaón precipitadamente.
Los últimos recursos de Melmar, unos dardos de fuego que volaban
a velocidad endiablada, fueron al encuentro de la esfera cristalina que
reposaba a poca distancia de Alaón y Cabise. Su ataque de luz fue
fulminante y resquebrajó la cristalina cubierta que la cubría.
La esfera se rompió en mil pedazos que fueron, inmediatamente
después, absorbidos por la oscuridad interior como si fueran las fauces
hambrientas del abismo.
Como un felino negro y esférico, se echó encima de los dos magos,
sin darles tiempo a reaccionar.

261
Antes de que Cabise, desde la distancia pudiera neutralizarla de
nuevo, la esfera succionó al indefenso Alaón.
- ¡Nooo! - Gritó Cabise, descorazonado.
«Diablos» - pensó Cabise. Era muy tarde para lamentarse, la
abominación negra no se vio satisfecha con el pequeño cuerpo de Alaón y
atraída por el calor vital del otro mago voló rauda hacia él.
Cabise dio varios pasos hacia atrás, estaba demasiado
conmocionado para lanzar el hechizo de neutralización. Además no tenía
sentido hacerlo si Alaón estaba dentro.
Era el fin, se desintegraría en energía difusa, o probablemente iría a
parar a un abismo donde vagaría por toda la eternidad. Sintió una terrible
fuerza que tiraba de toda su piel, de su cuerpo, como si fuera un globo a
punto de reventar. El tiempo parecía detenido, creyó estar paralizado
mientras aquella esfera se abría como la boca de una boa constrictor para
engullirle. Unos relampagueos amarillos surgieron de aquella boca que le
alcanzaron antes de entrar en aquel oscuro abismo. Cabise notó que su
cuerpo se contraía en espasmos, como si sufriera una transformación
interior. Vio cómo su piel se tornaba dorada y notó un fuego muy intenso en
sus entrañas.
La presión interna se hizo insoportable cerró los ojos por miedo de
que salieran despedidos de sus órbitas. El aire no llegaba a sus pulmones, su
cabeza le dolía más intensamente que nunca en toda su vida. Sintió como
sus venas se hinchaban, sus pies sangraban y sus brazos parecían haber
explotado en millones de partículas. Sin embargo sentía que aún no había
sido alcanzado por la esfera oscura.
Sintió una mano cálida apoyada en su hombro y se atrevió a abrir
los ojos. Alaón le miraba como un ángel y le sonreía. Aquella terrible fuerza
no parecía afectarle.
- Confía en mi Cabise - dijo Alaón, su voz parecía procedente de un
sueño, era atemporal y le hablaba mientras todo parecía detenido.
- ¿Es el fin? - Pregunto.
- Te debía un favor y hoy me volviste a dejar en deuda - dijo Alaón.
Cabise notaba que su pecho estaba a punto de reventar -. Te devuelvo ambos
favores ahora...
De repente todo fue oscuridad. El ruido y el dolor cesaron. Cabise
sintió que sus manos, su pecho, sus piernas... todo su cuerpo había dejado de
transmitirle sensaciones.
Entonces vio una luz pura muy cerca. Era extraña ya que no veía
nada más, ni siquiera su propio cuerpo.

262
«Marilia, debí ir a buscarte cuando tuve ocasión... Si pudiera volver a
verte... »

«Vaya, no fue tan difícil vencer» - pensó Melmar un tanto


decepcionado -.«Esperaba una batalla de varias horas... No hay tiempo que perder»
Vio todo desde la montaña. Había enviado su cuerpo astral al
campo de batalla mientras su cuerpo físico reposaba en una postura cómoda
en un lugar bien resguardado. Fue fácil materializar un falso cuerpo en la
encrucijada de caminos, el único punto de fácil localización desde esa altura.
En ningún momento corrió peligro real su vida.
Tras la lucha regresó a su cuerpo y se puso en pie. Al abandonar su
falso recuperó sus fuerzas, si Alaón hubiera sido más poderoso habría
podido crear hasta tres cuerpos falsos más, cada uno con su poder al
máximo. Tenía que admitir que había sido una victoria trabajada ya que
Alaón destruyó casi sin problemas su primer cuerpo. Había sido un buen
combate. Había pasado malos ratos y hubo un momento en que pensó que
Alaón descubriría su engaño y encontraría su cuerpo. Solo tenía que haber
mirado un poco más allá de la mente de Ashtor y vería su cuerpo, a salvo, en
la ladera de la montaña. No lo hizo, tiró de sus recuerdos afincados en el
lóbulo frontal de sus cerebro, unos recuerdos que para él no eran nada pero
para Ashtor debían ser muy dolorosos. Ahora sentía la mejor sensación de
toda su vida, era el éxtasis del triunfo merecido y sobre todo la certidumbre
de que se había convertido, tras ese combate, en el mago más poderoso de
todos los tiempos. Y eso que aún tenía trabajo por delante...
Se llevó las manos al pecho y se acarició las viejas heridas. Sintió
placer al rozarlas con sus dedos y notar el intenso dolor que le producían.
Durante años había maldecido a Alaón por habérselas causado. Ahora se lo
agradecía ya que el sufrimiento continuo le había hecho inmune al dolor.
Por eso no había enloquecido ante el ataque espiritual que acababa de sufrir.
El dolor era su compañero, no le temía en absoluto.
«Ahora debo encontrar a Nóala» - se dijo como si unos indeseables le
hubiesen hecho perder el tiempo, como una molestia pasajera.

263
- ¿Qué te pasa? - preguntó Lory al ver que su amiga, Marilia
lloraba.
- No lo sé, pero tengo la sensación de que nunca volveré a ver a
Cabise. ¿No lo entiendes? No va a volver. Algo le ha pasado, dijo que
volvería y han pasado semanas y no ha dado señales de vida.
Lory se levantó del sofá de enfrente de la chimenea. Su amiga
estaba en la alfombra delante de ella, y lloraba tan amarga y
descontroladamente, que se asustó.
- No, solo es miedo - intentó consolar -. ¿Como iba a morir alguien
como él? Además, recuerda que está a salvo con los otros magos. Si es que
está con ellos
- No, no puedo soportar la ignorancia. Tengo que ir a buscarlo,
tengo que encontrarlo.
Se puso en pie decidida y subió a la planta de arriba para preparar
su ropa. Sin embargo, cuando llegó a la habitación calló en la cuenta de que
la única ropa que tenía era su traje de cuero marrón, que había mandado
limpiar. Mientras se había vestido con ropas de la señora Alana, esposa de
Gilthanas.
Decidida, se desvistió y se puso su traje. «Le encontraré aunque tenga
que ir al fin del mundo».

Parlish, Reister y Asteva no dijeron nada. Habían visto la lucha


arcana a una distancia razonable, y habían visto desaparecer a los dos,
engullidos por aquella esfera negra.
- Han... desaparecido - balbució Parlish.
- Pero, ¿Cómo es posible? - dijo Asteva con los ojos y las mejillas
rojas -.Él no se dejaría... ¡Llámalo!, ¡Llámalo!

264
Cogió a Parlish por los hombros y le balanceó con todas sus
fuerzas. Parlish sacó la escama dorada y la miró antes de decir la palabra
clave. Tragó saliva, y lanzó una plegaria al cielo para que su amigo
apareciese.
- F o r n o s e b - dijo lentamente.
La escama brilló igual que la última vez, pero no pasó nada más.
No apareció ninguna bola de luz enorme, ni hizo frío, ni nada fuera de lo
normal.
El débil resplandor de la escama se apagó y Asteva miró a Parlish y
a Reister pidiéndoles con la mirada que hicieran algo.
- Foroseb - repitió Asteva.
La escama no reaccionó.
- Mirar la montaña, el dragón sigue vivo - dijo Reister.
- Esconderos - urgió Parlish, empujándolos tras los matorrales.
Por suerte el dragón pasó de largo hacia el oeste, directo al mar.
- Está vivo - dijo Reister -. Si ese dragón sigue vivo, Alaón, también.
- ¿Cómo estás tan seguro?
- Él me contó que no podía matar a Nóala sin morir él. Dijo que
existía un vínculo entre ellos, por eso lo enterró en la montaña.
Los ojos de Asteva recobraron la vida. No era algo que fuera fácil
de creer, aunque todo lo que había visto en ese campo de batalla era más
increíble que aquella teoría ofrecida por Reister.
- Seguro que sigue vivo... ¿pero dónde?

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266
20

EL TRIUNFO DE MELMAR

El sol palideció y unos negros nubarrones que, además se movían a


más velocidad de la normal, cubrieron la mayor parte del cielo. Parecía que
el firmamento se abriría para tragar el mundo entero. Los relámpagos
rompieron en mil pedazos el tenso silencio.
Sara y Gidlion no se inmutaron ante tal demostración de poder. El
elfo había invocado un poderoso hechizo de protección y se había acercado a
Sara para impedir que el nigromante la atacara.
El aire se unió a la tempestad de los elementos. El viento azotó a
Melmar desde su espalda y hacía bailar su túnica como olas en un mar
azotado por la tempestad. Continuó recitando el hechizo, moviendo el
bastón a los cuatro vientos formando un pentágono imaginario sobre su
cabeza.
- Melmar, no quiero que esto termine así - suplicó Sara -. Por favor,
sé razonable. No te dejes arrastrar por el enorme poder que posees.
Pero Melmar rió. No tenía ninguna intención de detenerse. No
había nadie en el mundo que pudiera igualar su poder al suyo.
- Alastor, reclamo tu poder para ofrecerte en sacrificio a estos seres,
siervos de otras divinidades.
El bastón refulgió cegando al elfo momentáneamente. Hubo
truenos y relámpagos respondiendo a la petición del nigromante, el cielo
terminó por cubrirse de nubes oscuras atemorizando aun más a Gidlion, que
solo pensaba en la insignificancia de sus poderes comparados con los de
Melmar. Ahora sabía por qué Sara le había impedido que le atacase, parecía
que podía pedirle a la tierra que se abriese para engendrar un millar de
dragones. Su poder parecía ilimitado.

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De súbito el bastón dejó de brillar y el nigromante dejó de recitar el
hechizo. Les miró compasivamente y bajó los brazos con una sonrisa
malévola en el rostro.
- Podría destruir todo cuanto tengo ante mis ojos. Tengo el poder
de mi soberano, y el de Alaón. Dijiste bien, Sara. No debo dejarme arrastrar
por tan enorme poder y es que realmente cuesta resistirse. Todos mis
sentidos me ordenan emplearlo para librarme de vosotros, pero si lo hago
terminaría destruyéndome a mí mismo.
- ¿Qué quieres decir? - preguntó Sara -, ¿No vas a matarnos?
El nigromante soltó una risotada. Miró al elfo desafiante.
- Tus ojos son un reflejo perfecto de tus pensamientos - sermoneó
Melmar -. Si crees que vas a detener mi magia con ese hechizo ridículo, es
que además de mediocre, eres estúpido.
Sus ojos eran negros como la oscuridad. Gidlion vio en ellos la
muerte y la destrucción. No podía apartar la vista de ellos, la oscuridad le
rodeó. La luz del sol había sido completamente cubierta por las nubes.
- Tienes una mirada molesta - dijo Melmar con una tranquilidad
aterradora.
En ese momento sus ojos relampaguearon y Gidlion tuvo que
parpadear. Le dolieron las órbitas de los ojos y se quedó ciego. Su cabeza
retumbó como si hubiera recibido un golpe con un mazo entre los ojos.
Cuando los abrió, Sara solo pudo ver unos iris grises y sin brillo.
Sara corrió a socorrer al mago que se desplomó como un muñeco
de títere al que le cortan las cuerdas.
- No corras querida - pidió Melmar -. Ya no sirve de nada.
Como si sus palabras tomaran forma, Sara se agarró las sienes
tratando de luchar contra algo que le venía del interior de su cabeza.
Su sufrimiento fue leve, pues pronto cayó sobre el cuerpo de
Gidlion sin sentido. Melmar sonrió, complacido. Ese había sido el día más
productivo de su vida. Al fin se había librado de los molestos magos
neutrales menos uno, Welldrom.
- ¡¡Alaón!! - gritó Melmar -. Te he vencido, al fin.
Se abrió la túnica en el pecho, desgarrándola, y se frotó el pecho.
Aun tenía las heridas, pero parecían estar cicatrizando. Sin embargo, a pesar
de emplear todas sus fuerzas, los surcos sanguinolentos seguían ahí. Ni
siquiera con su todo su poder, ni con el poder de Alastor, logro curar sus
heridas. Estuvo a punto de dejarse llevar por la desesperación pero recordar
ese día le consolaría toda su vida y le daría fuerzas para soportar el
sufrimiento que le producían tales laceraciones en el pecho.

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Recordó el sueño que tuvo una vez. Cuando soñó que mataba a su
viejo amigo Travis sin ningún remordimiento, y sonrió al comprobar que ese
tiempo había llegado: Al fin podría poner el mundo a su entera disposición.
Era feliz, sentía el calor y la excitación del éxito circular por sus venas. Jamás
había soñado llegar tan lejos. Sin embargo, había algo que le molestaba.
Debía descansar, estaba tan exhausto que temía que con un hechizo más su
corazón explotaría.
«Después de todo, ahora no hay nadie que me pueda detener». Y rió como
nunca había reído. Había sido tan sencillo... No podía creer que hubiera
salido todo tan bien.
Sin embargo, a pesar de su júbilo, estaba llorando. Sus ojos
delataban su frustración por no haber podido librarse aún de su tormento
perpetuo. Se consoló a sí mismo pensando que encontraría la cura tarde o
temprano.
Miró su bastón. Si aun podía sostenerse en pie, era por que le daba
energía. Ese bastón tenía una larga historia. Nadie conocía quien lo había
hecho. Solo se sabía que su primer dueño fue Melendil, un mago renegado
que ayudó a un caballero a vencer a Minfis, en el pasado. Después lo había
poseído su mentor, después su sobrino, y por unos años estuvo encerrado en
la torre de Sachred. Había deseado desde siempre poseer el legendario
bastón y ahora que estaba libre de la influencia de Alaón, al fin era suyo.

Veilane miró orgulloso su obra. Tenía frente a él al mayor ejército


que jamás se hubiese podido concebir. Deseaba demostrar su fuerza, pensó
en lo excitante que sería ordenar el ataque a Saphonia, deseaba que aquellos
soldados espectrales no fueran entes de las tinieblas y por encima de todo,
deseaba no tener que hacer lo que iba a hacer. Había decidido acabar él
mismo con aquella amenaza para el mundo. No iba a enviar a su ejército a
ninguna parte. Había pasado dos días enviando a sus huestes en busca de
todos aquellos espectros que erraran buscando nuevas víctimas. Había
conseguido que le siguieran la mayoría de ellos... Pero era consciente de que
aún había innumerables renegados que se habían ido por su cuenta, sin

269
atender a sus semejantes, anárquicos y llevados únicamente por la sed de
sangre.
Los millares de filas, organizadas por sus cortes oscuras eran un
paisaje magnifico. Veía todo el territorio ocupado por sus tropas, y era el
momento justo para terminar aquella alucinación infernal. No sabía si sus
palabras llegarían a ser tan poderosas como para que todos aquellos
espectros se vieran afectados, pero no quiso dudar más.
- ¡Eh tú! - dijo a uno de los generales más cercanos -, ven aquí.
Le había escogido bien. Era el que mejor aspecto tenía, el más
robusto, y sumiso que había visto. Solo su color azulado de la piel
demostraba que estaba muerto.
- Sí, señor - dijo sumiso y temeroso.
- Ponte detrás de mí.
El general oscuro obedeció y Veilane siguió buscando por sus filas
alguna mujer bien conservada y fuerte y atractiva.
- Escucha - le dijo a una de sus soldados, pues su ejército estaba
formado por hombres, mujeres, niños, ancianos y esqueletos.
La mujer se asustó y agachó la cabeza como muestra de respeto.
- Ven - ordenó Veilane.
La mujer se acercó a él y esta vez fue Veilane el que se asustó. Su
rostro era más pálido que el que había escogido antes. Sus órbitas negras de
los ojos helaban la sangre con solo mirarla, una larga señal le recorría el
cuello de oreja a oreja. Lo más espeluznante es que la herida aun sangraba.
Un rostro hermoso, bajo aquella mirada de terror y dolor contenido, era la
viva imagen de sus peores pesadillas.
- Po... ponte detrás de aquel - dudó, consumido por el horror.
Ella obedeció.
Veilane la siguió, preguntándose que clase de pesadilla estaba
viviendo. Tenía a su servicio a varios millares de niños, mujeres, ancianos...
hombres... tan muertos como todos sus antepasados, y le obedecían. En cada
niño veía una expresión distinta. Sufrían, a pesar de su aparente
tranquilidad, a pesar de su silencio, era demoníaco permitir que aquello
continuara.
La mujer que había escogido tenía unos ojos preciosos, pero el
estigma de su muerte le daba escalofríos. Debía tener veinte años cuando fue
degollada. Sus ojos reflejaban tristeza pero no parecían capaces de soltar
lágrimas. En lo más profundo de éstos aparecía el retrato del terror que
había pasado y Veilane no quiso mirarla demasiado fijamente. Lo único que

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le permitía mantenerse cuerdo ante tanto dolor era la seguridad de que
pronto todos dejarían de sufrir.
Se volvió a la multitud y se dispuso a terminar con aquella terrible
visión.
- Escuchad todos - dijo, rompiendo el silencio sepulcral.
Sus palabras hicieron un eco que llegó a todo los que tenía frente a
él.
- Yo os libero de vuestro suplicio. Que vuestras almas abandonen
vuestro cuerpo, ya no sois siervos de nadie. Ni míos, ni de Alastor.
Nada ocurrió. Fue como si no tuviera poder alguno. Quizás el
miedo que le inspiraba aquella mujer le había quitado la confianza necesaria
para que sus palabras tuvieran la Magia de antes.
Entonces ocurrió. Según las palabras recorrían la llanura, coreada
por sus generales, tropa tras tropa caía como una ola en una enorme playa.
Los cuerpos cayeron, sembrando el campo de cuerpos putrefactos inmóviles,
como tras una cruenta batalla. Si antes era terrible verles moviéndose, ahora
que les veía muertos de verdad sentía algo mucho peor. Se sentía culpable
de aquel genocidio. Todos los músculos de su cuerpo sufrieron un espasmo
de angustia. Toda la llanura, en toda su extensión hasta donde abarcaba su
mirada, estaba cubierta de cadáveres. Los niños, mutilados sin ninguna
consideración, hasta había mujeres embarazadas con gran cantidad de
sangre a la altura del vientre...
Apartó la mirada. Realmente, verles vivos no era peor que verles
exánimes. Se abandonó a la culpabilidad, las nauseas, la tristeza y al suplicio
interior. Su estomago amenazaba escupir lo que entrara en él, si hubiese
tenido algo ya lo habría vomitado. En su cabeza retumbaban sus últimas
palabras y era incapaz de detenerlas. Eran la muerte de aquella pobre gente.
No había nombre para lo que había hecho...
- Mi señor - dijo una voz femenina, un tanto distorsionada, desde
su espalda -. No debe atormentarse más por lo que ha hecho.
Veilane se asustó al oírla. Se dio la vuelta rápidamente y miró a los
dos que había escogido.
- ¿Cómo te atreves a hablarme sin permiso?
La mujer lo miró fijamente. Aunque no podía llorar, Veilane creyó
que por dentro sufría terriblemente.
- Yo también deseo la libertad.
Veilane sintió cuanto dolor había en esas palabras. Miró al otro
espectro y le preguntó si deseaba lo mismo.

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El otro no respondió. Solo miró a su alrededor, y cuando fue a
cruzar la mirada con Veilane la apartó bruscamente.
- ¿Es que no oyes? - insistió Veilane.
- Sí, señor. Oigo perfectamente.
- Entonces...
- No, señor. No quisiera estar entre ellos.
Veilane creyó comprender. Quizás no había sido justo en su vida, y
por ello temía la muerte.
- Necesito que me ayudéis - dijo Veilane -. ¿Dónde ha ido Melmar?
- Lo ignoro.
La respuesta de ambos fue al unísono. Como dos autómatas. El
estómago de Veilane rugió como si fuera el llanto de un perro.
- Vaya, entonces donde puedo encontrar algo para comer. Me
muero de hambre - sonrió, pero al mirar a sus dos contertulios se le quitaron
las ganas de reírse.
- Debe haber un pueblo por allá - le dijo la mujer -. También tengo
hambre, ¿podemos ir señor? Debe haber muchas personas allí.
- Estupendo, ¿qué te apetece? - Preguntó jovial.
- Sangre caliente, señor - respondió sin el menor sentimiento.
Otra vez se le heló la sangre al humano. ¿Por qué se empeñaba en
que aquellas dos personas podían ser sus amigos? Solo se contenían de
atacarlo porque sabían cuanto poder tenían sus palabras mientras tuviera
ese cetro en la mano.
Veilane echó una mirada al campo de cadáveres, y vio que sus
generales muertos tenían túnicas en buen estado pero su hedor a
putrefacción podía ser aún peor que el aspecto de aquella mujer.
- ¿Cómo os llamáis? - preguntó, al caer en la cuenta de que no lo
sabía.
- Mi nombre es Laurentia.
- El mío Fredetor Jemidester.
- ¡Vaya!, Que nombres más raros - se quejó Veilane -. A ti te
llamaré Fred y a ti Lauren. No creo que sea capaz de llamaros por el nombre
completo. Bajar y coged tres túnicas a los generales muertos, esa será nuestra
ropa.
Fred obedeció, pero Lauren no se inmutó.
Veilane se sorprendió al ver que le miraba a él de una forma muy
extraña. Parecía suplicarle algo con la mirada, aunque no tenía idea de qué.
Seguía teniendo la sensación de que el interior de aquella mujer estaba
sufriendo terriblemente y que no estaba del todo muerta.

272
- ¿Qué te pasa?
- Nada.
- Responde a mi pregunta: ¿Por qué sufres tanto?
Sin desearlo, Veilane empleó su poder para sonsacar los
sentimientos de Lauren. Sus ojos parecieron desaparecer bajo sus párpados
negros y la mujer se desmayó.
«Sufre demasiado. No sería justo que me valga de ella para mi capricho»-
pensó Veilane. Tenía una idea rondando por la cabeza, pero no sabía si
funcionaría. Podía perderla si se arriesgaba, pero no quedaba otra salida. Era
una monstruosidad dejarla así, tenía que arriesgarse.
Se arrodilló junto a su cuerpo y le puso la mano sobre la frente.
Sintió que ella temblaba, y su piel estaba humedecida por un sudor frío. Su
tacto le helaba la piel y sabía que no podría tocarla mucho tiempo si no
quería perder la sensibilidad de sus manos.
- Que tus heridas sanen.
Por primera vez sintió el efecto de sus palabras en su propio
cuerpo. Su mano se calentó y sintió como ese calor pasaba al cuerpo de la
mujer.
Cerró los ojos para concentrarse mejor y sintió como concentraba
un chorro de energía que pasaba desde su corazón hasta su mano, y después
a la frente de Lauren.
Fred arrojó las túnicas junto a Veilane. Se acercó sigilosamente a su
general aprovechando su distracción con Lauren.
La herida del cuello de Lauren se cerró y la sangre se coaguló y
luego desapareció, absorbida por su piel. Su piel se calentó, el color dejó de
ser tan blancuzco y pronto dejó de sudar.
Veilane abrió los ojos para coger aire y sorprendió a Fred a menos
de un metro de su derecha con mirada sedienta y las manos extendidas
hacia él.
- ¿Qué intentabas? - Preguntó alarmado.
- ¿Por qué la cura? - preguntó Fred ignorando la pregunta.
Veilane apartó la mano de la frente de Lauren y se levantó.
- No deseo que sufra... - sintió un mareo y se llevó las manos a la
cara.
Fred miró a Veilane con cierta ansiedad al verle desfallecer y se
acercó a él un paso, pero al recuperar la serenidad su amo, fingió que le
ofrecía ayuda.

273
- Gracias, Fred - susurró Veilane al sentir la helada mano en su
antebrazo. Se apartó bruscamente del espectro. Más que ayudarle, aquel
tacto le hizo sentir aún más débil -. Voy a curarte a ti también.
- No, no señor - se precipitó Fred -. Así seré inmortal. Prefiero ser
como soy. Yo no soy como ellos, llevo siglos siendo un caballero negro.
Formo parte de la corte oscura que defendía los muros de la torre de
Tamalas. Mi alma es negra y mi cuerpo se mantiene íntegro por la magia.
- Como desees - se conformó Veilane mientras se agachaba a tocar
de nuevo la frente de Lauren.
Estaba caliente. Le había devuelto el calor de la vida, pero no
estaba seguro de haberla curado de verdad.
- Levanta - susurró al oído de la joven.
Su voz volvió a obligar su oyente que le obedeciera. Se levantó
como si la guiara alguna fuerza pero no abrió los ojos.
- Despierta - volvió a imperar Veilane, usando su poder.
Lauren abrió los ojos. En principio se extrañó de ver a Veilane
frente a ella, pero no se asustó.
- ¿Dónde estoy? - Dijo, confusa.
Al darse cuenta de su fracaso, pues no había logrado su
resurrección completa, decidió ir al pueblo él solo.
- Tu alma queda libre. Ve donde merezcas pasar el resto de la
eternidad. Y tú Fred, descansa en pa...
- ¡No!, Se lo suplico - el zombie se arrodilló ante Veilane.
Éste frunció el entrecejo, y se extrañó de su conducta.
- No deseo la compañía de una criatura como tú. Me das
escalofríos.
- Pero conozco muy bien este mundo - dijo Fred -. Puedo contarle
muchas cosas de gran utilidad. Fui un soldado, y he recorrido el mundo de
punta a punta.
Laurentia continuaba despierta mirando el campo de cadáveres. La
mujer se miraba las manos, sorprendida, como si no entendiera cómo podía
estar viva. Su rostro reflejaba la luz de la vida y las órbitas de sus ojos
volvían a ser naturales. Al principio Veilane no pudo creerlo, pensó que era
un reflejo de su vida pasada. Luego ella le miró agradecida y comenzó a
llorar.
Veilane se alegró tanto de verla con vida, que pasó por su cabeza
hacer lo mismo con todo su ejército. Era el modo de enmendar el genocidio.
Sin embargo se entristeció al pensar que él mismo había mandado sus almas
al otro mundo antes de curar sus cuerpos. Dudaba que funcionara.

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- Le agradezco mucho... - Lauren se trabó. Ahora podía llorar, y de
hecho lloró tan desesperadamente, que usó una de las túnicas para cubrirse
la cara.
«La pobre ha debido sufrir mucho» - pensó Veilane -, «quizás su familia
murió delante de sus ojos, o su novio o marido, o sus amigos... Quien sabe». Le
puso la mano sobre el hombro, y trató de consolarla.
- Vale, vale, todo ha terminado. ¿Qué pasa?, ¿Has perdido algún
ser querido?
- Torbin - balbució ella -, mi perrito, Lala, Grender, mis padres...
- Veo que has perdido a todos.
La miró bien. Sin duda se había precipitado al suponer que tenía
veinte años. Quizás tenía quince o dieciséis.
- ¿Qué le ha pasado a tus padres?
Lauren levantó la mirada y miró a Veilane desconsolada.
- ¿Quién es usted?, ¿por qué no les devuelve la vida a todos, como
a mí?
Veilane miró el campo de cadáveres. No había nada que deseara
más que salvar a toda aquella gente.
- Lo intentaré. Te devuelvo la vida Fred, quieras o no - le señaló y
Fred soltó un grito de agonía.
Las heridas del espectro sanaron y su cuerpo volvió a ser mortal.
Fred cayó arrodillado y comenzó a sollozar. Acto seguido cogió su propia
daga y se cortó el cuello.
- No merezco una segunda oportunidad... - dijo, agonizante, justo
antes de morir.
- ¡Por los dioses! - exclamó Lauren, horrorizada.
- Me dijo que no quería vivir - se lamentó Veilane -. Parece que no
bromeaba.
Luego se volvió hacia el campo repleto de cadáveres y exclamó con
todas sus fueras.
- ¡Os devuelvo la vida a todos! - su voz hizo eco en la llanura y con
el báculo en la mano contempló atónito, cómo todos y cada uno de aquellos
cadáveres se levantaba con la salud restablecida.

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21

LA ÚLTIMA CENA

La tarde trajo consigo una brisa helada que provenía de las


montañas Sierreth. Melmar se encogió en su túnica mientras caminaba
apoyado en su bastón. Había dejado atrás el bosque... ahora el desierto de
Sachred, y caminaba por un valle abierto. La vegetación no era muy
abundante, pero junto al riachuelo se veían enormes robles, que impedían
ver el caudal del río.
Había caminado una hora y lo único que había encontrado eran las
ruinas de un pueblo, que debió ser abandonado tiempo atrás.
Su bastón le seguía ayudando en la caminata. El palo que agarraba
era un tanto áspero, pero eso no le molestaba. Lo más importante era la
piedra de la garra. Nadie sabía que clase de piedra era esa, pero no tenía ni
un rasguño, y relucía por los rayos del sol al igual que un diamante. La garra
de oro que la esclavizaba parecía sufrir como si agarrara un pedazo de
cuarzo incandescente. Observar aquella reliquia daba una sensación extraña
de poder a su dueño. Parecía simbolizar el sacrificio continuo que exige la
magia para quien decide seguir sus caminos.
No tenía noticias de ningún pueblo por aquella zona, de modo que
se fue planteando la posibilidad de buscar un refugio para la noche. Había
sido un día largo, probablemente el más largo y agotador de toda su estirada
vida. Parecía una broma que aún luciera el sol por el oeste.
Recordó lo que había hecho y sonrió. Lo primero fue engañar a ese
Veilane, que en cierto modo era al que más temía. Pero consiguió que se
ocupara de un montón de espíritus que él no tenía tiempo ni ganas de
comandar. Seguramente ya había terminado con todos ellos o quizás, en el
mejor de los casos, había sido al revés y ya no tendría que preocuparse más
por él. No importaba ya que las posibilidades de ser reclutado por sus
enemigos eran nulas ya que estos estaban todos muertos o maltrechos.
Había conseguido lo que buscaba y era evitar que se uniera a Alaón y
Cabise. Habría sido una catástrofe para él. Había visto claramente en los
signos de los huesos, el resultado de aquel encuentro. Quizás ella lo habría

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convencido para seguirla y se habría cruzado en su camino antes de poder
eliminar al incordio de Alaón. Aquello hubiera sido fatal ya que los huesos
hablaban de su muerte prematura. Se sentía pletórico de orgullo. Había
logrado anticiparse a su destino.
A lo lejos vio una columna de humo. Esto le dio nuevos ánimos y
continuó, aligerando el paso, pues el sol estaba ya a poca altura del poniente.
No sabía por qué, ni qué peligro le esperaba, pero lo tenía un temor extraño.
Podía olerlo, sentía el aroma de la muerte. Se preguntó si Welldrom habría
decidido emprender su caza y eso le preocupó. Siempre pensó que era su
aliado. Respiró profundamente y trato de calibrar el poder que tenía
disponible. Sentía una débil chispa de magia en su interior, parecía volver a
brotar después de haberse exprimido completamente. Podía contar con el
bastón para reaccionar ante ataques físicos, pero el objeto no parecía desear
proporcionarle su poder, por el momento. Daba la impresión de que su
verdadero dueño aún no había muerto porque sentía la madera fría e
incómoda. No se oponía a él, pero no habían unido sus auras mágicas.
Se detuvo y examinó el entorno escrupulosamente. No vio nada
fuera de lo común. Welldrom era el causante de ese desasosiego. Él era el
único que aún podía asustarle. Podía ser que le andaba buscando con su
dragón rojo. Este recuerdo le hizo estremecer. En condiciones normales
solamente Welldrom sería un enemigo formidable, pero en su estado de
agotamiento mágico no podría ni defenderse de un hechizo de manos
ardientes. Además tenía un dragón y siempre temería a los dragones a pesar
de su poder mágico.
No se sentía con ánimos de luchar otra vez. Aligeró el ritmo de su
caminata hacia la casa y no tardó en verla en un pequeño llano cubierto por
un círculo de montañas que lo rodeaba.
No podía dejar de vigilar el cielo y nunca abandonó los lugares
sombreados por los árboles de riachuelo. El bastón avisaba de peligro. Se
estaba iluminando cada vez más, cada vez más brillante y hacía que Melmar
se pusiera cada vez más nervioso.
«Todos los poseedores de este bastón salieron victoriosos de sus contiendas
excepto Nóala» - sonrió. No había razones para temer nada. Aunque
Welldrom sobrevolara la zona con su dragón, nunca daría con él y si lo
encontraba, cada segundo que pasaba se notaba más fuerte, con más poder
para destruirlo a él y a su dragón.
Alcanzó el origen de la columna de humo. Era una cabaña vieja
pero habitada. Había un pequeño huerto a su alrededor. Se veían un par de
gallinas en una caseta destartalada.

