Professional Documents
Culture Documents
LA ANSIEDAD Y EL ESTRÉS
INDICE
1. Introducción
2. Los Autoinformes
43
4.2.1. Beck Depression Inventory -BDI. "Inventario de Depresión de
Beck"
5. Lecturas recomendadas
6. Autoevaluación
7. Bibliografía
44
CUESTIONARIOS, INVENTARIOS Y ESCALAS
1. INTRODUCCION
Bajo el término de autoinforme se incluye un conjunto bastante heterogéneo de
técnicas e instrumentos, de amplia utilización en la historia de la evaluación
psicológica. Desde los trabajos pioneros del siglo XIX, en que estructuralistas y
funcionalistas emplearon el autoinforme, -basado en la introspección- como elemento
primario para la comprensión del funcionamiento psicológico (Bellack y Hersen, 1977);
hasta nuestros días, -con el predominio de las orientaciones cognitiva y cognitivo-
conductual-, los autoinformes han sido los instrumentos más importantes en la
evaluación psicológica.
2. Los autoinformes
El autoinforme puede ser considerado como una derivación de la auto-
observación (Fernández-Ballesteros, 1980) y se refiere a la información verbal que un
individuo proporciona sobre sí mismo, o sobre su comportamiento.
2
La información sobre las respuestas cognitivas y la experiencia subjetiva no
puede, sin embargo, ser contratada mediante ningún otro método, por lo que el
autoinforme es, al menos actualmente, el único método directo de recogida de
información sobre estas respuestas. Sobre este punto Fernández-Ballesteros (1992)
señala que el autoinforme puede ser considerado el método prioritario y directo por
excelencia a la hora de explorar los contenidos mentales del ser humano.
Las ventajas prácticas, aunque importantes, no son la única razón que explica el
actual auge del autoinforme. La evolución conceptual de la psicología ha traído
consigo un mayor interés por las variables de tipo cognitivo. Sin entrar aquí en
mayores detalles sobre las aportaciones de otras escuelas u orientaciones teóricas, a
partir de los años 60 se produjeron desde dentro del conductismo una serie de
cambios que hacían imprescindible tener en cuenta, además de los factores
ambientales (estímulos o situaciones), la forma en que el individuo conceptualiza e
interpreta el medio y sus propias acciones, sus valores, expectativas, etc.; siendo
necesario, por tanto, acceder a su experiencia subjetiva. Estos cambios se debieron
fundamentalmente a:
3
5. El desarrollo de teorías como la de la Expectativa para explicar la respuesta
de orientación (Bolles, 1972, 1979), o la de Levine (1975) que considera el aprendizaje
como un proceso de comprobación de hipótesis.
En todo caso, creemos conveniente señalar que esta integración ha sido una
característica diferencial de la evaluación conductual y la modificación de conducta
europea frente a la norteamericana. Buen ejemplo de ello son los trabajos de
Brengelmann en Alemania y de Eysenck en Inglaterra, donde se funden ambas
4
orientaciones, a diferencia del conductismo norteamericano, más influenciado por el
modelo skinneriano y su desconfianza por los métodos psicométricos.
A pesar de ello, como apunta Silva (1989, p. 89) "Tampoco se trata, sin
embargo, de asumir la inconsistencia y la inestabilidad, como alguno ha querido
interpretar, sino considerar la consistencia o inconsistencia observadas, la estabilidad
o inestabilidad observadas, como hechos empíricos que requieren explicación. La
inconsistencia o la inestabilidad de las puntuaciones pueden ser buen reflejo de una
conducta inconsistente o inestable. No es correcto, pues, considerar a priori de calidad
deficiente una medición, si no se logran índices altos de consistencia y estabilidad".
5
Una vía diferente es la seguida por diversos autores de la línea conductual con
el concepto de exactitud (accuracy), que ha cobrado importancia en evaluación
conductual en el ámbito de la fiabilidad. Se refiere, según Kazdin (1977), al grado en
que los registros de un observador se adecuan a un criterio predeterminado sobre los
mismos datos; mientras que para Cone (1987) tiene que ver con el grado en que una
medida representa las características topográficas objetivas de la conducta estudiada,
de manera fiel. Para Cone la exactitud se diferenciaría de la fiabilidad y la validez,
pudiéndose producir distintas combinaciones, de forma que una medición puede ser
fiable pero no exacta, pero no puede ser exacta sin ser fiable. También puede ser
válida pero no exacta y viceversa; pudiendo darse mediciones fiables y válidas aunque
no exactas.
