En primer término, cabe señalar que el problema del
alma, debido a su importancia histórico-filosófica, estuvo enmarcada desde sus comienzos, en el análisis de la dualidad “cuerpo- alma”.( Los pensadores de hoy, más informados con el aporte de las ciencias naturales, prefieren englobar esta temática, designándola como el problema del binomio “biología- conciencia” Cfr. MONSERAT Javier, Epistemología evolutiva y Teoría de la Ciencia, Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 1984).
Ya en los poemas homéricos aparece más de una vez
el término “Psyché” (alma) como nombre más o menos contrapuesto al soma, pero su significación es imprecisa. En efecto, el alma en dichos poemas es concebida como aquello que “sale” de la boca con el último suspiro, o con la herida mortal del cuerpo y vuela al hades donde permanece como sombra o como imagen en estado de inconsciencia. En este primer contexto, se puede decir entonces que, el alma en Homero, lejos de representar lo que constituye la naturaleza específica, es una larva, un fantasma. Más aun: se considera como verdadero hombre justamente el cuerpo del hombre, en contraposición a una “Psyché” que es su sombra. (cfr. Reale, Giovanni, En busca de la Sabiduría secreta, Barcelona, Herder S.A. 2002 p. 278). A partir del Siglo IV a.C. emerge un nuevo concepto de “Psyché”, que implicó una mutación radical de su anterior significado. En efecto, según la doctrina órfica en el hombre se esconde un “Demon”, en términos de esta doctrina, el alma debido a su origen divino, no solamente preexiste si no que sobrevive al cuerpo. En este contexto, el hombre debe vivir purificando el alma, para liberarla en la prisión del cuerpo en la que ha caído. . (cfr. ibidem, p. 278).
De esta manera con el advenimiento de esta
doctrina se comenzaba a comprender que la Psyché podía reclamar con más derecho que el cuerpo el título del yo real, ya que la misma se consideraba que aquella estamos vivos tanto en un sentido físico, como en cuanto agentes racionales y, en consecuencia, responsables. Además su estatus ontológico era tal que constituía el sujeto potencial de premio o castigo eternos por la calidad de vida vivida, relegándose la existencia corporal al nivel de una suerte de estación temporal (cfr. Tomás M Robinson, “ Rasgos distintivos del dualismo en los escritos de Platón” en Areté Revista de Filosofía pag, 2)
La base de la concepción platónica del ser
humano es su dualismo alma-cuerpo. en este ámbito, el «dualismo» adquiere una relevancia y un alcance mucho más fuertes; el «dualismo» metafísico, en este caso, se colorea de fuertes tintes órficos y, por tanto, se une a un «dualismo» religioso-misterosófico, En el Cratilo se señala que “Algunos llaman al cuerpo (soma) tumba (sema) del alma, como si ella se encontrara allí sepultada en la vida presente. [...] Me parece que este nombre se lo asignaron sobre todo los seguidores de Orfeo, dado que, para ellos, el alma purga la pena de las culpas que debe expiar y tiene esta envoltura imagen de una prisión. El nombre de cuerpo sugiere que el mismo es una custodia del alma, hasta que haya pagado su deuda”.(cfr. Cratilo, 400c) En el Fedón, un diálogo anterior a la República, Platón concibe al ser humano como un ser racional gracias a su alma. El alma es inmortal porque se trata de una realidad simple, que como el Ser de Parménides, no puede ser destruida (en el sentido de que no puede descomponerse en elementos más simples, al contrario que el cuerpo). (cfr. Fedón, 66c).El mismo dialogo afirma “Nosotros, los hombres, estamos como encerrados en una custodia” (cfr. Ibidem 62b). En este dialogo Platón procuró resaltar de manera resumida las principales características del alma a saber: Por su naturaleza el alma tiene mayor importancia que el cuerpo en la relación alma-cuerpo; hay una necesidad imperiosa de cuidar nuestro yo genuino -el alma- por sobre nuestro presunto yo -el cuerpo-; el alma, que es principio de vida y portadora de vida. está, ella misma, viva -se trata de una persona que constituye el yo genuino y que está dotada de facultades cognitivas y sensibilidad moral-; y la felicidad del alma no radica en nada suministrado por el mundo espacio-temporal, sino en la contemplación eterna de las Formas trascendentes. (cfr. Tomás M Robinson, ob. Citada, pag. 3 )
Un pasaje del final del Fedón, muy significativo en
cuanto representa la inversión radical del modo homérico y tradicional de entender el hombre: se afirma, en efecto, con imágenes poéticas muy bellas, que el hombre no es su cuerpo, sino aquello que, con la muerte, deja el cuerpo y se va:
Oh amigos, no logro convencer a Critón de que Sócrates soy yo