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Se acercó a la cabaña, rodeada por un prado, y aligerando el paso se
dirigió a su puerta. Era una casa grande y bien construida. Tenía tres pisos,
contando el último que debía ser el desván.
Llamó a la puerta con los nudillos, y la puerta crujió levemente.
El bastón aumentó su brillo y Melmar preocupado, dijo una palabra
para que se apagara.
Se escucharon pasos que se acercaban a la puerta principal. A pesar
de ser una casa grande, era de madera, y debía tener unos centenares de
años porque estaba llena de líquenes y el suelo crujía por su peso. Todo
parecía quejumbroso y frágil.
La puerta se abrió chirriando exageradamente y apareció detrás un
hombre alto y bien constituido. Su rostro era severo y tenía una larga cicatriz
en su mejilla derecha. Melmar tuvo un escalofrío al ver esos ojos negros.
Parecían los ojos de un ser sin alma.
- ¿Quién es usted? - preguntó el hombre con una mirada
penetrante.
- Me llamo Melmar, soy un viajero que busca cobijo para la noche -
dijo, lo más cortes que pudo -. Déjeme pasar, puedo pagarle generosamente.
El gran hombre le miró de arriba a abajo y sonrió.
- Pase - mostró una extraña dentadura.
- Gracias.
Melmar entró sonriente y examinando el interior de la modesta
vivienda.
- No es muy normal que venga gente por aquí - dijo el hombre de la
cicatriz.
- Ya me imagino. Esto está tan apartado... ¿Vive solo en esta casa?
El hombre le condujo a una sala con chimenea y le pidió que se
sentara.
- No, mi mujer y mi hijo están arriba.
- Tienen ustedes una casa muy grande y bonita - halagó Melmar,
omitiendo el detalle de que cualquier día se vendría abajo.
El hospedador sonrió y le echó una extraña mirada de pies a
cabeza. Su aspecto inspiraba respeto por sus poderosos brazos y su cicatriz,
que le hacía parecer un guerrero de pasadas batallas. Pero al pensar esto,
Melmar tuvo que sonreír. No debía fiarse de las apariencias, era posible que
fuera una buena persona.
- Sí, su antiguo dueño era muy trabajador - dijo sonriendo el
hombre, con un extraño sentido del humor.

279
Melmar sonrió por inercia sin saber por que se reía. Por el pasillo se
oyeron pasos de dos personas que se acercaban. No tardaron en aparecer
por la puerta de la sala. Era una mujer rechoncha con los mofletes
enrojecidos y un adolescente con cara de búho y mirada perdida. Sus ojos
resaltaban sobre el resto de sus rasgos. Además la piel de su rostro estaba
grasienta y tenía multitud de granos infectados en la nariz y en la frente.
- Hola - dijo Melmar tratando de ser amable, en contra de lo que
deseaba. Solo necesitaba refugio y un lugar donde descansar unas horas.
- ¿Quién es este? - preguntó la mujer -. Sedar, eres un estúpido, ¿no
ves que es muy delgado? Además parece que lleva semanas sin comer.
- ¡Calla! - gritó inesperadamente el hombre -, es un viajero a quien
nadie hecha de menos.
Melmar sintió un aguijonazo en el alma al oír aquello. Recordó el
destello del bastón al acercarse a aquella casa y a alguien con poderes
mágicos aproximándose a él. La sonrisa condescendiente desapareció de su
rostro al empezar a dudar sobre quién estaba avisándole el bastón, si de su
perseguidor, de esa familia o de ambos.
- Bueno - dijo el adolescente-, pero no durará mucho.
La mujer le dio un codazo, y sonrió al Melmar de forma que parecía
que coqueteaba con él. El hechicero sintió unas repentinas ganas de vomitar
de solo imaginar lo que se le estaba pasando por la cabeza a esa mujer. «Qué
casa de locos. El único aparentemente normal es el tal Sedar y es el que más me pone
los pelos de punta porque no parece tonto como los otros».
- ¿Quiere comer? - preguntó la mofletuda mujer, sonriendo y
enseñando sus dientes negros.
- Sí, no estaría mal.
Sedar le agarró del antebrazo y le condujo a la cocina de forma
brusca. Melmar tuvo el impulso de soltarse y atravesar su garganta con la
daga que siempre llevaba escondida, pero necesitaba comer algo. Estaba
desfallecido. Pensó que sería mejor mantener la calma de momento. Al
parecer la cocina tenía una mesa y le hizo sentarse bruscamente en una
banqueta.
Gustoso, se sentó. Dejó el bastón apoyado en la pared a una
distancia prudente donde podía cogerlo con solo estirar el brazo. El chaval
de ojos saltones miró con cierta ansia el cristal de la punta. A decir verdad, la
piedra que tenía era de una belleza fuera de lo común y despertaba la
codicia de los niños y los ladrones. Los adultos tenían más sentido común,
por lo general, y no se acercaban a ella.

280
El nigromante sonrió al pensar en lo que le esperaba si llegaba a
tocar el bastón. Sus anfitriones sonrieron, excepto el hombretón, que se
apresuró en encender el aceite de la cocina para calentarlo en un pequeño
puchero.
- Nosotros no le acompañamos por que ya comimos hace poco.
- No se preocupe - se desentendió Melmar de la mujer.
El chico siguió mirando el bastón y se acercó a él disimuladamente.
- ¿A qué se dedica? - preguntó la rechoncha mujer.
- Soy... mago.
- ¿Cómo? - preguntó extrañada la mujer -, ¿Qué clase de trabajo es
ese?
- Verá,... existen más profesiones que la de labrador y ganadero.
Aunque no he visto que ustedes tengan huertos ni rebaños.
- Mujer, déjalo comer tranquilo - se enfureció Sedar.
- Entonces, ¿qué hace aquí? - preguntó el niño.
Melmar se impacientó. No le agradaban las preguntas y sentía
hambre.
- Verá, se acercaba la noche, y hacía demasiado frío para dormir
bajo un árbol. Yo venía de Kalmensi cuan...
- ¿Kalmensi? - interrumpió el chaval.
- Sí - dijo enfadado Melmar, por la interrupción. La educación
brillaba por su ausencia en aquella casa.
- ¿Sabe alguien que está aquí? - preguntó la mujer. Aunque le
faltaba su visión de elfo, Melmar detectó cierta ansiedad en la pregunta.
Aquel cuerpo tenía ciertas ventajas pero extrañaba cada día más poder ver
las auras de las personas.
- Puede que una persona, aunque preferiría que no lo supiera - al
decir eso disfrutó de la repentina alegría que demostraron todos al decir eso.
Sus miradas se hicieron codiciosas y Melmar empezó a sospechar que
tendría que deshacerse de ellos cuando terminara de cenar. El peligro le
excitó y la perspectiva de matarlos a los tres le abrió el apetito. No se
consideraba un asesino sin escrúpulos, pero sospechaba que ellos sí lo eran,
por lo que no tendría remordimiento alguno después de matarlos.
El muchacho alargó la mano en un descuido de Melmar y rozó el
bastón.
- ¡Ah! - Gritó, al notar una descarga en sus dedos -. Mama, papa me
he quemado.
La mujer se acercó a él haciendo besos al aire y consolando a su
hijo.

281
- Ea, ea, no ha sido nada. ¿Pero qué has tocado?
- Nada, nada - se apresuró a decir.
Melmar sonrió y esto hizo que el muchacho le echara una mirada
repleta de odio. Era una familia patética, sentiría una satisfacción inmensa al
librar al mundo de aquella gente. La comida estaba caliente. Parecían
garbanzos con carne de pollo u otro tipo de carne de sabor exquisito. Se la
sirvieron en un plato hondo y le dieron una cuchara de madera un tanto
sucia.
La probó y asintió con la cabeza.
- Esta bueno - dijo -, ¿Qué es?
- Garbanzos con espinazo - dijo la mujer.
- ¿De qué?
- De... - la mujer pensó un rato -, de... lobo eso es, de lobo.
Su hijo sonrió y la mujer suspiró como aliviada.
- Nunca lo había probado. Está bueno.
Continuó a lo suyo que era comer. Los garbanzos estaban
demasiado blandos, y la carne también, pero estaba exquisita. Aunque con el
hambre que tenía cualquier alimento le habría parecido un manjar de los
dioses. Terminó el plato y restregó algo de pan por su superficie.
- ¿Quiere más? - pregunto Sedar.
- No sé, sería demasiado pedir. Bueno sí, llénelo. Estoy hambriento.
La mujer y el hijo le miraron con ansiedad. Así se comió el segundo
plato. Tragando como si fuera la última comida de su vida. Después de todo,
había sido el mejor día de su existencia. Tenía que celebrarlo de alguna
manera. Al terminar el segundo, Sedar le ofreció los restos del puchero, y
volvió a aceptar con menos reparo.
- Vaya, tenía usted hambre - dijo el muchacho.
- Fíjate, no me extraña. Está en los huesos - apuntó la mujer.
Melmar hincó la cuchara en el último plato, y comió y comió hasta
que solo quedaban unos huesos con algo de carne. Su estómago estaba a
punto de reventar y no se atrevió a aprovechar los rollos de carne, que
debían ser los últimos trozos de la cola de lobo.
Cogió el vaso de agua y lo bebió de un trago. Se limpió con un
pañuelo suyo y miró con cierta gula los rollitos de carne. Asió uno y lo
olisqueó. Lo miró por todos los lados, y vio que tenía un aspecto delicioso.
Hincó el diente, y arrancó unas tiras de carne dura. Parecían
tendones, pero no podía asegurarlo. Aun así, lo saboreó con bastante gusto.
Mordisqueó y mordisqueó, hasta que llegó al extremo final de la cola. Metió
en la boca el hueso más pequeño y su lengua se tropezó con un hueso largo

282
y puntiagudo, y con una especie de costra dura. Sacó ambas cosas de la
boca y las miró por curiosidad.
El hueso estaba limpio, pues la carne se había separado muy
fácilmente de él al estar cocida. En cambio la costra, tenía una forma curiosa:
Era como una escama de reptil del tamaño de una uña. ¿Pero qué hacía en
un lobo, una escama?
- ¿No desea fruta? - dijo la mujer con amabilidad y nerviosismo.
Le arrancó de la mano el pedazo de costra, y lo tiró inmediatamente
por la ventana. Arrojó el plato de madera de Melmar a un cubo lleno y cogió
a su hijo por la oreja para sacarle fuera de la cocina. Sedar cogió un par de
manzanas y se las dio a Melmar.
«Qué gente más curiosa» - se dijo Melmar. Desde que había llegado
no habían hecho más que cosas raras. El único aparentemente normal era el
hombre, aunque no daba mucha confianza. «En cuanto termine de comer, me
voy. Nunca se sabe lo que puede pasar con gente tan imprevisible... ».
Se atragantó al recordar un detalle. Aquel extremo terminal de la
cola de lobo tenía algo duro como una uña. Al ver el resto del cocido,
encontró en el fondo de la cazuela varias colas semejante... igual de largas.
Al ver los trozos juntos supo que no eran el extremo final de una cola de
lobo sino los dedos de una mano humana.
Se levantó precipitadamente y Sedar le miró con sorpresa.
- ¿Qué le pasa?
- No me ha sentado bien la comida - dijo, rascándose el estomago.
El hombretón arqueó las cejas. Melmar se asustó, y cogió el bastón
de Melendil interponiéndolo entre él y el hombre.
- La comida estaba deliciosa. Pero creo que no era carne de lobo.
Al decir esto, se escuchó un grito ahogado desde el pasillo. Sedar se
cruzó de brazos y sonrió. Su cara parecía salida de los círculos infernales.
Era imposible encontrar más malicia en una sonrisa.
Como respuesta, Melmar sonrió más aun.
- ¿A no? - dijo Sedar con cierta chulería.
- No - aclaró Melmar haciéndose el inocente -. Verá, creo que no me
he presentado.
- Sí, lo ha hecho. Es usted Melmar, un viajero que, me imagino,
busca encontrar la sabiduría con las hierbas del campo, debe ser uno de esos
excéntricos sanadores vagabundos. Créame, yo también he viajado mucho.
- Bueno, será mejor que le aclare que soy un viajero que ya ha
encontrado la sabiduría.

283
- ¿A sí? Entonces respóndame - preguntó Sedar, con sorna - ¿Quién
soy yo?
La faz de Melmar se ensombreció. Se escucharon las fuertes pisadas
de la mujer y el niño, que subían precipitadamente al piso de arriba.
- Eso no me importa - respondió secamente.
Sedar rió. Era una risa silenciosa y su cara apenas de deformaba.
Era una sonrisa escalofriante, extraña, oculta. No se podía decir a ciencia
cierta si era por simpatía o porque estaba a punto de atacarle.
- Soy el erudito Melmar. Único Mago oscuro existente en el mundo.
- ¿Qué? Oh, es una lástima que sea el último. Y es usted tan joven,...
¿qué edad tiene?
- Diecinueve - aclaró Melmar sonriente.
Sedar se había estado acercando al mago y tenía las manos atrás.
Todo lo que se le ocurría a Melmar eran formas de matar a esa gente y
destruir todas sus propiedades en cuanto se alejara lo suficiente de la casa.
Cogió el bastón y lo sujetó con ambas manos entre él y Sedar.
- ¿No sabe quien soy yo? - volvió a preguntar el hombretón,
deseoso de contárselo.
- Hombre muerto - amenazó Melmar -, si no deja de mirarme de
esa forma. Además de eso son una familia de caníbales. No necesito saber
más.
- Pero eso lo somos los dos. Recuerde que usted comió con apetito
la mano y el espinazo de otro... viajero. ¿Quién soy?, Por favor sea más
especificativo.
Le hipnotizaba con su voz. Le asustaba la extraña confianza en sí
mismo que tenía aquel hombre.
- Debe de ser un sacerdote de Neit o un dios menor del mal.
- ¿Cómo?, ¿pero qué idioteces dice? no soy creyente.
Se le hizo un nudo en la garganta al oír esto. Se había acercado
tanto, que a un mínimo movimiento podía fulminarlo con su bastón. Pero de
repente no podía matarlo, le caía bien. O al menos, le gustaba su estilo.
Pensó que sería un buen aliado, si no tuviera la certeza de que nunca
aceptaría un encargo así. Tenía todo para ser un mercenario que le hiciera
sus encargos: fuerza, astucia y sobre todo falta de escrúpulos y confianza en
sí mismo.
- ¿Acaso eres mi verdugo? - bromeó Melmar con una sonrisa
complaciente.
Sedar levantó la mirada un instante y volvió a mirar a Melmar.
- Ay... casi acierta - su voz se había reducido a un susurro.

284
- Entonces me temo que no sé quien es.
Melmar estiró el brazo para golpearle con su bastón, pero con una
agilidad asombrosa Sedar evitó el golpe y levantó su mano derecha dejando
a la vista de Melmar un enorme cuchillo que bajaba rápidamente a su
vientre.
- ¡¡Soy tu carnicero!! - gritó con un rictus de furia animal -.
Bienvenido a tu matadero.
Melmar dio un salto atrás y tropezó con su banqueta. Sus piernas
apenas lograron reaccionar pero, por suerte, logró evitar la trayectoria
mortal del cuchillo.
La puñalada cayó sobre la mesa, la fortaleza de Sedar le permitió
desclavar el cuchillo en un instante y volver a abalanzarse sobre el
nigromante.
- «Fluviak» - dijo Melmar aterrado. Deseó tener todas sus fuerzas, no
solo las mágicas, ya que su cuerpo seguía muy débil por todo el esfuerzo
que había hecho ese día.
Sedar rebotó a poca distancia de Melmar y se estrelló contra el
techo de la casa. Cayó e inmediatamente se levanto con la mirada
enloquecida. Parecía incapaz de entender qué le había pasado.
- Tranquilo - repuso, recuperando cierta calma -, ¿Cómo diablos ha
hecho eso?, ¿es mago de verdad?
Melmar se levantó más en su sitio y se frotó la túnica para quitarse
el polvo y la tierra del suelo.
- Suelte ese cuchillo, por favor - ordenó.
- Bien, bien.
Sedar soltó el cuchillo y se acercó a Melmar con curiosidad y con
aspecto temeroso.
- ¿Lo ha hecho gracias al bastón?
- No, ya le he dicho que ya he encontrado la sabiduría.
Sedar apoyó las manos en la mesa, y miró con curiosidad la piedra
del bastón, que relucía misteriosamente. Melmar se tranquilizó. Pero Sedar
le tiró la mesa encima sin que apenas pudiera relajarse un poco. Le golpeó
en la cabeza y le hizo soltar el bastón.
La velocidad con la que se movía Sedar era tal, que mientras la
mesa le golpeaba y le hacía soltar el bastón, corrió hacia él y pisó el báculo.
Al tocarlo con su robusta bota, no sintió los aguijonazos de la magia. Sin el
poder del cayado, aun poseía bastante arte, pero eso Sedar lo desconocía y
eso le hizo confiarse. Le agarró por la capucha de su túnica y le levanto
cogiéndole con la otra mano por el cuello impidiéndole respirar ni hablar.

285
- Si fuera su verdugo, le mataría y luego le enterraría. Pero eso sería
un desperdicio, ¿no cree?
Entre tanto Melmar se resistió pegando patadas y puñetazos al
hombretón, pero aparentemente no le hacían daño.
- ¿Vamos a ver la despensa? Sí, a todos les gusta ver donde van a
pasar las últimas minutos de su vida. Les doy tiempo a rezar y a pedir a sus
dioses que les perdonen sus pecados. Así la carne sabe mejor, más dulce,
cuando su corazón deja de latir y ellos se sienten en paz al morir.
Melmar estiró la mano y ordenó telepáticamente al bastón que
fuera a él. Sin embargo Sedar lo tenía pisado, y no podía moverse.
Al sentir la presión bajo su pie, le soltó de la túnica y puso la mesa
encima del bastón sin soltarle el cuello a Melmar. Al soltar de un lado,
estuvo a punto de ahogar a la presa con su brazo. Melmar sintió terror. No
podía formular un hechizo, apenas podía respirar, estaba a su merced y ese
maldito sabía perfectamente que no debía permitirle decir una palabra más.
Miedo, impotencia, ansiedad, odio... todo ello ocupó las entrañas
del erudito. No podía hablar y la fuerza de aquel hombre terminaría
estrangulándolo en poco tiempo. Ahora comprendía el destello de su bastón
al llegar a aquella casa.
Sedar le llevó a una bodega, cargándole sin apenas esfuerzo, y
encendió una vela sin soltarle del cuello, aunque con cierta seguridad de
mantenerle con vida... momentáneamente. La luz ocupó toda la oscuridad y
aparecieron unos cuerpos desnudos colgados por unos ganchos que les
atravesaban las mandíbulas. Estaban cubiertos por un polvillo blanco que
debía de ser sal. El vientre les había sido desocupado, y ahora parecían
conejos pelados y preparados para conservarse por largo tiempo. A algunos
les faltaban trozos enormes de modo que solo quedaba de ellos la cabeza y la
mitad derecha del pecho.
Horrorizado Melmar pataleó y pegó con todas sus fuerzas, pero
solo conseguía que Sedar apretara más y más su garganta. Ni siquiera le
temblaba el brazo por el esfuerzo de mantenerle en vilo. Ahora era
comprensible la cicatriz que tenía en la cara. Alguien debió atizarle fuerte.
Había hombres colgados más fuertes que Melmar, e incluso aparentemente
más robustos que Sedar, de modo que por mucho que peleara, sabía que
nunca podría competir con él en fortaleza.
- Paciencia maguito - dijo su carnicero con inquietante tranquilidad.
Trató de hablar, pero la presión de su cuerpo sobre sus mandíbulas
se lo impedía totalmente. Sedar le tenía cogido tan bien, que ni podía
soltarse, ni ahogarse.

286
- ¿Sabes por qué les enganché por el mentón? Para que no griten
mientras les limpio los asquerosos órganos del pecho y del vientre. Me
imagino que es doloroso, y yo también gritaría, ¿sabes?
La sangre no subió por un instante a su cabeza. Creyó desmayarse,
pero se obligó a sí mismo a mantener la consciencia, si no lo hacía moriría
sin remedio. Se había desecho de los seres más poderosos del mundo y
ahora no podía hacer nada para deshacerse de un loco caníbal.
Sedar cogió un gancho de un cajón y lo colgó en la barra donde
estaban los demás colgados. Melmar se concentró para mover algo
contundente con su mente y lanzárselo contra la cabeza del carnicero, pero
todo lo que había era un enorme mueble junto a una pared hecha de
pedruscos. Era muy grande para levantarlo y estaba demasiado aterrado
para concentrarse y hacerlo caer por telekinesia. Sedar miró a Melmar con
una sonrisa y le hizo mirar el gancho que acababa de colgar.
- Verás me encanta quitárselos mientras están vivos - le explicó
señalando las vísceras de otra de sus víctimas -, porque si dejo el corazón el
último, terminan desangrándose sin que tengamos que aguantar el sabor de
la sangre en la comida. Además pongo ese cuenco debajo para recoger los
cuatro o cinco litros de sangre que tenéis, es deliciosa mezclada con arroz.
Me la compran a buen precio en el mercadillo.
Le levantó hasta la altura del gancho. Melmar pataleó con todas sus
fuerzas aunque era consciente de que no podría con él. Le golpeó una y otra
vez en la cara y en el cuello, pero parecía un muro de hierro. No se inmutaba
por mucho que le golpease.
Se le ocurrió golpearle en sus partes sensibles, pero las primeras
patadas fallaron y las que iban mejor dirigidas fueron paradas por la otra
mano del asesino. El gancho estaba oxidado, pero bastante afilado. Parecía el
anzuelo para un pez gigante, ese era el final, todos sus esfuerzos habían
servido para terminar siendo carne para que unos caníbales vivieran en
invierno. El filo del gancho le tocó la barbilla. Sedar le soltó bruscamente y
se escuchó un crujido similar al de un trozo de pan tierno al partirse. Que
final tan desolador. No podía acabar así. Rezó a Alastor mientras veía
aproximarse el gancho a su gaznate. «Sálvame y seré tu eterno servidor hasta el
fin de mis días. Lo juro».

El chico observaba con ojos ansiosos la laboriosidad con la que


trabajaba su padre. No podía creer que lo hiciera tan natural, como si no
fuera excitante y satisfactorio quitarle la vida a otro ser humano. Tenía solo
quince años pero estaba deseando ser más grande y fuerte que su padre.

287
Sedar miraba a su víctima con aquella hipnotizante mirada entre
piedad y desprecio. El mago dejó de luchar y le sostuvo la mirada un
instante. Baltasar, que así se llama, admiró a su padre por tener semejante
fortaleza de carácter como para poder mirar a sus víctimas de esa manera,
sin importarle en absoluto que estaba destruyendo toda una vida.
El nigromante continuo pataleando, pero con mucha menos fuerza.
El fuerte brazo de su padre colocó el mentón del mago por encima del
gancho y luego simplemente lo soltó. El sonido fue crujiente, como si
hubiera atravesado carne y hueso. El gancho debió atravesarle el paladar y
por ello ni siquiera pudo intentar gritar. La sangre comenzó a escurrírsele
por el cuello. La víctima debía sentir el horrible sabor metálico deslizándose
por su garganta hacia su estómago. Sentiría que ese era el sabor de la muerte
y poco a poco se iría dando cuenta de que era su fin. Mientras pensaba todo
eso, Sedar le había atado los pies y las manos para que no pudiera forcejear
más. Las cuerdas eran ásperas y gruesas, nunca lograría soltarse de ellas.
Su padre se sentó en el suelo y se secó el sudor con un paño
negruzco. Parecía disfrutar del descanso. Cada segundo que pasaba colgado
el cuerpo del hechicero para Baltasar era un instante glorioso. Sus padres no
tenían creencias de ningún tipo pero él pensaba que todo lo que se comía se
asimilaba. Si ese hombre era un buen mago, quizás, al comerlo el también lo
sería. Estaba deseando que muriera para probar un pedacito. Aquel gancho
le impedía hablar, y las cuerdas impedían que se moviera. Sin embargo no se
estaba muriendo, aunque alguien lo soltarse solo le quedaría una cicatriz
bajo la barbilla y podría vivir colgado durante horas, incluso días, lo había
visto otras veces. Uno había sobrevivido horas sin los intestinos. Su padre
fue especialmente rudo con él porque éste le había golpeado sin piedad y
estuvo a punto de matarlo. A pesar de todo su padre lo aguantaba todo y
pudo levantarse cuando el soldado le daba por muerto. Ese fue su error ya
que no esperaba recibir el golpe de un martillo en la cabeza y así su padre
pudo reducirlo y colgarlo antes de que pudiera despertar. A raíz de aquel
día, el rostro de su padre había quedado marcado. Admiraba su temple, la
ceremoniosidad que le daba a sus ejecuciones. Por ello siempre era
espectador de primera fila de su trabajo.
Su madre apareció por la puerta y se acercó para valorar la presa.
- Espero que sus escasas carnes sean deliciosas - dijo -. Al menos no
tendrá tanta grasa.
El recién colgado miró a la mujer, suplicante. No podía mover las
manos, ni intentar soltarse, aunque si hubiera podido no sería capaz ya que
no podría soportar el dolor si él mismo tuviera que luchar por librarse del

288
gancho. Baltasar sintió asco por él cuando en sus ojos vio desesperación y
algo así como cariño y respeto hacia él y su madre. ¿Acaso pensaba que ellos
dos iban a descolgarlo? Qué ingenuo.
- Mira Sedar. Aun quiere que le descolguemos, qué lastima, parece
tan inocente.
El hombretón miró complacido a su víctima. Se dio la vuelta y fue a
coger los cuchillos de destripe, para quitarle los órganos vitales. Abrió el
cajón, y vio que había tres cuchillos llenos de sangre seca. Tenían forma de
luna creciente.
La rechoncha mujer gritó su nombre, Baltasar ya que no sabía que
estaba escondido en las sombras del pasillo. Se dejó ver, ansioso por ver
finalizar el espectáculo. Su padre cogió dos cuchillos y los frotó uno contra
otro haciendo saltar chispas. La víctima seguía mirando ansiosa a los
espectadores pero éstos se regocijaban en su dolor. Suplicaba piedad con la
mirada, parecía que quería decirles algo, pero los tres sabían que nunca más
hablaría.
Sedar sonrió. Baltasar sonrió por inercia aunque en todos los años
que llevaba viendo las ejecuciones, nunca había visto sonreír a su padre. Una
vez le vio hacerlo a él, excitado por la visión de vísceras y le propinó un
bofetón. Le regañó severamente diciéndole que debían ser más respetuosos
con los que les daban de comer. A su padre no le gustaba mucho hacer sufrir
a la gente, se limitaba a hacer su trabajo para que la comida se conservase
mejor. Por esa razón, ver sonreír a su padre le asustó. Esperaba recibir una
reprimenda por reír como él. Sin embargo no pasó nada aunque sonriera.
La mujer le remangó el brazo al mago y lo apretó con sus manos
para averiguar la calidad de la carne. A esas alturas, la víctima no tenía
fuerzas ni para moverse. A juzgar por la expresión de triunfo de la mujer,
debía ser buena calidad.
- Esta será la última víctima - dijo Sedar.
- ¿Qué? - protestó Baltasar -, me dijiste que después de este me
dejarías a mí limpiarlos.
- No creo que puedas limpiar al siguiente.
- Sedar - regañó la mujer -, ¿qué te ocurre? ¿Te han trastornado con
los golpes?
- Cállate puerca - replicó él, mirándola con desprecio y asco.
La mujer y el niño se acurrucaron uno contra otro y miraron con
temor al hombretón.
- ¿Quieres despellejar a mi próxima pieza? - le ofreció a Baltasar.

289
Se acercó a los dos y les miró con evidente asco. Levantó los
grandes cuchillos y se los mostró a poquísima distancia de la cara.
- Tu madre será la privilegiada.
Dicho esto, cortó con uno de los cuchillos el cuello de la mujer. La
sangre salió a borbotones por el corte y cayó redonda al suelo.
- Pa... pa... ppaa - el chaval se quedó blanco. Vio, estupefacto y
aterrado como la sangre salía a del cuello de su madre y cubría todo el suelo.
- Vamos hijo. Despelléjala - le puso uno de los cuchillos en la mano
y el chico ni siquiera lo sostuvo. El metal retumbó al golpear el suelo y las
retinas de Baltasar solamente veían la mirada vidriosa de su madre mientras
la sangre y la vida se escapaban de entre sus dedos, sin remedio.
- ¿Pero qué has hecho? ¡Es mama!
El muchacho se puso a llorar al verse empapado por la sangre de su
madre y trató de animarla para que aguantara. Sin embargo apenas tenía
voz ya que sabía que no se podía hacer nada.
- Mama. No puedes morir, vamos levanta...
- Me sorprende que tengas sentimientos - dijo Sedar -. Creí que
disfrutarías con tu víctima.
- ¡¡Asesino!! - gritó -, has matado a mama.
- ¿Qué más da?, ¿No querías más víctimas? Deberías agradecerme
que te concediera el honor de ocuparte de ella. La pobre da más asco que tú.
Los ojos del nigromante, colgado del gancho, se empañaron en
lágrimas y tembló al ver el espectáculo que presenciaban sus ojos en esos
agónicos momentos. El chico miró con odio a su padre. No era el mismo,
aquel hombre de negro le había cambiado. Claro, era un mago... Pero, ¿por
qué lloraba ese desgraciado al ver como moría su madre?
- Esta bien. Déjame acabar con ese - se ofreció el chico, tembloroso,
tratando de vengarse de quien consideraba culpable.
Sedar miró a Melmar y después a su hijo.
- Toma - le volvió a dar uno de los cuchillos y se alejó
prudencialmente de él.
El chico se acercó al nigromante y con todo su odio se lo clavó en el
vientre. Luego tiró de él hacia arriba y lo giró en sus entrañas, guiado por la
ira más visceral. Le apuñaló una y otra vez hasta que se vio empapado de su
sangre, hasta que dejó de respirar, hasta que sintió su última exhalación. Le
insertó el filo en su cuerpo hasta que los ojos del nigromante quedaron en
blanco y se cerraron. Baltasar deseo que no muriera tan pronto, quería
hacerle sufrir, no soportaba ver que ese maldito miserable llorara por su
madre mientras su propio padre la odiaba.

