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Novela
Luis Fernando
Iribarren
Propiedad intelectual
Donación
El 10% (diez por ciento) del total de la ganancia neta que
produzca la venta de este libro, será donado por el autor a
instituciones de beneficencia, siendo la elegida, por el momento, la
"Casa Garrahan".
Solidaridad
El autor pide a los lectores que puedan donar sangre en
hospitales públicos, que no dejen de hacerlo, como así también, que no
arrojen a la basura las tapitas de plástico de gaseosas, jugos, o agua
mineral. Estas pueden ser recolectadas para la “Casa Garrahan”, hay
comercios adheridos que las reciben. En internet puede obtenerse más
información al respecto.
Desde ya, muchas gracias.
Invitación
Al finalizar la lectura, te invito a que participes de nuestra
"literatura interactiva". Podrás opinar sobre la novela, o contarnos tu
propia historia de vida, y cómo esta narración influyó en ella. Las
instrucciones se encuentran en las últimas páginas. Gracias.
El Destino - Segunda Oportunidad – TOMO I
Capítulo 1 – Teresita
Todos los días él recordaba esa vez en que le dejó dinero para
que hiciera las compras hogareñas de todo el mes. Fue la primera
semana que la chica vivía en su casa, antes de que comenzara a
trabajar. En la noche, al volver a su hogar, notó que Teresita estaba
un poco inquieta. Eso lo intrigó, pues ella siempre se mostraba
calmada y relajada, por lo cual decidió preguntar qué le ocurría.
Ella le pidió que se sentara en el sillón del living, se paró frente
a él, como una niña que debe rendir cuentas a su padre. Se tomaba las
manos por delante, y las estrujaba fuertemente por los nervios.
Finalmente habló.
-Espero que no te enojes por lo que debo contarte -dijo con voz
algo quebrada - pero si decides reprocharme, no te culpo.
-¿Pero qué es eso tan terrible que tenés que contarme? -inquirió
él.
-Bien. Es que tú me diste dinero para realizar las compras de
todo el mes, y aún debería haber sobrado. Pero no sobró. Es más, debí
reducir la cantidad de cosas que iba a comprar.
-¿Y por qué pasó esto?
-Es que parte del dinero lo destiné a otra cosa -respondió ella.
-Contame -dijo él.
-Bien. Camino al supermercado hay una farmacia. Cuando iba
pasando por allí, pude ver a una señora muy ancianita que lloraba
sentada en el marco de la vidriera. Le pregunté qué le ocurría y me
contó que no le había alcanzado el dinero para comprar el
medicamento que necesita su esposo. Ambos tienen más de ochenta
años y me pareció muy cruel que una persona tan grande, que
seguramente trabajó toda su vida, deba pasar por esa situación.
Juan la escuchaba sin decir nada, sentado en el sillón y
mirándola fijamente a los ojos. Teresita estaba realmente incómoda
por la situación. Sabía que no había cumplido con lo que le pidió
Juan, y para ella, eso estaba mal. La formación que le dieron establecía
que debía cumplir al pié de la letra con lo que “su hombre” le pidiera. Y
para ella, en este momento, Juan era su hombre. Le había
desobedecido.
-El resto puedes imaginártelo -continuó ella -le pregunté si tenía
la receta, entramos juntas en la farmacia y le compré el medicamento
para su esposo.
Cuando terminó de decir esto, se quedó muda, como si esperase
un reproche. Es más, estaba segura de que merecía un reproche.
-Yo te prometo que en cuanto cobre mi sueldo te voy a devolver
ese dinero – agregó.
Había bajado la mirada, por eso no podía ver la humedad en los
ojos de Juan, quien se encontraba emocionado como pocas veces. Él se
levantó, se aproximó a Teresita, y la abrazó fuertemente mientras le
acariciaba el cabello y le daba un beso en la cabeza.
-Tenés el corazón más generoso que haya visto en una mujer,
yo hubiera hecho exactamente lo mismo -dijo él con voz muy suave.
Ella lo miró a los ojos, como si no pudiera creer lo que estaba
oyendo, se quedó unos segundos contemplándolo, y se colgó de su
cuello.
-O sea que no estás enfadado -dijo ella.
-Pero ¿Quién podría enojarse por una cosa así?
-Mi esposo o mi padre me hubieran dicho una gran cantidad de
cosas desagradables.
-¿Tu esposo? -preguntó él con cierta preocupación.
