- La consecuencia más importante de la doble revolución (francesa, de carácter político, e
inglesa, de carácter industrial, fue el establecimiento del dominio del globo por parte de unos cuantos regímenes occidentales sin paralelo en la historia. Los viejos imperio y civilizaciones del mundo se derrumbaban y capitulaban. La India se convirtió en una provincia administrada por procónsules británicos, los estados islámicos fueron sacudidos por terribles crisis, África quedó vierta a la conquista directa. Incluso el gran Imperio chino se vio obligado, en 1839-1842, a abrir sus fronteras a la explotación occidental. En 1848 nada se oponía a la conquista occidental en los territorios. El progreso de la empresa capitalista occidental sólo era cuestión de tiempo. Pero en el seno de la sociedad burguesa nace una nueva ideología, contradicción de la doble revolución. La sociedad comunista que comenzó como un fantasma, recorrió Europa y se apoderó de gran parte de ella tiempo después. El mundo cambió “demasiado rápido”. Entre 1760 y final de siglos, el viaje entre Glasgow y Londres se acortó de diez días a 62 horas… aunque esto solo sucedía en zonas contadas. El resto del globo estaba masivamente incomunicado. Las carretas eran usadas tanto para el transporte de personas como para el de mercancías (especialmente el correo). Vivir cerca del mar era vivir cerca del mundo: Sevilla era más accesible desde Vera Cruz que desde Valladolid. De todos los empleados del Estado, quizá sólo los militares de carrera podían esperar vivir una vida un poco errante, de la que sólo les consolaba la variedad e vinos, mujeres y caballos de su país. - Los esclavos y el algodón fueron en paralelo. Liverpool, Bristol y Glasgow crecieron al amparo de este tráfico de mercancías. La Revolución industrial puede considerarse, salvo en unos cuantos años iníciales, hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el interior: en 1814 Inglaterra exportaba cuatro yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho. Las guerras napoleónicas cerraron Europa a este comercio, algo que volvió a reanudarse en 1820. Pero en las colonias, la industria británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros países y su propio gobierno imperial. Inglaterra dominó financieramente al continente sudamericano. India se convirtió en la (forzada) clientela de Lancashire. El comercio del opio, por su parte, lanzó los intercambios con China desde 1820-1830. Los suministros ultramarinos de lana ganaron en importancia a partir de 1870. La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran antigüedad. Muchos se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y a la industria no los necesitaba para nada. Comenzaba la tiranía de las máquinas.
Iván Alberto Green Marquez
- La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el vapor no se usaba mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso influyó en el progreso económico de Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de libras de algodón bruto en 1780 a 588 millones en 1850 (su producción suponía casi el 50% del total). La pequeña crisis entre 1830-1840 sacudió levemente el mercado del algodón y tambaleó toda la economía británica: queremos con esto mostrar lo importante que era el algodón para su estabilidad. La desviación de las rentas hacia el arrendatario, supuso levantamientos cartistas y otros en 1848 contra las máquinas, vistas como la raíz de los problemas. No solo proletariado, sino granjeros fueron los protagonistas. Por eso los pequeños burgueses y los obreros se unieron a los radicales ingleses, republicanos franceses o jacksonianos norteamericanos, dependiendo la localización. A los capitalistas solo les preocupaba el cómputo de sus ganancias; mientras tanto les daba igual las acciones proletarias. Los tres fallos del sistema fueron: el ciclo comercial de alza- baja, la tendencia de la ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de inversiones provechosas. Inicialmente la industria del algodón tenía muchas ventajas. Su mecanización aumentó mucho la productividad de los trabajadores, muy mal pagados en todo caso, y en gran parte mujeres y niños. La inflación que suponía la diferencia entre el coste de la materia prima y el beneficio que suponía la venta de la manufactura, quedó neutralizada (e incluso en descenso) en 1815. En los momentos de crisis había se ajustaba el presupuesto reduciendo los salarios de los trabajadores: se podía comprimir directamente los jornales, sustituir los caros obreros expertos por mecánicos más baratos o introducir máquinas en el lugar de un grupo. La medida más racional era introducir maquinaria. Entre 1800-1820 hubo 39 patentes nuevas, 51 entre 1820-1830, 86 en 1830-1840 y 156 en 1840-1850. Si bien la industria se estabilizó tecnológicamente en 1830, no sería hasta la 2/2 de siglo cuando la producción tuviera un aumento revolucionario. - El problema de las producciones masivas es que necesitan un buen mercado de consumo. La industria militar, tras Waterloo, entró en decadencia y la de productos primarios no era excesivamente grande. Nunca falló, sin embargo, la industria del carbón: 10 millones de toneladas (90% de producción mundial) frente a 1 millón de los franceses) en 1800. El ferrocarril es el hijo de las minas del norte de Inglaterra: una gran producción requería una excelente movilización de producto. El ferrocarril constituía el triunfo del hombre mediante la técnica. Que requiriese de una gran inversión en hierro, acero, carbón y maquinaria pesado, de trabajo e inversión de capital, supuso que el ferrocarril impulsó, como ningún otro invento, el desarrollo de la segunda industrialización. Carbón y acero triplicaron su producción. La sociedad inglesa