mismo, este que aquí discute y dispone las cosas que dice ordenadamente una por una. Por el contrario, él cree que soy aquel que él verá muerto dentro de poco y, por este motivo, me pregunta cómo deberá darme sepultura Entonces, aquello que desde hace mucho tiempo he enseñado continuamente, vale decir, que no permaneceré ya más con vosotros una vez que haya bebido el veneno, sino que me iré de aquí hacia ciertos lugares felices de los bienaventurados, me parece que para Critón ha sido inútil: como si, hablando, yo hubiera querido consolarme un poco a mí mismo y un poco a vosotros. [...] Ahora debéis haceros vosotros garantes ante Critón, y haceros garantes de la garantía contraria a la que él ofreció por mí a los jueces él garantizó que yo permanecería aquí, y vosotros le garantizaréis, por el contrario, que yo no permaneceré aquí después de mi muerte, sino que me iré, a fin de que Critón soporte la pena con mayor facilidad y, viendo mi cuerpo en el momento en que será incinerado y sepultado, no se entristezca por mí, como si yo sufriera penas terribles, y no diga durante mi funeral que él expone a Sócrates o se lo lleva y lo sepulta. Pues bien sabes, querido Critón, que hablar incorrectamente no sólo es una cosa por sí misma inconveniente, sino que, además, daña a las almas. Tú, en cambio, debes muñirte de valor y debes decir que sepultas el cuerpo de Sócrates; y lo debes hacer de la manera que más te agrade o en el modo que creas más conforme a las costumbres. ( Reale Giovani, pags. 286 Y 287)
Aparece entonces un claro dualismo, una total
separación de los dos principios vitales del hombre. Para Platón el cuerpo arrastra el alma por los vicios y las pasiones. En este sentido, en el texto comentado se indica que “cada placer y cada tristeza están armados de un clavo, por decirlo así, con el que sujetan el alma al cuerpo; y la hacen tan material , que cree que no hay otros objetos reales que los que el cuerpo le dice. Resultado de esto es que, como tiene las mismas opiniones que el cuerpo, se ve necesariamente forzada a tener las mismas costumbres y los mismos hábitos” (cfr. 83e) El alma por su parte encuentra afinidad en el mundo en el mundo perfecto de lo “en sí” de lo imperecedero. En este mismo sentido resulta de interés la puntualización efectuada por Görgemanns, Herwing: “En el Fedón, la relación cuerpo y alma es reinterpretada como una enemistad básica (69a – 69e). El cuerpo es allí no más que un obstáculo para la verdadera función, es decir, la función intelectual. Sus necesidades y deseos lo desvían del camino correcto y su capacidad sensorial no le presta ayuda si no que la confunde”. (cfr. Görgemanns, Herwing, Platón, una introducción, Santiago de Chile, Instituto de Estudios de la Sociedad IES, 2010 p. 122) De este modo, Platón aquí se ubica en el límite extremo psicológico y se expresa en términos inflexibles sobre la relación entre alma y cuerpo. Por otra parte en el Fedro se reafirma que, antes de encarnarse, nuestras almas eran simples, felices, y estaban en una luz pura, siendo nosotros, por tanto, puros y no estando encerrados en este sepulcro que ahora llevamos adherido y que llamamos cuerpo, prisioneros en él como en una concha de ostra (cfr. Fedro 250c).
Ahora bien frente a lo expuesto, resulta valida la
pregunta acerca de cuál es el sentido que quiso imprimirle Platón a su dualismo. Con apoyo en la obra de Egeers Lan, resulta posible poner en contexto este interrogante y ensayar una respuesta. En efecto, en un apartado de la misma, (cfr. Egeers Lan, C., “Introducción al Fedón” Buenos Aires, EUDEBA 4ª Ed. 1987 p. 54), este autor, nos recuerda que ya en el siglo VI, se tenía clara conciencia de la escisión en que vivía el hombre entre su realidad o condición principal y su existencia actual. Conforme a esta visión, el hombre se encontraba prisionero en una existencia que le impedía desarrollar su capacidad más valiosa que, para una sociedad guerrera, no podía ser otra que el coraje. En el Fedón, se conserva esta tensión irresuelta entre la realidad que el hombre debe alcanzar y su situación actual. Sin embargo, aquí lo más importante ya no es el coraje si no el “Nous”, precisamente porque el intelecto es la facultad que distingue al hombre del resto de la naturaleza, permitiendo trasponer los límites de su condición mortal. (Fedón, 65c, 65e-66a, 79 a-b). En el referido contexto, podemos concluir que mediante las expresiones “Soma” y “Psyché”, Platón está proponiendo ante todo un dualismo ético, entre formas de vida contrarias. (cfr. Leiro, Daniel Mariano, La Filosofía como experiencia humana de la realidad en el Fedón, A Parte Rey, Revista de Filosofía Nº 58, Julio 2008). Dentro de este esquema, la existencia se configura entonces a partir de múltiples tendencias irracionales de la naturaleza humana: molestias de índole fisiológica, pasiones, fantasías e ilusiones sensoriales (cfr. Fedón 66b-d) Para el filosofo ateniense, quien se deja dominar por ellas, queda atrapado (cfr. Fedón 62b) en un modo de vida que enloquece (cfr. Fedón 67a), esclaviza al hombre, ( Fedón, 66d, 67 c-d), limitándolos en sus posibilidades a la manera de los encadenados de la alegoría de la Caverna (cfr. Rep. VII 514a-c) El cuerpo aparece entonces como sinónimo de lo impuro (cfr. Fedón 67a), símbolo de lo irracional que hay en el hombre y que Platón describe con imágenes inspiradas en un contexto órfico. Desde esta perspectiva, se trata de un modo inautentico de vida, alejado tanto de la realidad divina como de la humana.