-Así es, soy casada -respondió ella mientras bajaba la mirada, y
una vez más sus ojos se ponían húmedos y levemente enrojecidos,
como para comenzar a llorar. Era la misma mirada llorosa que Juan
había tratado de evitar varias veces cuando optaba por cambiar de
conversación, comenzando por la noche en que la conoció, allá en las
afueras de la terminal de colectivos. Pero decidió que esta vez no
evitaría ciertos temas. Si bien su corazón se estremecía al ver que
Teresita estaba sufriendo, tampoco podía seguir con la incertidumbre
de no saber absolutamente nada de su pasado. Más aun, él deseaba
ayudarla, pero nadie puede ayudar si no conoce cuál es el problema.
Hasta por el bien de ella debía saber algo más.
-Supongo que es tiempo de que me cuentes algo -dijo él con voz
firme, mientras continuaba acariciándole el cabello.
-Está bien, creo que debo hacer esto de una vez; de todos
modos, ya me has demostrado que puedo confiar en ti.
Juan la tomó de la mano, invitándola a que se sentara al lado de
él en el amplio sofá de cuero negro.
Ella comenzó a juguetear nerviosamente con los volados de su
blusa blanca de lino mientras tomaba fuertemente la mano de Juan.
-Espero que no me juzgues por lo que voy a contarte. Soy
casada y escapé de mi esposo, de mis padres, y de toda mi familia.
-No entiendo muy bien por qué una mujer tiene que escapar de
su propia familia -dijo él -¿Podrías explicarme por favor?
Ella hacía un esfuerzo sobrehumano por no estallar en llanto,
tomaba las manos de Juan, las apretaba fuertemente, y lo miraba a los
ojos. Ver esos ojos bondadosos, le daba fuerzas para continuar. Era la
primera persona en su vida que la escuchaba sin juzgarla, que no le
reprochaba nada.
-Mi familia es muy influyente, tienen una gran fortuna,
vinculaciones políticas, y tú sabes que eso redunda en un poder que a
veces hasta les permite manipular a la policía y en general a casi todos
los funcionarios públicos. Ya no podía estar con mi marido, pero
cuando se lo planteé a mi madre, y ella a mi padre, me advirtieron que
no debía dejar a mi esposo. Que no lo permitirían.
-¿No te trataban bien? -Preguntó Juan cada vez más intrigado.
-Es muy difícil de sintetizar. Si me preguntas si me golpeaban o
si me aplicaban castigos corporales, debo decirte que no. Pero hay
tormentos que dejan en el alma heridas mucho más profundas y
dolorosas que las lesiones corporales.
-¿Maltrato psicológico? -dijo él.
-Supongo que sí, quizás algo de eso. Perdón si no puedo
precisarte debidamente las cosas, pero es que cuando te acostumbras
a algo desde muy pequeño, pasa a parecerte natural -respondió
Teresita.
Juan volvió a abrazarla fuertemente, estaba conmovido, podía
sentir la angustia de esa mujer indefensa, sensible, vulnerable y a la
vez, tan fuerte. Había juntado las fuerzas necesarias para escapar del
infierno, cosa que, lamentablemente, muchas no alcanzan a hacer.
Algunas enloquecen y comienzan a refugiarse en el alcohol y los
ansiolíticos, otras simplemente llegan a creer que son unas tontas que
“hacen todo mal” por lo cual “se merecen” ese tormento, y así deciden
acostumbrarse y soportarlo estoicamente hasta el fin de sus días, y
lamentablemente, hay otras que tienen destinos aún peores. Las
vemos en los noticieros.
Con estos pocos datos, ya era posible comprender lo que había
vivido ella, y los motivos que la impulsaron a tomar esa decisión.
-¿Por qué dijiste que esperás que no te juzgue? -preguntó él.
-Es que en mi entorno, lo que hice es imperdonable. Mi esposo y
mi padre deben estar furiosos, y seguramente avergonzados. Solo me
extraña un poco que tú lo tomes con tanta naturalidad. Y si piensas
que soy una mala mujer, pues, lo merezco -respondió la chica.
Por momentos parecía que había perdido la cordura. Le
extrañaba que no la juzgaran ¡Creía que ella era la que estaba haciendo
algo malo! Durante treinta años le habían inculcado que era”
solamente una mujer”. Que los que toman las decisiones son los
hombres, y que debía sentirse afortunada de tener a uno que la
cuidara. Que ésa era su función en la vida: Buscar a un hombre que la
protegiera, la mantuviera y le diera un apellido.