290
Soltó el cuchillo y lo dejó clavado en su vientre. Y cayó de rodillas
mientras miraba de hito en hito a su madre y al cadáver colgado.
- ¿Sabes a quien has matado? - preguntó Sedar, burlón.
- Sí, a un asqueroso viajero que te ha enloquecido.
Sedar soltó una carcajada. Parecía muy feliz. Demasiado feliz. El
chico se dio la vuelta y le miró, sorprendido.
- No - dijo -, ese al que has matado...
Sedar no pudo continuar por las carcajadas. No había soltado su
chuchillo, de manera que el muchacho se asustó.
- Ese al que has matado era tu padre.
Entonces, su "padre" le atravesó la garganta al igual que le hizo a su
madre. El poco tiempo que le quedó de vida, Baltasar no tuvo tiempo de
comprender lo que había pasado.

El muchacho nunca llegó a entender, en su embotado cerebro, que


Melmar había logrado cambiarse de cuerpo justo antes de ser colgado en
aquel gancho y ahora ocupaba el cuerpo de su padre.
- Solo recoges lo que se siembras - le dijo Sedar, serio y asqueado
por la abundancia de sangre que tenía a su alrededor.
Se acercó al cuerpo del nigromante, su anterior carcasa mortal y
dejó de reír.
- Mi túnica. Es una pena, pero a cambio tengo un cuerpo hecho a mi
medida. Fuerte como un toro.
Dio un enorme salto y tocó con sus palmas la superficie del techo,
que debía estar a más de dos metros de altura. Cayó con mucha agilidad,
flexionando las piernas y gozando de la potencia de su musculatura y dio
una patada al cadáver del repelente chico.
- Gracias... Nóala. Si no hubiera sido por ti, estaría ahí colgado. Ya
no necesito la Gema verde de Nabucadeser para el cambio de cuerpo... -
miró al techo y cerró los ojos -. Gracias Alastor, has escuchado mi llamada.
Nunca te decepcionaré.
Apretó el puño y tensó los músculos del brazo. Realmente se sentía
fuerte y además, poco a poco el poder regresaba a él. Estaba pletórico, sabía
que no se repetiría un día como ese en su vida.

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22

ALIANZAS

- ¡Qué asco! - dijo Melmar, al intentar quitar la túnica al pobre


Ashtor, que estaba enganchado por la mandíbula, y colgaba como un animal
en la carnicería.
«Esto no puede serme útil» - se dijo. Quería llevar su túnica, pero ya
empezaba a apestar a fiambre en aquel sótano.
Salió tapándose la nariz con un trapo y subió a la cocina para coger
su bastón.
Aun estaba emocionado por su nueva fortaleza física. Con esos
músculos podía tumbar un muro con un simple arranque de cólera. De una
patada recia podría matar a un hombre corpulento. Salió al pasillo y abrió la
puerta de la cocina.
Allí estaba el ansiado bastón. Con la mesa encima.
- Pom, pom, pom.
Era la puerta de la casa. Había sonado tan fuerte que hizo pegar un
salto a Melmar, por el sobresalto. Se miró la camisa que llevaba y estaba
empapada de sangre. No podía abrir con ese aspecto.
- Pom, pom.
«Sea quien sea no durará tres minutos más» - se dijo enojado.
Fue al pasillo y cerró la puerta de la cocina para ocultar el desorden.
Abrió la puerta, escondiendo el bastón en la mano que había tras
ella, y al ver quien era abrió los ojos hasta los límites.
- Hola, buenas - dijo el individuo -. ¿Ha visto por aquí a...
Le miró las manchas de la camisa y de las manos y carraspeó.
- Dígame, ¿Ha visto a un hombre vestido de negro?
Melmar se dio cuenta de que le buscaba a él. Ese maldito Welldrom
le había encontrado, pero afortunadamente no sabía que estaba escondido
tras un rostro como ese.

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- ¿De negro? - repitió el aludido.
- Sí. ¡Oh!, Perdone, me llamo Welldrom Segard.
- ¿Ah sí? - Melmar sonrió.
- No le ha visto.
Welldrom vestía la armadura Saphónica y la susodicha túnica roja
de los magos neutrales. No parecía muy peligroso. Era un elfo, como él lo
había sido, y su estatura no era muy alta. Además era sumamente delgado.
Aun así sus enormes ojos de elfo inspiraban desconfianza.
- No le he visto - dijo.
- Bien, entonces disculpe por haberle molestado.
- No me ha molestado, de hecho jamás pensé que podría existir días
tan maravillosos.
Welldrom se extrañó por esa actitud tan alegre.
- ¿Cómo dice?
- Nada, solo quiero invitarle a comer algo.
- No gracias, debo seguir buscando.
- Insisto.
Welldrom arqueó las cejas. Volvió a mirar las manchas de sangre y
se llevó una mano a uno de los bolsillos de su túnica. Sin duda estaba
preparando algún conjuro de defensa.
- Está bien. Si no hay más remedio.
Ambos se introdujeron en la casa y un instante después una sombra
pasó sobre ellos.

Le condujo al salón de la chimenea y le obligó a sentarse con ruda


cortesía.
Melmar pensó que había algo que no encajaba. Si tenía visión elfa,
podía ver su aura, su calor ¿Cómo no le había reconocido? Quizás no emitía
muestras de su inmenso poder en aquel cuerpo o podía ser porque aún se
estaba reponiendo de su día tan duro. El último conjuro lo había hecho con
la poca magia que tenía y le había consumido todo su maná espiritual. Eso o
quizás Welldrom estaba fingiendo.
- Solo estaré un instante, tengo que buscar a esa persona. Es de vital
importancia.
- ¿Por qué?, ¿qué ha hecho?
- Nada.
- No se lo diré a nadie.
- Vive sólo, ¿verdad? - dijo Well.

295
- Sí. Me ha pillado justo cuando mataba un cerdo. Ha sido muy
oportuno, ¿sabe?
- No quiero que se estropee, será mejor que me vaya.
- Si se va, podría soliviantarme.
Well miró a Melmar ocultando cierto temor, pero haciendo
evidente que empezaba a asustarse. Así y todo, no demostró perder el
control. Melmar trató de ver sus pensamientos pero ni tenía poder mágico
para hacerlo ni Welldrom dejaba penetrar en su mente tan fácilmente.
- Me importa poco si se enfada o no. Tengo que buscar a ese
nigromante para salvarle. Está muy cansado y necesita mucho reposo, soy el
único que puede ayudarle.
Melmar se sorprendió. Quizás no pretendía matarle, sino ayudarle
de verdad. Después de todo, sabía que el Mago no estaba loco y no se
enfrentaría a él solo.
- Dejémonos de historias - dijo Well -. Sé que está aquí. Siento su
presencia.
- ¿Siente su presencia? - se sorprendió Melmar.
- Sí.
El sorprendido se rió. No quería desvelarle su nueva identidad
hasta no estar seguro de que realmente estaba a su lado.
- Tiene razón. Acabo de despachar a un individuo que coincide con
sus características.
Well se levantó alarmado.
- Miente. Aun vive, estoy seguro.
- ¿Quién ha dicho que haya muerto? ¿A qué viene tanto interés en
ayudarle?
- No le importa. Lléveme a donde quiera que esté.
- Como quiera - susurró Melmar al mismo tiempo que le invitaba a
salir de la sala -. Está en el sótano.
Well se dirigió hacia allá y abrió la puerta del lugar a toda prisa.
Bajó las escaleras con precaución, e iluminó la estancia subterránea con un
medallón.
Melmar entre tanto esperó arriba. Disfrutaba imaginando la
reacción de Well. Quizás gritaría de la impresión o bien no tendría fuerzas
para hacerlo. Pensó en lo que él haría si se viera en la misma situación, y
sonrió al sentir su piel al erizarse de terror.
A pesar de sus deseos, no se oyó ningún grito ni de lamento, ni de
victoria. Well subió aparentemente tranquilo, sonriendo.
- ¿Qué tiene tanta gracia? - curioseó Melmar.

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- Sabía que estabas vivo, pero no podía creer que te cambiaras por
un pueblerino como este. Ahora lo entiendo.
- Oh, ¿Qué quieres decir?
- Nada. Ese otro cuerpo era un enclenque. Me alegro de que te
buscaras un cuerpo imponente.
Melmar no supo interpretar su conducta. ¿Por qué reía? ¿Estaba con
él o en contra de él?
- Es una pena, querido amigo. Las mujeres se asustarán al verte. No
te comerás una rosca.
Soltó una carcajada al señalarle la fea cicatriz del rostro.
- Sí pero mi fuerza es admirable. Y no tuve más remedio que
cambiarme por él, era una situación delicada que no esperaba.
Well se puso serio de repente. Parecía que iba a decir algo muy
importante.
- He visto las señales y he notado que ha habido una gran alteración
en la magia. Nóala y Alaón están muertos, ¿no es cierto? Además, aunque no
tienes demasiadas fuerzas ahora, siento que tu poder se ha vuelto... temible.
Melmar no confió en él. Pero creyó conveniente no contrariarle, de
modo que sonrió.
- Eres un buen adivinador.
- Permíteme recordarte la oferta que nos hiciste a los magos
neutrales. Dijiste que solo enseñarías a uno y solo quedo yo. Desearía ser tu
discípulo.
No parecía muy convincente, aunque Well no tenía aspecto de
mentir. Nunca podía predecir lo que aquel bribón de elfo pensaba. Sin
embargo no le agradaba la idea de estar solo en los primeros compases de su
hegemonía arcana. Ahora era el erudito más poderoso de Cybilin no podía
confiar en nadie... aunque quizás Well era sincero. O quizás estaba siguiendo
el dicho de "ten a tus amigos cerca, pero a tus enemigos todavía más cerca".
- Cuando atacaste a Mik y Cabise al convocar la prueba, ¿lo hiciste
para ser el elegido, o para impedir la venida de Alaón? - le preguntó
Melmar.
Well se sorprendió ante esa pregunta y agachó la cabeza pensando
en lo que iba a decir.
- Para ambas cosas. Supuse que podrían sobrevivir y si lo hacían
demostrarían ser buenos aliados en la lucha contra Alaón. Cabise me
preocupaba más por algo... por eso le ataqué de forma más despiadada. Sin
embargo sobrevivió. Ha sido una pequeña decepción para mí que también él
muriera hoy.

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- Supongo que el chico prometía. Pero si realmente era el Magician
Talidor Luminus, me alegro de que ya no tengamos que preocuparnos por él.
Welldrom sonrío.
- Esa profecía... dudo que sea cierta. Los dioses no pueden ser tan
inútiles. Cuando Minfis y Rastalas cayeron, fueron destruidos. Hay que
aceptar que no van a volver nunca más. Ahora hay que rendir culto a
Alastor.
Melmar meditó unos instantes. Ese elfo le recordaba a sí mismo,
trescientos años atrás. Pero era demasiado artero y no le conocía lo
suficiente. No podía confiar en él.
- Si te permito ser mi discípulo, ¿qué me darás a cambio?
- Mi castillo de Sierreth. Es de construcción antigua, de cuando los
ogros aún no habían sufrido la maldición de su monstruosidad.
- ¿Lo dices en serio? ¿Para qué querría yo un castillo? Tengo la torre
de Tamalas. Además, eres el único hechicero que podría retarme. No tiene
sentido que te enseñe a derrotarme.
- Yo tampoco confío ti. Sé que podrías usar la gema verde contra
mí. Por tanto estamos en la misma situación.
No le faltaba razón. Debía hacer lo que le proponía, no le convenía
tener demasiado lejos a ese elfo. A pesar de lo que había dicho, no tenía a
donde ir. La torre de Tamalas estaba en pie, sí, pero la ciudad debía estar
destruida. Veilane no tuvo tiempo de impedir esa orden. Debía hacerle una
visita ya que sin duda no sabría qué hacer con semejante ejército a su cargo.
No le creía capaz de utilizarlo contra Saphonia. De hecho no quería que lo
hiciera, solo debía mantener bajo control a los espectros y que se corriera la
voz por el imperio saphónico de que la oscuridad acechaba. El miedo era el
mejor caldo de cultivo para penetrar en las cumbres del poder.
- Está bien. Tú serás el primero - aceptó -. Pero necesito cinco
aprendices más.

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La arena se elevaba con el viento. Las ramas muertas de los árboles
se balanceaban rítmicamente y las túnicas de dos personas, tumbadas en la
arena de inflaban con el turbulento viento.
Aquel lugar se había quedado inmóvil desde que Melmar empleó
sus inmensos poderes contra ellos. No parecía que nada fuera a cambiar.
Todo estaba muerto y las personas que yacían en la arena parecían muertas.
A pesar de su aspecto moribundo, la mano derecha de Sara se cerró
bruscamente cogiendo un puñado de polvo de plata.
Después su brazo se movió. Se metió bajo su delicado cuerpo, e
hizo fuerza para incorporarse. Sus piernas y su otro brazo ayudaron en el
empeño y con mucho esfuerzo, logró incorporarse. Se sentó bastante
agotada, y se apartó el cabello del rostro.
- No pude convencerle - dijo con pena y resignación.
Después de unas largas respiraciones, se puso en pie, se arrodilló
junto a Gidlion y le puso la mano derecha en la frente, con extremada
delicadeza. Aun vivía, pero estaba muy pálido. Sara deseo que se curase.
Melmar no le había matado, solo le había arrebatado uno de los tesoros más
valiosos que tenían los elfos, su vista.
- ¿Dónde ha ido Melmar? - preguntó él, al notar su contacto.
- Si no te ha matado a ti, es porque no quería verse arrastrado por el
mal que lleva dentro. Al menos no atacará inmediatamente, se teme a sí
mismo más que a nosotros.
La bella mujer miró un rato a Gidlion y sonrió aunque no dejó de
llorar.
- Sin embargo, no entiendo por qué sigo aquí. No tengo nada más
que hacer. Para dejarme ciego, mejor hubiera sido que me matara.
Sara levantó su delicado mentón y se agachó a coger una rama que
había entre la arena.
- No creo en ningún dios de los que tú llamas dioses. Tú crees en
Rastalas, pero él no está aquí para protegernos. Debe haber un Dios superior
a todos los demás que nos ha salvado hoy.
- ¿Quién es ese Dios superior? - Preguntó Gidlion.
- Ya se ha dado a conocer. Tú has hablado por él - dijo Sara. Y le
puso su frágil mano en el hombro -. De ese modo se ha dado a conocer en tu
alma.
- ¿Crees que soy yo? - Preguntó, incrédulo, Gidlion.
- No, él está en todos. Y por eso debes luchar, porque la ceguera no
te impedirá vivir para luchar contra el mal.
- Un mago ciego es como un carpintero manco - se lamentó el elfo.

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- La vista es solo un sentido más. Aún tienes los otros intactos.

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23

ENCUENTROS

El tiempo pasó. Puede que una semana o un mes, puede que más.
Marilia no podía esperar más y salió en busca de Cabise, en compañía de
Lory. Al principio no sabían a quién preguntar. Ningún hechicero había
regresado y suponían que no volverían. ¿Por qué iban a hacerlo?

El primer fueron a preguntar por Cabise a todas las partes de la


ciudad de los elfos, pero nadie sabía nada. La única pista que encontraron
fue la que les dio un campesino. Dijo que no sabía nada de magos pero había
visto destellos en el antiguo bosque de Sachred. Aseguró que había visto
aparecer truenos en la distancia y ni siquiera había nubes en el cielo. Les
indicó la dirección en la que había visto tal prodigio y ellas llegaron al lugar
tras varios días de camino. El lugar era un desierto de arenas grises estaba
cubierto por una espesa niebla donde se oían extraños sonidos, seguramente
causados por el viento. Lory creyó ver rostros ocultos en la niebla. Era un
lugar escalofriante. Según aquel campesino esa semana había caído una
densa niebla de las montañas. Ninguna de las dos se atrevió a internarse
demasiado en aquella niebla. Marilia aseguraba que la magia se había
desatado allí y que podían encontrarse cosas antinaturales o criaturas
deformes que podrían atacarlas. Lory la creyó, de las dos, la que había
tenido un novio mago era Marilia.
No encontraron ninguna nueva pista. Tardaron tres semanas en
llegar a las costas Abansis, la parte sur que estaba separada de Abansis del
sur por un brazo de mar de varios kilómetros de ancho.
No habían tenido ningún percance, pero el dinero se les acababa. A
veces tenían la suerte de encontrar a gente amable que les prestaba sus

301
servicios de transporte sin esperar nada a cambio, alegando que era un
placer ir acompañado por tan bellas señoritas. La habilidad de Lory con los
hombres estaba siendo de mucha utilidad.
Marilia conservaba un mal recuerdo del viaje por el mar Insania.
Un espectro les había seguido y había matado varios marineros. Esta vez era
distinto ya que nadie iba tras ellas. Además, al ir solas, muchos hombres se
ofrecieron a acompañarlas en el viaje de regreso a casa.
- Nunca esta de más adular a un hombre creído - decía Lory,
después de que un mozo las escoltara por una región peligrosa -. Te comen
de la mano.
- No es bueno jugar con el corazón de las personas - replicó Marilia
-. Uno de ellos podría ponerse violento.
Marilia quería recordar las peripecias que estaba pasando, ya que a
pesar de la frustración de no encontrar una sola pista de Cabise, le
empezaban a gustar los viajes. Se imaginaba como su abuelo cuando iba
realizando misiones de emisario. Al menos no tenía tiempo para aburrirse y
no pensaba demasiado en dónde podría estar Cabise. También pensaba que
podría contarle a Cabise todo lo que había hecho para encontrarle, cuando le
encontrase. No tenía mucha experiencia como contadora de historias, en
realidad ninguna. Pero en el tiempo que estuvieron esperando en casa de
Yilthanas le dio tiempo a escribir su viaje para que no lo olvidaran. Ahora
que no estaba Cabise con ella sentía ganas de quemarlo.
Una amable familia les había acogido en su casa, el Abansis del Sur.
Eran tan hospitalarios que para que durmiesen a gusto se habían salido de
sus propias camas para que descansaran de su largo viaje.
Marilia ya no preguntaba por Cabise porque la gente pedía detalles
y no estaba dispuesta que la volvieran a mirar como a una loca. Un chico
vestido con túnica roja y con saquillos y huesos colgando del cíngulo. Nadie
la tomaba en serio. La gente ni siquiera la contestaba, la tomaban por loca o
bien, en caso de los hombres, aprovechaban la ocasión para pasar un largo
rato pidiéndolas que les contaran su vida. La mayoría de ellos, después de
contarles cómo se había separado, intentaban aprovechar la situación y le
decían que había más hombres en el mundo. Que él no la merecía... Y todos
ellos se ofendían cuando les decía que todos eran iguales. ¿Por qué
ofenderse si era cierto?
En el transcurso del viaje se habían comprado unas dagas que
llevaban escondidas. Lory la llevaba en una manga de su chaqueta de piel de
oso y Marilia en su cinturón, como solía llevar su abuelo. En todo ese tiempo
de viaje nunca habían necesitado utilizarlas.

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Estaban en la única habitación de la casa con chimenea y el
matrimonio se había ido a dormir a unas camas pequeñas que tenían cuando
sus hijos vivían con ellos. Ahora estaban casi todos casados, excepto dos
hijas y un hijo entre los que el mayor tenía quince años.
La luz de la vela de Marilia se movía suavemente por su
respiración. Escribía y escribía. Hablaba de sí misma en tercera persona, al
igual que del resto de los personajes. Trataba de escribir cada día mejor.
Incluso se reía por sus primeros compases como escritora. Aunque no sabía
por qué lo escribía ni para qué, continuaba ya por pura costumbre, quizás
para buscarle un sentido a esa búsqueda absurda. Anhelaba escribir la
palabra fin con todos sus problemas resueltos, aunque no imaginaba el
modo en que su vida se arreglaría.
- Marilia, mañana tenemos que tomar un barco. Duerme, por favor -
rogó Lory desde la cama.
- Ya voy - respondió, justo cuando ponía el punto final.

- Vamos - dijo alguien con voz muy conocida. Era Lory -, ya te dije
que dejaras de darle a la muñeca y te acostaras. ¡Es casi la hora de almuerzo!
Ningún barco zarpará a estas horas.
Los pájaros trinaban, se oía el viento contra las hierbas y el
repiquetear de la chimenea. Además de todo eso, sintió la presión de las
manos de Lory sobre su espalda, zarandeándola, instándola a despertarse.
Tenía los ojos pegados y no tenía ganas de moverse. Pero Lory era tan
insistente, que no tuvo más remedio que levantarse.
- ¿La hora del almuerzo? - dijo desganada.
- Has heredado la vagancia de tu novio- bromeó Lory.
Llevaban tanto tiempo viajando juntas que no había detalle que no
se hubieran contado de sus vidas.
- Sí, supongo - respondió Marilia, triste. Sintió que su corazón cada
día latía con menos fuerzas y que no quería tomar ese barco. Regresar a
Abansis del norte era claudicar. Solo había una cosa que la empujaba a
volver a Caelis y era la remota posibilidad de que Cabise estaría allí o bien
iría allí a buscarla.
Se incorporó crujiéndole la columna y se estiró bostezando. El dolor
de no saber qué había sido de Cabise le pesaba más que una mochila llena
de cachivaches.
Lory la miró sonriente y bastante divertida.

303
- Deberías verte, tienes el aspecto de una enana recién salida del
campo. Así no vamos a conseguir que nos ayuden más amables caballeros.
Marilia sonrió. Se llevó las manos a la melena y notó que tenía
pegado en la cara casi todo el pelo.

- Gracias por su hospitalidad. Nunca olvidaremos lo que han hecho


por nosotras - se despidió Lory.
- No os preocupéis, ha sido un placer teneros con nosotros - dijo el
padre de familia, que debía tener cincuenta años y tenía un bigote
blancuzco.
« Familias así se notan en falta en el mundo »- se dijo Marilia.
Montaron y tras despedirse calurosamente, se marcharon hacia el
puerto. Esa ciudad era enorme y tuvieron tiempo para pensar en sus cosas
cada una de ellas.
- ¿Crees que alguien podría decirnos algo de utilidad? - preguntó
Marilia, desconsolada.
- No, lo dudo mucho.
En una plaza vieron una tienda de objetos extraños. Tenía símbolos
mágicos pintados en la puerta aunque el cartel que había sobre ella ponía
"Bazar". Marilia recordó que Cabise quería pasar por esa ciudad para
comprar sus ingredientes mágicos y supuso que la tienda tenía que ser esa.
Aseguraba que solo había tres tiendas así en todo el mundo. Al detenerse
Lory sonrió al leer la mente a su amiga.
- Preguntaremos allí - le dijo, cogiéndola de la mano y tirando de
ella.

Abrieron la puerta bruscamente haciendo sonar una campanilla


colgada del techo. La tienda tenía todo tipo de cosas, harina, pan, hierbas
para hacer infusiones, algunos tarros de cristal, carne seca, pescado salado,...
Una vieja se levantó de su silla para atenderlas.
- ¿Venden aquí cosas para magos? - preguntó Marilia, ansiosa.
- Emm... - la anciana dudó -. ¿Desean algo en concreto? Lo que
vayan a hacer con ello no es de mi incumbencia.
- En realidad queremos saber si conoce a algún mago - rectificó
Lory.
- No sé nada de nada. Solo vendo productos y la gente me los
compra. No necesito saber nada más.
- Espera, Lory - dijo Marilia -. Así no nos entenderemos nunca.

304
- No acepto sobornos porque en verdad no sé nada - se apresuró a
añadir la anciana.
- ¿Puede decirnos quién le compra productos... mágicos? - preguntó
Marilia.
- Personas... - la anciana no estaba dispuesta a hablar hasta que vio
que aparecía una moneda de oro en la palma de Marilia-... No conozco sus
nombres...
- ¿En serio? - preguntó Marilia, colocando la moneda en el
mostrador.
- Puede que me suene alguno - reconoció la anciana, con una
mirada picaresca.
Estiró la mano sobre el mostrador y cogió la moneda como si no
viera lo que hacía su propia mano. Luego la observó detenidamente y la
mordisqueó con su escasa dentadura sana.
- Oh, vaya,... ahora recuerdo varios nombres. Uno se llama
Welldrom, el otro era... Mik.
- No necesitamos sus nombres - dijo Marilia, enojada -. Necesitamos
saber dónde encontrarlos.
- Ah, qué se yo - la mujer se guardó la moneda en el bolsillo.
Marilia suspiró fuerte, enojada por perder una de sus preciosas
monedas por tan poca ayuda.
- Está bien - susurró ella, conteniendo su mal genio -. Quizás esto le
aclare la mente.
- No sé nada más, se lo aseguro... - la anciana vio aparecer en la
mano de Marilia otra reluciente moneda de oro y la expresión de avaricia se
adueñó de su enjuto rostro arrugado.
- Espere, espere, estoy recordando algo. Sí, pero me cuesta...
Marilia soltó la moneda en la mesa y antes de que dejara de
moverse la rápida mano de la anciana la había cogido. La volvió a examinar
con ojos codiciosos y la mordisqueó hasta estar satisfecha de su autenticidad.
- Mikosfield solía enviar emisarios para que le llevaran la mercancía
a un castillo en las montañas del Este. Creo que lo llaman en castillo Maldito,
muy tétrico, pero más tétrico era el bosque que lo rodea. Es una montaña
muy alta donde se alza la construcción. Al parecer el bosque está encantado
y puedes encontrarte cualquier cosa por allí. En cambio Welldrom vivía al
sur, muy al sur, cerca del muro de hielo. Tenía un castillo... cómo se
llamaba... Ah, sí, el castillo de Sierreth. Mis porteadores cobraban una
fortuna por llevar allí las mercancías. Algunos murieron en el intento y los

305
que no tuvieron que esperar a que Welldrom fuera a su encuentro al pie de
las montañas Sierreth.
- ¿Y cree que podemos encontrarlos allí?
- Oh, sí, esos brujos viajan mucho pero siempre vuelven a su cubil.
A saber lo que tienen allí, supongo que todos los tesoros que cobran a la
realeza por su servicios. Si llegáis y no están, esperarles en la puerta.

Dado que no podían esperar más información de esa mujer sin que
se quedaran sin dinero, decidieron que esa información bastaría. Tenían que
encontrar a Welldrom y pedirle a él que les ayudara a encontrar a Cabise.
Seguramente tenía medios para ver cualquier cosa, una bola de cristal o algo
parecido.

Tuvieron que volver hacia el sur, aunque aun faltaba mucho


camino. Los problemas comenzarían cuando llegaran a las montañas, que no
sabían cómo cruzar y mucho menos si podrían encontrar el castillo.

Cabalgaron sin descanso y solo dormían cuando sus caballos no


veían por donde pisaban. Evitaron dormir en posadas y administraron el
dinero que les quedaba para comprar la comida justa para el viaje. En
Abansis habían comprado un mapa del mundo pero Marilia no hacía más
que quejarse por el mapa que les habían vendido. Parecía que la distancia
era poca, pero Estimor estaba mucho más lejos de Kalmensi que Xak
Tsaroth. El mapa estaba hecho por algún thaisi al que le daban igual las
distancias; No se había tomado la molestia de asegurarse de que estuvieran
correctas y proporcionales. Era un tal Salec Arnás, según ponía en el
pergamino. Decía que era cartógrafo e historiador... en definitiva un thaisi.
Ninguna otra raza tenía la paciencia de ir recorriendo el mundo para
dibujarlo en un pergamino y pintar los edificios encontrados de una forma
tan simple. Ese historiador, por ejemplo, se había olvidado de la ciudad de
Haven, que no figuraba en el mapa por ninguna parte, siendo la capital de
Abanasinia. Sin embargo aparecía un punto para indicar Estimor, un pueblo
de no más de cien habitantes.
Comieron los panes que les habían ofrecido generosamente una
familia, la noche anterior y continuaron sin apenas descansar.
Salió Lunari y se escondió Iluminari. Aun no se veía ni de lejos la
urbe de Sierreth. Afortunadamente no iba a llover ni nevar, pero hacía tanto
frío que el aire cortaba como cuchillas de hielo.

306
No les apetecía pasar la noche a la intemperie, de modo que
forzaron a los caballos para ir más rápido por si encontraban alguna aldea o
refugio.
La puesta de sol comenzó mientras continuaban la silenciosa
marcha. Iban por un valle que ni los enanos habían descubierto. No había
camino ni nada que se le pareciese. Tenían que sortear constantemente
lugares conquistados por las zarzas ya que perdieron de vista el supuesto
camino que llegaba hasta la ciudad, otras veces tenían que desmontar para
poder atravesar los peñascos y más de una vez tuvieron que rodear un
precipicio que, por supuesto, el mapa no contemplaba. Estaban tan perdidas
que se vieron tentadas a regresar, pero tenían un día de camino hasta la casa
donde habían pernoctado y eso suponía caminar a ciegas por lugares tan
abruptos como ese acantilado. Lo más prudente era continuar hasta llegar a
alguna parte, fuera donde fuera.
Además de cansado, era un viaje aburrido. Cabise era ya un
recuerdo congelado. Ya no viajaban para encontrarle, ahora era una meta
lejana, casi inalcanzable, y su mayor preocupación era encontrar un lugar
cálido para dormir. Se echaba de menos la voz de un hombre imponiendo
un fuerte ritmo o asegurándolas que faltaba poco para llegar. Ellas no tenían
ánimos nada más que para continuar, pero sin decir una sola palabra y sin
saber si estaban siguiendo la dirección correcta.
El desaliento las dominó al desaparecer el sol completamente del
firmamento. No habían visto ni un solo refugio y no podían más. Sus
caballos se negaban a caminar y ellas estaban agotadas. Tenían que
descansar pero hacía un frío terrible. Aunque llevaban mantas, eran
insuficientes para soportar una noche a la intemperie. Temían incluso por la
vida de sus monturas ya que estos tiritaban de frío.
- Mira, allí podremos dormir - dijo Lory señalando un lugar entre
unos árboles.
Era la primera vez que tenían que dormir con tanto frío. Llevaban
mantas y yescas para encender fuego, pero hacía un frío de mil demonios.
Llegaron al lugar en cuestión y desmontaron. Allí los árboles frenaban un
poco el fluir del viento. Al menos podrían encender un fuego sin que el aire
se lo apagara y tenían abundante leña a su alrededor.
- Vamos, hay que buscar leña - urgió Marilia, soplándose la punta
de los dedos.
Ambas recorrieron los alrededores cogiendo ramas secas y al poco
rato regresaron con un manojo cada una. Encendieron el fuego y se sentaron
una junto a otra lo más cerca posible de la hoguera. Al ser la primera vez que

307
hacían un fuego, enseguida se le acabó la leña y cuando era completamente
de noche y estaban dormidas, el fuego se apagó. Se dieron cuenta cuando el
frío comenzó a hacer mella en sus cuerpos.
- Apenas nos hemos calentado la punta de los pies - se quejó Lory.
- Habrá que elegir, ir a buscar más leña o dormirnos así.
Lory resopló, dormir así era un suicidio. Sin embargo era una difícil
elección. Salir a buscar leña con aquella oscuridad era poco atractivo, pero
aun lo era menos pasar la noche al calor de unas pocas ascuas ardientes, que
era lo que les quedaba. Si tuvieran luz, sería más sencillo. Seguro que Cabise
habría hecho que uno de sus artilugios se iluminase o habría hecho fuego de
esas ascuas sin que se consumiesen. Si lo hubieran tenido planeado hubieran
comprado una lámpara. Pero ya era tarde para ir a comprarla.
- Creo que no debimos salir en busca de Cabise - se quejó Marilia -.
Con este frío nos vamos a congelar. Siento haberte metido en esto.
- Vamos. Me estoy helando, será mejor que encontremos más leña -
respondió Lory.
Se levantaron. Los caballos estaban muy tranquilos. Quizás por el
frío o quizás porque les daba igual estar en un establo que en aquel
bosquecillo. Cogieron unos trapos sucios y los enrollaron en ramas que
cortaron con sus cuchillos. Los empaparon de licor y los prendieron para
usarlos de antorchas. Con eso pudieron volver a buscar leña sin más
incidentes. Esta vez dieron tres o cuatro viajes, y reunieron un enorme
montón de ramas secas, troncos gruesos, ramas secas y hojas, que a pesar de
ser pequeñas, eran duras y aguantaban ardiendo bastante rato.
Así pasaron aquella noche. Encogidas por el frío, encendiendo el
fuego una y otra vez, las dos enrolladas en la misma manta, y con la
oscuridad de la noche y las copas de los árboles como su techo. A pesar de
su cercanía y el tibio calor corporal que compartieron, el suelo estaba helado
y el fuego solo conseguía hacer soportable aquella noche invernal.
Mientras dormían, los lobos aullaron, los búhos cazaron sus presas
y adornaron la noche con sus coros fantasmales, pero ningún animal
perturbó su frío descanso. No ocurrió ningún percance, excepto que ambas
cogieron un molesto constipado.