6
La expresión original, validez predictiva, ha sido sustituída paulatinamente por
validez criterial, para evitar el doble sentido, etimológico y metodológico, que el
concepto de *predicción+ conlleva.
Pensamos que esta es una vía que permite una correcta justificación teórica al
empleo de medidas indirectas de conducta; como cuestionarios, inventarios, escalas,
tests estandarizados, etc.; puesto que la justificación práctica queda suficientemente
avalada por su utilidad y eficacia.
7
a la validez mínima que requiere un instrumento sin la cual no se podría interpretar el
modelo (García Merita, 1989). La validez externa tiene que ver con la posibilidad de
generalización y engloba conceptos como validez de población, relativa al grado en
que una muestra es representativa de la población, y validez ecológica, referida al
grado en que las situaciones empleadas son representativas de la población de
situaciones.
Si bien es cierto que no todos los estudios realizados arrojan resultados tan
favorables, véase Schmith et al (1984), pensamos que las mejoras en la construcción
de instrumentos de autoinforme, tanto en su forma como en su contenido, y el actual
incremento de la investigación en este área, están dando lugar al aumento de su
calidad, convirtiéndolos en instrumentos de primer orden en la evaluación conductual.
Con vistas a estudiar cuales son los elementos relevantes que facilitan o
dificultan la medición mediante autoinforme, aumentando o disminuyendo su calidad,
Fernández-Ballesteros (1991) sienta las bases de un sistema clasificatorio que
engloba las siguientes dimensiones o parámetros: la contrastabilidad del autoinforme
en cuestión, la accesibilidad a la información en él solicitada, la transformación
existente entre el evento ocurrido y la información sobre él, el tiempo transcurrido entre
la ocurrencia del evento y el momento en que se informa, la situación estimular a la
que se responde y las inferencias realizadas sobre el autoinforme.
Es una de las fuentes de error más importantes, ya que los autoinformes son
fácilmente falseables. Para tratar de minimizar su efecto se han seguido principalmente
dos estrategias, el empleo de instrucciones que persuadan al sujeto sobre la
necesidad o conveniencia de no mentir o simular sus respuestas, apelando a su
colaboración, interés de los resultados, etc., y, por otro lado, la inclusión de escalas de
sinceridad (o de mentiras) que permitan detectar los casos en que se ha producido
falseamiento.
9
de sinceridad ligeramente más bajos en la clínica institucional y considerablemente
menores en, por ejemplo, la selección de personal.
Esta fuente de error afecta tanto a los autoinformes que implican una modalidad
de respuesta dicotómica (si/no, verdadero/falso) como a los que utilizan escalas de
tres o más alternativas. En el primer caso, la distorsión más frecuente es la
aquiescencia o asentimiento; en el segundo, los errores escalares.
10
b) Los errores escalares, también denominados errores sistemáticos escalares,
son propios de los autoinformes que utilizan escalas discretas de tres o más
alternativas. Incluyen la tendencia a responder en el centro (tendencia central), o por
contra, la tendencia a responder en los extremos (severidad), con independencia del
contenido de los ítems, y de forma involuntaria.
11
aquiescencia, mientras que para Fordyce (1956) recoge la tendencia a responder de
manera socialmente deseable, y Jackson (1957) señala que contiene varianza de
ambos tipos, aquiescencia y deseabilidad social (Fierro, 1982).
La primera opción nos parece más correcta al ser concordante con la propia
definición de autoinforme, no encontrando, por otro lado, razones de peso que
justifiquen la exclusión de alguna de las técnicas señaladas.
13
La utilización de una estrategia de construcción de cuestionarios no implica la
no utilización de otros. Bien al contrario, la combinación de las distintas estrategias
puede dotar a los instrumentos resultantes de una mayor calidad, siendo esta la
tendencia que puede observarse en la construcción de cuestionarios de nueva
generación.
Los ítems suelen estar formulados de manera general, sin atender a aspectos
situacionales, y la respuesta a ellos es interpretada como manifestación de una
estructura interna subyacente o rasgo. Se pretende así evaluar cual es la forma
habitual de comportamiento del sujeto y explicar esta en función de un rasgo o
disposición interna.
