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Imágenes en plural

Miradas, relatos y representaciones sobre


la problemática del viaje y los viajeros

Sandra R. Fernández y Andrea Reguera


compiladoras

Rosario, 2010
ÍNDICE

Presentación......................................................................................................... 9

Andrea REGUERA
Estudio Preliminar: La experiencia del reconocimiento.
Las miradas de los viajeros y las representaciones de los viajes......................... 15

Imágenes y representaciones
Maria Cristina BOHN MARTINS
Cartografías de la selva. La Condamine y su
relación sobre la América Meridional.................................................................. 29

Jorge Fernando NAVARRO


El viaje ilustrado y el museo. De la curiosidad
científica a la institucionalización del saber......................................................... 47

Susana BANDIERI
Explorar para conocer, conocer para dominar.
Dibujar una nación que incluya a la Patagonia: el caso de
Francisco Pascasio Moreno.................................................................................. 63

Guillermina JACINTO
Imágenes territoriales. La reconstrucción
de los lugares a través de la mirada del viajero................................................... 79

Identidad y alteridad
Beatriz VITAR
Francia y Centro-europa en la mirada de un científico español:
los “viajes minero-metalúrgicos” de Lorenzo Gómez Pardo (1829-1834).......... 93

Nadia Andrea DE CRISTÓFORIS


Extranjeros, nativos y ciudadanos en las miradas de los
viajeros de mediados del siglo XIX..................................................................... 111

Christian KUPCHIK
Sopa paraguaya. Viaje por el pan de la utopía..................................................... 133
8 Imágenes en plural

Paula CALDO y Sandra FERNÁNDEZ


Apuntes de viaje… Olga Cossettini en Estados Unidos, 1941-1942................. 153
PRESENTACIÓN

E
ste libro reúne algunos estudios que, en sus avances preliminares, fueron
puestos a discusión en el 3° Encuentro La problemática del viaje y los viaje-
ros: América latina y sus miradas. Imágenes, representaciones e identidades,
que se llevó a cabo en la ciudad de Tandil del 14 al 16 de agosto de 2008, organizado
en forma conjunta por el Nodo ISHIR CESAL (CONICET/UNCPBA) y la Escuela
de Historia de la Universidad Nacional de Rosario. En este sentido, queremos agra-
decer al CONICET, a la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica,
a la Facultad de Ciencias Humanas y a la Secretaría de Ciencia, Arte y Tecnología
de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires por haber
apoyado este Encuentro.
El denominador común de todos estos estudios es la pluralidad de imágenes
que nos aportan. Para ello, hemos dividido el libro en dos secciones, una deno-
minada Imágenes y representaciones y otra, Identidad y alteridad con un estudio
preliminar a cargo de Andrea Reguera sobre La experiencia del reconocimiento.
Las miradas de los viajeros y las representaciones de los viajes. En este estudio
preliminar, Reguera nos plantea que cada relato nos presenta una determinada for-
ma de leer y mirar el mundo y, en su materialización, se expresa una pluralidad de
imágenes conocidas y reconocidas que, en su articulación, construye una represen-
tación, como resultado de un acto de memoria. Por ello, es necesario deconstruir
las imágenes en sus elementos constitutivos, ya que están cargadas de significados
y temporalidades y, al momento de ser elaboradas, se conjugan en la mente de su
creador para componer una determinada representación. Escribir un viaje es una
práctica cultural que moviliza referencias de todo tipo, impulsadas por la expe-
riencia y filtradas por la escritura.

Imágenes y representaciones
El primer trabajo, Cartografías de la selva. La Condamine y su relación sobre
la América Meridional de María Cristina Bohn Martins, se ocupa de analizar la
Relación que, sobre la América Meridional, escribió Jean Marie de La Condamine
en 1745 a su regreso de la llamada “expedición geodésica hispanoamericana”, que
partió de Francia en 1735 rumbo al Virreinato del Perú. La Condamine fue pro-
tagonista y vocero de ese proyecto de cooperación internacional, como lo llama
su autora, que reunió a varios científicos y académicos franceses y a los capitanes
españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, quienes viajaron con el fin de resguardar
del conocimiento de otras potencias extranjeras, en este caso Francia, las riquezas
que contenían las colonias de la Corona española en América. El viaje de regreso,
10 Imágenes en plural

lleno de penurias y dificultades, fue relatado por La Condamine cuando retornó a


Francia. Su libro tuvo gran aceptación y una amplia circulación.
Ubicado en el género de “literatura de viajes”, la Relación sirve a la au-
tora para considerar, bajo el evidente refinamiento del análisis metodológico
de las últimas décadas en este tipo de fuentes, que los textos resultantes de
las experiencias de viajes se constituyen en representaciones, “reinvencio-
nes” de la realidad, que se construyen a partir de las observaciones siempre
subjetivas del individuo. Así, entre las descripciones científicas anotadas por
el geógrafo-naturalista, M. C. Bohn Martins analiza no sólo el saber que con-
tribuyó a crear sobre la cartografía americana, sino que también remarca la
indiferencia con que describió su encuentro con el saber autóctono. Todo ello
contextualizado en la importancia que adquirían las academias y sociedades
científicas europeas a partir de este tipo de viajes, y el impacto que estos
tenían en las carreras académicas posteriores al mismo, y en la recepción
que estos textos tenían tanto en los medios académicos como en el público
en general, a partir de cambios culturales en la producción de impresos y en
las prácticas de las lecturas.
La relación del viaje “ilustrado” con la adquisición de conocimientos nuevos
y la constitución y desarrollo de las ciencias en la modernidad, será también objeto
de estudio de Fernando Navarro. En El viaje ilustrado y el museo. De la curiosidad
científica a la institucionalización del saber, nos introduce en la representación del
mundo natural a través de las expediciones que tuvieron lugar a lo largo del siglo
XVIII, en especial la de Alejandro Malaspina de 1788. La percepción de la natu-
raleza, nos dice Fernando Navarro, estuvo mediada por circunstancias históricas y
discursivas, es decir, la representación escrita de una naturaleza opuesta y diferen-
te a la europea, que obligó a una revisión de los saberes heredados. La distinción
operada, en el siglo XVIII, entre el devenir de la naturaleza y el de los hombres,
estableció las condiciones para la emergencia de la noción de temporalidad hu-
mana, distinguiendo la Historia de la Historia Natural, como campo disciplinar.
Estas expediciones científicas, y la de Malaspina entre ellas, también sirvieron
para mostrar una nueva relación entre los científicos y el estado. En ese sentido,
la infraestructura técnica y la preparación científica en España estuvieron al
amparo de tres instituciones reales: El Gabinete de Historia Natural, el Jardín
Botánico y la Botica de Palacio. Por esta misma época, a su vez, comienza
a desarrollarse una nueva tendencia en toda Europa y es la de convertir las
colecciones privadas en museos públicos. Navarro pasa así revista a la creación
de los Museos Nacionales de Historia Natural en las distintas capitales europeas.
Lugares donde se mostraba y se exhibía la apropiación de la naturaleza. Viaje
ilustrado y Museo aparecen, entonces, íntimamente imbricados en una serie
indefinida de relaciones de mutua implicación.
Presentación 11
Estudio preliminar