A la mañana siguiente la hoguera continuaba echando humo. Los


caballos no se habían movido ni habían protestado y las dos aventureras
temblaban de frío hasta el punto que no podían mantener sus mandíbulas
sin castañear.

308
La noche había pasado y solo había dejado dos huellas, un intenso
dolor de espalda y un fuerte constipado. Con la luz del día, más
descansadas, se dieron cuenta de que había sido una locura no montar
turnos de guardia. Por suerte, nadie las molestó. Aunque, quién iba a
hacerlo si ni siquiera vieron animales en toda la jornada de camino.
Continuaron cabalgando con la esperanza de que en pocas horas
llegarían a Sierreth, pero atravesaron valles, bordearon montañas sin perder
nunca rumbo al sur y no consiguieron encontrar población alguna, salvo en
las praderas algunas casas abandonadas donde no encontraron ni un solo
ser humano. La desolación de la que fueron testigos hizo que el ánimo de
ellas decayese y el hambre comenzó a hacer acto de presencia. Los panes se
endurecieron y las frutas de los árboles, que debían encontrar por el camino,
estaban secas o podridas a causa de la fecha que corría.
La hora de comer pasó y no pudieron satisfacer su apetito. Las
casas abandonadas llevaban años así, por lo que no encontraron nada
aprovechable y las dejaron atrás. No hallaron ni un solo riachuelo limpio,
del que se pudiera beber nada. Solo un par de ellos que en lugar de agua
parecía bajar fango de las montañas. No encontraron la forma de llenarse el
estómago y cada vez más la imagen de Cabise fue borrándose de la mente de
Marilia.

La noche al aire libre fue seguida de otra y después otra. Habían


cabalgado sin descanso y seguían sin encontrar un solo pueblo. El mapa de
Marilia había dejado de ser útil, pues ya no sabían dónde estaban. El paisaje
se había teñido de gris y todos los árboles estaban muertos. Lo más
preocupante es que sus panes, duros como piedras, estaban agotándose. El
agua era un bien que a duras penas podían reponer cada dos días ya que
cuanto más viajaban al sur, más ríos había con agua potable.
Era un desierto de tierras grises que no tenía fin. Cada paso que
daban la vegetación se hacía más escasa a causa del intenso frío. Cada hora
que avanzaban se hacía más gris. Ya habían perdido la esperanza de llegar a
Sierreth y se conformaron con llegar a algún sitio habitado. Los árboles se
enterraban más y más en las arenas grises según avanzaban, hasta que
incluso ni se veían.
- ¿Cuánta agua queda? - preguntó Lory con los labios resecos.
- Media calabaza - respondió Marilia.
- Esto no tiene fin. El mundo se acaba, los dioses se han olvidado de
él - dijo Lory entre jadeos, quizás delirando.

309
Su compañera iba delante, y no quiso contribuir a que los pocos
ánimos que tenían se perdieran en discusiones teológicas.
Los caballos caminaban a duras penas. Era heroico que sin probar
apenas agua en unos días pudieran continuar llevándolas. Aunque eso
amenazaba por acabarse de un momento a otro. Estaba claro que los equinos
perdían fuerza y volumen con el paso de los días. Cada vez tenían que
descansar cada menos tiempo.
Más de una vez los pencos se habían quedado enganchados en la
arena y difícilmente les convencían para continuar.
- Este mapa es una tomadura de pelo - se quejó Marilia -. Aquí
debería haber un enorme bosque antes de llegar a Sierreth y estamos en un
desierto de arena plateada. Cuando volvamos pienso pedir que me
devuelvan el dinero.
- Empiezo a dudar que podamos regresar - dijo Lory, pesimista.

La cuarta noche iba a llegar y la media calabaza de agua que tenían


cada una se había reducido a la nada. El sol empezó a esconderse por las
dunas grisáceas del oeste. La poca vegetación que había unos días antes
ahora no existía. Estaban en un desierto de cenizas grises y no podían ver el
final aunque subieran a la duna más alta. ¿Cómo iban a preveer semejante
cosa si el mapa las engañaba? Ya habían caminado dos días más de los que
habían previsto inicialmente y se estaba agotando su reserva de comida. Y
eso que habían cogido comida suficiente para volver.
Por el sur solo se veían unos lejanos picos nevados. Tan lejanos que
parecían flotar en el cielo, tan inalcanzables que se comportaban como las
nubes en un día sin viento, por mucho que avanzaran, apenas se movían ni
crecían.
Marilia conservó la esperanza de que antes del anochecer llegaran a
un pueblo. Siempre la había mantenido y por cuarta vez consecutiva, sus
esperanzas fueron vanas.
Así pasaron la cuarta noche que ya no era una novedad para ellas
salvo que esta vez durmieron al raso, sin árboles que les guardara del
intenso frío desértico. Afortunadamente había restos de árboles secos, y eran
excelentes combustibles para calentarse con grandes hogueras. Sin embargo,
el viento despertaba de noche, y las obligaba a cobijarse en algún tronco
viejo, grande y hueco para que no les apagara en fuego.

310
Al amanecer, se llevaron un gran disgusto al ver que el caballo de
Lory había muerto. Lo enterraron y se quedaron mirando su tumba sin decir
una palabra durante un rato. No tenían ni lágrimas de la sed que tenían.
- Deberíamos comérnoslo - propuso Lory a ver el gran bulto en la
arena.
- ¿Serías capaz de hincarle el diente? - preguntó Marilia.
Lory pensó que después de todo lo que habían pasado juntos, no se
atrevería a tocarle ni un solo pelo.
- No, claro que no. Pero no sabemos el camino que nos queda y si
necesitamos comer, podría salvarnos la vida.
Marilia miró fijamente el montón bajo el cual estaba el cadáver del
caballo y no dijo nada.
Les apenaba profundamente su pérdida, pero era tal la sed y el
hambre que tenían que quizás por eso ninguna de las dos se atrevió a
sentenciar la idea al olvido.
- Vamos, estoy segura de que no nos hará falta - dijo Marilia al fin,
después de un rato de silencio.
- No, no, tengo hambre... - se quejó Lory -. Y solo es un caballo.

Después de comer carne de caballo con pan seco, durmieron mejor


que en todas las noches que llevaban de viaje. Cogieron tanta carne como
pudieron cargar en las alforjas del caballo superviviente, que estaba tan
débil que ya no montaban salvo que una de las dos estuviera realmente
agotada.
Al día siguiente el cielo amenazaba tormenta. Estuvo toda la
mañana tan gris como el suelo, pero nunca se le escapó ni una sola gota de
agua, lo cual las desesperó aún más. Llegó el medio día y las nubes se
esparcieron ligeramente, borrando las esperanzas de las viajeras de que
lloviera tan solo para beber un trago de agua. Ellas podían aguantar más,
pero temían que el caballo terminara clavando las rodillas en la arena y se
quedara allí. Sin él no tendrían reservas de comida y el viaje sería mucho
más agotador.
Por la tarde, las nubes dejaron paso al sol y al anochecer terminaron
desapareciendo completamente del cielo.
Buscaron un gran tronco donde poder pasar la noche, pero vieron
algo que levantó enormemente sus ánimos. Subieron una gran duna y vieron
las montañas nevadas más cerca que nunca. Parecía que sus picos rasgaban

311
las nubes, y el color verde se las plantas reaparecía a poca distancia, aunque
aun bastante lejos para llegar aquel día.
La sed que tenían era tan fuerte que no se detuvieron a dormir.
Continuaron las dos a pie, a causa de que el caballo apenas podía andar él
solo. La luz de Lunari les permitió dejar atrás el desierto, tras muchos
esfuerzos agónicos y con enormes ampollas en los pies.

Un riachuelo bajaba de una montaña y allí, sin buscar más, se


detuvieron. Bebieron agua poco a poco, ya que estaba helada, y llenaron sus
cuatro calabazas y sus dos zurrones de agua por miedo de no volver a ver
un río en mucho tiempo. Su caballo pastó tranquilamente y bebió hasta
hartarse. A pesar del frío, sus corazones se llenaron de esperanza. Hicieron
una hoguera, y se instalaron por quinta vez en su refugio seguro, que venía
siendo bajo el cielo y las estrellas.
- ¿Dónde estaremos? - se preguntó Lory.
- No me importa - dijo Marilia -. Estamos de nuevo entre los vivos.
A pesar de su cansancio, Marilia estaba contenta de haber llegado a
un lugar lleno de vida. Lory nunca se había imaginado lo duro que era viajar
día a día y sus huesos estaban molidos. Antes de viajar, se había dicho que le
sobraban unos kilos, pero en aquel momento no encontraba ni un solo sitio
de su vientre donde se pudiera pellizcar. Debía estar en los huesos.

Durmieron cómodamente en la hierba, junto a una hoguera,


acostumbradas al frío y vacunadas de los catarros. Hacía tanto o más frío
que las noches anteriores, pero estaban más acostumbradas y apenas una
minúscula hoguera moribunda les bastaba para dormir por las noches a
gusto. Desde la primera noche decidieron que una de las dos vigilaría
mientras lo otra dormía. Sin embargo estaban tan cansadas que ninguna
aguantaba despierta demasiado tiempo.

La mañana siguiente llegó tan rápido que Marilia se preguntó si no


se acababa de acostar. Estaba tan cansada que en cuanto cerró los ojos se
durmió y no tuvo sueños. Lory se había quedado de guardia y debía
despertarla a mitad de la noche pero no lo había hecho porque, obviamente,
se había dormido. Marilia no se enojó ya que ella fue la primera que hizo
guardias y también se durmió al poco de dormirse Lory.

312
El Sol fue el despertador. Fueron a buscar comida por ahí pero no
tenían ni idea de lo que se podía comer. Vieron que había peces en el río,
pero al no tener anzuelos tuvieron que intentarlo a base de tirarles piedras y
tratar de clavarles lanzas de madera. A pesar de que la corriente era poco
profunda, no consiguieron una sola presa para el desayuno. Aún tenían
carne de caballo en las alforjas pero a ninguna de las dos les agradaba
comerlo por el hecho de que había sido su compañero de viaje.
La falta de experiencia pescando las obligó a irse de allí. Sus piernas
flaqueaban por la falta de descanso. Habían logrado encontrar una gran seta,
que asaron y se repartieron con gran apetito.
El caballo lo tuvo mucho más fácil. Pastó junto al río y recuperó
bastantes fuerzas. Era un alivio tenerlo de nuevo en forma porque ninguna
de las dos podía aguantar caminando mucho tiempo a causa de las ampollas
y la desnutrición. Así podían turnarse para subir sobre su grupa. Cuando
comieron la seta estaban tan cansadas que decidieron subir juntas sobre su
inseparable penco.
Entraron en un valle y vieron a lo lejos un pequeño pueblo de unas
diez casas. Entusiasmadas por el hallazgo, aceleraron el ritmo, y se
encontraron con un viajero que iba en la misma dirección.
- ¡Vaya! Cuanto me alegro de ver unas caras tan bonitas - dijo -. No
se ve mucha gente joven por aquí.
Era un hombre mayor y vestía más o menos igual que ellas: Ropas
de cuero curtido mazadas por los viajes. Llevaba un gran bastón que pasaba
de su cabeza, un zurrón y una capa aterciopelada de color gris oscuro.
- Buenos días - dijo Marilia -. ¿No tendrá usted comida? Estamos
muertas de hambre.
- ¿Comida? - dijo el hombre. Miró en todas las direcciones y sonrió -
. ¿Estáis en medio de exquisitos manjares y pedís comida?
- ¿De qué habla? - protestó Lory.
- Las hojas de estos árboles se usan para las mejores ensaladas de
Cybilin. Basta lavarlas un poco y, crudas, están deliciosas.
Se detuvieron y desmontaron. Había árboles por todas partes, y
ciertamente tenían una hoja bastante grande. Cogieron varios puñados de
las hojas y sin lavarlas, se las fueron comiendo a pesar de tener un sabor
amargo. Se llenaron el estomago ante la sorprendida mirada del viajero y,
cuando no pudieron más, se sentaron a la sombra del árbol.
- Se diría que no habíais comido en cinco días - se maravilló el
hombre.

313
- En cuatro, apenas nada - corrigió Lory -. Bueno, si no contamos
una seta, algo de carne y alguna asquerosidad más que me he atrevido a
comer, como saltamontes... ¡Puag!
El hombre se acercó a ellas un poco más y se sentó en una piedra,
frente a las dos.
- Mi nombre es Vancur Teodorimus.
- Yo me llamo Marilia Mejara.
- Y yo Loryan de Silvelad.
El viejo sonrió al oír el nombre de Marilia.
- Podéis llamarme Van. Me sorprende encontrar a dos mujercitas
tan guapas por estos parajes. Aun me sorprende más que llevéis un solo
caballo.
- El otro se murió en el desierto.
- ¡Cómo!, ¿venís del desierto embrujado?
- ¿Está embrujado? - preguntó Lory asustada.
- No, solo se le llama así por que el bosque de Sachred desapareció
de repente, como por arte de magia. Y apareció esta abominación.
- ¿Ese era el bosque de Sachred? - dijo Marilia sorprendida.
- Sí.
- Ahora lo entiendo, el mapa no era incorrecto, hemos atravesado el
desierto en lugar del bosque.
- Eso significa - dedujo Lory -, que estamos frente a las montañas
Sierreth.
- Pues claro - certificó el anciano -. ¿Es que no lo sabíais?
Estaba maravillado y realmente era para estarlo. Sin embargo,
pensó, el bosque aun conservaba algo de magia ya que habían soportado
cinco jornadas de camino sin apenas comer. Eso era poco menos que un
milagro.
- ¿Qué pueblo es este? - preguntó Lory.
- Lalberca. No es muy conocido, quizás lo conozcan únicamente los
que saben donde ponen los pies, siempre que hayan pasado por aquí.
- ¿Ha viajado usted mucho? - preguntó Marilia.
- Hace más de cuarenta años salí de casa y decidí que los techos son
como prisiones.
Lory silbó.
- Cuarenta años. Que barbaridad.
- Casi no recuerdo la vida cuando estaba en un sitio sin moverme.
Ahora creo que no podría parar el hormiguillo de los pies.
- ¿Adónde se dirige? - preguntó Marilia.

314
- Normalmente voy y vengo sin rumbo fijo, pero me atrae la idea de
ver la torre de Sierreth.
- Caramba, que casualidad - se sorprendió Lory.
- ¿Casualidad? Es que también vosotras...
Las chicas asintieron.
Van se destornilló de risa. Sacó un pañuelo y se limpió las lágrimas
de tanto reír. Ellas sonrieron, aunque no sabían por qué se reía el hombre.
- ¿Qué tiene tanta gracia? - preguntó Marilia.
- No pensareis llegar a la torre, ¿verdad?
- Pues claro - se enojó Lory.
- Se dice que solo Welldrom, el señor de la torre, puede llegar
gracias a su dragón. Es la torre más segura que ha existido y existirá. Ningún
hombre ha sido capaz de pasar aquellos afilados riscos. La única entrada
viable es por el mar y las bestias marinas solo dejan pasar a los que tengan el
consentimiento del brujo como barcos de provisiones y cosas así.
- Si usted puede llegar, ¿por qué no nosotras?
- Yo llegaré o no llegaré. Solo puedo hablar por mí, claro. Si queréis
intentarlo solas, adelante, pero no saldréis con vida.
Lo dijo tan serio y tan seguro que ambas palidecieron. No tuvieron
valor de preguntar por qué, pero él se les anticipó por si acaso.
- Esas paredes han sido hechizadas. Son barrancos tan encrespados
como murallas y el hielo los cubre. Por ello los alpinistas nunca salen con
vida de allí. Creen que pueden llegar y escalan hasta que no tienen donde
agarrarse y se despeñan.
- Pero usted pretende llegar - apuntó Lory.
El viejo refunfuño.
- Sí, eso dije.
- Y si es tan peligroso, ¿por qué cree que puede llegar? ¿Y para qué?
- Pues porque yo no tengo nada que perder. Por eso, guapita.
¿Crees que si fuera un joven de veinte años me aventuraría a esa locura? Por
supuesto que no, pero como ya estoy aburrido de ver mundo, he decidido
arriesgar el pellejo.
El hecho de que dijera arriesgar y no perder, hizo creer a Marilia
que ese viejo no hacía más que hablar por hablar. Era como su abuelo.
Cuando quería ocultar algo, hablaba para distraer a los que le escuchaban
exagerando las cosas.
- Entonces, no iremos - dijo Lory, desanimada.
- Pero, ¿puede hacernos un favor?- Añadió Marilia.
- ¿Un favor?- gruñó el viejo.

315
- Verá, nosotras no íbamos por gusto. Queríamos ver al mago de la
torre para poder preguntarle algo que solo él puede contestarnos
¿Comprende?
Van asintió por pura inercia, pues la chica estaba siendo tan sincera
que no le permitía decir que no.
- ¿Qué es lo que deseáis saber?
- Buscamos al mago - insistió Lory.
Van abrió los ojos como platos.
- ¿El mago? - replicó.
- Pensamos que puede saber cosas - especificó Marilia -. Verá, un
amigo mío ha desaparecido y necesito encontrarle.
- ¿Por qué?
- Es mi novio - respondió, ruborizándose -. No me refiero a eso, me
refiero a ¿por qué piensas que un mago te va a ayudar?
Van puso una expresión seria, pensativo. Se diría que le dolía
profundamente algo que tenía la obligación de decir. Al principio las chicas
creyeron que se puso así porque se había hecho alguna clase de esperanza de
que así parecería más interesante.
- Um - dijo -. Y crees que lo vas a encontrar en la torre.
- Welldrom debe saberlo - se exasperó Marilia -. Conozco sus
recursos y no le costará ningún esfuerzo averiguar donde está.
- ¿Qué le traes? - preguntó el anciano buscando entre sus
posesiones con la mirada.
- ¿Traerle? - se extraño -. Le conocemos. Aunque no nos llevemos
muy bien, nos dirá donde está.
- Ya veo. Si piensas que vas a acudir a un mago neutral, para que te
haga un favor gratis, lo menos que deberías llevar es una escolta personal.
Marilia no supo que decir. Todo lo que traían, era lo puesto y el
caballo. Lo único que podían ofrecerle era el animal. Sin embargo, al no
haber reparado antes en ese detalle, el mundo pareció derrumbarse sobre su
cabeza. ¿Sería Welldrom tan mezquino de cobrarles por darles información?
- ¿Qué puede costarle a él?
- Bueno, él no sé lo que puede desear.
- Creo que no sabe de lo que habla - manifestó Marilia con tono
cortante.
- Sí mucho más de lo que pensáis - replicó el viejo.
- Si no va a indicarnos la forma de llegar no necesitamos que nos
diga que no se puede, ni que no servirá de nada. Guárdese sus estúpidos
consejos para quién se los pida - Marilia estaba fuera de sí.

316
- Está bien, está bien - Van levantó las manos y suspiró -. Lo admito,
soy muy mal vendedor.
- ¿Qué dice ahora? - le preguntó Lory a Marilia.
- No sé, está chiflado. Vámonos.
- Esperar, muchachas, esperar - se apresuró a decir el viejo -. Os he
mentido un poquito.
Ambas se detuvieron y le miraron con desconfianza.
- Nuestro encuentro no ha sido tan casual.
- ¿Qué? - preguntó Lory.
- En realidad no os he mentido acerca de lo peligroso que es llegar a
la torre. Pero... No debería sorprenderos que los magos de la torre supieran
que veníais. Lo saben hace semanas, de hecho, creo que lo saben mucho
antes que vosotras os conocierais.
- Un momento, un momento - gruño Marilia -. ¿Qué tonterías son
esas? ¿Como que los magos? No hay más que un mago y se llama Welldrom.
- Pues yo vi a dos - se sinceró Vancur.
- ¿Viene de allí?
- He venido a guiaros. Tengo el encargo de... cómo os lo explico...
tenía que deciros de forma discreta, que no será gratis lo que pretendéis
pedir.
- ¿Qué significa eso? ¿Que esos magos esperan usarnos como
esclavas sexuales por hacernos un favor?
- No seríais las primeras, os lo aseguro - dijo el viejo.
- ¿Está diciendo que son unos pervertidos?
- No, no, no. Esclavas del emperador. Pero estoy hablando
demasiado, creo... esto no os concernía. Pero bueno, nadie me dijo que
guardara eso en secreto. Sinceramente, no sé qué pretenden cobrar a cambio
de su ayuda.
- ¿Pretenden? - Lory estaba estupefacta -. ¿En serio son dos?
¿Quiénes son?
- El maestro y el señor de la torre.
- ¿El maestro? - preguntó Marilia.
- ¿Queréis que os enseñe el camino? - se hartó Vancur -. Podéis
creerme o no, pero no tenéis mucho donde elegir.
- Si es cierto lo que dices... supongo que no hay elección - protestó
Lory.
Quizás no había ninguna necesidad de escalar la muralla de hielo.
Lo inquietante de la situación era que había mencionado "maestro" con un
respeto que rayaba el fanatismo. ¿A quién se referiría?

317
- Vamos, estamos perdiendo el tiempo.
- ¿Quién ha dicho que voy a llevaros gratis? - renegó el anciano -.
Solo os ofrezco mis servicios.
Marilia y Lory se quedaron estupefactas.
- Acaba de decirnos que actúa bajo las órdenes del maestro -
recordó Marilia.
- Lo sé, pero uno necesita sobrevivir en estos tiempos tan duros. Sé
que haríais cualquier cosa por llegar hasta esos magos.
- Me sé ese cuento, viejo pervertido- replicó Lory.
- No seas tan grosera - regañó Marilia, esperando que su amiga no
tuviera razón.
- Tienes serios problemas de conducta, jovencita - reprendió Van -.
Deberías saber que no todos los hombres son como tú crees.
Se levantó, se limpió la tierra del trasero con dos palmadas y cogió
su bastón antes de ponerse a caminar. Estaba realmente dolido, pues se
marchó sin volver la mirada atrás. Lory le hizo burla, pero Marilia la
reprendió con una mirada de reproche.
¿Y si decía la verdad?, Quizás habían dejado escapar al hombre que
debía conducirlas a la torre. A simple vista no parecía tan mala persona, solo
un poco excéntrico. Además necesitaban que alguien las guiara. Y ese
hombre parecía simpático.
Marilia se puso en pie y fue a decirle que volviera.
- Espera, no hagas tonterías - avisó Lory.
Pero su compañera dio alcance al anciano y habló con él
amablemente. Hicieron un gesto a Lory, y ésta cogió las riendas del caballo y
fue junto a los otros dos.

- Tienes suerte. Tu amiga no se te parece - gruñó el viejo.


- No confíes en él - dijo Lory a Marilia.
- No podemos desconfiar de todos los hombres que aparecen por el
camino, Lory. ¿Y si dice la verdad?, ¿y si conoce el modo de llegar?
Lory puso los ojos en blanco. En realidad lo único que le había
hecho pensar que trataba de engatusarlas era la manera tan ansiosa que
tenía de mirarlas, especialmente a Marilia. De todas formas no le gustaba
nada.
- Tendréis que vender el caballo - dijo Van -. Hace falta comida allá
arriba y en este asqueroso mundo nadie regala nada.

318
- ¡Cómo!, ¿Lo dice en serio? - protestó Lory -. Este caballo nos ha
salvado la vida en el desierto. No pienso venderlo por que un viejo
desconocido me lo diga.
A la mente de Marilia acudió el recuerdo de aquella familia que las
habían acogido con tanta amabilidad sin apenas conocerlas. Sin duda, por
ello había confiado en Van. Sabía que toda persona, a pesar de las
apariencias, tenía algo bueno en su interior. Van tenía algo extraño que le
hacía confiar en él. No le confiaría su vida, pero había algo familiar... De
algún modo sabía que ese hombre sería un gran amigo.
- Escucha - contestó con paciencia el viejo a Lory -. Si tanto apego le
tienes, imagino que deseas que no muera por el camino, ¿verdad? Allá
donde vamos no hay enanos construyendo caminos. Allá, es todo como lo
era hace cien años y doscientos y tres millones de años. Si lo pasasteis mal en
el desierto mágico yo no te lo reprocho. Es heroico que lo hayáis atravesado
con un solo caballo. Al fin y al cabo habéis sido las primeras en hacerlo ya
que apenas ha aparecido hace un mes.
- Ya, ya - balbució Lory -. Chica, no sé como te tomas en serio a este
carcamal. Habla más que un thaisi.
- ¡Carcamal! - se enojó Van -. Solo tengo cincuenta y siete años. No
permito que una desvergonzada me ridiculice por mi edad. Deberías saber
con quien te estás metiendo.
- ¿Quién eres?, ¿el rey de Londor?
El viejo bufó, conteniéndose a duras penas. La joven se estaba
pasando, pero tenía que controlarse. Le insultaba, le ultrajaba,... si su amiga
no fuera quien era, ya habría saltado sobre ella y la habría abofeteado.
- Marilia, no comprendo como te llevas tan bien con esta descarada.
- Si seguimos discutiendo, jamás cruzaremos las montañas -
reconoció la aludida.
- Tienes razón - reconoció Lory.
- Vaya, por fin dice algo normal - protestó de nuevo, Van.
- Por qué no te metes la lengua por el...
-¡Basta Lory! - interrumpió Marilia -. Pareces una cría de siete años.
- Es verdad - dijo Van -. Una cría sin educación alguna.
- Y prefiero no hablar de ti - añadió la chica, echándole una mirada
tan seria que Van enmudeció y se puso colorado, de vergüenza.
Van echó a andar de mala gana, refunfuñando.
- Os cobraré dos monedas de bronce por el viaje - refunfuñó furioso
-. Y eso que pensaba cobraros solo una.
Lory y Marilia se miraron al oír eso.

319
- ¿Lo ves? No podemos ser tan desconfiadas - regañó Marilia en voz
baja.
- Ya - fue la escueta respuesta de Lory.
Fueron tras él, hacia el pueblo. Sin embargo, dejaron que Van se
adelantara lo suficiente para poder hablar entre ellas.
- Ese viejo no me gusta - dijo Lory disgustada.
- Eso ya lo había supuesto, y supongo que tú a él menos. Lory, no
comprendo tu comportamiento. Ese hombre puede ayudarnos y tú no haces
más que insultarle sin razón alguna.
- Ya te he dicho que no me gusta. Nos mintió cuando nos vio.
Marilia asintió. Lory tenía razón, no había sido totalmente sincero
con ellas. No tenía por qué serlo ahora. Podía aprovechar que sabía cosas de
la torre para llevarlas a algún lugar alejado donde podían estar esperando
unos asesinos o ladrones. No deberían fiarse de él, pero la lógica era
aplastante. En medio de un páramo había ido directamente a su encuentro.
No solamente sabía donde estaba la torre sino que había sabido dónde
encontrarlas.
- ¿Cómo dio con nosotras? - dijo Marilia -. ¿Qué ladrón va a robar
en estas tierras muertas donde no hay un alma? Sabe demasiado para
habernos mentido.
- Lo siento, no había caído en eso.
- Reconozco que los hombres, por lo general, solo piensan en lo
mismo - continuó Marilia -. Sin embargo son muy distintos unos de otros. Lo
que más les diferencia es la ambición. Para conocer a un hombre solo tienes
que averiguar lo que desea con todas sus fuerzas.
- El sexo. Eso es lo que todos ambicionan - completó Lory.
- Bueno, supongo que en la mayoría de los casos - reconoció
Marilia, sonriendo -. Puede que tengas razón... Todos son iguales.
- Te lo dije. Ese viejo solo quiere sexo - insistió Lory.
Marilia dejó de reírse se puso seria de nuevo.
- Ya basta, ¿no? Ya nos has costado una moneda de más por
desconfiada. Confío en él, supongo que es porque no tenemos otra salida
que confiar en él.
- Acuéstate con él y le tendrás venerándote toda tu vida.
- ¡Lory! - Regañó Marilia, riéndose.
A pesar de que le estaba defendiendo, Marilia estaba hecha un lío.
No sabía si hacer caso a su amiga, o confiar en él hasta que hiciera algo
sospechoso. De momento era la única manera realista de cruzar las
montañas, pues como les contó la anciana de Abansis del Sur, era cierto que

320
mucha gente había muerto intentando cruzar esa muralla de hielo. No en
vano, en el mapa que tenían las llamaba "El muro de hielo".
- Lory, si nos pide algo más a cambio, ya veremos. Me gusta confiar
en la gente y más cuando lo necesitamos tanto.
- Sé por qué lo haces. Crees que no hay otro modo de pasar las
montañas y vas a confiar en el primero que te da esperanzas.
- Es necesario arriesgarse - insistió Marilia.
- Sí, pero no esperes que duerma tranquila con ese tipo a mi lado.

Siguieron al anciano hasta el pueblo y entraron en la casa más


grande, que parecía una taberna. Eran casas viejas, con las pareces
carcomidas por las termitas. Daba la sensación de que al pisar el suelo se
resquebrajarían las tablas aunque estas solo emitían un lamento
quejumbroso al notar su peso.
Entraron los tres y el sonido del suelo llamó la atención de todos los
que estaban allí. Curiosamente la taberna estaba hasta los topes. No era muy
grande pero a juzgar por el tamaño del pueblo debían estar casi todos sus
habitantes allí metidos. Tuvieron que sortear a las personas que bebían
cerveza de pie.
Llegaron a la barra, donde había un viejo rechoncho. Caminaba de
un lado a otro con las pocas fuerzas que podía tener atendiendo todas las
peticiones que le hacían.
- Oiga - llamó Lory.
- Espera... ¡Vaya bombón! - dijo uno que estaba medio borracho -.
¡¡Camarero!!, ¡hip!, ¿No ha oído a esta bella señorita?
- Qué quiere - dijo débilmente el hombre tras la barra.
- Deseo vender un caballo - dijo Lory -. ¿Sabe quién podría
comprármelo?
El anciano se aproximó a Lory con la mano en la oreja, pues por lo
visto no oía bien.
- ¡¡Quiere vender su... jac... caballo!!, Viejo gordo - ayudó el
borracho, guiñándole un ojo a Lory.
- ¿Quiere vender un caballo? - preguntó el viejo, extrañado.
Lory asintió con la cabeza, ya que supuso que sería más efectivo
que ponerse a gritar que sí.
- Vaya a la casa del alcalde. Aquí sólo vendemos bebida. ¿Para qué
quiere venderlo? ¿Piensa quedarse a vivir aquí?
Lory bufó con desesperación.