Han sido los más criticados desde el modelo conductual tanto por no tener en
cuenta el elemento situacional (Brengelmann, 1967; Mischel, 1968), como por el propio
concepto de rasgo en que se basan, especialmente en lo relativo a su estabilidad y su
capacidad de predecir conductas concretas (Mischel, 1968).
14
racional aunque, como ya señalamos anteriormente, cada vez es más habitual que se
combine esta con una estrategia empírica, e incluso con la estrategia factorial.
Los ítems incluyen situaciones o estímulos que el sujeto debe valorar señalando
en que medida le producen una determinada reacción o clase de respuesta (por
ejemplo, miedo o temor, en el caso de las Fear Surrey Scales-FSS); o bien, se mide la
frecuencia, o intensidad, con que el sujeto manifiesta determinadas conductas ante
una situación concreta (como sucede en las escalas de estado); o la frecuencia de
aparición de distintas conductas, relacionadas con un determinado problema o
trastorno de conducta, como ansiedad, depresión, etc. (tal es el caso de los repertorios
clínicos conductuales).
En nuestra opinión, existe una marcada divergencia entre los principios teóricos
que rigen la utilización de los cuestionarios conductuales y la utilización que se hace
de estos. Pensamos que un cierto nivel de inferencia a partir de los resultados puede
ser útil y deseable, aunque no se justifique totalmente desde un punto de vista teórico;
sin embargo inferencias de mayor grado pueden carecer de sentido desde la
perspectiva conductual. Por ejemplo, si agrupamos las respuestas de una FSS, en
función del contenido de los ítems, podemos valorar el nivel de temor ante las
situaciones interpersonales y sociales, los animales, etc; y esto puede ser
especialmente útil. Pero, )qué sentido tiene sumar todas las puntuaciones para valorar
una respuesta general de temor de forma no específica y transituacional?. Para ello es
preferible (más fácil, más rápido y más ajustado al modelo teórico subyacente) emplear
un cuestionario de rasgo que, curiosamente, mostrará un resultado similar. Quizá sea
imposible trabajar sin realizar inferencias, pero es aconsejable que éstas no sean
excesivamente amplias ya que saldrían del marco teórico, o quizá, sea necesario
ampliar ya el marco teórico de manera decidida.
15
Este enfoque supone la más clara integración entre las posturas intrapsíquica y
ambientalista al aportar un nuevo punto de vista en la clásica controversia sobre sí el
comportamiento está más determinado por las variables personales o por las
situacionales (sobre estos aspectos ver Miguel-Tobal, 1989). De hecho, a los pioneros
en este campo, tales como Endler, Magnusson y Bowers, se han ido uniendo autores
de procedencias tan diversas como Mischel y Spielberger, que actualmente trabajan
bajo el amplio marco del enfoque interactivo.
Si tenemos en cuenta que dichos estudios se han realizado con una prueba el
ISRA, considerablemente diferente a la utilizada por Endler et al., y además con
muestras muy distintas -muestras españolas de sujetos "normales" y "clínicos" frente a
muestras "normales" de Canadá y Suecia-, la semejanza entre los resultados cobra
aún mayor significación. A esto debemos añadir que los trabajos que actualmente
realizamos para la adaptación del ISRA a Estados Unidos y varios países europeos e
hispanoamericanos parecen confirma los resultados obtenidos en España.
16
Esta concepción multidimensional del rasgo choca tanto con la concepción
clásica del rasgo general de ansiedad (asituacional) como con la postura estrictamente
ambientalista, que no considera la existencia de tendencias internas. Y, sin embargo,
las integra.
17
los cuestionarios ocupan un lugar prioritario, en cuanto a número de instrumentos
utilizados por la evaluación conductual.
18
El segundo lugar, en cuanto a área preferente de evaluación, lo ocupa la
Depresión, con 25 reseñas (aproximadamente el 10% del total) referidas a técnicas e
instrumentos.
20
Tabla 1
21
Los resultados globales se muestran en la tabla 2.