En el análisis de este mismo tipo de expediciones, pero para el caso especí-


fico de la Patagonia en el siglo XIX, Susana Bandieri, en Explorar para conocer,
conocer para dominar. Dibujar una nación que incluya a la Patagonia: el caso de
Francisco Pascasio Moreno, nos dice que el interés por sus costas y el interior del
área continental no sólo provino de viajeros europeos (Alcides d’Orbigny, Charles
Darwin, George Chaworth Musters, Florence Dixie o Julius Beerbohm), sino tam-
bién de científicos, funcionarios y militares argentinos. Después de mostrarnos,
además, las diferentes expediciones que se interesaron por las islas existentes en
el Mar Austral y el territorio antártico, nos introduce en la necesidad que mostró
el estado argentino por la conquista de la Patagonia. Sin duda, nos dice, para las
últimas décadas del siglo XIX, los mecanismos de convivencia entre la sociedad
blanca y la indígena habían mutado hacia manifestaciones más fuertes de con-
flicto, representativas de los avances de las formas plenas del capitalismo que se
afirmaban en el país.
Como parte de ese interés, el Estado argentino organizó una serie de ex-
pediciones y exploraciones científicas con el fin de reconocer el terreno que
se pretendía dominar. Imbuidos del pensamiento positivista y evolucionista
imperante, basado en el empirismo racional y en la importancia de las cien-
cias naturales, proporcionaron la información necesaria para la ocupación
militar de la Patagonia. En ese clima de ideas, Bandieri ubica las expedicio-
nes de Florentino Ameghino, Giácomo Bove, Lovisato y Spegazzini, Carlos
Burmeister, Ramón Lista, Jorge Luis Fontana, Carlos María Moyano y, por
supuesto, las de Francisco Pascasio Moreno. Bandieri le dedica un apartado
especial a Moreno, cuya imagen magnificada de “científico-explorador al
servicio del Estado y de la ciencia”, tal y como se presenta en sus propios
escritos y se refleja en obras de carácter hagiográfico, matiza a la luz de
nuevos aportes de investigación. También le merece una breve reflexión, los
modelos de representación que estructuraron la construcción del relato por
parte del propio Moreno.
Por su parte, Guillermina Jacinto, en Imágenes territoriales. La reconstruc-
ción de los lugares a través de la mirada del viajero, nos propone un acercamiento
a las imágenes producidas a partir del relato de viaje sobre los lugares (tierras
inhóspitas, espacios incultos, fronteras hostiles, áreas de recursos, paisajes subli-
mes), lo que no significa desplegar una secuencia lineal de acontecimientos, sino
mostrar los procesos de estructuración y des-estructuración económico, social y
cultural, que permiten conocer internamente una región. En tanto el territorio se
construye física y simbólicamente, constituyendo la materialización de un espacio
sobre el que se ejerce un poder, las imágenes territoriales conforman un elemento
clave en la construcción del poder territorializado y en el reconocimiento de su
legitimidad.
12 Imágenes en plural

Los viajeros han producido conocimiento territorial, integrando saberes previos a


la experiencia misma del viaje y a las expectativas en torno a lo que iba a ser encontra-
do o descubierto. Narraciones de viaje, cartografía e imágenes fotográficas constituyen
tres grandes grupos de fuentes a partir de las cuales interrogar las imágenes territoriales
construidas por los viajeros, en especial sobre el territorio argentino y latinoamericano.
De esta manera, los territorios y las imágenes territoriales constituyen un vasto cam-
po de construcción de saberes, conocimientos y significados. Continúan renovando,
como dice Jacinto, la reflexión y la producción académica de numerosos programas y
equipos de investigación al estimular el intercambio en torno a la temática del viaje,
una de las experiencias humanas de mayor trascendencia.

Identidad y alteridad
En esta sección, el primer texto que nos convoca es el de Beatriz Vitar, Francia
y Centro-europa en la mirada de un científico español: los “viajes minero-meta-
lúrgicos” de Lorenzo Gómez Pardo (1829-1834), quien, a través de los viajes de
este farmacéutico e ingeniero en minas, nos pone en contacto con una serie de
cuadernos titulados por él mismo “Viajes minero-metalúrgicos”, que contienen
no sólo abundante información científico-técnica (en los campos de la minería
y la metalurgia) sino también los ingredientes propios de la literatura de viajes:
descripciones del paisaje natural y urbano bajo el influjo de la visión romántica,
notas costumbristas, anécdotas y leyendas, datos históricos de los sitios visitados,
encuentros con personajes de variada índole, etc., etc.. Relatos todos susceptibles
de múltiples miradas en cuanto a las peculiaridades del yo narrativo y a la per-
cepción de la alteridad. La modalidad del quehacer científico, cuyos antecedentes
se encuentran en el siglo de la Ilustración (prolífero en cuanto a expediciones de
naturalistas europeos), según Vitar, constituyó pues uno de los elementos definito-
rios de la identidad científico-profesional instaurada como modelo en los tiempos
de Gómez Pardo.
Los cuadernos de viajes de Gómez Pardo podrían ser clasificados dentro de
la llamada literatura de “frontera”, en la que el sujeto narrador se sitúa entre dos
mundos, el propio y el ajeno. En el primero actúan combinadamente “varias” iden-
tidades: su identidad colectiva, personal, ideológica, estética y hasta académica,
que se conjugan para formar el marco de referencia de su interpretación de la alte-
ridad a lo largo de la experiencia viajera. Frente a esta individualidad en tránsito,
en el relato emerge la propia alteridad del viajero; éste es siempre el extranjero,
rasgo intrínseco a su condición itinerante. A partir de esta condición, se abren nu-
merosos matices y espacios de análisis: el de las identificaciones, la aceptación o
el rechazo, o las referencias estereotipadas. Otro campo abordado por Vitar, y que
incumbe a la alteridad, son los préstamos lingüísticos. La lengua simboliza uno
de los aspectos más representativos de la alteridad. También el viaje implica el
Presentación 13
Estudio preliminar

descubrimiento de otredades, y desde esta mirada trata el etnocentrismo, la carga