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- ¿Y dónde vive el alcalde? - insistió ella.
- En el otro lado de la calle. Tiene la casa más grande - respondió el
borracho.
- ¿Qué dice que quiere? - gritó el camarero poniendo la mano tras la
oreja.
- ¿Ya lo ha oído...jump... señorita! - le dijo el borracho, de nuevo -.
El aljaide oye mejor que este tipejo. Ja, ja, ja, ja...
Lory salió del local seguida de Marilia y Vancur.
- ¿Por qué hay tanta gente? - preguntó la chica rubia, al salir.
Vancur se encogió de hombros.
- Muy sencillo, todos quieren pasar las montañas - aclaró Van, que
salía tras Lory.
Marilia empezó a sospechar que había algo más que ellas no sabían.
- ¿Por qué?, ¿qué buscan más allá de las montañas?
- Nada - eludió Van -. Nada interesante.
- ¿Cómo que nada?
El hombre resopló.
- Es puro afán de protagonismo. Los más temerarios del mundo
vienen aquí a probar sus habilidades. Es lo que tienen los tiempos de paz,
que la gente busca las maneras más extrañas de jugarse la vida.
- Usted también, usted va por eso. O al menos esa fue su primera
verdad.
- No, jovencita - reprendió a Lory -. Crees que los sabes todo,
¿verdad? Ya os he contado la verdad... ahora vayamos a buscar al alcalde.
Así se terminó la discusión. Lory al fin dejó de atormentar al
anciano, pues parecía bastante enfadado y no quería que también Marilia se
enojara con ella por que el anciano subiera aún más su tarifa.

Fueron a la casa del alcalde y, después de muchos regateos,


vendieron el caballo por tres jaspes de plata. Lo suficiente para pagar
viandas para el viaje y las dos monedas al anciano. Fueron a otra casa con la
convicción de que tendrían que pagar la noche, pero se encontraron con
gente más hospitalaria que la del camino de Abansis.
Alojaron a diez viajeros y habían dado una habitación para las
mujeres, que curiosamente ellas dos eran las únicas. El dueño y su mujer
durmieron en la planta de arriba. Era una casa vieja pero bastante amplia.
Los viajeros tenían bastantes casas donde elegir ya que los vecinos eran igual
de hospitalarios. En esa casa habían montado en la planta baja toda serie de
jergones de paja para que no tuvieran que dormir a la intemperie. Hacía un

322
frío terrible por las noches y morían más de cien personas al año por dormir
fuera. Allí se enteraron que realmente había multitud de viajeros que
buscaban cruzar el muro de hielo. Muchos dejaban el ejército de su país,
después de servir el período que le correspondía, y para terminar de ser un
hombre acudían con sus compañeros de legión a intentar superar el reto de
intentar escalarlo. Muchos morían en el viaje y los que sobrevivían era
porque decidían regresar a tiempo. Luego les contaba a todos sus conocidos
que lo habían intentado y que vieron a la muerte cara a cara y así convencían
a la siguiente generación de mentecatos. Aunque escucharon decir a unos
muchachos cosas extrañas como que se cambiarían el nombre si conseguían
ser eruditos.
Marilia empezó a creer que el mundo estaba lleno de chiflados. Al
menos la gente de la aldea era realmente amable y se notaba que en la región
sur, la más alejada del imperio saphónico, se respiraba la paz estable y
duradera.
Así se despidieron a su caballo que para haberle cogido tanto
cariño, ni siquiera le habían puesto nombre porque no quisieron encariñarse
demasiado. No era un elegante corcel, era un simple caballo, bastante gordo,
el día que lo compraron, y demasiado flaco el día que lo vendieron. Sin
embargo recibieron un buen precio ya que todos esos viajeros ansiaban
comprar uno y estaban dispuestos a pagar bastante por el podenco.
Aunque dudaban de si era conveniente deshacerse del animal,
Vancur aseguraba que allá donde iban, no podría ir el caballo. Mejor que
dejarlo suelto era sacar provecho económico.
Después de meditar un poco en lo dura que sería la siguiente
jornada de viaje, Marilia y Lory apenas cerraron los ojos se durmieron
profundamente. Era la primera vez en mucho tiempo (una eternidad), que
probaban una cómoda, cálida y maravillosa cama bajo techo.

Cabise la había convencido para sumergirse en las aguas de un río y


entonces supo que tenían que despedirse. Se sumergieron y penetraron en las
oscuras aguas, buceando. Entonces él trató de soltarla pero ella se negó
rotundamente. Sin embargo, su mano tiró tan fuerte que terminó soltándose y le
siguió el silencio, Cabise terminó desapareciendo ante sus ojos, en la infinita
oscuridad.

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Sudaba copiosamente cuando despertó, quizás por estar tapada por
dos mantas, o quizás por la pesadilla. Se había acostumbrado a dormir al
raso y ahora que tenía tanto abrigo le costaba dormir.
Marilia miró a su alrededor. Era una habitación sencilla, sin
adornos en las paredes. No necesitó ninguna luz para ver ya que desde
siempre había tenido ese don. Veía en la oscuridad más impenetrable. Vio
que Lory estaba en su lecho, tendida de lado. De repente se puso boca arriba
y gritó.
- ¡No me toques, cerdo! - saltó, despertando tan bruscamente como
su amiga.
- Lory, tranquila - dijo Marilia -. Soy yo.
La chica se frotó los ojos con desgana, y suspiró.
- ¿Ya tenemos que irnos? Pero si ni siquiera ha amanecido.
- He tenido una pesadilla - explicó Marilia -. Aun es de noche, no
tenemos que irnos, tranquila.
Entonces, Lory volvió a acostarse y enseguida se durmió. En
cambio Marilia se preguntó si había despertado por una pesadilla o era una
especie de presagio. ¿Había dicho adiós para siempre a Cabise cuando se
despidieron en Kalmensi? Deseó regresar al sueño de dónde había salido
pero era consciente de que eso era imposible. Había tenía la remota
esperanza de convencer a Cabise de que no la abandonara, pero la realidad
era que ya lo había hecho.
«Cabezota estúpido, te dije que no te fueras» - le regañó en silencio, con
lágrimas en los ojos.

- Vamos, arriba - Apremió la voz de Lory.


Marilia abrió los ojos, sorprendida, pues ni siquiera recordaba
haberse vuelto a dormir.
- ¿Ya amaneció? - se preguntó -. Caramba.
- Ya, ya - urgió su amiga rubia.
Se levantaron de la cama y se lavaron con una palancana de agua
para despejarse. La dos se quejaron de la espalda, pues a pesar de tener una
cama, ya estaban acostumbrándose al suelo.
Salieron de la casa sin despertar a la decena de hombres que
roncaban en la sala de la chimenea.
Tenían mantas, capas, y un poco de dinero para comprar comida
duradera. Era muy pronto, pues nadie había salido de la cama. Fueron a la
salida del pueblo, junto a un árbol, en el que habían quedado con el señor

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Vancur Teodorimus. El sol estaba a punto de salir, y habían quedado con él
para el amanecer.
- Qué raro. En este pueblo deben ser muy gandules - opinó Lory.
Justo en ese momento escucharon un ronquido detrás del árbol.
Miraron a ver quien era y encontraron a Van que dormía a pierna suelta y no
se había enterado de que ellas estaban allí. Se rascó la barriga entre gruñidos
y después se metió la mano en los pantalones rascándose sus vergüenzas.
Lory no pudo evitar reírse. La otra, por su parte, creyó que debía
despertarlo. Le tocó en el hombro varias veces con la punta de la bota y Van,
sorprendido, saltó de su lecho improvisado y se puso de pie.
- Pero... ¿Quién...? Ah, sois vosotras.
- Es la hora - dijo Lory.
Van se peinó con la mano hacia atrás y después de sacudir su capa,
se la puso a la espalda. Recogió la manta y la metió en su zurrón.
- ¿Lleva el mapa? - preguntó Marilia.
- Pues claro - se enfadó Van -. Estáis seguras, ¿verdad? No quiero
berrinches para volver.
- Si no fuera por usted, ya habríamos salido - contraatacó Lory.
El viejo miró a Lory con cierta rabia, pero sabía contenerse. No dijo
nada más hasta que recogió sus cosas y cogió el bastón.
- ¿Tenéis la comida? - dijo finalmente.
- Oh, vaya, lo había olvidado - reconoció Marilia, fastidiada.

Compraron lo necesario galletas dulces, dos panes, dos frascos de


miel, llenaron dos de sus odres de vino y aun les sobró un jaspe, que
prefirieron guardarlo. No compraron más porque ya les pesaría todo
bastante, cargado a la espalda. Vancur aprovechó para pedirles el pago por
adelantado y con ese dinero compró un buen pedazo de carne de ciervo
curado, que envolvió en una tela y luego lo guardó en su mochila. No
compró nada más.
Se cargaron los bultos y salieron de la tienda. Lory iba delante, pero
salir al exterior se dio la vuelta bruscamente y miró a Marilia con bastante
sorpresa.
- ¿Qué pasa?
- Haz como si no pasara nada - dijo la otra. No era por miedo, más
bien vergüenza o incertidumbre.
- ¿Es que acaso pasa algo? - preguntó mientras salía.

325
Notó como Lory se pegaba a su espalda para evitar que alguien la
viera. Era imposible saber a quien. Se cruzaron con bastante gente y con más
aún se cruzarían antes de salir de allí, camino a Sierreth.
Había gente de toda clase. Había tres hombres inmensos, atléticos y
de todas las edades. Lo que más les llamaba la atención era la poca afluencia
de mujeres que había. Eran tan escasas que casi todas las cabezas se volvían
hacia ellas para dedicarles una corta mirada. Los más osados silbaban a su
paso. Marilia se concentró en averiguar a quién estaba evitando Lory, pero
dedujo que si temía ver a alguien debía ser un antiguo novio.
Muchos estaban preparando sus caballos y uno le llamó la atención
especialmente por que no las miró como los demás. Miró fijamente a Lory y
se acercó a ellas con cierta ansiedad.
- Creo que te ha visto - dijo por la comisura de los labios.
- Vaya, qué pesado...
Lory salió a la luz, y al instante el joven que la buscaba abrió los
ojos exageradamente. Se hizo la despistada, pero el chico se acercó a ella.
- Hola - dijo tímidamente.
Lory hizo como si se sorprendiera de verle.
- Hola... ¿Te conozco?
- ¿No te acuerdas de mí? - tentó el joven con mucho miedo.
Lory quiso decir que no le conocía, pero no supo mentir.
- Ssí - dijo insegura -. Te he visto antes, pero no recuerdo bien...
- Nos conocimos en Solace, me llamo Joseph.
- Ah, no me suena, lo siento - no quería decirle que sí.
Lory sonrió, como si hubiera hecho un esfuerzo terrible en recordar.
- Pues yo a ti te conozco muy bien. Eras camarera de "El refugio
seguro", en Solans, ¿me equivoco?
- Cielos, no te equivocas.
- Llevo siendo cliente de la taberna de la posada desde que soy
mayor de edad. Siempre te he visto y, bueno, nunca habíamos hablado salvo
la última vez. Llevé a unos amigos que cuando te vieron sola quisieron
propasarse contigo. Tuve que detenerlos para que no te hicieran daño.
- En serio, ¿eras tú? - preguntó Lory, fingiendo no recordar mucho -
. Pues qué pequeño es el mundo.
- Lo cierto es que por culpa de ese incidente dejé el ejército. No
soportaba seguir fingiendo amistad con esos cerdos sin escrúpulos. No fuiste
la primera que intentaron atacar, ¿sabes?
- Te agradezco que me protegieras, recuerdo que recibiste una
buena paliza.

326
- Nos pegábamos continuamente. Les encantan las peleas a esas
bestias. Me curtieron a base de palos, en cuanto discutíamos se resolvía todo
a puñetazo limpio y luego tan amigos. Hasta que discutíamos de nuevo.
- ¿Y qué haces tú por aquí?
Lory había temido lo peor al verlo. Pensó que iba a recurrir a la
poética y le recordaría que el destino los había vuelto a reunir, dado que ella
le había insinuado que le gustaba en aquella ocasión y se avergonzaba
profundamente de haberlo hecho ya que no le conocía en absoluto... Pero no
le había dado tanta importancia como temía y se sintió menos presionada
por su presencia.
- Decidí que prefería llevar una vida más honrada que de soldado.
Al principio traté de ser ayudante de un arquitecto de allí, pero no se me
daba muy bien y...
- Entonces, tú eres el que... - Marilia quiso interrumpirle porque no
querían pasarse el día entero de cháchara.
Lory le dio un codazo para que se callara.
-... No, no estoy equivocada - rectificó -. ¿Nos vamos?
En realidad no le interesaba quién era, solo que dieran por
concluida la conversación y continuaran.
- ¿A qué viene tanta cháchara? - añadió bruscamente Vancur -. Hay
que salir cuanto antes.
- ¿Qué haces tú por aquí? - preguntó Lory, ignorando
deliberadamente a Van, dado que no había terminado de contestar.
- Lo de todo el mundo - señaló al resto de viajeros.
- ¿El qué? - insistió Lory.
- Deseo aprender magia, como tú y tu amiga. ¿No habéis venido
para eso?
Todo comenzó a tener sentido.
- ¿Magia? - preguntó Marilia.
- Sí, siempre me ha atraído - dijo el Joseph. Se corrió la voz de que
se ha abierto una escuela en las montañas Sierreth. Decían que todo el que
pudiera llegar al castillo sería puesto a prueba para ser un mago.
- ¿Quién decía eso? - preguntó Lory.
- Un tipo de negro ha ido por ahí demostrando sus poderes. Era
capaz de resucitar una cabra y de hacer llover sobre un tiesto. Explicaba a
todo el mundo que estaba dispuesto a enseñar a quien fuera a verle.
- Un tipo de negro... - susurró Lory -. Solo puede haber sido
Melmar.

327
- ¿Resucitaba a una cabra? - preguntó Marilia, asombrada -. Vaya,
ignoraba que se pudiera hacer eso con la magia.
- Entonces, ¿vosotras también vais a verle?
- Sí, pero no para aprender magia - le corrigió Marilia, asqueada.
- ¡Vamos!, no tenemos todo el día - gritó Vancur.
- ¿Puedo acompañaros?, He venido sólo, pero si os molesto... lo
comprenderé.
- ¿Molestar?, no digas tonterías - dijo Lory, contenta de tener otro
hombre en su compañía. Ahora que sabía que no sería un chiflado que bebía
los vientos por ella, le caía bien. Además tenía la seguridad de que Joseph
era de fiar, ya la había librado de una buena sin conocerla y había
demostrado su habilidad en combate.
- No, no, no - protestó el viejo -. Solo vosotras, nada de invitados.
- Es mi amigo y viene con nosotras - protestó Lory.
- Estúpida mocosa, ni siquiera tú deberías venir. Solo vine
buscándola a ella - señaló con el pulgar a Marilia.
- Pues yo no voy a ninguna parte sin mi amiga - le regañó la
aludida.
- Lo suponía, era imposible evitarlo. Al final seremos un batallón de
infantería... Escucharme, no quiero que nadie más nos acompañe - gruñó
Vancur -. Ni siquiera ese amigo tuyo, si es que te lo encuentras de camino.
¿De acuerdo?
Ninguno asintió, pero el viejo asumió que le harían caso.
Comenzaron la caminata con Van encabezando al grupo, Joseph y
Lory hablando después, y la última Marilia. Las palabras del viejo la habían
dejado triste porque no había nada que deseara más que encontrarse a
Cabise de camino. Si eso ocurría, Vancur tendría que irse solo porque no
habría razón para ir a buscar a Melmar o Welldrom.
- ¡Eh!, chaval - dijo bruscamente Van -. Vendrás con nosotros hasta
el valle helado, después apáñatelas como puedas.
- ¿A usted que más le da? - le protegió Lory.
- No me fío de él - cortó el viejo.
- Ni yo de usted y aun sigo aquí.
- Entonces, largo. No quiero ir acompañado de gente desconfiada y
mucho menos de gente en la que no confío.
- Marilia, ya no aguanto a este viejo - protestó Lory.
- Esperad - intervino Joseph -. Si vais a discutir por mi culpa, no
pasa nada, me voy y listo.
- Un chico inteligente - opinó Van.

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- Ha dicho que hasta el valle helado - negoció Lory.
Van dio por terminada la cháchara y comenzó a caminar directo a
las montañas. No había camino por donde iban. Ni siquiera iban por donde
salían los demás viajeros. Parecía que no tenían dirección fija, pero Van
nunca pareció desorientado.
Atravesaron unas montañas poco escarpadas, pasaron sobre
grandes rocas con cuidado, pues solo caer de una de ellas podía suponer una
pierna rota o algo peor. Parecían pulgas saltando de una patata a otra, en un
saco repleto de ellas.
El paisaje que se acercaba era estremecedor. Aun estaban a bastante
distancia de los picos con forma de sierra, que ya ocupaban la mayor parte
del cielo. Lory los comparó con las nubes que aparecen horas antes de llover.
El mismo color, la misma altura, pero sus afilados picos arrancaban
escalofríos.
- ¿Vamos a cruzar de frente? - se preguntó Marilia, que se había
quedado bastante rezagada con respecto a los otros tres. Ninguno la oyó
aunque no era su intención que la oyeran.
Aceleró la marcha para alcanzarles y pronto vio de nuevo el largo
pelo grisáceo de Van, meneándose arriba y abajo, según saltaba de una roca
a otra. Lory y Joseph caminaban a poca distancia.
Probaron así su agilidad y perdieron el miedo a la altura, brincando
de una roca a otra. Lory y Joseph se habían separado, pues él era bastante
más ágil que ella e iba casi al mismo paso que Van. Era un chico de unos
veinticinco años, delgado de constitución musculosa. Parecían saltamontes,
no se cansaban y se diría que tenían muelles en las piernas tanto Vancur
como él.
En cambio Lory y Marilia se rezagaron aún más. Fueron las dos
juntas, guiadas tan solo por que de vez en cuando veían las greñas de Van a
través de las peñas y árboles
- ¿Qué pasa? - dijo Marilia -. Creí que te gustaba Joseph. Hasta
soñaste con él. ¿Por qué has fingido que apenas le recuerdas?
- ¿Qué? Es más feo de lo que recordaba.
- Mujer, no destaca mucho, pero tampoco es feo.
- ¿Es qué quieres meterme en un anillo? Tengo miedo. Me gusta,
pero sé que si me dejo arrastrar por mis sentimientos terminaré fregando en
una taberna para que él despache detrás de la barra. Los dos nos pondremos
gordos y tendremos cincuenta hijos.
- Te pondrás gorda, con él o sin él. Y llegar a tener familia no es
algo malo. Trabajar es algo que todos tenemos que hacer para sobrevivir.

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- Mira, nunca me haré a la idea. No quiero ser una señora de
pueblo. No deseo ser como todo el mundo espera de mí. Puede que me
muera de vieja y acabe sola como una solterona incomprendida, pero me
gustaría que cuando muera mis máximas aspiraciones se hayan cumplido.
Entonces seré feliz.
- ¿Cuales son?
- No sé, son muy difusas.
- Yo me conformo con llegar a encontrar a Cabise, el resto no me
importa. Ya lo decidiremos juntos.
- ¿No te has parado a pensar que si Cabise está en alguna parte,
vivo, es porque no quiere volver a verte? Y si está muerto... ¿Qué sentido
tiene buscarlo?
Marilia sintió que esas palabras le golpeaban en la boca del
estómago y la dejaban sin aliento.
- Si Cabise pensara como yo, te tendría pánico - continuó Lory,
inconsciente del golpe verbal que había dado a su amiga -. Quieres echarle el
lazo al cuello. Quieres apropiarte de su vida, como si fuera tuya y te ha
dicho por activa y por pasiva que nunca abandonará la magia. Sabe que tú
serás un obstáculo en su camino, que siempre te opondrás a su... vocación.
Es peligroso cruzarse en el camino entre un hombre y lo que considera
vocación.
- ¿Qué sabrás tú del amor? - se defendió ella, iracunda -. Me oponía
a la magia porque todo cuanto hacía por aprender le alejaba más y más de
mí...
Marilia no pudo continuar hablando. Sus ojos se llenaron de
lágrimas y para ocultarlas evitó seguir el mismo camino de Lory, alejándose
unos metros a la derecha.
Lory puso los ojos en blanco y continuó su camino tras Vancur y
Joseph. Ahora era consciente de que había hecho daño a su amiga pero, en
lugar de pedir perdón y sentirse arrepentida, pensó que ya iba siendo hora
de que abriera los ojos a la realidad, por muy dolorosa que fuera. Marilia
decidió no hablar más del tema. Bastante dolida estaba con no saber nada de
Cabise como para tener que discutir sobre si la quería o no.
- El amor no es que te regales sin más - aleccionó Lory, desde lejos -.
El amor debe ser recíproco.
Sin embargo Marilia no se acercó a ella para replicar. Se alejó más,
dejando claro que daba por concluida la conversación. Aunque dolida,
Marilia no estaba enojada con Lory, que sencillamente daba sus opiniones
certeras. Seguramente con otra pareja tendría razón, pero no con Cabise. La

330
última vez que pensó mal de él se había equivocado. Y aun equivocada le
había seguido amando. Se marchó a realizar su prueba y cuando debería
haber regresado en quince días, no volvió. En principio pensó que había
muerto y eso fue lo que pensaron todos. Se acusó a su maestro y fue la
primera en traicionarlo porque le culpaba de su muerte. Se equivocó aquella
vez, ayudando a condenar a un inocente y se equivocó después, cuando
regresó, cuando pensó que no había vuelto antes porque no había querido.
Cuando le confesó que había sido apresado como un ladrón, se sintió
doblemente culpable por haberlo juzgado mal a él y a su maestro. No sabía
si ese sentimiento de culpa era el que la llevaba a confiar ciegamente en él.
Quería creer que si no había regresado era porque algo le había tenido que
pasar y si estaba vivo en alguna parte, debía encontrarlo. No quería pensar
mal de él. No después de todo ese camino y lo que estaba haciendo por
encontrarle.
- Amor es dar todo sin pedir nada a cambio. Al menos es lo que me
han enseñado - susurró, sin que Lory la pudiera oír ya.
A Marilia le chocó esa definición. Sonaba estúpido entregarlo todo
sin pedir nada a cambio, pero lo cierto era que así se sentía ella, dispuesta a
todo por encontrarle. Se preguntó si él también haría tanto por volver a
encontrarla a ella y antes de buscar una respuesta pensó que no importaba.
Eso no cambiaría lo que ella estaba haciendo.

Siguieron avanzando y pronto llegaron al pie de unas altas


montañas, que no impedían la visión del apabullante muro de hielo que se
veía todavía en la distancia. Ahora éste era tan alto que subía por encima de
las cumbres más cercanas y parecía cubrir gran parte del cielo. Se adivinaban
sierras blancas entre sus formas lejanas. Desde allí podían distinguir que el
muro no era otra cosa que un gran sistema montañoso de bastante altura y
que empezaba con aquellas montañas que tenían delante. Detrás de estas, la
neblina y la ventisca parecían pintar el fondo de gris azulado en una
sucesión de montañas cada vez más altas y más lejanas. Por esa razón, desde
la aldea de la que salieron se veía como un inmenso muro de hielo. En
realidad era mucho más que eso.
El fondo del valle estaba verde por los lados, había inmensas rocas
y había tres posibles bifurcaciones, sin contar la subida a la montaña.
Alcanzaron a Joseph y a Van, que en la ascensión habían congeniado y ya
hablaban entre ellos de política y cosas de soldados.
Lory supuso que Joseph se despediría, pero no supo si alegrarse o
llorar cuando Van les dijo que había cambiado de idea y podía

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acompañarles. Alegó que le había caído bien el muchacho, a pesar de estar a
favor del viejo emperador de Saphonia.
Cuando Lory vio el rostro sonriente de Joseph, se dio cuenta de que
en realidad no era ni feo ni guapo. En realidad no le importaba, pues a pesar
de tener los ojos demasiado grandes y mostrar demasiado los dientes al
sonreír, tenía algo... que no acertaba a precisar. No le gustaba, no era su
tipo... o al menos eso era lo que quería hacerse creer a sí misma ya que en
realidad nunca se había puesto tan nerviosa por ningún hombre salvo por
ese chico. Puede que su gesto galante, cuando la salvó de esos dos soldados,
hubiera servido de algo, después de todo.
- ¿Acaso no recuerdas cuando el emperador envió sus tropas a
Abansis con el pretexto de impedir que siguiera siendo puerto de piratas? -
regañó de repente Vancur a Joseph -. En aquella ocasión se aseguraron de
que el rey de Abansis firmara un pacto de adhesión al imperio antes de que
salieran sus tropas. Con la supuesta protección de Saphonia en el punto de
mira de los ciudadanos, lo que pasó en realidad fue una conquista velada.
Los piratas eran un pretexto, Saphonia no descansará hasta que todas las
provincias de Cybilin sean suyas. Los países son como los extorsionadores,
los más fuertes les dicen a los débiles que si quieren protección deben pagar.
Entonces ellos mismos no les atacan. No me extrañaría nada que la mayor
parte de piratas cobre sueldo del imperio.
- No estoy de acuerdo. Con las alianzas conseguidas por el antiguo
emperador se trajo mucha paz. Y si una conquista sin guerra es algo malo...
- Es malo porque ha quitado autoridad al resto de provincias -
repuso el viejo.
- Evitando que intenten conquistarse unas a otras - replicó Joseph -,
siendo el imperio saphónico un juez y verdugo de cualquier contienda. Las
guerras no le interesan a nadie.
- Eso no son más que excusas - regañó Vancur -. ¿A quién crees que
van nuestros impuestos? Ahora no solo pagamos al rey de Abansis sino que
hay que pagar un tributo a Bisnark, el nuevo emperador. Este al menos se
está quieto y no hace alarde del poder imperial. Supongo que como él no era
el heredero, sino Shanis, parece que tiene las ideas más claras. Vive de su
puesto, disfruta del lujo y los placeres y deja el resto como está.
- La nobleza siempre ha vivido bien - se quejó Joseph -. Los únicos
nobles que no nadan en riquezas son los elfos. Estos solo poseen el título y el
reconocimiento... menuda raza de estúpidos idealistas.
- ¿Estúpidos? - se enojó Vancur -. Los elfos no son como nosotros -
aleccionó -. Ellos no tienen tantas ambiciones, les basta con asegurarse el

332
futuro a largo plazo. Es lo que tiene vivir tantos años. Buscan el equilibrio y
no las riquezas. Si fuera por ellos, no habría ni dinero en el mundo. Todo
sería gratis y todas las acciones altruistas. Así todo el mundo cuidaría de
todo, no solo sus posesiones. Pero a ver cómo le metes eso en la cabeza a un
rey que tiene tanto oro que no saben ni donde meter. Que chasquea los
dedos y tiene a cientos de siervos fieles que a su vez son ricos gracias al
trabajo que tienen. Me gusta la filosofía de los elfos, es sostenible y el mundo
no tendría tantos problemas. En el fondo la realeza y los ricos en general, son
el lastre de la raza humana.
- Mira, viejo, en eso te doy toda la razón.
- Lo único para lo que podrían servir es para protegernos si es que
vuelven a surgir los dragones o si los bárbaros de los mares del norte se
deciden a invadir Cybilin.
- ¿Qué bárbaros? - preguntó Joseph -. ¿Es que hay algo más allá de
los mares del norte?
- Claro, he oído decir a pescadores de Tamalas que existen dos
continentes inmensos a unas dos mil millas de Cybilin. El más cercano está
cerca del cabo de Trentor. Allí, la mayoría de los que han llegado no han
regresado y los que lo han hecho volvían aterrados. Contaban que tribus
caníbales habían matado al resto. Por suerte son tan bárbaros que no saben
ni construir barcos, aunque algunas historias hablan de que saben construir
enormes estructuras de piedra con forma de pirámide.
Joseph rió, incrédulo.
- ¿Y el otro?
- Ah, sí, el otro es mucho peor. Los pocos que han sobrevivido
relatan que en lugar de hombres había sombras. Sí, hombres oscuros como
sombras que atacaban como animales salvajes con lanzas de madera y arcos
con flechas envenenadas. Según he oído, esas criaturas se ponen los huesos
de sus víctimas atravesando la piel de sus rostros para dar más miedo.
Además tienen narices de búfalo, labios de mono y sus voces son graves
como los truenos de las tormentas. Es increíble, aunque me creo todas esas
cosas ya que si la gente lo comenta es porque alguien ha tenido que verlos
alguna vez. Además, si fuera verdad cualquier día podríamos ser invadidos
por ellos. Conviene conocer a nuestro enemigo.
- No sé cómo puedes tomarte en serio esas fantasías - le regañó
Joseph -. Ya eres bastante mayorcito...

333
334
24

LA TORRE DE SIERRETH

- Ahí está - dijo Vancur -. Subiendo por la ladera.


Los otros tres se miraron extrañados. Era cierto que había un
camino que parecía perderse en la espesura, pero ese camino debía llevar
siglos sin pisar ya que las hierbas que crecían en él eran tan altas que no se
veía el suelo donde pisaban. Se adivinaba que había sido un camino porque
en lugar de pisar en tierra blanda pisaban cantos rodados y las hierbas eran
menos densas que en los lindes. Había abetos y nogales escoltando el
vetusto camino y eran enormes moles de madera con copas tan amplias que
cubrían la mayor parte de la luz del sol.
Vancur avanzó por el camino hasta que éste dejó de verse y solo les
quedaba la opción de regresar o tratar de internarse en un espeso matojo de
zarzas con moras y peligrosas ortigas.
- No me extraña que nadie más conozca el camino - dijo Joseph.
- Qué extraño - dijo Vancur -. Juraría que he seguido la ruta
correcta.
El anciano miró el mapa, enojado, y buscó algo señalándolo con el
dedo.
- Maldita sea, deberíamos estar justo en el río, frente a la entrada de
la gruta.
- Eso explica por qué no parece el camino - dedujo Joseph -. Es que
no lo es.
- Cállate, idiota - le regañó Vancur -. Nunca doy con la entrada a la
primera, pero todavía será la primera vez que no consiga encontrarla.
- ¿Cuántas veces has pasado por ahí? - preguntó Lory, por
curiosidad.
- ¿Crees que nunca lo he hecho? - Exclamó Vancur, enojado sin
venir a cuento.
- No...

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- ¿Cómo crees que salí de la torre? ¿Cómo crees que llegué a
encontrarla una vez?
- Eso me pregunto yo - bromeó Marilia.
- Ah, ya está... El camino se dividía ahí abajo. Este era el señuelo...
Vancur retrocedió por el camino que había venido y miró
atentamente las señales de la derecha. Ninguno de los tres vio nada especial
pero Vancur se detuvo delante de una encina.
- Aquí - murmuró sumamente concentrado en lo que hacía.
Se salió del camino y se internó en un espeso prado de hierbas que
les superaban la altura de la cintura.
- He pisado algo blando - se quejó Joseph.
- Supongo que se empantana con facilidad. La nieve de las
montañas lo hace un poco peligroso.
Justo cuando dijo eso Lory desapareció de la vista de todos y se
escuchó su grito ahogado.
Marilia estaba a su lado cuando sucedió y al no verla en el suelo se
asustó.
- ¿Lory? - gritó -. ¿Dónde estás?
- Aquí... - se escuchó su voz lastimosa desde varios metros de
distancia.
Marilia se aproximó con cautela a donde había estado su amiga y
vio que la hierba descendía ligeramente a causa del caño de un riachuelo.
Lory estaba sentada en el agua y se quejaba del trasero.
- Me resbalé - no pensé que habría esta bajada aquí.
- ¿Te ayudo? - se ofreció Marilia.
- No, fíjate en el resto, que no se vayan sin nosotras.
- Aquí estamos - contestó Joseph, que se había acercado al oír el
resbalón.
Lory trató de volver a subir, pero las hierbas eran tan espesas y
altas que no sabía dónde pisar.
- ¿Te echo una cuerda? - ofreció su amiga.
- Buena idea, en este lugar uno puede romperse un tobillo al menor
descuido.
Marilia desenganchó de sus bártulos la cuerda y se la tendió a Lory.
Esta la agarró y trató de subir la pendiente. Las hierbas resbalaban tanto que
estuvo a punto de caerse de nuevo. Entre Marilia y Joseph la mantuvieron
en pie.
- Vamos ya casi está.