Tabla 2
Métodos y combinación de métodos de evaluación utilizados en el período 1966-1986
(N=111 estudios)
N %
Sólo autoinforme 36 32.4
Sólo observación 1 0.9
Sólo R. Fisiológico 0 0
Autoinf.+ Observación 47 42.3
Autoinf + R.Fisiol 15 13.5
Observación + R. Fisiológico 0 0
Autoinf + Observ + R. Fisiol 12 10.8
Total Autoinforme 110 99
Total Observación 60 54
Total Registro Fisiológico 27 24
Con el fin de estudiar la evolución que ha tenido lugar en los 20 años revisados,
se dividió el período 1966-1986 en las dos décadas que lo conforman. Los resultados
se muestran en la tabla 3.
Tabla 3
Evolución del empleo de los métodos de evaluación
1966-1976 (N=34) 1977-1986 (N=77)
N % N %
Sólo autoinforme 9 26.5 27 35.1
Sólo observación 0 0 1 1.3
Sólo R. Fisiológico 0 0 0 0
Autoinf.+ Observación 20 58.8 27 35.1
Autoinf + R.Fisiol 5 14.7 10 14
Observ. + R. Fisiol. 0 0 0 0
Autoinf+Obs+R. Fisiol 0 0 12 15.6
Total Autoinforme 34 100 76 98.7
Total Observación 20 58.8 40 51.9
Total R. Fisiológico 5 14.7 22 28.6
22
Comparando ambos periodos se observa la estabilidad en la gran utilización del
autoinforme (cercano al 100%), un ligero descenso en la utilización de la observación
(del 58,8% al 51,9%), y un considerable aumento en la utilización del registro
fisiológico, que prácticamente se duplica (del 14,7% al 28,6%), aunque su empleo
sigue siendo minoritario.
23
número de cuestionarios que miden distintas facetas de la ansiedad. Entre ellos el más
extendido es el Inventario Estado-Rasgo de Ansiedad
(Spielberger, et al, 1970), traducido a más de 30 idiomas. Sin embargo, muchos de
ellos no aportan información específica para su empleo en la modificación de
conducta, al estar basados en el modelo de rasgos y no tener en cuenta el
componente situacional.
5.1.1. Fear Survey Schedule III -FSS III. "Escala de Reconocimiento de Miedo"
(Wolpe y Lang, 1964)
Conocidos en nuestro país como Inventarios de Miedos, o Inventarios de
Temores, han sido los instrumentos más utilizados para la detección de fobias o
miedos irracionales. Existen distintos cuestionarios bajo la denominación general FSS;
el FSS I de Lang y Lazovik (1963), el FSS II de Geer (1965) y el FSS III de Wolpe y
Lang (1964). Además de los reseñados, que son los más divulgados
internacionalmente, en España se ha extendido el uso del FSS-122 de Wolpe, quizá
por su inclusión en la obra de Bartolomé et al. (1977), texto pionero en la modificación
de conducta en nuestro país.
El FSS III contiene 76 ítems que miden la intensidad del miedo irrracional ante
distintos estímulos pertenecientes a las siguientes categorías: animales, social le
interpersonal, lesiones o daño físico, enfermedad y muerte, ruidos, otras fobias
clásicas (como por ejemplo, los espacios abiertos, los ascensores, etc.) y diversos.
Ammerman (1988) señala que el FSS III puede ser empleado para identificar
estímulos específicos o, por contra, obtener una puntuación total sumando la
puntuación de cada ítem. Como ya señalamos en el apartado 3.2., no creemos
recomendable este modo de proceder, al menos desde el modelo que sustenta los
FSS, ya que el resultado sería la valoración de una tendencia general y
transituacional. Sin embargo la detección aislada de miedos específicos, sin realizar
ninguna inferencia, proporciona una información difusa y poco utilizable en la práctica
clínica. Por ello aconsejamos la utilización de los FSS realizando agrupaciones de
contenido, que pueden ser similares a las categorías antes señaladas, o diferentes,
según las valoraciones del sujeto.
24
El principal propósito del FSS III es la identificación de estímulos y situaciones
específicos elicitadores de miedo o ansiedad, siendo de gran utilidad en la
construcción de jerarquías para la desensibilización sistemática. Aunque surge
originalmente como un instrumento clínico, ha sido ampliamente empleado en la
investigación sobre desordenes fóbicos y trastornos de ansiedad.