androcéntrica y las diferencias religiosas.
Del otro lado del océano, Nadia De Cristóforis, en Extranjeros, nativos y ciu-
dadanos en las miradas de los viajeros de mediados del siglo XIX, propone enfocar
un aspecto específico de los relatos de viajeros: las visiones e imágenes construidas
desde los mismos, sobre los extranjeros, nativos y ciudadanos del ámbito rioplatense
de mediados del siglo XIX. Para ello, ha decidido indagar cinco relatos de viajeros
“clásicos” (Amadeo Moure, Xavier Marmier, Lina Beck-Bernard, William Hadfield
y Thomas Woodbine Hinchliff) y dos pertenecientes a inmigrantes (John Brabazon y
Richard Arthur Seymour) quienes, luego de diferentes periplos, terminaron instalán-
dose en ámbitos rurales, con variable éxito (uno de ellos regresó a su sociedad natal,
mientras que el otro permaneció en la Argentina). Desde miradas que compartieron
bagajes culturales, estereotipos e imaginarios, tanto unos como otros le permiten
a De Cristóforis aproximarse al tema que la convoca. El hecho de ser todos ellos
extranjeros europeos, unido al factor de que se insertaron en redes sociales de carac-
terísticas similares, le autorizarán a un análisis conjunto de sus obras.
La figura del extranjero se oponía a la del nativo y a la del ciudadano (aunque
las referencias a este último eran escuetas o muy superficiales). En la visión de
algunos viajeros, el país no sólo se hallaba escindido entre extranjeros y ciuda-
danos, sino entre nativos y extranjeros. Dentro del conjunto de los extranjeros, la
heterogeneidad en cuanto a procedencia, nivel socio-económico o formas de vida
y costumbres, era muy amplia. Debido a su omnipresencia y dimensión numérica,
el primer grupo que se recortaba dentro de los nacidos fuera del país era el de los
inmigrantes. En general, dice De Cristóforis, se los identificaba en función de
su oposición a los nativos, pero sobre todo, a partir de su confrontación con dos
figuras que también pertenecían al universo de los extranjeros: los viajeros y los
propietarios. En un juego interactivo de relatos, imágenes y estereotipos proyecta-
dos, la autora remarca identidades y diferencias.
Por su parte, Christian Kupchik, en un relato ameno, redactado en primera
persona bajo un título sugerente, Sopa paraguaya. Viaje por el pan de la utopía,
nos introduce en la necesidad de definir a Paraguay en el contexto del presente
proyecto, dada la tradición de permanente olvido que marca al país en el exterior.
Tierra abonada por mitos y leyendas, poco a poco se convirtió en un territorio im-
posible en el que todo podía tener lugar. Cuenta Kupchik que un viejo periodista re-
firió que hasta el propio García Márquez en alguna ocasión confesó maravillado que
“de un país que tiene por plato nacional una sopa que es sólida, no quiero imaginar
cómo será el resto”. Y el resto, es nada más ni nada menos que el plasma de la utopía.
El país es un gigantesco reservorio que a lo largo de dos siglos (y muy en particular,
el último) se convirtió en caldo de cultivo esencial para utopías de toda clase y color
(políticas, religiosas, ecológicas, etc.).
14 Imágenes en plural

Si se atiende al sentido etimológico que Tomás Moro le dio al nombre de


su isla ideal, dice Kupchik, outopos, es fácil comprobar que la utopía habita el
no lugar, o bien, el lugar que no existe. En este caso, Paraguay se ajusta como
un guante a las necesidades del término. Sólo que hay algo más: se construyó
asimismo una ucronía, un tiempo fuera del tiempo. Al hablar de subjetividades,
esto es, la particular decodificación que tuvo cada proceso de su propia expe-
riencia, el autor se propone, en este artículo, reexaminar el particular destino
de los sujetos de estudio (entre ellos, catorce familias alemanas que fundaron
en plena selva “Nueva Germania” y “Filadelfia” pueblo menonita enclavado en
plena jungla fundada por colonos rusos) a partir del contrapunto del presente
respecto a las utopías originarias del pasado. El trabajo anhela convertirse en un
muestreo vivo de las potencialidades subjetivas, puestas en evidencia a partir de
los sueños, equivocados o no, que mujeres y hombres invocaron en ese enigma
abierto llamado Paraguay. El autor invita a pensar el espacio/tiempo de la utopía,
en consecuencia, no como un horizonte extenso y homogéneo, sino en función
de sus discontinuidades y disrupciones, espacio abierto a la interrelación, la di-
ferencia y, en particular, la coexistencia de esas diferencias (en otros términos,
la simultaneidad de las historias).
Por último, Paula Caldo y Sandra Fernández en Apuntes de viaje… Olga
Cossettini en Estados Unidos, 1941-1942, nos invitan a seguir el derrotero de
viaje de esta maestra santafesina a través de sus cartas. Estas son un dispositivo
de articulación de la subjetividad. Su forma abierta y su formato, por lo general
breve y fragmentado, invitan a narrar dislocadamente sensaciones, percepciones
y vivencias. La carta puede convertirse en expresión del viaje, al buscar narrar al
“otro” a “lo otro” estableciendo una comunicación virtuosa entre autor y destina-
tario, entre presencia y ausencia, entre realidad y ficción.
Olga Cossettini se distinguió dentro del ámbito educativo regional por llevar
adelante una propuesta educativa basada en los fundamentos de la Escuela Nueva.
De esta manera se hizo acreedora a una Beca Guggenheim para emprender un viaje
a los Estados Unidos con el objetivo de conocer de cerca experiencias educativas
extranjeras. Las autoras hilvanan el relato de viaje con cartas que la maestra fue
enviando desde cada lugar que pasó. Cartas que, hoy, constituyen un corpus docu-
mental y que muestran a una mujer que, al tiempo que se alejaba del territorio donde
residía la escuela que le dio identidad docente, va convirtiéndose en viajera. Muchos
son los comentarios, descripciones y sensaciones que las cartas de viaje relatan.
Pero, fundamentalmente, lo que se pone de manifiesto es el proceso identificatorio
frente al juego de la mutación de la temporalidad como la otredad de sí mismo.

Sandra Fernández y Andrea Reguera


Tandil, enero de 2010
Estudio preliminar 15

LA EXPERIENCIA DEL RECONOCIMIENTO


Las miradas de los viajeros y las
representaciones de los viajes

Andrea REGUERA

L
os relatos de viajes, materializados para su narración personal y descrip-
ción objetiva en libros literarios bajo la forma de “relaciones”, “cartas”,
“diarios”, “apuntes” o “notas”, son el resultado de un acto de memoria que
los viajeros realizan para representar las cosas del pasado. Es una construcción
compleja que requiere de sucesivas reconstrucciones y que, bajo el uso de la pri-
mera persona y el marco de los parámetros colectivos del presente vivo, permite
ofrecer al público el reconocimiento de otra realidad.
Esa realidad, en el siglo XVIII, giró en torno al ideal del conocimiento por
la experiencia, la recolección de datos y la clasificación de las especies. El viaje-
ro dieciochesco es la exaltación del explorador por excelencia, el descubridor, el
conquistador, el portador de los valores europeo-occidentales. El siglo XIX, por
el contrario, se nutre de avances tecnológicos que permiten un desplazamiento
mucho más rápido, tanto en el tiempo como en el espacio. Y el exotismo de otrora,
se convierte en un creciente relativismo cultural que exalta las diferencias más
que las semejanzas entre un uno civilizado y un otro bárbaro. Los datos concretos
sobre geología, latitudes y longitudes, condiciones climáticas, flora, fauna, recur-
sos naturales, dejan lugar a miradas románticas sobre la naturaleza y los paisajes
vírgenes y agrestes e impresiones introspectivas sobre tipos y costumbres criollos.
Por último, en el siglo XX, la subjetividad gana terreno para asumir la forma de
testimonios objetivos que cuentan una experiencia personal.