“Las mujeres debemos tolerar ciertas cosas, los hombres son
hombres” le había dicho su madre desde que tenía uso de razón.
Era un bello día cuando sus padres le “presentaron” a ese joven
con tan buena presencia en el aniversario de aquel selecto club de golf.
Era licenciado en economía, hijo de un poderoso empresario, y con los
contactos políticos necesarios como para ser ministro de finanzas. En
realidad, más que una presentación, sus padres ya habían decidido
que debía casarse con él.
Su aspecto era impecable, sospechosamente impecable. Eso
pensó Teresita cuando lo vio.
Así las cosas, aceptó salir a caminar con él. El joven estaba
deslumbrado con su belleza. No dejaba de mirarla a los ojos.
Después, vinieron otras salidas. En realidad ella no tenía
ningún interés, pero su padre se lo sugirió. Esas sugerencias que
suenan imperativas. Ella no podía desobedecerlo. Un poco por respeto,
pero más que nada por miedo.
-¿Realmente pensás que sos vos la que hiciste algo malo?
-preguntó Juan con asombro.
-¡Es que lo hice! -replicó ella llorando -¡Una mujer no debe
abandonar a su familia, y mucho menos a su esposo! Por favor no
pienses mal de mí…es que ya no podía soportarlo.
Juan estaba azorado. No podía comprender que ella sintiera
culpa por haber escapado de sus maltratadores. Aunque ya había visto
casos parecidos en tribunales, es diferente cuando se los tiene en
persona. Quizás el síndrome de Estocolmo.
-¡Ya no podía soportar esas humillaciones! -continuó diciendo
ella -Eran demasiadas, y fue demasiado el tiempo.
Teresita aún lloraba por momentos, por otros sonreía cuando
Juan le apretaba con cariño las manos. No estaba arrepentida de la
decisión tomada, pero sentía mucha culpa. Seguramente le llevaría
meses o años de terapia psicológica para poder superarlo, pero ya
había dado el primer paso. Gigantesco paso. También había dado el
segundo que era contarlo.
Él miraba a esa mujer tan dulce y bella, y no podía comprender
cómo alguien podía ser capaz de hacerle daño. Siquiera con palabras.
El panorama comenzaba a aclararse para él. Podía entender por
qué había aceptado ir a cenar a su casa y por qué se atrevió a llegar
tan lejos. Nada tenía que perder.
-¿Te sentís un poco mejor al habérmelo contado? -preguntó él.
-Creo que sí, aunque estoy muy confundida. Si no te molesta, te
pido que por hoy ya no me preguntes más. Todo esto es demasiado
fuerte, y si bien estoy notando que el contarlo me da un poco de alivio,
también es muy fuerte la angustia del recuerdo -concluyó ella.
Sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar. Juan le había dado
su pañuelo para que se secara las lágrimas, el cual ya estaba
empapado. Teresita había llorado un río, pero en el fondo, se sentía
mejor. Comenzaba a sentir que el viaje que había comenzado ya no
tendría retorno. Afortunadamente, en ese mar de dudas en el que
navegaba desde hacía años, había encontrado un ancla a la cual
sujetarse. Por fin tenía algo sólido, firme, bueno.
Ese ancla de la cual se estaba sujetando, se llamaba Juan. Era
bastante obvio, ella estaba programada en su psiquis para buscar
apoyo en los hombres.
Podía darse cuenta de que le faltaba una buena parte del
camino para llegar a tener una vida feliz y normal, y que el tramo
restante quizás no sería tan fácil, pero sentía que tendría las fuerzas
necesarias para transitarlo.
Por momentos sentía estar descubriendo una nueva realidad,
un mundo diferente. Un hombre culto y de buen vivir que no montaba
en cólera si su perro le ensuciaba la ropa, una casa apacible donde
poder estar sin que nadie le dijera cómo tenía que vivir su vida. Poder
caminar por la calle sin que nadie la vigilara para ir a trabajar igual
que cualquier persona normal. Tener una amiga a la cual hacerle
preguntas y confiarle secretos era otra de las cosas que estaba
descubriendo.
Como todo gran descubrimiento, por momentos dudaba,
pensaba si esto sería real, y duradero.
Necesitaba que Juan la apoyara, y él lo hacía. Sabía que la
respaldaría en cualquier cosa que deseara emprender.
Capítulo 5 – La fiesta