La construcción del FSS III se llevó a cabo de forma racional. Los autores
elaboraron los ítems basándose en su práctica clínica, seleccionando los estímulos y
situaciones asociados a las reacciones fóbicas, incluyendo los que aparecían más
frecuentemente o aquellos que daban lugar a comportamientos desadaptativos.
Como señala Ammerman (1988), la validez del FSS III es bastante baja. Sus
correlaciones con otras medidas de autoinforme de ansiedad son moderadas al igual
que con medidas basadas en la observación (por ejemplo, los tests de evitación
conductual -BAT); si bien esto último, como ya explicamos puede ser debido a la falta
de concordancia entre los distintos sistemas de respuesta (cognitivo, fisiológico y
motor) y/o a la baja correlación entre distintos los métodos de medida.
Por último, respecto a la utilización de los FSS (en conjunto) en nuestro país, se
deben evitar las palabras miedo y temor que habitualmente se incluyen en las
instrucciones, dado que muchos sujetos señalan que el estímulo u objeto que deben
valorar les produce intranquilidad, nerviosismo, asco (en el caso de los animales o las
heridas), etc, pero no miedo. Para evitar este problema, creemos más oportuno pedir
que valoren el grado en que dicho estímulo o situaciones les producen inquietud,
nerviosismo o tensión.
25
El ISRA trata de conjugar las aportaciones de dos modelos teóricos. Por un
lado, el modelo interactivo multidimensional de la ansiedad (Endler, 1978; Endler y
Magnusson, 1974,1976); por otro, el modelo tridimensional o de los tres sistemas
propuesto por Lang (1968).
El sujeto debe responder a los ítems de acuerdo con una escala de frecuencia
de 5 puntos, donde 0 es "casi nunca" y 5 "casi siempre", indicando la frecuencia con
que aparece cada una de las respuestas ante cada situación. El tiempo de aplicación
del ISRA oscila entre 35 y 55 minutos, siendo especialmente compleja su utilización
con sujetos de muy bajo nivel cultural o que presenten un marcado deterioro.
26
- Áreas situacionales o rasgos específicos
FI: Ansiedad ante la evaluación
FII: Ansiedad Interpersonal
FIII: Ansiedad Fóbica
FIV: Ansiedad ante situaciones habituales o de la vida cotidiana.
- T: Nivel general o rasgo general de ansiedad.
27
A consecuencia de estos análisis se eliminaron las situaciones y respuestas que
menos cumplían con los criterios establecidos, dando lugar a la versión definitiva de
224 ítems. Esta versión definitiva se aplicó a nuevas muestras de sujetos "normales",
con trastornos psicofisiológicos, y con trastornos de ansiedad, realizándose nuevos
análisis a partir de los datos obtenidos. Estos análisis incluyeron el estudio de la
consistencia interna de la prueba, capacidad de discriminación de cada ítem y cada
escala, factorización de situaciones y de respuestas, y correlaciones con otros
cuestionarios de ansiedad (MAS y STAI). Además de los análisis señalados, dirigidos a
estudiar la validez del ISRA, se estudió su fiabilidad mediante el método test-retest.
28
1991; Cano Vindel y Miguel-Tobal, 1990); síndrome premenstrual (Pérez-Pareja y
Borras, 1992); diversos trastornos de ansiedad, como agorafobia, fobias simples, fobia
social y ansiedad generalizada (Miguel-Tobal y Cano Vindel, 1992), mostrando en
todos los casos una alta capacidad de discriminación. Incluso en la controvertida
diferenciación entre ansiedad y depresión por medio de autoinformes, Sanz (1991, p.
170) señala que "en relación a la sané psicométrica entre ansiedad y depresión, las
subescalas de rasgos específicos de ansiedad del ISRA se configuran como
instrumentos de elección a la hora de discriminar entre sujetos ansiosos y depresivos
frente a las tan utilizadas medidas de rasgo general de ansiedad"; o lo que añade que
" de hecho, la inclusión de medidas de rasgo específico de ansiedad permite que la
depresión aparezca en los análisis factoriales como un constructo relativamente
independiente y discernible de la ansiedad".
29
Debido, muy probablemente, al fuerte empuje del enfoque cognitivo y a la gran
expansión del modelo de Beck sobre la depresión, el BDI se ha convertido en el
instrumento más utilizado no solamente en la evaluación de las depresiones clínicas,
sino también en la evaluación de tendencias depresivas en la población general.