Paul Ricoeur plantea como hipótesis de trabajo que el problema de la represen-


tación del pasado no comienza con la historia sino con la memoria.1 De esa me-
moria que tan bien supo distinguir Aristóteles entre mnèmè y anamnèsis. Este

1 Paul RICOEUR, “L’écriture de l’histoire et la représentation du passé”, Annales HSS, vol. 55, n° 4,
París, 2000, pp. 731-747. También, Henri LEFEBVRE, La presencia y la ausencia. Contribución
a la teoría de las representaciones, México, FCE, 1983 (1ª ed. en francés 1980); François HAR-
TOG, El espejo de Heródoto. Ensayo sobre la representación del otro, Buenos Aires, FCE, 2002
(1ª ed. en francés 1980); y Roger CHARTIER, El mundo como representación. Historia cultural:
entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa Editorial, 1992.
16 Imágenes en plural

desdoblamiento entre la memoria propiamente dicha y la reminiscencia, significa


que se recuerda “sin las cosas” pero “con el tiempo”, en otras palabras se trata de
la presencia de una ausencia que se busca a través de la “asociación” y la “reme-
moración”. Esto significa la imagen presente de una cosa ausente que sucedió con
anterioridad y cuya dinámica consiste en el recuerdo. El recuerdo es una operación
compleja, dice Ricoeur (2000: 733), que está asociado al reconocimiento. Esta
experiencia del reconocimiento procede en principio bajo la forma de un juicio de
valor, adoptando la vía de la mimesis, o sea la “similitud”, no sin ciertas dificulta-
des residuales, esto es si lo que se recuerda realmente pasó.2
¿Cómo constatar la veracidad de los hechos? Algunos relatos se apoyan, para
su contextualización, en datos provenientes de otros relatos de viaje, en textos
históricos, en prensa escrita e intercambio epistolar, generándose una densa red
inter-textual a través de la cual circula un importante bagaje informativo. Hay un
diálogo personal del autor con otros actores (compañeros de viaje, personalida-
des de renombre que tienen la oportunidad de conocer –gobernantes, cónsules,
diplomáticos, políticos, etc.–, o simples contemporáneos de algunos hechos o tes-
tigos de cualquier otro), y descripciones surgidas de las vivencias, observaciones
y reflexiones. Todos estos elementos se entrelazan bajo una determinada forma
literaria para lograr el objetivo de la representación. La confianza en la palabra del
otro adquiere verdadero significado.
¿Cuándo un relato se convierte en fuente histórica? ¿Cuándo pasa de ser ob-
jeto de estudio a ser materia de historia? Son varios los pasos que median entre
uno y otro. El historiador busca la comprobación de una hipótesis en la construc-
ción subjetiva de un relato que contiene, en sus partes de memoria, información
encriptada de un pasado. Para algunos autores, Ernest H. Gombrich,3 entre ellos,
se trataría de un “esquema”, esto es una conjetura inicial que se irá modificando
paulatinamente a medida que deje de operar el recurso analógico de una realidad
semejante conocida y comience a estructurarse la representación de una expe-
riencia vivida. La información que proviene de la realidad es tan compleja que
ninguna figuración puede transmitirla en forma integral.

2 El tema es arduo y complejo y nuestra intención, al invocar a Ricoeur, ha sido fundamentalmente


dotar al trabajo de un marco conceptual en el cual insertar nuestras reflexiones. Para introducirse
en la obra de Paul Ricoeur, Roger CHARTIER, El presente del pasado. Escritura de la historia,
historia de lo escrito, México, Universidad Iberoamericana, 2005, pp. 69-86. Además de las obras
del propio Ricoeur, Temps et récit, París, Editions du Seuil, 1983-1985 y La memoire, l’histoire,
l’oubli, París, Editions du Seuil, 2000.
3 Véase “De A. Warburg a E. H. Gombrich. Notas sobre un problema de método” en Carlo
GINZBURG, Mitos, emblemas, indícios. Morfologia e historia, Barcelona, Gedisa Editorial,
1994 (2ª ed.) [1986], pp. 38-93.
La experiencia
Estudio
del reconocimiento
preliminar 17

Pero así como, para Daniel Roche,4 todos los relatos desplazan los horizontes
del pensamiento y construyen una geografía intelectual, que es la de Europa, la del
mundo…, estos textos también tienen sus límites. Por un lado, el individualismo
extremo del relato, que plantea el problema de la utilización del testimonio y de
aquello que se busca, esto es la mirada del viajero, la calidad de lo que escribe,
el tipo de información que recoge, la imagen de la realidad que presenta o que
representa para diversos fines. Por otro, la complejidad de este tipo de género,
cuya estructura se organiza en base a la capitalización de imágenes materiales e
intelectuales y que genera una memoria acumulativa.
En este sentido, la producción es amplia, diversa y variada, según orden cro-
nológico, países recorridos, y temáticas abordadas.5 Desde la más remota Antigüe-
dad, los relatos de viajes han alimentado la imaginación y nutrido el conocimiento.
Algunos mezclan la descripción de hechos reales con invenciones fabulosas o
sobrenaturales. En el medioevo y el renacimiento esta categoría perduró y en ella
se pueden incluir el Libro de las Maravillas de Marco Polo y el Viaje de Ultramar
de John Mandeville. Luego, aparecen las compilaciones como las Cosmografías
o Imagen del Mundo, como la del cardenal Pierre d’Ailly y su Imago Mundi, un
inventario del conocimiento sobre todos los países y pueblos de la tierra.
La primera gran oleada de viajes modernos es la de finales del siglo XV y
principios del siglo XVI, alcanzando su florecimiento en los siglos XVIII y XIX.
“En la multisecular y alucinante historia de los viajes, dice Edmundo O’Gorman,6
que ha realizado el hombre bajo los impulsos y apremios más diversos, el que em-
prendió Colón en 1492 luce con un esplendor particular. No sólo se ha admirado la
osadía, la inmensa habilidad y tesón del célebre navegante, sino que el inesperado
desenlace le ha añadido tanto lustre a aquel legítimo asombro, que la hazaña se ha
convertido en el más espectacular de los acontecimientos históricos”.
Para Todorov (1993: 93-98) es posible categorizar los tipos de viajes por su
“naturaleza”, así tendremos, por un lado, el viaje material y el viaje espiritual, y

4 Daniel ROCHE, Humeurs vagabondes. De la circulation des hommes et de l’utilité des voyages,
París, Fayard, 2003, p. 20.
5 El campo es vasto. Por mencionar sólo algunas referencias, véase, entre otros, Tzvetan TODO-
ROV, Las morales de la historia, Barcelona, Paidós, 1993, pp. 91-102 (1ª ed. en francés 1991)
y Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana, Buenos Aires, Siglo XXI Editores,
2003 (1ª ed. en francés 1989); ROCHE, Humeurs vagabondes…, ob. cit., pp. 21-45. También,
Jospeh M. FARRE, Françoise MARTÍNEZ e Itamar OLIVARES (dirs.), Hommes de science et
intellectuels européens en Amérique Latine, París, Manuscrit-Université, 2005; Manuel LUCENA
GIRALDO y Juan PIMENTEL (eds.), Diez estudios sobre literatura de viajes, Madrid, CSIC,
2006 y Sandra FERNÁNDEZ, Patricio GELI y Margarita PIERINI (comps.), Derroteros del viaje
en la cultura: mito, historia y discurso, Rosario, Prohistoria Ediciones, 2008.
6 Edmundo O’GORMAN, El proceso de la invención de América, México, FCE, 1998, p. 10 (1ª ed.
1958).
18 Imágenes en plural