336
Lory dio dos pasos más y esta vez el suelo no cedió y logró subir el
pequeño terraplén.
- Me he puesto perdida - se quejó -. Encima ese barro negro apesta a
estiércol. Gracias, chicos.
- Vamos - urgió Vancur, desde detrás de Joseph -. Ya casi hemos
llegado. Y no volváis a caeros. ¡Mirad por dónde pisáis, demonios!
- Cada día me cae peor ese viejo - susurró Lory, poniendo los ojos
en blanco.
Mas adelante las hierbas desaparecieron y llegaron a un río de
aguas cristalinas. A pesar de llevar bastante fuerza y tener mucha agua, les
resultó sencillo atravesarlo saltando de roca en roca. Cuando estaban al otro
lado Vancur volvió a mirar el mapa y se metió en el agua
despreocupadamente. Emitió un gruñido al notar el agua helada y caminó
hasta hundirse por las rodillas. En el sitio donde estaba había un hueco
oscuro justo debajo de un árbol cuyas raíces parecían formar un marco
rupestre que parecía no dar a ninguna parte. Ninguno de los cuatro entraba
por ese hueco pero cuando Vancur se aproximó el agua le cubrió
completamente hasta el cuello.
- Yo ahí no me meto - gruñó Lory -. Ya tengo bastante frío como
para empaparme enterita y entrar a vete tú a saber dónde. Seguro que hay
todo tipo de bichos ahí abajo.
- Solo existen dos modos de llegar a la torre - aleccionó el viejo,
tiritando por la corriente helada -. Por aquí o por los acantilados de la costa.
Y ahora, si me disculpáis...
Sin detenerse más sumergió la cabeza y desapareció. Todos
guardaron silencio, impacientes por si volvía a salir. Aunque no parecía que
bromeara, todos deseaban que lo hubiera hecho. ¿Meterse hasta la cabeza en
una corriente helada en pleno invierno cuando ya estaban soportando a
duras penas el frío? Ese viejo había perdido el juicio.
- Supongo que ahora me toca a mí - gruñó Joseph, no muy contento
por ello.
Ninguna de sus compañeras le quitó la razón de modo que Joseph
se metió en la corriente de agua y lanzó una maldición ininteligible al meter
los pies en el agua.
- No siento los pies, ese viejo está loco...
- ¿Necesitáis ayuda ahí abajo? - dijo una voz, por encima de las
hierbas que había más allá del río.
- Nooo - gruñó Lory, fastidiada -. Nos han pillado, daos prisa, a
Vancur no le...

337
- Será mejor ser amables, nunca viene mal una ayudita en un sitio
tan remoto - dijo Marilia -. ¡Aquí! Vengan, por favor.
- ¿Estás loca? - la regañó Lory -. Vancur se pondrá como un
basilisco.
- ¿Y desde cuando eso te molesta? - respondió Marilia, sonriente.
Antes de que Lory pudiera contestar, un chico de unos diecinueve
años saltó al río desde la hierba. Aunque salpicó bastante, no perdió el
equilibrio y se enderezó con bastante habilidad.
- ¡Vamos chicos, es seguro! - exclamó.
- Allá vamos - se escuchó a una chica y otro hombre, mayor.
- Cielos - gruñó Joseph -. ¿Cuántos serán?
- Oh, somos tres - respondió el muchacho -. Me llamo Duncan.
Inmediatamente después salto otro individuo y este sí tuvo que
apoyar la rodilla en el fondo del río mojándose todo el pantalón. Era un
hombre más maduro, de unos cuarenta años. Estaba un poco gordo y se le
veía con mucha menos agilidad que su compañero.
- Este es mi padre - le presentó Duncan -. Vamos salta ya Ashashi.
Por cierto, antes escuché que estabais en apuros... ¿quién se ha hecho daño?
- No, no - explicó Marilia -. Nadie se ha lastimado.
- ¿Cómo?
- Vais a Sierreth, ¿no es cierto? - preguntó Lory.
Una cosa saltó desde la hierba y aterrizó en plancha en el agua
salpicándolos a todos con el agua gélida. Todos se quejaron y se sacudieron,
sacándose el agua de encima. Parecía que en lugar de agua eran cuchillas,
debía estar casi tan fría como el hielo.
Cuando la causante del alboroto se consiguió levantar estaba
soltando agua por la nariz como una morsa.
- Odio el agua - balbució.
Era una chica pelirroja de unos veinte años. Parecía bastante torpe
porque tardó varios segundos en conseguir ponerse de pie, después de
intentarlo repetidas veces cayendo de culo cada vez que resbalaba con
alguna piedra del fondo.
Duncan la ayudó cuando dejó de manotear frenéticamente.
- Desde luego estoy seguro de que el agua también te odia a ti -
bromeó el muchacho.
- Vancur nos está esperando - dijo impaciente Joseph -. No creo que
le guste nada que llevemos invitados.
- Si no vienen podrían morir intentando cruzar el muro de hielo - le
regañó Marilia.

338
- Supongo que todos queremos lo mismo - explicó el padre de
Vancur -. Me llamo Tom.
Le tendió la mano a Marilia y ésta la estrechó con mucho gusto.
Parecían personas honradas.
- Tenemos un guía - explicó Marilia-. Bueno, creo que es un guía...
si no lo es, debe estar ahogado ahora enredado en las raíces de ese árbol.
- No tendremos esa suerte - bromeó Lory.
- ¿Sabéis un atajo?
- No sabemos si es atajo o no - aclaró Joseph -. Sabemos lo mismo
que vosotros. Pero un viejo acaba de desaparecer ahí abajo y asegura que
por ahí se llega.
- ¿Por el agua? - se quejó Ashashi -. No contéis conmigo, prefiero
escalar.
Marilia y Joseph se miraron y éste se metió en el agua sin pensarlo
más. Todos vieron cómo se sumergía completamente y buceaba por debajo
de la raíz del árbol. Guardaron silencio unos instantes y el chico no volvió a
aparecer.
- Que miedo - susurró Marilia -. Es mi turno.
Al menos ya estaba mojada gracias a su nueva compañera de viaje
(si se atrevía a seguirlos). Caminó por el agua aproximándose a la hendidura
de la raíz y notó que el suelo descendía bruscamente. A cada paso que daba
se hundía medio metro. Cuando estaba en la entrada tuvo que mantenerse a
flote porque no hacía pie y delante de ella solo había un hueco oscuro y
agua. Dedujo que la única forma de continuar era buceando y palpando con
las manos ya que no se veía nada. Estaba oscuro como la boca de un lobo.
Reunió valor, cogió aire y se sumergió. El agua tocó su cara como
cuchillas de hielo y tuvo el primer impulso de volver a subir para gritar.
Pero la impresión pasó rápidamente y se concentró en avanzar por el oscuro
hueco dejado por el árbol. Tanteo el tronco y lo rodeó, acariciándolo hasta
toparse con arena y piedras. Luego siguió buceando, tanteando la pared
subacuática y el suelo comenzó a ascender con la misma pendiente brusca
que cuando entró. Subió con dificultad, pues el suelo resbalaba y nadó como
pudo hacia arriba. Cuando estaba a punto de quedarse sin aire, su cabeza
salió a la superficie y vio una luz al frente, fuera del agua.
Joseph tiritaba de frío con los brazos cruzados mientras Vancur se
calentaba las manos al calor de una antorcha que debieron encender al salir.
Marilia se arrastró como pudo por el agua y salió notando que le temblaba
todo el cuerpo y le castañeaban los dientes. No podía ni hablar. Al menos,
allí dentro no corría aire y la temperatura era soportable.

339
- ¿Qué pasa? ¿Habéis echado unas partidas al juego de dragones y
magos para decidir quién sería el siguiente? - se quejó el viejo.
Marilia decidió no contestar. No tenía ganas de discutir. Salió del
agua y trató de sacudirse para quitarse toda el agua que pudiera de encima.
Pensó en sus provisiones y que se debían haber empapado todas las galletas.
Sin embargo no se atrevía a corroborarlo, no quería tener que tirarlas y aun,
si se secaban, podían comerse en sus envolturas de tela aunque hubieran
perdido su forma.
El siguiente en aparecer fue Duncan y casi pegada a él salieron Lory
y Ashashi. Vancur los miraba estupefacto.
- ¿Qué diablos significa esto? - gruñó.
- Nos vendrá bien una ayudita - les defendió Marilia.
- ¿Ayudita para qué? - replicó el viejo, enojado -. Creí que ya había
dejado bastante claro que solo vine a por ti. Accedí a llevar a tu amiga y a su
novio porque sino tú no vendrías... pero esto es demasiado. Me niego a
llevaros.
Justo en ese momento surgió del agua la cabeza del padre de
Duncan.
Marilia prefirió ignorar los comentarios de Vancur y ayudó al
hombre a salir del agua. También parecía torpe y con su sobrepeso
necesitaría ayuda.
- Gracias, muchacha - dijo, sinceramente agradecido.
- Me van a matar - gruñó Vancur, en un susurro.
- Seguramente ya no te necesitamos más viejo - bromeó Joseph-.
Ahora es seguir por aquí y ya está, ¿no?
- Ja, me gustaría ver cómo te pierdes y terminas en las garras de los
demonios abisales. Pero si lo viera, yo también tendría que enfrentarme a
ellos y no tengo ganas ni tiempo.
Cuando mencionó a esas criaturas Marilia sintió un escalofrío de
miedo. Ya estaba temblando por el frío y por alguna razón el frío aumentaba
el ambiente tétrico y terrorífico.

La gruta era estrecha y angosta de modo que tuvieron que llevar


cada uno una antorcha y moverse por ella con especial cuidado de no
resbalarse. El suelo estaba cubierto de musgo y rocas húmedas y si el de
atrás resbalaba, todos caerían detrás. Curiosamente el camino descendía al
interior de la montaña en lugar de ascender. El descenso fue tan largo que
parecía que de un momento a otro se encontrarían un vacío bajo sus pies.

340
- Veréis, existen cuevas en todo el mundo - explicó Vancur en
apenas un susurro -. Si conoces el camino puedes llegar incluso a las islas
más alejadas. Dicen que en la antigüedad los enanos tenían gusanos gigantes
que excavaron túneles por todo el mundo, conectando cada ciudad, cada
región. Los usaron estratégicamente en el pasado pero no les sirvió de
mucho. Dicen que un dragón terminó aplastando a todos en la batalla por
Kelemost, aunque solo se derrumbaron allí los túneles.
- Sabes mucho de historia, viejo - le dijo Joseph.
- Y aún sé más - añadió Vancur -. No es la primera vez que paso por
estos túneles. Los enanos esperaban crear un inframundo que fuera solo de
ellos... pero se toparon de narices con un inframundo repleto de criaturas
terribles. He visto varios lugares que parecen comunicar con ese mundo.
Una de ellos lo veréis más adelante.
Cruzaron varias bifurcaciones que Vancur sorteaba con cierta
seguridad. Miraba el mapa siempre que llegaba a una y de alguna forma
tenía anotado qué camino debían seguir.
Entonces llegaron a una cueva enorme que bordeaba un enorme
agujero que parecía no tener fondo. El riachuelo que habían estado
siguiendo se precipitaba al vacío y el agua se convertía en una cortina blanca
antes de desaparecer en la oscuridad infinita.
- ¿Qué hay ahí abajo? - preguntó Marilia. Su voz produjo un eco
escalofriante.
- Parece la puerta del inframundo - explicó Vancur -. Esa es la
entrada de la que os hablé.
- Yo diría que es la puerta de la morada de los muertos - dijo
Duncan.
- No lo creo, solo es una cueva gigantesca - replicó Lory.
- No discutáis sandeces - se limitó a decir Vancur -. Sigamos, cuidar
dónde pisáis.
Marilia se quedó mirando la vasta oscuridad con melancolía y
miedo. Si era cierto que allí iban todos al morir, quizás Cabise estuviera ahí
abajo. Sintió cierta alegría al saber que después de todo, había logrado
encontrar la forma de acercarse a él. Era una sensación extraña... Sintió que
Cabise estaba ahí abajo, en alguna parte y que al igual que ella pensaba en él,
él debía estar pensando en ella y deseando escapar de allí para encontrarse.
Luego apartó la mente de esa idea y se regañó a sí misma por pensar
semejante cosa. No podía ni imaginar qué pasaría si después de todo ese
viaje, descubría que él había muerto.

341
Caminaron por el borde del abismo y alguna vez tropezaron con
alguna piedra que terminó cayendo al fondo. Lo más espeluznante era que
nunca escuchaban la llegada de la piedra. ¿Sería verdad que era la puerta de
Abismo de los muertos? Lo único que podían asegurar era que si caían, sin
duda morirían.
La boca del inframundo se terminó cuando el camino que la
bordeaba desembocó en una gruta semejante a la que habían seguido.
Vancur seguía avanzando lento pero seguro a pesar de que el camino seguía
descendiendo hacia las entrañas de la tierra.
- Duncan, tengo miedo - dijo Ashashi.
- No te preocupes, seguro que saben lo que hacen.
- ¿Y si nos llevan a una trampa? - opinó su padre.
- No empieces papa.
- Te dije que este viaje era una locura - le regañó este.
- No sé para qué has venido - espetó Duncan -. ¿Es que crees que
somos unos niños que siempre te vamos a necesitar?
- No voy a dejar que mis hijos vayan detrás de una misión suicida -
reprendió su padre -. He venido para asegurarme de que volvéis a casa
cuando os deis cuenta de que es un camino sin sentido.
- Genial - dijo Ashashi.
Lory, Joseph y Marilia se habían distanciado de ellos varios metros
pero aún así podían escucharles perfectamente por la facilidad con la que se
transmitía allí el sonido.
- Decidles a esos que cierren el pico - ordenó Vancur -. O tendré que
empujarles a la lava.
Tampoco hubo necesidad de transmitir ese mensaje ya que se
escuchó a la perfección. Los nuevos invitados cerraron la boca, temerosos de
su amenaza.
Aunque se sintieron tentados a preguntar a qué lava se refería, al
cabo de una hora de descenso comenzaron a sentir calor y pronto no
necesitaron antorchas para continuar. Un río de magma recorría las
profundidades de una grieta que poco a poco se iba haciendo más amplia
bajo sus pies. Por fortuna la lava estaba a bastantes metros de profundidad.
Sin embargo, a medida que descendían por la cueva, la grieta que partía en
dos el camino se hacía más ancha hasta que tuvieron que elegir uno de los
dos lados. Todos eligieron el mismo que Vancur ya que, supuestamente
conocía bien el camino.
- No creo que por aquí vayamos a la torre de Sierreth - se quejó el
padre de Duncan -. Parece que vamos derechos al mismísimo abismo.

342
- No dije que sería un viaje corto - aclaró Vancur, deteniéndose -.
Aquí descansaremos, lo vais a necesitar.
Habían llegado a un lugar donde era más cómodo caminar e
incluso podían reunirse sin peligro de caer por la enorme grieta. Los nuevos
miembros del grupo se sentaron a descansar cuando vieron que los otros
cuatro también se detenían al sentarse Vancur. Este hurgó en su mochila y
sacó algunas provisiones. Llevaba carne curada y con un cuchillo se cortó
una rebanada que comió con un apetito voraz. Marilia y Lory envidiaron al
viejo, que había olvidado mencionarles que compraran comida que no se
estropeara con el agua. Sus galletas debían estar incomibles ya que su
mochila seguía mojada a pesar del calor de la lava.
Al abrir la bolsa de la comida Marilia descubrió que el agua solo
envolvía la parte exterior de la tela. Las galletas estaban intactas.
- ¿Dígame, señor? - dijo el padre de Duncan, refiriéndose a Vancur -
. ¿Cuánto falta para llegar a la dichosa torre de brujos?
- Si seguimos a este ritmo, y no sufrimos percances... uno o dos días
de camino. Más adelante podremos dormir y desde ahí habrá que comenzar
el ascenso. Vamos a necesitar todas nuestras energías así que os recomiendo
que comáis y descanséis.
- Ya me temía yo que todo lo que baja tiene que subir - gruñó
Joseph.
- Mejor, ya estaba harta de bajar - replicó Lory -. Pensé que nos
llevaría directos a la lava.
- Está claro que este túnel fue excavado por un gusano de los que
habló Vancur antes - comentó Marilia -. Fíjate, nunca se estrecha demasiado
y aunque hemos pasado por la grieta de la lava o el enorme abismo oscuro,
el camino seguía siendo cilíndrico y el diámetro era el mismo. Creo que de
algún modo, los enanos lograron hacer su túnel hacia la torre de Sierreth.
- ¿Y para qué demonios iban a querer hacer una cosa así? - gruñó el
padre de Duncan -... Oh, disculpar, creo que con tanto jaleo ni siquiera nos
hemos presentado. Me llamo Teobald Latrinus y bueno, ya conocéis a mis
hijos Duncan y Ashashi. ¿Vosotros...
- Oh, me llamo Joseph - dijo amistosamente el muchacho.
- Yo Lory, encantada.
- Me llamo Marilia y ese viejo es Vancur - terminó la muchacha.
- Puedo presentarme yo solito, monada - protestó el viejo -. Vancur
Theodorimus, para servirle. Me parece un gesto muy valiente por parte de
un padre, escoltar a sus hijos a un lugar tan peligroso como se disponían a
llegar, pero dígame, señor Teobald...

343
- Llámeme Teo - se apresuró a corregir el hombre.
- Teo, sí, dígame, cómo es que no le importa que sus hijos vayan a
presentarse como discípulos de un mago...
- Señor, ¿dónde se puede hacer aquí las necesidades? - interrumpió
precipitadamente Duncan.
- ¿Discípulos de qué? - preguntó Teobald, enojado.
- En serio, es urgente - exclamó el muchacho, queriendo cortar la
conversación.
- No, no, no, cállate y siéntate - le ordenó su padre -. Continúe
Vancur, se lo ruego.
- ¿Es que no lo sabe? ¿Qué es lo que le han dicho sus hijos?
- Supongo que me han engañado, no importa mucho.
- Hay una fuente de la eterna juventud más allá del muro de hielo -
afirmó Duncan.
- Escuchamos leyendas de un tal Anarsen que llegó hasta allí -
apoyó Ashashi.
- Oh, la fuente - sonrío Vancur -. Os puedo asegurar, chiquillos, que
esa fuente no existe y conozco la leyenda. Aunque estoy seguro de que
tampoco es lo que estabais buscando. ¿Me equivoco?
Ambos se ruborizaron y no fueron capaces de sostenerle la mirada
ni a él ni a su padre.
- ¿Entonces qué buscan?
- Queremos ser hechiceros - se envalentonó Duncan -. Cuando
escuché al brujo anunciar que aceptaría como discípulo al que fuera capaz
de llegar a Sierreth, en el pueblo, no podía creerlo. Papa, fue increíble, vi
como salían truenos de sus manos y que una cabra caía fulminada. Después
recitó una especie de cántico y la cabra resucitó. Ni siquiera creía que
existieran los brujos y mucho menos que fueran tan poderosos. Pero después
se lo conté a ella y fue la que tuvo la idea de ir. Pensamos que tú no nos
dejarías venir solos de modo que nos inventamos esa excusa...
- Ya veo, ya... - Teobald estaba sin habla.
- Lo siento, padre - susurró Ashashi.
Teobald no cabía en su asombro. Quería replicar, quería coger a
Duncan y darle de bofetadas pero se contuvo por la presencia de los
extraños y su mano tembló de frustración.
Hubo un tenso silencio en el grupo aunque Vancur parecía
contento. Durante todo el descanso nadie más habló y antes de reanudar la
marcha Vancur volvió a dirigirse a Teo.
- ¿Entonces volverán? - preguntó, victorioso.

344
- No hemos llegado tan lejos para rendirnos tan pronto - respondió
el hombre -. Si ellos quieren ser brujos, puede que yo también quiera.
No había pasión en sus palabras, solo resentimiento y ganas de
causar el mismo daño que ellos le habían hecho al revelarle que tenían tales
intenciones. Sin embargo lo decía en serio, Teo quería quedarse con ellos
aunque estos fueran al abismo.

Las palabras de Vancur no fueron en vano, comenzaron el ascenso


y se encontraron pendientes tan empinadas que tenían que sujetarse con las
manos para no caer. El suelo era traicionero y resbalaba. Para un gusano
debió ser fácil subir casi en vertical pero seguir su camino resultaba una
auténtica lucha por no resbalar cada paso que daban.
Tanto fue así que Teo estuvo a punto de caer encima de su hijo. De
no haberse sujetado a tiempo, rozando sus piernas por las afiladas paredes,
él y su familia habrían terminado cayendo y no lo habrían contado. Ninguno
de los tres dijo una palabra en todo el ascenso hasta que llegaron al lugar
donde, según Vancur podrían dormir. Todos estaban molidos aunque ilesos,
excepto Teo, que tenía arañazos muy profundos en las rodillas. Habían
llegado a un lugar más o menos llano aunque no dejaba de ser el mismo
túnel estrecho de siempre.
Marilia estaba preocupada ya que ese camino era especialmente
largo y temía que surgiera una fuerte discusión y con las voces provocaran
un temblor que les sepultaría allí para siempre. Se arrepintió de haberlos
dejado acompañarles, seguramente habrían andado por las montañas hasta
que no pudieran continuar y luego habrían dado media vuelta. Ahora
podían llegar y tres buenas personas podían convertirse en un peligro para
el mundo. No le gustaba que Joseph fuera con esa intención, pero ya lo había
aceptado, parecía buen chico. Pero si llegaban todos ellos... Habría un
montón de hechiceros por los que preocuparse en el futuro.

Durmieron unas horas antes de continuar la marcha. A pesar de lo


incómodo del suelo, ninguno permaneció despierto.

Y curiosamente, ninguno soñó nada que recordara. Se despertaron


todos con dolores musculares (excepto Vancur, que parecía acostumbrado) y
cuando retomaron el ascenso sus piernas y brazos apenas les respondían.
Durante unas horas ascendieron lentamente pero sin pararse. No tuvieron
más incidentes ni tenían fuerzas para hablar. Descansaron dos veces más

345
hasta que la pendiente comenzó a ser menos brusca y luego continuaron a
buen ritmo. A pesar de todo Vancur se vio obligado a detenerse.
- Hemos ido muy lentos - les regañó -. No podremos llegar hoy.
El lugar seguía siendo estrecho pero podían tumbarse para dormir.
Como la noche anterior, todos durmieron como troncos y no
tuvieron sueños ni pesadillas.

El día siguiente estaban todos más débiles pero al rato de comenzar


su camino sus piernas parecían tener autonomía propia y subían por la
cueva como si fueran llevados por ellas. Empezaron a sentir aire fresco y se
cruzaron con varias galerías que Vancur tenía previsto encontrar. Por suerte
conocía el camino ya que de lo contrario se habrían perdido sin remedio por
la cantidad de túneles que tuvieron que dejar atrás.
Finalmente, tras una dura jornada de viaje, llegaron a otro
manantial donde solo se podía salir buceando. A nadie le agradó la
perspectiva aunque en esta ocasión no era un manantial oscuro sino lleno de
luz. No muy lejos debía dar al aire libre.
Vancur fue el primero en atravesar el agua, buceando.

Una vez salieron todos, Marilia sentía que el frío ahí fuera era
extremo. Además estaban empapados y no había una sola prenda que no
estuviera mojada. Vancur les propuso caminar para luchar contra el frío. Teo
protestó diciendo que sus hijos cogerían una pulmonía pero cuando no
encontró un solo árbol ni rama seca a su alrededor se tuvo que rendir a la
evidencia.
Descendieron por un valle completamente helado. La nieve cubría
el suelo y cada paso que daban por ella, se hundían hasta los tobillos. La
ventisca les cegaba y pudieron continuar gracias a que el viejo iba delante y
que el camino era descendente y no necesitaban muchas fuerzas.
Entonces Vancur se detuvo y golpeó el suelo con su bastón de
madera.
Se escuchó como si fuera roca maciza.
- Ahora viene la parte más difícil - dijo, sin mucho entusiasmo -.
Hay que cruzar el glaciar.
- No puedo más, necesito descansar - protestó Lory.
- Si descansamos ahora moriremos congelados - replicó el viejo.
- Vamos, no os detengáis - urgió Teo, adelantando a todos.

346
Vancur asintió y le siguió a buen paso para adelantarlo. Incluso en
el glaciar había un camino seguro ya que no perdió ojo del mapa que llevaba
encima.
Por encima del glaciar caminaron en fila india entre la ventisca. Era
casi imposible orientarse con semejante día, sin embargo Vancur parecía
muy seguro de sí mismo y el camino fue tranquilo y agotador. Tan tranquilo
que Teo trató de adelantarlo de nuevo para animar el ritmo del grupo y
Vancur no le vio hacerlo porque estaba pendiente de su mapa. Cuando
levantó la cabeza y vio que Teo le adelantaba gritó.
- ¡Detente!
Ya era tarde. El hielo se abrió bajo sus pies y el padre de Duncan y
Ashashi desapareció bajo el hielo sin siquiera tener tiempo de gritar.
- Maldita sea - exclamó el viejo -. ¡Para eso iba yo delante! ¿Por qué
tenía tanta prisa? ¿Acaso no ...
Duncan y Ashashi corrieron al frente del grupo y preguntaron qué
había pasado, cortando la retahíla de quejas de Vancur.
- ¿Dónde está papa? - preguntó ella, preocupada.
- Lo siento niña, tu padre ha caído - respondió Vancur.
Marilia y Lory se adelantaron y contemplaron el agujero por el que
Teo había resbalado. La nieve debió cubrir una grieta y al pisarla cedió ante
su peso. Ashashi se arrodilló en la nieve a un par de metros del agujero
donde su padre había desaparecido y comenzó a llamarle a gritos. Poco
después fue Duncan a su lado y gritó con ella, esperando alguna respuesta.
Sin embargo solo se escuchaba la ventisca.
- Tenemos cuerdas, podemos sacarle - ofreció Marilia.
- No hay esperanza para él - dijo Vancur -. Allá abajo, a más de cien
pies de profundidad, solo hay agua. Seguramente ha muerto antes de llegar.
Esto era un océano de aguas profundas, hace siglos.
- ¡Noo! - gritó la hija -. Está mintiendo, mi padre está vivo.
A pesar de los llantos y la intención de Ashashi de ir a golpear a
Vancur, Duncan la detuvo, resignado y trató de abrazarla recibiendo
bastantes más golpes que calor humano. Ella estaba histérica, no podía
aceptar un destino tan cruel.
- Será mejor que continuemos - dijo Vancur, dejando entrever en su
voz algo de pena.
Marilia, Lory y Joseph le siguieron sin decir nada mientras los
hermanos trataban de aplacarse el dolor uno al otro. Antes de que los
perdieran de vista, Duncan logró que su hermana entrar en razón y la
consiguió arrastrar por la nieve tirando de ella por la manga de su abrigo.

347
- Este es un camino muy peligroso y es necesario tener un guía para
llegar con éxito a la torre - explicó Vancur a Joseph, que le seguía de cerca -.
No en vano la torre de Sierreth fue levantada sobre el hielo en una época en
la que la magia era considerada un crimen merecedor de la muerte. Así su
creador se aseguró de que nadie iría hasta su morada sin su consentimiento.
- ¿Y cómo demonios encontraste tú este camino?
- Es una larga historia.
Joseph no insistió. No tenía ganas de escucharle y debían seguir
moviéndose porque incluso así su cuerpo estaba tan frío que le costaba
mantener la mandíbula quieta por el castañeo de los dientes. Sus labios
habían empezado a agrietarse y había dejado de sentir la nariz para, en su
lugar, notar una especie de hormigueo dulzón recorriéndole el rostro. Sus
pulmones estaban helados por tener que respirar por la boca ya que el
agotamiento de la caminata era extremo. Se preguntó cómo estarían los
demás si él, que estaba en plena forma, se encontraba tan mal.
Se dio la vuelta y no vio a nadie.
- ¡Vancur! - exclamó.
- Vamos no te detengas - le regañó el viejo, sin detenerse.
- ¡Estamos solos, los demás se han perdido!

Marilia y Lory continuaron como pudieron, tratando de seguir el


lento pero constante ritmo de Vancur y Joseph.
- Espera - exclamó Lory, haciéndose oír entre la ventisca -. Vienen
demasiado lejos, debemos esperarles.
- No debemos perderlos de vista, ya viste lo que puede pasar si nos
equivocamos de camino.
- Seguiremos su rastro - replicó Lory -. Ellos están mal, necesitan
ayuda.
Los hermanos venían lentamente detrás de ellas, cogidos de la
mano y aparentemente sin fuerzas para continuar. Parecía que caerían de un
momento a otro.

348
- No podemos dejarlos - insistió Lory -. Ahora que no está su padre
para cuidarlos,... deberíamos cuidarles nosotros.
Al detenerse, los hermanos comenzaron a apretar el ritmo para
alcanzarlas cuanto antes. Llegaron exhaustos y cuando estuvieron a su lado
se dejaron caer para descansar.
- Vamos, vamos - urgió Marilia -. No hay tiempo.
- No puedo seguir - sollozó Ashashi -. Le habíamos engañado,
estaba enojado con nosotros... ¿Papa, por qué tuviste que morir así?
Marilia iba a insistir pero Lory la instó a que no insistiera
poniéndole la mano en el brazo.
El que actuó fue su hermano, que aunque parecía muy afectado se
mantenía con espíritu fuerte.
- Vamos, tienes que reponerte. No podemos seguir aquí o
moriremos también.
- No me importa... Si nunca hubiéramos venido.
- ¡No digas eso! - Duncan le dio una sonora bofetada, aturdiéndola -
. No vamos a morir.
Ashashi lo miró temblorosa pero había dejado de llorar. Suspiró
profundamente y asintió mientras se ponía de nuevo en pie.
- Deprisa - urgió Marilia -. Les hemos perdido de vista hace rato.
- Maldita sea, las huellas se están borrando - se quejó Lory al volver
la mirada al camino que debían seguir.
- Lo estaba avisando, pero nadie me escuchaba - protestó Marilia.
La ventisca era tan fuerte que apenas quedaban pequeñas
hendiduras en la nieve por donde habían pasado Vancur y Joseph.
- Ese viejo asqueroso - gruñó Lory -. ¿Es que no podía esperar?
- Seguramente ni nos ha visto detenernos - le defendió Marilia,
caminando sobre el poco rastro que tenían, a sabiendas de que cuanto más
tardaran en seguirlo, más difícil sería encontrarlo.
El suelo se mantuvo firme y todos la siguieron poniendo el pie
donde lo había puesto el anterior. Después de la muerte de Teo nadie quería
dar un paso en falso. Las fuerzas les faltaban a todos pero el miedo y la
alerta los mantuvo activos a cada paso que daban.

- El maestro me matará - gruñó Vancur -. Esto es culpa tuya, no


debiste dejar que se uniera esa gente.