Como señalan Steer y Beck (1988), citando datos de los archivos del Center for
Cognitive Therapy de la Escuela Médica de la Universidad de Pensylvania, el BDI ha
sido utilizado en más de 1.500 estudios de investigación diferentes y traducido a más
de 30 idiomas.
Concebida originalmente como una escala heteroaplicada, para la utilización en
la entrevista, cuenta actualmente con varias versiones. A partir de la escala
heteroaplicada, que contenía 21 ítems que describen manifestaciones del
comportamiento depresivo, se desarrolló el Inventario de autoevaluación, convirtiendo
cada uno de los 21 elementos o ítems originales en 4 o 6 manifestaciones graduadas
en orden creciente de intensidad del síntoma.
En España estos instrumentos han sido traducidos por distintos autores, entre
ellos Conde y Franch (1984) y Vázquez y Sanz (1991), lo que ha dado lugar a que
proliferen distintas versiones con ligeros cambios.
El BDI surgió de las observaciones clínicas sobre los síntomas y actitudes que
presentan los pacientes depresivos. Estas observaciones se agruparon en 21 ítems
referidos a síntomas y actitudes que son valoradas de 0 a 3 en términos de intensidad.
Los ítems hacen referencia a contenidos tales como humor, pesimismo, deseos
suicidas, abandono social, indecisión y pérdida de peso, entre otros.
Aunque Steer y Beck (1988) afirman que el BDI no refleja un modelo teórico
concreto, Conde y Franch (1984) señalan que la construcción de este inventario se
llevó a cabo tras una aproximación clínica en el curso de la terapia psicoanalítica de
pacientes deprimidos. Con independencia del punto de partida, hoy en día es
considerado como un instrumento de orientación cognitiva o cognitivo-conductual. De
hecho, analizando el contenido de sus ítems aparece un predominio de los
componentes cognitivos sobre los fisiológicos o motores.
30
for Cognitive Therapy establece las siguientes indicaciones para los puntos de corte
cuando se usa el BDI con pacientes no diagnosticados previamente: ninguna o mínima
depresión < 10; de depresión media a moderada entre 11 y 17; depresión moderada
entre 18 y 29; y depresión severa desde 30 hasta 63. Como señalan Steer y Beck
(1988) existe un cierto consenso sobre tomar las puntuaciones a partir de 18 como
indicativo de sintomatología depresiva.
31
BIBLIOGRAFIA
BANDURA, A. (1969): Principles of Behaviour Modification. New York: Holt, Rinehart &
Winston.
BATES, H.D. (1971): Factorial structure and MMPI correlates of a fear survey schedule
in a clinical population. Behavior Research and Therapy, 9, 355-360.
32
BOLLES, R.C. (1975): Learning, motivation and cognition. En K.E. Estes (ed.):
Handbook of learning and cognitive processes, vol. 1. New York: Harper and
Row.
BRENGELMANN, J.C. (1967): Bedingte reactionen. Lerntheorie und Psychiatrie. En
Gruhle et al. (eds): Psychiatrie der Gegenwart. Springer Verlag.
BROWN, A.L. (1978): Knowing When, where, and How to Remember. (Tech. Rep., n1
47). Urbana: Univ. of Illinois.
CONE, J.D. (1977): The relevance of reliability and validity for behavioral assessment.
Behavior Therapy, 8, 411-426.
33
CONDE LOPEZ, V. y FRANCH VALVERDE, J.I. (1984): Escalas de evaluación
comportamental para la cuantificación de la sintomatología psicopatológica en
los trastornos angustiosos y depresivos. Madrid: Laboratorios Upjohn.
EDWARDS, A.L. (1955): Social desirability and Q sorts. Consult. Psychol., 19, 462-
463.
EDWARDS, A.L. (1957): The social desirability variable in personality assessment and
research. New York: Dryden.
EDWARDS, A.L. (1962): The social desirability hypotesis: Theoretical implications for
personality measurement. En S.Messick y J. Ross (eds): Measurement in
personality and cognition. New York: Wiley.
ENDLER, N.S. (1978): The interaction model of anxiety, some possible implications. En
O.M. LANDERS y R. W. CHRISTINA (eds.): Psychology of Motor Behaviors and
Sport. Champaign: Human Kinetics.