por el otro, al interior de un mismo texto, la relación entre viaje interior y viaje
exterior. Con el advenimiento de la modernidad, la articulación entre viajes espi-
rituales y materiales se modificó. Ahora, la oposición concierne más al “empleo”
que se hace de ellos que a su “naturaleza”. Así, en lugar de un viaje espiritual se
habla de un relato alegórico, el viaje no es más que un pretexto escogido por el
autor para expresar sus opiniones. Por otro lado, los románticos, para oponerse al
término alegoría, hablaron de tautegoría, que no dice más que ella misma, por lo
que en realidad debería llamarse impresionismo. En esa transición, ubica a F. R. de
Chateaubriand, quien hizo dos viajes, uno a Occidente, América del Norte, y otro
a Oriente, Atenas, Jerusalén, Egipto y Túnez. Consideró a uno, la “naturaleza”,
opuesto al otro, la “cultura”. Para Todorov, la oposición más significativa reside en
el género de los relatos, el de América es alegórico y el de Oriente, impresionista.
La finalidad, en parte, de todos ellos es la misma, obras útiles, instructivas y
placenteras. Imposible, por el momento, de catalogar; sin embargo, es posible con-
siderar que los dos centros dinámicos por excelencia a nivel editorial fueron París
y Londres,7 en especial durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, adquiriendo
importancia no sólo los relatos de viajes en sí y, en algunos casos, sus numerosas
y sucesivas ediciones y traducciones, sino los catálogos, ensayos y tratados sobre
viajes y viajeros; en tanto que en el siglo XX, adquieren importancia, de una ma-
nera diferente a la que la tuvieron en los siglos precedentes, los Diccionarios que,
por orden alfabético, reúnen a todos los viajeros de los que se tenga conocimiento
e información, clasificándolos por nacionalidad, con una breve reseña biográfica,
itinerarios efectuados y obras editadas. También es posible reunir las obras de los
distintos viajeros por Bibliografías, referidas a una determinada región, país o
continente, o en Compendios sobre una determinada temática (las más comunes
son las de los naturalistas, botánicos, zoólogos, geógrafos o marinos), o Coleccio-
nes bajo determinados títulos que ofrecen obras raras de encontrar o desconocidas
para el público hasta ese momento, o finalmente traducidas a la lengua vernácula,
y Guías de Viaje que resaltan los sitios patrimoniales de interés cultural y natural.
Muchas de estas Guías instruían, en el siglo XVIII, a los viajeros que se aven-
turaban más allá de su propio terruño y les aconsejaban sobre varios temas do-
mésticos. Toda esta bibliografía conforma un gran corpus documental que admite
numerosos fraccionamientos y abordajes en función de los intereses y objetivos.

7 En Inglaterra se comenzaron a editar revistas que aparecían todos los meses y que se ocupaban de
literatura de viajes. En 1829, se fundó en Francia La Revue de Deux Mondes que publicó novelas
y obras en verso de los principales escritores.
La experiencia
Estudio
del reconocimiento
preliminar 19

II

A través de los relatos de viajes es posible hacer una lectura comparativa de situaciones
políticas, tipos sociales, usos y costumbres, ciudades capitales, instituciones, etc., etc.,
a fin de observar, en la larga duración, por un lado, determinadas transformaciones cul-
turales y, por el otro, una generalidad unificada de valores a escala occidental que, bajo
el discurso de la “civilización”, esconde jerarquías relativas en su contenido nacional y
particularidades en sus límites regionales. Esta confrontación a la que se ven expuestos
los viajeros, produce siempre un cambio de perspectiva, aunque se mantenga, en espe-
cial a partir de la modernidad, la forma dominante y superior del “ver europeo” sobre
otras partes del mundo, sea Europa Oriental, Asia, África o América.
Un gran campo del saber comienza a formarse. Por un lado, la modernidad cons-
truye al individuo y, por el otro, elabora identidades colectivas. En la base de esta cons-
trucción individual y de contrastes culturales, se encuentran la alteridad y la diferencia.
Todo viaje es confrontación con los otros diferentes y ocasión de instrucción, dice
Daniel Roche (2003: 160). Todos los hábitos y costumbres son entonces válidos. Pero
este relativismo extremo es insostenible, pues siempre se emiten juicios de valor. Sólo
que estos valores no son presentados como valores universales sino que el universa-
lismo se reduce al propio individuo, al etnocéntrico. Y el interés por el otro, sólo sirve
como reafirmación de lo propio a título de argumento o de ejemplo. El relativismo
radical es una ilusión, pero no por ello debemos volver a un universalismo que ignora
la pluralidad de las culturas y las aspiraciones igualitarias de los individuos (Todorov,
1993: 73). La necesidad de articulación entre ambas nos conduce a rechazar toda di-
cotomía inútil para formular juicios de valor diferenciados, unas veces en nombre del
criterio de conveniencia local y otras en función de una moral universal.
En esta confrontación de encuentros, muchas veces vagos y pasajeros, sin
embargo, surgen rechazos y prejuicios que adoptan una forma estereotipada de
revelar los caracteres nacionales.8 En lugar de poner al descubierto la unidad de
la naturaleza humana, manifiesta la ininteligibilidad de lo diverso, que asocia un
comportamiento específico a un determinado lugar. Y cuando la universalidad cul-
tural pone en entredicho esta caracterología geográfica, el enunciado categórico
de que “el hombre es un producto de su medio”, dice Daniel Roche (2003: 425),
hace que el estereotipo haya nacido para perdurar. Por medio de ellos, lo que

8 El término “estereotipo”, originalmente, hace referencia a la impresión que se tomaba de un mol-


de de plomo en las imprentas. Luego, en su derivación, hizo alusión a una imagen mental muy
simplificada sobre las características en común que compartía un cierto grupo de personas, cuyo
comportamiento se hacía predecible, de ahí que la mayoría lo tome como sinónimo de modelo o
patrón y lo aplique, sin matices, a situaciones culturales indiferenciadas. Sobre este tema, véase
Peter BURKE, Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona, Crítica,
2001, pp. 155-175 (1ª ed. en inglés 2001); ROCHE, Humeurs vagabondes…, ob. cit., pp. 421-425.
20 Imágenes en plural

queda claro es la incapacidad de “unos” de comprender a los “otros” diferentes, a


través de principios, hábitos, lenguas, costumbres, prácticas y tradiciones que les
son propios a sus contextos culturales y no en razón del microcosmos reductor
de quien juzga, sin considerar los ritmos de transformación que caracterizan a las
sociedades dentro de un sistema global. En especial, la solidez de sus instituciones
y el comportamiento de los actores. El estereotipo funciona, según Roche (2003:
421), por amplificación, repetición y afirmación intemporal, sin importar que sea
verdadero o falso. Su elaboración se hace en base a una imagen exagerada de la
diferencia, ya sea que ésta se sienta superior o inferior, y encuentra su expresión a
través de la sátira, lo burlesco y el grotesco.
Para analizar estas imágenes, se hace necesario, según Peter Burke (2001:
158), utilizar el concepto de “mirada”, término tomado del psicoanálisis de
Jacques Lacan, en lugar del de “punto de vista”. La mirada expresa una actitud
mental, de la que se puede ser consciente o no, y que vuelca un bagaje formativo
e informativo necesario a tener en cuenta. Así, vamos a encontrar una mirada oc-
cidental, una mirada europea, una mirada científica, una mirada imperialista, etc.
que, de acuerdo al objetivo e interés de cada uno, va a convertir a ese “otro” uni-
ficado en un “objeto” distante, exótico, distorsionado, que muchas veces ha con-
tribuido a difundir ideas e impresiones equivocadas o erróneas. Otras veces, por
el contrario, son reproducciones fieles que buscan testimoniar a un “otro” cultural,
despojado de prejuicios y estereotipos. Pero, al margen de todo esto, dice Burke,
“seguimos viendo a los grupos humanos culturalmente alejados de nosotros de
forma estereotipada”.
En este sentido, vale la pena traer a colación el impacto de opinión que ge-
neró en el “Viejo Mundo” el descubrimiento del “Nuevo Mundo”. Para Hegel, el
Nuevo Mundo era inferior al Viejo. Con él, y partiendo de Raynal, Buffon y De
Pauw, debido a las observaciones, juicios y prejuicios que se habían expresado
como sorprendentes noticias de tierras lejanas en las primeras relaciones de viaje-
ros y naturalistas al Nuevo Mundo, o como paradojas y fábulas polémicas en los
relatos de los misioneros, en las utopías del buen o mal salvaje, la inferioridad de
las Américas había adquirido status científico.9 Claramente, se trataba de una mi-
rada proyectiva de los cánones culturales europeos, aunque carente de la suficiente
amplitud y flexibilidad como para incorporar en su esquema de pensamiento la
variedad del mundo.
Durante el período colonial, la corona española resguardó herméticamente las
fronteras de sus colonias americanas. Desde el siglo XVIII y primeras décadas inde-
pendientes del XIX, América se abrió a los contactos extranjeros y esto permitió la