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invertía sus riquezas y obtenía beneficios, la aristocracia y la sociedad feudal se lanzó a malgastar una gran parte de sus rentas en actividades improductivas. Esa fue la diferencia. Cuando el capital acumulado fue tanto que no lo pudo absorber el propio país, se decidió invertir en el extranjero, especialmente desde la década de 1820. Pero solían ser empresas fracasadas porque no se cumplían las expectativas: o terminaban por cobrar menos interés o el pago de este se retrasaba unos 40 años (como el caso de los griegos). - El factor más crucial que hubo de movilizarse y desplegarse, fue el trabajo, pues una economía industrial significa menos población agrícola, más urbana y un aumento general de la población, luego también se necesita mayor suministro de alimentos: una revolución agrícola. Para eso se hubo de terminar con los comunales medievales y las caducas actitudes comerciales del feudalismo. En 1846 se abolieron las Corn laws que retrasaban la entrada del capitalismo en el campo. Para que la industrialización urbana triunfara, había que hacer dos cosas: mecanizar el campo para liberar a muchos campesinos de su actividad tradicional y tentarlos a la industria y, después, formarlos para que estuviesen capacitados en sus puestos. En un principio, se contrataron mayoritariamente niños y mujeres (que resultaban más rentables). Si bien sus ciudades pronto se contaminaron y llenaron de niebla (¡recordad Oliver Twist!), los ingleses supieron utilizar muy bien sus recursos. A la altura de 1780 su consumo de algodón era dos veces el de los EE. UU y cuatro el de Francia; producía más de la mitad de lingotes de hierro del mundo; recibía dividendos de todas sus inversiones por el mundo. Gran Bretaña era el taller del mundo.
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La revolución francesa (Capitulo 3)
- Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la política. Entre
1789-1917, las políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente en pro o en contra de los principios e 1789 o los más radicales de 1793. Proporcionó los programas de los partidos liberales, radicales y democráticos de la mayor parte del globo. Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas, en EE.UU. Bélgica, Holanda; pero fue la francesa la que más consecuencias tuvo. Fue la única verdadera revolución de masas (hemos de saber que 1/5 europeos era francés…) y radical (tanto que los extranjeros revolucionarios que se le unieron fueron luego moderados en Francia). Al contrario que la Revolución americana, la francesa influyó en ámbitos geográficos muy distantes: afectó en Sudamérica y fue el primer gran movimiento de ideas en la cristiandad occidental que produjo algún efecto real sobre el mundo islámico –caso de la India y Turquía-. En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses de antiguo régimen y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era peligrosamente agudo. Una monarquía absoluta, como la de Luis XVI, no aceptaría pequeñas dosis reformistas como las propuestas de Turgot. Hacía falta un gran cambio. La monarquía absoluta, no obstante, introdujo, por iniciativa propia a una serie de financieros y administrativos en la alta aristocracia, quienes fundían los descontentos de nobles y burgueses en los tribunales. La nobleza se granjeó numerosos enemigos: no solo ocupaba los puestos más importantes del Estado, sino que tenía una creciente inclinación a apoderarse de la administración central y provincial. La mayoría de la gente eran gentes pobres o con recursos insuficientes, deficiencia ésta aumentada por el atraso técnico reinante. La miseria general se intensificaba por el aumento de la población. Diezmos y gabelas también contribuían a ello. La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el precio fue demasiado alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis a las extravagancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían el 6% del presupuesto total en 1788. La guerra, la escuadra y la diplomacia consumían un 25% y la deuda existente un 50%. Guerra y deuda –la guerra norteamericana y su deuda- rompieron el espinazo de la monarquía. La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la convocatoria a Estados Generales de 1789. Todo comenzó como un intento aristocrático de retomar el control, pero fue un error subestimar al “tercer estado” con una crisis económica tan profunda, dejándolo a un lado en los órganos representativos. La Declaración de derechos del hombre y del ciudadano es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios, pero no a favor de una sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la conformación de
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una asamblea representativa (podía haber intermediarios. Pero eso sí: la soberanía residiría en la “Nación” (vocablo importante). Esta identificación iba más allá del programa burgués, tenía un acento mucho más radical y peligroso para el orden social. La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron de la Asamblea “del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría esperar. La contrarrevolución hico a las masas de París una potencia efectiva de choque. La toma de la Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo Régimen en Francia: 14-7-1789. La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-radical. Por momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró. Algunos burgueses dieron un paso más hacia el conservadurismo, al ver que los “jacobinos” llevaron la revolución demasiado lejos para sus ideales. El tercer estado no quería una sociedad burguesa, que progresivamente adquiría tintes aristocráticos. De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto, desarrapados y hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta y Hébert defendían los interesas de la gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social y la seguridad del pobre: igualdad, y libertad directa. Pero su utopía fue irrealizable y más fruto de la desesperación que de un plan bien trazado. Su memoria queda unida al jacobinismo, del que no siempre fue partidario. - Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron las más duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constituyente eran completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el cercado de las tierras comunales y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la proscripción de los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones. La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de alejarlo del absolutismo romano. El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una intervención desde el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del resto de países. Pero Europa se dio cuenta de que corría peligro su derecho al trono y se pusieron en marcha. La Asamble Legislativa pronosticaba la guerra y así fue desde 4-1792. Sin embargo, fueron derrotados y las masas se radicalizaron. Los altos mandos fueron encarcelados, incluido el rey y la República fue instaurada. La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran eliminados del tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se había hecho: economía de guerra, reclutamiento en masa, racionamiento, y abolición virtual de la distinción entre soldados y civiles. Por último, reclamaba sus fronteras naturales con dos propósitos: tumbar la contrarrevolución y conseguir más territorios con los que hacer la guerra económica a Gran
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Bretaña. En este clima, los jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo. Esto derivó en la toma de poder por los sans-culottes el 2-6-1793. - La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el gigante Danton, el elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública –Comité de guerra-, el tribunal revolucionario y la guillotina. Hubo 17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a pesar de lo que se dice, fue mucho menor que el de las matanzas contra la Comuna de París en 1871 o las del siglo XX. Pero el caso es que, tras ese tiempo de muerte, Francia se estaba desintegrando por los ataques extranjeros en todos los frentes. El resultado: la contrarrevolución vencida, un ejército mejor formado y más barato una moneda más estable (ya casi toda en papel) y un gobierno estable (aunque con otro color) que iba a comenzar una racha de casi veinte años de victorias militares ininterrumpidas. El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande nation-, las levas en masa y una Constitución radical que prometía el sufragio universal, alimento, trabajo y derecho a la rebelión. Se procuraría el bien común con unos derechos operantes para el pueblo (lo que implicaba el fin total de todo lo concerniente al sistema y los privilegios feudales). El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos delincuentes, especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales de la sociedad. La guillotina recordaba que nadie estaba seguro. Los procesos de descristianización disgustaron a algunos. El 27-7-1794, con la victoria en Fleurus y la ocupación de Bélgica, se dio paso a una revolución termidoriana que terminó con los andrajosos sans-culottes y los gorros frigios. Robespierre, Saint Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron ejecutados. - Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media francesa para la permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799). Tenían que conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del programa liberal original de 1789-1791. Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado, Imperio, monarquía borbónica restaurada, monarquía constitucional, República e Imperio de Napoleón III, no fueron más que el intento de mantener una sociedad burguesa intermedia entre dos sistemas antagónicos: la república democrática jacobina y del antiguo régimen. El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba. Precariamente, los políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que hacer uso frecuente del ejército tanto contra los agentes exteriores como contra las rebeliones internas. En este contexto, es normal que Napoleón brotara en este clima de ambigüedad en el que los militares tenían más poder que los gobernadores. Poco a poco el ejército fue abandonando su carácter revolucionario y adquirió tintes de ejército tradicional y nacional, propiamente bonapartista.
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La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La rigidez castrense aún no estaba definida. El ejército no contaba con un abundante armamento, respaldado por una industria pesada efectiva. Contaba más la efectividad de actuación. Con estos Napoleón conquistó Europa, no solo porque pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él el mundo tuvo su primer mito secular: de cónsul pasó a Emperador, estableció un código civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco nacional. El corso hizo de la revolución liberal un régimen liberal asentado. Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso, ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico del XIX. Si bien construyó las estructuras de la universidad, la legislación, el gobierno, la economía, destruyó el sueño jacobino de la libertad, igualdad y fraternidad: ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión… Este mito revolucionario sobreviviría a la muerte de Napoleón.