349
- ¿Qué querías que hiciera? - se defendió Joseph -. No podía hacer
nada, cuando llegaron estaba a punto de sumergirme en la entrada.
- Podías haberlos echado, decirles que estabais pescando
renacuajos, cualquier cosa.
- Marilia quería que vinieran - insistió Joseph -. ¿Querías que...
- Tienes que ceñirte al plan, Joseph. El plan era traerla a ella sola y
como mucho a su amiga, tú lo escuchaste tan bien como yo.
- Cállate, ellas no saben que también me enviaron a mí a buscarlas.
- Se terminarán enterando, qué mas da.
- No quiero que se enteren así...
- ¿Prefieres que se lo diga el maestro? No va a suavizar la historia
como harías tú. Él les dirá que todo estaba preparado que te eligió por que
sabía que conocías a Lory y si no me acompañaban a mí a ti sí te seguirían.
Les dirá que esta es tu prueba para ser aceptado como discípulo y que por
eso te has preocupado por ellas.
- También es la tuya, no te quites culpa.
- ¿Y yo cuándo he sido amable?
- Tú no lo necesitas, viejo, tú eres el guía, no te abandonarán. Yo
tenía que serlo para que me aceptaran en el grupo.
- Recuerda que yo te permití venir... - siseó Vancur, entrecerrando
los ojos como rendijas -. Yo te he dado esta oportunidad, espero que
recuerdes este favor. No teníamos por qué haber colaborado.
- Podía haber llegado por mis propios medios a la torre.
- Ya, pero no con ella - puntualizó el viejo -. Recuerda que el
maestro nos puso en contra, me habría premiado si te hubiera dejado solo.
Joseph asintió, enojado. Recordaba perfectamente la reunión que
habían mantenido unos días antes. Melmar no les estaba pidiendo que entre
los dos la buscaran. Les había dicho que el que lo hiciera seria su discípulo y
el otro moriría. Ignoraban cómo se tomaría que aparecieran ambos en el
grupo y más aún cómo se tomaría que la hubiera perdido en la ventisca.
Nadie sobrevivía al frío polar más de unas horas sin el mapa mágico.
- Puedes darte por muerto si no llegamos con ella sana - dijo el
joven.
- Entonces ve a buscarla - protestó Vancur -. Demuestra que hice
bien confiando en ti.
- No sé dónde están - replicó Joseph.
- Sigue nuestras huellas, idiota, deben estar siguiéndolas. Podrías
alcanzarlas antes de que pierdan el rastro.

350
- No podemos seguir - dijo Marilia -. Las huellas se han terminado
borrando.
- ¿Y qué hacemos ahora? - protestó Lory -. Me muero de frío.
- No continuaremos a ciegas - respondió Marilia -. Ya viste lo que le
pasó a su padre.
- Esos magos sí que saben cómo evitar invitados indeseables - dijo
Duncan, admirado, ignorante de la conversación.
Los cuatro se quedaron en el mismo sitio, indecisos sin saber qué
hacer.
- ¡Ehhh! - gritó Ashashi, moviendo las manos frenéticamente en lo
algo.
Su grito se perdía en el sonido de la ventisca pero recibió por
respuesta una voz masculina que venía de delante de ellos.
- ¡Aquí! - gritaba alguien más allá.
- ¿Has visto a alguien?
- No veo nada - replico Ashashi -. Pero mientras discutíais escuché
algo ahí delante.
- Vamos, venir hacia aquí, deprisa - insistió la voz lejana de Joseph.
Marilia se dejó llevar por el sonido de su voz y caminó hacia él en
línea recta.

Alcanzaron a Vancur en unos minutos y prosiguieron la marcha,


esta vez sin separarse más de uno o dos pasos. Vancur se giraba cada pocos
pasos para verificar que nadie se había quedado y Joseph hacía lo mismo.
Así, en un par de horas llegaron frente a una enorme estructura cristalina.
Curiosamente el viento parecía no acercarse a ella y la calma a su alrededor
era inquietante. El suelo había dejado de se nieve en polvo en la que se
hundían hasta los tobillos y se había vuelto duro, macizo, de hielo puro.
- ¿Es una torre de hielo? - dijo Lory, asombrada -. Es impresionante.
Ante sus ojos tenían una estructura blanca cristalina de una altura
que les costaba precisar. No tenía ventanas, solo era un cilindro muy ancho,
como una fortaleza y en lo más alto de había torres coronadas con cúpulas
esféricas. Su aspecto cristalino la hacía parecer frágil aunque se adivinaba
que a pesar de estar hecha de hielo, debía llevar siglos levantada.

351
Al llegar al portón de éste se abrió solo sin que nadie tocara nada.
No sabían cuánto debía pesar pero no hizo el menor ruido al abrirse. Parecía
resbalar limpiamente por encima del suelo cristalino.
Una presencia casi etérea se apareció ante ellos. Era como una
persona traslúcida cuyos ojos brillaban con una luz roja intensa.
- El maestro os espera - dijo si sentimiento alguno.
¿Cómo era posible que les esperara? Nadie había pasado las
montañas en centenares de años... Vancur no se sorprendió de la actitud del
hombrecillo ni el hombrecillo puso reparos al número de visitantes.
¿Realmente les esperaban a todos o solo a Vancur?
El ente les condujo por un bello pasillo y les hizo acomodarse en
unos asientos cristalinos que no eran en absoluto cómodos. Simplemente
eran bloques rectangulares donde podían sentarse. En realidad todo lo era.
No había salas, solo un muro cilíndrico que ascendía hacia arriba donde una
neblina impedía ver lo que había en lo más alto. Si en ese muro que les
rodeaba había puertas, desde luego estaban confundidas con las paredes.
- No hay ventanas - puntualizó Marilia.
Sin lugar a dudas, era el lugar más raro que había visitado en su
vida. Se quedaron solos un rato en el que no dijeron absolutamente nada.
Estaban impacientes por ver a Welldrom y por saber si sería cierto el
ofrecimiento abierto al mundo de ser discípulos de Melmar. Marilia sabía
que ya había utilizado ese pretexto para atraer a Cabise y finalmente no
hubo tal selección. La llegada imprevista de Alaón fue un detonante que
desencadenó su desaparición y el cambio de planes de todos los magos.
Quizás habían acabado con él y por eso Melmar había retomado la idea de
refundar la escuela de nigromancia.
- Al menos no hace frío aquí - dijo Duncan.
La luz se fue súbitamente. Sus pupilas tardaron unos segundos en
asumir la absoluta oscuridad. Fue algo tan repentino que no se movieron, y
aguantaron la respiración por el miedo a que alguna clase de criatura
pudiera rondar por ahí.
- ¿Qué ha pasado? - preguntó la voz temblorosa de Ashashi.
- Sss - le ordenó su hermano, que estaba tan asustado como ella.
El abrumador mutismo estuvo a punto de sacar de sus casillas a
Lory, que tenía especial terror por la oscuridad. Pero el pánico la tenía tan
acongojada que no se atrevió a emitir la menor queja.
Apareció un tenue resplandor detrás de Marilia, y Lory al ver el
contorno de su amiga, corrió y se abrazó a ella.
- Me complace teneros aquí -dijo el recién llegado.

352
A ninguna de las dos le resultó familiar esa voz. Era ronca,
poderosa, muy distinta a la que podría ser la voz Welldrom o Melmar.
- ¿Quién es usted? - instigó Lory.
- Buscáis a Cabise.
Esta afirmación dejó perplejas a ambas chicas. Ese individuo tenía
que conocerlas muy bien para saber eso.
- Marilia, no debimos venir - dijo Lory -. Tengo miedo.
El portador de la luz se acercó más al grupo. Su risa silenciosa
quebró el bien alimentado silencio. Llevaba una vela blanca cuya llama
parecía sufrir por la brisa que circulaba en la estancia de forma continua.
- Siento mucho que te dé miedo la oscuridad. Lo normal en esta
torre es que todo esté en tinieblas.
El alegato a la cobardía de Lory, la sorprendió y quiso contraatacar.
Pero no sabiendo que decir, se quedó quieta. Expectativa, prudente... algo
muy poco usual en ella.
- ¿Es usted Welldrom? - preguntó Duncan con veneración.
- No deseo que estéis incómodos. Por favor, seguidme.
No pudieron protestar, ya que solo podían ver los contornos de los
demás gracias a la vela que portaba el recién llegado. El frío no era molesto,
pero ciertamente la oscuridad no dejaba elección.
- Vamos - intervino Van, innecesariamente ya que todos se habían
puesto en pie.
Siguieron a la sombra proyectada por la luz de la vela. Les llevó a
unas escaleras que parecían tener luz propia. Hubieran jurado que no había
tal cosa cuando llegaron y lo vieron todo iluminado. En la primera planta
atravesaron el pasillo y llegaron a una puerta de cristal, o mejor dicho, un
agujero cuadrado en la pared por el que entraban todos ellos en paralelo.
Cuando cruzaron el umbral sintieron un golpe sordo detrás. Al volverse
hacia vieron que no había puerta, solo un muro macizo de hielo. En aquella
pequeña sala estaban casi hombro contra hombro y no había ni sitio para
sentarse.
- Arriba, séptima planta derecha - dijo el encapuchado de negro que
portaba la vela.
En cuanto dijo eso se sintieron pesados como si de repente pesaran
veinte kilos más cada uno. Fue una sensación desagradable y a Lory le
dieron ganas de vomitar. Por suerte tenía el estómago vacío. Cuando se les
pasó la sensación de sobrepeso sintieron inmediatamente después una
sensación contraria. Como si fueran a salir despedidos hacia arriba. Sin
embargo también duró un par de segundos.

353
- ¿Qué hacemos aquí dentro? - preguntó Lory, fastidiada y
mareada.
- Es un artilugio mágico - explicó el encapuchado misterioso -.
Ahorra subir escaleras.
Las puertas volvieron a abrirse. Marilia tuvo la sensación de que
se le doblaban las rodillas cuando una cálida ráfaga de aire les dio la
bienvenida. Ante su asombro, estaban en otro lugar no en el vacío y oscuro
pasillo que vieron al llegar. Salieron, estupefactas. Aquella pequeña cabina
debió elevarles mágicamente a algún la séptima planta.
Había una chimenea en el centro de la pared frontal de la sala. Era
un lugar acogedor, una habitación cálida y bien surtida de sillones. Las
paredes estaban adornadas de pinturas antiguas de grandes guerreros a
caballo, o bien dragones legendarios con sus señores. Además el techo
estaba completamente cubierto por un inmenso tapiz, cuyo dibujo era la
representación de las divinidades en el firmamento. Había un sofá giratorio
justo frente a la chimenea, una mesa de madera robusta sobre la que
descansaban varios libros antiguos y algunos pergaminos, una pluma y su
tintero y varios objetos más, como pociones y demás cosas de magos. En
frente de la mesa había dos sillones giratorios menos confortables y más
alejados había dos grandes sofás de cuero antiguo que a pesar de su aspecto
parecían confortables y mullidos.
El guía fantasmal les indicó a los invitados que tomaran asiento,
Vancur, que estaban colocados en sendas paredes y en torno a la chimenea.
Vancur le siguió y se sentó junto a él. Entonces se dieron cuenta de que el
sofá de la chimenea estaba ocupado por alguien que en ese momento estaba
de espaldas a la puerta.
Las chicas, Duncan y Joseph se lo pensaron antes de moverse. Se
miraron mutuamente y los tres se ruborizaron al darse cuenta de que, por
cortesía, Joseph no salía de aquella cabina sin salir ellas antes.
- No me gusta que me hagan esperar - renegó enojado quien
ocupaba el sillón central.
Este reproche de impaciencia les asustó y trataron de salir todas a la
vez pero la puerta era demasiado estrecha y rozaron sus hombros contra los
bordes.
Joseph se rió al ver la prisa de las chicas y las siguió. El último en
salir fue Duncan. La puerta de la habitación mágica se cerró y se encendió
una lucecita azul a la derecha del marco de cristal. Era tan bonito que daban
ganas de tocarlo. Pero había tantas cosas mágicas allí que no se atrevieron a
hacerlo. Las tres chicas se sentaron en el sofá de la derecha y los chicos

354
fueron al de la izquierda. Vancur parecía incómodo con la cercanía de
Joseph.
El silencio volvió a envolverles. Solo quedaban dos sillones libres,
los que estaban más cerca de la mesa, junto al encapuchado y misterioso
personaje que ocupaba de espaldas el asiento central.
- No encontraréis aquí a Cabise - dijo el individuo.
- ¿Cómo sabe que le buscamos? - preguntó Marilia sin perder el
respeto hacia el personaje vestido de negro.
- Ya nos conocemos, Marilia - dijo, mientras giraba su sillón y se
dejaba ver.
Su rostro era rudo, tenía una fea cicatriz y su mirada era fría, sin
sentimientos. Marilia sintió miedo cuando pensó que ese individuo
aseguraba conocerla.
- No le conozco - dijo ella, asustada.
- Cierto, no has visto nunca mi nueva apariencia. Soy Melmar.
- ¿Melmar? - preguntó incrédula.
Lory y ella se miraron y ambas negaron con la cabeza sin
comprender.
- He tenido que... dar unas vacaciones a mi cuerpo.
- Vaya, pues el cambio no te ha favorecido en absoluto - se burló
Lory, sonriendo.
- No creo que estéis aquí para hablar de mi aspecto - replicó
Melmar, malhumorado.
- Es cierto - replicó Marilia -. Queremos que nos digas qué le ha
pasado a Cabise.
- Vaya, eso va a ser difícil... - contestó Melmar.
- ¿Por qué? Eres mago, tienes que saberlo.
- No dije que no supiera dónde está - añadió él -. Es difícil para
vosotras que os lo diga.
Marilia entendió por el tono de su voz que Cabise debía estar
muerto. Sin embargo no quiso preguntarlo porque no sabía si podría
asimilar el mazazo.
- ¿Está muerto? - preguntó Lory, tratando de ser fuerte para que su
amiga no tuviera que hacer la misma pregunta.
- En realidad no lo sé con certeza. Lo que sí os puedo decir es que
nadie sobrevive al nexo curvo y él cayó en uno. Junto a su amigo Alaón.
Melmar puso una mueca de odio infinita al mencionar ese nombre.
Era obvio que la muerte de Cabise no le causaba ninguna pena y por lo que
pudieron deducir, él los había matado a ambos.

355
- ¿Por qué?
- Fueron daños colaterales pero si alguien puede sacar a vuestro
amigo de ese lugar, soy yo.
- No tenemos nada que ofrecerte - respondió Lory, asqueada.
- Déjame acabar, ¿quieres? - cortó a Lory -. No os pido oro.
Tampoco otro tipo de favores - se anticipó a la expresión enojada de Lory-.
Solo os pido tres años de vuestra vida.
Los ojos de Marilia se le salieron de las órbitas. ¿Tres años? ¿Quería
robarles tres años a cada uno, mágicamente igual que había robado aquel
cuerpo a su dueño?
- Seréis mis invitados, y mis discípulos durante ese tiempo - explicó
el nigromante.
- ¿Yo no pagué mi deuda? - preguntó Joseph, enojado.
- Oh, claro,... refréscame la memoria. ¿Qué te pedí que hicieras?
Joseph suspiró con fastidio y miró a Marilia y Lory le miraron con
sorpresa.
- No estoy seguro... No recuerdo lo que me pediste.
- Bueno, pues entonces tendrás que pagarme de nuevo para ser mi
discípulo.
- A ellas no les pides nada a cambio. Para ellas es suficiente pago
permanecer aquí tres años, ¿por qué yo tenía que pagarte?
- Porque tú no me interesas lo más mínimo - reconoció el erudito
oscuro sin temor.
- ¿Y por qué nosotras sí? - preguntó Lory, asustada.
- Para serte sincero - le respondió Melmar con altivez -. Tú tampoco
me interesas, pero sé que si te quedas tú ella no se marchará.
Marilia estaba estupefacta, ¿qué quería de ella?
- No entiendo... ¿Por qué yo?
- Porque tú tienes un don que aún no conoces - replicó Melmar.
- ¿Cómo sabe eso? - preguntó ésta, recordando el relato de su
abuelo mientras estaban en Kalmensi:

...no pensé que tuvieran nada que pudiera interesarme salvo


tú. Melmar se enojó mucho conmigo, me dijo que ahora
nunca sabría quienes eran tus auténticos padres o dónde les
habían enterrado. Aun así me perdonó al instante y me dijo
que él se encargaría de criarte.
- ¿Qué? - preguntó, estupefacta -. ¿Te refieres al
mismo Melmar que estaba con los otros dos hechiceros?

356
- No se lo permití. Le dije que necesitabas una
familia, un hogar decente. No podía permitir que te educara
en un lugar lleno de espíritus flotantes y todo tipo de
pócimas mágicas. Él insistió mucho en quedarse contigo
pero le convencí cuando le dije que siempre sabría dónde
vivías porque podía verte con esa fuente mágica suya. Que
no creía posible que un brujo como él tuviera tiempo para
criar una niña. Aun me pregunto por qué se mostró tan
interesado.

Recordaba el tono cariñoso y afable de su abuelo y nunca pensó que


aquella historia fuera a afectar en nada su futuro. Ahora Melmar insistía en
que se quedara con él y aprendiera la nigromancia. ¿Por qué?
- Confórmate con saber que puedo salvar a tu novio - dijo Melmar,
adivinando sus dudas.
- ¿Y si me niego? - preguntó ella.
- Entonces Cabise nunca saldrá de su prisión eterna.
Duncan aprovechó que Marilia se quedó sin habla para intervenir.
- Nosotros queremos ser sus discípulos. No necesitamos que nos...
- Silencio - ordenó Melmar -. Ya me ocuparé de vosotros más tarde.
Marilia volvió a sentirse el centro de atención. Todos esperaban su
consentimiento, pero ella detestaba la magia. Aún más que eso detestaba la
magia oscura ya que solo hacía daño a la gente. Pero más que a la magia y al
daño que hacía, detestaba lo que sentía cuando ésta circulaba por sus venas
y la embriagaba. Había hecho conjuros muy fáciles con Cabise, aunque a él
no le resultaron tan sencillos y se había reído de él porque ella sabía hacer
magia mejor que él, que le dedicaba tanto tiempo. Odiaba el placer que
sentía al manejarla y especialmente se odiaba a sí misma por que las dos
veces que la había usado en su vida se había sentido superior a todos.
- No pienso ser como tú - dijo, retadora.
- Oh, eso espero - aceptó Melmar -. Tú vas a llegar mucho más lejos
que yo.
Todos la miraron con envidia excepto Lory que sabía cuanto
detestaba la magia.
- Ahora sí es vuestro turno - dijo Melmar, dirigiéndose a Duncan y
Ashashi.
- ¿No va a aceptar como discípulos?
- Por supuesto que sí - aceptó, sonriente. Parecía que estaba de
mejor humor desde que Marilia aceptara a regañadientes.

357
- Genial, la muerte de nuestro padre no fue en vano - dijo Ashashi.
- No me malinterpretéis - añadió Melmar -. Solo quiero seis
aprendices y vosotros sois siete.
Duncan contó con la vista a los asistentes y no entendió. Estaban él
y su hermana, Marilia y Lory, Joseph y Vancur. Ya eran seis.
- Pero si somos seis - replicó.
- Oh, verás, el otro es el dueño de esta maravillosa torre y no me
parecería correcto negarle su derecho de aprendiz por aceptar a uno de
vosotros.
- ¿Pero por qué tienen que ser seis? - preguntó Ashashi.
- El número es importante - replicó él -. Es uno de los misterios de
la magia.
- En ese caso... quédate tú - aceptó ella -. Sé lo que significa para ti.
- ¿Y dejarte ir al glaciar y la ventisca sola? - contestó el nigromante,
burlón.
- Me marcharé yo - dijo Duncan.
- Dejar que sea yo quien diga quién se marcha.
Todos se quedaron intrigados por lo que iba a decir.
- Se quedará quien sobreviva de los dos.
- ¿Qué? - preguntó Duncan.
- Oh, no te preocupes, no pienso matar a ninguno - se disculpó el
nigromante -. Quiero que vengáis aquí y cojáis esta daga.
Señaló un cuchillo plateado que tenía justo frente a él.
- Y el que primero lo coja, debe matar al otro. De lo contrario, sí os
mataré a los dos.
Dicho eso se puso en pie y asió con la mano derecha un bastón
mágico que tenía una enorme piedra de cristal de roca en lo más alto
atrapado por una garra de metal. Al agarrar el bastón, la piedra se iluminó y
salieron pequeños rayos de ella.
Todos los asistentes sintieron miedo de su poder y nadie se atrevió
a desafiarlo.
- No tengo mucha paciencia - dijo Melmar, retador.
- ¿Quiere que nos matemos? - preguntó ella, llorando.
- No nos matará, quiere seis discípulos.
- ¿Qué te hace pensar que no tengo a alguien esperando en el
vestíbulo? - preguntó Melmar.
- A ellos nos les ha pedido semejante sacrificio - se defendió
Ashashi, con lágrimas en los ojos.

358
- Ellos no necesitan demostrar que están dispuestos a todo por la
magia - contestó Melmar -. Y ver vuestro ejemplo les hará tener una idea de
lo que les espera aquí.
- Duncan, vámonos, no pienso matarte - dijo ella, con la voz
temblorosa.
- Tienes razón, está chiflado, ¿cómo pretende que te mate?
- Entonces mátate tú - replicó el nigromante.
- ¡Nooo! - gritó Ashashi -. ¡Vámonos Duncan!
- No sobreviviréis a la ventisca y lo sabéis - intervino de nuevo
Melmar. Parecía disfrutar de aquello.
Marilia estaba asombrada y escandalizada de lo que estaba viendo.
¿Tenía que pasar tres años con ese demente?
Entonces Duncan se levantó de un salto y cogió la daga. Sin
pensarlo dos veces saltó por encima de la mesa y se lanzó hacia el cuello del
nigromante con la daga por delante.
El mago apartó sin esfuerzo al muchacho y éste cayó de bruces
contra el suelo golpeándose la cabeza con los hierros que había entorno a la
chimenea. El cuchillo cayó en el fuego.
- Veo que has tomado la decisión equivocada - le dijo Melmar.
Con un gesto de la mano la daga se elevó sobre las llamas y la lanzó
contra su pecho. Duncan no tuvo la menor opción a defenderse.
- ¡Noo! - gritó Ashashi -. Maldito, has matado a mi hermano.
Mientras decía eso se levantó y quiso correr hacia él pero Melmar
hizo que el mismo cuchillo saliera del cuerpo del Duncan y surcase el aire
para clavarse en el cuello de su hermana.
- Detesto los gritos - se quejó el nigromante -. Limpiar esta
porquería - ordenó al aire.
Entonces unos espectros aparecieron de la nada y arrastraron los
cuerpos fuera mientras otros se encargaban de limpiar la sangre, lamiéndola
del suelo. La visión era espeluznante.
- ¿Esto es lo que nos enseñarás? - preguntó Marilia, asqueada.
- No, esto es lo que pasará si no aprendéis - replicó Melmar.
Hubo un tenso silencio mientras los espectros hacían su trabajo. En
ese tiempo tuvieron la ocasión de pensar. Lory suplicó a los dioses que
acogieran en su seno a los dos hermanos, Marilia se alegró sinceramente por
ellos ya que no se verían obligados a destruir su alma. Joseph observaba la
escena admirado y Vancur parecía complacido y miraba de hito en hito a los
restos sangrientos y a Marilia como si la estuviera culpando de ello.

359
- ¿Por qué tuviste que matarlos? - preguntó ella, enojada -. Podías
haberles dicho que se marcharan.
- ¿Y que fueran por ahí contando a todo el mundo cómo llegar hasta
aquí? - preguntó burlón.
- ¿Por qué no les dejó ser sus discípulos a los dos? -recriminó Lory.
- Porque tenían una idea cómica de la magia. Eran unos niñatos que
pensaban que la magia consistía en aprender cuatro frases mágicas y hacer
salir rayos de varitas mágicas. No tenían idea de que el primer requisito para
ser mago es el sacrificio. Si uno de los dos hubiera buscado su parte oscura y
hubieran intentado matar al otro, me habrían sorprendido, la verdad. Pero le
habría aceptado porque lo habría entendido.
- ¿Quién es el quinto... - comenzó a preguntar Lory.
- Welldrom es el quinto discípulo querida - atajó el nigromante.
Marilia reaccionó con fuerza. No pudo controlar los nervios y saltó
de su asiento irritada, dispuesta a irse. El nigromante volvió a reír.
- Siéntate - pidió Melmar, sin inmutarse lo más mínimo y con
mucha arrogancia.
Ella no le escuchó, sus ojos se estaban irritando, deseaba llorar, salir
de allí y sintió el cauce cálido de las lágrimas que brotaban de sus ojos. Tuvo
deseos casi incontenibles de saltar sobre ese miserable y cortarle el cuello.
¿Cómo se atrevía a pedirle que se quedara con él tanto tiempo? ¿Y si la
mentía y Cabise la estaba buscando?
- Aun no he acabado - añadió, con el fin de calmarla.
Pero ella tenía los oídos cerrados, el odio alimentaba su ira y su ira
la empujaba a cometer una estupidez. Sus miembros le temblaban sin poder
remediarlo, su mano estrujó la empuñadura de su propia daga. Miró al
nigromante y al darse cuenta de que se reía de ella, decidió acabar con su
vida.
Lory, Joseph y Vancur se pusieron en pie al verla reaccionar. Ella
arrojó con todas sus fuerzas la daga con milimétrica maestría. El filo
plateado voló como una flecha directo al cuello del erudito.
Melmar no había empleado su magia para detener el descontrolado
ataque de Duncan. En esta ocasión apenas se movió, lo justo para que la
daba pasara rozándole la cara y cortándole un mechón de pelo.
Con un hábil gesto, había logrado evitar el recorrido de la daga
con un simple movimiento de cuello. Antes de que el cuchillo cayera al
suelo, lo atrajo con su magia y fue a parar a su mano derecha. El Mago
oscuro hizo juegos malabares con la brillante daga. Movía con tal velocidad
los dedos que esta parecía moverse con vida propia entre ellos.

360
Marilia retrocedió un par de pasos. Sus lágrimas le hacían ver todo
borroso. Incluso deseó que ese maldito la usara para acabar con su vida. No
deseaba vivir, su vida acababa de perder todo el sentido si aceptaba que le
había dicho la verdad.
El Mago oscuro puso la daga sobre la mesa y volvió a reírse. Una
risa estridente y espeluznante.
- Bonita daga, te la devolveré.
- Adelante - retó ella, esperando que la matara.
Dicho eso hizo otro gesto con su mano y la daga salió volando hacia
ella.
- No me has entendido bien.
El cuchillo voló excesivamente flojo. Iba haciendo una parábola,
girando en el aire.
La agredida cerró los ojos y sintió una pequeña presión en su
cinturón. Abrió los ojos y vio que tenía la daga en su vaina.
- Ya veo que estas hecho todo un asesino - se burló Marilia -. ¿Por
qué no me atacas?
- Puedo devolverte a Cabise - susurró sin hacer caso a lo que ella
dijo.
La chica se secó las lágrimas con una manga e intentó
tranquilizarse.
- ¿Cómo? - preguntó, incrédula.
- Puedo deshacer el conjuro.
Ella negó con la cabeza. Solo quería convencerla para que se
quedara. La estaba mintiendo.
- ¿Por qué iba a creerte? ¿Cómo sé que no le has matado? ¿Y si has
venido hasta aquí para huir de él?
- ¿Por qué habría de hacerlo? - preguntó Melmar -. Le habría
aceptado como discípulo.
- ¡El no quería serlo! - le gritó ella, enojada.
- Bueno, pues cuando le vi parecía muy feliz de que Alaón estuviera
a su lado. Parecía disfrutar con su maestro. ¿O me vas a decir que Alaón no
es peor que yo?
Aquello fue una puñalada trapera que dejó sin argumentos a
Marilia. Lory y Joseph la miraron, y ésta se sintió presionada. Marilia tragó
saliva asustada. No era conveniente estar de pie mucho rato, el erudito
empezaba a enfadarse.
- ¿Por qué tres años? - susurró Marilia con miedo.

361
Melmar no respondió. Ella se sentó presurosa, como quien teme el
soplo de un huracán sin estar protegido.
- Ya basta de estupideces - intervino Vancur -. Dejad hablar al
maestro. Si seguimos así, nunca terminará de exponer la situación y por qué
nos necesita.
Los tres jóvenes decidieron hacer caso al anciano.
- Gracias, Vancur. Si estáis aquí, es porque efectivamente os
necesito. Necesito seis discípulos y os he elegido a los tres.
Hizo una pausa. Lory se impacientó y cruzo las piernas. Miró los
dos asientos vacíos. Ellos eran solo cuatro, contando a Vancur. Faltaba uno
que debía ser Welldrom pero el otro era todo un misterio.
- Os basta con saber que os someteré a una prueba para
asegurarme de que estáis dispuestos a todo. Con ella os prepararé al estudio
de la magia, pero es posible que no podáis superarla. El amigo de Vancur
murió en ella, por lo que tendréis que considerar que no será fácil. Todo
vuestro potencial saldrá a relucir en ella.
- ¿Potencial? - se extraño Joseph -, ¿Qué es eso?
- Si no comprendéis ciertas ideas base vuestro potencial es nulo.
Ahora sabéis que sin sacrificio no hay poder.
Melmar hizo un círculo en el aire con la mano y la cerró. Al
instante apareció una mesa en el centro de la sala con una copa de zumo
azulado para cada uno.
- Estaréis agotados por el viaje. Bebed, es zumo de flores otoñales.
Tiene grandes propiedades curativas, os vendrá muy bien.
Marilia cogió su copa y vio que la bebida era de color transparente
azulada. Todos se miraron asustados. ¿Y si esa era una prueba y el primero
que bebiera moriría? Todos parecieron pensar lo mismo ya que ninguno se
atrevió a beber.
- No sería tan estúpido de envenenaros a todos - dijo Melmar,
enojado -. Beber.
Marilia acercó la copa a su nariz y olía muy bien. Estaba sedienta
después del día tan duro que habían tendido y sin pensarlo más, fue la
primera en beber. El fluido bajó por su garganta haciendo que se sintiera
mucho mejor. Era dulce, fresco y parecía devolverle fuerza y vigor.
- Lo mejor de ese néctar es que ...
Marilia sintió un extraño sopor. Sus párpados se le cerraron.
Aquel sillón era tan cómodo que no pudo resistirse a su fuerte atracción. Se
acurrucó y apoyó la cabeza en el respaldo sin escuchar nada más.

362
Abrió los ojos. Era de día, estaba tumbada en un cómodo colchón
de paja y cubierta por un par de mantas. Las paredes eran de cristal, la luz
venía de todas partes al igual que cuando se trata de encontrar el sol el un
día nublado.
Se levantó, y vio que Lory estaba a su lado, en otra cama y se
levantó con ojos de sueño.
- Buenos días - saludó Marilia.
Lory también se acababa de despertar, se frotó los ojos.
- ¿Dónde estamos? - preguntó Lory, desorientada.
- A mi no me preguntes. Mi cabeza aun no sabe de quien es -
bromeó Marilia.
La cristalina puerta de la habitación se abrió y un enano entró por
el hueco de la puerta.
- El maestro te espera - dijo mirando a Marilia.
Las chicas se miraron. Al ver aquella cara seria del enano, quisieron
reírse de él, pero lograron contenerse.
- ¿A mí? - dijo Marilia.
- Sí.
- ¿Cómo te llamas, chiquitín? - preguntó Lory, sonriendo y
tocándole la barbilla como a un perro.
El enano era más pequeño que un thaisi. Era enano incluso entre los
enanos.
- Os parezco gracioso, ¿eh? Pues no os pienso decir cual es mi
nombre.
En esta ocasión las chicas, aunque tardaron unos segundos, se
rieron de él. Los colores se le subieron a las mejillas y agachó la cabeza.
- ¿Por qué me espera a mí? - preguntó Marilia, mientras aun se reía.
- Solo cumplo las órdenes que me dan, os recomiendo que hagáis lo
mismo.
- Vale, vale. Tranquilo, ya voy.
Marilia se levantó, y Lory con ella.
- Tú no - ordenó el hombrecillo.
El enano y la joven Mejara cruzaron la puerta, pero cuando fue a
pasar Lory, queriendo desobedecer, se cerró bruscamente impidiéndola
seguirles. Era como un espejo, así que ni tan siquiera logró ver nada al otro

363
lado de la puerta. La empujó y le dio un par de patadas, pero lo único que
consiguió fue hacerse daño en el pie.