9 Antonello GERBI, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica, 1750-1900, México,
FCE, 1960 (1ª ed. en italiano 1955).
La experiencia
Estudio
del reconocimiento
preliminar 21

elaboración de una imagen más rica, compleja y elaborada que, en algunos momen-
tos, llegó a protagonizar una verdadera polémica –“Naturaleza”/“Civilización”,
“República”/“Monarquía”, “Futuro/Pasado”, “Libertad”/“Orden” (Gerbi, 1960:
504). En este sentido, se pregunta Mary Louise Pratt,10¿es posible vislumbrar, a
través de los libros de viajes escritos por europeos sobre espacios no europeos,
el expansionismo euro-imperialista? Una buena mayoría de ellos fueron escritos
por encargo de empresas comerciales, cuyo interés fundamental era estudiar y ex-
plorar las condiciones naturales de los nuevos territorios para expandir el capital.
¿Acaso esto significa una nueva visión de América?
En este sentido, podríamos decir, junto a M. L. Pratt, que, simbólicamente a
partir de la obra de Alexander von Humboldt, se reinventa América del Sur.11 Améri-
ca aparece como objeto de conocimiento, como el nuevo interés del expansionismo
europeo y la necesidad de legitimar ese expansionismo como “empresa de civiliza-
ción”. En este sentido, Hegel, desde su estrado universitario en Alemania, saludaba
a los ingleses por haber “asumido la pesada responsabilidad de ser los misioneros
de la civilización del mundo”.12 Gran Bretaña, dueña de una importante flota y con
exceso de capitales, se convirtió materialmente en la pionera de la expansión.
La razón debe gobernar al mundo, y la mejor encarnación de la razón es
la ciencia, decían los enciclopedistas.13 La revolución científica que experimentó
Inglaterra en el siglo XIX, aunado a una serie de factores que provenían del siglo
anterior, como la liberación de la ciencia de la tutela religiosa y el surgimiento
de la historia natural como estructura de conocimiento, aceleró el expansionismo
europeo, consagrando a Gran Bretaña como la nueva reina de los mares y el co-
mercio e inaugurando una nueva fase territorial del capitalismo, impulsada por la
búsqueda de materias primas para acrecentar el intercambio comercial y de nuevos
espacios donde colocar el excedente de producción e invertir capital.14

10 Mary Louise PRATT, Ojos Imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Bernal, Editorial
de la Universidad Nacional de Quilmes, 1997 (1ª. ed. en inglés 1992). Véase también, Ricar-
do SALVATORE (comp.), Culturas imperiales. Experiencia y representación en América, Asia y
África, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2005.
11 Alexander Von Humboldt inaugura una nueva forma de relato de viaje que no es la mamotrética
obra memorialista, tradicional y monótona de relatos anteriores, como las relaciones marítimas
del capitán James Cook, sino una obra que, por su estilo literario e información erudita amenizada
con espíritu humanitario, se convierte en obligada obra de consulta. Adolfo PRIETO, Los viajeros
ingleses y la emergencia de la literatura argentina, 1820-1850, Buenos Aires, FCE, 2003, p. 18.
12 Ibid., p. 23.
13 TODOROV, Las morales…, ob. cit., p. 13.
14 Hemos tratado este tema en, “América a través de sus viajes. El expansionismo como empresa
de civilización. Los relatos de viajeros en el siglo XIX”, en S. Fernández, P. Geli y M. Pierini
(comps.), Derroteros del viaje…, ob. cit., pp. 195-203.
22 Imágenes en plural

III

Todo relato comienza con la justificación del viaje, los preparativos materiales
y la organización de la expedición –itinerario, lugares de interés, contactos de
referencia, distribución del tiempo, etc. Cada relato nos presenta una determinada
forma de leer y mirar el mundo y, en su materialización, se expresa una pluralidad
de imágenes conocidas y reconocidas que, en su articulación, construye una repre-
sentación. Escribir un viaje es una práctica cultural que moviliza referencias de
todo tipo, impulsadas por la experiencia y filtradas por la escritura (Roche, 2003:
145). Las imágenes pueden ser de distinto tipo, las mentales, son las que uno se
representa a través de la lectura de los textos de viaje, y las visuales, entre ellas
tenemos las impresas (xilografías, litografías, acuarelas, grabados, etc.), propias
de los siglos XVI a XIX, y las fotográficas de los siglos XIX y XX, que ilustraron
muchos de los libros de viajeros.15 Cualesquiera que ellas sean, ofrecen testimonio
de algunos aspectos de la realidad social y manifiestan las impresiones y sen-
saciones de quien las elaboró bajo distintas formas de expresión. Las imágenes
explícitas dan testimonio de aquello que no se puede expresar con palabras o, por
el contrario, reafirman lo que sí se expresó a través de ellas.
Muchas producciones, incluso, son consideradas primeras expresiones de un
arte nacional, destacándose, en el Río de la Plata del siglo XIX, las acuarelas y
producciones litográficas de Emeric Essex Vidal (1820), César Hippolyte Bacle
(1835) o León Pallière (1864),16 que documentan escenas, costumbres y persona-
jes, tanto de la vida urbana como rural.
Las imágenes tienen por objeto, fundamentalmente, comunicar, dice Peter
Burke,17 de manera rápida, clara y simple, los detalles de un proceso complejo
que, si se describiera en un texto, se haría de un modo más impreciso. Para ello, es
necesario interpretar las imágenes, a fin de identificar sus significados culturales.

15 Sobre la imagen como documento histórico, véase Peter BURKE, Visto y no visto…, ob. cit.. Tam-
bién, sobre los testimonios visuales del pasado, véase GINZBURG, Mitos, emblemas…, ob. cit.;
Serge GRUZINSKI, La guerra de las imágenes, De Cristóbal Colón a “Blade Runner” (1492-
2019), México, FCE, 1999; José Emilio BURUCÚA, Corderos y elefantes. La sacralidad y la risa
en la modernidad clásica –siglos XV a XVII–, Buenos Aires, UBA/Miño y Dávila Editores, 2001;
Marta PENHOS, Ver, conocer, dominar. Imágenes de Sudamérica a fines del siglo XVIII, Buenos
Aires, Siglo XXI Editores, 2005.
16 Emeric Essex VIDAL, Picturesque Illustration of Buenos Ayres and Monte Video, Buenos Aires,
Viau, 1943 [1817-1820]; César Hippolyte BACLE, Trages y costumbres de la Provincia de Bue-
nos Aires, Buenos Aires, Viau, 1947 [1835]; León PALLIERE, Escenas Americanas. Reproduc-
ción de cuadros, acuarelas y bosquejos, Buenos Aires, Litografía Pelvilain, 1980 [1864].
17 Al arte de interpretar las imágenes, esto es la “iconografía” y la “iconología”, es posible agregar el
psicoanálisis, el estructuralismo o la semiótica y la historia social del arte, como enfoques alterna-
tivos, véase BURKE, Visto y no visto…, ob. cit., pp. 43-57 y 215-225.
La experiencia
Estudio
del reconocimiento
preliminar 23