34
FERNANDEZ-BALLESTEROS, R. (1980): Psicodiagnostico. Concepto y Metodología.
Madrid: Cincel. Kapelusz.
FLOOD, M. y ENDLER, N.S. (1980): The interaction model of anxiety: an empirical test
in an athletic competition situation, Journal of Research in Personality, 14, 329-
339.
GEER, J.H. (1965): The development of a scale to measure fear. Behavior Research
and Therapy. 3, 45-53.
35
HATHAWAY, S.R. y McKINLEY, J.C. (1942): Minnesota Multiphasic Personality
Inventory. New York: Psychological Corporation.
HERSEN, M. (1971) : Fear scale norms for an in-patient population. Journal of Clinical
Psycholgy, 27, 375-378.
KAZDIN, A.E. (1977): Artifact, bias, and complexity of assessment: the ABCS of
reliability. J. Appl. Behav. Anal., 10, 141-150.
LACEY, J.I. (1967): Somatic response patterrning and stress: some revisions of the
activacion theory. En M. H. Appley y R. Strumbull (eds.): Psychological stress.
New York: Appleton-Century Crofts.
LANG, P.J. (1968): Fear reduction and fear behavior: problems in treating a construct.
En J. M. Shlien (ed): Research in psychoterapy, vol. III. Washington: American
Psychological Association.
36
MIGUEL-TOBAL, J.J. (1989): Modelo psicométrico-factorial y conductismo. Dos
posiciones encontradas en camino del encuentro. Revista de Historia de la
Psicología, 1-4, 85-90.
MIGUEL -TOBAL, J.J. y CANO VINDEL, A. (1991): Anxiety and problem solving in
normal and psychophysiolgically disordered subjects. II European Congress of
Psycholgy. Budapest.
37
PEREZ-PAREJA, J. y BORRAS, C. (1992): Relationship between general response
anxiety and PMS symptom appraisal. 13th International Conference of the
Society for Stress and Anxiety Research. STAR. Lovaina.
SAAL, F.E.; DOWNEY, R.G. y LAHEY, M.A. (1980): Rating the ratings: assessing the
psychometric quality of rating data. Psychol. Bull., 88, 413-428.
SANZ, J. (1991): The specific traits of anxiety in the Anxiety Situations and Responses
Inventory (ISRA): construct validity and relationship to depression. Evaluación
Psicológica/Psychological Assessment, 2, 149-173.
SCHMITH, N.; GOODING, R.Z.; NOE, R.A. y KIRSH, M. (1984): Metaanalysy of validity
studies published between 1964-1982 and the investigation of study
characteristics. Personnel Psychology, 37, 407-423.
SKINNER, B.F. (1953): Science and Human Behavior. New York: MacMillan.
38
SPIELBERGER, C.D.; GORSUCH, R.I. & LUSHENE, R. (1970): The State-Trait Anxiety
Inventory (self-evaluation Questionnaire). Palo Alto; California: Psychologists
Press.
STEER, R.A. y BECK, A.T. (1988): Beck Depression Inventory. En M. Hersen y A.S.
Bellack (eds.): Dictionary of Behavioral Assessment Techniques. New York:
Pergamon Press.
TAYLOR, J.A. (1953): A personality Scale of manifest anxiety. Journal of Abnormal and
Social Psycholgy, 48, 275-280.
WALSH, W.B. (1967): Validity of self-report. Journal of Counseling Psychology, 14, 18-
23.
WATSON, J.B. (1920): Is thinking merely the action of language mechanisms?. British
Journal of Psychology, 11, 87-104.
WOLPE, J. y LANG, P.J. (1964): A fear survey schedule for use in behavior therapy.
Behavior Research and Therapy, 2, 27-30.
39
YATES, A. J. (1970): Behavior Therapy. New York: J. Wiley & Sons.
40
5. Lecturas recomendadas
Este libro ofrece una revisión crítica y detallada de muchos de los problemas
relevantes de la evaluación conductual.
41
Este capítulo ha sido durante más de una década punto de referencia común
para los interesados en el tema de los autoinformes en nuestro país. Se recoge en él
una documentada información sobre características generales de los autoinformes, así
como sobre algunos instrumentos específicos.
Además de estas obras reseñadas, recomendamos para una visión más global
de la evaluación conductual:
42