- Muchacha - dijo el enano -. Aunque mi señor me lo prohíbe, voy a


decirte algo que te ayudará. Si quieres llamarlo consejo, allá tú, pero he
logrado salvar al vejete gracias a él.
- Habla - dijo ella al empujarle. A pesar de mover los pies a toda
prisa Marilia tenía que esforzarse por no dejarlo atrás.
- No hagas nada que en una situación normal no hicieras. Aunque
un dragón se lance sobre ti, no uses tus dones excepcionales para acabar con
él. Huye.
«Vaya un consejo» - se dijo. Estaba segura de que si lo hubiera oído
Lory, se habría mofado de él diciendo algo como: "Entonces tengo que
reírme si veo un dragón, ¿o qué?"
- ¿Qué pasa?, ¿Adónde vamos?
El enano no dijo nada. Cruzaron largos pasillos y se metieron en
otra habitación mágica de reducidas dimensiones. Al haber luz, pudo
descubrir que era una cabina que bajaba por un largo cilindro. Arriba y
abajo se veía cristal, pero a los lados podía ver las paredes moviéndose hacia
arriba.
A medida que bajaban la luz iba disminuyendo, pero había un
extraño cuadrado en el techo que iluminaba el interior de la cabina. Era una
luz intensa pero agradable.
Llegaron al fondo, pues el artilugio-bajador-mágico se detuvo. La
puerta se abrió y Marilia siguió al enano de cerca, por lo lento que iba. Ahí
abajo las paredes parecían hechas de cristal de roca. Parecían las
mazmorras de la torre. Había muchas puertas a ambos lados del pasillo.
- Hemos llegado - gruñó el enano mientras empujaba una puerta.
Chirrió y se abrió poco a poco.
Entraron y la absoluta oscuridad delató la presencia de Melmar,
cuya capucha se recortaba en la pared gris oscura. El ambiente era fresco,
por lo que se deducía no era una habitación cerrada.

364
La puerta se cerró tras ellos en completo silencio. El enano y su
antorcha se disolvieron en el aire al apagarse su antorcha y la súbita
soledad acongojó a la chica. No veía nada y sabía que no estaba sola y que
no podía estar peor acompañada.
Algo frío le rozó la mano. Había sido algo pegajoso y pequeño, su
piel se erizó, el hecho de no saber qué había pasado a su lado, le hacía
perder los estribos.

- Por el santísimo Rastalas - dijo horrorizada -. Le he matado.


Estaba exhausta, tirada en el suelo, y empuñaba algo. Se miró la
mano y solo vio humo.
Tenía ante ella otra montaña de humo. Sin embargo hacía un
momento era alguien que ella conocía y ya no recordaba. En el momento
en que le mataba, se hacía humo, y también los recuerdos de lo ocurrido se
disiparon misteriosamente. ¿Qué había pasado?
Melmar le dijo que no esperaba que superara la prueba con tanta
facilidad y sorprendentemente parecía feliz de que siguiera con vida. Lo
único que demostraba que no había sido un sueño era el extraño objeto que
tenía en la mano. Una especie de varita deforme de cristal azul.

Lory tuvo menos suerte en su prueba, pero afortunadamente


sobrevivió. Su estigma fue algo que dejó blanca a Marilia. Tampoco
recordaba nada. Le habían cortado la palma de la mano izquierda entre el
dedo anular y el corazón. Lo más preocupante era que la herida llegaba
hasta la muñeca y sangraba bastante.
Según les explicó el enano refunfuñón, que no hacía otra cosa que
refunfuñar desde que se rieron de él, fue que había sido una tortura para
saber hasta donde llegaba su resistencia. No sabían si se lo estaba
inventando ya que ninguna de las dos recordó su prueba.

365
Joseph tuvo que esperar al día siguiente y entre tanto Marilia y
Lory descansaron pues habían salido casi muertas de la "sala oscura". Nadie
podía recordar lo que le había pasado, ni siquiera Vancur, que había
resultado ileso de la prueba.
Aquella noche Marilia y Lory tuvieron horrendas pesadillas y
despertaron más de cinco veces, atrapadas por las mantas y abrasadores
sudores.
El día llegó grato para ellas, pues la noche se había convertido en
un infierno. Torturas como perder un miembro, quedar paralizadas por un
golpe seco en la espalda, era lo que veían en sus pesadillas. Marilia soñó que
sus padres aun vivían, y ellos le clavaban una espada en el estómago. Cabise
en vez de ayudarla le atacaba con hechizos, quemándola y maldiciéndola
por bruja. La luz de Rastalas le abrasaba los ojos y en vez de sentir paz y
serenidad, el odio y los deseos de venganza se abrieron paso en su
corazón.
De ese modo al despertar por la luz del día, el infierno de la noche
se convirtió en ilusión, y pudo sentir la paz tras aquellos terribles
sufrimientos. Día tras día, deseaba más y más evitar el fatídico momento del
descanso. Cada noche tenía una pesadilla peor.
Melmar no permitió que Joseph y las chicas se vieran hasta que
todos hubieran superado la prueba. Vancur sí las vio y les dijo que para los
hombres la prueba era mucho más terrible. Marilia se sorprendió de que
Lory no protestara alegando que las mujeres eran tan fuertes como los
hombres.
A media tarde Melmar fue a ver a los tres, que habían salido de la
torre para visitar los alrededores de la torre. Según el mapa mágico de
Vancur la ventisca respetaba decenas de metros alrededor de la torre y
podían pasear sin peligro. Entonces el enano salió gritando y llamándoles a
todos.
- ¡Volver a la torre! Joseph ha sobrevivido por muy poco.
Lory no supo reaccionar, Marilia y Vancur se miraron asustados y
un tanto contentos porque había sobrevivido, pero no sabían hasta qué
punto había sobrevivido por poco. ¿Estaría a punto de morir?
Fueron inmediatamente a verle. Estaba echado en una cama,
cuidado por un par de enanos. Debían ser enanos de una raza que solo vivía
en esa región porque eran menos robustos que sus primos y más fuertes que
Thaisis, aunque más bajitos. Podían ser una mezcla entre enanos y gnomos.
Se reunieron con Joseph en su cuarto, donde estaba tendido en su
cama emitiendo lastimosos gemidos de dolor.

366
- No creo que viva - susurró Vancur, cuidando de que Lory no le
oyera.
- Cielos, que horror - balbució Marilia.
- Es fuerte, sobrevivirá - dijo un enano -. Pero no me gustaría estar
en su pellejo. Esas heridas son demasiado feas. Ha tenido suerte, ninguna es
mortal.
Apartó la sabana, y dejó al descubierto el cuerpo del muchacho.
Tenía las ropas de lino manchadas de rojo en el hombro derecho, en el
estomago y en el muslo izquierdo.
Aparte de las heridas, el pobre joven temblaba de frío y sudaba
copiosamente. Parecía inconsciente, pero su cuerpo se contraía por espasmos
de dolor.
- Tápale, se va a congelar - instó Lory, preocupada.
Ambas se sintieron afortunadas por sus pruebas. Vancur parecía
aliviado. Quizás esperaba que no pudiera pasar la prueba y se alegraba de
que siguiera con vida.
Al día siguiente, no hicieron nada. El maestro se había ausentado,
permitiéndoles salir de la torre, pero no de la zona protegida por la magia de
la torre. En realidad ellos fueron los que no se atrevieron a salir dado el
peligro de cruzar el glaciar sin el mapa de Vancur. Éste les contó que dicho
mapa era como una brújula. No aparecía ningún dibujo ni señal, únicamente
tenía una flecha dibujada que les indicaba la dirección hacia donde debían ir
y ésta se movía a voluntad de Vancur. Así fue cómo logró llegar la primera
vez, compró ese viejo mapa a una vieja llamada Rendamulia, que al parecer
vendía objetos con poderes increíbles a un precio desorbitado. Él compró ese
mapa entregándole a la vieja toda la fortuna ahorrada durante toda su vida.
Creyó que merecería la pena ya que pretendía llegar a la torre para aprender
magia y hacerse rico trabajando para los nobles, o los reyes.
Al principio dieron vueltas por el basto recinto, pero en un par de
horas las chicas se aburrieron de ver lo mismo, y volvieron al interior de la
torre. Entre tanto, Vancur se quedó junto a Joseph, que ya había recuperado
el sentido.
Se preguntaron qué era tan importante, como para que el maestro
se ausentara el día entero, si podía desplazarse a cualquier región de
Cybilin con solo chasquear los dedos. Fueron a la habitación de Joseph, por
si éstos sabían algo más que ellas.

Cuando llegaron, Vancur hablaba como loco. Contaba peripecias


de cuando era joven y participó en la guerra de Blothen. Joseph le escuchaba

367
ensimismado, pero cuando las vieron aparecer por la puerta, a Vancur se le
acabaron las ideas y dejó de hablar.
- Nunca volví a verla. Es la mujer más bonita que existe, y nunca
supe su nombre.
- ¿No sabes a dónde fue? - preguntó Joseph.
- La he buscado toda mi vida. Pero cada vez que la recuerdo con
su arco, amenazándome con su dorada flecha, siento que algún día
volveremos a encontrarnos, pero en el mismo bando.
Las chicas no se enteraban de nada.
- ¿De quién habláis? - preguntó Lory exasperada.
- Solo historias de viejos - eludió Vancur.
Miraron a Joseph, esperando que fuera él quien diera las
explicaciones, pero se encogió de hombros, emitió un gemido de dolor y no
dijo nada.
- ¿Sabéis algo del maestro? - preguntó Lory.
- Acabo de despertar - dijo Joseph -. Creí que vendríais a contarme
algo.
- ¿Cómo estás? - preguntó Marilia.
- Pues no muy bien, como puedes ver. Todo el cuerpo lleno de
vendas y ni siquiera recuerdo qué heridas se esconden debajo ni quién me
las ha hecho. ¿Y tú?
- Bien, ya me quema menos la herida de la mano- respondió Lory.
- A vosotros ni os pregunto. Los dos salisteis ilesos - se refería a
Vancur y Marilia.
Lory se encogió de hombros. Aun tenía la mano apretada por las
vendas y no podía opinar.
- Van, cuéntaselo. Ella no tiene la culpa de que se parezca - pidió
Joseph.
- No le importa.
- ¿Pero qué dices?, O se lo cuentas tú o se lo digo yo.
Vancur refunfuñó y miró a Lory con ojos melancólicos.
- No seas ridículo, niño. Como se lo cuentes, te corto el cuello.
- No te creo. Lory, ¿Sabes que te pareces enormemente a...
- Cállate, idiota - reprendió Vancur golpeándole en el brazo. Miró a
Lory y dijo -: Te pareces a alguien - volvió a golpear a Joseph -. ¿Estás
contento?
- ¿A quién me parezco? - preguntó enojada Lory.
El anciano sonrió e hizo círculos junto a su cabeza con el dedo
índice alegando que Joseph estaba loco.

368
- Tranquila, no te sulfures. Simplemente te pareces a una vieja
amiga.
- Pero, eres tonto - dijo Joseph -. Puede que sea su madre.
Vancur miró a Joseph. Esta vez no le pegó, al contrario pareció
convencerle.
Las chicas esperaron que el viejo se sincerara. Ya iba siendo hora,
se hacía rogar demasiado.
- Es cierto - dijo Vancur. El interés de las dos se despertó
infinitamente -. Lory, puede ella sea tu madre, tanto parecido no puede ser
casual... Espero que estés contento.
Eso fue todo. Las dos se quedaron con las ganas de saber la
historia completa. Joseph se quejó del brazo, pero no volvió a insistir.
- La confianza me abruma - susurró Marilia.
En ese momento entró un enano y tocó la espalda de Lory repetidas
veces. Ésta se dio la vuelta, y le vio mirándola muy serio.
- ¿Qué hora es? - preguntó el hombrecillo.
- Y yo que sé - respondió Lory -. ¿Dónde está el maestro?
- Se fue. Me dijo que hasta el medio día no os dijera donde estaba.
¿Qué hora es?
- El medio día - respondieron Joseph y Lory a la vez.
- ¿Ya? - se sorprendió el enano.
- ¿Dónde está? - Preguntó Vancur.
Levantó la mano y entregó un papel a Vancur. Lo cogió
sorprendido, y lo leyó para sí mismo.
- Enano estúpido - criticó Lory -. ¿Por qué se lo das a él? Ahora
nos dejará con las ganas de saberlo.
- El no se ríe de mí - respondió el hombrecillo con aire de
superioridad.
Vancur leyó el largo mensaje, y se lo entregó a Joseph sin
considerar a Lory, que se lo pedía insistentemente con la mano. Joseph
sonrió, empezó a leerlo en bajo, pero al ver la cara Lory decidió leerlo en
alto.

Hay problemas en Nordmard. Necesito que entréis en la


biblioteca y busquéis el libro: Ciencia del más allá, de Lumier.
Está en el segundo piso en la parte derecha, sobre una mesa. Si
queréis ver a Philip con vida hacerlo sin demora. Leer los tres el
conjuro...

369
- Maldita sea, mi hermano está en apuros. Ya le avisé que no era
fácil el rescate.
- Pero si aun no es medio día - trató de calmar Vancur -. El
maestro puede ingeniárselas solo. Pero termina de leerlo, aun quedan cosas
interesantes.

... a la vez. Hacedlo cuando el reloj de la sala señale al


doce. No tengo ni idea de lo que podría pasar en Nordmard, pero
si no he
llegado al medio día, algo inesperado habrá surgido.

- Dejadle que se muera - dijo Lory.


- Te olvidas de mi hermano - reprendió Joseph.
- Las siete - añadió Vancur -. El medio día es a las seis. Muy mal se
tiene que ver para pedirnos ayuda. Además, dijo que su enviado era más
que capaz para volver ileso.
- Cielos, mi hermano - se lamentó Joseph.
- Vamos, no sabemos qué horas marca ese reloj - apremió Marilia.

Corrieron los tres hacia la entrada de la parte derecha de la


biblioteca, Joseph tuvo que permanecer en cama a pesar de sus ganas de ir
con ellas. Sus herida seguían estando muy frescas y cualquier esfuerzo
podría provocarle una hemorragia.
Entraron y quedaron estupefactos al ver que las paredes estaban
cubiertas de libros, y éstas eran incluso más altas que la puerta. Había
escaleras adosadas a las estanterías, que debían moverse sobre raíles.
Fueron al segundo piso, pues ya sabían manejar las los
habitáculos mágicos para ascender y descender. A Lory le excitaba tocar los
botoncitos luminosos y en ocasiones subía y bajaba varias veces antes de
salir, por tocarlos demasiado.
Allí había muchas mesas con libros pero solo había una medio
vacía, con un solitario libro. Se alegraron de que fuera el mismo que decía en
la nota, y lo abrieron por la página 12. Allí había un papel con un hechizo.
Lory lo leyó en voz baja, pero difícilmente podía leerlo seguido.
Eran unas palabras muy extrañas, debían ser arcanas.
- Fijaos, son casi las once - apuntó Marilia al reloj que había en el
centro del techo.

370
Los tres leyeron el hechizo, y tardaron esa hora en memorizarlo. Lo
ensayaron en voz alta, sin reparar en las posibles consecuencias, pero
siempre se atascaban en alguna palabra y hacía que los otros dos se
atascaran también.
Al fin lo aprendieron, pero el reloj marcaba las seis. Ahora estaban
seguros de que su maestro estaba en apuros.

Pasaron un rato sin decir nada. El único ruido que hacían era el
taconeado de impaciencia de Lory.
- ¿A quién me parezco? - preguntó Lory a Vancur con amabilidad.
- A una vieja amiga, ya te lo he dicho.
Lory se rió, esperando producir en Vancur algún tipo de recuerdo.
Esa sonrisa había deslenguado a más de un hombre.
- Está bien. Veo que no me dejareis en paz hasta que vuestra
curiosidad femenina se vea saciada. Desde luego, espero que las mujeres
valgan para otra cosa más que para volver locos a los hombres y para ser las
criaturas más curiosas del mundo, si no contamos a los odiosos thaisis.
Marilia se rió. Vancur parecía realmente enfadado con el género
femenino.
- Cuando era joven, era igual que Joseph. Era soldado del reino de
la Nueva Costa, cuando se declaró la guerra contra Blothen. Por entonces
solo había conocido a un par de fulanas, a las que pague por sus servicios
con mi protección.
Sonrió, recordando sus tiempos jóvenes. Pero la mueca de
repugnancia de las chicas le hizo sonrojar.
» No estaban mal. Con una de ellas estuve a punto de casarme. Era
tan bonita, que confundí el amor con la lujuria. Afortunadamente me puso
los cuernos y me libré por los pelos. Había comprado el anillo de boda y
todo.
- Debió ser un chasco - opinó Marilia.
- Sí, bueno. Más vale un chasco a tiempo que cien corriendo. Bueno,
no era esa, tranquila. Hasta ese día creí que las mujeres solo servían para
calentar a los hombres. Se declaró la guerra y tuve que ir al frente.
» Nos mandaron a la región del río, que era donde el general
Roicher hacía más estragos en nuestro ejército. La fama de este general era
terrible, ya había eliminado a tres destacamentos de los nuestros y nosotros
éramos el cuarto. Luchamos con todas nuestras fuerzas, pero era un
carnicero. Todo aquel que entraba en liza con él, acababa atravesado por su
lanza. Llegó el momento en que tuvimos que huir. Nunca sentí tanto miedo

371
como aquel día. Parecía un oso hambriento. Sus hombres parecían leones
alimentados con la fuerza de su líder. Nos siguió sin descanso, hasta que
llegamos a un pueblecito. Solo había mujeres y niños, pero... Vaya mujeres.
Todas armadas hasta los dientes. Sabían manejar el arco mejor que los elfos.
Éramos diez los que huíamos y solo sobrevivimos dos. Me gustaría decir que
gracias a mi pericia, pero en realidad me salvó una de las mujeres. Nos
apuntó con su arco dorado y me miró. Yo me quedé paralizado de miedo,
pero cuando apartó su arco y vi su rubia cabellera, hondeando sobre aquel
rostro delicado, me sentí extraño. Aquellos ojos maravillosos, aquellos
labios, aquellas manos fuertes y delicadas nunca las olvidaré. Después de
matar a ocho de mis compañeros ella ordenó a sus arqueras que se
detuvieran y puede que por eso creí enamorarme. Me salvó la vida, me
perdonó y yo me juré volver al pueblo cuando acabase la guerra. Por todos
los dioses, cuando te vi, creí que eras ella, la única diferencia es que ella era
tenía el pelo más claro que el tuyo. Claro que no puedes ser ella porque
ocurrió hace veinte años. Disculpa si te miro demasiado. Supongo que no
podía evitarlo. Entiendo que me tomaras por un viejo verde.
- ¿Volviste?- preguntó Lory.
- Sí, pero no la encontré. Ese pueblo había sido arrasado por las
tropas de Wandit el grande, nuestro batallón más poderoso. Cuando llegué
al pueblo estaba completamente destruido. Entonces odié al ejército y fue
cuando tomé la determinación de viajar por el mundo. Tenía que
encontrarla. Mi fiel amigo, el otro superviviente, me acompañó. Se llamaba
Sadier, y era diez años mayor que yo. Murió hace un mes en esa prueba de
los demonios. Odio a Melmar por ello, pero desde entonces siento por él el
más profundo respeto y solo deseo ser un gran nigromante en el futuro para
poder desafiarle.
- No digas eso muy algo o te querrá muerto.
- Parece que todavía no habéis entendido nada - pareció sincerarse
el viejo -. El maestro no quiere que nos llevemos bien, no quiere que le
apreciemos. Aún no ha empezado a enseñarnos nada porque no quiere
amigos. Ni que lo seamos entre nosotros. Cuando Joseph y yo salimos a
buscaros nos dijo que si uno de los dos no volvía y era el otro quien lo
mataba estaría mucho más cerca de ser un nigromante.
- ¡Qué horror! - exclamó Lory.
- Pero si Lory se parece a esa mujer, ¿Por qué te portas así de rudo
con ella? - preguntó Marilia.

372
- No quiero llevarme bien nadie. Me haría ilusiones, y la edad... -
sonrió de manera tierna por primera vez desde que le conocía - . Además no
he contado todo acerca de esa mujer.
Lory se turbó. Era la primera vez que le decían que la trataban mal
por miedo a encariñarse con ella. Resultaba paradójico.
- ¿Qué te falta por contar? - preguntó intrigada.
- Bueno, era la guerra, esas cosas son habituales en esos períodos de
locura.
- ¿Qué pasó?
- En realidad llegamos al poblado y no había arqueras. Solo vimos
mujeres indefensas y ... las violamos a todas. A mí me tocó la mujer que te he
dicho y ... aunque todos pasaron a cuchillo a las suyas, yo... no pude. Me
hice un corte en el brazo y la llené con mi sangre. Le dije que si quería vivir,
se hiciera la muerta. Fue una semana después cuando ellas nos emboscaron
y me perdonó la vida.
- Qué asco dais los hombres - gruñó Lory -. Parecéis animales en las
guerras.
- Solo por curiosidad, ¿de dónde eres? - preguntó el viejo.
- ¿Por qué lo preguntas?
- Porque por la edad que tienes y el parecido, podrías incluso ser mi
hija.
- Antes me cuelgo de ese techo por la lengua que aceptar a un
miserable como tú por padre.
Marilia señaló el reloj de la biblioteca.
- Es la hora, la sombra está a punto de señalar al doce - había una
cúpula de cristal transparente en el techo que dejaba pasar la luz del sol con
tal pureza que la sombra de la aguja era nítida.
- Vamos, tenemos que ensayar el hechizo - apremió Vancur.
De nuevo, los tres leyeron el escrito y Lory se trabó en la penúltima
palabra. Empezaron de nuevo y Marilia empezó a destiempo. El tercer
intento resultó. Los tres dijeron las palabras con extremada exactitud.
Cuando terminaron, aparecieron unos ojos oscuros y transparentes justo
encima del escrito.
Vancur se asustó y soltó el papel. Cayó sobre la mesa pero los
extraños ojos no se movieron.
- ¿Qué es eso?
- ¿Quién me ha sacado del sueño? - preguntó una voz susurrante,
que parecía provenir del choque de las olas contra la playa.
- Cielos, sabe hablar - se asustó Lory.

373
Pero al momento se vieron rodeados de ojos transparentes. Se
sentía su fría presencia, y no era agradable.
- El maestro está en apuros - dijo Marilia, con la esperanza de que
supieran lo que ocurría. Pero aparecieron más y más ojos. Cuantos más eran,
más incómoda era su presencia.
- Está en la fortaleza de Nordmard - añadió Lory.
Pero los ojos flotantes seguían aumentando en número y se vieron
tan rodeados por ellos que se apiñaron los tres en un estrecho espacio.
- Nadie violenta impunemente la naturaleza - dijo otra voz
susurrante.
- Alejaos de aquí - gritó Vancur.
Pero cada vez se acercaban más a ellos. A Marilia le empezó a doler
la cabeza. Lory se quejó de su herida de la mano, aun sin curar. Se la miró y
vio que uno de esos espíritus se había pegado a su venda. Trató de
quitárselo, pero cuando le tocó con la otra mano se le quedó helada.
- ¡Dejadme!- gritó.
A Lory también la querían atacar por la herida, pero se la protegía a
su espalda.
Los ojos grises se fueron cerrando sobre ellos y sintieron sus
cuerpos congelados por el frío contacto de sus etéreos atacantes.
Unos se pegaron en la garganta de Marilia, otros en sus piernas
hasta que no pudo sostenerse en pie y cayó.
- ¿Por qué nos ha hecho esto? - Preguntó Marilia, odiando más que
nunca a Melmar.
Se asfixiaba, vio que tanto Vancur como Lory pasaban por la misma
situación. Si lo hubiera sabido, nunca habría ayudado al nigromante. Era
realmente malvado, incluso después de muerto, se había asegurado que sus
discípulos no sobrevivieran. Porque parecía evidente que eso era lo que
había ocurrido.
Los ojos danzaban a su alrededor, regocijándose con sus presas
cuando un fortísimo resplandor irrumpió junto a ellos.
Los espectros se alejaron de sus víctimas, aterrorizados. Su
garganta estaba libre, podía respirar, pero sus miembros estaban resentidos
por un frío sobrenatural. Marilia quiso levantarse pero era imposible, no
tenía fuerzas.
- Espectros, yo os exhorto. Volver al abismo del que salisteis.
Era la voz del maestro. Pero Marilia tuvo que cerrar los ojos, pues
estaba demasiado abatida.

374
El frío de los espíritus fue desapareciendo poco a poco y casi un
instante después alguien la cogió en brazos. Por alguna extraña razón no
podía dormirse, ni moverse. Estaba como muerta pero sentía que su corazón
latía en su pecho.

- ¿Por qué les dijiste que se arriesgaran así? - preguntó otra voz
distinta.
- Well, tranquilízate. Era estrictamente necesario.
- Podíamos salvarnos sin su ayuda.
- ¡No conoces el poder de Swala! Créeme, parecía que habíamos
ganado, pero su última trampa podía haber resultado.
Welldrom, era él. Al fin le llegaba a la torre, quizás él podía decirles
algo más de Cabise. Abrió los ojos con un gran esfuerzo, y se incorporó.
- Lo ves, no es tan grave - dijo el nigromante.
Les habían llevado a una sala y les habían tendido en una gran
cama.
- ¿Welldrom? - preguntó Marilia, pues su vista estaba enturbiada
aún.
- Sí, ¿cómo estás?
- ¿Qué ha pasado?
Parecía increíble, pero nunca se había imaginado que se alegraría
de volver a ver a ese mago. La última vez que le vio, había matado a
Mikosfield en la casa de Gilthanas y aquel día deseó no volver a encontrarse
nunca con él.
- Hemos tenido problemas en Nordmard.
- No tienen por qué saberlo - interrumpió el nigromante.
Marilia le miró la herida del brazo. Tenía las vendas demasiado
manchadas de sangre.
- Nos habéis salvado - dijo Welldrom.
- ¿Qué te ha pasado? - acusó Melmar -, En otro tiempo no te habría
importado.
- Es conveniente que estén al día de todo - replicó Welldrom,
malhumorado.
Marilia recordó que su abuelo, Travis, una vez recuperado de sus
heridas emprendió viaje a Tarsis junto a Flodin, que estaba deseando tener
nuevas aventuras. La desaparición del mago les hizo sospechar que
cumpliría su palabra con los draconianos de las montañas y les ayudaría a
invadir la ciudad.

375
Verlo allí tranquilizó a Marilia bastante. Eso significaba que no
había atacado Tarsis con sus draconianos y su abuelo habría viajado
inútilmente. Se imaginó la escena: Todos los soldados preparados para el
inminente ataque de los draconianos, y días y días de espera. Tantos que la
barba les llegaría a los pies. «La fama de mi abuelo se irá por los suelos,
pobrecillo».
- Bueno, qué - dijo impaciente -. ¿Qué ha pasado?, ¿Por qué tuvimos
que hacer aquello?
Lory y Vancur despertaron. Estaban en la habitación de Joseph, que
hablaba con un tercer hombre tan corpulento como el nigromante.
Lory llamó la atención a los dos y, después de un rato, los cinco se
acomodaron por ahí, mientras el nigromante se iba. No le interesaba la
historia que iba a ser contada.
- Yo soy Welldrom Segard - se presentó a los que no le conocieran -.
Soy el sexto discípulo de Melmar.
» El quinto es el hermano de Joseph, se llama Philipe. Gracias a él
hemos tenido un montón de problemas. Tuve que ir a buscarle a Nordmard,
pero aquella fortaleza esta infectada de magos. Desde que Melmar destruyó
el templo de Rastalas de Malhantas, parece ser que todos se han reunido allí.
He llegado a pensar que en realidad no mató a ni uno y que los
supervivientes se han hecho mucho más fuertes. Pero bueno, lo importante
es que allí estaba el gran Swala, el adepto mayor. Predijo mi llegada y la de
Melmar. Nos esperó como el cazador espera al lobo cuando va a comerse un
rebaño. Sabía el momento y el lugar de su llegada. A mí me atrapó sin
problemas, pero Melmar sabía que le esperaban y logró escabullirse en su
trampa. No comprendo lo que hizo, pero salió indemne del pelotón de
ejecución más grande y bien organizado nunca preparado. Centenares de
arqueros le esperaron en el lugar mismo de llegada, Swala estaba allí
preparado para neutralizar su magia en cuanto llegara. Así demostró que es
el erudito más poderoso de Cybilin. Mató a todos sus verdugos, y de nuevo
Swala salió vivo de aquella por un milagro, o quizás por su grandeza como
mago.
» Penetró en la fortaleza y llegó hasta mi celda. Me sacó y fuimos a
ver a Philipe. Estaba en una mazmorra excesivamente protegida. Parecía que
era el hijo de algún rey o que era un preso peligroso. Le sacamos, pero Swala
había convocado a todos los magos para que aislaran la fortaleza, es decir:
Los hechizos de transporte quedaban neutralizados. No podíamos escapar,
yo creí que no saldríamos, pero cuando vi que Melmar tenía la fuerza de
cien hombres recuperé la esperanza. Philipe y yo luchamos, y fuimos

376
aguantando la embestida de los soldados. Nuestra magia era inútil, pero era
tal el ímpetu de Melmar al aplastar cabezas y arrojar cadáveres contra
pelotones, que recuperé la esperanza de salir de allí. Llegamos a las puertas
de las mazmorras dejando un enorme rastro de muerte y destrucción. En
realidad todo lo hacía Melmar, nosotros solo le cubríamos.
Marilia se fijó que Welldrom contaba la historia muy vivamente.
Hasta entonces había creído que era un mago tan silencioso como
Mikosfield, pero se equivocaba. Todos los elfos odiaban la guerra, y sin
embargo él disfrutaba contándoles sus últimas aventuras.
- Salimos. Nos esperaba todo el ejército de la fortaleza y Melmar
estaba agotado. A pesar de todo luchó con tal furia que pronto no se
atrevieron ni a acercarse a nosotros. Los arqueros disparaban sus arcos
pero él de una forma u otra las desviaba. ¡A pesar de estar aislados
mágicamente, pudo hacer tal prodigio! Después, recitó un sortilegio, nos
cubrió con una tela y aparecimos aquí.
- ¿Para qué necesitó que recitáramos el sortilegio de los espectros? -
Preguntó Lory, consternada.
Welldrom la miró sonriente.
- Necesitaba que el poder de los túnicas blancas se viera debilitado.
Al ejecutar magia desde tan lejos, sabiendo que ya casi nadie en el mundo
puede ejecutar magia, el poder neutralizador concentrado en la fortaleza se
vio desviado al detectar la magia en esta torre, casi al otro extremo del
continente. En ese momento aprovechó Melmar para usar su hechizo de
traslado.
La fuerza y la sabiduría de Melmar no permitieron más dudas
sobre su bien merecido título de erudito. Ahora estaban orgullosos de
aprender magia del más poderoso mago de todos los tiempos. Marilia se
asustó que ese maldito nigromante fuera capaz de saber todo cuanto iba a
pasarle. Eso le convertía en invencible.
Marilia recordó que Cabise quiso dejarla por aprender magia.
Ahora lo entendía. Ser discípulo de Melmar era algo realmente excitante.
Nunca había tenido interés en los temas arcanos, pero ahora tenía sed de
conocimientos. Era muy afortunada de tener aquella oportunidad y todas las
ideas que le habían pasado por la cabeza, de huir de la torre quedaron
sepultadas ese día. Deseó aprender de él hasta el día en que ella misma
pudiera rescatar a Cabise de esa trampa mágica, si es que él se negaba a
cumplir su palabra de hacerlo dentro de tres años.

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