El mundo es el gran escenario que permite deletrear cada elemento en sí mismo y,


a su vez, comprenderlo en su lógica combinativa, de esta manera, distintos tipos
de personas (hombres, mujeres, niños de distintas razas y grupos sociales), natu-
ralezas (selva, montañas, ríos, llanuras), paisajes (marítimos –con descripciones
de puertos, aduanas, embarcaciones, etc.–, campestres –con detalle de estancias,
poblados, postas, cultivos, etc.–, urbanos –con referencias de plazas, edificios pú-
blicos, iglesias, monumentos, etc.–), escenas (sociales, políticas, públicas, reli-
giosas, laborales) encuentran su manera de trascender a través del lenguaje de las
formas. Guerras, coronaciones, procesiones, desfiles, carnavales, fiestas patrias
y religiosas, bailes, paseos, ferias, mercados, juegos, carreras, teatros, festivales,
momentos del día, juegos en la calle, tareas cotidianas, trabajos en el campo, el
comercio, la minería o la fábrica, interiores domésticos… revelan una determinada
cultura material e ideológica.
La mirada puesta en determinados objetos, sujetos, acciones o situaciones,
que en muchos casos pueden parecer triviales, no lo son tanto cuando se los ubica
en su tiempo y lugar. También es necesario remarcar que no son el fiel reflejo de la
realidad. Claramente se trata de la mirada de un otro diferente, extraño, extranjero,
que focaliza según sus objetivos e intereses. La selección de lo que se describe o se
retrata reproduce, en parte, la vida social que se observa y no la representación del
todo. Se asimila por analogía, para hacer conocido lo desconocido y transmitirlo
según convenciones individuales o colectivas. Si bien hay críticos, según Burke
(2001: 234), que niegan el testimonio de las imágenes, bajo el argumento de que lo
único que prueban son las convenciones de representación existentes en una deter-
minada cultura, por el contrario, para considerar a las imágenes como documentos
históricos es necesario tener en cuenta que su significado depende del contexto
social y de la complementariedad informativa de otros documentos.

IV

La acción del viaje implica un juego de temporalidades entre el tiempo de partida,


el tiempo de llegada y el tiempo de regreso. También, entre el tiempo de la sociedad
de origen y los tiempos de las realidades objetos de estudio. Entre los límites de la
lectura sedentaria que invita a la imaginación y los horizontes de las vivencias reales
experimentadas en viajes proyectados a tierras extranjeras. Si bien, en palabras de
Daniel Roche (2003: 197), el desplazamiento crea la necesidad del testimonio, el
balance se hace con posterioridad, y la escritura de esa experiencia, de algún modo,
invitará a volver a partir, produciéndose, entonces, una transformación mental de la
experiencia a partir de la reflexión y la comparación. ¿Cómo comprender el mundo
externo si no se reconoce el propio mundo? Se debería entonces hacer una lectura a
la inversa. Qué cosas para comparar recupera el viajero en sus relatos de viaje. De
24 Imágenes en plural

esta manera, sería posible evaluar su nivel de reflexión sobre la globalidad del mun-
do conocido, propio o ajeno, en base a la categoría única de “experiencia” y su ca-
pacidad de comunicación a través de las representaciones que invita a compartir. En
este camino, juicios, valores y prejuicios hacen su entrada, más que como obstáculos
en el libre derrotero de la construcción del conocimiento, como realidades tangibles
de la naturaleza humana que impide aceptar y asumir las diferencias y que, por el
contrario, se vanagloria de la falsa superioridad con la que dice intentar civilizar, a
través de la expansión hegemónica, el “bárbaro desierto” que no es como la Europa.
El mismo Roche, citando a Hume, nos dice que la imaginación produce imágenes
vívidas e intensas cuando el objeto de la percepción está más próximo en el tiempo y en
el espacio. Con la distancia temporal y el alejamiento espacial, el efecto se agiganta. Por
ello, es necesario deconstruir las imágenes en sus elementos constitutivos, ya que éstas
están cargadas de significados y temporalidades y, al momento de ser elaboradas, se con-
jugan en la mente de su creador para componer una determinada representación. Pero,
¿qué quiere decir representación? Etimológicamente, la palabra representación proviene
del latín repraesentare, hacer presente o presentar de nuevo. Hacer presente alguien o
alguna cosa ausente, incluso una idea, por intermedio de la presencia de un objeto.18
Jurandir Malerba (2000: 41), al hacer un recorrido epistemológico del térmi-
no, nos dice que, en la modernidad, representación significó objetivación, figurada
o simbólica, de algo ausente –un ser animado o inanimado, material o abstracto–,
en tanto que su definición alude a estar presente en lugar de otra persona en calidad
de representante (lo cual tiene un uso político). La representación es un concepto
clave de la teoría del conocimiento (en sus distintas vertientes: racionalista –car-
tesiana–, empirista –Locke–, trascendental –Kant–) y de la teoría de lo simbólico,
una vez que el objeto ausente es representado en la consciencia por intermedio
de una imagen o un símbolo, algo perteneciente a la categoría del signo. La ob-
jetivación comprende tres fases: la construcción selectiva, la esquematización es-
tructurante y la naturalización, a través del cual se provee un contorno (imagen o
figura) a determinadas ideas o nociones y el anclaje que asegura la vinculación
social de la representación, tanto en relación a los valores cognitivos de sentido y
saber cuanto a la atribución de un valor funcional a su contenido específico. Las
representaciones integran conocimientos esenciales. Y a esto apunta Roger Char-
tier, para quien la cultura es más que una densa red textual.19 Chartier convirtió el
estudio de la cultura en una indagación sobre las representaciones y las prácticas

18 Ciro F. S. CARDOSO y Jurandir MALERBA (orgs.), Representações. Contribução a um debate


transdisciplinar, São Paulo, Papirus Editora, 2000, pp. 41-63.
19 Roger CHARTIER, El mundo como representación…, ob. cit.; Libros, lecturas y lectores en la
Edad Moderna, Madrid, Alianza Universidad, 1993 y Au bord de la falaise. L’histoire entre certi-
tudes et inquiétude, París, Albin Michel, 1998.
La experiencia
Estudio
del reconocimiento
preliminar 25

de su apropiación, sobre la separación de un texto respecto de otro que pretende


narrar y describir los mismos hechos que el primero, o respecto de una imagen que
busca representar y simbolizar aquella misma porción del mundo fáctico.
Una forma de describir la relación entre historia y representación es a través
de igualdades y diferencias. Hay escalas de comparación, en especial a nivel so-
cial, que los termina haciendo caer en estereotipos sociales (el gaucho, muchas
veces comparado con los campesinos ingleses, franceses o irlandeses, representa
el ideal de la libertad y la independencia; el indio, cruel en sus hábitos de guerra
y diestro en las maloneadas, es el enemigo que acecha al otro lado de la fron-
tera; los cautivos aparecen como víctimas perdidas para la humanidad; el peón
del matadero, que se asimila a miembros de la clase baja urbana y las señoras de
la alta sociedad a la aristocracia nobiliar, etc.). Obviamente, el paradigma de la
civilización está representado por la ciudad europea. Y la normal referencia a los
viajeros que antecedieron al que escribe (la autoridad por excelencia es Alexander
von Humboldt, como una manera de legitimar las narraciones), los hace deslizarse
entre variadas y repetidas imágenes, una de las más utilizadas es la comparación
de la llanura pampeana con el océano. Se relaciona al mar y al navegante con las
travesías de los viajeros por la pampa o la cordillera de los Andes, comparando
a su vez los Andes con los Alpes. Otra de las descripciones que no falta por su
impacto es la del matadero de Buenos Aires. Estas imágenes, dice Adolfo Prieto
(2003:78), arrastran otras que pertenecen al universo cultural del viajero y que
funciona por identificación y homologación.
Pongamos por ejemplo la representación del espacio a través de la cartogra-
fía. Es lo que hace Graciela Zuppa al analizar los mapas de los siglos XV-XVI,
plagados de pinturas e ilustraciones.20 En este caso, América aparece, en los pri-
meros dibujos de los cartógrafos, vinculada a personajes de la mitología antigua
y del bestiario medieval. También a imágenes fantásticas, realistas y religiosas.
Se asocia lo desconocido de tierras remotas con lo monstruoso, lo mítico o lo
irracional. Pero, ¿por qué aparece esto? ¿Cómo se conforma esa representación
en la relación de lo imaginario con la realidad? Aquí adquieren importancia las
lecturas hechas por los viajeros, a fin de detectar sus posibles influencias. A través
de sus escritos, es posible descubrir la sobrevivencia de modelos antiguos, donde
la fantasía alimentó la descripción de la realidad más que los datos empíricos (en
especial cuando se refieren a la naturaleza).

20 Graciela ZUPPA, “Las imágenes ponen en movimiento una realidad no visible”, en Actas 3°
Encuentro “La problemática del viaje y los viajeros: América Latina y sus miradas. Imágenes,
representaciones e dentidades”, Tandil, UNCPBA, 2008. También, Ricardo Cicerchia, Viajeros.
Ilustrados y románticos en la imaginación nacional, Buenos Aires, Editorial Troquel, 2005.
26 Imágenes en plural

Una misma imagen puede tener, según el tiempo y el espacio, distintos sig-
nificados, aunque apunten a la misma representación. Es el caso, por ejemplo, de
Inés Mambretti,21 quien analiza las pinturas murales existentes en algunas de las
iglesias jesuitas de la región de Chiquitos (Bolivia). Si bien es posible observar
un modelo europeo de construcción y ornamentación (sacado de libros, láminas y
grabados), hay, sin embargo, una adaptación a las características de la región. Esto
es posible verlo en las pinturas y ornamentación de las iglesias, donde se obser-
va una iconografía religiosa y representaciones de paisajes tropicales y jardines,
donde hay pájaros, flores y plantas autóctonas, que alternan con abstracciones
geométricas, que le imprimen a la composición un ritmo unitario y repetitivo.
La ornamentación mural del conjunto edilicio es tributaria del barroco italiano,
aunque, en los motivos, hay una fuerte influencia del ambiente etno-botánico en
el que se insertan.
A partir del viaje de Colón, dice Norma Riquelme,22 los europeos constru-
yeron, en su imaginario colectivo, una imagen del Nuevo Mundo. Estos relatos,
a su vez, alimentaron a muchos escritores vernáculos que se apropiaron de los
discursos de los viajeros sobre los territorios americanos para crear una cultura
criolla que, como es obvio, retuvo la significación de los valores europeos y la su-
premacía blanca. Los especialistas que actualmente estudian estos temas han dife-
renciado sus resultados según el objetivo y la época en que se realizaron los viajes.
Así, Colón “inventó” una primera imagen de América y Humboldt la “reinventó”
por segunda vez, a través de la relación de la Ilustración con la historia natural.
A su vez, los viajeros del siglo XIX, entre el romanticismo y el liberalismo, for-
maron parte de la llamada expansión europea. Y entre fines del XIX y principios
del XX, es posible ubicar la presencia de nuevos viajeros que relatan sus propias
experiencias. Ambas imágenes, la de la invención y re-invención de América son
representacionales, en el sentido de que son constitutivas de la realidad social.

Consideraciones finales
Una de las primeras cosas a tener en cuenta es el “lugar” que ocupan los viajeros
y sus relatos en el transcurso de la historia. En esos relatos, la escritura es saber,
aunque esto no signifique que quien escriba tenga forzosamente la verdad o la
razón, es más, puede falsear, mentir o incluso caer en el error. De todos modos,
los relatos nos transmiten una serie de imágenes y discursos sobre el otro. A partir
de ese punto, dice François Hartog, por medio de la generalización, se esboza una
retórica (en el sentido de persuasión) de la alteridad con sus representaciones y

21 Inés MAMBRETTI, “El uso del ornamento en las Iglesias Misionales de Chiquitos, Bolivia” en
Actas…, ob. cit..
22 Norma RIQUELME, “En busca de un futuro: la Argentina en la mirada”, en Actas…, ob. cit..
La experiencia
Estudio
del reconocimiento
preliminar 27

procedimientos (se produce a través del distanciamiento del otro a fin de distin-
guirse y hacerse uno más creíble).
En este punto, es necesario considerar el texto en sí mismo (qué se escribe y
para qué), y la intertextualidad, acompañada de una contextualización. Esos rela-
tos se convierten en fuentes, ya que sus narradores refieren hechos y narran acon-
tecimientos como representación. En sí mismo, el narrador, y su texto dentro de
él, manifiestan “muchos otros”, pero la representación es la misma, la que tiende a
la unidad y construye memoria.
Por otro lado, es importante detectar los intereses reales del texto. El texto
es portador de conocimientos, trae información nueva. El espacio del relato se
da como una representación del mundo, en este caso del nuevo mundo, y esta
representación es una representación de poder, de dominio cultural, de relaciones
desiguales, de diferencias, de una alteridad expresada en términos de polaridad:
“nosotros” y “ellos”. El viejo mundo crea al nuevo. La afirmación de uno esta liga-
da a la constitución del otro y se convierte en un saber compartido porque impone
los mismos códigos. Así interviene la comparación y la analogía.
A menudo, las investigaciones sobre la historia de los viajes se centran en
los modos estereotipados de percibir y describir una cultura desconocida y en la
mirada del viajero, distinguiendo miradas científicas, políticas, comerciales, feme-
ninas, etc. Algunos viajeros habían leído algo acerca del país adonde iban y a su
llegada vieron lo que habían aprendido a esperar de él.
A medida que los acontecimientos van quedando atrás, pierden algo de su
especificidad. Van siendo elaborados de forma inconsciente y se asemejan a los
esquemas generales vigentes en la cultura, esquemas que contribuyen a que perdu-
ren los recuerdos al precio de desvirtuarlos. Se trata de describir lo real perdido en
el pasado a partir de las huellas que, como los signos de un texto, aquello mismo
acontecido ha legado a nuestro presente y futuro.
Como dice José Emilio Burucúa, nuestra misión hoy se reduce a cumplir con
la finalidad principal de la narración histórica, esto es, lograr que las relaciones es-
tablecidas entre las representaciones del texto conserven la trama de las relaciones
entre sus referentes perdidos del pasado.

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